Mariposa Del Aire

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

Mariposa del aire, de Federico García Lorca

¡Qué hermosa eres!


Mariposa del aire
dorada y verde
Luz de candil
Mariposa del aire
quédate ahí, ahí, ahí
No te quieres parar
pararte no quieres
Mariposa del aire
dorada y verde
Luz de candil
Mariposa del aire
quédate ahí, ahí, ahí
quédate ahí
Mariposa ¿estás ahí?
Había una vez una niña llamada Elisa que siempre estaba sola. Elisa no
hablaba con nadie en todo el día. En el recreo se ponía lejos de los
demás y no quería jugar con nadie. En clase no hablaba nunca, y
siempre respondía haciendo señales con la cabeza o con la mano.

Por la tarde Elisa no salía a jugar al parque. Y si la obligaban a ir, Elisa


se quedaba sentada en un banco, dando la espalda a los demás niños.

Nadie sabía por qué Elisa se alejaba de la gente. Tampoco sabía por qué
no hablaba.

-A lo mejor es muda -pensaban algunos niños. Pero no, Elisa no era


muda. Porque alguna vez la habían oído decir algo, muy bajito.

Al principio, los niños se acercaban a Elisa e intentaban hablar con ella.


La invitaban a jugar y le ofrecían galletas y gominolas. Pero Elisa
siempre se daba la vuelta, se iba o se escondía. Así que los niños
dejaron de acercarse y de hablar con ella.

Un día todos los niños fueron de excursión. Elisa estaba muy molesta,
pero no tuvo más remedio que ir. Se sentó sola en el autobús y no dejó
de mirar por la ventana durante todo el camino.

Fueron a una granja. Allí vieron muchos animales, les dieron de comer e
incluso pudieron acariciar a alguno. Ordenaron una vaca, recogieron
huevos e hicieron otras muchas cosas interesante. Elisa, como era de
esperar, ni se acercó.

Ya casi había acabado de hacer la visita cuando un gran trueno rompió el


cielo. Y empezó a llover con fuerza. Todos los niños fueron corriendo al
establo más cercano, un poco asustados.

-¿Estamos todos? -preguntó la maestra?-. Vamos a contarnos.

Faltaba uno. Faltaba Elisa.

-Hay que ir a buscarla -dijo uno de los niños.

-Sí, pobrecita -dijo otro.

-Yo iré -dijo uno de los trabajadores de la granja, que estaba con ellos-.
No os preocupéis. Es la niña que no quería acercarse ni contestaba
cuando le hablaba alguien, ¿cierto?

-Sí -contestaron todos a coro.


El trabajador se cubrió con una capa y salió a buscar a la niña. La
encontró escondida en las cuadras.

-Tranquila, Elisa -dijo el trabajador-. Me quedaré aquí contigo hasta que


pare de llover.

Elisa no dijo nada, en todo el rato que estuvieron esperando. Cuando por
fin pudieron salir, Elisa fue con su acompañante a buscar a los demás.
Cuando llegó todos los niños estaban ya fuera del establo.

-¡Elisa, Elisa! -gritaron los niños. Y fueron a abrazarla.

-Estábamos preocupados por ti. ¡Qué susto nos has dado!

Elisa no sabía qué hacer. Estaba un poco agobiada con tanto abrazo.
Tímidamente, consiguió decir:

-Gracias, estoy bien. Siento haberme quedado atrás. Creí que no


queríais saber nada de mí -dijo de pronto Elisa.

-¿Por qué? -dijo la maestra-. Todos te dejan espacio porque parece que
quieres estar sola.

-No quiero estar sola -dijo Elisa-. Mi madre dice que soy muy tímida.

-Pues eso tiene arreglo -dijo una niña-. ¡Vamos a bailar!

Todos los niños empezaron a bailar y a cantar alrededor de Elisa para


celebrar que estaba bien. Elisa, poco a poco se fue contagiando de su
alegría. Una niña le cogió la mano y Elisa se dejó llevar.

Desde entonces Elisa siempre tiene alguien con ella. Aunque le cuesta,
se esfuerza por estar con los demás. Y como todos saben lo que le pasa,
procuran tratarla con cariño y dulzura. Y así Elisa nunca volvió a estar
sola.

También podría gustarte