Cuento - Impulsividad y Desatención
Cuento - Impulsividad y Desatención
Cuento - Impulsividad y Desatención
Elisa tardaba mucho en hacer las cosas y tanto sus padres, como sus
profesores siempre le gritaban ¡Venga Elisa, date prisa! Y ella contestaba “Ya
voooy…..” Todos los días ocurría lo mismo: por las mañanas, al volver del recreo.
Elisa estaba harta de que siempre le
metieran prisa.
Rapidín era un pez pequeño que parecía ser de oro como el color del sol. Era
muy inteligente pero tenía un problema y es que no conseguía estarse quieto.
Cuando tenía que escuchar las consignas del Gran Delfín, empezaba a moverse
en todas direcciones, y esto le hacía perder su concentración.
Un día que estaba muy inquieto vio que una sirena se acercaba a él, ella conocía
su problema. Rapidín le dijo que había intentado de todo pero que no podía
controlar sus movimientos. Entonces la sirena le pidió que moviera primero su
cola y luego la estabilizara. Después, le pidió que hiciera lo mismo con sus
aletas y con las demás partes del cuerpo. Y así fue como Rapidín comprendió
que era su cerebro quien controlaba sus movimientos. También la sirena le
enseñó a hacer respiraciones profundas y notó que esto también le
tranquilizaba. Y así fue como Rapidín poco a poco empezó a controlarse.
La historia de la tortuga
Hace mucho tiempo, vivía una tortuga, llamada Juan-Tortuga, que no quería
estudiar, ni leer, ni ir al colegio. Solo quería jugar con sus amigos o pasar las
horas viendo la televisión. En clase, no escuchaba a la profesora y se pasaba el
rato haciendo ruiditos o haciendo gracias que provocaba la risa de sus
compañeros. A veces, intentaba trabajar, pero lo hacía rápido para acabar
pronto y al final, se ponía de muy mal humor si le decían que lo había hecho mal:
arrugaba las hojas, rompía el papel en muchos trocitos… Cada día en el camino
hacia el colegio Juan-tortuga se decía a sí mismo que se iba a esforzar mucho
para que no le castigasen, pero al final siempre acababa metido en algún
problema, porque insultaba a algún compañero o se peleaba. Entonces, una idea
empezaba a rondarle en la cabeza: “Soy una tortuga mala”.
Un día Juan se encontró con una tortuga que tenía 100 años y que era muy
sabia. Le dijo un secreto: “no sabes que llevas encima de ti la solución a tus
problemas”. Se refería al caparazón. Podría esconderse dentro de él cada vez
que notara que algo le producía rabia. Allí dentro, tendría una momento de
tranquilidad y podría pensar en la mejor solución. A Juan le encantó la idea y
al día siguiente, después de fallar en una suma, empezó a sentir rabia y furia y
estuvo a punto estuvo de romper el papel, pero se acordó del consejo de la
tortuga sabia y empezó a encogerse y a meter sus brazos y su cabeza dentro
de su caparazón. Estuvo así un ratito pensando. Fue muy agradable estar allí
metido, sin que nadie le molestara. Cuando salió, se sorprendió mucho al ver
a su maestra muy contenta por haber conseguido controlarse y después, entre
los dos resolvieron la suma.
Juan-tortuga siguió utilizando
el método del caparazón cada
vez que se enfadaba y dio
resultado. Sus compañeros
que no querían jugar con él
porque siempre se peleaba e
insultaba a los demás, se
hicieron amigos suyos.