La Imparcialidad Judicial

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La imparcialidad judicial, Cartapacio de Derecho, Vol.

38 (2020), Facultad de Derecho


(Unicen).

LA IMPARCIALIDAD JUDICIAL

DELBONIS, FELICITAS1
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL CENTRO

1. La razón de ser y la causa del proceso

I
maginemos un hombre viviendo en absoluta soledad, sin importar el
tiempo y el espacio, que tiene a su disposición todo bien de la vida sufi-
ciente para satisfacer sus necesidades de existencia con absoluta discre-
cionalidad, sin advertir el problema que aquí nos preocupa: el conflicto; que
puede darse únicamente cuando un individuo deja de vivir para comenzar a
convivir, es decir a vivir en sociedad.
Cuando esto ocurre, puede darse que un hombre quiera para sí y con exclusi-
vidad un bien determinado, intenta implícita o expresamente someter a su pro-
pia voluntad una o varias voluntades ajenas, a esto Adolfo Alvarado Velloso
(2015) lo denomina “pretensión”. Si la pretensión es satisfecha, continua la
paz, y el estado de convivencia pacífica permanece incólume. En este supuesto
no necesitamos el Derecho, ni la intervención de un tercero para resolver un

1
Abogada. Graduada de la Facultad de Derecho, Unicen.

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2 Felicitas Delbonis

conflicto, porque tal ha desaparecido. Pero por el contrario, si a la pretensión


de someter a alguien a una voluntad ajena se le opone una resistencia, que
consiste en negarse o en discutir, en no cumplir un mandato o no acatarlo; esa
coexistencia de ambas conductas se denomina conflicto intersubjetivo de in-
tereses (causa del proceso). La primera forma de resolver un conflicto que se
plantea en nuestra historia es el uso de la fuerza, que pareciera lejano en la
actualidad pero la realidad demuestra que la humanidad continúa en incesantes
guerras para ponerse de acuerdo en temas como el petróleo y el narcotráfico,
que conllevan cifras muy altas de muertes de militares y civiles. Esta solución
para resolver conflictos es disvaliosa, y el uso indiscriminado de la fuerza de-
be ser erradicado para lograr la convivencia social, ¿pero cómo es posible lle-
gar a ello?. Aparece, entonces el uso de la razón, como método para combatir
los medios violentos, y utilizar las palabras para lograr autocomponer el con-
flicto (razón del proceso). Ello es posible de dos maneras, que los propios in-
teresados lo disuelvan; o que se resuelva por un tercero que revista el carácter
de autoridad pública (proceso) o privada (arbitraje o arbitramento) (Alvarado
Velloso, 2015).

1.1. Concepto de proceso


Aquí nos interesa el concepto de proceso definido por Alvarado Velloso co-
mo: “secuencia o serie invariable de actos que se desenvuelven progresiva-
mente y están dirigidos a obtener la resolución de un litigio mediante un acto
de autoridad, pudiendo igualar jurídicamente el juez a quienes son natural-
mente desiguales” (Alvarado Velloso, 2015: 167).
Para complementar la idea de proceso es necesario el cumplimiento de deter-
minados principios, como líneas fundamentales que deben ser imprescindi-
blemente respetadas para lograr un mínimo de coherencia, y evitar que sea un

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proceso aparente. Tales son: la igualdad de las partes litigantes, la imparciali-
dad del juzgador, la transitoriedad del proceso, la eficacia de la serie procedi-
mental y la moralidad en el debate.
A los fines de este trabajo, me ocuparé de desarrollar el principio de imparcia-
lidad judicial.

1.2. La imparcialidad judicial


Como principio supremo del proceso, Werner Goldschmidt, define la impar-
cialidad como “no ser parte, poner entre paréntesis todas las consideraciones
subjetivas del juzgador. (…) partial, por el contrario significa ser parte, parcial
da a entender que se juzga con prejuicios” (Goldschmidt,1955: 133).
Montero Aroca señala que:
la imparcialidad implica, necesariamente, la ausencia de desig-
nio o de prevención en el juez de poner su función jurisdiccional al
servicio del interés particular de una de las partes. La función ju-
risdiccional consiste en la tutela de los derechos e intereses legíti-
mos de las personas por medio de la aplicación del Derecho en el
caso concreto, y la imparcialidad se quiebra cuando el juez tiene el
designio o la prevención de no cumplir realmente con esa función,
sino que, incumpliendo con ella, puede perseguir en un caso con-
creto servir a una de las partes (Montero Aroca, 2006: 69).

La imparcialidad, según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se


desarrolla cuando el Juez en una contienda particular se aproxime a los hechos
de la causa, careciendo de manera subjetiva, de todo prejuicio y, asimismo,
ofreciendo garantías suficientes de índole objetiva que permitan desterrar toda
duda que el justiciable o la comunidad puedan albergar respecto de la ausencia

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de imparcialidad (Corte Interamericana de Derechos Humanos, “Barreto Leiva


vs Venezuela”, sent. 17/11/2009, f. 98.
Agregando la independencia, Alvarado Velloso (2015) enseña que el principio
procesal de imparcialidad tiene, en realidad, tres despliegues: la impartialidad
(el juez no ha de ser parte; y por lo tanto resalta la imposibilidad de realizar
tareas propias de las partes. Es decir, la impartialidad supone la no injerencia
del juzgador en cuestiones ajenas a su función), la imparcialidad (el juez debe
carecer de todo interés subjetivo en la solución del conflicto), y la indepen-
dencia (el juez debe poder actuar sin subordinación jerárquica respecto de las
dos partes, y de instituciones ajenas al proceso).
Josep Aguiló (1997) por su parte sostiene que la independencia trata de con-
trolar los móviles del juez frente a las influencias extrañas al derecho prove-
nientes del sistema social, tales como relaciones de poder, juegos de intereses
o sistemas de valores extraños al derecho; mientras que la imparcialidad trata
de controlar los móviles del juez frente a influencias extrañas al derecho pro-
venientes de las partes y del objeto del proceso.
Considero que la imparcialidad constituye simultáneamente una garantía de
los jueces, una garantía de los ciudadanos, un deber judicial y un derecho de
los justiciables. Pero es importante resaltar que este principio que vemos incó-
lume, no se desarrolla en su totalidad, es decir no es absoluto, porque inevita-
blemente en todo juicio siempre está presente cierta dosis de prejuicio. Ferra-
joli (1998) siguiendo esta línea afirma que este investigador particular, legal-
mente cualificado que es el juez, por más que se esfuerce en ser objetivo,
siempre está condicionado por las circunstancias ambientales en las que actúa,
por sus sentimientos, sus inclinaciones, sus emociones, sus valores éticos- po-
líticos. De ahí que la imparcialidad no sea una representación descriptiva sino
prescriptiva, equivalente a un conjunto de cánones deontológicos: el compro-

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miso del juez de no dejarse condicionar por finalidades externas a la investiga-
ción de lo verdadero, la honestidad intelectual que como en cualquier activi-
dad de investigación debe cerrar el interés previo en la obtención de una de-
terminada verdad, la actitud imparcial respecto de los intereses de las partes
en conflicto y de las distintas reconstrucciones e interpretaciones de los hechos
por ellas avanzadas, la independencia de juicio y la ausencia de preconceptos
en el examen y en la valoración crítica de las pruebas, además de en los argu-
mentos pertinentes para la calificación jurídica de los hechos por él considera-
dos probados.
Coincido con el autor, y puedo afirmar que la imparcialidad se construye, lo
cual implica que existan diseños procesales que favorecen la imparcialidad, y
diseños procesales que a mi entender, conspiran contra ella. Tal es así que
ciertos sistemas reflejan este debate: permitiendo o no las pruebas de oficio,
receptando o no las llamadas medidas autosatisfactivas, admitiendo o no y
bajo que condiciones o resguardos el desplazamiento de la carga de la prueba,
etc.

2. Requisitos Insoslayables del Principio de Imparcialidad


Podemos decir que existen algunos aspectos, condiciones o requisitos insosla-
yables del principio de imparcialidad, tales como: 1) La indiferencia o desinte-
rés personal del juez respecto de los intereses en conflicto y correlativamente,
la más amplia recusabilidad del juez por las partes y el deber de excusación de
éste. 2) La configuración del proceso como una relación triangular entre tres
sujetos dos de los cuales actúan como partes y el tercero en una situación su-
prapartes. 3) La igualdad de las partes, para que la imparcialidad del juez no se
vea ni siquiera psicológicamente comprometida por su desequilibrio de poder
y no se creen ambiguas solidaridades, interferencias o confusiones entre fun-

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ciones. Si alguno de estos 3 requisitos u aspectos se violare, podríamos afir-


mar que no hay imparcialidad, y por lo tanto no estaríamos frente a un proce-
so, sino ante un mero procedimiento.

3. Fundamento Constitucional del principio de imparcialidad y juez


natural
El derecho de las partes a un Juez imparcial y objetivo está garantizado a tra-
vés de los institutos de la recusación, excusación e impedimentos que han sido
desarrollados por las leyes y códigos procesales, con el fin de garantizar este
derecho y evitar que un Juez siga conociendo del caso si ha perdido su objeti-
vidad o imparcialidad. Esto lo realiza una lista taxativa de causales. Este insti-
tuto no está regulado expresamente en la Constitución Nacional, pero puede
derivarse del principio del debido proceso y juez natural, como veremos a con-
tinuación.
El principio de imparcialidad como garantía del debido proceso, reviste su
importancia, como lo dice el procesalista costarricense Artavia Barrantes, en:
garantizar la idoneidad del órgano jurisdiccional y la consiguiente
confianza de las partes en la imparcialidad del juzgador- garantía
inherente al cargo- que la ley ha dispuesto que los jueces y demás
funcionarios judiciales, puedan ser apartados de un proceso, por
petición de los interesados -recusación- o por propia determina-
ción -excusación e inhibición- cuando exista una causa legal para
ellos (Artavia Barrantes, 2003: 357).

Por otro lado, el art. 18 de la Constitución Nacional, enuncia que “Ningún ha-
bitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo (...) o sacado de los
jueces designados por la ley antes del hecho de la causa (...)”. La redacción

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dada por los constituyentes de 1853, a la garantía del Juez Natural, como su
ubicación en la parte dogmática en nuestra Carta Magna, no dista de la adop-
tada por otros países latinoamericanos, demostrando así la trascendencia de
esta garantía individual, frente al ejercicio de las facultades propias del Poder
del Estado, como así también pone en relieve las preocupaciones de las socie-
dades humanas por darse una forma de estado y un régimen político que ga-
rantice un poder judicial independiente con el fin de satisfacer por un lado, la
exigencia de seguridad de la comunidad en general, y por el otro, el de preser-
var el interés del individuo sintetizado en su libertad por el otro (Acuña,
2016).
Luego de la incorporación a la Constitución Nacional, en el año 1994, de los
principales Tratados sobre Derechos Humanos, situándolos a su mismo nivel
(art. 75 inc. 22), puede hablarse de un nuevo sistema constitucional, integrado
por disposiciones de igual jerarquía; nacional e internacional, que se comple-
mentan y retroalimentan formando un plexo axiológico y jurídico de máxima
jerarquía (Bidart Campos 2000), al que tendrá que subordinarse toda la legis-
lación sustancial o procesal que deberá ser dictada en su consecuencia ( art. 31
Constitución Nacional).
La Convención Americana sobre Derechos Humanos- Pacto de San José de
Costa Rica, establece en el art. 8: “Toda persona tiene derecho a ser oída, con
las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tribunal
competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley,
en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para
la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal
o de cualquier otro carácter”. Si bien estas normas internacionales, advierten la
necesidad de contar al momento de ser juzgado con un “Tribunal Imparcial”,
no establecen de inmediato el contenido de esa exigencia, sino que delegan en

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los Estados firmantes, la instrumentación de las normas procesales de derecho


interno que aseguren la efectiva vigencia de este principio.
Tema no menor e importante de resaltar, es que a partir de la Reforma de la
Constitución del año 1994, la selección de los Magistrados, ha sido colocada
en cabeza del Consejo de la Magistratura (art. 114 de la Constitución Nacio-
nal), que ostenta entre sus atribuciones la de seleccionar mediante concursos
públicos los postulantes a las magistraturas inferiores y dictar los reglamentos
relacionados con la organización judicial y todos aquellos, que sean necesarios
para asegurar la independencia de los jueces y la eficaz prestación de los ser-
vicios de justicia.

4. La recusación y la excusación
La recusación y la excusación son los mecanismos que impiden que interven-
gan en calidad de jueces personas en tentación de ser parciales, perjudicando
la búsqueda de la verdad y el sentido de justicia. Al estar en duda la imparcia-
lidad de quien juzga, son apartados a petición de parte interesada, en el primer
caso; o se apartan ellos mismos en el segundo, pues existen intereses o senti-
mientos personales involucradas en sus actuaciones con respecto a ese caso. El
mayor problema que presentan estos institutos es si las causales deben admi-
tirse en forma taxativa en las legislaciones, o debería permitirse la más amplia
recusabilidad del juez por las partes y el deber de excusación de aquel. Los
pensadores que defienden la tesis de amplia recusabilidad y excusación sostie-
nen que hay que lograr la búsqueda de un juez tan imparcial como sea posible,
para la plena vigencia de este principio “sin el cual no hay proceso”. Por otro
lado, quienes defienden el carácter taxativo de las causales, es decir la enume-
ración de un catálogo limitado y exhaustivo, que adicionalmente, se postulan
como de “de interpretación restrictiva”, se justifican en la necesidad de frustrar

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un uso abusivo de las partes y una huida inexcusable del juez respecto de un
pleito en concreto que no quiera fallar. (Alvarado Velloso, 2015).
El Código Procesal Civil y Comercial de la Nación argentina permite que los
jueces de primera instancia puedan ser recusados, por demandante o deman-
dado, al comienzo del proceso sin expresar causa en su primera presentación,
y a los jueces de segunda instancia, el día posterior a la notificación de la pro-
videncia dictada al efecto. Son excepciones a la recusación sin causa, los pro-
cesos sumarísimos, tercerías, ejecutivos y de desalojo (art. 14). Esa forma de
recusación puede ser usada una única vez (art. 15). En la misma línea, el Có-
digo procesal Civil y Comercial de la Provincia de Buenos Aires permite que
los jueces de primera instancia puedan ser recusados por una sola vez en cada
caso sin expresión de causa. Los jueces de la Suprema Corte de Justicia y de
las Cámaras de Apelación no podrán ser recusados sin expresión de causa.
Me parece importante destacar, el fallo de la Corte Suprema de Justicia de Na-
ción que confirma un fallo de la Sala II de la Cámara Federal de la Seguridad
Social que había rechazado un pedido de recusación sin causa formulado por
la ANSES contra el juez Luis René Herrero, integrante de esa sala. Para el
Máximo Tribunal, “la pretensión de la demandada (ANSES) de efectuar un
ejercicio masivo del instituto de la recusación sin expresión de causa desnatu-
raliza los propósitos y fines para los que fue concebido y ocasiona múltiples
perjuicios a los justiciables. Se configura así un abuso del proceso que los jue-
ces no deben tolerar”. La decisión se da en una causa iniciada ante la Justicia
Federal de Salta por reajuste de haberes cuya sentencia fue apelada, recayendo
el expediente en la Sala II de la Cámara de la Seguridad Social. Una vez en
esa instancia, la ANSES recusó sin causa al juez Herrero, planteo que fue des-
estimado por el tribunal con magistrados pertenecientes a la Sala III.
Esa decisión había sido recurrida por la ANSES, argumentando que se había

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ignorado las disposiciones del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación


(artículos 14 a 16, que regulan el instituto de la recusación sin causa) y que de
tal modo se ha violado sus derechos de defensa e igualdad ante la ley. Sin em-
bargo la Corte expresó que “no puede desconocerse que recusar a un juez en la
totalidad de las causas sorteadas, traería aparejado el vaciamiento de la juris-
dicción del magistrado, para cuyo ejercicio fue regularmente designado y que
debe desempeñar en tanto dure su buena conducta (art. 110, Constitución Na-
cional), consecuencia que va mucho más allá de asegurar la imparcialidad de
los jueces intervinientes, para transformarse en una suerte de sanción que ca-
rece de sustento fáctico y normativo”.
“Es indudable que el uso de la recusación, tal como lo plantea el organismo
previsional, crea un problema institucional que no cabe minimizar, pues el
fuero se encuentra abrumado por la litigiosidad y el efecto nocivo derivado de
estos planteos afecta el apropiado funcionamiento del sistema de justicia,
además de causar perjuicios a los demandantes en proceso en que se debaten
cuestiones de naturaleza alimentaria”. “La gravedad de estas secuelas surge
con claridad desde el momento mismo en que se aborda el tema y no puede
soslayársela sobre la base de argumentos genéricos o conjeturales acerca de la
neutralidad de los magistrados, máxime cuando el margen de discrecionalidad
a que alude la recurrente se encuentra acotado tanto por el carácter colegiado
de los tribunales de alzada, como por las doctrinas elaboradas por esta Corte
en materia de seguridad social” (Corte Suprema de Justicia de la Nación,
Aguilera Grueso, Emilio c/ANSeS y otros/reajustes varios, sent. 4/12/2012).

5. Sistemas procesales, y el rol del juez imparcial


Decir que el principio de imparcialidad se construye, implica que existan dise-
ños procesales que favorecen la imparcialidad, y diseños procesales que a mi

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entender, conspiran contra ella. En el sistema inquisitivo la autoridad -el juez-
actúa como lo haría un pretendiente, se coloca en el papel de investigador, de
acusador y de juzgador. Se le otorga una seria de prerrogativas sobre las cuales
puede comenzar oficiosamente o por denuncia las actuaciones del caso y se
preocupa por hacer adelantar el juicio mediante el impulso procesal. El mismo
juez se encarga de buscar las pruebas que le puedan resultar aceptables para
lograr el convencimiento de su acusación. El mismo juez que investigó, impu-
tó, y luego probó es ahora quien juzga, desempeñando de esta manera un papel
preponderante durante todo el proceso, para poder cumplir el compromiso que
se le ha enseñado, que tiene con la verdad y la justicia.
Por otro lado, el método acusatorio o dispositivo, encontramos dos sujetos na-
turalmente desiguales que discuten pacíficamente en igualdad jurídica asegu-
rada por un tercero que actúa en perfecto carácter de autoridad, dirigiendo y
regulando el debate para, llegado el caso, sentenciar la pretensión discutida.
Las partes son dueñas absolutas del impulso procesal, afirman y niegan los
hechos sobre los que se va a discutir, y son las que fijan las pruebas sobre las
que se van a confirmar las afirmaciones, las que pueden ponerle fin al pleito
en la oportunidad y los medios que deseen. Como natural consecuencia de
ello, el juez actuante en el litigio carece de todo poder impulsorio, debe acep-
tar como ciertos los hechos admitidos por las partes, así como conformarse
con los medios de confirmación que ellas aportan y debe resolver ajustándose
estrictamente a lo que es la materia de controversia en función de lo que fue
afirmado y negado en las etapas respectivas.
A simple vista, el método acusatorio es el más respetuoso del principio de im-
parcialidad, no compromete la independencia del juez, y hace que el juez no
ejerza la actividad de las propias partes. Sin embargo, no podemos negar que
nuestro sistema de justicia actual otorga facultades a los jueces que lo hacen

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pasible de comprometer este principio tan importante para la existencia mismo


del proceso. Las medidas de mejor proveer son un ejemplo claro de ello.

6. Conclusiones
La función de instruir y de sentenciar son incompatibles, de donde surge la
conveniencia o la necesidad de evitar que esas dos actividades correspondan a
una misma persona dentro de un único proceso (Clariá Olmedo, 2006). El Sis-
tema Acusatorio o Dispositivo es el ordenamiento jurídico más apto para ase-
gurar el respeto y el fortalecimiento de los derechos de las partes en un ejerci-
cio igualitario en la tramitación de un juicio, en cabeza de un juez natural e
imparcial, confrontados en un plano de igualdad, ya que atribuirle un poder
desmedido como en otros sistemas se estaría resucitando los resabios propios
de un verdugo de la Edad Media.
Aproximarse al ideal de imparcialidad, no es creer que un juez es un ser abso-
luto y que se encuentra despojado de todo sentimiento, emoción y valor; sino
que a pesar de todas esas aptitudes que caracterizan al ser humano como tal,
éste las pueda reconocer y apartarlas a la hora de emitir un juicio, para que su
fallo se adecue lo más posible a la letra de la ley.

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