El Joropo Evolucion Historica Desde El B
El Joropo Evolucion Historica Desde El B
El Joropo Evolucion Historica Desde El B
Diseño de portada
Gabriel A. Serrano S.
Diagramación
Gabriel A. Serrano Soto
Corrección
Miguel Hidalgo
EL JOROPO
Evolución histórica desde el Barroco hispano hasta nuestros días
Oscar Battaglini Suniaga
Primera edición, 2014
ALGUNAS REFLEXIONES 17
SOBRE EL BARROCO MUSICAL EUROPEO
EL JOROPO 29
EPÍLOGO 65
LISTA DE REFERENCIAS 67
ANEXOS 73
A Geraldine Henríquez Bilbao,
por haber puesto música a nuestra investigación musicológica
Lo barroco es casi una condición de lo
hispánico. Lo clásico, lo lineal, lo racional, es
contrario a las profundas solicitaciones de su
sensibilidad y de su emoción. No es un azar
que el gran arte hispanoamericano haya sido
el Barroco. Lo español se ha expresado con
grandeza y universalidad avasalladoras en las
épocas y en las formas no clásicas. En el gótico
florido, en el plateresco, en el churrigueresco.
En La celestina, en El Quijote, en El entierro
del Conde de Orgaz, en Las meninas, en Los
fusilamientos de La Moncloa.
variantes regionales.
1 Según el periodista del Nuevo Diario (principios del siglo XX), y colaborador de El Cojo Ilustrado
Juan José Churión (1876-1941), la palabra joropo proviene de «jarabe», una de las expresiones utili-
zadas por los españoles de la Colonia para referirse a esta fiesta, la cual también denominaba en su
tiempo una danza mexicana-andaluza. Según él, como los indígenas no entendían castellano, decían
jaraba, jarobo, jorobo y joropo. «La palabra joropo viene pues del baile conocido con el nombre de
jaleo o jarabe andaluza. La etimología de la palabra joropo —sostenía Churión— es comarábica.
Viene de xarop o xarqp, que significa jarabe» (Yánez, 2004 [Periódico en línea]). 13
Aranjuez de Joaquín Rodrigo (1901-1999). Esta simple sucesión de notas,
que con el tiempo prácticamente se ha erigido como una especie de ma-
nufactura propiedad de la música española —por lo general asociada al
flamenco, pero ampliamente utilizada en multitud de danzas barrocas,
como veremos en este trabajo—, es de uso extensivo también en varias
tipologías del joropo, con particular énfasis en el pajarillo llanero y el seis
por derecho, su relativo mayor.
3 Algunos historiadores del arte afirman que el Barroco es una ley de la creación humana, la cual
siempre ha fluctuado entre períodos de sobriedad y sencillez seguidos de recargamiento de las for-
mas. En ese sentido, no habría «progreso» o evolución en el arte, sino vaivenes, ondulaciones. Es
lo que observamos en la evolución de los órdenes de los capiteles clásicos, que van desde el sencillo
dórico hasta el rebuscado corintio, o el contraste entre el sobrio estilo arquitectónico románico y el
exuberante gótico. Siguiendo este razonamiento, el Barroco de los siglos XVII y XVIII no sería más
que la antítesis de la serenidad y el equilibrio proclamados en el Renacimiento como ideal del arte.
Por el contrario, el Barroco se valdrá de los efectos de luz, la línea curva, composiciones en diagonal,
rupturas, movimiento y escorzo. 19
declive de las grandes y complejas estructuras polifónicas del Renacimien-
to (con excepción de la fuga), que dan paso, a comienzos del siglo XVII,
al predominio de la melodía acompañada predecesora del melodrama y
la ópera, a medida que se afirmaba la preponderancia de la voz aguda,
lo que hacía innecesarios los artificios contrapuntísticos del período ante-
rior . Paralelamente, se generalizará el uso del bajo cifrado; la colocación
4
Otro rasgo estilístico del Barroco, resultado directo del uso del cifra-
do, será que gran parte de la ejecución instrumental quedará sujeta
a la improvisación del intérprete. En esta época, los clavecinistas, por
ejemplo, tenían plena libertad —y hasta cierto punto, obligación— de
improvisar las voces intermedias, pues el cifrado imponía dicho margen
de flexibilidad interpretativa. (Véase anexo 1)
4 En esto seguramente tuvo su peso, al margen de otras influencias, la decisión del Concilio de
Trento (1545-1563) de limitar las sofisticaciones técnicas que impidieran la inteligibilidad del texto
en la música religiosa, favoreciendo la implantación de un arte eminentemente homófono.
5 «Poco después de 1600, el laúd perdió supremacía […]. Vincenzo Giustiniani nos cuenta que en
1628 ya no se usaba [en Italia]» (Reese, 1988: 617).
6 Hoy día la denominación bajo cifrado suele confundirse con la de bajo continuo. Sin embargo, el
AGN / CNH
bajo continuo, «[…] en el tránsito del s. XVI al XVII se refería a la parte instrumental más grave de la
cuerda, reforzada generalmente por el órgano, cémbalo y a veces por otros instrumentos (tiorba, chita-
rrone, arpa…), que podía estar cifrada o sin cifrar (cuando los acordes eran muy claros y corrientes)»
20 (Pérez, 1985 <I>: 118).
Por otro lado, en el Barroco español —como en el resto del Barroco
europeo— se dará una importancia cada vez mayor a la danza, muy
por encima a lo que había sido la costumbre registrada hasta entonces.
En la España del siglo XVI fue muy poco lo que quedó de ella regis-
trada en el repertorio escrito de la época (por más que se sepa que la
danza era muy importante en la práctica diaria de las fiestas de la corte
y en el pueblo llano). En el caso de los vihuelistas, Luis Milán (1535-36)
compuso sólo seis pavanas de un total de 85 piezas; Narváez (1538) una
«baxa de contrapunto»; Mudarra, dos pavanas y una gallarda (1546);
Valderrábano (1547), dos pavanas con variaciones; Pisador (1552), una
pavana «muy llana para tañer»; el resto (Fuenllana y Daça), nada. Sin
embargo, en los demás países europeos —sobre todo Italia, Francia
e Inglaterra—, encontramos para la misma época tratados musicales
con innumerables ejemplos de danzas compuestas expresamente para
bailar, ordenadas por lo general en grupos de dos o tres. Así, observa-
mos el desarrollo en estos países (cf. Reese, 1988: 612-613) del passa-
mezzo-saltarello, la pavana-saltarello-piva (Joan Ambrosio Dalza; 1508), la
pavana-saltarelli-tochata (Pietro Paolo Borrono; 1536), el passamezzo-gallar-
da-pavana de Antonio Rotta (1546), passamezzo-pavana-saltarello de
Domenico Bianchini (1546), seguidas luego en el Barroco por el dúo
allemande-couranté , que dio nacimiento a la suite de danza instrumental
7
7 La más primitiva mención del courante «[…] aparece en Epitre des dames de Paris (1515), de
Marot, y cuyo primer ejemplo musical conocido es el corante du roy, parecido al saltarelo, conser-
vado en la tabulatura (1577) del alemán Bernhard Schmid el Anciano» (Reese, 1988: 658).
8 La palabra suite proviene del francés y significa literalmente «sucesión». La primera vez que se le
menciona es en el séptimo Libre de danceries, publicado en Francia por Pierre Attaingnant a media-
dos del siglo XVI. En su concepción típica [francesa], se reduce a una progresión de piezas musica-
les independientes entre sí. Con el tiempo se le agregaron muchas más combinaciones y nombres,
dejando de ser piezas danzadas pero conservando sus características y ritmos. La forma normal sería
la siguiente: una introducción (llamada preludio, toccata u obertura), allemande, courante (a veces
con repetición o doble) y zarabanda. Se añadieron luego unos intermedios opcionales (gavota, mi-
nué, bourrée, loure, passapied, branle, rigodon, mussette, siciliana, polonesa, etc.) y giga. Las sui-
tes más representativas provienen de los guitarristas, laudistas y clavecinistas y las compuestas por
Bach (suites francesas, inglesas y partitas para diferentes instrumentos, como el violín, violoncello y
laúd Barroco). De todas formas, estas formas musicales ejecutadas en forma de cadena sucesiva no
son exclusivas de la música europea. Mucho antes que la suite, existía la nūba (árabe nawba); forma
árabigo-andaluza que era una suite vocal e instrumental (cf. Poché, 1997: 29, 149). 21
y la sucesión de movimientos en la composición. Eso tendrá su peso tanto
allá en la metrópoli distante como en la provinciana, sometida y coloni-
zada Venezuela; sin embargo, serán otros componentes constitutivos del
Barroco los que tendrán un mayor impacto en la música tradicional vene-
zolana. En realidad, serán viejos actores fusionados con nuevos elementos
del Barroco musical español los que darán vida al géneros más emblemá-
tico de nuestra música nacional.
9 Es indudable que, desde muy temprano, América comenzó a crear una música de expresiones muy
diversas —de acuerdo con los factores étnicos puestos en presencia— capaz de crear modas en la
península. Cotarelo y otros autores nos informan ampliamente acerca de ello, en sus selecciones de
textos alusivos a danzas y músicas. En un clásico entremés, la intérprete de un “baile de Gayumba”
exclama: Lo que cantan en Indias / cantarles quiero. Lope de Vega alude a una chacona, que se
bailaba «cogiendo el delantal con las dos manos”. Esta chacona: De las Indias a Sevilla / ha venido
por la posta […]. En el entremés de “Los sones”, de Villaviciosa (1661), se habla de un zarambe-
AGN / CNH
que, …que es baile tan rico / que es de las Indias […]. La zarabanda, como la chacona, era “cosa
venida de Indias”. El zambapalo (de zamba, samba), bailado en España en los siglo XVI y XVII se
da también como danza nacida en América. Igual proceso con el retambo y retambico (Carpentier,
22 2004: 59-60).
las cuales terminaron siendo rechazados esos instrumentos en la música de
conjunto que se desarrollaba por entonces en Europa (resolución del bajo
cifrado y desarrollo de los conjuntos de cámara y orquesta), simplemente
ya no resultaban válidas para la música tradicional que se gestaba y desa-
rrollaba en Venezuela. El músico popular de aquí —contrario al músico
académico europeo— generalmente asocia su quehacer con festividades
religiosas y profanas ligadas a su humilde cotidianidad. Además, a esto se
une el hecho incuestionable de la imposibilidad de acceso que siempre ha
tenido a los costosos instrumentos de tecla. Su relación, pues, con las in-
fluencias musicales foráneas (barroco-españolas), se dará en un plano más
indirecto, donde el contexto histórico-social jugará un papel determinante.
La acción misional en gran escala comenzó hacia 1650 a causa del fracaso
10 Este cuadro se desarrolló a pesar de las disposiciones reales que ya reglamentaban las misiones
desde el temprano siglo XVI: «Una Real Cédula de Carlos V (Valladolid, 26 de junio de 1523)
disponía que se desarrollara la vida indígena en aldeas organizadas. Otra, del 13 de febrero de 1544,
concedía a los indios el derecho de vivir donde quisieran, y de trasladarse de unos pueblos a otros,
pero ordenaba, para la mejor evangelización, que se juntasen en pueblos y no viviesen dispersos.
Una serie de Cédulas lo repiten a lo largo del siglo XVI» (Rosenblat, 2002: 99). 23
su rol de maestros en el arte de tocar diversos instrumentos europeos . 11
11 Isabel Aretz, en su artículo «Guitarras, bandolas y arpas españolas en América Latina», informa
que tras la expulsión de los jesuitas de la América española en 1767, se practicaron inventarios en
las distintas misiones, donde aparecerán asentadas vihuelas, guitarras y arpas (Cf. Aretz, 1987: 334,
338, 343).
12 «En un primer momento la actividad ganadera, que consistía en la cacería de ganado criado en
libertad para la cual eran necesarios pocos brazos, representó la solución más viable al problema
de la subsistencia (por ejemplo, en 1545 había ganado en El Tocuyo, en 1560 en Valencia y para
1579 se registra la existencia de algunos hatos en el Valle de Caracas), al mismo tiempo que creó
la posibilidad de enriquecimiento al permitir abrir vías de intercambio. (En 1547 se llevan cueros
de El Tocuyo a la Nueva Granada). Hasta 1640, aproximadamente, el ganado (cueros) constituyó
el producto principal de intercambio tanto con otras áreas de América como con la metrópoli»
(Cendes, 1981: 59).
13 Baltasar Lodares establece los datos poblacionales de las distintas misiones que desde el siglo
AGN / CNH
XVII se establecieron en Venezuela. El recuento es como sigue: misión de los llanos de Caracas:
123 poblaciones; Misión de Cumaná: 45; Misión de Caroní: 38; misión de Maracaibo: 29; misión
de Trinidad: 8; misión del alto Páramo: 19; misión de Píritu: 45; misión del Caura: 14; misión de
24 Barinas: 20; misiones jesuíticas del Orinoco: 6. Total: 347 (Cf. Lodares, 1993: 1929-1931).
De la acción de esta misión nacieron San Carlos, San Sebastián de los
Reyes, Guanare, San Juan Bautista del Pao, Araure, Calabozo y otras po-
blaciones de importancia. La dificultad del establecimiento en esta región
queda patente por la tardía fundación de San Fernando de Apure (1778)
en un punto tan estratégico como la confluencia del [río] Portuguesa y el
Apure (Sosa, 1988: 19).
[…] fueron los niños los que polarizaron las esperanzas de reducción: su
pasión por la música, su propensión por la novedad y su inclinación a imitar
14 «La producción de cacao con fines comerciales se inició en la última década del siglo XVI —las
primeras exportaciones se realizaron en 1607 […]. El cultivo de la caña de azúcar también adquirió
cierta significación, principalmente en las zonas central y oriental, al permitir el establecimiento de
ciertas corrientes de intercambio interno» (Cendes, op. cit.: 61). «El cultivo del tabaco se amplía
a fines del siglo XVI, y durante las primeras décadas del siguiente, estimulado por la demanda de
ingleses y holandeses […]. Las áreas de cultivo se extienden desde la provincia de Barinas hasta la
provincia de Nueva Andalucía (Cumaná) y valles interiores del macizo Oriental, pasando por los
valles de Aragua y la cuenca de Unare» (ibídem: 60).
15 «El esclavo negro fue preferentemente utilizado en la agricultura de exportación —lo cual deter-
minó el patrón de distribución espacial de la población negra esclava» (ibídem: 63).
16 «Sobre la base de esta producción comercial [la iniciada a partir del siglo XVII, que es a la que
nos venimos refiriendo] […], se va configurando un sector de productores y de mercaderes de parti-
AGN / CNH
cular importancia en la provincia de Caracas, que hacia fines del siglo XVII contaba con una flotilla
para realizar el tráfico con la Nueva España […]. La concentración de la propiedad agraria se inicia
a fines del siglo XVII en las zonas de los valles de Caracas y de Aragua [de hecho, en esta región
26 se producía cerca de 68% del cacao] y se intensifica durante el siglo siguiente» (ibídem: 61-62).
La interacción de todos los componentes étnicos establecidos en Vene-
zuela en los dos espacios económicos de los dos últimos siglos coloniales:
las misiones y los fundos agropecuarios del llano colombo-venezolano
(blanco-indígena), por un lado, y las haciendas de cacao, café, caña de
azúcar, añil y tabaco en la costa central del país (blanco-afrodescendiente),
por el otro, contribuirán mucho al forjamiento del que es quizás el género
festivo-poético-musical de ascendencia hispánica más extendido y reco-
nocido de Venezuela: el joropo.
27
EL JOROPO
AGN / CNH
30
Joropo es el nombre que incuestionablemente define ante propios y extra-
ños, la esencia de algo netamente venezolano.
Félix de Azara,
Viajes por la América meridional, 1809
Mariano Picón-Salas
Viaje al amanecer
31
La primera mención documentada del joropo que encontramos en la Co-
lonia es del 10 de abril de 1749, seguramente muy posterior a la aparición
de los rasgos más característicos del género. Se trata de una ordenanza ex-
pedida por las autoridades españolas, personificada en don Luis Francisco
de Castellanos, Mariscal de Campo, gobernador y capitán General de la
Provincia de Venezuela entre 1747 y 1749, donde se lee:
17 El «escobillado» es una parte de la ejecución del baile que consiste en «aligerar» los dos pies sin
levantar los talones.
18 La referencia utilizada por Strauss, como en el caso de la etimología de la palabra joropo, antes
citada por Yánez, es Juan José Churión, personaje que usualmente no citaba sus fuentes, como es
AGN / CNH
costumbre inveterada de muchos periodistas, en todo tiempo y lugar. De ahí que tengamos que ver
las afirmaciones de este individuo siempre con reservas. Luis Felipe Ramón y Rivera (1953: 11),
siguiendo la pista de Churión, llegó incluso a revisar personalmente las actas del Cabildo de Caracas
32 del año 1749, pero afirma que no encontró nada relacionado con esta prohibición.
o a la fiesta o «sarao» en general (es decir, las palabras fandango, sarao y
joropo fueron durante mucho tiempo intercambiables o multisemánticas).
Aún hoy, en «[…] los estados Lara y Yaracuy, los campesinos todavía lla-
man fandanguillo a una especie de joropo pausado, donde se echan bom-
bas que es una especie de copla, cantadas por parejas» (González Izquiel,
19
19 Resulta interesante también que los cultores de esta tipología del joropo de los estados mencio-
nados llamen «bomba» a las coplas que componen, lo cual claramente es un arcaísmo español rena-
centista, donde «bomba» era sinónimo de «ensalada», tipo de composición humorística emparenta-
da con el villancico, pero que adquirió ese nombre porque mezclaba estilos e idiomas diferentes (cf.
Simbiontes. Cada loco con su tema. La Bomba <ensalada>, s.f. [Página web]).
20 La profesora Palacios está citando la obra Testimonios de la visita de los oficiales franceses a
Venezuela en 1783, de Carlos Felipe Duarte, publicada por la Academia Nacional de la Historia en
1998. 33
El Caballero Coriolis (duarte, 1998: 146) coincide en varios puntos con el
barón, pues, cuando asiste a un baile en Caracas ve bailar el fandango y
encuentra que es una danza muy voluptuosa que se hace frente a frente.
Louis-Alexander Berthier compara estos fandangos con una perigourdi-
ne21. Este comentario y otro del príncipe de Broglie, donde clasifica a estos
fandangos como un paso de dos, permiten inferir que se trata de un baile
de parejas y no de corro que requiere agilidad en las piernas. Además, «un
continuo movimiento de los brazos facilita a las mujeres un medio para
desplegar sus gracias». Estos movimientos se acompañan con el sonido de
castañuelas o el tronar de los dedos. Por lo que comentan estos oficiales,
el fandango era el baile preferido por la alta sociedad en Puerto Cabello
y Caracas. Era además apasionado y voluptuoso, cosa que escandalizaba
a los españoles de antigua alcurnia. Sin embargo, Enrique Stanko Vraz,
uno de los muchos viajeros que nos visitaron durante el siglo xix comenta
que, a pesar de la popularidad de que gozaban en el siglo xviii «esos viejos
bailes españoles como el fandango, el bolero y otros, el igual que en su
país de origen estaban, evidentemente, prohibidos en el salón» (stanko,
1992: 107)22.
21 Danza campestre francesa del siglo XVIII de la región de Périgord. Se caracterizaba por sus
movimientos rápidos —como el joropo y el fandango—, en compás 6/8-3/4.
William Duane,
Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823
23 La voz «cotense», ya desaparecida de nuestro vocabulario común, alude a una especie de lona
fabricada con cáñamo. Actualmente la palabra aún se utiliza en Uruguay, Bolivia y Chile.
24 Es probable que sólo fuese a partir del siglo XVII que este instrumento se popularizara entre los
habitantes de provincia colonial de Venezuela. Bermudo, más de 100 años antes de la primera referencia
documentada del arpa en Venezuela, se lamentaba de que «muy pocos tañedores ay de harpa, y ape-
nas ay hombre señalado. No procuran de perfeccionarla ni estudian para saber profundidades en ella:
quédanse los más, como dizen, a media talla» (Bermudo, 1555: Libro Cuarto, Cap. XCII, folio CXII). 35
ricos hacendados donde debemos buscar la verdadera difusión del ins-
trumento traído de España. El hecho de que las únicas fuentes documen-
tales disponibles en Venezuela para ubicar el arpa sean los archivos de
testamentarías, no quiere decir que en el exterior del acomodado ámbito
de las haciendas y salones mantuanos, el arpa no estuviera presente. Más
bien todo lo contrario.
nuestro país y en las repúblicas que hoy se conocen como Perú, Ecuador,
Bolivia, Chile, Argentina, México, Colombia y Paraguay. La principal ca-
racterística de esta arpa es que conserva iguales particularidades a la del
siglo XVI, aunque haya aumentado el número de cuerdas (de las 24 o 27
originales a las actuales 32, 33, 34 o 37). Además, carece de pedales, de
allí que sólo se puedan ejecutar en ella escalas diatónicas, generalmente
del modo mayor (TTSTTTS), por lo que los arpistas —antiguos y mo-
dernos— se han valido del cambio de afinaciones (alteración), para poder
tocar piezas en el modo menor (TSTTSTT).
Lo anterior resulta curioso, pues es claro que esta versión del instrumento
se resistió a la innovación de los pedales para poder ejecutar todas las notas
de la gama cromática, introducidos por el alemán Cristian Hochbrucker
en 1720 y perfeccionados por la casa fabricante Érard un siglo más tarde,
así como la doble o triple encordadura del Barroco tardío (en consecuen-
cia, estos datos sugieren que la fabricación de arpas en Venezuela es muy
anterior a las modificaciones mencionadas). Por el contrario, los arpistas
populares venezolanos conservaron las antiguas prácticas medievales de
construcción y ejecución, como aquella en la que el arpista produce un
semitono ascendente con la presión de una cuerda con la uña o el pulgar
cerca del clavijero (para ello a veces los ejecutantes venezolanos se calzan
una uña de acero). Esto encaja con ciertas recomendaciones que hace el
vihuelista —y por lo visto arpista también— Alonso Mudarra, quien en la
pieza para arpa u órgano de su libro de 1546 señala cuáles eran los signos
que se utilizaban para «semitonar» la cuerda (bemol o sostenido) , y los 26
25 Aunque se sabe que el arpa es un instrumento conocido desde la más remota antigüedad, «[…] la
palabra harpa sólo aparece en el 600 d.C., en que la usa el arzobispo de Poitiers Bernardino Fortuna,
pero parece que el nombre genérico correspondía entonces a instrumentos de cuerda y a la lira»
(Aretz, 1987: 343).
AGN / CNH
26 Dice Mudarra en su libro: «Para formar los semitonos se ponen estas dos señales. b. #. En las
cuerdas que cualquiera dellas estubiere se a de poner el dedo acerca de la clavijas» (Mudarra, 1546:
36 Folio LXI recto).
comentarios que hace Bermudo acerca de que ésta era una de las habili-
dades de un arpista de su tiempo llamado Ludovico, cantor de capilla de
los reyes católicos, cuando realizaba cadencias finales cuya nota conclusi-
va iba precedida de una sostenida o segunda menor:
Más de un siglo más tarde (1677), el tratadista para guitarra y arpa Lu-
cas Ruiz de Ribayaz proporciona otros detalles de este tipo de ejecución,
omitidos por Bermudo:
Con esto, y saber que los sostenidos, y bemoles, quando se hazen con la
mano izquierda, se arrima el indice de dicha mano a la cuerda que se haze
dicho bemol, ò sostenido, por junto a la cabeça de dicha Arpa, y se hiere
con el largo [dedo medio]: y quando se ha de hazer con la mano derecha
ha de ser arrimado el dedo pulgar de la izquierda también por junto la
cabeça a la cuerda en que se señala, y herirlas con el largo, ò el indice de la
derecha, que se hallase mas cercano (en: Calvo-Manzano, 1982: XXVI).
27 Hemos hecho esfuerzos por encontrar alguna documentación del tal Ludovico, y la única re-
ferencia que se hace de él, aparte de las ya citadas por Mudarra y Bermudo, es una pequeña nota
en el voluminoso Catálogo Real de Castilla (1532), hecha por el cronista y funcionario español
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557). Este libro ha sido afortunadamente transcrito
y está disponible en la web gracias al trabajo de la doctora Evelia Ana Romano de Thuesen, de la
Universidad Santa Bárbara de California. La cita es la siguiente: «[…] aquella frótula que yo oy
alguna vez tañer e cantar a Ludoujco, el de la harpa, e estando pressente el duque de Calabrja en
Madrid, el año de mjll e qujnjentos e diez años en la cámara del Católico Rey Don Fernando en su
presençia e de su muger ques la que agora el duque tiene por suya. Que dezía assí: “A la mía gran
pena forte, / dolorosa, aflita e rea / diuiserunt vestem mea / e super eam miserunt sortem”, etcétera»
(Oviedo y Valdés, 1992: 1611). La letra completa de esta canción italiana o frottola se encuentra en
el Cancionero Musical de Palacio. 37
lo menos desde tiempos de Ludovico— que los bemoles se obtenían —ne-
cesariamente— tensando la cuerda más grave inmediata. Por lo que el si
bemol se producía tensando la cuerda de la un medio tono, produciendo
un la sostenido. Esto es un ejemplo más de temperamento igual «de facto»
producido por necesidades prácticas.
En efecto, Mudarra incluyó una obra para vihuela que imitaba la mane-
ra de tocar del famoso arpista Ludovico, donde se ven «falsas» (disonan-
cias o «notas equivocadas») que se lograban con este método de ejecu-
ción. Algo realmente inédito para la época, según las reglas de armonía
medievales todavía vigentes. La pieza de Mudarra se titula «Fantasia
que contrahaze la harpa en la manera de Ludovico. Es difícil hasta ser
entendida» . En ella incorpora la siguiente advertencia, casi como para
28
28 Como nota al margen, debemos añadir que la pieza de Mudarra presenta una versión altera-
AGN / CNH
Preferimos creer que pudieron haber sido muchos otros: españoles, afri-
canos, indígenas y mestizos quienes, a lo largo de 300 años, colectiva-
mente, pudieron muy bien reprocesar y readaptar la técnica del arpa
popular española en los llanos y costas venezolanas, sin «Ludovicos» con-
cretos que vinieran a «resolver el problema» montados en una carabela.
Efectivamente, esto nos hace recordar una frase que le escuchamos al
musicólogo Danilo Orozco en el año 2006, y en la que éste decía que
«Los géneros musicales no surgen porque alguien se monte en un bar-
quito».
[…] suelen afinar el arpa hasta de seis maneras diferentes, para cada
tono y su relativo30 […], pero además, pueden pisar una cuerda para
subirla un medio tono […].
29 Los arpistas tradicionales de sexo masculino prefieren ser llamados arpistos que arpistas.
30 Similares prácticas anota Bermudo acerca de los arpistas de su época, que alteraban la afinación
de determinadas cuerdas para cambiar su modalidad, en vista de la limitación diatónica del instru-
mento (Cf. Bermudo, 1555: Libro Cuarto, Cap. LXXXVIII, folio CX vto). 39
der. Para esto usan el pulgar de la mano izquierda en el que calzan una
uña de acero, o se dejan crecer la propia uña, con la que pisan la parte
superior de la cuerda junto a la clavija, con la cual se logra el ascenso
de medio tono. (Los arpistas jóvenes que aprenden a tocar el arpa en
Caracas, logran hoy día muchas modulaciones y acordes alterados gra-
cias al uso de este procedimiento) (Aretz, 1967: 187).
Fue esta misma arpa diatónica la que se utilizó desde los primeros tiem-
pos coloniales en los oficios religiosos, mucho antes del florecimiento del
joropo como género, pues era el único instrumento relativamente barato
y de fácil construcción y transporte que podía parangonarse sonoramente
con el órgano —a falta de éste—, no obstante sus limitaciones intrínsecas
(diatonismo).
No debe ser mera casualidad que todos los datos hasta ahora suscritos
tengan como común denominador el hecho de haberse desarrollado en
los centros de más intensa actividad misional de indios (llanos centrales
y algunas zonas de los valles de Aragua), así como en aquellas regiones
donde existía una fuerte actividad ligada a las haciendas de las costas
centrales, y no en los grandes y primeros centros urbanos del siglo XVI,
como lo fueron Cubagua (Nueva Cádiz), Margarita (San Juan Bautista,
La Asunción y Porlamar), Coro, Cumaná y Caracas . Incluso la primera 31
Pero ¿qué clase de música tocaban estos arpistas? El vínculo entre Espa-
ña y el joropo seguramente no se limitó a la simple importación de un
instrumento. Tanto en el Renacimiento como en el Barroco era común
encontrar en los libros de cifras indicaciones precisas en las que se decla-
raba que las composiciones no eran exclusivas para vihuela, sino también
para arpa y órgano (las obras no se concebían para un instrumento o so-
noridad determinados). Alonso Mudarra, como vimos, incluye una pieza
para arpa renacentista u órgano en su libro «para vihuela» de 1546; Ve-
negas de Henestrosa (1557) titula su obra Libro de cifra nueva para tecla, arpa
y vihuela; Tomás de Santa María (1565): Libro llamado Arte de tañer fantasía,
así para tecla como para vihuela; Antonio de Cabezón: Obras de música para
tecla, arpa y vihuela (1578); Gaspar Sanz: Instrucción de música sobre la guitarra
31 Hoy día, sin embargo, el joropo está tan extendido por el territorio nacional que podemos hablar,
aparte del llanero y central (Miranda, Aragua y Distrito Capital), de joropo guayanés, cordillerano
(zona de El Guapo, Barlovento y norte de Guárico), carabobeño, andino, larense y oriental. Esta ca-
tegorización se la debemos a los acuciosos estudios que sobre el particular ha efectuado la profesora
e investigadora Katrin Lengwinat (cf. 2006: 46). 41
española […] con un breve tratado para acompañar con perfección, sobre la parte muy
esencial para la guitarra, arpa, y órgano, resumido en doce reglas, y ejemplos los más
principales de contrapunto, y composición (1674) ; y el guitarrista Lucas Ruiz de
32
Ribayaz (1677): Luz y norte musical para caminar por las cifras de la guitarra espa-
ñola, y arpa, tañer, y cantar a compás por canto de órgano y breve explicación del arte
con preceptos fáciles, indubitables, y explicados con claras reglas por teórica y práctica . 33
Ivonne Rokseth observa que en ciertos romances los términos vieler (tocar
la vihuela), narper (tocar el arpa) y faire lai (trovar) son sinónimos (New
Oxford History of Music, «The instrumental music of the Midle Age»,
1960) (en Beltrando-Patier, 2001: 259).
32 En este tratado, Gaspar Sanz afirma que «[…] lo contenido en este compendio sirva igualmente
para todos los músicos, porque las mismas reglas que diré en las cifras para la guitarra, los organis-
tas y arpistas pueden aplicarlas a sus instrumentos, pues con los nombres de las consonancias, y los
números que se apuntan sobre las solfas, para declararlas, les será a todos muy fácil executar estos
preceptos» (Sanz, 1674, 1697: Folio XCI).
33 El primer tratado escrito exclusivamente para arpa aparece en Madrid en el «tardío» año 1702,
elaborado por el arpista español de la Catedral de Toledo Diego Fernández de Huete, titulado Com-
pendio numeroso de zifras armónicas para arpa de una orden. Sin embargo, Lucas Ruiz de Ribayaz
(Calvo Manzano, 1982: 32), quien es de los tratadistas para vihuela y guitarra el que más repertorio
explícito para arpa incluye en su libro, explica que el teórico Andrés Llorente tenía listo un tratado
para el arpa —hoy perdido—, titulado «Melodias mosicas: y Juan del Bado [c. 1615-d. 1675, de
quien se conoce un libro de misas] trata de imprimir para el arpa, y no ay duda que si lo hace, serán
sus obras muy selectas, y de estimar». Es de suponer que este compositor no logró su propósito o
que su obra —al igual que la de Llorente— se haya perdido, pues no tenemos conocimiento de que
se haya impreso un libro semejante de su autoría.
34 Una nota manuscrita, probablemente puesta por un vendedor del siglo XVI en la portada de un
ejemplar del libro para vihuela de Enríquez de Valderrábano Silva de sirenas (1547), conservado en
la Biblioteca Nacional de Madrid, dice que su precio estaba tasado «[…] en dos ducados»; es decir,
7,2 g / oro. En moneda actual, esto equivaldría a unos 1.612 $, precio que seguramente muchos
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considerarán excesivo para un libro de mediano formato como ése (28,6x20 cm; Cf. Anglés, 1941:
40). Pese al avance que representó la invención de la imprenta, estos tratados seguían siendo muy
costosos, en especial debido al tiempo que necesitaban para su producción. El de Luis Milán, por
42 ejemplo, se comenzó a imprimir en 1535, en fecha imprecisa, y se terminó el 4 de diciembre de
a todos por igual; tanto a vihuelistas, arpistas y tecladistas. Quizás el que
demuestra mayor sinceridad ante este problema sea Hernando de Cabe-
zón, hijo del célebre organista de Felipe II (1527-1598), quien publicó en
cifra las obras de su padre en 1578. Hernando admite que los vihuelistas,
debido a las limitaciones de su instrumento frente al órgano, no podían
ejecutar todas las notas cifradas en su libro, por lo que deja al arbitrio
del ejecutante de vihuela cuáles tocar y cuáles obviar, en una especie de
versión simplificada, incompleta, de las cifras originalmente escritas para
tecla:
[…] ay muchas obras [de tecla] que no caben en la vihuela, y mire [el
ejecutante] si la disminución que tiene es difficultosa de sestas, o deze-
nas, subientes o descendientes de corcheas, o semicorcheas, porque no las
podrá tañer, aunque tenga buenas manos: porque así como la vihuela es
instrumento más perfecto que la harpa y tecla, así más difficultoso.
36 Según la obra teórica Llave de la modulación y antigüedades de la música, publicada por Soler
en Madrid en 1762 (cinco años después de la muerte de Scarlatti), el célebre clavecinista fue alumno
«DE DON JOSEPH DE NEBRA, Organista, y Vice-Ministro de la Real Capilla de S.M. (que Dios
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guarde) y Maestro de Música del Serenissimo Infante Don Gabriel» (p. 29). Este Nebra (1702-1768)
fue un importante compositor de la escena musical española, y sin duda conoció a Domenico Scar-
latti, al margen de las muy posibles interacciones musicales entre ambos, que Nebra pudo transmitir
44 a su aventajado alumno
en la primera mitad del siglo XVIII la utilizó Domenico Scarlatti en va-
rias sonatas para clavecín [L. 323/K. 215, L. 379/K. 7 y L. 432/K. 44].
(Véanse anexos 6, 7 y 8)
37 Recientemente pudimos revisar la partitura de una obra coral de Adriano Banchieri (1568-1634),
llamada Balletto di Villanelle, así como una Lauda Filippina del siglo XVI, de compositor descono-
cido, en las que insistentemente se observa este mismo patrón rítmico 45
las cuerdas metálicas en el registro agudo del arpa central, pues lo cierto y
objetivamente verificable es que en aquellos tiempos remotos este tipo de
material estaba muy por encima de las posibilidades de acceso de los escla-
vos y de la gente del pueblo en general.
En relación con este punto, contamos con un dato proporcionado por Isa-
bel Aretz, quien preguntó personalmente a algunos arpistas el motivo y
origen del uso de las mencionadas cuerdas. Éste es parte de su informe:
Las cuerdas de acero usadas actualmente para las notas más agudas [en
el arpa central] han reemplazado al antiguo encordado de tripa y fueron
innovación —según el arpista Salvador Flores— de un arpista aragüeño
llamado Félix Moral, quien convino en afinar las arpas así para obtener
mayor sonoridad. Eso habría ocurrido en 1892 y su procedimiento se ha-
bría extendido, al ser aceptado por otros arpistas de la época. Efectivamen-
te, según datos que obtuvimos en 1947 de un arpista de Tucupido (estado
Guárico) don José Rafael Vidal, de 78 años, el arpa campesina se afinaba
antiguamente sólo con cuerdas de tripa pues las primeras cuerdas de acero
llegaron a Tucupido hacia 1900, traídas de Caracas por don Rubén Sisco,
un «amo de tienda».
38 La misma dificultad intrínseca para la obtención de cuerdas de metal lo era también en el pasado
para las clavijas de hierro en los constructores populares de arpas, quienes se veían precisados a
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tallarlas en madera. De esos antiguos instrumentos, que aún existían hasta tiempos relativamente
recientes, nos dice Isabel Aretz: «Las clavijas son casi siempre de hierro, pero primitivamente se
labraban también de madera. En Tucupido hallamos un instrumento muy tosco y muy viejo, con
46 clavijas rudimentarias de madera, pero estos instrumentos son ya escasos» (ibídem: 181).
de tripas animales, como la de monos, o de fibras tendosas de los múscu-
los dorsales de serpientes constrictoras, como la anaconda. Y por su lado,
el naturalista Jean Joseph Dauxion-Lavaysse (quien visitó Venezuela entre
1805-1808) tampoco dice nada de cuerdas metálicas o para arpas en gene-
ral, pese a que elaboró un inventario de bienes y objetos de uso nacional, en
donde sí enumera una importante cantidad de guitarras y cuerdas para las
mismas (cf. ibídem: 229-230).
Lo prudente en estos casos es no sobreestimar los datos que aportan las evi-
dencias. Según lo que hemos tratado hasta aquí, lo único que sugieren es la
indudable interacción sociocultural operada entre blancos, afrodescendien-
tes y mestizos en el contexto de las haciendas coloniales al margen —como
hemos dicho—, de otras que seguramente se dieron entre los segundos y
terceros con los «blancos de orilla» o inmigrantes pobres de la Península,
quienes también trajeron sus músicas (a nuestro juicio, esta influencia es
mucho más importante y significativa que las que pudieron venir de los
salones mantuanos) . 39
Por supuesto, una información de esta naturaleza no puede pasarse por alto,
siempre y cuando se le dé su justo valor relativo. Indudablemente tuvo que
39 En línea con esto, resultan sumamente esclarecedoras las apreciaciones efectuadas por Colima
(2006: 17-22), cuando afirma que el repertorio del arpa central no podría explicarse simplemente
por un mecanismo de «repetición» o «imitación por oídas» —por parte de los arpistos coloniales—
del repertorio que escuchaban proveniente de la «casa grande» de las haciendas de cacao. Por eso,
resulta inadecuado, o cuando menos inexacto, hablar aquí de un proceso de «cultura inducida», sino
entenderlo como de «cultura acuñada», en donde los «colonizadores populares» fueron portadores
de una tradición musical que aquí se arraigó, bajo formas muy particulares, producto de un inter-
cambio cultural muy diferente al que pretende hacer ver al «amo» —supuestamente perteneciente
a una «cultura superior»— como aquel que cede involuntariamente su sabiduría musical a la plebe. 47
haber intercambio cultural-musical entre esos dos grupos sociales (esclavos
afroamericanos y sus descendientes; 50% de la población de aquella época,
con blancos pudientes), aunque ésta fuera indirecta y siempre dominada
por las lógicas contradicciones de clase. Incluso podríamos reconocer, así
sea parcialmente, que la estructura básica de la sucesión de piezas indepen-
dientes bailables en el joropo central, que nuestros músicos llaman revuel-
ta, hornada o jornada, y que es el encadenamiento del pasaje y los golpes
de Yaguaso , Guabina , Marisela y la Llamada del Mono o el Coco, algo
40 41
40 El término yaguaso alude a una especie de pato silvestre, presente en Venezuela en tres subes-
pecies: yaguaso cariblanco (Dendrocyna viduata), yaguaso colorado (Dendrocygna bicolor) y pato
güirirí (Dendrocyna autumnalis).
41 Como en el yaguaso, esta parte de la secuencia del joropo central hace referencia a un animal, en
este caso un pez de agua dulce de piel resbalosa, por lo que en sentido figurado se aplica también a
las personas que se caracterizan por ser «resbalosas» o «guabinosas»; que escapan a cualquier tipo
de compromiso o evitan pronunciarse categóricamente sobre algún tema.
42 La profesora e investigadora Katrin Lengwinat cree, al contrario, que esta diferencia de timbre en
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el joropo central actual es producto de su comercialización, y por ello asevera que «un canto claro
y voluminoso reemplaza al estilo de canto que originalmente es nasal y presionado» (Lengwinat,
1998: 170). No obstante, resulta notable que el canto llanero, sometido a las mismas coerciones
48 comerciales, haya permanecido invariablemente nasal.
plado, nasal y lleno de melismas del joropo llanero, más apropiado para
43
Justamente, este aspecto sea donde quizá se evidencien con mayor fuerza
otras influencias impresiones, probablemente andaluzas y/o canarias . 45
43 En este sentido, resultan reveladoras ciertas apreciaciones despectivas de algunos viajeros del
siglo XIX acerca de la particular manera de cantar que tiene la gente del llano. Así, el naturalista
alemán Kart Ferdinand Appun, quien recorre el país entre 1849 y 1859, expresa: «En la cima de la
altura, formada por una pequeña meseta, estaba en una aldehuela de pocas chozas de barro, entre
las que se podía hallar dos pulperías. Como oyera sonar desde [una de las pulperías] […] horribles
sonidos de falsete, acompañados por la cítara, el tambor y la maraca obligatorios, me vi obligado a
hospedarme en la otra, que se hallaba un poco alejada» (Karl Ferdinand Appun, En los trópicos. En
Benedittis, 2002: 236). Otro europeo, más lapidario que Appun, Wilhelm Sievers (1884), se queja
así del cantar de los llaneros: «Basta con echar un vistazo hacia el interior de una “pulpería” para
44 El filólogo polaco-venezolano Ángel Rosenblat, en una oportunidad dijo al respecto: «La in-
fluencia indígena se manifiesta sin duda en la entonación regional. Es un hecho de la lingüística
general que toda población nueva adquiere la lengua conquistadora con su propia entonación. La
población indígena y mestiza de los siglos XVI y XVII habló sin duda el español con la tonada
peculiar de sus antepasados indios» (en Chumaceiro y Álvarez, 2004: 77).
45 Es muy posible que en el llano venezolano se haya dado la coincidencia de combinarse la tesi-
tura vocal propia de las etnias indígenas guahiba, otomaca y taparita (las dos últimas desaparecidas
por completo en el siglo XX por efecto del mestizaje <cf. Rosenblat, 2002: X>) con lo que pudieron
traer andaluces y canarios por su cuenta: «[…] [los] galeones españoles […] partían de los puertos
de Cádiz o Sanlúcar haciendo escala en las Islas Canarias; además [allí se daba] la inmigración de
agricultores canarios a las tierras que colonizaba España. De aquí que también [ciertos cantos ame-
ricanos] tengan características notables de cantos isleños, como es el tono agudo y nasal, adornos
e inflexiones vocales difíciles de transcribir a la notación actual por desviarse de nuestra afinación
temperada, lo cual establece cierta elasticidad en la producción del sonido» (Linares, 1982: 249).
Además, debe tomarse en cuenta que el canario es considerado, por la mayoría de los especialistas,
como un dialecto derivado del andaluz (Cf. Chumaceiro y Álvarez, op. cit.: 34-35). 49
EL FANDANGO Y OTRAS DANZAS ESPAÑOLAS
EN LOS PATRONES RÍTMICO-ARMÓNICOS DEL JOROPO
[…] dar pie a la investigación sobre los parentescos de esta música con las
danzas españolas del siglo XVII, y establecer de esta manera conjeturas
sobre su posible origen en ellas, al observar semejanzas e influencias (Ibí-
dem: 225-226).
Que nosotros sepamos, este trabajo no ha sido hasta ahora abordado por
nadie en Venezuela de manera sistemática, aunque inequívocamente di-
cho enfoque sería de gran ayuda para abrir los caminos que expliquen
cómo el joropo llega hasta nuestros días; para determinar qué influencias
recibió de la música española y cuáles elementos incorporaron los artistas
populares en el curso de 300 años. Claudia Calderón, sin duda la que más
se ha acercado a ese objetivo con su trabajo de transcripción e interpreta-
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46 En su trabajo, seguimos encontrando juicios como el que sigue: «La fuerza tropical, el sol, el
temple del rigor de la naturaleza y los paisajes inmensos, los ríos, el Orinoco, el Amazonas... todo
47 Sin restarle ningún mérito, creemos que la autora en su citado artículo se excedió un tanto en el
tono de las críticas formuladas al trabajo El joropo, baile nacional de Venezuela, del Maestro Ramón
y Rivera. Esto porque parece no tomar suficientemente en consideración las inmensas dificultades
que implicaba un trabajo pionero como el que él emprendió desde los años 40 del siglo pasado. Con
gran diferencia, hoy nosotros tenemos a nuestra disposición tecnologías y avances en la recolección
y procesamiento de datos que ni remotamente Ramón y Rivera y su esposa en aquel entonces, Isabel
Aretz, soñaron tener a su alcance.
48 De estos dos grandes grupos, los guitarristas representan la fuente más importante, pues sus
tratados son como una especie de inventario de las danzas populares españolas del Barroco. En
ese sentido, resultan de vital importancia para determinar cuáles fueron —mediante el respectivo
análisis interno— las danzas españolas que posiblemente pudieron influir en nuestro joropo. Esos
libros, aparte de los textos de Amat (1596), Sanz (1674) y Ribayaz (1677) citados anteriormente,
son: Método muy facilísimo para aprender a tañer la guitarra a la española, de Luis Briceño (París,
1626); Nuevo modo de cifra para tañer la guitarra, de Nicolás Doizi de Velasco (Nápoles, 1640); y
Poema harmónico, compuesto de varias cifras por el temple de la guitarra española, de Francisco
Guerau (Madrid, 1694). De todos ellos el que reviste mayor jerarquía, según los especialistas, es el
del aragonés Gaspar Sanz: «Gaspar Sanz los estudia [los tratados escritos para vihuela y guitarra]
atenta y profundamente, junto con las obras extranjeras […], y resume todo su saber y práctica en
la obra que calificamos como la más importante de su siglo, merecedora, ya en su época, de los ma-
yores elogios» (Luis García-Abrines, «Nota biográfica y crítica» de la versión facsímile del tratado
Instrucción de música sobre la guitarra española […]. En Sanz, 1674: XXII). 51
joropo —insistimos— como un «fandango tropicalizado» o algo que se-
gestó en Venezuela mediante la catálisis operada por el clima tórrido y la
fisiografía del país.
Enríquez de Valderrábano
Silva de sirenas, 1547
49 El Códice Saldivar IV es un manuscrito que contiene 68 tablaturas para guitarra barroca. Debe
su nombre al musicólogo mexicano Gabriel Saldivar y Silva (1909-1980), quien lo compró a un
anticuario por 200 pesos en el año 1943 en León (Guanajuato, México). Este códice es casi con
toda seguridad el primer tomo del Pasacalles y obras por todos los tonos naturales y accidentales,
colección inédita que nunca llegó a imprimirse del guitarrista español Santiago de Murcia, del que
también se conserva el segundo volumen, adquirido por Julián Marshall (1836-1903) en la ciudad
de Puebla (Murcia había publicado 18 años antes, en Amberes, una antología llamada Resumen de
acompañar la parte con la guitarra <1714>). Ambos documentos manuscritos tienen una escritura
y encuadernación similar, lo que indica que se trata de la misma obra. Asimismo, el hecho de haber
sido localizada en México, apoya la tesis de los musicólogos Robert Stevenson y Craig Russell,
quienes afirman que Murcia se trasladó a México por aquellos años, junto a su mecenas Joseph Ál-
varez de Saavedra (antiguo notario de Felipe V, fallecido en Puebla en 1737), a quien precisamente
está dedicado el manuscrito. 53
de la constante vigilancia policial de la Inquisición y el poder central . 50
Sin embargo, muchas de esas músicas de que ahora hablamos, hoy día
sobreviven asimiladas a ese género nacional-español que llamamos inva-
riablemente flamenco, y que tantas tipologías —como el joropo— posee.
De ahí que insistamos en la inferencia de que una de las causas para la
poca o nula representatividad de estas danzas en los textos musicales del
Renacimiento y el Barroco español, precisamente, sea porque sencilla-
mente eran producciones ajenas a los ambientes cortesanos.
También de España vienen los primeros datos que permiten señalar cier-
tas tipificaciones. En el transcurso de los primeros 79 años del siglo XVIII,
se registran cinco referencias directas del fandango por fuentes españolas.
A partir de allí, las citas van desapareciendo, en la medida que en el siglo
XIX el antiguo baile se asimila a los «palos» del flamenco:
50 Hay que recordar que en 1640 fueron prohibidas una serie de danzas llamadas «indianas amula-
tadas» por el Consejo de Castilla (cf. Salazar, 2003: 45). Las regulaciones para impresión de libros
—las cuales incluían en lugar preeminente la censura previa— fueron promulgadas en una Real
Pragmática (disposición de carácter general, a diferencia de las reales cédulas) del 7 de septiembre
de 1558, y ampliadas en 1590.
51 Sobre el origen de la palabra fandango existen dos versiones: la primera afirma que proviene del
portugués «fado»; la segunda es que tiene origen africano, quizá bantú, kikongo o namblú: «Según
las investigaciones de Fernando Romero en su Quimba, fa, malambo, ñeque. Afronegrismos en el
Perú (1988), cuando los negros esclavos hacían una tertulia la llamaban “ndonga”. Si la reunión
degeneraba en una pelea se montaba una “fwandonga”, pero si se ponían a cantar la cosa quedaba
en “fundungu”. El problema era la bulla, porque si la juerga duraba toda la noche se convertía en
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“fundanga”, que es como se conoce a la botellona en las junglas del Congo. Y los estudios de Fer-
nando Romero tienen un extraordinario equivalente en México, donde el profesor Álvaro Serrano
Ochoa también ha investigado la etimología africana de fandango en su libro Mitote, fandango y
54 mariacheros (1994)» (Iwasaki, s.f. [Documento en línea]).
Diccionario de autoridades de 1735 define el fandango como el «baile intro-
ducido por los que han estado en los reinos de Indias, que se hace al son
de un tañido muy alegre y festivo». Ya en 1779 el Conde de Noroña, en
su poema burlesco La quincaída, nombra el fandango de Cádiz junto al
polo agitanado y a la malagueña52.
gran mayoría de las tipologías del joropo venezolano, son las siguientes:
compás ternario, que alterna el 3/4 con el 6/8 (polirritmia o politempo-
ralidad); progresiones armónicas que giran no en torno a la tónica sino
a la dominante (V-I-IV-V; caso de los fandangos de Santiago de Murcia,
Soler, algunas sonatas de Domenico Scarlatti y nuestro Galerón, que es-
tudiaremos más adelante); el «zapateado» del baile y, sobre todo, uno de
sus atributos más importantes: la presencia de lo que, avalado por la cos-
tumbre, comúnmente se conoce como escala o cadencia frigia-andaluza.
Dicha estructura —que no es exclusiva de la música de Andalucía— toma
su primer nombre del modo tercero gregoriano (Authentus deuterus), cuya
octava iba de MI a MI.
52 Historia del flamenco, s.f. [Página Web en línea]. Cf. Carpentier, 2004: 61.
53 En 1983 fue descubierto, por la musicóloga canaria Rosario Álvarez Martínez, un fandango cuya
autoría era nada más y nada menos que de Domenico Scarlatti, de quien hasta esa fecha se consideraba
que no había compuesto ninguna obra con esa denominación (cf. http://www.elpais.com/articulo/cul-
tura/SCARLATTI/_DOMENICO/CANARIAS/obras/Scarlatti/descubiertas/Canarias/grabadas/disco/
elpepicul/19850131elpepicul_10/Tes). 55
En el joropo, y en muchísimas danzas españolas de la época —no sólo en
los fandangos, jotas y seguidillas— la escala antedicha la encontramos casi
siempre simplificada en un movimiento descendente del bajo muy caracte-
rístico: LA-SOL-FA-MI, también llamado tetracordo frigio. Este tetracordo
posee transposiciones de RE-DO-SI-LA (cadencia hipofrigia o plagius deuterus),
así como recursos que algunos denominan «versión morisca de la cadencia
frigia», cuyo rasgo principal consiste en la oscilación entre SOL# y SOL
natural del tetracordo, como ocurre en varias sonatas de Scarlatti , o sim- 54
Por otro lado, estas danzas pudieran calificarse como bimodales, pues con-
tienen elementos tanto de los antiguos modos gregorianos (cadencia frigia
o hipofrigia que no se resuelve en el binomio sensible-tónica) como del mo-
derno sistema tonal que se esboza por primera vez en el método de «24
puntos» de los guitarristas de los siglos XVI-XVII, y que en el caso del
antiguo fandango y el joropo se manifestará en la sucesión ininterrumpida
de progresiones armónicas tonales . 56
A la luz de esto, seguro que no sólo fueron los fandangos, jotas y seguidillas
barrocas las que influyeron, en este aspecto (la cadencia modal), al joropo
venezolano. Aunque sólo se trata de uno de tantos libros para guitarra de
los ya citados, el tratado Instrucción de música para guitarra española, de Gas-
par Sanz (en sus múltiples ediciones entre 1674 y 1697), nos proporciona
nada menos que 15 piezas variadas donde encontramos claramente, en
por lo menos 38 oportunidades, la típica cadencia frigia. Dos Gallardas,
dos pavanas, cuatro pasacalles, dos jácaras, un pasaje del bajo, una folía,
una españoleta, una mariona y un marizapalos , del citado libro, dan fe
57
57 Edición de 1697: Folio 20: Gallarda, compás 10; Pavana, compás 3; Folio 21: Pasacalle,
compases 6-7; Folio 22: Jácaras, compases 24 y 55; Folio 35: Pasajes del bajo sobre el primer
tono para el uso y práctica de acompañar con las reglas pasadas, compases 10, 32 y 37; Folio 40:
Gallardas, compases 15, 18, 24-26 y 56; Las Hachas, compases 14-15; Folías, compás 27; Folio 41:
Jácaras, compases 27-28; Folio 42: Españoleta, compases 43-44, 52, 54 y 60; Pasacalles, compa-
ses 11, 13-14; Folio 44: Marionas, compases 3, 50, 122, 124, 127-128; Folio 47: Pavanas, compases
11-12, 45-46; Folio 52 (Edición de 1697): Pasacalles por la E y D, compases 16, 22, 24-25 de la
pasacalle por la E; compases 12 y 56 de la pasacalle por la D; Folio 55: Pasacalles, compás 29.
Igualmente, en otras tantas oportunidades el guitarrista aragonés emplea variaciones de la cadencia
fundamental LA-SOL-FA-MI, tales como LA-SOL-FA-MIb, o LA-SOL-FA#-MI.
58 Citando al Padre José Antonio Donostia, L. F. Ramón y Rivera (1953: 38-39) expresa que las
construcciones de escalas frigias «han venido a constituir el tipo español tan característico […] que
parece ser si no el único modal, sí el más vulgarizado de la música española». 57
La vihuela utilizada por Narváez en este caso era la más aguda teórica-
mente, una vihuela en ARe (LA). Si tomamos esto en consideración, la
cadencia frigia es plenamente identificable en el compás 21 del romance.
(Véase anexo 26)
Tal como sucede con toda tradición oral, los arpistas tradicionales se-
guramente están reproduciendo técnicas y estilos barrocos sin conocer
su procedencia exacta, incluyendo las reglas que los gobiernan (pese al
disgusto que esto causa entre algunos arpistas cuando se le señalan estas
semejanzas, pues se resisten a creer que su música tenga algo que ver con
el Barroco o la música antigua europea). (Véase anexo 28)
El fandango del padre Soler tiene como una de sus características princi-
pales la repetición de dos bajos cadenciales. Ambos son adaptaciones del
ya mencionado bajo de Alberti. El primero es LA-LA-MI-DO#-SOL-FA
(trascripción de Samuel Rubio, en Em; el original estaba en Dm) seguido 59
59 Las secciones utilizadas de esta pieza son las Unión Musical Ediciones, S. L. (1972). 59
LA SÍNCOPA Y EL CONTRATIEMPO. POLIMÉTRICA
DEL JOROPO Y LA PROPORCIONALIDAD DE LA
MÚSICA RENACENTISTA Y BARROCA
[...] El talento musical está muy difundido en Venezuela, aunque el cul-
tivo del arte se halla a bajo nivel. Mientras las clases mejores, los criollos
blancos, encuentran gusto casi exclusivamente en la música de baile, el
arte del pueblo bajo consiste en improvisar canciones. Principalmente, los
habitantes de Los Llanos son maestros en eso, por lo cual el canto llanero
goza de gran celebridad en el país.
Los dos individuos de color que esa tarde en Las Adjuntas encantaban a
sus compañeros eran peones llaneros al servicio de un arriero que iba para
Caracas [...]. La diferencia entre los tonos mayor y menor es bien cono-
cida de esta gente; pero el único ritmo que emplean es el compás 6/8. Se
toca en la mandola una pequeña melodía en dicisisavos y se la repite con-
tinuamente [...]. Generalmente, no concuerdan con el acompañamiento
el ritmo ni la melodía del canto [...]. Yo lamentaba solamente no estar en
condiciones de escribir esta notable y conmovedora música e imprimirla
en la memoria. El compás es tan rápido, que en conjunto pasa como un
animal de cacería: apenas logré retener cortas frases aisladas.
Carl Sachs,
60 En los cantos de fulía, por ejemplo, donde el componente afro es indiscutible, «[…] el cuatro
ejecuta ritmos de corcheas y semicorcheas (2x4), en tanto que la charrasca y sobre todo la tambora
ternarizan dicho acompañamiento» (Ramón y Rivera, 1969: 51). 61
estructuras simétricas) , responde en gran medida a la pervivencia de la
61
61 También es importante resaltar que los géneros musicales musulmanes del al-Ándalus: la nawba,
la moaxaja y el zéjel, que convivieron por mucho tiempo en España con la música cristiana, eran
explícitamente polirrítmicos.
62 También en Italia y Francia encontramos algunos ejemplos de esta práctica: «Sperindio Bertoldo
(c. 1530-1570) alterna el ritmo binario con el ternario en uno de sus ricercari y lo termina con una
improvisación» (Reese, 1988: 633). «Cada una de las obras a 4 [del compositor francés Claude le
Jeune] se inicia con una sección parecida a un motete, en ritmo binario, y acaba con una más breve,
que recuerda a una danza, en ritmo ternario» (ibídem: 659).
AGN / CNH
63 El único vihuelista que no utiliza estas técnicas es Esteban Daça (1576), carencia que advierte
desde el mismo prólogo de su libro: «No trato de las proporciones, porque en este libro no se hallará
62 ningún género de proporciones» (folio 4).
En el Barroco español también encontramos la utilización de las técnicas
proporcionales de la música mensural, aunque tejidas más a la dinámica
de la melodía acompañada que a la polifonía medieval-renacentista. En
el Barroco, como dice el musicólogo Dominique Patier, «los ritmos, que
huyen del rigor del antiguo tactus, se liberan y se vuelven irregulares»
(2001: 399). De aquí proviene el juego rítmico hemiolado o sesquiáltero
español, del 6/8 y el 3/4, que observamos en el joropo y el fandango, pero
también en una zarabanda del libro de Gaspar Sanz: (Véase anexo 37 y 38)
64
EPÍLOGO
Aunque no esperamos ni remotamente haber agotado el tema de las múl-
tiples proyecciones que la música del Barroco español tuvo sobre el más
reconocido género musical venezolano, creemos haber abierto varios en-
foques que, a nuestro juicio, han sido incompletamente transitados hasta
ahora. La profundización del tema —que naturalmente amerita un tra-
tamiento más exhaustivo, con muestras de campo que incluyan graba-
ciones y entrevistas a los distintos cultores del género—, enriquecido con
nuevos trabajos que tomen consideración de los elementos hispánicos
presentes en las distintas tipologías del joropo, contribuirá sin duda a
despejarlo de muchos mitos y errores apreciativos.
66
LISTA DE REFERENCIAS
Fuentes impresas (libros y artículos)
Álvarez M., C. L. (2002). Presencia de la música en los relatos sobre Venezuela de
los viajeros de la primera mitad del siglo XX. Caracas: UCV / Fondo Editorial
de Humanidades y Educación.
Anglés, H. (1941). La música española desde la Edad Media hasta nuestros días.
Barcelona (España): Biblioteca Central de la Diputación Provincial.
Benedittis, V. de. (2002). Presencia de la música en los relatos de viajeros del siglo
Cabezón, A. de. (1578). Obras de música para tecla, arpa y vihuela […] recopi-
ladas y puestas en cifra por Hernando de Cabezón, su hijo. Madrid: Casa de Fran-
cisco Sánchez (Versión moderna corregida por Higinio Anglés <1966>,
Segunda Reimpresión, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
Madrid: 1996).
Calderón, C. (1999). Estudio analítico y comparativo sobre la música del joropo, ex-
presión tradicional de Venezuela y Colombia. Revista Musical de Venezuela, 39,
219-258. 67
Calvo-Manzano, R. (1982). Lucas Ruiz de Ribayaz. Luz y norte musical. Ma-
drid: Editorial Alpuerto.
Calzadilla, P. E. (2005). Por los caminos de América en el siglo de las luces. La socie-
dad colonial hispanoamericana del siglo XVIII a través de los viajeros europeos. Caracas:
Fondo Editorial Trópykos.
Chumaceiro, I., Álvarez, A., (2004). El español, lengua de América. Historia y de-
sarrollo del español en el continente americano. Caracas: Los Libros de El Nacional.
(2004). El espíritu creativo del arpista en el joropo central. Elementos obligatorios y fa-
cultativos y el caso de la llamada al yaguazo. Revista Musical de Venezuela, 44,
AGN / CNH
178-195.
(2006). Una mirada a las danzas de la Venezuela colonial a través de fuentes documen-
tales de los siglos XVI, XVII y XVIII. Revista musical de Venezuela, 45, 54-75.
ponible: http://64.233.167.104/search?q=cache:51tA_WxTakoJ:www.
fernandoiwasaki.com/hemeroteca/fanadango.pdf+fandango%2Betimolo
70 g%C3%ADa&hl=es&gl=ve&ct=clnk&cd=1 [Consulta: 2006, Mayo 30].
Serrallet, R. (2004). La guitarra y Doménico Scarlatti. Revista Musical
Chilena [Revista en línea], 202. Disponible: http://www.scielo.cl/scie-
lo.php?pid=S0716-27902004020200005&script=sci_arttext [Consulta:
2006, Febrero 3].
Simbiontes. Cada loco con su tema. La Bomba (ensalada). (s.f.). [Pági-
na Web en línea]. Disponible: http://www.simbiontes.com/archives/a-
pecho-descubierto/la-bomba-ensalada.php [Consulta: 2006, Mayo 13].
Yánez, O. (2004). Así son las cosas. ¿Qué se hicieron esos joroperos? El
Universal [Periódico en línea]. Disponible: http://playball.eluniversal.
com/2004/07/02/ccs_art_02288G.shtml [Consulta: 2006, Agosto 7].
Fuentes almacenadas
en soportes informáticos tangibles
Diccionario de Historia de Venezuela [CD]. (1999). Disponible: Funda-
ción Polar.
71
AGN / CNH
72
ANEXOS
(1)
Imagen tomada de http://lilypond.org/doc/v2.12/Documentation/user/lilypond/
Figured-bass.es.html
(2)
Fernando VI, quien fue rey de España entre 1746 y 1759. Quizá se trate del único
monarca que presenció un baile de joropo en su Corte, si debemos dar crédito a los
informes referentes a la prohibición contra este baile del año 1749. Imagen tomada de
http://www.flg.es/HTML/Obras_7/FernandoVI_7520.htm 73
(3)
74
(4)
Indicación del libro de Mudarra sobre las falsas relaciones cromáticas de la pieza que
imitaba el arpa de Ludovico. Imagen tomada de Somoza, J., González, C. y Arriaga, G.
[CD]. (s.f.). Los libros de vihuela.(5)
(5)
Dos ejemplos de arpas diatónicas utilizadas por músicos populares italianos en el siglo
XIX (Museo Nazionale degli Strumenti Musicali, Roma. Fotografía tomada en octubre
de 2005 por el autor).
75
(6) Sonata L. 323/K. 215
76
(9)
Españoletas, Gaspar Sanz, 1674 (Ediciones Max Eschig, París)
EL JOROPO. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DESDE EL BARROCO HISPANO HASTA NUESTROS DÍAS
77
(10)
(11)
(12)
AGN / CNH
78 Giga 1 Santiago de Murcia, dos gigas, 1714 (Ediciones Max Eschig, París)
(13)
(14)
(16)
(18)
Algunos compases del adagio del Concierto de Aranjuez, donde se observa claramente
una versión trasportada de la cadencia frigia (DO#-SI-LA-SOL# <notas acentuadas>),
sello distintivo de la música flamenca y algunos golpes del joropo. Tomado de Editorial
Schott Musik International, Mainz,1959.
(19 y 20)
AGN / CNH
80
(21 y 22)
(23, 24 y 25)
Superior (23), cadencia frigia de una españoleta de Gaspar Sanz. Abajo (24-25), la
misma secuencia armónica, esta vez en una pavana de su libro (trans-cripción de Emilio
Pujol, Ediciones Max Eschig, París).
81
(26) Imagen tomada de Somoza, J., González, C. y Arriaga, G. [CD]. (s.f.). Los libros de vihuela.
(27)
Sonata para piano K. 545 en Do mayor de Wolfgang Amadeus Mozart. Clásico ejemplo
de la utilización del bajo de Alberti. Imagen tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/
Bajo_de_Alberti
(28)
84
(29)
«El joropo», manuscrito atribuido a Ramón Montero, fechado en 1879. Colección Archivo
Au-diovisual de Venezuela. Biblioteca Nacional. Imagen tomada de Peñín, J. (2002).
86
(32)
(31)
(33)
(35)
AGN / CNH
(37)
(39 y 40)
Díaz Peña anexo 40) y en un valse criollo (valse Nº 3 <Natalia> de Antonio Lauro). Véase
Colección Archivo Audiovisual de Venezuela. Biblioteca Nacional (en Peñin, J. (2002). La
90 imagen 40 fue tomada de Ediciones Broek-mans & Van Poppel, Ámsterdam, 1963.
(41)
Imagen 41: Portada del Libro di Sonate de Domenico Scarlatti que se halla en el Real
Conservatorio de Madrid, así como fragmento (42) de la sonata K. 87. En esta última
imagen, observamos un elocuente ejemplo de acentuación sincopada de ritmos binarios
en compases ternarios. El medio, aunque después fuese utilizado por Soler en su fan-
dango (como vimos), aquí demuestra un uso extensivo y central —no circunstancial—,
de la composición. La imagen 41 fue tomada de Beltrando-Patier, M. C. (Dir.), (2001).
Historia de la música; imagen 42: tomada de http://icking-music-archive.org/ByCom-
poser/Scarlatti.php
(42)