Libro Elogio Del Panfleto Luis Britto Garcicc81a
Libro Elogio Del Panfleto Luis Britto Garcicc81a
Libro Elogio Del Panfleto Luis Britto Garcicc81a
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La maldición sataniza entonces todo lo que nos conmueve,
nos perturba y nos expresa: lo que hace amigable y grata la vida
y la estética. Estos ensayos se ocupan sistemáticamente de to-
dos y cada uno de los temas tabú para la sagrada academia del
aburrimiento. Su interdicción por lo general dura el tiempo ne-
cesario para que la nueva expresión pierda su vitalidad y acceda
a la necrópolis del museo o a la academia del bostezo. Así como
se legitiman capitales, se lavan géneros malditos. Mediante la
lejía de la banalidad se destiñen de toda carga subversiva, se
transmutan de banderas de rebelión en credenciales de poder.
Aprovechemos para disfrutar de ellos antes de que, como suele
suceder, sean absueltos y convertidos en tediosos por la misma
Cultura Exquisita que hoy los maldice.
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sabe que esta segunda categoría de mensaje no existe. Las
verdades absolutas y objetivas sólo habitan en el Cielo, donde no
necesitaremos escribirlas. Pero estamos en la tierra, en el infierno
de las subjetividades. Sólo el panfleto es verdad.
¿De dónde, entonces, la universal condenación del panfleto, el
unánime aplauso hacia el discurso elevado? En un universo don-
de la única verdad es la subjetividad de nuestro punto de vista, el
discurso elevado permite la única mentira posible: la ocultación
del yo. Para lograrla, su emisor se eleva —es decir, se encarama—
en un parapeto supuestamente impersonal desde donde fulmina
condenaciones en nombre de la Semiología, el Imperativo Cate-
górico, las Buenas Costumbres y todo aquello que se escribe con
mayúscula. En la medida en que el ataque es más abstracto, es
más irrebatible, porque ¿cómo contestarle a una mayúscula? So-
bre todo porque éstas no hablan. Hablan los hombres, los cuales
son más minúsculos mientras más se apoyan en mayúsculas.
Tan absoluta es la regla de la ocultación del yo, que deja en
evidencia de inmediato a los hombres minúsculos que se creen
—equivocadamente— dignos de la alta gloria del panfleto
simplemente porque escriben mal. La incapacidad para el
panfleto se demuestra atribuyendo las opiniones propias a otros
o absteniéndose de firmar. De allí esos lectores del pensamiento
que saben que un público estaba disgustado con un espectáculo
porque rompía a aplaudir a cada instante, los tartufos que
denigran por escrito y sin firmar de aquellos a quienes felicitan en
persona. En uno de sus cuentos, Gabriel García Márquez inventó
un hotel cuyos clientes hacían las necesidades en la calle, previa
la precaución de enmascararse. El hombre minúsculo no vacila
en arrojar su envidia vulgar mientras esconde lo único que podría
darles un sentido: ese centro de imputación que él ha reducido a
un antifaz, y que es precisamente su yo.
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Como corolario de la regla de ocultación del yo, el autor del dis-
curso elevado trata indefectiblemente de ocultar su opinión. Para
ello sigue dos métodos contrapuestos: en los trabajos supuesta-
mente científicos, lo sustituye por un conjunto de indicadores apa-
rentemente objetivos. En los artísticos, lo disimula de manera que
opere sobre el espectador sin que éste lo advierta. Ambas astucias
son simétricamente irrisorias. La naturaleza es un caos infinito de
indicadores a los cuales sólo presta inteligibilidad una opinión so-
bre sus relaciones mutuas (toda metodología no es más que la ma-
nera de hacer comunicable una intuición). La necesidad de que el
creador y sus pareceres estén ausentes de la obra de arte ha sido
predicada por Octavio Paz y por Jorge Luis Borges, sin visible des-
aparición de sus opiniones de la de ellos mismos. La formulación
exacta de este apotegma predica que el creador debe evitar incor-
porar sus opiniones a su obra siempre que sean de izquierda. Pero
decir esto sería panfletario, es decir, verdadero.
Desde tal perspectiva se comprende por qué todos los libros
decisivos en la historia de la humanidad han sido arbitrarios, atra-
biliarios, emocionales, contradictorios y desordenados: en una
palabra, panfletarios. Panfletos el Evangelio y el Corán y el Quijote
y el Zaratustra; panfletos el Contrato Social y el Decreto de Gue-
rra a Muerte; panfleto, por qué no, el Manifiesto Comunista, con
su fantasma que recorre Europa, sus parteras de la Historia, sus
oprimidos que no tienen que perder más que sus cadenas. Contra
lo que los ingenuos creen, nuestra izquierda no ha fracasado por
panfletaria, sino porque su discurso cientificista y economicista
le ha impedido panfletear un ¿Qué hacer?, un La Historia me ab-
solverá, unas Memorias de un venezolano de la decadencia, una
Guerra de guerrillas o una sola frase retumbante por el estilo de
la planta insolente del extranjero.
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Ya no lustramos zapatos: pulimos textos en los talleres literarios
hasta que el charolado nos deslumbra. Hemos aprendido a no
poner los codos en la mesa ni el que galicado en las oraciones:
ya no saldamos las rencillas aldeanas a trompadas, sino con
citas de Todorov y de Bajtin. Por ello, en un país hirviente de
temas tales como el homicidio político, la censura cultural, la
corrupción institucional y el destino clausurado, éstos siguen
siendo preponderantemente objeto del panfleto. Quizá porque, a
fin de cuentas, el panfletario todavía cree en la palabra. Imagina
que sus fulminaciones pesarán en alguna balanza encargada de
restablecer la justicia o compensar la frustración. El panfleto es
la voz que clama en el desierto. El desierto es el discurso elevado.
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EL MAL GUSTO EN VENEZUELA
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los diálogos platónicos, del Arte de la Fuga y de la Teoría de la
Relatividad, pero el remedio es peor que el mal. Tanto sudor de
hombres reducidos a mercancía no protegió el ocio de ningún
Platón, de ningún Bach, de ningún Einstein. Regó, en cambio, la
«Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida» y las cartas contra la
igualdad del Marqués del Toro. La mesura, austeridad y sobriedad
de algunos productos coloniales no eran más que la expresión
poética de la miseria imperante. Aliviada ésta, la cultura colonial
tendió hacia la sobredecoración y el derroche, como lo atestiguan
los museos históricos de Bogotá y del Perú, los altares de Quito,
las catedrales de México.
Dejémonos de ambages: hemos tenido mal gusto porque
siempre hemos salido a pedirlo prestado. Un buen gusto no
es más que un gusto pésimo impuesto por el terrorismo de la
prepotencia tecnológica, cultural o militar. De allí que la cursilería
sea la pretensión de provocar el efecto estético desde una posición
de poder. Hemos copiado los gestos de la hegemonía sin saber
alcanzarla. Por eso en nuestras manos toda pretensión se desinfla,
toda pompa deviene irrisoria.
Así, no es que el afrancesamiento guzmancista haya sido de
mal gusto por ser implantado en Venezuela: sólo el hecho de
contemplarlo en nuestro país permite verificar despiadadamente
el tenor de la cursilería del Segundo Imperio. No es que el
prusianismo resulte deprimente mimado por el gomecismo
decorativo: es que desde la derrota todo, incluso el tango, es
ridículo. No es que el mayamismo devenga cursi al ser adoptado
por su variante perezjimenista o populista; es que cuando no
lo respalda la Solo-Mata-Gente podemos advertir en toda su
dimensión lo estrafalario del mal gusto gringo.
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¿Tenemos posibilidades de imponer una estética autóctona?
Cada vez que paso por el pueblo de Morón en vía hacia el abismo
de los corales de Morrocoy, mis esperanzas renacen. En Morón los
desechos industriales producen no sólo degeneración del sistema
nervioso, sino además combinaciones de gorras fosforescentes,
camisas de microbios, zapatos de tres tonos y pantalones Príncipe
de Gales capaces de encandilar venados. Con el «Morón Look»
tenemos la primera condición de un potencial estético capaz de
sacudir al mundo. La segunda condición es que nos convirtamos
en gran potencia. Pero no puedo decirles el secreto para esto
último, porque el espacio se me acaba.
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LITERATURA DE LA CRISIS
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del progreso o porque el deterioro de todo hace temer al cambio,
nada es más parecido a una cadena que otra cadena, que un esla-
bón a otro eslabón.
Al igual que las primeras grandes obras literarias de la
antigüedad, la cadena nunca es firmada: quizá para evitar que
el mensaje retorne al nido como la paloma mensajera perezosa,
quizá para sugerir, como los libros sagrados, que el autor supremo
es el Supremo Autor. Nunca sabremos quienes somos nosotros
mismos; tampoco conoceremos quién es ese comerciante de
Lima que tuvo una aparición o esa señora de Popayán que está
pagando una promesa o mejor dicho, pretendiendo que se la
paguemos nosotros.
Puesto que a la manera del escritor que se cree cosmopolita,
el autor de la cadena teje en ella la historia de personajes exóticos
que le imparten un aura de globalización: una viuda de Guayaquil
la hizo y consiguió marido, un ministro de Panamá descuidó co-
piarla y sufrió un accidente, una señora de Medellín la copió de
inmediato y se sacó la lotería. Como en la propaganda electoral, la
fe en la eficacia del error mayoritario está corrompida por la espe-
ranza populista de la recompensa: toda cadena informa —desde
la primera copia— los premios y castigos recibidos por seguido-
res y desertores. Prueba de que las masas todavía se representan
un mundo sometido a un sistema ético; evidencia de que desean
el cielo pero aquí en la tierra; verificación de que creen que la
base de toda moral es la solidaridad con el prójimo, aunque ese
prójimo sea alguien que alivia su indefensión queriendo cubrir al
mundo de una cadena de actos banales.
Que conste que esta editorial edita libros de gran tiraje: al re-
producir este ensayo he cumplido hasta el exceso con mi obliga-
ción de realizar diez copias y hacerlas llegar a otros tantos lecto-
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res, quienes están obligados a hacer otras diez copias y pasarlas a
otros tantos lectores y así sucesivamente.
A lo mejor quién sabe la borrosa hojita que te llega está a punto
de dar la vuelta al mundo; a lo mejor la señora de Popayán que la
inició ha unido con su ingenua llamada a australianos y canto-
neses, desarrollados y subdesarrollados, bosnios y herzegovinos,
cronopios y famas, y sólo faltan tus últimas diez copias para que
se haga realidad, como pedía John Lennon, una hermandad del
Hombre.
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LA LIBERTAD ELEVA SU ANTORCHA
EN NUEVA YORK
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DEL CHISME CONSIDERADO
COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
Al mismo tiempo, ese axioma nos devela el acertijo del arte mo-
derno. ¿Somos más sensibles, tenemos mejores facultades estéticas
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innatas que las turbas que a principio de siglo acuchillaron cuadros
surrealistas, abuchearon lienzos cubistas, se persignaron ante afi-
ches constructivistas y silbaron el estreno de El rito de la primave-
ra? No, pero entre tanto hemos leído que Salvador Dalí le quitó la
mujer a Paul Eluard, que Maiakovski se suicidó por despecho, que
Guernica representa un bombardeo y que a Diagilev le encantaba
sobresaltar a su público. Estamos, como quien dice, en casa. La re-
tórica, y no los sentidos, nos abre las puertas del Paraíso del Arte.
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calumnia que lo llevó a morir en un duelo. En vano derrocharon
genio los escritores rusos: Dostoievsky los opacó a todos con su
interrumpida ejecución, su ininterrumpido juego, su intermitente
epilepsia. ¿Qué recuerda usted de Byron: sus versos, o su incesto,
sus malacrianzas, su yate llamado Bolívar? ¿Pesa más en la gloria
de Balzac su obesidad que los gordos tomos de La Comedia
Humana? ¿Reconocería un texto de Rimbaud con tanta certeza
como los chismorreos sobre su relación con Verlaine, su tráfico de
esclavos, su gangrena? ¿Por qué André Gide le implora a Proust la
publicación en Gallimard de A la busca del tiempo perdido, cuyo
manuscrito había rechazado años atrás? Porque entretanto ha
sido encontrado, no el tiempo, sino el rumor de que el personaje
Albertina es Alberto, o a lo mejor Reynaldo Hahn, gracias a lo cual
sus facultades de compositor son unánimemente reconocidas por
todos aquellos que nunca han escuchado una obra suya.
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TEORÍA DEL FRAUDE LITERARIO
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Papillón— como insignificante delator amigo, no sólo de lo ajeno,
sino también de atribuirse proezas ajenas, comenzando por el
propio apodo de Papillón, hurtado a otro recluso.
Bajo el revoltijo de saldos de ocasión se descuadernan
volúmenes de las inagotables enseñanzas del ilocalizable chamán
Don Juan al inclasificable antropólogo Carlos Castaneda. Don
Juan enseña a recolectar sin ayuda de grabador ni taquigraf ía
ni mención de fechas o lugares precisos más de una decena de
volúmenes de asombrosas revelaciones que nada revelan, salvo la
credulidad del público.
Más abajo pululan sensacionales confesiones de gringos rapta-
dos por extraterrestres de Ganímedes o arcángeles de otras vidas.
Demóstenes dijo que nada es más fácil que engañarnos a nosotros
mismos, pues tendemos a tomar por realidades nuestros deseos y
esperanzas. Inventa cualquier mentira que satisfaga el hambre de
maravilla o de consuelo del público, véndela como real sin estor-
bo de demostración o prueba y siéntate a cobrar dividendos. Tal
podría ser la fórmula para crear una religión, una terapia alterna-
tiva o un fraude literario.
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EL CRÍTICO SOLAPADO
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na. Ninguno de ellos ha leído hasta la página donde dicho árabe
después de una reyerta amenaza al protagonista a corta distancia
con un puñal desenvainado. Sólo quien juzgue insensata la legíti-
ma defensa considerará tal reacción desatinada.
Rayuela, pontifican los exégetas, es novela que rompe todo
esquema de causalidad psicológica. Leemos por el contrario que
Horacio desdeña a la Maga mientas la posee y la ama cuando la
pierde; que desgarrado entre el amor a una dama y la lealtad hacia
el marido intenta el suicidio. Causalidad sicológica mejor trabada
no podría encontrarse desde Ovidio hasta Armando Manzanero,
pasando por Werther.
Peonía de Manuel Vicente Romerogarcía, según repiten
los oráculos, es imitación de María, de Jorge Isaacs. También
podría serlo de Romeo y Julieta o Tristán e Isolda, en cuanto que
las cuatro obras versan sobre romances interrumpidos por la
muerte. La prosa sobria, la ácida crítica social, el diálogo vivaz, el
carácter violento de la defunción definen sin embargo la obra de
Romerogarcía como antípoda de la de Jorge Isaacs.
¿Cómo evitar que lugares comunes semejantes asciendan a
dogmas? Así como hay exégetas creadores, los hay solapados, que
no van más allá de la escueta noticia impresa en la encuaderna-
ción. Sería deseable que algunos críticos leyeran más que solapas,
y que los lectores no nos limitáramos a leerlos a ellos.
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RECETA DEL BESTSELLER
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comentario sobre los monstruos internos de los pescadores en
Tiburón; sobre los méritos de la extorsión callejera o la trata
de blancas en El padrino, ni sobre las glorias del negociado
sacerdotal en El exorcista. Una obra maestra, digamos El libro de
la Jungla, puede ser también bestseller, pero no tardará en ser
sepultada por el bestseller resultante de la minuciosa erradicación
de sus méritos, por ejemplo, Tarzan. La obra maestra es una
interrogante, con frecuencia insoluble; el bestseller una respuesta,
siempre insatisfactoria.
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PRECEPTIVA DE LA ADAPTACIÓN
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gloria son Cristo recrucificado, de Jules Dassin, que versa sobre
la represión turca contra la Grecia de principios del siglo XX, y
Jesús de Montreal, sobre una improvisada compañía de cómicos
de intentan representar la Pasión en un Canadá contemporáneo.
La adaptación no es copia, sino metáfora. Si un tema te obsesiona,
filma una película distinta y darás infaliblemente en el clavo.
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LO LIGHT
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do de sí mismo es light. Por ello el material light es el plástico, el
alimento light el chicle, la obra literaria light el bestseller, el eufe-
mismo la figura retórica light. En cuanto intento de reacomodar
los signos sin alterar lo que designan, toda retórica es light.
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en poderes públicos… Todos corean la regla de oro: quien tiene el
oro hace la regla…
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TALK SHOW
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lesbiana bígama con maridos zoófilos. Antes de apagar el televisor
advertimos que ofician como confesores damas climatéricas o
caballeros otoñales que acompañan la producción de sentido
con aire de madres comprensivas alentando a sus retoños en las
complejidades del excusado: la misma fascinada espera, igual
expresión inquisitiva, idéntico asentimiento final que culmina
el sacramento con la higiénica cortina de aplausos. ¿Qué hemos
presenciado?
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escándalo del Whitewater. Una película milagrosamente oportu-
na presenta a un mandatario mujeriego con el carismático rostro
de John Travolta. Son medios de defensa que jamás tuvieron a
su disposición los nazis condenados en Nuremberg por invadir
países indefensos.
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SAGRADAS PATRIAS DEL KITSCH
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Neucshwanstein, inspirador del castillo de la Bella Durmiente en
Disneylandia? ¿Me limitaré a suponer que el kitsch es la ambición
de poder que convoca el consenso mediante la coacción de la es-
tética?
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utilidad progresivamente menor, hasta que saciada nuestra ne-
cesidad, todo nuevo bien o estímulo añadido atiborra, empacha,
empalaga, repugna. El kitsch nunca acabará por ello de colmar
el siempre hambriento de sentimentalidad corazón de las masas.
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El candidato urbano ornado con los signos del caudillo rural y
el Partido exornado con los colores de la Bandera y equiparado
a la Patria asimilada a la Madre… Todo ello para arribar por
edificaciones militares decoradas con murales de Pedro Centeno
Vallenilla al Miss Universo como único instante de exaltación en
el que la conciencia colectiva se siente disociada del universal
espectro del fracaso…
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VACAS SAGRADAS
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gourmet tiene figura de vaca, la vaca figura como gourmet. El
rumiante ordinario tiene cuatro estómagos. La vaca posee miles,
especializados según el caso en digerir subsidios, cargos decorativos,
becas, agregadurías, giras por el exterior, centimetrajes, embajadas,
nóminas, privilegios, homenajes y presupuestos culturales. La vaca
se canoniza derramando estas inundaciones de recursos en un
pesebre propio, que llama fundación.
La vaca ni huele ni hiede: apesta. Por lo general, sólo se
ocupa de sí misma o de las otras vacas que pueden servirle para
consagrarse. Como las pirañas, atacan en cardúmenes, roscas,
cofradías, capillas o cenáculos que se protegen unos a otros en
la absorbente tarea de devorar recursos, privilegios y espacios en
los medios. Cada vaca suscita un culto cuyas ubres congregan
terneros y novillos. Su estandarte es el rabo, cuyo meneo convoca
vastas academias de moscas.
En Venezuela, la vaca se consagra sirviendo de mascarón de
proa de un proyecto político triunfante. En épocas de ausencia de
proyecto político, se legitima la vaca como mascarón de ausencia
mental. La vaca es lo único que queda cuando pierde vigencia la
moda cultural que la prestigia.
Los gobiernos pasan, pero la vaca queda. La vaca sagrada es
reciclable. Cada gobierno hereda los vicios y las vacas del anterior.
Así se explica que las rumiantes gomecistas sean adoradas en las
capillas postgomecistas y veneradas en los altares populistas.
Muchas vacas radicales pasaron al santoral del sistema tras
venderle el prestigio que habían adquirido adversándolo. Amamos
representarnos como una sociedad desprejuiciada, levantisca,
igualitaria. Nuestro absurdo culto por las vacas nos revela como
protocolares, litúrgicos, espesamente resignados. Delegamos en
la vaca nuestra confusión entre lo consagrado y lo sagrado, entre
el culto y lo culto.
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El producto más importante de la vaca es el silencio. Todo
asomo de obra o competencia es dañino para la rumia. Domina
la plástica el cuadrúpedo que jamás trazó una raya en un papel;
dosifica el espacio en los medios el perdonavidas literario realizado
en la esterilidad. Por eso las más terribles crisis de la Venezuela
postpetrolera transcurrieron entre un vasto silencio de rumiantes.
La vaca sólo muge cuando se amenazan sus intereses. De allí tantas
herméticas rumias hoy transfiguradas en berrinches bovinos.
Muy conveniente es que la vaca devore todos los recursos, por-
que así los creadores tienen la oportunidad de seguir producien-
do como siempre lo han hecho: con las uñas.
La culpa no la tiene la vaca, sino quien le da el gamelote.
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PUNTILLOSO REGODEO
DE LA CULTURA EXQUISITA
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marcos de toda creación. Tolera al pemón mientras toque violín
y lo aprenda con método japonés. Nunca tuvo tantos cisnes y
hadas la literatura venezolana como cuando becaba a los escritores
el andino Juan Vicente Gómez. Nunca fuimos tan franceses y
neogóticos como cuando nos mandó el caraqueño Guzmán
Blanco. Nunca tan patéticos como cuando el guatireño Rómulo
Betancourt hizo suspirar al niño protagonista de un cuento suyo
ante el derretimiento de unos bombones de nieve.
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Administran el prestigio los gerentes de sucursales mercantiles y
literarias. Pues su juego es el del poder: es exquisita toda cultura
que resulta de él o que tiende por acción u omisión a consolidarlo.
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de todo mestizaje y exige Cédula de Gracias al Sacar expedida
por el Museum of Modern Art de Nueva York a toda conjunción
fecunda o fecundante. Limita su fruición a aquello corroborado
por la permisología estética y es ciega y sorda a todo cuanto ocurre
fuera del campo del prestigio. Tolera el abstraccionismo de la
Escuela de París mas no el de los patrones geométricos waraos o
yekuanas. Lo exquisito siempre llueve sobre lo consagrado. Hasta
que mediante la exhaustiva aplicación de filtros logra a tal punto
esterilizar y esterilizarse, que para fingir vitalidad recluta de
cuando en cuando algunos de los géneros o creaciones malditas.
Lo exquisito acepta el teatro griego cuando y porque éste deja
de ser convocatoria social: teoriza sobre jazz o bolero porque y
cuando la mayoría deja de bailarlos. Acepta que Bárbaro Rivas o
Armando Reverón son pintores cuando ya no hay que pagarles.
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y Gustav Meyrinck y el autor del Génesis. Una cadena de visio-
narios que se pierde en el vértigo de los tiempos nos ha advertido
sobre la crispante tensión que crea la redundancia de los dobles,
y sobre la fragilidad de los espejos que los replican. Las reglas
del juego son inflexibles: varían sus pasos intermedios, nunca su
tintineante final.
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Es un verdadero don Nadie
sentado en su Tierra de Nadie
Construyendo sus No Planes
Para Ninguno
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los gamberros sedientos de amor finalmente encontraron una
madre que los presentara en sociedad.
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Me arrebato
Con una pequeña ayuda de mis amigos
Sobrevivo
Con una pequeña ayuda de mis amigos
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Elogio del panfleto
No me importa el dinero
No puede comprarme amor
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e inició la irrevocable fisura del monigote Beatle, dejando a cada
uno de sus componentes librados a sus respectivas verdades de
amargura, sensiblería, pompa o desamparo. McCartney casó con
la coleccionista de rocanrroleros Linda Eastman, cuyos padres
y hermanos se lanzaron sobre las vísceras del imperio Beatle en
sanguinaria rebatiña con el nuevo administrador, Allen Klein.
Harrison lanzó un récord universal, My sweet Lord, sólo para ser
acusado de plagio, y Ringo volvió a su inofensiva nulidad. Corrió
el rumor de que McCartney había muerto. El público acertó en la
intuición, pero falló en el objeto. Quien había muerto para siempre
era el Beatle, y Lennon le echaba las últimas paletadas de tierra
protagonizando happenings escandalosos, grabando álbumes
de explícita amargura y retirándose durante cinco años a hacer
quehaceres domésticos junto a la mujer mayor con quien vivía.
Recuperaba la infancia que nunca tuvo; descansaba de la pesada
esclavitud del doble. Como declaró entonces, aliviado: «No quiero
volver a ser una pulga de circo. Siempre fui un soñador, pero no
quiero seguir corriendo a 20.0000 millas por hora tratando de
ponerme a prueba. No quiero morir a los cuarenta años».
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Luis Britto García
sí mismo. Su protesta —al igual que la de otros millones de
adolescentes marginales de la comunidad alienada— consistió en
convertirse en John Lennon, copiando sus gestos para intentar
adquirir así mágicamente su coraje, su inteligencia, su éxito. Está
judicialmente comprobado que Mark David Chapman firmó
como «John Lennon» las planillas de sus esporádicos trabajos;
que adoptó el peinado que a su vez John Lennon había aceptado
de la fotógrafa Astrid Kirchneer; que rasgueó en una guitarra
eléctrica las melodías escritas por Lennon; que tomó las drogas
que Lennon publicitó; que casó con una japonesa mayor que él,
que invocó o intentó comprar todas las variedades del Amor que
debía salvarlo de su doloroso vacío. Al igual que Lennon —al
igual que toda una generación que quiso sustituir la revolución
por los gestos— esperó en vano. Como todo doble, encontró en la
imitación del Hacedor a la vez la razón de existir y el tormento de
existir sin razón. Dos veces intentó el suicidio, sin éxito, porque
la Nada no puede ser destruida. Entonces ha debido enceguecerlo
la ilusión de todo impotente: la creencia de que la aniquilación
del creativo puede prestar una sombra de verdad a su juego de
gesticulaciones. Mark David compró un revólver o una honda
—pues marksman significa tirador certero y David es asesino de
gigantes— y acechó el paso de su titánico doble. Como en toda
liturgia de duplicados, el final era ya inevitable.
Acaso no fue muy diferente del soñado diez años antes por
Ralph Blum cuando en su novela Simultaneous man —justa-
mente elogiada por las vivaces inteligencias de Noam Chomsky y
Margaret Mead— un doble sicológico, al enfrentarse a su creador,
le suplica:
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«—Y le dije: necesito un hombre, un alma… Le dije
que me diera el alma que necesito… Démela… Pelea-
mos toda la noche… Llorando mientras peleábamos…
Y como puede ver, he ganado…»
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EL DOCTOR Y LA REINA
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Elogio del panfleto
enlutado, con las manos escondidas tras la espalda. Nada más
alejado, aparentemente, de nuestra caribeñidad guapachosa y
anacobera. Pero desde hace más de setenta años su mirada triste
está clavada en la nuestra. Y la nuestra en la suya. Quizá no lo
vemos: nos vemos.
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Luis Britto García
sólo la bondad, del segundo sólo la ciencia que cura, y no la que
avasalla o mata. José Gregorio es la internalización masiva de ese
personaje prometeico, el Reformista Desubicado, que nuestra
novelística impuso desde Romerogarcía hasta Gallegos y desde
Pocaterra hasta Adriano González. El estudio de Conflicto y
Consenso realizado por el Cendes en los años sesenta reveló que
los elogios preferidos por el pueblo venezolano eran «ser persona
muy capaz» y «ser muy culto». El menos deseado era «ser
nacido para mandar». José Gregorio es nuestro Superyó: culto,
religioso, amable, científico, casto, humanista, un tanto triste, un
demasiado inhibido para la acción. Contra las vulgarizaciones de
los populistas que lo pintan como un pueblo bárbaro e ignorante,
el venezolano gusta de identificarse con Doctores y Diosas.
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Elogio del panfleto
es el retrato en negativo del otro: son en realidad el mismo ser: ese
apretado nudo de dualidades que es el venezolano.
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CANTINFLAS
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pingona nariz, sus altas cejas, sus ojos rasgados y su protuberante
belfo. «¿O no?» pregunta Rius.
Sí y no, respondemos nosotros, ya a tono con el tema.
Cantinflas, al igual que Charlot, es una imagen. Pero a diferencia
de éste, el azteca es también un discurso verbal. Charles Chaplin
liquidó a Charlot antes que acceder a la presión de hacerlo hablar
que le imponía el cine sonoro. Mario Moreno sólo puede dar
vida a Cantinflas a través del parlante. Lo charlotiano gesticula,
lo cantinflérico perora. Por aquí pasa el Río Grande que separa
al humorismo f ílmico angloamericano del latinoamericano. El
primero —hasta Woody Allen, Cantinflas sicoanalizado— tiende
a expresarse silenciosamente en actos: su pieza de resistencia
es esa broma práctica que no por casualidad es llamada gag
(mordaza). Una película cómica estadounidense del período
clásico es un festival de destrucción azarística del orden f ísico del
mundo —prefiguración de los grandes carnavales de automóviles
despedazados del Hollywood contemporáneo y del correlato
culto de ellos, el happening. Gozamos de Laurel y Hardy, de
Buster Keaton y hasta de Jerry Lewis sin audio, mientras que
en una película de Cantinflas podemos pasarnos perfectamente
sin la imagen. Pues en ella lo que colapsa es el orden del mundo
hispanoamericano, vale decir, la gramática.
Se quejan los lingüistas de que las masas ignoran las reglas del
idioma. Si así fuera, sería inexplicable la masiva popularidad de
un personaje cuya única estrategia cómica es la de desmantelarlo.
Mientras que los angloparlantes no tienen gramática oficial ni
diccionario autorizado —salvo quizá el léxico anárquicamente
compilado por el atrabiliario doctor Johnson— los latinoamericanos
sufrimos una Gramática redactada por Nebrija como instrumento
de expansión del Imperio, y un Diccionario de la Academia
80
Luis Britto García
Española que funciona como Inquisición de palabras heréticas.
La lengua que hoy nos constituye como Nación Latinoamericana
es la misma que ayer nos redujo a Colonia ibérica. Es afirmación
y negación, libertad y cárcel.
Para el oprimido, el habla culta suena como algo que no dice
nada, aunque parece que dijera. Lo cantinflérico devuelve a la
metrópoli y a la clase dominante las piezas de su discurso, desar-
ticuladas y convertidas en simulacro. Cantinflas es intraducible,
sobre todo al castellano. Este vacío de significación es estrategia
de supervivencia. Para el débil, toda afirmación es trampa que
puede encerrarlo. Por eso habla barajustado como el llanero, o en
refranes como el aldeano, o en argot como el marginal. O como
el peladito, en puras distancias. Al igual que el torero que no tie-
ne el estoque en la mano, sabe que puede serle mortal cualquier
contacto con la bestia, es decir, con el tema. Así como Charlot
escapa de las trampas f ísicas con saltitos, Cantinflas se escurre
de las encerronas retóricas con quites. Faena de capa, juego de
ilusiones, ondulación de lo que está y no está: estética del manie-
rismo. Cantinflas orador, como el Buscón de Quevedo cubierto
de escupitajos, es inasible y por tanto libre.
Obligado a usar un lenguaje que no había creado, el americano
reaccionó hablándolo sin hablarlo. Repitiendo sin inventar, como
el papagayo o el académico; sonorizando sin elucubrar, como el
quetzal o el poeta; escandalizando sin informar, como la guacha-
raca o el demagogo. Articulando una nada con restos disformes
de discurso, como Cantinflas. La primera preocupación de los in-
dígenas que se apoderaban de un arcabuz debía ser desmontarlo,
para encontrar dónde residía la fuerza de trueno que mataba y
esclavizaba. Todavía no podían saber que no estaba en ninguna
de sus partes, sino en la combinación intencional de todas.
81
Elogio del panfleto
Pero el vacío de significación también suena como oscuridad,
es decir, como discurso de poder. La autoridad es ininteligible:
pronuncia misterios, silogismos, ecuaciones. Hasta en arte
se vuelve gongorismo, Metacrítica, Teatro del Absurdo. La
vacuidad es cortina de humo tras la cual el pelagatos suplanta
al poderoso, Mario Moreno a Chupamirto, Cantinflas al Siete
Machos. Cantinflismo es discurso que quiere pasar por otra
cosa: de quien quiere pasar por otra cosa. El argumento casi
invariable de las 49 películas de Cantinflas narra la historia de un
paria que gracias a su oratoria incoherente es confundido con un
potentado. Es decir, con lo que el actor terminó siendo, así como
su método de desarticular el castellano concluyó instalándose en
el Diccionario de la Academia Española, donde orondamente
figuran acantinflado, cantinflada, cantinflas, cantinflesco.
En 1950, durante su exilio mexicano, Andrés Eloy Blanco le es-
cribió al cómico azteca El árbol de la noche alegre, un guión que
enfatiza esta disociación total entre actor y personaje. En el libreto,
como en la canción y en la vida, la distancia entre los dos es cada
día más grande: al extremo de que, para hablar con Mario More-
no, Cantinflas tiene que pedirle audiencia por teléfono. El guión,
comprensiblemente, nunca fue filmado. Porque no sólo narra el
verdadero cuento del sólido magnate Mario Moreno, que se hizo
multimillonario gracias a los harapos de Chupamirto y la vacuidad
verbal del peladito Cantinflas. Es también la historia de casi todos
nuestros poderes, de Moctezuma al populismo, y de todas nuestras
impotencias, desde la democracia formal a la dependencia.
Ser o no ser cantinflérica, es la cuestión de América. Ahí está
el detalle.
82
EL UTOPISTA RAMIRO NAVA
83
Elogio del panfleto
Durante años reconstruí el sistema de Ramiro Nava valiéndo-
me de apolillados volúmenes y notas de prensa, antes de com-
prender que yo no indagaba sobre una fórmula política sino sobre
un ser humano.
84
Luis Britto García
Cromo desvaído del utopista
¿Pero qué semblanza puede ser fiel a un marabino que reúne
las dispares cualidades de doctor en Ciencias Políticas, Fellow of
the Royal Society of Engineers de Londres, socio honorario de
la Asociación de ingenieros de Chicago, Doctor of Psichology of
the Psichological Foundation of Great Britain, Príncipe Rosacruz,
rabdomante, Caballero de la Orden Internacional Legión de
Honor de la Inmaculada, cultivador premiado de semillas de
girasol, geógrafo y Jefe Espiritual de los Andinos? Deslumbrado,
investigué a Ramiro Nava para volverlo personaje de novela, hasta
que abandoné el proyecto por no hacerlo coincidir con el Cefirino
Piriz de Rayuela (Cortázar mismo me reprochó posteriormente el
abandono). Esa biograf ía no agotaba las sorpresas.
Para empezar, Ramiro Nava no nació nunca. Su fecha natal no
figura en el curriculum que siempre prestigia sus obras. «Papá
era muy coqueto, nunca quiso decir su verdadera edad» me ex-
plicó su hija Marisa Nava de Posse Rivas, mostrándome antiguas
fotograf ías donde aparecía ella, de niña, al lado de un impecable
caballero con sienes plateadas, un poco Chaplin en Monsieur Ver-
doux. Mientras nos enseñaba maquetas y pinturas al óleo sobre
los proyectos del padre, nos contó también que éste atendía por
las mañanas un bufete especializado en asuntos de minas, al cual
acudían selváticos mineros que abrían sobre su escritorio talegas
de cegadores diamantes y pepitas áureas.
Una utopía es un encadenamiento de metáforas. Sueño que
este trato con gnomos cavadores acercó a Ramiro Nava al símbolo
primigenio de su sistema. Si en la Alquimia —cuyos rudimentos
debe conocer todo Príncipe Rosacruz— una elevación del alma
abre paso al principio transmutativo que conduce al oro, Ramiro
Nava por el contrario soñó convertir el intocado oro de la matriz
mineral de la patria en piedra filosofal de exaltación del espíritu.
85
Elogio del panfleto
Narciso entre las aguas
En efecto, si don Ramiro quiere emitir billetes respaldados por
un hipotético Cubo de Oro de que representa simbólicamente la
riqueza del país, es para con ellos construir un nuevo entorno
f ísico, el cual, como condicionador de los habitantes, provocaría
en ellos un nuevo estado mental. El oro transfigurado en papel
permitiría dar formas inauditas a la piedra arquitectónica, la cual,
reteniendo y encauzando las aguas, realizaría al bautizo del alma
venezolana. Puesto que para el utopista éramos eso, una pequeña
Venecia todavía sin canales, el caos de una creación inacabada
donde aún no se han separado las aguas.
Por ello el más evidente de los aciertos proféticos de Ramiro
Nava es al mismo tiempo el más trivial. Es correcto, pero
secundario, reseñar que su certero ojo de topógrafo previó y
detalló todas las obras que nuestra retórica de concreto edificaría
en cuatro décadas de populismo y una de dictadura. En el
Plan Ramiro Nava, publicado a la muerte de Gómez, están ya
proyectadas, entre otras obras, la Autopista Caracas La Guaira,
la avenida Bolívar, la Urdaneta, la Fuerzas Armadas, el Teleférico,
las nuevas redes viales, los puentes sobre el Lago de Maracaibo y
el Orinoco, la reurbanización del Litoral Central, la electrificación
del Caroní y la industria petrolera bajo control venezolano. Pero
lo importante es la sutil clave, el tenue movimiento del espíritu
que quería sugerir con cada edificación. Como bien lo señala
Macia Pintó, don Ramiro tiene obsesión por el agua. Pienso
que ésta puede haberse originado en su infancia ante el Lago de
Maracaibo. Lamentablemente —quizá inevitablemente— la parte
no realizada de su obra es la más vital: las inmensas metáforas
hidráulicas en cuyos espejos el país vería su propia imagen
florecida con los atributos de la fluidez y la unidad.
86
Luis Britto García
Porque en efecto, si Ramiro Nava predica el faraónico canal
La Guaira-Caracas es para coordinar las voluntades enfocando la
atención nacional hacia una obra común que hermanara a todos
en una sola aspiración. Si propone bordear este canal con cinco
avenidas, es para emblematizar en cada una de ellas un pueblo
bolivariano, y para hacerlas punto de partida de una magnificente
reforestación, que los excursionistas fijarán en filmes y postales
para ser intercambiadas en sesiones de asistencia obligatoria.
Si Ramiro Nava quiere inundar Caracas con canales y lagos,
ello es para que todos los ciudadanos aprendan a nadar «pues
Venezuela es una nación doblemente marinera, y sus hijos deben
nadar obligatoriamente así como es obligatoria la vacuna». Si
ambiciona vindicaciones territoriales llevando nuestras fronteras
hasta los ríos históricos, si rediseña los mapas políticos de los
países bolivarianos, ello es para que «quien se parara en tal punto,
estuviera a la vez en todas las naciones hermanas». Si Ramiro
Nava quiere para sí el título de Jefe Espiritual de los Andinos, es
para lavar cual nuevo Bautista todos los rencores legados al país
por la tiranía gomecista. Como perfecta coronación del emblema
narcisista que proclama al propio terruño como el más hermoso
del mundo, los espejos acuáticos generarán jardines que a su vez
abrumarán a los pobladores con frutos y flores.
El jardín alquímico
Cada uno de estos jardines es descrito con minucioso detalle, y
cada detalle remite a una clave simbólica. Pues el utopista, como
el místico, no puede eludir la visión esplendorosa de la totalidad.
Ramiro Nava salta con desenfado de la geopolítica a la ingeniería,
de ésta a la botánica y de ella a una legislación cívica que flore-
ce en deberes novedosos: la agricultura obligatoria, la natación
87
Elogio del panfleto
obligatoria, el automovilismo obligatorio (único deber que hemos
cumplido) y el matrimonio obligatorio con premios para aquellos
que se casen más jóvenes y se conviertan así en parejas perfectas
del Jardín Alquímico.
Visionario, Ramiro Nava adscribe a cada color un significado
espiritual y propone a través de ellos los cimientos de un nuevo
arte cinematográfico. Teósofo, codifica con exhaustiva precisión
cada detalle de su sueño, para fabricar un cuerpo astral que
provoque su final materialización. Rabdomántico, dice tener
comunicación con los minerales, los cuales le envían secretos
mensajes. Quizá por ello —a pesar de ser pionero también en
proponer una industria petrolera nacional— centrará su proyecto
en el oro materno de las entrañas de la patria, que operará todas
sus transformaciones sin ser tocado, y no en el sucio, seminal,
polucionante hidrocarburo no renovable.
Pero en lugar del circuito narcisista Oro-Papel-Piedra-Agua-
Flores-Espíritu que soñara el Príncipe Rosacruz, vivimos la
cadena excrementicia Petróleo-Papel-Concreto-Lodo-Basura-
Corrupción. El primero tendía hacia una perpetua renovación
de jardines y espíritus; el segundo cumple una implacable
devastación moral y ecológica. Como ironía trágica, el elemento
más material de ambos sistemas es el que los conecta con un
irrisorio remedo: sus infraestructuras de Piedra-Concreto se
parecen como el modelo y su imagen en un pozo turbio. Si este
puente y aquel puerto y esa represa y aquella autopista por la que
cruzamos en el mundo real se parecen a las soñadas por Ramiro
Nava, ello sólo sirve para recordarnos dolorosamente que faltan
los demás desarrollos, a veces ingenuos, a veces encantadores de
su delirio.
88
Luis Britto García
La Ciudad Jardín
Otras de las porciones del sueño son visibles. Hasta no hace
muchos años, al Norte del Puente del Guanábano perduraba la
Ciudad Jardín edificada por Ramiro Nava como modelo de solución
del problema de la vivienda. Un racimo de casas multifamiliares y
antisísmicas rodeaban con sus diferentes balcones un gran jardín
central colectivo, evocación del patio colonial que conjugaba luz
y quietud. Era el patio interno que después renació en los mejores
proyectos de Carlos Raúl Villanueva y de Fruto Vivas. Allí jugaban
los niños sin que otra cosa que un rumor lejano y asordinado les
recordara la violencia de la ciudad que trepidaba a decenas de
metros. El conjunto fue demolido en aras de la ley del urbanismo
caraqueño que reza que a lote vacío le sale torre.
La torre, símbolo y paradigma de la soberbia, continúa arrojan-
do su ominosa sombra sobre los arcanos del Tarot y sobre nuestro
modo de vida. Menos imponente, pero más real y efectivo, otro
país invisible continúa preparando jardines.
89
ZAPATA
D icen que quien enfrenta la muerte ve pasar ante sus ojos las
imágenes de toda su vida. Como el país está en peligro de
algo peor, estará viendo desfilar esa sucesión de muñecos con la
que durante tantas décadas Zapata ha ido escribiendo la biograf ía
nuestra de cada día.
Los jugadores de terminales descifran en ellos el número de la
suerte, los de la lotería de animalitos cazan al bicho afortunado;
yo leo en ellos el oráculo de la cotidiana transustanciación de la
materia bruta de la noticia en inteligencia.
Pues cuando mueren el día o el amor o la novedad, sólo dejan
lo que podamos inventarle de sentido. Ese alma que se puede ex-
traer de lo ef ímero es lo único perpetuo: sin ella informaciones y
protagonistas son caliches aun antes de ser impresos en la gran
rotativa de la vida.
Bien sabía el faraón que sin pirámide no habría resurrección y
el Rey que sin Velásquez no habría Meninas. ¿Comprende la de-
90
Luis Britto García
mocracia que sólo Goya y Daumier y Posadas y Zapata la eterni-
zan encontrándole su lado bueno, que es su posibilidad de revelar
lo abominable? ¿Entiende el artista que sólo la plebeya degrada-
ción de la democracia puede salvarlo de ese jarabe de la adulancia
donde se han ahogado las moscas estéticas de todos los tiempos?
En el tráfico siempre se encuentra al taxista que añora los tiem-
pos del general perejimene y al porpuesto intelectual que deplora
que el arte no se haya quedado en postdata de la Escuela de París.
Eterniza sus mudeces el esteta sin voz ni veto: por el pantano cul-
tural cruzan los cisnes que escriben a la posteridad con plumillas
almidonadas de institucionalidad: pero en vano, pues el mañana,
como el hoy, va a reconocerse en los espuelazos de Zapata. Con
Zapata se nos declara que el arte no es objeto cuchi para la joye-
ría museística, pero tampoco ramplonería complaciente para la
industria cultural; que no hay que confundir la reseña de lo co-
tidiano con la crónica social de las mediocridades políticas; que
el compromiso no es venda, sino multiplicación de la mirada in-
dagatoria y de la visión creativa, o sea orgasmo: ese destello que
ilumina hasta la insoportabilidad al oscuro objeto del deseo.
Por ello, cuando quiere, reviste Zapata el Zapatazo del charo-
lado de las tramas sutiles o del encaje evanescente de las medias
tintas pictóricas, pero casi siempre nos lo deja Zapata en el suelo,
pisatario desnudo de la Tierra de Gracia. No es por casualidad
que tras tantas deconstrucciones de la imagen y después de tan
complejas simplificaciones, los monos de Zapata se asemejen
tanto a los del artesano popular que talla amorosamente la made-
ra hasta desnudarla de todo lo sobrante que nos escondía en ella
al milagrero, al prócer, al ángel.
Igualmente despoja Zapata al suceso de todo lo que no es ver-
dad. No en balde aparece en sus monigotes el pueblo escaso de
91
Elogio del panfleto
trapos y la oligarquía desnuda de apariencias, y la construcción
plástica tan desasistida de redundancias que se adivina su geomé-
trico rigor de arquetipo.
A medida que esta opacidad de lo omitido invade el papel, se
siente que toda creación perdurable surge del convencimiento de
lo inútil de crear ante la gravitación del vacío. A esa insostenible
contradicción, a esa distancia se la llama humor cuando ha jugado
bien del lado de la lucidez o de la translucidez: cuando ha trans-
puesto ese filo que separa al mal arte que nada nos revela, del gran
arte que nos revela la nada. El Zapatazo es así una idea más pura
cuanto más impura, más despejada cuanto más despojada.
Sí: allí desfila por los desfiladeros de la verdad la sublevación
perenne de los zapatistas de Zapata. Zapata conferencista ha de-
mostrado incluso que puede haber Zapatazo sin otro trazo que la
traza de la intelección. Para la desdeñable eternidad sólo le falta
que comprendamos que puede haber Zapatazo sin Zapata: que
lo que teníamos de perdurable era la posibilidad de contemplar-
nos sin contemplaciones: de vernos alguna vez sin ilusiones pero
también sin rabia: de atrevernos a mirar lo que restaba o lo que
sumaba después de esa operación atroz. Ahí no más, pues: vea.
92
OTROVA GOMÁS
93
Elogio del panfleto
portable de estar a solas con nosotros mismos en un mundo casi
despojado de apariencias. Otrova Gomás sobresalta las certidum-
bres, repotencia los matices de lo inadmisible, radiograf ía el es-
queleto de las solemnidades.
Compartímos alguna vez Otrova Gomás y yo la afición por
Nietzsche, por los veleros, los réquiem y la utopía. Dejó él la
utopía por no soportar competencia para sus perfeccionismos,
manías con las que tortura al mundo imponiéndole sectores de
orden más atroces que el caos primigenio. Lo he visto calibrar
lentes de cámaras más valiosas que cualquier cosa que se pudiera
fotografiar con ellas. Lo he visto depravarse en el intento de lograr
el partido de golf que se juega y se gana con el golpe único. Lo he
visto extremar la insuperable utilización del tiempo hasta el ex-
tremo de dormir apurado. Lo he visto pervertir el submarinismo
con el plan de una máquina que bucea sola. Lo he visto desvelarse
con el proyecto de sustituir el foque del velero por un micrótomo
para cortar el viento con la absoluta pureza del desplazamiento en
contra de la misma fuerza que lo impulsa.
Mucho peor que los perfeccionismos secretos de Otrova
Gomás son sus colecciones públicas. Toda colección es desaf ío al
infinito, blasfemia contra el único Dios verdadero, que es el Caos.
El sinsentido mismo de acumular objetos cuya proliferación los
hace redundantes se une a la crueldad de que no hay colección
completa, ni siquiera la colección de todas las colecciones. Otrova
Gomás atesora puñales para condenarlos a matar sólo el tiempo.
Otrova Gomás acumula máscaras que usaron los hombres para
fingirse dioses y los dioses para fingirse hombres. Otrova Gomás
acapara estampillas de cartas de suicidas, sellos postales de
declaraciones de amor que jamás llegaron, estampillas mechas
para sobres bombas. Otrova Gomás atesora ciudades, que son
94
Luis Britto García
las máquinas de anonimato que hacen soportables a los seres:
minuciosamente las espía con los dobles lentes del nihilismo
y de la cámara y las aniquila abandonándolas. Otrova Gomás
colecciona carnavales. Lo he visto partir para retratar los ahogados
de máscaras heladas en los canales de Venecia y los muertos
derretidos en su volcán de lentejuelas en el Sambódromo de Rio.
Cuando uno cree que ha dejado de coleccionar ferrocarriles que
no van a ninguna parte, ya junta máquinas de escribir que sólo
dactilograf ían lo olvidado. Ahora cataloga piedras, quizá en el
intento de encontrar la Primera Piedra que sólo puede lanzar el
único que esté sin pecado. Dios colecciona instantes. Cuando los
complete, será el fin de los tiempos.
Más inquietantes que las colecciones de Otrova Gomás son sus
profecías. De todos es conocido que en 1958 funda la Asociación
Venezolana para Vivir sin Objetivos, en la cual se inscriben
ilegalmente a partir de 1988 los posmodernos. En 1960 inventamos
para las elecciones universitarias el happening, la ambientación
y el performance, a los cuales, como a la demagogia, todo el
mundo trata de sacarles provecho todavía. En 1979 describe el
saqueo multitudinario de Caracas que ocurrirá en 1989. Al borde
del milenio dice lo que nos sucederá hasta la eternidad en cada
nuevo libro contra el género humano. Otrova Gomás planea crear
el Museo del Humor, templo escalofriante en el cual preveo la
galería de las insinuaciones y la sala de las confusiones. Y todavía
se empeña Otrova Gomás en la fotograf ía submarina para lograr
el retrato sicológico de los peces, la radiograf ía de las ideas de los
cerebros de Neptuno. El humor es la fotograf ía de las cosas en
donde sale revelado todo lo velado.
Otrova Gomás cumple en nuestra cultura la doble hazaña de
clausurar el ciclo del humorismo de la aldea y de ser ignorado
95
Elogio del panfleto
por la crítica ignorante. Son singulares galardones para el autor
venezolano más leído de los últimos tiempos. Nadie es profeta en
su tierra, sobre todo cuando ésta es Tierra de Gracia, o sea la de la
inteligencia, tan deshabitada.
96
ESCRIBE, QUE KOTEPA QUEDA
97
Elogio del panfleto
colaboradores, el presidente Rómulo Betancourt. Kotepa revivía
su hazaña de los tiempos de El Morrocoy Azul, de editar una
publicación humorística independiente y financiada por su
circulación masiva, pero esta vez en plena lucha armada. La
cosa no iba en broma. A veces la policía confiscaba la edición.
Otra, nos mataba a tiros un pregonero. En una oportunidad
secuestró al catire Edgar Rodríguez Larralde y pasamos la peor
noche sabiendo que le cobraban sus caricaturas a palos. Después
nos llegó una colección de citaciones ante la Digepol, de la cual
nos salvó el joven diputado José Vicente Rangel haciéndose
responsable bajo inmunidad parlamentaria del contenido de la
publicación. El gesto no era ninguna minucia: había congresistas
presos o desaparecidos. Gracias José Vicente por favor concedido.
Kotepa dirigía la reunión con un protocolo que para los
políticos tenia visos de sesión de critica y autocrítica y para los
escritores ribetes de taller literario. Cada quien leía su cuerpo del
delito o sea su colaboración ante el más implacable tribunal: el de
los colegas.
—Está muy largo. Es caliche. Eso no le gusta al pueblo. Es
jocoserio —eran las temidas sentencias que determinaban el
pase de las cuartillas culpables a Rotograbado, es decir, rotas a
la papelera. Aunque usted no lo crea, Chun Morales recogió ese
material desechado y alimentó con él varios números completos
de un semanario competidor.
El procedimiento era cruel, pero nos enseñó por la vía rápida
concisión, economía expresiva, actualidad periodística. A veces
una explosión de risas saludaba la lectura de la «Entrevista con
un crucigramista» por Otrova Gomás, de las invenciones de
Igor Delgado, de «Las cosas que caracterizan al perfecto adeco»
de Aníbal Nazoa, de algunos versos que enviaba Aquiles desde
98
Luis Britto García
La Victoria. Las estentóreas carcajadas de Rubén Monasterios
se sobreponían al tumbo de las rotativas, que arrancaban a
medianoche.
Todavía mas drástica que la selección de textos era la de
ilustraciones. Pedro León Zapata o Régulo Pérez o William
Castillo exponían sus desnudas Frinés ante un jurado de prosistas
con escasa imaginación visual. Dibujante aficionado, padecía yo
críticas por partida doble. Kotepa desconfiaba de las caricaturas
y prefería para portada los fotomontajes, que le parecían mas
reales. Ello desencadenaba interminables polémicas. El clímax de
la noche era la lectura del género mas dif ícil: el de las manchetas.
Uno no debería escribir o decir mas que esencias, o sea manchetas.
A veces éstas chisporroteaban como humor verbal. Un mandadero
colocaba unos refrescos sobre una pilastra de periódicos viejos, y
apuntaba Zapata:
—Déjalos ahí, para que se conserven fríos.
Después se marchaba Kotepa para alguna pensión donde guar-
daba sus únicas posesiones: una maleta de cartón con dos trajes y
demasiados recuerdos. Los de promotor de la protesta estudiantil
de 1928. Los de prisionero político de la dictadura gomecista a los
quince años. Los de clandestino y exiliado. Los de organizador de
la huelga que paralizó durante mes y medio la producción petro-
lera en 1936. Los de creador del legendario Morrocoy Azul y de
Ultimas Noticias, el tabloide mas leído por las masas de la época.
Los de desposeído de él por las conjuras financieras que siempre
se levantan contra la libertad de expresión. Así pasaron sus déca-
das a la espera de una revolución o un nuevo periódico que nunca
acabaron de cuajar.
De las organizaciones revolucionarias a las cuales entregó su
vida y varias fortunas sólo le quedaron un seudónimo ruso (Kote-
99
Elogio del panfleto
pa: hombre de hierro) y una convicción inoxidable. Muchos de los
dirigentes que lo segregaron terminaron mereciendo su dicterio
contra la generación del 28: «casi todos sacaron su presa del san-
cocho». Francisco José Delgado sacó nada más y nada menos que
su integridad. Su existencia fue como la mancheta que todos qui-
siéramos escribir o vivir: concisa, contundente, polémica, llena
de humor y de sentido y de una brevísima extensión de 91 años.
100
SE RESERVA EL DERECHO DE ADMISION:
El culto del ídolo en la narrativa latinoamericana
101
Elogio del panfleto
estas certidumbres en ásperos sermones a humanidades que
aún no habían cursado el alfabeto. Pero para el pueblo sin
libros, la palabra sólo se hace Verbo cuando la versificación
facilita el recuerdo y la melodía concita el sentimiento. El habla
latinoamericana sólo adquiere la función referencial después de
haberse investido con la poética. Platónicamente, cree nuestro
pueblo que belleza es veridicción. También, que belleza es
contacto. Cuando repite que un viejo amor ni se olvida ni se deja,
sabe que comparte una vasta cadena de exaltaciones y agonías
que lo une con los límites del tiempo y con el compañero de acera
o de barra en la cantina. La canción popular es para las grandes
masas el más inmediato encuentro con la trascendencia.
Adoro
Por ello, la canción popular es para el latinoamericano religión
de esta vida. Tiene un Cielito Lindo junto a la boca de la amada.
Sabe que la distancia es el olvido, y por tanto el infierno. Encuentra
su revelación en un amor que hace comprender todo el bien,
todo el mal. Es austera: para ella, gloria y riquezas no son más
que vanidad, con las alas doradas. Su tierra de promisión es el
lugar privilegiado por la memoria: al volverlo a ver no habrá más
pena ni olvido, conforme reza un lacerante verso digno de John
Donne. Tiene también su altar, que es la rockola; su vitral, que es
el sombrero del charro, y sus oficiantes: los ídolos.
Amor de la calle
¿Debe extrañar entonces que, así como la canción popular se
invistió del carácter de religión cotidiana, la literatura haya que-
rido prestigiarse con la mística del cancionero de arrabal? Los
protagonistas invisibles de toda una literatura de la violencia fue-
102
Luis Britto García
ron el Che Guevara y Camilo Torres; los personajes reales de una
narrativa del recuerdo resultan ser Pedro Infante o Felipe Pirela.
En la primera el eje era el hombre de acción; en la segunda, el
espectador. De una literatura para el fanático se ha pasado a otra
para el fan. El polo del devenir no es ya el futuro luminoso sino
el pasado irrecuperable. Esta literatura busca, como siempre, una
audiencia: la que perdieron los políticos y retienen los ídolos po-
pulares: la de las masas marginadas de América.
103
Elogio del panfleto
También la narrativa venezolana transita estas escalinatas
arrabaleras. Siempre he pensado que el mejor Salvador Garmen-
dia está en los cuentos devastados y botiquineros de El Inquieto
Anacobero, y que nuestra pequeña burguesía encontró por fin su
crónica sentimental en Perfume de Gardenia, de Laura Antillano.
Más hacia el mundo de las tabernas que hacia el de la música es-
tán Zona de tolerancia, de Benito Irady, y En el bar la vida es más
sabrosa, de Luis Barrera Linares. Parrandas literarias de alto vue-
lo han sido Si yo fuera Pedro Infante, de Eduardo Liendo; Entre el
oro y la carne, de José Napoleón Oropeza, y Parece que fue ayer,
de Denzil Romero. Dediqué a la canción popular varios de los hi-
los de Abrapalabra: la pieza teatral Muñequita Linda y hasta una
Opera Salsa, con música de Cheo Reyes. Pues la liturgia musical
se presta más a la escena y a la pantalla que a la escritura. Mues-
tras de ello, El día que me quieras de José Ignacio Cabrujas; El
altar del bolero, de Garmendia-Zapata; A 2,50 la Cuba Libre, de
Ibrahim Guerra, y esa estética cinematográfica tremendista-sen-
timental, que ya tiene un nombre imperecedero: lo chalbaudesco.
Pero toda enumeración no es más que ejemplo del funciona-
miento de un conjunto de reglas generativas. Como cada literatu-
ra, la del culto del ídolo tiene las suyas.
Esclavo y amo
El centro de la narrativa de culto es la relación entre fanático
e ídolo.
Un ídolo es el compendio de todo aquello de que carecemos.
El cantante popular latinoamericano remedió la inmensa deso-
lación del alma del público (sola, siempre sola) señalándole su
lugar en una universalidad cultural y su función en un sistema
de las cosas. El cantante popular arrulló para las masas mientras
104
Luis Britto García
el intelectual escribió en vano para una burguesía que sólo te-
nía ojos para el memorándum en inglés o la etiqueta en francés.
Escribiendo sobre el cantante, el intelectual cobija la ilusión de
compartir la popularidad de aquél. Queriendo ser popular, ha de-
venido Pop: equilibrista entre los ambiguos terrores del discurso
crítico y del populismo: a la vez cuestionador y cómplice de la
industria cultural.
105
Elogio del panfleto
Todavía, Toña, sobreviven aquí, entre los rincones
hediondos, tus cenizas dispersas en el humo gris que
se ve volar por encima de las mesas, flotando siempre
en el olor sabroso de cerveza espumosa. Todavía
vengo a encontrarme contigo, con sus cenizas. («…De
tu desventura»; Beberes de un ciudadano, Ediciones
Caribana, Caracas 1985, p.44)
106
Luis Britto García
Macho ochentiséis grados pruebas es Daniel Santos,
como los rones abrasantes de su Caribe natal, dice el
rumor. Macho es Daniel Santos que cuanta mujer palpó
vive quemada por el no se sabe cómo de sus besos, dice el
sensacionalismo. Macho es Daniel Santos que impulsó,
con el dicho y con el hecho, un machismo sin cortapisas
en La Habana de entonces y la Bogotá de después, en la
Ciudad de Panamá de hace dos décadas y la Caracas de
los setenta. (La importancia de llamarse Daniel Santos,
Editorial Diana, México D.F. 1989, p. 123)
107
Elogio del panfleto
do Rafael Orozco. Pues ya Felipe Pirela encontró al José Napoleón
Oropeza que, como arrepentido Apóstol, lamenta por siempre no
haberlo acompañado en su bolerístico Gólgota:
108
Luis Britto García
hacer memoria no nos salió Proust, sino Rolando Laserie; no nos
motivaron los olores, sino los sonidos.
Esta presencia del pasado es creada por los narradores median-
te un juego con los tiempos verbales. Dice Andrés Caicedo que la
Nostalgia es el miedo a crecer. Y por eso su protagonista casi niña
proclama ya en el segundo párrafo de Que viva la música:
109
Elogio del panfleto
zó certeramente como amistad hacia el lector: la descansada ac-
titud de no querer imponérsele, ni desconcertarlo, ni regañarlo,
ni exigirle diploma en lingüística, sino hablarle en su lenguaje:
pedirle apenas la cómplice oreja que busca todo relato y toda can-
ción. Esta relación opera con la misma entrega que se hace a la
amada o al amigo: sin exigirle pruebas, se los supone copartícipes
de un universo de valores comunes. Amada, amigo o lector saben
perfectamente lo que significa nuestra canción: no necesitan más
explicación ni más exégesis que esa frase musical y esos versos.
Profundamente la sentimos nuestra, porque de su jardín están ex-
cluidos gringos, yuppies y dependientes de sucursales literarias.
La narrativa del culto del ídolo, al igual que los locales nocturnos
que son sus más obvias escenograf ías, se reserva el derecho de
admisión. Por eso el universo de citas que llena toda la narrativa
del ídolo: por la extrema connotación que el cancionero desen-
cadena, su mención apenas requiere la denotación pura: con tres
palabras, nada más, te diré lo que yo siento.
Oración caribe
Esta cerril predilección por boleros o mambos o rancheras en
una noosfera infestada de rock and roll es por sí sola un mani-
fiesto: es la manera vivencial de expresar eso que los culturólo-
gos llaman identidad. Algún personaje, como la Siempreviva de
Andrés Caicedo, se descubre «sabiéndome para siempre con una
conciencia de lo que era música en inglés y música en español,
como quien dice conciencia política estructurada»: pues acaba
«de descubrir la salsa a la astilla» y concluye que «hay que sabo-
tear el Rock para seguir vivos». (Que viva la música, pp. 103-104).
No es extraño, entonces, que la narrativa del culto del ídolo
sea endémica en los países más azotados o amenazados por la
110
Luis Britto García
intervención imperial: sopla por la ruta de los ciclones: Cuba,
Puerto Rico, República Dominicana, México, Colombia, Vene-
zuela. Según los cronistas de Indias, el apóstol Santiago irrumpía
oportunamente rodeado de ángeles para decidir la victoria de los
conquistadores contra enemigos transfigurados en jaguares y en
águilas. En la subterránea guerra de las culturas, dondequiera que
hay batalla aparecen los ídolos.
111
Elogio del panfleto
da tregua: rescata para sí y para todos parte de nuestra
intimidad. El escenario iluminado es tan voraz como
ella. (Una noche con Iris Chacón, p. 127)
112
Luis Britto García
sin que me oyera naturalmente, sin que me entendiera si
me había oído, naturalmente y le dije, le pregunté, le dije,
Quién es, tú. (Tres tristes tigres, Seix Barral, Barcelona,
1968, p.64)
113
Elogio del panfleto
la invención al (falso) testimonio y a la confesión y al ensayo, de-
rrumbando las barreras entre congéneres y géneros. Así, Edgardo
Rodríguez Juliá, para iniciarnos en las excelencias de La Bomba
de Puerto Rico, advierte que
114
Luis Britto García
Nació del alma
La narrativa del culto del ídolo, por tanto, no se limita a ex-
plotar un tema: a partir de él ha generado una preceptiva y un
discurso, es decir, una literatura. Pues así como toda nación crea
una lengua, toda contracultura inventa un habla. Esta y aquella se
corresponden, lo que demuestra su mutua legitimidad.
Tales esplendores podrían resultar a la larga miserias. Así
como la obligatoria trama de derrotados que recuerdan melodías
o espectáculos puede cristalizar en fórmula, el habla idolátrica
puede congelarse en cliché. Está a un milímetro de caer dentro
de cierta narrativa postmoderna que lúcidamente denunció Sal-
vador Garmendia como «una literatura de reposiciones»: nuevo
policial, nueva novela rosa, nueva nostalgia…
Debut y despedida
Ya que toda mirada al pasado tiene su precio: para Eurídice,
quedar prisionera en sus infiernos; para la mujer de Lot, parali-
zarse como estatua de sal. Es por ello que en medio del festín de
Baltazar, siempre hay una mano que escribe en el muro (y todo
muro es de lamentaciones) las razones y los límites del culto. En
la versión de Eduardo Liendo:
115
Elogio del panfleto
O, en la interpretación de Denzil Romero, el párrafo final que
revela a esta narrativa como el necesario reverso dionisíaco de
otras literaturas atroces:
116
LITERATURA Y PODER
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Elogio del panfleto
descendido el escritor a su miseria actual, qué traspié ha rebajado
al Mago a ilusionista, al demiurgo a recolector de migajas de la
industria cultural? La palabra pierde su poder cuando se deja de
creer en ella. Como la mujer, reducida a juego se banaliza; vendi-
da, se prostituye. Al tocar un libro, creía Walth Whitman palpar
un hombre. Al lector contemporáneo le está reservado sopesar
todo lo contrario: una mercancía.
118
Luis Britto García
son deidades celosas, que no admiten otras junto a sí: durante los
tres siglos de coloniaje minuciosas normas prohiben la escritura
o la importación de obras heréticas o de ficción, lo que viene a
ser lo mismo pues la novela es herejía que añade a La Creación
las creaciones, que equipara figuradamente al autor supremo con
El Supremo Autor. Cuando nos visitan los piratas, las autorida-
des eclesiásticas temen, más que a sus cañones, a los libros que
traen. Y sin embargo, ya en 1528, cuando Cubagua es amenazada
por el corsario Diego Ingenios, se leen el Enchiridion de Erasmo
y las historias de Bocaccio; los conquistadores llevan en sus al-
forjas novelas de caballería, más que para leerlas para vivirlas en
la búsqueda mítica de El Dorado. Pero la censura ejercida por el
Poder y por la Inquisición tiene éxito en determinar una literatura
que se les parezca: vastas épicas de la conquista, como las prolijas
crónicas de Fray Pedro Simón, de Juan de Castellanos, de Oviedo
y Baños y de Caulín; poemas religiosos, tratados de fortificación,
palinodias versificadas en homenaje a los soberanos. Por acción
o por omisión, todas ellas legitiman la servidumbre del indígena,
la esclavitud del africano, la discriminación contra el pardo. La
Enciclopedia llega contrabandeada en los buques de los Ideotra-
ficantes, que inevitablemente traerán como corolario la Ideogue-
rrilla, o sea, la Emancipación.
119
Elogio del panfleto
los manifiestos del Correo del Orinoco. Surge así otro escenario
de poder: el de la República oligárquica con libertades públicas
y esclavos privados, en la cual sólo pueden elegir y ser elegidos
quienes poseen cierto nivel de rentas. Para que esta Patria sea
pensable como tal, ha de tener una Historia, y los congresantes
de la República oligárquica se la encargan a Rafael María Baralt
y Ramón Díaz. Hay encendidos debates políticos sobre la forma
en la que los noveles historiadores tratan a determinada facción
o a tal o cual figura procera. Algunas de éstas prefieren escribir
su propia versión de los sucesos: O’Leary, José Antonio Páez, el
cónsul inglés Sir Robert Ker Porter, muchos de los legionarios
extranjeros que pelean por la patria siembran de memorias o de
diarios la incipiente literatura venezolana; uno de ellos, el capitán
Vowell, escribe Por los llanos de Barinas, una animada novela
sobre las campañas llaneras. Para la cultura de la incipiente
República, literatura viene a ser casi lo mismo que épica.
Pero una vez más las batallas se libran en letra impresa. Desde
las columnas de El Venezolano, Antonio Leocadio Guzmán dispara
contra los conservadores un remoquete que devendrá epitafio:
«oligarquistas». En vano José Antonio Páez trata de controlar la
prensa: el nublado de panfletos liberales anuncia la tempestad de
la Guerra Federal. Juan Vicente González los conjura publicando
en forma serializada su romántica, trágica, sangrienta Biograf ía
de José Félix Rivas: aparentemente denosta los recuerdos de la
Guerra a Muerte: de hecho execra las violencias de la Guerra
Federal, y legitima la turbia componenda del Tratado de Coche,
puerta de la prolongada hegemonía que será liberal en lo político,
120
Luis Britto García
romántica en lo estético y entregada al capital extranjero en lo
económico. El nuevo escenario del poder requiere también una
legitimación histórica, pero esta vez será romántica: para ello
escribe Eduardo Blanco las hiperbólicas páginas de la Venezuela
Heróica, las costumbristas peripecias de Zárate y la delirante
alegoría de Las noches del Panteón; para ello Guzmán Blanco
recompensa a manos llenas al círculo de áulicos llamado La
Adoración Perpetua, promotora de un culto que equipara a
Bolívar con el Ilustre Americano y a la Caracas remodelada por
los arquitectos guzmancistas con París.
121
Elogio del panfleto
Gómez y tachar en Doña Bárbara a los aborígenes como «un tipo
de razas inferiores, crueles y sombrías»; su vasto mural novelístico
sobre las regiones corresponde al plan de integración militar y
política de la autocracia andina. Entona el epitalamio Teresa de la
Parra al decir en Ifigenia que «en el mulato está la causa de toda
nuestra intranquilidad, de todos nuestros errores, nuestra absurda
democracia, nuestra errante inestabilidad». Para guardar estéticas
mudeces modernistas están Manuel Díaz Rodríguez en la Embajada
en Italia y Ramos Sucre en el Consulado en Suiza y Pedro Emilio
Coll en el Ministerio de Fomento. Exiliado por el mismo escenario
de poder al cual ha despejado el paso, el coronel Manuel Vicente
Romero García muere esperando lanzar un quimérico alzamiento
desde el pueblo fronterizo de Aracataca (hoy Macondo).
122
Luis Britto García
8
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Elogio del panfleto
crea un arte populista, pero inyecta la anestesia crítica o compra
el silencio. Durante una década parece no haber otro camino que
la conformidad. En 1974 se nacionaliza la industria petrolera; en
1983 el Viernes Negro revienta el modelo económico financiado
por ella, en 1989 el Sacudón desarma el modelo político y social
alimentado por los hidrocarburos. Los grupos económicos
postulan un nuevo escenario de poder: la venta de la nación al
capital financiero transnacional bajo la égida del Neoliberal
Necesario. Sus métodos son la masacre ocasional, la privación
indefinida de garantías constitucionales, la imposición del paquete
fondomonetarista bajo retóricas populistas, el estado de sitio de
facto contra las masas impuesto por «operativos» paramilitares.
El camino del infierno autoritarista está empedrado de buenas
etiquetas institucionales.
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LA HISTORIA DE VENEZUELA
EN CIEN INSULTOS CÉLEBRES
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Elogio del panfleto
superestructuras ideológicas que en Venezuela han sido estuvieron
destinadas a esta finalidad. ¿Cómo tratan los Cronistas de Indias a
sus prójimos americanos? Gonzalo Fernández de Oviedo dice que
«esta gente de su natural es ociosa e viciosa, e de poco trabajo e
melancólicos e cobardes, viles y mal inclinados, mentirosos e de
poca memoria, e de ninguna constancia». López de Gomara los
llama «holgazanes, vanagloriosos, vengativos y traidores». Oviedo y
Baños los apostrofa como «naturalmente sucios, y mal inclinados».
Fray Tomás Ortiz concluye que «en fin, digo que nunca crió Dios
tan conocida gente en vicios y bestialidades sin mezcla de bondad
o policía». En vísperas de la Independencia, trata el Marqués del
Toro a los pardos de «hombres de infame y torpe linaje, faltos de
educación, fáciles de moverse a los más horrendos excesos y de
cuya fiereza propia de sus mismos principios y de su trato, sólo
pueden esperarse movimientos escandalosos y subversivos del
orden establecido por las sabias leyes de la dominación española».
De «gente ociosa e viciosa», «de poco trabajo», «holgazanes» y
«viles» seguirán tratando al pueblo en los siglos inmediatos los
oligarcas, liberales, positivistas, populistas y neoliberales a quienes
esos mismos seres «de poca memoria» alimentan.
126
Luis Britto García
que pidieron libertad? Ahí está listo el operativo legal que niega la
liberación de los esclavos decretada por Simón Bolívar en 1816,
y el retórico y que durante la República oligárquica devuelve a su
pobre choza conceptual a todos los demás.
127
Elogio del panfleto
y la fuerza poderosa de su brazo». Semejante retrato del pueblo
inspira pánico: para corregirlo (al pueblo, no al retrato) se receta
un Gendarme Necesario. Gil Fortoul en la Historia Constitucional
de Venezuela, sostiene que «en conjunto, el español de la conquista
fue arrogante y épico (caracteres que se reproducen ocasionalmen-
te en el criollo de la Independencia); el indio era grave y candoroso;
el negro, infantilmente alegre y voluble»; mientras que el mestizo,
resumen de todos, presentaba «debilidad orgánica, debilidad inte-
lectual, aunque pasajera, pues la misma raza mezclada ha revelado
más tarde una mentalidad superior». Teresa de la Parra, José Ra-
fael Pocaterra, Rómulo Gallegos corean el catecismo positivista. El
último lo simplifica en una novela mítica, donde «civilización» es
el propietario ausentista, y «barbarie» el ocupante que trabaja la
tierra. Para hacer valer sus títulos, el propietario no debe vacilar
ante «la gloria roja del homicida». Con Vallenilla Lanz a la cabeza,
una intelectualidad y un país aceptan la autocracia del Gendarme
Necesario como antídoto contra la supuesta barbarie popular. En
su única expansión oratoria, dice Juan Vicente Gómez: «El pueblo
está callado». Los poderosos hablan por él, o más bien contra él.
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Luis Britto García
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129
Elogio del panfleto
para blanquearnos genética y culturalmente. Igual justificación
tienen los planes inmigratorios promovidos desde 1945, primero
por el socialdemócrata Rómulo Betancourt, luego por el dictador
Marcos Pérez Jiménez.
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Luis Britto García
neoliberal que endeuda al país, exporta 90.000 millones de dólares,
huye con más de la mitad de los depósitos bancarios y se asigna
sueldos que superan 75 veces a los de sus empleados. «Rentista»
es Venezuela, es decir, el pueblo que los mantiene, recibiendo lo
que Rafael Caldera llamó una vez «salarios de mano esclava».
A fin de garantizar que continúe haciéndolo, se lo culpabiliza
para que acepte como natural el milagro de morirse de hambre
mientras flota en un lago de petróleo.
Numerosos son los derechos que tiene que conquistar el
venezolano real para igualarse con el pueblo mítico que describe
la Constitución. Acaso el primero de ellos sea el derecho a
nombrarse a sí mismo.
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Elogio del panfleto
Luis Britto García
HÉROES Y VILLANOS
VENEZUELA HEROICA
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Elogio del panfleto
2
Sin altar no hay Dios no hay héroe sin aparato cultural. El héroe
es ante todo un culto. Y un culto es administración de lo oculto:
mientras más amplia la difusión de una imagen, más restringido
lo que ésta revela. Tras los titanes se organizan religiones laicas,
con teologías, templos, vestales, sacerdocios, liturgias, panegíri-
cas, panteones, sacrificios, ofrendas, limosnas, sillones, primicias
y canonjías. Se apropian de la forma para evitar consustanciarse
con el fondo. Custodian el sueño del héroe y el sopor de la so-
136
Luis Britto García
ciedad para evitar que el uno despierte a la otra. La heroicidad
consagrada es pedagogía del rosario de transgresiones consoli-
datorias, es decir, de aquellas que no cabe repetir por ya cumpli-
das. El héroe desafecto a las instituciones goza por siempre de la
desafección de éstas. Cada poder tiene su héroe: su versión del
héroe. Con frecuencia éste es el nombre que da a las hazañas co-
lectivas del pueblo para mejor apropiárselas. Cada poder tiene el
mismo antihéroe: el pueblo. Este fue caníbal e indolente para los
conquistadores; irracional y flojo para los oligarcas; degenerado y
perezoso para los positivistas; hambriento y haragán para los po-
pulistas; no globalizado y holgazán para los neoliberales. El culto
del héroe sirve para evitar que el pueblo pueda serlo. El héroe
sirve para todo.
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Elogio del panfleto
antes de culminar su obra o sobreviven grotescamente para des-
truirla. Nadie sabe hasta dónde hubiera llegado la carrera de Páez
si hubiera tenido la suerte de morir en Carabobo.
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Elogio del panfleto
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Luis Britto García
simultáneo de sus progenitores, el Demagogo Necesario y el
Neoliberal imprescindible. Ambos desaparecieron del horizonte
de los eventos, el primero en la cortina de humo de la Muerte
de lo Político y el segundo tras la frontera de países inmunes a
la extradición. Su partida de defunción es el 27 de noviembre de
1989; su velorio las encuestas; su lápida, los crecientes porcentajes
de abstención electoral. Ni un sólo político institucional, ni un
sólo partido del status, ni un sólo sirviente de los organismos
financieros internacionales se atreve a solicitar en forma abierta
el apoyo de las masas a las cuales vendieron a una oligarquía
transnacional anónima y devoradora. La colectividad ha perdido
toda capacidad de reconocerse en los hombres institucionales
porque éstos agotaron su facultad de generar héroes, es decir,
fautores creíbles del deseo de las masas. En esta coyuntura, el país
vuelve sus ojos hacia los ídolos privados.
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Elogio del panfleto
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Luis Britto García
salen a recibirlas en los aeropuertos con rimbonbante oratoria
(«Estoy ante tu presencia, reina, pronunciando mi mejor discur-
so», dijo Pepi Montes de Oca ante Irene Saez), o con catilinarias
feministas. Ambas penitencias son redundantes. La preparación
de una miss comprende un proceso de entrenamiento y selección
(a veces de remodelación quirúrgica) tan despiadado y agotador
como el que produce un campeón de boxeo, con la diferencia de
que ninguna árnica cura los golpes en la vanidad. Una ley no es-
crita impone que las misses no tengan historia visible antes de
su proclamación: otra —que también rige para los boxeadores—
quiere que se desvanezcan sin pena ni gloria luego de las obligato-
rias giras y las imprescindibles declaraciones tontas, por el estilo
de «Pinochet es hermoso». La transgresión de esta regla puede
transladarlos sin previo aviso del Paraíso de los ídolos privados al
Infierno de los héroes institucionales.
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Elogio del panfleto
aplicar sus estremecedores atractivos al sacrificio de la carrera
por el hogar, José Luis refrena su perturbadora sensualidad con
sermones religiosos y con la leyenda de un hogar monogámico
protegido de todo mal en Mayami Nuestro. El olvido de estas
precauciones le costó al guapachoso, sabrosón y desordenado
Oscar de León el ingreso en la crónica roja. Privilegio que por
cierto comparte con más de un campeón de boxeo que no supo
medir el uso doméstico de sus puños, y con tres misses que
intentaron el suicidio. Dos de ellas con éxito.
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Luis Britto García
a la joven es la corona; lo que potencia al púgil es la faja, lo que
consagra al trovador es el galardón en el festival internacional.
Así como cultivamos una agricultura de puertos, cosechamos
una cultura y una idolatría de muelles. Hemos colocado fuera de
nuestro control, no sólo nuestro sistema financiero, sino además
nuestro aparato consagrador de mitos. Nadie es héroe en su tierra.
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Elogio del panfleto
representar el papel de héroes. Deslegitimados por el fraude
y la corrupción, Demócratas Necesarios y Especuladores
Neoliberales consolidan un frente cerrado que se agota en el
proyecto de negarle a la población la soberanía, la igualdad social
y económica, la asistencia, la educación pública y gratuita y hasta
la vida. «Principios, y no hombres», ofreció el caudillo Cipriano
Castro a principios del siglo XX. Concluye la centuria sin hombres
y sin principios. Por ello los anhelos colectivos se vuelven hacia
las otras dos categorías de héroes: hacia la dura disyuntiva de
vida o muerte de los Padres Fundadores o hacia el ensueño de
consagración privada transnacional de los ídolos mediáticos. No
es extraño que los nuevos liderazgos recluten símbolos y rostros
de ambas huestes, hasta hace poco proscritas. En la sala del
angustiado imaginario colectivo espera un trono vacante.
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LOS HACEDORES DE HÉROES
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Elogio del panfleto
igual que su padre, al igual que su personaje Roberto Jordán, se
vuela la cabeza con un arma de fuego.
El historietista Liberatore se cansa un día de redactar los
argumentos de RankXerox, Mesías del comic de ultraviolencia
postcibernética, y se mata.
La agresividad desatada contra los demás hace al héroe; la
volcada sobre la página hace al creador; la que no se puede drenar
se vuelve contra nosotros y nos destruye. Quien se refugia en su
obra por no ser víctima ni victimario termina siendo ambas cosas
de sí mismo.
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ANTIHÉROES
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Elogio del panfleto
populismo neopositivista. El vilipendio de los caciques y de
Lope de Aguirre legitima a la Corona; la demonización de Boves
santifica a la República; el fusilamiento de Carujo inciensa a
la oligarquía y la execración de Zamora y de la Guerra Social
convierte a Gendarmes y Demócratas en Necesarios. El antihéroe
de hoy puede ser el héroe de mañana, y viceversa. Al igual que la
Constitución y que el héroe, el antihéroe sirve para todo.
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McHÉROE
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Elogio del panfleto
Sólo esgrimían artillería rufianes cuya vera efigie es el J.A.
Slade con quien el joven Mark Twain comparte alguna vez una
incómoda taza de café. De ellos consigna que «buscaban siempre
colocarse en situación de ventaja infame sobre su enemigo». En
su autobiograf ía Pasando fatigas el humorista atestigua que a
pocos pasos de él los hombres de Slade acribillan a un cochero
desarmado que habla contra los pandilleros. La primera vez que
Slade desaf ía a un carretero, éste se le adelanta al desenfundar:
Slade lo convence de que no vale la pena abalearse por un cruce
de palabras. En cuanto el ingenuo enfunda, Slade lo cose a tiros.
Luego toca a la casa de un francés, lo vuelve una coladera al
abrir la puerta e incendia el inmueble con el difunto, la viuda
y tres huérfanos dentro. En otra oportunidad pide whisky a
un tabernero que le es antipático, y desenfunda mientras éste
vuelve las espaldas para servirle. Cuando no puede aplicar
tales métodos a sus enemigos, Slade ofrece recompensas a sus
secuaces para que se los entreguen. Estos le llevan maniatado
a su competidor Jules: Slade se divierte amputándole a tiros
partes del cuerpo hasta que su blanco viviente muere. Como
otros tantos forajidos, Slade es sicario de una compañía: la
de la Diligencia Continental. En tal oficio, según testimonia
Thomas J. Dimsdale, se comporta como «dueño de la situación,
y amo y señor de los tribunales, de la justicia, y de quienes la
administraban». Una partida de mineros detiene al bravucón, y
éste llora y suplica por su vida antes de ser ahorcado.
Tanto en su fulgurante leyenda como en su sórdida realidad, es
el cowboy el más fiel exponente del American Way of Living.
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PRIVATE EYE
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Elogio del panfleto
montaje productiva y represiva sirvió de paradigma de todo un
sistema empresarial. Igual función cumplía la Mafia, hasta que el
sindicalista Jimmy Hoofa negoció armisticios con ella. La célebre
agencia Pinkerton era un ejército privado que facturaba por
horas para apalear trabajadores díscolos o aporrear sindicalistas.
Cuando el agente Dashiell Hammet abrió los ojos ante estos
procedimientos, abandonó la agencia para desaparecer también
del campo visual como escritor listanegreado y encarcelado por
la Comisión de Actividades Antinorteamericanas.
Las pupilas del Private Eye avizoran dos cegadores futuros. El
uno, el de la omnipresente seguridad privada, que va en camino
de suplantar completamente a la pública. El otro, el de la red de
ficciones que tejen los medios para cerrar los párpados del público
ante realidad tan evidente.
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POLITICS OF GLAMOUR
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Elogio del panfleto
desastrosas decisiones de la política exterior estadounidense.
Heredero de un proyecto de invasión de Cuba fraguado por su
predecesor Eisenhower, no tiene la sensatez de desmontarlo ni
el coraje de apoyarlo plenamente. Resultado: el fiasco de Bahía
de los Cochinos. Histérico por su fracaso, se juega la completa
destrucción del mundo en una guerra nuclear por el insignificante
objetivo del retiro de unos cohetes en Cuba. Consecuencia: a
cambio del traslado de esas armas para otra base, se ve obligado
a garantizar la integridad de la isla. Catequizado por el lobby
católico del cardenal Spellman, inicia la intervención en Vietnam.
Efecto: la primera gran derrota militar de Estados Unidos.
Estos tres colosales descalabros del gamberrismo a gran escala
se sepultan bajo la imagen de un mártir que habría sido balacea-
do por un complejo militar-industrial cansado de su pacifismo.
Salvaguardado de toda lógica por un muro de pantallas que nadie
desconecta, el mito se prolonga en presidentes histriónicos que
elevan su rating derruyendo países indefensos.
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PENTIMENTO
157
Elogio del panfleto
tantos otros, la capacidad de comprender al genio que habitaba
en ellos? ¿Lo condenaron en función de otra genialidad superior,
que no entendemos? ¿Aplaudimos tontamente obras sólo dignas
de desprecio? Inútilmente tratamos de condenar a los genios con
nuestros juicios: ningún rigor más atroz que aquél con el cual
ellos mismos se juzgan.
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Luis Britto García
ROCKOLA CITY
ROCKOLA CITY:
INTRODUCCIÓN AL ARTE DE AMAR
LATINOAMERICANO
161
Elogio del panfleto
Lado a lado, en idénticos botones, están México, Santo Domingo,
Caracas y Buenos Aires: están, por lo menos sus perdurables
dolores (más memorables que el pasajero relumbrón de los auges
exportadores o el chisporroteo de los jingles importados). El hogar
se desintegra y el trabajo escasea: la única realidad es el bar. Las
hipnóticas teclas que cantan por nosotros convierten al paria en
ruiseñor. Rancheras, tango, salsa, a pesar de sus variantes, siguen
hablando una misma lengua. La canción popular es el credo
ecuménico de nuestras dispersas repúblicas. Rockola City es la
capital invisible de América Latina.
162
Luis Britto García
Tango, ranchera, bolero y salsa son entonces, a pesar de sus
orígenes rurales, músicas urbanas. No importa que Gardel haya
cantado delante del dictador venezolano Juan Vicente Gómez
disfrazado de gaucho; que charros de utilería arrastren tintineantes
espuelas vaqueras o que algún salsoso adopte sombrero de cortador
de caña. Otra es la manigua que sus canciones celebran o conjuran:
la pampa de acero, la milpa de cemento, la jungla de plástico. Igual
que un amuleto rural se aprieta el micrófono contra el corazón.
163
Elogio del panfleto
Una victrola que llora
Pues paradójicamente estas melodías que expresan esencias
autóctonas se comunican gracias a tecnologías importadas. El
tango es lanzado en su ofensiva continental por el gramófono y
luego por el «biógrafo»; las primeras grandes películas de Gardel
son filmadas en Estados Unidos y distribuidas por Paramount
hasta que el celuloide argentino impregna de minas y cafishos la
más remendada pantalla latinoamericana. La ranchera cabalga
a galope tendido sobre cintas de Pelimex por los predios de los
estudios Churubusco; merengue, bolero y salsa se contagian
gracias a los vectores de la radio, el casete y el video. La ecuación
es sencilla: los países cuyas industrias culturales manejan con
soltura ciertos medios de comunicación —aunque sean tomados
en préstamo— difunden sus estilos en los mercados que dominan.
«El día que me quieras», «Juan Charrasqueado» y «Pedro Navaja»
arrasan de Norte a Sur y de Este a Oeste, mientras «La flor de la
canela» mantiene su discreto aroma local y el arpa paraguaya o
el charango vierten sus sonoridades para la parroquia o para los
archivos de los investigadores del folklore.
164
Luis Britto García
Dime percanta qué has hecho de mi pobre corazón
Todo sentimiento amenazado deviene obsesión. En América
latina el amor es más problemático y por tanto más intenso que
en cualquier otra parte. En toda la tierra el amor es pasión: en
América Latina además es tragedia. Tango, ranchera y salsa tra-
tan sobre la impasible aceptación de la adversidad. El dolor es
nuestra América compartida.
165
Elogio del panfleto
dejan sus familias en el Viejo Mundo y en el Nuevo no encuentran
suficientes mujeres para refundarlas. Durante medio milenio los
varones de las castas dominadas sufren la incesante humillación de
ser hombres en sus casas sólo mientras el patroncito no disponga lo
contrario. Aquí todos somos hijos de Pedro Páramo.
166
Luis Britto García
El hombre desarraigado siente la herida en aquello que más
le concierne. El solitario que llega a la urbe lejos del amparo
de familias y clanes, sin oficio y sin tierra, siente que todas las
negaciones tienen nombre de mujer. Al no poder dominar su
destino, tampoco puede domar a las hembras. Estas se vuelven
obreras, ficheras o profesionales: mujeres de la calle. Dueñas de
sus actos y por tanto susceptibles de convertirse en Percantas,
Pérfidas, Ingratas, Perversas, Taqueras, Grisetas, Cancheras,
en resumen, en Malas Mujeres. Ya que, advirtió Octavio Paz, la
Mujer Mala es aquella que se parece al macho.
167
Elogio del panfleto
internalizado, viviente: si no, por qué tanta quejumbre, por qué
tanta proclamación de impasibilidad. Acaso importa más la herida
que la memoria: acaso toda memoria no es más que herida.
168
Luis Britto García
inadmisible en la ranchera, donde el héroe amoroso es el homicida
del Rival, de la Ingrata, de sí mismo o de los tres al mismo tiempo,
como en el sublime récord de El Peñón de las Ánimas. Contra lo
cual insurge el héroe de la salsa, el paradojista, el irresponsable,
el Gozón, cuyos antepasados —Bigote e’ Gato, Panchito Eché,
Juancito Trucupey, Burundanga o Juan Pachanga— se caracterizan,
ante todo, por una personalísima manera de entrarle al son. No
hay discurso del ayer, ni del futuro; la boca es puro contacto: el
sabor de una música cuyo mismo nombre habla de una inmediata
deglución (El héroe de la salsa siempre se la comió).
169
Elogio del panfleto
Ese es el instinto que nos proclama distintos. El magma incan-
descente que es más nuestro mientras más diverso, más perenne
cuanto más mudable. Acaso la lengua audible de una nación to-
davía invisible.
170
¡MÚSICA, MAESTRO!
Primer set
171
Elogio del panfleto
Entre ellas quizá la más llamativa sea la ininterrumpida
vigencia de Billo. Batuta a la orden, el Maestro dibuja con su
varita el compás social en todos los escenarios del poder. Avanza
así del gomecista Club Paraíso al medinista Hotel Ávila y a los
perezjimenistas Club de Suboficiales, Círculo Militar y Club
Táchira, para recalar en el Tamanaco y en los grandes ámbitos de
la hotelería que la dictadura construyó y la democracia subastó a
las trasnacionales.
172
Luis Britto García
ubicuo de Billo sin Billo: es decir, la rutinización del carisma. La
institucionalización de la maquinaria partidista que continúa su
ininterrumpido avance hacia donde ya estaba sin necesidad de
caudillos o precisamente gracias a su ausencia.
Segundo set
Con Billo se instala Venezuela en la civilización de las apariencias,
que para el subdesarrollo se resumen en populismo. Hay populismo
cada vez que se invocan los signos superficiales de la tradición
nacional popular para enfrentar un reto de la modernidad. Ocurre
así un populismo arquitectónico al construir en concreto armado
con arcos coloniales, y otro político cuando se invoca la caricatura
de un indigente rural para inmovilizar a las masas urbanas: cuando
los símbolos del desclasamiento son puestos al servicio de la
colaboración de clases. En el populismo —etapa superior de lo
mismo— el proyecto de vida se agota en la persecución infatigable
de los signos. Presenciamos así durante media centuria la eterna
convocatoria a los desposeídos en nombre de la necesidad de que
lo sigan siendo; la intermitente avivación de las esperanzas en aras
de su postergación indefinida; la sistemática presentación de los
desmedros como conquistas; la ensordecedora vociferación que
conmina al silencio; la incansable incitación a la inmovilidad; la
insistente conmemoración de los olvidos.
Tercer set
De esta sociedad que confunde cursilería con cosmpolitismo
se apodera Billo mediante una operación semántica que convence
a los capitalinos de que no bailan populacheros ritmos caribeños
sino melodías con la anglosajona etiqueta de importación de la
174
Luis Britto García
Billo’s Happy Boys. Las cacofónicas Bes mayúsculas y las sibilantes
eses retornarán con mayor éxito si cabe en el apelativo de la
Billo’s Caracas Boys, un milagro de remodelación de imagen que
envidiaría el más astuto asesor electoral. Pues èramos ante todo
Billo: el nombre o sobrenombre carismático del caudillo que
precede a la invocación de lo nacional popular. Eramos también
Caracas, sí, pero entre Billo’s y Boys: el posesivo y el sustantivo
que nos inscribían dentro del proyecto de modernización a la
estadounidense: el Caribe dentro del paréntesis o las tenazas del
Destino Manifiesto al cual nos conducía con el acelerador hundido
la ideología del Cadillac, apuntadas sus enormes colas de pato hacia
el camino avizorado por el retrovisor. Pero al final, reconozcámoslo,
ni Caracas ni Boys: simplemente Billo: la gerontocracia caudillesca
retornando por sus fueros y prescindiendo de todo andamiaje
partidista u organizacional. El Gendarme Necesario. El Demócrata
Necesario. El Billo Necesario (¿Si no es él, quién más?).
El Maestro prestigia así con el toque de lo exquisito —es
decir, de lo costoso— los grandes ritos de paso de una sociedad
enteramente dedicada al empeño de no transformarse. Fiesta
de quince años, baile de graduación, bonche de matrimonio o
celebración del ascenso son pasos dentro de lo inmutable, avances
en la inamovilidad. La inauguración es la ceremonia de la época.
En la misma forma como el baile de quince años lanza a la vida
a la niña bien, el corte de cinta bota el parapeto a las aguas del
desorden administrativo y luego del colapso institucional. Billo
imparte a todas estas ceremonias un aire de ef ímera eternidad.
Intermedio
El tráfico de ilusiones deviene así la más importante indus-
tria nacional. Se nos disculpará que las evoquemos sin orden ni
175
Elogio del panfleto
concierto, pero es que durante medio siglo, que sepamos, nadie
ha acertado a prestarles el más remoto asomo de periodización
conceptual.
176
Luis Britto García
tagonismo del muñeco de torta conyugal e institucional. El genio
culinario se afana en unos pasapalos de rebanadas de pan mojado
que envuelven espárragos e imitan calas cuya sugerencia fálica
sonroja toda recepción nupcial. Luego se esmera en orugas con
queso fundido llamadas tequeños. Los comensales revuelven con
el dedo el hielo de los whiskys con cocacola.
177
Elogio del panfleto
Medimos el tiempo, no por cronologías, sino por furores mu-
sicales. Ya hay rascacielo, ya hay viaducto, ya hay reactor nuclear,
luego estamos civilizados. Lo nacional se soporta, lo exquisito se
importa. Así como la autopista aparenta el progreso de quienes
no saben fabricar los automóviles que la congestionan, connota
Billo el fasto de una burguesía que ostenta sin producir. Los cam-
pesinos se mudan para los cerros y la clase media para el Este. La
movilidad urbanística es el sucedáneo de la social.
Ultimo set
La fiesta Billo, como la nacional, nace del transitorio consorcio
entre dos anhelos incompatibles: el de mantener el orden y el de
infringirlo. Pero hay una hora de la verdad cuando el exceso o la
falta de alcohol resquebrajan las ficciones. Las damas comienzan
a robar maridos y los caballeros cubiertos. La decencia se va in-
tensificando hasta que ya no puede más, recoge sus bártulos y
cede el campo a la sinceridad. Es el sálvese quien pueda.
178
Luis Britto García
¿Qué nos queda entonces de la fiesta? La añoranza de que du-
rante cierto tiempo estuvo prendida la rumba, de que hubo pa-
pelillo y bambalinas; de que accedimos a una euforia sin razón
específica; de que por un instante apenas impalpable intuimos la
cultura del cotillón. Sin saberlo vivimos el esplendor, que no pasó
de algunas salpicaduras del petróleo con el que mantenemos fun-
cionando al mundo. Fuimos pródigos, y no prodigiosos. Por eso
estamos como estamos.
Final de fiesta
Durante medio siglo perforamos un pozo del cual sólo brotó
nuestro vacío.
179
SADEL: sin ti
Sin ti...
es inútil vivir
como inútil será
el quererte olvidar
Pepe Guizar: «Sin ti»
180
Luis Britto García
El bolero es la ideología del proletariado sentimental. Nuestra
única esperanza, el lirismo, etapa superior del sentimentalismo.
Bailar bolero es la forma más extrema de apurar la sensualidad sin
vaciarla en la saciedad. Los enamorados sólo pueden bailar el uno
hacia el otro, que es como hacerlo dentro de sí mismos; marcando
el tiempo en el mismo ladrillo, que es el mismo espacio pero a la
vez el mismo instante. En la perfección de un encuentro que nun-
ca llega, porque se agotó en deseo. Toda sensiblería quiere pro-
funda eternidad. Y en ese instante justo, la orquesta deja de tocar.
Con Sadel se despide de nosotros la Venezuela de las esperanzas.
Ese país que festejó en el Hotel Ávila a un presidente Medina que
gobernó sin presos ni exiliados; que eligió a un Gallegos porque
escribía novelas y que expulsó a un Pérez Jiménez porque disparó
contra las masas, a pesar de que su ministro Fernández Morán
—especie de Luis Alberto Machado de la época— prometió
llevarnos a la luna vía teleférico. Esa Venezuela que se escindió
en dos proyectos igualmente utópicos: el radical de conquistar
el segundo Territorio Libre de América, y el populista de edificar
Miami, Parte II. Ambos fracasados.
Durante ese tiempo histórico se extendió la Venezuela del
convertible; del hijo a punto de graduarse y de la quintica en Prados
del Este. Allí, en la sala en cuyos muebles nadie se sentaba porque
eran para las visitas, tras los objetos de Arte Murano, estaban los
discos de Sadel. Era, en otras palabras, la Venezuela de la clase
media, esa tierra de nadie hecha de recursos sórdidos y esperanzas
bonitas, situada entre la docena de grupos financieros de arriba
y el magma social de abajo. Crecimos en ese mundo traumático,
donde todas las muchachas tenían otro novio secreto: Sadel. Ello
imponía terroríficos deberes: el romance con serenata, el smoking
con chaqueta blanca y la boda con Ave María. Sadel impregnaba
181
Elogio del panfleto
de humanidad esos espacios: los hacía creíbles y hasta tolerables.
En la Venezuela de reinas de belleza, de boxeadores y de cantantes
(el país de la gloria instantánea y del olvido fulminante) enseñó
una vía hacia la perennidad. Pues el alma de la clase media es esa
ansia de perduración que llamamos decoro: ese conservadurismo
hacía el futuro de las naciones que quieren olvidar su pasado. Para
esa clase media fue Sadel una especie de reina de belleza moral:
buen hijo, buen hermano, buen esposo, buen padre, buen amigo,
buen protector de perseguidos políticos. Buen artista: rescató
para el ambiente familiar tanta melodía popular proyectada por
las gargantas arrabaleras de Benny Moré, Toña la Negra y Daniel
Santos. Triunfó afuera, cantándole a los extranjeros mejor que
nadie su Donna é móbile, y dentro de las reglas, eh, no vayan a
decirnos transgresores o desordenados. Su única tropicalidad no
domesticada fue la de dominar magistralmente tantos géneros.
Su única desmesura, trascenderlos todos para convertirse en
ese hermano a la vez tan próximo y tan remoto que los pueblos
llaman un ídolo.
Sadel murió con su clase. Así como en el perfecto bolero
ningún bailarín se separa y en el perfecto amor ningún amante se
sobrevive, debía cerrar los ojos en el momento exacto en que se
cubren de luto las ilusiones y la clase media entra en las sombras.
Alfredo terminó el bolero de la ternura insatisfecha pero siempre
esperanzada. Sin ti, nadie podrá cantarlo con verdad. Para el
huérfano corazón de las masas, sólo quedan ya el tango de la
ruina o la épica gloria del corrido.
182
RANCHERAS
La muerte
183
Elogio del panfleto
el caballo, la paloma y el toro, que no saben de la muerte, siguen
su lento juego de animales heráldicos y de emblemas del morir.
Morir solo entre animales: aun rodeado de seres humanos, se
perece entre animales que en el fondo no comprenden la muerte.
Paloma del amor, toro de la violencia y de la noche, caballo de los
días y de las labores, entre la incierta lluvia del tiempo que hace
crecer las milpas seguirán infligiéndonos el asombro fundamental
de la muerte, el del mundo que sigue cuando se ha desvanecido la
conciencia que lo refleja.
El amigo
184
Luis Britto García
El recuerdo
El juego
185
Elogio del panfleto
El despecho es el ratón del amor. En el templo enseñan que no
se puede gozar sin sufrir. En el bar se aprende que no se puede
disfrutar sin padecer. El latinoamericano llega a admitir que no
hay goce sin sufrimiento, que acaso sufrimiento y goce, como vida
y muerte, son una sola cosa, tantos de un juego.
La canción del despecho es el hombre midiéndose con la
derrota. ¿Qué sería de Adán sin su manzana y de Aquiles sin
su talón y de don Quijote sin sus molinos de viento? ¿Quién
soportaría un juego en el que siempre se ganara? ¿Qué invulnerable
no terminará buscando un sitio dónde herirse? ¿Qué inmortal no
deseará el día en que pueda aniquilarse? ¿Y qué omnisciente no
perseguirá algo que ignorar? Triunfo y derrota, sabiduría y amor
nos alcanzan a través de nuestras brechas.
¡Qué manera de ganar!
El macho
186
Luis Britto García
mujeres que detestan al macho están condenadas a no encontrar-
lo. Qué macha es la palabra macho. Las mujeres se dividen entre
masoquistas y machoquistas. Hay machos de remache. Como está
prohibido, hay que ser bien macho para atreverse a ser macho.
La noche
187
Elogio del panfleto
Luis Britto García
HÉROES DE PAPEL
SUPERMAN
Metrópolis, 1988
191
Elogio del panfleto
Smallville, 1933
192
Luis Britto García
Clark Kent: ¿Ciento treinta dólares?
Superman: Exactamente. Escuche al pobre Jerry Siegel decir:
«Bueno, al fin y al cabo vamos a verlo publicado». Mis padres
adoptivos acaban de venderme al McClure Syndicate.
Clark Kent: ¿Qué fue después de ellos?
Superman: El Syndicate se volvió luego «Superman Inc» y
apaleó miles de millones gracias a mi trabajo. Mis creadores fue-
ron despedidos dos años después, y terminaron, el uno de asis-
tente en una biblioteca de pueblo, el otro en un asilo de ancianos
indigentes.
Sicopolis, 1950
Semiópolis, 2001
193
Elogio del panfleto
Clark Kent: McLuhan lo comparó con los arcángeles y Um-
berto Eco con Sigfrido ¿Tiene algo que decir para la fanaticada
culturosa?
Superman: Saludos a Federico Nietzsche: soy una versión
popular de su uebersmensch, y Bizarro de su Transmutación de
todos los valores. El duente MXZPLQZ es un alias del Demonio
de Maxwell, la criatura hipotética capaz de acelerar o desacelerar
el caos entrópico del universo. Yo mismo soy una continua
admonición sobre la inevitable omnipotencia tecnológica futura
del hombre.
Clark Kent: ¿Y en la intimidad, quién es?
Superman: El hombre más solitario del mundo. Imagínese
que a usted lo confinan en un cosmos donde sólo hay atrasados
mentales y paralíticos… Tal es la suerte de un Superhombre en la
Tierra. El dibujante Jack Kirby me trasladó una vez a un planeta de
semidioses, donde todos tenían superpoderes y mis hazañas eran
triviales. Entre ambos horrores elegí la Tierra. Y no puedo morir.
Centroamérica, 1988
194
Luis Britto García
Como yo, tiene ojos espías que lo penetran todo. Como yo,
obtiene su inspiración estética del comic y de la violencia. Como
yo, tiene puntos débiles: una kryptonita verde (el dólar) y otra
roja (la revolución). Como yo, su fuerza reside en un alter ego que
manipula información. El imperialismo y yo, no obstante nuestra
fuerza aparente, somos sólo de papel.
Cleveland, 1988
195
BATMAN: LA POLICÍA LINGÜÍSTICA
196
Luis Britto García
Los sicarios que llevan a Labana Cordero al campo de la muerte
populista llaman a su radiopatrulla «el Batimóvil». En nuestro
frágil día se instala firmemente el lenguaje de la noche. ¿Por qué?
Sueño de la Razón
Freud vincula la culpa por la muerte del padre al edípico temor
a la pérdida del phalo, palo, bate o bat. El phalo renace todas las
noches convertido en Batman, gracias a la gigantesca coartada
que prestan a la vez la arbitrariedad del signo lingüístico y la lógi-
ca del delirio. Imposible viajar por China sin advertir una ubicua
decoración de murciélagos: el ideograma que los representa equi-
vale a locura, y ésta a felicidad. Por una inconcebible coincidencia,
en inglés bat es simultáneamente phalo y murciélago, a la vez que
loco (batty). Ello explica el consiguiente diluvio de retruécanos: el
Bat está felizmente alojado en una cueva; lo acompaña un acro-
Bat (Robin era trapecista); tiene ambiguas relaciones con una
Bati-chica. A la producción en masa de Bati-gadgets corresponde
la proliferación de símbolos: el murciélago ve en la oscuridad; sus
enormes orejas captan lo inaudible; es invertido porque cuelga de
sus pies; la mitología lo equipara a Artemisa, la diosa virgen; la
alquimia al dragón y al hermafrodita; los aztecas, los mayas y los
tupí guaranís, a la tiniebla de la muerte, que devora la luz.
197
Elogio del panfleto
de ellas? Como los niños no se acercan a él, él ha salido a buscarlos
con el inocente disfraz del atleta, del científico, del millonario. El
secreto de Batman es tan obvio que resulta imposible penetrarlo.
Danza macabra
Si el lector duda todavía de que estamos ante lo que Roland Bar-
thes llamaría un sistema de generación simbólica, añadamos que el
creador del Hombre-Palo se llama Bob Kane (kane: bastón, garrote,
palo); que la Bati-chica se llama Kathy Kane; que el Dúo Dinámico
actúa de noche y en los bajos fondos, ambas tenebrosas metáforas
del inconsciente. Y del sueño, infatigable generador de metonimias,
delirio durante el cual todo concepto reviste una imagen concreta y
por tanto todo símbolo encarna en un ser perecedero.
Al igual que las demás obras maestras del comic —que Little
Nemo, por ejemplo— Batman es sueño y emblemática de sueños.
Como Alicia, como Las mil y una noches, como Finnegan´s Wake,
su anécdota es onírica y sus peripecias patológicas. A diferencia
de Dupin, de Sherlock Holmes, los métodos de Batman son los
del sicoanálisis.
Fantasmas de lo gótico
Al caer la noche, el sentido común desaparece y aflora Ciudad
Gótica. En la estilística anglosajona, gótico es lo sobrecargado, lo
198
Luis Britto García
laberíntico, lo hipercomplejo. Juzguémoslo por sus recurrentes
archivillanos.
El Joker: el juego de palabras, la sátira, la ironía: así como una
carta privilegiada cumple todas las funciones en los naipes, el hu-
mor transgrede los niveles del lenguaje para perpetrar crímenes
gozosos. En su reincidencia, deviene conceptismo: Quevedo.
El Acertijo: charada, adivinanza, logogrifo, aporía, duda metó-
dica y en general sof ística, o lo que es lo mismo, filosof ía. Ignorar
sus enigmas es tan peligroso como resolverlos. Ejemplo: Edipo.
Culteranizado: Góngora.
El doctor Espejo: la comparación, la redundancia, la simetría.
Todas sus trampas se refieren al juego de las falsas equivalencias:
¿metáfora, hipérbole, lítote? Extravía a los justicieros en dédalos
que infinitamente los reflejan. Sureñizado: Borges.
La Luciérnaga: intensidad fría de la palabra muerta, dardo de
la luz que ciega, mecánica de la ilusión que hace arder el agua y
transparenta el tiempo: la mística barroca: Lezama.
Justicia poética
Todo estilo, ha dicho Giraud, es una desviación susceptible de
definición cuantitativa. También es pasible de sanción: el tribunal
inquisitorial, el comisario ideológico, la Comisión de Actividades
Antinorteamericanas que encontró culpable a Chaplin (sublime
Joker), la policía lingüística de 1984 o Batman.
Pues los infractores del habla, al igual que su perseguidor,
sufren de complejo de culpa, y no dejan pistas porque cometen
crímenes, sino que cometen crímenes para dejar pistas y ser cas-
tigados. Pingüino o Dashiell Hammet, Dos Caras o Bulgakov, Ga-
tubella o Sallman Rushdie, hay un fálico ¡Plaff! en tu futuro.
199
A LA BÚSQUEDA
DE LA INFANCIA PERDIDA
200
Luis Britto García
monovocálicos (Ursulu, Rodolfo, Radrágaz, Fernéndez) y
refrenado por Tripudio, un sobrinito repelentemente adulto. En
su deambular por las calles del barrio de San Telmo, el hombre
que no tuvo infancia marcha a la escuela del brazo con Witold
Gombrowicz y Ferdydurke, alienta a Macedonio Fernández en
su plan desestabilización poética de Buenos Aires, junto con
Jorge Luis Borges combate Minotauros en el pesado laberinto
neoclásico de la Biblioteca Nacional, juega Rayuela con Julio
Cortázar entre cronopios y famas. Sólo quien se hace como niño
puede entrar al Paraíso de la creación: ser como Dios, que con
una palabra enciende la fulgente luz, o como el inocente, para
quien todo lo viejo parece recién creado. Lino Palacios resucita
cotidianamente el amanecer de la existencia hasta que en 1984 un
sobrino horriblemente adulto asesina al octogenario caricaturista
y a su esposa con el senil propósito de robarlos.
201
EN EL REMATE
202
Luis Britto García
cuales les tachan los nombres de los propietarios como rústicos
a los cuales liman los seriales. Falta alguna página. A lo mejor
muchas sobran. Lo único que se echa de menos para completar la
sensación de indigencia es el quiosquero que los alquile como si
fueran tarjetas telefónicas.
Lejos, bajo la otra arcada, están los ajedrecistas como escri-
biendo sobre los tableros páginas que borrarán después de cada
partida.
Más allá está el Remate de Escritores. Por qué caminos llegaron
aquí desde la rabia juvenil o desde la torre de marfil de la Escuela
de Letras, no puedo explicármelo. Algunos están ya con tarifa
común: TODOS A PRECIO DE BECA. La mayoría anuncian
REBAJA. Muchos se han rebajado demasiado. Varios exhiben
como etiquetas retractaciones y reniegos del compromiso y actos
de contrición y el inevitable artículo contra la revolución que es
el pasaporte para salir por fin publicados. Otros sencillamente se
anuncian como firmadores de lo que venga y por lo que sea. Meta
la mano y llévese el suyo.
Para qué se compran escritores en un país donde nadie lee.
Será para prestigiar estanterías en los despachos o para nivelar
gabinetes. A qué precio se venden escritores en un país donde
nadie escribe. Se lo voy a decir: una vez que pierden el carácter
de novedad, casi por nada. Yo hubiera querido que aquello por lo
menos tuviera un aire de jolgorio, de descorchadera de champaña.
Pero simplemente desde algún carro oficial o desde las ventanas
de una publicidad les tiraban conchas de arepa para mantenerlos
callados mientras picoteaban, con las plumas desflecadas como
esas palomas que vagan por el centro con aire de papagayos
enredados en poste. Qué reprocharles, si hace un cuarto de siglo
las masas que nunca los leyeron se vendieron por una promesa
203
Elogio del panfleto
electoral y hace dos décadas los comandantes se subastaron por
una curul en el Congreso. Dos por el precio de uno. Meta la mano,
meta la mano.
Las palabras de un escritor valen como obras mientras sus obras
no borren sus palabras. A veces unas y otras parecen inscritas con
tinta invisible: pasado el tiempo es el escritor quien se desvanece.
Luego viene ese tono amarillo que nunca ennoblece las páginas
que ya nacieron amarillentas. No hay barranco más profundo que
el de quienes intentaron el vuelo.
En el hundimiento general sólo salen a flote las ediciones pi-
ratas.
204
LAS PEORES MADRES DEL MUNDO
Una sola
205
Elogio del panfleto
el Purusha, es representada por sus aduladores con mil cabezas,
mil caderas, mil piernas, mil brazos y mil ojos. Coatlicue, la Gran
Madre azteca, usa falda de serpientes, garras de jaguar, un collar
de manos cortadas y corazones arrancados a las víctimas, dos ca-
laveras como adorno en la cintura y aparece decapitada: de su cue-
llo mutilado brotan dos serpientes que simbolizan ríos de sangre.
Según los cultos tántricos, una vulva mítica pare infinitamente el
tiempo, es decir, el Mal. Todas las religiones tienen horror a la vida,
por tanto, a la maternidad: la única madre venerada por la cristian-
dad es virgen y aparece con ojos llorosos y corazón atravesado por
puñales ante el hijo liquidado por la fuerza pública.
Se dirá que todas esas son fantasías de pueblos bárbaros, disi-
padas gracias a la luz de la razón, o sea, la cultura grecorromana.
Sin embargo Yocasta, madre y luego esposa de Edipo, dio a su hijo
motivos para cegarse, y a los restantes varones para ir al siquiatra.
Palas Atenea, la intelectual, es la progenitora más repulsiva de
que se tenga noticia. Envidiosa de la melena de Medusa, hizo que
los cabellos se le volvieran serpientes y luego le mandó a cortar la
cabeza. Fanática de armaduras y carros de combate, no tardó en
suscitar la pasión del herrero Hefestos. Hábilmente esquiva, Ate-
nea hizo que la semilla de Hefestos se derramara sobre su túnica y
cayera luego al suelo. El resultado fue Erictoneo, un niño deforme
que su ilustrada madre no tardó en dejar en manos de institutri-
ces, hijas de Krecops, el Dios serpiente. ¡Las primeras sicopeda-
gogas de la historia, como dice Fernando Rísquez!
Divinidad dual, la Madre que comparte el lecho filial sume en la
tiniebla y la que abandona balda. Vanas serán todas las tretas para
burlar uno u otro destino. El cordón umbilical es el hilo que nos
guía en el laberinto uterino: en su otro extremo espera Ariadna,
proponiéndonos nuevos Dédalos. Aseguran los sicólogos que
206
Luis Britto García
en nuestras relaciones repetimos incesantemente los esquemas
que una vez ejercitamos con la madre. Todo parto es entonces
ilusorio. No hay salida.
La ociosidad
¡Vilipendiada ociosidad, madre de todos los vicios! Por los si-
glos de los siglos las clases dominantes —es decir, inactivas— es-
tuvieron proponiéndote como coco a las dominadas. Desde sus
reposados divanes exhortaban a las masas a jalar animosamente
escardilla, puesto que la frente honrada que en sudor se moja,
jamás ante otra frente se sonroja.
Necesario fue que Paul Lafargue con su Derecho a la pereza
y Bertrand Russell con su Elogio de la ociosidad atacaran tales
majaderías, para que comprendiéramos lo evidente: todo avance
cultural, toda indagación de la verdad, todo hallazgo estético han
sido producto de la ociosidad, de la disposición de tiempo libre y
recursos para pensar, indagar, experimentar, cultivarse e incluso
divagar hasta tropezarse con los ocultos senderos de la creación.
En toda la historia de la cultura hubo un sólo filósofo esclavo —
Diógenes Cínico— y su amo lo liberó justamente porque no podía
hacerlo trabajar.
—¡Muchacho, no seas ocioso! —dicen las madres a su hijo
imaginativo, inventivo, cuestionador. Y tienen razón. Con buena
suerte, el sano trabajo rutinario terminará por volverlo estúpido.
La Necesidad
Visto lo anterior, sabemos ya que la Necesidad no es, ni con
mucho, la madre de la invención. ¿Cuándo se ha visto a un desnu-
trido, un agonizante o un desinformado inventar algo que valga la
pena? De la necesidad nacen las religiones y los grandes dividen-
207
Elogio del panfleto
dos de la banca. Lo mejor que se puede decir de ella es que tiene
cara de hereje.
Madres de película
El cine es quizá la última religión de las masas. Ojo pudibundo,
ha contribuido poderosamente a la consagración del mito oficial
de la madre sacrificada, pura, bienhechora. Nada como el oscuro
útero de las salas cinematográficas para difundir la imagen lumi-
nosa de la madre portadora del pastel de manzana, la bandera de
las barras y las estrellas y la antorcha de la libertad.
Pero en el parpadeo del proyector, entre cuadro y cuadro lumi-
noso, otra imagen brota de la oscuridad. ¿Qué hace, por ejemplo,
esa madre que sube la escalinata de Odessa para mostrar su hijo
como un blanco perfecto a los soldados que disparan contra la
turba solidaria con el acorazado Potemkin? ¿Por qué El pilluelo y
la audiencia estadounidense se refugiaron unánime y lacrimosa-
mente bajo la maternidad adoptiva de un vagabundo de sombrero
hongo, bastón, zapatos grandes y pantalones bombachos? ¿Por
qué se regodeó masoquistamente con la eterna huérfana Shirley
Temple, con las tiras cómicas de Anita la huerfanita? Brutalmente
destetado por los dietistas que predicaban el biberón y la leche
en polvo contra la lactancia materna, el público estadouniden-
se reencontró compulsiva y dolorosamente el seno negado en los
irreales bustos de celuloide de Mae West, Kim Novak, Marilyn
Monroe y las conejitas de Playboy. Todas custodiadas por el im-
placable lema de la caja registradora: se mira, pero no se toca.
La madre cinematográfica no sólo se niega: también niega a
las demás mujeres. La de Psicosis, aun momia, obliga al devoto
Anthony Perkins a volver picadillo a cuanta rubia se le acerca.
Joan Crawford propina a su hijita adoptiva ejemplares azotainas
208
Luis Britto García
con ganchos de ropa y maniobras culpabilizantes. La abominable
mamita de Brooke Shields la contrata, aún impúber, para hacer
el papel de niña cuya virginidad es subastada en un burdel de
New Orleans, y luego se dedica a defender esa misma virginidad
con un eterno chaperonage. Las historias de Imperio, Dinastía,
Falcon Crest y otros engendros son las de los contínuos esfuerzos
de otras tantas matronas para liquidar a sus propias familias
pretendiendo ayudarlas. La madre de Francis Farmer empuja a
su hija al alcoholismo, la lobotomía y la respetabilidad, en ese
orden de horrores. La deliciosa progenitora de Serial Mom, de
John Waters, asesina a todo el que la inquieta con transgresiones
tan graves como devolver videocasetes sin rebobinarlos o usar
zapatos con color inadecuado.
Mucho peores son las madres con efectos especiales. Mia
Farrow abrió el camino a infinidad de paridoras de íncubos,
súcubos, diablos, diablillos y príncipes de las tinieblas que han
vinculado indeleblemente el tema de la Maternidad con el del
Mal. Así como el destete fue la perfecta promoción para los
fabricantes de leche en polvo, la obstetricia demoníaca lo es para
los productores de anticonceptivos. El avispado espectador habrá
advertido que Alien y sus prolíficas secuelas son transparentes
metáforas sobre el rechazo a la preñez, con su agresor que «planta
huevos en el vientre», su cuerpo extraño (alien) abortado de la
protección uterina de la nave atado con un cable umbilical y el
ametrallamiento de la Computadora antiaborcionista que quiere
retener el huésped a bordo. «Fuck you, mother», la increpa
reveladoramente Sigourney Weaver al apretar el gatillo.
La madre judía
Gracias al pánico creado por los mitos religiosos, la mujer es-
tableció una hábil división de acuerdo con la cual ella mandaría
209
Elogio del panfleto
en la familia y el hombre en el Estado. Lo cual dejó indelebles ras-
tros en pueblos que, como el judío, no han tenido Estado durante
más de dos milenios. En tales circunstancias la familia (es decir, la
mujer) reúne los poderes de la religión y la política.
Para disipar suspicacias, Dan Greenburg en su clásico libro
Cómo ser una madre judía aclara que a fin de merecer tal
calificativo no es necesario ser judía, y ni siquiera madre. Las hay
de todas las nacionalidades, religiones y sexos. Lo único específico
en ellas es la conducta hacia sus dominados: culpabilización de
la víctima («¿Qué importa que mamá sufra?») lavado de cerebro
(«¿Verdad que mi hijito en realidad no quiere salir a la calle?»)
corrosión de la confianza («Con lo enfermizo que eres, ¿cómo
pretendes parrandear con tus amigos?»).
Resultado: incapacitados para descargar su agresividad sobre
la madre, los vástagos la desplazan sobre algún objeto exterior:
Marx sobre la sociedad clasista, Freud sobre la moral sexual,
Kafka sobre la burocracia, Einstein sobre la f ísica newtoniana,
Woody Allen sobre Mia Farrow.
Cada vez que el Estado es inexistente o débil o difuso o en general
poco serio, la lealtad del individuo vuelve inexorablemente hacia la
familia, la Mafia o la alucinación grupal llamada religión. Cuando
éstas se hacen a su vez insoportables, el individuo se torna hacia sí
mismo. El resultado es una explosión de genios. Ejemplo: el Renaci-
miento italiano. Cuando una cultura extermina a sus genios, nacen
los conquistadores. Con ellos, los imperios, y las madres políticas.
Madres políticas
Todos sabemos que los varones con su exagerada crueldad son
culpables de la violencia que reina en el orden nacional e interna-
cional. Bastaría restablecer el matriarcado para hacer del mundo
un remanso de bondad.
210
Luis Britto García
Mas, ay, advierte Nietzsche, el hombre es malo, pero la mujer
es aviesa. Juzgue usted por los tristes récords implantados por las
mujeres que en vez de mandar directamente sobre los hombres
se dedican a hacerlo a través del Estado. Cleopatra asesinó a su
hermano, metió a Marco Antonio en una guerra insensata y lo
abandonó en plena batalla. Erszebet Báthory, princesa de Hungría,
inauguró los tratamientos de limpieza de cutis duchándose con
sangre de centenares de doncellas degolladas. Isabel de Inglaterra
decapitó a la mayoría de sus amantes y de paso a María Estuardo,
su rival en el trono. Al mismo tiempo, alentó el pillaje en los mares
y armó caballeros a los más inicuos piratas. Catalina de Rusia
heredó el trono liquidando a su marido y lo conservó ejecutando
una exagerada cantidad de súbditos. La reina Victoria desencadenó
guerras imperiales para imponer el tráfico del opio a China y la
India. Indira Gandhi alentó contiendas contra mahometanos, Golda
Meir contra palestinos, Margaret Tatcher contra argentinos. No se
piense que el exceso de poder las marea. Algunas se embriagan con
poderes minúsculos. Una de las capo de los campos de exterminio
coleccionaba pantallas de lámpara de piel humana.
No las queremos de vuelta en el hogar. Si así mandan, ¿cómo
cocinarán?
Madre Patria
La Leyenda Negra que nos hacen merendar en la escuela dice
que la Madre Patria vino, mató indios, esclavizó africanos y nos
enseñó todo lo detestable: el catecismo, vestirse de casimir en el
trópico, la mojigatería y la censura.
En algún sitio señalé que la Madre Patria, generadora de guerreros
y de místicos, jamás dio a luz una nueva doctrina filosófica, una nueva
concepción científica, un placer nuevo. Contra esas liviandades,
España nos fijó en la verdad absoluta de la contemplación de la
211
Elogio del panfleto
muerte. De allí surgen toda su miseria y su grandeza. Las nuestras
también. Hasta su decadencia fue austera e hiriente, así como había
sido impenetrable y suprahumano su apogeo barroco. Incluso sus
genios son amargos, ácidos, intratables. Se arriman demasiado
a un toro que termina corneándonos a nosotros, sus fanáticos.
Allá toda Europa que sazone sus culinarias, sus costureros y sus
arquitecturas para dulcificar el horror del instante. Me quedo con
Velásquez, Goya y Picasso para que nos revelen el dolor que late en
la luz: con Quevedo, Juan de la Cruz y Valle Inclán para herirnos
con el filo de la palabra.
Un español es un árabe con complejo de culpa. Los latinoa-
mericanos somos españoles con complejo de Edipo. Como todo
recuerdo rechazado, éste sólo puede ser lavado con sangre, o lo
que es lo mismo, con revoluciones.
La Revolución
Las revoluciones, como buenas madres, devoran a sus hijos.
La francesa llevó a la guillotina a Saint-Just, a Dantón y a Robes-
pierre; permitió que Marat fuera apuñalado por una girondina di-
sidente y sepultó en prisiones y manicomios al marqués de Sade.
América Latina no trató mejor a sus libertadores. San Mar-
tín murió en el exilio; Sucre asesinado; Bolívar pobre y enfermo
mientras esperaba un barco para huir al extranjero; Miranda en
la Carraca; Emiliano Zapata en una traicionera emboscada; César
Augusto Sandino fusilado por Somoza en el banquete en el que
celebraban la paz.
No se trata de indisciplina de latinos. Lenin recibió en la gar-
ganta una bala envenenada que le disparó una nihilista. Trotsky
fue muerto a golpes de pico. Bujarin, ajusticiado tras higiénico
lavado de cerebro.
212
Luis Britto García
Si el vástago compone, pinta, escribe o filoso, le va peor. Isaac
Babel pereció en un calabozo de la misma revolución que había
defendido a sablazos en las filas de la caballería roja. Pablo Neru-
da fue vilipendiado por un oscuro burócrata cubano. El intelec-
tual que no despierta fuerzas capaces de devorarlo es una mierda.
Madre populista
En Venezuela más de la mitad de la filiación es ilegítima. Ello
hace presumir un alto índice de deserción paterna, lo cual implica
una preponderancia de familias matricéntricas, donde la mujer
es padre, madre e hija a la vez. Tales familias inculcan meticulo-
samente los ideales del machismo a un varón que inicia nuevas
familias calcadas sobre el mismo patrón.
La novela más representativa de este pueblo «machista» es
Doña Bárbara, que trata sobre una mujer. Sus costumbres son
detestables: trabaja, le gusta el olor a mastranto, cría ganado en
las tierras de los propietarios ausentistas, devora hombres y tiene
una relación de amor y odio con su hija Marisela, porque ésta
le recuerda su femineidad y de paso le levanta al deseado dotol
con hacienda propia. Doña Bárbara huye en un bongo nocturno
—la barca de Caronte— y termina sus días hundiéndose en un
tremedal: fin previsible, porque el mundo subterráneo es la
morada de Hécate, la Madre Terrible, cuya arma es el hechizo y
cuyo emblema es la antorcha.
La antorcha reaparece —oh, sorpresa— enclavada en medio
del escudo del Partido del Pueblo, el cual —oh, casualidad— es un
clásico emblema femenino: redondo, rodeado de una mandorla de
laureles que es el símbolo del vello púbico mujeril, en torno a dos
letras gruesas que emblematizan nítidamente los labios mayores.
En los afiches de la campaña electoral de Lusinchi apuntaba hacia
213
Elogio del panfleto
ellos un fálico trazo rojo diseñado —¡Sí, qué coincidencia!— con
lápiz labial.
Andrés Eloy Blanco escribió un himno del Partido del Pueblo
que caracteriza a la patria como madre, llamándola «marinera de
entraña selvática» y también «Madre, Madre de Amor, Patria, Pa-
tria». Y esta madre que es la patria —oh, asombro— resulta que es
también el mismo partido: «Venezuela en Acción Democrática/
quiere ser Democracia en Acción».
Los análisis semiológicos del discurso populista revelan que
el partido describe al pueblo como un sujeto pasivo y definido
ante todo por sus carencias. Exactamente como se representa
a un niño. La leche, nutricio vínculo entre madre e hijo, es el
tema más repetido en la propaganda: tarjeta del partido y traje
de los dirigentes son de color lácteo; el Vaso de Leche Escolar es
incesantemente prometido; los modelos de los afiches consumen
derivados lácteos mientras sus lemas afirman «con los adecos se
vive mejor». En fin, «estas manos que ves» ordeñaban en televisión
una inagotable ubre, versión criolla del cuerno de la abundancia.
Madre terrible, en verdad. Durante casi medio siglo amamantó
a su vástago con retórica y lo adormeció con promesas. Cuando
éste despertó, se encontró con una Deuda que excede los 60.000
millones de dólares, un patrimonio dilapidado y el traqueteo de
las metralletas «peinando» rancherías urbanas. Bajo el ronco
arrullo de las sirenas, todo un pueblo se daba cuenta de su súbita
orfandad.
214
HENRY MILLER: PESADILLA
DE PORNO ACONDICIONADO
215
Elogio del panfleto
Pues la irrestricta disponibilidad de tierras facilitaba la ilusión
de que podían ser alcanzadas simultáneamente dos metas contra-
dictorias: la anabaptista de la igualdad y la calvinista de la riqueza
como señal del favor de Dios y medida de toda excelencia. Los
anabaptistas habían demostrado, durante la guerra campesina de
Alemania, que la igualdad sólo se conquista mediante una redis-
tribución de los medios de producción. En consecuencia, los pe-
regrinos del Mayflower eran comunistas y durante varias décadas
trabajaron en común la tierra. Lutero y Calvino, cerrando filas con
la burguesía europea, con los señores feudales y con las tropas del
Imperio contra los inermes campesinos, probaron que la riqueza
sólo subsiste a costa de la aniquilación del prójimo. La masacre
de los valdenses en Provenza en 1545 y el posterior exterminio
de los igualitaristas diggers en Inglaterra en 1649, genocidios que
protegían la intocabilidad de la propiedad territorial, cobijaban
con igual estatuto la desigualdad. En un sistema cerrado, toda
igualdad es a semejanza del prójimo y todo privilegio a costa de él.
La extensión de la geografía americana, por el contrario, creó
la ilusión de un sistema abierto, donde cada ciudadano igual podía
forjarse su propia riqueza —su propia desigualdad— sin dañar
al prójimo, avanzando contra un aparente vacío de naturaleza
virgen donado por el creador para enriquecer al primero que lo
tomara. El comunismo originario de los Peregrinos del Mayflower
fue liquidado por esta ilusión. Después de dos décadas de dura
labor en común, se parcelaron las tierras. El problema de que tales
territorios estaban ya ocupados fue declarado irrelevante mediante
el recurso de considerar a sus pobladores —primero los indígenas,
luego los mexicanos, finalmente los negros importados— fuera de
la humanidad. O, como lo resume Rudyard Kipling:
216
Luis Britto García
Toda nación, como toda persona, vive en medio de una
ficción —sin la cual no podría vivir consigo misma—
pero nunca dejó de maravillarme un pueblo que,
habiendo extirpado los aborígenes de su continente
más completamente de lo que ninguna raza moderna
lo ha hecho, honestamente cree ser una pequeña y
Celestial comunidad de Nueva Inglaterra, capaz de
sentar ejemplos para la brutal humanidad. (1)
El fin de la frontera
El cierre de la frontera por el Océano Pacífico desató una
expansión hacia México, Hawai, Cuba, Puerto Rico, Alaska, Las
Filipinas y Panamá, que sólo fue detenida, en su aspecto territorial,
por las regiones densamente pobladas de Europa y del Asia. El
cese de las adquisiciones geopolíticas significó el fin del mito de
la frontera infinita, que equivalía al de la oportunidad ilimitada.
Desde entonces, era obvio que el self-made man no se hacía a
sí mismo: se hacía a costa de los demás, quitando a otros lo que
éstos no pudieran defender.
Anticipamos que esta idea arraiga en el viejo dogma protestan-
te y específicamente calvinista de la predestinación. Dios elige a
217
Elogio del panfleto
aquellos a quienes reserva para la gloria: pero el signo visible de la
selección divina es la riqueza terrena. La aplicación social de esta
doctrina religiosa es una total legitimación del éxito, que también
puede ser formulada como completo descrédito de quien fraca-
sa económicamente. Y su corolario implica que todos los sueños
pueden ser traducidos en dinero. Pero el dinero mismo se revela-
ría a la postre tan inconsistente como un sueño.
218
Luis Britto García
Del sueño americano a la pesadilla de aire acondicionado
Lo que sucede en los planos político, económico e ideológico
de la sociedad estadounidense también acontece en su ficción
literaria. Casi no hay gran personaje de su narrativa clásica que no
esté marcado por la leyenda del peregrinaje. El Ojo de Halcón de
Fenimore Cooper, el Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe, el
Capitán Ahab de Melville, el Huckleberry Finn de Mark Twain, el
Wolf Larsen de Jack London, así como los ajusticiados de Ambrose
Bierce y los vagos de O’Henry, son todos grandes errabundos que
esperan la redención de un horizonte en perpetua fuga. Este tipo
de héroe es divulgado para las masas mediante el circo de Billy
Cody —héroe infantil de Miller— y los innumerables cowboys de
la literatura barata.
A principios del siglo veinte, sin embargo, se hace manifiesto
que el espacio externo estadounidense está clausurado, y que el
interno está agobiado por la peste moral de la crisis económica, la
miseria y el desempleo. Si los héroes literarios de la primera época
representaban los códigos de la sociedad colonial en expansión,
los nuevos héroes encuentran imposible la adhesión a los nuevos
valores de la sociedad industrial y devienen antihéroes.
Un animal, postulan los etólogos, tiene tres soluciones ante un
conflicto: la sumisión, la agresión, la retirada. Demasiado rebel-
des para aceptar la sumisión, impotentes para una lucha total, los
antihéroes emprenden la fuga.
¿De qué huyen los nuevos Prometeos, a qué infiernos quieren
volver la espalda? Una cultura es el conjunto de valores que una so-
ciedad se comunica usualmente. Por tanto, los valores que más cir-
culan en sus redes comunicacionales son probablemente los más
apreciados. En este sentido el Word Frequency Book —exhaustiva
pesadilla lexical que nos muestra, alineadas por orden de rango,
219
Elogio del panfleto
las frecuencias con que se usa cada palabra en el inglés estadouni-
dense— podría facilitarnos una aproximación estadística al Sueño
Americano (2). Elijo algunos términos significativos, apuntando la
frecuencia con la que recurren en cada millón de palabras:
220
Luis Britto García
Para despertar de ella, los escritores estadounidenses inician
un Éxodo hacia Europa que por momentos reviste tintes de con-
dena moral hacia su patria. Como indica Bihalji-Merin:
221
Elogio del panfleto
La saga prototípica del nuevo Éxodo hacia la aniquilación
económica es la magnífica novela Grapes of wrath, de John
Steinbeck: los granjeros arruinados por los bancos deben invertir
lo que les queda del remate de la tierra en un Mayflower terrestre,
un aporreado camión que los llevará hasta California. El mar ya no
es camino de promisión, sino límite: en sus costas no les esperan
ni tierras ni riqueza, sino explotación, miseria y disgregación
familiar. La errancia y el enriquecimiento han fracasado. Sus
duras leyes de conquista y de competencia despiadada han de ser
sustituidas por el amor: una joven madre emigrante nutre con
su leche a un hombre a punto de morir de inanición. Siguen este
itinerario de ruina social los jóvenes errabundos de las novelas
de Dos Passos, el condenado a muerte de Theodore Dreiser, los
vagabundos de Ring Lardner.
222
Luis Britto García
busca su independencia y su cordura. Los protagonistas de Faulk-
ner quieren restablecer el esplendor de linajes caídos o situarse en
una inmerecida respetabilidad ocultando historias turbias, cuan-
do no juegan irrespetuosamente con la muerte hasta encontrarla,
como los aviadores nómadas de Pylon. Los desclasados de Jack
Kerouac o de Ken Kesey rastrean una redención metaf ísica que
nunca llegará, aunque el cese de la búsqueda sea la liquidación.
Los adictos de William Burroughs deambulan de México a Ma-
rruecos y de Nueva York a la Galaxia en procura de la desintoxi-
cación o de alucinaciones cada vez más disolventes. Henry Miller
quiere la libertad social, sexual e intelectual.
Pues el cierre de la frontera no sólo ha impuesto un límite geo-
gráfico, sino una serie de murallas intelectuales, vivenciales y éti-
cas. El conformismo, el consumismo, la soledad y el puritanismo
descienden sobre el Nuevo Mundo. Son la orograf ía profunda del
paisaje lingüístico que acabamos de esbozar.
Las condicionantes de este drama social pesan de manera ob-
via en la obra de Henry Miller. Se juntan en él —o en ese persona-
je vagamente autobiográfico que llena toda su obra— la condición
de nómada, el odio hacia las constricciones de la economía de
consumo, la sublevación contra las restricciones a la sexualidad
impuestas por el puritanismo y la búsqueda de algún Edén situa-
do en el instinto, en el cuerpo o en Europa.
Pero un artista no es el resumen de la circunstancia social y
cultural que le toca vivir: es el conjunto de procedimientos a tra-
vés de los cuales hace comunicable su experiencia de ella. Cuando
esta elección de estrategias guarda estrecha relación con tal cir-
cunstancia, ello hace a la obra perdurable. Pues, como bien apun-
ta Michel Zeraffa, «el escritor no inventa la técnica, y menos aun
si se trata de una técnica novelística: la deduce de la realidad. Y
223
Elogio del panfleto
este trabajo deductivo, dada su naturaleza sociológica —o psico-
social, en todo caso— debe ser parte integrante de la sociología
de la novela» (5). Tratemos de discernir esta coherencia entre la
técnica y sus temas dominantes.
Yo, pecador
La errancia, tema central de la literatura estadounidense, com-
prensiblemente también lo es de la de Miller. Pero, ¿quién pe-
regrina? La anécdota de su obra es siempre narrada en primera
persona. La primera persona literaria sugiere la cercanía, la in-
mediatez del relato. También, al situar lo narrado bajo un solo
punto de vista localizable, es declaración de subjetividad. Faulk-
ner, al relatar Mientras agonizo a través de una sucesión de voces
en primera persona, no hace más que indicar la relatividad de lo
contado: cada quien tiene de ello una versión parcial.
Pero la primera persona de Miller no sólo representa siempre
un mismo personaje, sino un personaje que se confunde con el
propio autor: cumple una función, más que literaria, biográfica.
Ello traslada el eje de la narración de lo narrado al narrador. So-
bre todo si tenemos en cuenta que éste, a diferencia del vocero de
Dostoievsky en Demonios o del de Proust en El tiempo perdido,
no se limita a apreciar pasivamente y contar, sino que actúa cons-
tantemente, a veces de manera violenta, siempre decisiva. La pri-
mera persona de Miller corresponde a la rebelión de los valores
individualistas del pionero contra el gregarismo de la sociedad de
consumo. Es la rebelión del postergado I contra el triunfante You.
Lejos de connotar subjetivismo, esta primera persona quiere
denotar objetividad. Ya que este Yo siempre presente, vigoroso,
que desautoriza toda otra resolución o interpretación del relato
que la que Él facilita impone una verdad: su única verdad. El Au-
224
Luis Britto García
tor Dios —esa antigualla de la novela académica y arcaísmo de la
postmoderna— ha sido sustituido por el Dios Autor. El verdadero
culto rendido a la persona de Miller en sus últimos años; las nu-
merosas biograf ías evangélicas que, como la de Brassai, esencial-
mente recogen testimonios de viva voz del escritor, sustancian el
éxito de esta técnica.(6)
225
Elogio del panfleto
un sastre de Nueva York, y termina con un grito de desesperación
ante la inutilidad completa de las actividades del hombre moder-
no» (9). Marc Saporta añade que Miller es conocido, «de forma
accesoria, por su hostilidad hacia la forma de vida americana»
(10). Y esta forma de vida es troquelada por las instituciones que
fabrican los hombres a su medida, y que hacen del individuo el
Organisation man, quirúrgicamente descrito por Theodor White.
Por eso, los molinos contra los cuales embiste más frecuen-
temente Miller con su erecto I en ristre son los emblematizados
por las palabras que en el paisaje linguístico estadounidense an-
teceden al Arte, y aun al Amor: Time, Work, Home, Money, Girls,
Mother, Cars. Cada uno de estos enemigos sugiere un rasgo pre-
ciso de su estrategia de combate.
Time
El Tiempo, ya lo hemos dicho, es mencionado en el inglés de
Norteamérica casi el doble de veces que el Hombre que lo vive.
Quizá porque el Tiempo es Dinero, pero también porque el
Tiempo es una tiranía aún más perfecta que la del oro. Para la
Modernidad, el tiempo es fuerza que impulsa irresistiblemente a
las civilizaciones en la dirección ascendente del Progreso y a los
individuos en la escalinata de la acumulación.
A este Tiempo estructurado y dirigido hacia una meta culmi-
nante, opone Henry Miller en su narrativa una duración que flu-
ye, es cierto, pero sin propósito ni finalidad. Como dice en Nueva
York ida y vuelta:
226
Luis Britto García
nacimiento espiritual, que puede ser a los diez y ocho
o a los cuarenta y siete años. Y la muerte jamás es la fi-
nalidad… ¡sino la vida! Hay que echar una horquilla en
ese río de tiempo-espacio que los norteamericanos han
creado: hay que lograr que los ríos corran hacia arriba,
a contrapelo. (11)
227
Elogio del panfleto
Work
Cuando el objeto de la narración no es el Hombre, sino uno de
sus enemigos —Work, Home, Money— éste no es arrastrado por
la narración, sino disuelto en un baño de ácido surrealista. Ello es
evidente en las delirantes descripciones de los sitios de trabajo: de
la Cosmococcic Company de los Tropics y The Rosy Crucifixion (La
Western Union Telegraph, en realidad) o del Empire State Buil-
ding en Nueva York ida y vuelta:
228
Luis Britto García
oficios de vendedor de poemas de puerta en puerta y de sicoana-
lista improvisado, sin creer en ninguno de ellos:
Home
Es notorio que los estadounidenses nunca se encuentran en
casa, y que cuando otros pueblos les invitan a regresar a ella, inex-
plicablemente lo toman a mal. Por lo regular reaccionan pros-
cribiendo de sus fronteras algún genio: Chaplin, Picasso, García
Márquez. Es que el Home, a juzgar por el número de veces que se
lo menciona, tiene elevada jerarquía: casi tres veces más que Girls
y que Mother, casi cinco veces más que Women. Dulce hogar, tan
superior en importancia a los seres que lo habitan.
La desacralización del hogar es lograda por el peregrinaje con-
tínuo de Miller y de su doble literario por Francia, por Grecia,
finalmente, por regiones remotas de Estados Unidos como Big
Sur. En estas errancias todos los alojamientos son problemáticos:
siniestros, con el alquiler vencido, de ellos se escapa a escondidas
e incluso se los destruye gratuitamente, como uno de los aparta-
mentos en Plexus:
229
Elogio del panfleto
mostaza, harina y huevos. En las sillas pegaron el pa-
pel atrapamoscas. Regaron la basura por el piso, res-
tregándola con los tacones. Lo mejor fue el trabajo con
la tinta. La arrojaron sobre las paredes, la alfombra y
lo espejos. Con el papel higiénico hicieron guirnaldas
para festonear los apelmazados muebles. (16)
Money
El estado crónico del personaje milleriano es la falta de fondos
y la perpetua deuda: no obstante lo cual, gasta el dinero pródiga-
230
Luis Britto García
mente. Alguna vez proyecta escribir algo así como un «Manual
del Perfecto Sablista». Pero al mismo tiempo ayuda generosamen-
te a todos los que lo necesitan. En los años sesenta regala muchas
de sus pinturas para colaborar con los subversivos venezolanos.
Burlándose del aforismo de Shakespeare «no seas ni deudor ni
acreedor», comenta:
231
Elogio del panfleto
haber seguido de cerca a Celine en Tropic of Cancer) que tesoros
culturales ajenos para manipularlos largamente (Nietzsche, Was-
sermann, Dostoievsky, por su frecuente mención, casi se vuelven
protagonistas de sus libros) o bien se extiende dispendiosa en
obras desorbitadas que abarcan desde la pornograf ía hasta la fi-
losof ía existencial en historias que cubren volumen tras volumen
y en donde todos los secretos privados son entregados. Por ello,
Donald Heiney lo ha acusado de «impulsivo y descuidado en su
estilo, que a menudo sugiere mediante complejas circunlocucio-
nes lo que un escritor mejor hubiera expresado en forma lúcida y
concisa» (19). Como el pródigo, literaria y literalmente Miller no
se guarda nada para sí.
Girls
La acelerada serie de asaltos sexuales de los Tropics ha contri-
buido a difundir la idea de que Miller sería un pornógrafo de ca-
lidad obsesionado por la cantidad, una sustitución del self-made
man por el self-made fucker. En sus restantes libros este ritmo
compulsivo cede, para tejerse morosa y amorosamente alrededor
de unas pocas mujeres: Mara, Mona, Stasia, Cleo.
Con esa alternación de marchas Miller quiere sacudir dos po-
los del Sueño Americano: el irredento puritanismo, la paralela
comercialización del sexo. Pues los Estados Unidos, a pesar de su
proclamada Revolución sexual, fueron y siguen siendo una socie-
dad puritana, es decir, hipócrita. En Nueva York la prostitución es
delito. En otros Estados la relación oral entre cónyuges es punible
con prisión. Los Estados del Cinturón Bíblico reprimen paralela-
mente la enseñanza del evolucionismo y la educación sexual. Los
libros del mismo Miller sólo pudieron circular en su país a partir
de los sesenta. Y la vuelta del conservadurismo, así como el páni-
232
Luis Britto García
co del Sida, garantizan una draconiana gazmoñería futura.
Paralelo a este puritanismo —quizá como cara opuesta de la
misma moneda— existe la venta de un sexo plástico promovido
por la industria cultural. Según lo describe Jill Robinson, hija de
un magnate cinematográfico:
233
Elogio del panfleto
con unos carraspeos. Me parecía imposible que tuvie-
se vida privada. Sólo puedo figurármela posando para
una tapa de revista, erguida permanentemente con su
cutis Palmolive y sin sudar jamás. Me gustan más los
«gangsters». (21)
Mother
Pues tampoco tiene Miller miramiento alguno para el matriar-
cado estadounidense. Su primera suegra resulta ser «una buena
pieza de trasero». Su propia madre lo reprende de manera contí-
nua por escribir en lugar de buscarse un buen trabajo. No abunda
en Miller el respeto filial.
Y sin embargo, sabido es que el Momma Apple Pie es el mejor
del mundo. Como que lleva dentro, horneada por mamá, la fruta
del pecado original. Notorio también es que todas las diosas de la
belleza americana exhiben un poderoso busto maternal. Y que en
el Gran Puerto, tras el peregrinaje por las aguas de las cuales dif í-
cilmente se retorna, los inmigrantes tuvieron por primera visión
una imponente matrona con corona de rayos puntiagudos. Por
más que se la llame Libertad, basta mirar la antorcha que enarbo-
la y el presidio que se abre a sus plantas para saber que es Hécate,
la Madre Terrible del mundo subterráneo.
234
Luis Britto García
Si fuéramos a hacer sicoanálisis salvaje —y el sicoanálisis es
la pasión intelectual dominante en el Norte— diríamos que el es-
tadounidense, nuevo Edipo, deja a la Madre Europa, pero termina
irresistiblemente volviendo a ella: los artistas para el incesto estético
y los políticos para la posesión militar, que dura ya casi medio siglo,
con las bases de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
En algún momento de esta errancia ha muerto el padre: los Estados
Unidos libres rechazan la monarquía, dominio paternal por exce-
lencia. Su literatura no presenta padres opresivos célebres, al estilo
Karamazov. Tom Sawyer, Huck Finn y los sobrinitos del Pato Donald
son huérfanos. Lo más próximo a una figura autoritaria es el Capitán
Ahab, sin descendencia, mutilado simbólicamente y devorado por el
útero de la ballena. Por el contrario, el jefe de familia prototípico es
Dagwood Bumstead, Lorenzo Parachoques, antípoda de todo des-
potismo. Sam, al igual que Donald, es solamente tío, no padre. Quizá
Hemingway, Miller, escritores de pelo en pecho, con su reputación
de «duros» con la cacería o con las damas quieren invocar esta figura
primeval contra el gran matriarcado americano.
Woman
Igualmente feroz es Miller contra el resultado del injerto de
puritanismo y exhibicionismo: el sexo mercantilizado. Como lo
expresa lapidaria e injustamente:
235
Elogio del panfleto
ga. Es como una caja de música que funciona metiendo una
moneda, como un aparato de ranura que automáticamente
entrega goma de mascar, como un medidor de gas londinen-
se. Sueltas la moneda, el mecanismo se pone en marcha, se
producen una pequeña sacudida y algunos movimientos, un
ronroneo y se enciende la luz; ésta permanece encendida el
tiempo necesario para que leas lo que allí está escrito, y se
apaga de nuevo. (22)
236
Luis Britto García
(1) Lord Birkenhead: Rudyard Kipling, Ramdon House, New York, 1978, p. 156.
(2) John B. Carroll, Peter Davies y Barry Richman: Word Frequency Book; The
American Heritage, Nueva York, 1971, pp. 565-570.
(3) Oto Bihalji-Merin: «Faulkner y el mito del tiempo», en El destino de la No-
vela, Editorial Orbelus, Buenos Aires, 1967, p. 136
(4) Umberto Eco: Diario mínimo; Ediciones Península, Barcelona, 1973, p. 221.
(5) Novela y sociedad, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973, p. 128.
(6)Brassai: Henry Miller duro, solitario y feliz, Ediciones Delcotal, Barcelona, 1979.
(7) Op. cit. p. 321.
(8) Grove Press, Nueva York, 1962, p. 26.
(9) La literatura norteamericana en el Siglo XX; Fondo de Cultura Económica,
Mexico, 1962, p. 158.
(10) Historia de la novela norteamericana, Ediciones Júcar, Madrid, 1976, p. 355.
(11) Nueva York ida y vuelta, Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1972, p. 56.
(12) Grove Press, Nueva York, 1965.
(13) Nueva York ida y vuelta, p. 67.
(14) Sexus, p.24.
(15) Sexus, p. 260.
(16) Plexus, p. 300.
(17) Nexus, p. 101.
(18) Sexus, pp. 78 y 12.
(19) Recent American Literature, Barron’s Educational Series, Nueva York,
1958, T. 4, p. 125.
(20) Entrevistada por Studs Sterkel para: American Dreams, Losts & Found,
Ballantine Books, Canada, 1985, p. 86.
(21) Nueva York ida y vuelta, p. 14.
237
Elogio del panfleto
Luis Britto García
PANTALLAS
SUEÑOS DE OTROS
241
Elogio del panfleto
reconstruyó con los personajes reales la saga de una tripulación
que surcó el desmesurado litoral para suplicarle algunas mejoras
al presidente. Lo más alejado de un film de propaganda: lo más
cercano de la cinta genial fundadora de una nueva forma de
mirar al hombre americano. A la postre, el presidente brasileño
engañó a los pescadores; los mogules de Hollywood decomisaron
a Welles su obra maestra para arrumbarla en un depósito, así
como destruyeron Los magníficos Amberson entregándosela a un
montador incompetente durante el viaje brasileño del director,
y confiscaron a Eisenstein los negativos de Viva México. Tim
Burton atribuye a Welles haber dicho: «Tenemos una sola vida, y
no podemos pasarla realizando los sueños de otros». Sobre todo
cuando los otros son incapaces de soñar.
242
DIBUJO Y CINE
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Elogio del panfleto
del escorzo y los foetazos de la composición para trascender el
inmóvil espacio de la página en blanco. Al fin, superaría las dos
dimensiones de ésta mediante el triple recurso de la vivacidad de lo
representado, la segmentación del espacio que sugiere el tiempo,
y la entrada en la dimensión de lo onírico. La responsabilidad
de esta carga fulminante correspondió a la vanguardia de la
caricatura. Pues en efecto, la gran pintura académica de David
representaba a sus modelos estáticos como estatuas de sal, y
hasta la declamatoria paleta romántica de Delacroix mostraba
la violencia de las «Masacres de Chios» con personajes en
mesuradas poses de filósofos somnolientos. Sólo sus animales, su
«Caballo asustado por un relámpago» parecían electrizados por
la fulminante agitación de la vida.
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Luis Britto García
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Elogio del panfleto
pez devorador hasta que el perseguido se arroja de nuevo ante la
cruz. Faltan veinte años para la novela homónima de Dostoievs-
ky, y apenas semanas para la prematura muerte de Grandville. Al
redactar su epitafio, escribe: «Aquí yace Grandville, quien animó
todo, y después de Dios, hizo que todo hablara o caminara. Sólo
él no pudo acertar su camino».
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Elogio del panfleto
de los efectos atmosféricos: son las impalpables ballerinas de De-
gas, los flotantes vegetales de Monet, las relampagueantes ama-
zonas de Seurat. Su ala izquierda lo crea mediante el retorcimien-
to de los cuerpos, la caricatura de los maquillajes, la efervescente
acidez de los colores irreales: son las cancanistas de Toulouse
Lautrec, la torbellineante noche estrellada de Van Gogh, los fue-
gos artificiales de Whistler. La retaguardia académica, con Meis-
sonier a la cabeza, representa paroxísticas cargas de dragones en
las cuales las fulgurante guadañas de los cascos de la caballería
siegan briznas de hierba en lo que Dalí llamó prefiguración y a la
vez cumbre del Action painting.El profeta humorista Albert Ro-
bida traza en La Caricature de 1880 una portada donde anticipa
el uso del «fotofonógrafo» para filmar las infidelidades de las co-
quetas. Con agitación febril, las artes visuales parecen anticipar el
advenimiento del Séptimo Arte, el consorte que les hará probar el
prohibido fruto del movimiento.
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Elogio del panfleto
renas y tripulando globos en batallas aéreas entre mares y cielos
visionarios debidos a la magia de la brocha.
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Elogio del panfleto
al cine mismo, puesto que el público pierde la costumbre de ver
una cara al natural. Apenas en 1928 se atreve Carl Dreyer a filmar
sin maquillajes La pasión de Juana de Arco. Es un gesto aislado.
Frecuentar las cinematecas no es contemplar los rostros del
pasado: es reseñar los dibujos que las modas impusieron sobre
ellos. La cámara es la máscara.
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252
desde el sicoanálisis y la interpretación de los sueños hasta el es-
pacio combado en la multiplicidad de las dimensiones; desde la
fascinación por los laberintos conceptuales hasta las tempestades
del surrealismo. En otros de sus dibujos animados representa con
la precisión del delirio el Hundimiento del Lusitania y casas que
vagan erráticas por el abismo del cosmos. Winsor MCay chas-
quea su plumilla. Se abren para el dibujo animado los paraísos de
la experimentación y los infiernos de la industria cultural.
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COMICS Y CINE
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Luis Britto García
ristas y el trazo en torbellino del Flash Gordon de Alex Raymond.
No conocía las proporciones del Doríforo, pero disponía del nar-
cisista dibujo de figura del Tarzan de Burroughs. Antes que Ale-
jandro Nevski paladeé las ásperas batallas y las composiciones de
masas del Principe Valiente de Harold Foster. Supe de las parado-
jas del viaje en el tiempo no por Wells, sino por el Brick Bradford
de Clarence Gray. Entré prematuramente en el cosmos y en la
estética del Pop en las cabinas de los centelleantes cohetes del
Buck Rogers dibujado sucesivamente por Dick Calkin y Rick Ya-
ger. Aprendí el alfabeto cuando mamá se negó a continuar leyén-
dome las narrativas expresionistas de The Spirit, de Will Eisner.
El otro punto culminante de la semana era la migración sabatina
a ver la serie en mi Cinema Paradiso particular, el cine Paraíso de
la Parroquia Santa Rosalía. A las tres de la tarde, mientras algún
personaje de Salvador Garmendia abría las puertas oscilantes de
su botiquín, los muchachos nos agolpábamos para la función de
matiné con el aburrido mediometraje de vaqueros y luego, la serie.
255
Elogio del panfleto
El cual se sostenía, como las visiones de Max Ernst, con un
económico encolado de desechos. Ante todo, con la rapiña de los
derechos de autor. Los sindicatos de tiras cómicas obligaban a los
creadores a cederles la propiedad sobre los personajes como pea-
je para la publicación. Siegel y Schuster, creadores de Superman,
fueron despojados de los derechos sobre su héroe y reducidos a
vergonzosa miseria. Algo por el estilo ha debido pasar con Bob
Kane, el creador de Batman, y con Dick Calkin, el primer dibujan-
te de Buck Rogers. Milton Caniff dejó de dibujar la exitosa Terry y
los Piratas, que había cedido al Sindycate, para iniciar Steve Can-
yon (Luis Ciclón), cuya propiedad tuvo buen cuidado de reservar-
se. Nada caros debían de salirle a las productoras estos derechos
ya expoliados a los creadores. Y mucho menos los guiones repeti-
tivos, baratos, desangelados.
Igual avaricia regía la producción. Los seriales donde se refun-
dían comics eran el infierno de los actores fracasados. Fuera de
Buster Crabbe —campeón olímpico admitido a la pantalla por su
apostura f ísica— no recuerdo uno solo notable. Un puñado de
desalentados extras, seguramente reclutados en algún asilo del
Salvation Army, se repartían los papeles secundarios. En ese gra-
do cero de la calidad cinematográfica todo papel lo era.
Más baratos, si cabe, eran escenarios y utilerías. Tenían aire de
callejones entre galpones de estudios o de sets abandonados. El
coche de los bandidos era una venerable ruina, misericordiosa-
mente estrellado en el último rollo porque era ya imposible hacer-
lo rodar. Los cohetes de Flash Gordon y de Buck Rogers semejaban
cafeteras escupiendo luces de bengala. El Trompo del Tiempo era
una innoble maqueta de cartón piedra pintada de plateado; los
afilados cazas de Los Halcones Negros eran representados por el
DC-3 que piloteó André Malraux en la Guerra Civil Española. La
256
Luis Britto García
guarida del Malvado era una caverna de papier maché repleta de
viejos equipos de radio y grandes bulbos al vacío que chispeaban
al entrar el doctor Hans Zarkov.
Cada estructura narrativa tiene su figura retórica tipo que la
compendia y la potencia. El caos temporal del Ciudadano Kane
usa como caballo de batalla el flashback y el flashforward. El reci-
claje de los seriales se teje gracias al loop, plano filmado una sola
vez y copiado cuantas veces deba usarse en el montaje. La insta-
lación de Ming en su trono de quincalla, la salida del batimóvil de
su gruta de cartulina, el dibujo animado con Superman volando
no sólo parecían ser iguales: eran un refrito de celuloide que nos
aproximaba al vértigo borgiano ante la copulación y los espejos,
abominables porque multiplican el número de los hombres.
Continuará
Equiparablemente ubicua era la figura retórica de la posterga-
ción, tomada en préstamo de los folletines decimonónicos y de la
propia tira cómica. Esta versión fílmica de la tortura china se lla-
maba Episodio. Sin saberlo, trabábamos conocimiento con Kafka.
Al igual que las comiquitas, las series no terminaban nunca: de-
jaban siempre a Batman a punto de ser aserrado o al Rey de los
Hombres-Cohete listo para ser aplastado por una locomotora, con
la promesa de un Continuará que jamás continuaba, porque el
operador confundía los rollos de la semana siguiente y salvaba al
Doctor Zarkov de una iguana gigante o liberaba a Superman de la
trampa tendida por el Hombre Atómico. Lo grave era cuando nos
castigaban por haber sacado cero en conducta y nos cortaban la ra-
ción de matiné. Todavía me despierto preguntándome qué pasaría
cuando el Emperador Ming lanzó contra Dale Arden el Rayo de la
Muerte Púrpura. Los seriales cinematográficos han debido tener su
Max Brod particular.
257
Elogio del panfleto
A pesar de todo, el Continuará cumplía exactamente su prome-
sa. Cada nudo dramático daba paso a una situación absolutamente
inalterada. Una de las leyes del cómic industrial es la inmutabilidad
de personajes y argumentos. Por lo mismo que son cotidianamen-
te interrumpidos, deben permanecer inalterables como anclajes de
un discurso que se repetirá durante décadas. El serial fílmico pro-
longaba miméticamente este Eterno Retorno, repitiendo con ma-
níaca exactitud las dos o tres variaciones posibles del tema Héroe
escapa de Máquina Infernal-Héroe combate con Villano-Villano
escapa milagrosamente-Villano secuestra Heroína y la ata a nueva
Máquina Infernal-Héroe acude al rescate.
258
Luis Britto García
como sucede con los que quieren satisfacer todos los gustos, re-
sultó el más seguro camino hacia la indigestión.
259
Elogio del panfleto
La respuesta está dada en la pregunta. El comic, al igual que
el cine, es una estética. Para expresar el primero con los medios
del segundo no basta disfrazar a un mediocre actor con una malla
y pararlo delante de la cámara. El comic digno de tal nombre se
distingue por su dinámica variación de encuadres, la primacía de
la acción, la detonancia de los impactos visuales, el predominio
del gag y del humor explícito o implícito, el amor por lo grotesco,
el expresionismo en la caracterización, vestuario y fondos; por
la máxima economía de medios que se traduce en la estilización
gráfica, el trazo limpio y el color plano, y por la amalgama segura
e individual de todos esos factores que llamamos estilo. Decía sir
Phillip Sidney que se puede ser poeta sin escribir versos, así como
se puede escribir versos sin ser poeta. De igual manera, hay quienes
filman personajes del comic sin adoptar su estética y viceversa.
En tal sentido, habrá advertido el atento lector que son films
con estética de comic, a pesar de que no retratan personajes de
historieta (que conozcamos): Fantasma en el Paraíso, de Brian
de Palma; El Knack, Help y Cómo yo gané la guerra, de Richard
Lester; Doctor Strangelove y La Naranja Mecánica, de Kubrick;
Brewster McCloud (Volar es para los Pájaros) de Altman, Busca-
dores del Arca Perdida y Volver al Futuro, de Spielberg; Beetlejui-
ce y El Joven con las manos de tijera, de Tim Burton; Brazil y El
Barón de Munchausen de Gillian; Alien de Ridley Scott, El quin-
to elemento, de Jean Luc Besson, The Matrix, de los hermanos
Wachovski, Seven y El club de la pelea de David Fincher. Mención
especial merece el computerizado Tron, de Lisberberg, uno de los
pocos films que rompen la tiranía del decorado seudorealista des-
de el sicopático Caligari de Wiene y la constructivista Aelita de
Protazanov. Era de esperarse: el autor del storyboard es el genial
historietista francés Moebius. En los bordes de la categoría está la
260
Luis Britto García
serializada saga de la Guerra de las Galaxias, descomunal saqueo
de viejas tiras de Buck Rogers y de la saga The New Gods, creada
por Jack Kirby.
Examinemos encontronazos y desencuentros entre héroes y
estilo en una selección significativa. No espero ser exhaustivo.
Siempre he lamentado no haber visto el Mandrake, de Fellini.
Deploro haber presenciado un Buck Roger que afligió las salas
a mediados de los setenta. Excluimos expresamente aquellos
personajes —como Tarzan y James Bond—, originados en novelas
y de los cuales tanto comic como cine son mero subproducto.
Tampoco nos ocuparemos, salvo incidentalmente, de los dibujos
animados y de las adaptaciones televisivas, que podrían llenar
una enciclopedia. Podemos ahorrarnos sin pena ni gloria la
Barbie espacial de Barbarella perpetrada por Roger Vadim, los
innumerables Supermanes financiados por Brocoli y Saltzman, el
banal Flash Gordon de Sam Hodges, fracaso de la guardarropía de
opereta. Evitemos a toda costa presenciar los irrecuperables Rocket
Man y El Fantasma, el insulso Daniel el Travieso, los insufribles
Picapiedras. Los meritorios Locos Adams no son adaptación de
tira cómica, sino de personajes de caricaturas aisladas.
261
Elogio del panfleto
en el mercado estadounidense, recurrió al pintor inglés Richard
Mac Donald.
Sólo una inteligencia agudamente visual como la suya pudo
atreverse a experimentar con la heroína de la grisácea tira
Modesty Blaise, dibujada sin mayores méritos por Jim Holdaway e
inspirada laxamente en la novela homónima de Peter O’Donnell.
Sólo el prestigio de Losey pudo reclutar los descomunales talentos
de Monica Vitti, Dirk Bogarde, Terence Stamp y Marcel Marceau
para la aparente insensatez de narrar la historia de una huérfana
criada entre rateros y beduinos que deviene fashionable asesina.
El insólito encuentro de temas y facultades tan disímiles en
empeño tan improbable es una aventura: el resultado, gratamente
sorpresivo.
No porque revista interés la peripecia banal de un robo de dia-
mantes, sino porque Losey amalgama tan dispares componentes
en un estilo: en la parodia de un estilo. Al vender a la élite los pro-
cedimientos de la cultura para las masas, el Pop Art había pasado
de populacherismo a histérico manierismo. Al apoyarse cada vez
más en los gadgets y en el sexo, el film de espionaje había caído
de la política-ficción al machismo-ficción: a una idolatría de la
potencia homicida y orgásmica simétricamente desprovistas de
emocionalidad. Cruce entre ambas propuestas, Modesty es un
monstruo que usa vestuarios como armas mortíferas (elegidas
por computadora), que seduce con agresividad masculina y mata
con femenina suavidad, que complica en los enredos más impro-
bables valiéndose de su distanciante sonrisa. Por ella y con ella
nos dejamos encerrar en un delirante calabozo cuyas paredes son
obras de Op-Art. Por ella, aunque mal pague, luchamos contra el
absurdo Sebastián (Dirk Bogarde) el villano a la mode que asesina
inspirándose con caricaturas de Steinberg y que, atado en un de-
262
Luis Britto García
sierto, en lugar de clamar por agua exige champaña. Gadget tras
gadget, delirio tras delirio, sátira tras sátira, Modesty contagia su
ritmo de masacradora de pillos y de estereotipos, su macabra ele-
gancia de sacerdotisa del dandysmo homicida: la esbelta amorali-
dad de un ser que ya sólo se mueve en un universo de signos.
Pues Losey, exiliado por razones ideológicas, sabe que la
ideología es ante todo un estilo. Por ello crea para cada película
suya un matiz para reflejar la operación del mundo conceptual
que critica: asfixiante para El sirviente; decadente y remoto para
El mensajero; histérico y cínico para Modesty Blaise. En fin,
sensorial, seductor y macabro en ese estupendo Don Giovanni
interpretado por Ruggiero Raimondi, que cambió para siempre
los conceptos acerca de la adaptación operática, así como Modesty
lo había hecho con la del comic.
Y la moraleja de esta amoralidad es: una película sobre un có-
mic debe ser, ante todo, la invención de un estilo.
263
Elogio del panfleto
Estas reglas del juego son en parte retóricas, en parte sociopo-
líticas (¿pero es que hay diferencia?).
Veamos la razón de las primeras. Si la adaptación del comic
«realista» plantea problemas, éstos se agravan cuando se trata
del cómic «cómico», al estilo de Popeye. Una caricatura es una
intensificación semiótica del modelo: de allí su poder de herir,
divertir o repugnar. Si de la caricatura volvemos a la realidad,
hay un enfriamiento, una deconstrucción de lo representado. La
fotograf ía o el cine que quieran producir un efecto equiparable al
de la caricatura deben investirse de repotenciación semiológica,
tanto en el modelo representado como en los medios y códigos.
Altman enfrenta este desaf ío aplicando cuatro procedimientos:
caricaturización de lo filmado; concentración de gags simultáneos;
montaje dinámico, elección del género musical.
La caricaturización de lo filmado la logra mediante dirección
de arte y caracterización. La clave del Popeye original es la feal-
dad: retorcidamente abominables son los sets y los vestuarios de
Altman, hasta bordear con los mundos seráficos de la pintura in-
genua, del teatro del absurdo y del nihilismo de Becket. También
son horrendos sus personajes, pero atención: salvo en los impres-
cindibles antebrazos de Popeye (Robin Morgan) nunca se recurre
a los baratos emplastos de maquillaje que después usará Warren
Beatty en su Dick Tracy. Bastan algunos estrafalarios peinados,
unos trajes de clown, un sabio trabajo actoral, y sí, aquí tenemos
una Shelly Duval que parece nacida para el papel de Rosario, un
Pilón tan inflado como cínico, un Cocoliso gracioso, un Padre de
Popeye coriáceo, maldiciente y atrabiliario como todo lobo de
mar, y un Brutus adecuadamente bestial (aunque siempre pensa-
mos que debió encarnarlo Budd Spencer).
264
Luis Britto García
La segunda intensificación corre a cargo de una ametralladora
de gags comparable a la de Losey en su perfeccionista Modesty
Blaise. Mientras Popeye escupe una jerga joyceana que vuelve
toda conversación un acertijo, hacen de las suyas hombres de
pescuezo elástico y beodos que izan el primer trago utilizando un
pañuelo como cabrestante y pisos aserrados por la fricción de los
zapatos. La f ísica de Sweethaven es la de los dibujos animados, y
tan acelerada como éstos. El animado montaje es responsable de
esta carrera que amenaza con dejarnos rezagados.
El musical, en fin, aumenta la irrealidad del personaje filmado
al someterlo a los automatismos de la danza y del canto. Pero Al-
tman desdeña las masivas coreograf ías de Broadway, demostra-
ciones de fuerza sincronizada equiparables al desfile militar. Por
el contrario, presenta baladas: melopeas de soledad, monólogos
plenos de desamparada poesía. Sucede que el guionista es Jules
Pfeiffer, dibujante de historietas intelectuales y autor de los vitrió-
licos libretos de Pequeños asesinatos y Conocimiento carnal.
Pfeiffer es el legislador o por lo menos el compilador de las
reglas sociopolíticas del universo de Sweethaven. Un invisible
Comodoro es dueño de todo; un rapaz cobrador de impuestos
sorbe todo el dinero y no presta servicio alguno; los lugareños
son hostiles hacia los recién llegados; los comerciantes intentan
sistemáticamente el fraude y los consumidores el parasitismo; el
miedo a la fuerza bruta (o a la fuerza de Brutus) reduce al pueblo a
la pasividad o la complicidad. La Depresión de 1929 y el gobierno
conservador de Coolidge han separado a las familias y enviado a
la cárcel hombres que robaban espinaca para alimentar a sus hi-
jos. La espinaca es el sabor amargo de la adversidad y la orfandad.
No lo decimos figuradamente: Popeye es un huérfano que an-
cla en Sweethaven (especie de húmeda Comala) buscando a su
265
Elogio del panfleto
padre, y en su lugar encuentra a otro huérfano, Cocoliso. Meto-
nímicamente, todo el Sweethaven de Altman es un orfanatorio.
Popeye está librado a sus solas fuerzas porque, como el desampa-
rado Kaspar Hauser de Herzog, llega inocente a un mundo donde
cada cual cuida sólo de sí mismo, y Dios está contra todos.
En todo caso, la primera lata del vegetal abierta infla milagro-
samente los antebrazos de Popeye y deprime proporcionalmente
el cerebro de Pfeiffer. La interesante constelación de sugerencias
queda resuelta (¿o ahogada?) a puñetazos. Sabemos que, desde
Coolidge o antes, Sweethaven soluciona sus contradicciones in-
ternas disparando puñetazos explosivos sobre el resto del mundo.
Como en toda película de Altman, el desfile de criaturas grotes-
cas produce más tristeza que euforia: vale decir, su creador es un
humorista, y no un farsante. Amargo, amargo Sweethaven: adora-
ble, sin embargo, porque sabemos que en él, como en todas partes,
hay novias tontas, borrachos torpes, codiciosos explotadores, ma-
rineros sin rumbo que se sueñan héroes, y tanta, tanta soledad.
267
Elogio del panfleto
del pulgoso Sandy o de cualquier otro que no fuera el veterano
Huston. Veamos cómo lo mastica.
Ante todo, mediante el inteligente uso de los personajes se-
cundarios. Carol Burnett crea una deliciosa Celadora de Orfana-
torio, perversa y sin embargo conmovedora porque es el retrato
en negativo de la huerfanita. Pues así como Anita es niña, bella,
abstemia y amada, la otra es menopáusica, fea, borracha y soli-
taria: es la desamparada que jamás consiguió un Papá Diamanti-
no, y ni siquiera un sarnoso Sandy. El contraste sigue con un Al-
bert Finney que encarna con certero profesionalismo al magnate
adoptador: duro, autoritario, apurado, derechista, solitario, es el
Celador del Fantástico Orfanatorio del Sueño Americano, donde
todos podemos ser ricos y famosos (siempre que nos adopte el
poder adecuado).
Estas hábiles caracterizaciones son potenciadas por una am-
bientación que resuelve con igual riqueza la miseria de los su-
burbios bajo la Depresión americana, y el lujo de los palacetes
Belle Epoque de los pocos y felices. Ello contradice la indigencia
visual del dibujo de Harold Gray, uno de los puntos más bajos del
arte de la historieta. El diseñador de sets se aproximó más bien
a las ambientaciones nuevorriquistas con las que decoraba Geo
Mc Manus el Don Pancho y Ramona de los Locos Años Veinte.
La cámara multiplica esta suntuosidad sensorial con travelings,
picados, contrapicados y cambios de ángulo. Lo más distinto (de
nuevo, felizmente) del monótono plano americano o plano gene-
ral de Harold Gray.
En fin, Houston recurre a la tercera y casi obligatoria intensifi-
cación en el tratamiento f ílmico de personajes caricaturescos: el
género musical. Annie está sembrada de coreograf ías: desde las
batallas de almohadonazos de las huérfanas, hasta una parodia
268
Luis Britto García
de número de Broadway interpretada en un teatro que Papá Dia-
mantino ha alquilado íntegramente para él y su protegida (¡Al fin
solos!). Un ritmo febril contrasta los polos temáticos de la cinta: la
concentración de indigencia en los huérfanos de los arrabales, la
acumulación de riqueza en los capitalistas que venden máquinas
de hacer huérfanos (armas, municiones, bombarderos). Las dos
premisas del silogismo están espléndidamente expuestas: de lo
que parecen imposibilitados libretista y director es de juntarlas y
sacar alguna conclusión.
Pues aquí es donde el hueso se pone verdaderamente duro.
A finales de los cuarenta, John Huston debió huir a Europa para
evadir las objeciones que la Comisión de Actividades Antiame-
ricanas opuso a su versión f ílmica de La roja insignia del coraje,
adaptada de la novela de Stephen Crane. La cinta fue luego masa-
crada artísticamente por la censura. De haberse atrevido a sacar
la obvia conclusión de Anita, Papá Huston no hubiera obtenido
los millones necesarios para narrar las premisas, y habría tenido
que emigrar nuevamente a Londres para filmar, como Losey, ra-
rificadas tramas intelectuales, mientras Anita nuevamente aban-
donada seducía a algún vago de carreteras en los alrededores de
París-Texas, o se convertía en conejita de Playboy, en ladrona de
alto vuelo, como Modesty Blaise, o perecía en algún refugio de ni-
ños iraquíes incinerado por las inteligentes bombas mercadeadas
por Papá Diamantino.
De manera que la moraleja de esta historia sólo podrá ladrarla
el hidrófobo Sandy: ¡Arf!
270
Luis Britto García
sentar los valores de las demás barajas sin ser ninguna de ellas.
Toda alegría es contagiosa. La exhilaración que se apodera de no-
sotros cada vez que asoma en la pantalla Nicholson embadurnado
de Guasón viene de que lo sabemos embriagado por el júbilo de
representar un papel tan versátil, que recorre del narcisismo a la
tragedia, de ésta al grotesco y al infantilismo. Nicholson se permi-
te los mayores histrionismos, deteniéndose siempre un milímetro
antes de la sobreactuación. Conocer de manera tan precisa los
límites de un rol en sí mismo desmesurado es el genio. El papel
del Guasón, como el del Mefisto de Szabo, parece hecho para que
un gran actor exhiba todos sus registros, a pesar de estar centrado
en una máscara. Burton, como los griegos, sabe que una máscara
no esconde una personalidad, sino que la revela.
Ninguna artillería actoral redime una dramaturgia chata. Y es
aquí donde interviene el complejo guión de Sam Ham y Warren
Skaaren, para darle profundidad a las enigmáticas marionetas del
comic. Poca reelaboración necesitaba el propio Batman. Este es
el Demonio: basta considerar su subterránea guarida, sus alas de
murciélago, sus puntiagudos cuernos, su compulsión de castigar
a los réprobos, para saber qué contrabando arquetipal se nos ha
vendido durante medio siglo bajo la coartada de la Santa Sardi-
na. Sabido es también que el huérfano Bruce Wayne, obsesiona-
do por vengar el asesinato de su padre, es un Hamlet gótico, por
lo que resulta pertinente la caracterización neurótica, vacilante,
atormentada de Michael Keaton. Batman es el Superyo, la adhe-
sión a la Ley; la atadura al pasado y a la Historia que presupone
toda venganza; la autoridad que intima la obediencia mediante
el castigo; el culpable Edipo y su necesario mundo de sombras.
Todo esto estaba implícito —pero no explicado— en la historieta
original de Kane.
271
Elogio del panfleto
Lo que necesita un análisis más detallado es el turbio proceso
que convierte en verdadero héroe al villano: que hace del Joker el
muchacho de la película. Los malhechores de Ciudad Gótica son
figuras de lenguaje convertidas en personajes. El Joker o Guasón
es un chiste antropomórfico. Y el chiste, valga la palabra de Freud,
es el placer de la regresión a las formas de razonamiento infantil.
O, según Sternberg, el deleite que sentimos al rebajar o destruir
valores. Los cuales, bien lo sabemos, son las ataduras que el Su-
peryo impone al perverso polimorfo: al Niño deseante, narcisista
e insaciable.
Es una jugada maestra representar al Jack Napier pre-Joker
como un narcisista, empeñado en una batalla edípica contra su
jefe el gángster Grissom (el sólido Jack Palance). El baño de ácido,
al destruir al Sujeto (pues Narciso tiene un sólo Objeto y Sujeto,
que es su desmesurado Yo) corroe también el mundo interno de
los valores y el externo de los compromisos sociales. Como el post-
moderno, el Joker es un monstruo, que se pretende liberado de los
«metarrelatos» de la ética, la estética, la axiología o la teleología.
Este proceso produce la primera oleada de empatía hacia él.
Su caída, como la de Luzbel, nos lo aproxima. Todo martirio exi-
ge nuestra cómplice compasión. Aparentemente libre, el Joker es
después de todo un niño glotón y posesivo, aspirante a la tira-
nía ilimitada, pero librado a la espantosa orfandad de su defor-
mación. A diferencia de Batman, que busca el poder mediante
el castigo —mediante las sombrías limitaciones del Superyo, el
Joker domina prometiendo gratificación: ofreciendo la liberación
libidinal de los deseos.
Por ello, en cada arremetida el Joker utiliza las retóricas de
gratificación de cada una de las variantes del Poder. Primero, el
lenguaje titilante de la cuña para vendernos la muerte en forma
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Luis Britto García
de aditivos venenosos en los cosméticos mediante los cuales que-
remos ser Narcisos o Jokers (¿y vende otra cosa la publicidad?).
Luego, aplica el lenguaje detonante de la vanguardia artística para
abrumar y destruir a su inalcanzable Objeto del Deseo (¿hacemos
otra cosa los artistas?). Al negársele éste, intenta seducirlo con la
versátil manipulación de la ternura, la emocionalidad, la trage-
dia (atención, libretistas de la industria del espectáculo). En fin,
mediante la promesa populista del reparto de dinero, atrae a las
masas enardecidas al gran mitin carnavalesco que terminará en
masacre (¿y ha sido otra cosa la retórica política que nos compla-
cemos en llamar libre o democrática?)
Cierto, cada sulfurosa parodia del comercial, la alta cultura, el
espectáculo y el mensaje político critica a las instituciones que las
emiten: pero el Joker, o el postmoderno, no es un contestatario ni
un libertario. Su primer argumento es la metralleta (pero la olvi-
damos, ante la fulguración de pantallas y payasadas); su última
presa, el Poder (pero lo excusamos, mientras nos divierta).
Así estalla la batalla f ílmica —que quizá hemos visto también
escenificada en el mundo— entre el Poder represivo, atado a un
código de valores, a un pasado y a una misión histórica, y el Poder
homicida sin otra meta que él mismo, disfrazado de promesa de
gratificación, con las múltiples voces genocidas del fetichismo del
consumo, los estereotipos comunicacionales, la ficción demagó-
gica y el genocidio desde el aire.
Dicho encuentro tiene lugar, como la confrontación final de
Metrópolis de Fritz Lang, en una catedral en ruinas. El Joker —
quien siempre pregunta a sus víctimas si han danzado con el dia-
blo, a la luz de la luna— nos arrastra al abismo, atado a una satá-
nica gárgola de piedra. En vano lo sobrevivirá Batman, solitario
escalador de rascacielos. Recordamos al Joker, con su hueca risa
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Elogio del panfleto
mecánica. Fingiendo criticar los medios, se ha servido de ellos
para servirse de nosotros. Nos ha seducido: es decir, nos ha co-
rrompido.
Quizá después de este baño de ácido, comprendamos cuánto
nos le parecemos.
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Luis Britto García
Nicholson, son verdaderas creaciones. Pero nunca sustituyen a
una historia: la resumen y epitomizan.
A esta categoría pertenecen también los monstruosos rostros
de la historieta original de Chester Gould. Pues, así como Bob
Kane fundó sus personajes en figuras retóricas, Chester Gould
los construyó sobre la metonimia, ese tropo que describe lo
abstracto mediante la presentación de lo concreto. Estudioso de la
criminología, el dibujante reconoce que no existe el «tipo criminal»,
pero insiste en representar la torpeza moral y hasta la individualidad
sicológica mediante la fealdad física. Así, «Flattop» significaba
hacia los años cuarenta en Estados Unidos estúpido, torpe. Con tal
nombre bautizó Gould un criminal que, previsiblemente, tenía la
cabeza chata. Pero así como lo físico denuncia lo moral, lo moral
precipita el destino. «Cada criminal debe morir en su estilo»,
declara el historietista. Según dicha regla, Flattop murió el 2l de
mayo de 1944 al golpear su cabeza chata (flat) contra un poste (top)
sumergido. De acuerdo con esta lógica esquizofrénica, en el comic
original el espía Cejas muere abaleado contra el asta de la bandera
a la cual traiciona; el gángster Tembleque, aquejado de fobia hacia
el frío, fallece bajo un lago helado; la ladrona Suspiros Mahoney
exhala el último suyo en una penitenciaría y el exhibicionista Escena
Faree es acribillado en un escenario. En el mundo de los signos,
toda máscara es destino. El torpe guionista del film de Beatty las
degrada a mera comparsa de carnaval. Desprovistas de destino,
tampoco funcionan como signos.
Si el problema de los personajes secundarios es el exceso de
máscaras, la falta de ella destruye al protagonista. Pues éste, mu-
cho más que sus acosados malhechores, es una máscara, Tracy,
como lo declaró repetidamente su creador, es «la Ley». Para el
dibujante, como para el romano, la ley es dura: por ello la delinea
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Elogio del panfleto
con trazos angulosos, así como reserva para «el delito» la atribu-
ción de fealdad exterior. Estos procedimientos son enteramente
eficaces sobre la lámina inmóvil. Sobre la secuencia temporal de
la tira cómica —y mucho más sobre la del film— tales atributos
deben ser representados por conductas reveladoras: es decir, por
el lenguaje de la actuación. La personalidad puede ser represen-
tada escénicamente sin un gramo de maquillaje, mediante lo que
Grotowsky llamó «máscaras» de expresión y estilos de movi-
miento, o lo en el plano siquiátrico Wilhelm Reich denomina «la
armadura del carácter».
La caracterización de Tracy que intenta Warren Beatty no es
anulada, entonces, por la omisión de un maquillaje f ísico, sino
por la ausencia de expresión o, como dirían los antiguos griegos,
de una persona. Se puede perfectamente interpretar al detective
sin maquillar la nariz de águila que subraya zoológicamente su
oficio de ave de presa. El mismo Gould ha variado el corte de
pelo del héroe: engominado en los años treinta; de cepillo en los
cincuenta; levemente rizado después. Lo que nunca varió fue su
carácter ni los gestos que lo revelan. La estereotípica mueca ten-
sa del héroe es, en este sentido, una declaración de principios:
segura superioridad, imperturbabilidad, implacabilidad. Igual de-
fensiva dureza expresan sus ojos semicerrados. Sustituir esta ace-
rada máscara de expresión por la boquiabierta sonrisa de Warren
Beatty haciendo de protector del inevitable huérfano, es destruir
el personaje. Resulta documentalmente correcto que el Tracy de
la tira cómica adopta a Junior, un niño abandonado. Pero conver-
tir el estereotipo del policía en paradigma de ternura es operación
más revulsiva que la de vender la seguridad como la caja fuerte
del traficante de armas, o el Poder bajo la máscara contestataria y
libidinal del Joker. ¿Conoció Beatty a los humanitarios polizontes
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Luis Britto García
ideológicos que exilaron a palos a Charles Chaplin y a Joseph Lo-
sey y a John Huston y encarcelaron a Dashiell Hammet? Segura-
mente: llenaron de tropiezos y amenazas la filmación de su Reeds.
Igualmente desventurada es la dirección de arte en su esfuerzo
de dar un equivalente plástico de la atmósfera del comic original.
Gould evolucionó hasta una quirúrgica economía del trazo y un
uso del color plano que lo emparentaron con la escuela de la «línea
limpia» de Hergé, y lo convirtieron en precursor de la detonante
estética Pop. En ello no hubo nada gratuito. El mundo de la ley —a
los ojos del historietista— es nítido: sus trazos tienen la definición
de cortes de bisturí. Cuando hay sombras, éstas parecen talladas
a guillotina: presentan un contraste tan violento como el del bien
y el mal. Casi nunca hay medio tono; mucho menos matices. En
el comienzo del film de Beatty se intenta traducir este mundo de
contrastes mediante detallistas telones dibujados que parecen cal-
cos del expresionista Spirit de Will Eisner: héroe nocturno, burlón,
fuera de la ley y contradictorio, lo más distante de la unidimensio-
nalidad de Dick Tracy. Después, el ambientador aplica apastelados
colores planos a ambientes de los años treinta, que correspondían
a otra estética, abigarrada, dura, truculenta. La operación plástica
de la ambientación es la misma que la de la caracterización: tras
edulcorar al polizonte, colorizar la serie negra. Lamentamos que
Beatty no presentara una silla eléctrica con cojines de satén. Mucho
más, que el Tracy original no lo sentara en ella, para que, como los
criminales de Chester Gould, muriera en su estilo.
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Elogio del panfleto
Pues a pesar de que Ehrenburg califica peyorativamente al
cine comercial de Fábrica de Sueños, éste lleva ya casi un siglo
de servidumbre al Realismo, o, mejor dicho, al Seudorrealismo
visual. La gran corriente de la producción f ílmica desechó desde
sus comienzos dos grandes y nobles vertientes: la de la fantasía
onírica, al estilo Meliés o Wiene, y la del documentalismo realista
según los principios del Cine-Ojo de Dziga Vertov y sus afines
narrativas veristas, como la de Dovzhenko, Pudovkin y algunos
trabajos de Eisenstein.
La casi totalidad de la producción comercial se caracteriza
desde entonces por la presentación de personajes y temas es-
tereotipados, sin vínculos con la realidad ni parentescos con la
imaginación, que sin embargo se mueven dentro de una mímesis
escenográfica de lo real que les presta una ficticia instalación en
el verismo. Es lo que podríamos llamar Seudorrealismo: su re-
pugnante manto cobija desde las representaciones plásticas del
hogar burgués medio y los falsos mitos del cowboy y el detective,
hasta las falaces épicas contemporáneas o de la antiguedad. In-
cluso en el musical, género de la fantasía de masas por excelencia,
los números bailables usualmente terminaron incrustados como
interferencias o paréntesis en alguna anécdota autoreferente del
mundo del espectáculo.
La preocupación por esta farsa movió a Cesare Zavattini a afir-
mar que «por motivos en el fondo innobles, el cine ha cultivado,
desde los Nickelodeons, la tendencia del hombre a rehuir los exá-
menes de conciencia radicales». La solución, para los neorrealis-
tas italianos, era «ir aproximando cada vez más los dos términos
de vida y de espectáculo para que el primero absorba al segundo».
Pero este proyecto, todavía enteramente válido, peligra desde
que la industria de comunicación de masas amenaza con lograr
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Luis Britto García
lo contrario: que el espectáculo absorba a la vida. Que ésta, en
definitiva, se haga un remedo, primero de las decoraciones, luego
de las modas, finalmente de las estereotipias del Seudorrealismo,
con su plano fingimiento superficial de un referente construido a
base de escenograf ías encargadas por catálogo, con su masa de
anécdotas y convenciones paralizadas y carentes de autenticidad.
El cine basado en los cómics o en su estética presenta una
excusa conceptual para la ruptura del Seudorrealismo en la
ambientación y el ritmo cinematográficos, enfrentándonos así
con una realidad que podemos fácilmente poner en cuestión: que
contemplamos y juzgamos como el producto de lo imaginario
que efectivamente es.
Y cuando dentro de este distanciamiento escenográfico inclui-
mos un discurso apoyado en una crítica de lo real, se produce
un segundo y corrosivo distanciamiento: una Metarrealidad que
por su mismo alejamiento formal de lo expuesto nos permite
comprenderlo y asimilarlo con mayor profundidad. Dif ícilmen-
te captaremos mejor el espíritu de la burocracia que a través del
caricaturesco Brazil de Gillian; o la seducción manipulativa de
los medios de masas que mediante las farsescas exposiciones del
Batman de Tim Burton. Pues el arte, como decía Picasso, es una
mentira que permite conocer la realidad.
Pero la inspiración del comic no sólo hace posible una estética
liberadora, sino también una liberación de la estética. Cuando los
monopolios estadounidenses de la industria del celuloide primero
robaron y luego boicotearon las oníricas producciones de Meliés,
se cerró todo un camino posible del ensueño social, sepultado
por las espesas escenograf ías de catálogo y tramas de cliché de
la siesta masiva. Hoy en día, dos nuevos hechos —que pronto
serán uno sólo— abren la posibilidad de crear y manejar entornos
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Elogio del panfleto
visuales cinematográficos con la misma soltura y creatividad con
las que un historietista traza sus planchas. En primer lugar, como
lo demostró Antonioni con su Misterio de Oberwald, es ya posible
filmar en video para la pantalla grande. En segundo lugar, como
lo probaron el dibujante Moebius y el director Lysberberg en
Tron, se puede establecer, animar, distorsionar, metamorfosear,
descomponer y recomponer ambientes visuales —y hasta
actores— mediante la computadora.
Estas técnicas en sí y por sí no garantizan nada. Después de
todo, el dibujo animado ha descendido, de las audaces fiestas de
Norman Mac Laren, que por protagonistas de sus cortos presen-
taba rayas, números y manchas de tinta, a una tediosa antropo-
morfización clásicista que se mueve en decorados Seudorrealis-
tas, como sucede en la mayoría de los subproductos del género
que rellenan la televisión. Las nuevas técnicas de producción de
la imagen, como pasó una vez con la pintura al óleo, esperan sus
genios individuales, capaces de llevar al límite potencialidades
actualmente apenas vislumbradas. Algo de lo que podría ser el
futuro universo visual del cine Metarrealista se evidencia ya en las
fiestas alucinatorias de los mejores video-clips.
El comic es un laboratorio, un seminario de proyectos para
esta nueva manera de plantearse la narración visual. Nada más
erróneo que creerlo un género de segunda, meramente infantil o
enteramente cautivo de los estereotipos de la cultura comercial.
El comic no sólo ha producido obras maestras, sino lo que
posiblemente es la Obra Maestra de este siglo, en el lírico, profético,
fantasioso Little Nemo de Winsor Mc Cay, que entre 1905 y 1912
se permitió la anticipación poética de todo lo que esta centuria
sería en lo humano y en lo estético. Y mientras el cine calca con
mayor o menor éxito los elementales héroes de los años treinta,
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Luis Britto García
un nuevo comic, complejo, barroco, lúcido, denso, incisivo y
técnicamente magistral, con los solos recursos del papel, la tinta y
la inteligencia abre universos que sistemáticamente se adelantan
a los de la cinematograf ía, entorpecida por sus compromisos
financieros y sus elefantiásicos medios de producción.
Confróntense los Reboots, la Aeon Flux de Chung, The Max. Bien
posible es que los nuevos Meliés, los nuevos Wiene, los nuevos
Fritz Lang, los nuevos McCay —significativamente, McCay fue
autor de geniales dibujos animados— dispongan pronto de una
asequible tecnología que les permita convertir personalmente sus
storyboards en narrativas del Metarrealismo.
La Imaginación contraataca.
281
Elogio del panfleto
282
CINE, PETRÓLEO Y PROFECÍA
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Elogio del panfleto
La economía, la política y la cultura del mundo desarrollado se
alimentan de hidrocarburos. Sólo unas pocas cintas del coloso los
eligen como tema. Esto no debe extrañarnos. Nuestro país, que
vive de un recurso natural no renovable sin tener alternativas para
cuando éste se agote, que tolera abismales diferencias de ingreso,
que ha adoptado un estilo de desarrollo predatorio y destructor
del ambiente, no es más que un microcosmos que refleja las
contradicciones planetarias. Si tenemos una Lagunita y una
Carapita, es porque el globo tolera la coexistencia de una Suiza
y de un Bangladesh. Si nos permitimos desdeñar como tema de
lo imaginario el recurso que constituye el eje de nuestra realidad,
ello es porque la civilización entera tiene horror a meditar sobre
sus raíces: quizá porque intuye que se hunden en un volátil y
negro vacío.
De allí que toda obra que plantea en imágenes el tema reprimido
deba elegir un discurso marginal, apartado de las grandes
narrativas de inspiración realista del discurso cinematográfico en
Occidente. Marginal, porque usa géneros desplazados al ghetto,
como el suspenso y la ciencia ficción. Y marginal en cuanto al
tratamiento, porque éste recae indefectiblemente en la estética
del grotesco. Como el material de los sueños, el de las cintas sobre
el petróleo viene de un subsuelo tenebroso, del cual brotan sólo
criaturas monstruosas, signos de un alfabeto alegórico que, una
vez decodificado, puede convertir la noche de las alegorías en
luminosa combustión.
284
Luis Britto García
lo jamás rodado como el Proust de Visconti o la mayor parte del
inconcluso Quijote de Orson Welles.
El tema de El engranaje es sencillo. En un pequeño país
petrolero, un dictador militar ejerce terribles represiones contra
su pueblo para evitar que se interrumpa el flujo de hidrocarburos
baratos hacia la gran potencia vecina. Lo derroca (y lo somete
a juicio) una revolución democrática, cuyo líder termina
ejerciendo terribles represiones contra el mismo pueblo, a fin
de garantizar el flujo de combustible barato hacia la misma
gran potencia extranjera. Pues la extracción de petróleo, que
obliga al hombre a fabricar engranajes, termina haciendo de la
Historia un mecanismo: cada vez que un mandatario llega al
Palacio de la pequeña República petrolera, el embajador de la
gran potencia lo visita para presentarle una amenaza de invasión
para el caso de que intente variar las condiciones de dependencia
económica y política. Dictador militar y Demócrata Necesario
son así muescas de una misma rueda dentada que mantiene
funcionando el progreso: o lo que es lo mismo, los intereses
de las superpotencias. Idénticos son en su servilismo hacia la
metrópoli, en la decisión de sacrificar sus pueblos con el pretexto
de evitar el «mal mayor» de la intervención, en el escape en la
embriaguez o en los ceremoniales de la vanidad política, en la
persecución de los «subversivos» que quieran alterar el giro de
la rueda. Formas políticas y constitucionales son así equivalentes
o complementarias: la sucesión de la una y de la otra no son más
que fases de un mismo ciclo que, como el del balancín, bombea
riqueza del suelo desde los países hambrientos hacia los ahitos.
Que este genial guión no haya sido todavía filmado (¿Cómo
no entusiasmó a Glauber Rocha, sabio adaptador de El Diablo y
el Buen Dios?) nos permite realizar un ejercicio de casting, asig-
285
Elogio del panfleto
nando actores y rostros a los papeles del Dictador y del Demócra-
ta, eligiendo escenarios y decorados… No tendremos que ir muy
lejos para encontrar las encarnaciones del sueño que Jean Paul
Sartre imaginó minuciosamente hace ya tantas décadas.
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Luis Britto García
itinerario de los explosivos. Si los candidatos a conductores
empiezan saboteándose entre sí para lograr el encargo, Ives
Montand concluirá pasando su camión por encima de su copiloto
Velna: París bien vale el homicidio de un amigo.
La historia de tal degradación es narrada en dos niveles: en
la propia imagen, y en la dosificación de su ritmo. Montand y su
víctima dejan de tener apariencia humana, enteramente bañados
en la mugre petrolera que hace necesario el sacrificio de toda
humanidad a la marcha implacable del camión: en un invertido
bautizo, abandonan toda pureza para acceder a la corrupta
excelencia de la eficacia. Pero así como las vidas son sacrificadas
al indetenible avance del vehículo, también lo es el film. Con
razón dice Manuel Villegas López:
287
Elogio del panfleto
Tal simplismo, lejos de menoscabar el efecto plástico de la
obra, es su clave: su fuerza. Thorstein Veblen dijo que la máquina,
con su precisión milimétrica, impone al hombre la obsesión con
el tiempo y la puntualidad. El atropello de la explotación petrolera
no puede tener otro lenguaje visual que el del montaje sincopado,
extenuante y conciso del suspenso. Un género periférico, es cier-
to: pero su energía, como la de los países periféricos, mantiene
vivas las grandes metrópolis del cine.
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Luis Britto García
que el submundo al cual pretende controlar. Así como la noche
llena los cielos, el rezumante bitumen parece anegar los suelos: el
brutal policía encarnado por Orson Welles cae en él para agoni-
zar empapado en dos líquidos igualmente viscosos: el aceite y la
sangre de su víctima inocente.
289
Elogio del panfleto
sangre de lo inanimado: en la simbología alquímica correspon-
dería a la fase de la nigredo, la obra en negro, esa etapa extrema
de la calcinación y de la confusión de la cual parece imposible el
surgimiento de formas más refinadas a partir del caos originario.
Tal discurso no fue bien recibido en Estados Unidos. Contrata-
do para actuar en la película, Orson Welles literalmente imploró
que lo dejaran también dirigirla y montarla por el mismo salario.
Los productores finalmente le arrancaron el montaje de las ma-
nos, y vacilaron antes de enviar la cinta a un certamen interna-
cional, pues la consideraron una producción de segunda. Ni el
premio en Cannes logró sacarla de este estatuto de exclusión. Las
verdades más profundas son siempre marginales.
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Luis Britto García
El grotesco es el encuentro fortuito de un viejo código y de
los antivalores que lo sobrepasan, sobre la mesa de disección de
la historia. Grotesco y futuro se atraen porque los códigos esta-
llan en las divisorias entre épocas. Gargantúa y Pantagruel y Don
Quijote registran implacablemente el colapso de los códigos de la
epopeya medioeval ante el escepticismo y el pragmatismo de la
modernidad: sus protagonistas nos resultan grotescos porque ex-
hiben lastimeramente panoplias de signos a los cuales la muerte
de una civilización vacía de sentido. La ciencia ficción es un cam-
po donde la colisión frontal entre pasado y porvenir propicia este
mismo efecto: sólo que en ella la destrucción de una cantidad de
pasado produce la materialización de una cantidad equivalente
de futuro. Por ello participa de una doble marginalidad: la reser-
vada a la fábula, y la propia de la profecía. De nuevo desde este
género marginal, se dirige a la humanidad el discurso más capaz
de herirla en su conturbado centro. Nos referimos a las visiona-
rias sagas cataclísmicas iniciadas a finales de los setenta por el
australiano Chris Miller.
Olvidemos sin pena alguna el primer Mad Max, simple deri-
vativo del film de motociclistas a lo Hell Angels, donde hay poco
más que violencia por el gusto por la violencia misma. Su exce-
lente secuela Mad Max II (1980) parte de un supuesto bastante
simple: el petróleo se ha agotado, y con él la ley, el orden, la be-
lleza, la moral, el desarrollo y otras flores exquisitas que crecen
mejor regadas con hidrocarburos. Los más fuertes son quienes
pueden apoderarse de las últimas reservas de combustible para
merodear por las carreteras entregados al saqueo. En este mundo
postpetrolero la vida del hombre, como en la Guerra de Todos
contra Todos descrita por Tomás Hobbes, es pobre, solitaria, em-
brutecida y breve.
291
Elogio del panfleto
Esta melancólica fábula sobre el crepúsculo de la civilización
alude de manera burlesca a la aurora de la misma. Un coaligado
ejército de saqueadores tiene sitiada a una ciudadela de chatarra
donde están el último pozo de petróleo y la última refinería. Los
defensores combaten diariamente para defender el combustible
que los llevará hacia alguna lejana tierra fértil. Es de nuevo Troya,
pero todo parece grotescamente invertido. No se combate por la
bella Helena, sino por el aborrecible aceite. Los sitiadores no lu-
cen resplandecientes armaduras artesanales, sino grotescos trajes
de combate fabricados con desechos de la civilización industrial.
Aquiles y Patroclo son detestables rufianes. Habrá un engañoso
caballo, es cierto, pero diseñado por los sitiados contra los sitia-
dores. A diferencia de lo que ocurre en La Iliada, los dioses ca-
llan: los únicos milagros disponibles son los de los arqueológicos
restos de armas «modernas»: un autogiro sin combustible, un
Magnum 44 con cartuchos inservibles. El Héroe también calla:
pero porque carece de moral. Los horrores del cataclismo lo han
convertido en uno de esos «nihilistas orgánicos» de los cuales se
vanagloria la postmodernidad: en un ser aun más vil y solitario
que sitiadores y sitiados, a quien la última batalla del crepúsculo
del mundo sólo le interesa como medio para llenar su tanque de
gasolina. A diferencia de los héroes homéricos, no lo pierde la
hubris, la soberbia: lo ha aniquilado el desencanto. Y es de esa
desolación que debe sacar fuerzas para dirigir la fuga desde Troya
y abrir el camino de los acosados hacia una nueva Roma.
Más allá de la Cúpula del Trueno, la secuela de esta taquillera
epopeya, lleva a sus límites la sistemática inversión de valores.
Sobre el desierto postpetrolero crece por fin un retoño de la ci-
vilización: Bartertown, o Truequelandia, un monstruoso super-
mercado donde todo contrato es válido porque, al igual que en la
postmodernidad, todo valor de uso —amor, poesía, seguridad—
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Luis Britto García
ha sido reducido a valor de cambio. Truequelandia depende tam-
bién de un doble subsuelo energético y social: el metano produ-
cido con excremento de cerdo, y el trabajo esclavo de quienes lo
apalean. Y si el subsuelo puede poner en jaque a Truequelandia
sometiéndola a embargos de energía, Truequelandia se vengará
asesinando a los guardias del subsuelo y secuestrando a sus di-
rectores. En el desierto yacen los restos de un gigantesco jet, que
ningún poder humano podrá elevar. Sobre su cola recita desola-
das plegarias tecnológicas una tribu de niños desamparados.
Esta dantesca saga del infierno postpetrolero ha sido construi-
da, al igual que su escenograf ía, reciclando desechos de innume-
rables obras maestras: son reconocibles temas de Mono y Esencia,
la genial novela apocalíptica de Aldous Huxley; de Señor de las
Moscas, de Golding. Están allí el escepticismo sartreano sobre las
raíces morales de la civilización y el apretado suspenso de Clou-
zot y la brutalidad policíaca condenada por Orson Welles, y los
bárbaros combatientes satirizados por H.G. Wells en su futurís-
tica Things to come. Toda obra maestra recapitula y resitúa los lo-
gros de sus predecesores. Pero quizá el acierto máximo de Chris
Miller sea la creación de una elaborada estética de la degradación:
así como el derroche de los últimos restos de energía fue tomado
una vez por civilización, aquí el aprovechamiento de los últimos
restos de civilización es tomado por cultura. Los circuitos impre-
sos son utilizados como amuletos; un estereoscopio es visto como
libro sagrado; un disco con una lección de idiomas escuchado
como oráculo; una ruleta de tómbola divinizada como supremo
tribunal, un burdo mercado de salteadores exaltado como pro-
greso, un asesino a sueldo reverenciado como Mesías. La salida
de este laberinto postindustrial es, de nuevo, el hilo de Ariadna: el
endeble y rechazado amor con el cual comenzó la historia huma-
na, y que repetidamente evita que ésta termine.
293
Elogio del panfleto
El factor más inquietante de tan coherente pesadilla quizá sea
su poder de profecía. En vano Chris Miller nos presenta en 1980
parodias de las fábulas sobre la aurora de la civilización: en 1990
sabemos que refieren a su crepúsculo. Encendamos el televisor:
veremos convoyes de mercenarios atropellándose por rodear con
detonantes las mayores explotaciones petrolíferas del mundo
y cobrar como salario del miedo la energía regalada a costa de
la miseria de los pueblos productores. Miremos los noticieros:
veremos de nuevo el fatigoso asedio de Ilión, la salvaje codicia,
las elaboradas amenazas de los bárbaros postecnológicos que
presentan como derecho su decisión de masacrar para saquear
energía barata. ¿Arderá Troya? ¿Y con ella, otra vez, la civilización
entera? Mad Max nos representa un abyecto infierno de energía
escasa, donde la única ley moral es la oferta y la demanda y la única
santidad la del contrato, por criminal que sea su objeto. ¿Vivimos
en un mundo tan diferente? Leamos el Scientific American y
The Economist y enterémonos de que las reservas de petróleo, al
ritmo de explotación actual, alcanzan para unas cuatro o cinco
décadas a partir de 1990. ¿Tiene el mundo desarrollado algún
plan para reconvertir sus industrias a una fuente alternativa de
energía, distinto del de batallar bestialmente por las últimas gotas
de hidrocarburos?
294
Luis Britto García
Dicho lo anterior, no sorprenderá a nadie saber que en 1964
—antes de la Opep, antes de la Crisis Energética, antes de las
nacionalizaciones petroleras y antes por supuesto del bloqueo—
el norteamericano Frank Herbert inició con Dune una pentalogía
donde todos estos temas aparecen profetizados con asfixiante
y aterradora minuciosidad. Pues Dune es un planeta desértico,
poblado por nómades creyentes en una religión del destino, y
productor de un recurso que hace posible el viaje de las flotas
interestelares, y por tanto, la existencia del Imperio. Y por
consiguiente, las ingerencias de la política imperial que quita y
pone gobiernos y dinastías según la conveniencia del suministro
de sus flotas. Una siniestra vuelta de la tuerca agrava la situación:
el recurso que moviliza las flotas del Imperio, el negruzco
excremento de Zaid Ulu, el demonio de la arena, al mismo tiempo
desata en quienes saben usarlo el martirizante don de la profecía.
Esta, que es la cadena que esclaviza al orbe desértico, puede ser la
clave de su libertad: el mismo férreo destino que atrae hacia Dune
las ávidas flotas del Imperio, desencadena la furia mesiánica de
la Guerra Santa. Los beduinos del arenoso mundo inician una
rebelión para dominar el recurso que fluye de las entrañas de éste,
y atraen a la flota imperial hacia la combinada trampa de la guerra
religiosa y de la tormenta de arena. No malograré el placer del
potencial lector revelándole las peripecias de este conflicto, en el
cual figuran armas tan atroces como seres que solo son capaces
de decir la verdad, y la proscripción de los artefactos nucleares
devuelve su eficacia a las cimitarras y los anticuados proyectiles
de baja velocidad.
Hacia 1983 David Lynch filmó una congestionada versión de
esta rarefacta narrativa. Una vez más, coexisten en ella las exacer-
baciones del suspenso y los horrores del grotesco. De nuevo, la des-
mesurada preocupación por la eficacia narrativa del film perturba
295
Elogio del panfleto
su casi logrado propósito de convertirse en una joya de lo bizarro
equiparable a Eraser Head o El Hombre elefante. Pues el método
metonímico de Lynch, la reiterada representación de la miseria mo-
ral a través de la fealdad física, invade aquí de manera megaloma-
níaca y total palacios sórdidos, cortesanos abominables, uniformes
ridículos, máquinas contrahechas y bestias de abismal deformidad.
Si el poder corrompe, todas estas delirantes emanaciones del poder
imperial están absolutamente corrompidas: sólo la compulsión de
ceñirlos a los apresuramientos de una narrativa fílmica del suspen-
so les impide alcanzar la estática gloria de la decadencia.
De nuevo, nadie quiso reconocerse en esta enervante alegoría
de la derrota de la tecnología por el poder cultural. Dune fue un
fracaso de taquilla, como lo fueron también en su tiempo las pro-
fecías de Casandra, y las de Juan Pablo Pérez Alfonzo.
296
EL ROSTRO DEL ENEMIGO
La estética de la violencia en el film bélico estadounidense
297
Elogio del panfleto
Una estética de muerte lenta
Pues la correlativa lentitud de perseguidor y perseguido
constituye la clave de la estética de la violencia: ésta debe ser
contradicha o atenuada por una cámara literalmente lenta: oníricos
meandros del río fotografiados por Storaro para Apocalipsis Now;
desmadejamiento del ciervo en El francotirador; torpes helicópteros
en Los gritos del silencio; tardas piruetas de los abaleados en Nacidos
para matar; dramática caída de rodillas del herido en Platoon;
agónica inmovilidad del atrapado en la trinchera subterránea en
Crímenes de Guerra; sillas de ruedas de los parapléjicos en Nacido
el 4 de Julio. Dijo Gustav Mahler que para intensificar el impacto
emocional de un adagio no había que acelerarlo, sino que demorarlo:
la muerte en Vietnam resulta así el equivalente conceptual de La
Muerte en Venecia, con su vagaroso curso acuático, su esplendor
crepuscular, su final apoteosis de la putrefacción.
Pues para el cine del Primer Mundo, combatir la insurgencia
es algo más que lanzar bombas: es enfrentarse con una
experiencia terminal de reversión del tiempo y de disolución en
la irracionalidad, la animalidad y la sombra cuyo emblema para la
cultura de Occidente ha sido siempre el internamiento en el río.
Los griegos llegaban al Hades en la barca de Caronte; el personaje
«civilizador» de Joseph Conrad que inspira Apocalipsis Now
arriba al Corazón de las Tinieblas remontando un cauce africano.
Idéntica mecánica rige novelas tan disímiles como La Vorágine, de
José Eustasio Rivera; Canaima, de Rómulo Gallegos y The Crystal
Jungle, de J.G.Ballard. Los buenos de la película, los progresistas,
los contemporáneos, los civilizados, deciden enfrentarse con los
malos, los retrógrados, los primitivos, los bárbaros. Los resultados
son previsiblemente fatales.
298
Luis Britto García
Toda desviación del tiempo real narrativo nos sitúa en un
tiempo irreal. A este extrañamiento de la lentitud se añade el
distanciamiento del reflejo. Casi todos los films sobre Vietnam
tienen base documental: el impacto de los hechos es atenuado
concentrando la historia en el proceso de registrarlos. Al igual que
en el congestionado crepúsculo de Muerte en Venecia, siempre
hay una cámara frente a los arrozales llameantes. En Apocalipsis
Now, el coronel Kilgore destruye una aldea para que el hecho sea
filmado; el protagonista de Nacidos para Matar es periodista
y sus camaradas sobreviven para la entrevista televisiva; Los
Gritos del Silencio es la historia de un reportaje; el parapléjico
Ron Kovik, Nacido el 4 de Julio, encuentra por fin su destino ante
los reflectores y las cámaras. La continua alusión al registro hace
remoto lo registrado: si el medio es el mensaje, también el mensaje
es apenas un medio. Casi parece que uno pudiera cambiar de
canal. O, como el héroe de Crímenes de Guerra, despertar de una
pesadilla que es apenas un intervalo en la gloriosa realidad del
American Way of Living.
299
Elogio del panfleto
del reprobable salvajismo a la condición de esclavos, siervos
semifeudales, reclusos en aldeas concentracionarias o difuntos.
La ideología de la Modernidad, llámese Ilustración, Liberalismo
o Neoliberalismo, siempre es una reedición del mito Prometeico.
En la ardua tarea de llevarle el fuego o la economía de mercado a
los salvajes, el noble Dios blanco termina con las entrañas comidas
por el buitre del remordimiento.
Ya que, en efecto, antes de asumir la misión redentora de
llevar la antorcha de napalm al subdesarrollado, los Dioses son
fundamentalmente buenos. Según la pantalla, son pandillas de
borrachos amables que honran el matrimonio religioso ortodoxo,
como los obreros de El Francotirador; vástagos de irreprochables
familias conservadoras, como el voluntario Nacido el 4 de Julio;
insobornables defensores de la libertad de prensa, como el Sidney
que informa de Los Gritos del Silencio; chicos buenos que desde el
confinamiento de su Platoon escriben solicitando consejos éticos
a una tía que debe ser hermana del Tío Sam; estudiantes que tras
los Crímenes de Guerra vuelven al luminoso campus repleto de
sabiduría y de chicas de sano vivir.
Apenas Stanley Kubrick arroja una sombra de duda sobre este
luminoso cuadro revelándonos que no hay hombres Nacidos para
Matar, sino educados para matar; apenas Coppola se atreve a in-
sinuar que el asesino institucional enviado a liquidar al Coman-
dante Kurtz es la réplica de éste. Sin embargo, el sistema gestor de
la guerra (el sistema que necesita el gasto bélico como medicina
para paliar la crisis económica) es, en lo esencial, absuelto. Bien
puede El francotirador veterano celebrarlo cantando God bless
América después que el cocinero ha batido la indispensable torti-
lla (que, como es sabido, no se puede hacer sin huevos rotos). Los
Crímenes de Guerra tendrán su tribunal militar con moralizantes
300
Luis Britto García
condenas; Kurtz será ajusticiado por el CIA; el colaboracionista
Dit Pran obtendrá la ansiada visa norteamericana; el chico de Pla-
toon, tras profundas reflexiones, descubrirá que el bien y el mal
existen. Imposible pedir más bondad.
301
Elogio del panfleto
con las reglas, que sólo algún pequeño fallo humano o mecánico
excepcional pudo convertir en guerra sucia. Porque en efecto, ¿y
si el coronel Kurtz no se vuelve loco? ¿Y si el sargento malo de
Platoon no se empeña en masacrar por su cuenta y riesgo? ¿Y si la
computadora de Gritos del silencio no equivoca las coordenadas y
envía un bombardeo contra civiles indefensos? ¿Y si llega a estar
abierto el burdel cuya clausura impulsó a la tropa a cometer libi-
dinosos Crímenes de Guerra? ¿Y si el sargento miope de Nacido el
4 de Julio no se empeña en ver fusiles en una aldea donde sólo hay
bebés indefensos? Se hubiera peleado una guerra tan bonita como
sus helicópteros, un moralmente higiénico duelo entre cowboys
donde el bueno dispararía inevitablemente más rápido, liquidan-
do de una sola vez enemigo y remordimientos.
Pero no. Según el cine, fue una guerra sucia y fea, en donde los
buenos incurrieron excepcionalmente en fallos individuales por-
que estuvieron sometidos a la contaminante presión de los malos.
En este sofocante clima de hipocresía sopla como una brisa re-
frescante Air America de Robert Spottiswoode, que llama al pan
pan, al vino vino y a la intervención en Laos una gigantesca ope-
ración de narcotráfico con cuatrocientos vuelos diarios gerencia-
da desde la Casa Blanca. Según me cuenta el cineasta Michel Katz
en Los Angeles, Air América fue minuciosamente silenciada por
una crítica que ignoró su trepidante ritmo, su retorcido humor,
las actuaciones ejemplares de Mel Gibson y Robert Downing Jr.
Lo que hace válida para los directores estadounidenses la adver-
tencia que en dicho film el agente especial le hace al senador en
gira de inspección: «Regrese a Washington, tome un taxi a la Casa
Blanca, cuente lo que creyó ver aquí y asistirá a la lenta muerte de
su carrera».
302
Luis Britto García
Cómo son los malos de la película
Ocultos en la jungla: impasibles: invisibles: no dan la cara: no
ceden: no asisten a shows de conejitas: no tienen idioma (ningún
título traduce sus alaridos ininteligibles); no parecen tener estruc-
tura familiar (en sus ranchos allanados siempre están en promis-
cuo montón); no comparten, en fin, ninguna de las flaquezas que
nos hacen tan humanos y queribles a Martin Sheen o Robert de
Niro o Tom Cruise. Así es el enemigo asiático para los cineastas
estadounidenses. En sus cintas no hay el menor indicio de que los
adversarios tengan historia ni cultura ni estructura social ni arte ni
participación política ni ideas ni valores. Si tratas de comprender-
los, te vuelves loco, como el coronel Kurtz o el pobrecito Rambo.
Pues para la cámara estadounidense, el insurgente está detrás de
dos fronteras: las que separan de la animalidad y de la muerte.
Sobre todo de la muerte. Capturado, el enemigo pide que lo
mates, como en Nacido para matar; vencedor, te encierra en un
Killing Field; captor, te obliga a jugar ruleta (rusa, desde luego).
Quizá la visión arquetipal más pura de ese enemigo f ílmico es la
que nos ofrece Depredator, donde un Schwarznegger más contra-
insurgente que nunca se enfrenta a una especie de bachaco ciber-
nético extraterrestre que, previsiblemente, termina suicidándose.
El enemigo no tiene rasgo humano alguno porque él mismo es la
Nada: ese abismo que nos espera tras la reversión del tiempo y la
entrada en el Corazón de las Tinieblas. En las pantallas, el asiá-
tico ha sido aniquilado de nuevo, esta vez comunicacionalmen-
te. Se puede alegar que los cineastas eligieron el punto de vista
de los estadounidenses en el Asia. Exactamente lo mismo fue lo
que hicieron los estrategas militares. Mientras no nos atrevamos
a concederle un rostro humano al enemigo, seremos incapaces de
reconocer en él nuestra propia humanidad.
303
Elogio del panfleto
(Y ya que esa cinematograf ía presenta como sistema de vida
del enemigo el Campo de la Muerte, no nos contentemos con
recordar que fueron los estadounidenses quienes convirtieron
Vietnam del Sur en un damero de campos de concentración
llamados aldeas estratégicas. Puntualicemos que los indígenas
sobrevivientes de esa fotogénica masacre llamada Conquista del
Oeste fueron lentamente exterminados en campos bautizados
como reservas; que doscientos mil estadounidenses de origen
japonés fueron puestos tras alambre de púas durante la Guerra
del Pacífico; que tras el armisticio, dos millones de prisioneros
de guerra europeos murieron de inanición en los campos regidos
por el General Eisenhower. Para estos Killing Fields no habrá
Gritos del Silencio. Apenas una película, Las puertas del Paraíso,
se ocupa de los reclusos nipones. La victoria siempre absuelve).
304
Luis Britto García
fue de hindúes y de árabes, Vietnam fue una guerra donde,
según el refrán contracultural, los Blancos enviaron a los Negros
para evitar que los Amarillos se hicieran Rojos. Abnegados,
samaritanos, sexualmente desmesurados afroamericanos de las
tropas interventoras: su sola presencia en ellas para defender el
mismo sistema que los discrimina es una paradoja que sólo puede
ser resuelta, como en Platoon, por las heridas autoinfligidas
para lograr la baja. Después podrán ser pésimos enfermeros de
parapléjicos, especies de Gunga Din incapaces de aliviar a los
Dioses blancos afligidos de heridas patrióticas, verdaderamente
causadas por el enemigo.
Pero, ¿Cómo son las restantes criaturas de Prometeo? Con-
génitamente incapaces de adoptar la civilización que sus aliados
le arrojan desde los bombarderos. En Apocalipsis Now, los pro-
yankis del Coronel Kurtz son salvajes necrof ílicos que lo incitan
a aceptar la ejecución. En Nacidos para matar roban cámaras y
alquilan prostitutas. En El francotirador sustituyen la ruleta rusa
del Vietcong por el suicidio de libre mercado, regido por la oferta
y la demanda de apuestas, o utilizan la Antorcha de la Libertad
del lanzallamas para incinerar madres con niños de pecho. En
Gritos del Silencio asesinan prisioneros mientras escuchan mú-
sica de transístores; o, como el informante Dit Pran, desarrollan
con su jefe Sidney tal vínculo de alienación, que son incapaces de
tenerse a sí mismos por sujetos de sus pensamientos: éstos son
siempre dirigidos a un patrono que, como Dios, está a la vez au-
sente y omnipresente: «Sidney, si supieras cómo pienso en ti…
Sidney, debo escaparme para estar junto a ti… Sidney, si supieras
cómo sufro porque no me gestionaste a tiempo un pasaporte nor-
teamericano…» Monólogo que, presumiblemente deben repetir
los millares de Boat People fugitivos de un país al que traiciona-
305
Elogio del panfleto
ron en nombre del imperialismo, y sistemáticamente rechazados
en las aduanas de todas las Tierras de Promisión de este último.
Happy End
El primer marine muerto en la invasión de Panamá fue un pe-
ruano, a cuyos padres se les negó la visa turística para asistir al
funeral. Doscientos soldados venezolanos fueron destacados du-
rante los años ochenta en Centroamérica para servir de presión
en los desenvolvimientos de la política imperial en el área. Como
acostumbran a decir los humoristas estadounidenses, éstas son a
la vez malas noticias y buenas noticias. Para anunciar las malas
primero: las guerras del Imperio se pelean ahora en su propio pa-
tio caribeño o latinoamericano. Para decir las buenas: ahora son
reñidas preponderantemente por mercenarios. No habrá atribu-
lada película para examinar sus traumas de conciencia: según el
cine norteño, ningún subdesarrollado la tiene. Si la tuviera, pasa-
ría automáticamente, como los mercenarios del Imperio Roma-
no, a pelear en beneficio propio, motivo por el cual pasaría a ser
El Enemigo, y, por consiguiente, a carecer de Rostro.
Es laudable que los estadounidenses se miren en el espejo de
su primera derrota, que lo hagan con sincera tribulación y con es-
teticista humanidad, aunque con previsible ceguera ante sus víc-
timas. El espejo del Imperio es el de Narciso. No esperemos ver
aparecer en él nuestro rostro. Sólo a nosotros nos corresponde
revelarlo.
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VIDEO+ CLICK+ CLIP
VIDEO 01:01
VIDEO 01: 02
Todo medio impone sus reglas al creador. La libertad de éste
es inversamente proporcional a la magnitud de los recursos que
requiere su arte. No hay límite para lo que escribimos en el diario
íntimo: los hay para lo que filmamos en la superproducción. El
307
Elogio del panfleto
video brinda la paradójica libertad de la modestia de recursos. La
baratura y portabilidad de sus equipos lo capacitan para registrar
el tiempo real, lo inesperado, lo fugaz, lo íntimo, lo caprichoso,
lo reiterativo, lo en apariencia insignificante: todo aquello pros-
crito por la dictadura del plan de producción cinematográfico.
Con pertrechos cuya levedad se equipara a los de la guerrilla, el
comando o la vanguardia, permite avanzar en territorio inexplo-
rado, clandestino, prohibido o subterráneo. El video bien puede
ser al cine lo que el poema al periódico, lo que el dibujo al mural,
lo que la sonata a la ópera. Lo pequeño es hermoso.
VIDEO 01:03
¿Qué sucede entre la Edad Media y la Edad Mediática? La
Epoca Paleotécnica somete todos los artesanados al patrón
organizativo de la producción industrial; despoja al trabajador
del control sobre sus medios de producción y sobre su producto.
La industria hace al proletario: la industria cultural, al creativo
alienado. La Edad Informática devuelve al creador el control
sobre sus herramientas y sobre su obra: así como el sintetizador
posibilita al verdadero hombre orquesta, el video brinda el control
artesanal sobre la captación simultánea de sonido e imágenes
en movimiento. Al recuperar el dominio integral del proceso
productivo, el creador puede llegar de nuevo a ser dueño de sí
mismo. Mientras la producción masiva se globaliza, la creación
intelectual se individualiza.
VIDEO 01:04
Pero el video no sólo registra la imagen en forma cómoda y
barata: también extrema las posibilidades de manipulación sobre
ella, al punto de en sus comienzos se pensó que el arte del video
308
Luis Britto García
estribaba en la reelaboración de lo grabado. Pues en el cine, lo
que registra la emulsión química es en principio inmodificable:
la deficiencia o exceso de exposición pueden tener efectos
irreparables. Mientras que en el video un toque reajusta a discreción
luminosidad, contraste, brillo, ancho, alto y color de la imagen, y
un sencillo equipo de edición la superpone, la repite y la modifica
casi ilimitadamente. En el episodio que le corresponde en Lejos
de Vietnam, Jean Luc Goddard transforma la simple transmisión
televisada de un discurso de los generales norteamericanos en
una macabra fiesta de tonos rojizos y violáceos; en El Aguila de
dos cabezas, Michelangelo Antonioni varía abruptamente el
cromatismo para seguir el estado de ánimo de Monica Vitti. Nam
June Paik pinta directamente sobre la cinta electrónica, sin recurrir
a imágenes externas. Como el escritor conceptista o barroco, el
operador de video puede reelaborar casi infinitamente su materia
prima. Con el video, la imagen filmada ha dejado de ser referencial.
VIDEO 01:05
El medio de transmisión de la imagen impone asimismo sus
leyes porque imduce ciertas conductas en su público. La pantalla
del cine nos avasalla: por su tamaño y su necesario aislamiento
en la oscuridad, elimina cualquier elemento que distraiga la
atención. La ley del menor esfuerzo nos tienta a sumergirnos
en ella, olvidando cuanto nos rodea. Por el contrario, la pantalla
del video es discreta. Por su pequeñez y porque por lo regular
funciona en locales iluminados, la contemplamos en ambientes
pletórico de estímulos. Nuestra fijación en ella se debe más a la
voluntad que al abandono. La visión cinematográfica es un trance;
la del video, una lectura.
309
Elogio del panfleto
VIDEO 01:06
A esta diferencia contribuye la definición de la pantalla. Toda-
vía la nitidez titilante de la imagen analógica del cine proyectado
es mayor que la de la imagen del tubo, en la cual desciframos lí-
neas integradas por puntos luminosos. Apenas sabemos que el
parpadeo estroboscópico del cine puede desencadenar ataques
en los propensos a la epilepsia; todavía no se han investigado los
efectos de la imagen puntillista del video sobre la fisiología y la si-
cología de la visión. Como cinéfilos nos entregamos pasivamente
al despliegue de color y de imágenes; como videópatas, ponemos
de nuestra parte, reconstruimos, recreamos.
VIDEO 01: 07
Por otro lado, la pantalla del cine es única. Aunque pode-
mos multiplicarla o proyectar en ella simultáneamente varios
rollos —como en el Napoleón de Abel Gance o en el cinera-
ma—; aunque el trucaje posibilita insertar tomas distintas en
un mismo fotograma, tales recursos han sido usados sólo en
forma excepcional. En cambio, la pequeñez de la pantalla tele-
visiva permite —a veces hace indispensable— la acumulación
de varias de ellas, lo que crea una ilusión de redundancia icóni-
ca evocativa de las multiplicación de los dólares y las Marylin
en los silk-screens de Andy Warhol, o un efecto avasallante
cuando las diversas pantallas cooperan en la transmisión de
una sola imagen.
VIDEO 01: 08
Pero este ojo múltiple no se limita a registrar: crea un juego de
imágenes capaz de desencadenar variados efectos: multiplicación
reiterativa; contraste; composición en mosaico de una sola ima-
310
Luis Britto García
gen; presentación de ella desde diferentes puntos de vista o en
instantes distintos, coexistencia simultánea del tiempo real, lento,
acelerado, progresivo o retrógado; diversas progresiones de loop
o circuito sin fin; imágenes de un mismo proceso con distintos
grados de manipulación del color, la brillantez, el contraste o el
foco. El cine nos impone como natural la presencia totalitaria de
la imagen única; el muro de pantallas de video la hace obsesiva
hasta lo insoportable, o la rompe en el caleidoscopio de los ico-
nos aislados e individuales. La pantalla del cine es el gigantesco
ojo único del cíclope, el monoteísmo, la autocracia. Las del video
pueden ser el ojo facetado del insecto, el politeismo, la diferencia,
la versión, la subversión, la pluralidad.
VIDEO 01: 09
El video revela también su especificidad mediante las con-
ductas que induce en el receptor. La asistencia al cine es un acto
regimentado, porque empieza y termina a horas prefijadas; ab-
sorbente, porque impone la silenciosa inmovilidad en una buta-
ca; gregario, porque lo compartimos con una multitud; solitario,
porque transcurre en una oscuridad que nos aísla; vinculante, ya
que durante los noventa minutos de duración del largometraje
somos en cierta forma sus prisioneros y nuestra retirada perturba
a los demás espectadores y rompe un invisible vínculo con ellos.
Pero sobre todo, el cine nos impone una audición pasiva, librada
al capricho del creador y del proyeccionista.
Cuando el video se exhibe excepcionalmente en lugares pú-
blicos oscurecidos, sus espectadores presentan algunas de estas
conductas. Pero la imagen de video brota del fulgor interno del
tubo catódico, por lo cual puede ser exhibida en lugares ilumi-
nados. Su audición es por lo regular libre, porque elegimos el
311
Elogio del panfleto
momento; activa, porque decidimos cuándo iniciarla o detenerla;
íntima, porque la contemplamos en soledad o en compañía elegi-
da; informal, por cuanto admite cierto intercambio con los demás
espectadores; no vinculante, ya que para librarnos de ella basta
desviar la mirada u oprimir un botón. Pero lo más importante
quizá en esta audición es su relativa interactividad. Podemos a
gusto devolver un video, recapitular secuencias, detener la ima-
gen, contemplarla en diversos grados de aceleración, colorearla,
decolorarla, contrastarla, corregirla y deformarla mediante el tra-
bajo con los mandos del tubo receptor. Con el video el espectador
puede a su vez ser creador.
CLICK 02: 01
El medio elige sus temas. La sencillez de operación y portabi-
lidad del video lo conectan con una serie de prácticas que hasta
hace poco formaban parte de las artes ef ímeras. La improvisación,
la filmación de la broma práctica o la provocación, el happening,
el performance encontraron en él una forma cómoda de registro
que pronto se volvió un artefacto integrado con la experiencia.
Con el cine, el artista tenía que esperar días para el revelado de
sus acciones; con el video, tanto él como el público pueden verlas
simultáneamente con el desempeño, o con un retardo controla-
do en relación a él, o desde varios puntos de vista. El video, con
su aparato de registro y su pantalla accesible al espectador, se ha
vuelto una especie de enigmático espejo electrónico del perfor-
mance, que unas veces lo registra, otras lo multiplica, en ocasio-
nes lo transfigura, lo presenta desde la perspectiva del público o
del mismo ejecutante. Como en la novela sicológica, lo que acon-
tece pasa a ser indisoluble de la forma como se lo registra, y ésta
acaso es lo más importante de todo el proceso.
312
Luis Britto García
CLICK 02: 02
Las peculiaridades del video imponen asimismo sus afinidades
con otros medios: entre ellos, con la computadora. Esta puede
alimentarse directamente de la videoimagen digital para
reelaborarla, modificarla o reinventarla a gusto, mientras que la
imagen analógica de la película química debe ser registrada en
video o en scanner para entrar en la memoria del ordenador. El
rico camello de la imagen pasa al cielo de la informática a través
del ojo de la aguja del video.
CLICK 02:03
Decía McLuhan que todo medio es al principio obligado a
realizar las funciones del que le precede: con el primer cine se
trató de hacer teatro filmado, con la primera televisión, cine te-
ledifundido. En su primera fase, todo medio vive en contubernio
con el anterior. Así, montado sobre la actual cámara de cine está
casi siempre un monitor de video que le permite al director va-
lorar instantáneamente lo filmado, sin la larga espera que impo-
nía el revelado de los rushes. Examinando lo registrado en video,
el director decide al instante cuál toma debe repetirse y cuál se
imprime, eliminando la necesidad de refilmar al azar numerosas
tomas de respaldo o de seguridad, y de revelar casi todo el mate-
rial filmado. En tal forma se ahorra esfuerzo inútil y se optimizan
costos. Pero también se puede percibir de inmediato un efecto
serendepitoso, es decir, un hallazgo afortunado en la imagen, y
refilmar hasta captarlo de la mejor manera. El video ha quitado la
venda al director de cine sobre lo que sucede en el interior de la
cámara, y le permite avanzar armónicamente con ella. En Pasión
de Jean Luc Goddard, el director de cine protagonista de la pe-
lícula se extasía contemplando la cosecha diaria de imágenes de
313
Elogio del panfleto
video que representan a su actriz Anna Schygula. El ojo químico
del cine no es hoy en día más que versión ampliada de lo que el
cineasta ha elegido mediante el ojo electrónico del video.
CLIP 03: 01
Quizá la manifestación más divulgada del video sea el vi-
deoclip, que más que un arte específico es una modalidad de co-
mercialización del género musical.
El videoclip, en efecto, antes que crear una estética, es el medio
que mejor se adapta para expresar y realzar ciertas tendencias ya
desarrolladas en la estética cinematográfica. La primera de ellas,
es el discurso visionario de la imagen formulado en El perro an-
daluz y La Edad de Oro de Buñuel y Dalí; en las fantasías de Geor-
ge Meliés; en el Entreacto de Jean Renoir y en las intervenciones
sobre la cinta virgen perpetradas por Man Ray o por Norman Ma-
cLaren. La segunda, es la estrategia del delirio visual creada por
el género musical, frenesí que, contra lo que pudiera parecer, no
debe su eficacia a la música, sino que es diseñada para remediar la
debilidad cinematográfica de ésta.
CLIP 03: 02
Pues no existe espectáculo visual más aburrido que el de la
de la interpretación filmada de la música. Wagner decidió que lo
mejor que se podía hacer con sus ejecutantes era esconderlos en
un foso, y ambicionaba hacer lo mismo con los cantantes. Para
vitalizar el registro f ílmico de la interpretación, Bushby Berkeley
le superpuso tumultuosas coreograf ías cuyas figuras geométricas
no estaban destinadas al espectador ordinario, sino al lente de
una cámara levitando en vertiginosas tomas en espiral, picados y
contrapicados y lúbricos paseos bajo las piernas de las bailarinas.
314
Luis Britto García
Para hacer tolerable la orquesta de Fantasía, Walt Disney recu-
rrió a dramáticos cambios de plano y contraluces en la secuencia
inicial, y cubrió las demás con dibujos más o menos cenestésicos.
Decía Ezra Pound que la poesía se debilita en cuanto se aleja de
la música, y que ésta muere en cuanto se aleja de la danza. Tal
axioma sólo patentizó su verdad tras el implacable registro de la
cámara cinematográfica.
CLIP 03: 03
Gracias a tales recursos, el tiempo más muerto de la cinta de-
vino el único viviente, al extremo de que podemos sin más pres-
cindir de la precaria trama del film musical para quedarnos con
sus números de baile. Esta solución era posible en las breves Sin-
fonías tontas de Disney, pero no durante la hora y media de la
función cinematográfica normal. Por alguna razón que habrán
advertido los aficionados al cine operático, varias horas de cine
musical ininterrumpido resultan abrumadoras, salvo que lo fil-
men Losey o Syberberg. La sobrecarga sensorial, el ritmo sinco-
pado del número musical exigen la pausa o la fragmentación. El
llamado videoclip es un número musical aislado: un musical sin
rellenos.
CLIP 03: 04
En todo caso, sus mejores cultores han aprendido —también
del cine— que para hacer bailar a una secuencia no son necesarias
las amazonas del Ziegfield Follies: que la danza f ílmica es un efec-
to del ritmo, del montaje. Que, como enseñó Serguei Eisenstein,
un león de piedra o un cochecito pueden saltar, danzar y colapsar
sin otra ayuda que la del genio del director. Por la empinada esca-
linata de Odessa ruedan las coreograf ías de objetos inanimados
315
Elogio del panfleto
del Sledgehammer de Peter Gabriel o las paródicas liturgias del
Together, de Pet Shop Boys. ¿Qué hubiera hecho Leni Riefensthal
con un laboratorio electrónico en sus manos?
CLIP 03: 04
Es entonces la visualidad, y no la musicalidad, lo que define
como género y salva al videoclip. Por eso sus estrellas, a lo Gene
Kelly, intentan combinar el canto, la danza y la ambigüedad se-
xual. ¿Qué sería de la avinagrada vocecilla de Madonna sin los
préstamos de la Metropolis de Fritz Lang incorporados a Express
Yourself, qué nos chillaría el Scream de Michael y Janette Jack-
son sin las aparatosas citas de 2001, de Stanley Kubrik? Ante gran
parte de los videoclips, la estrategia recomendable es desconectar
el audio para que no distraiga del flujo de las imágenes. Por la
misma razón, la técnica del cineasta sabio es la de hacer callar las
imágenes para que dejen escuchar la música. En un solo y puri-
tano plano secuencia sin movimientos de cámara resuelve Jean
Marie Strauss los interludios musicales de La crónica de Anna
Magdalena Bach: pero se trata de música de Juan Sebastian Bach.
Con una austera e inmóvil toma resuelve el anónimo director la
interpretación de Roy Orbison de Help (I need somebody). Pero la
poderosa voz de Orbison, sus herméticos lentes negros, su des-
mañado peluquín no necesitan de más nada ni más nadie.
CLIP 03: 05
No es un secreto que gran parte de las secuencias musicales
presentadas como videoclips son en realidad filmadas con cáma-
ras y equipos de cine convencionales, y luego transladadas a cinta
electromagnética. La unión de los contrarios no pasa sin conse-
cuencias: el destino final de las imágenes incita con frecuencia a
316
Luis Britto García
los cineastas a registrarlas y montarlas con una estética del acele-
rado cambio de planos y de puntos de vista, con un ritmo frenéti-
co y una voluntaria violación de la secuencia narrativa raras veces
tolerada en el cine convencional. Hay un «estilo videoclip» cuyos
rasgos son el espíritu lúdico, la elipsis narrativa, la barroca mezcla
de efectos visuales, el distanciamiento paródico, la extraordinaria
densidad de la acumulación de signos, la superposición alucina-
toria, la preponderancia del clima sobre la anécdota. Este estilo
prototípico de los números musicales para la pantalla chica na-
ció, como hemos dicho, en el cine —considérense las películas de
Richard Lester— pero tras decantarse en el video clip invade de
nuevo los largometrajes para la gran pantalla, tales como Asesinos
por naturaleza, de Oliver Stone, o las delirantes Walker o Repo
Man, de Alex Cox, o el pungente Seven de Fink.
317
Elogio del panfleto
Por otro lado, en cuanto interfase privilegiada entre las artes
visuales y el ordenador, el video será cada vez más el canal
preferente por el cual el pensamiento plástico accederá a sus
nuevas formulaciones: imagen reelaborada por computadora,
holograf ía, realidad virtual, realidad interactiva, imaginería
suscitada directamente por estimulación de los centros cerebrales
sin paso por la pantalla retiniana.
Video: visión, más click: conexión sinergística, potenciación
mutua de los medios, nueva integración de las artes; más clip:
fragmentación discreta, disección caleidoscópica, multiplicidad
fractal, proliferación subjetivizante, creatividad liberada, simulta-
neidad del lenguaje racional y el alucinatorio: reacción en cadena
de los signos: conversión de la materia visual en energía: la ima-
gen de puntos luminosos imposibilita la oscuridad del punto final
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Luis Britto García
FRUTOS PROHIBIDOS
UN GALGO YA ES ALGO
321
Elogio del panfleto
errores de transmisión del latín. Una especie, predican los biólo-
gos, es poco más que un catálogo de esas fallas de replicación del
código genético llamadas mutaciones. Un cosmos, amenazan los
f ísicos, es el compendio de la interacción de micropartículas cuya
trayectoria, posición y masa son impredecibles. Nadie sabe cómo
salta de la nada o regresa a ella un galgo, y mucho menos un algo.
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EL DOBLE DE EINSTEIN
323
Elogio del panfleto
morir. Einstein es para ese entonces un desconocido empleado
de la Oficina de Patentes de Berna; a fines de 1908 empieza una
cátedra en la Universidad de esa ciudad. Sólo cuenta con tres
oyentes. Al año siguiente se cierra por falta de inscritos. Cierto
que en 1907 ha publicado un artículo sobre la equivalencia entre
masa y energía en el Jahrbuch der Radioaktivität. ¿Leyó Verne el
abstruso estudio? ¿Logró colarse en su silla de paralítico entre los
tres desolados oyentes de la cátedra sobre teoría de la radiación?
¿Soñó por su cuenta el fin de un sistema intelectual y quizá de
un mundo? De igual forma Ramón Gómez de la Serna inventa
la bomba atómica en la primera edición de El dueño del átomo,
publicada en 1928. Así como la masa equivale a la energía, quizá
la intuición poética equivalga a la razón en alguna ecuación cuya
constante universal apenas presentimos.
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ESTRELLAS
325
Elogio del panfleto
uno padece el eclipse que se merece. También es lamentable el
caso del cometa que se anuncia como astro, suscita predicciones
que engañan ingenuos y desaparece tras mostrarse como bola de
hielo sucio. A veces raya los cielos la estrella fugaz, apenas buena
para encender el deseo antes de sepultarse como piedra oscura en
el suelo.
La soledad es la vocación de la estrella. Cuando excepcionalmente
se acercan una a otra, la influencia de sus colosales gravitaciones
produce marejadas, desgarramientos, cataclismos, sistemas
planetarios. Rara vez quedan mutuamente prisioneras, unidas en
danza binaria o ternaria que alternativamente opaca y potencia
sus magnitudes ante el observador. Pero su principal vocación es
la distancia. El agrupamiento en constelaciones es ilusión óptica
que la perspectiva favorece y el examen desmiente. Las estrellas
huyen unas de otras, y a su perpetua fuga se la llama expansión del
universo. A la luminaria le basta con saberse parte de las galaxias,
esas huellas digitales que en todas partes va dejando el infinito.
Así como las estrellas tienen radiante juventud, padecen triste
vejez. Se opacan, cambian de color y de manera de ver la vida, a
medida que se encogen se vuelven pesadas. Una que otra se re-
dime con un magnífico estallido que encandila el firmamento.
Poco importa entonces que los restos estelares colapsen sobre sí
mismos. Su resplandor final viaja por el cosmos durante siglos o
milenios como magnífico gesto de despedida.
La tiniebla del firmamento es mayor porque en ella acecha
la antimateria, especie de negación de la materia que, como la
envidia o la mala crítica, anula cuanto toca. Opinan algunos
f ísicos que hay tanta antimateria como materia; otros, que más, y
que el destino de todo objeto, obra o ser es acabar devorado por
la marejada de nulidad que acecha en la sombra.
326
Luis Britto García
Así como está sembrado de antimateria, está el cosmos
perforado de agujeros negros, sumideros incapaces de producir
luz y que por el contrario devoran cuanto se les aproxima. Al
igual que ciertas personas, instituciones o fundaciones, el agujero
negro sorbe materia, colaboraciones, créditos, ayudas, subsidios,
derechos de autor, subvenciones, obras, transferencias y sumas
verdaderamente astronómicas, sin que jamás se vuelva a saber
de ellos. Opinan algunos f ísicos que el agujero negro traslada
cuanto sorbe a otro universo; sugieren otros que simplemente
lo aniquila sin dejar más rastros que una horrible perturbación
electromagnética que distorsiona las comunicaciones. En su
espantoso remolino patrimonial todo entra y nada sale. Hay
quien teme que pueda tragarse el universo. El agujero negro es
inauditable. Todo fulgor perecerá.
Al igual que los poetas, los f ísicos manejan obsesivamente
unas cuantas palabras —materia, energía, gravitación, tiempo,
espacio— sin saber lo que significan y sospechando que todas no
son más que avatares de un solo y desconocido vocablo. Algunos
opinan que el universo, como la cultura o nuestra vida, es finito
y precario. Hay quien dice que lo paralizará el equilibrio térmico;
quien sostiene que se expandirá hasta disolverse; quien predice
que se unificará en irremediable aplastamiento; quien espera que
renacerá eternamente; quien teme que lo devorarán los agujeros
negros, quien sueña que prolifera como un fractal infinito en
ramificaciones mutuamente contradictorias. Hay f ísicos que
nos disuaden de ver en las formidables revoluciones cósmicas
paralelos o emblemas de nuestros insignificantes destinos. Otros
sospechan que los sistemas que creemos percibir en las mecánicas
celestes no son más que reflejos de los prejuicios o configuraciones
de nuestras mentes precarias. Nada sabemos. Entre una y otra
oscuridad, contemplemos las estrellas.
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IMÁGENES
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Elogio del panfleto
pierden su espontáneo flujo, dejando paso a la imagen invocada
que, como un animal domesticado, espera órdenes, petrificada.
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Elogio del panfleto
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Luis Britto García
constitutivos de las imágenes hipnagógicas hayan sido tomados
del natural y sean mero eco o reminiscencia de éste; pero no
la integración de ellas en abigarrados mosaicos visuales. Por el
contrario, es posible que de las imágenes hipnagógicas hayan
surgido: la geometría euclidiana y las no euclidianas; las grecas; la
exacerbada intrincación del arte islámico; los mandalas tántricos;
las laberintizaciones de la alfombrería persa; las luminosas rosetas
medievales; la abigarrada ornamentación del barroco; los patrones
de papelería de William Morris, los universos teselares de Escher;
los mosaicos no periódicos del f ísico-matemático Roger Penrose;
los collages de Peter Phillips. Las imágenes encuentran también su
correlato —aunque son anteriores a todos ellos— en la generación
infinita de patrones de los caleidoscopios; en la multiplicación
incesante de formas fractales que hace la computadora a partir de
la ecuación de Mandelbroth y en las cortinas de efectos especiales
generados electrónicamente en algunos videoclips.
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Elogio del panfleto
contemplar largo rato un cielo perfectamente azul o un desierto
plano o una pared desnuda sin texturas o el agua submarina tras
la cual no aparecen peces o detalles del fondo. Los ojos vagan in-
cómodamente sin encontrar asidero, como cazadores sin presas.
Algún atavismo nos pone en guardia contra los grandes espacios
vacíos, donde no encontraríamos escondite contra los predado-
res. La ausencia de detalles agrava de monotonía esta aprensión.
Las arideces visuales son por lo regular obra humana, y toman
prestado su efecto amenazador a las hostiles desnudeces de la na-
turaleza inhóspita. La austeridad visual convoca la del alma. La
ausencia total de detalles o la concentrativa presencia de uno solo
inducen al trance. Los entornos visuales creados según este mé-
todo, como el edificio modernista o la celda del monasterio Zen,
literalmente llevan a otro mundo. Pero todo desierto —creámosle
a San Antonio— convoca sus visiones.
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Luis Britto García
llamativo del objeto observado, barriendo sin contemplaciones o
ignorando las áreas desnudas.
Las artes visuales amables —en gran parte las aplicadas— pro-
ceden por esta cortés acumulación de senderos y sitios de reposo
visuales para la excursión entretenida, convirtiéndose, según la
época, en un arte del placer, como el rococó, o en un anti-arte de
la dicha, como el Kitsch. Cuando la intrincación visual se hace
inextricable, como en el barroco tardío, deviene asimismo ame-
nazadora: remite sensorialmente a la jungla impenetrable, al ro-
querío inescalable. El excesivo detalle hace al panorama visual
dif ícil de abarcar y por tanto indominable: en él, como en la natu-
raleza agreste, hay cabida para demasiados secretos: guaridas de
retorcidas alimañas.
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Elogio del panfleto
desarrollar la escritura. Rumiamos siempre en nuestras mentes
un incomunicado lenguaje de imágenes, que por lo regular sólo
podemos transmitir con sonidos, o con sonidos congelados en
signos: algo así como si estas letras sólo pudieran ser escritas con
aromas, que a su vez debieran ser codificadas en una clave de
cambios de temperatura.
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Luis Britto García
necesitan palabras o narrativas para exaltarnos o deprimirnos,
ni la sonata para maravillarnos. Quizá por nuestra condición
de criaturas acústicas le concedemos a la música la libertad y la
autonomía que sólo intermitentemente hemos acordado a las
artes plásticas.
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LA FUNCIÓN DEL TEXTO TEATRAL
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Luis Britto García
y decoraciones teatrales perecen casi irremediablemente con la
caída de las civilizaciones que las engendran, mientras que la cifra
de la escritura es recopiada de milenio en milenio.
EI texto teatral persiste porque es, asimismo, la parte del men-
saje escénico que disfruta del sistema de notación más perfecta
y antiguo. Mientraslos primeros sistemas de codificación de la
palabra se remontan a los orígenes de la civilización, la notación
musical es relativamente reciente y apenas en el siglo veinte se
han perfeccionado sistemas de notación de la gestualidad cuyo
uso es sumamente restringido. Podemos reconstruir una a una las
palabras de Sófocles; apenas sabemos nada del acompañamiento
auditivo de las farsas de Plauto y sólo podemos conjeturar las mí-
micas de los actores isabelinos.
Pero la perdurabilidad y perfección del código que registra
el texto, tan contrastaste con el estado rudimentario de los que
registran las funciones motoras, quizá tenga que ver con la propia
esencia del hombre como ser cultural, que deja atrás la animalidad
en virtud de un complejo proceso relacionado con la aparición y
diversificación del lenguaje y de las funciones necesarias para el
mismo. Estudiando las localizaciones cerebrales, el neurofisiólogo
Wilder Penfield concluyó que las áreas sensoras y motoras del
cerebro no estaban equitativamente distribuidas en relación a la
superficie y la masa del cuerpo. Un área desproporcionadamente
grande de la corteza sensorial está dedicada a procesar los
mensajes que percibimos a través de los dedos, la cara, los labios
y la lengua. Una proporción exagerada de las áreas motoras
cerebrales gobiernan la lengua, las mandíbulas, los dedos y los
ojos. Desde el punto de vista de las funciones cerebrales, somos
un monstruoso homúnculo de cuerpo diminuto, pulgares
inmensos y ojos, labios y lengua desmesurados. Las relaciones
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Elogio del panfleto
entre la escritura y la hipertrofia del texto reflejan con exactitud
este extraño ser que expresa las funciones de nuestro cerebro.
Todavía de otra manera está vinculado el texto teatral con la
estructura de nuestra mente. Los investigadores Roger Sperry,
Joseph Bogen y Michael Gazzaniga sostienen que al hemisferio
izquierdo del cerebro corresponden las funciones analítica,
secuencial, racional y verbal, mientras que al hemisferio derecho
corresponden las funciones no verbales, holísticas, visuales,
espaciales e intuitivas. Somos seres humanos en la medida en que
somos criaturas escindidas, dotadas, literalmente, de dos cerebros
con funciones diferentes y hasta cierto punto antagónicas. El
delicado oficio de existir consiste en conciliar estas asombrosas
polaridades del espíritu. Un texto —analítico, racional, verbal—
que en alguna forma registre, preserve y sea capaz de suscitar
estados de comprensión intuitiva y de alta emotividad, cumple
justamente una función de conciliación, de reintegración de la
totalidad entre estas parcialidades. Sin el texto que armoniza, el
teatro no es más que el desenfreno temible de las bacantes. Así. el
texto teatral, desde sus orígenes, es un dificultoso mediador entre
lo particular y lo general, entre la individualidad y la globalidad.
El texto teatral perfila su importancia de una forma más des-
tacada mientras mayor es la escisión que debe conciliar. Así, el
texto todavía no existe como tal en los orígenes del teatro, cuando
éste es ceremonia mágica mediante la cual el hombre, a través de
gestos y palabras, concilia el mundo de la naturaleza, el social y el
individual. Si la palabra se emplea para atraer la lluvia o repeler la
enfermedad es porque el cosmos, la palabra misma y el hombre
que la emite forman un continuo sin interrupciones en el cual
cada parte repercute en las restantes.
340
Luis Britto García
El texto teatral propiamente dicho aparece en el momento en
que el hombre desvincula los gestos y las palabras de la ceremo-
nia de toda pretensión de ejercer un efecto sobre la naturaleza o
los poderes invisibles asociados con ella. El texto, privado así de
su función mágica de ordenar el mundo natural, no deja por ello
de conservar cruciales funciones: de ahora en adelante intentará,
no sólo poner de acuerdo las parcialidades emotiva y racional del
hombre; sino establecer vínculos para comunicar la escisión entre
individuo y sociedad.
Porque, en efecto, el texto teatral expresa y acompaña el naci-
miento de la individualidad, y ésta surge da en la medida en que un
centro de referencia, una conciencia, oscila entre juegos de valores
y opciones inconciliables. Aquiles movido por el ciego y brutal co-
raje, Afrodita determinada y definida por la lubricidad, Hercules
vehículo de la fuerza física no son individuos sino arquetipos, y en
el mejor de los casos, concreciones de potencialidades humanas.
Edipo desgarrado entre el destino y el tabú; Antígona escindida
entre el respeto a la ley y el amor fraternal, son individuos en el
más pleno sentido de la palabra: su identidad se alza y se destru-
ye contra la predestinación, el Nomos o el mismo amor maternal.
Que en cada representación se juzgaban y se analizaban las tensas
relaciones entre la parte y el todo lo demuestra el hecho de que la
función dramática fuera la ceremonia más inclusiva de la antigua
Ciudad-Estado griega, aún más amplia que la Asamblea Política
reservada a la oligarquía de los ciudadanos: al teatro asistían ade-
más las mujeres, los menores de edad y hasta los prisioneros. Su
efecto catártico excitaba y a la vez aliviaba las pasiones; vulneraba
las reglas del juego social con una representación de todo tipo de
excesos y transgresiones para mejor asegurar la conciliación final.
La desorbitación, aunque fuera vivida como experiencia vicaria,
341
Elogio del panfleto
identificaba al griego con sus Orestes y sus Ifigenias; hacía inteligi-
ble hasta el incomprensible vértigo de las Furias. El discurso verbal,
desatador y contenedor de las Bacantes, ligaba también la diversi-
ficada y compleja estructura del cuerpo social (con la dolorosa e
inhumana excepción de los esclavos).
Esta función de unificación de un cuerpo social a través del
juego de la transgresión de unos valores compartidos dio a su
vez origen a otro empleo del texto teatral: el de la afirmación de
unidad cultural en poblaciones atomizadas políticamente. Más
de doscientas Ciudades-Estado griegas, políticamente autóno-
mas y antagónicas, se sentían identificadas y unidas durante los
juegos olímpicos mediante las competencias atléticas y la repre-
sentación de los mitos centrales de su cultura. Espartanos y ate-
nienses, corintios y tebanos dejaban de enfrentarse en los campos
de batalla para reencontrarse en la comunidad de valores que ha
dado origen a la cultura de Occidente. La técnica de la escritura
del texto permitió que esa comunidad se extendiera más allá del
ámbito geográfico y temporal de la Grecia del Siglo de Oro. La
prodigiosa metáfora que permite reconocer en cada hombre un
Edipo y en cada mujer una Electra habla de este inaudito poder de
unir a través de la diversidad y de elevar mediante la mimesis de
los rechazados abismos del hombre.
De allí en adelante, el texto teatral propiamente dicho se debi-
lita cada vez que una nueva ceremonia mágica —la liturgia de la
iglesia, la aclamación totalitaria— pretende operar a la vez sobre
la naturaleza, sobre el orden social y sobre el individuo. Dicho
texto recupera su vigor cada vez que la quiebra de una estructura
tradicional y de una fe ecuménica disipa toda certidumbre y en-
frenta al ser humano a la insoluble dualidad entre su ser racional y
sus emociones, entre su existencia individual y un orden en crisis.
342
Luis Britto García
La primera expansión romana y el Medievo son épocas históricas
en las cuales el texto teatral propiamente dicho no florece, o se ex-
presa como liturgia en la ceremonia del tedéum o del acto sacra-
mental. Por el contrario, la decadencia romana, el Renacimiento,
el Siglo de Oro, el Período Isabelino y el ascenso de la burguesía,
así como el comienzo de su caída, son épocas de esplendor de un
texto que expresa contradicciones cada vez más dolorosas entre
razón política y sentimiento, motivación económica y dolor exis-
tencial, lucidez y refutación de todo conocimiento. Incluso la ale-
gada crisis actual del texto dramático expresa de manera concisa
la exacerbación de estas contradicciones. El texto que no significa
nada o que se suprime es la manifestación extrema de una situa-
ción del hombre en la cual su discurso verbal, racional y lógico
ha perdido hasta tal punto el contacto con la realidad emocional
y social que todo enunciado deviene, literalmente, absurdo. Pero
hasta en su incoherencia o su ausencia el texto permanece fiel a
su función en cuanto delata el dolor del ser humano escindido.
El texto teatral tiene una específica función en América Latina.
Para bien o para mal, somos una cultura permeada de verbalidad.
Nuestro fenómeno cultural más importante es la canción popular,
en la cual melodías tan distintas como el tango, la salsa o la ran-
chera acompañan un perpetuo soliloquio —a veces de gran altura
filosófica— sobre las complejidades del existir. Nuestro segundo
movimiento ecuménico es el boom, y no un boom de la plástica,
de la danza o de la arquitectura, sino de la literatura. Nuestros
estratos cultos se dan cita en Carlos Fuentes, en García Márquez,
en Cortázar o en Borges antes que en Botero, en Cuevas o en
Soto. Ello no es accidental. La herramienta que permite pensar a
América Latina como unidad es la relativa comunidad lingüísti-
ca, que a su vez sustenta un acuerdo sobre valores esenciales. La
343
Elogio del panfleto
lógica de nuestros medios de comunicación, en parte precarios y
dependientes, ha hecho que sea más fácil comulgar a través de un
libro que mediante un mural, una danza, una escultura o un film.
Y aun así, América Latina es un continente por decir, donde cada
cosa debe ser bautizada con su verdadero nombre, creada en su
verdadero ser.
Todavía por un tiempo, es probable que este decir a América
Latina nos permitirá reconocernos de una manera más precisa
que una concepción sobre el espacio teatral, la filosof ía de la di-
rección o la técnica del actor.
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EL SIGLO DE HUXLEY
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Elogio del panfleto
sesenta las traspuso masivamente para luego clausurarlas con
el candado de la claudicación. ¿Evadimos su replanteamiento
de la experiencia mística? Estamos condenados a consumirla
como Fast-food espiritual en el supermercado del New Age. ¿Nos
hicimos los tontos cuando en los cincuenta vaticinó en Brave New
World Revisited el advenimiento de tiranías sicotrópicas basadas
en la distribución de la droga? Si consideramos que diversas
fuentes señalan al narcotráfico como la industria más productiva
de finales de siglo (la segunda sería la de los hidrocarburos),
comprenderemos la atormentadora acuidad de su mirada y el
anatema que sobre ella recae. Nadie es profeta en la tierra que se
ha vuelto indistinguible de su visión.
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JUEGOS CON LA ESTRELLA
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Elogio del panfleto
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VIEJO MUERE EL CISNE
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Elogio del panfleto
ciendo muchos brazos o muchas cabezas; Philip K. Dick alucina
moribundos que permanecerán infinitamente en animación sus-
pendida atormentados por sueños necrof ílicos; Jorge Luis Borges
profetiza longevos que se entretendrán en la construcción de ciu-
dades inútiles mientras buscan afanosamente el río que borra la
inmortalidad. Como le hace decir Werner Herzog a Klaus Kinski
en el remake de Nosferatu: Lo terrible no es morir, sino repetir
eternamente tantos actos triviales.
La prensa científica nos anuncia que estos inagotables tormen-
tos estan quizá al alcance de nuestra mano. La enzima telomerasa
detiene el acortamiento de los telómeros o extremos de los cro-
mosomas que inhiben la capacidad de ésta de dividirse. Mien-
tras la célula conserva tal capacidad no envejece, al igual que las
células germinativas y las cancerosas. Sí, leyó usted bien. Cada
generación cree tener al alcance de la mano la dudosa bendición
de la inmortalidad. Cada hornada de creadores nos advierte que
el principal castigo de Prometeo por robar el fuego divino es no
poder escapar al tormento mediante la muerte. Si la única forma
de evadir el envejecimiento es la división infinita, podríamos vivir
eternamente bajo la forma de un cáncer.
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INFIERNO DE LAS COSAS
351
Elogio del panfleto
Los objetos son la externación del alma de quien los crea.
Como ella son sublimes o anónimos, hermosos o espantables, ad-
mirables o lastimosos, profundos o necios. No erró Ramón Gó-
mez de La Serna al revelarles un alma en sus greguerías, ni el Pop
al entronizarlos para celebrar su inhumanidad o su banalidad. Lo
que en ellos parece hablarnos no es su inanimada materia, sino el
congelado tiempo que dedicaron sus artífices a crearlos. Por eso
puede ser atormentado el cuadro, alegre la artesanía, monótona la
pieza industrial. Así como hay un lenguaje del cuerpo hay otro de
las cosas, que sentimos sin llegar a entenderlo. Será el único que
nos sobrevivirá cuando, moluscos pensantes, desaparezcamos de
las conchas civilizatorias en las cuales cristaliza la exudación de
nuestros pensamientos.
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SIDA Y SIGNIFICACIÓN
Patología y moralidad
El Sida golpea de preferencia a dos grupos: homosexuales y
heterosexuales promiscuos. Tal selectividad es llamativa, mas no
explica la celebridad del morbo: desnutrición y tuberculosis, tra-
bajo con asbesto y cáncer también están vinculados, pero tal nexo
no atrapa la imaginación de los medios. Tampoco basta para ello
353
Elogio del panfleto
que el padecimiento esté asociado a un placer: la arteriosclero-
sis lo está con la glotonería y la cirrosis con el alcohol. Provocan
muertes, pero no interés. El escándalo del Sida reside en que 1)
está vinculado con relación de causalidad 2) a la violación de las
reglas sobre un placer 3) cuya administración constituye el basa-
mento de una estructura social (la familia).
En efecto, en vano la Ciencia (píldoras, preservativos) y la
Retórica (sicoanálisis) han hecho lo posible para despenalizar el
deleite. La Naturaleza, con espada virulenta, vuelve a arrojar del
Paraíso a los devoradores del Fruto Prohibido. Angel y Serpiente
a la vez, el Sida recapitula (o realiza) el mito de nuestros orígenes
según el cual somos expulsados del Paraíso cuando ciertas ac-
tividades fisiológicas inocentes, conciencia mediante, adquieren
significados éticos y por tanto sociopolíticos.
Lo abierto y lo cerrado
—Parirás tus hijos con dolor —dice la maldición bíblica a la
mujer— y ganarás el pan con el sudor de tu frente —apostrofa al
hombre. Y en efecto, la caída del sexo adánico y edénico se produce
cuando es inscrito compulsivamente dentro de los marcos de la
reproducción —dolor— y de la producción —sudor. El Sida es
maldición en cuanto castiga las extralimitaciones prohibidas por
la admonición del Génesis.
El sexo no reproductivo por excelencia es el homosexual —li-
berado de toda función fisiológica, sexo en sí y para sí, casi signo
del sexo, como lo sería el alimento en una gastronomía que no
fuera nutricia. Parirás con dolor, pero dolorosamente serás ani-
quilado si usas el sexo sin intención de hacer parir.
Al igual que el sexo no reproductivo, es también castigado el no
productivo: pues se supone que la satisfacción estable del instinto
354
Luis Britto García
ha de provocar compromisos financieros. La monogamia acarrea
acumulación: inversión centrada en un núcleo, una vivienda, un
capital, una herencia, una persona. La monogamia concentra, la
promiscuidad dispersa. Esta requiere el dispendio, el consumo
ostensible del perenne cortejo. Siempre van juntos donjuanismo
y derroche: de fuerzas, de tiempo, de ese compendio de ambos
que es el dinero. La enfermedad moralista, nueva espada genési-
ca, castiga con dos filos: con uno al mayor grado de cierre del sexo
sobre sí mismo (producción sin reproducción); con otro la mayor
apertura: reproducción sin producción. El contagio barre los dos
polos, en demostración de que los extremos se tocan.
Entre estas antípodas se excluye la oligarquía de los moderados,
los puros, los sanos, los felices pocos, los elegidos, y comienza su
baile de disfraces. Fuera de las murallas, sanitarias o financieras,
dejan fuera a la chusma confusa, entregada a la peste. Pero todo
límite es ficticio: suenan aldabonazos, las puertas se abren y entra a
las fiesta la más terrible de las máscaras: la de la Muerte Roja.
La muerte comunicacional.
Pero, ¿cómo entra, cómo atraviesa las murallas? La Teoría Ge-
neral de los Sistemas nos advierte lúgubremente que no existen
sistemas realmente cerrados en el mundo f ísico. Nuestra debili-
dad nos obliga a comunicarnos —para la información, para ese
otro intercambio de información que es el amor— y comunicar-
nos se vuelve nuestra debilidad. Me fascinaron siempre esas pe-
queñas pestes —las ladillas, los bebés— cuya persistencia es la
prueba de la universalidad y perennidad del amor. Al vivir de éste,
el Sida hace morir de él. Se trenza así de nuevo el lazo indisoluble
que, según Denis de Rougemont, une en nuestra cultura la pasión
con la muerte. Hoy en día ya no tenemos que romper con los vín-
355
Elogio del panfleto
culos del honor feudal o del clan familiar, como lo hicieron Tris-
tán o Romeo. Tampoco, que beber el elíxir de amor ofrecido por
Isolda o el veneno procurado por Julieta. Nos basta con romper
los triviales deberes que constituyen al placer en sirviente de la
producción y de la reproducción, y con beber los jugos vitales de
la amada La transgresión biológica de Tristán y de Romeo mina
el edificio social: la transgresión social del inmunodeficiente mina
su organismo biológico. Un orden espejea al otro: el danzarín cae
fulminado: el orden de sábanas arriba es ahora idéntico al orden
de sábanas abajo. Micro y macrocoño.
356
Luis Britto García
mismo ladrón las podría abrir todas. Si todos los individuos de
una especie tuvieran idéntico código, la misma enfermedad, el
mismo predador acabarían unánimemente con ellos. Tanto el
virus del Sida con su vertiginosa capacidad mutante, como los
seres sexuados, cumplimos con idéntica función: la indetenible
danza de nuestros cromosomas: la perenne invención de nuevas
máscaras genéticas contra nuestros predadores y las coyunturas
del azar. El Sida lo realiza mediante la múltiple fisión de lo único:
nosotros, a través de la única fusión de lo múltiple.
Mímesis y máscaras
Pero mientras la comunicativa combinatoria de la sexualidad
multiplica disfraces para escapar de los acechos innumerables
del azar, el virus del Sida simplemente mimetiza la máscara, la
clave inmunológica del organismo invadido, de manera que éste
no lo puede reconocer como extraño y por tanto no lo combate.
Los invitados del Baile de Máscaras no expulsan a la Muerte Roja
porque la toman por uno de ellos. En un segundo paso, el virus
invasor ocupa los sistemas inmunológicos del organismo invadido
y los pone a fabricar duplicados de sí mismo. Verdugo reticente,
el Sida no mata: simplemente utiliza como órganos reproductivos
los sistemas de defensa inmunológica del huésped, de manera tal
que deja a éste a la merced del golpe de gracia del agresor más
banal: un catarro, una diarrea.
Lo fascinante de ciertos modelos estructurales es su capaci-
dad de replicarse en diversos campos. En Informática, un virus
electrónico falsifica las claves de ingreso a un sistema, contamina
sus programas y les ordena destruirse. En Política, un populismo
mimetiza los valores tradicionales de una nación, la convence de
la identidad entre pueblo y partido, se apodera de órganos de co-
357
Elogio del panfleto
municación y aparatos productivos, impide al pueblo reconocer
a sus enemigos y lo entrega indefenso a la penetración cultura, la
Deuda impagable, la dependencia. En la Historia, la decadencia
de una civilización adviene cuando la perfección de sus aparatos
comunicacionales le permite enmascarar todas las señales de pe-
ligro. El Sida meramente replica en lo biológico un modelo uni-
versal de autodestrucción de los sistemas complejos. Quizá toda
civilización comunicacional deba perecer por obra y gracia de la
ambigüedad de las informaciones que la sustentan.
358
Luis Britto García
son las señales de la muerte que llevamos en cuerpo y alma y que
queremos vengar con el contagio.
Puesto que toda epidemia suscita la fábula de la intencional
colaboración con el mal. Cuenta Manzoni en Promessi Spossi que
durante la Gran Peste del Milán renacentista pueblo y autorida-
des persiguieron a los untatori, imaginarios envenenadores que
propagaban la enfermedad mediante ungüentos maléficos. Ha
dado la vuelta al mundo en mil versiones el cuento de la bella
amante que se despide de sus seducidos con el letrero «Welcome
to the wonderful world of Aids».
De igual manera, al engendrar contagiamos a otro este Ser para
la Muerte que nos atribuye Heidegger. Con la vida le legamos el
espanto de saberse en la Muerte y para Ella: con el contagio de
la pasión le ofrendamos la pasión del contagio. Eros y Thánatos
celebran en cada unión sus desposorios: en cada clímax vuelve a
ser altar y túmulo funerario el Monte de Venus
Alfa y omega
Simbólicamente, todo fin de un tiempo ha de ser Fin de los
Tiempos. Final de siglo y de milenio conjuran siempre al Apoca-
lipsis, o por lo menos uno de sus jinetes: el de la Peste. Esta vez
cabalga simultáneamente desde horizontes contrapuestos. Una
de las fábulas genealogiza la plaga hasta un mono africano: otra la
rastrea hasta un laboratorio estadounidense. El horror del Origen
y el del Final relumbran simétricamente en ambos mitos. En el
primero, el pecado pestífero consiste en el incesto con el pasado,
o mejor, con el antepasado: nos perdemos al encontrarnos con el
Eslabón Perdido. En el segundo mito nos confundimos con Dios,
único hasta ahora autorizado para crear nuevas formas de vida.
Vuelta al origen de la vida y originación de ésta se traducen indis-
359
Elogio del panfleto
tintamente en muerte. Igualmente fatal es renegar de la condición
de hombre equiparándose al mono que igualándose a Dios.
Pero es esto último lo que podría exigirnos el incesante Baile
de las Máscaras. Con respecto al futuro del Sida —o al de la hu-
manidad— son posibles varios escenarios.
En el primero, la virulencia de la plaga continúa igual que hasta
hoy. Paralelamente crecen la extensión del contagio y un nuevo
puritanismo y una impensable represión sexual. Libertad y muer-
te vuelven a ser sinónimas. Muchos las eligen.
En el segundo escenario, la propia velocidad de las mutaciones
del virus termina inhabilitándolo, y el morbo desaparece por sí
solo al mutar hacia una forma no patógena, como ocurrió con la
mayoría de las pestes medievales.
En el tercero, el virus podría mutar hacia una capacidad
patógena total, prolongando su supervivencia fuera del cuerpo
del huésped o perfeccionando su habilidad mimética. Sólo Dios
podría salvarnos: sólo el desarrollo de un poder de manipulación
genética artificial que nos hiciera equiparables a Dioses.
Sobreviviríamos entonces con seguridad a la plaga: pero sólo para
sucumbir a nuestra centuplicada capacidad de dañarnos.
Pues todo Prometeo es devorado por el buitre que se merece.
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EL CLUB DEL CLON
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Elogio del panfleto
por los siglos inmunes al sepulcro, o por lo menos burlándolo me-
diante una sucesión de copias genéticamente idénticas. Diferirán
quizá sus recuerdos, que también podemos duplicar infinitamen-
te a través del diario íntimo, la realidad virtual, la reconstitución
electroquímica de las sinapsis. Como en un siniestro truco de es-
pejos o de ecos, la realidad no será más que simulacro de un ser,
de un rostro, de un momento. Al fin, como lo temió Goethe, po-
drá el científico Fausto exclamar: ¡Maravilloso instante, detente!
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Luis Britto García
sus empleados. Y si la humanidad rechaza pertenecer a la copia,
¿qué razón tendrá para pertenecerle al original?
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Elogio del panfleto
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Luis Britto García
el clon bajo la tiranía de lo que llamamos perecedero, y el merca-
do denomina obsolescencia planeada.
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Elogio del panfleto
de sí misma para retener al amado? ¿Constituiría ello adulterio?
¿Bigamia? ¿Quien casa con la copia, casa con el original, o con la
copia de la copia? ¿Qué consecuencias tendría éste virtual don de
la ubicuidad? ¿Cómo verificar coartadas? ¿Cómo demostrar que
el asesino fue el clon, y no yo? ¿Tiene derecho el clon a elegir? ¿Lo
tiene a ser elegido? ¿Puede sustituir en el cargo electivo la copia
al original? ¿El original a la copia? ¿Y la clonalidad irresponsable?
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Luis Britto García
la replicación puede ser fácilmente sorteado. Basta tomar la
muestra del donante apenas nacido y mantenerla congelada
hasta el momento oportuno, como se hace en la actualidad con
el semen. La ingeniería genética podría remover los códigos que
transmiten el envejecimiento, como lo ejecuta con los que portan
el albinismo o la diabetes. Para mayor irrisión, nuestros duplicado
podrían ser eternos y nosotros ef ímeros.
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COSMOS
¿Cómo fue, cómo es, cómo será nuestro universo? Como fui-
mos, como somos, como seremos nosotros. Acaso la más doloro-
sa e irreparable conmoción de nuestra existencia es aquella que,
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Luis Britto García
tras separarnos de la totalidad uterina, nos revela los límites de
nuestro yo y su diferencia con el entorno. El hombre tribal vis-
lumbra un mundo enteramente animado, donde todo, a semejan-
za de él, vive, siente y piensa. Podemos por tal razón recorrer con
confianza los amables cosmos politeístas donde la tierra reposa
sobre una tortuga que nada en las aguas de la eternidad o el cos-
mos tántrico, donde el tiempo es parido eternamente por la vulva
de la Diosa de la ilusión, o los mandalas que retratan universos sin
principio ni fin en el tiempo ni en el espacio. La evolución hacia
el monoteísmo acompaña en cierta manera la muerte del mundo
y la correlativa conciencia de la soledad del yo. Todo intento para
conocer el cosmos nos lo hace progresivamente extraño. El extre-
mo de este proceso es el aterrador solipsismo del obispo Berkeley:
un universo que consiste sólo en las ideas que la mente alberga,
y donde somos apenas otra idea en la mente de Dios, o viceversa.
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Elogio del panfleto
Pues erró el babilonio Bérose al sostener en el año 350 A.C.
que los astros rigen el destino de los hombres: son éstos quienes
imponen su voluntad o sus ficciones a los cuerpos celestes. Sueñan
los pitagóricos con números y formas geométricas, y postulan
que el universo se parece a ellas. Parménides celebra la esfera
como la forma más perfecta, y antes de la menor comprobación
experimental supone una tierra redonda en un cielo esférico. Por
la misma razón Philolao imagina en el año 410 antes de Cristo
bolas celestes que orbitan alrededor de un fuego central. Eudoxio
explica en el 370 A.C. el aparentemente desordenado movimiento
planetario ciñéndolo a órbitas circulares de velocidad variable
alrededor de la Tierra. Este modelo prevalece sobre los restantes a
pesar de su palmaria falsedad, o quizá gracias precisamente a ella.
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Luis Britto García
autoridad fragmentada sueña recuperar su unidad alrededor de
Bizancio, del Sacro Imperio Romano Germánico, del Papado.
Santo Tomás de Aquino lo acoge en la Summa Theologica; le
extiende una partida de nacimiento fechada hacia el año 5.000
antes de Cristo y otra de defunción situada, quizá, hacia el fin del
segundo milenio después de éste.
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Elogio del panfleto
la naturaleza. Un Sol y una Razón igualmente iluministas son los
nuevos centros alrededor de los cuales orbitan mentes y planetas.
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Luis Britto García
Sobre su pretendida validez universal avanzan todas las empresas
de dominación global de la modernidad: el colonialismo político,
el eurocentrismo cultural, el liberalismo económico.
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Elogio del panfleto
de onda y de partícula. Como en un cuento de fantasmas, el
principio de indeterminación postula que la velocidad y la
posición de una micropartícula no pueden ser predichas en
forma exacta. El espacio se curva sobre sí mismo según las
geometrías no euclidianas desarrolladas por Gauss, Lovatchevski
y Riemann. El nuevo espacio es a la vez claustrofóbicamente
cerrado y sorprendentemente abierto: puede tener innumerables
dimensiones aparte de las tres que usualmente conocemos y casi
tantas como las anunciadas en los relatos de Abbot, Lewis Carroll
y Lovecraft. Como en una novela gótica sobre laberintos, quien
viaja hasta los confines de este cosmos se encuentra en el punto
de partida. En la misma forma en que la energía cristaliza en
materia, el espacio se confunde con el tiempo, y éste transcurre
a diverso ritmo según que el sistema donde lo observamos
acelere o decelere, se acerque o se aleje de un campo gravitatorio.
Criaturas contradictorias, los tachyones avanzan o retroceden en
la trama temporal con la soltura de la Máquina del Tiempo de
H.G. Wells. Como en una ficción macabra, al brotar de la nada
cada partícula engendra una antipartícula y cada universo un
antiuniverso, y estos nefastos dobles se aniquilan al encontrarse.
Hay vampiros, los agujeros negros, que sorben la materia y la
energía. Su principal estudioso, Stephen Hawking, yace paralizado
por una enfermedad que mimetiza la invencible gravitación de
uno de ellos. Según usted prefiera, este universo puede brotar
de un solo átomo y expandirse infinitamente; puede estallar y
contraerse incesantemente como un corazon pulsátil; puede ser
abominablemente estable.
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sitio al antivalor que es el mercado. El agujero negro de la ma-
croeconomía devora toda luz, toda energía. Como a Pascal, el si-
lencio de estos infinitos vacíos nos espanta.
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Elogio del panfleto
Luis Britto García
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Elogio del panfleto
Camino absoluto, sus estaciones quedan fuera y lejos su esencia,
la de una vía que parece no llevar a otra parte que a sí misma.
Lo preveo, lo temo: algún día demasiado cercano las redes de
todos los metros conectarán entre sí, y una población que cada
día gastará más tiempo en viajar adoptará como forma de vida la
traslación infinita. Es lo que presiente el francés con su terrible
frase «Metro, boulot, dodo» (metro, trabajo, sueño). Tendremos
entonces el Gran Hormiguero.
Ya que así como el aire crea al pájaro, el túnel crea la hormiga y
la fila de hormigas. En el túnel no hay opción. Ni siquiera la de de-
tenerse o retroceder, pues siempre otra hormiga nos empuja. En
el túnel no hay ni siquiera el deseo de la opción, pues cada metro
es exactamente igual a cualquier otro, y por ello idealmente en el
túnel no sería necesario viajar. Salvo que el viaje es necesario para
que cada sitio de la cueva permanezca anónimo, apenas marcado
por los pasos, y todo viajero siga sin rostro, apenas definido por el
cambio de sitio. Metáfora del espacio, el Metro aniquila la distan-
cia al hacerla anónima. Y también desvanece esa otra distancia de
la mente que es la identidad. Al pasar por el torniquete no somos
personas ni tenemos rostros.
Si la concentración de seres humanos en un espacio limita-
do reduce los contactos entre ellos, cabría pensar en un estado
de aglomeración absoluta en el cual la soledad sería asimismo
definitiva. Este hipotético aislamiento está ya dado en el Metro.
Como en el ascensor, los pasajeros se ignoran entre sí, evitando el
cruce de miradas. Todas las expresiones son neutras, lo que crea
un horror superior al expresable con cualquier mueca. Todos los
ruidos son anónimos. El espacio entre estación y estación es in-
mensurable. Hasta el tiempo deja de durar. La sensación del viaje
en el Metro se asemeja a la que H.G. Wells asocia a su Máquina
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Luis Britto García
del Tiempo: la de caer en un pozo insondable en medio de una
vaga náusea. No por azar el viajero en el tiempo y el viajero en el
Metro acceden a un mundo futuro dominado por las criaturas del
subterráneo, los Morlog, los topos del subsuelo tecnológico ya
incapaces de soportar el aire, la libertad, la luz.
Mientras este túnel nos conduce irremisiblemente en
la dirección prefijada por los tecnócratas, sus paredes nos
representan un ilusorio mundo de libertad. Todos los Metros
del mundo se van llenando de cartelones gigantes que cuentan
una versión del mundo de la superficie compuesta de starlettes,
dandys y héroes políticos. Aman, consumen y triunfan frente a
nosotros, que sólo pasamos. Pero la publicidad, en su intención de
figurarnos el mundo de arriba, desciende a la última profundidad
del inconsciente. La propaganda subliminal refiere continuamente
a la cloaca. Arietes y fisuras sexuales aparecen emblematizados en
la presentación de los productos. Todas las miradas y todos los
dedos de las modelos convergen hacia las ingles. En el Metro de
París, bajo las sábanas que cubren a un maniquí, brota un comic
con la erecta figura de Tarzán. Enterrada en los abismos del metro,
expresada en las falsedades de la propaganda y en el garrapateo de
los graffiti aparece la verdad más profunda.
Pues a pesar de su geometría supertecnológica, todo Metro se
convierte a la larga en refugio de lo rechazado. En la medida en
que el ciudadano medio se hace invisible a fuerza de mediocridad,
en el túnel sólo salta a la vista lo disidente. En Nueva York y en
Londres, en México y en Tokyo borrachos, pandilleros, mendigos,
inmigrantes ilegales y trovadores son los amos del laberinto. Una
mirada de sobresalto une a los corderos cuando empieza el discur-
so de la oveja negra: el monólogo del clochard, la gamberrada de
los loubards, los vómitos de los punks, los navajazos de los yakuza,
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Elogio del panfleto
el aria de un excéntrico Orfeo que canta ópera para sí mismo. En
Caracas nos persiguen solicitaciones de niños mendigos y de ven-
dedores de preservativos. Las primeras notas de un instrumento
exótico por un instante convierten la estación de Charing Cross o
la de Chatelet en zoco árabe o aldea nuba. En un cuarto de la es-
tación de Saint Michel vi policías que retenían un grupo de niños
apretujados como pollitos contra las faldas de una gitana.
Como todos los imperios, el del Metro cae bajo el empuje de
los bárbaros. Aquí están los ruidosos, los harapientos, los mendi-
cantes: arrojados de todas partes, al fin atrincherados en la cloaca,
de donde no hay más sitio adonde expulsarlos. Catacumbas, la
última frontera de toda civilización, el basurero que ella misma
crea, de donde no hay más caída porque se ha llegado al grado
cero de la humanidad: el de los que heredarán la tierra. El de los
Teseos que continúan tejiendo el hilo invisible de la identidad
contra todos los laberintos y los Minotauros.
Dejamos nuestra moneda en la caja abierta del instrumento
musical. En el subterráneo de los infiernos resuena todavía la mú-
sica. Salimos, sin mirar atrás, a la Quinta Avenida o La Hoyada o
la avenida Kalinina o Ginza.
Por todo el mundo braman las excavadoras de túneles.
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GRAFFITI
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Elogio del panfleto
de la huida. Luego, el anonimato, en combate contra un atormen-
tado exhibicionismo que se enmascara de identidades supuestas.
También, la indiferencia hacia la propiedad ajena o la complacen-
cia en su destrucción. Asimismo, la obsesión por lo que rechazan
o disimulan los bienpensantes: el sexo, la droga, la subversión po-
lítica, los cultos en fase de secta.
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Luis Britto García
mariedad relampagueante del gesto. Durante siglos se disputan
el mundo la cruz patibularia de los cristianos y la media luna del
Islam; durante años se lo pelean la hoz desposada con el martillo,
la cruz arácnida de la swástica, la V de la Victoria.
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Elogio del panfleto
En todos ellos el nombre puede colapsar al mensaje y viceversa:
«Lalo estuvo aquí». La firma de quien no existe convierte al lugar
en ninguna parte.
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placeres solitarios de tanto texto que no alcanza siquiera el nivel
de la autocomplacencia. «En el cielo hay muchas estrellas»,
sermonea el comeflor. «Y en la tierra muchos pendejos»,
deconstruye el nihilista. «Esto, en un papel se ve bien, en una
pared se ve mal», predica la pantalla televisiva. «Esto en una pared
se ve bien, en un papel se ve mal» responde el paredón. «Cristo
viene» profetizan las murallas de nuestras Babilonias. «Prepara
ese culito» replican los aerosoles de Sodoma y Gomorra. En el
graffiti no hay interrogante sin respuesta. «¿Quién mató a Renny,
Arria o Cap?», indagan los letreros durante meses. «Me suicidé,
pendejos. Firmado: Renny».
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MARCAS
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pues los sustituye; no una fórmula, que a veces es secreta; no un
sentido, ya que la publicidad lo metamorfosea; no una propiedad,
pues la Bolsa la subasta. Una marca es todo y nada; es lo único es-
table en un sistema signado por la mutabilidad; su solidez, como
la del dólar, estriba en que nada la respalda.
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masoquistas, tanáticas. Según ella, sin marca no hay Sex-appeal, y
mucho menos Sex. Mediante una demoledora presión psicológica,
las marcas han terminado por asimilarse a los caracteres sexuales
secundarios, o por sustituirlos.
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Elogio del panfleto
abstracta, con sus colores planos y su instinto del escándalo, pa-
rafrasea en clave culta la panoplia de recursos publicitarios; quién
conoce hasta dónde los publicistas devoran y asimilan toda van-
guardia. A partir del Pop, estética industrial y estética culta son
indistinguibles. Mientras, el gusto medio o mediocre se refugia
en la nostalgia, la reposición, la antiguedad fabricada en masa y
prestigiada por las marcas arcaicas. El kitchs es la única tradición
de la industria cultural.
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recios, más capaces, susceptibles de ser propiedad privada de
las empresas? ¿Terminará la humanidad siendo propiedad de las
marcas que fueron propiedad suya?
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TIPOS STAR: LOS ÍDOLOS JUVENILES
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de la provincia, de la marginalidad. ¿Qué los hace tan buenos?
El hecho de que acatan automáticamente las reglas del juego, un
Decálogo de alta formalidad. ¿Quién descubre que son buenos?
El show bussines, la misma máquina creadora de ficciones que un
día endiosó a los chicos malos para abandonarlos luego a sus fo-
lletinescas aniquilaciones. Travolta, Superman, Luke Skywalker,
la chica de Flashdance, los chicos de Breakdance, Michael Jack-
son, Brooke Shields, el Grupo Menudo, Guillermo Dávila, Luis
Miguel, Ricky Martin, Juan Gabriel, Florentino y Servando com-
parten más de un rasgo: ilustran una sola historia mítica: la recu-
peración del marginado por la maquinaria del espectáculo. Oído
al tambor, jóvenes en espera de redención.
Travolta
Tony Manuro —el personaje a quien encarna Travolta, quien
en realidad se encarna bastante a sí mismo— es un joven sin des-
tino. Pobre, habitante de un barrio marginal, sin estudios y para
colmo miembro de una minoría discriminada (ítaloestadouni-
dense) su futuro debería oscilar entre el pandillismo, la mediocri-
dad y la cárcel.
Pero la fábrica de ilusiones no tolera ya estas feas palabras.
Travolta escapa a esas marginaciones mediante la adopción de un
ritual de alta formalidad (el disco) de un uniforme (impecable traje
blanco), de una competencia reglada (el mundo del espectáculo).
Tal sometimiento depara recompensas: ascenso social mediante
el amor de una mujer de mayor rango, admiración colectiva,
recompensa pública (trofeo). La conciencia de que el trofeo es
concedido mediante injusta manipulación apenas desata una
crisis pasajera: sabemos que Travolta continuará travolteando,
idolatrado por millones de adolescentes sin destino, hasta que lo
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Elogio del panfleto
borre una muerte más eficaz que el balazo destinado a Lennon
o el ácido tragado por Hendrix: la fugacidad banal, la fría
intercambiabilidad de los estereotipos propuestos a los jóvenes
en los años siguientes.
Superman
Superman es también marginado: extranjero (planeta Kripton)
provinciano (Smallville) tímido. Lo redimirán de estas exclusiones
el rutilante uniforme rojiazul, el implacable código moral de
soporte a lo estatuido: a la propiedad privada, a la autoridad.
El opaco provinciano Clark Kent adquiere así el derecho a las
atenciones de Louise Lane, una mujer independiente, brillante,
audaz y autónoma. Mientras reviste su disfraz escénico, Superman
es invulnerable, invencible, insuperable. Al volver al traje gris, cae
en el abismo de la miopía, la ineptitud y el menosprecio, es decir, la
realidad. Todos leímos esta patética fábula sobre la personalidad
escindida y los sueños de poder cuando éramos apenas niños.
Ahora regresa, en pantalla panorámica y, digámoslo con justicia,
a veces relativizada gracias al corrosivo humor de Richard
Lester, para edificación de nuestros adolescentes ¿Cuál uniforme
revestirán? ¿Cuál más hueco, más deplorable que el otro? ¿Cuál
oculta mejor la angustiada, remota, lacerada personalidad de
Superman? Evidentemente no es un pájaro… no es un avión. Es
el conformista completamente alienado, todos sus superpoderes
creativos rebajados a la custodia perenne de lo convencional.
Luke Skywalker
Cuatro sobredimensionados episodios arrastra ya la saga
edípica del marginado Luke Skywalker. Granjero, provinciano,
hijo de padre desconocido, es llamado para participar en la batalla
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Luis Britto García
para defender el Bien, en la cual todas las reglas están claramente
establecidas. Desde el uniforme (blanco y luego negro) hasta
los milagrosos asistentes espirituales que guían su cursillo de
autoayuda (Obi Ben y el Yoda) hasta la infaltable mujer de status
superior (la princesa Leia Organa) con la cual, ay, el romance
fracasa debido al tabú del incesto y la castración simbólica de la
mano mutilada. No importa, pues todo está preestablecido: con
Luke Skywalker, los adolescentes aprenden que La Fuerza los
sacará con bien del vientre de la Estrella Negra, de la persecución
del siniestro padre Dart Vader, y quizá de las barriadas pobres,
siempre y cuando no pierdan la calma y esperen el próximo
episodio de la serie, que será ¡Fabuloso!
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Elogio del panfleto
El hombre sin atributos
La apoteosis del anonimato elevado a la neutralidad es Michael
Jackson. Su problemática integración avanza a través de un calva-
rio de metamorfosis, es decir, de pérdidas de la anterior identidad
que no lo llevan a asumir una nueva: de adolescente a adulto, de
moreno a blanco, de masculino a femenino o viceversa, en el film
Moonwalker se transforma, que recordemos, en conejo, en pante-
ra, en automóvil deportivo, en colosal robot, en nave espacial, para
convertirse en un video posterior en titánica estatua cuya inaugu-
ración desencadena la histeria de multitudes de adolescentes.
Sus públicas apoteosis de necrofilia y paidofilia son compen-
sadas rigurosamente por también públicas confesiones de abs-
tención de cigarrillos, alcohol, drogas y sexo, por su beatería re-
ligiosa, por la adoración del ingreso… El poder absolutorio del
dinero incluso ahoga en dólares una acusación de corrupción de
menores. Todas las ambigüedades de Michael Jackson reporta-
rían duras marginaciones en el mundo real, donde adolescentes,
epicenos y mulatos son agriamente discriminados. Basta su re-
presentación santificada en un escenario para que se transfiguren
en estigmas de divinidad.
La mecánica de los medios presentó alguna vez al neutro Mi-
chael Jackson como inevitable cortejante oficial de una Brooke
Shields que ingresa al cine representando en Pretty Baby el papel
de niña vendida al mejor postor en un lenocinio, para luego re-
presentar una gélida virginidad cuidada por chaperonas y agentes
de relaciones públicas: minoridad femenina y frigidez provocati-
va en un solo paquete de acciones (o de inacciones, pues Brooke
no sabe bailar, cantar ni actuar).
404
Luis Britto García
La mujer virilizada
Una constante hermana héroes tan disímiles: la progresiva dilu-
ción de la masculinidad. Sobre el altar de la virilidad inmolada se
alza la estrella de Madonna, italoamericana de clase media baja que
asciende en los medios copiando el rostro y la ingenuidad de Ma-
rilyn para culminar en el papel de implacable Reina Abeja que de-
sarrolla músculos de gimnasta, aparece en videos con sugerencias
lésbicas y elige y desecha anónimos zánganos. En el reino animal
las hembras ascienden de status copulando con machos dominan-
tes: en la mitología del show bussines actual sucede lo contrario.
Entre los mamíferos el macho lleva la iniciativa en el cortejo: los
medios decretan una conducta diametralmente opuesta.
La fábrica de los ídolos juega entonces al desvanecimiento de los
roles sexuales tradicionales en aras de la ambigüedad. En las últi-
mas décadas del siglo XX se estimaba en 25 millones la población
gay de los Estados Unidos: casi la décima parte de ella. Podría estar
utilizando su inserción en los medios para propagar sus valores.
Por otra parte, el target privilegiado de los anunciantes en los paí-
ses más desarrollados son los llamados dinks (double income, no
kids), parejas con doble ingreso y sin niños. Libres de pesados gas-
tos básicos en alimentación, educación y salud de los infantes, pue-
den dilapidar su excedente en entretenimiento, lujos perecederos y
consumo ostensible: los productos que mantienen funcionando el
sobredimensionado sector terciario de los Siete Grandes.
Nina Hagen sacrílega, Courtney Love dominante, Madonna
gimnástica dominan un firmamento mediático de mujeres muy
hombres y hombres muy mujeres.
El patio latino
Por el desfile de estereotipos de las últimas décadas se
comprenderá cuáles moldes deben seguir los productores de
405
Elogio del panfleto
moldes para los adolescentes latinoamericanos. En el Grupo
Menudo se repite la misma historia: fama, riqueza y adoración
gracias a la disciplina rigurosa de la danza y el canto regimentados.
También, anonimato, intercambiabilidad y sustituibilidad
perfectas: los Menudos son despedidos uno por uno, a medida
que cumplen dieciséis años, y suplantados por otro Menudo
de repuesto (se supone que debe haber abundantes colas). Así
como los Beatles parecieron asumir por un momento el rostro
de John Lennon, la inanidad de los Menudos se compendia en la
vacuidad de Ricky Martin, puertorriqueño con pelaje y nombre
parejamente gringos. Mientras estrellas estadounidenses como
Bob Dylan, Jamiroquai o Hammer condimentan sus rutinas con
sazones étnicas, Puerto Rico postula un latino rigurosamente
plástico con repertorio musical de fast food, compendio escénico
del ideario libre asociado.
Versión arrabalera de los Menudo es el Salserín venezolano,
circo de párvulos amaestrados igualmente anónimos, similar-
mente sustituibles, idénticamente explotados. En forma inevita-
ble Servando y Florentino Primera se convierten primero en el
rostro y luego en la antítesis del conjunto. Son la perfecta materia
prima de los ídolos: a su infancia están asociadas la temprana or-
fandad, la estrechez económica, la experiencia arrabalera. Ante
estas palabras mágicas, los medios deponen los bloqueos comu-
nicacionales y los cercos mediáticos con los que persiguieron la
obra del inolvidable Alí Primera. Naturales, temperamentales,
malcriados, Servando y Florentino son marginalidad sin rebelión,
pueblo sin carencias, protesta sin mensaje, prototipos de un éxito
al cual se le permite romper rating porque no rompe reglas.
Similar historia de ascendientes mediáticos célebres y de tem-
prana orfandad rodea la infancia de Luis Miguel. Producto sinté-
406
Luis Britto García
tico de ese Pop del sur del Río Grande llamado La Onda, Luis Mi-
guel juega posteriormente la carta segura de una mexicanidad sin
picante inscribiéndose en una fría interpretación de boleros sin
pecado que canta enfundado en smokings sin arrugas. De igual
infancia desvalida, de idéntica inserción en una mexicanidad des-
cafeinada y esta vez edulcorada con sacarina gay es Juan Gabriel.
La imagen mítica creada para Guillermo Dávila es como un
gran resumen de las recetas expuestas. En Ligia Helena Guillermo-
Nacho es el marginal que supera su pobreza a través del estrellato.
La ascensión social sólo se confirma por el sello de aprobación de
la infaltable mujer de status socioeconómico superior, la sifrina
Ligia Helena. Siguen malentendidos y fricciones: el grato olor
del éxito y el amor arreglan todo. El talento personal de Dávila y
del libretista Cesar Miguel Rondón no pueden transgredir estas
reglas del juego, rígidamente fijadas de antemano:
1) Las juventudes del sistema sufren de marginación, carencias
sociales, económicas y sexuales, falta de identidad y destino 2) Un
héroe, que en su etapa de formación comparte tales carencias, es
redimido por su religiosa adscripción a una disciplina integradora
3) El poder redentor de esta disciplina —el show bussines— está
en proporción directa de su inocuidad 4) El mundo del espectácu-
lo cuenta cada vez más una sola historia: la del propio mundo del
espectáculo. Se hace, como dirían los semiólogos, autoreferen-
te. Esta autoreferencia es rigurosamente falsa: nunca se explora
en profundidad la mecánica corrupta y demoledora de la fábrica
de ilusiones 6) Al destruir a los verdaderos talentos individuales,
rebeldes, contestatarios, indómitos (Dean, Lennon, Joplin, Hen-
drix) la fábrica de ilusiones se constituye en única realidad, única
salvación, única trascendencia 7) Por argumento a contrario, la
realidad (marginalidad, carencia, anonimato, protesta, vida con-
407
Elogio del panfleto
creta, creatividad individual o acción revolucionaria) pasa a ser
ilusión, mero prólogo o aperitivo de la ascensión al empíreo de
las estrellas, que será el premio de nuestro conformismo. A tales
modelos, tales copias.
¿Es inviolable esta cartilla? Quien la desaf ía exagerando el
componente orgiástico de sus presentaciones termina abaleado
como Felipe Pirela o Selena, encarcelado como Gloria Trevi. La
fulminación de los chicos malos y el endiosamiento de los buenos
reproduce en los medios la edificante liturgia que todas las noches
ofician sobre la colchoneta los luchadores sucios y los técnicos y
en las policías políticas los agentes y los subversivos. El destino y
las reglas mediáticas son una misma y sola cosa.
No se vayan, chamos, que esto se compone.
¿O se descompone?
408
LA MUERTE EN LA PEQUEÑA VENECIA
409
Elogio del panfleto
atentamente, advertiremos más de una peculiaridad: la extraña
asimetría de los ojos, la tiesura innatural de un rostro que, al igual
que los retratos robot o el cuerpo de Osiris, parece recosido con
fragmentos disímiles… La docena de personas que consulté coin-
cidió en afirmar que era la imagen de un muerto. Una muchacha
de origen italiano la comparó con los daguerrotipos que sus com-
patriotas colocan sobre las lápidas. Ninguno me supo dar la razón
concreta de su impresión.
La causa de todo está en la propia imagen. Contémplela cuida-
dosamente. Fije la mirada en la punta de la curiosa nariz y en el
innatural hoyuelo sobre el labio superior. Déle vuelta lentamente,
si es preciso varias veces. A estas alturas, la totalidad de mis en-
cuestados advirtió una nueva imagen, hasta entonces escondida,
desde ese momento imborrable. Una persona arrojó lejos de sí el
recorte. Sí. En el diseño aparentemente torpe y desproporcionado
de la naríz aparece la figuración de un cráneo cadavérico; en el
hoyuelo irregular, las fosas nasales del cráneo, y quizá también la
insinuación del extremo de un hueso o unas tibias cruzadas. El
inconsciente de los encuestados había captado el mensaje icónico
antes de que su conciencia leyera el texto eufemístico.
A partir de esta verificación de la ambigüedad o doble sentido
de la ilustración es fácil advertir otros contenidos. El labio
superior, demasiado neto, con sus comisuras exageradamente
retocadas, sugiere la imagen de un hueso. El conjunto de la nariz
excesivamente larga y las cejas asimétricas podría referir a un
ángel que alza el vuelo desde la desecada calavera. La meta de ese
ángel es el curioso mechón blanco del nacimiento de los cabellos.
He visto muchos mechones de canas, pero ninguno con una
base en forma de media luna acostada, de góndola o barca, en la
cual parecen navegar varias figuras de pie. Si el lector esfuerza la
410
Luis Britto García
atención, puede advertir que una de las siluetas erguidas parece
asir un remo o un timón; otra parece cargar un niño y otra,
estilizada, parece proteger tres pequeños vástagos en explícito
ejemplo del «Plan de Previsión Familiar» elogiado en el texto.
Algunos encuestados me hicieron notar imágenes que yo no
había advertido. Armando José Sequera señaló que el sector de
cabellos que parte de la oreja izquierda del rostro y culmina en
el mechón blanco tiene una extraña forma de serpiente negra
con la boca abierta. En el grabado original se advierte, en efecto,
algo como un párpado cerrado en el ápice de la cabeza, y unas
rayas blancas en las fauces frente a la proa de la barca, rayas que
sugieren branquias o posiblemente las letras SEX. La ilustración
refiere así a la imagen arquetípica de la Boca de los Infiernos, tan
trabajada pictóricamente por Bosch y Brueghel: ningún destino
más apropiado para una barca fantasma hacia la cual se dirige un
ángel que alza vuelo desde una calavera. ¿Se muerde la cola esa
serpiente negra, apresando, no sólo la barca, sino su propia pro-
longación, que resurge por la sien derecha del rostro? ¿Insinúa así
una promesa de resurrección o de eternidad, o al menos de exal-
tación, como parece prometerlo la mancha blanca ascendente
que brota de la oreja de izquierda y figura un caballo al galope o el
ala de un arcángel? Una explicación alternativa postularía que los
consultados, como en el test de las manchas de tinta, proyectan
formas sobre borrones casuales. Pero en la prueba de Rorschach
las respuestas tienden a diferir, mientras que ni uno sólo de los
encuestados dejó de advertir, una vez dirigida su atención sobre el
sitio específico, el descarnado cráneo y la fantasmal embarcación
que pregonan la inminencia del «último momento». El lector
puede realizar sus propias encuestas y formarse su propio juicio.
411
Elogio del panfleto
Una decisión que no se puede demorar
La contristada imagen anterior no tardó en ser sustituida, qui-
zá porque su carácter solitario aludía —a pesar de la abarrotada
barca de Caronte— a una muerte individualista, aislada y poco
sociable, contraria al verdadero espírtu de la campaña: la familia
que muere unida, permanece unida. En este sentido, la prensa e
incluso panfletos distribuídos de puerta en puerta difundieron el
anuncio que aparece en la ilustración 2. El texto insiste en los mis-
mos temas: Decisión que no se puede demorar… Jardín Familiar…
responsabilidad.
La imagen representa, de manera aparentemente torpe, de
nuevo tiesa, a una familia que no disimula su alegría ante lo inevi-
table de la decisión que no se puede demorar. El descuido en la
ejecución esconde una compleja arquitectura. Como en la ante-
rior, nada en esta imagen es casual.
Para muestra, basta el botón del esquema de la figura 3. Una
serpenteante espiral logaritmica, construida de acuerdo con la pro-
porción matemática que los estetas llaman Sección Aurea, parte de
la mano izquierda del padre (A) y une geométrica y sucesivamente
a ésta con el rostro de la Niña (B), con la mano izquierda de la Ma-
dre (C) con la mano derecha del padre (D) con la mano izquierda
de la Anciana (E) y con el rostro de los progenitores (E y G). De la
mano izquierda del Padre a la curiosa zanja en la tierra que separa
a la niña de la anciana parte una línea (A-H-I) dividida periódica-
mente en los intervalos de una Serie de Fibonacci. Los desmañados
manchones de la blusa y la falda de la Anciana siguen implacable-
mente estas orientaciones. Guías atentos dirigen el curso de nues-
tra mirada. A la luz de tal rigor en la composición, parecen menos
casuales otras imágenes que el dibujo sugiere. Quizá pueda usted
captar algunas al observarlo atentamente.
412
Luis Britto García
413
Elogio del panfleto
una cabellera en forma de hojarasca. Todo el dibujo está minado
de formas insólitas.
Este recorrido en espiral serpenteante permite llegar al tema
central del anuncio. Aléjelo un poco. Concéntrese en la cara de la
Niña (B) especie de ojo de una órbita inmensa… Siga el borde de
ella y del cráneo, oportunamente trazados por el brazo y el torso
de la madre (E-C). Allí está. La Familia está Unida en la forma de la
calavera, que nos atisba desde la inocencia del Angelito Negro. La
Solución (final) llega bajo la especie de un acto de consumo: el últi-
mo, que lamentablemente ninguna fuerza humana puede demorar.
Comparte su suavidad.
De panoramas tan sombríos nos aleja el orgiástico anuncio
reproducido (sin los colores originales) en la ilustración 4.
En apariencia se trata de una invitación a la vida que reúne el
lenguaje de los cuatro elementos: Agua, Aire, Tierra y el implícito
Fuego del sol, que dora cuerpos y enciende deseos. Los cigarrillos
están supuestamente fuera de la acción representada: los modelos
no fuman: chapalean en el líquido espumoso. Pero tienen todos
la boca abierta, en inconfundible invitación al placer oral. El
salvavidas sugiere otra boca, enorme, incitante.
Paseemos la mirada por estas bocas. Detengámonos en la del
modelo a la izquierda. Abiertos hasta la exageración, sus labios
parecen aprisionar un volumen. Un oportuno retoque, añadido
a la imagen de su hombro, le presta corporeidad, morbidez, una
rosácea convexidad de seno. En el punto que toca los labios, otro
retoque, anaranjado en la versión original del anuncio, insinúa un
pezón. Parece como si el modelo realizara simbólicamente, con
su hombro, el deseo de succionar algunas de las adorables tetas
que se broncean al sol.
414
Luis Britto García
415
Elogio del panfleto
Inspeccionemos el torbellino blanco cerca de la pierna izquierda
del modelo que se chupa el hombro. Al poco rato se harán evidentes
dos sombras circulares, dos órbitas, dos pómulos. Parecería que
la espuma representa la descarnada cabeza de un hombre muy
viejo. ¿Juegos de las burbujas? Es improbable que el azar de
las combinaciones del aire y el agua produzca repetidamente
estructuras simétricas al estilo de cuencas orbitarias, pómulos y
cráneos como las que resaltan bajo las piernas de los modelos. Si
lo duda, trate de lograr simetrías parecidas arrojando papelillo.
Se nos dirá que es difícil distinguir retoques en una materia que,
como la espuma, parece hecha «del tejido de los sueños». Otros
añadidos son visibles en zonas menos evanescentes. El modelo que
se asoma por el salvavidas luce en su frente un inaudito brillo en
forma de trébol o de triskelion, swástica trinaria que ninguna frente
normal presenta. Kubala, el modelo que ostenta su descarnada
sonrisa a la derecha del grabado, muestra a su vez en la frente otro
reflejo ovalado, con neta forma de cráneo. Bajo el mismo, dos rayas
blancas se cruzan como brazos de una X o como dos tibias. Hemos
visto personalmente a Kubala, y certiricamos que su rostro no
devuelve reflejos en forma de calavera con tibias cruzadas.
416
Luis Britto García
Entre aquellos a quienes mostré estas insospechadas ambiva-
lencias de la imagen está Pedro León Zapata. Me preguntó que
por qué les atribuía yo tanta inteligencia a los creadores de tales
avisos. Transmito el indirecto elogio: nuestros publicistas tienen
suficiente ingenio como para aplicar a la venta de la muerte las
técnicas de polisemia iconográfica desarrolladas por Hieronimus
Bosch, Peter Brueghel, Leonardo da Vinci, Tintoretto, Holbein y
Dalí para celebrar el vértigo místico o la belleza. Sus anuncios
moldean nuestra conducta más que el Sermón de la Montaña o
la áspera Etica nicomaquea. En una época en que nadie pone la
otra mejilla, infinitos consumidores, contra toda lógica, persisten
en la succión gloriosa que les trae simbólicamente el blanco de la
espuma orgásmica y del hueso.
417
DEL BUEN SALVAJE AL BUEN
ADOLESCENTE
418
Luis Britto García
de Tolstoy, Dostoievsky o Musil, pero como sujetos de un deseo
eternamente insatisfecho de amor romántico o de trascendencia.
El Baby Boom, la explosión demográfica estadounidense
engendrada por el retorno de los soldados de la Segunda Guerra
Mundial y alimentada por el auge económico motorizado por
el conflicto de Vietnam, significó para la industria cultural la
oportunidad de inventar un adolescente objeto de su propio deseo,
es decir, de su propia demanda. Por primera vez los menores de
edad eran mayoría demográfica: por lo tanto los anaqueles de los
supermercados desbordaron con una ropa, una discograf ía, una
cinematograf ía y una culinaria, no juveniles, sino diseñadas para
el mercado juvenil del American Teenager: las medias Bobby, las
películas de playa, The Beach Boys, The American Bandstand.
Hasta una mitológica película condescendió a presentar al
American Teenager como Rebelde, pero eso sí, sin Causa.
419
Elogio del panfleto
El buen adolescente
Pacificados los malos salvajes, la industria cultural se planteó
la producción del Buen Adolescente, fábula consumística que,
como la invención romántica del Buen Salvaje, funde el culto de la
naturaleza y el de la emocionalidad. Ambos temas renacen como
cultivo narcisístico del cuerpo y dominio del campo abierto, cum-
plidos gracias a la mediación de artículos de consumo en un ritual
exultante que podríamos llamar la orgía aséptica.
420
Luis Britto García
o electrodos, se luce con lycras, hilos dentales y tangas, se tonifica
con tenis, vibradores y masajeadores eléctricos, se distiende con
los ritmos de moda en los lugares de prestigio, se entrena para la
evacuación con concentrados de fibras, se calza con zapatos de
goma de alta tecnología, se cubre con trajes deportivos que parecen
enormes carteleras con marcas de fábrica.
La naturaleza se recorre en motocicleta, se penetra en
vehículo rústico, se escala con botas de diseño, se surca en moto
acuática, se sobrevuela en superliviano, en Ícaro, en parapente
y en cuerda elástica, se fotograf ía con teleobjetivos y se registra
con videograbadoras. La mercancía es siempre el vehículo
hacia la naturaleza o el cuerpo, y una vez adquirida aquella, se
puede prescindir de éstos. El imperio massmediático del Buen
Adolescente se parece al Reino de la Libertad en su ilimitada
disposición de bienes de consumo; se diferencia de él en la
rigurosa ausencia de toda alusión al proceso de producirlos.
421
Elogio del panfleto
agotadoras sesiones de squash y su espíritu en atrevidos paseos
en deportivos europeos; se muestra acompañado de modelos
suntuosamente vestidas en decorados oníricos donde las tarjetas
de crédito vuelan en cámara lenta; es adicto al trabajo, que consiste
en ordenar mediante teléfonos celulares y modems especulaciones
financieras que hacen brotar de la nada cifras multimillonarias
para costear tanta pacotilla retro.
422
Luis Britto García
mistas en países con niveles de pobreza cercanos al 80%? Por lo
pronto, la activación de dos hampas: una marginal, que asesina
para robar zapatos de marca, y otra gerencial, que masacra para
desvalijar masivamente a todo un país.
En lugar de la Revolución
Nada nuevo ha aparecido en la cultura de masas latinoameri-
cana tras las grandes figuras míticas de la canción popular y los
héroes de la guerra revolucionaria. De hecho, cada moda para los
jóvenes es diseñada por la industria cultural de los países desarro-
llados como contrapunto implícito a una revolución tercermundis-
ta en curso: el American teenager, contra la coreana y la cubana; el
hippie de utilería, contra la vietnamita; el punketo, contra los sa-
cudones europeos estilo Mayo francés; el Buen Adolescente y el
yuppie, contra El Salvador, Nicaragua y Panamá.
Por ello la actual anomia postmoderna no ha producido una
respuesta; pero sí inevitablemente un nuevo estereotipo.
423
LA GENERACIÓN X
¿Quién?
¿Qué?
Si la juventud del postmodernismo no halla una denominación,
en cambio la industria cultural si encuentra en ella un mercado:
424
Luis Britto García
lo que la define es la trivia que consume. Las vitrinas de las
tiendas de moda se tiñen de negro, color antes monopolizado
por las viudas y por los disfraces de punk. Es de rigor dejar la
etiqueta del precio en la prenda que se usa. El culto al «saber
informatizado» se expresa en acronísticas compras de PCs,
VCRs, CBs y CDs. Sus héroes son Madonna, Michael Jackson,
Batman, Max Headroom, los Simpson, los Teenage Mutant
Ninja Turtles; todos productos de la industria cultural, todos
ambiguos portadores de máscaras o de rostros sintéticos, todos
productores de «imágenes de comedia negra, frenesí, adoración
de lo f ísico, alienación y baja autoestima» (1). Pero también los
de la Generación X «coleccionan objetos que son esencialmente
absurdos o representativos del máximo florecimiento de un
período que es ahora universalmente ridiculizado, tales como los
pantalones de los setentas o el moblaje de los cincuenta», con «un
ojo de diseñadores para el detalle en ropa, muebles, accesorios,
carros, pintura o escultura comercial o “folk”, música, danza, arte
de performances (o happenings), programación de radio y TV y,
especialmente, avisos»: eclecticismo, reciclaje de signos, nostalgia
consumista (2).
¿Cómo?
La revolución sexual naufraga entre el miedo al Sida y a las de-
mandas por acoso erótico, por pensión alimenticia y palimony
(pensiones para ex-amantes). La relación con objetos distanciados
estilísticamente corresponde a un estilo de relación que distancia a
los seres convirtiéndolos en objetos. Como dice Anita Sarko, «para
un miembro de la Generación X, libertad significa una elección de
estilos de vida y una ausencia de obligación»: narcisismo, muerte
de los afectos, secularización de lo privado (3).
425
Elogio del panfleto
¿Por qué?
El espíritu santo de la Realpolitik, hasta ahora patrimonio de
las altas cúpulas dirigentes, desciende hasta la vida cotidiana.
Así, Haynes Johnson lamenta en The Washington Post que «estos
bachilleres y estudiantes graduados… parecen inmensamente
despreocupados sobre las cuestiones morales y éticas. Mientras
hablan, su conversación adquiere una cualidad escalofriante y
se llena con un rosario de racionalizaciones espontáneas: el fin
justifica los medios. Todos lo hacen. Perro come perro. Los que
no pueden, no merecen. Quejosos. Perdedores contra ganadores.
No es lo que conoces, sino a quién conoces. Fuera de mi camino.
Soy el N. 1. Aplástalos. Ley de la Jungla». Peor todavía, el pitcher
Micht Williams, de los Philadelphi Phillies, se queja de que «antes
le pedían el autógrafo para enseñárselo a sus amigos, y ahora,
para vendérselo» (4): nihilismo, todo vale, muerte del valor de
uso, triunfo del valor de cambio; secularización de lo sagrado,
incluso del beisbol.
¿Dónde?
Este cinismo voraz no es perturbado por el menor residuo de
conocimiento. Un estudio del National Assesment of Education
revela que sólo el 2,6% puede escribir bien una carta: muerte de la
cultura alfabética. Según denuncia el senador Bill Bradley, el 95%
de los estudiantes de secundaria no puede localizar Vietnam en
un mapamundi (5): defunción de la «gran narrativa» de la histo-
ria, muerte de las fronteras, globalización de la ignorancia.
¿Para qué?
Pero el sueño consumista trepida. Los de la Generación X co-
men en McDonald, no esperan obtener más que McJobs (empleos
426
no especializados y mal remunerados) y hablan en McLangua-
ge: lo que Jane Healy llama «fast food verbal, que consiste esen-
cialmente en gestos e inflexiones» (6). El espíritu de los tiempos
orienta los porcentajes de aumentos recientes de estudiantes de
otros idiomas que documenta la Association of Departments of
Foreign Languages: del japonés, un 1.282 %; del chino, un 839%;
del español, un 130%. Una encuesta de Times revela que en 1990
el 65% de los entrevistados menores de 30 años cree que no le
será posible vivir tan confortablemente como sus mayores. Un
survey de People for the American Way muestra que el 54% de
los encuestados piensa que los mejores años de Norteamérica ya
pasaron, mientras sólo el 37% espera que están por venir. Hasta
en las altas esferas, Bill Clinton, quien se ofrece como redentor
de Haití, apropia el dicho del punk Johnny Rotten al decir de los
jóvenes de su propio país que «estamos criando una generación…
sin un futuro» (7). Y los moralistas se apresuran a culpar a los
jóvenes de representar la esencia de la sociedad en la cual crecen:
427
de la idea de progreso, fin de la confianza en el futuro, clausura,
según dice Cioran, «del error de esperar».
¿Cuánto?
Cuándo ni el Quién ni el Qué ni el Cómo ni el Dónde te explican
el Por qué ni el Para qué, es porque tu única pregunta es: ¿Cuánto?
(1) Neil Howe y Bill Strauss: 13th Gen, abort, retry, ignore, fail?; Vintage Press,
Nueva York, 1993, p.199.
(2) Dean Kuipers: «X Stuff»; Playboy, diciembre 1992, p. 111.
(3) «Love among the Xers»; Playboy, diciembre 1992, p. 199.
(4) Neill Howe y Bill Strauss: Op. cit. p.20.
(5) Op. cit. p. 21.
(6) «Endangered Minds», en Neill Howe y Bill Strauss, op. cit. p. 18.
(7) Op. cit.. p 33.
(8) Op. cit. p. 21.
428
Índice
Introducción 7
429
HÉROES Y VILLANOS
Venezuela Heroica 135
Los Hacedores de Héroes 147
Antihéroes 149
McHéroe 151
Private Eye 153
Politics of Glamour 155
Pentimento 157
ROCKOLA CITY
Rockola City 161
¡Música, maestro! 171
Sadel: sin ti 180
Rancheras 183
HÉROES DE PAPEL
Superman 191
Batman: la policía lingüística 196
A la búsqueda de la infancia perdida 200
En el remate 202
Las peores madres del mundo 205
Henry Miller: pesadilla de porno acondicionado 215
PANTALLAS
Sueños de otros 241
Dibujo y Cine 243
Comics y Cine 254
Cine, petróleo y profecía 283
El rostro del enemigo 297
Video+Click+Clip 307
430
FRUTOS PROHIBIDOS
Un galgo ya es algo 321
El doble de Einstein 323
Estrellas 325
Imágenes 328
La función del texto teatral 338
El siglo de Huxley 345
Juegos con la estrella 347
Viejo muere el cisne 349
Infierno de las cosas 351
Sida y significación 357
El Club del Clon 361
Cosmos 368