La Hora de La Lectura Familiar 15-05-2022
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EDUCACIÓN
PRIMARIAY EBA
EDUCACIÓN INICIAL SECUNDARIA Y EBA
(Ciclo avanzado e
(Ciclo avanzado)
intermedio)
EL CABALLO EL MONO Y EL EL ALMOHADÓN
Y EL ASNO TIGRE HACEN DE PLUMAS
UNA GUERRA
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EL CABALLO Y EL ASNO
Por Alba Caraballo Folgado
mi carga?
mismo.
El dueño, apenado y disgustado por lo que había pasado con su asno, tomó una
Esta fábula nos enseña lo importante que es cuidar, respetar y acompañar a las
personas que amamos no solo en los buenos tiempos, sino también cuando
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ANIMALES S U G A O P A H I S
MACHÍN O B O N I R B O S E
TIGRE
TÍO
T A O S R A I K U L
SOBRINO C M Z E U T J O X A
GUERRA E Q U A N I H C A M
INSECTOS
SELVA S G I S A G U A N I
MONO N I R B E R V I L N
I C A V L E S P U A
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
Su luna de miel fue un largo escalofrío. rubia, angelical y
tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías
de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero
estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle,
echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo
desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente,
sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron
una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseada menos
severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta
ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía
siempre.
La casa en que vivían influía un
poco en sus estremecimientos. La
blancura del patio silencioso —frisos,
columnas y estatuas de mármol—
producía una otoñal impresión de
palacio encantado. Dentro, el brillo
glacial del estuco, sin el más leve
rasguño en las altas paredes,
afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban
eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera
sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No
obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos
sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar
en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de
influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se
reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el
brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto
Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia
rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.
Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a
la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron
retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin
moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día
siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la
examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso
absoluto.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz
todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin
vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme
enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatase
una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable.
Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la
muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas
y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia
dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz
encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con
incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos
entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de
la cama, mirando a su mujer cada
vez que caminaba en su
dirección.
Pronto Alicia comenzó a
tener alucinaciones, confusas y
flotantes al principio, y que
descendieron luego a ras del
suelo. La joven, con los ojos
desmesuradamente abiertos, no
hacía sino mirar la alfombra a uno
y otro lado del respaldo de la
cama. Una noche se quedó de
repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus
narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de
mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un
alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a
mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se
serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide,
apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los
ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de
ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a
hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia
yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a
otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y
siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—.
Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó
bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado
de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante
el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía
lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le
fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al
despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un
millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no
la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le
tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus
terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se
arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la
colcha.
ACTIVIDADES
1. ¿De qué trata el cuento?
2. ¿Cómo pensaba Alicia que debería ser su matrimonio?
3. ¿Cuál es el mensaje que podemos extraer del cuento?
4. ¿Qué descubrió la sirvienta en el almohadón después de que
Alicia se murió?
5. Describe brevemente las características del escenario donde
ocurren los hechos del cuento.
6. ¿Cómo hubiesen impedido la muerte de Alicia