Golpe de Estado de 1966

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En 1963 el representante de la Unión Cívica Radical del Pueblo, el Dr.

Arturo Illia se convirtió en el


nuevo presidente argentino obteniendo el 25,8% de los comicios. El nuevo presidente era una
persona honesta y de principios aunque muchos dudaban de su legitimidad debido a la
proscripción del peronismo. Illia tuvo una presidencia muy complicada en varios aspectos: En
primer lugar, sufrió múltiples huelgas del sector sindical y gremial, lo que debilito la estabilidad de
su gobierno. En segundo lugar, muchos empresarios del rubro de los medicamentos se mostraron
disconformes con una ley que iba en contra del monopolio de las empresas multinacionales. Illia
implemento medidas que iban en contra del liberalismo económico pretendido por este grupo lo
que acrecentó las discrepancias. Si bien Illia fue un presidente radical intento acabar con la
proscripción del peronismo, lo que produjo una fuerte oposición del sector antiperonista el cual
era muy numeroso. Una figura política que contribuyo a debilitar el gobierno de Illia fue el Jefe de
los metalúrgicos, Augusto Vandor, quien surgió como una figura del peronismo casi tan
importante como la de Juan Domingo Perón. Lo que quería Vandor era un “peronismo sin Perón”.
Un factor fundamental en el proceso que condujo a la caída de Illia fue el ataque que sufrió desde
distintos sectores políticos y sociales, la prensa lo trataba de inoperante y en varios medios
gráficos fue caricaturizado como una tortuga, debido a la lentitud que se le atribuían en la toma de
decisiones. La relación del gobierno de Illia con los militares se fue deteriorando ya que dentro del
radicalismo había corrientes que no aceptaban que los jefes de las fuerzas armadas intentaran
controlar las acciones del gobierno. Por otra parte también criticaban la lentitud del gobierno de
su gobierno. Todos estos conflictos que aquejaban al gobierno de Illia hicieron que perdiera
estabilidad y apoyo. Finalmente el 28 de junio de 1966 los comandantes de las fuerzas armadas
(entre ellos Onganía que era visto como la figura que estaba en condiciones de concretar el
cambio de rumbo) formaron una junta que dio inicio a la “Revolución Argentina” y forzó la
destitución de Illia. Un día después, el Gral. Onganía se hizo cargo del gobierno, se clausuro el
congreso, se destituyo a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia y se dispuso la
intervención de todos los poderes públicos de las provincias.

El Gral. Onganía era visto como el caudillo que la nación necesitaba para salir del momento en el
que se encontraba, en otras palabras era la figura ideal para liderar una “Revolución Nacional”.
Onganía era un nacionalista católico, conservador y anticomunista. Desde su perspectiva las
Fuerzas Armadas no debían intervenir en tareas de gobierno, sino que debían subordinarse a él, y
su función solo debía ser defender a la patria. Sin embargo, no recelaba del capital extranjero y la
competencia externa para impulsar la eficiencia económica. Su ideal político era el de una
sociedad ordenada jerárquicamente, comandada por una autoridad tecnócrata. Su objetivo, era
respaldarse en las Fuerzas Armadas, el clero, y los sindicatos, que se veían unidos por el
anticomunismo. Como primera medida, intervino las universidades nacionales, evento que se
conoció como “La noche de los Bastones Largos”, debido a las torturas ejercidas hacia los alumnos
y maestros protestantes. Esto hizo que el prestigio que poseía la enseñanza nacional decayese
significativamente. Otra medida fue la de censurar algunos medios de prensa. Onganía se
convenció de que era necesario una restructuración económica, por lo tanto el despliegue de la
estrategia industrializadora exigía un férreo control social y político. Los “Tres Tiempos” fue el
método por el cual Onganía busco alcanzar sus fines.

El “Tiempo Económico” comenzó la designación de Adalberto Krieger Vasena como ministro


de economía. Su objetivo era establecer una economía de precios e ingresos. Las principales
medidas adoptadas fueron: Una devaluación cercana al 40%. Con el fin de frenar el impacto
inflacionario, subió los aranceles aduaneros a las exportaciones y se redujeron los controles de
las importaciones. Esto genero un retroceso de las industrias argentinas, favoreciendo a las
industrias extranjeras. Se congelaron los salarios de los empleados, y asimismo hubo un
acuerdo con las empresas productoras para frenar la suba de los precios. Así se buscaba frenar
la inflación. Hubo un marcado aumento de las tarifas de los servicios públicos. Estas medidas
vieron sus objetivos cumplidos ya que, la inflación se redujo a menos del 10% y el PBI creció
considerablemente desde 1967. Esto se debió a la importante intervención del estado en los
aspectos económicos del país. Sin embargo existía una parte de la población que estaba en
desacuerdo, entre ellos los nacionalistas, porque se oponían a la dependencia de capitales
extranjeros. Otro grupo conflictivo fue el de los ruralistas, que estaban en descontento por las
retenciones y por la imposibilidad de exportar sus productos. Así cada vez existió una mayor
oposición al gobierno de Onganía, logrando que parte de la CGT se separara para unirse al
movimiento juvenil estudiantil.

La fuerte resistencia que se manifestaba hacia el gobierno era cada vez mayor, y se extendió
por toda la república. A comienzos de 1969 hubo protestas generalizadas en el interior del
país, siendo la más recordada la ocurrida en Córdoba donde actuaron obreros y estudiantes.
Los obreros protestaron por la supresión del “sábado Ingles” (trabajaban solo medio día). La
marcha fue rápidamente reprimida por la policía, debido a los enfrentamientos, se lo conoció
como el “Cordobazo”. Así comenzó una serie de protestas que se tronaron reiteradas, que la
“Revolución Argentina” reprimió con fuerte dureza y violencia, lo que generó un rechazo
popular. Con la continuidad de estos hechos, la violencia fue la única salida que encontraron y
se volvió tan cotidiana como la represión. Así fue como poco a poco se crearon grupos de
choque, como los montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) que tuvieron cada
vez más adeptos. Así fue como el peronismo reapareció en escena política y social.

El aislamiento de Onganía era cada vez mayor. Sus promesas en el terreno social derivaron en
fracasos, y esto comenzó a preocupar a políticos y militares, quienes estaban en búsqueda de
una salida política. A mediados de 1970, la Junta de Comandantes, presidida por Alejandro
Agustín Lanusse, separó a Onganía de su cargo, y designo como nuevo presidente al Gral.
Roberto Marcelo Levingston.
El nuevo presidente asumió su cargo en una situación complicada. Roberto Marcelo Levingston
contaba con una autoridad limitada: Debía consultar a la Junta para las cuestiones de importancia
y, además, su gabinete ya había sido establecido, contando con Carlos Moyano Llerena como
ministro de economía. Durante el mandato de Levingston, se acentúo la inestabilidad política, la
inflación retomo su ritmo ascendente y el gobierno se vio obligado a conceder aumentos
generales de salarios. Levingston fue un presidente particular. El hecho de que tuviera sus propias
ideas respecto del rumbo que debía seguir se sumó a los problemas que debía enfrentar su
gobierno. El no descartaba un regreso democrático, pero su propuesta se centraba en una
profundización de la “Revolución Argentina”, implementando medidas económicas de carácter
nacionalista. Esto se vio reflejado en la designación de Aldo Ferrer como ministro de economía, un
profesional cercano al desarrollismo, lo que mostró una clara diferencia con el gobierno de
Onganía.

Sin embargo, Levingston no contaba con apoyo. Los grupos empresarios y los jefes militares se
oponían a sus medidas económicas, y su proyecto era visto por la sociedad como una prolongación
del régimen militar, al que se consideraba agotado. A estos problemas se sumó la conformación en
1970 de la “Hora del Pueblo”, una mesa de consulta y acuerdo integrada por peronistas, radicales
y dirigentes de otras agrupaciones. Su objetivo era encarar de manera conjunta una salida
institucional. Su creación supuso un distanciamiento respecto de los militares, pero también la
posibilidad de superar las diferencias históricas entre los principales partidos del país. El quiebre se
produjo con una nueva protesta masiva en Córdoba conocida como el “Viborazo”, que aceleró la
salida de Levingston en 1971. El general Lanusse, comandante en jefe del Ejército, se hizo cargo de
la presidencia, lo que dio inicio a la parte final de la “Revolución Argentina”.

El general Alejandro Agustín Lanusse asumió la presidencia en un momento en el que el régimen


militar se encontraba muy debilitado, y donde las Fuerzas Armadas veían como una posible
solución una transición ordenada hacia nuevas elecciones. Lanusse inicio entonces la búsqueda de
un “Gran Acuerdo Nacional” con las diversas fuerzas políticas y sociales. Su principal objetivo era el
de buscar la mejor salida para las Fuerzas Armadas, en un momento en el cual la inestable
situación económica y la creciente violencia (asaltos, secuestros, represión, toma de fábricas)
anunciaban un desenlace mediante el uso de la fuerza. Las expectativas de Lanusse consistían en
lograr un acuerdo que aislase a los grupos guerrilleros, mediante una apertura en la que los
partidos recuperaran actividad. En segundo lugar, buscaba impedir el regreso de Perón a la escena
nacional, y a su vez darle la posibilidad de encarar la salida política a los militares, de ser posible
incluyéndose a sí mismo. Con el objetivo de implementar estos planes, nombro ministro del
Interior al radical Arturo Mon Roig, e inició conversaciones con Perón a través de un enviado. Estas
tratativas incluyeron el fin de las causas penales que impedían que el líder justicialista volviera al
país y también la devolución del cuerpo de Eva Perón, que se encontraba en Italia. El “Gran
Acuerdo Nacional” se transformó en una puja casi personal entre Lanusse y Perón. Mientras Perón
buscaba fórmulas de consenso con otros partidos políticos, el gobierno perdía credibilidad con
rapidez. En agosto de 1972, en lo que se conoció como la “Masacre de Trelew”, 16 guerrilleros
presos fueron ejecutados como represalia por la fuga del penal de Rawson que ellos habían
organizado días antes. Este acontecimiento genero un gran rechazo de diversos sectores de la
sociedad. Durante los años 1972 y 1973 se incrementó significativamente la militancia de los
sectores juveniles, que en su mayoría se integraron al Peronismo. Finalmente, tras muchas
negociaciones con la “Hora del Pueblo” y otros grupos políticos, el gobierno convocó a elecciones
generales. Lanusse logro imponer una cláusula que impedía que Perón se presentara como
candidato, pero al costo de autoexcluirse. En noviembre de 1972 termino el exilio de Perón, quien
visito la Argentina para reunirse con dirigentes de su movimiento y de otras fuerzas políticas.

Las negociaciones que Perón llevó adelante con las demás fuerzas políticas dieron lugar a la idea
de que su figura era decisiva para sacar al país de la conmoción social en la que se encontraba. Con
la convocatoria a una “Asamblea de Unión Nacional”, le arrebato a Lanusse la iniciativa política; las
elecciones surgieron como una demanda de la sociedad y no como una concesión de los militares.
Debido a la cláusula que proscribía su postulación, Perón nombro candidato a presidente a su
delegado personal, Héctor J. Cámpora, tomando distancia de los sindicatos y gremios. La fórmula
del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) – Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima – tuvo varios
adversarios: La UCR con la fórmula Ricardo Balbín-Eduardo Gamond; la Alianza Popular
Revolucionaria (de izquierda moderada) postuló a Oscar Alende-Horacio Sueldo y una coalición de
partidos provinciales presentó a Francisco Manrique, ex ministro de Bienestar Social del gobierno
militar. La campaña electoral se caracterizó por una notable participación de la Juventud
Peronista, lo que derivó en una oposición frontal con los militares. Su principal lema era “Cámpora
al gobierno, Perón al poder”. Las nuevas leyes electorales, entre ellas la representación
proporcional y el ballotage, parecían favorecer a los grupos no peronistas, ya que obligaban a una
segunda elección entre las candidaturas más votadas si ninguna superaba la mitad más uno de los
sufragios o si no existía una diferencia mayor a 10 puntos. Sin embargo, el FREJULI logro el 49,5%
de los comicios, mientras que la UCR solo consiguió el 21% y debió reconocer el triunfo
justicialista. Luego de 18 años de proscripción, el peronismo volvía a gobernar, pero en
circunstancias muy particulares: la movilización de la juventud y la actuación de las organizaciones
armadas generaban inquietudes respecto del futuro, a lo que se le sumaba el interrogante sobre la
actitud que adoptaría Perón.

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