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El Arte Como Campo

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El arte como campo: Elementos

acerca de la discursividad de la
práctica artística
 2003/10/18 

A partir de la década de los años ochenta, se han producido transformaciones


sustanciales en las prácticas de interpretación, valoración y producción del arte
heredadas de la modernidad. Estos cambios han estado motivados por
profundos debates académicos, por transformaciones radicales en las prácticas
propias del arte, así como por las presiones ejercidas desde las agendas
culturales y políticas de los grupos y movimientos sociales que las consideran
como territorios de conflicto y negociación cultural y política.

Para nuestros propósitos, es necesario mencionar el giro radical que marca el


paso de una definición del Arte como objeto para la apreciación, la exhibición y
el consumo hacia una que lo considera como práctica social. El Arte, según esta
perspectiva, es un campo que articula instituciones, profesiones, disciplinas
académicas, públicos en torno a prácticas de formación, investigación, creación
y circulación, así como apropiación. La concepción previa, que no desaparece
sino que compite con otras concepciones, centraba su análisis en las condiciones
formales o sociales que rodeaban la valoración o la producción de un objeto
artístico, haciendo énfasis en las formas como el objeto expresaba o aludía a
dichas condiciones. El análisis contemporáneo aborda el campo como una red
de significados en conflicto que al nombrar, valorar, clasificar y distinguir
objetos o procesos como artísticos o no artísticos da lugar a dinámicas sociales y
políticas que movilizan relaciones de poder. El campo del arte es entonces un
territorio de conflicto social y cultural donde tienen lugar disputas por la
producción y acumulación de capital cultural entre los distintos sectores
sociales.

Entre otros, el arte y la crítica posmodernista, los Estudios Culturales, la


etnografía posmoderna y poscolonial, así como la sociología cultural, han
aportado elementos valiosos a esta indagación sobre la relación entre arte,
cultura y sociedad. El posmodernismo, por ejemplo, ha insistido ampliamente
en que aquello que reconocemos y valoramos como arte es en realidad un
régimen discursivo donde se tejen valores, prácticas y formas de diferencia
social, sexual y cultural. Douglas Crimp, al seguir los trabajos de Foucault en
torno a una arqueología y una genealogía de las instituciones modernas de
confinamiento (el asilo, la clínica y la prisión), nos invita a hacerle la misma
pregunta al campo del arte: “Hay otra institución de confinamiento esperando
un análisis arqueológico -el museo- y otra disciplina -la historia del arte-.
Ambas son las condiciones de posibilidad del discurso que hoy conocemos como
arte moderno” (1).
Esta reflexión ha estado acompañada por la indagación propia de los Estudios
Culturales. A diferencia de la historia, la crítica de arte o ciertas perspectivas
antropológicas, los Estudios Culturales se aproximan al Arte como
representaciones que forman parte de dinámicas en las cuales se movilizan
asuntos de poder y subjetividad (2). Si los objetos culturales forman parte de un
tejido textual más amplio, su análisis discursivo implica que deban examinarse a
la luz de dinámicas institucionales, formas de regulación social, políticas de la
diferencia social, racial, sexual, étnica y de género.

Por último, la sociología cultural aborda la cultura como un campo de conflicto


social. Ésta ha señalado que dada la ampliación en los procesos de consumo
cultural después de la Segunda Guerra Mundial, la distinción social no ocurre
tanto en los ámbitos de la propiedad de los medios de producción cultural, sino
en los diferentes niveles de acumulación de capital cultural entre los sectores
sociales. Pese a la ampliación de la oferta cultural y del concepto mismo de
cultura, nuestra sociedad aún considera ciertos productos culturales como
depositarios de mayor valor de uso y, al mismo tiempo, los sectores
hegemónicos se reconocen a sí mismos como los únicos capaces de apreciar
dichos productos. Estas valoraciones conducen a que se promueva la oferta
cultural de un tipo particular de cultura, se excluyan otras ofertas culturales y
modos no “oficiales” o no “cultos” de apreciación. Pierre Bourdieu ha sostenido
ampliamente que una mirada al campo que no reconozca estos conflictos
“oculta las relaciones entre los grupos que mantienen a su vez relaciones
diferentes, e incluso antagónicas con la cultura” (3).

En este contexto, una definición del Arte como campo debe apuntar no sólo a
mostrar el proceso continuo de resignificación a que están sometidos sus
objetos, discursos e instituciones, sino también a establecer cómo diversas
definiciones movilizan prácticas sociales, culturales y políticas dando lugar a
dinámicas de exclusión/inclusión de productos y procesos culturales, así como
de conflicto y negociación en torno a la economía política de la cultura.  De esta
manera, el arte como campo se constituye a partir del conflicto entre sus propios
enunciados. Lo cual no quiere decir que el campo deba pensarse como un
territorio de discusiones bizantinas, sino que precisamente las distintas
definiciones de arte en competencia tienen sentido porque es desde allí donde se
organiza la práctica en su conjunto. Hoy se reconoce que más que verdaderos o
falsos, los enunciados en torno al arte son posiciones desde donde distintos
sectores y movimientos sociales luchan para alcanzar ideales de auto-
representación, democracia cultural, democracia política y un proyecto de orden
social.

Esta concepción del campo del arte como enunciados y prácticas en conflicto
puede precisarse mejor si examinamos lo que James Clifford ha llamado el
Sistema de Arte y Cultura (4). Clifford propone que abordemos el sistema como
la circulación de objetos y procesos en torno a un conjunto de categorías y
valores que sectores de nuestra sociedad han convenido como legítimos para
ordenar (incluir/excluir) las prácticas culturales del sistema.

Clifford considera que durante el siglo XX la institución arte, así como las
disciplinas académicas de la antropología, la etnografía y la historia del arte,
han clasificado los objetos y prácticas culturales en un sistema cuyos criterios de
organización giran en torno a la inclusión/exclusión de objetos y prácticas, a
partir de valores como lo auténtico, lo original, lo innovador, entre otros. Así, el
sistema se organiza a partir de cuatro zonas semánticas desde las cuales se
habla, se circula y se valora ciertos objetos y prácticas en relación con otros
campos culturales que, por negación, establecen la especificidad de cada uno.
De otra parte, Clifford da extrema importancia a la movilidad del sistema ya que
los objetos y los valores que los hacen circular dependen de contingencias
históricas. Por ejemplo, un objeto de la zona 1 que el sistema ha clasificado
como arte, puede pasar a la zona 4 cuando se convierte en un objeto comercial y
producido en serie. De igual forma, un objeto precolombino que estaría ubicado
en la zona 2 puede pasar a la zona 1 mediante una estrategia museográfica que
fomente su apreciación puramente estética, pese a que en la zona 2 era visto
como tradicional y colectivo.

La importancia del sistema propuesto por Clifford radica en que considera los
valores que delimitan las zonas como construcciones culturales contingentes a
momentos históricos específicos. En segundo lugar, en que propone el sistema
como un espacio de tensión y conflicto. Por último, en que devela los procesos
sociales y políticos que dan forma a dicha ordenación y circulación.

De acuerdo con esto, la comprensión del arte como un campo contempla los
siguientes aspectos:

1. El campo no puede definirse a partir de una cualidad propia a los objetos y


los procesos artísticos dado que al estar inscritos en procesos sociales,
económicos y culturales más amplios son éstos últimos los que definen su
cualidad como tal, así como sus espacios de inscripción, circulación y
validación. Es decir, el significado no es ni intrínseco al objeto ni responde
a una intencionalidad de su autor sino es una construcción social.
2. Recogiendo los aportes de lo que se ha denominado el “giro lingüístico” en
la interpretación de la cultura, heredado del estructuralismo y el
potsestructuralismo, el campo del arte no se define a partir de su identidad
sino de su diferencia. Es decir, dada la arbitrariedad y relacionalidad del
signo, el arte se define a partir de lo que no es, es decir, a partir de crear,
ordenar y excluir otros objetos y procesos como no arte. Siguiendo con el
sistema propuesto por Clifford, arte es lo que no es artesanía, folclore,
copias, etc. Sin embargo, vale la pena aclarar que aunque la movilidad del
sistema permite que un objeto que era considerado folclore pase a la esfera
del arte, la distinción entre las dos persiste ya que es la única forma en que
el sistema garantiza su propia estabilidad.
3. La dinámica de inclusión/exclusión que se encuentra a la base de la
definición del campo lo convierte en un espacio de conflicto e inestabilidad
dado que el arte para definirse necesita de su otro, sin embargo esa
necesidad se satisface subordinándolo, es decir es un otro que se necesita
pero al mismo tiempo se excluye.
4. Los criterios que establecen los límites entre las zonas semánticas no
pueden escapar a la arbitrariedad del lenguaje. Es decir, si lo que diferencia
a la zona 1 y 2 de la 3 y la 4 es el criterio de autenticidad, lo que esto
significa varía de acuerdo con contingencias históricas y las posiciones
desde las cuales se hace su lectura. Esta arbitrariedad se manifiesta en las
exclusiones que el museo de arte hace de manera constante a los objetos de
consumo, sin embargo, es bien sabido que los mismos museos y galerías
han convertido al arte en un objeto de consumo utilitario o comercial. Esto
incluye tanto a los objetos como a la orientación de mercado que organiza
las exhibiciones y los espacios físicos.
5. Dada la relación diferencial entre el campo del arte y los otros campos de la
cultura, su definición sólo puede hacerse a partir de las tensiones que
operan como los mecanismos para establecer las distinciones entre ellos.
Estas distinciones toman forma mediante prácticas de formación,
investigación, creación, circulación y apropiación, donde cada una se
articula en torno a instancias, espacios y actores que las movilizan y
negocian.

Por Victor Manuel Rodríguez*

notas

* He desarrollado estas reflexiones en el marco de la conformación de la Línea


de Investigación de Arte y Patrimonio del Observatorio de Cultura Urbana del
IDCT de la cual soy coordinador. Sólo sistematizan mis anotaciones y no
expresan la posición oficial del IDCT.

[1] CRIMP, D. “On the Museum’s Ruins” En: On the Museum’s Ruins
(Cambridge: MIT Press, 1994).

[2] Ver: CRIMP, D. “El Warhol que nos merecemos: Estudios culturales y
cultura maricona” En: CRIMP, D. Imágenes (Bogotá: Universidad Nacional e
IDCT, 2002) CLIFFORD J.  Y MARCUS G. Retóricas de la cultura (Madrid:
Ediciones Jucar, 1991) y CLIFFORD J. The Predicament of Culture (Cambridge,
MA y London (Inglaterra): Harvard University Press, 1988) Ver especialmente
los capítulos “Historias de lo tribal y lo moderno” y “Sobre coleccionar arte y
cultura”.

[3] BOURDIEU, P. La distinción: criterio y bases sociales del gusto (Madrid:


Taurus, 2000) p. 10.

[4] CLIFFORD, J. “On Collecting Art and Culture” En The Predicament of


Culture: Twentieth Century Ethnography, Literature and Art (Cambridge, MA;
London, England: Harvard University Press, 1988) p. 224.

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