66 Veredas
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66 Veredas
Coordinación General de
Estudios de Posgrado
Veredas de mar y
río. Navegación prehispánica y
colonial en Los Tuxtlas, Veracruz
DOI: https://doi.org/10.22201/cgep.9786073019354e.2019
Q
uiero expresar un profundo agradecimiento al doctor
Xavier Noguez, quien desde hace unos años me ha
ayudado a guiar mi camino; por sus consejos, por el
tiempo, por escucharme
y, sobre todo, por el apoyo en los momentos difíciles del
trayecto. También agradezco al doctor Sergio Guevara por su
interés en la investigación, y por mostrarme la visión y el
camino para el enten dimiento de las relaciones entre el
hombre y su entorno.
La culminación de este trabajo no habría sido posible sin el
apo yo del Programa de Maestría y Doctorado en Estudios
Mesoameri canos de la Universidad Nacional Autónoma de
México, en especial de la doctora María del Carmen Valverde a
quien agradezco su papel como coordinadora del programa, y a
Myriam Fragoso y Elvia Casto rena, por su paciencia y ayuda
en todo momento. Asimismo, mi gra titud a los miembros del
Comité Académico, por haberme impulsado durante los dos
años de mi maestría. Tengo una deuda enorme con la
Coordinación de Estudios de Posgrado y su Programa de Apoyo
de Estudios de Posgrado, sin su ayuda económica esta
investigación no hubiera llegado a buen término.
Un especial agradecimiento a los arqueólogos César
Hernández y Gerardo Jiménez, de la mapoteca del Instituto de
Investigaciones Antropológicas, ya que sin su apoyo no
hubiera, ni remotamente, alcanzado a bosquejar algunas de las
ideas que presento en estas pá ginas; al doctor Alfred Siemens por
los comentarios y reflexiones que me aportaron, sobre todo al
inicio, un panorama enriquecedor para el desarrollo de este
proyecto de investigación; a la doctora Lourdes Budar y a su
10 Veredas de mar y
Prólogo
Introducción
La villa de Tuztla..........................................204
Provincia de Coatzacoalcos................................205
Índice 13
Consideraciones finales.....................................................................249
Abreviaturas................................................................................255
Fuentes consultadas...........................................................................257
Anexo..........................................................................................277
íNdic
prólogo
E
n el territorio mexicano existe una gran diversidad biológica
y cultural, sólo comparable con pocas regiones en el mundo.
Este territorio fue colonizado por numerosos grupos humanos que
usa ron intensiva y extensivamente la tierra y los recursos
naturales. De ello surge una paradoja: a pesar de la fuerte y
prolongada perturbación
se ha mantenido la diversidad que ahora existe.
Esa contradicción se resuelve en los paisajes mexicanos,
forma dos por ecosistemas naturales y transformados que se
integran en sis temas heterogéneos cuya estructura y
funcionamiento han sido mode lados a lo largo del tiempo por el
efecto de eventos naturales y por el manejo humano. En la
historia de esos cambios —historia ambien tal— está la clave
del mantenimiento de la diversidad actual.
La historia ambiental del paisaje puede ser develada, aunque
para lograrlo se requiere de la participación de diversas
disciplinas, natu rales y sociales, capaces de describirlo a partir de
distintas escalas de espacio y tiempo. La historia ambiental es
quizás una de las discipli nas más promisorias para llevar a cabo
estudios multidisciplinarios que permitan conocer el paisaje como
resultado de su adaptación a la per turbación natural y al
manejo humano.
Ciertas regiones de México tienen una especial importancia
para la historia ambiental; tal es el caso de Los Tuxtlas que,
por su geogra fía, características naturales y temprana
colonización, tiene un gran potencial para ahondar en los
antecedentes de la civilización mesoa mericana. Se trata de una
sierra, un complejo montañoso de origen volcánico, aislado en
la planicie costera del sureste del golfo de Mé
16 Veredas de mar
xico; la sierra es llamativa por la altura de sus montañas y por
la ri queza biológica de sus ambientes y ecosistemas.
Debido a sus características biofísicas esta región ha sido
desde su origen un refugio para la flora y la fauna; un sitio
privilegiado para el asentamiento humano debido a la fertilidad de
sus suelos de origen vol cánico, a la enorme disponibilidad de
agua, a la diversidad de su flora y fauna, a la planicie costera
que la rodea, y su intrincada topografía que permitió que los
asentamientos humanos de la región se mantu vieran aislados
entre sí.
La región de Los Tuxtlas destacó en la cosmovisión
mesoameri cana, considerándola como parte del tlallocan, con lo
cual ejerció un gran encanto entre los pueblos de toda
Mesoamérica; más tarde ocu rrió lo mismo con los europeos,
para ellos la sierra fue un importante referente geográfico, una
reserva forestal inestimable para la cons trucción de sus
embarcaciones y un lugar fructífero por la calidad de sus
suelos.
Las montañas de Los Tuxtlas están orientadas en un eje
norte sur, de manera paralela a la costa, lo cual explica que
retengan tremen das cantidades de humedad provenientes del
golfo de México, con virtiéndose así en la región donde nace el
agua, fuente de infinidad de arroyos, lagunas y humedales
costeros; y tierra adentro está ubicada entre dos cuencas, pues
divide su escurrimiento entre los ríos Papaloa pan y
Coatzacoalcos.
Desde hace más de 50 años, la región de Los Tuxtlas ha
ejercido también su encanto sobre numerosos científicos y
académicos, mexi canos y extranjeros, quienes han llevado a cabo
estudios geográficos, geológicos, antropológicos y
arqueológicos, entre otros.
La sierra cautiva a quien la conoce. En esta ocasión, Los
Tuxtlas atrapó a una joven arqueóloga que quedó fascinada
por su paisaje y por su historia ambiental: lo logró al develarle el
gran secreto del agua, el vínculo establecido desde tiempos
prehispánicos entre el agua que corre y se estanca, y la actividad
humana para apropiarse del paisaje y conectarse con el entorno
mediato e inmediato. Son los caminos en el agua, como
Mariana los llamó, un enigma que se había conservado
celosamente oculto.
Prólogo
Mariana Favila se preguntó acerca de la existencia e
importancia de la navegación prehispánica y para responder estas
incógnitas em
18 Veredas de mar
prendió una investigación interesante y fructífera. Partió de que
la sierra es pródiga en ambientes y ecosistemas distintos,
distribuidos en una abrupta topografía y que sólo están conectados
por corrientes de agua, por lagunas, humedales y la costa. Se
propuso averiguar qué tan importante fue la navegación en esos
cuerpos de agua para la movi lidad de la población
prehispánica con fines de apropiación de los distintos ambientes,
desde las alturas de los volcanes hasta la costa, y a lo largo de las
montañas que integran el macizo. Los resultados que obtuvo
son muy provocativos y representan una aportación para la
historia ambiental de Los Tuxtlas y una contribución sustantiva
a la ecología del paisaje.
Su método de investigación fue elegante. Mariana partió del
con cepto de paisaje para hacer sus recorridos de campo y
para analizar las imágenes de satélite. Así elaboró un sistema
de información geo gráfica que le permitió concretar un
conjunto de propuestas bien fun damentadas acerca de la
navegación prehispánica en la región de Los Tuxtlas.
Se enfrentó con la carencia de evidencias y restos de la
navega ción prehispánica, debido al poco conocimiento que hay
acerca de los posibles puertos o atracaderos en ríos y lagunas,
y a la labilidad de la madera en este ambiente tan húmedo. Sin
embargo, reunió prue bas y las integró en una serie de propuestas
interesantes acerca de la navegación lacustre, costera y fluvial, y
bosquejó temas para futuros estudios, por ejemplo acerca de la
tecnología de las embarcaciones y de la navegación.
Empleó las fuentes coloniales para documentar las actividades
de navegación en esta región. En los archivos encontró mapas
revela dores que le permitieron reconstruir las vías acuáticas
empleadas y proponer que éstas correspondían a las rutas
prehispánicas.
Desde el punto de vista de la historia ambiental considero
que este trabajo cuestiona la idea del aislamiento de la sierra y
de la lentitud en el desplazamiento de los pobladores a través
de ella, así como de la composición de su dieta. Permite vislumbrar
una intensa y extensa co nectividad entre este territorio y otras
regiones y pueblos del sureste de México.
Los datos que aquí se presentan modifican nuestras ideas acerca
de la percepción del paisaje prehispánico, el cual considerábamos
restrin
Prólogo
L
os ejes temáticos para el estudio de Mesoamérica son
diversos y han despertado en la comunidad académica el
interés por desa rrollar distintas propuestas para
aproximarnos a un pasado remo
to que se presenta huidizo la mayoría de las veces, y cuya silueta
trata de delinearse con el apoyo de las hoy llamadas “fuentes”
creadas en tiempos prehispánicos, novohispanos, mestizos y
presentes.
Dentro de nuestro proceder, esta investigación surge de la
inquie tud de entender una actividad cuyas huellas parecen más
difusas que otras. Se trata de una de tantas formas de
apropiación del entorno que el hombre desarrolló en su
historia. Me refiero a la navegación prehispánica y colonial
acerca de la cual, aunque constituyó un siste ma y una
tecnología de transporte fundamental, aún no conocemos del
todo su importancia para la comunicación, su participación en
la integración de unidades regionales, ni sus implicaciones en
el desa rrollo tecnológico y cultural de las sociedades
mesoamericanas.
El tema ha resultado difícil de abordar dado que las
evidencias del mundo precolombino acerca de esta actividad se
reducen a algunos objetos y contados hallazgos arqueológicos, lo
que obedece a que las embarcaciones o los remos utilizados se
han perdido bajo la tierra de bido a su naturaleza orgánica. Por
lo tanto, la navegación practicada antes de la llegada de los
españoles, así como su transformación y con tinuidad en la época
colonial, es planteada en estas páginas como un problema de
investigación que requiere una postura interdisciplina ria para su
estudio.
Ante esta condición, la problemática que se aborda desde
la ar queología invita a enriquecerse con aportes que provienen
de la
22 Veredas de mar
geografía y de la historia. Esto permite dotar a nuestro objeto
de es tudio de una dimensión espacial e histórica que nos
ayuda a iluminar un poco más el camino.
El tema de las siguientes páginas es, entonces, el de una
tradición de navegación prehispánica apenas perceptible, muchas
más de las veces inferida y no comprobada en una zona
particular del sur de Ve racruz: el macizo montañoso de Los
Tuxtlas. Es también sujeto de nuestra investigación la huella de
los navegantes europeos en esta zo na y sus formas de surcar las
aguas a lo largo de la costa novohispana. En este contexto
general, las dos preguntas principales que se busca responder
son: ¿se puede identificar una tradición de navega ción
prehispánica en la región de Los Tuxtlas, Veracruz?, de ser así,
¿de qué manera ésta convivió o se integró a una tradición
europea de navegación con la llegada de los primeros
españoles y a lo largo de la época colonial? Para resolver estos
cuestionamientos se presentan seis capítulos.
En el primer capítulo se responde la siguiente pregunta:
¿cuáles son los datos disponibles en relación con el tema de la
navegación pre hispánica y colonial en la región de Los Tuxtlas?
Esto da pie a llevar a cabo una revisión sobre los antecedentes
respecto al tema, generando un espacio en el que se desarrolla la
justificación de la investigación. Se presentan trabajos que han
abordado la navegación durante la épo ca prehispánica en la
región; en éstos se identifican varias tendencias temáticas que
involucran a esta actividad, así como diversas metodo logías y
propuestas que resultan en la confirmación por distintos au
tores de que en tiempos muy remotos, al menos desde la época
olmeca (2 500 a.C.), ya se practicaba la navegación. Aunque
ésta parece ser una interpretación no necesariamente errónea,
veremos que, como tal, la afirmación sobre la práctica de la
navegación en época pre hispánica no se sustenta con datos
concretos. También se enlistan, analizan y critican algunas de
las evidencias que se han localizado en contextos arqueológicos.
Con esto, englobamos y tratamos de presen tar los datos
disponibles respecto a la navegación antigua en el sur de
Veracruz. Este primer panorama nos lleva a plantear la necesidad de
expandir el horizonte de nuestra información, dirigiendo la
atención a la unidad regional de Los Tuxtlas y
conceptualizándola como un
Introducción
El problema de la evidencia
A
l estudiar el pasado prehispánico se percibe de
inmediato la carencia de tecnología que pudiera facilitar
el traslado tanto de personas como de objetos; sin
embargo, las evidencias ar
queológicas y los relatos escritos por cronistas españoles y
testigos oculares al momento de la Conquista, nos dan
testimonio acerca de cómo los pueblos que habitaban el
territorio mesoamericano logra ron resolver un problema tan
fundamental como lo fue el transporte de objetos y personas.
Todo parece indicar que además de la existencia de los
cargado res —tlameme en náhuatl, j’ihcatsnom en tzeltal,
tzambawa en zoque, quitay inic en huasteco o ah cuch en maya-
yucateco—1 la forma más eficaz de realizar intercambios de
bienes, transporte de materias pri mas, de objetos manufacturados
y de seres humanos, pudo haber sido por medio de la navegación
tanto en cuerpos de agua en tierra firme como en las costas
del territorio y mar abierto.
Sabemos con certeza que aunque la rueda se conoció en
Mesoa mérica antes de la llegada de los españoles, ya que se puede
observar su uso en miniaturas de cerámica, no se utilizó para el
transporte. Al res pecto, Lorenzo Ochoa afirma que existía en
todo el territorio mesoa mericano una compleja red de caminos y
rutas, tanto terrestres como acuáticas, que eran tan eficientes
como para permitir el comercio a largas distancias de norte a
sur y de costa a costa.2
Una de las principales motivaciones de esta investigación
surge, a pesar de las afirmaciones referidas en los párrafos
30 Veredas de mar
previos, del hecho
28 Veredas de mar
de que los estudios sobre las tradiciones náuticas en las sociedades
me soamericanas en nuestro país no han sido tan profusos
como los de otros campos. Esto tal vez se deba a la menor
presencia de restos ar queológicos, como embarcaciones,
embarcaderos, remos y otros im plementos usados por grupos
asentados al interior del continente, o bien cerca de la costa, los
cuales convivieron con lagos, lagunas, ríos, cenotes, humedales
y mar.
Como investigadores debemos enfrentarnos al problema de
que los indicadores materiales que permiten inferir y describir
la nave gación como un sistema complejo son, en efecto, difíciles
de localizar y caracterizar en algunos de los espacios geográficos
donde la histo ria pareciera sugerir que la navegación se
practicaba desde la época prehispánica, por su ubicación y la
profusa cantidad de cuerpos de agua. Tal es el caso de la
región de Los Tuxtlas, en el sur de Veracruz. En este sentido, el
eje de este libro consiste en presentar una pro puesta que sugiere
cómo acceder al estudio de una tradición3 de na vegación cuyo
origen se identifica parcialmente durante la época prehispánica,
y que se puede rastrear y describir gracias al análisis de diversos
documentos históricos generados durante la época colonial.
Algunas de estas descripciones del siglo XVI permiten proponer
que esta tradición implicó la creación de una tecnología
sencilla, pero que dio como resultado un complejo sistema de
navegación que per
meó más de una esfera cultural en las sociedades
mesoamericanas.
La navegación prehispánica podría describirse como una
activi dad que involucró la apropiación del medio acuático,
haciendo suyos territorios con gran biodiversidad y buscando el
aprovechamiento de los recursos, así como una tecnología, dado
que no es lo mismo nave gar con corrientes y oleaje en el mar,
que en un río o en un lago, por lo tanto, las características de las
embarcaciones debieron ser distintas; podría considerarse también
como un fenómeno políticosocial, pues no sólo se navegaba para
transportar objetos sino también personas, lo que generaba lazos de
interacción más complejos; finalmente, la na vegación también se
puede caracterizar desde la perspectiva de una práctica simbólica,
como el mecanismo para adentrarse en un ambien te acuático que
requería de un fuerte grado de especialización y que era concebido
Surcando las aguas en navíos antiguos
como un espacio liminar desde la cosmovisión mesoame
ricana.
30 Veredas de mar
En específico, el arqueólogo ha tenido que enfrentarse al
proble ma de que la evidencia para el estudio de la navegación
prehispáni ca que muestre la existencia de este complejo
sistema es, como ya se mencionó, escasa.4 La naturaleza del
problema tiene que ver con el material utilizado: la madera, que
por su propia constitución orgá nica sufre numerosos y
constantes procesos de descomposición. Una vez talado el árbol, la
madera se convierte en un tejido inerte que sirve de alimento
para diversos microorganismos, volviéndose práctica mente
invisible en el registro arqueológico, a menos que el contexto,
por sí mismo, posea ciertas condiciones para su conservación,5 lo
cual influye en el acceso que el investigador pueda tener a la
evidencia tangible.
En el acervo arqueológico del país podemos encontrar dos
embar caciones prehispánicas recuperadas en Veracruz y que
constituyen la mayor parte del patrimonio de canoas rescatadas
en un contexto ar queológico;6 una más se localiza en el Museo
Nacional de Antropolo gía, en la sala mexica, y se trata de una
canoa monóxila7 encontrada en 1959, en la Ciudad de México,
durante las excavaciones del paso a desnivel sobre la calzada
de Tlalpan en su cruce con la calle Emi liano Zapata.8
Navegantes de piedra
Afloramientos de basalto sobre la costa, cercanos a Roca Partida. Fotografía: Aban Flores
Morán.
Canoas estudiadas por Cach: 1) Canoa recuperada del Cerro de las Mesas (Preclásico Medio
1300-800 a.C.). 2) Colección particular de Campeche. 3) Museum of Fine Arts de Boston. 4)
The
Brooklyn Museum, Nueva York. Fuente: Cach, 2005; dibujo: Aban Flores Morán.
Pectoral tipo canoa tallado en jadeíta (20.5 x 6.7 x 3.2 cm) de procedencia desconocida,
localizado en The Brooklyn Museum of Art, Nueva York; corresponde a la canoa 4 de Cach.
Fuente: Coe et al., 1995; dibujos: Aban Flores Morán.
Escultura que representa al Dios del Maíz sentado sobre una pequeña canoa.
Fuente: Covarrubias, 2012; dibujo: Aban Flores Morán.
Surcando las aguas en navíos antiguos
NoTas
1
El término en tzeltal se extrajo de Marianna Slocum (Slocum et al., 1999);
mien tras que en zoque se obtuvo de Roy Harrison (Harrison et al.,
1981). Los otros términos son referidos por Lorenzo Ochoa (Ochoa,
1994).
2
Ochoa, 1994.
3
Por el concepto de “tradición” entendemos “la transmisión de elementos
im portantes que dan orden y sentido, que cohesionan una sociedad de
diferentes maneras. Es la creación de modelos transmisibles a partir de la
reflexión y la imaginación. Los modelos pueden ser objetos, ideas, creencias,
imágenes, per sonajes, prácticas, instituciones que surgen de las estructuras
previas de todo tipo de comprensión” (Budar, 2010: 52). Al respecto, creo
pertinente agregar la dimensión diacrónica que conlleva la existencia
de la misma.
4
Leshikar, 1996; Lombardo, 1998; Favila, 2011.
5
Filloy, 1992.
6
Se trata de dos improntas de canoas reportadas por Alfredo Delgado,
Rodolfo Parra y Ponciano Ortiz en su informe (A. Delgado et al., 2008).
7
Es decir, tallada con el tronco de un sólo árbol. El nombre en náhuatl,
registrado en el Vocabulario de Fray Alonso de Molina, es acalli.
8
Torres, 1964; Leshikar, 1996.
9
García de León, 2011: 20.
10
Guevara, 2010.
11
García de León, 2011: 19.
12
Ídem.
13
Caso, 1965; Bernal, 1991.
14
Lowe, 1998: 25.
Surcando las aguas en navíos antiguos
15
Coe y Diehl, 1980.
16
Cyphers y Zurita, 2006.
17
Ochoa y Hernández, 1977.
18
Puleston y Puleston, 1971.
19
Ochoa y Hernández, 1977: 8485.
20
Santley y Arnold III, 1996.
21
Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007; Arnold III, 2008: 70.
22
Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007; Arnold III, 2008; Lunagómez,
2008; Vásquez, 2008; Siemens, 2010; Budar, 2008, 2010 y 2012.
23
A la laguna costera de Sontecomapan, algunos pobladores del imperio
mexica le llamaron Tzontecom Apan, expresión náhuatl cuyo significado se
ha referido como “cabeza de río” (Barbosa, García y Ramírez, 2004),
aunque la palabra proviene del sustantivo Tzontecomatl que de acuerdo
con el Vocabulario de Fray Alonso de Molina refiere a “cabeza cortada y
apartada del cuerpo”. Al unirse con el sustantivo locativo Apan (de la
palabra atl, “agua” y el locativo pan, “sobre”) forma un topónimo cuya
traducción cercana es “cabeza sobre, o en el agua”.
24
Barbosa, García y Ramírez, 2004.
25
Guevara, 2010: 127; Siemens, 2010.
26
Siemens, 2010.
27
Budar, 2012: 5556.
28
Thiébaut, 2013: 82.
29
Gracias al trabajo etnográfico en la región, el día de hoy se sabe que
algunos lu gareños explican el misterio del traslado por selvas y
pantanos de los grandes bloques en que se tallaron las colosales cabezas,
“altares”, tronos y monumen tos olmecas, remitiéndose al tiempo en que las
piedras y las grandes rocas estaban vivas y caminaban por sí mismas, por
lo cual pudieron dirigirse sin ayuda de los hombres a las ciudades
construidas en medio de la selva, para allí ser talladas y veneradas,
después de un largo y sinuoso recorrido (García de León, 2011: 77).
30
Bernal, 1991: 69.
31
Hazell, 2013: 140.
32
Bernal, 1991; Williams y Heizer, 1965.
33
Comunicación personal con el doctor Alfredo Delgado Calderón
durante el “Primer Encuentro Transdisciplinario sobre la Costa del
Olman”, celebrado en San Andrés Tuxtla, Veracruz, el 17 de
diciembre del 2012.
34
Por sus siglas en inglés: Particle Induced XRay Emission, es un método no
des tructivo para identificar los componentes de una muestra material a
partir de la emisión de rayos “X” sobre la misma.
35
Aguirre, 1992: 106.
36
Hazell, 2013.
37
Velson y Clark, 1975.
38
Ídem.
39
Coe, Diehl y Stuiver, 1967.
40
Ídem.
56 Veredas de mar
41
Bernal, 1991; Velson y Clark, 1975: 6.
42
Velson y Clark, 1975: 67.
43
Velson y Clark, 1975: 17.
44
Hazell, 2013: 150.
45
Ibíd: 148.
46
Cach, 2005.
47
Un cosmograma es una representación del cosmos en miniatura que
general mente tiene cuatro direcciones y un centro (Broda, 1996).
48
Cach, 2005: 6768.
49
Véase figura 82 del libro de Michael D. Coe et al., 1995: 194. Aunque
también existe la hipótesis de que pudo funcionar como un tintero
(comunicación per sonal con el maestro Tomás Pérez Suárez durante el
“Seminario Monográfico Culturas de la Costa del Golfo I”, que se llevó a
cabo en el Instituto de Investi gaciones Filológicas de la UNAM, el 4
de septiembre de 2012).
50
Florescano, 2004: 40; Taube, 2004: 69; Covarrubias, 1946.
51
Delgado, Parra y Ortiz, 2008.
52
Ídem.
53
Ibíd: 19.
54
Guevara, 2010.
55
De la Cerda, 1933; cit. pos. Guevara, 2010: 32.
56
Barbosa, García y Ramírez, 2004.
57
De acuerdo con el Diccionario de autoridades de la Real Academia Española, de
1770, una “balandra” es una embarcación con una sola vela que se
usaba para transportar bienes y en las actividades de los corsarios. Por otro
lado, el “jabeque” es una embarcación muy usada en el mar Mediterráneo
que solía tener remos, habiéndolos de varios tamaños.
58
Guevara, 2010: 128.
Surcando las aguas en navíos antiguos
capíTulo 2
El paisaje de Los
Tuxtlas: enfoque histórico-
ambiental
R
esulta común en el cuerpo de una investigación contar
con un capítulo que presente datos relacionados con el entorno
del fe nómeno a explicar; en nuestro caso, la presentación de
un pa norama del ambiente resulta fundamental, ya que la región
que se ha seleccionado presenta características ambientales que
han incidido
en los asentamientos de población desde milenios atrás.
Volcanes, lagos, ríos, selva y mar se congregan en Los
Tuxtlas, en este capítulo, se buscará describir su constante devenir
y transforma ción en la historia. Esto no sólo para dotar de un
escenario a nuestro objeto de análisis sino también para
entender los mecanismos de interacción y apropiación humana
del entorno, especialmente de có mo el hombre navegando logró
hacer suyos territorios acuáticos que la mayoría de las veces
resultan peligrosos para quienes se adentran en ellos.
Mucho se ha discutido acerca de la navegación de los
habitantes del sur de Veracruz y las evidencias que revelen su
práctica en la épo ca prehispánica, por lo tanto, en este capítulo
se aborda la descripción del paisaje de Los Tuxtlas como una
unidad de análisis que permite aproximarnos a la identificación
de los rasgos geográficos que po drían funcionar como
indicadores de la navegación. Es decir, tratare mos de contestar
si la región de Los Tuxtlas pudo o no ser navegable. En este
libro no se asume una postura geográfica determinista, la cual
podría llevarnos a generar un argumento como el siguiente: “si
existe un río, debió navegarse”. A pesar de que Los Tuxtlas,
como ve remos, es una región que se encuentra inundada de agua,
presenta una topografía compleja, inmersa en pliegues y relieves
que inmediata
54 Veredas de mar y
mente hacen dudar sobre la navegabilidad de la misma, a diferencia
de otras tierras como las de su vecino más próximo, el pantanoso
Tabasco. Es por eso que conoceremos a profundidad este ambiente,
que fue navegado de acuerdo con los autores citados en el
capítulo anterior; además, esto nos servirá más adelante para
plantear un modelo de análisis espacial geográfico que busca
sustentar estas afirmaciones. En este sentido, necesitamos
reconocer las propiedades intrínsecas que nos puedan indicar que
la topografía era navegable, es decir, debemos responder la
siguiente pregunta: ¿cuáles son los parámetros geográfi cos que
hacen que la región de Los Tuxtlas haya sido potencialmente
navegable en la época prehispánica y colonial? La respuesta se
delinea conociendo primero las características geográficas de la
región, como son topografía, hidrología, edafología y vegetación,
entre otras, den tro de un marco histórico que nos ayuda a
desarrollar criterios para construir un modelo de análisis espacial
y así respaldar las evidencias que sustenten la práctica de la
navegación en la época prehispánica.
Debido a lo anterior, estamos obligados a buscar el
entendimiento del entorno y cómo fue apropiado por el ser
humano. En particular, hablaremos del “paisaje” que constituye
un concepto que nos ayuda a establecer la vía más adecuada para
este estudio, para ello, abordare mos tres aspectos sobre este
concepto. El primero en relación con su uso en las ciencias
sociales y naturales, lo cual conlleva a su plantea miento como
un concepto unificador de la dicotomía entre el es pacio
natural y el cultural, para lo cual se presenta, en segundo lugar,
una revisión concisa sobre cómo el término adquirió su
dimensión histórica y finalmente una revisión del papel del
concepto dentro de los estudios en Mesoamérica.
El paisaje en Mesoamérica
Paisaje SUPERFICIE
Relieve Nombre
geomorfológico (km2)
Montaña baja Laderas abruptas de volcán Volcán 25.92
(altitud entre (pendiente entre 15° y 35°) San Martín
1 000 y 2 000 con barrancas profundas Tuxtla.
msnm). radiales; numerosos conos
volcánicos adyacentes.
Laderas escarpadas (>35°) con Volcán Santa 111.94
barrancas profundas radiales; Marta.
cráter con escarpes y conos
adyacentes.
Laderas escarpadas y Sierra 102.58
lomeríos con numerosas Yohualtajapan.
barrancas muy profundas.
San Martín 49.80
Pajapan.
Cerro. Laderas muy onduladas a El Vigía. 129.43
abruptas de volcán con
numerosas cañadas profundas;
lomeríos bajos a intermedios;
algunos conos volcánicos bajos y
pequeños lagos cráter.
El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque históricoambiental
continúa...
68 Veredas de mar
continuación...
El clima de la sierra
Deidad maya en una canoa que presenta el glifo TE en el Códice Dresden, foja 43.
Fuente: SLUB Dresden, http://digital.slub-dresden.de/id375693750 (CC-BY-SA 4.0).
El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque históricoambiental
Escena que representa la muerte del Dios del Maíz tallada sobre un hueso localizado en el entierro 116 de Tikal. Se observa el glifo TE en los costados de
la canoa.
Fuente: Stone y Zender, 2011; dibujo: Aban Flores Morán.
76 Veredas de mar
Cuerpos lacustres
El paisaje costero
NoTas
1
En su sentido más literal el término landschaft equivaldría al inglés
landscape o al castellano paisaje. Sin embargo, en un contexto geográfico
dicho término se asocia siempre a la escuela de Landschafts Geographie,
nacida a finales del siglo XIX en Alemania y caracterizada por el hecho de
concebir la geografía como “una ciencia del paisaje”, preocupada sólo
por el estudio y la clasificación ade cuada de las formas de los paisajes
y de las regiones (Nogué, 1985: 94).
2
La investigación arqueológica había prestado poca atención a la manera
en que las sociedades no occidentales conceptualizaban su relación con
el medio am biente, por lo que comúnmente se utilizaban enfoques
materialistas —como el marxismo o la ecología cultural— con el fin de
explicar el comportamiento humano, en tanto que los rasgos culturales
100 Veredas de
específicos eran considerados como meras respuestas adaptadas a las
limitaciones del medio. La relación hombre
El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque históricoambiental
recuperado por Antonio García de León: “Lo que hoy vemos como una
serranía es consecuencia de que un destronado señor de Cholula fuera
perseguido por sus enemigos durante una época en la cual el Sol todavía
no iluminaba la Tierra con sus rayos. En su huida del Altiplano hacia el
oriente trató de construir un puente con las piedras gigantescas que el
gobernante arreaba desde su reino noc turno como si fueran una partida
de ganado. El objetivo del héroe perseguido, y de los que lo
acompañaban, era construir un puente para cruzar el mar pero en el intento,
cuando había llegado con todas estas piedras a la orilla del océano del
Este, fue sorprendido en la playa por los nacientes rayos del primer Sol,
los que le dieron a las piedras el peso y la dureza que las caracterizan
hasta ahora” (García de León, 2011: 76).
35
Andrle, 1964; Álvarez del Castillo, 1977: 354; Martín del Pozzo, 1997, cit.
pos.
Siemens, 2006: 44.
36
Siemens, 2006: 34; Santley, 2007: 2; Guevara, 2006: 57.
37
Stoner, 2011: 153.
38
Siemens, 2006: 34, 4344; Geissert, 2006: 177178.
39
Siemens, 2006: 53.
40
Geissert, 2006.
41
Modificado a partir del cuadro 2 de Geissert, 2006: 166.
42
Covarrubias, 2012: 69.
43
Santley, 2007: 18 y 20.
44
Santley y Arnold III, 1996.
45
Santley, 2007: 20.
46
Williams y Heizer, 1965; Velson y Clark, 1975: 4.
47
Williams y Heizer, 1965: 154.
48
McCormack, 2002.
49
Siemens, 2006: 4344; Campos, 2006: 181182.
50
Santley, 2007: 21.
51
Guevara, 2006: 71; Campos, 2006.
52
Ríos, 1952; cit. pos. Santley, 2007: 22.
53
Santley, 2007: 22.
54
Ibíd, 2223.
55
Campos, 2006: 191192.
56
Soto, 2006: 196.
57
Guevara, 2006: 36, 3940. En Veracruz, el término “costa de Sotavento”
es una noción desarrollada durante la época colonial y definida por el
ingeniero y co ronel Miguel del Corral y el capitán de fragata Joaquín de
Aranda, en 1777. El Sotavento colonial se extendía desde el puerto o
desde la punta de Antón Ni zardo —llamada así por un marinero de Niza,
hoy Antón Lizardo— hasta el río Tortuguero, en los límites con el mundo
maya (García de León, 2011: 19).
58
Soto, 2006: 196; Santley, 2007: 1314.
59
Guevara, 2006: 249.
60
Ibíd: 41 y 49.
61
Laborde, 2006: 76.
104 Veredas de
62
Álvarez del Castillo, 1977; Gómez Pompa, 1977, cit. pos. Siemens, 2006:
53.
63
Todas las referencias a los nombres comunes y científicos fueron
verificados en Martínez, 1979.
64
Guevara, 2006: 152; Santley, 2007: 16.
65
Santley, 2007: 16.
66
Martínez, 1979; Venter, 2008; Stoner, 2002: 161.
67
Guevara, 2006: 157; Santley, 2007: 16.
68
Guevara, 2006: 92, 157158.
69
Ibíd: 92.
70
Martínez, 1979; Andrle, 1964; Gómez Pompa, 1973, cit. pos. Santley,
2007; 17; Guevara, 2010: 92, 158.
71
Guevara, 2006, 93.
72
Santley, 2007: 17.
73
Delgado, Parra y Ortiz, 2008.
74
Velson y Clark, 1975: 17.
75
Ídem.
76
Ibíd: 16.
77
José Villegas, 76 años, pescador de El Real, Veracruz; Don Camerino, 45
años, campesino/pescador, Salinas, Veracruz; Manuel Cárdenas, 72 años,
pescador, ejido 2 de abril, Veracruz. Todos ellos habitantes de la localidad
2 de abril y de la laguna de Sontecomapan. Entrevista realizada entre
diciembre de 2012 y enero de 2013.
78
Heather McKillop reporta el hallazgo de un remo en K’ak’ Naab’,
Belice, fe chado para el Clásico Tardío maya; tallado en una especie de
zapote identificado como Manilkara de la familia Sapotaceae (McKillop,
2005: 5632).
79
Stone y Zender, 2011: 50 y 71. Un profundo agradecimiento a Gabriela
Rivera Acosta y a Daniel Moreno Zaragoza por proporcionar estos
valiosos datos.
80
Coe, 1965.
81
Byrne y Horn, 1989.
82
Laborde, 2006: 63.
83
Guevara, Laborde y Sánchez, 2006: 105.
84
Santley, 2007: 17.
85
Laborde, 2006: 63.
86
Goman, 1992: 17.
87
Santley, 2007: 17.
88
VanDerwarker, 2006: 80.
89
Ibíd: 86, 91.
90
Santley, 2007: 17; VanDerwarker, 2006: 4647.
91
Goman y Byrne, 1998: 8389.
92
Santley, 2007: 18.
93
Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007.
94
Laborde, 2006: 62.
95
García Martínez, 1969; Siemens, 2006: 5152.
96
Aguirre, 1992.
El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque históricoambiental
97
Ibíd: 66.
98
Aguirre, 1992; Coe y Diehl, 1980.
99
VanDerwarker, 2006: 35.
100
Borstein, 2001; cit. pos. VanDerwarker, 2006: 39.
101
VanDerwarker, 2006: 39.
102
H. Vázquez et al., 2006.
103
Ibíd: 218.
104
VanDerwarker, 2006.
105
Coe y Diehl, 1980: 118.
106
Ibíd: 117.
107
VanDerwarker, 2006: 123124.
108
Ibíd: 125.
109
Ídem.
110
Ibíd: 126.
111
Ídem.
112
Williams García, 2006, cit. pos. Guevara, 2006: 32.
113
Wing, 1981: 2225, cit. pos. Lowe, 1998: 70.
114
VanDerwarker, 2006: 116, 123129.
115
Thiébaut, 2013: 83.
116
Fernández, 2013: 134.
117
Valette et al., 2004, cit. pos. Thiébaut, 2013: nota 1, 91.
118
Las cuencas hidrológicas están delimitadas geográficamente a partir de los
par teaguas en las montañas. Son las unidades espaciales que deben
considerarse para hacer el ordenamiento del territorio ya que en ellas se
conjuntan procesos hidrológicos, flujos de nutrientes, procesos de
erosión, etcétera (Moreno e In fante, 2010: 90).
119
Vázquez et al., 2006: 34.
120
Guevara, 2006: 7178.
121
H. Vázquez et al., 2006: 204205.
122
Stoner, 2011: 152.
123
Guevara, 2006: 72.
124
Stoner, 2011.
125
H. Vázquez et al., 2006: 204; Stoner, 2011: 152.
126
Siemens, 2006: 51; Guevara, 2006: 7172.
127
Bernal, 1991: 22.
128
Ibíd: 2021.
129
H. Vázquez et al., 2006: 202203; Guevara, 2006.
130
Guevara, 2006: 122.
131
Ídem.
132
Byrne y Horn, 1989.
133
Siemens, 2006: 4546; Guevara, 2006.
134
Covarrubias, 2012: 44.
135
Andrle, 1964; Martín del Pozzo, 1997; cit. pos. Santley, 2007: 12;
García de León, 2011: 73.
106 Veredas de
136
Santley, 2007: 12.
137
Vázquez et al., 2006: 207208.
138
Lara et al., 2009.
139
Plantas herbáceas de las orillas de los lagos o de lugares muy húmedos
(Martínez, 1979).
140
Castañeda y Contreras, 2001.
141
La laguna de Sontecomapan tiene importancia internacional porque
cuenta con uno de los manglares mejor conservados de la provincia
biogeográfica de la costa del golfo de México y porque está enriquecido
con especies debido al contacto con la selva alta perennifolia. La
comunidad más representativa del área la constituyen sus
aproximadamente 523 ha de manglares, de altura consi derable (2025 m),
equiparables con los de Centla, Tabasco, México. En Son tecomapan se
encuentran tres de los cuatro mangles presentes en México y en
categoría de protección especial: mangle rojo (Rhizophora mangle), mangle
ne gro (Avicennia germinans) y mangle blanco (Laguncularia racemosa), con
alturas considerables de 2530 m. Los bosques de mangle protegen de los
fuertes vientos
—nortes y algunas suradas— a las comunidades cercanas, como
Sontecomapan y El Real y evitan la alteración de la línea de costa y de
las orillas del cuerpo de la laguna (Comisión Nacional de Áreas
Naturales Protegidas, 2003).
142
Siemens, 2006: 4647; Moreno e Infante, 2010: 45; Guevara, 2006: 159-
160.
143
Siemens, 2006; Guevara, 2006; Moreno e Infante, 2010: 13, 28 y 33.
144
Moreno e Infante, 2010: 16.
145
Siemens, 2006: 5.
146
Espinosa, 1998: 62, 65.
147
Velasco, 2004: 145; García de León, 2011: 24.
148
Di Méo, 2002; Di Méo, Sauvaitre y Soufflet, 2004, cit. pos. Thiébaut, 2013:
83.
149
Jiménez, 1990: 13.
150
Nogué, 2010: 136.
151
Thiébaut, 2013: 83.
152
Siemens, 2002.
capíTulo 3
Contextos arqueológicos,
contextos navegables
E
n este capítulo se desarrollan dos apartados para abordar el
tema de la navegación durante la época prehispánica. Como ya
hemos indicado, las evidencias arqueológicas tienden a ser
escasas, por
lo que es necesario sistematizar la información de los estudios que
se han realizado sobre el tema. Cabe mencionar que la unidad
geomor fológica que constituye a Los Tuxtlas no se ha
investigado desde el campo de la arqueología. Bajo esta óptica, la
pregunta es: ¿por qué es necesario revisar e integrar los datos
disponibles de la historia de esta región? La respuesta es que, al
considerar a Los Tuxtlas como una uni dad regional, nos obligamos
a tener un conocimiento detallado y pre ciso acerca de los
procesos de poblamiento humano a lo largo del tiem po, con el
cual podemos obtener información que nos sugiera cuáles
fueron los espacios navegables durante la época prehispánica.
Un primer problema surge de inmediato, los sectores
espaciales que aborda cada proyecto de investigación responden a
diversos cri terios, por lo tanto, la información se debe articular
considerando este aspecto, lo que puede resultar problemático si
deseamos obtener una perspectiva unitaria de Los Tuxtlas —al
respecto, se ha observado que las cronologías arqueológicas de
las tierras bajas del golfo son “no toriamente vagas y pobremente
documentadas” y se basan “más en la fe y la sabiduría aceptada,
que en información arqueológicamente verificada”—.1
Cristopher A. Pool aborda este problema desde el proceder
de las investigaciones más recientes en la costa del golfo, y ha
identificado que mucho del trabajo de campo en la parte central
y sur del estado de Veracruz se ha realizado con recorridos
arqueológicos de superficie,2
102 Veredas de mar y
Sitios arqueológicos estudiados por los diversos proyectos que se mencionan en el texto. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
Contextos arqueológicos, contextos navegables
tendría que ser a través del río Tecolapan para entrar a Los
Tuxtlas y después subir a pie hacia Totocapan.149
En el sector donde se localiza Tres Zapotes, el sitio
persistió co mo un centro regional importante con un tamaño
de 80 ha. Mientras que en el área de Hueyapan, estudiada por
Urcid y Killion,150 durante este periodo se identificaron centros
secundarios, pero ninguno con la relevancia de Matacapan.151
Problemáticas interdisciplinarias
1
Tepango Valley Archaeological Survey.
Periodo Postclásico
Región / Proyecto
1000 - 1521 d.C.
Valle de Catemaco y corredor costero del volcán San Lago de Catemaco, comunicación entre isla Agaltepec, isla Tenagre y la costa
Martín (Santley, Arnold, Venter, etcétera) de la laguna (Arnold, 2004).
Suroeste del piedemonte de Los Tuxtlas y curso medio del río San Río San Juan (Killion y Urcid, 2001: 17-18).
Juan. Proyecto Arqueológico Hueyapan (Urcid y Killion, 2008,
2001).
Valle de Tepango a lo largo de los ríos Tepango y Rutas fluviales: río Catemaco, río Hueyapan y río San Juan (Venter, 2008: 42-43).
Xoteapan. Protecto TVAS2 (Stoner, 2008).
Planicie costera Santa Marta.
Proyecto Arqueológico Piedra Labrada (Budar, 2008, 2010, 2012).
Región de Tres Zapotes.
2
Tepango Valley Archaeological Survey.
Contextos arqueológicos, contextos navegables
NoTas
1
Diehl, 2000, cit. pos. Arnold III y Pool, 2008: 5.
2
Estas metodologías, independientemente de las ambigüedades que puedan
ge nerar, basan su proceder en que la recuperación de la información en
campo debe servir para el análisis de los patrones de asentamiento —no sólo
de registrar lo identificado—, con lo cual se busca reconocer las fuerzas
dinámicas que se encuentran detrás del registro espacial estático de los
antiguos asentamientos (Arnold III y Pool, 2008: 12).
3
Pool, 2006: 189241, cit. pos. Arnold III y Pool, 2008: 5.
4
De acuerdo con Budar, la zona II es la sierra de Santa Marta, y la III
la del vol cán San Martín Pajapan (Budar, 2012: 5354).
5
Budar, 2012: 57.
6
Vásquez, 2008: 24; Stoner, 2011: 168.
7
Drucker, 1943; Coe, 1965: 684686; Pool, 2007; Vásquez, 2008: 24, cit. pos.
Stoner, 2011: 169.
8
Valenzuela y Ruppert, 1942: 113130; Valenzuela, 1945a: 83107 y 1945b: 8194,
cit. pos. Vásquez, 2008: 25.
9
Stoner, 2002: 169.
10
De acuerdo con Stark y Arnold III, la naturaleza de las relaciones
entre Teo tihuacán y las tierras bajas del golfo ha sido un tema
constantemente sometido a un debate infructuoso (Stark y Arnold III,
1997: 10). La discusión se ha en focado en torno al grado en que
Teotihuacán pudo haber tenido un impacto económico en las tierras
bajas del golfo, así como en la existencia de una imita ción estilística de
las élites teotihuacanas, o bien si hubo o no una interferencia política por
parte de las mismas. Los investigadores llaman la atención respecto al hecho
de que el tema ha sido trabajado con datos insuficientes y un escaso en
tendimiento de la historia local de la región como para contrastarla con
eviden cia relacionada con Teotihuacán. El hecho es que esta importante
ciudad del Altiplano Central parece haber establecido diferentes
relaciones con distintos segmentos de las tierras bajas del golfo, de los
cuales aún no se entienden del todo sus sistemas económicos y
políticos (Vásquez, 2008: 24).
11
Beverido, 1987: 185, cit. pos. Vásquez, 2008: 27.
12
Tellenbach, 1977; Vásquez, 2008: 2627.
13
Santley, 2007: 3.
14
Pool, 2007: 168; Santley et al., 1984, cit. pos. Stoner, 2011: 169.
15
Santley, 2007: 5.
16
Ortiz y Santley, 1988; Santley, Kneebone y Kerley, 1985: 107119;
Santley, Yarborough y Hall, 1987: 115134; Pool, 1990: 168, cit. pos.
Stoner, 2011: 169170.
17
Arnold III, 1987; Pool, 1990, cit. pos. Santley, 2007: 6.
18
Stoner, 2002.
19
Santley, 2007: 170.
20
Pool, 1997a; Pool y Britt, 2000: 139161, cit. pos. Stoner, 2011: 170.
142 Veredas de mar
21
Killion, 1987; 1990: 191215.
22
Arnold III, 1988: 357383, cit. pos. Stoner, 2011: 170.
23
Sanders, Parsons y Santley, 1979; Santley y Arnold III, 1996: 225249, cit.
pos.
Vásquez, 2008: 29.
24
Williams y Hazer, 1965; Stark, 1978; Santley, 1989; Arnold III et al.,
1993; Santley y Arnold III, 1996: 225, cit. pos. Vásquez, 2008: 29, 31;
Stoner, 2011: 170.
25
Santley, 2007: 3.
26
Ibíd: 4.
27
Ibíd: XII.
28
Santley y Arnold III, 1996: 226.
29
Ibíd: 225226.
30
Pool, 1997a y 2007.
31
Knight, 1999; Kruszczynski, 2001, cit, pos, Stoner, 2011: 171.
32
Santley y Arnold III, 1996; Arnold III, 1999: 157170; Arnold III y
McCor mack, 2002, cit, pos, Stoner, 2011: 171.
33
Santley et al., 2000; Reinhardt, 1991.
34
McCormack, 2002.
35
Stoner, 2002.
36
VanDerwarker, 2003.
37
Santley y Arnold III, 1996; Killion y Urcid, 2001: 4; Urcid y Killion,
2008: 261; Stoner, 2011: 172.
38
Stoner, 2011: 172.
39
La isla Agaltepec la mencionaron primero Blom y La Farge, en 1926,
posterior mente la estudiaron Valenzuela, en 1937, y Coe, en 1965.
40
Berdan et al., 1996; Carrasco, 1996; Smith y Berdan, 2003.
41
Santley y Arnold III, 1996; Esquivias, 2002.
42
Arnold III, 2004: 23; Stoner, 2011: 172.
43
Arnold III, 2004: 2324.
44
Stoner, 2011: 172.
45
Venter, 2008; Stoner, 2011: 172.
46
Stoner, 2011: 171.
47
Arnold III, 2008: 67.
48
Stoner, 2011: 40.
49
Ibíd: 167.
50
Este sitio fue registrado durante la exploración de Tulane, en 1925, y se
mostró por primera vez un dibujo en la obra Tribus y templos de Franz
Blom y Oliver La Farge. En 1960 el maestro Alfonso Medellín Zenil dio la
instrucción de trasladar el monumento al Museo de Antropología de
Xalapa. En la década de los seten ta el arqueólogo Marco Antonio Reyes
realizó excavaciones en las que se recu peraron fustes de columnas y
otros objetos (Budar, 2008: 106107).
51
Budar, 2008: 106107.
52
Ibíd: 107.
53
Budar, 2008, 2010 y 2012.
Contextos arqueológicos, contextos navegables
54
Arnold III, 2008: 73.
55
Santley, 2007: 1.
56
Santley y Arnold III, 1996.
57
Ortiz, 1975; Ortiz y Santley, 1988; Pool, 1995; Knight, 1999; Kruszczynski,
2001,
cit. pos. Stoner, 2011: 21.
58
Santley, 2007: 24.
59
Tomado del cuadro 3.1 de Santley, 2007: 249.
60
Coe y Diehl, 1980.
61
Santley, 2007: 2.
62
Coe, 1965; Stuart, 1993.
63
Stuart, 1993.
64
Laborde, 2006.
65
Drucker, 1981: 2947; Rust y Sharer, 1988: 102104; Grove et al., 1993: 91-
95;
Grove, 1997: 51101, cit. pos. VanDerwarker, 2003: 33.
66
Santley, 1992; Pool, 1997a; Santley, Arnold III y Barrett, 1997.
67
Santley y Arnold III, 1996; McCormack, 2002; VanDerwarker, 2003:
40.
68
Stark y Arnold III, 1997.
69
VanDerwarker, 2003: 41.
70
Santley y Arnold III, 1996.
71
Ochoa, 2000.
72
Fraccionamiento de las entidades políticas.
73
Arnold III, 2008: 7172.
74
Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 174.
75
Ibíd: 179; Santley, 2007: 249.
76
Santley y Arnold III,
1996. 77 Ibíd: 228; Santley,
2007: 25. 78 Vásquez, 2008:
33.
79
Santley, 2007: 27.
80
Santley y Arnold III, 1996: 228; Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 181;
Sant ley, 2007: 26.
81
Santley y Arnold III, 1996: 228.
82
Ídem; Santley et al., 2000; Santley, 2007: 27.
83
McCormack, 2002.
84
Santley y Arnold III, 1996: 231.
85
Ídem: Santley, 2007: 3031.
86
Killion y Urcid, 2001: 7.
87
Pool et al., 2010: 101.
88
Vásquez, 2008: 33.
89
Santley y Arnold III, 1996: 229; Santley, 2007: 32.
90
Santley, 2007: 32.
91
Ibíd: 3233.
92
Santley, 1992.
93
Killion y Urcid, 2001: 7 y 9.
144 Veredas de mar
94
Stoner, 2011: 305306.
Contextos arqueológicos, contextos navegables
95
Pool, 2007.
96
De la Fuente, 1996: 419; Pool, 2007: 117118, cit. pos. Stoner, 2011:
309.
97
Santley, 2007: 3334.
98
Santley y Arnold III, 1996: 231; Santley, 2007: 34.
99
Santley y Arnold III, 1996; McCormack, 2002.
100
Santley, 2007: 42.
101
Killion y Urcid, 2001: 9.
102
Pool, 2007: 247.
103
Pool y Ohnersorgen, 2007: 24, cit. pos. Stoner, 2011: 318.
104
Stoner, 2011: 318.
105
VanDerwarker, 2003: 202.
106
Ibíd: 4752.
107
Santley, 2007: 43.
108
Stoner, 2011: 321.
109
Ibíd: 324.
110
Santley, 2007.
111
Pool, 2007: 246.
112
Stoner, 2011: 325.
113
VanDerwarker, 2003: 114.
114
Ibíd: 6465.
115
Santley, Arnold III y Barrett, 1997; VanDerwarker, 2003: 114.
116
Daneels, 2002: 655683; Pascual, 2002: 7982; Stark, 1990: 243285; Santley,
Arnold III y Barrett, 1997; Yarborough, 1992, cit. pos. Stoner, 2011:
15.
117
Santley, Yarborough y Hall, 1987: 85100; Yarborough, 1992: 4155; Santley,
1994: 243266; Spence, 1996: 333353; Cowgill, 1997: 129161; Ortiz y Sant
ley, 1998: 377460; Arnold III y Santley, 2008, cit. pos. Stoner, 2011:
16.
118
Coe, 1965: 704705, cit. pos. Stoner, 2011: 137.
119
Arnold III y Santley, 2008: 296.
120
Ibíd.
121
Pool, 1997a: 4155, cit. pos. Stoner, 2011: 16.
122
Arnold III y Santley, 2008, cit. pos. Stoner, 2011: 15.
123
Santley, Yarborough y Hall, 1987: 85100; Pool, 1997a: 4155; Spence, 1996:
333353, cit. pos. Stoner, 2011: 137.
124
Budar, 2012: 6869.
125
Arnold III, 2008, 70; Budar, 2010; Santley, 2007: 63 y 66.
126
Santley, 2007: 160.
127
Budar, 2012: 55.
128
Ibíd: 5556.
129
Guevara, 2010: 105.
130
Santley, 2007: 45.
131
Vásquez, 2008: 33.
132
Santley y Arnold III, 1996: 231; Santley, 2007: 46.
133
Arnold III, 2008: 70.
134
Santley y Arnold III, 1996: 232; Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 183-
146 Veredas de mar
184.
Contextos arqueológicos, contextos navegables
135
Arnold III, 2008: 7071.
136
Stoner, 2011: 328.
137
Arnold III, 2008: 71.
138
Santley y Arnold III, 1996.
139
Pool y Britt, 2000: 139161, cit. pos. Killion y Urcid, 2001: 9.
140
Santley y Arnold III, 1996.
141
Killion y Urcid, 2001: 9.
142
Venter, 2008.
143
Santley, 2007: 48.
144
Ídem.
145
Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 168.
146
Santley y Arnold III, 1996: 233234.
147
Ibíd: 236.
148
Stark, 1989, 2001, cit. pos. Stoner, 2011: 297.
149
Stoner, 2011: 297.
150
Urcid y Killion, 2008.
151
Stoner, 2011: 350.
152
Santley, 2007: 48.
153
Ídem.
154
Santley y Arnold III, 1996: 236.
155
Santley, 2007: 56.
156
Santley, 1991, cit. pos. Stoner, 2011: 351.
157
Killion y Urcid, 2001: 9.
158
Coe y Diehl, 1980; Rust y Sharer, 1988: 102104; Gómez Rueda, 1996;
Nagy, 1997: 253277; Sisson, 1983: 195202; Symonds y Lunagómez, 1997:
144173, cit. pos. Killion y Urcid, 2001: 11.
159
Stoner, 2011: 351.
160
Santley, 2007: 6566.
161
Ibíd: 66.
162
Santley y Arnold III, 1996: 239.
163
Ibíd: 239240.
164
Santley, 2007: 6869.
165
Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007.
166
Stoner, 2011: 357, 360, 363364.
167
Santley, 2007: 70.
168
Arnold III y Santley, 2008: 293294.
169
Coe, 1965; Scholes y Warren, 1965; Stark, 1978; Santley y Arnold III,
1996; Killion y Urcid, 2001; Esquivias, 2002; Venter, 2008: 7; Budar,
2012.
170
Venter, 2008: 14.
171
Seler, 1922: 543556; Friedlaender y Sonder, 1923: 162187; Blom y La Farge,
1926, cit. pos. Venter, 2008: 3233.
172
Como las esculturas de basalto zoomórficas de Totogal o los
montículos en Monte Pío estudiados por E. Kerber en 1882.
148 Veredas de mar
173
Del Paso y Troncoso, 1905; Scholes y Warren, 1965; Stark, 1978;
Gerhard, 1986: 342; Venter, 2008: 25.
174
Pool, 1995; Killion y Urcid, 2001; Esquivias, 2002; Arnold III y Venter,
2004; Venter, 2008.
175
Arnold III, 2005, cit. pos. Venter, 2008: 27.
176
Venter, 2008: 27.
177
Pool, 1995; Killion y Urcid, 2001; Arnold III, 2004; Venter, 2008.
178
Daneels, 1997: 206252; Stark, 2008: 3863, cit. pos. Venter, 2008: 45.
179
Venter, 2008: 45.
180
Del Paso y Troncoso, 1905; Esquivias, 2002.
181
Venter, 2008: 32.
182
Santley y Arnold III, 1996.
183
Ibíd: 240.
184
Arnold III, 2005, cit. pos. Venter, 2008: 4243.
185
Venter, 2008: 4243.
186
Esquivias, 2002; Smith y Berdan, 2003; Arnold III, 2004.
187
Arnold III, 2004: 8.
188
Valenzuela, 1937 y 1945a, cit. pos. Arnold III, 2004: 6.
189
Arnold III, 2008: 72.
190
Arnold III, 2004: 67.
191
Ibíd: 4.
192
Killion y Urcid, 2001: 15.
193
Ibíd: 1718.
194
Stark, 1978; Arnold III y Santley, 2008: 295.
195
Arnold III y Santley, 2008: 295.
196
Gerhard, 1986: 350.
197
Melgarejo, 1949: 311.
198
Gerhard, 1986; Barlow, 1992; Berdan et al., 1996; Carrasco, 1996;
Esquivias, 2002; Venter, 2008: 5.
199
Barlow, 1992.
200
Esquivias, 2002: 50.
201
Berdan et al., 1996.
202
Esquivias, 2002: 50.
203
Carrasco, 1996.
204
Esquivias, 2002: 50.
205
Killion y Urcid, 2001: 16.
206
Carrasco, 1996; Esquivias, 2002.
207
Gerhard, 1986.
208
Venter, 2008: 6.
209
Carrasco, 1996.
210
Berdan et al., 1996.
211
Esquivias, 2002: 50.
212
Urcid y Esquivias, 2000.
213
Medel y Alvarado, 1993: 29.
Contextos arqueológicos, contextos navegables
214
Esquivias, 2002: 51.
215
Del Paso y Troncoso, 1905.
216
Gerhard, 1986; Medel y Alvarado, 1993.
217
Gerhard, 1986.
218
Venter, 2008: 2.
219
Ibíd: 910.
220
Bermúdez, 1978; Medel y Alvarado, 1993; Rivas, 1999; Urcid y Esquivias,
2000, cit. pos. Venter, 2008: 47.
221
Guevara, 2010: 116117.
capíTulo 4
E
n los capítulos anteriores se presentó la revisión de
antecedentes que permitió identificar cuáles han sido los ejes
temáticos para analizar una posible práctica de la navegación
durante la época prehispánica. Derivado de esto, se concluyó
que no hay evidencias suficientes respecto a la misma; no que
no haya existido, sino que pa rece ser que no se han detectado
evidencias claras. Por lo tanto, el argumento para hablar sobre
esta actividad se ha establecido en fun ción de dos líneas
temáticas: la primera, las características propias de un paisaje
que está inundado y rodeado de ríos, y que presenta pla nicies
aluviales; la segunda, la potencialidad de la región como yaci
miento de basalto, el cual, de acuerdo con los estudios
realizados, se debió transportar por ríos o por la costa, aunque no
se tienen pruebas
contundentes de esto.
Con el desarrollo de la caracterización del entorno se
planteó la unidad regional de Los Tuxtlas, concebida como un
paisaje, es decir, como el entorno percibido, modificado y
valorizado por el ser hu mano. Se le estableció como nuestra
unidad de estudio, integrando datos ambientales, arqueológicos,
históricos y cartográficos, con el propósito de poder acercarnos al
problema de la navegación tanto en la época prehispánica como
en la colonial.
Posteriormente, la revisión de las condiciones particulares de
los estudios arqueológicos que se han realizado en la región, y la
sistema tización, interpretación y evaluación de la información
disponible, nos permitió generar mapas que señalan las vías
potenciales de nave gación. Por supuesto, esto con algunas
carencias y en función de los trabajos revisados resulta aún
limitado.
150 Veredas de mar
Así, en tanto que los datos arqueológicos pueden ser por
ahora in suficientes para hablar de la navegación, en este
capítulo se plantea una metodología que surge de la aplicación de
Sistemas de Informa ción Geográfica (SIG) a nuestro problema.
Como ya mencionamos, el paisaje ha sido abordado por los
enfoques cuantitativos como un objeto de estudio geométrico y
abstracto, pero recordemos que también ha sido reivindicado por las
nuevas corrientes como un paisaje huma nizado.1 Sin necesidad de
separarse de esta última posición, que es la que hemos adoptado
desde el inicio, consideramos la pertinencia de plantear un
modelo de análisis del paisaje enfocado únicamente en pa
rámetros y aspectos geográficos que busque resolver el problema
fun damental para poder abordar la navegación. Este problema
gira en torno a la evaluación de la unidad regional de Los
Tuxtlas como unidad fisiográfica navegable, es decir, la pregunta
que conduce esta evaluación sería: ¿cómo se pueden identificar las
áreas navegables de nuestra región de estudio? Contestar esta
pregunta tan básica pue de parecer innecesario, pero es en
realidad fundamental comenzar a generar un corpus de
indicadores tanto geográficos como culturales que en conjunto
nos permitan caracterizar la práctica de la navegación de manera
más contundente.
Para plantear esta propuesta, cuyo carácter puede definirse
como metodológico, brevemente contextualizaremos cómo el
interés por el estudio del paisaje en la historia y la arqueología,
a lo largo del siglo XX, ha generado nuevas interrogantes y
perspectivas en la comunidad académica. En el caso de la
arqueología la corriente más clara donde la integración de
disciplinas se ha desarrollado es en la rama de la ar queología
del paisaje. Sin embargo, carente aún de una metodología general
clara, e incluso de una definición compartida por todos, con
lleva el riesgo de la particularización que hay que evitar en la
medida de lo posible, siendo conscientes del alcance y las
posibilidades de los estudios parciales y estableciendo, desde el
principio, planteamien tos que permitan su integración en
visiones a mayor escala.
En la arqueología del paisaje conviven hasta la fecha, de
forma quizás algo caótica y en ocasiones ecléctica, las
tendencias de los últimos años en la arqueología: historia,
geografía y antropología. En este corpus interdisciplinario la
Construyendo un modelo heurístico...
evolución y perfeccionamiento de téc
152 Veredas de mar
nicas de teledetección y fotointerpretación, y el uso de los SIG,
han generado importantes aportes.2
De acuerdo con Orejas, se puede llevar a cabo un estudio
serio si consideramos el riesgo de generar algunos reduccionismos:
ejemplo de esto es el peligro de “cosificación” al considerar el
paisaje como un reflejo, una materialización concreta de la
sociedad, sin someterlo real mente a un análisis sociohistórico.
De aquí derivan dos riesgos más: continuar haciendo una
arqueología objetual en la que simplemente cambiamos de
escala. Es decir, limitar el estudio a un análisis morfo lógico
que puede ser exhaustivo a partir de la recopilación de un con
junto de detalles que llegan a ser extremadamente finos. Este
análisis morfológico del paisaje permite la detección e
identificación de rasgos individuales y sus relaciones;
correctamente estudiado proporciona una sólida base, pero no
cierra el análisis, por lo que debemos evitar caer en lo que
Orejas denomina “un descriptivismo complejo”, es decir, una
profusa cantidad de datos que en conjunto y sin ser inter
pretados no dicen nada. El segundo riesgo es caer de nuevo en
visio nes estáticas, no podemos olvidar que un paisaje es el
efecto de una sociedad por lo que debemos plantearlo en los
términos dinámicos de la formación social, en construcción
continua a lo largo del tiempo. Como se ha mencionado antes,
el espacio es social tanto como la so ciedad es espacial, por
eso hablamos de paisaje.3
Debemos recalcar además que el paisaje es multiforme, todo
me nos homogéneo. Una lectura plana nos lleva a una de las
más peligro sas trampas en la arqueología del paisaje: la
correspondencia directa entre elementos morfológicos del
paisaje y su significación social y cultural.4 En este caso, no se
trata de asegurar la navegabilidad de la región en función de los
numerosos cuerpos de agua presentes en ella; más bien se plantea
una propuesta de análisis espacial que busca ge nerar más
argumentos para sustentar que en la región había ríos na vegables.
La propuesta que se desarrolla es un paso inicial dentro de un
proceso de argumentación que más adelante incluirá datos de
carác ter histórico para sostener que hay evidencias que permiten
rastrear la práctica de la navegación en la época prehispánica.
Es un modelo que además debe ser enriquecido con nuevas
variables y que es flexi ble, ya que pueden modificarse los
Construyendo un modelo heurístico...
parámetros que se manejan.
154 Veredas de mar
Antes de pasar al desarrollo del mismo, debemos considerar que
la aplicación de una técnica o el uso de un documento, por muy
sofisti cado que sea y por mucha información que pueda
proporcionar, no constituyen una labor de investigación sino un
apoyo. El tratamiento de los datos nunca los hace más reales ni
resuelven de todo el proble ma, tan sólo los dispone, los prepara,
los analiza, destacando algunos aspectos que de otro modo pueden
pasar desapercibidos o a la inver sa.5 Precisamente con esta
visión es que se elabora una metodología que nos permite
comenzar a identificar áreas navegables a partir de datos
geográficos, recalcando siempre que a esto deberían idealmente
integrarse los indicadores culturales.
0-3.5 10 0-2
3.5-7 9 2-5
7-10.5 8 5-10
10.5-14 7 10-15
14-17.5 6 15-20
17.5-20 5 20-30
20-25 4 30-35
25-28 3 35-40
28-30 2 40-50
30-35 1 50-85
Correlación de datos
NoTas
1
Orejas, 1995: 107.
2
Ibíd: 106107.
3
Ibíd: 116.
4
Ibíd: 116118.
5
Ídem.
6
Sharon, Dagan y Tzionit, 2004: 156.
7
García San Juan, 2003: 2.
8
Kimura, 2006: 79.
9
Paynter, 1982; Baena et al., 1999; Church, Brandon y Burgett, 2000; Evans
y Daly, 2006.
10
García San Juan, 2003: 3.
11
Kimura, 2006: 2930.
12
Sharon, Dagan y Tzionit, 2004.
13
García San Juan, 2003: 12.
14
Puerta, Rengifo y Bravo, 2011.
15
Wheatly y Gillings, 2002: 1113.
16
El planteamiento de la metodología ha sido modificado y replanteado a
partir del tutorial para análisis espacial de McCoy et al., 20012002.
17
Un profundo agradecimiento a Gerardo Jiménez, del Instituto de
Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de
México, y al arqueó logo César Hernández por el apoyo para concebir
este modelo.
172 Veredas de mar
18
Se utilizaron los datos de la cartografía topográfica en formato vectorial
dispo nibles para su descarga gratuita en la página de INEGI:
http://www.inegi.org. mx/geo/contenidos/topografia/default.aspx
19
Se elabora con la creación de un modelo digital de elevación que, en
sí, es la misma imagen raster con los datos de altitud en una superficie
continua. Este modelo se transforma en una imagen raster llamada slope,
la cual es el resultado de calcular la inclinación de la superficie y
constituye por sí misma el mapa de pendientes.
20
Geissert, 2006.
Construyendo un modelo heurístico...
capíTulo 5
E
n los capítulos anteriores hemos señalado la dificultad de
contar con una certeza acerca de cómo funcionó el sistema de
navegación en Los Tuxtlas durante la época prehispánica. A
pesar de ello, se
sugiere que esta actividad se puede concebir como un sistema
de conectividad del paisaje, no sólo por la ubicación de los
asentamien tos arqueológicos sino también por las características
geográficas pro pias de la región, con lo cual se ha planteado la
existencia de subre giones navegables. Lo anterior nos conduce a
presentar esta propuesta como un modelo espacial que plantea la
integración del uso de vías fluviales, lagos volcánicos, lagunas
costeras y las condiciones de in clinación del terreno,
funcionando como una unidad indisoluble de comunicación e
integración del entorno junto con las vías terrestres. En este
capítulo se desarrollan los argumentos que hacen suponer que la
tradición de navegación europea y sus usuarios tuvieron un
anclaje en la región de Los Tuxtlas, en un inicio en la línea de
costa y posteriormente gracias a la apropiación de este sistema de
conecti vidad del paisaje; es decir, que la navegación tuvo un
papel activo en la avalancha de procesos históricos durante la
época colonial. Esto implica el reconocimiento de marcadores
del paisaje costero con los cuales los navegantes europeos se
familiarizaron, reconociendo algu nos puntos geográficos que
seguramente fueron importantes durante la época prehispánica,
aunque esto no lo sabremos con certeza hasta que se realicen más
investigaciones arqueológicas con esta orientación. La revisión de
documentos coloniales nos permite detectar la for
ma de apropiación del entorno costero y fluvial, así como su
importan cia para la navegación de cabotaje y en tierra firme,
practicada en la
172 Veredas de mar
época novohispana y posiblemente en la prehispánica. Se ha
tratado de reconstruir este paisaje partiendo de la recopilación y
el análisis de documentos cartográficos de los siglos XVI, XVII y
XVIII, con lo cual es posible observar una evolución en la forma
de navegación tanto en tierra firme como por la línea de
costa de Los Tuxtlas.
Resulta pertinente aclarar lo siguiente: no se exponen datos e
in terpretaciones que deriven en alguna propuesta de
continuidad inalterada a lo largo de los siglos, de una práctica
de la navegación que aún requiere de numerosos datos para su
caracterización, pero que puede ser detectada en la época
prehispánica. Hace falta elaborar criterios para integrar e
identificar indicadores que puedan percibirse en el paisaje y que
evidencien la práctica de la navegación antes de la llegada de los
españoles, como canales, embarcaderos, rampas, etcétera. Para
entender el mundo mesoamericano es necesario comprender,
en la medida de lo posible, el mundo que se le contrapone, el
occiden tal, para así interpretar las formas de interacción que
resultaron del proceso de colonización.1 Acercarnos a otras
disciplinas como la his toria nos permite crear un puente al
pasado para buscar el diálogo, no para crear un discurso paralelo
sino una retroalimentación con la ar queología, lo cual nos ha
permitido obtener datos que amplían nuestra perspectiva.
Ernesto Vargas y Lorenzo Ochoa ya habían llamado la
atención acerca de cómo tanto la información arqueológica como
la proporcio nada por las fuentes históricas, por fragmentaria e
incompleta que sea cada una, es posible utilizarlas en conjunto
para tener un mayor en tendimiento de diversos objetos de
estudio.2 Agrupamos así, en dos grandes conjuntos, las
evidencias estudiadas en este caso: por un la do, aquellas que
podrían haber implicado la participación de los indí genas,
aunque fuese de manera marginal —nos referimos en particular a
las Relaciones geográficas del siglo XVI—; y por otro lado, un
conjunto de documentos de carácter colonial —mapas de origen
diverso, docu mentos de navegantes europeos, crónicas de
autores españoles, entre otros—. La tendencia en general fue la
de utilizar documentación car tográfica, por lo cual se requiere
explicar la manera en que nos hemos acercado a este tipo de
evidencia.
Derroteros coloniales de Los Tuxtlas
El río o ríos principales que pasaren por cerca, qué tanto apartados dél
[sic] y a qué parte, y qué tan caudalosos son; y si hubiere que saber alguna
cosa notable de sus nacimientos, aguas, huertas y aprovechamientos de sus
riberas, y si hay en ellas o podrían haber algunos regadíos que fuesen
de importancia.
La gente es muy lúcida, que tiene muchos arcos y flechas, y usa espadas y
rode las: aquí trajeron al capitán ciertos calderos de oro pequeños,
manillas y bra zaletes de oro. Todos querían entrar en la tierra del dicho
cacique, porque creían sacar de él más de mil pesos de oro, pero el
capitán no quiso. De aquí se partió la armada y fuimos costeando hasta
encontrar un río con dos bocas, del que salía agua dulce, y se le nombró
de San Bernabé, porque llegamos a aquel lugar el día de San
Bernabé. Esta tierra es muy alta por lo interior, y presúmese que en
este río haya mucho oro; y corriendo por esta costa vimos muchas
humaredas una tras otra, colocadas a manera de señales, y más adelante se
parecía un pueblo, en el cual dijo un bergantín que andaba registrando
la costa, que había visto muchos indios que se descubrían desde la mar,
y que an daban siguiendo la nave, y traían arcos, flechas y rodelas
relucientes de oro y las mujeres brazaletes, campanillas y collares de oro.
Esta tierra junto al mar es baja, y de dentro alta y montuosa; y así
anduvimos todo el día costeando para descubrir algún cabo y no pudimos
hallarlo. Y llegados cerca de los montes, nos encontramos en el principio o
cabo de una isleta que estaba en medio de aque llos montes, distante
de ellos unas tres millas; y surgimos y saltamos todos en tierra en esta
isleta que llamamos isla de los Sacrificios.55
…cinco casas de indios para que hagan formas (de azúcar), las cuales
cada do mingo han de dar treinta formas, las diez grandes y las veinte
pequeñas […] Le han de dar cada domingo cinco gallinas de la tierra, y
los viernes y sábado un chicobite (canasto) de pescado y veinte huevos
y un petate pequeño de ají (chile) y una carguilla de sal de dos
almudes […] En un año le han de dar se senta mantas, de cuatro
piernas, y cuarenta naguas y cuarenta camisas de in dias y diez cargas de
pescado salado, que tenga cada carga treinta pescados […] le han de hacer
una sementera de maíz de cuatrocientas brazas en largo y doscientas
en ancho y otra de riego del mismo tenor, de manera que han de ser
dos sementeras cada año, y lo que de ellas se cogiere lo han de llevar al
In genio, y no han de dar otra cosa ni se les lleve, so penas de las
ordenanzas.88
Provincia de Tlacotalpan
…la tierra que este río riega es de la buena y rica que hay en toda la
Nueva Es paña, y a donde los españoles echaron el ojo como tierra rica
y los que en ella tuvieron repartimiento llevaron y sacaron de ella
grandes tributos y tanto la chuparon, que la dejaron más pobre que otra
y como estaba lejos de México no tuvo valedores.102
Cuando los frailes van visitando por esta tierra y duermen en el campo
en des poblado, trabajan de hacer buenas lumbres, porque los leones y
los tigres tie nen temor al fuego y huyen de él. Por estas causas dichas,
lo más del trato y camino de los indios por aquella tierra (Amatlán) es por
agua en acales o barcas; acale en esta lengua, según su etimología,
quiere decir “casa de agua” o “casa sobre el agua”.105 Con éstas
navegan por los ríos grandes, como lo son los de la costa, y para sus
pesquerías y contrataciones, y con éstas salen a la mar, y con las
grandes de estas acales navegan de una isla a otra y atraviesan algún
golfo pequeño. Estas acales o barcas cada una es de una sola pieza, de
un árbol tan grande y tan grueso como lo demanda la longitud e latitud
del árbol, y para éstas hay sus maestros, como en Castilla, de naos; y
como los ríos se van ha ciendo mayores cuanto más se allegan a la costa,
tanto son mayores estos acales. En aquestas barcas o acales salen a
recibir y llevar a los frailes de un pueblo a otro. En todos los ríos grandes
de la costa, e muchas leguas la tierra adentro hay tiburones y lagartos que
Derroteros coloniales de Los Tuxtlas
son bestias marinas. Algunos quieren decir que estos
206 Veredas de mar
lagartos sean de los cocodrilos de los cuales se lee en el Vita Patruum. Son
al gunos de tres brazas, y aun me dicen que en algunas partes los hay más
largos, y cuasi de gordor de un caballo; otros hay harto menores. A do
éstos y los ti burones andan encarnizados, nadie osa sacar la manos fuera
de la barca, porque estas bestias son muy prestas en el agua, y cuanto
alcanzan tanto cortan, e llévanse un hombre atravesado en la
boca.106
La villa de Tuztla
Provincia de Coatzacoalcos
NoTas
1
Gruzinski ha reflexionado sobre cómo las limitaciones inherentes a las
fuentes disponibles para conocer el mundo indígena nos obligan a
acercarnos a la épo ca colonial y entender de manera profunda los
procesos de occidentalización. En este sentido, el autor advierte que
“pretender pasar a través del espejo y captar a los indios fuera de
Occidente es un ejercicio peligroso, con frecuencia impracticable e
ilusorio” (Gruzinski, 1991: 13).
2
Vargas y Ochoa, 1982: 60.
3
Urroz, 2012: 3132.
4
Ibíd: 3233.
5
De acuerdo con Urroz, en países iberoamericanos como México aún no se
ha ex plorado la distinción entre la cartografía histórica y la historia de la
cartografía. La autora apunta la falta de reflexión conjunta sobre el
estudio y análisis de los mapas antiguos que se han elaborado en
distintos contextos históricos de Mé xico y cómo, a pesar de que el interés
por estos mapas ha aumentado en los últi mos años, el acercamiento a los
mismos se ha desarrollado como una práctica sui generis de otras disciplinas
como la geografía o la historia (Urroz, 2012: 13).
6
Russo, 2005; Ángel Díaz, 2009: 182.
7
Urroz, 2012: 17.
8
García Rojas, 2008: 1516.
9
Ángel Díaz, 2009: 184.
10
Orejas, 1995: 28; García Rojas, 2008: 11; Urroz, 2012: 26.
11
Urroz, 2012: 2627.
12
Harley, 2001.
13
Ídem; cit. pos. García Rojas, 2008: 19. Desde inicios de los años ochenta
Harley formó parte de un grupo de cartógrafos que abogaron por una
transformación en la manera de interpretar la naturaleza de los mapas,
hasta entonces centra da en un paradigma evolucionista que situaba el
desarrollo de la cartografía moderna en un camino de progreso hacia la
perfección de sus técnicas, prácti cas y herramientas (Ángel Díaz,
2009: 184).
14
Harley puso en evidencia el carácter político de los significados de los
mapas y su manipulación “en beneficio de los intereses de los
poderosos”, rechazando las pretensiones de neutralidad de la cartografía
empirista y los cánones de la crí tica cartográfica tradicional “con sus
oposiciones binarias entre mapas ciertos y falsos, precisos e imprecisos,
objetivos y subjetivos, literales y simbólicos, o los basados en una
noción de integridad científica opuesta a la de distorsión ideológica”. El
acercamiento al trabajo de Michel Foucault proporcionaría a Harley los
argumentos para interpretar los mapas como tecnologías de poder y
para explicar hasta qué punto el carácter aparentemente “neutro” de la
car tografía científica moderna imponía sus propios valores a la sociedad
(Ángel Díaz, 2009: 185186).
15
Urroz, 2012: 3940.
222 Veredas de mar
16
Ibíd: 29.
17
Acuña, 1984: 9; Hernández, 2004: 1.
18
Hernández, 2004: 16.
19
Delgado López, 2010: 97.
20
Hernández, 2004: 17.
21
Ibíd: 17.
22
Acuña, 1985: 12.
23
Butzer y Williams, 1992, cit. pos. Delgado López y Vázquez, 2010: 94.
24
Ibíd: 94.
25
Mundy, 1996: XVI; Palm, 1973: 109119, cit. pos. Hernández, 2004: 14.
26
Hernández, 2004: 14.
27
Manso, 2012: 35.
28
Urroz, 2012: 5051.
29
Acuña, 1984: 5.
30
Hernández, 2004.
31
Cline, 1972: 191, cit. pos. Hernández, 2004: 17.
32
Mundy, 1996: 30, cit. pos. Hernández, 2004: 18.
33
Hernández, 2004: 1819.
34
Acuña, 1984, cit. pos. Hernández, 2004: 18.
35
Hernández, 2004: 20.
36
Delgado López y Vázquez, 2010: 111. Joaquín García Icazbalceta adquirió
en España, a mediados del siglo XIX, gran cantidad de relaciones geográficas
pro venientes de los fondos del Archivo General de Indias de Sevilla. En
1864, cuan do Manuel Orozco y Berra escribió sus Apuntes para la
geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, utilizó información
contenida en las relaciones geo gráficas de la colección de Icazbalceta. Más
tarde, entre 1905 y 1906, Francisco del Paso y Troncoso, director del Museo
Nacional de México, recopiló en ocho to mos las relaciones con el título
de Papeles de la Nueva España, su trabajo no fue concluido pues nunca
publicó los tomos II, VII y VIII (Carrera, 1968: 4).
37
Acuña, 1984: 910.
38
Cline, 1972: 191193.
39
Acuña, 1984: 1619.
40
Carrera, 1968: 11.
41
Del Paso y Troncoso, 1905: 111.
42
La equivalencia de una legua, de acuerdo con René Acuña, sería de 4.2
km, equi valencia que recupera de la pintura de Tlacotalpa elaborada por
Stroza Gali en 1580 (Acuña, 1985).
43
Ibíd: 281.
44
Ibíd: 14.
45
Carrera, 1968: 10; Acuña, 1984: 13.
46
Acuña, 1984: 13.
47
García de León, 2011: 71 y 169.
48
Ibíd: 33.
Derroteros coloniales de Los Tuxtlas
49
J. Díaz, 1972: 8.
50
García de León, 2011: 35.
51
Díaz del Castillo, 1957: 22, cit. pos. García de León, 2011: 35.
52
Díaz del Castillo, 1957: 22.
53
García de León, 2011: 36.
54
De acuerdo con el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de
1729, capellán es “el que goza renta eclesiástica por razón o título de
capella nía”, y en la segunda entrada del mismo vocablo se define como: el
sacerdote que asiste a decir misa en la capilla u oratorio de algún señor
(Real Academia Espa ñola, 1729: 140).
55
J. Díaz, 1972: 67.
56
García de León, 2011: 34.
57
Rivera, 1728: cap. XX, 5455.
58
Bosch, 1991.
59
Ibíd: 25.
60
Ídem.
61
García de León, 2011.
62
La gran región del Sotavento se desplegaba en 41 888 km2 y corresponde
a cer ca de 57 municipios del centro y sur de Veracruz, dos de Oaxaca y dos
de Tabasco. Las jurisdicciones coloniales se convirtieron en cantones bajo
la república libe ral y son hoy grupos de municipios. Su altura no rebasa
los 200 metros sobre el nivel del mar, salvo en su cordillera central —la
sierra de Los Tuxtlas y Santa Marta— (García de León, 2011: 20).
63
García de León, 2011: 18.
64
Scholes y Warren, 1965: 776.
65
Hinterland: término de origen alemán, empleado en economía, que
significa las tierras que rodean una ciudad o zona de las que ésta puede
abastecerse (Hassig, 1990: 13).
66
García de León, 2011: 1820. Las comarcas prehispánicas convertidas en
juris dicciones coloniales eran en realidad estructuras mercantiles de larga
duración, zonas de irradiación de mercados pueblerinos. Es por eso que
la matriz del So tavento se sitúa en esas áreas de control comercial y
tributario, más que en el pueblo cabecera; y que cada jurisdicción
constituye un sistema hecho de subsis temas anteriores (García de León,
2011: 5758).
67
Ibíd: 54.
68
Ibíd: 5455.
69
Ibíd: 55.
70
Ídem.
71
Ibíd: 5556. Después de la conquista, la villa del Espíritu Santo,
Coatzacoalcos, tendría una jurisdicción de gobierno que comprendía el
sur de Veracruz y el oc cidente de Tabasco. Desde su fundación por el
capitán Gonzalo de Sandoval, el lunes 9 de junio de 1522, tuvo un
ayuntamiento, y a partir de 1525 pasó a ser alcaldía mayor. En 1587 se
cambió una legua adelante, a un lugar más saludable
224 Veredas de mar
que poco después fue abandonado. En consecuencia, Acayucan se
convirtió en el asiento del gobierno de la provincia de Coatzacoalcos
(Münch, 1994: 27).
72
García de León, 2011: 2021.
73
Los grupos étnicos arriba mencionados recibieron de los nahuas del
Altiplano la designación genérica de olmecas. El territorio que ocupaban, por
su feracidad y extrema abundancia de agua, fue considerado como el paraíso
terrenal, el mito lógico Tlalocan. En él fijaron su atención las tribus
alteñas de habla náhuatl, pasado un periodo en que se verificaron
operaciones comerciales más o menos pacíficas, los guerreros de la
confederación mexica cayeron sobre el Papaloapan y lo sometieron
(Aguirre, 1992).
74
Scholes y Warren, 1965: 776777; Barlow, 1992: 9798.
75
Esquivias, 2002; Venter, 2008.
76
Aguirre, 1992: 125.
77
Ibíd: 125126.
78
Ibíd: 15.
79
Rivas, 1999: 33, cit. pos. Venter, 2008: 55.
80
García de León, 2011: 167.
81
Ibíd: 171172.
82
García de León, 2011: 177178.
83
Cuando el alcalde mayor de Tlacotalpan y juez de sus cabeceras, Juan de
Medina, redactó La relación de Tlacotalpa y su partido, en la cual incluyó a
Tuztla y Co taxtla, las dos villas eran reclamadas por la diócesis de
Tlaxcala, siendo que solamente la segunda le pertenecía, pues la
primera, hasta el final del periodo colonial y por encontrase al este del
río de Alvarado, fue administrada en lo re ligioso por el obispado de
Antequera. Medina refiere en este documento de 1580 que los pueblos,
antes de la Conquista y en los reacomodos de la primera déca da, no
siempre habían estado en sus asentamientos conocidos, pues preferían estar
“en lo alto”, es decir, hacia las montañas vecinas, y que una serie de catás
trofes seguida de una original política de congregaciones los habían
reubicado (García de León, 2011: 177178).
84
Aguirre, 1992: 47; García de León, 2011: 53.
85
Aguirre, 1992.
86
Ibíd: 16.
87
García de León, 2011: 171.
88
González de Cossío, 1952: 581.
89
García de León, 2011: 182.
90
El Talogan hace referencia al concepto de Tlalocan como un lugar
lleno de ri quezas cuya ubicación sería generalmente subterránea (García
de León, 2011: 183; López y Toledo, 2009).
91
García de León, 2011: 182183.
92
Ibíd: 183184.
93
García Martínez, 1969: 7576.
94
Gerhard, 1986: 351.
95
García de León, 2011: 170.
Derroteros coloniales de Los Tuxtlas
96
El rubro 30 del cuestionario de 1577 solicita la siguiente información: “Si
hay salinas en el dicho pueblo o cerca del de donde se proveen de sal y
de todas las otras cosas que tuvieren falta para el mantenimiento o el
vestido” (Acuña, 1985: 17).
97
Del Paso y Troncoso, 1905: t. II, 285.
98
Acuña, 1985: 284.
99
Ibíd: 285.
100
Ibíd: 285.
101
Scholes y Warren, 1965: 779.
102
Fray Toribio de Benavente, 1971: 229.
103
García de León, 2011: 339.
104
Ibíd: 339.
105
El diccionario de Molina presenta la entrada léxica en su sección
náhuatl español: acalli, y lo define como: navío, barca, canoa,
etcétera.
106
Fray Toribio de Benavente, 1971: 227.
107
Delgado, Parra y Ortiz, 2008.
108
Favila, 2011; Biar, 2011.
109
Meide, 1998.
110
González, 1991: 97.
111
Quiroz, 1986: 227, cit. pos. Velasco, 2004: 151.
112
Miguel del Corral fue uno de los ingenieros que elaboró numerosos
mapas de carácter militar en el siglo XVIII (Moncada, 2003).
113
Caveros y Rendón, 1995: 44, cit. pos. Velasco, 2004: 150151.
114
Aguirre, 1992: 203.
115
AGN. Tierras 169.2, cit. pos. Aguirre, 1992: 204.
116
AGN Tierras 169.2, cit. pos. Aguirre, 1992: 206. Esto parece ser una
práctica que se mantiene hasta el día de hoy. Al menos en varios
sectores de Los Tuxtlas los ríos son parcelados en función de los límites
actuales de las rancherías y terre nos privados.
117
Aguirre, 1992: 206.
118
Quiroz, 1986; González, 1991: 95, cit. pos. Velasco, 2004: 149.
119
Aguirre, 1992: 168.
120
Velasco, 2004: 149.
121
Velasco, 2004: 162.
122
Si tomamos como un sustantivo locativo tuztlan, separado de –tepe que
podría venir del sustantivo tepetl y finalmente el sufijo –que, refiriéndose a
la pluralidad de la palabra.
123
De acuerdo con el diccionario, la palabra boj proviene de bojar que
significar rodear, medir el circuito de una isla o cabo (Real Academia
Española, 1737: 110).
124
Acuña, 1984: 111.
125
Ibíd: 112.
126
García de León, 2011: 205206.
226 Veredas de mar
127
Esta información está designada en la relación como respuesta al noveno
punto de los cuestionarios, aunque parece haber aquí una equivocación
del alcalde Suero de Cangas y Quiñones, dado que es la pregunta 10 la que
solicita informa ción acerca de “el sitio y asiento donde los dichos pueblos
estuviesen”, mientras que la novena pregunta es sobre los nombres y la
razón del nombramiento de cada pueblo.
128
Acuña, 1984: 116.
129
Ibíd: 118.
130
Ibíd: 119.
131
García de León, 2011: 210211.
132
Ibíd: 397398.
133
Ibíd: 401402.
134
Velasco, 2004: 147.
135
Velasco, 2004: 147148.
capíTulo 6
E
n este último capítulo abordaremos documentos que
provienen de la cartografía, la cual entendemos como la
representación vi sual de una realidad geográfica que responde
a distintos propósitos.
De acuerdo con Raquel Urroz, particularmente en México, ha
existido una rica y larga tradición en cuanto a la elaboración de
mapas con el fin de cumplir objetivos de índole política,
ideológica o metafórica, es el caso de aquellos que, con fines
utilitarios y prácticos, se elabora ron tras la recopilación de datos
a partir de distintos viajes de reco nocimiento.
La gama de mapas que podemos estudiar incluye a
aquellos que muestran el modo de concebir el espacio
mesoamericano; las cartas que se produjeron en la época
colonial y que hoy fungen como impor tantes testimonios de los
procesos de diálogo intercultural; los mapas donde se sitúa a
México en la geografía universal; los trabajos carto gráficos que
fueron parte del proyecto de la Corona para conocer la si tuación
de sus territorios en ultramar; las cartas de conjunto realizadas
durante el siglo XVII por parte de los ingenieros militares del
país y aquellas que, desde finales del siglo XIX y todo el XX,
fueron elabora das por las diversas comisiones e instituciones que,
preocupadas por la precisión científica en el trabajo cartográfico
del país, incrementa ron la producción de mapas y planos.1
De acuerdo con Urroz, la mayoría de los estudios dedicados
a la cartografía colonial se han enfocado en el siglo XVIII,
dejando el siglo anterior un poco vacío.2 En general, la
cartografía en el periodo virreinal se ha descrito haciendo
hincapié en los avances de la ciencia europea. La elaboración de
mapas en la Nueva España sufrió adapta
216 Veredas de mar
ciones y modificaciones que buscaban encajar en los cánones e
ideales de la ciencia y el arte europeo. De esta forma, mientras
se consolida ban en Nueva España los rasgos científicos e
innovaciones técnicas al modo occidental, paralelamente el
campo de la cartografía crecía en su especialización. Como
ejemplo, se perfeccionaron los levan tamientos de mapas
topográficos mediante el trabajo de campo con instrumentos
de medición, con lo cual se logró el reconocimiento oficial del
oeste de Norteamérica, del océano Pacífico y del golfo de
México.3
Para finales del siglo XVIII ya se habían obtenido
importantes re sultados en la elaboración de la cartografía con
base en criterios cien tíficos. Por ejemplo, la proyección de
Mercator, que había sido idea da desde 1569 para elaborar planos
terrestres, fue utilizada en planos de navegación debido a la
facilidad de trazar rutas de rumbo constante y mantuvo, durante
mucho tiempo, su vigencia para recorrer grandes dis tancias en el
mar. Comenzaron a usarse escalas y coordenadas fijas, con lo cual
fue posible levantar planos y mapas marcando cordilleras y
cursos de ríos con mayor precisión, estableciéndose así el uso de
sig nos y símbolos convencionales y comprensibles. La
confección de mapas generales, paralela a una cartografía náutica,
venía desarrollán dose desde el siglo XVI gracias a las
observaciones astronómicas de agrimensores españoles y
novohispanos. Desde que comenzó el pro ceso de conquista y
colonialismo español por tierras americanas se sucedieron viajes
de reconocimiento —expediciones marítimas y ex ploraciones por
tierra—.4 En estos desplazamientos continuos, los via jeros,
exploradores y navegantes elaboraron relatos, crónicas, trabajos de
descripción y derroteros, produciendo así grandes acervos de
in formación científica y cultural, algunos de los cuales nos han
pro porcionado valiosos datos respecto a la naturaleza de Los
Tuxtlas en el contexto marítimo novohispano.
Para la comprensión de la historia de la cartografía, Elías
Trabulse propone agrupar la cartografía colonial en los siguientes
rubros: 1) ma pas elaborados a partir de la recopilación de
datos, observaciones y avances en las técnicas astronómicas y
en los levantamientos topo gráficos realizados por geógrafos; 2)
mapas regionales, los cuales se ori ginaron a partir del
repartimiento de parcelas y tierras mediante las mercedes, y a
lo largo de un proceso de tenencia y distribución de la
Caminos de agua en tierra firme y mar abierto
218 Veredas de mar 217
Detalle del mapa de Tlacotalpa de la región que abarca el río de Alvarado y el volcán San
Martín Pajapan identificado como Pan de Minzapa.
Caminos de agua en tierra firme y mar
Detalle del mapa Americae sive qvartae orbis partis nova et exactissima descriptio.
Fuente: Diego, Gutiérrez Philippi, 1562; dibujo: Aban Flores Morán.
Detalle del mapa Insulae Americanane in Oceano Septentrionali, cum terris adiacentibus.
Fuente Willem Janszoon Blaeu, 1636; dibujo: Aban Flores Morán.
Caminos de agua en tierra firme y mar
Detalle del mapa Stoel Des Oorlogs in America waar in Vertoont Werden alle Desself
Voornaamste Eylande. Fuentes: Cornelius Danckerts, 1697; dibujo: Aban Flores Morán.
Detalle del mapa titulado A map of the British empire in America with the French and Spanish
settlements. Fuente: Henry Popple, 1746; dibujo: Aban Flores Morán.
232 Veredas de mar
Detalle del mapa The cost of New Spain from Nueva Vera Cruz to Triste Island.
Fuente: Thomas Jeffreys, 1775; dibujo: Aban Flores Morán.
Roca Partida
La Vigía
La Cañada
Barra de
Alvarado
El Mesón
Camino real
para
Tuxtla
Canoas
Puente para
cruzar un río
Barra de
Sontecomapan Laguna de
Catemaco
Canoas
Camino de
Cerro Mono
Acayucan
Blanco
Bodega Amapan
de Sn.
Andrés
Tepango
Tuxtla
Monte de Tuxtla
Bebedero
Sn. Diego
Masatlán
Piedra
incada Río
Blanco
Salta Barra Naranjal
Arroyo
de
Cañas Rancherío
Consolación Río de Gueiapan
Zamatepeque
Sta.
Potrero
Rita
Tacotalpam
Boca de
San Miguel
Cosamaluapan
Tecomate
Sapotal
Entrada de
Bidaña Masatlan
Tapacoyam
Ayoxin
Arroyo Largo
Apan Juan
Roque
Bodega de
Tuxtla La
Laguna del
Nopale Pitualla
Salto La Serca
de
Teteuca Las Animas
Río de Acayucan
Boca
de Alonso
Lázaro
Potrerillo
242 Veredas de mar
CUADRANTE D. Río de Acayucan o San Juan y otras vías fluviales conectándose con poblaciones
en sus riberas.
Caminos de agua en tierra firme y mar
NoTas
1
Urroz, 2012: 2425.
2
Ibíd: 181.
3
Trabulse, 1994: 155191, cit. pos. Urroz, 2012: 182.
4
Urroz, 2012: 182 y 183.
5
Trabulse, 1994: 155191, cit. pos. Urroz, 2012: 187189.
6
Urquijo y Barrera, 2009.
7
Robertson estableció cuatro tipos de mapas en las relaciones geográficas:
planos de ciudades; paisajes con el área circundante; combinación de
planos con pai sajes y cartas náuticas (Manso, 2012: 34).
8
Manso, 2012: 2352.
9
Acuña, 1985.
10
AGNM, HJ, 121, 2, pp. 114 cit. pos. en García de León, 2011: 179.
11
Real Academia Española, 1737: 131.
12
García de León, 2011: 172.
13
Cortés, 1975: 131.
14
García de León, 2011: 169.
15
Guevara, 2010.
16
García de León, 2011; Guevara, 2010: 209210.
17
García de León, 2011: 406 y 408.
18
Véase figura 8 en Mundy, 1996: 24.
19
Hernández, 2004: 91.
20
Ibíd: 92.
21
Musset, 1992: 39; Hernández, 2004.
22
Real Academia Española, 1817: 642.
23
La cabecera municipal de Pajapan congrega hoy hablantes de una
variante muy particular del nahua del golfo, pero en tiempos coloniales
fue una hacienda ga nadera única en su género, pues fue entregada
como merced de estancia para ganado mayor a la comunidad de San
Francisco Minzapan, que es hoy uno de los pueblos desaparecidos de su
municipio. Esta merced de dos sitios se con cedió en 1605. San
Francisco se localizaba en el sitio hoy llamado “Minzapan viejo”. El
antiguo caserío de Minzapan, del actual municipio de Pajapan, es el
antiguo pueblo de Santiago o Santa María Minzapan. Los “Minzapas”
fueron de la encomienda de Juan de España, su viuda y su sucesor
Alonso de Horta de Lorenzo Genovés sucedido por Gonzalo Rodíguez de
Villa fuerte (García de León, 2011: 393 y 394).
24
García Pimentel, 1904: 167.
25
García de León, 2011: 409.
26
A. Delgado, 2004.
27
García de León, 2011: 402.
28
Velasco, 2004: 146.
29
Ibíd: 146.
250 Veredas de mar
30
Ídem.
31
Ídem.
32
Ídem.
33
De Rivera, 1728: 67.
34
Ibíd: 69.
35
López y Toledo, 2009: 54; García de León, 2011: 440.
36
García de León, 2011: 726.
37
Velasco, 2004: 148.
38
Ibíd: 151.
39
Gerhard, 1991: 39.
40
García de León, 2011: 616.
41
Ibíd: 401402.
42
Ídem.
43
Ibíd: 741742.
44
García Martínez, 1969: 137140.
45
Ídem.
46
Ibíd: 119.
47
Thiébaut, 2013: 86.
48
Manso, 2012: 35.
49
García de León, 2011: 631.
50
Ídem.
51
Ibíd: 618.
52
Velasco, 2004: 156.
53
García de León, 2011: 637.
54
Ídem.
55
Ibíd: 404.
56
Actualmente se conoce como Las Barrillas.
57
Montero, 2008: 29.
58
Ibíd: 30.
59
Velasco, 2004: 162.
60
Ídem.
61
Ídem.
coNsideracioNes fiNales
D
espués de los sinuosos caminos que hemos tenido que
recorrer para poder llegar a esta última sección de la
investigación, éste resulta ser el espacio pertinente para
evaluar y reconocer las li
mitaciones y alcances presentados en este libro.
Recordemos que al inicio de nuestro estudio nos
preguntamos:
¿existió una tradición de navegación prehispánica identificable
en la región de Los Tuxtlas, Veracruz? De ser así, ¿de qué
manera convivió o se integró a una tradición europea de
navegación? Las mismas fuen tes consultadas nos llevaron a
ampliar el espectro temporal y discipli nar para responder a estas
preguntas y plantear otras durante el pro ceso de investigación,
manteniendo siempre un eje a lo largo de la misma: el estudio
del paisaje. Este eje constituyó el objeto principal de análisis y
nos permitió ampliar las fuentes de información respecto al
tema. El propósito desde el principio consistió en encontrar
alguna congruencia entre los datos discursivos de tipo histórico,
cartográfico y arqueológico, o bien establecer la
independencia entre ellos.
Recapitularemos exponiendo algunas consideraciones finales,
si guiendo a Raquel Urroz,1 en este libro se concibe el espacio en
cuanto a su territorialidad como la base material que estructura
la identidad colectiva y así, en ambos sentidos, la cultura que
se produce llega a enlazarse con un sitio determinado, mientras
que el medio natural se va transformando en otro cultural por el
pensamiento del hombre. En este sentido, buscamos no
únicamente ser descriptivos, pues no só lo nos enfocamos en la
mera localización exacta de los fenómenos en el espacio, sino
252 Veredas de mar
que relacionamos dicho territorio con su ámbito cul tural, con
la idea de un “paisaje humanizado”.
250 Veredas de mar
Mediante el estudio del paisaje se buscó generar
indicadores de tipo geográfico que nos mostraran las
condiciones necesarias para identificar una actividad que
involucró la apropiación de espacios la custres, fluviales y
costeros. El análisis espacial que se aplicó no preten dió forjar una
postura geográfica determinista sino interdisciplinar, y se
asumió como un paso necesario ya que la zona se ha
concebido como navegable desde la época prehispánica de
acuerdo con datos arqueológicos y, como hemos visto,
continuó siendolo durante toda la época colonial.
En este sentido, el uso de los sistemas de información
geográfica (SIG) debe tomarse como parte de una metodología, no
su base. Son herramientas que ayudan en la visualización y el
procesamiento de datos espaciales y culturales, es decir, una
herramienta para el análi sis del paisaje. Al modelo de análisis
espacial que se aplicó, le hacen falta más indicadores culturales,
lo cual puede representar una desven taja, sin embargo, al ser un
modelo su plasticidad resulta conveniente en gran medida en
función de los parámetros y variables que se pue dan ir
agregando subsecuentemente.
Por otro lado, la navegación prehispánica puede proponerse
co mo un sistema de conectividad de paisaje, un modelo
espacial que plantea la integración del uso de vías fluviales,
lagunas volcánicas y costeras, humedales y esteros, junto con
vías terrestres, constituyendo en una unidad de significado al
paisaje, en este caso, de Los Tuxtlas. Esta conectividad
probablemente sucedió entre diversos elementos del paisaje —
caseríos, centros poblacionales, centros ceremoniales, áreas de
explotación de recursos fluviales, estuarios, lacustres y entornos ma
rítimos— junto con los terrestres.
Esta tradición de navegación prehispánica en la región de
Los Tux tlas dista de ser comprendida. Pareciera que aún falta
la integración de más datos, no obstante, caracterizado por el
aprovechamiento de los entornos acuáticos pudo haber tenido
un engranaje con la tradi ción naval europea sobre la línea de
costa, donde puntos en el paisa je que posiblemente fueron de
gran importancia durante la época pre hispánica lo hayan sido
de manera continua, al menos en cuanto a su reconocimiento
espacial por los navegantes y cartógrafos europeos, y más tarde
mestizos, que reconocieron y plasmaron este sistema en la
Consideraciones finales
cartografía de la región durante al menos tres siglos.
252 Veredas de mar
El engranaje entre la tradición de navegación prehispánica
y la europea se buscó a partir de la reconstrucción de la línea de
costa, con las dificultades que los datos arqueológicos implican
y con la enorme cantidad de datos históricos recuperados.
Sobre la línea de costa, la bisagra de ambas tradiciones descansa
en los rasgos arqueológicos men cionados por Siemens2 y que son
parte del desarrollo de proyectos arqueológicos vigentes —en
este trabajo sólo se menciona su existen cia— los cuales podrían
tener una coespacialidad en relación con los rasgos plasmados
en la cartografía occidental. No es posible más que sugerir que
algunos de estos puntos, como Montepio o Sonte comapan,
formaron parte de los derroteros prehispánicos costeros;
agregaríamos también Roca Partida ya que actualmente es un
punto clave y lo fue durante la época colonial, por lo cual se ha
sugerido su relevancia durante la época prehispánica.3
Cabe recalcar que en ningún momento se trató de subsanar
el vacío prehispánico con el estudio de la época colonial, al
contrario, siempre se buscó caracterizar este periodo por sí mismo
en función de entender los distintos procesos de apropiación del
paisaje de Los Tux tlas, sugiriendo que la tradición prehispánica
debió existir y que al ser distinta de la española era necesario
entender cómo ésta última se habría anclado y sobrevivido a lo
largo del tiempo en el paisaje de esta región. La trascendencia de
entender estos procesos de apropiación tiene que ver con la
comprensión respecto al papel de Los Tuxtlas en la historia del
paisaje. Si hemos dicho que formó parte de sistemas de comercio e
intercambio más amplios, buscamos responder también có mo es
que esta isla de lava se integró a partir de la práctica de la
nave gación. Sin embargo, sigue siendo necesario continuar la
exploración de las formas de navegación prehispánica que
integran los distintos puntos del paisaje y funcionan de manera
unitaria con la apropiación de la tierra firme. Por otro lado,
reconocemos y tratamos de establecer el desarrollo local de una
tradición europea que en aguas profundas desplegó una
maestría como ninguna otra, la cual se vio alterada an te la
nueva geografía de la región, en peligro y obligada a anclarse a
la línea de costa ya antes navegada, recorrida y conocida.
¿Dónde se da esa coyuntura de ambas tradiciones? Pienso que
ahí, donde ambas tenían algo que compartir, sobre la línea de la
costa que con sus bocas de río, sus pequeñas lagunas costeras, sus
Consideraciones finales
prominencias
254 Veredas de mar
rocosas y su oleaje traicionero fue el receptáculo de ambas formas
de apropiación de un entorno tan complejo como el marítimo.
Como menciona Antonio García de León, la percepción del
litoral por sus pobladores no era algo natural, más bien, la
aprensión de este espacio específico, que constituye un territorio
intermedio entre tierra y mar, fue consecuencia de una
construcción cultural que se concreta en la historia y se
modifica con ella, al mismo tiempo que se inscribe en el campo
de las relaciones sociales y se modula en función de sus acto
res quienes posaron su mirada sobre este espacio particular, al que
con tribuyeron a identificar como suyo y casi a “inventarlo” en
oposición a otros.4 En la creación de los puertos, puntos de
referencia, derroteros, áreas de contrabando y piratería,
intervinieron factores políticos, es tratégicos, técnicos y económicos
que involucraron funciones de go bierno, de defensa militar y
tráfico, de control del “territorio líquido y terrestre” sobre el que
una institución mucho más compleja, como lo fue el puerto de
Veracruz en la Colonia, creyó poder ejercer su control. A lo largo
de la época colonial los sistemas territoriales poco a po
co se integraron creando estructuras cambiantes, de tal forma
que la construcción del paisaje en los siglos XVI y XVII se
modeló bajo las condiciones de este proceso históricosocial. Los
ríos se sumaron a esta red formando un sistema dendrítico, es
decir, articulándose al rededor de varias desembocaduras,
entre ellas las de los ríos Coat zacoalcos y Papaloapan que
rodeaban a Los Tuxtlas, conformaron la línea de costa. A lo
largo de este proceso, la isla de Los Tuxtlas, la de lava, fue
todo menos eso, un sector aislado y solitario. La población
humana se ha visto atraída a ella desde siempre, tal vez sea la
magia de la que habla Sergio Guevara, tal vez sea porque parece
tenerlo todo. La altura de un vigía que alcanza a vislumbrar todo
aquello que la ro dea; las planicies no siempre placenteras por
las condiciones extre mas que las permean, aunque siempre llenas
de abundantes recursos. El paisaje marítimo, el volcánico, el
lacustre, todos ellos aprovechados en la época prehispánica, tal
vez fueron vistos de otro modo con la llegada de los españoles.
Algo es seguro, Los Tuxtlas se impregnaron en la memoria de los
navegantes conquistadores desde el primer mo mento en que la
región fue vislumbrada desde alta mar. Posteriormen te
representó un refugio, tal vez lo ha sido siempre, si evaluamos
Consideraciones finales
la
256 Veredas de mar
información arqueológica disponible, pero ¿refugio de quién? de aquél
que fuera capaz de apropiarse de ella.
Finalmente, retomamos la siguiente reflexión de Westerdahl,5
en la cual el autor nos hace recapacitar sobre cómo la
arqueología y la historia de las embarcaciones, de las prácticas de
navegación, conti núan siendo fundamentales, siempre buscando la
contextualización holística de esta práctica. Así, de acuerdo con
el autor, encontramos que la integración de la forma de
apropiación acuática y terrestre funcionó la mayoría de las
veces como una unidad. Eso es precisa mente lo que hemos
intentado hacer aquí. No darle un lugar a la na vegación
superior al de cualquier otro tipo de mecanismo de vincu lación
con el paisaje, sino tratar de caracterizarla en un principio, para
después conocer su desarrollo al lado de las formas de
apropiación terrestre. Como el mismo autor reflexiona, la única
manera de lograr esto es usando fuentes poco convencionales,
ya que la historia y la ar queología de estos procesos resultan ser
la mayoría de las veces escasas. Para terminar, insistimos en que
el estudio de las tradiciones de navegación durante la época
prehispánica debe entenderse a su vez como el estudio de las
posibilidades de rutas de comunicación no ex clusivamente en
tierra firme; del entendimiento de una tecnología a primera
vista sencilla, pero que sobre todo fue efectiva y permitió que
las sociedades mesoamericanas se desplazaran, comunicaran e
inte graran dentro de un complejo entorno. La navegación,
como un sis tema que involucró tecnologías y conocimientos
especializados que aún están lejos de ser del todo entendidos,
ayudó a que el hombre mesoamericano surcara las aguas que
hoy en día podrían verse como simples obstáculos, o descartarse
como opciones de movilidad. El es tudio de su permanencia a lo
largo de la Colonia permite entrever que los españoles que
llegaron a las tierras inundadas supieron apro vechar por algún
tiempo estos sistemas de comunicación, comercio y transporte, y
que con el paso de los años fueron relegados ante la irre
mediable preponderancia de los caminos terrestres y la tecnología
que
de forma irremediable alcanzó al territorio novohispano.
Consideraciones finales
NoTas
1
Urroz, 2012.
2
Siemens, 2010.
3
Delgado, Parra y Ortiz, 2008.
4
García de León, 2011.
5
Westerdahl, 2007: 192.
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aNexo
Mapa 2. Rutas fluviales de acuerdo con los datos e interpretaciones arqueológicas disponibles
del periodo Clásico. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
278 Veredas de mar
Mapa 3. Rutas fluviales de acuerdo con los datos e interpretaciones arqueológicas disponibles
del periodo Postclásico. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
Mapa 4. Altitudes del terreno en relación con el mar (metros sobre el nivel del mar).
Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
Anexo
Mapa 6. Se representan áreas que indican la distancia respecto al río o cuerpo de agua. En
este caso para indicar la presencia del río, dado que se requería de una imagen tipo raster que
se pudiera vincular con el mapa de pendientes. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
280 Veredas de mar
Mapa 7. Las categorías del mapa de distancias original (mapa 6) han sido cambiadas por una
escala del 1 al 10. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
Mapa 8. Las categorías de pendiente del terreno del mapa 5 fueron sustituidas por la
escala del 1 al 10. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
Anexo
Mapa 9. Resultado de la integración de las dos variables (presencia del cuerpo de agua y
pendiente del terreno). La escala es del 10 al 1 e indica que el color azul, que corresponde al
10, son las áreas que cumplen con las condiciones establecidas. Elaboración: Mariana Favila
Vázquez.
282 Veredas de mar
Mapa 10. Mapa final que reduce las categorías a seis, presentando en azul oscuro las
áreas más navegables y su contrastación con los ríos usados para el modelo.
Elaboración: Mariana Favila Vázquez.
Anexo
Mapa 11. Se comparan las rutas navegables derivadas de las interpretaciones arqueológicas
y las zonas navegables derivadas del análisis espacial. Elaboración: Mariana Favila
Vázquez.
Villa de Tuztla
Río Cañas
Roca Partida
Lago de Catemaco
Pta. Sapotitlan
Sa. Minzapas
Olapa Olapilla
Pta. de Sn. Juan
Mapa 12. Sector de la barra de Alvarado hasta Coatzacoalcos del mapa llamado Porción de la costa del seno mexicano desde la puntilla de
Piedra al sureste hasta la barra de Coatzacoalcos; Itsmo de Tehuantepec hasta el mar del sur.
Fuente: Miguel del Corral y Joaquín de Aranda, 1793 (AGN, número de pieza: 0373 clasificación: 977/0361).
Anexo
ILUSTRACIÓN 2. Sobreposición de las dos imágenes raster que resultan del paso 2 del diagrama 1, que
consiste en derivar información de los datos que tenemos (recordemos que estos eran los ríos en
formato vectorial y las curvas de nivel, también en formato vectorial).
Veredas de mar y río. Navegación prehispánica y colonial en Los Tuxtlas,
Veracruz
—editado por la Coordinación General de Estudios de Posgrado
y el Programa de Maestría y Doctorado en Estudios
Mesoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de
México—