El Mensaje Del Movimiento de Santidad

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El mensaje del

Movimiento de Santidad
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Editorial: Incubadoras de Penteeostalismo


El mensaje del Movimiento de Santidad
La Carne y el Espíritu
Santidad - la falsa y la verdadera
La esperanza del creyente cristiano
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Editorial:

Incubadoras de
Pentecostalismo
En un número anterior de Pregonero de Justicia, examinamos
el Movimiento Pentecostal a la luz del Evangelio de los apóstoles y
de los reformadores. Pesado en la balanza del Evangelio fue hallado
falto. Pero nos apresuramos a añadir que no podemos lavarnos las
manos en inocencia, y ni siquiera decir con condescendencia: "Allí
estaría yo si no fuera por la gracia de Dios".

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El Movimiento Carismático tiene sus raíces en todas las
iglesias establecidas. Podemos enorgullecernos de nuestra ortodoxia
y aborrecer las pretensiones del don de lenguas, pero, como parte del
cuerpo protestante en general, hemos estado operando las
incubadoras del pentecostalismo. Cualquier verdad que nos condene
a nosotros mismos puede no ser bien recibida. Israel se regocijaba
cuando escuchaba a Amós amonestando las naciones circunvecinas
como Damasco, Gaza, Ascalón, Edom y Moab (véase Amós 1, y 2),
pero cuando el profeta dijo: "Así ha dicho Jehová: Por tres pecados
de Israel y por el cuarto..." buscaron inmediatamente algún modo de
hacer volver el humilde profeta a Tekoa.

La herejía de la ortodoxia formalista

Los que son ardientemente leales al protestantismo ortodoxo


deben comprender que algunas veces la ortodoxia formalista es la
peor de las herejías. El período que siguió a la época de los
reformadores se conoce en la historia religiosa como la era de la
ortodoxia. En tanto que produjo alguna buena teología, también
produjo una iglesia muerta, que a su vez generó la reacción
inevitable del pietismo.
La ortodoxia tiende a confundir la rectitud de credo con la fe
salvadora. Confunde su definición de la verdad con la Verdad viva
misma. Hace que el creyente dirija su fe hacia un cuerpo ortodoxo de
doctrinas más bien que hacia la Persona de Jesucristo. De esta forma
es que se intelectualiza a la fe. Este proceso se manifestó en la
iglesia primitiva después que los apóstoles salieron de escena y se
repitió después que pasó la generación de los reformadores.
En cierta ocasión un ministro le preguntó a un célebre actor,
por qué la gente se amontonaba en los teatros y escenarios en vez de

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hacerlo en las iglesias. El actor contestó: "Ustedes los predicadores
hablan de las cosas reales como si fueran imaginarias, pero nosotros
hablamos de las cosas imaginarias como si fueran reales".
Muchas personas no pueden soportar el formalismo muerto de
la "antigua y buena" iglesia. Algunos han tomado la religión de la
misma forma que un niño toma una medicina; como algo terrible de
tomar. Y, he aquí que ahora parece haber algo de vida y vitalidad en
el Movimiento Carismático. Después de todo, ¿quién puede
culparlos por estar desilusionados de las iglesias donde predicadores
dormidos predican a gente dormida?
En vista de la amenaza, muchos ministros están adoptando el
refrán popular que dice: "Si no puedes contra ellos, únete a ellos".
De esta manera creen conveniente integrar a sus iglesias, en forma
aceptable, el circo carismático con su "rock" religioso, sus
acrobacias lingüísticas y sus fantásticas alucinaciones religiosas.
Por supuesto, hay cierta clase de ministros que no tienen la
intención de competir con estos "profetas instantáneos" en sus
congregaciones. Estos están determinados a conservar la "senda
antigua". Pero, desafortunadamente, podrían resultar persiguiendo al
diablo en bicicleta cuando éste huye en un avión.
El pentecostalismo puede ser una plaga y una herejía, pero
¿será peor que una ortodoxia muerta, donde escasamente circula el
aliento de vida celestial? ¿Cómo podemos condenar en justicia al
pentecostalismo cuando somos nosotros mismos los que lo
engendramos?

Falta de celo evangélico

La palabra entusiasmo ha venido a considerarse como una


palabra negativa en la mayoría de los círculos ortodoxos. Trae a la
memoria la imagen de los evangélicos radicales del siglo dieciséis (a
los que Lutero llamaba "los entusiastas"); exaltados reavivalistas
dentro del movimiento de santidad y emotivos pentecostales.
Supóngase que pudiéramos escuchar a los primeros cristianos
proclamar la resurrección de Jesús; ¿es descartable del todo la
posibilidad de que los acusáramos (como hizo Roberto Walpole con
Wesley) de dejarse llevar de un "desagradable entusiasmo"?
Los editores del Pregonero de Justicia creen que el apóstol
Pablo no viró el mundo al revés, dictando conferencias teológicas

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secas (aunque correctas). El suyo era un mensaje vivo y conmovedor
acerca de un Salvador crucificado, resucitado y próximo a venir.
Pablo habló con toda su alma y pasión, como también en el poder
del Espíritu. Los discípulos que descubrieron a Jesús en su camino a
Emaús no cansaron a los demás discípulos contándoles la letanía de
un "primer", "segundo" y "tercer" paso.
No ofrecemos disculpas por decir que el Evangelio sigue
siendo la más emocionante noticia que jamás se haya proclamado
entre los hombres. Jesús es la Perla de gran precio. El Evangelio es
el tesoro escondido en un campo. Cristo ha quitado el pecado,
conquistado a la muerte y nos ha dado la vida eterna. ¿Quién puede
declarar esto sinceramente y sin entusiasmo?
El saludable entusiasmo que Cristo pide que tengamos en la
proclamación del mensaje final para su iglesia no debe confundirse
con el entusiasmo pentecostal. Los pentecostales se llenan de cierta
euforia por lo que ellos suponen que el Espíritu está haciendo en sus
vidas. En las palabras de cierta publicación, esto se dice como sigue:
"Los muchachos de Jesús están muy emocionados por lo que el
Espíritu Santo está haciendo en sus vidas". Por lo intensamente
subjetivo, introspectivo y enaltecedor del ego, esta clase de
entusiasmo no es saludable. (El orgullo nunca es mayor que cuando
se tiene una experiencia religiosa sorprendente que relatar). Con
todo, no puede negarse que los apóstoles eran entusiastas. Pero su
entusiasmo estaba fundado en algo objetivo. Su mensaje era la
Buena Nueva de lo que Dios había hecho por ellos en Cristo "y con
gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del
Señor Jesús". Hech. 4:33.
El Evangelio sigue siendo nuevas de gran gozo para todas las
naciones (Lucas 2:10). Las alternativas no deben ser ni un
cristianismo tibio, ni el entusiasmo del pentecostalismo. La pregunta
debe ser si nuestro entusiasmo está basado en nuestra experiencia o
en la gloria de la actividad salvadora de Dios en Cristo.

El fracaso de no sostener la centralidad de la justificación por la


fe

Se conoce muy bien que Lutero describió a la doctrina de la


justificación por la fe como el "artículus stantis vel cadentis
ecclesiae" – es decir, el artículo de fe que decide si la iglesia está de

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pie o cayendo. No es suficiente que tengamos esta doctrina como
una más entre las que están establecidas en nuestro credo. Lutero
quiso decir que esta doctrina tenía que ser la verdad que se tragaría a
todas las demás. Muchos profesarán creer en la justificación por la
fe. Puede que hasta suenen muy correctos, pero para ellos esta
doctrina representa sólo un paso inicial en la vida cristiana y deja de
ser el artículo central. Para ellos otras cosas, como la experiencia
cristiana, la santificación o la vida llena del Espíritu, subordinan la
justificación en su pensamiento, escritura y predicación.

Cuando quiera y dondequiera que se haya predicado la verdad


de la justificación por la fe, el Espíritu Santo estuvo presente para
renovar al pueblo de Dios y para traer el aliento celestial a la iglesia.
Él es el que riega el jardín de Dios y el que hace brotar nueva vida,
produciendo frutos para la gloria de Dios. Si razonamos de efecto a
causa podemos decir confiadamente que la triste condición presente
del protestantismo en general es el resultado de haber descuidado la
verdad de la justificación. Y por esto es que se nos está castigando
con la plaga del pentecostalismo.

La mentalidad reavivalista santificacionista

Algunos pueden estar pensando: "Hagámosle frente al asunto


del pentecostalismo teniendo un reavivamiento en nuestra propia
iglesia". Aparte de lo vano que es el pensamiento de que se puede
tener un reavivamiento en la iglesia en el momento que se lo desea
(como si se pudiera llamar al Espíritu Santo como se llama a un
siervo obediente), debe hacerse la observación de que el
pentecostalismo es el resultado final de una mentalidad reavivalista
que por más de cien años ha estado creciendo en la América
protestante.
En "los buenos tiempos" de los días de la frontera, la gente
recibía su religión con grande colorido y excitación. La esencia de la
"buena" predicación era producir una respuesta emocional en la
congregación. Fuera que la predicación se diera para la primera
bendición de la conversión o para la "segunda bendición" de la
completa santificación, su énfasis abrumador tendía hacia la
adquisición de una experiencia que pudiera verse, escucharse o

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palparse. El énfasis recaía en una experiencia sentimental, más bien
que en la justicia que es de la fe; en un suceso subjetivo más bien
que en el Evangelio objetivo. Como lo señala el erudito católico
Louis Bouyer en su libro The Spirit and Forms of Protestantism (El
espíritu y las formas del protestantismo), generalmente los
reavivamientos son una antítesis del mensaje de la Reforma acerca
de la justificación mediante una justicia imputada. De hecho, como
él apunta, tienden a llevar el movimiento protestante a una armonía
básica con la Iglesia Católica. El pentecostalismo simplemente lleva
consigo la tradición del reavivalismo americano, ofreciéndole a la
gente la culminación de lo que muchos reavivamientos han
prometido – un suceso religioso tangible, empírico y excitante. Por
la forma en que generalmente se llevan a cabo, estos reavivamientos
engendran el pentecostalismo, aunque los reavivalistas se opongan
violentamente a las "lenguas".
Lo mismo puede decirse del movimiento de santidad que
asedió al protestantismo americano durante el siglo diecinueve. Los
grupos de "santidad" todavía existen; tanto la teología como los
libros acerca de la "santidad" todavía circulan por millones hoy en
día. Los propagadores del énfasis de la "santidad" pueden oponerse a
los pentecostales pero el hecho es que, en su énfasis fundamental, su
teología es la misma. Puede que difieran en cuanto a la forma en que
dicen obtener su "segunda bendición" pero su filosofía religiosa es la
misma.
La teología de la "santidad" se caracteriza por su énfasis
supremo en la experiencia cristiana; "la vida llena del Espíritu", "la
vida victoriosa", etc. Ahí la obra de Dios en el hombre suplanta al
Evangelio de la obra de Dios por el hombre. Ahí la justificación no
es el centro de su mensaje, y la santificación o la vida llena del
Espíritu o "Cristo en vosotros" etc., le quita la centralidad a la
justificación. Con frecuencia adquiere la forma de promover una
definida "segunda bendición", algo que supone ser mucho mejor y
mayor que la justificación. El énfasis se orienta hacia el hombre y su
experiencia. Es abrumadoramente introspectivo y subjetivo. Pone a
la gente a velar ardorosamente su temperatura espiritual y a tomarse
el pulso espiritual constantemente. Ha producido sus miles de
hipocondríacos espirituales, y su testimonio se ocupa del "Cristo" en
ellos y de los sentimientos de santidad o destellos de pureza que éste
les haga experimentar. Las personas que se han dedicado a seguir
este curso nunca pueden estar seguras del momento en que gozan de

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esta segunda bendición especial. Y es aquí donde el pentecostalismo
propone una respuesta tangible para esta interrogante. Propone que
la "segunda bendición" puede reconocerse por el fenómeno físico-
visible del "hablar en lenguas". Mientras los reavivalistas y las
cruzadas juveniles orienten a la gente hacia su propia experiencia
estarán respaldando al movimiento pentecostal, aunque griten a toda
voz en su contra.
Finalmente decimos que, a menos que participemos en un
despertar genuino y en la readquisición de la verdad central de la
Reforma (la justificación por la fe), no tendremos recursos para
resistir el degüello presente de parte del subjetivismo religioso. Y si
traicionamos el secreto de la fortaleza del protestantismo,
entregándoselo a la Dalila del ecumenismo, quedaremos
avergonzados y humillados en la prueba venidera de esta gran
confrontación espiritual.

– Este editorial fue escrito por el editor anterior y aparece


enPregonero de Justicia Vol. 3 #2.

El mensaje del
Movimiento de Santidad
Los historiadores protestantes, católicos y pentecostales
reconocen que el movimiento carismático moderno tiene sus raíces
en el movimiento de la santidad. El pentecostalismo es la extensión
lógica e inevitable de la teología de la santidad. Por esta razón
el Pregonero de Justicia dedicará este número a una evaluación de la
doctrina de la santidad.
Citaremos de dos libros acerca del énfasis de la "santidad"
(libros que aún están en circulación en los Estados Unidos). Así
como existen muchos tipos de pentecostalismo, existen también
muchos tipos de doctrinas del énfasis de la "santidad". Pero toda
doctrina de este énfasis se distingue fácilmente por una
característica: en vez de permitir que la santidad de vida aparezca en
su lugar verdadero, como fruto de la predicación del Evangelio, la

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consecución de santidad en la vida constituye de suyo el evangelio
de santidad.
La primera presentación, escrita por Juan Morgan, propone
como condición para ser justificado tal estado de santidad de vida
que es seguro que ningún pecador jamás podría alcanzar la
justificación si tuviera que satisfacer dicha condición. La enseñanza
de Morgan es un grito a la distancia del mensaje de San Pablo de que
Dios justifica al impío que cree (Rom. 4:5).
La segunda presentación, cuyo autor es C. W. Ruth, propone
que la consecución de la "segunda bendición" (que supuestamente
erradica el pecado innato) es una condición para retener la bendición
de la justificación. Resulta evidente que ningún creyente podría
retener su justificación sobre la condición planteada por este autor
del énfasis de la "santidad".
Ninguno de estos autores tiene cosa alguna que decir acerca
del acto salvífico de Dios en Cristo. No se dirige la esperanza del
creyente hacia la obra redentora de Dios fuera del pecador, sino que
se la hace descansar sobre la obra de la gracia que se efectúa dentro
del creyente. Esta doctrina es el viejo romanismo vestido en unos
pocos estropajos reavivalistas protestantes.
Nota como Juan Morgan explica la necesidad de una santidad
personal antes de ser aceptado para con Dios: y como rechaza la
verdad de Romanos 7 que enseña que el cristiano verdadero aun es
pecador:
" '¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo?' En
todas las generaciones ésta ha sido la pregunta solemne y ferviente de almas
solícitas. Es la pregunta de uno que ha pecado – pregunta, sin embargo, de
esperanza y no de desesperación. Es la pregunta de uno que percibe que quizá
pueda haber un acercamiento aceptable hacia el Alto y Santo. Pero tal pregunta
presupone que independientemente de lo que Dios haya hecho, esté haciendo o
esté listo para hacer en favor de su salvación, el que pregunta tiene una
responsabilidad personal que debe afrontar, y que hay condiciones que debe
cumplir. ¿Qué haré para heredar la vida eterna? Tal pregunta reconoce la
agencia moral del que pregunta y la necesidad de su ejercicio pertinente.
"Es de común aceptación, excepto entre los antinomianos extremos, que
para recibir la aceptación de Dios resulta indispensable algún grado de
conformidad con la ley divina....
"Procedamos más directamente a la pregunta de si es o no condición de
aceptación para con Dios la completa obediencia a los requisitos de la ley. Los
que creen que 'las mejores obras de personas justificadas están manchadas ante
la vista de Dios, no pueden creer que la completa obediencia a la ley divina es

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una condición necesaria para el favor divino....
"Tal parecería que, de acuerdo con la perspectiva del apóstol [Pablo]
debemos conformarnos a la ley a fin de agradar a Dios. Y ¿cómo será que el que
es 'muy limpio de ojos para ver el mal' y que no puede 'ver el agravio' se
complazca con menos que una plena conformidad a ella?
"... Todo el argumento de Pablo en el sexto, séptimo y octavo
capítulos de Romanos procede bajo la suposición de que la total
subyugación del pecado es indispensable para la justificación.
"Estamos muy conscientes de la interpretación aún vigente hoy en día
entre los escritores calvinistas en Inglaterra y América de Romanos 7:7-25. Es
una interpretación que, comenzando con Agustín, se regó extensamente en la
iglesia mediante su gran influencia, y ganó aún más aceptación por haberla
adoptado y sancionado los reformadores Calvino y Lutero.... A pesar de la
venerable autoridad de los reformadores, y de la alta estima en la que son
tenidos por evangélicos en todo el mundo, todo el cuerpo de piadosos
comentaristas alemanes, varios de los más distinguidos en Escocia e Inglaterra y
los profesores Stuart y Robinsón de América se han visto compelidos por el
argumento del apóstol, a pesar de su parcialidad teológica, a retornar a la
interpretación antigua....
"La doctrina en la que nos interesamos al presente no es la de la sencillez
de las acciones morales, ni la de la constante impecabilidad de los que se han
convertido, sino ésta: que sencillamente nada inferior a una entera conformidad
presente con la ley divina es aceptada por Dios. Ahora, nosotros admitimos que
si se pudiera hacer que la Escritura representase a los santos como pecaminosos
continuamente, tal cosa probaría ser fatal para nuestra posición, aunque
entonces quedaríamos confusos en lo que toca a la forma de interpretar los
numerosos textos que hemos estado citando, y cómo hacer que estos armonicen
con los textos que se aducen en contra nuestra." – Juan Morgan, Holiness
Acceptable to God (Santidad aceptable a Dios), Bethany Fellowship Inc.,
Minneápolis, Minnesota, págs 7-51.

Notarás que el autor hace apelación a la posición de muchos


escolásticos en lugar de examinar cuidadosamente el texto de
Romanos 7. Además la doctrina paulina y de la Reforma, declara
que para la aceptación divina es necesario tener una conformidad
absoluta con la ley de Dios. Morgan falla por completo al no mostrar
que Dios ha provisto tal obediencia en la obediencia de Cristo. La fe
trae a Dios la perfecta obediencia de Jesús, y esta obediencia es
puesta a la cuenta del pecador.
Juan Morgan fue amigo de toda la vida de Carlos G. Finney y
consejero textual en el Colegio de Oberlin. Finney tuvo en tan
elevada estima la presentación de Morgan que la incluyó en la
edición original de su Teología Sistemática, volúmen 2. Esta
presentación constituye la perspectiva teológica de uno de los más

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renombrados reavivalistas de América. Así como la escuela de
Finney enseñó que la perfecta obediencia del creyente a la ley era
una condición para obtener la justificación, también discrepó con la
doctrina de los reformadores de que todas las obras buenas de los
santos, estando manchadas con imperfección humana, no pueden
satisfacer las demandas de la ley de Dios. Nos preguntamos si la
escuela de Finney estaba consciente de que, sustancialmente, sus
argumentos eran los mismos que usaron los católicos romanos para
oponerse a Lutero y a Calvino.
Ahora consideramos la cita de C. W. Ruth:
"La santificación es una experiencia subsiguiente a la regeneración,
condicionada a la entera consagración y fe, privilegio de todo creyente, para ser
experimentada y disfrutada en esta vida. Mediante el bautismo del Espíritu
Santo se destruye el pecado innato y el corazón es perfeccionado en amor.... En
Hechos 26:18 encontramos que la santificación se obtiene por la fe. Viendo que
es una obra que Dios debe hacer por nosotros, no necesitamos esperar por el
crecimiento, la muerte o el purgatorio, sino que podemos entrar por la fe en esta
bendita experiencia en el instante que la consagración sea entera y completa. A
la vez que hay un acercamiento gradual a esta experiencia desde la posición
humana, la obra divina es instantánea. ¡Aleluya! ....
"La santificación es la 'segunda bendición' exactamente en el mismo
sentido que la justificación es la primera bendición....
"Exactamente como la justificación es la primera bendición que efectúa
un cambio interno permanente, la santificación es la 'segunda bendición, tan
propiamente así llamada'.... Tan ciertamente como la justificación marca una
época clara y una crisis en la vida de los que la reciben, es igualmente cierto que
la santificación marca una segunda época, una segunda crisis, una segunda
experiencia y por consiguiente, es una 'segunda bendición, tan propiamente así
llamada'....
"... La teoría arminiana, wesleyana y del movimiento de santidad de la
segunda bendición es que, subsiguientemente a la regeneración mediante la fe y
consagración absolutas, puede haber una limpieza y erradicación instantáneas de
todo el pecado del creyente mediante el bautismo del Espíritu Santo y fuego....
"Quienquiera que esté santificado totalmente tiene el bautismo del
Espíritu Santo; quienquiera que tenga el bautismo del Espíritu Santo está
totalmente santificado. Es el bautismo del Espíritu Santo el que santifica
totalmente. Estos términos representan simplemente diferentes fases de la
misma experiencia y son usados como sinónimos. Cuando la consagración del
creyente es total y completa, el 'viejo hombre' o pecado innato es crucificado y
erradicado mediante el bautismo del Espíritu Santo....
"... después de ser santificados por completo y de ser destruida y
erradicada de sus corazones la naturaleza carnal, cesaron de hacer las cosas que
no debían hacer y encontraron que tenían en sus corazones la gracia y el poder
para llevar a cabo toda la voluntad de Dios, que les hacía 'más que vencedores '

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y ponía el verdadero ritmo de la victoria en sus almas. Así que, en vez de ir al
'banco de plañideras ' antes de retirarse a la cama, sencillamente subieron a la
tarima del coro y sacaron su bocina, flauta, tamboril, arpa, salterio, zampoña y
todo instrumento de música y cantaron y gritaron sus alegres doxologías de
alabanza a Dios por su 'poder preservador ' y las gloriosas victorias de otro día.
Así como es cierto que el fundamento preserva al edificio, también lo es que el
edificio preserva al fundamento e igualmente seguro es que la experiencia de la
santificación lo preserva o capacita a uno para mantener la experiencia de la
justificación. ¡Bendito sea Dios!" – C. W. Ruth, Entire Sanctification (Entera
santificación), 1937, Beacon Hill Press, Kansas City, Missouri, págs. 14-99.

C. W. Ruth hace un enfoque diferente al de Juan Morgan. En


tanto que Morgan asegura que el logro de cierta medida de santidad
es una condición necesaria para obtener la justificación, Ruth toma
una posición que es de mayor aceptación hoy en día – aboga en
favor de la consecución de cierto grado de santidad como condición
necesaria para retener la justificación.
El lector podrá observar la subordinación definitiva de la
justificación a la santificación en la ideología de este autor. Esta es la
marca de distinción de toda doctrina del énfasis de la "santidad".
A fin de que el lector pueda captar el contraste marcado que
existe entre el mensaje que dió nacimiento a la Reforma Protestante
y el que dió nacimiento a la doctrina de la santidad, reproducimos en
el siguiente artículo algunos de los comentarios de Martín Lutero
sobre Gálatas 5. No se imagine nadie que el mensaje de Lutero
representa meramente otra forma de expresar el Evangelio. Es una
doctrina completamente diferente. La teología de Lutero no sólo
tiene un fundamento diferente para recibir y para retener la
justificaci6n, sino que toda su filosofía de la vida cristiana es tan
diferente de la que presenta el concepto de la "santidad" como lo es
el día de la noche. (Después del artículo de Lutero sigue el
testimonio de H. A. Ironside que también tiene mucho que ver con
las ideas expresadas por Morgan y Ruth.)

– Este artículo fue compuesto por el editor anterior y aparece en


forma mas amplia en Pregonero de Justicia Vol. 3 #2.

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La Carne y el Espíritu
"Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del
Espíritu es contra la carne: y estos se oponen entre sí para que
no hagáis lo que quisiereis". [Gál. 5:17]

Estos dos capitanes ó líderes (dice él), la carne y el espíritu,


están el uno contra el otro en tu cuerpo, para que no hagas lo que
quieres. Y este texto testifica claramente que Pablo escribe tales
cosas a los santos, esto es, a la iglesia que cree en Cristo, bautizada,
justificada, renovada y teniendo el pleno perdón de los pecados.
Más, a pesar de esto, dice que ella tiene a la carne rebelándose en
contra del espíritu. De la misma forma habla de sí mismo en el
séptimo capítulo de Romanos: "Mas yo (dice él) soy carnal vendido
al pecado", y de nuevo: "veo otra ley en mis miembros que se rebela
contra la ley de mi mente", además: "¡Miserable de mi! ", etc.
Aquí no sólo los escolásticos sino algunos de los antiguos
padres también quedaron muy perturbados buscando la manera de
excusar a Pablo. Porque les parece absurdo e indecoroso decir que
ese vaso elegido de Cristo tuviera pecado. Pero nosotros creemos las
propias palabras de Pablo, en las que él mismo confiesa estar
vendido al pecado; que es llevado cautivo al pecado; que tiene una
ley en sus miembros que se rebela en su contra y que en la carne
sirve a la ley del pecado. Aquí ellos arguyen que el apóstol habla en
términos de la persona impía. Pero los impíos no se quejan de la
rebelión de su carne, ni de ninguna batalla o conflicto, ni de la
cautividad y esclavitud del pecado; porque el pecado reina en ellos
poderosamente. Por lo tanto, ésta es la queja del propio Pablo y de
todos los santos. De modo que los que han excusado a Pablo y a
otros santos eximiéndoles del pecado han hecho una cosa muy
perversa. Porque por esta creencia (la cual procede de la ignorancia
de la doctrina de la fe) han robado un consuelo muy peculiar a la
iglesia, han abolido el perdón de los pecados y hecho vana la cruz de
Cristo.

Pero nuestro único fundamento y ancla debe ser esto: que


Cristo es nuestra única justicia perfecta. Si no tenemos nada en qué
confiar, todavía permanecen estas tres cosas (como Pablo dice): la

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fe, la esperanza y el amor. Entonces siempre tenemos que echar
mano de Cristo como Cabeza y Fuente de nuestra justicia. Aquel que
en él cree, no será avergonzado. Más aún, debemos esforzarnos por
ser rectos exteriormente; es decir, no consentir a la carne que
siempre nos tienta hacia algún mal; sino resistirla por el espíritu. No
debemos ser vencidos por la impaciencia debido a la ingratitud y
menosprecio de la gente que abusa de la libertad cristiana, más bien
debemos sobreponernos a esto y a todas las demás tentaciones
mediante el Espíritu. Por lo tanto, ved que en la medida en que
luchamos contra la carne, en esa medida somos justos exteriormente;
a pesar de que tal justicia no nos recomienda delante de Dios.
Decimos entonces que no desespere ningún hombre si siente a
menudo que la carne levanta nuevas contiendas en contra del
espíritu, ni tampoco si no puede subyugar prontamente a la carne y
hacerla obediente al espíritu. Yo mismo también quisiera tener un
corazón más valiente y constante, que fuera capaz no sólo de
despreciar audazmente las amenazas de los tiranos, o las herejías, o
las ofensas y tumultos que los espíritus fantásticos suscitan; sino
también ser capaz de sacudirme rápidamente de las incomodidades y
angustias del espíritu y, en pocas palabras, no temer la agudeza de la
muerte sino poder recibirla como al más amigable huésped. Pero
hallo otra ley en mis miembros que se rebela en contra de la ley de
mi mente, etc. Otros luchan con tentaciones inferiores como lo son
la pobreza, la censura, la impaciencia y otras semejantes.
Nuevamente, no se maraville ni desmaye hombre alguno
cuando sienta en su cuerpo esta batalla de la carne contra el espíritu,
sino levante su corazón y consuélese a sí mismo con estas palabras
de Pablo: "El deseo de la carne es contra el espíritu", etc., y: "estos
se oponen entre sí para que no hagáis lo que quisiereis". Porque
mediante estas declaraciones él consuela a los que son tentados. Es
como si dijera: Es imposible que sigáis la dirección del Espíritu en
todas las cosas sin tener algún sentimiento o impedimento de la
carne; no, la carne se resistirá. Resistirá y estorbará para que no
hagáis las cosas que alegremente queréis hacer. Aquí bastará con que
resistías a la carne y no cumpláis con su deseo; es decir, si seguís al
espíritu y no a la carne que fácilmente queda vencida por la
impaciencia, que codicia la venganza, que es iracunda, se resiente,
odia a Dios, se disgusta con él y se desalienta, etc. Por esto, cuando
un hombre sienta esta batalla en la carne, no se desaliente, sino
resista en el Espíritu y diga: "Soy un pecador, y siento en mi el

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pecado, porque aún llevo conmigo la carne en la que mora el pecado
mientras ésta vive. Mas por la fe y la esperanza echaré mano de
Cristo, y por su Palabra me levantaré y estando en pié no cumpliré el
deseo de la carne".

Es muy ventajoso para el piadoso conocer esto y llevarlo muy


en mente, porque tal pensamiento lo consuela maravillosamente
cuando es tentado. Cuando yo era monje, pensaba una y otra vez que
había sido desechado si sentía en cualquier momento la
concupiscencia de la carne; es decir, si sentía cualquier tendencia
maligna, deseo carnal, ira, odio o envidia contra algún hermano.
Intenté muchos métodos para librarme de esto, confesaba
diariamente, etc. Pero de nada me valía, porque la concupiscencia de
mi carne siempre volvía. De modo que no hallaba descanso, sino que
continuamente me asediaban estos pensamientos: "Este o aquél
pecado has cometido; estás infectado de envidia, de impaciencia y
otros pecados semejantes; por eso has entrado en vano en esta santa
orden y todas tus buenas obras son inútiles". Si en aquel entonces
hubiera entendido correctamente estas declaraciones de Pablo: "El
deseo de la carne es contra el espíritu y el del espíritu contra la
carne", etc., y "estos se oponen entre sí para que no hagáis lo que
quisiereis", no me hubiera atormentado tan miserablemente, sino que
habría pensado y me hubiera dicho a mi mismo como comúnmente
me digo ahora: "Martín, no vas a estar completamente libre de
pecado, porque todavía tienes carne. Por esto sentirás en ti la batalla,
así como lo dice Pablo, 'la carne se opone al espíritu'. Por esto no
desalientes, sino resístela fuertemente y no cumplas el deseo de ella.
Haciendo esto no estarás bajo la ley."
Recuerdo que Staupitius acostumbraba decir: "He prometido a
Dios más de mil veces que me haría un mejor hombre, pero nunca he
hecho lo que prometí. De aquí en adelante no haré tal voto, porque
he aprendido por experiencia que no soy capaz de llevarlo a cabo.
Por tanto, a menos que Dios sea propicio y misericordioso conmigo
por causa de Cristo y me conceda una santa y bendita hora cuando
parta de esta vida miserable, no seré capaz con todos mis votos y
todas mis buenas obras de presentarme delante de él". Esta no sólo
es una desesperación verdadera, sino también santa y piadosa. Y esto
es lo que todos los que han de ser salvos deben confesar con sus
bocas y en su corazón. Porque los piadosos no confían en su justicia

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propia, sino que dicen con David: "No entres en juicio con tu siervo;
porque no se justificará delante de ti ningún ser humano" (Sal.
143:2), y: "Jah, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá
mantenerse?" (Sal. 130:3). Los tales miran a Cristo, su
Reconciliador, quien dió su vida por sus pecados. Más aún, saben
que el remanente de pecado que está en su carne no es puesto a su
cuenta, sino perdonado gratuitamente. No obstante, mientras tanto,
luchan en el Espíritu contra la carne para no cumplir sus deseos. Y
aunque sienten que la carne se enfurece y se rebela contra el espíritu
y que por sus debilidades ellos mismos caen en pecado algunas
veces, no se desalientan ni piensan por esto que su estado, forma de
vida y obras que hacen de acuerdo a su llamado desagradan a Dios,
sino más bien se levantan a sí mismos por fe.
Así es como los justos reciben grande consolación por esta
doctrina de Pablo: sabiendo que ellos mismos tienen en parte la
carne y en parte el espíritu, pero de tal manera que el espíritu reina y
la carne queda sometida, para que reine la justicia y sirva el pecado.
El que no conoce esta doctrina y piensa que los fieles deberían estar
libres de faltas, y a la vez nota lo contrario en sí mismo,
necesariamente debe quedar ahogado por el espíritu de tristeza y cae,
a la larga, en la desesperación. Pero para cualquiera que conoce bien
esta doctrina y la usa correctamente, las cosas que son malas se
tornan en bien. Porque cuando la carne lo provoca a pecar, se agita y
se ve forzado a buscar el perdón de los pecados en Cristo y abrazar
la justicia de la fe, que de otra forma no sería de tan grande estima
para él ni la buscaría con tan grande deseo. Así que nos aprovecha
mucho sentir algunas veces la perversidad de nuestra naturaleza y la
corrupción de nuestra carne; para que aún por este medio podamos
ser despertados y motivados a la fe y a invocar a Cristo. Por esta
situación el cristiano se convierte en un poderoso artesano y
maravilloso creador; que de la tristeza puede sacar gozo; del terror,
consuelo; del pecado, justicia; y de la muerte, vida; cuando por este
medio, reprimiendo y refrenando a la carne, la sujeta al Espíritu....
Sí, mientras más piadoso sea el hombre, más sentirá esa
batalla. Y de aquí provienen esas lamentables quejas de los santos en
los Salmos y en todas las Sagradas Escrituras. De esta batalla nada
saben los ermitaños, los monjes, los escolásticos, y todos los que
buscan justicia y salvación mediante las obras.
Esto digo, para consuelo de los piadosos. Porque sólo ellos
sienten que tienen y que cometen pecados; es decir, sienten que no

15
aman a Dios tan fervientemente como debieran; que no confían en él
con todo su corazón como debieran, sino que dudan frecuentemente
si Dios se preocupa o no por ellos; son impacientes, y se enojan con
Dios en la adversidad. De aquí (como ya dije) proceden las tristes
quejas de los santos en las Escrituras, y especialmente en los
Salmos. Y el mismo Pablo se queja de estar "vendido al pecado"
(Rom. 7:14) y dice que la carne se resiste y rebela en contra del
espíritu. Pero porque mortifican las obras de la carne por medio del
espíritu, estos pecados no los dañan ni los condenan. Pero si
obedecen a la carne cumpliendo con sus deseos, entonces pierden la
fe y el Espíritu Santo. Y si no aborrecen su pecado y vuelven a
Cristo mueren en sus pecados. De modo que no hablamos de los que
sueñan que tienen fe y, sin embargo, continúan en sus pecados. Estos
ya tienen su juicio listo: Los que viven conforme a los deseos de la
carne morirán (Rom. 8:13). También "manifiestas son las obras de la
carne, que son adulterio, fornicación, etc.... acerca de las cuales os
amonesto, como ya os he dicho antes que los que practican tales
cosas no heredarán el reino de Dios" (Gál. 5:19, 21).

– Este artículo fue escrito por Martín Lutero en su Comentario sobre


la epístola de San Pablo a los Gálatas (A Commentary on St. Paul's
Epistle to the Galatians, London: James Clarke & Co. Ltd.; págs.
457-508) y aparece en Pregonero de Justicia Vol. 3 #2.

Santidad – la falsa y la
verdadera
Reproducimos aquí las porciones principales de la sección
autobiográfica de Holiness: The False and the True, escrito por H.
A. Ironside. Puede ser que no estamos de acuerdo con todo lo que el
Dr. Ironside ha escrito, pero podemos apreciar su acometida
objetiva a la santidad y aprender de su percepción el peligro del
experiencialismo introspectivo.

16
Mi conversión a Dios

Es mi deseo, dependiendo del Señor, escribir un fiel recuento,


hasta donde me alcance la memoria, de algunas de las formas como
Dios trató durante los primeros seis años de mi vida cristiana con mi
alma y mi búsqueda de una experiencia de santidad antes de conocer
la bienaventuranza de hallarlo todo en Cristo. Esto requerirá – no lo
dudo – que en ciertas ocasiones "hable como si estuviera loco", tal
como lo hizo el apóstol Pablo; sin embargo, a medida que reflexiono
en tal historia pienso que puedo decir con él "vosotros me
obligasteis".
Si fuera privilegiado con salvar a otros de las infelices
experiencias por las cuales pasé en esos primeros años, me sentiría
abundantemente recompensado por el esfuerzo que tomará poner
estas experiencias del corazón ante mis lectores....
Cuando me llegó el conocimiento de la salvación fuí en la
primera oportunidad que tuve a una reunión en la calle auspiciada
por el "Ejército" [Ejército de Salvación – denominación
perteneciente al movimiento de santidad], y allí, por vez primera,
hablé al aire libre de la gracia de Dios tan recientemente revelada a
mi alma....
En mi recién hallado gozo, no tenía idea de que aún portaba
conmigo una naturaleza tan pecaminosa y vil como la que había en
el seno del mayor malhechor del mundo. Sabía algo de Cristo y de
su amor; muy poco, o nada, sabía de mi mismo y de lo engañoso de
mi propio corazón.
En lo que ahora puedo recordar, había durado en el gozo del
conocimiento de la salvación de Dios más o menos un mes cuando
en una discordia con mi hermano más joven que yo, perdí de
momento el control de mi mal genio y en una pasión de ira le pegué
tirándolo al suelo. Mi alma se llenó inmediatamente de horror. No
necesitaba su sarcástico reproche: "¡Bueno, tú sí que eres un buen
cristiano! ¡Sería bueno que fueras al Ejército y le dijeras en qué clase
de santo te has convertido!" Tal sarcasmo me envió en angustia de
corazón a mi recámara a confesar mi pecado a Dios con vergüenza y
amargo pesar; así como a pedirle franco perdón a mi hermano, el
cual generosamente me perdonó.

17
El gran anhelo: santidad

Desde este momento en adelante, mi experiencia fue, para usar


el término que se escucha frecuentemente en los "servicios de
testimonio", una "experiencia de altas y bajas". Anhelaba la perfecta
victoria sobre la concupiscencia y deseos de la carne. Sin embargo,
me parecía que tenía entonces más problemas con malos
pensamientos y propensiones profanas de lo que jamás antes hubiera
sospechado. Durante largo tiempo mantuve escondidos estos
conflictos, y se los confiaba sólo a Dios y a mi mismo. Pero después
de unos ocho o diez meses, me interesé en lo que se conocía como
"reuniones de santidad" llevadas a cabo semanalmente en el salón
del "Ejército" y también en una misión que visitaba a veces. En estas
reuniones se hablaba de una experiencia que yo sentía que era lo que
yo necesitaba. Se la conocía por varios nombres: "La segunda
bendición", "la santificación", "el perfecto amor", "la vida más
elevada", "la limpieza del pecado innato" y otras expresiones más.
Sustancialmente, la enseñanza era esta: En la conversión Dios
perdona gratuitamente todos los pecados cometidos hasta el
momento que uno se arrepiente. Pero luego se pone al creyente en un
tiempo de prueba por toda la vida, en el que puede en cualquier
momento perder su justificación y paz con Dios si cae en un pecado
del que no se arrepienta inmediatamente. Por lo tanto, a fin de
mantenerse a sí mismo en una condición de salvación, necesita una
obra adicional de gracia, llamada santificación. Esta obra tiene que
ver con el pecado como raíz; así como la justificación tenía que ver
con los pecados como fruto.

Los pasos que conducen a esta segunda bendición son:


primero, la convicción de la necesidad de santidad (de la misma
forma como hubo al principio una convicción de la necesidad de
salvación); segundo, una entrega completa a Dios, o poner sobre el
altar de la consagración toda esperanza, perspectiva y posesión;
tercero, reclamar por fe la venida del Espíritu Santo al corazón como
fuego purificador para quemar todo pecado innato, destruyendo
así totalmente toda concupiscencia y pasión, dejando al alma
perfecta en amor y tan pura como el Adán no caído. Una vez
recibida esta maravillosa bendición, se requiere gran vigilancia no
sea que así como la serpiente engañó a Eva, engañe al alma
santificada e introduzca otra vez la misma clase de principio maligno

18
que requirió anteriormente un acción tan drástica como esta.
Tal era la enseñanza; y ligada con ella surgían los testimonios
conmovedores acerca de experiencias tan sorprendentes que yo no
podía dudar de su genuinidad, ni que lo que otros parecían disfrutar
no fuera también para mi si cumplía yo con las condiciones.
Una señora de edad relató cómo durante cuarenta años había
sido preservada de pecar en pensamiento, palabra y obra. Su
corazón, decía ella, no era ya más "engañoso y perverso más que
todas las cosas", sino tan santo como las cortes celestiales, porque la
sangre de Cristo había limpiado los últimos vestigios de pecado
innato. Otros hablaban en forma semejante, aunque sus experiencias
eran mucho más breves. Los malos temperamentos habían sido
erradicados en ocasión de la entrega total. Las malas propensiones y
los apetitos profanos quedaban destruidos instantáneamente al
reclamar por la fe la santidad. Comencé a buscar ávidamente esta
preciosa dádiva de santidad en la carne. Oré fervientemente por esta
impecabilidad adánica. Y le pedía Dios que me revelara toda cosa
perversa, para que verdaderamente lo rindiera todo a él. Dejé
amigos, ocupaciones, placeres – toda cuanto pensé podría ser
obstáculo para que el Espíritu Santo me llenara y me concediera la
bendición consecuente. Yo era un "gusano de biblioteca"; desde la
niñez me poseía un intenso amor por la literatura, pero en mi deseo
ignorante puse a un lado libros de carácter agradable o instructivos,
y prometí a Dios leer sólo la Biblia y los escritos de santidad – si tan
sólo me concediese la "bendición". Sin embargo, no obtuve lo que
buscaba, aunque oré celosamente durante semanas.
Al fin, la noche de un sábado (ya vivía lejos de mi casa con un
amigo y miembro del "Ejército") me determiné a salir al campo y
esperar en Dios, sin regresar hasta recibir la bendición del perfecto
amor. Tomé un tren a las once de la noche y salí hasta una estación
solitaria a doce millas de Los Angeles. Ahí me bajé, y alejándome de
la carretera descendí a un arroyo vacío. Cayendo sobre mis rodillas
tras un sicómoro, oré en agonía durante horas, invocando a Dios para
que me mostrara cualquier cosa que impedía que recibiera la
bendición. A mi mente vinieron varios asuntos de naturaleza
demasiado privada y sagrada como para relatarlos aquí. Luché
contra la convicción, pero finalmente terminé clamando: "Señor, lo
dejaré todo – toda cosa, toda persona, todo gozo que impida que viva
sólo para ti. ¡Ahora, te ruego, dame la bendición!"
Cuando miro hacia atrás, creo que me había entregado

19
totalmente a la voluntad de Dios en aquel momento, hasta donde yo
la entendía. Pero mis nervios y cerebro estaban tan aturdidos por la
larga noche de vigilia y la ansiedad intensa de los meses anteriores,
que caí a la tierra casi desmayado. Entonces me pareció que un santo
éxtasis estremecía todo mi ser. Esto, pensaba yo, era la venida del
Consolador a mi corazón. Confiadamente clamé: "Señor, creo que tú
has entrado en mi. Tú me limpias y purificas de todo pecado. Lo
reclamo ahora. La obra está hecha. Estoy santificado por tu sangre.
Tú me has hecho santo. ¡Lo creo. Lo creo!" Estaba indeciblemente
feliz. Sentía que todas mis luchas habían terminado.
Con un corazón lleno de alabanzas, me levanté de la tierra y
comencé a cantar en voz alta. Consultando mi reloj vi que eran más
de las tres y media de la mañana. Sentí que debía apresurarme al
pueblo para estar a tiempo en la reunión de oración de las siete, y
testificar allí de mi experiencia. Estaba muy fatigado debido a mi
largo desvelo pero con un corazón tan liviano que casi no me di
cuenta del largo camino de vuelta, sino que me apresuré hacia la
ciudad, llegando justamente al comienzo de la reunión, flotando,
sostenido por mi recién hallada experiencia. Todos se regocijaron
mientras contaba las grandes cosas que creía el Señor había hecho
por mi. Toda reunión ese día sumaba a mi alegría. Estaba
literalmente intoxicado con emociones de gozo.
Todos mis problemas habían terminado. Había pasado el
desierto y me hallaba ahora en Canaán, alimentándome del antiguo
cereal de la tierra. Ya no más sería atormentado por las inclinaciones
internas al pecado. Mi corazón era puro. Había alcanzado el estado
deseable de la completa santificación. Sin ningún enemigo dentro,
podía dirigir mis energías a vencer los enemigos de afuera.
Esto era lo que yo pensaba. ¡Qué lástima que me conocía tan
poco; y mucho menos la mente de Dios!

Sol y nubes

Durante algunas semanas después de la mencionada


experiencia memorable viví en estado de felicidad como de sueños,
regocijándome en mi impecabilidad imaginada. Sólo una gran idea
tomaba posesión de mi mente; y ya fuera que me hallara trabajando
o en mis horas de ocio, casi no pensaba en otra cosa sino en el
maravilloso evento que había acontecido. Pero gradualmente

20
comencé, como se dice, a "regresar a la tierra". Era entonces
empleado de un salón fotográfico, donde me asociaba con gente de
variados gustos y hábitos, algunos de los cuales ridiculizaban, otros
toleraban, y aún otros simpatizaban con mis ideas radicales en
cuanto a las cosas religiosas. Noche tras noche asistía a las
reuniones, testificando en la calle y dentro del templo. Y, pronto
noté (sin duda otros también) que un cambio se apoderó de mis
"testimonios". Antes siempre había levantado a Cristo y dirigido el
perdido hacia él. Ahora, casi imperceptiblemente, mi propia
experiencia vino a ser mi tema, ¡y me levantaba a mí mismo como
un distinguido ejemplo de consagración y santidad! Este era el
carácter prevaleciente de los breves discursos dados por la mayoría
de los cristianos "avanzados" en nuestra compañía. Los más jóvenes
en la gracia magnificaban a Cristo. Los "santificados" se
magnificaban a sí mismos. Un canto favorito dejará esto más
manifiesto que cualquiera de mis palabras. Todavía este himno se
usa regularmente en las reuniones del "Ejército" y ocupa un lugar en
su himnario. Daré sólo un verso como ejemplo:

"Algunos que conozco no viven santamente.


Luchan con el pecado no vencido,
No atreviéndose a consagrarse enteramente;
pues así completa salvación ganarían.

Con la malicia tienen un problema constante;


de la duda ansían la liberación.
Se quejan de la mayoría de las cosas de su ambiente.
¡Alabado sea Dios, pues no es así MI condición!"

¿Podría creerme el lector cuando digo que yo cantaba esta


miserable copla de ciegos sin pensar en el orgullo pecaminoso que
estaba expresando con ella? Yo consideraba mi deber dirigir
continuamente la atención hacia "mi experiencia de salvación
completa". Refrán aceptado entre nosotros era: "si no testificas de
ella, perderás la bendición".
A medida que el tiempo pasaba, empecé a tornarme consciente
de deseos internos hacia el mal – de pensamientos profanos. Quedé
atontado. Recurriendo a un maestro y líder en busca de ayuda, me
dijo: "Estas no son mas que tentaciones. La tentación no es pecado.
Pecas solamente si te entregas a la mala insinuación". Esto me dio

21
paz por un tiempo. Hallé que era el modo general de excusar
conmociones tan evidentes de una naturaleza caída – naturaleza que
supuestamente había sido eliminada. Pero me hundía gradualmente
en un plano cada vez más bajo, permitiendo cosas que una vez había
rechazado, y hasta observé que todos los que me rodeaban hacían lo
mismo. Las primeras experiencias extáticas rara vez duraban mucho.
Acabado el éxtasis los "santificados" se diferenciaban muy poco de
sus hermanos que supuestamente habían sido "sólo justificados"....
[Debido a un bajón espiritual] fui atormentado por la idea de
que había apostatado y que me podía haber perdido eternalmente.
Rogué a Dios que no quitara de mi su Espíritu Santo; empero que
me purificara de todo pecado innato. Al "reclamarlo por la fe" me
sentía más feliz por varias semanas. Sin embargo, inevitablemente
volvía a entristecerme y me percaté de que pecaba en pensamientos
y palabras, y a veces en acciones profanas....
Nuevamente pasé toda la noche en oración... [y creí] que la
obra de completa limpieza había sido consumada, y que ahora, si no
anteriormente, estaba libre de toda carnalidad....
[Una experiencia posterior] me mostró... que la mente carnal
todavía era parte de mí ser.
En vano busqué en mi corazón para ver si había hecho una
entrega total, y traté de dejar toda cosa conocida que pareciera, de
una o de otra forma, mala o dudosa. Algunas veces me podía
persuadir por un mes o más tiempo, que al fin había recibido
verdaderamente la bendición. Pero invariablemente el transcurso de
unas pocas semanas traía otra vez ante mi aquello que probaba que
en mi caso particular todo era un engaño....

Lo que hacía más aguda mi angustia, era el conocimiento de


que yo no era el único que sufría. Otro, un amigo muy querido,
compartía mis dudas y ansiedades por la misma causa. Para este
otro, eventualmente la cosa se tornó en un naufragio de la fe. Así una
de las más hermosas almas que jamás haya conocido se perdió en las
redes del espiritismo. ¡Quiera Dios que no sea para siempre, sino
que halle misericordia del Señor en aquel día!
Ya comenzaba a ver la sarta de desamparados que dejaba en
su estela esta enseñanza de santidad. Podría contar los casos de
veintenas de personas que se han dado a la completa infidelidad por

22
su causa. Siempre dan la misma razón: "Intenté todo. Encontré que
era un fracaso. Así que concluí que la enseñanza de la Biblia era
toda un engaño, y que la religión era meramente un asunto
emocional". Muchos más (y yo conocía íntimamente a varios de los
tales) cayeron en la demencia después de forcejear para salirse del
atolladero de esta religión emocional – y la gente comentaba que se
habían vuelto locos por estudiar la Biblia. ¡Cuán poco sabían que era
la falta de conocimiento bíblico la causa de su miserable estado
mental – el uso absolutamente no escritural de pasajes aislados de
las Escrituras!
Después de todos estos años de haber predicado a otros, el
lenguaje de mi alma atribulada era: "O, si supiera donde hallarle".
No hallándole, veía delante de mí sólo la oscuridad de la
desesperación; pero aún conocía demasiado bien su amor y cuidado
como para pensar que me había desechado por completo.

Termina la batalla

Pero al fin comenzó a ser claro para mi que la doctrina de la


santidad tenía una influencia letal sobre el movimiento. La gente que
profesaba la conversión (que fuera o no real, aquel día lo declarará)
luchaba por meses, aún por años, para alcanzar un estado de
impecabilidad que nunca se alcanzaba, dándose al fin por vencidos,
y en muchas ocasiones hundíanse otra vez hasta el nivel muerto del
mundo que los rodeaba.
Vi que sucedía igual con todas las denominaciones de
santidad, y con las varias "bandas", "misiones" y otros movimientos
que continuamente se separaban de ellas. La norma fijada era
inalcanzable. El resultado era, tarde o temprano, el desaliento total,
la hipocresía disimulada, o el rebajamiento inconsciente de la norma
para ajustarla a la experiencia alcanzada. Yo me había engañado por
mucho tiempo con este último expediente. Cuánto del segundo
había, no me atrevo a decirlo. Pero eventualmente caí como víctima
del primero. Y ahora puedo ver que fue una merced que así me
sucediera.
Al fin me encontré tornándome frío y cínico. Me asaltaron
dudas en todo como una legión de demonios, y casi me volví
temeroso de permitir que mi mente se espaciara en estas cosas. Para
refugiarme de esto me volví a la literatura secular, y pedí que me

23
mandasen mis libros que unos años atrás había abandonado con la
condición de que Dios me diera la “segunda bendición”. ¡Cuan poco
reconocí el espíritu de Jacob en todo esto! Me pareció que Dios
había fallado y por eso me enfrasqué en mis libros de nuevo y
busqué solaz en las bellezas de ensayos y poemas o en los problemas
de la historia y la ciencia. No me atrevía a confesarme a mi mismo
que literalmente yo era un agnóstico; sin embargo como por lo
menos por un mes sólo podía contestar “No sé” a cada pregunta que
me hicieron en cuanto a la revelación divina.
Este era el resultado legítimo de la enseñanza bajo la cual
había estado. Yo razonaba que la Biblia prometía total alivio del
pecado inmanente a todos los que se entregaban completamente a la
voluntad de Dios. Que yo me había entregado así a Dios, era mi
certeza. Entonces, ¿por qué no se me había librado totalmente de la
mente carnal? Me parecía que había cumplido con toda condición, y
que Dios, de su parte, había fallado no cumpliendo lo que había
prometido. Sé que es miserable escribir todo esto: pero no veo otra
forma de ayudar a otros que se encuentran en el mismo estado en
que estuve.
Al fin vino la liberación....
Poquito a poco la luz comenzó a alumbrar. Vimos [el autor y
un conocido] que habíamos estado buscando santidad en nuestro
interior en lugar de afuera. Comprendimos que únicamente la misma
gracia que nos había salvado al principio nos podía llevar adelante.
Vagamente comprendimos que todo lo nuestro debía estar en Cristo,
de no ser así estábamos sin un rayo de esperanza....
La gran verdad de que la santidad, el perfecto amor, la
santificación y toda otra bendición eran mías en Cristo desde el
momento que había creído, y mías para siempre sólo de pura gracia,
ganaba afianzamiento en mi. Había estado mirando al hombre
equivocado – todo se hallaba en otro Hombre, y en aquel Hombre
para mi. Pero tomó semanas ver esto.
Y a todo lo largo de mi peregrinaje he estado aprendiendo que,
mientras más mi corazón se espacia en Cristo, más disfruta de la
liberación práctica del poder del pecado, y más comprendo qué
significa tener el amor de Dios derramado en el corazón por el
Espíritu Santo que me es dado como primicia de la gloria venidera.
Encontré libertad y gozo desde que así fuí librado de una esclavitud
que no creí posible que ser humano alguno en la tierra conociera.
Además hallé, en contraste con la incertidumbre del pasado,

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confianza en la presentación de esta preciosa verdad para que otros
la acepten....
Deseo resumir mis impresiones del movimiento de santidad.

Observaciones sobre el Movimiento de Santidad

Desde que me aparté de las sociedades perfeccionistas, se me


ha preguntado con frecuencia si hallo generalmente entre los
cristianos que no profesan tener la "segunda bendición" una norma
tan elevada como la que sostienen los que sí profesan haberla
logrado. Mi respuesta es que, después de haber considerado ambas
posiciones con cuidado – y confío que libre de prejuicios –
encuentro que los creyentes que rechazan inteligentemente la teoría
de la erradicación, mantienen una norma mucho más elevada que
aquellos que la sostienen. Cristianos tranquilos y humildes, que
conocen demasiado bien sus Biblias y sus propios corazones como
para permitir que sus labios hablen de completa limpieza del pecado
y perfección en la carne, sin embargo se caracterizan por su ferviente
devoción hacia el Señor Jesucristo, su amor por la Palabra de Dios y
su santidad de vida. Pero estos benditos frutos nacen, no de ocuparse
en si mismo, sino de ocuparse de Cristo en el poder del Espíritu
Santo....

...concedo alegremente que tanto en las filas de la sociedad


militar-religiosa de la cual una vez fuí miembro, así como en otras
organizaciones de santidad, hay muchos, muchos hombres y mujeres
de piedad y devoción, cuyo celo por Dios y auto-abnegación son
dignos de verse, y seguramente serán recompensadas en "aquel día".
Pero nadie se ciegue por esto suponiendo que es la doctrina de la
santidad lo que produce tal cosa. La refutación de tal idea es el
sencillo hecho de que la gran mayoría de mártires, misioneros y
siervos de Cristo, que en todas las edades cristianas "no amaron sus
vidas hasta la muerte", jamás soñaron con hacer tal afirmación de sí
mismos, sino que diariamente confesaron su pecaminosidad por
naturaleza y su necesidad de la continua intercesión de Cristo....
La superstición y el fanatismo del peor carácter encuentran su
nido entre los defensores de la "santidad". Mírese el repugnante
"movimiento de lenguas" actual, con todos sus engaños y demencias
acompañantes. De esto son responsables un malsano deseo de
nuevas y más estremecedoras sensaciones y reuniones emocionales

25
del carácter más excitante. Debido a que se desconoce una paz
estable, y que se supone que la salvación final depende de un
progreso del alma, la gente llega a depender tanto de las
"bendiciones" y de los "nuevos bautismos del Espíritu" – como
llaman a estas experiencias – que caen fácilmente presa de los más
absurdos engaños. En los últimos años cientos de reuniones de
santidad alrededor de todo el mundo se han convertido literalmente
en pandemóniums, donde se sostienen noche tras noche exhibiciones
dignas de un manicomio o de una colección de musulmanes
aullantes. No de balde el resultado es una elevada incidencia de
locura e infidelidad.
Ahora, yo estoy muy consciente de que muchos maestros de
santidad repudian toda conexión con estos fanáticos; pero parece que
no ven que son sus doctrinas las que causan directamente los
repugnantes frutos que he enumerado. Predíquese un Cristo
completo, proclámese una obra terminada, enséñese escrituralmente
la verdad del Espíritu Santo en el corazón y desaparecerán todos
estos excesos.
Quizá la cosa más triste del movimiento al cual me refiero es
la larga lista de naufragios en la fe que se atribuyen a su perniciosa
enseñanza. Grandes números de personas buscan la "santidad"
durante años para encontrar solamente que tienen ante sí lo
inalcanzable. Otros profesan haberla recibido, pero al fin se ven
forzados a confesar que todo era un error. Algunas veces el resultado
es el colapso mental bajo la tensión; pero más frecuentemente la
incredulidad en la inspiración de las Escrituras es el resultado lógico.
Es para las personas que se encuentran peligrosamente cerca de esos
bajíos de infidelidad y tinieblas, que escribo estas páginas .La
palabra de Dios permanece verdadera. Él no ha prometido lo que no
cumplirá. Eres tú, mi querido acongojado, el que has sido
descarriado de Dios por una falsa enseñanza en lo que toca a la
verdadera naturaleza de la santificación y a los efectos propios de la
habitación del Espíritu de Dios en el corazón. No permitas que en la
nebulosa incredulidad, ni el melancólico desengaño te estorben...
escudriñando diariamente las Escrituras a ver si estas cosas son así.
Y quiera Dios en su rica gracia y misericordia, concederle a todo
lector auto-consciente mirar aparte de si mismo, a Cristo únicamente
"el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención "

26
– Este artículo fue escrito por H. A. Ironside en su libro
titulado:Holiness – the False and the True (1912, Loiseaux Brothers,
Neptune. New Jersey.; págs. 7-40) y aparece en Pregonero de
Justicia Vol. 3 #2.

La esperanza
del
creyente cristiano
Una de las cartas más hermosas que escribiera Menno
Simons fue dirigida a la esposa de Rein Edes. En el original
holandés, su nombre figura como Griet, y K. Vos establece que ella
era la cuñada de Menno Simons (Menno Simons 1914, pág. 290).
La carta fue motivada por cierta información que llegó a Menno de
que ella estaba muy preocupada por la depravación que encontraba
en su corazón; tenía grandes deseos de ganar mayor santidad y le
perturbaba su falta de habilidad para alcanzarla. Menno intenta
darle consolación y fortalecerla dirigiéndola hacia los méritos y la
justicia perfecta de Cristo Jesús, recordándole que todos los santos
en la historia tuvieron las mismas aspiraciones. Vos señala la fecha
de la carta para el año 1557.

Menno Simons fue un contemporáneo de los reformadores,


aunque no formó parte de la línea principal de la Reforma. Sin
embargo, los mejores historiadores protestantes admiten que Simons
se mantuvo cercano a Lutero en su concepto de la justificación por
la fe. Además fue el padre espiritual de los Menonitas.
En estas páginas reproducimos para ustedes la inspiradora
"Carta de consolación a una santa enferma". Su tono armoniza con
absoluta fidelidad con el Evangelio por el hecho de que coloca la
esperanza y seguridad del creyente afuera de su experiencia
personal.

Carta de consolación
A mi elegida y amada hermana en Cristo Jesús; sean para ti
mucha misericordia, gracia y paz, muy amada hermana a quien

27
siempre he amado sinceramente en Cristo.
Entiendo, de la carta de tu querido esposo, que durante todo el
invierno fuiste una hija afligida y enferma; lo que lamento mucho
escuchar. Pero todos los días oramos: "Padre Santo, hágase tu
voluntad." Y así transferimos nuestra voluntad al Padre para que
trate con nosotros como sea de agrado a su santa vista. Por lo tanto,
lleva la aflicción que se te asigna con un corazón resignado. Porque
todo esto es su paternal voluntad para tú propio bien y para que te
vuelvas con todo tu más íntimo ser desde todas las cosas transitorias
hacia el Dios vivo y eterno. Ten consuelo en Cristo Jesús, porque
tras el invierno sigue el verano y tras la muerte viene la vida.
Regocíjate, oh hermana, de que eres una hija verdadera de tu amado
Padre. Pronto será pagada la herencia de su gloriosa promesa. Pero
un poquito aún, dice la Palabra del Señor, y el que ha de venir
vendrá, y su galardón consigo. Quiera el Dios misericordioso y
todopoderoso, delante de quien has doblado tus rodillas en su honor,
y a quien, de acuerdo con tu debilidad, has buscado, concederte un
corazón fuerte y paciente, un dolor soportable, una recuperación
gozosa, una restauración gratuita o una despedida piadosa mediante
Cristo Jesús, a quien diariamente esperamos te acompañe, mi
querida hermana e hija en Cristo Jesús.
En segundo lugar, entiendo que tu conciencia está perturbada
porque no has caminado, ni sabes cómo caminar en tal perfección
como la que sostienen ante nosotros las Escrituras. Escribo lo
siguiente a mi fiel hermana, como una consolación fraternal desde la
verdadera Palabra y verdad eterna del Señor. La Escritura, dice
Pablo, lo encerró todo bajo pecado. No hay hombre justo en la tierra,
dice Salomón, que haga el bien y no peque [Ecl. 7:20]. En otro lugar
se dice: siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse. Moisés dice:
Jehová; Dios misericordioso, misericordioso y clemente; tardo para
la ira y abundante en bondad y verdad, que guarda misericordia a
millares, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado;
delante de quien no hay uno sin pecado. Oh, querida hermana, nota
esto, él dice: no hay uno sin pecado delante de él. Y David dice: no
entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti
ningún ser humano. Y también leemos; si pecaren contra ti (pues no
hay hombre que no peque). Somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapo de inmundicia. Cristo dijo, además: "Ninguno
hay bueno sino uno: Dios". El mal que no quiero, eso hago. En
muchas cosas todos ofendemos [Sant. 3:2]. Si decimos que no

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tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no
está en nosotros.
Dado que queda claro, tomando en cuenta todas estas
Escrituras, que todos debemos confesar que somos pecadores, como
de hecho lo somos; Y dado que ninguno debajo del cielo ha
cumplido perfectamente la justicia requerida por Dios sino sólo
Jesucristo; ninguno puede, por consiguiente, aproximarse a Dios,
obtener gracia y ser salvo a no ser por medio de la perfecta justicia,
expiación e intercesión de Jesucristo; así de piadoso, justo, santo e
intachable como pueda ser. Todos debemos reconocer, quienquiera
que seamos, que somos pecadores en pensamiento, palabra y obra.
Sí, si no tuviéramos delante de nosotros a Cristo Jesús, el Justo,
ningún profeta ni apóstol podría ser salvo.
Por lo tanto, ten buen ánimo y consuelo en el Señor. No
puedes esperar poseer en ti misma una justicia mayor que la que
tuvieron en sí mismos todos los escogidos de Dios desde el
principio. En ti, y por ti misma, eres una pobre pecadora, y estás, por
el veredicto de la justicia eterna, enajenada, bajo maldición y
condenada a la muerte eterna. Pero en Cristo y a través de él estás
justificada y eres agradable a Dios, adoptada por él en gracia eterna
como hija y niña. En esto se han consolado los santos a sí mismos;
confiando en Cristo, estimando su propia justicia como inmunda,
débil e imperfecta; se han aproximado con corazones contritos al
trono de la gracia en el Nombre de Cristo y con una fe firme orado al
Padre: "Oh, Padre, perdónanos nuestras ofensas como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden". Mat. 6.
Es una Palabra preciosa la que Pablo habla: Porque Cristo,
cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Sí,
siendo nosotros impíos, él manifestó su amor hacia nosotros por este
medio. Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios
por la muerte de su Hijo, mucho más estando reconciliados seremos
salvos por su vida. Rom. 5:6, 10. Mirad, mi amada y escogida hija y
hermana en el Señor, esto te escribo desde el muy seguro
fundamento de la verdad eterna.
Oro y deseo que te encomiendes a ti misma, tanto interior
como exteriormente a Cristo Jesús y a sus méritos, creyendo y
confesando que sólo su sangre preciosa es tu limpieza; su justicia, tu
piedad; su muerte, tu vida; y su resurrección, tu justificación. Porque
él es el perdón de todos tus pecados; sus heridas sangrantes son tu
reconciliación, y su victoriosa fortaleza es la consolación y el apoyo

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para tu debilidad, como te mostramos anteriormente desde las
Escrituras, de acuerdo a nuestro pequeño don.
Sí, queridísima hija y hermana, viendo que encuentras y
sientes tal espíritu en ti misma, deseosa de seguir lo que es bueno, y
aborreciendo lo que es malo, y a pesar de que el remanente de
pecado que queda en ti no está muerto, como ha sido el caso en
todos los santos que se lamentaron desde el principio, como hemos
dicho, puedes, por lo tanto, descansar segura de que eres una hija de
Dios, y que heredarás el reino de la gracia en gozo eterno con todos
los santos. Por esto sabemos que habitamos en él, y que él habita en
nosotros, porque nos ha dado de su Espíritu. 1 Juan 4:13.
Oro sinceramente para que puedas entender correctamente por
fe esta base de consolación, fortaleza y aliento para tu conciencia y
alma perturbadas, y que permanezcas firme hasta el fin. Te
encomiendo, muy amada hija y hermana, al fiel, misericordioso y
favorable Dios en Cristo Jesús, ahora y para siempre. Permitidle a él
hacer contigo y con todos nosotros de acuerdo a su bendita voluntad,
sea que permanezcas en la carne un poquito más con tu amado
esposo e hijos, o fuera de la carne para el honor de su Nombre y para
la salvación de tu alma. Tú irás delante y nosotros seguiremos, o
nosotros delante y tú seguirás. Alguna vez ha de venir la separación.
En la ciudad de Dios, en la nueva Jerusalén, nos esperaremos
unos a otros; delante del trono de Dios y del Cordero, cantaremos
aleluya y alabaremos su Nombre en perfecto gozo. Encomiendo tu
esposo y tus hijos a Aquél que te los ha dado; él se encargará de
ellos. Que el poder salvador de la santísima sangre de Cristo sea con
mi más amada pequeña y hermana, desde ahora y para siempre,
amén.

Tu hermano que sinceramente te ama en Cristo,

Menno Simons

– Esta carta fue escrito por Menno Simons y después publicada en


laOpera Omnia Theologica de 1681, folio 434 y en las Complete
Works de 1871. parte II, págs. 401-402 [Verduin, Leonardo y Juan
Christian Wenger, The Complete Writings of Menno Simons, c.
1496-1561 (Herald Press, Scottdale, Pennsylvania, 1956) págs.
1052- 1054], y aparece en Pregonero de Justicia Vol. 3 #2.

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