Things We Never Said

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Sinopsis

L
a orfebre local y dueña de una tienda de regalos, Dahlia McGuire, le
gusta su vida tranquila en Hartwell, Delaware. Es el lugar perfecto
para esconderse de su familia y de los trágicos eventos que llevaron
a su distanciamiento. Sin embargo, cuando su padre, la persona que más ama en
el mundo, la necesita, Dahlia no tiene más remedio que volver a Boston para
enfrentarse a sus fantasmas. Uno de ellos resulta ser el mejor amigo de su
exnovio, Michael Sullivan. El hombre del que se suponía que nunca debía
enamorarse.
Michael Sullivan nunca ha olvidado a Dahlia McGuire. Algunos podrían
decir que nunca la ha superado. Durante años vivió con la ira de su deserción, y
ahora, recién divorciado, finalmente está listo para seguir adelante. Eso resulta
imposible cuando Dahlia regresa a Boston y vuelve a despertar su conexión
explosiva. A pesar de todo, Michael la quiere de vuelta, pero Dahlia parece no
dejar ir las emociones enredadas del pasado. Cuando ella huye a casa en
Hartwell, Michael la sigue, decidido a hacer todo lo que esté a su alcance para
convencerla de que están destinados a terminar juntos.
Sin embargo, cuando lo impensable golpea a la tranquila ciudad costera,
Michael se encuentra intentando desentrañar más que el misterio del corazón
roto de Dahlia. Es hora de que finalmente se digan las verdades que no se han
dicho nunca o Michael y Dahlia podrían verse destrozados para siempre…

Hart's Boardwalk #3

Índice
Prólogo ........................................... 6 20 ..................................................... 218
1 ......................................................... 23 21..................................................... 226
2........................................................ 32 22 ................................................... 234
3 ........................................................ 42 23 .................................................... 244
4 ........................................................ 57 24.................................................... 250
5 ........................................................ 65 25.................................................... 260
6 ........................................................ 72 26.................................................... 278
7 ........................................................ 92 27..................................................... 291
8 ....................................................... 102 28 .................................................... 294
9 ....................................................... 107 29.................................................... 302
10 ....................................................... 114 30 .................................................... 305
11....................................................... 130 31 ..................................................... 322
12...................................................... 137 32 .................................................... 328
13 ...................................................... 145 33 .................................................... 336
14...................................................... 153 34 ..................................................... 341
15 ...................................................... 162 35 .................................................... 349
16 ...................................................... 183 Epílogo ........................................ 356
17...................................................... 197 Próximo libro ....................... 366
18 ...................................................... 199 Sobre la autora......................368
19 ...................................................... 210 Créditos........................................ 369
PARTE I

Prólogo
Dahlia
Boston,
Once años atrás

N
o había forma de que mis padres pudieran decir que no estaba
dispuesta a hacer cualquier cosa para ganar dinero y permanecer
en la industria relacionada con mi carrera.
Mi padre era bombero, mi madre enfermera y algunos de sus cinco hijos
querían ir a la universidad. Cian y Sorcha McGuire no estaban contentos cuando
les anuncié que estaba solicitando ingreso a la escuela de arte. A excepción de
Dermot, que saltaba de un trabajo a otro como si tuviera miedo de contraer
herpes, y Dillon, la más joven, que había ido a la escuela de belleza, yo era la
tercera McGuire en ir a la universidad. Esa mierda era bastante cara, dijeron mis
padres. ¿Por qué no podía elegir algo práctico como Davina, que estudiaba
negocios, o Darragh, que había estudiado periodismo?
Sí, muy práctico.
De acuerdo, eran mucho más prácticos que la facultad de arte, pero crear
cosas hermosas era una gran parte de lo que yo era.
Pero incluso con una beca y ayuda financiera, la escuela era cara, lo que
significaba que tenía que trabajar en varios empleos durante el año para ayudar
a pagarla. Vivía en casa con mis padres, lo que reducía los costos, pero también
dificultaba el encuentro con amigos, así que traté de conseguir trabajo en la
industria de las artes.
Sin embargo, incluso yo tenía que admitir que este trabajo estaba por
encima y más allá. ¡La única razón por la que estaba parada allí semidesnuda era
que pagaba mucho!
La exposición en la pequeña galería de Allston era del artista K. Lowinski.
Se titulaba “Más que”, y las pinturas eran abstractas y parecían estar listas para
estallar vivas del lienzo. Para atraer a la gente a la exposición, la galería me
contrató a mí, a otras dos chicas y a tres chicos para que estuviéramos en la
galería como piezas de arte vivo. Se suponía que debíamos estar completamente
quietos en una pequeña plataforma redonda cada uno y movernos de vez en
cuando. ¿Qué era tan emocionante acerca de eso, preguntas?
Que nos veíamos desnudos.
Llevábamos medias transparentes que K. Lowinski había pintado y
decorado, pero solo en partes muy estratégicas.
Ahora bien, yo era una veinteañera bajita y curvilínea y había obras de arte
que apenas cubrían algunas cosas, si sabes lo que estoy diciendo. De hecho,
cuando me puse la media por primera vez, pensé que no había forma de que
pudiera salir al piso de la galería y ser vista casi desnuda. Entonces recordé el
dinero y el hecho de que nadie que yo conociera jamás pisaría una galería de arte.
Mis padres nunca se enterarían.
Más importante, mi novio macho, Gary, nunca se enteraría. Solo
llevábamos dos meses saliendo, así que no era como si él tuviera algo que decir
de todos modos. Gary, sin embargo, era divertido, ardiente y el primer chico que
había logrado hacerme llegar al orgasmo durante el sexo. Estaba muy
emocionada por eso, así que no quería estropearlo.
No. Nadie se enteraría de esta pequeña etapa como exhibicionista en una
exposición.
¿Ves lo que hice ahí?
Intentando no sonreír con mi propia broma, ignoré el leve dolor en mi
espalda baja y traté de no moverme demasiado. Cuando acepté el trabajo, no me
di cuenta de lo difícil que sería estar parada tanto tiempo. No era una persona
que estuviera en un solo lugar. Gary decía que nunca había conocido a alguien
con tanta energía. No es que se estuviera quejando, guiño, guiño, codazo.
Dejo que mis pensamientos se vuelvan hacia mi proyecto para la
universidad. Este semestre había tomado una clase de orfebrería y estaba
enamorada. Como, seriamente, seriamente enamorada. Creo que encontré mi
vocación. Estaba creando joyas que entusiasmaron a mi maestra. Había regalado
un collar que le había hecho a mi mamá por su cumpleaños e incluso ella, Sorcha
“No puedo creer que un hijo mío vaya a la maldita escuela de arte" McGuire”,
pensó que era hermoso. Lo arruinó al preguntarme cómo esperaba ganar dinero
real con la fabricación de joyas. Pero lo que sea.
Yo era Dahlia McGuire, futura platera. ¿Qué tan genial era eso? Como diría
mi hermano Dermot: “¡Mierda! Dahlia, ¡maldita sea!”
Mis cavilaciones se detuvieron lentamente cuando una sensación de ardor
se apoderó de mi piel. No literalmente ardiendo. Pero, ¿conoces esa sensación de
calor y hormigueo que te pincha el cuerpo cuando se siente como si alguien te
estuviera mirando? Bueno, considerando que estaba casi desnuda en una galería
de arte, la gente me estaba mirando. Dejo que mis ojos se muevan por la
habitación y …
¡Allí!
Apoyado contra la pared, junto a una de las pinturas, estaba la razón de
esa sensación de calor y hormigueo.
Él sonrió cuando nuestros ojos se encontraron y guau. Bien, hablando de
sensaciones calientes y de hormigueo.
Aparté la mirada de un tirón, sonrojándome cuando su sonrisa torcida y
juvenil cruzó por mi visión.
Tuve una clara impresión de hombros anchos y cintura estrecha en la
camiseta azul marino lisa que llevaba.
Pensamientos lejos del bombón, Dahlia, refunfuñé para mí. Tenía un trabajo
que hacer… y un novio.
Un novio que conocía mi clítoris.
¡No lo pondría en peligro por nada!
Sin embargo, mientras trataba de permanecer lo más quieta posible, podía
sentir al chico mirándome fijamente.
Y mirando.
Y de nuevo mirando fijamente.
No podía ser. Tenía que ser mi imaginación.
Ah, al diablo. Eché un vistazo y me puse rígida cuando vi que no solo me
estaba mirando, se había acercado.
Esta vez le devolví la mirada.
Gary era más alto pero más delgado, tenía cabello oscuro con hermosos
ojos azules y tatuajes visibles. Él era de Southie, pero parecía un chico bonito
estrella de rock.
Este tipo era más rudo en los bordes con su cabello rubio oscuro y ojos
oscuros. Su rostro estaba labrado con dureza y en total desacuerdo con su boca
de hermosa forma.
Sonrió mientras yo miraba hasta llenarme.
Entrecerré mis ojos.
Este tipo no estaba aquí por el arte.
¡Pervertido!
Olvidando mi trabajo por un segundo, hice una mueca, lo que pareció
divertirlo.
Resoplando por dentro, decidí que lo mejor que podía hacer era ignorar al
chico atractivo que vino para un espectáculo. Eso invalidó el atractivo. De hecho,
lo hizo.
Había otras chicas aquí.
¡Échales un vistazo!
Para ser justos, solo parecía mirarme a la cara… pero sabía que cuando no
estaba mirando, como ahora, él me estaba estudiando en otra parte.
Eso no era halagador. Era espeluznante y molesto.
¡Soy una obra de arte viviente, idiota, no un escaparate en Ámsterdam!
Oh, ¿a quién engañaba? Incluso los llamados “entusiastas del arte” habían
venido aquí para ver a la gente casi desnuda. Por eso lo hizo la galería.
Aun así, al menos todos los demás fingían estar interesados en el arte.
Cada vez más irritada (y no sabía si era porque mi corazón
inexplicablemente se aceleraba ante su intensa mirada) volví mi atención al
Señor Caliente con el problema de mirada fija.
Sí. Aún allí. Aún mirándome.
Y ahora de esa manera ardiente y humeante que hizo algo más que el
rápido latido de mi corazón. Sentí un tirón bajo en mi vientre cuando nuestros
ojos se conectaron y la conmoción me derribó por el consiguiente calor entre mis
piernas.
¡Qué demonios!
Horrorizada de que un extraño hubiera provocado ese tipo de reacción en
mí (quiero decir, ¿qué fue eso?), decidí que era hora de moverme y hacer un
punto. Levanté el brazo lentamente, con gracia, mientras doblaba la rodilla
opuesta y al levantar el brazo, vi los ojos del extraño brillar con calor.
Mierda.
Pervertido.
Llevándome la mano a la cara, la cerré en un puño, a excepción de mi dedo
medio, que acarició mi mejilla con una mirada afilada de “vete a la mierda”.
¿Y cuál fue su reacción al verme enseñarle el dedo medio?
Echó la cabeza hacia atrás en una carcajada, llamando la atención de todos
los demás. Bajé la mano en caso de que mi jefe me viera enseñarle mi dedo medio
a un cliente.
Ojos oscuros brillando, la risa del extraño se apagó, y me dio una sonrisa
extrañamente afectuosa antes de darse la vuelta y alejarse. Desapareció a la
vuelta de la esquina y me desinflé de alivio.
¿O eso fue decepción?



Una hora después, salí del pequeño armario que nos habían dado para
cambiarnos, vistiendo mi propia ropa y deseando el dinero para recibir un
masaje. Mi espalda se hallaba totalmente rígida por estar de pie durante cuatro
horas con solo dos descansos de quince minutos en el medio.
Más tarde esa noche tuve mi primer turno como mesera en un bar en
Malden, la ciudad vecina a la mía, Everett. Era el antiguo trabajo de mi hermana
Davina, y cuando el bar de la universidad en el que había estado trabajando me
dijo que estaban reduciendo mis horas, salté del barco. La paga era mala, pero
hacías lo que tenías que hacer, ¿verdad?
Metí un mechón de cabello detrás de mi oreja cuando pasé por un espejo
en la parte de atrás de la galería. La galería quería nuestras caras limpias a
excepción del rímel en las chicas, así que me veía muy joven. Y aburrida. Llevaba
tres años en mi fase de Dita Von Teese y me encantaba la ropa vintage, el
delineador de ojos alado negro y los labios rojos. Echando un vistazo rápido a mi
rostro sin maquillaje, decidí que necesitaba flequillo. El flequillo se vería caliente.
Muy vintage.
En resumen, no era mi linda yo habitual cuando salí a la galería principal.
Vestía jeans, una camiseta y zapatillas de deporte en lugar de una combinación
de falda lápiz, blusa y sandalias. A veces también me ponía vestidos
favorecedores. Pero al ser curvilínea, me encantaba la forma en que una falda
lápiz acentuaba mi cintura pequeña y mis caderas más llenas.
Los jeans me hacían parecer normal.
Mi jefe había dicho que podíamos conseguir un café y un sándwich gratis
en el pequeño café de la parte trasera de la galería y definitivamente iba a
aprovechar la oferta. Después de comer y beber, me senté en el tranquilo café y
casi gemí de placer al sentarme.
Fue uno de esos momentos de alegría silenciosamente perfectos. Un
asiento y comida gratis.
Hasta que él lo arruinó.
La silla junto a la mía hizo ruido al ser arrastrada hacia atrás, y me sacudí
con sorpresa, solo para tensarme cuando el bombón de ojos soñadores y boca
exuberante se sentó en mi mesa. Nuestros ojos se engancharon y se bloquearon
cuando cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó.
—Oye.
Tragué un bocado de mi sándwich y mi pulso se aceleró. Un rubor se
extendió por mi piel y esperaba que no fuera visible. Intentando ignorar la
inexplicable reacción de mi cuerpo a su proximidad, fruncí el ceño.
—Oh, estupendo, es el Chico Pervertido.
Me dedicó una sonrisa rápida, torcida y juvenil que no hizo revolotear
mariposas en mi estómago.
De acuerdo, lo hizo. Lo hizo totalmente.
—La gente suele llamarme Michael o Mike. —Tenía un acento bostoniano
más fuerte que yo. Sonaba como Gary, y sospeché que también era de Southie.
—Eso es porque nunca te habían visto boquiabierto como un niño
prepuberal ante una mujer semidesnuda.
Michael o Mike se rio entre dientes.
—¿Fue así como salió?
—Aún tienes un poco de baba allí. —Hice un gesto hacia la esquina de su
boca.
Esta vez no sonrió. En cambio, miró intensamente mi rostro hasta que
comencé a preguntarme si había algo en él. Sonrojándome, le espeté:
—Lo estás haciendo de nuevo.
Michael (decidí que siempre me había gustado el nombre y odiaba que la
gente lo redujera a Mike) se encogió de hombros.
—No puedo evitarlo.
—Bueno, inténtalo. —Mordí mi sándwich y le fruncí el ceño mientras
masticaba.
—Dios, ¿alguien te ha dicho alguna vez que eres jodidamente adorable?
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un pesado?
—Nunca lo había sido antes.
—Oh, qué suerte que hayas decidido intentarlo hoy.
—Eres un poco sabelotodo. —Se rio entre dientes—. ¿Tu jefe sabe que
enseñas el dedo medio a los clientes cuando finges ser un arte?
—Eres el primero.
—Me siento honrado.
—También eres el primero en mirar descaradamente a las modelos.
—No es verdad. —Se recostó en su silla como si se estuviera preparando
para una larga y cómoda charla conmigo.
Tenía que deshacerme de él. Mi corazón latía demasiado rápido, mi vientre
estaba revoloteando con mariposas. Se suponía que no debía reaccionar ante un
tipo así que no fuera Gary. Sin embargo, al pensar en Michael levantándose y
marchándose, me invadió una abrumadora sensación de decepción. Estaba
disfrutando burlándome de él, y era… bueno, la forma en que me hacía sentir era
algo emocionante.
¡Vaya!
—¡Es tan cierto! —Me reí a carcajadas—. Fuiste absolutamente
pervertido.
—Estaba mirando un modelo. A ti. Y no estaba siendo pervertido.
—Oh, entonces eres un aficionado al arte, ¿verdad?
—No, soy un policía novato. Este es mi día libre, y le dije a mi amigo que lo
dejaría en este trabajo de catering que tiene esta noche. Ese evento está aquí.
Estaba saliendo de la cocina hacia mi auto cuando miré y sí, no voy a mentir, todo
lo que vi al principio fue un cuerpo hermoso. Luego miré tu cara, y bueno —se
encogió de hombros—, no podía apartar la mirada.
Quizás fui una idiota al escuchar la sinceridad en su voz. Pero eso es lo que
escuché. Sin comentarios sórdidos. Solo honestidad. Parecía que lo había pillado
desprevenido, lo que me hizo sentir mejor por mi reacción hacia él.
No supe que decir.
—¿Te volverás tímida conmigo ahora?
Entrecerré mis ojos.
—Estaba formulando una respuesta.
—Oh, ¿lo estabas? —Se rio entre dientes—. Continúa, entonces, y sigue
formulando. Tengo tiempo.
—Debería pensar que eres un canalla.
Ladeó la cabeza.
—El objetivo de vestirte así era hacer que la gente te mirara, ¿no?
—Sí, supongo —arrugué la nariz—, pero otras personas son menos obvias
al respecto.
—¿Por qué lo haces? —Asintió hacia la galería.
—No es vergonzoso —dije a la defensiva.
—No dije que lo fuera.
—Bueno, lo estás haciendo todo sexy cuando se supone que se trata de
arte.
Michael se rio. Se veía bien riendo. Su risa fue profunda y retumbante, y
también la sentí entre mis piernas.
Querido Dios.
—Lo haces sexy, y creo que estas personas sabían exactamente lo que
estaban haciendo cuando te contrataron.
Me sonrojé ante el cumplido.
—Lo que sea. Paga ridículamente bien, y soy estudiante de arte. Necesito
el dinero.
—No estoy juzgando. Debo decir, sin embargo, que, si fueras mía, no
estaría feliz de que estuvieras haciendo esto.
Genial, otro neandertal como Gary. Era como si los cultivaran en árboles
aquí.
—Escucha, Macho Man, nadie me dice qué hacer.
—Oh, entendí eso cuando me enseñaste el dedo medio, cariño.
Haciendo caso omiso de los hormigueos que provocó su expresión de
cariño, ladeé la cabeza pensativa.
—Entonces, si eres policía, sabrás que ser un pervertido está mal visto,
¿verdad?
Se rio entre dientes.
—No puedo creer que esté teniendo esta conversación. Y sí, eso es cierto.
Pero no soy un pervertido. Lo prometo.
—Toda la evidencia de lo contrario.
—Mierda, si hubiera sabido que eras tan inteligente, no me habría sentado
—bromeó.
—Puedes irte —respondí, aunque interiormente pensé: Por favor, no lo
hagas.
—El asiento es cómodo, y encuentro tu boca inteligente extremadamente
atractiva en este momento. —Sus ojos oscuros se ensombrecieron mientras
caían sobre mis labios.
Mi corazón se aceleró en tanto esta cuerda invisible parecía enlazarnos a
los dos, acercándonos cada vez más. No lo entendía. Cada terminación nerviosa
hormigueaba de vida, mi piel estaba caliente y todo mi ser estaba iluminado por
la conciencia.
—Tengo novio —espeté.
La decepción de Michael fue obvia. Nos miramos durante unos segundos y
luego preguntó:
—¿En serio?
Me encogí de hombros.
—No llevamos mucho tiempo saliendo, pero está bien.
—¿Cuánto es mucho tiempo?
—Dos meses.
Sus labios se crisparon.
—Eso no es mucho.
Intenté no sonreír y fallé.
—¿Irías tras la chica de otro chico?
—Nunca, pero eres la excepción a la regla.
—¿Lo soy? —Mi corazón estaba a punto de estallar.
Michael asintió.
—¿No puedes decirme que no sientes esto?
Mordiéndome el labio, asentí lentamente.
Algo hambriento parpadeó en su expresión.
Guau.
Negué con la cabeza, como para sacudirme la indescriptible necesidad de
saltar sobre él. Esto era una locura.
—No engañaría. Jamás.
—Yo tampoco —prometió—. Siéntate conmigo un rato.
Me pregunté si sería una buena idea.
—¿Qué estás pensando?
—Cuánto no debería haberme gustado que estuvieras decepcionado de
que yo tenga novio.
—Hablando de eso, ¿sabe él que estás trabajando aquí?
—No. Y no necesita saberlo. Es un trabajo temporal que paga mucho por
hora y no le está causando ningún daño a nadie.
—Siento disentir.
—¿Cómo?
—Le está causando daño a tu novio. Si no hubieras estado trabajando aquí,
no te habría visto, decidido que eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida,
y luego me sentara a hablar contigo. Ahora me doy cuenta de que no solo eres
hermosa, sino que también eres inteligente y divertida, lo cual ya sabía cuando
me enseñaste tu dedo medio, lo que significa que no me iré hasta que
intercambiemos números. Y hago esto sabiendo que, si te sientes la mitad de
atraída por mí que yo por ti, dejarás a tu no tan serio novio a un lado para
llamarme y darme una oportunidad. Así que sí, diría que este trabajo le causó
algún daño a tu novio.
Lo miré boquiabierta.
—Eres muy arrogante.
—No, pero soy decidido.
—Mi novio es bueno en la cama. —Estaba exasperada por esta repentina
sensación de estar partida en dos—. Eso es difícil de encontrar.
Michael sonrió ante mi franqueza.
—Cariño, todavía no has visto nada. ¿Estás qué, en tus veintes?
Asentí.
—Veinte. ¿Y?
—Así que tal vez estás confundiendo el sexo bueno con el buen sexo. —Se
inclinó hacia adelante, de modo que nuestras narices casi se tocaban, y mi
respiración se atascó en mi garganta cuando el olor picante y oscuro que llevaba
me hizo cosquillas en los sentidos—. Si tuviera la suerte de tenerte en mi cama,
te haría sentir cosas que nunca supiste que existían. Si fueras mía, no
coquetearías con otros chicos. No querrías, sabiendo que ningún otro chico te
apreciaría como yo. Créeme, cariño, aprecio las cosas buenas de la vida y estoy
más agradecido de lo que puedo decir cuando me encuentro con algo especial.
Nunca pensé que me encontraría con algo extraordinario en mi vida, y mucho
menos lo encontraría en una galería de arte.
Oh. Dios. Mío.
—¿Qué me estás haciendo? —espeté, recostándome en mi silla para tomar
cierta distancia—. Soy irlandesa, está bien. Crecí rodeada de chicos irlandeses
que saben cómo encantar las bragas de una chica. Usted, señor, es como el
maldito campeón. Y no me digas que no eres irlandés. Sé que eres irlandés.
—Lo soy. Pero no te voy a soltar un rollo.
Nerviosa, empujé mi silla hacia atrás de la mesa y agarré mi bolso. Gary
me agradaba. ¡Las cosas iban bien! Como, genial. Y este tipo me asustaba. Quiero
decir, podría ser una persona bastante impulsiva, pero nunca hubiera querido
lanzarme al otro lado de la mesa hacia un tipo que no conocía y follarlo hasta el
hartazgo. El sexo hasta Gary había sido responder a las llamadas de mi cuerpo
cargado de hormonas y siendo decepcionado cada vez.
Este tirón con Michael era mucho más que eso. Sí, tenía una carga sexual,
pero había algo aquí. Alguna conexión que no entendía. ¡Me estaba asustando!
—Tengo que irme.
—No. —Se puso de pie, pareciendo inseguro, lo que parecía fuera de lugar
para él. Pero, ¿cómo iba a saberlo? ¡No nos conocíamos!— Lo siento si fui
demasiado intenso. Yo nunca he… —Se encogió de hombros, luciendo muy joven
de repente.
Y me di cuenta de que era más joven de lo que pensé al principio, había
dicho que era un policía novato. Lo puse tal vez en mi edad o en la de Gary, que
era dos años mayor que yo.
—Quédate. Hablemos. —Hizo un gesto hacia la mesa y luego me dio una
sonrisa persuasiva—. Dime tu nombre.
—No puedo. —Necesitaba un poco de distancia de este tipo, y necesitaba
ver a Gary para recordar que lo que teníamos era bastante bueno.
Pero la expresión abatida de Michael tiró de mi corazón.
—Mira, volveré aquí el miércoles por la noche y luego el sábado otra vez.
Si eres sincero, preséntate. Partiremos de ahí.
Su alivio fue visible.
—También me gusta eso. —Le sonreí y sus ojos se concentraron en el
hoyuelo de mi mejilla izquierda. Fue un regalo de mi papá.
—¿Gustarte qué?
—Nada de mentiras. Me dices lo que sientes sin siquiera decirlo. Y me
gusta que estés aliviado. ¿Supongo que estarás aquí?
—Cariño, me sonríes así, dándome ese hermoso hoyuelo, haré cualquier
cosa menos asesinar a alguien por ti. Quizás incluso entonces —bromeó.
Sonreí más fuerte y su expresión se volvió tierna. Dios mío.
—Entonces te veré pronto.
—Al menos dime tu nombre —me llamó mientras me alejaba.
Me volví, caminando hacia atrás:
—Te diré una cosa. Preséntate, te diré mi nombre.
—Provocadora.
Le enseñé mi dedo medio con una sonrisa juguetona, y su risa me siguió
cuando me fui. Estaba mareada con el tipo de anticipación que una chica con
novio definitivamente no debería sentir.



—¿Estás bien? —me preguntó Ally mientras le entregaba el cambio a un
cliente.
Mi turno en Wilde's Place había comenzado hace dos horas, y me había
abierto camino en el bar bastante rápido. Ya tenía experiencia como barman, así
que no fue gran cosa, y los clientes allí eran mucho más prácticos y divertidos
para hablar que los del bar de la universidad.
—Todo va muy bien. —Le lancé una sonrisa.
—¿Tu novio estará aquí pronto?
Pensar en Gary provocó una punzada de culpa. Técnicamente había
arreglado algún tipo de cita con otro chico. No lo parecía en ese momento, pero
alejarme de Michael me hizo darme cuenta de lo horrible que había sido lo que
había hecho. Había coqueteado con otro chico y había arreglado verlo de nuevo
en mi trabajo. Sin embargo, no podía olvidar esas mariposas o cómo todavía las
sentía cuando pensaba en el extraño. No las tenía con Gary, por mucho que me
preocupara por él.
Pero, ¿valía la pena que Michael arruinara lo que tenía con Gary? Mi novio
me había llamado antes de mi turno para decirme que Sully tenía un sábado por
la noche libre, así que lo llevaría a Wilde's Place para que se reuniera conmigo.
Sully era el mejor amigo de Gary, pero era policía y últimamente no había tenido
mucho tiempo libre. Él había estado junto a la policía de Boston durante casi dos
años, por lo que ahora solo tenía un patrón de turnos regular que le permitiría
ver más a sus amigos.
Estaba un poco nerviosa por conocerlo. Gary hablaba de él todo el tiempo.
Habían crecido juntos, y aunque Gary se metía mucho en problemas, Sully
siempre estaba ahí para sacarlo de los apuros. Por lo que sabía de mi novio,
definitivamente había sido el irresponsable en esa amistad. Hasta mí, a Gary solo
le interesaba el sexo casual, mientras que solía burlarse de Sully por ser un tipo
de hombre de una sola mujer. Sully había querido ir a la universidad para ser
abogado, pero su familia no tenía el dinero para enviarlo, por lo que tomó su
examen de policía a los diecinueve años, era cadete en la policía de Boston antes
de que pudiera postularse para la academia de policía a los veintiuno, y
convertirse en policía como su padre.
Gary, por otro lado, había ido de un trabajo a otro, siendo despedido a
diestra y siniestra, hasta que su tío lo contrató como mecánico. Desde entonces
se había asentado. Incluso conmigo.
Si Gary y su mejor amigo supieran lo que hice hoy, me odiarían.
Pero no hice nada, discutí conmigo misma. No realmente.
—Oye, preciosa.
La voz familiar de mi novio me sacó de mis pensamientos llenos de culpa
y le entregué la cerveza a mi cliente. Gary se inclinó sobre la barra, sonriéndome.
Sonriendo en respuesta, me incliné para presionar un beso en sus labios.
Un par de chicos alrededor de la barra gimieron en falsa decepción, y Gary sonrió
contra mi boca antes de retroceder para dispararles una sonrisa.
—Así es, muchachos, ella es mía, así que retrocedan.
Negué con la cabeza ante sus tonterías.
—¿Estás bien?
—Se supone que debo preguntarte eso. ¿Qué tal estás?
—Bien.
Asintió y luego se volvió para mirar por encima del hombro.
—Traje a Sully. Te dije que no era un amigo imaginario.
Me reí porque me había burlado de él a medida que pasaban más semanas
sin encontrarme con este escurridizo Sully. Mirando más allá de mi novio para
sonreírle a su amigo mientras se acercaba a la barra, mi sonrisa se atascó antes
de que pudiera ensanchar mi boca.
El shock me clavó en el suelo mientras miraba a los familiares ojos marrón
oscuro.
¿Michael?
La sorpresa parpadeó momentáneamente en su expresión, pero se
recuperó más rápido que yo. Tendió la mano y dijo intencionadamente:
—Michael Sullivan, gusto en conocerte.
Oh Dios mío.
Sullivan. Sully.
Duh.
Bueno, ¿esto no apestaba al más alto nivel? Me tragué mi sorpresa y mi
decepción y tomé su mano con cautela. Mi piel se estremeció ante su toque, y su
mano pareció apretarse reflexivamente alrededor de la mía.
—Dahlia. —Fue difícil pronunciar las palabras, por lo que salieron suaves
e inseguras—. Estoy encantada de conocerte también.
—No me digas que te estás volviendo tímida conmigo —resopló Gary.
Mi sonrisa fue tensa.
—Él es tu mejor amigo. Quiero gustarle.
De acuerdo. Solo que no esperaba querer que me agrade.
—Por supuesto que le gustarás. ¿No es así, Sully? ¿Qué es lo que no puede
gustarle?
Michael nos dio una sonrisa plana.
—Has hablado mucho de ella, siento que ya lo hago.
Gary le dio una palmada en la espalda y luego se sentó en un taburete en
la barra. Michael y yo intercambiamos una mirada cargada antes de que se
sentara junto a su amigo.
Temblando por dentro y haciendo todo lo posible por ocultarlo, me entró
el pánico de inmediato de que Michael le dijera a Gary que estuve coqueteando
con él, y que Michael no volvería a verme. ¡Por supuesto que no lo haría! ¿Qué
tan retorcido era ese tipo de pensamiento? No podríamos lastimar a Gary de esa
manera. Era ridículo.
Dios, ¿por qué estaba pasando esto? ¿Por qué no pude conocer a Michael
primero?
¿Y eso es lo que quería? ¿Haberlo conocido primero? ¿Un chico del que
sabía poco? Solo sabía lo que había escuchado de Gary (todo bueno, para tu
información, mi novio adoraba a un héroe) y lo que había sentido hoy cuando
nos conocimos.
Pero Gary era dulce, era bueno en la cama y me trataba bien.
Oh diablos.
Intenté ser mi yo divertido, ligero y alegre mientras hablaba con mi novio
y su mejor amigo entre atender a los clientes. La parte horrible de la noche llegó
cuando Gary se excusó para ir al baño y Michael me llamó.
Sus ojos oscuros ya no estaban llenos de risa y deseo. Todavía estaban
calientes, pero había una distancia educada en ellos, y extrañaba la forma en que
me había mirado esa tarde.
—No le diré a Gary sobre hoy.
Asentí.
—Normalmente no coqueteo con otros chicos.
Se inclinó sobre la barra y bajó la voz.
—Lo sé. Sé que hoy fue inesperado para los dos.
Entonces recordé que Gary me había dicho que Michael tenía veintitrés
años. Solo tres años mayor que yo, pero tenía ese aire de madurez que ninguno
de mis otros amigos tenía. Ni siquiera Gary. Era muy atractivo.
Maldita sea.
—Va contra el código decirte esto, pero le gustas a Gary. Nunca lo había
visto con una chica como él está contigo. —Me dio una sonrisa triste—. Y ahora
entiendo por qué. Pero su vida no ha sido fácil y umm… bueno, no voy a joderle
esto.
Me encontré incapaz de mirarlo a los ojos porque una oleada de decepción
que no entendía me abrumó.
—No volveré a la galería, Dahlia.
Asintiendo y tragando más allá del nudo en mi garganta, respondí:
—Entiendo.
—Él se preocupa por ti. Sé buena con él.
Le dediqué una débil sonrisa.
—No le haré daño.
Caminando por la barra para alejarme de Michael, pensé para mí, no, no
lastimaré a Gary porque si se siente algo como esto, no querría herir tanto a
alguien.

1
Dahlia

Hartwell, Delaware
Hace dos meses

H
ace años, durante un corto período de mi vida, usé el alcohol para
adormecer mis sentimientos. El gin empapaba la gigantesca y
dolorosa bola de dolor en mi pecho y aflojaba su agarre en mi
alma. Hizo que pasar el día siguiente y el siguiente fuera más fácil. Sin embargo,
no solo adormeció el dolor, sino que me impidió sentir mucho. Casi me mata.
Una vez que dejé el alcohol y me dejé sentir, tuve que entregarme al tiempo
y a la paciencia. Y, afortunadamente, el tiempo y la distancia (y la terapia)
hicieron lo que el alcohol había intentado hacer. El tiempo apagó el dolor. Hubo
momentos en los que ni siquiera el tiempo pudo hacer eso, pero en su mayor
parte, viví mi vida relativamente contenta.
Así que supongo que lo olvidé.
Olvidé que la vida no te deja tener tiempo y distancia. No puedes atravesar
tu existencia sin que nada vuelva a suceder para que te devuelva a ese lugar.
La vida no funciona así en absoluto.
Y ese día fue el día en que decidió recordarme ese hecho.
Se acercaba el final del verano y había cerrado mi tienda / taller de regalos
que tenía en el paseo marítimo de la ciudad costera de Hartwell, Delaware.
Técnicamente era una ciudad, pero era pequeña con una mentalidad de pueblo
pequeño. El paseo marítimo tenía aproximadamente una milla de largo y el
extremo norte estaba formado por edificios comerciales, incluida mi tienda de
regalos, donde vendía artículos únicos que no solo obtenía, sino también joyas
que hacía y diseñaba en mi taller.
Nosotros, los propietarios del paseo marítimo, éramos una comunidad
muy unida. Mi mejor amiga era Bailey Hartwell, y era propietaria de la Posada
Hart, que estaba justo al lado de mi tienda en el paseo.
Había cerrado la tienda durante una hora y Bailey había dejado la gestión
de la posada a su gerente, Aydan, para que pudiéramos tomar un café con nuestra
amiga Emery Saunders, propietaria de la librería y cafetería Emery's Bookstore
and Coffeehouse.
Por lo general, nuestras pausas para el café eran una excusa para charlar
sobre todo y nada, pero ese día teníamos un enfoque específico. Bailey. No solo
su hermana pequeña en la ciudad estaba causando problemas, sino que Bailey
había comenzado a ver a Vaughn Tremaine. Era una gran noticia en nuestro
pequeño pueblo. ¿Por qué? Bueno, sobre todo, porque cualquier cosa que
involucrara a Bailey era una gran noticia. Como descendiente de la familia
fundadora, era muy conocida. Pero más que eso, era querida y respetada. Cuando
Vaughn Tremaine compró el antiguo Hotel Hart's Boardwalk y lo derribó para
construir su hotel contemporáneo de cinco estrellas, Paradise Sands, Bailey no
estuvo contenta. Se aseguró de que toda la ciudad y Tremaine fueran conscientes
de lo infeliz que era y, al hacerlo, provocó una guerra en miniatura entre ella y el
hotelero deliciosamente sexy nacido en Manhattan.
Si eso no fuera suficiente para mantener las lenguas moviéndose, el novio
de Bailey durante diez años, Tom, sorprendió a todos al engañarla. Después de
que rompieron, la tensión que había estado hirviendo entre Bailey y Tremaine
explotó y, como siempre sospeché, admitieron que se sentían atraídos el uno por
el otro.
Después de meses de bailar alrededor del otro, finalmente estaban
saliendo.
Estaba feliz por mi mejor amiga. Nadie merecía tener un felices para
siempre más que Bailey Hartwell.
—Nunca me sentí así con Tom —dijo Bailey con un resoplido mientras nos
sentamos a tomar nuestro café. Estábamos en la sección elevada de la librería,
sentadas alrededor de la chimenea. La luz que entraba por las ventanas bajas y
poco profundas detrás de nosotras proyectaba un halo de cobre alrededor de su
cabello castaño rojizo—. De hecho, me gustó el espacio de Tom, incluso al
principio. Pero con Vaughn, quiero estar con él todo el tiempo porque cada
momento que pasamos juntos, descubro algo nuevo sobre él: sus peculiaridades,
su sentido del humor, su arrogancia, sus defectos. ¿Y saben qué? Me gusta todo.
¡Defectos y todo! ¿Qué es eso?
Emery sonrió.
—Te estás enamorando.
Sonreí ante la ensoñación de la sonrisa de Emery cuando Bailey negó tales
afirmaciones. Para ser honesta, me había limitado a vivir en Hartwell durante los
últimos nueve años. Emery se había mudado a la ciudad un año después que yo,
pero era tan tímida y socialmente rara que nadie la conocía realmente. Eso fue
hasta que Jessica Huntington llegó a Hartwell el año pasado, se hizo amiga de
Bailey y luego de Emery. Jessica ahora era Jessica Lawson. Se había casado con
nuestro amigo Cooper, dueño del bar al lado de la librería de Emery. Jessica era
una de las médicas de la ciudad y, si tenía tiempo entre citas, intentaría
acompañarnos a tomar un café. Sin embargo, ella y Cooper estaban de luna de
miel en Canadá.
Y ahora las cuatro éramos amigas. Emery estaba saliendo de su caparazón
cada vez más, pero la mujer seguía siendo un misterio.
Todo lo que sabía de ella era que heredó mucho dinero de su abuela,
incluidas propiedades como la librería. Sabía que era tímida, especialmente con
los hombres, lo que no tenía sentido teniendo en cuenta que era una de las
mujeres más hermosas que había conocido en la vida real. En serio. Era alta,
esbelta, con curvas en todos los lugares correctos, tenía el pelo largo, rubio
blanquecino, que ninguna mujer adulta debería tener de forma natural, y los
delicados rasgos de una caricatura de Disney. La hermana de Cooper, Cat, solía
bromear diciendo que Emery se parecía a Elsa de Frozen.
Aparte de su parecido con un personaje de Disney, también sabía que
Emery era un romántica total. Cada vez que Bailey hablaba de Vaughn, o Jess
hablaba de Cooper, Emery tenía esa dulce mirada de anhelo en su rostro.
—¿No debería querer pasar todo su tiempo conmigo? —Bailey me sacó de
mis pensamientos de Emery.
—Tienes que hablar con él sobre esto. Ahora. Antes de que vaya más lejos
—le aconsejé. Ya había habido demasiada falta de comunicación entre Bailey y
Vaughn—. Si Jess estuviera aquí, diría lo mismo.
Bailey arrugó la nariz.
—No sé…
Bueno, yo lo sabía, y no tenía problemas en decir lo que sentía y hacerlo
sin rodeos. Afortunadamente, Bailey apreciaba esa parte de mi personalidad.
—¿En serio quieres un esposo y un padre para tus hijos que nunca está
allí?
—No. —Sacudió la cabeza y luego enderezó los hombros con
determinación—. Bien. Hablaré con él. Probablemente lo asustará, pero hablaré
con él.
—Después de lo que te dijo, no creo que nada de lo que hagas lo asuste —
sugirió Emery, sacando las palabras de mi boca. El día de la boda de Jess, Vaughn
se había peleado a puñetazos con un viejo amor de Bailey que resultó ser el amigo
de la escuela secundaria de Vaughn. El tipo insultó a Bailey y Vaughn lo derribó
de un golpe (¡no podrías escribir estos chismes!), y cuando terminó la pelea,
Vaughn le dio este increíble discurso sobre todas las razones por las que la
amaba. Cuando ella nos contó lo que él había dicho, yo misma me enamoré de él.
—Sí, ciertamente parece que se divierte con tu honestidad odiosa —
bromeé.
—¿Mi honestidad odiosa? —Bailey me hizo un gesto—. El muerto… —y
luego a ella misma—. Se ríe del degollado.
Me reí.
—Lo que sea. Solo habla con él.
Al sonar la campana en la librería, Emery se levantó para ver si los clientes
la necesitaban y le repetí a Bailey que necesitaba hablar con Vaughn. En serio, mi
amiga ya tenía que saber que no iba a espantar a Vaughn Tremaine. La miraba
como si ella fuera su única razón de existir.
—Solo están hojeando los libros, así que les dije que vinieran a buscarme
si me necesitaban. —Emery volvió a sentarse con nosotras—. ¿Qué estábamos
diciendo?
—Estábamos discutiendo mi posible conversación con Vaughn sobre el
final de mi relación. Ah, y el hecho de que mi hermana parece haber desaparecido
de la faz del planeta. Lo juro por Dios, si no la encuentro pronto, mis padres
tomarán un vuelo aquí.
—¿Y eso sería algo malo? —Creo que no. No me correspondía a mí decir
nada, pero Vanessa era una alborotadora nata, y no me gustaba la idea de que
ella le causara problemas a Bailey mientras mi amiga estaba arreglando su vida.
Quizás sería bueno que Stacy y Aaron Hartwell volvieran para quitarle de los
hombros de Bailey la responsabilidad de cuidar a Vanessa.
—¿Ahora? —dijo Bailey—. Sí. Me gustaría conocer a Vaughn sin que mi
padre me respirara sobre el cuello. Amo al hombre, pero también es el único en
mi familia que sabía sobre Oliver Spence.
Oliver Spence fue el exnovio que Vaughn golpeó en la cara. Su rica familia
había pasado sus vacaciones en Hartwell durante años cuando él era joven, y
cuando Bailey tenía diecinueve años, le dijo que la amaba y ella le correspondió.
Pero al final del verano, él le rompió el corazón y le dijo que no era lo
suficientemente buena para su familia. Bastardo. Si hubiera sido amiga de Bailey
en ese entonces, habría encontrado una manera de vengarme dulcemente del
imbécil engreído. Como llenar su lujoso auto deportivo con montones y
montones de queso; tanto queso, que estaría limpiando esas cosas durante días
y nunca quitaría el olor del cuero.
Desafortunadamente, no estaba en Hartwell en ese entonces para ejecutar
planes de venganza tan sofisticados para mi mejor amiga.
—Podría asumir cosas sobre Vaughn, y necesito averiguar cómo me siento
por Tremaine antes de tomar en consideración los sentimientos de los demás
hacia él.
Eso era pura mierda.
—Oh, por favor, ya sabes lo que sientes por Vaughn.
—Te voy a golpear.
Sonreí y volví mi mejilla izquierda hacia ella, golpeando mi dedo contra el
hoyuelo allí.
—Adelante. Alégrame el día.
Los ojos verdes de Bailey bailaron divertidos.
—Oh, eres demasiado linda para tu propio bien.
Fingí acicalarme.
—Lo sé. —Las chicas rieron.
—Señorita —la voz de un chico cortó nuestra risa. Todas nos volvimos
cuando un hombre subió las escaleras. Había algo familiar en la forma en que se
movía mientras conducía a una pequeña y bonita rubia escaleras arriba con él.
Su mirada se centró en Emery—. Nos gustaría comprar un par de libros si está
bien —dijo con un marcado acento de Boston.
Fue entonces cuando la familiaridad cobró sentido.
La conmoción que me atravesó lo comparé con lo que se debe sentirse al
salir a la calle, no ver el automóvil y, de repente, encontrarse volando por el aire
con el impacto inesperado.
No.
Jesucristo, no.
¿Qué estaba haciendo él aquí?
Mi corazón se aceleró repugnantemente en mi pecho. Una oleada de calor
recorrió mi cuerpo tan rápido que podía sentir el sudor acumulándose debajo de
mis brazos. La conmoción inutilizó mis miembros y solo pude mirar fijamente.
Michael Sullivan.
Él estaba aquí.
En Hartwell.
En la librería de Emery.
Tenía una barba corta y desaliñada, y había arrugas alrededor de sus ojos
que no habían estado allí antes, pero era él. Lo reconocería en cualquier parte.
Las lágrimas brotaron cuando un anhelo tan doloroso se apoderó de mi
pecho. No lo había visto en años y, de repente, fue como respirar por primera vez
en una década, solo para que esa respiración se escapara dolorosamente, el alivio
momentáneo terminó demasiado pronto.
Sonrió a Bailey y luego a mí.
Cuando nuestros ojos se encontraron y la sorpresa aflojó sus rasgos, un
peso presionó mi pecho.
—¿Dahlia?
¿Cómo estaba aquí?
¿Por qué estaba aquí?
¡Vete, vete, vete!
—Michael —su nombre salió de mis labios.
Michael. Amaba su nombre. Amaba… amaba… yo…
Iba a perder el control.
Allí mismo, frente a él y a la rubia cuya mano sostenía.
No quería ver eso.
No quería ver nada de esto.
Pero no podíamos dejar de mirarnos el uno al otro, emborrachándonos.
Los ojos de Michael eran del mismo hermoso color marrón oscuro. El tipo de ojos
en los que una chica podría ahogarse. Su cabello rubio estaba cortado más corto
que cuando éramos más jóvenes, por lo que parecía más oscuro, y esos anchos
hombros suyos parecían aún más amplios. La camiseta que llevaba se le pegaba
al cuerpo, sugiriendo que hacía más ejercicio de lo que solía hacer. No es que no
estuviera en forma en ese entonces. Ahora solo había más músculo. Me di cuenta
de que daba la ilusión de que era más alto de lo que era. Tenía un metro setenta
y nueve, más bajo que los hombres de mi familia, pero siempre había tenido una
presencia tan masculina y dominante.
Aún tenía esa presencia.
Michael, ¿qué haces aquí? Por favor, vete.
La rubia que sostenía su mano (me negué a mirarla de verdad) tiró de ella
y él miró hacia otro lado, liberándome de su mirada. Me hundí, el aliento regresó
a mi cuerpo. Pero tan rápido como había desviado la mirada, su atención volvió
a mí y me preguntó:
—¿Qué estás haciendo aquí?
¿Qué estaba yo haciendo aquí?
¿En serio?
Cada parte de mí temblaba y metí las manos debajo de la mesa para que él
no pudiera verlas temblar.
—¿Qué estás haciendo aquí? —repliqué.
En serio, ¿qué haces aquí? Vete, Michael. ¡Vete ahora!
Esperaba que hubiera desarrollado habilidades telepáticas durante los
últimos nueve años.
—Estamos de vacaciones — dijo la rubia y se apretó contra su costado
como si perteneciera allí—. Mike, ¿quién es esta?
¿Mike? Mi familia también lo llamaba Mike, pero odiaba acortar un
nombre tan hermoso a algo tan común como Mike.
—Eh, Kiersten, esta es Dahlia. Es la hermana menor de Dermot.
¿La hermana menor de Dermot? ¿En serio? Que broma.
La rubia respondió:
—Pensé que había muerto.
El dolor latió a través de mi pecho, y Bailey agarró mi mano debajo de la
mesa. Las palabras me hicieron mirar a la rubia ahora. Era pequeña, delgada.
Chiquita. Y habría sido bonita si no tuviera una expresión tan demacrada en su
rostro. Mis ojos volaron hacia Michael. Le había contado a esta persona sobre
Dillon. ¿Quién era ella que era lo suficientemente importante para saber sobre
Dillon pero no lo bastante para saber sobre mí? ¿O era que yo ya no era lo
suficientemente importante?
Su expresión sombría hizo que la emoción en mi garganta se endureciera.
—Esa fue Dillon.
El nombre estalló por la habitación como un disparo, y pude sentir mi
pecho comprimirse de pánico. Pequeños puntos negros cubrieron mis ojos, y
supe que iba a enloquecer frente a él.
Ni hablar.
No podía.
También podría abrirme el pecho y pedirles a todos que miraran todas las
pequeñas piezas faltantes de mi corazón.
—Tengo que irme. —Me puse de pie, sin dejar a Bailey más remedio que
soltar mi mano. Con la mirada hacia abajo, aterrorizada de encontrarme con la
suya, pasé junto a Michael Sullivan y su rubia más rápido de lo que jamás me
había movido en mi vida.
—¡Dahlia! —gritó mientras yo bajaba apresuradamente los escalones. La
salida parecía tan lejana.
Escuché la voz de Bailey y luego el profundo murmullo de Michael, pero
abrí la puerta de un tirón sin prestarles demasiada atención.
Estaba afuera.
El aire salado del océano llenó mis pulmones a medida que bajaba
apresuradamente las tablas. El miedo a que me persiguiera hizo que mi corazón
latiera con fuerza y corrí. Corrí entre la ligera multitud de turistas de verano, las
suelas de mis zapatillas de tenis acumulaban pequeños gránulos de arena
rebelde que siempre llegaban a las tablas de la playa.
La ligera y cálida brisa sopló a través de mi largo cabello, y corrí como si
el mismo diablo me estuviera persiguiendo hasta mi tienda.
Ese pánico, ese terror, no me abandonó hasta que cerré la puerta detrás
de mí. No volteé el letrero de “Cerrado para el almuerzo” a “Abierto”. No encendí
las luces. En cambio, corrí a la parte trasera de la tienda a mi taller donde los
demonios del pasado intentaron abrumarme por primera vez en años.
La verdad es que nunca me dejaron.
La repentina aparición de Michael simplemente los había despertado.
Mis manos temblaron mientras sollozos silenciosos y secos sacudían mi
cuerpo. Miré alrededor de mi taller, buscando alivio, algo que mitigara el dolor.
Temblando, busqué a tientas mi delantal y me lo puse. Luego conecté mi teléfono
al altavoz de mi taller, presioné Spotify y The Vaccines irrumpió en la habitación.
Sentándome en mi banco, me quedé mirando los pendientes de plata y
amatista que estaba haciendo. Eran gatos plateados alargados con amatistas por
ojos. Inclinándome, trabajé, intentando ahogar mis pensamientos.
Podría esconderme de Michael hasta que dejara Hartwell. Sencillo.
Su reaparición había sido un shock.
La vida me había dado una patada en el estómago ese día, pero sabía que
estaría bien tan pronto como él se fuera.
Después de todo, el tiempo y la distancia habían funcionado antes.
Funcionarían de nuevo.

2
Dahlia

Hartwell, Delaware
En la actualidad

U
n fuego crepitaba en la chimenea de la librería de Emery, un
delicioso respiro del frío día de octubre afuera. A mediados de
octubre, los días nublados traían bajas temperaturas al paseo
marítimo, y aunque estábamos abiertos todo el año, este era el comienzo de
nuestra temporada tranquila.
Afortunadamente, mi tienda generaba suficientes ganancias (como lo
hacían todos nuestros negocios) durante la primavera y el verano para
mantenerme en la temporada tranquila. También hacía y vendía mis joyas a
boutiques de todo el país, por lo que complementaba mis ingresos. Lo bueno de
la temporada tranquila eran más oportunidades para mis amigas y para mí de
tomar un café en lo de Emery y ponernos al día con nuestras vidas. La
librería/cafetería estaba vacía excepto por Emery, Bailey, Jessica y yo.
Jess miró su reloj.
Emery puso un plato de galletas en la mesa frente a nosotras, los muchos
brazaletes de plata en su muñeca tintinearon con la acción, y luego se sentó en el
sillón más cercano al fuego.
—¿Tienes que ir a algún sitio? —pregunté a Jess.
—Argh, es un hábito. —Suspiró—. Reviso mi reloj constantemente
durante la semana. Olvidé que es domingo y no necesito estar en el consultorio.
—Bueno, me alegro de que estés aquí —le dije—. Necesito a alguien más
dispuesto a burlarse de Bailey por su compromiso con el hombre al que una vez
se refirió como “el mismísimo diablo”. Y Emery es demasiado dulce para
burlarse.
Emery miró por encima del borde de su taza de té, con sus impresionantes
ojos azul pálido muy abiertos.
—No es cierto —respondió con su voz tranquila—. Puedo burlarme tan
bien como cualquiera. Solo que no sobre esto. —Le sonrió a Bailey—. Creo que
esto es increíble.
—Increíblemente impactante —agregué—. Es como si Buffy conectara
con Spike. Inesperado pero increíblemente caliente.
Bailey me arqueó una ceja.
—Divertidísimo.
Compartí una sonrisa con Jess.
—Ya me lo imaginaba.
—Lo único que haces es mostrar tu edad.
—¿Qué? ¿La edad que es más joven que tú?
Bailey luchó contra una sonrisa.
—No sé por qué aguanto tu boca inteligente la mitad del tiempo.
—Oye, Vaughn puede estar muy caliente, pero ambas sabemos que soy tu
alma gemela, Hartwell.
—Oh, todo tiene sentido. —Jess sonrió—. Dahlia tiene miedo de que
Vaughn le quite a su mejor amiga.
—No es posible —dije con una exhalación indiferente—. Soy más bonita e
ingeniosa que Vaughn Tremaine. Lo que le proporciono a la vida de Bailey no se
puede replicar ni reemplazar.
—Él le da orgasmos múltiples —dijo Emery, sonriendo—. Creo que gana.
Todas nos quedamos en silencio por su comentario antes de que nos
echáramos a reír de inmediato. No fue tan gracioso. Pero viniendo de Emery, fue
muy gracioso.
—Oh, Dios, Jess, nunca debiste haber presentado Bails a Emery. La está
arruinando.
—De la mejor manera posible —argumentó Bailey.
—Solo estoy diciendo lo que solía decirme a mí misma en mi cabeza. Me
siento lo suficientemente cómoda como para decirlo en voz alta. —Emery se
encogió de hombros.
Mi curiosidad por Emery se despertó hace siete años cuando apareció en
el paseo marítimo y transformó Burger Hut en una librería. Sin embargo, era tan
cerrada y tímida que Bailey y yo renunciamos a tratar de hacernos amigas de ella.
Ahora que Jess había allanado el camino para que todas nos convirtiéramos en
amigas, Bailey y yo habíamos hablado con frecuencia de nuestra creciente
curiosidad. No sabíamos nada sobre Emery, y teníamos miedo de que, si la
empujábamos, volviera a meterse en su caparazón.
Sin embargo, me había encariñado mucho con la inteligente dueña de la
librería y de voz suave. Había una tristeza en sus ojos que llamaba a la melancolía
de los míos. Esta mujer tenía una historia para contar, y tal vez había estado
esperando por gente confiable lo suficiente como para hacer confidencias. Quería
ser una de esas personas.
—Entonces, dime, Emery —hice mi mejor esfuerzo para sonar casual—,
¿alguna vez has tenido eso? ¿Alguien como Vaughn en tu vida?
Sus mejillas se sonrojaron y se volvieron rosadas.
—Eh, no.
—¿Quién lo tiene? —Bailey resopló—. El hombre es único.
—Presumida —bromeé.
—¿Simplemente no? —Jess nos ignoró.
Emery negó bruscamente con la cabeza.
—Simplemente no.
¿Eso era todo?
Bailey arrugó la nariz.
—¿Ningún tipo que te importara? ¿Un amor de la infancia, tal vez?
—Vivía con mi abuela y ella no me dejaba salir.
Jess, Bailey y yo compartimos una mirada. Supusimos que eso explicaba
las cosas. Bueno, algunas cosas.
—De acuerdo. —Dejé mi taza de café y me concentré en Emery, la
curiosidad apoderándose de mí—. Tienes que contarnos sobre esa abuela tuya y
cómo una hermosa joven inteligente de…
—Veintiocho —ofreció.
—De veintiocho vive en un pueblo pequeño donde casi todo el mundo se
conoce pero es tan tímida que tarda siete años en hacerse amiga de alguien.
Las cejas de Emery se fruncieron.
—No es verdad. Soy amiga de Iris desde que me mudé aquí.
—¿Qué? —Bailey resopló—. Ella no me dijo eso.
—Eso es porque sabe lo entrometida que eres. —Emery hizo una mueca—
. Quise decir eso mejor de lo que salió.
Me reí.
—Lo decías en serio exactamente como salió.
Bailey me sacó la lengua.
—Niñas —Jess puso los ojos en blanco—, de vuelta a Emery y su abuela.
—Um… no hay mucho que contar. —Se mordió el labio inferior por un
segundo, aparentemente en contemplación, y luego dejó su té. Sus pestañas
bajaron sobre sus ojos mientras se enfocaba en la mesa de café frente a
nosotras—. Mis padres murieron en el mismo accidente de avión que mi abuelo.
Tenía un jet privado. Se estrelló. Ese verano estaba en Nueva York, en un
campamento de verano para músicos. Tocaba el violonchelo. Tenía doce años.
Después… solo fuimos mi abuela y yo. —Su mirada se volvió muy directa—. Esto
no va más allá de esta habitación.
Todas asentimos y me di cuenta de que todas estábamos inclinadas hacia
adelante en nuestras sillas, genuinamente intrigadas. No me sorprendió que
Emery hubiera perdido a sus padres tan joven. Había un aire de otro mundo en
ella, una pureza de corazón, a pesar de su boca sorprendentemente inteligente.
Confiaba en que Emery nunca lastimaría a nadie, pero, de hecho, haría todo lo
posible para ayudar a alguien. Eso venía de un pozo de empatía que a menudo
nacía de la adversidad o el dolor.
—Mi abuelo era Peter Paxton, fundador del Grupo Paxton.
¿Quién?
Al ver nuestra desorientación, continuó:
—El Grupo Paxton incluye American AirTravel e Invictus Airlines. Grupo
de vacaciones Invictus. E Invictus Aeronautical.
Santa mierda.
Esas eran algunas de las empresas más grandes de Estados Unidos. El
Grupo Paxton tenía que ser una corporación de miles de millones de dólares.
Jesús. Paxton, y por tanto el padre de Emery, eran multimillonarios.
¿Eso significa…?
Me quedé boquiabierta con Emery.
No parecía una multimillonaria.
No actuaba como una multimillonaria.
No es que supiera cómo actuaban porque hasta ahora, ¡nunca había
conocido a uno!
Al ver que lo entendíamos, se sonrojó.
—Fui muy privilegiada y hasta ese momento, no era una niña muy
agradable. No conocía nada diferente. Vivíamos en una finca al norte del estado
de Nueva York. Teníamos personal que hacía todo por nosotros, y yo era
malcriada. Cuando murieron, mi abuela se hizo cargo de sus acciones en la
empresa. Una junta lo dirige con un presidente, un director ejecutivo, etc., por lo
que mi abuela tenía sus propias empresas en el sector inmobiliario. Ella era… —
Emery hizo una pausa, bajó los ojos al suelo y los míos se entrecerraron ante la
forma en que parecía retorcerse las manos—. Muy estricta. Sí, era muy estricta.
—¿Qué pasó? —preguntó Bailey en voz baja, absorta—. A tu abuela.
“Whole Lotta Love” de Led Zeppelin explotó inesperadamente de mi bolso,
y todas saltamos como medio metro.
Jess me lanzó una mirada sucia, y contuve una risa nerviosa.
—Lo siento. —Volviéndome hacia Emery, perdí la sonrisa—. En serio lo
siento. —Buscando a tientas en mi bolso, tenía la intención de apagar mi teléfono
para poder volver a la historia de Emery, pero el identificador de llamadas decía
que era mi papá.
Hace dos meses, cuando Michael Sullivan se había presentado en lo de
Emery, me di cuenta de que su aparición no había sido una coincidencia.
La única persona de mi familia que sabía que vivía en Hartwell era mi
padre.
Cuando lo llamé para preguntarle por Michael, me dijo que Michael se
estaba separando de su esposa y papá le había sugerido que se tomara unas
vacaciones en Hartwell solo. No le mencionó a Michael que yo vivía allí, y no me
dijo que Michael estaba en camino de acabar con mi semana. Sabía lo que mi
padre había esperado que lograran esas vacaciones.
Con lo que no había contado era con que Michael le diera otra oportunidad
a su matrimonio al irse de vacaciones románticas con su esposa. No fue
sorprendente saber que Michael estaba casado. Por supuesto que lo estaba. Era
un buen partido. Sin embargo, había sido insoportablemente doloroso.
Baste decir que estaba bastante enojada con mi papá.
Y amaba a mi papá.
Adoraba a mi padre.
Era el único en mi familia que realmente me entendía y hablaba con él cada
dos días. Sin embargo, desde la aparición de Michael en Hartwell, las cosas entre
nosotros habían estado incómodas. Tan incómodo, de hecho, que había estado
jugando con la idea de volver a casa en Boston para resolver la leve discordia
entre nosotros. No había vuelto a Boston en nueve años, así que eso es lo mucho
que me importaba mi relación con mi padre.
Cuando mi papá llamaba, respondía.
Siempre.
—Lo siento, chicas, necesito contestar esto. —Pulsé el botón verde de mi
teléfono—. Hola, papá, ¿qué pasa?
—Hola, Campanita1.

1 Campanita: del original “Bluebell” es una planta europea del bosque de la familia de las liliáceas que

produce racimos de flores azules en forma de campana en primavera.


Por lo general, el sonido de la voz ronca de mi padre y su marcado acento
de Boston era uno de mis sonidos favoritos en el mundo. Había perdido mi acento
bostoniano en algún momento a lo largo de los años y hablar con papá siempre
me recordaba a mi hogar.
Hoy, sin embargo, me tensé. No ante el apodo. Mi papá me había estado
llamando Campanita desde que era una niña pequeña porque mis ojos eran de
ese tono exacto de azul. Todos mis hermanos y hermanas tenían los ojos color
avellana de mi madre. Yo era la única con el color de ojos de mi papá y su hoyuelo.
Sí, así que no fue el apodo lo que hizo que mi corazón se detuviera. Era el
tono de mi padre. Un millón de escenarios pasaron por mi cabeza.
—¿Están todos bien?
—Todos están bien. Pero tengo algo que decirte y odio decirte esto por
teléfono.
La inquietud me congeló en la silla.
—¿Papá…?
El silencioso murmullo de charlas de las chicas se apagó cuando sus
miradas preocupadas me siguieron.
—Sé que eres una adulta y lo manejarás bien, pero… um… bueno,
Campanita, tu mamá y yo nos vamos a divorciar. Se mudó la semana pasada.
Si fuera posible, creí que mi corazón se habría detenido.
—¿Papá?
No lo entendía.
Mi relación con mi madre estaba hecha jirones, pero no importaba lo que
se les arrojaras a Sorcha y Cian McGuire, lo manejaban juntos. ¿Cómo podrían
divorciarse?
Mi papá amaba a mi mamá.
Él la amaba.
—¿Ella te dejó?
—Fue mutuo, cariño. Las cosas no estaban funcionando.
—No lo entiendo.
—Te amo, Dahlia, lo sabes. Pero como les dije a tus hermanos y a Davina,
esto no es algo que debáis soportar, niños. Es entre su mamá y yo.
Parecía exhausto.
Y cansado.
Y abatido.
La idea de que mi padre se sintiera así sin mí allí, la idea de que él pasara
por esto con mi madre durante quién sabe cuánto tiempo, y yo no estuve allí…
La culpa me empapó.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—Voy a ir a casa.
Suspiró.
—Campanita, no necesitas hacer eso.
—No, lo necesito. —El pensamiento fue más que un poco nauseabundo;
sin embargo, necesitaba ver a mi papá. Necesitaba abrazarlo. Me visitaba cuando
podía, pero nunca era suficiente, y necesitaba abrazar al hombre y asegurarme
de que estaba bien—. Voy a tomar un vuelo lo antes posible. Me dirijo a casa para
arreglarlo todo ahora. Te llamaré cuando sepa la hora de mi vuelo.
—Sabes que no te voy a disuadir de esto. No puedo esperar a verte, chica.
—Escuchar cuánto se había aligerado su tono tras mi declaración de regreso a
casa puso en pausa todas mis preocupaciones. Lo que fuera que sintiera, lo que
tuviera que enfrentar al volver a Everett, ya valía la pena.
—Te amo, papá.
—Yo también te amo. Llámame para avisar cuando llegue tu vuelo.
—Hablaremos cuando llegue, ¿sí?
—Por supuesto.
Nos despedimos y mi garganta se atascó de emoción.
Mi papá había estado sufriendo y yo no había estado allí. Parpadeé para
contener las lágrimas y me volví hacia mis amigas preocupadas.
—Mis padres se van a divorciar. Necesito volver a Boston para ver a mi
papá.
Emery y Jess me abrazaron, diciéndome que lo lamentaban, pero fue
Bailey quien me agarró del brazo y me dijo que me acompañaría.
Porque ella era la única que conocía mi historia.
Tomadas del brazo, salimos al paseo marítimo. La fría brisa del océano
mordió nuestras mejillas mientras paseábamos en silencio.
Entonces…
—Dahlia, ¿necesitas que vaya contigo?
Le di a mi mejor amiga una sonrisa trémula.
—Gracias. Aprecio esa oferta más de lo que crees, pero mi papá
probablemente necesita privacidad en este momento.
—Lo entiendo. Pero, ¿qué pasa con lo que necesitas?
Miré los ansiosos ojos verdes de Bailey.
—Durante nueve años mi papá ha estado anteponiendo lo que yo
necesitaba a lo que él necesita. Probablemente antes incluso de lo que mi familia
necesita. No solo le debo esto, Bailey, sino que necesito estar allí para él. No
puedo creer que haya pasado por esto y yo no he estado allí. Quiero decir —dije
con una exhalación temblorosa—, él ama a mi mamá. La ama como tú amas a
Vaughn, como yo amo a…
—Michael. —Bailey me dio un abrazo—. Dahlia, ¿y qué hay de Michael?
¿Puedes lidiar con la posibilidad de verlo? ¿Verlo con su esposa?
Metí los dedos en mi camiseta y contuve las lágrimas que causaron sus
palabras, casi ahogándome.
Sus brazos se apretaron alrededor de mí al sentir el escalofrío recorrer mi
cuerpo.
Se trataba de mi papá.
Cuando mi papá sufría, yo sufría.
Así sucedía con las personas que amabas.
Me sometería a la tortura de volver a ver a Michael si eso significara estar
allí para mi padre cuando me necesitaba. Eso no significaba que no quisiera llorar
por la perspectiva.
—Estoy bien —susurré—. Puedo hacer esto.
Mi mejor amiga me agarró por la parte superior de los brazos e inclinó la
cabeza para mirarme a la cara.
—Sí, absolutamente puedes. Sin embargo, te maquillaremos antes de que
te vayas. No vas a volver a Boston luciendo nada más que tu mejor y más sexy yo.
Puse los ojos en blanco y gemí.
—Voy a volver por mi papá, no por nada más.
Me siguió mientras continuaba por el paseo marítimo.
—No significa que no puedas verte bien. Me habrías dicho lo mismo de
Vaughn.
—Vaughn no está casado. Y considerando la delicada razón por la que
regreso a mi ciudad natal, creo que tu comentario es inapropiado.
Estuvimos en silencio cuando pasamos por la pizzería italiana Antonio´s,
de nuestros amigos Iris e Ira.
Y luego, cuando nos acercábamos a mi tienda, Bailey preguntó:
—Pero vas a empacar el vestido azul, ¿verdad?
Sabiendo exactamente a qué vestido se refería, le lancé una mirada sucia.
Pero pensándolo bien…
—¿Qué zapatos debo empacar con eso?
Bailey sonrió y discutimos todo el camino hasta mi auto, estacionado
detrás de mi tienda, sobre mi razón para aceptar empacar el vestido azul. Solo
así, momentáneamente me quitó de la cabeza los problemas de mi padre.
Ese era uno de los mayores dones de Bailey Hartwell.

3
Dahlia

L
a casa de mi infancia parecía más pequeña de lo que recordaba. Era
un edificio de dos pisos en el noreste de Everett. La única razón por
la que mis padres pudieron permitirse la casa fue que había
pertenecido a mis abuelos. Mi abuelo murió cuando papá era un niño, y él y mi
mamá se habían mudado con mi abuela paterna cuando nació Darragh. La abuela
falleció dos meses antes de que yo viniera al mundo, así que nunca la conocí. Le
dejó la casa a papá en su testamento.
Escalones de hormigón conducían a nuestra puerta azul. Papá mantenía
las tejas de madera blancas limpias y pintadas frescas cada pocos años, y me
había dicho que había reemplazado las tejas de pizarra gris el año pasado.
Persianas azules decoraban la ventana delantera y las dos pequeñas ventanas del
segundo piso. Había una entrada lateral, como una versión en miniatura del
frente, que conducía a la cocina, que era la habitación más grande de la casa.
La cocina había sido renovada y la sala de estar había sido redecorada.
Pero olía igual. Categorizar el olor fue difícil, una especie de mezcla de aromas
que la casa había adquirido a lo largo de los años, arraigados en las paredes.
Abrillantador de muebles, la cena asada de mamá y un aroma único que era todo
McGuire.
Papá me llevó a la antigua habitación de Dermot y Darragh. Solía oler como
el vestuario de los chicos, y ni siquiera podías poner un pie dentro sin pisar algo,
el suelo estaba tan lleno de basura. Ahora era una habitación de invitados
ordenada con dos camas individuales cuidadosamente hechas con ropa de cama
gris simple.
—Pensé que tal vez querrías quedarte en esta habitación. —La voz de mi
padre era ronca.
Miré por encima del hombro a la puerta cerrada detrás de nosotros. Era la
antigua habitación que había compartido con Davina y Dillon. Siempre habíamos
estado discutiendo porque estábamos una encima de la otra. Luego, Davina fue a
la universidad y Dillon y yo lo compartimos.
Papá tenía razón. No quería dormir en esa habitación.
—Gracias. —Besé su mejilla y entré a la antigua habitación de mis
hermanos.
Papá colocó mi maleta en la cama más alejada y se volvió hacia mí.
—No puedo decirte lo bueno que es tenerte aquí.
Lo estudié. Mi papá era uno de esos hombres que se distinguían más con
la edad. Siendo bombero, se había mantenido en forma toda su vida. Había
ascendido de teniente a capitán a subjefe, y ahora era jefe del Distrito Tres y lo
había sido durante casi una década. Tenía cincuenta y seis años y estaba a punto
de jubilarse, pero no podía imaginarme que mi papá se retirara alguna vez.
Siempre había, por lo general, una radiante nube de energía alrededor de
Cian McGuire. Había hecho un trabajo duro y peligroso durante toda su vida y
había visto muchas tragedias en su tiempo, pero de alguna manera no le habían
destrozado el alma ni su buen humor.
Ahora esa energía parecía haberse drenado de él. La única otra vez que
había visto a mi padre así fue cuando murió Dillon. E incluso entonces, había
estado tan distraído por el desastre que estaba haciendo con mi vida, que no
había tenido tiempo de ceder por completo a su dolor de corazón.
Estaba preocupada por él.
—Papá, ¿estás deprimido?
Puso los ojos en blanco.
—No soy una persona deprimida.
—Pero estás triste.
—Campanita, llevo treinta y ocho años casado y se está acabando.
Dios, esto apestaba.
—Lo siento.
Su respuesta fue llevarme a sus brazos. Me hundí en su abrazo. Ningún
lugar se sentía más seguro.
—Gracias por venir a ver a tu viejo. Sé que esto es difícil para ti. Pero es
hora de poner el pasado a descansar, ¿no crees?
Murmuré contra su hombro:
—No sé si puedo.
—Lo haremos juntos. —El humor aligeró sus palabras—. Piensa en ello
como distraer a tu padre de este interesante giro que ha tomado recientemente
su vida.
Me reí suavemente, a pesar de mis miedos, feliz de ver que no había
perdido su sentido del humor.
Antes de que pudiera preguntarle sobre la separación entre él y mamá, el
sonido de la puerta principal de la planta baja abriéndose y cerrándose de golpe
me hizo alejarme de mi padre.
—Papá, ¿estás en casa? —Reconocí la voz de mi hermana mayor.
—¿Davina? —susurré.
—¿Padre? —llamó una voz masculina.
—¿Darragh?
Papá se encogió de hombros, luciendo solo un poco arrepentido.
—Les dije que vendrías y ambos querían estar aquí.
—¡Padre! —gritó Davina.
—Aquí arriba —gritó.
—¿Está Dahlia? —No pude leer el tono de Darragh.
—Sí.
La sangre corrió a mis oídos. Estaba a punto de enfrentarme a mis
hermanos por primera vez en nueve años.
Nueve años.
¿Cómo pudo haber pasado tanto tiempo? No me pareció tanto tiempo.
—Maldición —dije entre dientes.
Papá me apretó el hombro.
—Como una tirita, Campanita. Es mejor hacer eso rápido.
A lo largo de los años, papá me había enviado fotos de mi familia y me
mantuvo al día con sus vidas en nuestras llamadas telefónicas semanales.
Darragh tenía treinta y siete años y era un escritor deportivo del Boston Globe. El
bastardo afortunado se había reunido con los Pats, los Sox, los Celts y los Bruins
varias veces. De verdad, estaba orgullosa de él. Papá dijo que Darragh y su esposa
Krista (la conocí antes de que todo se fuera a la mierda y me agradó mucho) se
habían comprado una bonita casa en Everett, unas calles más allá. Tuvieron dos
hijos, Leo y Levi. Cerré la tienda cuando ambos nacieron, con el corazón roto por
no poder estar allí. Devastada porque nunca los conocería. Cuando nacieron,
envié regalos a través de papá, y lo hice para Navidad y sus cumpleaños también.
Lo mismo para todos mis hermanos. Papá siempre daba las gracias, pero no sabía
si lo decían. Los regalos nunca fueron devueltos, hasta donde yo sabía.
Davina era la segunda mayor a los treinta y cinco. Tenía una carrera
ocupada y muy exitosa como banquera de inversión corporativa. No sabía qué
era eso, pero significaba que Davina podía permitirse un enorme apartamento
en Bunker Hill. Se casó a lo largo de los nueve años de nuestro distanciamiento
con un hombre que nunca conocí. Se divorciaron dos años después, y luego, hace
tres años, mi hermana mayor salió del armario con mi familia.
Se mudó con Astrid, una mujer de la que había sido amiga desde la
universidad. Me dolía el corazón que mi hermana hubiera amado a su amiga
durante años pero no hubiera podido admitirlo. Papá dijo que Davina estaba más
feliz que nunca, pero lamenté mucho saber que no había estado allí para mi
hermana mayor cuando me necesitaba. Una de las cosas por las que sentí más
arrepentimiento fue no liberarme de mi burbuja autoimpuesta para ir con
Davina cuando ella salió del clóset.
Sentía remordimientos por no estar allí para mi familia, pero experimenté
con especial intensidad por mis dos hermanos mayores. Aunque Dermot
también era mayor que yo, lo era solo por dieciocho meses, y definitivamente era
un hermano mayor molesto, mientras que Darragh y Davina habían sido más que
eso.
La carrera de mis padres significaba que trabajaban mucho y, por lo tanto,
dependían de Darragh y Davina para cuidar de nosotros, los niños más pequeños.
Mi hermano mayor y mi hermana habían ayudado a criarme y los adoraba.
Estaba aterrorizada de volver a verlos. Ver su decepción y disgusto.
Congelada, me miré los pies.
—Papá, no sé si puedo hacer esto.
—Campanita —dijo, su tono persuasivo—, no están aquí para colgarte de
una cruz. Están aquí porque no te han visto en nueve años. Ahora bien, no estoy
diciendo que no haya enojo y dolor allí, pero es hora de trabajar en eso. Es hora
de sanar la grieta.
Papá no me dio la oportunidad de responder. Agarró mi mano y me llevó
escaleras abajo. Mis piernas se volvieron gelatinosas y me pregunté si
escucharían los sonidos entrecortados de mi respiración.
Cuando bajamos las escaleras, no estaban en la sala de estar.
Mi agarre sobre papá probablemente era doloroso.
Sabía que estaba actuando como una niña, aferrada a él, pero no parecía
poder soltarme cuando me condujo a la cocina.
Las lágrimas que había reprimido durante años inundaron mis ojos al ver
a mi hermano mayor y mi hermana apoyados en la encimera de la cocina con
tazas de café en la mano. Sabía por las fotos que Darragh había crecido para
parecerse cada vez más a papá. Y Davina, excepto en estilo, se parecía mucho a
mamá. Era raro ver a mamá con otra cosa que no fuera una bata de enfermera.
El cabello de Davina tenía un estilo similar al mío, ondas largas y playeras pero
sin flequillo, y vestía jeans ajustados, una camiseta negra lisa y un elegante blazer
a rayas. Llevaba lindos zapatos planos que parecían costar mucho dinero. De
hecho, todo sobre mi hermana, desde su ropa hasta su maquillaje, aunque
informal, insinuaba calidad y dinero.
Papá me había regalado su color de ojos y el hoyuelo en mi mejilla
izquierda, y mi abuela paterna me había regalado su altura y sus curvas. Davina
(como había sido Dillon) era alta como mamá con curvas esbeltas. Había
maldecido al destino por no darme la altura y la figura de mi madre.
Me di cuenta de todo esto, notando lo bien que se veían ambos, y el orgullo
me abrumó. Veníamos de una familia irlandesa-estadounidense de clase
trabajadora; mi hermano mayor era ahora un escritor de deportes para el Boston
Globe y mi hermana mayor trabajaba en una oficina en el distrito financiero. Y
mejor aún, ambos eran felices en su vida personal. Todo eso me llenó el pecho
con algo que se sentía fuertemente agridulce. Yo no había sido parte de nada de
eso, y era mi culpa.
Darragh dejó su taza sobre la encimera y me preparé mientras cruzaba la
cocina con determinación.
Sin una palabra, me tomó en sus brazos, mi cara presionada contra su
cálido pecho.
Me estaba abrazando.
Los sollozos que habían permanecido encerrados dentro de mí durante
años estallaron y cerré mis brazos alrededor de su ancha espalda y lloré.
—Shhh, hermanita —intentó calmarme, apretando sus brazos.
Pero no pude.
Duras y dolorosas lágrimas me sacudieron, y contenían todo en ellas. Todo
el dolor de la última década.
—Dahlia, por favor —suplicó después de un rato, ahogándose con las
palabras.
Alcancé un poco de control, tratando de reprimir los sollozos. Lentamente,
temblando, me las arreglé hasta que mis lágrimas rodaban silenciosamente por
mi rostro.
Darragh me apartó suavemente y lo solté para limpiarme la cara. Extendió
la mano detrás de mí y tomó pañuelos de papel de papá. Me limpié los ojos, que
estaba segura ahora eran ojos de panda gigante.
La expresión de mi hermano era tensa, sus ojos color avellana brillaban
con lágrimas no derramadas.
Mortificada por mi reacción a su abrazo, le eché un vistazo a Davina y me
congelé. Lloraba en silencio, pero sus lágrimas también parecían incontrolables.
Más lágrimas se deslizaron por mis mejillas al ver su dolor.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué lo sientes? —Se secó la cara, claramente agravada.
—Por todo.
—Bueno, ese es el problema, ¿no? Te culpaste por cosas que no eran tu
culpa, y te fuiste. Y te culpo por eso, Dahlia. Te culpo por perderte los últimos
nueve años de mi vida y por hacerme perder la tuya.
—Vamos a sentarnos todos. —Papá me puso una mano en la espalda.
La sugerencia alivió mis piernas temblorosas. Papá tomó asiento a mi lado,
y Darragh se sentó frente a mí junto a Davina, pero no sin antes tocar mi hombro
en señal de consuelo.
Dios, amaba a mi hermano mayor.
El dolor de extrañarlo creció dentro de mí.
—¿Dónde has estado? —exigió Davina primero.
Abrí la boca para decírselo, pero para nuestra sorpresa, Darragh se le
adelantó.
—Hartwell, Delaware.
—¿Cómo sabes eso? —A papá obviamente le molestó esta información.
Darragh lo fulminó con la mirada.
—¿Crees que iba a aceptar tu palabra de que ella estaba bien? Te amo,
papá, te respeto, lo sabes… pero es mi hermanita. Deberías haber sabido que
necesitaba saber por mí mismo que estaba bien. —Se volvió hacia mí—. Contraté
a un investigador privado. Te encontré en Hartwell, supe que estabas bien y lo
dejé así.
Me quedé impactada.
—¿Por qué no dijiste nada?
—Porque tenía miedo de que si le decía a papá que sabía dónde estabas,
te lo diría y tú te levantarías y te mudarías.
Avergonzada de que pensara eso, negué con la cabeza.
—No hubiera hecho eso, Darragh. Hartwell comenzó como un escondite,
pero se convirtió en algo más que eso. Es mi hogar.
—Esta es tu casa. —Los ojos color avellana de Davina parpadearon con
fuego cuando se volvió hacia nuestro hermano mayor—. ¿No pensaste que tal
vez me gustaría saber dónde estaba?
—Habrías ido allí.
—Por supuesto que lo habría hecho. —Se volvió hacia mí—. ¡Habría
arrastrado tu trasero a casa!
—Davina —advirtió mi padre.
—Deja de protegerla —siseó—. Es una mujer adulta y puede hablar por sí
misma.
—Davi —susurré con dolor.
—No me llames así.
Fue como un puñetazo en el estómago.
Davi era mi apodo para ella. Yo era la única que la llamaba así.
—Dios, Davina —dijo Darragh—. Dijimos que no le haríamos esto.
—Deberíamos haber hecho esto hace mucho tiempo.
Necesitaba que entendieran algo.
—No podía volver a casa.
—Por supuesto que podías haberlo hecho.
—No podía.
—Sí, podrías haberlo hecho.
—¡No, no podía! —grité, perdiendo la paciencia.
Davina se reclinó en su silla con los ojos muy abiertos.
Hice una mueca.
—Lo siento… yo… tú no sabes… —Ni siquiera mi padre lo sabía, lo que hizo
que lo mucho que me había protegido y cuidado a lo largo de los años fuera aún
más sorprendente.
Pero ahora que mamá no estaba aquí, ahora que mis padres se habían
separado, podía explicárselo todo. Me di cuenta de que era la verdadera razón
por la que me había sentido lo suficientemente fuerte como para volver a casa
ahora. Tardó llegar a este momento, enfrentar a mi familia, para comprender de
verdad.
Sabía que no se borraba los años de cobardía, de esconderse, pero tal vez
respondería algunas de sus preguntas.
Entonces, en una tranquila tarde de domingo en la casa de mi infancia, le
conté a mi familia mi historia. Fue doloroso, fue difícil y me dio vergüenza
admitirlo todo, contarles todo, pero lo hice porque los quería de vuelta. No me
había dado cuenta de lo mucho que los quería de vuelta hasta que los volví a ver.
Y si tuviera que desnudarme para recuperarlos, lo haría.
Ya no necesitaba proteger a mi madre.
Cuando terminé, Davina se estaba secando las lágrimas silenciosas, el
rostro de Darragh estaba pálido y demacrado, y mi papá… no podía mirar a mi
papá.
Apartó la silla de la mesa y salió furioso de la cocina.
—¡Padre! —La palabra fue distorsionada por mis lágrimas mientras me
movía para perseguirlo.
—No. —Darragh se inclinó sobre la mesa y agarró mi muñeca—. Déjalo ir.
—¿Por qué no dijiste nada? —Davina negó con la cabeza.
—Porque ella estaba equivocada, y yo no lo estaba. Y su hija acababa de
morir, y yo no… no quería que la odiaran.
—Demasiado tarde para eso. —Davina frunció el labio.
El pavor me invadió.
—Davina, ella no estaba en su sano juicio.
—Ah, ¿no? ¿Aún no lo está? Porque desde que salí del clóset, finge que
sigue siendo mi madre, que mi homosexualidad no le molesta, pero nunca ha
estado en mi apartamento. Nunca nos invitó a Astrid y a mí a cenar a menos que
fuera el Día de Acción de Gracias y toda la familia estuviera aquí. Y dejemos de
lado su homofobia secreta y recordemos que ella te borró de su vida. No habla
de ti, no deja que nadie más hable de ti, ¡y actuó como si todo fuera tu maldita
culpa! —Se apartó de la mesa.
—Davina —amonestó Darragh.
—¡No! —sollozó—. La odio, Dar. La odio.
—Ven aquí. —Se puso de pie y vi como abrazó a mi hermana mientras
lloraba. Mi pobre hermano. Me pregunté si sabía que pasaría la mayor parte del
día consolando a sus hermanitas.
Sabía que Davina no estaba simplemente llorando por mí. Mi corazón ya
estaba destrozado por mi madre, pero la confirmación de Davina de que mi
madre me había borrado fue como un cuchillo en mi estómago. El cuchillo se
retorció cuando me di cuenta de que no solo me había lastimado, sino que
también le había infligido heridas a mi hermana mayor. La profundidad del dolor
de Davina era su relación con Sorcha McGuire. No era la única hija que mi madre
no podía aceptar. Parecía que no había aceptado del todo que Davina fuera gay.
Sabía lo que era sentir el duro escalofrío de la desaprobación de mamá. Podrías
tener cinco años, quince, o cincuenta, y sentir que uno de tus padres no te quería
o no estaba de acuerdo con lo que habías llegado a ser era uno de los peores
dolores del mundo.
Ojalá hubiera estado allí para Davina.
Sin embargo, ver lo cerca que estaban ella y Darragh me tranquilizó. Se
tenían el uno al otro. Miré por encima del hombro hacia la puerta por la que papá
había salido. Me mordí el labio inferior. De inmediato, la separación entre mamá
y papá comenzó a tener sentido. Cian McGuire amaba a sus hijos más que a nada.
Éramos su vida. No tenía ninguna duda de que el trato de mamá a dos de sus hijas
había puesto a prueba su matrimonio.
Y ni siquiera había sabido todo.
Hasta ahora.
Mi preocupación aumentó.
Tal vez no debería haber dicho nada después de todo si hubiera significado
herir a papá.
—Para.
La voz áspera de Davina hizo que mi atención volviera a ella. Ella y mi
hermano ya no se abrazaban. En cambio, me estaba mirando con un millón de
cosas en su expresión.
—No te sientes ahí y te preocupes por no haber dicho la verdad por causa
de papá. Hace mucho tiempo que deberías haberlo hecho, y has hecho lo correcto.
No está enfadado contigo. Está enfadado consigo mismo.
—Sé lo que es estar enojado contigo mismo y, francamente, prefiero que
él esté enfadado conmigo.
Me dio una sonrisa suave que hizo que mi corazón se acelerara.
—Algunas cosas nunca cambian. Aún estoy enojada contigo, Dahlia, pero
no te fuiste por razones egoístas. Te fuiste para protegerlo y protegernos de la
verdad.
—No me hagas parecer noble. Yo era una borracha que terminó en terapia.
—Sí. —Caminó alrededor de la mesa y me tendió la mano—. Pero ahora
entiendo por qué. Todavía estoy enfadada contigo por no regresar antes. Pero
supongo que ahora también lo entiendo.
Tomé su mano y dejé que me levantara. Mis brazos volaron a su alrededor,
y soltó una carcajada mientras yo la sostenía con fuerza.
—Te extrañé.
—También te extrañé, hermanita.
—Siento no haber estado aquí para ti. Para todo. —Miré a Darragh—. Lo
siento mucho.
Asintió.
—Lo sé.
Sollocé, retrocediendo.
—Tenemos mucho que ponernos al día.
—Sí, tenemos —coincidió Darragh—. Krista quiere que vengas a cenar
esta semana. Los muchachos se mueren por conocer a su tía Dahlia, que les da
regalos geniales todos los años.
Mi corazón quería estallar.
—¿Saben quién soy?
—Cristo, Dahlia, por supuesto que sí.
La anticipación y la inquietud me llenaron a partes iguales.
—No puedo esperar a verlos. Papá me envió fotos. Espero que no te
moleste.
—Le di las fotos para que te las diera.
Esta información provocó que estallara un sollozo inesperado.
Durante años había tenido tanto miedo de volver a casa.
Ahora no podía entender por qué.
¡Mi familia era increíble!
—Si yo… —hipo—, si no… si no dejo de llorar… voy a… estaré tan…
¡deshidratada!
Mi hermano y mi hermana se echaron a reír y yo los miré ferozmente por
su inconveniencia.
Davina me pasó el brazo por los hombros y me estrechó a su lado.
—Es bueno saber que la vieja Dahlia todavía sigue con su lío de gritos.
—Me veo como una mierda, ¿no?
—Bastante.
Eso me hizo llorar aún más fuerte, lo que solo hizo que mis hermanos se
rieran más.
Bastardos.
Dios, los amaba.
Después de un tiempo, papá salió de su escondite, parecía haberse
recuperado. Lo conocíamos lo suficientemente bien como para saber que dejabas
que papá sacara un tema. No quería hablar de sus sentimientos sobre lo que
había aprendido, y por mucho que quisiera discutirlo con él, lo dejé.
Me gustaría decir que todo fue perfecto entre Darragh, Davina y yo, pero
eso sería demasiado fácil. Darragh me había perdonado en el momento en que
me vio. Ese era mi hermano mayor. Era tan parecido a papá por naturaleza que
no debería haberme sorprendido por su recepción.
Y sabía que Davina ahora entendía mejor las cosas y lo intentaría. Pero
fueron nueve años en los que nos perdimos la vida del otro, y cuando nos
sentamos alrededor de la mesa a hablar, la incomodidad caía cuando
mencionábamos cosas de nuestro pasado que dejaban al otro sin pistas.
—No puedo creer que hayas tenido la tienda de la tía Cecilia todo este
tiempo —refunfuñó Davina.
Cuando me hundí en la bebida en Boston después de la muerte de Dillon,
papá decidió que la única forma de sacarme de ese lugar oscuro era sacarme de
la ciudad. Su hermana pequeña Cecilia heredó la tienda en el paseo marítimo de
su primer marido. La había dejado viuda con una bonita y considerable cuenta
bancaria. Papá sabía que Cecilia estaba pensando en vender la tienda y la
convenció de que me dejara alquilarla.
Había fallecido hace dos años mientras viajaba por Europa, y esa hermosa
mujer me había regalado la tienda en su testamento. Ahora era todo mío.
—Dijiste que la tía Cecilia lo vendió. —Mi hermana miró a papá con los
ojos entrecerrados.
—Se lo alquiló a Dahlia.
—Y luego me lo dio en su testamento.
Los ojos de Davina se agrandaron.
—Bonito.
—Fue amable. En serio amable. —Me entristecía pensar en la tía Cecilia.
Me escribió cartas, enviándome una cada vez que llegaba a una nueva ciudad.
Como nunca supe cuándo se movería, enviaba mis respuestas por correo
electrónico. Aun así, Cecilia prefirió el método anticuado. Me encantaba eso de
ella.
—No puedo esperar a verla —dijo Darragh—. A Krista y a mí nos
encantaría ir de vacaciones allí con los niños este verano. Pasar un tiempo
contigo.
—Espera, ¿vas a volver? —Las cejas de Davina se juntaron.
Así de fácil, todo el viejo dolor estalló entre nosotras. Tentativamente,
asentí.
—Vivo allá.
Antes de que pudiera responder, la puerta principal se cerró de golpe y
unos pasos pesados pisotearon el interior.
—¡Papá!
Dermot.
Mierda.
Al crecer, se hizo evidente que Darragh, Davina y yo obtuvimos muchos
rasgos de carácter de papá. Dermot y Dillon se parecían mucho a mamá.
Me preparé.
—Aquí —respondió papá, y la tensión pareció aumentar alrededor de la
mesa mientras los pasos de Dermot se acercaban.
Y luego él estaba allí.
Sus ojos vagaron alrededor de la mesa y luego se detuvieron en mí. Dermot
puede haber tenido la naturaleza de mi madre, pero se parecía a mi padre y a
Darragh. Sus fosas nasales se ensancharon al verme.
—Mamá solo está fuera de la puta casa cinco minutos, y esa perra ha
vuelto.
Mi pecho se apretó de dolor.
Darragh voló de su silla.
—Cuida tu boca.
—¿Todos la perdonan? —Miró a mi familia—. Ella se fue, olvidó que
existíamos y luego puso a papá en contra de mamá.
—Oh, eso es correcto, Dermot, dejaste que las retorcidas mentiras de
mamá te envenenaran. No puedes pensar por ti mismo. No tienes idea de lo que
pasó. —Mi hermana estaba lívida.
—Mamá ha estado aquí durante los últimos nueve años. Ella entra y
obviamente te ha dicho una mierda, ¿y tú crees eso sobre mamá?
—Bueno, sí, porque nueve años no niega el hecho de que conozco a mamá
y conozco a Dahlia… así que sí, sé en quién creo.
Dermot negó con la cabeza con disgusto y luego miró a papá.
—Esta es la casa de mamá, y no importa lo que esté pasando entre ustedes
dos, es una maldita vergüenza que dejes que esa basura entre aquí.
En lugar de las lágrimas que provocó la aceptación de mi hermano y
hermana, la virulencia de Dermot me convirtió en hielo. Lo bloqueé, incapaz de
sentir sus palabras porque dolerían demasiado. Al crecer, teníamos una edad
más cercana y solíamos pasar el rato todo el tiempo. Compartíamos los mismos
amigos. Habíamos sido amigos. Mejores amigos.
Ahora me odiaba.
Papá se levantó lentamente de su silla y Dermot volvió a ponerse de pie
con incertidumbre. Nuestro padre rara vez se enojaba, pero cuando lo hacía, no
era con el típico temperamento irlandés de gritar y maldecir.
Se quedaba muy callado.
—Esta es mi casa —dijo, su voz era toda una suavidad amenazadora—, y
esta es mi hija. —Puso una mano en mi hombro—. Ahora, o respetas que esta es
mi casa y respetas la presencia de tu hermana en ella, o puedes dar la vuelta y
largarte.
El dolor saturó los rasgos de Dermot. Sacudió la cabeza con incredulidad.
—Cristo, todos ustedes están ciegos.
Y con eso, salió furioso.
Un terrible silencio llenó la cocina en tanto papá se sentaba cansado de
nuevo a la mesa.
Miré a mi familia que me miraba con preocupación.
Me encogí de hombros, necesitando aligerar el estado de ánimo a pesar de
mi confusión interior.
—Eso no fue tan malo como la vez que enrolló mierda de perro en un
periódico y lo dejó debajo de mi cama.
Como esperaba, todos rieron entre dientes, agradecidos por la ruptura de
la tensión.

4
Dahlia

A
l parecer reacios a dejarme, Darragh y Davina llamaron a Krista y
Astrid respectivamente y les dijeron que no estarían en casa para
cenar. En cambio, se quedaron y pedimos comida china para llevar.
Me dio la impresión de que tenían miedo de que, si se iban, yo volvería a
desaparecer. Junto con un poco de autorreproche, vino la seguridad de que no
importa lo difícil que sea dejar el pasado, mi hermano mayor y mi hermana
todavía me amaban.
Me pusieron al corriente de lo que estaba pasando en sus vidas y me
preguntaron por Hartwell. Me divertí mucho describiendo a los personajes que
vivían en el paseo marítimo, especialmente a Bailey. Sin embargo, Davina se
quedó callada cuando hablé de Bailey y comprendí que todavía estaba molesta
conmigo. Bailey sabía cosas de mi vida que nadie más sabía.
Después de lo que les conté en la cocina, no fue sorprendente que ninguno
de ellos me preguntara por mi vida romántica. Tal vez tenían miedo de que
desencadenara otra ronda de sollozos. No lo haría. Sé que no les había parecido
así, pero seguí adelante. Si no lo había hecho antes, ciertamente lo había hecho
ahora, sabiendo que Michael tenía una esposa.
Cuando mi hermano y hermana mayor se fueron, eran alrededor de las
diez. No sabía ellos, pero yo estaba emocionalmente agotada. Me despidieron con
un abrazo después de que intercambiamos números, y Davina dijo que me
invitaría a cenar con ella y Astrid el jueves cuando papá estuviera trabajando, así
no estaba sola en la casa. Darragh ya nos había invitado a papá y a mí para cenar
el miércoles por la noche.
La puerta se cerró detrás de ellos y el silencio cayó entre papá y yo.
Reconocí su expresión.
—Lo sé. Tenías razón.
—Pero no sabía qué te había hecho huir y ahora tiene sentido que
regresaras a casa cuando ella no estaba aquí. —Mi pobre papá parecía agotado.
No quería decirle que tenía razón y hacerlo sentir peor.
—Papá, había estado pensado en volver a casa durante meses. Después de
ver a Michael, me di cuenta de que era más fuerte de lo que pensaba.
—Entonces, ¿habrías vuelto a casa si tu mamá todavía estuviera aquí…
después de todo?
—Hubiera vuelto a casa por ti. Por ellos. —Asentí con la cabeza hacia la
puerta por la que habían salido mis hermanos—. No la odies, papá.
Sacudió la cabeza.
—Debiste decírmelo.
—Papá…
—No la odio. Pero estoy furioso con ella. No la entiendo. —Se pasó una
mano por la cara—. Campanita, estoy cansado. Voy a ponerme al día con el juego
antes de acostarme. ¿Quieres verlo conmigo?
Crucé la habitación y me puse de puntillas para besar su mejilla.
—Me voy a la cama. Buenas noches, papá. Te amo.
—Yo también te amo.
Mi corazón se retorció en mi pecho por el mal humor en su tono, y le di
una sonrisa tranquilizadora.
—Estoy bien. Lo prometo.
No parecía creerme, pero algo parecido a la determinación endureció su
expresión.
—Sé que lo estarás.
Apretando su brazo, me di la vuelta y me dirigí a la habitación de invitados.
El sonido de un partido de fútbol se filtró arriba y una ola de nostalgia me golpeó.
Habíamos sido una familia de deportistas. No me gustaba, pero me encantaba
cómo nos uníamos todos como familia durante la temporada de fútbol y el Super
Bowl. Me encantaba cómo papá nos conseguía entradas para al menos un partido
cada año en Fenway para ver jugar a los Red Sox. No había nada como la
atmósfera de Fenway. El sonido de la risa, el olor a cerveza, salchichas y
palomitas de maíz. La música y el sonido del locutor llenando el estadio. Los
sonidos de hombres y mujeres con fuertes acentos bostonianos corriendo arriba
y abajo de las gradas acunando mercancías gritando: “¡Cerveza! ¡Compren su
cerveza!” “¡Perritos calientes! ¡Adquieran sus perritos calientes!”
Ese dolor en mi corazón se retorció aún más ante los recuerdos de todos
nosotros juntos.
Mis recuerdos musculares me llevaron automáticamente a la habitación
que había compartido con mis hermanas cuando era niña. Ya había abierto la
puerta y estaba a punto de entrar cuando recordé que no estaba durmiendo allí.
Me quedé sin aliento. Mamá no había cambiado la habitación. Las lágrimas
llenaron mis ojos cuando una sensación enfermiza se instaló en mi estómago. No
me habría sorprendido de que hubiera mantenido el lado de la habitación de
Dillon igual y vaciado el mío, pero mi lado tampoco había sido tocado.
Aún podía ver las fotos clavadas en la pared junto a mi cama.
Incapaz de mirar el espacio de Dillon, entré tentativamente, mi corazón
latía con fuerza en mi pecho mientras gravitaba hacia las fotos. Mis paredes
estaban cubiertas de ellas y trozos de papel con mis viejos bocetos y pinturas. El
tocador al lado de mi cama todavía estaba lleno de viejos frascos de perfume y
maquillaje. Me senté lentamente en la cama, un nudo formándose en mi garganta,
mientras miraba las fotos.
Algunas eran de mi familia y yo. Davina y yo en la mesa de la cocina con
Darragh de pie a nuestras espaldas y abrazándonos. Papá y yo afuera de Fenway.
Dermot y yo en su auto después de que obtuve mi licencia de conducir. Mi
corazón se apretó al ver mi cabeza apoyada contra el pecho de mi hermano
mayor y la sonrisa brillante y radiante que le estaba dando a la cámara.
Entonces todo dentro de mí se cerró con fuerza cuando vi la foto de mamá
y yo. La foto fue tomada cuando tenía dieciséis años, vestida para un baile formal.
Parecía que me estaba abrazando hasta la muerte en la imagen y las dos nos
reíamos para la cámara.
Incapaz de soportarlo, llevé mi atención al siguiente lote de fotos. Los
recuerdos me asaltaron. Todas eran de Gary, Michael, Dillon, Dermot nuestros
amigos y yo.
Mis ojos se detuvieron en la única foto que tenía de Michael y yo.
Estábamos sentados en Angie's Diner en Main Street, y él tenía su brazo
extendido a lo largo de la parte trasera de la cabina donde yo estaba sentada.
Siempre atraída por él, sin siquiera darme cuenta, mi cuerpo estaba acurrucado
hacia él. Alguien había tomado la foto, creo que fue Dermot, cuando no estábamos
mirando y estábamos hablando entre nosotros. Cuando vi esa foto, la guardé.
Por la forma en que Michael me miraba. La forma en que lo estaba
mirando.
Dios, cerré los ojos. ¿Realmente habíamos sido tan obvios?
Cuando me obligué a abrir los ojos, se dispararon hacia el lado de la
habitación de Dillon. Tenía carteles de las bandas que le encantaban en las
paredes, montones de libros románticos en su tocador y maquillaje por todas
partes.
De repente pude verla, clara como el día, mientras los recuerdos me
inundaban…
Siguiendo a mi hermana pequeña a nuestra habitación, no sentí el feliz
cansancio que ella parecía sentir después de la fiesta de la que regresábamos.
—Shhh —siseé mientras su canto se hacía un poco más fuerte. Cerré la
puerta del dormitorio detrás de nosotras—. ¿Quieres que mamá escuche?
Dillon se encogió de hombros y sonrió mientras se sentaba en la cama para
quitarse los tacones.
—Tengo diecinueve años y estaba celebrando el vigésimo primer
cumpleaños de mi hermana mayor. ¡No es un crimen!
Me reí suavemente.
—Cállate.
—¿Qué te pasa esta noche? En cambio, actúas como si hubieras cumplido
cuarenta.
Dejándome caer en mi cama, miré el techo de mi habitación y contemplé el
desastre que fue mi fiesta de cumpleaños. Había sido una reunión abarrotada en
uno de los apartamentos de un amigo de Gary en Southie, y mi novio ya estaba
borracho cuando llegamos allí. Primero, me había manoseado públicamente y
Michael tuvo que apartarlo de mí cuando vio lo incómoda que me estaba poniendo.
Luego, Gary había coqueteado con otra chica durante la mayor parte de la noche
cuando no estaba actuando como un idiota de fraternidad. Odiaba cuando Gary se
emborrachaba. Era como una persona distinta.
Sin embargo, me lo había pasado bien. Pasé la mayor parte de la noche en
un rincón con Michael riendo y hablando. Dillon también había estado con
nosotros, pero hubo ocasiones en que éramos solo nosotros dos y había sido genial.
De hecho, quería que toda la habitación desapareciera y me dejara a solas con
Michael.
Había tenido la noche libre del trabajo especialmente para estar allí para mi
cumpleaños.
Sentí ese movimiento bajo y profundo en mi vientre cada vez que pensaba en
él. Ocurría también cada vez que estaba con él, y me dedicaba esa sonrisa enfocada
y juvenil suya.
La culpa me invadió. Intenté librarme de la culpa porque estaba bastante
segura de que Gary, mi novio de ocho meses, me estaba engañando.
Había mensajes de texto secretos y llamadas telefónicas, y había empezado
a “trabajar hasta tarde” en el garaje, mucho.
—En serio, Dahlia, ¿qué pasa? —preguntó Dillon—. Estoy preocupada por
ti. Pasaste todo tu cumpleaños con Mike y conmigo en lugar de Gary.
Gruñí.
—Viste lo borracho que estaba Gary. —Me senté, necesitando tanto hablar
con alguien y como Davina estaba trabajando horas locas en alguna compañía
financiera, mi hermana pequeña se había convertido en mi confidente más
cercana—. Creo que me está engañando.
Dillon arrugó su linda naricita.
—¿Con esa chica de mala calidad con la que estaba coqueteando esta noche?
No, solo estaba borracho.
—No, ella no. —Aunque, ¿quién lo sabría?—. Ha estado actuando raro
últimamente. Escondiendo su teléfono cuando recibe un mensaje de texto, trabajar
cada vez más tarde en el garaje cuando se supone que debe estar conmigo.
—Oh. —Dillon suspiró—. Entonces deberías hablar con él al respecto. Ocho
meses es mucho tiempo para estar con alguien sin hablar de ello.
Casi me reí de eso. Ocho meses no era nada en el gran esquema de las cosas.
—¿Qué pasa con la forma en que estaba actuando esta noche? Esta noche se
sentó en la cara de un chico y se tiró un pedo.
Dillon soltó una carcajada.
—Está bien, lo admito, eso fue desagradable.
—¿Desagradable? Dill, estamos hablando de un hombre de veintidós, casi
veintitrés años.
—Parece que ya te has decidido.
Lo hice.
Dándome la vuelta miré las fotos en mi pared, mis ojos se sintieron atraídos
por la de Michael y yo en el restaurante. Dermot la tomó hacía un par de semanas.
¿Cómo nadie podía ver lo que sentía por el mejor amigo de mi novio? Mis ojos
brillaban. Y si esa foto significaba algo, si esta noche, o cualquiera de las veces que
Michael y yo nos encontramos solos, significaba algo, él sentía lo mismo.
Sabía que lo hacía.
Estaba total y completamente enamorada del mejor amigo de mi novio.
Seguramente si Gary me estaba engañando, entonces todas las apuestas
estaban canceladas, y Michael no se sentiría mal por salir conmigo entonces,
¿verdad?
Este anhelo dentro de mi pecho era casi insoportable. Se me llenaron los ojos
de lágrimas ante la idea de no estar nunca con Michael, y yo no era del tipo que
lloraba.
Oh Dios, estaba tan completa y absolutamente enamorada de él.
Conectamos desde el momento en que nos conocimos en la galería.
—Vas a dejarlo, ¿no? —preguntó Dillon.
Mordiéndome el labio, me di la vuelta para mirarla.
—Primero, voy a demostrar que está haciendo trampa y después, sí, voy a
romper con él.
—Bien. Te mereces algo mejor que él.
Le sonreí con cansancio a mi hermana, todavía sintiéndome mal por todo el
asunto. Odiaba la confrontación. Era buena en eso, especialmente con la gente que
realmente no me importaba. Sin embargo, la confrontación con los seres queridos
era un infierno para el corazón.
—Hablando de merecer cosas buenas… —Dillon me dio una sonrisa
emocionada con los ojos muy abiertos—. Voy a invitar a Mike a salir.
¿Qué?
Negué con la cabeza, segura que había oído mal.
—¿Tú harás qué?
—Voy a invitar a Michael a salir. —Se puso los pantalones cortos del pijama
y una camiseta antes de meterse en la cama. Tan casual. Como si no hubiera
sacudido todo mi mundo.
—¿Por qué? —susurré.
Se rio entre dientes.
—¿Por qué? Eh… porque es hermoso, divertido y agradable. Y estoy bastante
segura de que yo también le agrado.
No. No. ¡No! ¡NI HABLAR!
A Michael no le gustaba Dillon.
No.
¿Qué demonios?
—¿No es… no es un poco mayor para ti?
Mi hermana resopló:
—Dahlia, tiene veintitrés años.
—Cumplirá veinticuatro en junio. —26 de junio para ser exactos—. Acabas
de cumplir diecinueve.
—No es una gran diferencia de edad. Y sabes que soy madura para mi edad.
No, sabía que ella pensaba que era madura para su edad.
El pánico se apoderó de mi pecho y no pude moverme.
—No te preocupes, esto no te afectará en tu ruptura con Gary. De hecho, creo
que Mike piensa que deberías romper con él. Estaba tan enojado por ti esta noche.
Gary se desmayó la noche de tu cumpleaños y su mejor amigo tuvo que llevarte a
casa. Tan equivocado.
No, lo que estaba tan mal era que mi hermana pequeña estuviera
enamorada del hombre del que estaba enamorada.
Cuando los ronquidos de Dillon llenaron abruptamente el dormitorio, me
levanté, sintiendo como si un camión me hubiera golpeado, y lentamente me puse
el pijama. Una vez en la cama, me quedé mirando el techo durante horas, tratando
desesperadamente de dormirme. El sueño solo me reclamó cuando me convencí de
que no había forma de que Michael Sullivan saliera con mi hermana.
De ningún modo.
—Campanita, despierta.
Gemí, saliendo de un sueño profundo ante el sonido de la voz de mi padre.
Parpadeando en la tenue oscuridad, giré la cabeza y vi a mi padre parado a mi
lado.
—¿Papi?
La tristeza llenó sus ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué?
Al darme cuenta de dónde estaba, de que no estaba soñando y de que me
había dormido en mi antigua habitación, me incorporé demasiado rápido y la
habitación giró.
—Vamos, Campanita. Vamos a llevarte a la cama.
Me abracé al costado de mi padre, todavía perdida en ese lugar a medio
camino entre el sueño y la conciencia, y dejé que me llevara a la antigua
habitación de los chicos. Retiró el edredón de la vieja cama de Darragh y me
ayudó a entrar, subiendo las mantas hasta mi cuello. Besó mi frente y susurró
buenas noches.
Creo que murmuré una respuesta antes de dejar que el sueño me hundiera
con gratitud.

5
Michael

L
a pantalla de la computadora se volvió borrosa ante sus ojos y
Michael se pellizcó el puente de la nariz como si de alguna manera
pudiera aliviar el dolor en sus senos nasales. ¿Por qué pensó que
cambiar al turno de noche era una buena idea? Eran ya las 6:00 de la mañana,
mucho más allá del final de su turno, y apenas estaba terminando su informe
sobre el homicidio con el que su compañero Davis y él habían terminado la
noche.
Parecía que sería un caso raro de abrir y cerrar.
Los habían llamado a un apartamento en West Roxbury donde una mujer
de veintiocho años aparentemente normal había anunciado que le había
disparado a su novio en la cocina.
Mierda, había sido un desastre.
Ella le había disparado en la cabeza.
Horas más tarde, en la sala de entrevistas, le había dicho a Michael y a su
nueva pareja en el turno de noche que sospechaba que su novio la estaba
engañando, él había confesado cuando ella lo interrogó (sus palabras), y había
perdido los estribos y le disparó en la cabeza con su calibre 38.
Había sido fría de manera espeluznante, y Michael no sabía si era
conmoción, si en última instancia había más en la historia o si la mujer era una
psicópata. La había arrestado, escrito el informe y esperarían a ver si los forenses
corroboraban su historia.
—Buenos días, detective —dijo una voz alegre y brillante.
Miró más allá de su computadora y vio a la joven asistente administrativa
pelirroja sonriéndole desde la máquina de café. No recordaba su nombre. Amber
o Ashley o algo así. Dándole un cabeceo fatigado, volvió a su informe y lo guardó.
—Creo que le gustas.
Michael miró por encima del hombro y hacia arriba. Dios, estaba tan
cansado que no había oído a nadie acercarse. Acostumbrar a su cuerpo a un
nuevo patrón de turnos era más difícil ahora que cuando era más joven.
Nick Bronson estaba de pie junto a su escritorio. Él y Bronson habían
pasado juntos por la academia.
—Pareces demasiado despierto —gimió Michael.
Bronson le dio una palmada en el hombro.
—Tal vez la pelirroja te despierte.
Michael le dio una mirada.
—Es demasiado joven.
Su amigo sonrió.
—Tiene veintitrés.
—¿Ya lo comprobaste?
—Me lo dijo.
—Entonces sal con ella. —Michael quería tener una cita como si quisiera
una bala en su cabeza. El sexo, por otro lado, estaría bien. Muy bien, pero no con
jóvenes trabajando en su oficina.
Bronson perdió su sonrisa.
—Hablando de… ¿podemos conversar?
Michael no quería nada más que irse a casa, pero su amigo sonaba serio.
Asintiendo, agarró las llaves del auto y la chaqueta y siguió a Bronson a través de
la oficina hasta una sala de entrevistas vacía.
—¿Qué pasa?
Bronson parecía extrañamente incómodo. Exhaló pesadamente.
—No sé cómo decir esto sin recibir un puñetazo en la cara.
Sin más, el cansancio comenzó a resbalar de Michael. Alerta, se apoyó
contra la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Escúpelo, sea lo que sea.
—Estoy saliendo con Kiersten.
Por un momento, Michael pensó que había escuchado mal.
—Estoy jodidamente cansado esta mañana, así que tendrás que repetir
eso porque pensé que te escuché decir que estás saliendo con mi futura exesposa.
Bronson hizo una mueca.
—Eso es lo que dije.
—¿Me estás jodiendo?
—Mira, hombre, no esperaba que sucediera. ¿Está bien? Nos encontramos
hace dos meses, ustedes habían decidido separarse para siempre. No fue una cita
al principio. Simplemente estábamos pasando el rato, hablando de nuestros
divorcios. —Su expresión se volvió de disculpa—. Me preocupo por ella, Mike. Y
Kiersten siente lo mismo. Pero quería que lo supieras por mí antes de que lo
hagamos público.
Jesucristo. Su esposa apenas se había levantado de la cama y ya se estaba
juntando con alguien nuevo. Y no cualquiera, su maldito amigo. Michael sabía que
su matrimonio era un error, y lo sabía desde hacía mucho tiempo, pero eso no
significaba que no le doliera.
—Supongo que la parte en la que me dijo que mi trabajo era parte de la
razón por la que nuestro matrimonio no funcionaba fue una mentira, ¿eh?
Bronson frunció el ceño.
—¿Dijo eso?
Puedes apostar que dijo eso. Y fue entonces cuando trabajaba en el turno
de día.
—Sí, te lo advierto ahora, Kiersten no es el tipo de mujer que quiere saber
cómo fue tu día.
—¿La mierda que veo? De todos modos, no se lo diría.
Sí, Michael tampoco lo había hecho. Pero Kiersten ni siquiera le preguntó
lo más simple: “¿Cómo ha sido tu día?”
Tal vez esa era solamente su relación. Quizás sería diferente con otra
persona.
Y, sinceramente, Michael quería eso para ella. Era inesperado que
estuviera tratando de encontrarla con un amigo suyo, y tan pronto, pero Nick era
un buen tipo.
Debería estar más molesto de lo que estaba.
Una parte de él casi se sintió aliviada.
¿Significaba esto que ya no tenía que sentirse tan culpable?
El agotamiento lo desinfló. Le tendió la mano a Bronson, quien la tomó,
alivio relajando sus rasgos.
—Cuida de ella.
—Gracias, Mike. Lo aprecio.
—Bueno, te agradezco que me lo digas.
Compartieron un asentimiento y Michael dejó a su amigo, su cerebro
cansado ahora conectado con esta nueva información. Mientras conducía a su
apartamento de una habitación en Chelsea, pensó en toda la mierda que Kiersten
le había arrojado durante sus muchas discusiones. Su trabajo era deprimente.
Trabajaba demasiadas horas y la paga no era tan buena. Necesitaban más dinero.
Necesitaban una casa más grande, cosas más bonitas.
Su casa había estado en Everett y, a pesar de todas las tonterías que le
había dado sobre el dinero, Kiersten no era vengativa. Sabía que él no podía
permitirse el lujo de mantener los pagos de la hipoteca y conseguir un
apartamento cerca de la ciudad. En cambio, había vuelto a la casa de sus padres
en Southie y habían puesto a la venta la casa de Everett. Cualquier equidad se
dividiría entre ellos.
Michael suspiró, sintiendo que un peso le oprimía el pecho.
Nunca había entendido la mayoría de las quejas de Kiersten, pero en la
base de ellas estaba la principal: que él era distante con ella. Que seguía
posponiendo tener hijos con ella.
En ese momento, Michael no había profundizado en ello. Pensó que estaba
haciendo todo lo posible como esposo. Después de esas inoportunas vacaciones
en Hartwell para arreglar las cosas entre ellos, se dio cuenta de que toda la
mierda que Kiersten le había estado dando a lo largo de los años provenía de esa
creencia: que él estaba distante con ella.
Que él no la amaba de la forma en que ella lo amaba a él.
Al ver su reacción a Dahlia, descubrir quién era ella, fue la gota que colmó
el vaso.
Se habían ido a casa a la mañana siguiente, Kiersten hizo una maleta y se
fue.
El peso se tensó como un tornillo de banco alrededor de sus costillas y
apretó las manos alrededor del volante. De todos los lugares para toparse con
Dahlia McGuire, sería en unas jodidas vacaciones.
Verla le había estropeado la cabeza. Había pensado que lo superaría como
hizo con su partida en primer lugar, pero el recuerdo de verla en esa librería
perduraba. La mirada afligida en su rostro seguía repitiéndose una y otra vez en
su cabeza.
Tenía que ser tan hermosa como recordaba, ¿no? Ella no podría haberse
amargado y parecer vieja. No, eso sería demasiado justo. Su propia amargura se
retorció en su pecho. Michael ni siquiera sabía que todavía estaba allí. Había
pensado que conocer a Kiersten hace cuatro años, establecerse con ella,
significaba que había seguido adelante.
Claramente, no lo había hecho.
Pero Michael no cometería el mismo error dos veces.
La mujer de la que Michael se había enamorado había muerto cuando
Dillon murió, y la persona que quedó en su cuerpo era una cobarde que había
demostrado que no lo amaba como él la amaba a ella.
Michael se detuvo en el edificio de tres pisos que se había convertido en
apartamentos y miró hacia el segundo piso donde se encontraba su pequeño
dormitorio. Treinta y cuatro años y se estaba quedando en un maldito piso de
soltero, comenzando de nuevo.
Pensó en Bronson y Kiersten. Su esposa no era una mujer estúpida. Era
fuerte y obstinada, y él siempre había pensado que era franca sobre cómo se
sentía. Pero si ahora estaba saliendo con Nick después de decirle a Michael
durante meses que su trabajo era el problema, entonces había estado mintiendo.
Michael se pasó una mano por la cara, recordando su discusión en su
habitación de hotel en Hartwell después de que él le hubiera dicho quién había
sido Dahlia para él.
—¿Todo este tiempo, Mike? Todo este tiempo y pensé que era tu
preocupación con tu trabajo. Odiaba tu trabajo. Le eché la culpa de todo a la razón
por la que las cosas entre nosotros no estaban bien. Pero no fueron las largas horas
de trabajo o esa mirada que tenías en tu rostro lo que me dijo que acababas de ver
algo horrible otra vez, o que no podíamos permitirnos un lugar más grande con tu
salario. Todo eso fue una mierda.
»No me importa nada de eso. No sabía qué te estaba apartando de mí. Ahora
lo sé. Fue ella. Sé que era ella… porque nunca me miraste como la miraste a ella.
Nunca has sonado así hablando de mí, ni siquiera en nuestra boda, como suenas
cuando dices su nombre.
Entonces, ¿Dahlia seguiría arruinándole las cosas?
¿Lo perseguiría por el resto de su puta vida, haciéndole difícil conectarse
con otra persona?
Porque eso es lo que había pasado, ¿verdad?
Había mantenido a Kiersten a distancia para que no pudiera “compararse
a Dahlia”.
Suspirando, salió de su auto, lo cerró y se dirigió al edificio. Abrió la puerta
de su apartamento, entró en el aireado espacio y trató de no procesar el vacío.
No había hecho mucho para convertirlo en un hogar. Había un sofá, un sillón, una
mesa con una lámpara y una televisión en la sala de estar. Una mesa y sillas en la
cocina. Una cama y mesitas de noche en el dormitorio. Tenía un armario
empotrado, por lo que no necesitaba nada más allí.
Su casa de Everett estaba llena de todas las cosas femeninas que a Michael
le parecían una tontería. Ahora se daba cuenta de que Kiersten había hecho de
aquel lugar su hogar. Ella tenía razón.
Se dejó caer en su cama.
La había abandonado.
Y ni siquiera estaba tratando de dificultar su divorcio para vengarse,
aunque se lo merecía.
La había jodido con una buena mujer, de la forma en que Dahlia lo había
jodido a él.
Tumbado en la cama, Michael gimió, odiando la forma en que su rostro
invadía su mente. Habían pasado once años desde que se conocieron. Once años.
Todavía sintiéndose así… bueno, esa mierda no estaba bien.
Jesús, su amigo le había dicho que estaba saliendo con su exesposa, y
todavía sus pensamientos iban a Dahlia. Era ella quien le causaba este dolor en
el pecho, como si alguien le clavara un cuchillo pequeño justo encima del corazón
y lo retorciera. Deseaba tener a alguien, a cualquiera, incluso la pelirroja de la
oficina que normalmente estaría fuera de los límites para follar. Para follar hasta
que dejara de pensar en ella. No Kiersten.
Al parecer, nunca Kiersten.
Siempre ella.
—¿Por qué tendría que ser ella? —murmuró en la habitación—. Ve a
perseguir a alguien más.

6
Dahlia

A
la mañana siguiente, papá me preparó un desayuno de campeones
de panqueques, huevos y tocino, cubierto con una generosa
porción de jarabe de arce. No pude terminarlo.
—Puedes comer más que eso —protestó.
—Papá, ya no como así. No sé si sabes esto sobre las mujeres, pero cuando
llegamos a los treinta, nuestro metabolismo decide “joder”, pone los pies en alto
y decide que ha cumplido con su deber de por vida en veintinueve años.
Se rio entre dientes.
—¿A quién le importa? A los hombres les gustan las curvas.
Puse los ojos en blanco.
—No me importa lo que les guste a los hombres, papá. Me importa lo que
me gusta.
Me guiñó un ojo.
—Buena niña.
Sacudiendo mi cabeza con una sonrisa, aparté mi plato. Luego deslicé lo
que había estado en mi mente desde que me desperté en la conversación. De
acuerdo, no lo metí a escondidas. Lo tiré como una bola de demolición.
—Entonces, ¿cómo te sientes con esta separación, papá?
Su tenedor se congeló a medio camino de su boca, y me lanzó una mirada
sucia.
Sonreí tímidamente.
—Estoy preocupada por ti.
—No lo estés. —Su voz se había vuelto tan áspera como lo hacía cuando
no quería hablar de algo.
—¿Papá?
—¿Tú qué tal? ¿Estás saliendo con alguien? ¿Qué le pasó a ese sheriff?
Hice una mueca. ¿Por qué le contaba todo a mi papá?
—Eso fue hace años. Lo sabes.
—Sonaba como un buen tipo. Nunca entendí lo que pasó allí.
Él estaba mintiendo. Sabía lo que pasó allí. Y fue cruel por su parte
mencionarlo. Así que, por supuesto, le respondí de la misma manera.
—El sexo era demasiado bueno. No pude soportarlo.
Papá me lanzó una mirada oscura.
—Dahlia.
Exasperada, me encogí de hombros.
—¿Por qué debería hablar de mi vida personal si tú no hablas de mamá?
—¿Tienes una vida personal?
—¡Padre!
—Bueno, ¿la tienes? —Dejó caer el tenedor y me miró directamente a los
ojos, lo que debería haberme preparado para lo que se avecinaba, pero no fue
así—. Mike se está divorciando. Solo está esperando a que finalice.
El dolor y la nostalgia me aplastaron el pecho y aparté la mirada.
—Ambos han sido infelices durante mucho tiempo. Tienes que sentarte
con él y hablar.
Mi papá: el casamentero.
—Padre…
—Campanita, es un hombre bueno. Me preocupo por él. Me gustaría saber
que tienes a alguien como él a tu espalda.
Michael era un buen hombre. Pero no era mi hombre.
—Él no es para mí.
—Quiero que seas feliz.
Mirando mi plato, sonreí.
—Soy feliz, papá.
—Y tal vez si no te hubiera conocido en toda tu vida, lo creería.
Me levanté y me acerqué a la máquina de café, decidida a cambiar de tema.
—¿A qué hora es tu turno de hoy?
—Las dos de esta tarde. Termino a las dos de la mañana. ¿Cuáles son tus
planes?
Aliviada de que estuviera yendo con el cambio de tema, me apoyé en el
mostrador y sonreí de verdad.
—Creo que iré a la ciudad. La he echado de menos.
—¿No crees que te acercarás a Bova’s?
Me reí. Bova's era su panadería favorita.
—Supongo que no está lejos de Quincy Market. Creo que puedo hacer el
viaje. ¿Algo en particular que quieras?
—Tú eliges. —Sonrió juvenilmente ante la perspectiva.
Riendo, negué con la cabeza.
—Sabes que tendrás que ir al gimnasio después de hacer un viaje a Bova's.
—Vale la pena. —Se paró—. ¿Quieres dar un paseo por la ciudad con tu
padre antes de que tenga que prepararme para el trabajo?
No se me ocurría nada mejor.
—Me gustaría eso.
Y así caminamos alrededor de Everett, y ola tras ola de nostalgia me
invadió mientras caminábamos. Hablamos del pasado, de casi todo y de nada. De
lo que no hablamos fue de mamá o Michael. Pensé que eso significaba que papá
lo estaba dejando pasar. Pero debería haber sabido que si yo no estaba dejando
pasar lo de mamá, papá definitivamente no estaba dejando pasar lo de Michael.



Bailey había llamado esa mañana, una llamada que respondí tan pronto
como papá se fue al trabajo. Mi amiga estaba comprensiblemente preocupada
por mí, y la mantuve al teléfono durante dos horas mientras la ponía al día sobre
lo que había sucedido con mis hermanos y mi hermana. Pasó unos buenos quince
minutos maldiciendo y enojándose con Dermot por lo que había dicho.
Estaba intentando calmarla cuando una voz profunda y culta preguntó de
fondo:
—¿Qué diablos está pasando?
Era Vaughn.
Bailey dejó de gritar.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quería verte —respondió secamente—. Ahora veo que fue una idea
terrible.
—Ja. —Resopló con altivez—. Estoy hablando por teléfono con Dahlia.
—¿Y eso constituye usar cada maldición conocida por el hombre? Es una
extraña amistad la que tienen.
Sonreí ante su sarcasmo.
—Sabes, eres más bonito cuando no abres la boca —respondió mi mejor
amiga.
—Sé con certeza que prefieres cuando mi boca está abierta y funcionando.
—¡Está bien, la mejor amiga puede oír todo! —grité.
Bailey se rio entre dientes.
—Dahlia puede escucharte.
Su tono cambió.
—¿Ella está bien?
Parecía preocupado. Eso estaba bien.
—Está bien. Sin embargo, su hermano Dermot hace que Vanessa parezca
un ángel.
—No es cierto —no estuve de acuerdo, sintiendo la necesidad de defender
a Dermot contra esa acusación a pesar de su reacción a mi reaparición. Vanessa
era un perro infernal demoníaco en el cuerpo de una mujer.
—¿Te gustaría que lo matara? —Vaughn sonaba preocupadamente serio.
Bailey respondió:
—Veamos cómo va la visita. Volveré a ti.
Puse los ojos en blanco.
—Te dejaré ir.
—No tienes que hacerlo.
—No, te he tenido en el teléfono durante dos horas, y parece que el
Príncipe Azul quiere trabajar su boca.
Bailey se rio entre dientes.
—Ojalá pudiera escucharte ahora mismo. Pensándolo bien, le gusta una
mujer con una boca inteligente. Podría enamorarse de ti.
—No es posible —respondí—. Te llamaré más tarde.
—Más te vale.
Colgamos y me encontré sola en la casa.
De repente, sentí como si las paredes me estuvieran viniendo encima. No
podía salir de la casa lo suficientemente rápido. No solo recogí una caja de
golosinas horneadas de Bova’s para llevar a casa, sino que pasé horas en la
ciudad. No tomé un autobús a casa hasta las diez y me fui a la cama tan pronto
como llegué a casa.
La casa estaba fría y solitaria sin papá en ella.
Afortunadamente, después de horas de caminar, el sueño llegó
rápidamente.



A la mañana siguiente, papá me sorprendió levantándose a las nueve,
temprano considerando que normalmente no llegaba a casa hasta las tres. Sabía
que era porque quería pasar el mayor tiempo posible conmigo antes de que
volviera a Hartwell. Aún no se había tomado una decisión sobre cuándo sería eso.
Supongo que cuando me hallara segura de que papá iba a estar bien.
Lo que no me di cuenta fue que papá estaba igualmente decidido a
asegurarse de que yo estuviera bien antes de que regresara a Hartwell y, por
buenas que fueran sus intenciones, lo hizo de la manera incorrecta.
Ese día fuimos a Angie's Diner, y Winnie, la dueña de sesenta años, y la hija
de Angie me saludaron como si nunca me hubiera ido. Me pareció que estaba
muy bien. Parte de mi miedo de volver a casa era la forma en que todos los demás,
no solo mi familia, reaccionarían ante mí. Papá y yo salimos y hablamos más
sobre la vida. Me contó historias sobre Leo y Levi que me hicieron reír, y me
emocioné más que me puse nerviosa por encontrarme con ellos en la cena del
día siguiente.
El tiempo que pasé con papá ese día fue tranquilo y me adormeció una
falsa sensación de seguridad.
Todo se fue a la mierda a las siete en punto.
—Vístete bien, vamos a comer un bistec —había dicho papá esa misma
tarde.
No había pensado en nada de su comentario. O el hecho de que me hubiera
pedido que pusiera la mesa del comedor, aunque solo éramos él y yo. Era una
especie de tradición por aquí vestirse bien y comer en el comedor cuando
comíamos bistec para mostrar nuestro aprecio por la comida favorita de papá y
nuestra gratitud por poder pagarla.
Cuando sonó el timbre de la puerta a las siete, supe que había sido
extremadamente ingenua.
—Yo atenderé —dijo papá antes de que pudiera interrogarlo.
Mi estómago se revolvió un poco por el malestar cuando sonó el timbre.
Creo que mi cuerpo lo supo antes que yo.
El murmullo de voces masculinas sonó desde la sala de estar y, a medida
que se acercaban, comencé a reconocer la voz que no pertenecía a mi papá.
Reconocería esa voz en cualquier lugar.
Papá entró por la puerta de la cocina, con expresión cautelosa pero estoica,
y me preparé.
Michael entró detrás de él y se detuvo en estado de shock.
Mierda.
Mi papá no solo lo había invitado a cenar, tampoco le había dicho que yo
estaría allí.
El mundo entero pareció desaparecer, y fue como si mi cuerpo se hubiera
despertado abruptamente de un sueño muy largo. Mi corazón latía con fuerza,
las yemas de mis dedos hormigueaban y mi sangre bombeaba a través de mí con
una energía voraz e inquieta. Michael se encontraba aquí. Michael estaba parado
allí mismo. Vivo y vital y masculino y… todo.
Sus ojos oscuros se encontraron con los míos y vi el músculo saltar en su
mejilla mientras trataba de averiguar qué demonios estaba pasando. La barba
que había usado la última vez que lo vi había sido afeitada y ahora la mitad
inferior de sus mejillas y mandíbula estaban cubiertas por una capa de sexy
barba incipiente.
La necesidad de cruzar la habitación y tomar su rostro entre mis manos
para poder sentir esa barba incipiente en mi piel era abrumadora.
Afortunadamente, me las arreglé para frenar el impulso.
—¿Qué está pasando, Cian? —La mirada de Michael nunca dejó la mía.
Me pregunté si le sería imposible apartar la mirada. Ciertamente lo era
para mí.
Dios, lo había extrañado.
El anhelo se arrastró por mi pecho y clavó sus afiladas uñas a través de mi
hueso y carne. Un peso doloroso e imposible.
—Mira… —Mi papá se interpuso entre nosotros, su expresión
determinada. Aun así, vi un destello de cautela en sus ojos azules cuando se
volvió hacia Michael—. Mike, tampoco le dije a Dahlia que vendrías. Pensé que
deberíamos comer juntos. No estoy sugiriendo que nos sentemos a discutir las
cosas. Vamos a sentarnos, comer un bistec y ponernos al día.
Michael le lanzó una mirada de incredulidad.
Oh, papá, esta fue una mala jugada.
Y temí que solo terminaría con mis lágrimas.
—Vamos. —Papá pasó un brazo por los hombros de Michael y lo condujo
fuera de la cocina, presumiblemente hasta la mesa del comedor.
El aire salió corriendo de mí y alcancé una silla de la cocina para estabilizar
mis temblorosas piernas.
Papá regresó, tratando de ocultar el hecho de que estaba preocupado, pero
lo conocía demasiado bien. Le negué con la cabeza.
—Padre.
—Llévale una cerveza y conseguiré las cosas para poner otro lugar en la
mesa. —Metió la mano en el frigorífico en busca de una botella. Luego hizo una
pausa, lanzándome una mirada—. Mierda, no pensé.
Frunciendo el ceño, no entendí del todo al principio, y luego me di cuenta.
—Papá —dije, bajando la voz—, no he tomado una copa en nueve años y
estoy bien con eso. Uno de los bares de mi amigo más cercano es nuestro lugar
de reunión habitual. —Sonreí—. Puedo llevarle una cerveza a alguien.
Cruzó la habitación, me besó en la frente y me entregó la Budweiser.
Tan pronto como mi mano rodeó la botella fría, comencé a temblar de
nuevo.
—Tal vez después de todo deberías llevársela —susurré.
—Termina de una vez, Campanita. Como una tirita, recuerda.
De mala gana, asentí y eché mis hombros hacia atrás. Era como si me
estuviera preparando para marchar hacia la guerra.
Poco sabía.
Al principio, salí de la cocina, pero mis pasos se ralentizaron con mi
ansiedad cuando giré a la izquierda hacia el comedor.
Michael no estaba sentado a la mesa. Estaba de espaldas a mí, mirando las
fotografías enmarcadas que cubrían la pared. Aproveché la oportunidad para
absorberlo. Su ancha espalda llenaba la ajustada chaqueta de aviador de cuero
marrón oscuro que llevaba. El hecho de que no se hubiera quitado la chaqueta
no era una buena señal.
—¿Sabías que no estás en ninguna de estas fotos? —Me hizo saltar un poco
con su brusquedad.
En lugar de responder, caminé hacia él. Quería estar más cerca de él. Solo
un poco más cerca. Al captarme en su periferia, volvió la cabeza de las fotos para
verme acercarme. El frío en sus ojos hizo que me detuviera lentamente, y con
cautela le ofrecí la cerveza.
Le lanzó una mirada de disgusto, sin alcanzarla.
Bajé el brazo, preparándome para lo que se avecinaba.
—¿Y bien? —preguntó.
Al darme cuenta de que todavía estaba hablando de las fotos, miré a la
pared. El hecho de que mi madre me hubiera borrado de la pared del comedor
era algo en lo que no me gustaba pensar. De hecho, el profundo dolor que causó
fue como una astilla enorme debajo de mi piel. Algunos días me dolía durante
horas, el dolor empeoraba cuanto más intentaba resolverlo. Los días en que no
pensaba en eso eran los días en que permanecía sin dolor debajo de capas de piel
endurecida.
—Lo sé. —Me quedé mirando las fotos sin verlas—. Mi mamá me borró.
—¿La culpas? —espetó.
Maldita sea.
Estaba horrorizada de que pensara que era comprensible que ella borrara
mi existencia.
Algo parpadeó en la expresión de Michael, y apartó sus ojos de los míos.
—Mierda, por Dios —murmuró en voz baja.
—¿Todo bien? —Papá entró en el comedor con un plato y cubiertos para
Michael. Ciertamente le tomó bastante tiempo.
—No me quedaré, Cian — anunció Michael, las palabras cargadas con su
furia—. Si me quedo, voy a decir una mierda que no podré retractarme.
Papá suspiró profundamente.
—Mike…
—No. —Lo interrumpió—. No puedes esperar que me siente y coma un
bistec con ustedes dos como si nada hubiera pasado. —Se volvió hacia mí de
nuevo, aprisionándome en la oscura ira de su mirada—. No te fuiste
simplemente, Dahlia, te fuiste jodidamente y no me dijiste a dónde fuiste.
¡Durante nueve años!
Me estremecí cuando levantó la voz, indignado. Y con razón. Sin embargo,
había pensado, o esperé, que el haberse casado con otra persona significaría que
había seguido adelante. Que ya no le importaba. Por mucho que esa idea me
hubiera desgarrado, me di cuenta de que era mejor que esta vivacidad palpitante
debajo de sus palabras. Michael nunca había sido una persona enojada, incluso
con todos los problemas entre él y su padre.
Dios, ¿lo había cambiado?
Supuse que era otro crimen por el que debía responder, ¿eh?
—¿Dónde has estado y por qué has vuelto? —escupió.
—Mike, cálmate.
—Papá, está bien. —Negué con la cabeza y luego, aunque era difícil, me
obligué a mirar a Michael a los ojos—. He estado en Hartwell.
Sus fosas nasales se ensancharon.
—Tu amiga dijo que solo estabas allí de vacaciones.
—Ella… ella sabe quién eres. Me estaba cubriendo.
—Jesucristo —dijo, el disgusto aplastó su expresión. De alguna manera fue
peor que la ira—. Nunca conocí a una cobarde.
—Eso es suficiente —advirtió papá.
—Sí, lo es. —Michael frunció el labio superior—. Sí, definitivamente es
suficiente. —Se acercó a mí y se detuvo—. Fuera de mi camino.
Alcanzando el entumecimiento que me había ayudado a superar los días
malos de la última década, se me escapó mientras me hundía contra la pared,
tratando de fundirme con ella para que Michael pudiera pasar sin tocarme.
Su expresión era pétrea cuando pasó a mi lado y unos segundos más tarde,
escuchamos la puerta principal abrirse y luego cerrarse de golpe.
El dolor me recorrió el cuerpo y me quedé sin aliento.
Todos estos años… todos estos años y todavía estaba tan enojado conmigo.
—¿La culpas?
—Campanita —dijo papá—. Lo siento mucho.
Negué con la cabeza, mirando al suelo.
—Me odia.
—No, no lo creo. —Me agarró por los hombros y luego me empujó contra
su pecho.
Me derretí en él, apretando los dedos en su camisa mientras me
estremecía más fuerte en mi intento de contener las lágrimas.
—Papá.
—Nadie permanece tan enojado con alguien durante nueve años sin
ninguna razón. A él todavía le importas. Entrará en razón.
—Tengo que arreglarlo —decidí. No de la forma en que papá esperaba que
lo arreglara. No. Michael y yo habíamos terminado hace mucho tiempo. Pero
descubrí que no podía soportar su odio casi tanto como no podía soportarlo
lastimado. Nunca volveríamos a tener una relación, pero antes de irme de
Boston, quería arreglar lo que pudiera entre nosotros.
Agregué a Michael Sullivan a mi lista de tareas pendientes antes de poder
irme a Hartwell:
Asegurarme de que papá esté feliz.
Volver a arreglar mis relaciones con Darragh y Davina.
Hablar con Dermot y, con suerte, ponernos de nuevo en el camino correcto.
Disculparme con Michael y pedirle que me perdone.



Después de la fea confrontación con Michael, papá y yo intentamos cenar,
pero se me acabó el apetito. Me excusé de la mesa y le di un beso en la mejilla
para tranquilizarlo. Odié la contrición en su expresión. Trató de hacer algo bueno
y no estaba enojada con él.
Desafortunadamente, había subestimado todo el alcance de la ira de
Michael. Yo también. Cuando nos vimos por primera vez en años el verano
pasado, solo había visto sorpresa y alivio en su expresión. Pero supongo que el
que yo huyera de nuevo fue un acto de cobardía demasiado grande para él.
¿Fue cobardía? Me pregunté mientras subía las escaleras.
Suponía que sí. Nunca lo había visto así.
Mi pasado estaba inundado de dolor y Michael, inadvertidamente, fue
parte de eso. Saber que nunca podría estar con él, corté nuestra conexión porque
verlo todos los días, continuar nuestra relación, me habría destruido
emocionalmente. La distancia ayudó a adormecer mis sentimientos por él. De
hecho, había funcionado tan bien que me sorprendió muchísimo cuando lo volví
a ver porque los sentimientos me abrumaron. Nunca se habían ido.
Simplemente los puse en hielo.
Michael, como siempre, ni siquiera tuvo que hablar para derretir ese hielo.
Solo tenía que estar en la misma habitación. Respirar. Vital. Vivo.
Eléctrico.
La parte de mí que nunca había sabido que faltaba hasta que nos
encontramos.
Echando un vistazo a la puerta cerrada de mi antiguo dormitorio, entré en
la habitación de invitados y me dejé caer en la cama.
La voz enojada de Michael llenó mi cabeza, pero pronto los fantasmas del
pasado los ahogaron…
Siguiendo a Dillon hasta Angie’s Diner, me quejé:
—No quiero estar aquí.
Las multitudes de la noche no habían llegado del todo, así que Dillon se las
arregló para conseguirnos un reservado en la parte de atrás.
—Podríamos sentarnos en el mostrador en lugar de ocupar todo este
espacio.
Mi hermana pequeña puso los ojos en blanco.
—Oh, Dios mío, si no dejas de lamentarte, lloriquear y quejarte, te voy a dar
una bofetada.
Hice una mueca.
—No soy tan mala.
—Eres así de mala. —Me dio una mirada comprensiva mientras nos
deslizábamos en la cabina—. Quizás subestimaste lo mucho que te importaba Gary.
Quizás valga la pena una segunda oportunidad.
¿Estaría mal rociar salsa de tomate por toda su bonita camiseta blanca?
Tratando de no mirarla con el ceño fruncido, le espeté:
—No vale una segunda oportunidad.
¡El imbécil me había estado engañando! ¡Lo atrapé!
—Bueno, este abatimiento tiene que terminar. Te amo, y lamento que fuera
un idiota, pero no eres la primera chica en ser engañada.
Bajando la mirada para que no pudiera ver la furia en mis ojos, tuve que
tragar saliva un par de veces para evitar que la acritud dentro de mí se derramara.
No estaba deprimida porque Gary me había engañado y habíamos roto.
Tenía el corazón roto.
No por Gary.
No.
Por Michael.
Durante un año habíamos sido amigos. Buenos amigos. Mejores amigos de
los que incluso Gary sabía. Michael había estado ahí para mí y habíamos hablado
de todo. Y pensé que mis sentimientos por él eran recíprocos.
Pero hace seis semanas, días antes de que rompiera con Gary, descubrí que
había comenzado a salir con Dillon. Llevaban juntos diez semanas. ¡Diez semanas!
Lo sabía porque Dillon seguía caminando en la nube nueve diciendo:
—No puedo creer que hayan pasado diez semanas. Este es el indicado,
Dahlia. Definitivamente el indicado.
Mi hermana pequeña.
El imbécil había comenzado a salir con mi hermana pequeña.
Lo odiaba.
Porque lo amaba.
Realmente lo odiaba.
Había evitado sus mensajes de texto y llamadas telefónicas desde que me
separé de Gary y temía el día en que apareciera como la cita de Dillon en algún
evento familiar.
Dios, qué idiota había sido. Toda esa culpa que había sentido cuando estaba
con Gary porque quería a Michael en su lugar.
Eh, qué broma.
—No eres tú misma y no sé qué hacer al respecto.
—Estaré bien. —Le di una débil sonrisa.
Honestamente, estaba tratando de no estar enojada con Dillon también,
pero sentí que me había robado algo. Y esto no era como cuando tomamos prestada
basura como maquillaje o joyas que nos dijimos que estaban prohibidos. Era como
si me hubiera hecho un agujero en el maldito pecho y me hubiera arrancado un
trozo.
No quería resentirme con mi hermana.
—¡Oye, lo lograste! —Dillon exclamó feliz.
Me sacudí en mi asiento mientras seguía su mirada.
Solo así, mi corazón latió con fuerza en mi pecho mientras miraba a Michael
de pie junto a la mesa. ¿Qué diablos estaba haciendo aquí?
Nuestras miradas se encontraron cuando Dillon salió de la cabina. Ella
rompió nuestra conexión tirando de su rostro hacia el de ella para un beso, y aparté
la mirada.
Dillon no tenía la culpa. Racionalmente lo sabía. No tenía idea de lo que
sentía por Michael. ¿La tenía? Personalmente creía que habíamos sido un poco
obvios al respecto, pero aparentemente, estaba equivocada.
En cuanto a Michael, aunque nunca había dicho las palabras en voz alta,
sabía que sentía algo por él.
Él lo sabía, maldita sea.
El Michael que había conocido nunca me habría lastimado así. Pensé que él
había sentido lo mismo, pero si podía salir con Dillon, si éramos intercambiables,
entonces ese bastardo nunca se había sentido por mí de la forma en que yo me
sentía por él. Lo que significaba que los meses de añoranza y angustia por no poder
estar con él fueron una pérdida de mis emociones.
Dillon lo liberó de su bloqueo de labios y se deslizaron en el banco frente a
mí, donde me vi obligada a mirarlos. Con Michael, miré en la dirección de su rostro,
pero me negué a mirarlo a los ojos.
—¿Cómo has estado? —preguntó.
¡Púdrete!
—Bien. —Me encogí de hombros, mirando el menú—. ¿Vamos a pedir
comida o…?
—Podría comer algunas papas fritas —respondió Dillon.
—Yo, eh… Dahlia… —Michael se inclinó sobre la mesa.
Lo ignoré.
—¿Quieres compartir papas fritas con chile?
—Dahlia, mírame.
La tensión cayó sobre la mesa y tenía tanto miedo de que Dillon se diera
cuenta de todo.
—Has estado ignorando mis llamadas.
¿Qué estás haciendo? ¿Poniendo eso ahí delante de mi hermana?
Luché por una razón distinta a la de que estaba enamorada de él, y me
rompió el corazón al aceptar salir con Dillon. Entonces me di cuenta. Lo miré.
—¿Sabías?
La inquietud brilló en su expresión.
—¿Sabía qué?
—¿Sabías que Gary me estaba engañando?
—¿Saben qué? —Dillon salió abruptamente de la cabina—. Olvidé que tengo
una clienta mañana que quiere este complicado diseño de uñas que necesito
practicar, así que voy a ir. —Se inclinó para besar a Michael en los labios y luego
salió de allí antes de que pudiera gritarle que ella era mi aventón.
¡Mi maldito auto estaba en el garaje!
—No lo sabía —respondió Michael—. Dahlia, por supuesto que no lo sabía.
Me di la vuelta desde donde había estado mirando con horror al ver a mi
hermana huir porque pensó que estaba haciendo algo bueno, dándonos a mí y a
Michael, a quien consideraba solo uno de mis amigos, tiempo para resolver
nuestros problemas con Gary.
Todo lo que sentía por él, toda la traición, sabía que estaba en mi cara
cuando me di la vuelta porque se estremeció.
—No me importaría menos si supieras que Gary me estaba engañando —
dije, con la voz baja. —Sabes que no es por eso por lo que ignoro tus llamadas. —
Me incliné y siseé—: Sabes la razón.
La rabia me inundó cuando agarré mi bolso y salí disparada de la cabina.
Si me quedaba sentada allí por más tiempo, ¡podría darle un puñetazo!
Su confusión llenó mi nombre cuando me llamó.
¿Confusión? ¡En serio!
Salí furiosa del restaurante, con la esperanza de atrapar a mi hermana, pero
ella ya se había ido.
Entonces una mano fuerte me agarró del brazo, arrastrándome hacia él. El
calor y la fuerza de Michael me rodearon y luché contra eso.
—Déjame ir.
—Cálmate —espetó.
Levanté mis ojos para encontrarme con los suyos, toda la angustia y el dolor
inundándome. Y también lo odiaba por eso.
—Déjame ir.
Su expresión decayó y su exhalación sonó dolorosa cuando susurró:
—Dahlia.
—¿Por qué ella?
Michael me apretó con más fuerza y me acercó más.
—Yo no… yo no sabía acerca de Gary. No lo sabía o no habría…
La ira me inundó.
—¿No habrías comenzado a salir con mi hermana? —Arranqué mi brazo
lejos del suyo y lo empujé—. ¡Nunca debiste haberla tocado en primer lugar!
—¿Qué se suponía que debía hacer? —gruñó, su arrepentimiento fue
reemplazado rápidamente por su propia ira—. ¿Esperar y suspirar por algo que no
podría tener?
—¡No! Nunca te pedí que hicieras eso, y ambos sabemos que nunca lo has
hecho. —Recordé demasiado bien a las chicas con las que había dejado las fiestas
cuando Gary y yo estábamos saliendo—. ¿Pero Dillon? ¿Por qué harías eso? ¿Por
qué intentas hacerme daño?
Sus ojos se ampliaron y sus rasgos se relajaron.
—Dahlia… nunca fue… no lo haría. —Se pasó una mano por el pelo y negó
con la cabeza—. No pensé que te importaría de esa manera y ella me recuerda a ti,
supongo.
Bueno, mierda si eso no dolió aún más.
—Entonces, ¿ella y yo somos intercambiables?
Me lanzó una mirada.
—Sabes que eso no es cierto.
—No entiendo esto. —Negué con la cabeza, enojada con él y con las lágrimas
que amenazaban con derramarse por mis mejillas. ¡Cómo se atreve a hacerme
llorar! ¡Ni siquiera había llorado cuando Gary y yo rompimos! Me retiré—. El
Michael que conocía nunca me habría lastimado así.
—No estaba tratando de lastimarte. —Me alcanzó, pero me di la vuelta y
comencé a alejarme. No había nada que pudiera decir que pudiera cambiar nada
de esto.
Escuché sus pasos detrás de mí, pero no esperaba encontrarme siendo
arrastrada detrás del restaurante y empujada contra la pared. Se cernió sobre mí,
sus manos se apoyaron sobre mi cabeza mientras su pecho subía y bajaba en
respiraciones agitadas y superficiales.
Mi corazón se aceleró.
—Si estamos jugando al juego de la culpa —espetó—, ¿y tú? Uno, nunca
dejaste claro que tú y yo éramos una opción. Y dos, ¡Dillon me dice que sospechaste
de Gary durante meses y que has estado pensando en romper con él todo ese
tiempo!
—¿Nunca lo dejé claro? ¡En serio! ¿Y cómo se equipara eso a lo que has
hecho?
—No sabía que esto te haría daño.
—¡Pura mierda! —le grité en la cara.
—Cálmate —exigió, presionando su rostro tan cerca, nuestras narices casi
se tocaban—. Cariño, cálmate.
—No me llames así. —Empujé bajo su brazo para irme, pero me agarró por
la cintura—. Suéltame, Michael.
En lugar de soltarme, presionó su frente contra mi sien y me quedé
paralizada.
Un anhelo tan profundo y doloroso me abrumó, y lágrimas frescas llenaron
mis ojos.
—Soy un idiota. Soy un idiota egoísta —susurró—. Y lo siento mucho. Nunca
sabrás cuánto lo lamento.
Negué con la cabeza.
—No tanto como yo. Nunca debiste haberla tocado.
Se quedó en silencio un segundo. Debería haber aprovechado esa
oportunidad para liberarme de su agarre. Pero se sentía como la última vez que
sentía sus brazos a mi alrededor, y una parte patética de mí aún no quería perder
esa conexión.
Su aliento era cálido en mi piel. Tartamudeó, como si dudara en decir algo,
y luego supe por qué.
—No me he… acostado con ella.
Mis entrañas se retorcieron con solo pensarlo.
—¿Qué quieres que diga a eso?
—Podría… podría terminar las cosas con ella para que tú y yo…
Me solté de sus brazos, el hechizo se rompió. Alejándome de él, lo miré con
incredulidad.
—¿No lo entiendes? ¿Pensaste que habría sido malo que yo rompiera con
Gary para estar contigo? ¿Te imaginas lo que esto le haría a mi relación con Dillon?
Ella va en serio contigo, Michael. Y no se daría cuenta de que me quitó algo. —Me
temblaron los labios y maldije las lágrimas que corrían por mis mejillas. Las
lágrimas eran inútiles y me hacían parecer débil—. Pensará que te robé. —Limpié
mis lágrimas—. No le haré eso.
—¿Qué pasa con nosotros?
—Jodiste cualquier oportunidad que pudiéramos haber tenido.
Dio un paso hacia mí y levanté la mano para detenerlo.
—No traicionarías a tu amigo, y ciertamente no traicionaré a mi hermana.
La plena realización de lo que había hecho pareció golpear a Michael en ese
momento, y algo parecido al dolor llenó su expresión.
—Dahlia —dijo, sonando dolorido.
Mi odio por él se derritió. Michael era tan equilibrado, tan maduro para su
edad que a veces me olvidaba de que solo era unos años mayor que yo. Todavía era
un chico joven, solo humano, tropezando por la vida cometiendo errores como el
resto de nosotros. Lo puse en un pedestal. Ese fue mi error.
Su error resultó ser uno grande, doloroso y horrible que también me afectó
a mí.
—Lo siento, pero por el bien de mi cordura, tenemos que terminar, Michael.
No envíes mensajes de texto, no llames… simplemente no lo hagas. Siempre que
estés con Dillon fingiré que estamos bien, pero tenemos que terminar.
Torciendo el cuchillo más profundamente, sus ojos brillaron intensamente
con emoción.
—Yo no… esperaba, pero siempre pensé que era solo yo… que lo que sentía
solo procedía de mí y que necesitaba seguir adelante. Nunca dijiste… nosotros
nunca dijimos…
—Y nunca lo haremos. —Me agaché y salí del callejón detrás del
restaurante—. Supongo que te veré por ahí.
Me alejé, orgullosa de las lágrimas que había mantenido a raya mientras me
despedía.
Afortunadamente, el auto de Dillon no estaba en casa cuando llegué allí, y
me colé en la casa antes de que nadie pudiera ver el desastre que Michael Sullivan
había hecho de mí.
Apartándome de ese doloroso recuerdo, alcancé mi teléfono celular donde
lo había dejado cargándose en la mesita de noche. Necesitaba hablar con Bailey.
Ella siempre era directa conmigo, y me diría si debería intentar arreglar el daño
entre Michael y yo. Ella conocía toda nuestra historia.
Sabía todos los errores cometidos por ambos lados.
Las constantes meteduras de pata que nos habían mantenido separados.
Sabía que nunca más podría estar con Michael, para que él llenara ese
espacio en mi vida y mi cama que ningún hombre había llenado desde entonces.
Así que intentar ganarme su perdón inevitablemente me haría daño, y necesitaba
aprovechar cualquier desinterés que tuviera para hacerlo.
Requeriría que fuera valiente.
Al final, sabía que Bailey querría que fuera valiente. Ella me animaba a
hacerlo y necesitaba ese empujón.
Porque esto iba a doler mucho, muchísimo.

7
Dahlia

M
e encontré con la mirada feliz de mi padre al otro lado de la
habitación y sonreí, dándole mi hoyuelo. Esto era mucho mejor
que anoche.
—¿Viste, tía Dahlia, me viste rescatar a esa Sprixie? —gritó Leo a medio
metro de distancia.
—Y esa es mamá, papá, Leo, abuelo… —Levi, mi sobrino de cinco años,
señaló a las personas en su dibujo—, podría agregarte.
—¡Tía Dahlia! —gritó Leo.
Le sonreí.
—Ya veo. —Lo hacía. Y no podía creer que todavía estuvieran haciendo
juegos de Super Mario Bros—. Eres increíble en este juego.
—Lo sé, claro. —Su sonrisa arrogante me recordó mucho a Darragh.
Miré a Levi, que esperaba pacientemente mi evaluación de su dibujo. Era
increíble para un niño de cinco años. No se veía gente de palo por ningún lado.
Que pudiera haber heredado de mí sus habilidades artísticas provocó una oleada
de dulce dolor en mi pecho.
—Levi McGuire, eres un artista —pronuncié—. Y me sentiría honrada si
me añadieras.
Sonrió tímidamente y me quitó el papel de la mano. Rápidamente, corrió
hacia su mesita en la esquina de la sala de estar donde estaban todos sus
crayones y se acomodó para dibujar, mirándome de vez en cuando.
Pensé que mi corazón iba a estallar.
Leo estaba ahora enfrascado en una conversación con papá, que lo veía
jugar al videojuego en la televisión de la sala de estar.
Mamá y papá le compraron a toda la familia una Nintendo en Navidad. Se
acordó que sería nuestro principal regalo combinado ese año. Fue un gran
problema. Los chicos eran los únicos que tenían un televisor en su habitación
porque Darragh había ahorrado para uno haciendo trabajos de verano. Eso
significó que instalaron la consola en su habitación y las chicas casi nunca
teníamos una oportunidad. No podía imaginar a mamá y papá permitiéndonos
configurar esa consola en la sala de estar. La sala de estar era su dominio.
Pero parecía que Krista y mi hermano habían permitido que mis adorables
sobrinos se hicieran cargo de toda su casa.
—Creo que les gusta la tía Dahlia —murmuró Krista en mi oído.
Me di la vuelta para verla inclinada sobre el respaldo del sillón en el que
estaba sentada. La emoción burbujeó en mi garganta y tuve que aclararme para
decir:
—Han sido increíbles. Todos lo son.
Me apretó el hombro y me dio una bonita sonrisa.
—Es tan bueno tenerte de vuelta.
Dios, había olvidado cuánto me gustaba la esposa de mi hermano. Krista
era una de esas personas que tenían una palabra amable para todos. Odiaba las
confrontaciones y mi hermano se frustraba a veces porque era demasiado
bondadosa con los amigos y colegas que se aprovechaban. Pero también tenía
este perverso sentido del humor y, en este momento, estaba particularmente
agradecida por eso y su capacidad para perdonar y seguir adelante.
La cena con mi hermano y su familia fue fantástica. De hecho, me estaba
pateando a mí misma por permitir que pasaran tantos años entre nosotros
cuando estaba claro que Darragh nunca me culpó por nada de lo que sucedió.
Sabía que me culpaba por mantenerme alejada y que debajo de sus intentos de
seguir adelante, todavía estaba un poco molesto conmigo. Pero lo estaba
intentando y era maravilloso.
Mis sobrinos eran fantásticos y estaba triste por haber perdido tanto
tiempo con ellos.
—Te daré una oportunidad en un segundo, tía Dahlia —me llamó Leo.
Tenía un par de pulmones y no tenía miedo de usarlos. Descubrí que le gustaba
hablar a un decibelio más fuerte que todos los demás, como si pensara que todos
teníamos dificultades auditivas—. Quiero pasar de este nivel y luego te mostraré
cómo se hace.
Mi papá y yo compartimos una sonrisa.
Leo estaba lleno de confianza. Me enteré durante la cena que era un
lanzador en la liga de béisbol juvenil.
—También soy bueno —dijo con la boca llena de espaguetis—. Como,
realmente bueno.
También estaba en una liga de taekwondo y podía “patear traseros”.
Levi era más callado, incluso un poco tímido. Podría ser su edad, pero creo
que se parecía más a su madre por naturaleza. Físicamente, los niños eran la
mezcla perfecta de sus padres. Krista tenía la piel suave de color marrón oscuro,
enormes ojos oscuros y cabello largo en trenzas apretadas. Los niños no eran tan
oscuros como Krista, pero tenían un hermoso tono de piel beige leonado, los ojos
color avellana de su padre y el cabello de su madre. Mientras que el de Leo tenía
un estilo corto en olas apretadas, el de Levi era un afro salvaje y sorprendente.
No era parcial cuando decía que mis sobrinos eran niños hermosos.
—¿Otro café, Dahlia? —preguntó Darragh desde la puerta de la cocina—.
¿Papá?
—No para mí, estoy bien —respondió papá.
Me levanté de mi silla.
—Déjame ayudar.
Krista se quedó en la sala de estar y yo me encontré sola en la cocina con
mi hermano por primera vez. Inmediatamente, me acerqué a él y lo rodeé con
mis brazos.
Darragh me abrazó con fuerza y nos quedamos así durante unos segundos.
Mi abrazo decía que lo sentía por todos los años que había desperdiciado.
Su abrazo decía que entendía.
Retrocediendo, le di una suave sonrisa.
—Los chicos son increíbles, Darragh.
Mi hermano mayor sonrió.
—Sí, lo hicimos bien allí, ¿eh?
—Lo hiciste. —Me apoyé contra el mostrador mientras él se ponía a
prepararnos café.
—¿Vas a ir a casa de Davina mañana?
—Sí. —Aún estaba un poco nerviosa por eso. A pesar de la buena noche
que tuve con ella y Darragh en el último domingo en lo de papá, Darragh
definitivamente era el más indulgente entre mis dos hermanos mayores.
—Así que… eh… papá me llamó anoche después de lo que pasó con Mike.
Se siente terrible.
Hice una mueca.
—Le dije que no lo hiciera. Sé lo que estaba tratando de hacer.
Desafortunadamente, resultó contraproducente.
—¿Supongo que papá te dijo que la razón por la que Mike todavía está en
nuestras vidas es por Dermot?
El pensamiento de Dermot hizo que mi estómago se revolviera.
—Sí. —Dermot también era policía. Michael y él trabajaban en el mismo
recinto. Se hicieron amigos cuando Michael y yo estábamos juntos, pero
formaron un pequeño “bromance” después de que me fui.
—Me imagino que lo que Dermot siente por ti probablemente también
haya afectado los sentimientos de Mike.
Negué con la cabeza.
—No, los sentimientos de Michael son todos suyos.
—Bueno, mi punto iba a ser que Dermot probablemente ha afectado a
Mike, y mamá definitivamente ha afectado a Dermot. Y ese punto me lleva a mi
próxima… ¿estás pensando en ver a mamá mientras estás aquí?
Miré hacia atrás por encima del hombro para asegurarme de que papá
estuviera bien y realmente fuera del alcance del oído. Luego me incliné hacia mi
hermano y le dije en voz baja:
—Papá no habla del divorcio. Necesito saber que está bien y si no me da
respuestas, tal vez mamá lo haga.
—Dahlia, el divorcio es entre esos dos.
—Sin embargo, ¿lo es?
La ira oscureció su semblante.
—Por el amor de Dios, por favor no me digas que también te vas a culpar
por esto. Dios mío, Dahlia, no dejes que la mierda de mamá te haga esto por más
tiempo. La dejas y eres una mártir.
Fruncí el ceño.
—Dilo como lo percibes, Dar.
—Sé que estás preocupada por papá, pero no lo estés. Creo que esto es lo
mejor para él.
Conmocionada, lo miré fijamente por un segundo.
—¿Cómo puedes decir eso sabiendo cuánto se aman?
—El hecho de que se amen no significa que sean adecuados el uno para el
otro. —Me estudió pensativo—. ¿Cómo… cómo puedes querer que ella sea feliz
después de lo que te dijo?
El recuerdo ardió, pero me encogí de hombros.
—No estaba en su sano juicio.
—¿Sí? Bueno, no ha estado en su sano juicio durante años. Ella nos echó a
todos detrás de Dillon. —Miró al suelo y fue la primera vez que escuché el dolor
en la voz de mi hermano—. No tiene tiempo para Davina; pasa tiempo con los
chicos, pero se aparta de ellos. La única persona cercana a ella es Dermot, y le ha
llenado la cabeza con todas sus mentiras.
Mi primer pensamiento fue para papá.
—Todo esto estaba sucediendo, papá estaba lidiando con eso y no me dijo
una palabra.
—Sí. Estoy seguro de que tiene mucho que ver con el divorcio. Así que deja
de culparte y deja de preocuparte. Papá estará bien. —Su mirada se movió a
través de la habitación hacia la sala de estar donde papá se reía con Leo—. Estará
más que bien. Míralo. Se ve muy bien. Comenzará a tener citas pronto y será un
capítulo completamente nuevo en su vida.
¿Tener citas? Ni siquiera había pensado en eso.
—¿Estarías de acuerdo con eso?
—Por supuesto. Krista ya quiere ponerlo en contacto con una colega de su
madre.
La idea de mi papá con alguien que no fuera mi mamá era muy extraña.
Por otra parte, los únicos recuerdos que tenía de mis padres juntos eran antes de
la muerte de Dillon. Darragh había estado allí los nueve años que me había
perdido, siendo claramente testigo de un deterioro que yo no había presenciado.
Me pregunté qué tan malo podría ser que Darragh estuviera tan ansioso
por que papá siguiera adelante.
—Sigo pensando que debería enfrentar a mamá. Ver lo que ella tiene que
decir sobre todo esto. —El pensamiento me enfermó. Regresar a Boston,
enfrentarme a todos, había sido difícil, pero lo había logrado. Y todavía respiraba.
Se me ocurrió que tal vez aclarar las cosas con mi madre podría acabar con
algunos demonios muy persistentes del pasado.
—No voy a detenerte —dijo Darragh, suspirando—, pero estoy señalando
mi preocupación.
—Señalado. —Le sonreí—. Dios, es bueno tenerte de vuelta, hermano
mayor.
Deslizó su brazo alrededor de mis hombros y me acompañó de regreso a
la sala de estar.
—¡Tía Dahlia, solo otro nivel, lo prometo! —me gritó Leo.
—Tía Dahlia, te dibujé —dijo Levi en voz baja, acercándose a su padre y a
mí.
Me hundí en el costado de mi hermano, sintiéndome tan jodidamente
plena que casi quería llorar de alegría.



La noche siguiente me encontré sentada a la mesa del comedor en la gran
sala de estar de planta abierta del hermoso apartamento de mi hermana en
Bunker Hill.
Debía ganar mucho dinero.
En serio.
Guau.
Estaba tan orgullosa de ella.
Mis efusivos cumplidos por el apartamento y su evidente éxito parecían
haber contribuido en gran medida a apaciguar a la novia de Davina, Astrid.
Cuando aparecí por primera vez en el apartamento, ella me había estado
estudiando en silencio e intensamente, sin revelar mucho.
Papá estaba trabajando, así que no podía servir de amortiguador.
Esto, y la fría valoración de Astrid, me estaban poniendo nerviosa, y odiaba
ese sentimiento.
El silencio cayó sobre la mesa mientras nos sentamos a comer.
—Bueno, esto no es para nada incómodo.
Davina resopló.
—Lo estás haciendo incómodo.
—¿Cómo lo hago incómodo? —argumenté.
—¿Es porque somos homosexuales? —Astrid me miró enarcando una
ceja.
Hice una mueca, ya no me importaba caminar de puntillas a su alrededor,
después de una pregunta tan absurda.
—Mi hermana podría decirme que estaba pensando en transformarse en
un orangután y eso no me haría quererla menos.
—Quizás más —reflexionó Davina—. Los orangutanes son lindos.
—¿No lo son? —Me incliné sobre la mesa—. La forma en que se abrazan
es tan adorable. Es como un gran abrazo de “Te amo”. Es tan abierto y lindo. Ojalá
la gente fuera así.
—¿En serio? —Los ojos de Astrid se movieron entre Davina y yo.
—Preguntarle si es porque somos homosexuales fue una estupidez. —
Davina se encogió de hombros.
Su novia la fulminó con la mirada.
—Bueno, no toda tu familia lo ha aceptado.
Mi hermana miró su plato con el ceño fruncido.
—Soy consciente.
No queriendo que estallara una discusión entre ellas, cambié de tema.
—¿Han pensado en casarse? Porque hago joyas y podría hacer los anillos.
Algo perfecto y único.
Mi hermana mayor resopló.
—No has cambiado. Sigues diciendo cosas que no deberías decir. ¿Y si el
matrimonio es un tema delicado para Astrid y para mí?
—¿Lo es?
—No —respondió Astrid—. Lo hemos pensado.
Sonreí, feliz por mi hermana.
—¿De verdad?
—Arrgh —bufó Astrid, lanzándole a mi hermana una mirada—. Tenías
razón. Ese hoyuelo la libra de todo. Es adorable. —Se volvió hacia mí—.
Molestamente adorable.
Sonreí más fuerte mientras mi hermana se reía en voz baja.
—Me han dicho eso. Es un problema, lo sé.
Se rieron y la incomodidad se derritió.
Mientras comíamos, Astrid me habló de su trabajo como publicista de
Candlelight Press, una editorial de libros en Allston. Davina trató de explicar su
trabajo por centésima vez, pero no pude entenderlo. Afortunadamente, Astrid
tampoco. Y preguntaron por Hartwell, aunque Davina parecía vacilante.
—Es hermoso. —Lo extrañaba. Ya se lo había contado a Davina la otra
noche, así que hablé más sobre mis amigos—. Bailey se comprometió con
Vaughn, así que esa ha sido la última emoción. Ah, y esporádicamente tenemos
problemas con una familia llamada Devlin. Ian Devlin, el padre, es dueño de un
hotel, algunos otros negocios en la ciudad, el parque de atracciones, y es un
personaje turbio, por decir lo menos. Lleva años intentando comprar una
propiedad en el paseo marítimo y tiene esos burdos planes de convertirla en un
resort de cinco estrellas que un pequeño porcentaje de la población podría
permitirse visitar. Su hijo irrumpió en la posada de Bailey y la atacó, tratando de
encontrar información confidencial que pudiera usar en su contra.
Davina y Astrid me miraron con los ojos muy abiertos.
—¿Qué?
—Suena como el escenario de mi telenovela favorita —dijo Astrid.
Me reí.
—No es tan dramático como parece. Esa familia es una amenaza. Cada
pueblo tiene una.
Davina miró su plato medio vacío.
—En serio vas a volver allí, ¿verdad?
—Yo… vivo allí. Me encanta allí. Pero no me iré de nuevo. Tú y Astrid
podrían venir de vacaciones allí en verano y yo volveré. Lo prometo.
Cumpleaños, Acción de Gracias, Navidad… cuando me quieras, volveré.
Mi hermana miró hacia arriba con lágrimas en los ojos. Astrid le agarró la
mano con fuerza.
—Después de la muerte de Dillon, no solo la perdí. Te perdí y perdí a
mamá. Fue como si toda nuestra familia se derrumbara.
El dolor arañó mi garganta.
—Da…
—No estoy diciendo eso para hacerte sentir culpable. Creo que ambas
sabemos que has vivido con esa emoción durante demasiado tiempo. Solo…
necesito que sepas lo mucho que significa tenerte de vuelta.
—Necesito que sepas lo mucho que significa que me tuvieras de vuelta.
—No más de eso —reprendió—. Decidir perdonarte significa no volver a
mencionar eso.
El silencio cayó sobre la mesa y luego Astrid habló.
—Compré una tarta Banoffee de Bova's.
Me tomó un segundo entender.
—¿Y me hiciste comer comida de verdad cuando tenías una tarta Banoffee
de Bova's?
Riendo, la novia de mi hermana se levantó para recoger la mesa justo
cuando mi celular sonó en mi bolso.
—Veo que tu gusto por la música no ha cambiado —dijo Davina.
Sonriendo, metí la mano en mi bolso para silenciar mi celular. Era un
número desconocido. Se lo mostré a Davina. Ella se encogió de hombros.
—Contéstalo.
Lo hice.
—¿Hola?
—¿Dahlia? —La voz de Dermot llenó mi oído.
—¿Dermot?
La expresión de mi hermana se congeló de alerta.
—¿Acabo de hablar por teléfono con Dar y me dijo que estás pensando en
ir a ver a mamá?
—Sí…
—Ni siquiera lo pienses —gruñó—. Ella quiere hablar, irá a ti. Ve allí, la
arrinconas y tendrás que lidiar conmigo. — El silencio siguió a su amenaza y me
di cuenta de que había colgado.
Ese feo y apretado nudo llenó mi estómago mientras bajaba mi teléfono.
Cada vez que daba un paso adelante, alguien me empujaba hacia atrás.

8
Michael

L
a lluvia azotaba el parabrisas de su Ford Crown Victoria camuflado
mientras Michael esperaba a que Davis regresara con sus cafés.
Probablemente Davis también se conseguiría uno o dos rollos de
canela. Bastardo. Sabía que Michael no comía esa mierda con regularidad.
Era una de las razones por las que Michael no le dejaba detenerse en un
Dunkees. De lo contrario, saldría con una docena de malditas donas.
El clima había estado miserable toda la noche, la lluvia los persiguió por el
norte de Boston mientras intentaban atrapar a un sospechoso en un robo a mano
armada. Tan pronto como Davis se detuvo frente a la panadería nocturna para
que pudieran tomar un café, la lluvia comenzó a caer fuerte. El clima reflejaba su
estado de ánimo.
Dahlia.
Cerró los ojos con fuerza y se pellizcó el puente de la nariz. Esa mujer había
estado jugando con su cabeza toda la semana y odiaba estar distraído en el
trabajo. Podría ser peligroso.
Dermot lo había llamado para avisarle de que Dahlia estaba en la ciudad,
y su amigo se enfadó al descubrir que había llegado demasiado tarde para hacer
esa llamada.
—No sé qué está pensando mi maldita familia, hombre. Lo siento.
—No creo que tu padre tuviera mala intención.
—No fue papá. Dahlia lo habrá incitado a hacerlo. Esa perra cree que puede
volver a la ciudad y esperar que todo el mundo esté de acuerdo. Mamá está hecha
un desastre. No sé qué hacer.
Michael se había estremecido al ver que Dermot llamaba perra a Dahlia.
Incluso ahora, después de todo, era su instinto defenderla.
—Sigue siendo tu hermana, así que cuida tu boca. Y definitivamente fue obra
de tu padre. Ella estaba tan sorprendida como yo.
Dermot se había quedado callado.
—No dejes que te manipule, Mike. Acabas de salir de un matrimonio de
mierda. No necesitas a mi maldita hermana jugando con tu cabeza de nuevo.
Michael había colgado el teléfono porque la acritud de Dermot hacia
Dahlia lo cabreó. No era justo, considerando lo enojado que estaba con ella y
cómo le había hablado cuando la vio, pero eso era diferente. Podría estar enojado
con Dahlia y aún no querer que nadie más la lastimara.
Él la lastimó.
La angustia la había desbordado ante sus comentarios cortantes la otra
noche. Su consiguiente remordimiento lo enfureció aún más. ¿De qué carajo tenía
que sentirse culpable? Ella lo dejó.
Jesucristo.
Una imagen de Dahlia de la otra noche apareció en su cabeza por
millonésima vez. Llevaba un vestido azul, del mismo tono que sus ojos. Estaba
ajustado y envuelto alrededor de su cuerpo perfecto.
Dahlia siempre había tenido caderas llenas, una cintura pequeña y pechos
grandes. Fue lo primero que notó en ella.
Él era un hombre. Amaba su cuerpo.
No tenía sentido fingir que no lo hacía.
Pero desde el momento en que la miró a los ojos en esa galería de arte hace
tantos años, estuvo jodidamente perdido. Michael nunca había conocido a nadie
tan lleno de todo. Curiosidad, humor, aburrimiento, molestia, todo había brillado
en sus ojos mientras estaba de pie en ese podio con esa ridícula media corporal
que apenas la cubría.
Y luego le hizo una peineta con más gracia de lo que nadie lo había hecho
nunca.
Toda esa vida, toda esa energía vibrante que desprendía, todavía la tenía.
Había más tristeza en ella ahora, pero seguía siendo Dahlia después de todo.
Esa noche, cuando llegó a casa y finalmente se quedó dormido, había
soñado con ella.
Acerca de follarla. Sexo de odio enojado.
La noche siguiente, le hizo el amor en sueños.
Y la noche anterior el sueño había sido una mezcla de ambos.
Unas horas más tarde sonó la alarma y se despertó duro, frustrado y más
enojado que nunca.
La puerta del lado del pasajero se abrió y Davis se sumergió, maldiciendo
en voz baja, sacando a Michael de sus pensamientos. El traje y el cabello de su
compañero estaban empapados. Un cálido aroma a café llenó el auto cuando
Davis le pasó una taza. Pero eso no apaciguó a Michael cuando vio la bolsa de
papel marrón en la otra mano de Davis.
—Maldito. —Observó lo que sabía que eran rollos.
Su socio sonrió.
—Oye, yo no estoy cuidando lo que como.
Michael miró el estómago de Davis. El hombre era alto y delgado en todas
partes excepto en su estómago, que tenía una pequeña hinchazón redonda.
—Claramente.
—Vete a la mierda, pequeño idiota —dijo Davis amablemente mientras
abría la bolsa de papel marrón con algo parecido a alegría—. Ven con papi.
Exhalando frustrado, Michael buscó en la parte trasera del auto su propia
bolsa de papel marrón. Dentro había un pequeño recipiente de plástico con
teriyaki de salmón casero y arroz. Kiersten solía cocinarle comidas saludables,
así que ahora estaba aprendiendo a hacer esas cosas por sí mismo. No creía que
fuera tan malo en eso.
—Cultiva un par y come comida de verdad, Mike. —Davis se burló del
arroz, el salmón y la ensalada.
Michael ignoró sus bromas. Comía bien seis de los siete días. No tenía
sentido ir al gimnasio antes del trabajo todos los días si iba a comer mierda como
pasteles y hamburguesas. Michael respetaba su cuerpo. Le daba el combustible
que necesitaba para ser fuerte. Incluso si a veces era una tortura.
—¿Sin respuesta? —preguntó Davis—. Definitivamente, algo te pasa. ¿Es
Bronson? Se ha corrido la voz de que se está tirando a tu ex.
A Michael le agradaba Davis. Lo hacía. Pero el hombre no tenía un maldito
filtro o diplomacia.
—Estoy feliz por ellos —murmuró con la boca llena.
—Entonces, ¿qué es?
Se encogió de hombros, no estaba listo para hablar sobre Dahlia o el hecho
de que cada instinto en su cuerpo le decía que fuera con ella ahora que estaba en
Boston. Eran como imanes. Siempre lo habían sido.
—Turno nocturno. Aún no estoy acostumbrado.
Su socio se encogió de hombros.
—Toma tiempo.
—Sería más fácil si no te detuvieras cada cinco segundos para comprar un
rollo o un agua tónica. —El hombre era adicto a la maldita Pepsi.
—Sabes, creo que te beneficiarías de un maldito rollo de vez en cuando.
Pequeño cabrón malhumorado.
Michael sonrió.
—¿Dónde crees que está este idiota? —preguntó Davis después de unos
segundos de comer tranquilamente.
—Volviendo a la novia de Chelsea. Mi apuesta es que ella lo llamó después
de que pasamos. Él podría pensar que su casa tiene todo despejado para la noche.
Davis asintió.
Terminaron cuando la lluvia se calmó.
—Ya estás mojado. —Michael arrojó su basura a Davis—. Puedes tirar esto
a la basura.
—Tenía que conseguir a un hijo de puta como tú, un fanático de la
limpieza, que coma sano y vaya al gimnasio, ¿eh? —Murmuró Davis en voz baja
a medida que salía del auto con la basura. Michael sabía que algunos policías
dejaban que la mierda se acumulara en la parte trasera y en el piso de sus
vehículos. No era uno de ellos. Enviaba un mensaje de que eras un policía vago,
y Michael era todo menos vago.
—Haz un cambio al otro lado —aconsejó Davis mientras regresaba al
auto—. La carretera está tranquila.
Michael intentó sacarse todo lo demás de la cabeza (y por todo lo demás,
se refería a Dahlia) y salió a la calle tranquila para girar al otro lado. La necesitaba
fuera de su cabeza para poder hacer su trabajo.
Luego se iría a casa y probablemente tendría otro sueño con ella.
La cosa era que había una parte de Michael, un elemento que despreciaba,
que anticipaba el sueño. Una parte de él que susurraba desde lo más profundo
de su interior que esperaba con ansias la fantasía.

9
Dahlia

D
urante los siguientes diez días, no solo intenté pasar tanto tiempo
en familia con Darragh, Krista y los niños, y Davina y Astrid, sino
que también seguí a mi papá. Preocuparme por él me distrajo del
hecho de que Dermot no estaba ni mucho menos dispuesto a perdonarme. Papá
todavía no hablaba de su divorcio con mamá, y lo conocía lo suficiente como para
saber que estaba dentro de su propia cabeza.
Después de todo, yo era la hija de mi padre. Compartíamos una naturaleza
muy similar, y sabía que estaba preocupándose en silencio. No había nada que
pudiera hacer más que pasar tiempo con él y esperar que finalmente se abriera.
Lo único que sabía era que no me iría de Boston hasta estar cien por ciento segura
de que papá estaría bien.
En cuanto a hablar con mi mamá, Dermot había puesto un alto en eso. Ya
estaba nerviosa por hacerlo, pero después de su llamada telefónica, decidí ser
inusualmente cautelosa. Resultó que, al final, no fui yo quien forzó nuestro
reencuentro.
Era lunes, a última hora de la tarde, papá se había ido al trabajo y yo estaba
tratando de mantener mis pensamientos en los eventos del día anterior y no en
nada más (digamos, Michael, ¡a quien le gustaba entrometerse en mis
pensamientos cada cinco segundos!). Papá había invitado a Darragh, Krista, Leo
y Levi, Davina y Astrid a cenar y a ver el partido del domingo.
Nos reímos mucho y comimos mucho, y fue un gran momento. Los chicos
siempre se reían cuando Darragh utilizaba una jerga, lo que nos llevó a educarlos
en el idioma de nuestro vecindario al crecer. Había palabras que había olvidado,
habiéndolas perdido mientras vivía en Delaware. Como “bubbla”2 en lugar de
una fuente de agua. Era adorable. ¿Cómo pude olvidarlo?
También me atreví a preguntar por Dermot. Papá me había mantenido al
tanto de la vida de mis hermanos a lo largo de los años, pero yo no sabía mucho
sobre la vida de Dermot en ese momento.
Lo último que había oído es que había estado saliendo con una chica a la
que Davina se refería con poco cariño como “Masshole”, una palabra del argot
que Darragh no quería que sus hijos entendieran. Ella se disculpó pero no por el
sentimiento. Aparentemente, esta chica venía de dinero, una especie de sangre
azul, y Dermot se cansó de que ella intentara esconderlo de su familia. Después
de nueve meses juntos, rompieron. Volvía a estar soltero, viviendo en un
apartamento de mierda (en palabras de mi hermana) cerca de la nueva casa de
mamá, y follando todo lo que se movía cuando no estaba trabajando.
Mientras Michael ascendía de rango, mi hermano, que nunca había sido
muy ambicioso, parecía contento con seguir siendo un oficial de policía. Parecía
que mi hermano no estaba pasando el mejor momento de su vida personal.
Cuando éramos más jóvenes, fue a mí a quien vino a hablar sobre las chicas y las
relaciones. Una vez más, no había estado allí cuando él me necesitaba.
La música resonaba en la sala de estar mientras me sentaba en el extremo
del sofá cerca de la lámpara en la mesa auxiliar en la esquina. Estaba trabajando
en un diseño de anillo para Davina y Astrid. No lo habían pedido, pero después
de hacer un inventario minucioso de sus gustos y aversiones tal como se veían
en su apartamento, tuve algunas ideas para los anillos. Por si acaso.
Desafortunadamente, me gustaba mi música a todo volumen, así que no
escuché abrirse la puerta principal hasta que Dermot y mi mamá entraron.
La adrenalina me inundó cuando vi a mi madre, y busqué a tientas mi
teléfono para cortar la música. Me apresuré a ponerme de pie, notando la
intensidad de la expresión de mi madre.
Dermot cerró la puerta principal detrás de él.
Oh, mierda.
Mi estómago dio un vuelco desagradable.
Aparte de los círculos oscuros debajo de sus ojos, mi mamá se veía bien.
Era alta y delgada y parecía joven con sus jeans ajustados, camiseta Blondie y

2 Bubbla: argot de burbujas que salen de la fuente donde se bebe agua.


chaqueta de gamuza. No había canas en su pelo oscuro, hasta los hombros, así
que supe que se lo había teñido porque a mí me empezaron a salir canas en el
mío cuando tenía veintinueve años.
Sus ojos color avellana se encontraron con los míos azules y el miedo me
mantuvo inmóvil junto al sofá.
Esa mirada en sus ojos, la que tenía cuando me habló por última vez,
todavía estaba allí. Todos estos años y nunca se había desvanecido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Mis ojos se posaron en Dermot.
—¿Cómo te atreves? —Mamá estaba furiosa—. ¿Cómo te atreves a pararte
en mi casa y preguntar eso?
—Mamá. —Dermot le puso la mano en el hombro—. Dijiste que era hora
de hablar con ella. Hay que hablar.
—Tu padre vino a verme el otro día. —Mamá dio unos pasos más en la
habitación, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas—. Lo pusiste en mi
contra.
—¿Qué? —Negué con la cabeza, confundida—. ¿De qué estás hablando?
—No te hagas la tonta, Dahlia. Tú eres la razón por la que nuestro
matrimonio se vino abajo. ¡Tú eres la razón por la que mi vida se convirtió en una
mierda!
De repente, volví a tener veintidós años, retrocediendo en el tiempo.
—¿Aún me culpas por Dillon?
—Nadie está diciendo eso. —Dermot se interpuso entre nosotras—. Pero
te fuiste cuando necesitábamos permanecer juntos, y nos jodió a todos. Tienes
que asumir la responsabilidad de eso.
Estuve de acuerdo.
—Sí. Lo hago. Por eso estoy aquí. Pero no es por eso por lo que está aquí.
—Miré más allá de él hacia mi mamá—. Papá te confrontó por lo que me dijiste
e hiciste antes de que me fuera, ¿no es así?
Eso es lo que había estado preocupándolo durante días.
—¿Qué? —Dermot miró a mamá—. ¿Qué dijiste? ¿Qué hiciste?
Ella no me quitó los ojos de encima.
—La verdad.
Me estremecí como si me hubiera abofeteado. De nuevo.
—Lamento que esté enojado por eso, pero necesitaba que supieran por
qué no solo me fui.
—Deberías haberte quedado fuera.
—Esperen… estoy confundido. —Dermot frunció el ceño—. ¿De qué está
hablando?
La mirada de mamá se suavizó sobre él.
—De lo que siempre hemos hablado. Ella tiene la culpa, es manipuladora
y debería haberse quedado fuera.
Dermot negó con la cabeza.
—Eso no es de lo que hablamos. —Se volvió, mirándome—. ¿De qué carajo
estás hablando? ¿Qué le dijiste a papá? ¿Más mentiras?
Entrecerré los ojos al ver a mi hermano crédulo que corría para ponerse
del lado de mamá en cada discusión familiar mientras crecía. Como lo había
hecho Dillon.
—Empecé a beber después de Dillon… después de la muerte de Dillon.
Frunció el labio.
—Somos plenamente conscientes de lo mal que manejaste la muerte de
Dillon.
Lo miré.
—No empecé a beber solo por Dillon.
—Oh, aquí vamos. —Mamá pasó junto a Dermot—. ¿Vas a dejar ese
maldito error también a mis pies?
Mirándola con horror, me pregunté cómo era posible que fuera mi madre.
¿Cómo la mujer que me dio a luz, me crio, me consoló cuando estaba herida,
podía odiarme tanto? Las lágrimas llenaron mis ojos y me desprecié por la
debilidad.
—Todo el mundo estaba fuera. Estábamos solo tú y yo en la casa, y me
encontraste en el dormitorio. Me atacaste. —El recuerdo me recorrió como un
relámpago y todavía podía sentir el ardor de sus bofetadas—. Empezaste a
abofetearme.
Dermot respiró hondo detrás de mamá.
—Seguías diciéndome que era egoísta. Que debería haber sido yo. —Las
lágrimas me escaldaron las mejillas—. Debería haber sido yo, dijiste. ¿Por qué
Dios tomó a la hija equivocada?, dijiste.
—Mierda, por Dios —susurró mi hermano.
Limpié mis lágrimas con enojo cuando vi que los ojos de mi madre se
iluminaban con las suyas.
—No sabía cómo lidiar con eso… que mi mamá me odiara tanto… así que
sí, bebí para sobrellevarlo. No estoy orgullosa de mí. No estoy orgullosa de que
papá haya tenido que alejarme de todo lo que pasó aquí. Y no estoy orgullosa de
haberme mantenido alejada porque tenía mucho miedo de enfrentarme a ti de
nuevo. No por ti —negué con la cabeza hacia ella cuando me di cuenta de que
nunca obtendría la seguridad que necesitaba de ella—, sino porque los lastimé.
La familia que aún me amaba. —Miré por encima de su hombro a Dermot, que se
había puesto blanco como la tiza—. Siento haberte abandonado —susurré—. Lo
siento mucho.
Un silencio sepulcral llenó la habitación.
Dermot miraba fijamente a mamá acusándola.
—No me mires así —susurró mamá.
—¿Es verdad? —gruñó, como si apenas pudiera pronunciar las palabras—
. ¿Le hiciste eso?
Mi madre se quedó callada un rato y luego susurró entre lágrimas:
—Arruinó la vida de tu hermana.
—Mamá, sabes que eso no es verdad.
—No todos pueden verlo, pero es verdad. Y Dill… —Mamá sollozó—. Ella
era mi niña. Dios se llevó a mi pequeña niña.
—¿Y qué hay de Dahlia? —replicó Dermot—. Ella también es tu hija,
mamá.
—No. Ella nunca fue mía. Ella siempre fue de él. Dios tomaría lo mío, ¿no?
La historia de mi puta vida.
—No puedo…
Me volví para ver a mi hermano mirándola con incredulidad.
—No puedo creer lo que estoy escuchando. Hiciste que pareciera que
estabas enojada con ella por irse. ¡No por volver!
—No. —Mamá corrió hacia él, ahuecando su rostro—. Toda mi vida se ha
derrumbado y es culpa suya. No dejes que ella te lleve a ti también.
Dermot negó con la cabeza, apartando sus manos de su rostro.
—Mamá —dijo—, eso es tan jodido. Eso es tan jodido. Necesitas ver a
alguien. Necesitas hablar con alguien sobre esto porque esto es… —Su voz se fue
apagando. Mi hermano de treinta y tres años parecía un niño perdido y quería
consolarlo.
—Es lo que dijo Cian. —Mamá dio un paso atrás, secándose las lágrimas.
—Entonces tal vez deberías escucharnos.
Mamá se veía igual de perdida.
—No lo entiendes.
Volvió a negar con la cabeza.
—No es racional, mamá. Es retorcido.
Ella se atragantó con un sollozo y luego pasó corriendo a su lado,
esquivando sus manos cuando intentó detenerla. La puerta principal se cerró de
golpe detrás de ella.
Al verla ahora, y no a través de la niebla envuelta por el dolor de la joven
arruinada que había sido, me di cuenta con una sensación enfermiza en mi
estómago que Sorcha McGuire no estaba mentalmente bien. Había retorcido todo
dentro de ella y vio lo que quería ver. A medida que fui creciendo, llegando a la
adolescencia, me di cuenta de que eso era parte de la personalidad de mi madre.
Pero en ese entonces había sido de formas más pequeñas y menos significativas.
Si no le gustaba una idea, como cuando le dije por primera vez que quería ir a la
escuela de arte, fingía que no era verdad. Me hablaba sobre la facultad de derecho
y la escuela de negocios como si no le hubiera dicho repetidamente que no iba a
ir a ellas.
Sin embargo, que se hubiera convencido a sí misma, que yo había
arruinado su vida, no había hecho más que destruir su vida, como una profecía
autocumplida. No era de extrañar que papá hubiera ido a verla para decirle que
necesitaba terapia.
Mi mamá necesitaba terapia.
Saber eso no quitó la bola de fealdad que se asentaba en mi estómago. Mi
propia madre me odiaba.
No había palabras mágicas en el mundo que pudieran eliminar ese tipo de
dolor.
—Dahlia —Dermot dijo mi nombre en voz baja, llamando mi atención
desde la puerta a él. Su expresión se volvió suplicante—. No lo sabía.
Asentí.
—Ella está…—Su mirada se dirigió a la puerta—. Nunca la había visto así…
ella es… ella no… eso es tan retorcido.
Mi hermano parecía destrozado. Solo, triste y totalmente aplastado.
Sin pensarlo, crucé la habitación y lo atraje a mis brazos.
Dermot no vaciló. Enterró su cabeza en mi cuello y se aferró a mí con todas
sus fuerzas.

10
Dahlia

A
ntes de que tuviera que irse al trabajo, Dermot me pidió que le
contara todo lo relacionado con mi versión de la historia. Cuando
terminé, me miró con fatiga derrota.
—Sigo pensando que deberías haber vuelto a casa. Pero ahora entiendo
por qué no lo hiciste.
Dudé sobre mi propia pregunta.
—Ella nunca… en todos estos años, ¿nunca habló de cómo me culpó por la
muerte de Dillon? ¿Cómo se sentía al respecto?
Dermot negó con la cabeza.
—Nunca hablaba de ti en absoluto. Cuando lo intentábamos, salía de la
habitación. Pensé que era porque te fuiste y solo le dijiste a papá dónde estabas.
No me di cuenta de que era porque ella había envenenado su propia maldita
mente contra ti.
—Tal vez si hubiera vuelto a casa antes, no habría sido tan malo. Habría
tenido que lidiar con su dolor en lugar de dejar que se pudriera de esta manera.
—Quizás. —Había estado de acuerdo con impaciencia mientras se
levantaba para irse—. En realidad, no te culpas a ti misma por la muerte de
Dillon, ¿verdad?
—Cambié el curso de su futuro, Dermot. No hay forma de eludir ese hecho.
—Maldita sea, Jesús —se burló—. Una está loca y la otra es una mártir. No
puedo… no puedo lidiar con esta mierda en este momento. Tengo trabajo.
Se había ido sin decir adiós, y eso me dejó insegura de dónde estaba yo con
él.
Por un tiempo, me quedé sentada en silencio repasando la última hora en
mi cabeza. Cada parte de mí parecía doler.
—Bueno, este viaje a casa ha sido súper divertido —murmuré.
La necesidad de hacer las maletas e irme era fuerte. De vuelta a casa en
Hartwell, no tenía que lidiar con todas estas cosas. Mi vida era sencilla y pacífica.
Sin embargo, no podía dejar a papá. Especialmente no ahora, sabiendo lo
mal que se había puesto mamá. Con manos temblorosas, crucé la habitación
hacia donde había dejado mi teléfono en la mesa lateral y deslicé a la izquierda,
mostrando mis contactos principales. Mi dedo se cernió sobre el botón B. No
quería seguir llamando a Bailey cuando me sentía mal porque entonces ella se
preocuparía. Sin embargo, ahora era mi persona.
Antes de Hartwell, había sido Michael. Suspiré, dejándome caer en el sofá,
recordando la primera vez que fui a verlo por mi mamá. Fue antes de que saliera
con Dillon. Fue antes de que sospechara que Gary me estaba engañando…
Al salir de mi habitación, vi a Dermot acicalándose en el espejo del baño
mientras alcanzaba su botella de colonia.
—No lo hagas —le advertí.
Se dio la vuelta.
—¿No haga qué?
—Ponerte más colonia.
Dermot hizo un gesto con la botella.
—¿Demasiado?
—Sí. A menos que quieras asfixiar a la pobre chica.
Me lanzó una amplia sonrisa.
—Me gusta esta, así que sería un no.
—Te gustan todas —bromeé.
—Pero esta es atrevida. Me gusta su boca inteligente. —Salió del baño—.
Me recuerda a ti, sin el factor repugnante de la hermana.
—Aún es asqueroso —refunfuñé, aunque pensé que era algo dulce—.
Además, creo que la academia de policía te desaprobaría si usas la palabra
asquerosa a tu edad. ¿Vas a crecer alguna vez, Derm? —Lo seguí escaleras abajo.
Darragh y Davina se habían mudado, pero Dermot no podía permitírselo
todavía. Como estudiante becada en MassArt (el Massachusetts College of Art &
Design), yo no podía pagar el alojamiento para estudiantes, y como estudiante en
una academia de belleza en la ciudad, mi hermana Dillon, de diecinueve años,
definitivamente también vivía en casa.
—Todo es relativo —respondió Dermot alegremente—. Seré un policía
maduro.
Me reí disimuladamente.
—¿Pero no sin uniforme?
—Ahora, ¿dónde estaría la diversión en eso?
—¿En qué? —preguntó Davina desde el sofá. Había venido a cenar y Dillon
la había convencido de que fuera un conejillo de indias por la noche. Tenía un ojo
completamente maquillado y el otro no. Era muy Naranja Mecánica.
—Nada. —Dermot agarró su chaqueta y sus llaves—. ¡Mamá, me voy! —
gritó a través de la cocina.
Ella lo llamó para que esperara, pero él salió disparado por la puerta y se
había ido cuando entró en la sala de estar. Mamá frunció el ceño.
—¿A dónde fue?
—Cita —respondí sucintamente—. Hablando de… —Saqué mi celular del
bolsillo trasero de mis jeans y lo revisé.
Nada.
Se suponía que Gary iba a recogerme en cinco minutos para la noche de cita,
y por lo general me enviaba un mensaje de texto para avisarme que estaba en
camino.
—Nos debe dinero de la compra a tu papá y a mí —refunfuñó mamá—. ¿En
quién se lo está gastando esta vez?
—Abigail —respondió Dillon—. Creo.
—Addison —la corregí—. Su nombre es Addison.
Mamá frunció el labio.
—Suena engreída.
Gruñí, acostumbrada a que ella juzgara a las novias de mi hermano antes de
que las conociera. Mamá era el cliché total que creía que ninguna chica merecía a
sus hijos. Mi teléfono sonó y lo abrí, solo para que mi corazón se hundiera.
Lo siento, muñeca. Tengo que cancelar. Trabajando hasta tarde. Te
llamo más tarde.
—Excelente. —Me senté en las escaleras con un profundo suspiro.
—¿Qué pasa? —preguntó mamá.
Me miraba con el ceño fruncido por la preocupación, así que cometí el
estúpido error de decirle la verdad.
—Gary canceló nuestra cita para esta noche.
Sacudió su cabeza.
—Te dije que era un perdedor.
La indignación se apoderó de mí.
—Está trabajando hasta tarde.
—Eso dice.
—Mamá —advirtió Davina desde el sofá.
Mi madre la ignoró, mirándome.
—¿Qué está haciendo este tipo con su vida, eh? Un mecánico en el garaje de
su tío. Oh, hay una carrera allí.
—Aún es joven —discutí con los dientes apretados—. Tiene tiempo para
decidir.
—Mientras tanto, él te deja embarazada, y tu papá y yo estamos con dos
niños criando a un niño porque uno es un mecánico que no gana mucho dinero, y
la otra es una listilla perdiendo el tiempo en una puta escuela de arte.
Oh, aquí vamos.
—Mamá… —suspiró Dillon con frustración.
Me levanté y miré a mi madre con el ceño fruncido.
—¿Por qué siempre haces esto cuando papá no está cerca para escucharlo?
—Papá trabajaba en el turno de noche.
La ira arrugó la bonita cara de mi madre.
—Porque te mima. Así fue como terminaste en la puta escuela de arte en
primer lugar. ¿Qué vas a hacer con ese título, eh? Porque si crees que puedes
desperdiciar una beca perfectamente buena en la escuela de arte, salir sin nada y
terminar quedándote con nosotros, te espera otra cosa.
—Conseguiré un trabajo —me enfurecí.
—¿Haciendo qué?
—Diseñando joyas —anuncié. Me encantaban mis clases de orfebrería y me
inclinaba cada vez más hacia el diseño de joyas. Sin embargo, no había querido
admitir eso a mi mamá todavía en caso de que fallara. Siempre estaba soltando
mierda a su alrededor que no era mi intención.
Se burló.
—¿Una diseñadora de joyas? Dios mío, tu cabeza está tan metida en tu
trasero en la tierra de los sueños. ¿Sabes cuántas personas tienen éxito como
diseñadores de joyas?
Apreté los puños a los costados.
—Seré una de ellas.
—¿Por qué? ¿Porque eres especial? Se necesita más que un poco de
creatividad para hacer una carrera con el diseño de joyas, Dahlia.
—Jesucristo, mamá —espetó Davina.
Entrecerré mis ojos.
—Sé que no piensas mucho de mí, pero soy buena en estas cosas. No entras
en MassArt si no lo eres, mamá. Sé que no pensaste que el conseguir entrar fue un
gran asunto, pero lo es.
—¿Un gran asunto? Entrar en Harvard es un gran asunto. Entrar en la
escuela de arte es una pérdida de tiempo. ¿Por qué siempre soy la mala aquí? Todo
lo que estoy tratando de hacer es convencerte. Estás desperdiciando tu vida, Dahlia.
Con ese tipo y en esta escuela. Necesitas… ¿a dónde vas?
—No me quedaré para escuchar esta mierda. —Agarré mis llaves, mi abrigo
y abrí la puerta principal.
—No me hables así y no… ¡Dahlia!
—¿Por qué le haces eso? —Podía escuchar a Davina gritar mientras bajaba
apresuradamente las escaleras del porche—. ¡Siempre estás sobre ella!
Siempre, siseé, reprimiendo las lágrimas que amenazaban con derramarse.
Solo mi mamá podía hacerme sentir como una absoluta basura.
Con los dedos temblando, llamé a Gary, pero no contestó, lo que hizo que las
lágrimas se derramaran. ¡Maldita sea, odiaba llorar! Agaché la cabeza y corrí calle
abajo. Mi pulgar se cernió sobre mi lista de contactos, preguntándome a quién
podía llamar.
Sabía a quién quería llamar.
Pero probablemente estaba trabajando.
Y no debería llamarlo.
Michael.
Llevaba seis meses saliendo con Gary, y en ese tiempo los sentimientos que
tenía cuando conocí a Michael no se habían ido. En todo caso, solo se habían vuelto
más fuertes. Michael era divertido como Gary pero más… también era maduro y
podía hablar con él. Cuando estábamos en fiestas, cuando él no estaba charlando
con una chica guapa, y Gary estaba siendo un idiota con sus amigos, Michael y yo
hablábamos.
Sentía esa extraña conciencia eléctrica a su alrededor, pero también sentía
que podía decirle cualquier cosa.
Había algo reconfortante en él.
Algo seguro.
No debería llamarlo por consuelo.
No debería.
Intenté con Gary de nuevo y no llegué a ninguna parte, mi pulgar se movió
con mente propia y presionó a Michael. El teléfono sonó en mi oído y con cada
timbre mi corazón latía más fuerte y rápido.
Atendió al quinto tono, y tardíamente me pregunté si estaba trabajando.
—Dahlia, ¿estás bien? —respondió.
Dudé, las lágrimas ahogaban mi garganta. Nunca lloraba. No era una
llorona. Pero después del altercado con mi mamá y darme cuenta de que la única
persona con la que quería hablar era el mejor amigo de mi novio, me sentía
bastante vulnerable.
No debería haberlo llamado.
—¿Dahlia? —Michael pareció preocupado.
—Oye —me atraganté. Salió todo ronco.
—Dahlia, ¿qué pasa?
—¿Trabajando?
—No. ¿Qué pasa?
—No debería haber llamado. —Mierda, no debería haber llamado.
—¿Dónde estás?
—No, de verdad, Michael, es una estupidez. Estoy siendo un bebé.
—Dahlia, ¿dónde estás?
Le dije dónde estaba.
—Estaré ahí en cinco minutos.
Colgó antes de que pudiera preguntarle cómo pensaba llegar tan rápido
desde Southie.
Mientras esperaba, traté de calmarme, pero seguí repitiendo la discusión
con mi madre una y otra vez. Ni siquiera fue una discusión. Fue una paliza verbal.
Me empujé del árbol en el que me apoyaba cuando vi el viejo Ford de Michael
doblando la esquina. Se detuvo a mi lado y se inclinó para abrir la puerta. Me
apresuré a entrar, y esa conciencia eléctrica zumbó a través de mí cuando nuestras
miradas se encontraron.
—¿Cómo llegaste aquí tan rápido?
—Estaba en Malden.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros y se dio la vuelta.
—Simplemente pasando el rato.
Oh, Dios mío. Había estado en una cita. Hice una mueca.
—Estabas en una cita, ¿no?
—No era una cita. Ponte el cinturón.
Lo hice, pero la culpa me consumió. No una cita era un chico que hablando
de un ligue. Cuando empecé a salir con Gary, me dijo que Michael no era un tipo de
sexo casual, pero desde que conocí a Michael, eso es todo lo que hacía. No parecía
querer ponerse serio con ninguna chica. Ignorando mis celos, me concentré en la
culpa.
—Michael, lo siento. Deberías volver.
Me dirigió una sonrisa mientras volvía a poner el auto en la carretera.
—No hay vuelta atrás. No estaba exactamente contenta de que la
abandonara.
Me sonrojé.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Dejarla?
Su sonrisa disminuyó y me lanzó una rápida y seria mirada.
—Porque sonaba como si estuvieras llorando. Y parece que has estado
llorando. ¿Qué pasa?
Sentimientos que ni siquiera quería contemplar me inundaron. Michael
había dejado a una chica por mí porque sonaba molesta.
Lo sentí con un dolor en el pecho y, para mi disgusto, con un dolor entre mis
piernas.
El calor me recorrió, e hice todo lo posible por ignorarlo.
—Ahora me siento terrible. Fue solo una discusión estúpida con mi madre.
—Dahlia, nunca te había visto llorar, así que supongo que no fue estúpido.
—Me lanzó otra mirada—. ¿Por qué no llamaste a Gary?
—Lo intenté. Se suponía que iba a salir conmigo esta noche, pero canceló.
Así empezó la discusión con mi mamá.
—¿Así que me llamaste? ¿No tienes una amiga a la que puedas llamar?
La vergüenza me picó y odiaba ese sentimiento. Especialmente frente a él.
—Lamento haber llamado, ¿de acuerdo? Puedes dejarme aquí.
—Oye, no estoy enojado porque llamaste. Me alegro. —Mantuvo la vista en
la carretera y me tomé el tiempo de estudiar su perfil. ¿Por qué era tan jodidamente
apuesto? Su voz estaba un poco ronca cuando continuó—: No me gusta la idea de
que estés triste.
¿Por qué también era tan increíblemente maravilloso?
Para cubrir mi oleada de sentimientos inapropiados, bromeé:
—¿Incluso si eso significa ser una aguafiestas?
Michael se rio entre dientes.
—Creo que podrías haberme salvado. Cuando le dije que una amiga me
necesitaba, se puso como una maldita arpía. —Hizo una mueca al recordarlo—.
No es sexy.
—Bueno, entonces, me alegro de haber ayudado.
Michael me lanzó esa sonrisa infantil y torcida suya y no pude evitar
devolverle la sonrisa.
—Eso está mejor —dijo en voz baja.
Mordí mi labio ante la conciencia que surgió entre nosotros y me volví para
mirar por la ventana.
—¿A dónde vamos?
—A algún lugar donde podamos hablar.
Estuvimos en silencio un momento mientras salía de Everett.
—Gracias —dije.
—¿Por qué?
—Por dejar todo para venir a buscarme. Yo no… no suelo ser una reina del
drama.
—Dahlia, nadie te acusaría jamás de ser una reina del drama.
—Es solo que pareces mayor que el resto de nosotros. No quiero parecer
inmadura en comparación.
—¿Mayor significa aburrido? —preguntó.
Sorprendida por la leve inseguridad que detecté en su voz, lo tranquilicé.
—No, en absoluto. —Era sexy. Tan, tan sexy.
Definitivamente no debería haberlo llamado.
Unos minutos más tarde, Michael se detuvo en un estacionamiento en South
Wellington en Mystic River Reservation. El lote estaba vacío.
—Se supone que no debemos estacionar aquí después del anochecer.
Se encogió de hombros.
—Despegaremos si vemos una patrulla.
Solté una carcajada.
—Michael, eres un novato. No creo que debas arriesgarte.
—Diré que te enfermaste y tenía que parar en alguna parte.
Lo estudié un segundo mientras estacionaba el auto.
—Absolutamente te saldrías con la tuya.
—Tengo un rostro sincero.
—Lo tienes. —Me reí—. Tanto lo tienes. Apuesto a que saliste de muchos
problemas al crecer debido a esa cara.
Se quitó el cinturón y se giró un poco en su asiento para mirarme.
—Gary se habría metido en una mierda seria si no fuera por esta cara.
—Yo también creo eso. —Mis ojos recorrieron sus rasgos y traté de evitar
sus labios. Sus ojos siempre me atrapaban y era difícil evitarlos, pero tenía que
evitar sus labios. Estaban tan bellamente formados. Apenas una pizca de morro
para un chico. Los ángulos duros del resto de su rostro impedían que esos labios lo
convirtieran en un niño bonito. Sin embargo, eso no me impidió pensar en su boca
más de lo que debería. Cuando dibujaba la cara de Michael, me tomaba más tiempo
en sus labios, tratando de conseguir la curvatura perfecta.
Oh, maldita sea, estaba mirando fijamente.
Me aclaré la garganta y miré al otro lado del estacionamiento hacia el
parque oscuro más allá.
—Entonces… —preguntó Michael—, ¿me vas a contar qué pasó con tu
mamá?
—Ah, Sorcha McGuire. —Intenté ser alegre y sarcástica—. Estoy bastante
segura de que da más del diez por ciento de su diezmo con la esperanza de que Jesús
me ponga en el camino correcto.
Michael me miró fijamente hasta que me retorcí.
—¿Qué?
—No tienes que estar “encendida” todo el tiempo conmigo. Lo entiendo. Eres
una sabelotodo divertida, y eso me encanta de ti. Pero seamos realistas aquí,
Dahlia. Sea lo que sea que ha pasado esta noche, no estás tan genial como estás
tratando de hacer ver. O no me habrías llamado.
Las lágrimas me quemaron los ojos y aparté la mirada.
Segundos después, su mano cálida y callosa envolvió la mía y me volví hacia
él.
—Háblame.
Así que lo expuse. Todo lo que mi mamá había dicho esta noche y todo lo que
había sucedido antes. Limpié con enojo una lágrima que se deslizó por mis defensas.
—No era tan malo cuando era niña. Al menos no lo noté tanto. Pero cuanto
mayor me hacía, más lo notaba. No recuerdo que se hubiera acercado a Darragh,
Davina o Dermot así. Quiero decir, en lo que a ella respecta, Dar y Davi son los
mejores. Ambos fueron a la universidad, ambos están haciendo trabajos que
eventualmente les harán ganar mucho dinero, con suerte. Dillon no puede hacer
nada malo a los ojos de mi madre, por lo que el hecho de que mi hermana
probablemente tendrá dificultades económicas como esteticista por el resto de su
vida ni siquiera parece registrarse para mamá. Aparentemente, es un conjunto de
habilidades prácticas. —Puse los ojos en blanco—. Y Dermot… Dios mío, mi
hermano ha pasado de un trabajo a otro, antes de decidirse por la academia de
policía. Y todos estamos conteniendo la respiración en eso. ¿Pero mi mamá lo
criticó durante todos esos años? No. Todo era “No te preocupes por él, Cian, nuestro
chico encontrará su camino”.
»Mientras yo… —Solté un bufido de risa amarga—. Estoy desperdiciando mi
vida. MassArt es una pérdida de tiempo. No soy lo suficientemente especial como
para hacer una carrera con mi creatividad.
—¿Ella dijo eso ?—Me fulminó con la mirada.
Asentí.
—Me ha dicho eso toda mi vida. Cuando quise hacer una prueba de
gimnasia, me dijo que no tenía sentido, porque era demasiado gordita cuando era
niña. Cuando quise unirme al coro de la escuela, se rio y me dijo que era sorda, así
que no me molestara. Cuando mi profesor de arte presentó mi carpeta de trabajos
para un premio regional, y gané… —Me tragué más lágrimas al recordar—. Ella,
eh… miró el premio y dijo: “Guau, creo que les faltó talento este año”. Sé que lo dijo
para disuadirme del arte y no porque lo dijera en serio, pero dolió.
—Mierda, por Dios. —Michael parecía disgustado.
Limpié otra lágrima.
—Mi papá perdió su mierda con ella y no quiso hablar con ella hasta que se
disculpara. Cosa que hizo. Pero en el fondo sabía que ella también estaba enojada
conmigo por eso.
—Lo que dijo no está bien, Dahlia.
Asentí.
—Una noche estábamos discutiendo sobre mi novio en ese momento. Tenía
dieciséis años y estúpidamente dejé condones en mi mesita de noche. Los encontró
y explotó conmigo sobre tener sexo. No la culpo por eso. Lo entiendo ahora, pero
no lo hice entonces. Así que tuvimos una gran discusión y le pregunté si yo era su
hija. ¿Si papá la había engañado y yo era el resultado, y ella me odiaba por eso?
Nunca la había visto tan cabreada. Pensé que me iba a pegar, estaba tan
jodidamente enojada. En cambio, agarró mi cepillo para el cabello y dijo que haría
una prueba de ADN para demostrar que mi culo inútil era, desafortunadamente,
suyo. —Exhalé temblorosamente, la vieja confusión se apoderó de mí cuando se lo
conté—. Más tarde esa noche la escuché llorar en su habitación. Mi papá la estaba
consolando porque no estaba enojada conmigo. Estaba enojada consigo misma…
porque me había hecho sentir que no era su hija.
»Entonces ella lo sabe. —Más lágrimas saladas rodaron por mis mejillas—.
Sabe lo que está haciendo, Michael. Parece que no puede evitarlo, y no lo entiendo.
No había soltado mi mano desde que la tomó por primera vez, y ahora la
apretó.
—¿Has pensado en preguntarle a tu papá?
—Me temo que, si lo hago, causaré problemas entre ellos. Mis padres se
aman. Como, mucho. Quiero lo que tienen. Y adoro a mi papá, Michael. Es el mejor
tipo de todos los tiempos. No quiero ponerlo en una posición en la que se sienta
como si estuviera en una guerra entre su hija y su esposa. Necesito salir de ahí. Creo
que una vez que tenga mi propio lugar, mi relación con ella mejorará.
Michael asintió.
—Podrías tener razón. Mi vida es mejor ahora que estoy fuera de la casa de
mis padres.
Sabía por Gary que Michael había seguido los pasos de su padre para ser
policía, pero me había dado cuenta de las pequeñas cosas que Michael había dicho
durante los últimos meses y sospechaba que su vida familiar no había sido genial.
—No eres cercano a tu papá, ¿verdad? ¿A pesar de la conexión con la policía?
Sacudió la cabeza.
—Mi papá se parece mucho a tu mamá. Él, eh… trató de aplastar mi
confianza toda mi vida. Supongo que vio algo en mí que no le gustó mucho, algo
que lo hizo sentir inseguro. Trató de evitar que tuviera éxito, pero solo me impulsó
a tener éxito en lo que me proponía. Trabajé duro en la escuela y jugué a la pelota.
El padre de Gary era una maldita pesadilla, y no lo manejó muy bien. Gary hizo
muchas cosas que no debería, y yo siempre estaba ahí, tratando de sacarlo de allí.
A papá le gustó eso. Le gustaba que me metiera en problemas. —El músculo de su
mandíbula se apretó y apreté su mano—. Quería ir a la facultad de derecho, pero
no podíamos pagarlo. Estaba tratando de obtener una beca, pero Gary irrumpió en
una licorería y me atraparon tratando de detenerlo. Gary le dijo a la policía que
estaba allí para detenerlo, al igual que un par de idiotas que estaban con él. La
policía me creyó, me dejaron ir. Pero papá le dijo a mi entrenador, que era un
matón. Me envió a la banca. Mi profesor de matemáticas, a quien respetaba y que
fue un alumno de la Universidad de Boston, descubrió el motivo y retiró su oferta
de recomendación. No había forma de que obtuviera esa beca. Entonces, me gradué
e hice la siguiente mejor opción, que fue postularme a la academia de policía.
—Eso agradó a mi viejo. “Ves”, dijo, “no eres mejor que yo”.
—Michael —dije, odiando eso para él.
Sacudió la cabeza, sus ojos oscuros brillaban con determinación.
—No me va a detener, Dahlia. Algún día seré teniente. Luego detective. Y si
quiero, iré hasta ser capitán. Que se ahogue con eso.
—También lo harás. —Sabía que lo haría—. Totalmente.
Compartimos una tierna sonrisa y vi las sombras desaparecer de sus ojos.
—Gary dijo lo mismo. Al menos lo tengo a él. Es la única persona que siempre
me ha respaldado.
—Cuando te llamé, nunca me di cuenta de que entenderías tan
completamente por lo que estoy pasando. Ojalá no lo hicieras. No quiero eso para
ti. ¿Tienes al menos una mamá que se parezca a mi papá?
Así, las sombras volvieron.
—No. Mi mamá es una mujer tímida. Le tiene miedo a mi papá.
—¿La lastima? —Casi tenía miedo de preguntar.
—Ya no. No desde que crecí lo suficiente para recibir los golpes. Estaba
preocupado cuando me mudé, pero creo que él sabe que, siendo yo policía ahora, lo
arruinaría si la volviera a tocar.
Sin pensarlo, extendí mis brazos a través de la consola central y los envolví
alrededor de él. Michael vaciló por un segundo pero luego sus fuertes brazos me
envolvieron.
Apoyé mi barbilla en su hombro y apreté mi abrazo, empapándome de su
cálida fuerza y esperando que estuviera empapado en la mía. Estaba un poco
torpemente tumbada sobre él, pero no me importaba.
Su voz fue ronca en mi oído.
—¿Por qué es esto?
Me aparté para poder mirar profundamente sus hermosos ojos.
—Porque te mereces lo mejor. Espero que lo sepas.
La respiración de Michael tartamudeó, y de repente parecía tan joven. Aflojó
su brazo derecho pero solo para tomar mi mejilla. El calor me inundó y me di
cuenta de que mi impulsividad me había vuelto a meter en problemas.
—Tú también —susurró—. Te mereces todo.
Sus ojos se habían posado en mi boca y su pulgar acariciaba mi piel,
acercándose cada vez más a mis labios.
Mis propios ojos, con voluntad propia, bajaron hasta su hermosa boca.
Con la respiración entrecortada, supe cuando ambos nos volvimos
completamente conscientes de cada centímetro el uno del otro. Mis pechos estaban
aplastados contra su pecho y si pasaba mi pierna derecha, podría sentarme a
horcajadas sobre él en segundos, por lo que cada parte de nosotros se estaría
tocando.
De repente estaba tan caliente que me estaba quemando.
Su boca estaba a milímetros de la mía. Todo lo que tenía que hacer era
moverme un poquito…
Nuestros labios se rozaron y el brazo de Michael se apretó a mi alrededor
mientras ambos dejamos escapar un pequeño grito ahogado.
La parte inferior de mi vientre se agitó, profunda, baja, y hubo una oleada
de calor entre mis piernas. Estaba desesperada por su beso, por su lengua contra
la mía, pero era más. Nunca había necesitado tanto a alguien. Quería a Michael
dentro de mí. Quería montarlo mientras me tocaba y me besaba.
Quería eso más de lo que nunca había querido nada. El deseo se convirtió en
una neblina roja sobre mi mente.
Nuestros labios se rozaron de nuevo al tiempo que me balanceaba hacia él.
—Dahlia —jadeó.
Estábamos sin aliento y apenas nos habíamos tocado.
Y luego las palabras de Michael de antes susurraron en el fondo de mi mente:
“Gary dijo lo mismo. Al menos lo tengo a él. Es la única persona que siempre me
ha respaldado”.
¡No podía hacer esto! No a Michael. No a Gary. Pero sobre todo no a Michael.
Nunca se perdonaría a sí mismo.
Retrocede, Dahlia. Retrocede antes de que nunca puedas volver.
Con cada gramo de voluntad dentro de mí, me aparté de Michael, cayendo
contra la puerta del lado del pasajero.
—Lo siento. —Jadeé con fuerza—. No puedo.
Michael parpadeó rápidamente como si estuviera saliendo de algún tipo de
hechizo. Al darse cuenta, cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz.
—Mierda, Dahlia, lo siento.
—No, no lo sientas. —No quería que se sintiera culpable por algo que no
había sucedido—. No hicimos nada. Hablamos, nos abrazamos. Fin de la historia.
Parecía que quería discutir, pero lo que sea que vio en mi rostro lo hizo
detenerse. En cambio, asintió y se puso el cinturón de seguridad.
—Te llevaré a casa.
Me sonrojé por el recuerdo de esa noche. Michael me había conducido a
casa, la atmósfera entre nosotros estaba llena de tensión sexual que se negaba a
disminuir, y me lancé fuera del auto para alejarme de él. No habíamos tardado
mucho en volver a la normalidad como amigos. Creo que sobre todo porque
éramos adictos a la compañía del otro. Ninguno de los dos lo admitiría, por lo que
ninguno de los dos sabía en ese momento cómo se sentía el otro.
Pero él fue mi refugio de la mala sangre entre mi madre y yo.
Mala sangre que no entendía entonces, y todavía no entendía ahora.
La muerte de Dillon había sido el fin de cualquier posibilidad que
tuviéramos mi madre y yo de encontrar nuestro camino juntas. Lo entendía.
Simplemente no entendía todo lo que había sucedido antes.
Quizás si pudiera, encontraría un poco de paz. Y tal vez si pudiera reparar
el dolor entre Michael y yo, estaría más cerca de esa paz. Enfrentarme a mi mamá
fue lo más aterrador que me pasó desde que regresé a Boston.
Enfrentar a Michael por segunda vez, sabiendo cuánto me despreciaba, era
igualmente aterrador. Sin embargo, me enfrenté a mamá y sobreviví.
Podría sobrevivir a Michael.
Esperaba.

11
Michael

E
ntrar en la comisaría al principio de su turno era mejor que entrar
al final. Nunca solía ser así para él. No hasta el turno de noche. A
esta hora de la noche, el recinto estaba más ocupado, más vivo, y
eso es lo que estaba acostumbrado a haber trabajado en turnos diurnos la mayor
parte de su carrera. Estaba agotado, pero no recordaba si lo había sentido antes
o después de su cambio de horario.
—¡Oye, Mike! —Wilma, la recepcionista principal de la comisaría, lo llamó
al pasar—. Una amiga tuya está aquí. Le dije que esperara en tu escritorio.
Confundido, asintió vagamente, preguntándose quién había aparecido. No
podría ser Kiersten. Dejó en claro que no quería volver a verlo cuando solicitaron
el divorcio.
Dobló la esquina, caminando por el espacio de oficina de planta abierta
hacia su área, y casi tropezó a medio paso cuando vio a la persona sentada en su
escritorio con la cabeza inclinada hacia el teléfono que tenía en la mano.
Dahlia.
El corazón de Michael se sentía como si se le hubiera subido a la garganta,
y odiaba que ella todavía pudiera hacer que eso sucediera. Hace años, cuando ella
estaba con Gary, él los esperaría en algún lugar, en un restaurante, en una fiesta,
y tan pronto como la veía, el corazón le daba un vuelco.
Podía hacerlo sentir como un adolescente prepuberal con un flechazo.
Cuando era más joven, ese sentimiento le hizo suspirar por ella. Maldita
añoranza.
Ahora lo cabreaba.
Michael aceleró el paso y, como si lo sintiera, la cabeza de Dahlia se alzó
bruscamente y le dio esos grandes ojos azules heridos.
—Michael —dijo, deslizándose fuera del escritorio cuando él se detuvo.
Jesucristo, pensó, mirando su atuendo. Ella le hizo esto deliberadamente.
Llevaba una camiseta ajustada metida en una falda ajustada que le llegaba a la
cintura, mostrando lo pequeña que era y ajustada alrededor de sus muslos. No
quería que ella se diera la vuelta. Nunca se quitaría de la cabeza la visión de su
hermoso trasero.
—¿Qué estás haciendo aquí? —espetó. Michael no podía creer que ella le
hubiera tendido una emboscada en el trabajo, por el amor de Dios. ¿Qué tan
egoísta podría llegar a ser esta mujer? Tenía que concentrarse aquí. No podía
permitir que ella y toda la basura que traía volvieran a distraerlo.
Enderezó los hombros, sus rasgos se endurecieron por la determinación.
—¿Podemos hablar? Lamento haber venido aquí, pero no tenía tu
dirección.
La fulminó con la mirada, odiando la forma en que su piel parecía crujir de
vida a su alrededor. Era peligrosa. Necesitaba que se fuera. Si eso significaba
darle esta última oportunidad de hablar, entonces lo haría para deshacerse de
ella.
—Sígueme. —Exhaló pesadamente y se dio la vuelta, escuchando sus
ligeros pasos detrás de él. Una vez que encontró una sala de entrevistas libre,
abrió la puerta y le hizo un gesto para que siguiera adelante. Los modales estaban
arraigados en él, pero, Jesús, mientras ella pasaba por delante de él hacia la
habitación, deseó haberlos abandonado en su lugar.
La falda ahuecaba su trasero de una manera que él sabía que si se la
quitaba, su trasero sería redondo, atrevido y jodidamente delicioso en sus
manos. Y los zapatos. Mierda, no había visto los zapatos. Eran tacones altos con
una correa alrededor del tobillo. ¿Qué tipo de zapatos eran esos para llevar a
finales de octubre? Al menos llevaba un abrigo en las manos.
Michael cerró la puerta de golpe detrás de él, haciéndola saltar.
—¿Y bien? —Cruzó los brazos sobre el pecho.
Su mirada bailó nerviosamente alrededor de la habitación antes de volver
a la de él.
—Quería aclarar el aire entre nosotros.
La ira que había hervido en sus entrañas durante nueve años lo inundó.
Michael dio un paso hacia ella, y supo que toda esa ira brillaba en sus ojos.
—¿Limpiar el aire? Bien, comencemos respondiendo algunas preguntas.
Dahlia le asintió con cautela. Todo sobre su comportamiento actual lo
cabreó. La Dahlia que conocía le diría que se fuera a la mierda por su actitud
exigente.
—Está bien.
—¿Por qué te mantuviste alejada todo este tiempo sin al menos dejarme
saber dónde estabas?
—Michael, no se lo dije a nadie —dijo con voz suave, tranquilizadora,
mientras se acercaba a él—. Solo mi papá.
—¿Por qué? —El tormento que ella había causado todavía residía en él.
Como el fragmento de una bala que nunca había salido de su cuerpo. Solo sus
padres lo habían lastimado de esa manera, y realmente lo jodió que la única
persona en la que solía confiar sobre toda esa mierda le había causado una
aflicción aún peor—. Solías contarme todo. ¿O fue una mentira?
—No. —Era más contundente ahora, su molestia era obvia—. Sabes que
eso no es cierto.
Le gustó ver ese fuego. Pero al mismo tiempo, pensó que tal vez sería más
fácil deshacerse de la Dahlia que actuaba como un cachorro azotado a su
alrededor porque esa no era la Dahlia que él había conocido y amado.
—Todo lo que sé es que no puedo confiar en una palabra de lo que dices.
Hagamos esto rápido para que pueda volver al trabajo.
Apretó la mandíbula y abrazó su abrigo contra su cuerpo.
—Michael, no quiero volver a Hartwell sin hacer las paces entre nosotros.
Sé que probablemente nunca seremos amigos, pero no quiero irme de aquí
contigo odiándome.
El impulso de apresurarse a ella, de agarrarla y besarla hasta que su boca
estuviera magullada con la huella de la suya era abrumadora. Su lujuria por ella
parecía nublar su cerebro, pero ya no era un niño estúpido. El daño que esta
mujer podía causarle… mierda, aún lo estaba haciendo. Nunca le dio una
oportunidad a Kiersten. No una real. Porque no quería ser herido de la forma en
que lo había hecho Dahlia.
Y ahora ella estaba de pie frente a él y, a pesar de todo, él todavía la
deseaba más de lo que nunca había deseado a ninguna mujer.
Casi la despreciaba por eso.
Necesitaba que ella se fuera.
Para siempre.
—Te odio —dijo con una calma que no sentía, usando su expresión de
policía en blanco para que ella no tuviera idea de la batalla que se libraba dentro
de él.
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, quiso volver a meterlas.
Bien podría haberle dado un revés.
El color desapareció de su rostro y no ocultó el daño que le causaron sus
palabras.
Sus ojos azules brillaban de agonía.
Cada instinto en él era alcanzarla, jalarla en sus brazos y asegurarle que
estaba mintiendo, que no lo decía en serio, que lo lamentaba.
Y Michael lo lamentaba, pero no estaba seguro de que fuera mentira.
Porque no lo entendía. No entendía cómo podía mantenerse alejada de él todos
estos años si se preocupaba por él tanto como su dolor parecía sugerir.
Afortunadamente, antes de que pudiera retractarse, Dahlia levantó la
barbilla y pasó lentamente junto a él con la cabeza en alto. Pero el temblor en su
boca llena delató su malestar casi tanto como la forma en que tuvo que buscar a
tientas la manija de la puerta para salir de la habitación.
El repentino temor de que algo le sucediera mientras estaba distraída por
sus palabras, por la aparente confusión que habían causado, se apoderó de él. Los
pies de Michael se movieron antes de que pudiera pensarlo demasiado y la
siguió. Sin embargo, debió haber comenzado a trotar o algo porque ya estaba
fuera de la vista. Apresurándose para alcanzarla, dobló la esquina, no vio señales
de ella en la oficina y aceleró el paso.
Cuando salió a la recepción principal, se detuvo en seco. Dahlia se
apresuraba a bajar los escalones hacia las puertas del recinto y un hombre de
uniforme bajaba corriendo los escalones tras ella. La agarró del brazo y la obligó
a detenerse.
Era su hermano. Dermot.
Lo que sea que vio en su rostro hizo que la expresión de Dermot se
endureciera. Él le preguntó algo y ella sacudió la cabeza frenéticamente y tiró de
su brazo.
Dermot aguantó y dijo algo más.
Su hermana pareció desplomarse sobre él y, para alivio de Michael, vio
cómo Dermot la conducía hacia la puerta. Su hermano iba a cuidar de ella.
Bien.
Mientras Dermot mantenía la puerta abierta para su hermana, se volvió,
como si sintiera la mirada de Michael. La suya era cuestionadora. Michael no le
dio nada.
Sin embargo, no le estaba dando nada, ¿verdad? Él estaba de pie en lo alto
de los escalones viéndola irse. Eso prácticamente lo dijo todo. Si no le importara
un carajo, no le importaría cómo llegara a casa.
Dermot pareció entenderlo y asintió antes de tomar a su hermana del
brazo y sacarla.
El dolor en el pecho de Michael estalló peor que nunca.
Pensó que deshacerse de ella sería como exorcizar a un fantasma, pero
estaba equivocado.
Infligirle dolor fue algo peor que insignificante. Fue una venganza.
Un nudo duro se formó en su estómago.
—¿Qué fue todo eso?
Michael saltó de sus pensamientos. Echó un vistazo a su izquierda, donde
Nina, una dibujante policial que conocía desde hacía años, estaba mirando la
entrada ahora vacía.
—¿Qué?
Nina señaló las puertas con su taza de café.
—¿Quién era ese magnífico número que McGuire sacó de aquí? ¿La que
parecía estar huyendo de ti como si su dulce culito estuviera en llamas?
Michael se estremeció.
—Es la hermana de McGuire.
—¿Sí? —Le lanzó a Michael una mirada por el rabillo del ojo—. ¿Qué te
hizo?
Se dio cuenta de que Dahlia era un fragmento de bala. Uno, que parecía
probable ahora, de que nunca podría ser capaz de sacar. Y ella lo estaba llenando
lentamente de veneno porque Michael nunca pensó que sería el tipo que heriría
a Dahlia McGuire de la manera en que la había herido. Y se odiaba a sí mismo por
ello.
—¿Alguna vez has estado enamorada, Nina? —preguntó.
Nina arqueó una ceja, pero respondió:
—Cuando tenía dieciocho años. Ella era mayor. No funcionó.
—¿Ahora la odias?
—En realidad, no.
—¿Aún la amas?
Nina suspiró.
—¿Se convertirá la charla íntima en algo habitual entre nosotros? Porque
me gustaría prepararme.
Sin humor, Michael se volvió para irse, pero Nina lo agarró por el hombro.
—No, ya no la amo. ¿Estás bien? ¿Esto es sobre la hermana de McGuire?
—Solía amarla —dijo, sintiendo frío. Tan jodidamente frío.
—Ah, bien.
—Ella hizo algo. Ahora la odio.
Nina lo estudió, sin decir una palabra, pero así lo hizo, como si pudiera ver
lo que Michael no estaba diciendo.
Desvió la mirada, destripado.
—Pero todavía la amo también. ¿Qué tan jodido es eso?
—Mike… —Nina apretó su mano sobre su hombro—. Ahí es cuando sabes
que es real.
Frunció el ceño confundido.
—Mi mamá siempre me decía que cuando amas a alguien, incluso en los
días que lo odias, es cuando sabes que es real.
Ese feo nudo en el estómago de Michael se apretó porque no quería que
fuera real con Dahlia. Dolía demasiado.
—Tal vez no deberías estar aquí esta noche, Mike. Tu cabeza está en otra
parte.
—Estoy bien —espetó.
—No lo estás. Si yo fuera tú, me aclararía la cabeza. Di que estás enfermo
y vuelve a trabajar mañana por la noche.
Ese era el problema, ¿no? Porque le llevaría más de una maldita noche
ordenar su cabeza. Habían pasado once años desde que conoció a Dahlia
McGuire, y su cabeza, su corazón, nunca habían vuelto a ser los mismos desde
entonces.

12
Dahlia

A
lgo se rompió dentro de mí después de mi confrontación con
Michael. Con mi madre, siempre había podido convencerme de que
ella tenía parte de la culpa de mi comportamiento y que su
virulencia no era mi culpa.
Sin embargo, Michael era una historia diferente. Una de las razones por las
que me había enamorado de él era porque era ese tipo que no juzgaba, entendía
que la gente cometía errores. Y perdonaba. Perdonó a Gary por muchas cosas que
había hecho a lo largo de los años porque sabía que a Gary no le había sido fácil
crecer con un padre soltero abusivo.
Perdonó a su madre por no defenderlo nunca de su padre porque sabía
que no estaba en su naturaleza ser agresiva o… valiente, en realidad. No había
significado que ella no lo amara y por eso la había perdonado.
Que no pudiera perdonarme, que me odiara, me hizo darme cuenta de la
magnitud de lo que había hecho. ¿Cómo iban a perdonarme todos los demás?
¿Cómo pudieron Darragh y Davina? ¿Incluso Dermot, que había sido amable
conmigo cuando vio lo jodida que estaba por el encuentro con Michael? Me había
llevado de regreso a casa de papá, donde rápidamente me encerré en su antigua
habitación.
Porque no podía enfrentarme a papá.
De todos, mi padre debería ser el que no pudiera perdonarme. Le hice
prometer que no le diría a mi familia dónde me hallaba, y lo puse en medio de
eso. Había abierto una brecha entre él y mi madre.
Yo… yo fui la catalizadora de la muerte de su hija menor.
¿Por qué no me odiaba?
Como Michael.
“Te odio”.
Durante el viaje en auto a casa, todo lo que pensaba era que si pudiera
escuchar la voz de alguien que me amaba, alguien a quien no había lastimado,
estaría bien. Así que llamé a Bailey. No recuerdo mucho sobre la conversación,
solo que ella dijo que quería venir a Boston y yo le dije que no. Mi egoísmo basura
no perturbaría la vida de otra persona. De nuevo.
Sin embargo, mientras me recostaba en la cama en la antigua habitación
de mis hermanos, me sentí como aquella joven de veintidós años de nuevo. Tan
jodidamente perdida que apenas podía respirar.
No sabía cuántas veces mi padre llamó a la puerta del dormitorio. La única
forma en que supe que habían pasado las horas era por la luz que comenzaba a
traspasar las cortinas.
Había estado en silencio por un tiempo mientras me recostaba en la
habitación en sombras tratando de juntar todas las piezas de mí de nuevo.
Era más fuerte que esto.
¡Podría hacer esto por mi cuenta!
Un golpe sonó en la puerta.
—Dahlia, alguien está aquí para verte.
Giré la cabeza, el susurro de mi cabello sobre la almohada sonaba
especialmente fuerte para mis oídos.
—Diles que vuelvan más tarde.
—Dahlia, soy yo.
Parpadeé, preguntándome si había escuchado mal.
—¿Dahlia?
¿Bailey?
Salté de la cama, crucé corriendo la habitación y abrí la puerta de un tirón.
Bailey Hartwell estaba en la puerta, mi papá detrás de ella.
El alivio me inundó y la rodeé con mis brazos, bebiendo de su amor
incondicional y sin aflicciones.
Cerró los brazos con fuerza a mi alrededor.
—Está bien —prometió—. Estoy aquí ahora.



Bailey y yo nos sentamos en la cama de invitados, con la puerta del
dormitorio abierta de par en par, pero papá no estaba. Supuse que se había ido
para darnos privacidad.
Los ojos de Bailey estaban llenos de preocupación.
—Creo que me sentiría mejor si estuvieras llorando. Este silencio
aterrador que tienes es de alguna manera más perturbador.
Ignoré eso.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Bueno, tengo tus llaves, así que fisgoneé en tu apartamento hasta que
encontré el número de tu padre. Me dio la dirección y me dijo que podía
quedarme aquí. Aydan y Vaughn están cuidando la posada por mí, así que estaré
aquí mientras me necesites.
Quería llorar, pero las lágrimas se habían secado.
—Te quiero.
—Yo también te quiero. Y estoy seriamente preocupada por ti.
—¿Dónde está papá?
—Bajó las escaleras. ¿Quieres que lo llame?
—No puedo enfrentarme a él. —Negué con la cabeza—. Bailey, ¿por qué
me perdona? ¿Por qué lo hace cualquiera de ellos? Si Michael y mi mamá no
pueden, entonces quizás el resto no debería.
El destello de temperamento brilló en sus ojos en forma de gato.
—¡A la mierda! No puedo creer que dijera lo que te dijo. En cuanto a tu
madre, es una psicótica cuando se trata de ti. No lo digo con parcialidad. Lo digo
como un ser humano emocionalmente maduro. Si Michael no puede lidiar con el
pasado y seguir adelante, ese es su problema. Intentaste reparar la brecha.
Intentaste. Eso es todo lo que cualquiera puede pedir.
»Y tu papá y tus hermanos y hermana te perdonan por irte porque te
aman. En cuanto a la otra cosa, no hay nada que perdonar, y si no lo logras con
esa testaruda cabeza tuya, te llevaré físicamente de regreso a terapia.
Sonreí ante su actitud sensata.
—Tu intento reconfortante deja mucho que desear.
—Dahlia, no estás enferma. Estás triste. Y estás cargada de culpa. Sí,
podrías haber vuelto a casa antes y sí, hiciste que tu familia se preocupara por ti.
Eso es culpa tuya. Lo sabes. Ya lo has explicado, te has disculpado y todos, menos
Michael, siguen adelante. Pero lo de Dillon no es culpa tuya. Ninguno de ellos cree
eso, y supongo que ni siquiera Michael cree eso. Tienes que dejarlo ir.
—Bailey, mi mamá cree eso. Quizás ella tenga razón. Quizás nací para
lastimar a las personas que amo.
La frustración brilló en sus ojos.
—No. No lo escucharé. Y no dejaré que te hagas esto a ti misma. No otra
vez. Cristo, esta no es la Dahlia que conozco y amo. Eres más fuerte que eso.
—Bailey.
Las dos nos sobresaltamos, sorprendidas de ver a mi padre de pie en la
puerta. Ni siquiera lo habíamos oído acercarse.
—¿Puedo hablar con mi hija a solas, por favor?
Bailey se volvió hacia mí y me preguntó en silencio qué quería, y yo
también la amé por eso. Después de que asentí, se levantó y caminó hacia papá.
—Haré un poco de té. —Y luego apretó el hombro de mi padre para
consolarlo, tratándolo como si lo conociera de toda la vida.
Mi padre le dedicó una sonrisa afectuosa y no me sorprendió en absoluto
que ya se hubiera hecho querer por él.
Papá entró en la habitación, mirándome preocupado. Me estaba cansando
de esa mirada, pero supongo que, si no dejaba de revolcarme y animarme,
seguirían mirándome de esa manera.
—A todos se nos permite tener momentos débiles, Campanita. —Papá se
sentó a mi lado—. No es un fracaso admitir que no puedes hacer frente a algo. No
es un fracaso admitir que necesitas personas que te ayuden a salir adelante.
—¿Te refieres a Bailey? —Me atreví a mirarlo.
—Ahora también es tu familia. Está bien que pueda ayudarte de una
manera que nosotros no podemos.
—No es eso —me apresuré a asegurarle—. Ella no es parte de mis errores.
No me siento culpable por ella. Puedo estar triste cerca de ella. No hay juicios.
—¿Y sientes que no puedes estar triste conmigo?
—No me lo merezco.
—Oh, Campanita… —Me rodeó con su brazo, su voz se quebró un poco—.
Eso me rompe el corazón, cariño.
Estuvimos en silencio mientras me hundía en el costado de mi padre.
—Escuché lo que le dijiste a tu amiga, y necesito decirte algo. Necesito
explicar algo que probablemente debería haber explicado hace un tiempo.
Me puse rígida contra él.
—¿Está bien?
—No tienes la culpa de la muerte de Dillon. Nunca lo he pensado. Tu
hermana y tus hermanos nunca pensaron eso. Y Michael Sullivan nunca pensó
eso. No sé qué pasó entre tú y él anoche y Dermot no pudo decírmelo, pero sea
lo que sea, no se trataba de Dillon. En cuanto a tu madre —dijo, dejando escapar
una larga exhalación—, eso se remonta a mucho tiempo atrás. Mucho antes de
Dillon. Mucho antes incluso de que alguno de ustedes llegara. En el fondo, tu
madre es una buena persona, pero tiene sus problemas. Hay una razón por la que
no hablamos con sus padres o su hermana.
Me aparté para mirarlo, sorprendida. Mis abuelos maternos eran otra cosa
que mi mamá fingía que no existía, junto con su hermana. La única razón por la
que sabía de ellos era porque Davina había encontrado una caja de zapatos llena
de fotografías y le preguntó a mamá sobre ellas. Le había contado un poco a
Davina sobre eso y luego procedió a fingir que no existían de nuevo cada vez que
Davi intentaba mencionarlos.
—El papá de tu mamá fue físicamente abusivo, pero tu abuela fue
emocionalmente abusiva.
Contuve el aliento. A pesar de todo lo que me había dicho y hecho, odié eso
para mi madre.
—¿Qué hicieron?
—Su padre tenía mal genio y era rápido con las manos. En cuanto a su
madre, bueno, su afecto no era gratuito. Tenía que ganarse tenía que ser
conquistado. Jugaría con tu madre en contra de su hermana. Era una competición
para ver quién lo hacía mejor a lo largo de la semana y ganarse el amor de su
madre. A veces ganaba tu mamá y a veces ganaba su hermana. Engendró una fea
competitividad en tu madre y celos como nunca había experimentado. Aquellos
celos destruyeron su relación con su hermana. Lo sabía todo y la amaba tanto
que traté de entender cuando se comportaba un poco loca. Siempre era posesiva
y resentida cada vez que alguien que le importaba le mostraba más afecto a otra
persona que a ella. Rompió muchas de sus amistades y debí tener mucho cuidado
con la forma en que actuaba con otras mujeres.
—Pero te quedaste con ella.
—La amo. Cuando éramos más jóvenes, tu madre era divertidísima y
jodidamente linda. Me encantaba hacerla reír. —Sonrió tiernamente ante los
recuerdos—. Nadie necesitaba la risa y el amor incondicional más que tu madre.
Y lo logramos. Cuanto más confiaba en mí, menos celosa parecía ponerse. Luego
comenzamos a tener hijos y nuestra relación se fortaleció. Hasta ti.
Mi respiración se atascó en mi garganta, mi corazón latía con fuerza.
¿Mamá había mentido? ¿Yo no era suya después de todo?
—¿Padre?
Al ver mi miedo, entendió y negó con la cabeza.
—No es nada tan dramático. No importa lo mal que se pusieron las cosas,
nunca engañé a tu madre. Pero cuando naciste, tú y yo formamos este vínculo
automático que era un poco diferente al que tenía con tus hermanos y hermana.
No me entiendas mal, amo a todos mis hijos, pero desde el momento en que
naciste, definitivamente fuiste más mía que de tu madre. Se hizo más evidente a
medida que crecías. Eras mi pequeña mini-yo, una McGuire, hasta la médula.
Me sonrió con tanto amor que casi borró todo el dolor. Entonces su sonrisa
decayó.
—Tu mamá lo odiaba. Cuando eras pequeña, venías a mí cuando te
lastimaban o gritabas por mí cuando tenías una pesadilla. Cuando estabas
enferma, no querías a nadie más. Solo yo. Tu mamá y yo solíamos pelear por eso
todo el tiempo. Dijo que te estaba alejando de ella. Y luego, cuando te hiciste un
poco mayor, a pesar de que todavía eras una niña que no sabía lo que estaba
haciendo, el dolor se agravó en tu madre. Lo sabía porque ella era más dura
contigo en todo. Había comenzado a resentirse contigo porque pensaba que
estaba perdiendo en la competición del afecto.
Conmocionada, miré a papá con un sentimiento parecido al horror.
—Pero no era mi intención.
—Lo sé. —Apretó su agarre sobre mí—. Y tu mamá debería haberlo
sabido, pero lo que su madre le hizo y a su hermana la arruinó de una manera
que no pude arreglar. Me preocupó tanto a lo largo de los años, que incluso le
pedí que fuera a terapia para hablar con alguien al respecto, ver si podía ayudar,
pero ella se negó. Odiaba la forma en que te trataba y debería haber hecho algo
al respecto hace mucho tiempo. Por eso, tengo la culpa. Nadie más.
—Papá…
—No, es verdad. Soy tu padre y mi trabajo es protegerte. Incluso si eso
significaba protegerte de tu propia madre. La fricción entre ustedes dos fue un
punto delicado en nuestro matrimonio durante años.
—Lo siento.
—No es tu culpa. Tu madre es todo un personaje. —Exhaló
pesadamente—. Se propuso hacer suya a Dillon cuando nació. Quería ese vínculo
con Dillon que yo tenía contigo. Ella te culpa por la muerte de Dillon, y eso no es
porque sea verdad, y Dios, diablos, tienes que sacarte eso de la cabeza. Tu
hermanita te amaba. Sé que al final estaba enojada, pero esa pequeña niña te
adoraba como a un héroe. Si nos está cuidando, su maldito corazón se rompe al
saber lo que esto te está haciendo. Lo que te está haciendo tu madre.
»Amo a tu mamá. Pero no quería hablar con nadie sobre lo que le sucedió
cuando era niña, cómo la afectó como adulta, como madre, y ahora todo está tan
retorcido dentro de ella que no puede ver bien. Perder a Dillon rompió algo
dentro de ella, y fue más fácil culparte que hacer las paces con el hecho de que
fue un accidente trágico y sin sentido. De esta manera tiene un lugar para
canalizar toda su ira.
»Y ahora lo ha perdido todo —susurró—. Me perdió y está perdiendo a sus
hijos. Todos ellos. La única chica que le quedaba era Davina, y no resultó como lo
hubiera hecho Dillon, por lo que también la rechazó. Amo a tu mamá, pero amo
más a mis hijos y no los perderé por su culpa.
»Nuestro matrimonio ha estado en ruinas durante años y nos alejamos
demasiado. Pero quedaba una pizca de algo, hasta que confesó que te pegaba y
decía la mierda tóxica que te dijo todos esos años atrás y que te llevaron a beber.
Sorprendentemente, descubrir eso me dio paz, sabiendo que dejarla era lo
correcto, que ella ya no era la mujer con la que me casé hace tantos años. Nuestro
divorcio no depende de ti. Depende de ella y de mí. Lo entiendes, ¿verdad?
Lágrimas silenciosas que no sabía que me quedaban cayeron por mis
mejillas mientras asentía.
—Tienes que dejar salir cualquier veneno que te haya puesto, Campanita.
Porque no puedo sentarme y ver a mi bebé vivir una vida vacía, castigándose a sí
misma por algo que no hizo.
Caí contra él, llorando quedamente, porque sus palabras, esta lección de
historia sobre mi madre, me afectaron profundamente. Durante años, pensé que
tenía que haber algo fundamentalmente malo en mí que mi propia madre
pudiera odiarme. Sin embargo, sabiendo que había una razón para la forma en
que era, se liberó algo dentro de mí. No toda la culpa, pero parte de ella. La culpa
que no me pertenecía.
Y así, respiré un poco mejor.

13
Dahlia

R
isas llenaban la casa de Darragh mientras nos hallábamos sentados
alrededor de su mesa de comedor unas semanas después de la
conversación que cambió la vida con papá. Y fue un cambio de vida.
Entre el conocimiento que me había dado y el apoyo y el amor que recibí de mi
familia durante las semanas siguientes, me fui deshaciendo poco a poco de la
culpa que me había paralizado emocionalmente durante años.
Era casi el Día de Acción de Gracias y Bailey tuvo que regresar a Hartwell;
Vaughn estaba amenazando con ir a Boston para traerla a casa. Regresaba con
ella, contenta de que mi familia y yo estaríamos bien.
Todavía estaba la espina clavada en mi costado que era mi relación con mi
madre.
Y el agujero en mi corazón que Michael puso allí cuando me dijo que me
odiaba.
Sin embargo, había decidido que podía vivir con eso.
Tenía que hacerlo.
—Desearía que te quedaras para el Día de Acción de Gracias —dijo Krista.
Sonreí con pesar.
—Tengo que volver. Tenemos el festival anual del Lanzamiento de
Calabazas el próximo fin de semana, y es uno de los pocos fines de semana
durante la temporada tranquila en los que gano mucho dinero con los turistas.
Eso era cierto. No podía permitirme perder esos ingresos.
—Bueno, tal vez Bailey pueda quedarse, entonces. —Dermot le guiñó un
ojo a mi amiga.
Una de las cosas más bonitas de las últimas semanas fue recuperar a
Dermot. Había sido tenso al principio (y todavía había momentos de
incomodidad), pero él estaba sonriendo y bromeando conmigo cada vez más.
Y, lamentablemente, coqueteando descaradamente con Bailey.
Bailey puso los ojos en blanco.
—Una vez más, estoy comprometida.
Mi hermano infló el pecho.
—Sí, con un hombre de negocios neoyorquino muy conservador que
probablemente no sepa cómo manejar los sentimientos de una mujer, si sabes a
qué me refiero.
Mientras Darragh le dirigía una mirada de advertencia porque los chicos
escuchaban todo lo que decía su tío Dermot, casi me atraganto con un bocado de
pollo asado.
Bailey me sonrió, con un brillo engreído en sus ojos.
—¿Qué? —Dermot frunció el ceño.
Me aclaré la garganta, preguntándome cómo decirlo de una manera que
los chicos no entendieran.
—No podrías estar más lejos de la verdad. Según Bailey, él no solo destaca
en los afectos de las mujeres, Vaughn Tremaine es todo menos aburrido y
conservador. Ah, y además parece un modelo de ropa interior.
—Lo hace —asintió Krista—. Lo busqué en Google. Bien jugado, Bailey.
Bailey se pavoneó.
—Gracias.
Dermot frunció el ceño.
—Soy atractivo.
—Eres muy atractivo —concedió Bailey—. Pero incluso si mi prometido
no fuera un espécimen masculino físicamente perfecto y molesto, aún lo amaría.
Entonces, desafortunadamente, me dirijo de regreso a Hartwell con Dahlia.
—Bueno, todo lo que puedo decir es que debe ser especial para haberte
llamado la atención.
Papá gimió.
—Ríndete, hijo. Ella está tomada. Supéralo.
—¿Qué? ¿No puedo admirarla? Es inteligente y es jodidamente hermosa.
Me es físicamente imposible no reconocerlo, lo siento.
Mientras reíamos, Darragh golpeó a Dermot en la cabeza.
—Por cuadragésima vez, cuida tu lenguaje.
Bailey chocó mi hombro con el suyo y susurró:
—Amo a tu familia.
El calor se extendió por mi pecho. Yo también lo hacía. Y mi familia, como
era de esperar, había aceptado a Bailey. La única que había sido un poco distante
con Bails era Davina. Astrid me abordó y me explicó que era difícil para mi
hermana mayor ver lo cercana que era con Bailey cuando se había perdido gran
parte de mi vida.
Afortunadamente, Davina se animó un poco más a medida que pasaban los
días.
—Llamé a Rosie's en Somerville. Nos reservaron una mesa para mañana
por la noche —anunció Davina. Rosie's era un bar que le gustaba a mi padre y a
Darragh. Servía comida de pub y tenía grandes televisores a lo largo de las
paredes que continuamente reproducían deportes. Era relajado, la comida era
buena, dejaban entrar a los niños y no podíamos pensar en un lugar mejor para
una noche familiar antes de que regresara a Hartwell.
—Y luego domingo de Bistec en mi casa en tu última noche. —Papá sonrió,
pero pude ver una sombra de melancolía en sus ojos. Sabía que era porque no
quería que me fuera. Dermot y él habían tenido todo el fin de semana libre para
pasarlo conmigo antes de que yo regresara a Hartwell. Significó mucho para mí.
Me estiré sobre la mesa y puse mi mano sobre la suya.
—Volveré en Navidad.
Asintió y sonrió, su hoyuelo apareciendo.
—No puedo esperar, Campanita.
Más tarde, después de que Davina y Astrid se fueron a casa y Krista estaba
acostando a los niños, ayudé a Darragh a cargar el lavaplatos mientras Bailey,
papá y Dermot estaban en la cocina bebiendo café y bromeando.
—Oye, no quiero estropear el estado de ánimo ni nada —dijo Dermot,
sonando serio—, pero, eh, deberías saber que convencí a mamá para ir a ver a un
terapeuta.
Me di la vuelta después de apilar los platos.
—¿En serio? —Podía sentir la mirada preocupada de Bailey, pero la mía
automáticamente se dirigió a mi padre.
Miraba al suelo, pensativo.
—Sí —respondió Dermot—. No sé qué resultará de ello, pero pensé que
deberías saberlo.
Asentí. ¿Aún me importaba?
Sí, lo hacía.
No quería que mi mamá perdiera todo, a pesar de sus sentimientos hacia
mí. Especialmente ahora que entendía de dónde venían algunos de esos
sentimientos.
—¿Papá? —preguntó Dermot, y los ojos de mi padre volaron hacia los
suyos—. No estoy tratando de meterme en medio de ustedes dos con esto. Es
solo que nadie más está hablando con ella, y entiendo por qué. Lo hago. Pero no
quiero que esté sola.
Las lágrimas ardían en el fondo de mi garganta y miré a Darragh. Un
músculo se contrajo en su mandíbula, y supe que él también estaba en conflicto
con todo el asunto.
Papá negó con la cabeza a Derm.
—Depende de ustedes, chicos, lo que decidan hacer con respecto a su
madre. Lo entiendo de cualquier manera, y me alegro de que te tenga. ¿Está bien?
Mi hermano asintió y pude verlo luchando por ocultar sus emociones.
El silencio se apoderó de la cocina.
Y luego Bailey dijo:
—¿Alguna vez les conté acerca de la vez que Dahlia accidentalmente hizo
exhibicionismo frente al viejo señor Shickle, dueño de Ice Cream Shack?
El horror me llenó.
—¡No te atrevas! Son mis hermanos y mi papá.
Resoplidos de risa vinieron de los tres, y eso impulsó a Bailey hacia mi
mortificación.
—Era un día libre poco común, habíamos estado en la playa en bikini, deja
de mirarme lascivamente, Dermot, y habíamos ido al Ice Cream Shack. Pero
Dahlia se apoyó contra la pared mientras esperábamos nuestro helado y
consiguió que los lazos de su bikini se engancharan en un viejo gancho para
cuadros en la pared del señor Shickle. En lugar de tratar de desatarlo
pacientemente, tiró. —Sus ojos llenos de risa se dirigieron a mí—. La parte
superior del bikini se desprendió y el señor Shickle fue trasladado de urgencia al
hospital con un presunto ataque cardíaco. Al final, fue solo una arritmia, y
sobrevivió, pero no dejó ninguna duda en las mentes de la gente de Hartwell que
la visión de Dahlia McGuire desnuda era demasiado para el viejo señor Shickle.
Mis mejillas ardieron de mortificación cuando mi padre y mis hermanos
cambiaron entre el horror de que su hija / hermana hubiera mostrado sus pechos
en público y la risa de que, de hecho, había enviado a un anciano al hospital.
—¡No puedo creer que hayas contado esa historia!
—¿Qué historia? —preguntó Krista mientras entraba a la cocina.
Así que tuve que soportar otra narración. ¡Embarazoso! Krista casi se
orina en los pantalones de la risa. Y Bailey logró hacer lo que se había propuesto.
Dejar de pensar en mi mamá.
Para hacernos reír.
Incluso si fue a mis expensas.



La noche siguiente, la mayor parte de mi familia se reunió en Rosie's. Levi
se había levantado enfermo esa mañana, y aunque había mejorado a lo largo del
día, Darragh y Krista no creían que fuera buena idea que saliera a cenar. Al final,
decidieron que ambos chicos deberían quedarse en casa ya que de todos modos
tendrían que irse después de cenar con Krista, así que Darragh había venido solo.
Me decepcionó que Krista y mis sobrinos no estuvieran allí y esperaba que Levi
estuviera lo suficientemente bien como para ir a la cena de bistec de papá
mañana para mi última noche en Boston.
—Te extrañaré muchísimo —dijo Davina mientras nos paramos en la
barra para pedir bebidas. Todos habíamos comido ya y ahora estábamos
pasando a la parte de la noche en la que había que beber. Bueno, ellos sí. Yo me
limitaba a agua con gas y lima.
Me incliné hacia ella.
—También voy a extrañarte. Pero volveré antes de que te des cuenta.
Pareció dudar antes de soltar:
—Si mamá quisiera intentar tener una relación conmigo de nuevo y yo
quisiera ver si eso podría funcionar, ¿me odiarías?
Por supuesto que no.
—Dios, no, Davina. Mira, entiendo por qué las cosas son como son entre
mamá y yo, y por mucho que me duela, he encontrado más paz acerca de eso de
lo que podría haber esperado hace un mes. Ahora sé que ella y yo probablemente
nunca tendremos una relación y estoy llegando a un acuerdo con eso. Pero no le
deseo eso a ninguno de ustedes. O a ella. Entonces, si ella toma medidas para
enmendar las cosas, me alegraría por ti, Davi. En serio.
Me dedicó una sonrisa trémula.
—Te amo, chica.
Sonreí.
—Yo también te amo.
Su sonrisa se ensanchó y abrió la boca para decir algo más, pero Bailey
apareció a mi lado.
—Lamento interrumpir, pero necesito decirte algo.
—¿Qué estás haciendo? —Dermot apareció detrás de nosotras.
Todos nos volvimos. Mi hermano fulminó con la mirada a Bailey.
Bailey le devolvió el ceño fruncido.
—No la voy a dejar caer en una emboscada.
—Esta fue tu idea.
—No creí que fuera a funcionar y me diste un aviso con muy poca
antelación.
—¿Qué diablos está pasando? —Davina les frunció el ceño a los dos.
Bailey tragó saliva y me dio una mirada de disculpa.
—Michael viene hacía aquí.
—¿Qué? ¿Por qué? —¿Estaba dando vueltas la habitación? Porque de
repente me sentía muy mareada.
“Te odio”.
Parpadeé para alejar el sonido de su voz resonando en mi cabeza cuando
Bailey respondió:
—Dermot me dijo que Michael estaba allí, viéndolos salir de la estación
esa noche y que parecía preocupado por ti. Ninguno de los dos cree que alguien
que no se preocupe por ti te seguiría fuera de la estación. Además, el odio no es
algo malo en este caso. De lo que tienes que preocuparte es de la indiferencia. Y
está claro que Michael definitivamente no te es indiferente. Entonces, para
resumir, le pregunté a Dermot si pensaba que Michael vendría a tomar algo con
la familia. Una última oportunidad para intentar reparar la brecha, ya sabes.
Argh. ¿Cómo había olvidado la segunda carrera de Bailey como
casamentera? Ella también les había hecho esto a Jessica y Cooper.
—Bailey…
—La cuestión es…
—La cuestión es —Dermot se pasó una mano por el pelo, una disculpa en
sus ojos color avellana—… no le dije exactamente que estarías aquí.
—Pero uno asumiría que él sabría que estás aquí —intervino Bailey.
Encontró mi mirada horrorizada—. Aun así, quería avisarte.
Miré fijamente a mi hermano para cubrir el desastre de agitación que se
estrellaba y rodaba en mi estómago.
—¿Pero pensaste que debería sentirme emboscada?
—No, solo me preocupaba que te marcharas.
No iba a mentir, el instinto de irme estaba ahí.
Sin embargo, ya no corría.
Miré hacia la mesa donde papá, Astrid y Darragh se reían juntos.
—No me iré. Si Michael está infeliz con mi presencia aquí, entonces él
puede irse.
Entonces, justo a tiempo, como si realmente fuéramos imanes atraídos el
uno por el otro, lo sentí cuando entró en el bar. Mis ojos se movieron más allá de
Dermot hacia la puerta.
Ahí estaba él.
Michael vestía la misma chaqueta de cuero que le había visto en la casa de
mi papá, con jeans oscuros, una camisa oscura y botas negras. Lo único diferente
era que se había afeitado.
De cualquier manera, era tan jodidamente atractivo que me mataba.
Estar en la estación con él, en esa sala de entrevistas, tan cerca que podía
oler su colonia, había sido el peor tipo de tortura. Hasta que, por supuesto, abrió
la boca y me destripó.
Al darme cuenta de que no estaba entrando solo en el bar, mi corazón, que
ya latía rápido, comenzó a latir con tanta fuerza que pensé que podría salirse de
mi pecho.
Había traído una cita.
Caminaba con confianza a su lado. Una joven rubia atrevida con el pelo
corto como un duendecillo.
¿Por qué siempre eran rubias?
—¿Trajo una maldita cita? —espetó mi hermana en voz baja.
—Me resulta familiar. —Dermot entrecerró los ojos.
La mirada de Michael se posó en nosotros en el bar, y cuando la nuestra se
encontró, la suya no se ensanchó por la sorpresa.
Sabía que estaría aquí.
Y había traído una cita.
La mano de Bailey se deslizó en la mía y la apretó, pero su consuelo no hizo
nada para detener la marea de recuerdos. De la última vez que había estado con
otra persona en lugar de conmigo. Dudaba que se arrepintiera de la rubia de la
misma manera que se arrepintió de todo entonces. Los recuerdos me inundaron,
llevándome directamente al pasado-
14
Dahlia
Facultad de Arte y Diseño de Massachusetts,
Hace nueve años y medio

E
l sonido del martilleo llenaba el taller mientras mis compañeros
herreros y yo trabajábamos en nuestros proyectos para la clase. La
habitación estaba caldeada por los sopletes que usábamos para el
proceso de recocido (tratamiento térmico en los metales para ablandarlos lo
suficiente como para hacerlos fácil de ser trabajados), así que a pesar del clima
otoñal, llevaba un vestido de verano y botas de motociclista. Mamá me había hecho
pasar un mal rato por resfriarme, así que arrojé mi abrigo de invierno sobre el
vestido. Usar mallas mientras trabajaba durante horas en una habitación donde se
usaban varios sopletes podría hacerme sudar hasta la muerte, así que había
renunciado a ellas.
Afortunadamente. De lo contrario, estaría como mi compañera de clase,
Shauna, que se había desnudado hasta la camiseta sin mangas debajo de su suéter
porque se había derretido en su camiseta de punto y jeans. Aún lo estaba, noté,
viendo el brillo de sudor sobre su labio superior.
El calor valía la pena para ver cómo se formaban mis joyas. Mi metal favorito
era la plata, y lo estaba usando para hacer una colección para una producción
teatral de Sueño de Una Noche de Verano. Era parte de mi proyecto final.
Mientras martillaba el marco plateado del collar que usaría Titania, tuve
cuidado con las inserciones donde colocaría mis gemas de peridoto. Como
estudiante pobre, no podía permitirme el lujo de esmeraldas. Incluso la alternativa
mucho más barata del peridoto estaba muy por fuera de mi presupuesto, pero
estaba contenta con el resultado de las piedras para las joyas de la reina de las
hadas.
Nuestra maestra, Rita, estaba bastante relajada. Deambulaba por la sala
dando consejos, críticas y elogios, pero al final, podíamos trabajar en nuestro
propio espacio a nuestro propio ritmo.
Algo hizo que los pelos de mi cuello se erizaran como si alguien me estuviera
mirando. Lentamente, levanté la cabeza y me volví hacia la puerta.
La visión de Michael Sullivan allí de pie con su uniforme de policía provocó
un pequeño tirón en mi estómago.
Sacudió la cabeza en un movimiento de “ven aquí”.
Mierda.
Desde nuestro enfrentamiento en el restaurante, Michael había roto con
Dillon. Se había comportado de forma malhumorada y petulante al respecto, y yo
estaba sintiendo todo tipo de remordimiento. En consecuencia, había estado
ignorando las llamadas y los mensajes de texto de Michael durante las últimas seis
semanas desde su ruptura.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Rita desde el frente de la habitación, con los
ojos puestos en Michael.
Michael entró por la puerta.
—Necesito hablar con Dahlia McGuire.
—Oh. ¿Dahlia?
La miré.
Si Michael me estaba siguiendo en la escuela mientras claramente estaba en
el trabajo, supuse que no dejaría de acosarme hasta que hablara con él. Por mucho
que no estuviera lista, sabía que tenía que terminar con eso.
—¿Está bien?
—Seguro.
Me levanté del taburete.
—Regresaré en un segundo.
Rita asintió y se volvió hacia otro estudiante.
Con las piernas temblando un poco, caminé hacia Michael. Su intensa
mirada me hizo sonrojar.
Al detenerme frente a él, estaba más que un poco molesta por haber sido
emboscada. Y sobre lo atractivo que se veía con su uniforme de policía.
—¿Qué estás haciendo aquí? —siseé.
Frunció el ceño.
—¿Hay algún lugar donde podamos hablar en privado?
Asentí y pasé junto a él, odiando el cosquilleo de conciencia que me recorrió
al hacerlo. Guiándolo por el pasillo, caminamos en silencio hasta que llegamos al
departamento de fotografía. Aquí había una hilera de cuartos oscuros con llave.
Algunos ya estaban cerrados, pero el penúltimo se abrió y, aunque las fotografías
se estaban procesando, la sala estaba vacía. Hice pasar a Michael y cerré la puerta,
bloqueándola detrás de mí.
En el fondo de mi mente, sabía que era una mala idea.
Una idea horrible.
Pero eso no me detuvo.
—¿Un cuarto oscuro? —Su hermoso rostro estaba inundado de los tonos
rojizos de la luz de seguridad.
—Nadie nos molestará aquí. ¿Ahora que quieres? ¿Y por qué estás de
uniforme? Rita probablemente piensa que estoy en problemas, gracias a ese
atuendo.
Su expresión se volvió incrédula.
—Llevo el uniforme porque estoy trabajando. Estoy de descanso, estaba en
la zona, y pensé: “Voy a ir a ver a Dahlia para preguntarle por qué evita mis
mensajes de texto y mis llamadas después que rompí con Dillon”. Seis semanas,
Dahlia. Seis semanas. ¿Quieres decirme por qué me has dejado colgado durante seis
malditas semanas?
Froté la parte de atrás de mi cuello, incapaz de mirarlo.
—Michael, sabes por qué.
—No, no es así. Salí con Dillon por menos de tres meses y nunca tuvimos sexo.
Los celos y la ira ante el mero pensamiento de que él la hubiera tocado
bulleron dentro de mí.
—No quiero escucharlo.
—Dahlia… —Dio un paso hacia mí, y tropecé contra la puerta, tratando de
mantener la distancia. Escuché su exasperado resoplido—. Lo siento. No sé qué
estaba pensando al salir con tu hermana pequeña, y lo siento. Maldita sea, lo siento
más de lo que puedo decir.
Eso estaba muy bien, pero nos había jodido por completo. Mi hermana me
odiaría si saliera con él después de esto y sería más munición para mi madre.
Apoyaría su opinión de que yo era egoísta y mimada.
—Sí. Yo también. —Me apresuré a agarrar la cerradura y la manija de la
puerta.
—No.
Su cuerpo duro me inmovilizó contra la puerta, pecho contra pecho,
mientras su mano se enroscaba alrededor de la mía para detener mi escape. El
calor me atravesó y forcé a mi gemido de necesidad a bajar por mi garganta
cuando presionó su frente contra mi sien.
—No puedo soportarlo —dijo con voz ronca—. No puedo soportarlo si te
pierdo. Te he echado mucho de menos. Es como caminar sin un brazo.
Dispuesta a decir cualquier cosa que pusiera fin a las caricias, la tortura, la
tentación, susurré:
—Supongo que podríamos intentar ser amigos de nuevo.
—¿Es por eso por lo que me estás evitando? ¿Porque quieres ser solo amigos?
—Michael, eso no es justo.
Giró la cabeza para que su mejilla estuviera presionada contra la mía, sus
labios tocando mi oreja.
—Me encanta cuando dices mi nombre. Sueño acerca de eso. Sueño con estar
contigo mientras susurras mi nombre.
Cada parte de mi cuerpo cobró vida en una llamarada de ardor como si
alguien hubiera encendido varias cerillas en mi piel. Mis pechos parecieron
hincharse contra su pecho, mis pezones se tensaron en pequeños brotes que
probablemente eran obvios a través de mi vestido de algodón.
Y ni siquiera podía soportar reconocer el repentino y resbaladizo calor entre
mis piernas.
¿Por qué tenía que ser él?
—Michael… no podemos. ¿Qué hay de Gary?
Levantó la cabeza y nuestros ojos se conectaron. Sabía que lo que fuera que
hubiera entre nosotros era más que físico. Era mucho más, dolía. Y tenía el tortuoso
efecto secundario de hacer febril nuestra atracción física.
—Él te engañó. Es mi chico, pero… Esto es mucho más de lo que pensaba,
Dahlia. Ahora él no tiene voz en esto. Lo jodió. Quiero tener la oportunidad de
hacerlo mejor que él. Mucho mejor que nunca querrás dejarme ir.
Bajó la cabeza, sus labios se cernieron cerca de los míos mientras su mano
subía por mi brazo.
—Te extraño —repitió—. Eres todo en lo que pienso.
Mis ojos ardían con lágrimas porque nunca había soñado que me sentiría así
por alguien y que él sintiera lo mismo. ¿Por qué tuvo que arruinarlo antes de que
tuviéramos la oportunidad?
—Hiciste daño a Dillon y ella es mi hermana.
—Lo siento —gimió—. Maldición, nunca he estado tan triste por nada en
toda mi vida. Pero no estamos hablando de un polvo rápido aquí. Lo que tenemos
vale cualquier mierda con la que tengamos que lidiar para mantenerlo.
Negué con la cabeza.
—No puedo hacerle eso.
Michael empujó la puerta y se alejó de mí. Frunció el ceño, su rostro tenso
por la frustración.
—No se trata de disgustar a Dillon. Lo que ella y yo hicimos difícilmente
calificaría como citas, y lo sabes. ¡Estás enojada conmigo por ir allí en primer lugar,
y ahora me estás castigando!
La rabia me inundó.
—¡Por supuesto que estoy cabreada! ¡Has metido a mi hermana pequeña en
nuestra mierda!
—¿Nuestra mierda? ¡Nuestra mierda! Estamos hablando de nuestras vidas,
nuestro futuro, Dahlia.
—¡Solo quiero saber por qué! ¿Por qué ella? ¿Cuándo sabías lo que sentía
por ti?
—¿Sabía cómo te sentías? —Su voz se volvió aterradoramente suave.
Presioné más contra la puerta, esperando derretirme con ella.
—Esa noche me llamaste y casi nos besamos en el estacionamiento, ¿quién
se alejó y dijo que no podía hacerlo? No me aparté y dije que no podía. Estaba a
segundos de traicionar a mi mejor amigo, y en ese momento no me importaba, si
eso significaba que tenía que estar contigo. Supuse que significaba que incluso si te
atraía, querías más a Gary. Salí con Dillon antes de enterarme de tu ruptura. Ella
me recordaba un poco a ti. Fue jodido, lo sé, pero he estado jodido por ti durante
mucho tiempo.
Ese calor, la humedad, entre mis piernas aumentó y pude escuchar lo corta
y superficial que se había vuelto mi respiración.
—Me alejé esa noche por ti. No por mi culpa. Sabía lo que significaba para ti
tu amistad con Gary y no quería interponerme entre los dos. No quería que sintieras
esa culpa.
Guardó silencio un momento. Meditando. Intenso. Demasiado sexy para su
propio bien.
—Y por eso siento lo que siento por ti. Pero debes saber que me sentí culpable
desde el momento en que me di cuenta de que eras la novia de Gary. Culpable
porque estaba resentido con él por conocerte primero. Y traté de hacer que mis
sentimientos por ti desaparecieran. —Se encogió de hombros—. Pero no se irán,
Dahlia.
¿Cómo se suponía que iba a resistir a eso?
¿Cómo?
Pero Dillon, mi mamá…
Jesucristo.
—¿Me quieres o no? —preguntó.
Debería mentir.
Debería despedirlo.
Pero esta neblina sin sentido de anhelo y necesidad me estaba atormentando
más allá del punto de poder sobrellevarlo.
—Siempre te he deseado.
Un segundo después, estaba sobre mí, sus labios chocando con los míos.
Jadeé y levanté mis manos para alejarlo, pero su sabor y sensación
abrumaron mis sentidos, y en cambio me aferré a él.
Cuando nuestras lenguas se tocaron, gimió, el sonido retumbó por mi
garganta y directamente entre mis piernas. Mis dedos se enroscaron con fuerza en
su cabello, atrayéndolo más cerca, y su control se desvaneció. Sus manos estaban
por todas partes como si estuviera frenético por tocar cada centímetro de mí.
Cuando tomó mis pechos y los amasó, lloriqueé en tanto el placer se arremolinaba
bajo mi vientre. Michael apretó sus caderas contra las mías. Estaba duro.
Un gemido de comprensión se perdió en su garganta a medida que sus besos
se volvían más hambrientos y húmedos. Mi cuerpo se estremeció de necesidad
cuando su agarre sobre mí se convirtió en lo único que importaba. Mis manos
tiraron de su camisa mientras la suya se deslizaba por mis caderas. Fue el toque
escalofriante de sus callosas yemas de los dedos en la parte interna de mi muslo
debajo de mi vestido lo que me sacudió. Suficiente para escuchar la voz en el fondo
de mi cabeza gritándome que lo detuviera antes de que fuera demasiado tarde.
Quería hacer retroceder la voz, desesperada por sentirlo dentro de mí, pero…
—Michael, detente —jadeé, empujando contra su pecho.
Se tensó.
—¿Dahlia?
Todas mis terminaciones nerviosas gritaron que lo dejara seguir, que
deslizara su mano entre mis piernas. Necesitaba eso más de lo que nunca había
necesitado nada.
Sin embargo, la cara de mi hermana seguía apareciendo en mi cabeza y lo
que quería tenía que reemplazar mi necesidad. Tenía que hacerlo. Y quería ser
franca y honesta con mi hermana sobre Michael. Si tenía relaciones sexuales con él
y ella se enteraba de que lo había hecho antes de hablar con ella, sabía que no me
perdonaría.
De esta manera, al menos si yo fuera honesta y honorable, tal vez ella y yo
podríamos resolver las cosas.
—Mierda, Dahlia, no me digas que pare —suplicó.
Acaricié su cabello con comodidad, tal vez más por mí que por él. Lágrimas
de frustración sexual ardían en mis ojos. No supe hasta entonces el horrible aguijón
de la lujuria insatisfecha. Si Michael se sentía la mitad de mal que yo, lo lamentaba.
—Tenemos que hacerlo.
Apoyó sus manos en la pared a mi lado, su rostro enterrado en mi cuello.
Luego me besó. Un beso suave y dulce en mi garganta. Con un gruñido bajo, se
apartó de la pared y rodó lejos de mí.
Un escalofrío me recorrió cuando me volví para mirarlo. Era tan atractivo.
Sintiendo mi contemplación, me miró pero sin mirarme a los ojos.
—Mejor me voy.
Al escuchar la amargura en su voz, me di cuenta de que no sabía por qué me
había detenido. Pensó que lo estaba alejando.
Me acerqué a él, presionando mi cuerpo contra el suyo, y ahuequé su mejilla
en mi mano. Me encantó la forma en que automáticamente envolvió su brazo
alrededor de mí para acercarme.
—No te estoy rechazando —le expliqué—. Yo solo… si voy a salir con el
exnovio de mi hermana menor, tengo que hacerlo de la mejor manera que pueda.
Eso significa no dejar que algo pase entre nosotros hasta que haya tenido la
oportunidad de decírselo a Dillon.
Todo el cuerpo de Michael se relajó.
—¿Quieres decir que nos estás dando una oportunidad?
Asentí.
Estalló en una amplia sonrisa que era tan completamente contagiosa que
me reí.
—Mierda, quiero besarte de nuevo, pero aparentemente besarte se sale de
control bastante rápido.
Sintiéndome arrogante de que unos besos conmigo lo hubieran convertido
en un libertino, incliné la cabeza y sonreí.
—¿Estás diciendo que soy la única mujer que te hace perder la cabeza así?
Presionó su frente contra la mía.
—Casi te hago el amor en público vistiendo mi uniforme. ¿Qué opinas?
Hacerme el amor.
Gary siempre lo llamaba “follar”.
Michael se puso serio.
—Quiero estar allí para decírselo a Dillon. No es justo que lo enfrentes todo
sola.
Eso también me gustó, pero…
—Si ambos lo hacemos, ella se sentirá emboscada. Humillada, incluso. Creo
que es más amable si lo hago yo.
Sus manos se flexionaron en mi cintura.
—Está bien. Pero estoy aquí si me necesitas.
—Lo sé. Gracias.
Presionó un dulce beso en mi nariz.
—Todo saldrá bien, cariño. Superaremos esto.

15
Dahlia

D
ecir que la noche dio un giro incómodo era quedarse corto. Michael
no me reconocería, pero no quería ser grosera con su cita. Su
nombre era Nina y parecía un poco más joven que yo.
Eso no dolió en absoluto.
No.
Mi estómago se revolvió mientras nos sentamos alrededor de la mesa con
nuestras bebidas. Mi familia y Bailey fueron geniales y charlaron a pesar de la
incomodidad, a pesar de la poca locuacidad de Michael. Nina no pareció
preocupada en absoluto por su actitud y trató de entablar conversación con
Bailey muchas veces.
Resultó que trabajaba como dibujante policial y por eso a Dermot le
resultaba familiar. Además, Bailey le preguntó qué edad tenía y la habladora
rubia declaró que tenía veinticinco años.
Había traído a una chica de veinticinco años como su cita, y por la poca
atención que le estaba prestando, sabía que era deliberado.
De vez en cuando, sentía su atención en mí, pero cuando me volvía para
mirar, miraba malhumorado el agua como un adolescente.
Cuanto más tiempo pasamos sentados con él tratando a Nina como un
fantasma y sin hablar con mi familia, más la bola de emoción se tensó en mi
garganta. Este no era el Michael Sullivan que había conocido y amado. Este tipo
era amargado y egoísta y necesitaba crecer de una puta vez.
El remordimiento que había sentido por dejarlo se aliviaba un poco cada
vez que lo veía. O tal vez fue la charla con mi papá. O años de terapia entrando en
acción. Todo lo que sabía era que, sí, tenía la culpa de dejarlo, de no regresar. Fue
un gran error y lo lamenté. Sin embargo, nunca me había dado la oportunidad de
explicarlo completamente. Y él también había cometido errores. Salir con Dillon
fue el catalizador para que todo cambiara de manera tan dramática. Lo dejaría
pasar porque era lo correcto hacer. Sin embargo, estaba sentado allí bullendo.
¿Quién era este tipo?
Te odio.
¿La culpas?
Quería enfrentarme a él. Quería gritarle. ¡Hacer que escuchara!
—Déjame comprar la siguiente ronda. —La voz de Nina me sacó de mi
enojada diatriba interior.
Miraba fijamente a Darragh, que estaba a medio levantarse de la mesa.
Asumí que mientras estaba perdida en mis pensamientos, él se había ofrecido a
conseguir otra ronda de bebidas.
—Oh, eso es…
—No, déjame. —Miró a Michael con el ceño fruncido—. Mike, ¿otra agua o
quieres un agua tónica o algo? —Ya nos había dicho que estaba conduciendo, por
lo que estaba renunciando al alcohol. Eso significaba que ni siquiera tenía un
depresivo al que culpar de su mal humor.
Sacudió la cabeza.
—No vas a pagar. Yo pagaré.
Ese era el viejo Michael. Pasado de moda hasta la médula. Fruncí los labios
con molestia.
Nina se encogió de hombros con indiferencia.
—No discutiré con eso.
O era muy relajada, o había algo que me estaba perdiendo aquí porque
¿quién actuaba como si no le importara si su cita se estaba comportando como
un completo idiota?
Asintiendo de mala gana, Michael se levantó de la mesa mientras Nina
pedía a todos su orden. Cuando llegó a mí y le dije que tomaría otra soda y lima,
ladeó la cabeza y miró mi vaso con el ceño fruncido.
—¿También eres la conductora designada esta noche?
Por lo general, siempre que alguien me preguntaba por qué no bebía en
una situación social, les decía que no bebía alcohol. Sin explicación. No era asunto
de nadie más que mío.
La tensión que sentí de mis amigos y familiares, sin embargo, ahogó una
respuesta en mi garganta.
—Dahlia no bebe —respondió Michael, con ojos fríos y planos—. No puede
manejar la bebida. La convierte en una exagerada que traiciona a todos los que
la rodean, ¿no es así, cariño?
Sus palabras me pincharon por todas partes como pequeños bichos que
pican. Estaban destinadas a herir, a destripar mis emociones.
Y así como así, estuve decidida a matar cualquier sentimiento que tuviera
por él. Sus odiosas palabras lo hicieron más fácil de lo que parecía. Quizás había
más de su padre en él de lo que pensaba.
Si había terminado de ser el saco de boxeo de mi madre, definitivamente
había terminado de ser el de él.
La indignación emanó alrededor de la mesa, y sentí que Bailey iba a ser la
primera en hablar, así que puse mi mano en su brazo para detenerla. Temblando
de indignación, me levanté de mi asiento y agarré mi bolso.
Michael me miró como un hombre derrotado.
También había terminado con eso.
El hecho de que sintiera remordimiento por decirme cosas horribles no
significaba que estuviera bien.
La verdad es que había dicho cosas peores a lo largo de los años con mi
diálogo interno negativo. Pero estaba tratando de ser más amable conmigo
misma, lo que significaba no permitir que otros me llenaran más con su veneno.
Nunca pensé que Michael sería uno de ellos.
—Gracias —le dije.
Se estremeció ligeramente.
—¿Qué?
—Por matarla. —Asentí—. Sí, por haberla matado finalmente. La manera
como me siento por ti. La culpa. Todo ello. El Michael que conocía nunca me
habría tratado como tú me has tratado desde que llegué a casa, sin importar lo
que hubiera hecho. ¿Me odias? —Recordé las palabras de Bailey antes y me
encogí de hombros con una ambivalencia que desearía sentir—. No te odio. Ya
no siento nada por ti.
El músculo de su mandíbula se contrajo mientras me fulminaba con la
mirada.
Rompiendo el contacto visual, miré a mi papá en la mesa.
—Llamaré a un taxi y los veré a todos en casa.
Afortunadamente, nadie protestó. Me dejaron salir de allí con dignidad.

Michael

L
a vio salir del bar y le temblaron las rodillas.
“Ya no siento nada por ti”.
Mierda.
El sudor frío le perlaba debajo de los brazos y por encima del labio a
medida que la veía irse. Lo que había dicho…
¿En qué había pensado? Tan pronto como las palabras salieron de su boca,
quiso empujarlas de nuevo adentro. Ella lo volvía loco. Dijo una mierda que no
debería. Todo a causa de la ira en la boca del estómago. Todo porque había
asumido durante todos estos años que la había amado más de lo que ella lo había
amado a él, y la había resentido por eso.
Pero, ¿y si se hubiera equivocado?
“Ya no siento nada por ti”.
El pánico lo invadió y miró a Cian desde el otro lado de la mesa. Un hombre
al que respetaba. Se preocupaba. Un hombre que lo miraba decepcionado.
“Ya no siento nada por ti”.
Eso no era cierto. No podía ser verdad. No cuando se sentía tan
jodidamente intenso.
No habían terminado.
Ella no podía alejarse de nuevo.
No hemos terminado.
Giró la cabeza y miró a Nina. ¿Qué demonios había pensado al traerla aquí?
¿Por qué ¿se seguía metiendo la pata de esa manera?
—Gracias por venir, pero lo siento —dijo—. Me tengo que ir. Uno de los
chicos te acompañará a casa. —Sabía que los McGuire la llevarían. Sabía que el
hecho de haberla abandonado después de que le hiciera un favor no hacía que
fuera menos estúpido, pero ahora mismo lo único en lo que podía pensar era en
llegar a Dahlia.
Ninguno de ellos le impidió ir tras ella.
Sabían, como él sabía, que no habían terminado.
Aparentemente, nunca lo habían hecho.

Dahlia

A
l alejarme de Rosie's, ese momentáneo sentimiento de libertad, de
decir en voz alta que había terminado con Michael Sullivan, se
esfumó por completo. No me sentía libre. La furia, el dolor, el
resentimiento, el odio, el amor, el anhelo y más resentimiento me llenaron hasta
que estuve a punto de estallar. Quería golpear algo.
Quería gritar y gritar hasta que los sentimientos dentro de mí explotaran
en polvo.
Haciendo frente al fuerte viento mientras bajaba por Broadway, recordé
que le había dicho a mi padre que llamaría a un taxi, pero en ese momento, tenía
que ir andando.
Excepto que estaba caminando en la dirección equivocada.
—Mierda —murmuré, deteniéndome y dándome la vuelta.
Fue entonces cuando vi que el Honda Accord negro se detenía a mi lado y
Michael saltaba del lado del conductor.
La anticipación y la indignación eran extraños compañeros de cama
emocionales, pero eso es lo que sentí en ese momento.
—Sube al auto —dijo, marchando hacia mí.
Mi mandíbula cayó ante su demanda.
—¿Estás loco?
—Sube al auto, Dahlia. —Frunció el ceño, apoyando las manos en las
caderas—. Tenemos que hablar.
—He terminado de hablar contigo. No me gusta especialmente lo que
tienes que decir.
Michael prácticamente enseñó los dientes.
—Métete en el maldito auto.
Empujé mi cara hacia la suya, negándome a dejarme intimidar.
—Vete a la mierda.
—Ahí está ella —dijo misteriosamente, y luego agarró mi brazo—. Entra
en el auto.
—Quítame las manos de encima —siseé, intentando soltarme de su agarre.
En cambio, me empujó contra él para que no tuviera otra opción que
apoyar mis manos contra su pecho o ser aplastada. El mencionado pecho muy
poderoso se agitó bajo mi toque.
—No me hagas sacar mi placa o mi luz azul porque lo haré.
Mis ojos se encendieron.
—Eso es abuso de poder.
—Sí, bueno, has estado abusando de tu poder sobre mí durante jodidos
años, así que súbete al auto. —Me condujo hasta el lado del pasajero, y sus
palabras me sorprendieron tanto que estaba en el auto antes de darme cuenta
de lo que estaba pasando.
—¿Qué? —Resoplé para mis adentros cuando entró. El auto olía a betún
para cuero y a la colonia de Michael. Las puertas se cerraron cuando se abrochó
el cinturón de seguridad, y la anticipación que había sentido antes hizo que mi
corazón se acelerara—. ¡Esto es un secuestro!
Se metió en el tráfico, ahora aparentemente ignorándome.
—¡Michael!
—Querías hablar. —Me lanzó una mirada dura—. Vamos a hablar.
—Demasiado tarde.
—Si vuelves a salir corriendo sin tener esta conversación, ya no voy a
pensar mucho en ti.
La incredulidad hervía en mi sangre.
—¡Pensé que me odiabas de todos modos! ¡Intenté hablar! ¡Lo convertiste
en un destripamiento verbal!
—Baja la voz.
—No me digas qué hacer. —Hervía a su lado. Tan pronto como llegáramos
a casa de papá, iba a dejar que saliera todo. ¿Pensó que era la única víctima aquí?
—Para alguien aparentemente tan indiferente a mí, tienes mucha ira en ti.
Entrecerré los ojos y me detuve para no abrir la boca para responderle.
Sin embargo, eso solo apoyaría su punto.
Mantuve la boca cerrada mientras pasaban los minutos. Quince minutos
fueron como una era. No fue hasta que llegamos al Sweetser Circle en Parkway y
Michael no salió a Broadway en Everett que abrí la boca.
—¿A dónde vas?
Siguió conduciendo por Parkway.
—Chelsea.
—¿Por qué?
Me lanzó una mirada antes de mirar al frente. Estaba sorprendentemente
tranquilo.
—Mi apartamento está en Chelsea.
Mi pulso se aceleró.
A solas con Michael. En su apartamento.
No.
—Da la vuelta y llévame de vuelta a casa de papá.
El bastardo me ignoró y siguió conduciendo. Me quedé pensando en esta
nueva irritación hasta que se detuvo frente a un edificio de tres pisos en Chelsea.
Había estacionado con el lado del pasajero en la acera, y miré hacia el
edificio, curiosa y temerosa al mismo tiempo.
—Vayamos adentro.
—No voy a entrar allí. Esto es un secuestro, Michael.
—Deja de ser tan jodidamente melodramática —dijo sin calor.
—¿Melodramática? —Apreté los dientes—. Me metiste a la fuerza en el
auto. Como policía, sabes que eso no está bien.
—Te conozco. Si no quisieras estar aquí, de ninguna manera podría
haberte subido al auto. Sal ahora. —Abrió la puerta, la cerró de golpe y rodeó el
capó del auto para abrir la mía.
La mirada oscura de Michael se cerró.
—¿Saldrás del auto o necesito sacar mis esposas?
—No te atreverías —gruñí mientras me lanzaba fuera del vehículo.
Cuando intentó volver a agarrarme del brazo, lo aparté de un tirón y me
apresuré a subir los escalones hasta la entrada principal.
A favor del día frío, me había puesto el único jean bota ancha que tenía y
un par de botas de tacón alto. Eran mucho más cómodos para huir de él que los
tacones altos que había usado la última vez que lo vi. Solo que no parecía estar
huyendo, ¿verdad?
Sentí su atención cuando abrió la puerta principal, pero me negué a
mirarlo. Murmuró algo en voz baja.
—¿Te das cuenta de que tengo un traumatismo cervical? —Lo seguí
escaleras arriba hasta su apartamento.
Me miró con el ceño fruncido por encima del hombro.
—¿Qué?
—Latigazo cervical emocional. Cambiaste de opinión tan rápido que
puedo sentir el ardor en mi maldito cuello. —También podía escuchar mi acento
de Boston volviéndose más denso con cada oración de enojo que salía de mi boca.
Michael no respondió mientras me guiaba hacia la puerta del segundo piso
y entendí que eso significaba que sabía que tenía razón sobre el latigazo.
Tan pronto como entré a su apartamento, parte de mi ira murió. Michael
encendió las luces, iluminando todo. O, bueno, nada en realidad. El lugar estaba
casi vacío. Paredes desnudas, persianas en las ventanas pero sin cortinas. Sin
fotos. Nada personal en absoluto.
Era deprimente.
Odiaba eso por él, incluso si estaba más enojada con él de lo que nunca lo
había estado en mi vida.
La puerta del apartamento se cerró de golpe detrás de mí, y lentamente
giré dentro de la espaciosa sala de estar para enfrentarlo. Michael dejó caer las
llaves en una mesita auxiliar que tenía una lámpara con una pantalla beige opaca.
Luego se encontró con mi mirada.
—No debería haber dicho lo que dije.
Levanté la barbilla, ignorando el dolor punzante mientras recordaba todo
lo que había dicho.
—¿Qué parte?
Arqueó una ceja.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, has dicho muchas cosas horribles. Algo acerca de que mi mamá
tenía razón al culparme y borrarme de su vida. Oh, y que me odias. Y mi favorito
fue el comentario reciente sobre mi pequeña dependencia del alcohol.
Exhaló y se pasó una mano por la cabeza.
—Lo siento. Tú solo… aparecer así me ha traído mucha basura y me ha
vuelto loco. Estoy diciendo y haciendo cosas jodidas…
—Eso no es una excusa —exclamé suavemente—. No puedes lastimarme
así y decir que es porque te vuelvo loco. Y tampoco me culpes por tus acciones.
Tus acciones son tuyas y no me hago responsable de ellas.
—¡Lo sé! —Lanzó sus manos al aire—. ¿No crees que lo sé? Me odio a mí
mismo por lo que he dicho. Por lo que he hecho. Pero nunca fue intencional.
Simplemente sucedió en el momento.
Me burlé.
—¿Nina no fue intencional? Sabías que estaría allí y apuñalaste en la
oscuridad y pensaste: “Oye, sé lo que voy a hacer para darle una patada en el
estómago aún más. ¡Traeré una modelo más joven y le mostraré que he seguido
adelante!” Bueno, noticias de última hora, Michael, ¡ya lo sabía! Conocí a tu
esposa, ¿recuerdas?
—Exesposa —dijo, dando un paso hacia mí. Todo su ser erizándose con
desprecio—. No voy a disculparme por casarme con Kiersten. ¡Te fuiste! ¡Te
fuiste y no volviste! Y ni siquiera finjas que no has estado con otros hombres.
Entrecerré los ojos porque estaba evitando el tema de Nina.
—Bueno, una chica también tiene necesidades.
Sus rasgos se tensaron y dio otro paso algo amenazador hacia mí.
Negándome a dejarme intimidar, me quedé donde estaba.
—¿Sí? ¿Te follas a alguno de ellos sin pensar en mí?
Mi piel se sonrojó de indignación porque no estaba equivocado. Solo hubo
un hombre en los últimos nueve años que me hizo olvidar temporalmente la
pasión que tenía por Michael. Pero cuando salimos de la cama, no pude olvidar.
Así que había dejado ir a ese hombre también.
Parecía presumido cuando dijo:
—Tengo razón, ¿no?
¿Tenía que asumir que siempre pensaba en mí cuando estuvo con su
esposa? ¿Con otras mujeres? No lo creía.
—Hubo alguien —susurré—. Me hizo olvidar.
Eso detuvo a Michael en seco. La angustia que no podía ocultar cruzó su
rostro, y una oleada de dolor se apoderó de mi pecho.
—¿Sigues con él?
—No.
—¿Te dejó o tú lo dejaste?
Me encogí de hombros.
—¿Qué importa? No es importante.
—¿Lo dejaste o él te dejó?
—Michael…
—Responde la pregunta, Dahlia.
Podía sentir esa electricidad familiar zumbando a través de mí cuanto más
se acercaba.
—Yo lo dejé.
Sus hombros parecieron relajarse, pero él susurró:
—Parece que tienes ese hábito.
—¿Es para eso que me querías aquí? ¿Para dar unos golpes más? Porque
no eres perfecto, Michael. ¡No eres inocente!
—¿Qué demonios quieres decir con eso? ¿Estás hablando de Dillon?
—Entonces cometiste un error. Yo también cometí un error. Pero lo dejé
ir y tú no lo hiciste.
—¡Tu error te mantuvo alejada durante nueve putos años!
Eso fue todo. Algo dentro de mí se rompió.
—¡Eres policía! —grité, mi pecho palpitaba y temblaba. Bajé la voz, las
palabras roncas por mi chillido—. ¿Eres un puto detective y me estás diciendo
que no podrías haberme encontrado aunque quisieras?
Se estremeció como si lo hubiera abofeteado, mirándome con esos ojos
conmovedores que me hacían querer morir.
—¿Por qué llevaste a Nina? —repetí.
—Porque soy un idiota. Es una amiga. También es gay. Estaba en la
estación cuando Dermot me invitó a tomar una copa, y supe por la forma furtiva
en que estaba actuando que tú estarías allí. Así que le pedí a Nina que fingiera ser
mi cita. Estaba tan ocupado tratando de asegurarme de que estaba bien al entrar
en esa situación, que me convencí a mí mismo que no te importaría.
El alivio que no quería reconocer me hizo relajar un poco, sabiendo que no
había traicionado a Nina para llegar a mí. Además, su interés concentrado en
Bailey tenía más sentido ahora.
¿En cuanto a la razón de Michael para traer a Nina? Asentí de mala gana
porque podía entender eso. Aun así, no había respondido a mi pregunta anterior.
—¿Por qué no intentaste encontrarme?
Algo que no entendí hizo que su mirada se volviera pesada.
—No quería.
Jadeé, las palabras me atravesaron.
Bueno, yo había preguntado, ¿verdad?
Sintiéndome entumecida, o más bien deseando sentirme entumecida, me
moví para pasar junto a él. Para salir. Volver a casa en Hartwell donde podría
lamer mis heridas en paz.
Antes de que pudiera, Michael agarró mi brazo, empujándome contra él.
Su expresión torturada era difícil de asimilar.
—Me dejaste. —Sus palabras quedaron atrapadas como cortes en mis
labios—. Me dejaste y estaba tan enamorado de ti. No quería encontrarte porque
me rompiste el corazón, Dahlia. Me rompiste el maldito corazón.
Las lágrimas inundaron mis ojos cuando un tsunami de anhelo y dolor me
invadió.
Nunca me había dicho que me amaba.
Ambos sabíamos que lo sentíamos, o eso esperaba, al menos, pero nunca
hubo un momento adecuado para confesarlo.
Hasta ahora, supongo.
—Te culpo —dijo, sacudiéndome suavemente—. ¿Lo entiendes? Te culpo
por esta vida vacía con la que me dejaste.
—Detente —exigí, tratando de alejarme. No quería ser absorbida por otro
vórtice de culpa implacable.
—¿Por qué debería parar? —dijo, acercándome—. No quiero detenerme
hasta que te quedes sin sangre. ¿Por qué no puedo sacarte de mí, eh? Te quiero
fuera.
—Entonces, déjame ir —susurré.
Su agarre sobre mí solo se hizo más fuerte, su expresión feroz con algo más
mientras veía caer mis lágrimas.
—Podría haber otra forma.
Al ver el calor en sus ojos oscuros, la comprensión me inundó. Un rubor se
extendió por mis mejillas y cuello, viajando hacia abajo. Quería negar con la
cabeza, decir que no, pero tampoco lo hice en absoluto.
¿No sabía que esto era lo que pasaría si me traía aquí?
Creo que, a pesar de saber lo estúpido que era, lo había anticipado con una
emoción que no podía negar.
Michael enroscó su mano alrededor de mi nuca y me atrajo hacia él. La
fiebre que me recorría ardió en mí con más fuerza, despertando mi cuerpo
centímetro a centímetro de una manera que solo el toque de Michael Sullivan
podía hacerlo. Su otra mano se deslizó por mi espalda para tomar mi trasero. Su
erección se hundió en mi estómago, y un rubor de humedad cubrió entre mis
muslos. Oh Dios mío. Temblé bajo su intenso estudio.
—Piénsalo. Nunca tuvimos la oportunidad de follar. ¿Y si esto es todo lo
que es? ¿Y si es solo una maldita frustración física?
Me estremecí en sus brazos.
—Sabes que no es cierto.
—¿Sí? Tal vez, tal vez no. Pero podríamos quedarnos aquí toda la noche,
gritándonos el uno al otro, tratando de encontrar formas de desenterrar todo el
dolor, o podría tirarte en mi cama, y podríamos follar para sacar todo el enojo y
el dolor.
Bajé los ojos porque, aunque mi mente gritaba que era una mala idea,
había una parte de mí que quería saber. Saber cómo sería tener a Michael dentro
de mí.
Si lo miraba, mi cuerpo, mi deseo, se impondrían a mi sentido común.
Mi respiración se entrecortó cuando Michael tomó mi silencio por
consentimiento y abrió el botón en la parte superior de mis jeans. Me congelé
ante la abrupta acción sexual cuando deslizó la cremallera hacia abajo y deslizó
suavemente su mano debajo de mi ropa interior. Sorprendida y excitada, hice un
sonido gutural, mis manos agarraron la parte superior de sus brazos como apoyo
mientras empujaba a través de mi humedad para tocar mi clítoris.
Gruñó y presionó su frente contra mi sien y continuó frotando mi clítoris.
Ahora sabía que simplemente discutir con él me preparaba tanto como los
malditos juegos previos.
Intenté dejar de ondularme contra su toque, pero el placer se apretaba
entre mis piernas. Mis dedos se clavaron en sus brazos.
—Mich…
Cubrió mi boca con la suya, besando con avidez el resto de mi resistencia
fuera de mí. Luego estuve en sus brazos, con mis piernas envueltas alrededor de
su cintura, y me cargó al dormitorio.
En mi neblina de lujuria, de necesidad, estaba lista para ser arrojada a la
cama y follada de todas las maneras posibles. Sin embargo, Michael me
sorprendió.
Rompió nuestro beso y me puso de pie a los pies de su cama.
Sus manos descansaron en mi cintura por un segundo antes de deslizarse
por mis caderas. Nos miramos el uno al otro en una mezcla de nostalgia y actitud
defensiva. Pude ver la cautela en sus ojos oscuros al igual que supe que él vio esa
emoción reflejada en los míos.
¿Por qué se detuvo?
Detenerme solo me llevaría a pensar, y no quería pensar. Quería ser
impulsiva y estúpida. Incluso si me destrozaba.
—Debería irme.
La respuesta de Michael fue apretar su agarre en mi cintura. Me dio lo que
sentí como un apretón tranquilizador antes de deslizar sus dedos debajo de mi
suéter. Me estremecí ante la suave caricia de sus ásperas yemas de los dedos.
—No llevas abrigo —dijo en voz baja—. Tienes que empezar a usar un
abrigo. —Había una cualidad de ensueño en su tono. Como si estuviera aturdido.
Su toque me estaba arrastrando hacia ese aturdimiento con él. Cuando acarició
un poco más arriba, a través de mis costillas, se me puso la piel de gallina sobre
mis pechos, y se sentían pesados, desesperados por sus manos, su boca.
—Michael…
Sus manos salieron de debajo de mi suéter para agarrar la abertura de mis
jeans. Clavó sus pulgares en la cintura, expresión determinada y caliente
mientras nuestros ojos permanecían conectados. Y luego, lentamente, me bajó
los pantalones hasta las caderas. La mezclilla se aferró con fuerza a mis
generosas caderas, por lo que tuvo que guiarlas hacia abajo, agachándose para
hacerlo. Sentí su aliento caliente en el algodón entre mis piernas y me estremecí
de necesidad. Apoyando una mano en su fuerte hombro, levanté un pie tras otro
para que pudiera desabrocharme las botas y quitarme los jeans.
Una pequeña parte de mí se preguntaba si estaba haciendo esto
deliberadamente, seduciéndome lentamente para que yo pudiera atormentarme
más tarde sabiendo que había tenido múltiples oportunidades para detener esto.
Cuando rodeó mis pantorrillas con sus grandes manos, me miró a los ojos y me
acarició la parte de atrás de las piernas, dejé de cuestionar sus motivos. No
parecía un hombre calculando cada movimiento. Parecía un hombre
saboreándome.
Un tirón profundo en mi útero provocó que otra ráfaga de humedad
humedeciera el material entre mis piernas, y como si lo sintiera, la mirada de
Michael bajó allí. Sus manos subieron más alto alrededor de la parte de atrás de
mis piernas antes de alisarse alrededor de la parte superior de mis muslos.
Deslizando sus pulgares hacia la parte interna de mis muslos, pidió con voz
ronca:
—Abre las piernas.
La emoción se esfumó como burbujas de champán en mi vientre, y gemí
un poco mientras hacía lo que me pedía. Suavemente, empujó debajo de mi ropa
interior, y jadeé cuando dos dedos gruesos se deslizaron fácilmente dentro de
mí.
—Oh, maldición —gimió y apoyó la frente contra mi muslo derecho—.
Estás tan lista.
Me sonrojé de vergüenza porque un hombre generalmente tenía que
trabajar mucho más duro para llevarme a este punto.
Michael apartó los dedos de mí y bajó mi ropa interior por mis piernas.
Salí de ellos, mis piernas temblaban un poco. Y luego Michael levantó mi pierna
derecha sobre su hombro, y jadeé, descansando mi mano en su hombro opuesto
para mantener el equilibrio. Hizo un sonido gutural de deseo segundos antes de
que su lengua tocara mi clítoris.
La necesidad me atravesó de golpe y me ondule contra su boca. Sus dedos
se clavaron en mi muslo y su gemido vibró a través de mí.
¡Oh, Dios mío!
Chupó mi clítoris, tirando de él con fuerza, y jadeé mientras una hermosa
tensión se acumulaba profundamente dentro de mí. Su lengua rodeó mi clítoris
y luego se deslizó hacia abajo en una sucia y voraz lamida antes de empujar
dentro de mí.
—¡Michael! —grité, empujando contra su boca a medida que subía más y
más alto para romperme por completo.
Sintiendo mi desesperación, Michael regresó a mi clítoris y suavemente
empujó dos dedos dentro de mí.
Golpeó como una explosión de estrellas ardientes y estremecedoras, la
liberación se deslizó deliciosamente a través de mí mientras me estremecía
contra la boca de Michael.
Suavemente bajó mi pierna temblorosa, y me balanceé contra él en tanto
se levantaba. En lugar de estar lánguida por la satisfacción, estaba llena de
anhelo. Como si todavía estuviera al borde del orgasmo. Necesitaba más.
Una emocionante sensación de poder me abrumó cuando nuestros ojos se
cruzaron. Ardían, y su mandíbula estaba tensa con un hambre feroz. Yo le hice
eso.
Yo.
Levanté mis brazos para ayudarlo a levantar mi suéter sobre mi cabeza.
Mi pecho se agitó con mi respiración agitada y laboriosa cuando Michael
arrojó el suéter al suelo y llevó sus manos a mis hombros. Sus ojos siguieron las
yemas de sus dedos mientras se arrastraban con una lentitud insoportable a
través de mi clavícula y hacia la elevación de mis senos. Todavía estaban llenos,
eran grandes, pero no estaban tan erguidos como antes cuando éramos más
jóvenes. Me preocupé por un milisegundo que cuando me quitara el sostén, él se
diera cuenta, de que le importaría…
—Aún eres tan hermosa —susurró, y la piel de gallina se erizó como
consecuencia de su toque. Mis pezones tocaron mi sostén con anticipación.
—Michael —murmuré.
En respuesta a mi súplica necesitada, agarró mis caderas y me atrajo hacia
él para que pudiera sentir el acero de su erección contra mi estómago desnudo.
Suavemente, ahuecó mi cara entre sus manos y me besó tan
profundamente que pude saborearme. Pero estos besos no eran como antes. No
besos hambrientos castigadores. Lento, sexy y con tierna reverencia que hizo que
se me llenaran los ojos de lágrimas. Mis manos se curvaron alrededor de sus
bíceps, sintiendo su fuerza, su anhelo, y no sabía qué más quería hacer: llevarlo
dentro de mí o dejar que me abrazara mientras lloraba.
La voz en el fondo de mi cabeza susurró que ir más lejos era una mala idea.
Sin embargo, antes de que pudiera actuar de cualquier manera, las manos
de Michael se movieron sobre mi cuerpo. Con movimientos suaves, recorrió cada
centímetro de mí: mis costillas, mi cintura, mi estómago. Luego, sus manos se
deslizaron alrededor de mi trasero, y su beso se profundizó, se volvió más
hambriento y me atrajo contra su excitación. Podía sentir la guerra dentro de él
en tanto su lengua acariciaba la mía en caricias profundas y húmedas. Era como
si estuviera decidido a tomarse su tiempo, pero otra parte de él quería
devastarme.
Encontré esa guerra dentro de él sexualmente emocionante, sin saber qué
camino tomaría.
Mientras acariciaba con mis manos sus brazos, el toque pareció calmarlo
y su beso se volvió más suave. Me mordió el labio inferior y luego se alejó. Pero
solo para mirarme a los ojos mientras deslizaba sus manos por mi espalda hasta
el tirante de mi sujetador. Con una destreza que recordaba de las veces que
habíamos tonteado en su auto, me desabrochó el sujetador. Luego empujó las
correas por mis brazos y cayó al suelo. Su mirada se desconectó lentamente de
la mía y me estremecí cuando sus ojos cayeron más abajo. Sus manos se
apretaron alrededor de mis bíceps mientras se deleitaba con la vista de mis
pechos desnudos. Mis pezones alcanzaron su punto máximo bajo su lectura,
apretados y necesitados brotes que rogaban por su boca.
Cualquier preocupación que tuviera sobre cómo se sentiría él por los
cambios en mi cuerpo se disipó ante la expresión tensa y llena de deseo en su
rostro.
—Dahlia —murmuró mientras se acercaba y me ahuecaba.
Gemí y me arqueé ante su toque. Ondas de deseo ondularon en mi vientre
a medida que él jugaba con mis pechos, esculpiéndolos y amasándolos,
acariciando y pellizcando mis pezones. Todo el tiempo sus ojos vacilaron entre
mi cara y mis pechos. Me empujé en su toque, murmurando mi necesidad por él.
Las palabras apenas habían salido de mis labios cuando su boca encontró
la mía. Este beso fue rudo, duro, desesperado, y su gemido me llenó mientras
pellizcaba mis dos pezones entre sus dedos índice y pulgar. Jadeé, y su gruñido
de satisfacción me hizo sonrojar de placer. Estaba más que lista. Sintiendo la tela
de su suéter bajo mis manos, curvé mis puños en él y aparté mis labios de los
suyos.
—Quítatelo.
Afortunadamente, ejecutó mi orden. Me soltó, dio un paso atrás, lo subió y
se quitó el suéter. Mientras lo arrojaba detrás de él y luego trabajaba en sus botas
y jeans, me deleité al verlo. Su pecho, brazos y abdominales definitivamente eran
más poderosos que hace nueve años. Por aquel entonces también se ejercitaba
con regularidad y tenía un cuerpo magnífico, pero la definición de sus
abdominales y la anchura de sus hombros confirmaron que su rutina de
ejercicios se había vuelto más vigorosa.
No me estaba quejando.
No-no.
Sus muslos gruesos y pantorrillas musculosas causaron otro fuerte tirón
en la parte inferior de mi vientre, y anhelaba ver su trasero. Dios mío, apuesto a
que su trasero era una leyenda. Gemí cuando tuvo que quitarse los bóxer sobre
su erección y cuando lo liberó, estaba tan duro que se tensó hacia sus
abdominales.
Cada parte de mi cuerpo se hinchó hacia él mientras lo veía sacar un
condón de su billetera y enrollarlo por su erección. No era necesario ningún
juego previo. Lo quería y lo necesitaba dentro de mí.
Lo que sea que vio en mi rostro hizo que me agarrara por la cintura, pero
en lugar de guiarme hacia la cama, se volvió y se sentó en el borde. Luego me guio
para que me sentara a horcajadas sobre él, su excitación caliente contra mi
estómago.
Michael tocó mi barbilla, levantando mi cabeza para mirarme fijamente.
Mis dedos se curvaron en la parte posterior de sus hombros al tiempo que
observaba su expresión. Había tanta emoción en sus ojos. Deseo, necesidad, sí.
Pero también confusión, dolor y algo que no quería procesar. Parecía miedo y no
podía soportar esa emoción en Michael.
Lágrimas llenaron mis ojos, y la emoción visible hizo que su mandíbula se
apretara. Deslizó su mano por la parte de atrás de mi cuello, enredándose en mi
cabello para agarrar un puñado. Luego tiró suavemente mi cabeza hacia atrás,
arqueó mi pecho y cubrió mi pezón derecho con su boca.
Jadeé cuando la sensación me atravesó, mis caderas automáticamente
ondularon contra él mientras chupaba, lamía y mordía. La tensión se enroscó
entre mis piernas, apretando y apretando mientras se movía entre mis pechos,
su boca caliente, su lengua…
—¡Michael! —Iba a correrme de nuevo solo con esto.
Luego se detuvo y yo levanté la cabeza para suplicar, suplicarle que
siguiera tocándome, pero me detuve cuando me agarró por las caderas.
Guiándome, me levantó y yo lo miré, esperando que tomara su polla en la mano
y la pusiera entre mis piernas.
Siguiendo su señal, me incliné sobre él, sintiendo su punta caliente contra
mi resbaladiza abertura. Hormigueos eléctricos cayeron en cascada por mi
columna vertebral y alrededor de mi vientre, profundo entre mis piernas.
Michael.
Finalmente estoy con Michael.
Nunca había estado tan jodidamente excitada en mi vida. Michael tomó mi
cadera con una mano y ahuecó mi pecho derecho con la otra, y jadeé ante la
abrumadora sensación espesa de él a medida que bajaba.
La tensión en espiral que quedó del orgasmo que me había dado explotó
con solo la punta de él dentro de mí.
Grité y me aferré a sus hombros mientras mi clímax me atravesaba, mis
músculos internos se ondulaban y tiraban y atraían a Michael más
profundamente. Con un estremecimiento, mis caderas sacudiéndose, mis
abdominales con espasmos, envolví mis brazos alrededor del cuello de Michael
para aguantar la tormenta. Descansé mi frente contra la suya.
Cuando el último de los temblores me atravesó, me di cuenta del doloroso
agarre de Michael en mis caderas y la abrumadora plenitud de él dentro de mí.
En algún momento durante mi orgasmo, se sumergió completamente en mí.
Oh, Dios mío.
Pero antes de eso… bueno, eso fue…
Ruborizándome, levanté la cabeza para ver su reacción y la tormenta de
deseo en sus ojos hizo que mis músculos internos latieran a su alrededor.
Gruñó ante la sensación y luego dijo con voz ronca:
—¿Sabes lo jodidamente difícil que fue no entrar en tu interior ahora
mismo? Maldición, justo te acabas de correr conmigo apenas dentro de ti. —Sus
manos se deslizaron hacia arriba para agarrar la parte superior de mi cintura, y
enseñó los dientes cuando preguntó—: ¿Eso ha pasado antes?
Sabía lo que estaba preguntando.
Sabía lo que quería escuchar.
Y aunque no debería, descubrí que no podía negarlo. Negué con la cabeza.
—Nunca he deseado a nadie como te deseo a ti.
Con un gruñido animal de satisfacción, Michael se levantó de la cama y se
dio la vuelta para dejarnos caer sobre mi espalda. El movimiento lo hizo penetrar
tan profundamente dentro de mí que me dejó sin aliento. Jadeé al encontrarlo.
Michael murmuró un improperio ronco y luego envolvió sus manos
alrededor de mis muñecas y las sujetó a la cama a ambos lados de mi cabeza.
La lenta seducción de antes había terminado.
Se movió dentro de mí con poderosos empujes de sus caderas, sus ojos se
enfocaron intensamente en los míos. Como si necesitara el contacto visual. Como
Como yo lo necesitaba.
Quería sentirlo; quería agarrar su trasero con mis manos y sentirlo
apretarse y soltarse con cada empuje, pero él me sujetó.
Eso solo me excitó más.
La tensión volvió a crecer en mí con cada fuerte roce de él dentro y fuera.
Sus rasgos se tensaron por la lujuria y con un deslizamiento más poderoso hacia
adentro y hacia afuera, me corrí de nuevo, más bajo, más agudo, pero no menos
intenso que el anterior. Con solo un fuerte tirón de mi clímax, Michael se hinchó
a un grosor imposible. Presionó mis manos con fuerza contra la cama mientras
se tensaba entre mis piernas y luego…
—¡Dahlia! ¡Mierda! —Sus caderas se sacudieron y se estremecieron contra
las mías.
Finalmente, soltó mis muñecas y se desplomó sobre mí, su rostro en mi
cuello, y envolví mis brazos y piernas a su alrededor, acariciando su piel cálida y
húmeda.
Sin embargo, lentamente, a medida que su respiración se calmaba y todo
su cuerpo se relajaba, la pesadez de su peso sobre mí se volvió demasiado. No
podía respirar. Y no fue por su peso. Sentí frío y pánico al darme cuenta de que
había tomado algo que no debería haber tomado. Le había dado algo que no
debería haber dado.
Especialmente cuando no estaba segura de los verdaderos motivos de
Michael para acostarse conmigo.
“Podríamos quedarnos aquí toda la noche, gritándonos el uno al otro,
intentando encontrar formas de desenterrar todo el dolor, o podría tirarte en mi
cama, y podríamos follar para sacar todo el enojo y el dolor”.
Pensé en todo el dolor y la amargura que sentía por mí. Todas las cosas
horribles que había dicho. Cuando era más joven, pensé que lo que Michael y yo
teníamos era especial. Explosivo y apasionado. Pero tal vez no fue algo bueno.
Especialmente si pudiera convertir los sentimientos tiernos en veneno. Si
pudiera hacer que un buen hombre como Michael hiciera y dijera cosas tóxicas…
Quería que me perdonara y olvidara, pero ¿cómo podría hacerlo cuando
no estaba lista para perdonarlo por tratar de llenarme con todo el dolor que
había cargado durante años?
Temblando por el repentino escalofrío, lo solté y miré al techo. Un dolor,
un dolor inimaginable, me inundó. Mi voz sonó plana, muerta, incluso para mis
oídos cuando le pregunté:
—¿Eso es lo que querías? ¿Ya me has follado para olvidarme?

16
Dahlia

M
ichael apoyó las manos en la cama a ambos lados de mi cabeza y
me fulminó con la mirada.
—Mierda por Dios, Dahlia. Aún estoy dentro de ti. —Se
retiró con un bufido de incredulidad, y me estremecí cuando se apartó de mí.
Tumbado de espaldas en la cama a mi lado, esperé su respuesta.
Cuando no hubo ninguna, me levanté de la cama y mis muslos temblaron
un poco por la exhaustiva follada. Porque eso es lo que era, ¿verdad?
El rostro de Michael destelló en mi mente mientras sacaba las piernas de
la cama. La forma en que nunca había roto el contacto visual a medida que se
movía dentro de mí.
¿Eso fue follar?
Negué con la cabeza, con el corazón pesado, y apoyé los pies en el suelo
frío. Había estado tan caliente de ira y lujuria cuando llegamos a su apartamento,
que no me había dado cuenta de que el lugar estaba helado.
Apresurándome alrededor de la cama, agarré mi ropa del piso.
Estaba consciente de Michael en mi visión periférica cuando se sentó.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que irme —respondí sin mirarlo.
Lo miré, al escucharlo levantarse de la cama. Sus ojos oscuros brillaban
bajo el resplandor radiante de la luz del techo. Para mi sorpresa, se inclinó y
agarró mis calcetines y botas.
—Necesito usar el baño, así que me quedo con estas —dijo, levantando las
botas—, como seguro de que te quedarás. Tenemos que hablar.
—Michael…
—No voy a discutir esto.
Conocía esa expresión resuelta en su rostro, así que no me molesté en
discutir, a pesar de que mi corazón estaba martilleando con fuerza ante la
conversación pendiente. Me di la vuelta con un bufido de molestia para cubrir mi
miedo, y comencé a vestirme.
—Dahlia.
Dudé un segundo antes de mirar por encima del hombro.
El hombre me estaba observando como si estuviera a punto de atacarme
y violarme. Mi cuerpo despertó irritantemente con la idea, sintiendo hormigueos
entre mis piernas, mis pechos hinchándose.
Maldita sea.
—La próxima vez te quiero en tus manos y rodillas de modo que pueda
disfrutar de esa vista.
Mis labios se separaron en un jadeo excitado que tragué rápidamente.
Entrecerré mis ojos.
—No habrá una próxima vez.
Michael sonrió como si supiera algo que yo no sabía y luego pasó junto a
mí.
Y su culo.
Oh Dios mío, su trasero.
Era material de leyendas.
El arrepentimiento me inundó mientras veía sus nalgas duras como una
piedra salir por la puerta del dormitorio, sabiendo que debería haber
aprovechado la oportunidad de morderlas. Ahora era muy tarde.
Me cambié rápidamente, desamparada, sonrojándome un poco a medida
que lo hacía, abrumada por los flashbacks del sexo con Michael. Había superado
todas mis expectativas, y habían sido bastante altas. Dios mío, había tenido un
clímax agresivo. Sonrojándome más fuerte, negué con la cabeza mientras ponía
un pie tembloroso tras otro en mis jeans. Espera hasta que se lo cuente a Bailey.
Oh, mierda.
Bailey. Mi padre. Probablemente se estaban preguntando dónde estaba.
Necesitaba revisar mi celular, y estaba en mi bolso. Dondequiera que
estuviera. Se me ocurrió un recuerdo vago de haberlo dejado caer cuando
Michael me tomó en sus brazos. Fue en su sala de estar.
Una vez que me recuperé (bueno, más o menos), recorrí el pasillo. No
estaba segura de que fuera posible volver a recomponerme como lo había estado
antes de tener sexo con Michael. Me había cambiado fundamentalmente, y no era
eso una gran patada a mis cojones3 metafóricos?
La cocina estaba justo fuera de la sala de estar, y me quedé aturdida,
mirando el espantoso vacío del lugar. ¿Por qué me molestaba tanto que su
apartamento estuviera lleno solo con lo necesario? No había calidez, ni
personalidad. Tiró de algo profundo en mi pecho. Me quedé allí tanto tiempo,
perdida en esos pensamientos, que Michael entró en la habitación.
Afortunadamente, estaba vestido con pantalones deportivos y una camiseta.
—¿Café? —Se acercó a la máquina de café—. Lo siento, hace tanto frío
aquí. Tengo la calefacción con un temporizador. Ahora se encenderá. —Sacó dos
tazas de un armario.
—Tengo que irme. ¿Puedes darme mis botas?
Me arrojó mis calcetines enrollados en respuesta.
—Tus pies estarán fríos.
Fruncí el ceño a medida que me inclinaba para ponerme los calcetines.
—Estarían menos fríos si me devolvieras mis botas.
—Dahlia, quédate y tómate un café conmigo.
—Necesito revisar mi celular. —Ignoré su tono apaciguador, mirando
alrededor del lugar. Saliendo de la cocina a la sala de estar, vi mi bolso en el suelo.
Me temblaban las manos cuando me incliné para recogerlo, y una vez que
encontré mi celular, saltó de mis dedos temblorosos.

3 Cojones: en español en el original.


Michael estaba de repente allí, inclinándose hacia el teléfono.
Abrí la boca para protestar, pero él tomó mis manos, las apretó para
tranquilizarme y colocó el celular entre ellas. Sus ojos oscuros tenían algo
parecido a la ternura que solían tener.
—Está bien, cariño.
Mordí mi labio contra el pozo de emoción que quería estallar de mí y en su
lugar abrí la funda de mi teléfono celular para distraerme. Había mensajes de mi
papá y Bailey.
Michael debe haber estado mirando porque dijo:
—Diles que estás bien. Que estás aquí.
—Les voy a decir que estoy de camino a casa.
Su suspiro fue atormentado.
—Dahlia, no voy a decir que aún no sigo jodido por ti. El sexo no cambió
eso, sin importar lo asombroso que fuera. Aún estoy enojado contigo. Pero tal vez
si te quedas y me hablas, podría dejarlo pasar. Por favor.
Fue el “por favor” lo que me deshizo.
A pesar de que imaginaba que mi corazón estaba a punto de ser golpeado
y herido por cualquier cosa que surgiera entre nosotros, sabía que debía tener
esta conversación si alguno de los dos iba a seguir adelante.
Abriendo mis mensajes, les envié un mensaje de texto a mi papá y a Bailey
para hacerles saber que estaba en casa de Michael y estaba bien. Una vez hecho,
metí mi teléfono en mi bolso y encontré la mirada cautelosa de Michael.
—Entonces, necesitaré ese café.
Sus rasgos se relajaron y asintió, haciéndome un gesto para que me
adelantara a la cocina. Una vez allí, me entregó una taza y me senté en la mesa de
la cocina. Michael se sentó a mi lado, y traté de no mirar nada más que su rostro.
Fue difícil.
La camiseta que llevaba no hacía nada para disfrazar su físico, y deseé que
pudiéramos presionar un botón de reproducción en la escena en el dormitorio,
pero esta vez agregué mucho más de mí explorando su cuerpo.
Sus manos se enroscaron alrededor de su taza de café, y sin darme cuenta
estudié el movimiento. Siempre amé las manos de Michael. Quizás era la artista
en mí. Sabía que eran grandes y masculinas, pero al mismo tiempo tenían dedos
largos, nudillos grandes y elegantes. Era una combinación sexy, y me sonrojé al
recordar la sensación de sus manos por todo mi cuerpo.
—¿Por qué? —Su voz volvió a sonar dura. Desvié mis ojos de sus manos a
su rostro. Había tanta confusión en su expresión—. ¿Por qué te fuiste y no
regresaste?
Por difícil que fuera decírselo, sabía que tenía que hacerlo. Merecía saber
que no lo había abandonado simplemente. Solté una exhalación temblorosa,
sintiendo una oleada de náuseas en mi estómago.
Envolviendo ambas manos alrededor de mi taza de café, me alenté con su
calor reconfortante.
—Alejé a todos después de la muerte de Dillon. No solo a ti. No sé qué
habría pasado si me hubieran dado más tiempo. Me gusta pensar que te habría
dejado entrar nuevamente, pero nunca lo sabremos.
Abrió la boca para decir algo, pero lo interrumpí.
—Antes de que discutas sobre eso… —No podía mirarlo mientras los
recuerdos del comportamiento de mi madre me recorrieron. Desde que tenía
veinte años, había querido que Michael Sullivan me amase. Por muy desastroso
que pueda parecer, me preocupé durante mucho tiempo de que si él sabía que
mi propia madre no podía amarme, se preguntaría el porqué. Empezaría a
encontrar razones para no quererme también. Era irracional y estúpido teniendo
en cuenta sus problemas familiares, pero había retorcido muchas cosas dentro
de mí a lo largo de los años. Era el momento de explicarme.
—¿Dahlia? —Los ojos de Michael se entrecerraron con preocupación—.
¿De qué me estoy perdiendo?
—Mi madre —espeté. Podía sentir la emoción espesándose en mi
garganta, las lágrimas ardiendo en mis ojos, y maldita sea, me enojó muchísimo
porque quería dejarlo atrás. Quería hacer las paces con el hecho de que mi madre
estaba resentida conmigo y seguir adelante—. Mi padre se fue no mucho después
de la muerte de Dillon. En la casa no había nadie más que mamá y yo. Estaba en
mi habitación… —El dolor espesó mis palabras—. Rodeada de cosas de Dillon.
Estaba sentada en su cama, intentando darle sentido, sabes. Como, cómo si todas
sus cosas estaban allí esperando a que ella las recogiera, las usara, se las pusiera.
Y nunca sucedería. Tenía su broche en mi mano. Ya sabes cómo amaba las rosas,
así que unos meses antes de que todo se fuera al infierno, le hice un broche de
plata. Era una sola rosa floreciendo. A ella le había encantado. Lo usó mucho.
Luché contra las lágrimas.
—No se lo volvería a poner nunca más, y no podía hacer que eso tuviera
sentido. Me estaba volviendo loca. La agonía de todas sus cosas allí puestas en su
sitio me estaba volviendo loca, así que comencé a guardar todo. —Lo miré y, a
través del brillo de emoción en sus ojos, vi la visión del rostro de mi madre
cuando me atrapó—. Fue entonces cuando mamá entró. No hubo ninguna
preparación. Ni preguntas. Ella… ella solo me dio una bofetada. —Aún podía
sentir el aguijón brutal de esos golpes—. Estaba tan atónita que, todo lo que pude
hacer fue encogerme en el suelo mientras ella siguió golpeándome, con la palma
abierta, en mi cabeza una y otra vez, gritando que Dios se había llevado a la hija
equivocada. Que fue mi culpa y habría deseado que Dios me hubiera tomado a mí
en su lugar. —La última palabra estalló en un sollozo, y escuché el chirrido de
una silla sobre el piso segundos antes de que los brazos de Michael me levantaran
de la mía. Me escondí en él, en su fuerza, como si de alguna manera pudiera
fundirme con él y, al hacerlo, se llevaría parte del dolor y me aliviaría.
Sus brazos me rodearon con fuerza y presionó sus labios contra mi cabello
a medida que me estremecía y sollozaba todos los sentimientos que pensé que
había llorado fuera de mí hace mucho tiempo.



Algún tiempo después, con un poco de dolor de cabeza, me sentaba en el
sofá de Michael con una taza de café recién hecho y un pañuelo de papel usado
arrugado en la mano.
Intenté no notar la proximidad de Michael en el sofá o la forma en que
seguía mirándome como si estuviera listo para recibir una bala por mí. Era
hermoso y aterrador al mismo tiempo ver cómo mi historia lo había
transformado de nuevo en mi viejo Michael.
—Así que, ¿fue entonces cuando empezaste a beber? —Su voz sonó suave,
persuasiva.
Asintiendo, tomé un sorbo de café antes de responder.
—Esa noche quise desaparecer. Estaba demasiado avergonzada para
decírselo a nadie, y pensé que si se lo decía a papá, solo haría que mamá me
odiara más. Me convencí de que estaba de duelo, de que no lo decía en serio, pero
en realidad lo que dijo se enconó dentro de mí. Así que, para dormir esa noche,
robé la ginebra en el mueble de licores de mis padres. Cuando me di cuenta de
que todo dolía menos cuando estaba adormecida por el alcohol, seguí bebiendo.
—Recuerdo. —Se pasó una mano por la cara—. Estaba tan jodidamente
asustado. No sabía cómo ayudarte.
Me giré, estremeciéndome al recordar todo lo que le había hecho pasar.
—Papá también estaba asustado. Como tú, pensó que solo se trataba de
Dillon. Fue entonces cuando su hermana, que vivía en Hartwell, se acercó a él.
Era dueña de la tienda de regalos en el paseo marítimo, y él la convenció de que
me dejara alquilarla. Le dije que iría porque no podía soportar estar cerca de mi
madre, pero le hice prometer que no podía decirle a nadie dónde estaba.
—Esa es la parte que no entiendo.
Fue difícil encontrar su mirada, ver la traición en sus ojos.
—Me odiaba, Michael. Era responsable de la muerte de mi hermanita, mi
madre me odiaba, estaba bebiendo para poder dormir por las noches, y había
alejado a todos los que amaba. Te merecías algo mejor.
—Me merecía la verdad.
Negué con la cabeza.
—No estaba en el estado de ánimo correcto. Pensé que dejarte era lo mejor
para ti.
Al ver que no me estaba haciendo entender, comprendí que tendría que
contárselo todo. Lo bajo que había caído.
—Había esperado que el dolor se detuviera una vez que estuviera fuera de
Boston. No fue así. Empeoró, y también mi forma de beber. No llevaba mucho
tiempo allí cuando una noche estando ebria di un paseo por la playa con mi
botella de ginebra. —Lágrimas perdidas escaparon de mis ojos. Molesta de que
pudiera quedar algo en mí, las aparté con rabia—. Mis recuerdos de esa noche
son confusos. Recuerdo vagamente haber caminado hacia el océano.
Michael se puso rígido.
—Yo… recuerdo el frío. Recuerdo un miedo momentáneo cuando me
hundí. Pero también recuerdo el alivio. —Las lágrimas cayeron más rápido, estas
de vergüenza—. No recuerdo que Bailey me sacara. No recuerdo que me diera
resucitación cardiopulmonar. Y no recuerdo haberle dicho que debería haberme
dejado morir. Pero ella me lo contó todo.
—Mierda. —Las lágrimas iluminaron los ojos de Michael, y se sentó hacia
adelante, con las manos entrelazadas en la parte posterior de la cabeza a medida
que fulminaba al suelo.
—Lo siento —susurré.
Sacudió la cabeza, su garganta trabajando para contener su emoción.
—Ese es el lugar en el que estaba, Michael. Y nadie, ni tú ni mi papá, podían
sacarme de eso. Lo único que lo hizo fue despertarme a la mañana siguiente en
una cama de hospital, sobria y dolorida, con una extraña diciéndome que me
había dejado ahogar y ella me había salvado la vida.
Michael se volvió hacia mí, dejando caer las manos.
—¿Por qué no viniste a mí? Dahlia, debería haber sabido toda esta mierda.
Debería haber sabido. Y si me hubieras dejado entrar, te habría dado tanto jodido
amor que nunca pasarías un día sintiéndote tan inútil como tuviste que sentirte
para entrar en esa agua.
—Michael… —Negué con la cabeza, sus palabras un bálsamo y una herida
a partes iguales—. No era tan simple. Tú y yo nunca habíamos… y nunca dijimos
que nos amábamos… y todo lo que mi madre dijo, de renunciar a mí misma, todo
eso lo torció todo. En serio creí que seguirías adelante. Fácilmente. Que estabas
mejor sin mis jodidos problemas en tu vida.
»Obtuve un mínimo de paz en Hartwell. Bailey se convirtió en mi familia,
hice más amigos gracias a ella, y la vida allí pareció sencilla. Tenía miedo de que
si volvía aquí y me enfrentaba a mamá, me haría nuevamente añicos. Así que, me
mantuve alejada, y cuanto más me alejé, más difícil se hizo regresar. Me sentí tan
culpable por perderme la vida de todos. No estoy orgullosa de eso, Michael, pero
es la verdad.
—Entonces, ¿por qué volviste ahora? ¿Porque me viste?
—En parte. Verte fue impactante y aterrador, pero no morí. Sobreviví al
encuentro —dije, sonriendo tristemente—. Verte con tu esposa fue doloroso,
pero también me hizo sentir menos culpable. Que había tenido razón. Que habías
seguido adelante. Entonces, cuando papá llamó por el divorcio, supe que tenía
que estar aquí para él y, después de verte, supe que pasara lo que pasara, por
muy mal que se sintiera, sobreviviría.
Michael pareció hervir con mis palabras durante un segundo o dos, y luego
se levantó del sofá. La indignación pulsó de él.
Lo observé con cautela a medida que avanzaba a la ventana.
—¿Seguir adelante? —espetó, volviéndose hacia mí—. ¡Seguir adelante!
Dahlia, no sabía nada de esto. Cuando no dejé de acosar a tu familia para que me
dijera adónde habías ido, tu madre me dijo que empacaste tus mierdas y te
largaste. Sin venir a mí, sin siquiera una maldita despedida. Así que, dejé de
acosarlos. Y en cambio, me enojé. Dermot me dijo eventualmente que tu padre te
envió lejos y que solo él sabía dónde estabas. Eso me cabreó más, así que fui a
ver a Cian y traté de que me lo contara. Pero dijo que si te amaba, tenía que
dejarte ir. Que volverías por tu cuenta. —Sacudió la cabeza—. No sabía por lo que
estabas pasando, así que todo lo que podía pensar era “Si ella me amase, ya
estaría de regreso porque si sintiera la mitad de lo que yo sentía, no podría
mantenerse alejada”.
—Michael.
—Sabía que podía encontrarte. Si quería, podría encontrarte, pero no
quería encontrar a alguien que en última instancia no quería ser encontrado. Así
que decidí seguir adelante para siempre. Y pensé que lo había hecho.
—Tu esposa.
Michael cruzó la habitación para sentarse. Apoyó los codos en las rodillas
y miró al suelo.
—Mi exesposa. El divorcio finalizó hace una semana. Su nombre es
Kiersten.
Amar a Michael significaba que no quería saber nada de ella. No quería
saber sobre la mujer que había logrado dormir a su lado durante años. Hablar
con él todos los días. Reír con él. Me cortaba tanto por dentro que apenas podía
respirar. Sin embargo, la masoquista en mí necesitaba saber cuánto la había
amado.
—¿Por qué se vino abajo?
Resopló, el sonido burlón.
—¿Por qué se vino abajo? —Volvió la cabeza para mirarme—. Ninguno de
los dos sabría por qué se vino abajo. Esa es la pura verdad. Cuando nos
conocimos, ella fue la primera mujer en años que me hizo reír. Kiersten es linda
y divertida, y me gustó que pudiera hacerme reír. Durante nuestros cuatro años
juntos, dejamos de hacernos reír y no sabía por qué. Hasta que nos tomamos unas
vacaciones en Hartwell para intentar arreglar nuestro matrimonio por última
vez.
Su mirada se deslizó sobre mi cara y mi cuerpo antes de retroceder y
apartar la mirada.
—Después de encontrarte, regresamos al hotel, y Kiersten perdió el
control. Quiso saber quién eras. Así que, le dije. Que te había amado. Que te fuiste
sin decir una palabra y no te había visto en nueve años. ¿Y sabes lo que me dijo?
Era difícil respirar, y mucho menos hablar.
—Que ahora todo tenía sentido. Que la había mantenido a distancia
durante los cuatro años que estuvimos juntos. Que nunca la dejé entrar. Nunca
hablé de mis padres. Nunca hablé de mi pasado. Nunca hablé de mi trabajo. Claro,
la escucharía, pero cada vez que me preguntaba algo que era demasiado
personal, evité la pregunta. —Sacudió la cabeza—. Ni siquiera me di cuenta de
que lo estaba haciendo. Pero ella tenía razón.
—¿Por mí? —Casi tuve miedo de preguntar.
—Lo pensé cuando le concedí el divorcio. Decidí que tal vez había sido un
marido de mierda porque temía que me hiciera daño como tú. Pero estas últimas
semanas… sé que no fue solamente eso. Fue porque ella simplemente. No. Era.
Tú.
El remordimiento me llenó, y esperé que todo lo que no podía decir
estuviera en mis ojos.
—Lo jodí todo con una mujer buena. No quise hacerlo. Pero lo hice. —Se
pasó una mano por la cabeza y suspiró—. Afortunadamente, está siguiendo
adelante. Conoció a alguien nuevo. Un chico bueno.
Estuvimos en silencio mientras dejaba que asimilara todo eso. Me dolía
por él. Me sentía culpable de que mi partida le hubiera causado tanto dolor. Peor
aún, en el fondo había una parte fea de mí que se alegraba de que no pudiera
amar a su esposa como me había amado a mí. ¿Eso no era repugnantemente
egoísta?
Intentando alejar esos sentimientos, pensé en la confesión de Michael y en
cómo no hablaría con Kiersten sobre su familia. ¿Qué significaba eso? ¿Había
perdido completamente el contacto con ellos? ¿Y Gary? Sabía que se estaban
distanciando después de que Gary se enterara de que estábamos juntos, pero no
había habido ninguna mención de él desde mi regreso.
—¿Aún hablas con tus padres? ¿Con Gary?
Si estaba sorprendido por mis preguntas, no lo demostró. En cambio, se
relajó contra el sofá.
—A veces veo a mamá. Intento evitar a papá tanto como sea posible. Decir
que le cabreó que yo me convirtiera en detective y él se retirara como un simple
viejo policía de calle es un eufemismo —me dijo—. Las cosas entre nosotros
fueron de mal en peor cuando me convertí en teniente. Conoces a papá. No puedo
ganar, sin importar lo que haga. La última vez que vi a mi madre fue después de
que Kiersten y yo solicitáramos el divorcio. Mi padre suele salir los domingos a
un bar, pero el muy bastardo se había quedado deliberadamente para poder
seguir hablando y hablando de cómo podría pensar que soy algo por mi placa de
detective, pero un hombre no es un hombre si no puede mantener feliz a su
mujer.
La ira hirvió en mi sangre.
—Hijo de puta.
Michael me dio una sonrisa pequeña.
—Sí.
—¿Y Gary?
Sacudió la cabeza.
—Gary se fue poco después de ti. Aceptó un trabajo bien remunerado en
la construcción con un primo en Carolina del Norte. Nunca regresó, y perdimos
contacto con los años.
Maldita sea.
Me fui.
Gary se fue.
—Lo siento.
—Tenía a Dermot. Tu papá. —Se encogió de hombros—. Son como una
familia.
La sensación creciente de amor y angustia acumulándose en mi pecho era
casi insoportable. Sabía que necesitábamos tener esta discusión, ponerlo todo
ahí, pero también quedó aplastantemente claro que necesitaba soltar esa
pequeña chispa de esperanza que había tenido todos esos años con respecto a
Michael.
Sin importar lo que hubiera descubierto hoy, siempre se sentiría
abandonado por mí. Después del abandono de sus padres vino el mío. Luego el
de Gary. No importaba si él aprendía a superarlo, yo no lo haría.
Viviría con todo tipo de remordimientos, ese sentimiento agudizándose
cada vez que mirara su rostro precioso.
Pensarlo me agotó.
Lo amaba.
Dios, lo amaba.
Pero en algún momento, también tendría que empezar a amarme.
Mi maraña de emociones no desaparecería de la noche a la mañana y sabía
que a Michael le pasaba lo mismo.
—¿Me culpas?
Michael se volvió, estudiándome, y me pregunté si podía oír mi corazón
latiendo con fuerza.
—Ahora entiendo mejor.
—No es lo que pregunté.
—Puedo superarlo. —Se sentó, la determinación endureciendo sus
rasgos—. Para estar contigo, puedo superarlo.
Respuesta incorrecta.
Porque aunque él estaba intentando superarlo, habría más momentos que
echarían a perder nuestra historia, que podrían dar lugar a discusiones. Y
Michael había demostrado que podía destruirme peor que nadie.
Lo amaba. Demasiado.
Pero por mucho que me culpara por irme, sabía que había una parte de mí
que lo culpaba por no venir detrás de mí.
Demasiada culpa.
Demasiado dolor.
Y algo más. La culpa que todavía mantenía enterrada profundamente que
no me libraría de su agarre.
Cuando Michael no estaba alrededor, no la sentía. Y no quería sentirla.
Una bola de dolor atascó mi garganta cuando comprendí que tendría que
despedirme de Michael Sullivan para siempre. Empujándome a mis pies, mis
dedos se apretaron alrededor del dobladillo de mi suéter a medida que intentaba
mantener la compostura. Necesitando ser valiente porque no lo había sido en el
pasado, encontré valientemente su mirada y cualquier cosa que vio en la mía hizo
que se pusiera de pie inmediatamente y me alcanzara.
Me aparté de su toque.
Su aflicción fue obvia.
—Dahlia, no vuelvas a hacerme esto.
—Michael… yo… hay demasiado dolor aquí. —Hice un gesto entre
nosotros—. ¿No estás cansado de eso? ¿De todo el drama y el dolor?
—No tiene por qué ser así. Podemos solucionarlo.
—¿Podemos? —repliqué, incrédula—. No creo que puedas superar ese
tipo de amargura y culpa. Me fui. Lo siento más de lo que puedo decir por eso.
Pero la verdad es que… —agarré mi bolso y solté un suspiro tembloroso—… por
irracional que parezca, también te culpo a ti. Te culpo por dejarme ir.
Michael estaba atónito. Parecía que le había dado una bofetada. Dura. O un
puñetazo en el estómago. De cualquier manera, lo pillé tan desprevenido que, me
dejó ir de nuevo.
—Adiós, Michael. —Casi me atraganté con las palabras.
No respondió.
No vino detrás de mí cuando crucé la habitación hacia la puerta principal.
Incluso mientras estaba parada en la oscuridad de la madrugada, no
escuché la puerta abrirse detrás de mí.
Un sollozo se arrastró dentro de mí, pero lo obligué a permanecer abajo.
Dios mío, dolía. Caminé, acurrucada en mí misma, preguntándome cómo mi vida
podía estar llena de tantos remordimientos cuando me había prometido cuando
era niña que nunca tendría ninguno.
Le mentí a Michael. Para protegerlo. Para protegerme. Sí, había una parte
irracional de mí que lo culpaba por dejarme ir, pero mentí cuando lo usé como la
razón principal para dejarlo otra vez. Esa razón estaba enterrada
profundamente, una astilla que nunca había salido.
Algún tiempo después, no sé cuánto tiempo después, escuché pasos detrás
de mí y luego una mano fuerte me sacó de mi retraimiento. Parpadeé
estúpidamente ante la cara de mi padre, confundida y desconcertada.
—¿Papá?
Me rodeó con el brazo y me llevó a su auto que estaba parado junto a la
carretera. Miré alrededor, preguntándome dónde estaba.
—Michael llamó y me dijo que fuera a buscarte.
—Lo siento —murmuré mientras me ayudaba a subir al auto.
Mis dientes castañeteaban.
Me estaba congelando.
—Está bien. —Papá cerró la puerta y rodeó el auto. Cuando entró, se volvió
hacia mí—. Estarás bien.
Asentí aturdida.
—Sí.
Tenía que estarlo.

17
Michael

M
ichael volvió a entrar en su apartamento y, totalmente cansado,
se dirigió a la cocina para prepararse un café para entrar en
calor. Afuera hacía mucho frío, y había perseguido a Dahlia con
solo una sudadera y una camiseta. Manteniendo su distancia mientras ella
deambulaba por la calle, encorvada sobre sí y aparentemente vagando sin un
destino en mente, Michael había llamado a Cian. Había seguido a Dahlia y le había
dado a Cian las instrucciones que necesitaba para recogerla.
No era que no hubiera querido ir con ella por sí mismo. Por supuesto que
quería. Sin embargo, sus palabras siguieron dando vueltas y vueltas en su cabeza.
Tenían sentido, pero no lo tenían, y Michael se quedó con la sensación
inquietante de que las razones de Dahlia para abandonarlos otra vez eran más
de las que ella había admitido.
Aun así, también sabía que no estaba mintiendo cuando dijo que lo culpaba
por dejarla ir.
Lo había hecho, ¿no?
Había arrojado a la basura todo lo que sabía que era cierto de la chica que
amaba cuando decidió que ella lo había abandonado egoístamente. La verdad era
que, ella no lo había hecho. Su puño se cerró alrededor del asa de la cafetera
mientras recordaba la escena antes con Dahlia. Lo que su madre le había dicho y
hecho que la alejó de todos ellos.
—¿La culpas? —había dicho cuando ella comentó que su madre la borró
de su vida.
Maldita sea. Se frotó el dolor del arrepentimiento en su pecho. Michael
había asumido que Dahlia no pudo lidiar con la muerte de Dillon y había rehecho
su vida en otro lugar. No significaba que no debería haber vuelto con él… pero
¿él lo habría hecho? Si hubiera sido él, y Dahlia no se hubiera molestado en ir tras
él, y averiguar lo que salió mal, ¿habría regresado a casa?
Michael conocía la respuesta a eso.
Y por primera vez en nueve años, reconoció que también era culpa suya.
La dejó ir.
Así que, no fue él quien la metió en su auto y la llevó a casa porque sabía
que no había nada que pudiera decir para hacerla cambiar de opinión.
Cerró los ojos, y allí estaba ella. Podía oír sus jadeos entrecortados, sentir
su piel bajo sus dedos. Estar con ella, moverse dentro de ella, sentirla a su
alrededor, fue el mejor momento de su vida. No solo fue un sexo fantástico. Fue
fenomenal porque fue ella. Porque tuvo a Dahlia.
Y quería que él la dejara ir otra vez.
Los ojos de Michael se abrieron de golpe, y miró enojado el espacio vacío
a su alrededor. Las circunstancias con Dahlia nunca habían sido fáciles. Había
sido un drama largo durante once malditos años. Aun así, no podía decir que
alguna vez se sintió más vivo que cuando ella estaba con él. Lo despertaba de una
manera difícil de explicar.
Sabía cómo sería su vida sin Dahlia. Paredes desnudas, un trabajo difícil en
una ciudad difícil y más paredes jodidamente desnudas. ¿La vida con Dahlia? Oh,
sabía que al principio no sería fácil, pero recordó cómo era entre ellos antes de
que todo se fuera al infierno. Muchas risas, mucho afecto. Y nunca sintiéndose
solo. Ella le había hecho sentir que ya no estaba solo.
Se había sentido como en casa.
Michael quería recuperar eso.
La determinación eliminó el cansancio que había estado sintiendo.
Parecía que tenía que hacer algunas llamadas.
Porque no había forma de que dejara que Dahlia McGuire se le escapara
de los dedos por segunda vez.

18
Dahlia

T
ras unas horas de sueño inquieto, y por inquieto, me refiero a un
sueño plagado de sueños con Michael, me reuní con mi familia y
Bailey en la sala de estar esa tarde. Mi mejor amiga estaba llena de
preguntas sobre lo que había sucedido, y le prometí contárselo todo cuando
viajáramos a casa.
—Lo siento —dijo Bailey—. Pensé que estábamos haciendo algo bueno.
—Creo que lo fue —le aseguré.
—Y para que lo sepas, Nina solo es una conocida. Es gay. —Un pequeño
rubor cubrió la parte superior de las mejillas de Bailey.
—Quería un poco de cereza, ¿verdad? —bromeé.
—De alguna manera, se perdió la roca gigantesca en mi dedo y me hizo
proposiciones. —Me lanzó una mirada perpleja—. Soy popular en Boston. Solo
digamos que, Nina no se anda con rodeos.
Abrí la boca para abalanzarme sobre eso.
Ella sacudió su cabeza.
—No lo hagas.
Esforzándonos para no reírnos, nos acomodamos con los bocadillos que
papá había preparado antes de la cena. La televisión estaba encendida de fondo
con el juego posterior. Solo nos sentamos, comiendo bocadillos y charlando.
Nadie mencionó a Michael ni la noche anterior, y mis sobrinos saltaron de un
familiar a otro en busca de atención.
Davina nos estaba contando a Bailey, Astrid, Krista y a mí sobre ese colega
asqueroso en su trabajo que intentaba socavarla constantemente, y yo estaba
vagamente consciente de que papá y Dermot interrogaban a Darragh sobre las
entradas que podría conseguir para la próxima temporada de béisbol.
Fue el jadeo de Bailey, sus ojos en la televisión, lo que me sacó de nuestra
conversación. Se lanzó sobre mí en busca del control en la mesita de café y lo
apuntó a la televisión. La noticia inundó la habitación, y leí el cartel de noticias a
lo largo de la pantalla: EL DIRECTOR OLIVER FROST ES ENCONTRADO MUERTO.
—Las fuentes dicen que Ivy Green, su prometida y guionista, encontró su
cuerpo esta mañana temprano —transmitió el presentador de noticias, y mi
corazón se hundió. Miré preocupada a Bailey, quien estaba pálida viendo las
noticias—. Circulan informes de que Frost ha muerto por una sobredosis de
drogas, aunque las autoridades aún no han confirmado la causa de la muerte.
—¿Ese no es el tipo que hizo esa película sobre los chicos de Boston?
¿Sabes, el de los hermanos adoptivos que persiguen a los tipos que mataron a
uno de sus hijos? Dermot preguntó Dermot a la habitación.
—Sí, es él. —Bailey se volvió hacia mí—. Tenemos que irnos a casa.
Puse una mano sobre su brazo.
—Nuestro vuelo sale temprano mañana. Y de todos modos, no hay nada
que podamos hacer ahora mismo. Lo siento, Bails.
—¿Qué me estoy perdiendo? —La frente de papá se arrugó con
preocupación.
—Ivy es amiga de Bailey —respondí—. Fueron mejores amigas mientras
crecían. ¿Me has oído hablar de Iris e Ira? Ivy es su hija.
Papá asintió.
—Recuerdo que mencionaste que su hija estaba en Hollywood.
—Espera, ¿qué? —preguntó Davina.
—Iris e Ira Green son dueños de la pizzería en el paseo marítimo —
expliqué—. Son buenos amigos nuestros. Y Bailey creció con su hija, Ivy. Quién
está… estaba comprometida con Oliver Frost.
—Oh, guau. —Astrid palmeó a Bailey en el hombro—. Lo siento.
Bailey le dedicó una sonrisa dolida, luego se volvió hacia mí.
—Voy a llamar a Vaughn para más información.
—Por supuesto.



La noticia ensombreció mi última noche en Boston. Podía sentir la
preocupación de Bailey a pesar de que pegó una sonrisa y trató de entablar una
conversación en la mesa. Vaughn no tenía muchas noticias para ella; aun así,
prometió pasar por la casa de Iris e Ira para averiguar más.
Después del postre, Vaughn llamó y le dijo a Bailey que Iris e Ira volarían
a California para estar con Ivy. Le había transmitido las palabras de apoyo de
Bailey, pero sabía que eso no era suficiente para ella. Quería estar ahí para ellos
de cualquier forma que pudiera.
Su cavilación interior se detuvo cuando mi familia se fue. Levi y Leo
estaban cansados, y ya era su hora de dormir.
Mi corazón estaba a punto de estallar cuando recibí abrazos de ambos, y
Leo me preguntó si podía ir a quedarse conmigo. Por supuesto, dije que era
bienvenido en cualquier momento, y estaba emocionada que Darragh y Krista
dejarían que mis sobrinos se quedaran conmigo en algún momento. Había
pasado solo unas pocas semanas con los chicos, pero era asombroso lo rápido
que me había enamorado de ellos. Los extrañaría.
Krista me abrazó, me besó en la mejilla y susurró entre lágrimas lo feliz
que estaba de tenerme de regreso y que me vería pronto. Sin embargo, fue
Darragh quien casi me hizo llorar. Sobre todo porque no dijo nada. Me abrazó,
con fuerza, su barbilla apoyada en la parte superior de mi cabeza, y no me
soltaba. Krista le murmuró sobre los niños, y él se apartó de mala gana.
—Hasta pronto, pequeña. —Me dio un pequeño tirón debajo de la barbilla
como solía hacer cuando era niña.
Sonreí, “dándole mi hoyuelo”, como él lo llamaba.
Davina estaba enojada por mi partida.
—Será mejor que vuelvas en Navidad —me había ordenado con un tono
mordaz en su voz. Luego me envolvió rápidamente en un abrazo, y su respiración
se entrecortó cuando la aferré a su vez.
Ahogué más lágrimas.
Me despedí de Astrid y ella, y después me volví hacia Dermot.
Su abrazo no fue tan largo, pero fue brutalmente apretado.
—Te llamaré pronto —dijo—. Finalmente te tengo de vuelta para que me
aconsejes con las chicas.
Sonreí.
—Dermot, si aún estás saliendo con chicas, supongo que es parte de tu
problema.
—Listilla. —Golpeó mi hombro suavemente y luego se volvió hacia
Bailey—. En cuanto a ti, avísame si decides deshacerte de tu elegante hombre de
negocios.
Bailey le dio un abrazo rápido, pero cuando se apartó, respondió:
—Lo dudo.
Mi hermano se rio, le dio las buenas noches a papá, y bajó los escalones del
porche. Esperé a que entrara en su auto y se marchara antes de cerrar la puerta.
Despedirme era agotador emocionalmente. Sin embargo, era bueno saber
que esta vez no era permanente. Para nada. Por primera vez en muchos años, las
piezas que me faltaban encajaron en su lugar. Se ajustaron de manera diferente
que antes, pero aun así taparon el agujero en mi pecho.
Aún faltaban dos piezas más. Dos heridas.
Pero para aferrarme a la paz que mi familia me había traído estas últimas
semanas, ignoré esas piezas. Tiempo y distancia. Tal vez el tiempo y la distancia
curaría todas las heridas.
Al menos esta vez.



Nuestro vuelo salía temprano a la mañana siguiente y, como era habitual
en los vuelos tempranos, no pude dormir toda la noche, sabiendo que tenía que
levantarme en unas pocas horas. Acostada en la cama, fue demasiado fácil caer
en los recuerdos de la noche anterior. Sentir las manos y labios de Michael.
Recordar cómo fue cuando empujó dentro de mí. Me sonrojé caliente,
retorciéndome en mis sábanas de frustración. Estar con él fue una especie de
éxtasis que nunca sería capaz de explicar o comprender. También era una
adicción porque mientras estaba allí, me reprendía por no tomar más de él
cuando tuve la oportunidad.
Ahora nunca volvería a sentir eso con él.
Una hora antes de que sonara mi alarma, dejé a Bailey durmiendo en la
otra cama de invitados en la antigua habitación de mis hermanos y bajé a tomar
mi primer café del día. Tan pronto como bajé los últimos escalones, supe que mi
padre estaba despierto. La luz se filtraba desde la cocina. Papá siempre había
sido particular en apagar las luces cuando nos movíamos de una habitación a
otra y siempre se aseguraba de que todas las luces estuvieran apagadas por la
noche.
Cuando entré a la cocina, estaba sentado a la mesa, leyendo un periódico
con la mano apretada alrededor de una taza de café.
—¿No podías dormir?
Papá me dio una sonrisa cansada.
—Sabía que teníamos que levantarnos pronto. Mi reloj biológico me
despertó.
—Gracias de nuevo por llevarnos a Logan. Sabes que podríamos haber
llamado a un taxi. —Avancé por la cocina, sirviéndome café y agarrando un
bizcocho escocés que papá había comprado ayer. Lo había estado comprando en
la sección de importación británica en el supermercado desde que le envié
algunos después de mi viaje a Escocia hace unos años. Con los años, a medida que
el negocio mejoró, pude ser capaz de permitirme las vacaciones. Por lo general,
tomaba una al año, ya sea justo antes o después de la temporada de verano.
Bailey y yo habíamos ido de vacaciones juntas unas cuantas veces, pero estar sola
durante tanto tiempo me había hecho independiente. No me importaba viajar
sola, y había estado en lugares maravillosos. Me había enamorado de Escocia. Y
las galletas de mantequilla.
Ahora sabía que papá también lo había hecho. Ya teníamos galletas de
mantequilla en Massachusetts, pero nada tan bueno como las cosas importadas
que comía mientras esperaba a que sonara la cafetera.
—Quiero llevarte al aeropuerto.
—¿Trabajas esta noche?
—Sabes que lo hago. —Se reclinó en su silla—. ¿Quién te recogerá en
Filadelfia?
Nuestro vuelo era de poco más de una hora entre Boston y Filadelfia. No
había vuelos comerciales al pequeño aeropuerto de Wilmington, pero de todos
modos, Filadelfia estaba bastante cerca de Wilmington. No importaba qué,
estábamos ante un viaje de casi dos horas a Hartwell desde el aeropuerto.
—Vaughn.
Papá asintió.
—¿Es un hombre bueno? ¿Se merece a Bailey?
Sonreí, complacida de que toda mi familia pareciera tan embelesada con
mi mejor amiga.
—No estoy segura de que ningún hombre se merezca a alguien tan
especial como Bailey. Puedo decirte que Vaughn suele ser taciturno, sarcástico y
distante, pero tan pronto como ella entra en la habitación, él cambia. —Sacudí la
cabeza con asombro—. Es encantador y cariñoso, y la mira como si tuviera miedo
de que desaparezca. Además, no conduciría dos horas de ida y vuelta por
cualquiera.
Papá sonrió y asintió.
—Me alegra escucharlo. Es una chica buena.
Me senté a la mesa, café en mano, y empujé el plato de galletas de
mantequilla hacia él.
Papá enarcó una ceja.
—Eso no es exactamente un comienzo nutricional para la mañana.
Me encogí de hombros y tomé la pieza que no quería. Sacudió la cabeza,
pero su sonrisa estuvo llena de afecto.
Sin embargo, a medida que seguí estudiándolo, hizo que frunciera el ceño.
—¿Qué?
La preocupación me consumía. Sucedía cuando amabas a alguien tanto
como yo amaba a mi padre.
—No quiero irme hasta que sepa que estás bien. Bailey puede volver.
Podría quedarme.
Papá sacudió la cabeza.
—Dependes de los ingresos de ese festival de Acción de Gracias, y soy un
hombre adulto, campanita. No necesito una niñera.
—Papá, no lo digo por eso.
—Sé que no. Pero no es tu trabajo preocuparte por mí. Mi trabajo es
preocuparme por ti. —Su mirada fue aguda.
Respiré temblorosamente.
—¿Estás hablando de mamá o Michael?
—Ambos.
Me incliné hacia adelante, acunando mis manos alrededor de mi taza,
mirándolo directamente a los ojos para que reconociera mi sinceridad.
—He encontrado más paz con mamá desde que llegué a casa de lo que
podría haber esperado. ¿Nos perdonamos la una a la otra? No. ¿Nuestra relación
está hecha jirones? Sí. No es un resultado perfecto, y no pretendo ser indiferente
al respecto. Por supuesto que duele. Pero ahora la entiendo mejor y tener a todos
los demás de regreso ha hecho que sea más fácil dejar esa relación. Tal vez no
podría lidiar con eso tan bien como lo hago si no te tuviera. Si no te hubiera
tenido siempre. —Un brillo feliz iluminó mis ojos—. ¿Alguna vez te he dicho lo
mucho que te adoro?
Los ojos de mi propio papá brillaron.
—Nunca tienes que hacerlo. Lo siento. —Se acercó, envolvió su mano
alrededor de mi muñeca y apretó un poco—. Sabes que te amo más que a mi vida,
campanita.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas, y solté una risa avergonzada.
—Juro que las compuertas parecen haberse abierto y no puedo cerrarlas.
En lugar de sonreír, papá frunció el ceño.
—Aún estoy preocupado por ti.
Limpié mis lágrimas con mi mano libre.
—¿Por Michael?
—Por la forma en que te encontré vagando por las calles de Chelsea en las
primeras horas de la mañana donde cualquier cosa podría haberte sucedido, y
parecías ajena a tu entorno. Por suerte para ti, Michael te estaba siguiendo y me
llamó para decirme dónde estabas.
Lo miré boquiabierta, conmocionada.
—¿Él me siguió?
—Se preocupa por ti, sin importar lo que esté pasando entre ustedes. No
dejaría que te pasara nada. Lo que no cambia que lo que hiciste fue una estupidez.
Al escuchar el tono mordaz su voz, comprendí que mi padre estaba un
poco cabreado por eso y lo había estado conteniendo. Me distrajo de la idea de
Michael cuidándome desde la distancia.
—Papá, lo siento. Todo lo que parezco hacer es preocuparte.
—Soy padre. —Sus ojos se ensombrecieron de dolor—. Quién ya ha
perdido a una hija. Créeme, podrías estar viviendo la vida más segura y feliz del
mundo, y aun así me preocuparía por ti.
Me dolió el corazón por él. Siempre era tan fuerte que, a veces olvidaba
que él también lidiaba todos los días con la pérdida de Dillon. Y era todos los días.
Lo sabía. El intenso dolor sofocante del duelo podía disminuir y atenuarse con el
paso de los años, pero nunca desaparecía. Especialmente, no para un padre. Sabía
que Dillon siempre estaba con mis padres.
—¿Estarás bien?
—Estaré bien —prometió, y supe que lo decía en serio.
—¿Crees…? —dudé, esperando no estar fuera de línea con mi siguiente
pregunta—. ¿Crees que podrías considerar tener citas? —Después de que
Darragh lo mencionó, lo pensé mucho. Decidí que sería una farsa si papá no salía
con alguien. Mis padres nos tuvieron jóvenes, de modo que mi padre solo tenía
cincuenta y tantos años, y definitivamente podía pasar por sus cuarenta y tantos.
Y era asombroso—. ¿Quizás conseguirte alguna jovencita sexy? —bromeé—. Y
por joven, me refiero a un máximo de veinte años más joven que tú.
Papá soltó una carcajada.
—¿Crees que una mujer de la edad de Darragh va a estar interesada en mí?
—Papá, no seas autocrítico. Sabes que te ves bien.
—¿Y estás defendiendo que salga con una mujer más joven? —preguntó
sonriendo.
—¡Sí! ¿Por qué no? He hecho lo de las citas. Después de años de citas
terribles con chicos de mi edad o más jóvenes, subí diez años y siguen siendo
idiotas. Papá, serás como una droga para las mujeres de la edad de Darragh.
Confía en mí.
Mi padre pareció divertido con esto, pero también pude ver las ruedas
girando en su cabeza, y sonreí para mis adentros. No estaba intentando abrir más
la brecha entre mi madre y él. No, solo quería que él fuera feliz. Tal vez saliendo
con alguien con menos problemas que Sorcha McGuire sería un cambio
bienvenido para él.
—¿Lo pensarás?
Me dio un asentimiento pequeño.
—Lo pensaré.
—Dermot puede introducirte a las aplicaciones de citas, pero hagas lo que
hagas, no sigas ningún consejo de él.
Él resopló.
—Dahlia, es mi hijo. Ya sé desconectarme cuando habla de mujeres.
Compartimos una risita, y casi pensé que me salí con la mía al cambiar de
tema. Muy ingenuo de mi parte.
—Entonces, ¿Michael? —preguntó abruptamente.
—Oh, papá.
—¿No quieres hablar de eso?
—No queda nada de qué hablar. Anoche nos quitamos mucho del pecho.
—Estudié mi taza, intentando no sonrojarme por lo mucho que “nos habíamos
quitado del pecho”—. Al final, aunque ambos tenemos una imagen más clara de
lo que sucedió, decidimos que hay demasiados problemas entre nosotros para
seguir adelante. Además, Michael vive aquí y yo vivo en Hartwell. La cuestión de
la larga distancia por encima de nuestros problemas es solo un desastre a punto
de explotar.
Papá no se molestó en preguntarme si pensaba en volver a Boston. Sabía
que amaba a mi familia, pero también sabía que era realmente feliz viviendo en
Hartwell, haciendo y vendiendo mis joyas.
—Lamento que no haya funcionado. Sabes que me preocupo por Michael.
Me gustaría que tuvieras a alguien como él en tu vida. Ya no me preocupa que
estés sola —se apresuró a decir—. Eres fuerte e independiente, y no podría estar
más orgulloso de ti. Solo quiero que encuentres a alguien.
—Prometo intentarlo si tú lo prometes.
Papá sonrió, su hoyuelo enmarcando su mejilla izquierda.
—Lo prometo.
Me levanté y lo abracé. Se aferró a mi brazo y se inclinó hacia mí cuando
besé su mejilla.
—No puedo esperar a Navidad. Es muy agradable estar emocionada por
volver a casa.
—Es muy bueno saber que volverás a casa.
Al escuchar la aspereza en su voz, abracé a mi papá con más fuerza.
En ese momento, no sentí nada más que paz, y respiré aún mejor que ayer.




PARTE II

19
Dahlia

Hartwell
Tres meses después

A
ún estaba oscuro cuando entré en la Posada Hart, el hermoso
edificio grande junto a mi tienda de regalos. Arquitectónicamente,
la posada de Bailey era similar a mi tienda. Ambas estaban
revestidas con tejas pintadas de blanco, y cada una tenía un porche. Sin embargo,
el porche de Bailey era envolvente y el mío no. La posada de Bailey también tenía
dos balcones en dos de las habitaciones de huéspedes en el frente con vistas al
Atlántico Norte, y había una plataforma con barandillas en el piso superior. La
posada era enorme en comparación con mi tienda de regalos, y mi lugar no era
pequeño.
Los días eran cortos en febrero, y el clima era frío. Estábamos a principios
de mes y todavía no habíamos podido superar los seis grados. Cerrando la puerta
con vidrieras detrás de mí, bloqueé el olor a aire salado del mar que tanto amaba
y no me sorprendió encontrar a Bailey en la recepción para saludarme. Solo
había alquilado dos habitaciones, pero se levantaba temprano y le gustaba estar
lista en caso de que sus huéspedes también lo hicieran.
—Los huéspedes aún están en la cama —dijo sin preámbulos.
—Pero el café está listo, ¿verdad? —A decir verdad, Emery hacía el mejor
café de la ciudad, pero su lugar aún no estaba abierto.
—Y Nicky está esta mañana en la cocina, así que tenemos pasteles, pasteles
y más pasteles.
Aunque Mona era la chef principal de la posada, Nicky era la chef
auxiliar/pastelera, y sus delicias eran para morirse. Gruñí.
—Sabes que he sido buena desde Navidad. No me tientes.
—Te ves genial —se burló.
—Lo dice la mujer que nunca parece ganar un kilo a pesar de que cumple
treinta y cinco este año. Se supone que tu metabolismo se ralentiza, ya sabes.
—Diría que la amargura suena mucho a envidia, pero sé que no puede ser
correcto considerando que mataría por tu figura.
Hice una mueca a medida que me sentaba en la mesa hacia la que Bailey
hizo un gesto. Éramos totalmente opuestas físicamente, y supuse que era cierto
lo que decían: siempre querías lo que no tenías.
—Bueno, engordé cinco kilos en Navidad. Papá me alimenta como si
estuviera intentando engordarme para todo el año.
—¿Pensé que habías dicho que habías perdido esos cinco kilos?
—Sí, en una limpieza. Y no quiero volver a recuperarlos. —Para mí, era
una batalla constante de equilibrio. Siempre había tenido curvas, pero nunca
había tenido un problema de peso en sí hasta que cumplí los treinta y ¡ya no
podía comer esa barra de chocolate extra sin que me hinchara el culo! Ahora era
un caso de no negarme las cosas, sino de ver que no me excediera.
Miré siniestramente el plato de mini pasteles que Bailey puso sobre la
mesa.
—Eso es simplemente cruel.
—Oh, cállate y come. —Se sentó y colocó nuestras tazas de café sobre la
mesa.
Tomé la que me ofreció y observé cómo cavó directamente en los pasteles.
Por lo general, mi oído estaría caliente por la charla incesante de mi mejor
amiga, pero Bailey había estado distraída durante semanas. Estaba preocupada
por Ivy.
—¿Hablaste últimamente con Ivy?
Hizo una mueca.
—Ivy aún está de ermitaña en casa de sus padres.
Después de que la policía cerró el caso de Oliver Frost como una
sobredosis de heroína, Iris e Ira empacaron a una Ivy emocionalmente destruida
y la trajeron a casa en Hartwell. Bailey estaba convencida de que había más en la
historia. Iris e Ira habían expresado sus preocupaciones durante los últimos años
sobre lo distante que Ivy se había vuelto con todos. Oliver nunca les había
gustado. Yo presumía que ellos sospechaban algún tipo de abuso, pero eso solo
era especulación de mi parte. Creo que Bailey tenía sospechas similares, pero
ninguna de las dos lo había dicho en voz alta. Nunca se sabía quién estaba
escuchando. Me encantaba Hartwell, pero era una ciudad pequeña y los rumores
se extendían como la pólvora.
Bailey frunció el ceño.
—¿Sabías que Ian Devlin les preguntó a los Green si estaban considerando
vender la pizzería para poder concentrarse en las necesidades de su hija?
¡Citación textual!
Hice un ruido de disgusto.
—Ese hombre es un buitre. Cada vez que a alguien le sucede algo
vagamente horrible, se lanza en picada para manipularlos cuando están
vulnerables.
—Es el diablo —decidió Bailey—. Estoy convencida de ello.
Quizás no estaba muy equivocada. Ian Devlin tuvo cuatro hijos y una hija.
Nadie había visto ni escuchado de Rebecca Devlin en unos años. Se había ido de
la ciudad por razones desconocidas y no había regresado.
No la culpaba. No la conocía bien, pero parecía ser una persona dulce, lo
que la convertiría en todo lo contrario de sus hermanos. Bueno, el Devlin más
joven, Jamie, solo tenía once años y, con suerte, no participaba en los planes
tortuosos de sus tres hermanos mayores y su padre.
Comimos en silencio durante un rato y luego Bailey dijo:
—Ese restaurante nuevo no podría abrir en peor momento para Iris e Ira.
Bailey se refería a la antigua tienda de regalos para turistas de George
Beckwith. Solía vender las tradicionales cosas turísticas de Hartwell que yo
consideraba en secreto basura. Sin embargo, los turistas querían tazas y
caramelos, llaveros, postales y todo ese asunto. Así que, cuando vendió su tienda
a un elegante chef francés que solía trabajar en Nueva York, incorporé los regalos
tradicionales a mi tienda.
Iris e Ira estuvieron preocupados cuando supieron que la propiedad del
paseo marítimo de George se estaba convirtiendo en un restaurante. Aunque no
había vislumbrado al propietario enigmático y chef, Bailey sí. Admitió a
regañadientes que era un hijo de puta atractivo. Su nombre era Sebastian
Mercier. Acababan de poner el letrero del restaurante, y se llamaba The
Boardwalk, lo cual decididamente no sonaba pretensioso. Todos pensábamos
que sería un lugar elegante que no encajaría, pero aparentemente, Mercier era
más inteligente que eso.
—Dijiste que será un restaurante de mariscos, langosta y todo eso. Eso no
afectará a Antonio’s. —Iris e Ira no eran italianos, pero hacían una buena comida
italiana en su pizzería.
—Lo será. —Bailey se encogió de hombros—. Cualquier otro restaurante
que abra en el paseo marítimo reducirá sus ganancias sin importar el estilo de
comida que sea. Las personas que no quieran salirse del paseo marítimo o
quieran una comida con vistas ahora tendrán opciones.
—Aún no creo que les impacte tanto como creen. No a todo el mundo le
gusta los mariscos. Casi todo el mundo ama la comida italiana.
—Mmm. Bueno, eso puede ser cierto, pero aun así están preocupados.
Todavía están estresados por eso además de preocuparse por Ivy. Lo último que
necesitan es que Devlin los acose.
No podía discutir con eso. Solo deseaba que pudiéramos hacer más para
evitar que Ian Devlin fuera un dolor en el trasero de esta ciudad.
Bailey gimió.
—Dios, soy una mala amiga. He estado tan distraída durante semanas que
ni siquiera he preguntado cómo estás.
Bailey había estado ansiosa por mi regreso a Boston para Navidad
considerando la forma en que dejé las cosas con mamá y Michael.
Afortunadamente, el viaje a casa transcurrió sin incidentes. Pasé todo mi tiempo
con mi familia. Pasamos una gran Navidad juntos. Nunca supe nada de mamá ni
de Michael. Lo primero fue algo bueno. Y sabía que esto último también lo era.
Simplemente era más difícil convencerme de eso. Le dije que me dejara ir. Y lo
había hecho.
Era lo correcto.
—Estoy bien. —No le dije que todavía soñaba con Michael. Sudorosos
sueños calientes que me estaban volviendo loca de frustración y nostalgia.
—Jess y Emery dijeron que evitas hablar de eso. Sabes que no he dicho
nada de todo lo que pasó con tu familia. Sin embargo, te reiteraré que si no
quieres decírselo a Emery, considera hablar con Jess. Creo que ustedes dos
encontrarán que tienen mucho en común.
—Bailey, estoy avanzando. —No tenía la intención de sonar tan tajante. Le
di una sonrisa de disculpa—. Estoy avanzando, y estoy feliz. No quiero seguir
volviendo a ese lugar emocional y mentalmente. Estoy bien. Lo prometo.
Si no estaba convencida, no era mi problema y lo iba a ignorar.
Después de que me diera de comer y café para comenzar el día, aún tenía
tiempo antes de abrir la tienda. Mantenía horarios diferentes durante la
temporada baja debido a los días más cortos, lo que significaba que tenía más
tiempo para mí. Después de despedirme de Bailey, le hice prometer que me
llamaría si me necesitaba. En estos días no me necesitaba tanto. Tenía a Vaughn,
y estaba feliz por ella. Lo estaba. Sin embargo, no podía evitar pensar que tal vez
debería cumplir la promesa que le hice a mi padre e intentar activamente seguir
adelante y encontrar también a alguien en quien apoyarme. Quizás entonces
dejaría de soñar con el hombre que había dejado atrás.
Necesitando lo básico de la tienda de comestibles, hice un corto paseo
hasta Main Street, me envolví con mi abrigo de invierno para protegerme del
viento fuerte del océano y me detuve en Lanson's.
Estaba perdida en mis propias cavilaciones a medida que caminaba por los
pasillos con una canasta en la mano cuando escuché que alguien mencionaba al
sheriff. Las noticias relacionadas con el sheriff me hicieron aguzar los oídos,
alerta a cualquier mención de Jeff, así que giré un poco la cabeza y vi a Ellen
Luther hablando con Liv, la recepcionista de la consulta del médico donde
trabajaba Jess.
—¿Un detective? —Liv se quedó boquiabierta—. ¿Estás segura?
Ellen asintió, sus ojos iluminándose con la alegría de difundir noticias que
alguien aún no había escuchado.
—Así es. Ya conoces a Bridget, la recepcionista de la estación, bueno, ella
y yo tejemos por la noche una vez a la semana, y anoche me dijo que el sheriff
King ha contratado a un elegante detective de policía de Boston para dirigir la
División de Investigación Criminal del condado.
—¿Es por esos rumores de que está pasando algo curioso en el
departamento?
Ellen asintió con entusiasmo.
—Nadie lo está diciendo, pero tiene que ser por eso que han contratado a
este tipo. Bridget dice que es muy apuesto. Mucho. Su nombre es Matthew o
Michael algo. Oh Dios, me dijo su nombre. Me estoy volviendo tan olvidadiza.
Creo que era irlandés.
Mis oídos zumbaron con un torrente de sangre mientras me alejaba del
chisme más grande en Hartwell y su audiencia ansiosa. Negué con la cabeza,
sintiendo que me temblaban las rodillas.
No.
Dejé caer mi canasta, sintiendo que se me revolvía el estómago. No lo
haría. Simplemente era una coincidencia. No lo haría.
Me dejó ir.
Saliendo apresuradamente de la tienda de comestibles, aspiré una
bocanada de aire frío del mar.
No fue suficiente.
Necesitaba saber.
Rebuscando en mi bolso, saqué mi teléfono con dedos temblorosos y me
desplacé a través de mis contactos hasta Michael. Dermot me había enviado un
mensaje de texto con su número poco después de que dejara Boston en Acción
de Gracias, y aunque le dije a mi hermano que lo iba a borrar, nunca lo hice. Al
presionar el botón de llamada, sentí unas náuseas esperando a que Michael
contestara. Escuché el clic y me quedé sin aliento.
—¿Hola?
Mis ojos se cerraron con fuerza ante el sonido de su voz, el profundo
retumbar precioso de ella en mi oído. Solo esa palabra hizo que mis mejillas se
sonrojaran y mi corazón latiera con fuerza.
—¿Hola? —repitió.
—¿Michael?
Vaciló un segundo.
—¿Dahlia?
Miré calle arriba hacia el océano sintiéndome estúpida por llamarlo. Por
supuesto, no había aceptado un trabajo en Hartwell. ¡Ahora pensaría que estaba
loca!
—¿Llamaste por alguna razón? —Su pregunta fue interrumpida por el
viento silbando a través de nuestra conexión, pero entendí la esencia.
—¿Qué estás haciendo ahora mismo? —solté.
Soltó una carcajada como si no pudiera creer que lo había llamado para
preguntarle al azar lo que estaba haciendo. Y no lo culpaba por su incredulidad.
—Estoy a punto de empezar a trabajar.
—Pensé que estabas en el turno nocturno. —Esa sospecha volvió a surgir
una vez más—. ¿En dónde estás a punto de empezar a trabajar?
Se quedó callado, y luego escuché, claro como el día, no a través del
teléfono, sino detrás de mí:
—En Hartwell.
El aliento salió de mi cuerpo, y me quedé paralizada por un momento,
temiendo darme la vuelta. Podía sentirlo a mi alrededor. Y como los imanes que
éramos, me vi obligada a moverme, a girarme, a enfrentarme a él.
Se veía tan hermoso como lo recordaba.
La única diferencia era su rostro sin afeitar, su cabello era un poco más
largo y llevaba un abrigo más cálido que el que usaría en Boston. Sin embargo, lo
mantenía abierto con un pañuelo negro envuelto alrededor de su cuello. Pude
ver la placa de policía sujeta al cinturón entre sus jeans oscuros.
Oh, Dios mío.
Di un paso involuntario hacia él.
—¿Michael?
Sus ojos estaban ensombrecidos por un millón de emociones.
—Perdona que haya tardado tanto. Desarraigar tu vida lleva más tiempo
de lo que pensarías.
Negué con la cabeza, completamente desconcertada.
—¿De qué estás hablando?
Una sonrisa tiró de las comisuras de su boca.
—Me dejaste otra vez. Pero esta vez no te dejaré ir.

20
Dahlia

M
iedo, indignación, confusión, pánico.
Todo se erizó a través de mí a medida que avanzaba
enfurecida por Main Street hacia el paseo marítimo. El brazo
de Michael rozó el mío mientras caminaba a mi lado. Era
frustrante que mis pasos rápidos fueran igualados por los de él, más largos y
lentos.
—Dahlia, háblame. —Su voz era tan tranquila como sus pasos.
—No puedo. Temo que voy a gritar.
—Entonces, grita.
No lo hice. Aceleré.
—Oh, por el amor de Dios. —Me agarró del brazo y me detuvo junto al
quiosco de música en lo alto de la calle. Había amanecido del todo y plenamente,
y la gente se dirigía al trabajo. No estábamos solos y no quería provocar una
escena—. Háblame.
Comprendiendo que, si este hombre estaba lo suficientemente decidido
como para desarraigar toda su maldita vida (¡oh, Dios mío, ni siquiera podía
pensar en eso!), entonces era lo suficientemente terco como para seguirme hasta
que hablara.
—Aquí no. —Arranqué mi mano fuera de su agarre—. ¡Y no me toques, no
me toques!
Una sonrisa curvó las comisuras de su boca, y entrecerré los ojos. ¡Por
favor, díganme que no encontraba divertido esto! Si encontraba algo
remotamente divertido en esto, lo mataría.
Me giré con un gruñido de molestia, y marché hacia el camino del paseo
marítimo que llevaría a mi tienda de regalos. Michael volvió a ponerse a mi lado
con facilidad.
Odiaba lo viva que me sentía. La verdad era que debí haber estado
caminando sonámbula durante todo este tiempo porque cada vez que Michael
aparecía, de repente me despertaba del todo. Mi piel se estremecía, mi corazón
aceleraba, y sin importar cómo me sintiera hacia él en ese momento, siempre
había un zumbido de anticipación en el aire.
¡Maldito sea!
Afortunadamente, mis manos no temblaron mucho cuando abrí la puerta
principal de mi tienda. Encendí las luces y cerré la puerta detrás de Michael
cuando entró. Los tacones de mis botas con cuña hicieron un suave sonido sordo
a través de las tablas del suelo pintadas de azul, pero los pasos de Michael
resonaron con fuerza mientras deambulaba por la tienda. Cuando sus pasos se
detuvieron, me volví en la puerta que conducía a mi taller. Estaba mirando
fijamente una de mis vitrinas altas de vidrio donde estaban mis joyas anidadas
en bandejas de terciopelo negro.
Cuando se inclinó hacia ella para tener un mejor vistazo, mi respiración se
enganchó. Se quedó mirando un rato y luego levantó la cabeza con asombro.
—¿Hiciste estos?
El orgullo provocó que un torrente de sangre caliente me subiera a las
mejillas. Asentí.
La mirada de Michael se volvió tierna. Su expresión me desarmó.
—Dahlia, son hermosos.
La emoción espesó mi garganta, y susurré mi agradecimiento. Enojada por
su comportamiento y mi reacción al mismo, me di la vuelta y desaparecí en mi
taller de trabajo.
Me quité el abrigo, después de encender las luces brillantes del techo:
necesarias ya que apenas se filtraba luz natural a través de las ventanas
superficiales a lo largo de la parte superior de la pared del fondo. Escuché a
Michael acercarse y lo sentí detenerse en la puerta de la habitación. Ni siquiera
pasaron unos segundos antes de que mi mirada se volviera involuntariamente
hacia él. Se alzaba, con los pies plantados firmemente, los brazos casualmente a
los costados a medida que observaba mi espacio de trabajo.
Había dos bancos largos en medio de la habitación. Uno tenía mi último
diseño perfectamente colocado junto con mi bloc de notas y dibujos. El otro
banco tenía los materiales que necesitaba para la pieza actual que estaba
haciendo. A lo largo de la pared del fondo había armarios que contenían la
plétora de herramientas que había reunido a lo largo de los años. En la pared del
fondo estaban las cajas fuertes que contenían mi suministro de metales y piedras
preciosas y semipreciosas.
En el lado de la habitación donde me encontraba había estanterías llenas
de material de arriba abajo. Había una puerta en la parte de atrás que conducía
al baño y a una cocina pequeña.
Michael se acercó al banco más cercano a él y estudió mis herramientas de
trabajo.
—¿Qué es esto?
¿En serio? ¿Quería hablar de mi trabajo?
Lo fulminé con la mirada.
Se encogió de hombros.
—Compláceme. No sé nada sobre cómo haces lo que haces.
Reconociendo ese pequeño brillo en sus ojos, supuse que estaba
procrastinando por una razón. Pensaba que, si me tomaba el tiempo de mostrarle
mis malditas herramientas, perdería parte de mi agitación. Crucé la habitación y
caminé por el lado opuesto del banco.
—Un soplete —espeté mientras lo golpeaba.
Michael sonrió.
—¿Usado para?
Esa sonrisa provocó un aleteo bajo en mi vientre.
—Para el proceso de recocido. Utilizo el soplete para ablandar el metal,
para poder manipularlo.
—¿Y lo manipulas con?
—Sé lo que estás haciendo.
—Dahlia. —Hizo un gesto hacia las herramientas—. Estoy realmente
interesado. Tus joyas son increíbles. Quiero saber cómo lo haces.
Retorciéndome ante el cumplido, miré las herramientas. ¿Por qué no
complacerlo? Llevarlo a una sensación falsa de seguridad. ¡Y luego patearle el
trasero por desarraigar su vida y seguirme a Hartwell!
Exhalé lentamente, hirviendo, sin querer que él viera lo mucho que podía
molestarme. Creo que de todos modos lo sabía. Bastardo.
Toqué el pulsador y el rodillo del bisel. Parecían como el pomo de una
puerta antes de que se encajaran en la puerta.
—Estos me ayudan a empujar y enrollar las piedras en su engaste: biselar,
engastar, incrustar, perlar y bruñir. Esos son los diferentes tipos de entornos. —
Tomé mi bruñidor, que casi parecía un cuchillo quirúrgico, excepto que el mío
tenía un mango de esmalte—. El bruñidor. Es como una especie de pelador.
Cuando insertas la piedra, a veces hay un espacio entre el metal y ella. El bruñidor
pule y pela hasta que no queda espacio.
Comprobé si Michael estaba prestando atención. Lo hacía. Sus ojos
vagaron entre la herramienta y mi cara, y asintió para que continuara. Cuando
nuestras miradas se encontraron, estaba tan cerca de él que podía ver la caoba
en sus ojos. Desde la distancia, los iris de Michael parecían casi negros. Cuando
estaba enojado, juro que se volvían de ese color. Pero bajo las luces brillantes de
mi taller de trabajo, eran de un marrón rojizo oscuro. Un anillo de color marrón
tan oscuro que parecía negro rodeaba la caoba de su iris interior, mientras que
pequeñas motas de color marrón oscuro creaban un círculo interior alrededor
de su pupila.
Sus pestañas no eran largas, pero eran gruesas. Si no fuera por su cabello
rubio oscuro, que milagrosamente había heredado de su madre en lugar de los
rizos oscuros de su padre, esos ojos y su piel bronceada natural lo habrían
convertido en la viva imagen de su padre. Pero no solo era el cabello lo que
diferenciaba a los dos hombres. Michael tenía los ojos más cálidos que jamás
hubiera visto.
Eran hermosos.
Él era hermoso.
Sintiendo otro rubor calentar mi piel, dejé el bruñidor y alcancé las pinzas.
—Son lo que parecen. Pinzas. Para manipular las piedras y la plata. Uso
plata principalmente. —Pasé por las otras herramientas—. Martillos para
martillar la plata. —Toqué una losa poco profunda de metal cuadrado y la pieza
de metal de forma extraña al lado—. Estacas. Las uso para dar forma al metal. —
Hice un gesto hacia la estantería sobre mi gabinete de herramientas donde
guardaba mis estacas—. Las tengo en todas las formas y tamaños.
—¿Y estos? —Michael señaló varias piezas largas y cilíndricas de metal.
Algunos eran redondos y otros ovalados, todos de diferentes anchos.
—Esos son mandriles de anillos y brazaletes. Eliges el ancho que deseas
según el tamaño de anillo o brazalete que estés haciendo, y puedes darle forma
alrededor del mandril. —Dejé el mandril que había recogido y miré a Michael a
la cara—. Ahora hemos terminado con el tutorial… ¿quieres decirme qué diablos
estás haciendo aquí?
Se levantó del banco y deambuló de una manera que sabía que me
cabrearía.
—¿Por qué todo el lugar huele a coco?
Te juro que gruñí.
—¿Y bien?
—Porque a veces oxido el metal y huele a azufre, así que uso difusores de
coco —respondí con los dientes apretados.
Él asintió, pasando sus dedos por mis gabinetes.
—Dahlia, esto es increíble.
¡Deja de intentar ablandarme!
—Michael. —Di un paso hacia él, esperando que escuchara la alarma
genuina en mi voz.
Lo hizo. Michael se volvió hacia mí, su expresión cuidadosamente neutral.
—Dahlia.
—Por favor, dime que no renunciaste a tu trabajo en la policía de Boston
y viniste a “nada-nunca-pasa-aquí-en-Hartwell” por mí.
—No puedo decirte eso.
—Oh, Dios mío. —Pasé mis manos por mi cabello, dándome la vuelta con
irritación. ¿En qué estaba pensando? Con toda la mierda ya entre nosotros, ahora
terminaría resentido conmigo aún más—. Este lugar puede ser técnicamente una
ciudad, pero es pequeño. —Me di la vuelta, con los ojos muy abiertos,
sintiéndome frenética, desesperada, en pánico por él—. Tiene una mentalidad de
pueblo pequeño, y aquí no pasa nada. No puedes renunciar a tu carrera como
detective en Boston para estar aquí por mí. ¡Y no porque sea una locura hacer eso
por cualquiera, sino porque somos un desastre!
El rostro de Michael se endureció y dio un paso hacia mí.
—Uno: trabajo para el departamento del sheriff, por lo que cubre todo el
condado, no solo Hartwell. Dos: tres meses. Durante tres meses, me he quedado
despierto en la cama por las noches y he extrañado cada jodido centímetro de ti.
—Respiré profundamente, sintiendo una mezcla complicada de júbilo y
desolación—. Nuestra noche juntos hace tres meses fue la primera vez en nueve
años que he sido verdaderamente feliz. Hasta que te marchaste otra vez.
—Pero estuviste de acuerdo. No dijiste nada, así que asumí que estabas de
acuerdo en que hay demasiado dolor, demasiada historia entre nosotros.
—No. Me di cuenta de que no había nada que pudiera decir para hacerte
creer que no cometería los mismos errores que cometí hace tantos años. Tenía
que hacer algo que te hiciera creer.
Me alejé de él, sacudiendo mi cabeza.
—No renuncias a todo. Eso es una locura.
—¿A qué estaba renunciando? Boston me estaba hastiando mucho antes
de que volvieras, Dahlia. Trabajando por las noches, volviendo a casa a ese
apartamento vacío, casi nunca viendo a mi mamá ahora que mi papá está
jubilado. Había perdido a la mayoría de los amigos que tenía porque la mayoría
de ellos se encontraban en el lado equivocado de la ley y pensaban que era un
vendido. Mis amigos más cercanos son tu familia. Y solo me acerqué a ellos
porque eran tu familia.
»Cuando te fuiste, me puse en contacto con la oficina del sheriff aquí, y
hablé con Jeff King. Lo consideré el destino cuando me dijo que necesitaba un
detective con experiencia. —Afortunadamente se detuvo cuando todavía había
suficiente espacio entre nosotros para permitirme respirar—. No considero
mudarme aquí como renunciar a algo. Por primera vez, no estoy renunciando a
lo que importa.
¡No, no, no! Que él estuviera aquí era… ¡no!
Michael me tentaría todos los días con su maldita presencia. ¿Cómo podría
luchar contra mis sentimientos por él cuando estaría aquí todo el tiempo? Y
tendría que luchar contra mis emociones. Tenía que hacerlo.
—Dime que me amas —dijo.
Mis ojos se levantaron del suelo para mirar fijamente a los suyos. Estaban
llenos de amor, deseo y todo lo que siempre había querido mirar. Cuando era
más joven. Antes de que todo se volviera una mierda. Las lágrimas brillaron en
mis ojos porque no podía decir esas palabras. Esas palabras lo cambiarían todo.
Un músculo en su mandíbula se crispó.
—Bien —espetó—. Me iré. Si me dices que no me amas.
El horror me llenó.
No.
Intenté obligar a las palabras a materializarse de la nada. Dejar que la
mentira saliera de mi lengua. Sin embargo, incluso sabiendo lo que estaba en
juego, no pude forzar físicamente las palabras. Eran como papel de lija contra el
interior de mi garganta.
La ira en los ojos de Michael se disipó ante todo lo que vio en mí. La
confusión y el afecto reemplazaron su decepción, y me congelé cuando cruzó la
distancia entre nosotros. Manteniéndome quieta, se me cortó el aliento y mi
vientre se agitó cuando Michael inclinó su cabeza hacia la mía. Su oscura colonia
picante me envolvió, y cerré los ojos por su impacto.
Un escalofrío hizo que se me erizaran los pelos de la nuca mientras me
susurraba al oído:
—Y por eso me quedo.
Con un estremecimiento de nostalgia, lo sentí alejarse y mis ojos se
abrieron automáticamente para seguir sus movimientos, hambrientos de verlo.
Me dio una suave sonrisa cómplice y se retiró.
—Tengo que ir a trabajar. No puedo llegar tarde a mi primer día de trabajo.
—Y luego se fue.
Escuché el sonido de sus pasos avanzando a través de mis tablas del piso,
el sonido del timbre sobre mi puerta cuando la abrió, y el suave clic cerrándose
detrás de él.
Santa mierda.
Oh, mierda, estaba en un gran problema.
Buscando mi bolso, saqué mi celular y marqué el número de Bailey.
—¿Qué pasa? —respondió después de unos timbres.
—Michael está aquí. —Jadeé sin aliento—. Aceptó un trabajo aquí. Mierda.
Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda…
—Voy en un minuto. —Colgó.
Aún estaba de pie, respirando con dificultad cuando escuché que la puerta
principal de mi tienda se abría unos minutos más tarde.
Y luego Bailey estaba allí, parada en mi puerta, sus ojos verdes grandes por
la preocupación.
—Mierda —susurré.

21
Michael

Q ue Dahlia no hubiera saltado a sus brazos tan pronto como se dio


cuenta de que se había mudado a Hartwell por ellos no sorprendió a
Michael. ¿Habría sido bueno? Demonios, sí. ¿Realista? No tanto.
Michael sabía que necesitaba darle a Dahlia algo de tiempo para adaptarse a la
idea de que él estuviera en Hartwell antes de buscar con determinación una
relación con ella. No mucho tiempo. Pero algo.
Y a juzgar por los comentarios enigmáticos que había hecho su jefe nuevo,
el sheriff Jeff King, cuando aceptó el puesto de jefe de la División de
Investigaciones Criminales del departamento, Michael tendría suficiente para
distraerlo de su impaciencia.
Michael caminó por Main Street desde la tienda de regalos de Dahlia. Había
llegado a la ciudad el viernes, tuvo una breve reunión con el sheriff, y luego se
instaló en su pequeño apartamento. Había buscado un lugar antes de que Jeff
incluso le ofreciera el trabajo y se había sentido frustrado por la mayor cantidad
de alquileres a corto plazo que a largo plazo. Tenía sentido al ser un balneario
popular, pero no menos preocupante.
Después de que aceptó el trabajo en el departamento del sheriff en
Hartwell, Michael estaba considerando en tomar un alquiler a corto plazo hasta
que pudiera encontrar algo permanente, a pesar de que consumiría sus ahorros.
Sin embargo, afortunadamente, Jeff le encontró un condominio en una
comunidad privada llamada Atlantic Village en las afueras de la ciudad. El césped
y los árboles alrededor de los tres conjuntos de edificios que albergaban los
condominios estaban impecablemente cuidados. Cada unidad tenía su propio
espacio de estacionamiento , y había un gimnasio privado, una piscina cubierta,
una guardería, una tienda de conveniencia, una tienda de alimentos saludables y
una cafetería. Aparentemente, había una lista de personas esperando para
alquilar allí, pero Jeff movió algunos hilos y la junta de la cooperativa estuvo feliz
de tener un detective de policía experimentado viviendo en el pueblo.
Así que, lo subieron en la lista. El apartamento era de una sola habitación,
y Michael se resistió a pagar los costos de alquiler exorbitantes. Tendría que
buscar en otra parte una solución a largo plazo, pero por ahora tendría que ser
suficiente.
Ayer había ido a la ciudad en busca de suministros. Habiendo visitado
Hartwell con su exesposa el verano pasado, había visto la mayor parte del centro
de la ciudad, de modo que no había razón para explorar. Pero quería
familiarizarse con la ciudad lo antes posible. A pesar de ser temporada baja, el
lugar estaba repleto de turistas llegando para el fin de semana.
Michael había encontrado un lugar para estacionar en lo alto de Main
Street y había salido al paseo marítimo. Sabía dónde estaba la tienda de Dahlia.
Se destacaba en el Google Maps, por lo que se paseó por las tablas familiares. El
edificio con sus tejas pintadas de blanco ligeramente desgastadas y el porche
tenía un diseño típico de Nueva Inglaterra. La Posada Hart se encontraba a su
lado, una versión más grande del edificio de Dahlia, y Michael se preguntó por su
dueña. Bailey. Quería conocer a la mujer que había salvado la vida de Dahlia en
más de un sentido. Quería agradecerle por estar allí cuando él no estaba.
Ese pensamiento hizo que se le revolviera el estómago por el
autorreproche. Volvió a mirar la tienda de Dahlia. Estaba abierta. Y ella estaba
adentro.
La necesidad de acudir a ella era abrumadora, pero no era el momento.
Encontraría el momento adecuado. En cambio, bebió de la vista de su lugar,
preguntándose cómo sería por dentro. Un letrero enorme sobre la puerta del
edificio proclamaba Tienda de Regalos Hart en una letra femenina. Se había
preguntado si Dahlia hizo el letrero por sí misma. Probablemente.
Desde donde estaba parado, podía ver los objetos de la ventana brillando
bajo el sol de febrero. Joyas. Probablemente las joyas de Dahlia. Haciendo a un
lado su curiosidad, Michael había vuelto por el paseo marítimo. El océano estaba
en calma y había mucha gente paseando por la arena blanda. Habiendo
encontrado a Dahlia, sabiendo que estaba a su alcance, Michael se había relajado
lo suficiente como para contemplar el resto del paseo marítimo.
No había cambiado mucho, excepto que ahora en realidad lo estaba
asimilando. Cuando había estado allí con Kiersten, había estado tan tenso y
ensimismado por su matrimonio fallido, que no había abierto los ojos a su
entorno.
Junto a la tienda de Dahlia había una tienda de golosinas y una sala de
juegos, y desde allí las tablas corrían a lo largo de la calle principal. Un gran
quiosco de música se encontraba en lo alto de Main Street. Michael había
recordado el quiosco de música; junto a él había una placa que hablaba de una
leyenda del pueblo sobre uno de los descendientes de la familia fundadora.
Michael se había detenido a mirar la placa. 1909. Eliza Hartwell. Entonces
se dio cuenta de que Eliza Hartwell debía de ser la antepasada de Bailey. La
historia decía que se enamoró de un trabajador siderúrgico llamado Jonas
Kellerman. Se le consideraba por debajo de Eliza en la posición social, y se les
prohibió casarse. En cambio, Eliza estaba comprometida con el hijo de un
hombre rico de negocios. En la víspera de su boda, Eliza, devastada, entró al
océano. Por casualidad, Jonas estaba en el paseo marítimo con amigos, vio a Eliza
y fue tras ella. La leyenda dice que la alcanzó, pero las olas los hundieron, y nunca
más se los volvió a ver.
Michael pensó que era una historia jodidamente deprimente, pero
Kiersten se había vuelto loca por ella. La placa decía además que el sacrificio de
Jonas por su amor creó magia. Durante generaciones, desde la muerte de Eliza y
Jonas, las personas nacidas en Hartwell que conocieron a sus esposos en las
tablas permanecieron enamoradas toda la vida. Les decía a los turistas que si
caminaban juntos por el paseo marítimo y estaban realmente enamorados,
duraría para siempre, sin importar las probabilidades.
Kiersten les hizo caminar por las tablas de la mano después de eso.
Por supuesto, minutos más tarde descubriría la existencia de Dahlia y se
daría cuenta de que Michael ya había conocido a la indicada años antes que ella.
Haciendo una mueca al recordarlo, Michael se dirigió hacia las tablas. Main
Street era lo suficientemente ancha para que los autos estacionara en el medio,
que era donde Michael había dejado su Honda, y a ambos lados había edificios
comerciales. Los árboles se alineaban en la calle, donde restaurantes, tiendas de
regalos, tiendas de ropa, lugares de comida rápida, spas, cafeterías, pubs y
mercados eran vecinos en el tipo de entorno turístico bien cuidado que
esperarías de un destino vacacional popular como Hartwell.
Michael había decidido comprar sus suministros en la tienda más tarde y
siguió avanzando por las tablas. Había pasado junto a la pequeña heladería y un
edificio al lado que no recordaba que parecía estar en remodelación y tenía una
gran señalización clásica a lo largo del techo que decía The Boardwalk. Una
pancarta en las ventanas tapadas les decía a todos: PRÓXIMAMENTE. Si Michael
tuviera que adivinar, diría que probablemente era un restaurante.
Junto a The Boardwalk había una tienda de surf, un restaurante italiano
llamado Antonio's, y luego el edificio más grande del paseo marítimo. Destacaba
de los edificios costeros al estilo Nueva Inglaterra que lo rodeaban por sus
austeras líneas limpias de paredes encaladas y mucho vidrio. No había ningún
letrero de neón en este edificio. Enormes letras de metal dorado de tres pisos de
alto deletreaban su nombre: Hotel Paradise Sands.
Michael miró hacia el edificio enorme. Había cenado en el hotel de cinco
estrellas con Kiersten, y su interior era tan moderno como su exterior. Sin
embargo, era más masculino en el exterior que en el interior, y de alguna manera
agregaba una cualidad a las tablas que funcionaba extrañamente. Al menos
Michael pensaba así.
Al final del paseo, Michael había notado el bar tradicional de aspecto
sencillo llamado Cooper's. Kiersten y él tomaron unas copas allí su primera
noche en Hartwell, y era su tipo de lugar. De bajo perfil y sin pretensiones. Junto
al bar, un poco más abajo en las tablas, estaba el lugar de su infame encuentro
con Dahlia el verano pasado. Librería y Cafetería Emery’s. Michael no podía
recordar mucho al respecto; todo lo que recordaba era haber visto a Dahlia
McGuire por primera vez en nueve años.
Michael, distraído, había regresado a Main Street, había comprado
artículos de primera necesidad como café, leche y pan en Lanson's Grocery y
había dado un paseo por la calle hasta la Municipalidad Hartwell. El atractivo
edificio de piedra arenisca albergaba el departamento del alguacil en su parte
trasera. Después de regresar a su auto, Michael no se había ido directamente a
casa. Antes de irse de Boston, había hecho algo que podría haber hecho años
atrás, pero no lo hizo. Decidiendo no arrepentirse de eso o nunca seguiría
adelante, Michael buscó en la base de datos del departamento de tráfico la
dirección actual de Dahlia.
Ya había puesto la dirección en su GPS, y lo llevaba fuera de la ciudad (pero
solo a siete minutos tentadores de su nuevo lugar) a una pequeña propiedad de
condominios junto a la autopista costera que conducía directamente a Main
Street. Dahlia estaba a quince minutos en auto de la playa, y los edificios de
apartamentos parecían aislados. Estaban bien mantenidos, y el área se veía
bastante agradable, rodeada de césped y árboles prolijos que ofrecían algo de
insonorización desde la autopista.
Sin embargo, a Michael no le había gustado lo lejos que estaba de la ciudad.
Aun así, le gustó lo cerca que estaba de su apartamento.
Mientras se sentaba fuera de su edificio, Michael se había dado cuenta de
que su comportamiento estaba casi al borde del acecho. Así que, se fue e hizo las
paces con la idea de acercarse a Dahlia una vez que tuviera un discurso listo.
Por supuesto, reflexionaba ahora a medida que caminaba hacia la entrada
del departamento del sheriff, que todo se había ido al infierno. Este pueblo era
más pequeño de lo que se había imaginado porque estaba claro que alguien había
mencionado su llegada a Dahlia.
Había estacionado su auto en la estación esa mañana y se dirigía a Main
Street para tomar un café antes de su turno cuando sonó su celular. Un número
desconocido. Entonces, escuchó la voz de Dahlia en su oído y mientras caminaba,
con el corazón latiendo con fuerza, escuchando su demanda de dónde estaba, la
vio.
De pie fuera de Lanson’s con un abrigo de lana azul de espaldas a él. No
necesitó ver su cara para saber que era ella. Michael reconocería a Dahlia a
kilómetros de distancia.
Sería difícil tomarse las cosas con calma con ella. Especialmente cuando lo
miraba como lo había hecho cuando le explicó sobre sus herramientas de
orfebrería. Ninguna mujer había mirado a Michael como lo hacía Dahlia. Como si
fuera el sol, la luna y todo lo que hay en el medio.
Algo la estaba reteniendo. Algo que ella no admitiría.
Con un suspiro fuerte, Michael entró en la estación, sin café y preparado
para aceptar la basura que generalmente se proporcionaba en una estación de
policía. La recepcionista de mediana edad que había conocido brevemente el
viernes le dedicó una sonrisa amplia cuando entró.
—Buenos días, detective —dijo alegremente.
Bridget. Su nombre es Bridget, recordó Michael.
—Buenos días, Bridget.
Ella le sonrió radiante, sus mejillas regordetas arrugándose con una
sonrisa bonita.
—El sheriff pidió verte a primera hora.
Asintió y avanzó por la estación limpia y diáfana. Había un par de oficiales
que lo saludaron con un asentimiento, que él devolvió antes de doblar la esquina
del pasillo hacia la oficina de Jeff. Más tarde se presentaría a los agentes y
oficiales. Michael era el único detective del departamento del sheriff. Teniendo
en cuenta que era el trabajo de un detective dar seguimiento a las investigaciones
criminales, esta información perturbó a Michael. Sin embargo, Hartwell era una
ciudad tranquila en un condado pequeño. A lo largo de los años se habían
producido crímenes graves de forma esporádica, pero el departamento del
sheriff solía unir fuerzas con el FBI en muchos de esos casos, de modo que
Michael podía revisar su investigación.
La última vez que Hartwell tuvo detectives en su departamento fue en la
década de 1990. Jeff le había dicho que Jaclyn Rose, la alcaldesa, y algunos de los
empresarios más ricos que formaban el ayuntamiento de Hartwell estarían
ansiosos por conocer al “misterioso detective bostoniano” que había contratado
para dirigir la División de Investigaciones Criminales.
¿Michael esperaba eso con ansias? No.
Llamó a la puerta de Jeff.
—Adelante.
Entró a grandes zancadas. A Michael le gustaba pensar que tenía buenos
instintos con la gente, y se había sentido cómodo con Jeff King. Le había
preguntado a Michael por qué quería trabajar en Hartwell, y había sido honesto
al decir que se mudaba aquí por su mujer. Jeff no lo había interrogado sobre eso
ni le había preguntado quién era la mujer, y Michael respetaba a un hombre que
respetaba la privacidad de otro hombre.
Jeff se paró detrás de su escritorio cuando Michael entró. Michael había
hecho su investigación sobre Jeff King. Sabía que era de Wilmington, había
conocido a su esposa en Hartwell, se mudó aquí a los veinte años cuando se
casaron y tomó un trabajo como ayudante. Sin embargo, solo unos años después
de casados, a la esposa de Jeff le diagnosticaron cáncer, y falleció. Michael sabía
que no se había vuelto a casar, pero aparte de eso, sabía poco sobre la vida
personal del hombre.
Michael sabía que Jeff había sido elegido sheriff por primera vez hace cinco
años y había ganado otras elecciones desde entonces. Estaba listo para la
reelección el próximo año.
Con casi dos metros, Jeff se elevaba sobre el metro ochenta de Michael
cuando rodeó el escritorio para estrechar su mano. Mientras que los agentes y
los oficiales vestían camisas color canela con la insignia del Departamento del
Sheriff de Hartwell bordada en cada manga, junto con pantalones caqui, el
uniforme del sheriff King era diferente. Llevaba una camisa y pantalones negros
con su placa de sheriff sujeta por encima del bolsillo izquierdo de la camisa en su
pecho.
Aunque Michael pesaba más que él en músculos, había un delgado borde
duro en el físico esbelto de Jeff. Poseía un aura de fuerza que Michael asumió era
de gran ayuda para asegurar a la gente de Hartwell de su capacidad.
Y Michael era un chico, pero no un chico tonto.
Jeff King era un cabrón apuesto, y Michael no tenía ninguna duda de que
eso ayudaba un poco cuando llegaba el momento de las elecciones.
—Bienvenido al primer día de trabajo —lo saludó Jeff.
No comentó sobre la falta de uniforme de Michael. El viernes por la noche,
Jeff había sacado el tema y, afortunadamente, decidió que Michael no usaría uno.
—No tengo que llevar uniforme —había dicho Jeff—. Es una ciudad
pequeña, un condado pequeño, la gente me conoce. Podría sujetar mi placa y
terminar con eso. Pero la mayoría de los días uso el uniforme porque tenemos
muchos turistas aquí y ya conoces el impacto psicológico del uniforme policial.
Michael asintió, temiendo la idea de ponerse esa mierda caliente de
poliéster después de años de ser un oficial de civil.
—No quiero que te pongas el uniforme. —Jeff lo había sorprendido—. Se
esparcirá rápidamente por aquí quién eres, y quiero que el hecho de que estés
de civil haga que algunas personas se sientan un poco fuera de lugar. En tu caso,
espero que te destaques. No eres uno de mis agentes. Eres mi detective. ¿Me
entiendes?
Michael asintió, pero no tenía muy claro por qué Jeff necesitaba hacer tal
declaración sobre tener un detective de la ciudad con experiencia en el
departamento.
Ahora Michael quería saber por qué.
—¿Qué hay en la agenda?
El sheriff señaló la lámpara de su escritorio.
—El año pasado encontré un dispositivo de escucha en esa lámpara.
Oh, mierda. Michael se tensó.
—¿Alguna pista?
Jeff asintió y se volvió hacia él, sus ojos azules duros.
—Necesito que atrapes a un policía corrupto.
Michael retrocedió bruscamente, sorprendido.
Y pensó que su trabajo sería la parte menos dramática de su transición a
Hartwell.

22
Dahlia

—V
amos a aclarar esto. —Jessica me miró por encima de
una taza de té caliente—. El nuevo detective de la
ciudad es un exnovio tuyo. El exnovio del que escapaste
de esta misma tienda el verano pasado. ¿Se ha divorciado recientemente,
volvieron a conectar en Boston, y ahora él renunció a su trabajo, tomó uno en
Hartwell y desarraigó toda su vida para estar contigo?
Al ver la curiosidad en su expresión, al escuchar la incredulidad en su voz
combinada con los románticos ojos de cachorro de Emery, gemí y me volví hacia
Bailey en busca de ayuda.
—Diles que es más complicado que eso.
—Es más complicado que eso.
Hice una mueca.
—Muy útil.
Levantó una ceja, lo que probablemente significaba que si quería que
nuestras amigas entendieran del todo la situación, entonces tenía que dejar de
ser tan reservada. Sin embargo, no estaba lista para exponer mi trágica historia.
Habían pasado cuatro días desde que Michael había aparecido y la ciudad estaba
alborotada con su llegada. No lo había visto desde el día en mi taller, pero no
podía escapar de su nombre en ningún lugar al que iba.
Me encogí de hombros hacia Jess en su lugar.
—Miren, digamos que hay mucha mala sangre y una historia dolorosa
entre Michael y yo. Me fui de Boston bajo la suposición de que íbamos a dejar el
uno al otro.
Emery ladeó la cabeza pensativa.
—Pero en realidad no quieres eso.
—Sí, lo hago. —Su comentario perspicaz me perturbó.
—No, no lo haces. —Su sonrisa fue de disculpa—. Cada vez que dices su
nombre, tu tono se suaviza y tienes esa mirada en tus ojos, como la forma en que
Bailey mira a Vaughn y Jess a Cooper.
Me di cuenta de que en toda su timidez tranquila, Emery se había
convertido en una observadora competente.
La sonrisa de suficiencia de Bailey decía: “Te lo dije”.
—No tienes que decirnos los detalles —dijo Jess, alcanzando una galleta—
. Lo sabes. Pero puedes ser honesta con nosotras sobre cómo te sientes. Michael
lo dejó todo para buscar una relación contigo. ¿Cómo te hace sentir eso?
—Suenas como una terapeuta —bromeé.
Estaba a punto de darle un mordisco a su galleta, pero se detuvo.
—¿Ves a un terapeuta?
—Solía hacerlo. De todos modos, ese no es el punto. El caso es que esto es
una locura. Nadie renuncia a toda su carrera como detective en Boston para
mudarse a ninguna parte de Hartwell por una mujer con la que han pasado
menos de cuarenta y ocho horas en los últimos nueve años.
—Deja de simplificarlo. —Bailey puso los ojos en blanco—.
Definitivamente lo estás simplificando. Si no quieres hablar de eso, no lo hagas.
Te amo, lo sabes. Pero no voy a formar parte en que te mientas a ti misma. No es
saludable.
La irritación me invadió, y las chicas se sumieron en un incómodo silencio
mientras Bailey y yo nos lanzábamos a un concurso de miradas. Una parte de mí
estaba molesta por su brusquedad, y la otra parte sabía que había nacido de su
preocupación por que estaba enterrando mi cabeza en la arena. Bastante
irritante, porque no estaba equivocada.
—Estoy en pánico, ¿de acuerdo? —Levanté las manos en señal de
derrota—. Tengo mis razones para pensar que Michael y yo no somos una buena
idea. Dejarlo en Boston, otra vez, fue una de las cosas más difíciles que he tenido
que hacer. Pero, ¡estaba intentando seguir adelante! Volvería a empezar a salir y
esta vez le daría una oportunidad real a una relación. Ahora ha vuelto. Y no puedo
negar que lo quiero. Quiero escalarlo cada vez que lo veo. La atracción física
extrema versus lo que sé es lo mejor para mí emocionalmente es agotador. Eso
es con lo que estoy lidiando aquí. Así que, sí, estoy en pánico porque no confío en
mí cuando estoy con él y él dejó en claro que me perseguirá.
Bailey pareció satisfecha.
—¿Fue tan difícil de admitir?
Le gruñí, y ella echó la cabeza hacia atrás con una risa encantada.
—¿Cuál es el plan? —continuó Jess—. ¿Necesitas que te ayudemos a
mantenerlos separados?
—No, no voy a arrastrarlas a esto. Solo lo evitaré.
—Bueno, ¿cómo se supone que debemos actuar con él? —preguntó
Emery—. ¿Nos gusta Michael o no nos gusta Michael?
Sonreí por su lealtad.
—Michael es un buen hombre. Actúa de la forma que quieras con él.
—Entonces, ¿sonrojarse y tartamudear?
Nos reímos de su autodesprecio.
—Eso me recuerda esas lecciones de hombres. —Los ojos de Bailey se
llenaron de emoción—. Tenemos que empezar con eso.
El año pasado, Bailey anunció que tenía la intención de darle lecciones a
Emery sobre cómo hablar con los hombres más fácilmente. Tanto Jess como yo
pudimos ver que la idea avergonzaba a Emery, pero cuando a Bailey se le metía
algo en la cabeza, era difícil disuadirla. Al ver el pánico de Emery, interrumpí:
—Tienes que planear una boda. No tienes tiempo para lecciones de
hombres.
La luz se atenuó en sus ojos.
—Esta boda me está matando. Todos tienen una opinión al respecto y una
solicitud. Ser descendiente de la familia fundadora suele ser bastante bueno. No
tanto si estás planeando tu boda.
—Exactamente mi punto. Las bodas son estresantes en situaciones
normales. La tuya será el mayor evento que se celebre en Hartwell en años, así
que no tienes tiempo para cosas adicionales.
Mi amiga asintió a regañadientes, y Emery me lanzó una sonrisa de
agradecimiento.
Jess comenzó a contarnos una historia divertida sobre ella y el perro de
Cooper, Louis, quien, a pesar de tener casi dos años, aún estaba en la etapa de
cachorro. Había descubierto una manera de abrir los cajones, y actualmente
estaba fascinado con la ropa interior de Cooper.
Mientras charlábamos, escuchamos el tintineo del timbre sobre la puerta,
pero antes de que Emery pudiera levantarse para comprobar quién había
entrado en su librería, se oyeron pasos ligeros subiendo las escaleras hacia
donde estábamos sentadas.
Era Kell Summers. Era pequeño, lindo, rubio y concejal. Sonrió cuando nos
vio.
—Escuché que las señoritas se habían congregado aquí. ¿Dónde estuvo mi
invitación? Saben que me gustan los buenos chismes.
Bailey le sonrió.
—¿Qué te trae a nuestra reunión de damas?
—El Carnaval de Invierno. —Juntó las manos con demasiado entusiasmo
para un jueves por la tarde.
Kell no solo era concejal, sino que también era el planificador oficial de
eventos de la ciudad. Eso significaba que, por más que lo queríamos, nos volvía
locos (y sabía de buena fuente que, también a su pareja Jake) varias veces al año.
Trabajaba en el vestuario para el desfile del Carnaval de Invierno según el tema
elegido para el año. Este año era un homenaje a Disney por alguna razón que solo
Kell entendía.
Aunque la mayoría de la gente alquilaba disfraces, a Kell le gustaba que los
participantes viajando en las dos carrozas del desfile usaran diseños originales.
Dos lugareñas hábiles con una máquina de coser, Annie y Bryn, habían
comenzado a trabajar conmigo en el vestuario hace unos meses. Sin embargo,
cuando solo faltaban dos semanas para el carnaval, recibimos ayuda de algunas
otras personas en la ciudad, incluyendo la pareja de Kell, Jake.
La sonrisa de Jess fue inquisitiva.
—Pensé que todos estábamos organizados para eso.
—Bueno, lo estábamos. —Kell me lanzó una amplia sonrisa avergonzada.
Gruñí.
—Oh no, ¿ahora qué?
—¿Sabes lo difícil que fue convencer al sheriff de que dejara participar a
algunos de sus agentes?
—Ajá. —Lo sabía. Cuatro de sus ayudantes me habían dicho que Jeff casi
les había prohibido ofrecerse como voluntarios para estar en una de las carrozas
que representaban a los servicios civiles de Hartwell. De todos modos lo habían
hecho y ahora todos eran personajes diferentes de Disney.
—Bueno, la agente Rawlins amenaza con retirarse a menos que la dejemos
vestirse como sus compañeros oficiales.
La molestia hormigueó bajo mi piel ante la demanda de Wendy.
—Kell, sus compañeros agentes están todos vestidos con trajes diferentes.
Y he pasado semanas trabajando en su disfraz de Hada Madrina.
—Lo sé, lo sé. —Hizo una mueca—. Pero todos los demás agentes son
personajes masculinos de Disney, como Wreck-It Ralph y Black Panther. Wendy
está frustrada de que le hayamos dado, y esta es una cita directa: “un disfraz de
niña debilucha”.
—¿Y no podría haber sacado a relucir eso antes?
Puso los ojos en blanco.
—¿No crees que hice la misma pregunta?
—Bueno, ¿quién quiere ser?
—Katniss de Los Juegos del Hambre.
—Kell, esa no es una película de Disney —interrumpió Bailey.
—Bailey, soy consciente de que no es Disney, pero si eso evita que la buena
agente me acorrale cada vez que tiene la oportunidad, entonces me alegra dejarlo
pasar.
Lo pensé un segundo y solté un suspiro pesado.
—Puedo armar ese disfraz con ropa que ya tenemos, y estoy bastante
segura de que el departamento de utilería del Teatro Atlantic tendrá un arco y
una flecha que podamos tomar prestados.
—¡Excelente! Sabía que lo lograrías. Además… —Kell le lanzó una mirada
a Emery—, mi Elsa de Frozen se ha enfermado de gripe. Si no está mejor para el
día del carnaval, necesitaremos un reemplazo.
Emery pareció hundirse aún más en su sillón, como si de alguna manera
pudiera desaparecer en él.
Mentí un poco, sintiéndome mal por ella.
—Emery mide un metro setenta y ocho, y es esbelta. Janey es una gimnasta
sólida de un metro sesenta y cinco. No sé si puedo alterar el disfraz.
Kell resopló.
—Puedes hacerlo. Emery es la Elsa perfecta.
Ella hizo una mueca.
—¿Pero no tienes a Janey en la carroza principal este año?
—Bueno, sí, pero ¿te imaginas cuánto más perfecto sería si fueras tú? —
Sus ojos se iluminaron ante la idea—. La dueña de nuestra librería etérea
liderando el desfile con tanta gracia.
—Y luego vomitando sobre los turistas al pasarlos por la calle —agregó
Bailey. Sacudió la cabeza hacia Kell—. No va a pasar.
Le dio a Emery una mirada de pesar y pareció decidir permanecer en
silencio sobre el tema.
Sonreí cuando el color volvió a las mejillas de Emery, pero luego dejé de
sonreír cuando los ojos de Kell regresaron a mí. Conocía esa expresión. Esa era
su expresión de “Tengo otro favor que pedir”.
—¿Qué?
—Estoy seguro de que todos han oído hablar del delicioso detective que
se ha unido a nuestro departamento del sheriff. Le he pedido al sheriff que
transmita mi invitación al buen detective para que participe en el desfile.
Mi corazón se saltó un latido.
—¿El detective Sullivan?
—¡Sí! —Kell se sentó en el brazo de la silla de Bailey—. Dios mío, ¿ya lo
has visto? Mantener mi profesionalismo a su alrededor es tan difícil. Es muy
masculino. Muy, muy, muy… —Suspiró soñadoramente—. Por supuesto, con ese
cuerpo suyo, será el perfecto Señor Increíble, y sabes que hemos estado luchando
por encontrar a alguien quien tome ese papel. Cruzo los dedos para que acepte,
así que prepárate para hacer el disfraz. Jake, Annie y Bryn se encargarán del
acabado del resto de los disfraces para que puedas trabajar en el nuevo disfraz
de Wendy y, obviamente, si el detective Sullivan dice que sí, en su disfraz.
Negué con la cabeza, presa del pánico ante la idea de tener que pasar
tiempo con Michael y tocarlo.
—No. Dos semanas no es suficiente.
Él frunció el ceño.
—Nunca te he visto rehuir un desafío.
—¿Un desafío? Kell, esto no es un desafío, esto es imposible.
—Dahlia, sabes que esa palabra no está en mi vocabulario —dijo con un
movimiento de su dedo.
Jess resopló a mi lado y le di una mirada asesina. Ella tomó un sorbo de su
té, pero escuché su risita ahogada.
—Kell —dije, intentando mantener mi impaciencia fuera de mi voz—,
Wendy es una cosa. Es pequeña, hay menos tela con la que trabajar. Pero Michael
tiene como un metro noventa y tiene la contextura de una maldita casa. Esa es
mucha licra. —Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, me pregunté
por qué demonios estaba entrando en pánico. Michael nunca aceptaría estar en
un desfile como un personaje de dibujos animados, ¡y mucho menos como uno
que usara licra! Me relajé.
Las cejas de Kell se elevaron hasta su frente.
—Tu acento de Boston se nota, junto con tu sorprendente familiaridad con
nuestro buen detective bostoniano.
Oh, diablos.
Bailey se tragó una sonrisa y miró a Emery, cuya boca temblaba
sospechosamente. Le dio a Jess una mirada furtiva y la encontró temblando de
risa silenciosa.
Traidoras.
Todas.
—Yo… eh… —Oh Dios, cualquier cosa que le dijera a Kell rodaría por la
ciudad como un reguero de pólvora, pero si Michael estaba decidido a
perseguirme, la gente lo descubriría pronto—. Sí, nos conocemos. No es gran
cosa.
Los ojos del concejal se iluminaron con este detalle nuevo, pero lo miré
con una expresión estoica. ¡No iba a conseguir ningún chisme de mi parte!
—Ya veo. —Se levantó—. Bueno, eso hará que los preparativos sean
menos incómodos.
—Kell…
—Dahlia, vas a hacer esto. Si necesitas ayuda, todo lo que tienes que hacer
es pedirla.
—o lo hará. —Me encogí de hombros—. Es imposible que lo haga.
—Bueno… —Kell me dio una sonrisa traviesa—: Dana Kellerman está
representando a Elastigirl.
La mención de Dana, la exesposa de Cooper, mató la tranquila diversión
de mis amigas. Dana no solo había engañado a Cooper cuando se casaron, sino
que también lo había engañado con su mejor amigo. Jack Devlin. Sí, el segundo
hijo menor de Devlin. Hace un tiempo, Jack había sido un buen tipo. Un capataz
de la construcción que no quería tener nada que ver con su padre ni con el
negocio familiar. Jack y Cooper habían sido mejores amigos toda su vida, más
como hermanos, hasta que Jack abandonó misteriosamente la construcción para
trabajar para su padre, y luego cometió la máxima traición al acostarse con Dana.
Ambos Jack y Dana se convirtieron en personas non gratas para todos nosotros.
Desafortunadamente, en un esfuerzo por recuperar los corazones de
Hartwell, la una vez popular belleza de la ciudad había comenzado a forzar su
presencia en los eventos. Primero el Festival de Tallado de Calabazas el pasado
mes de noviembre. Dana realizó una rifa benéfica para un hospital infantil. Ahora
el desfile. Su elección de ser Elastigirl sobre cualquiera de los otros personajes
que le habrían permitido vestirse como una princesa al principio me había
parecido extraño. Entonces me di cuenta de que tenía que mostrar su cuerpo
espectacular con un traje de superhéroe en licra. Además, pastorearía y cuidaría
a tres pequeños Increíbles, y sospechaba que pensaba que la imagen de “jugar a
ser mamá” era una buena publicidad.
Ajustarla no había sido divertido. Se quejó y lloriqueó constantemente.
Y tampoco me gustó la insinuación de Kell de que Michael estaría tentado
de interpretar a su marido de dibujos animados.
Lo fulminé con el ceño.
Kell sonreía engreído.
—Dana ha prometido persuadir al detective Sullivan para que participe.
Mi corazón se alojó en mi garganta.
—¿Por qué? —espetó Bailey.
—Oh, seguramente has escuchado que se abalanzó sobre el hombre su
primer día en el trabajo.
—No, no hemos escuchado eso. —Bailey se inclinó hacia adelante con el
rostro fruncido—. ¿Qué anda haciendo?
—¿Mi conjetura? Persiguiendo activamente al único hombre apuesto que
queda en la ciudad que no tiene conocimiento de primera mano de sus
costumbres traidoras. —Kell me miró directamente—. No había visto tal brillo
de determinación en sus hermosos ojos desde que decidió ir tras Cooper.
Jess respiró bruscamente detrás de mí, y su mano se detuvo en mi brazo.
—No es que sea asunto de nadie aquí. —Me sonrió con complicidad—. Eso
sí, Dahlia, si eres amiga de él, tal vez deberías advertirle. —Con un guiño y un—:
Adiosito —salió de la librería como si no acabara de detonar una bomba social.
¿Dana Kellerman estaba detrás de Michael?
¡Oh, diablos, no!
Michael nunca caería en su mierda, ¿verdad?
Por otra parte, Cooper y él no eran tan diferentes, y Cooper se había
enamorado de ella antes de que se diera cuenta cómo era.
Dana era hermosa.
Como, en otro nivel planetario de belleza.
Me sentí enferma.
—Dahlia, Michael te ama —dijo Bailey, su voz suave, tranquilizadora.
Levanté los ojos para encontrarme con los de ella.
—Y cuando se dé cuenta de que ha cometido un error al venir aquí por mí,
entonces ¿a quién acudirá?
Su suspiro fue triste, casi cansado.
—Si estás tan decidida a no estar con Michael, entonces ¿por qué te
importa?
—Porque se merece algo mejor. —Me levanté de golpe—. Si creo que se
merece algo mejor que yo, entonces seguro que se merece algo mejor que la
desagradable vaca egoísta que es Dana Kellerman.
Las chicas me llamaron mientras salía corriendo de la librería, pero no
quería estar cerca de nadie. Tenía que planificar. De alguna manera, tenía que
hacerle ver a Michael que él y yo éramos una mala idea mientras los mantenía
separados a él y a Dana sin que sospechara que eran celos.
No eran celos.
Era amistad.
Bueno.
También eran celos.
Sin embargo, tenía que haber una manera de hacer esto sin que pareciera
que eran celos.

23
Michael

E
ra el Día Cuatro, como lo llamaba Michael. Día cuatro en el trabajo
en Hartwell y se estaba tensando por no ver a Dahlia. El tiempo casi
se había acabado. Al entrar en la estación esa mañana, dos cafés en
mano, Michael saludó a Bridget y a un par de oficiales. Al doblar por el pasillo
que conducía a la oficina de Jeff, vio al agente Freddie Jackson viniendo hacia él.
Los ojos del agente se entrecerraron en Michael y mientras se acercaban,
la mirada de Freddie se desplazó más allá de él, decidido a no mirarlo. Michael
notó la forma en que sus manos se cerraron en puños a los costados. Para un
hombre que había sido lo suficientemente inteligente como para cubrirse el culo
durante años, su reacción a Michael no era inteligente.
—Agente —lo reconoció Michael.
La expresión de Jackson estaba llena de odio. No respondió al saludo de
Michael.
Continuó hacia la oficina de Jeff, sacudiendo la cabeza.
Jeff creía que Jackson estaba recibiendo sobornos de la familia Devlin a
cambio de proporcionarles información que recogiera en la estación y el
ayuntamiento. Jeff sospechaba que Jackson era el que había puesto micrófonos
en su oficina. Además, estaba preocupado por las quejas de cargos falsos
presentados por Jackson durante los últimos dos años y medio. Detuvo a
personas por exceso de velocidad, afirmó haber encontrado drogas en un
automóvil en una ubicación, y acusó a otro de borrachera y desorden. Cosas que
eran difíciles de probar de cualquier manera sin testigos confiables, de los cuales
no hubo ninguno en estos casos.
Las drogas podrían haber sido plantadas por Jackson, pero no había
pruebas. Las personas a las que había acusado eran personas con negocios en
Hartwell, personas que habían terminado vendiéndole a Devlin o metiéndose en
la cama con él en el sentido comercial. Jeff creía que Jackson estaba ayudando a
intimidar y acosar a las personas cuyos negocios eran de particular interés para
Devlin.
Además, Jeff sospechaba que Jackson había estado encubriendo crímenes
cometidos por los Devlin, incluyendo un ataque a Bailey Hartwell el año pasado.
Stu, el hijo mayor de Devlin, había irrumpido en la posada de Bailey con un
pasamontañas y cuando Bailey lo atrapó en su oficina, la atacó. Ella insistió en
que era Stu, pero no hubo pruebas que demostrarlo. La idea de que alguien
atacara a la amiga de Dahlia cabreó a Michael. El hecho de que Jack Devlin
comenzara a acostarse con Vanessa, la hermana de Bailey, quien poseía una
participación en la Posada Hart, lo que llevó a Vanessa a ofrecer vender su parte
de la posada a Ian Devlin, solo corroboró la afirmación de Bailey de que fue
Devlin quien la atacó esa noche. Jeff explicó que Vanessa había vendido su parte
al prometido de Bailey, eliminando afortunadamente a los Devlin de esa
ecuación. Aun así, era una familia turbia, y la idea de que tuvieran un policía en
la nómina no parecía demasiado descabellada.
El comportamiento borde de Jackson desde la aparición de Michael
pareció confirmar las sospechas de Jeff. Afortunadamente, poner nervioso a
Jackson fue uno de los objetivos de traer a Michael. El agente era un estúpido
imbécil pero por lo que Michael podía decir, no era estúpido. Simplemente
arrogante.
No había dejado ningún rastro en papel de sus crímenes. Pero esa
arrogancia lo había hecho tropezar porque se había puesto en el radar de Jeff.
Aun así, necesitaban que cometiera errores. Si pensara que Michael se estaba
acercando a él, podría hacerlo.
Michael llamó y luego entró con un café para el sheriff. El café matutino se
había convertido rápidamente en su ritual.
—Me crucé con Jackson —dijo Michael a medida que se sentaba en la silla
frente al escritorio de Jeff—. Si las miradas pudieran matar, estaría jodidamente
muerto ahora mismo. Se pone nervioso a mi alrededor.
—Bien.
—¿Tienes un auto sin distintivos que Jackson no reconocerá?
Jeff enarcó una ceja mientras tomaba un sorbo de café.
—¿Estás pensando en seguirlo?
—Creo que necesito hacerlo. Si está tan nervioso por mi aparición
repentina como parece, entonces probablemente irá a los Devlin preso del
pánico. Querrá que lo tranquilicen.
Jeff asintió.
—Te conseguiré un auto. En otro orden de cosas, Kell Summers acaba de
colgar el teléfono. Es el concejal, y organiza los eventos por aquí. El Carnaval de
Invierno es en dos semanas, y el tema del desfile es Disney. Kell quiere que te
disfraces como el Señor Increíble.
Michael no respondió, sin estar seguro de haber escuchado bien.
El sheriff se rio entre dientes.
—¿Siquiera sabes quién es el Señor Increíble?
—Tengo sobrinos postizos —respondió, pensando en Levi y Leo—. Así
que, sí. También creo que en realidad no me estás pidiendo que haga eso. ¿Vas a
ponerte un maldito leotardo?
Él frunció el ceño.
—No. Creo que es ridículo que incluso Kell lo sugiriera y le dije que no. Es
difícil mantenerte fuera del radar en una ciudad pequeña, pero podemos hacer
todo lo posible. Colocarte en un jodido desfile es lo último que necesitamos o
para lo que ahora tenemos tiempo. Tal como están las cosas, me costó mucho
intentar disuadir a mis oficiales de participar, pero si quieren hacerlo, no puedo
detenerlos.
El pensamiento hizo que las entrañas de Michael se apretaran.
—Sí, de ninguna jodida forma voy a hacerlo. No estoy aquí para eso.
—Kell lo sabe ahora. Aunque, te advierto. Me dijo que Dana Kellerman
haría todo lo posible para persuadirte porque interpreta a la esposa del Señor
Increíble. —Jeff arqueó una ceja—. ¿De qué se trata? ¿Ha estado husmeando a tu
alrededor?
La belleza rubia que se había presentado en el supermercado se había
estado metiendo mucho con él estos últimos días. Por muy impresionante que
fuera, había algo duro en ella. Y algo que no podía identificar.
Independientemente de lo que fuera, su instinto le decía que se mantuviera
alejado. No es que de todos modos estuviera interesado.
Michael asintió.
—Sí, ha sido bastante obvia al respecto.
—No soy de los que chismorrean, pero deberías saber que no es muy
querida por aquí. Está haciendo todo lo posible para congraciarse con todos
nuevamente, pero no se puede confiar en ella.
—Tuve esa impresión. ¿Qué hizo?
—Bueno, aparte de ser una mocosa mimada… ¿conoces Cooper's? El bar.
—Sí.
—Propiedad de Cooper Lawson. Un buen tipo. Muy respetado y querido.
Estaba casada con él, lo engañó. Con su mejor amigo. Jack Devlin. —Jeff dejó que
lo asimilara. Había informado a Michael de la dinámica de la familia Devlin, de
modo que sabía que, hasta hace poco, Jack no tenía nada que ver con su negocio
familiar—. Después, aparentemente, intentó hacerle pasar más mierda cuando
Cooper pasó a algo mejor. Ahora está casado con una de las doctoras locales.
Nada de eso sorprendió o molestó a Michael.
—No tienes que advertirme de Dana. No me interesa.
Jeff asintió.
—¿Tu mujer misteriosa?
Michael sonrió contra su café, pensando en Dahlia. Cuatro días era
demasiado. Necesitaba pasar por su tienda. Ver en dónde estaba su cabeza.
—Solo prepárate para Dana. Kell dijo que está decidida a tenerte a su lado
en el desfile.
—Nadie va a convencerme de eso. Es ridículo incluso sugerirlo.
Jeff se pasó una mano por la cara.
—No sé en qué estaba pensando al dejar que los demás lo hicieran.
—Espíritu comunitario —ofreció Michael—. No está tan mal. Creo que a la
gente le encantará ver a tus oficiales hacerlo. Simplemente, yo no. Y no es como
si lo vas a hacer.
—No es que no disfrute de los eventos de la ciudad. —Jeff se encogió de
hombros—. Pero de ninguna forma voy a ponerme un maldito disfraz y desfilar
por la ciudad como un jodido idiota. En cuanto a ti, le diré a Kell que retroceda.
Dahlia encontrará a otro Señor Increíble para vestir.
La mera mención de ella hizo que el corazón de Michael se acelerara.
—¿Dahlia?
—Es dueña de la tienda de regalos en el paseo marítimo. Una artista
talentosa, hace sus propias joyas. También hace los disfraces para el Carnaval de
Invierno. —Tenía una sonrisa pequeña a medida que miraba su taza—. Todo el
mundo siempre se ve genial.
Algo en la expresión de Jeff despertó un sentimiento de inquietud en
Michael.
—Parece que la conoces bastante bien.
La sonrisa de Jeff se marchitó un poco.
—Solía conocerla bastante bien.
¿Qué diablos significaba eso?
—¿Qué tan bien?
Al escuchar el indicio de acusación que Michael no pudo ocultar, la mirada
de Jeff se dirigió bruscamente a él y sus ojos se entrecerraron.
—Salimos.
Los celos se apoderaron de Michael. Feroz y feo, retorciéndole las tripas.
¿Este era el tipo? ¿Este era el tipo que logró que Dahlia se olvidara de él? Sí, no la
había olvidado admitiendo que hubo un tipo que sacó a Michael de sus
pensamientos por un tiempo. También admitió que ella rompió con él.
—¿Salieron? ¿Pasado? ¿Quién rompió con quién?
Jeff se sentó erguido, su expresión cuidadosamente en blanco.
—Rompió conmigo. La mujer tiene problemas de compromiso.
—¿No querías que terminara?
—Esto se siente como un interrogatorio. —Jeff se rascó la mandíbula sin
afeitar—. No, no quería que terminara. Dahlia es bastante especial.
Mierda por Dios.
Michael miró hacia otro lado, con la mandíbula apretada. Le agradaba Jeff.
Lo respetaba. No quería estar jodidamente resentido con él.
—¿Cómo es que no lo vi antes? —Jeff suspiró profundamente—. Ambos
son de Boston. Dahlia es tu mujer misteriosa. ¿Son algo?
Michael negó con la cabeza, aclarándose la garganta del espeso nudo de
emoción.
—Lo fuimos. Estoy aquí porque quiero recuperarla… dime algo. ¿La has
olvidado?
Jeff no respondió. En cambio, compartieron una mirada cargada de
muchas cosas tácitas y la camaradería fácil que había surgido entre ellos desde
el momento en que se conocieron se alteró. La tensión cambió entre ellos. Una
tensión que Michael que odió.
Nunca se le había ocurrido que su jefe nuevo y él estarían interesados en
la misma maldita mujer.
Michael engulló lo que quedaba de su café y se puso de pie.
—Será mejor que vuelva al trabajo.
—¿Esto va a ser un problema entre nosotros? —preguntó Jeff, tan directo
como siempre.
Michael decidió que le debía a Jeff que fuera igualmente franco.
—Jeff, me agradas, y te respeto como hombre y como jefe. Pero he dejado
que Dahlia McGuire se me escape entre los dedos demasiadas jodidas veces, y
esta vez no dejaré que nadie, nadie, se interponga en nuestro camino.
Jeff asintió, sus ojos azules duros de una manera que a Michael no le gustó.
—Entiendo. Pero si ella no te quiere en su entorno, estaré allí para
asegurarme de que te mantengas al margen.
Michael asintió abruptamente con una exhalación suave de frustración y
salió de su oficina a toda prisa.

24
Dahlia

C
uando la tienda de regalos estaba en silencio, pasaba la mayor parte
del tiempo en el taller. Si la tienda estaba cerrada, ponía mi música
a todo volumen y me ponía a trabajar. Sin embargo, aún estaba
abierto, así que necesitaba mantener un oído atento al tintineo de la campana
sobre mi puerta. Lo que significaba que, no había música.
Martilleando la pieza final de la colección de verano que estaba creando
para poner en el escaparate durante la temporada alta, mi cerebro no se apagó
como solía hacerlo. La mayor parte del tiempo me perdía por completo en la
orfebrería, pero no esta vez. No después de la bomba de Kell sobre Dana y
Michael durante el almuerzo. Lo único que me había calmado era el hecho de que
papá llamó cuando entraba en la tienda.
Después de que Michael apareció por primera vez, llamé a mi papá para
ver si sabía que Michael tenía la intención de venir a Hartwell. No lo sabía. La
única persona que sabía que Michael había dejado su trabajo era Dermot, pero
no sabía por qué. Me tranquilizó saber que mi familia no me había dejado caer
en esa sorpresa sin un aviso.
Papá había estado llamando todos los días para ver cómo estaba. No
estaba segura si era preocupación o si quería ver cómo progresaba Michael en su
conquista. Supongo que era lo último porque pareció muy decepcionado al
enterarse de que Michael no se había acercado a mí desde el lunes.
Acababa de colgar el teléfono con mi padre cuando Davina me llamó
rápidamente para preguntarme si haría una pulsera para el cumpleaños de
Astrid. Recibí mensajes de texto de Dermot y Darragh, y anoche había estado
hablando por teléfono con Dermot durante una hora charlando sobre la asistente
administrativa pelirroja que le interesaba en la estación. Parecía demasiado
joven y se lo dije.
Aunque, fue agradable.
Fue más que agradable.
Mi familia estaba en contacto conmigo todo el tiempo, y no podría estar
más agradecida por lo fácil que me lo habían puesto. Con qué rapidez me habían
dado la bienvenida al redil. Darragh incluso me dejó charlar con Levi y Leo la otra
noche, pero como son niños, hablar por teléfono no era una de sus cosas
favoritas.
Aun así, fue asombroso.
Lo que no fue asombroso fue la llamada perdida de Bailey y el siguiente
texto:
¿Crees que Michael se merece algo mejor que tú? ¿A qué viene eso?
Cuando no respondí, envió otro:
Eres insoportable. Pero te amo. Y estoy aquí cuando quieras hablar.
Besos
Le respondo un mensaje de texto con un simple “También te amo”.
No sé por qué dije eso de Michael y de mí. O tal vez lo sabía. En el fondo,
quizás lo hacía.
Frotándome la frente, miré el anillo en el que estaba trabajando. ¿Por qué
Dana Kellerman tuvo que meter su diminuto trasero en la ecuación?
—¿Qué te hizo ese anillo?
—¡Aaayy! —Salté fuera de mi piel, soltando el mandril y el anillo.
Michael estaba parado en la puerta entre la tienda y mi taller, sonriendo
como un niño, con picardía en sus ojos oscuros.
Mientras intentaba calmar mi corazón acelerado, ignoré la anticipación
que incitó a las mariposas en mi estómago. Se veía delicioso. La barba incipiente
de sus mejillas se había convertido en una barba corta. En lugar de una chaqueta,
llevaba un suéter de pescador azul marino grueso. Su placa de detective estaba
sujeta al cinturón negro que llevaba a través de unos jeans oscuros. ¿Por qué
tenía que ser tan jodidamente rudo y masculino?
—¿Cómo entraste? No escuché la campana.
—La campana sonó —respondió, mientras se adentraba más en la
habitación—. Parecías perdida en tus pensamientos.
Lo observé a medida que rodeaba los bancos hasta que estuvo de pie
frente al mío, mirándome fijamente.
La expresión de Michael fue evaluadora y tierna al mismo tiempo.
—¿Te dije que me gusta tu flequillo?
Mis dedos tocaron el cabello sobre mis ojos automáticamente.
—Ah. —No supe qué más decir. Olvidé que cuando éramos más jóvenes no
tenía flequillo. Bailey decía que mi flequillo me hacía parecer a Zooey Deschanel.
—Son lindos.
Lindo era… bueno, no era hermoso ni sexy.
Como si pudiera leer mi mente, sus ojos se hundieron en lo que podía ver
de mi cuerpo. Llevaba un vestido de té con flores abotonado en la parte
delantera. Tenía un escote bajo. Michael pareció apreciar más que nada mi escote
lleno. Me estremecí acaloradamente incluso antes de que su mirada medio
pesada volviera a la mía.
—Sexy y linda. Una combinación difícil de superar.
Estaba intentando torturarme.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Te extrañé.
—Michael…
—Se me permite extrañarte. Además, quería asegurarme de que los
rumores estuvieran equivocados.
Fruncí el ceño.
—¿Qué rumores?
—Que tú y Kell Summers están intentando disfrazarme como una maldita
caricatura y hacerme desfilar por la ciudad.
A mi pesar, no pude evitar la sonrisita que curvó las comisuras de mi boca.
—Bueno, ese rumor es parcialmente cierto. Kell está intentando hacer eso.
Yo no. Sé que no lo harás.
—Por supuesto que no lo haré. Jeff y yo lo hemos dejado claro.
La idea de Dana con Michael me agitó hasta las entrañas, y Michael
apareciendo así no me había dado tiempo suficiente para formular un plan para
abordar el tema con él.
—Hay otro rumor que dice que Dana Kellerman está interesada en ti.
Me estudió con detenimiento, buscando, imaginé, cualquier signo de mi
aflicción por esto. Mantuve mi expresión neutral.
—¿Qué pasa con eso?
—¿Es verdad?
Michael suspiró.
—¿Te importa si es verdad?
—Me importa que Dana Kellerman no sea una persona buena. Michael,
pase lo que pase entre nosotros, quiero lo mejor para ti. Ella no lo es. Está muy
lejos de eso.
—Dahlia, la gente comete errores.
—Entonces, ¿sabes lo que hizo?
—Sí, lo hago.
—¿Y crees que está bien?
Sus ojos oscuros fulguraron.
—Creo que la gente comete errores.
Resoplé.
—Y el hecho de que sea hermosa probablemente hace que sea más fácil
perdonar esos errores.
—Bueno, no lo sé. Eres hermosa, y te he perdonado. ¿Fue por eso? Porque
ciertamente no me has perdonado y puedo decir con total certeza que, soy
bastante jodidamente sexy.
En cualquier otro momento, sus palabras me habrían hecho sonreír. Ahora
no.
—¿Qué demonios significa eso?
—Resientes mierdas contra mí, eso es lo que significa. —Maldijo en voz
baja y se volvió con las manos en las caderas—. No vine aquí para discutir.
—¿Por qué viniste aquí? ¿Para ponerme celosa de Dana?
Sus ojos se clavaron bruscamente en mí.
—Tú la mencionaste. Yo no lo hice.
—Michael, no es una persona buena. Y no solo por lo que le hizo a Cooper.
Es egoísta y vacía. Mereces más.
Su expresión se endureció.
—¿Y si quiero lo que quiero, lo merezca o no? —Rodeó el banco. Intenté
deslizarme del taburete, pero estaba encima de mí antes de que pudiera escapar.
Empujé mi espalda contra el banco a medida que él se cernía sobre mí, forzando
sus piernas entre las mías. Presionando mis manos contra su pecho, intenté no
pensar en lo bien que se sentía debajo de ellas.
—Michael —advertí, pero incluso yo pude escuchar lo lamentable y
patético que sonó.
Su mirada acalorada vagó por mi rostro antes de moverse hacia el sur. Un
músculo en su mandíbula se flexionó, y pasó la punta de sus dedos sobre mi
rodilla izquierda. Mi respiración se entrecortó cuando empujó el dobladillo de
mi vestido hasta el muslo, su toque esparciendo escalofríos por mi espalda.
—Tienes que usar ropa más abrigada —murmuró, como para sí.
Enrosqué mis dedos en su camisa.
—Michael. —Quería decirle que se detuviera. Que se fuera. Pero al mismo
tiempo no. Anhelaba su toque.
Su mirada volvió a la mía.
—No me interesa Dana Kellerman. Sabes que no. Así que deja de iniciar
peleas para alejarme. —Su mano acarició hacia arriba y mi cuerpo se movió por
su propia voluntad. Mis caderas se movieron para poder abrir mis piernas aún
más. Las fosas nasales de Michael se dilataron.
Su otra mano se deslizó a través de las ondas espesas de mi cabello y se
enroscó con fuerza alrededor de mi nuca para poder empujarme con fuerza
contra él. Su boca cayó sobre la mía a medida que me aferraba a sus hombros.
Nuestros besos fueron feroces y plenos, una danza hambrienta de nuestras
lenguas y bocas que fue tan irresistible que no me di cuenta de que me levantó
hasta que me encontré encima de mi mesa de trabajo. Michael apartó el taburete
de una patada y se instaló entre mis piernas.
Mientras me perdía en sus voraces besos desesperados, besos tan llenos
de necesidad, que era imposible salir de ellos, sentí su toque entre mis piernas.
Sus dedos se deslizaron debajo de mi ropa interior. Me estremecí de sorpresa y
luego gemí cuando su pulgar presionó mi clítoris y comenzó a frotar.
La sensación de hinchazón me invadió tan rápido que mi corazón galopó
mientras luchaba por respirar. Arrancando mi boca de la suya, miré hacia su
rostro endurecido por la lujuria, aferrándome a sus hombros con desesperación
a medida que me empujaba hacia el clímax.
Vino a por mí casi tan rápido como la última vez, la tensión que construyó
dentro de mí alcanzando su punto máximo con una ferocidad aguda. Quería
echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos, pero Michael me mantuvo en mi
lugar, forzando a mis ojos a permanecer conectados a los suyos. Algo en la dura
profundidad del anhelo en su expresión me dejó insatisfecha, a pesar de mi
orgasmo.
—Michael. —Mis párpados revolotearon pero nunca se cerraron contra él.
Me había visto correrme con una satisfacción oscura.
Mis músculos internos aún latían cuando su boca regresó a la mía.
Increíblemente, su beso fue más profundo, más insistente, lamiendo dentro de
mí, memorizándome, y lo encontré beso por beso ferviente. Fue con una ráfaga
de conciencia que sentí que me alzó casi por completo del banco. Grité cuando
rompió el beso y tuve que agarrarme más fuerte de él para mantener el equilibrio
mientras me dejaba ir para desabrochar su cinturón y jeans.
Esto fue demasiado lejos, esa voz golpeó en la parte posterior de mi cabeza.
Solo lo confundirás.
Sin embargo, la sensación de sus dedos tirando de mi ropa interior por mis
piernas silenció fácilmente esa voz. El deseo, la lujuria, la necesidad se habían
apoderado ahora de mí. Ningún hombre me hacía perder mi pensamiento
racional tan plenamente como Michael Sullivan. Era una esclava de mi cuerpo
cuando se trataba de él, y no me importaba. Levanté las piernas para ayudarlo.
Dios, lo deseaba.
Segundos después, me estaba besando mientras empujaba dentro de mí.
—Michael —susurré, estremeciéndome contra él a medida que se movía
dentro de mí.
—¿Sabes lo bien que te sientes? —jadeó, sus dedos clavándose en mis
muslos—. Nada se siente mejor que esto. La eternidad en el maldito cielo no sería
ninguna competencia contra una eternidad dentro de ti.
Mis ojos se humedecieron ante sus palabras hermosas, y levanté los dedos
para trazar la boca de la que habían salido. Sus movimientos dentro de mí
deberían haber sido rápidos, furiosos, pero no lo fueron. Se tomó su tiempo, me
saboreó.
—Amo tu boca —jadeé, concentrándome en la forma en que su labio
inferior se curvaba hacia adentro en el medio. Podría mordisquear esa boca para
siempre.
—Te amo —jadeó—. Maldita sea, tanto.
Fue como un balde de agua fría. Agua helada.
Las palabras suprimieron mi éxtasis.
Dios mío, era tan egoísta. ¿Qué estaba haciendo? Negué con la cabeza, las
lágrimas llenando mis ojos.
—Michael.
Gruñó, como si sintiera mi retirada, el sonido vibrando por mi garganta a
medida que aplastaba su boca contra la mía y me besaba bajo su hechizo. Eso es
todo lo que necesitó. Su calor rodeándome. Sus besos intoxicándome.
Los empujes de Michael se convirtieron en estocadas duras que me
llevaron rápidamente hacia el clímax. Todo en su forma de hacer el amor se
volvió frenético, desesperado, necesitado. Dejó mi boca para dejar un rastro de
besos cálidos por mi garganta, su agarre clavándose en mi cadera mientras su
otra mano se movía sobre mi cuerpo. Sus dedos tiraron de los botones de mi
vestido para poder empujar su mano dentro de mi sujetador.
Jadeé, arqueándome ante su toque a medida que pasaba el pulgar por mi
pezón y apretaba mi seno al tiempo con un fuerte bombeo de sus caderas. Fue
demasiado duro, casi doloroso, pero un placer-dolor que me hizo ondular más
rápido contra él.
Estaba sin sentido.
Mi cuerpo quería el suyo. Quería extraer cada centímetro de placer de él y
tomar, tomar y tomar.
Me corrí con un grito gutural que resonó por todo el taller, mis músculos
internos apretando con fuerza alrededor de Michael. Se hinchó dentro de mí y
luego palpitó, sus caderas estremeciéndose contra mí en pulsantes olas calientes
de liberación húmeda.
Nos aferramos el uno al otro por un momento, temblando como resultado.
Entonces, la realidad golpeó.
La. Fría. Dura. Realidad.
¿Qué diablos había hecho?
—Oh, Dios mío. —Empujé contra él, y Michael levantó la cabeza de donde
había estado hundida en mi cuello.
Su expresión fue cautelosa, recelosa mientras se alejaba de mí.
Jadeé cuando se retiró y sus ojos fulguraron con calor renovado.
—¿Estás tomando la píldora?
¡Es jodidamente tarde para preguntar eso! Asentí. Nerviosa era quedarse
corto.
—Solo para que lo sepas, estoy limpio.
—Yo también —murmuré.
Ninguno de los dos se movió para arreglar nuestra ropa.
—Vas a decir que eso no significó nada —dijo, su voz llena de emoción sin
nombre.
Negué con la cabeza, insoportablemente triste, culpable y confundida.
—Siempre significará algo contigo.
—Entonces no me alejes.
Ese nudo feo que sentía cada vez que cedía a la idea de Michael y yo
regresó. Esa fealdad siempre estaría ahí, deteniéndome.
Y lastimándolo.
—Michael, no deberías haber venido aquí.
La indignación centelleó en sus ojos, y observé impotente mientras se
arreglaba. Incluso en su frustración, no se fue. No, encontró mi ropa interior y, a
pesar de mis protestas, insistió en volver a ponérmela. Luego me abotonó el
vestido.
Sus dedos se demoraron en el último botón, y me miró.
—Dahlia, ¿qué es lo que no me estás diciendo?
Asustada de que pudiera ver la verdad abominable dentro de mí, negué
con la cabeza y traté de apartarlo, para resbalar del banco.
Pero me sostuvo allí con la fuerza sólida de su cuerpo.
—Aquí hay algo más. Algo que no entiendo. Ya no soy ese niño estúpido,
ya no tengo miedo al rechazo. Ahora puedo ver más allá de mi propia mierda. Y
te veo. —Golpeó mi pecho con un dedo—. Estás escondiendo algo. Por suerte
para mí —se inclinó para susurrar a través de mis labios—, desentierro los
secretos de las personas para ganarme la vida. —Me besó. Fue duro, iracundo…
hasta que no lo fue. Hasta que fue dulce, tierno y penetrante. Como si no pudiera
permanecer irritado conmigo.
Cuando Michael me dejó respirar, su respiración también era superficial.
—Voy a darte un poco de tiempo, un poco de espacio para pensar. —Se
retiró y exhaló—. Eso no significa que vaya a cualquier lugar.
—Michael, no quiero hacerte daño. —Negué con la cabeza—. Nublas mis
emociones tanto que no puedo pensar cuando me tocas, pero eso no significa que
voy a cambiar de opinión. Y eres la última persona a la que quiero lastimar.
Mis palabras hicieron lo contrario de lo que pretendía: no lo alejaron.
Él sonrió. Infantil. Esperanzado.
—Me encanta nublar tus emociones. Tengo la intención de hacerlo a
menudo y plenamente. Te veré por ahí. Quizás en el Carnaval. —Me guiñó un ojo
y salió de mi casa con un pavoneo obvio en su paso. Por supuesto estaría alegre.
Consiguió lo que quería justo en medio de su jornada laboral.
También era el hombre más terco que hubiera conocido.
Hice una mueca a medida que saltaba del banco, dándome cuenta de que
necesitaba limpiar. Mientras caminaba hacia el baño, miré hacia el banco y gemí.
Había mancillado mi taller. Olía a sexo. Mis difusores lo enmascararían muy
pronto.
Pero ninguna cantidad de difusores de coco podría borrar el recuerdo de
Michael Sullivan haciéndome el amor en el banco de mi taller.

25
Dahlia

L
as nubes cayeron sobre Hartwell esa mañana. Afortunadamente, no
parecían estar llenas de lluvia. Los días nublados eran la norma en
febrero, pero mientras permaneciera seco, no tendríamos colapsos
por parte de Kell.
Con mi kit de costura en una mano, la capa de Maléfica (había tenido que
coser el dobladillo de última hora) en la otra, además de mi bolso, las llaves del
auto y una botella de agua, bajé ruidosamente las escaleras de mi edificio de
apartamentos ya sintiéndome inquieta. El Carnaval de Invierno era un gran día
para mí. El desfile atravesaba primero la ciudad antes de que comenzara el
festival, así que estaba de guardia como una de las costureras y caminaba detrás
de las carrozas. Eso significaba que también tenía que estar disfrazada, así que
me vestí de Blancanieves. Después del desfile, tenía que apurarme hasta lo alto
de Main Street, que cerramos para montar un mercado. Mi puesto estaba en ese
mercado. Afortunadamente, Bailey me estaba ayudando este año, así que me
instaló el puesto mientras yo estaba en el desfile.
Me pregunté si hoy vería a Michael.
No.
¡No pienses en él!
Espacio, había dicho. Me estaba dando espacio.
Bueno, ciertamente lo había hecho. La única vez que lo había visto en las
últimas dos semanas fue el viernes anterior en Cooper's. Había estado fuera de
servicio y no era de extrañar que Cooper y él se llevaran como carne y uña. Bailey,
Jess y Emery no fueron mucho mejores. Una vez que Michael decidía ser
encantador, era jodidamente difícil resistirse. Nunca había visto a Emery
tartamudear y balbucir tanto en mi vida.
Y aparte de algunos comentarios coquetos en mi dirección, había dejado
el bar alrededor de las once. Les había dicho buenas noches a todos, pero se
detuvo a mi lado. Me miró unos segundos y luego pasó su dedo suavemente por
mi mejilla antes de decir en voz baja:
—Buenas noches, cariño.
¡Injusto!
Bien podría haberme besado por la forma en que mi cuerpo reaccionó a
ese simple toque.
Oh, y las chicas se desmayaron por eso.
Bailey se estaba muriendo por interrogarme, podía decirlo. Quería saber
qué me estaba deteniendo y no me atrevía a explicarlo.
No había visto a Michael desde esa noche, pero Cooper me recordó que
trabajar para el departamento del sheriff significaba que Michael no solo era un
policía en Hartwell. Era policía en todo el condado y, aunque el departamento del
sheriff tenía su sede en Hartwell, había ciudades mucho más grandes en el lado
oeste del condado. Jeff había enviado a Michael para ayudar al departamento de
policía de Georgetown en una investigación sobre un suicidio sospechoso.
Supuse que lo estaba manteniendo ocupado mientras me daba espacio.
Todo el asunto de darme espacio me estaba poniendo nerviosa. No sabía
cuándo iba a decidir dejar de darme espacio.
Uff.
Apresurándome por el último tramo hasta el primer piso, casi patiné hasta
detenerme al ver a Ivy Green de pie en la entrada del apartamento debajo del
mío. Hizo una mueca cuando me vio, y me habría sentido insultada si no fuera
por el hecho de que parecía ser su reacción a todo el mundo estos días.
—Dije que lo traería. —Ira empujó la puerta con una caja en la mano.
—Lo necesitamos antes de que necesitemos la caja que tienes —dijo Iris
detrás de él.
Y luego ambos estaban caminando por el pasillo, discutiendo.
Iris me vio primero y su rostro se transformó en una sonrisa enorme.
Sonreí a cambio.
Los dueños de Antonio's eran la pareja más divertida y cálida que hubiera
conocido. Iris e Ira discutían por todo, pero todos sabían que se adoraban.
También sabía por mis charlas breves con Iris que estaban
extremadamente preocupados por Ivy.
—Hola —dije, luchando por mantener todos los artículos en mis manos.
Dejé la caja de mi kit de costura en el suelo—. ¿Qué están haciendo ustedes aquí?
—Ayudamos a Ivy a mudarse —respondió Ira.
—Ah, ¿somos vecinas? —Me volví hacia Ivy—. Eso es genial.
Ella me asintió con indiferencia.
Fruncí el ceño, estudiándola.
Iris e Ira adoptaron a Ivy cuando era una bebé. Todo lo que sabían sobre
sus padres biológicos era que su madre era filipina y su padre caucásico. Si no lo
hubieran sabido, aún habría sido evidente en su hija. Ivy era impresionante con
grandes ojos oscuros que se inclinaban ligeramente hacia arriba y se estrechaban
hacia la esquina exterior. Tenía un tono de piel perfecto, bronce claro, pómulos
altos y una boca pequeña pero exuberante y de labios carnosos. Cada vez que me
encontré con Ivy en el pasado, su cabello negro azabache, ultraliso, estaba
peinado a la perfección. Sus uñas estaban cuidadas y su maquillaje ligero
aplicado profesionalmente.
Lo más que había visto de ella en los últimos años había sido en revistas
de moda y tabloides en línea. Conoció a Oliver Frost cuando subió a bordo para
dirigir su guion sobre una pareja cuya hija había sido secuestrada. Era un thriller.
Lo había visto, fue inteligente.
De todos modos, ambos fueron nominados a un Oscar, y aunque Frost
había perdido ante otro director, Ivy había ganado el Premio de la Academia al
Mejor Guion. Nunca había visto a Iris e Ira tan orgullosos como cuando ganó.
Así que sí, Ivy era la persona más elegante y glamorosa que conocía.
O solía serlo.
Su cabello oscuro estaba recogido en un nudo desordenado en la parte
superior de su cabeza. No llevaba maquillaje y tenía círculos oscuros debajo de
los ojos. Sus mejillas estaban pálidas, había perdido peso que su figura esbelta no
podía permitirse perder, y el suéter y los pantalones deportivos que usaba le
colgaban.
También había una mancha de salsa de tomate en el suéter.
Esto no estaba bien. No es de extrañar que Bailey estuviera tan
preocupada por ella. Sí, su prometido había sufrido una sobredosis. Era trágico.
Espantoso. De hecho, horrible. Pero esto parecía más que luto. Esto era como…
Era como si se hubiera rendido.
Eso era aterrador considerando lo que sabía de Ivy, era atrevida,
inteligente, talentosa y ambiciosa. A Bailey, que era la persona más enérgica que
había conocido en mi vida, le había resultado difícil seguir el ritmo de Ivy.
Iris e Ira observaron a su hija con el ceño fruncido.
—¿Cómo estás? —pregunté.
Ivy me lanzó una mirada aburrida.
—Bien. —Se volvió hacia sus padres—. Estaré adentro desempacando.
Me avergonzaba admitir que me relajé tan pronto como ella desapareció
en el apartamento.
—Lo siento… —la voz de Iris bajó—. Aún está intentando levantarse.
—Bueno… —Busqué algo positivo que decir—. Se mudará a su propio
apartamento. Eso es progreso.
—Queríamos que se quedara con nosotros —dijo Iris, frunciendo el
ceño—. Ella insistió en conseguir su propio lugar.
—Sigo pensando que es algo bueno.
—Está en las afueras de la ciudad. Es un viaje de quince minutos.
—Eso no es demasiado.
—Dahlia, al menos estás aquí. —Ira me inmovilizó con su mirada de padre
preocupado—. Cuidarás de ella, ¿verdad?
—Por supuesto —respondí, aunque estaba intimidada por el nivel de
depresión que Ivy parecía haber alcanzado. Me recordó mucho lo bajo que estuve
una vez. Sin embargo, Bailey estaría encantada de que su vieja amiga viviera en
mi edificio de apartamentos, así que haría lo que pudiera. Por Iris, Ira y Bailey—
. Cuidaré de ella.
—Cariño, gracias. —Ira me dio una sonrisa genuina—. ¿Vas al carnaval?
—Sí. ¿Los veré allí?
—Si convencemos a The Walking Dead para que venga con nosotros —
bromeó Iris.
—Iris —advirtió Ira.
Su esposa hizo una mueca y entró en el apartamento, despidiéndose por
encima del hombro.
—Está preocupada —dijo Ira—. Honestamente.
—Ira, conozco a Iris desde hace mucho tiempo. Sé que es especialmente
sarcástica cuando siente algo profundo. Mejorará. Ivy saldrá de esto.
Él asintió, pero había una tristeza en sus ojos que odié ver. Respiré
profundamente y lo solté temblorosamente mientras optaba por compartir algo
que normalmente no haría.
—Hace mucho tiempo, pasé por algo. Las personas que se preocupaban
por mí pensaron que nunca saldría de eso. Pero lo hice. Toma tiempo.
Me dio un gesto de agradecimiento con la cabeza.
—Gracias, cariño.
Me alejé devolviendo su asentimiento, esperando por su bien tener razón.



Afortunadamente, el desfile se desarrolló sin contratiempos. Solo me
necesitaron una vez para coser un rasgón en el hombro del disfraz de Cenicienta.
Me apresuré al mercado donde Bailey manejaba mi puesto solo para descubrir
que no estaba sola. Vaughn, Cooper, Jess y Emery estaban con ella.
Silbaron y aullaron cuando me acerqué con mi disfraz de Blancanieves y
puse los ojos en blanco.
—Oh, sí, mis mangas abultadas son tan sexis. —Me deslicé detrás del
cubículo y apreté el hombro de Bailey—. Gracias, nena.
—Cuando quieras. Vendí un anillo con peridoto.
—Excelente. —Miré a nuestros amigos—. Alejarán a la gente si siguen
rondando así. Son un grupo intimidante.
—Vaya, gracias. —Jess resopló—. Y aquí que veníamos a preguntarte si te
gustaría comer o beber algo.
—Chocolate caliente —dije sin dudarlo—. Y un churro no estaría mal.
—Oh, lo mismo —agregó Bailey, alcanzando su bolso.
—No, me encargo. —Abrí mi caja de efectivo.
—Ninguna de las dos se encarga de nada —dijo Vaughn. Siguió a Jess, Coop
y Emery, y se fue a buscar nuestro pedido.
—¿Te deja pagar por algo? —Observé al hotelero alto y estúpidamente
apuesto alejarse. Tenía una fuerte contextura de nadador debajo de su abrigo de
lana y sus pantalones de traje. Tenía la descripción de Bailey y una buena
imaginación, así que sabía que era un modelo perfecto digno de babear debajo
de su ropa cara.
—¿Te estás comiendo con los ojos a mi prometido?
Solté una exhalación cansada.
—Lo siento. Estoy… —Frustrada sexualmente, cachonda, excitada todo el
tiempo y lo he estado desde que Michael Sullivan me folló en mi taller.
No es que le hubiera contado a Bailey del incidente. Lo usaría como una
excusa para hacerme hablar de mis sentimientos.
—¿Estás…?
—Agotada —mentí—. Me alegraré cuando termine el carnaval.
—¡Sacrilegio!
Salté en mi asiento cuando Kell Summers apareció de la nada. Iba vestido
como un Príncipe Azul muy bajito pero apuesto.
Me miró con el ceño fruncido.
—Solo por decir eso, ya no te voy a pedir que hagas lo que estaba a punto
de pedirte que hicieras. Te lo estoy informando.
Oh, no. ¿En qué estaba a punto de enredarme ahora?
—Tengo miedo de preguntar.
—Citas rápidas. Lo organizaremos en el hotel del prometido de Bailey.
—Su nombre es Vaughn —brindó Bailey.
Kell sonrió.
—Pero llamarlo tu prometido suena mucho mejor, ¿no?
—No puedo discutir con eso.
—Lo que me recuerda… —se inclinó en mi puesto—, me gustaría hablar
contigo sobre dejarme hacer una lectura en tu boda. Es un pequeño homenaje a
tu historia aquí como descendiente de una familia fundadora.
Casi pude sentir la necesidad de gritar de Bailey, así que interrumpí:
—Eh, Kell, ¿citas rápidas?
—Oh, cierto. Lo vamos a probar. El próximo fin de semana. Estoy
reclutando a todos nuestros solteros, y tú cuentas como soltera a pesar de un
rumor o dos sobre ti y cierto detective. —Me guiñó un ojo.
Oh, ya mátenme.
Malditos pueblos pequeños y sus bocas chismosas.
—Kell…
—Dahlia, vas a hacerlo. Sin discusiones. —Con una última mirada severa,
salió volando con el disfraz que yo ayudé a armar concienzudamente.
Me volví hacia mi mejor amiga y levanté las manos.
—¿Ves estos? Tengo cortes, rasguños y pequeños agujeros de agujas por
todas partes porque he ayudado a Annie y Jake a hacer más de veinticinco
disfraces en los últimos meses. La mayoría de los participantes alquilan o
compran sus disfraces para el desfile, entonces, ¿por qué estoy haciendo esto?
¿Por qué no podemos alquilar todos nuestros disfraces? ¡No tiene sentido! Paso
un tercio de mi año haciendo disfraces para ese hombre. ¿Cuándo será
suficiente?
Bailey fue menos comprensiva.
—Cuando digas que no.
Gemí y dejé caer mi cabeza sobre la mesa.
—La vida no es un maldito cuento de hadas.
Una profunda risa gutural sonó por encima de mí y se deslizó por mi
espina dorsal. La conciencia se apoderó de mí, y me incorporé lentamente para
encontrarme con la mirada de Michael. Desearía que no siguiera apareciendo de
la nada de esa manera.
Se distrajo de su intensa concentración en mi rostro cuando Vaughn,
Cooper, Jess y Emery regresaron al puesto con nuestra comida.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Noté que no llevaba su placa.
Los ojos de Michael se posaron sobre mí, asimilando mi disfraz.
—Es mi día libre. Bonito vestido. ¿Dónde dejaste a los enanos?
—Hablando de trols —interrumpió Bailey a medida que Vaughn le
entregaba un chocolate caliente. Ella le sonrió dulcemente a Michael—. Se dice
que Dana Kellerman está acechándote. Debe ser agradable recibir una atención
tan extrema de la ex reina de belleza de la ciudad.
Los labios de Michael se abrieron en una sonrisa lenta y negó con la cabeza.
—Puedo ver por qué Dahlia y tú se hicieron amigas.
—¿Por qué será?
—Porque las dos son unas jodidas charlatanas —bromeó.
Vaughn se atragantó con un sorbo de café mientras Cooper soltó una
carcajada.
Bailey, por una vez, se quedó sin habla, lo que me hizo sonreír.
—Tienes razón —le dijo Vaughn a Cooper—. Me agrada.
—Cuidado, amiguito. —Bailey entrecerró los ojos sobre su prometido—.
Soy quien controla tu acceso a ciertas actividades. —Se volvió de Vaughn a
Michael—. ¿Cómo es que soy una charlatana?
Se encogió de hombros.
—Si quieres saber si estoy interesado en alguien que no sea Dahlia, todo
lo que tienes que hacer es preguntar. Si no es eso lo que estás haciendo y estás
intentando presionar los botones de Dahlia, entonces tendré que pedirte que
pares. —Su mirada oscura se posó en la mía—. Lo que hay entre nosotros es
entre nosotros y nadie más.
—Uff. —Bailey me lanzó una mirada—. Directo, claro y apuesto. Es
ridículamente agradable. —Casi pude escucharla preguntar en silencio “¿Qué te
pasa?” al final de su discurso.
—Está bien, tal vez no me agrada —dijo Vaughn.
Bailey se rio entre dientes, pero extendió la mano para apretar la mano
libre de Vaughn. Él curvó sus dedos alrededor de los de ella, y sus ojos se
cruzaron. Compartieron una mirada de conexión y afecto tan genuinos que me
dejó sin aliento de anhelo. Y frustración. Porque podría tener eso con Michael. Si
pudiera encontrar una manera de disolver el nudo de miedo paralizante en mi
estómago, podría ser libre para estar con Michael.
—¿Qué te parece Hartwell? —preguntó Jess a Michael, sacándome de mis
pensamientos tristes.
—Hasta ahora todo bien. Me gusta el aire del mar más de lo que pensaba.
—Sí, Cooper dijo que ustedes dos han estado corriendo juntos en la playa.
¿En serio? ¿Desde cuándo?
Miré entre Michael y Cooper, sintiendo un poco de pánico de que mi ex
estuviera haciendo tan buenas migas con mis amigos.
—Solía correr todas las mañanas en Boston antes de ir al gimnasio. La
arena agrega resistencia adicional. Es bueno.
Observé el cuerpo de Michael. Llevaba un suéter oscuro de punto trenzado
con una hilera de tres botones en el cuello que había dejado abierto para que se
pudiera ver una rendija de la pulcra camisa blanca que llevaba debajo. Una vez
más, estaba en jeans y botas oscuras. Desde que conocía a Michael, había
preferido la falta de color en su guardarropa.
Jess le dio unas palmaditas en el estómago duro como una piedra a Cooper.
—Supongo que tienen que ejercitar esas hamburguesas y cervezas —
bromeó.
Cooper sonrió y negó con la cabeza.
—Mike aquí es un loco por la salud.
¿Lo era?
Mi mirada volvió a Michael. Me estaba estudiando pensativamente. Casi
me sonrojé bajo su mirada intensa.
—¿En serio? —preguntó Jess.
Michael asintió y pareció reacio a volver la cabeza de mí a ella.
—El cuerpo necesita el combustible adecuado.
Michael no era un fanático de la salud cuando éramos más jóvenes, eso era
seguro, pero eso explicaría su cuerpo. Había visto a Cooper corriendo sin camisa
por la playa, y era un espectáculo para la vista. El hombre tenía abdominales y
músculos y todo lo delicioso. Sin embargo, había una dureza acerada y ondulante
en el cuerpo de Michael. Sus abdominales y su trasero eran… ah, solo pensar en
ellos me hizo retorcerme en mi asiento.
Michael era un loco por la salud.
Me irritaba que Cooper supiera eso, y yo no.
Me inquietaba que Jess supiera que Michael corría por la playa todas las
mañanas, y yo no.
¿Qué más no sabía de él que otras personas sabían?
¿Qué otras mujeres supieran?
Dios, su exesposa debía saber mucho más de él que yo. ¿Por qué eso dolía
tanto? Sentí como si alguien me hubiera atravesado el pecho con un eje de metal.
Respirar fue difícil momentáneamente.
—Si estás buscando opciones de alimentos saludables de calidad, hay una
tienda en las afueras de Atlantic Village —dijo Jess—. Es un bloque de
apartamentos de lujo a unos seis kilómetros de distancia.
—Estoy alquilando un lugar allí —respondió Michael—. La tienda es
buena.
Todos, incluyéndome a mí, lo miramos con sorpresa. Atlantic Village no
era barato. También había una lista de espera para esos apartamentos. Teniendo
en cuenta la cantidad de chismes sobre la aparición de Michael, me sorprendió
que no hubiéramos escuchado de esto de una fuente externa.
La boca preciosa de Michael se curvó en las comisuras.
—Jeff movió algunos hilos, me hizo pasar la lista de espera. Solo es
temporal hasta que encuentre un lugar a más largo plazo.
—Entonces, ¿te quedas? —intervino Bailey.
En lugar de mirarla a ella, me miró a mí.
—Esa es la esperanza.
Antes de que pudiera morirme de incomodidad, Jess intervino.
—Emery, ¿qué estás mirando tan fijamente?
Emery se sonrojó a medida que Jess miraba hacia el mercado concurrido.
—Nada —murmuró, mordiéndose el labio.
Desafortunadamente, las palabras de Jess hicieron que todos nos
esforzáramos por mirar, incluso Michael se hizo a un lado para darse la vuelta, y
mientras los chicos seguían pareciendo molestos, Bailey, Jess y yo nos enfocamos
en nuestra supuesta fuente de atención de Emery.
Jack Devlin.
Jack se convirtió en una especie de leproso en la sociedad Hartwell
después de traicionar a Cooper. Nadie confiaba en él, y se volvió huraño. Había
más en la historia detrás de la deserción de Jack al lado oscuro. Incluso Cooper
lo sabía, pero cualquier preocupación que tuviera por su amigo se había visto
abrumada (con toda razón) por su traición. Coop había seguido adelante.
Bailey y yo no estábamos listas para hacerlo. Ambas recordábamos quién
era Jack. Ambas teníamos mucha imaginación, y no podíamos evitar
preguntarnos si había alguna razón siniestra para su cambio de comportamiento.
Bailey era incluso más indulgente que yo porque pensaba que había presenciado
una chispa entre él y Emery y tenía todas esas nociones románticas de que Emery
lo redimiría.
Amaba a Emery.
Emery aparentemente no tenía experiencia con los hombres.
No la quería cerca de Jack Devlin.
Eso sería como empujar a un bebé panda a la jaula de un tigre. El
pensamiento sacó a la mamá osa exaltada que había en mí.
No Jack Devlin para Emery Saunders.
¡No!
Jack estaba de pie en la fila en una choza temporal de hamburguesas
mientras una pequeña morena linda que tenía que ser una turista estaba a su
lado, charlando. Solo que no le estaba prestando atención a la morena. Jack medía
alrededor de un metro noventa y tres con una complexión esbelta y hombros
anchos. Mantenía su cabello rubio oscuro espeso y ligeramente despeinado para
que siempre pareciera como si acabara de salir de la cama. Su mirada
melancólica, demasiado atractiva para su propio bien, gris azulada estaba fija en
Emery.
Esa mirada era tan intensa que me dejó caliente.
Esto no estaba bien.
Nada bien en absoluto.
La mujer que lo acompañaba tiró de su codo, y él salió de su aturdimiento
con Emery para volverse hacia su cita.
—¿Qué estamos mirando? —preguntó Vaughn.
—Nada. —Bailey estaba a punto de retorcerse de emoción en su asiento.
La empujé con el codo, duro, y ella me miró. Le fruncí el ceño.
—Yo… eh… creo que voy a dar por terminado el día —dijo Emery. Se negó
a mirar a los ojos de nadie.
—Oh, no te vayas —suplicó Bailey.
—Puede irse si quiere —dije con los dientes apretados.
Mi mejor amiga me miró con los ojos entrecerrados.
—No quiero que se vaya.
—No importa lo que quieras, especialmente cuando tu cabeza está en las
nubes.
—Siento que nos estamos perdiendo algo —dijo Vaughn a Cooper.
Él asintió.
—Definitivamente.
Bailey resopló.
—Estás haciendo que parezca que no quieres a Emery aquí.
—Amo a Emery, por supuesto que la quiero aquí, pero la quiero aquí.
Quieres algo completamente diferente. —Me incliné hacia ella y siseé—: Y es una
locura.
—Eh… señoritas. —Michael se acercó al puesto, llamando nuestra
atención hacia arriba—. Su amiga ya se ha ido.
Con un suspiro de frustración, noté que el lugar junto a Jess ahora estaba
vacío, y Jess nos miraba como una maestra decepcionada.
—¿Viste lo que hiciste? —refunfuñó Bailey.
Me incliné y le susurré al oído:
—Si no dejas a Emery en paz, les diré a Cooper y Vaughn sobre la locura
que se está arremolinando en tu cabeza, y ellos protegerán su trasero tan rápido
de Jack Devlin que, tus esperanzas serán aplastadas para siempre.
—Princesa. —Me moví hacia atrás para ver a Vaughn inclinado sobre la
mesa del puesto, sus manos apoyadas en él, y su rostro a centímetros del de
Bailey—. ¿Qué está pasando?
—Nada. —Le dedicó una sonrisa brillante, se inclinó hacia adelante y le
dio un beso en los labios—. Todo está bien.
—Entonces, ¿por qué Dahlia, una mujer que normalmente se arrojaría
delante de un autobús por ti, parece que quiere matarte? ¿Qué estás tramando y
qué tiene que ver con Emery?
Bailey se cruzó de brazos a la defensiva y entrecerró los ojos.
—No me hables así. Jamás.
Sacudí un poco la cabeza. Bailey Hartwell era una maestra de la desviación.
Vaughn parpadeó sorprendido por su tono irritable y ella empujó la silla hacia
atrás.
—Necesito un café.
La sospecha se profundizó en la expresión de Vaughn a medida que veía a
Bailey alejarse.
—Disculpen —murmuró antes de caminar tras ella.
Los perdí en la multitud y eché un vistazo a Jessica.
—¿No está realmente molesta con Vaughn?
Puse los ojos en blanco.
—Más bien preocupada por lo bien que la conoce.
—¿Se trata de quién creo que se trata? —A Cooper no le hizo ninguna
gracia.
¿Cooper sabía de Jack y Emery?
Oh, chico.
—¿Por qué siento que estoy en la escuela secundaria? —preguntó Michael,
perturbado.
Jess se rio.
—Bienvenido a la vida en un pueblo pequeño. Todos están involucrados
en los asuntos de los demás.
—Hablando de eso… —Cooper frunció el ceño en la distancia—. ¿Quién es
ese tipo con mi hermana? ¿Y dónde está Joey? —Se marchó, con la mano apretada
en la de Jess de modo que no tuvo más remedio que seguirlo. Ella me lanzó un
pequeño saludo y yo asentí en respuesta, sintiendo más que un revoloteo de
mariposas al quedarme a solas con Michael.
—Joey es el sobrino de Cooper, ¿verdad? —Michael se acercó al puesto.
—Sí. —Asentí, estirando la espalda contra mi taburete, a pesar de que
había una mesa entre nosotros—. Tiene casi diez años, una especie de genio
musical, y Cooper es más un padre para él que un tío.
—Tuve esa impresión.
Crucé los brazos sobre el pecho y lo estudié.
—Parece que te estás haciendo muy amigo de él.
—Es un buen tipo
.—Michael, ¿qué estás haciendo? —Levanté las manos con exasperación—
. ¿Por qué estás haciendo esto?
—Te he extrañado. ¿Me has extrañado? —Evitó mi pregunta, apoyando las
manos sobre la mesa—. ¿Me has extrañado, estas últimas semanas?
Más que nada.
Peor aún, a pesar de no verlo, me estaba acostumbrando a la idea de que
él viviera aquí, sabiendo que estaba en la misma ciudad, manteniendo a todos a
salvo. Manteniéndome a salvo. Me encantaba saber eso.
Me encantaba casi tanto como me molestaba el nudo en el estómago.
—¡Mike!
Me estremecí ante la voz.
Conocía esa voz.
Odiaba esa voz.
La aparición de Dana Kellerman siguió los pasos de su voz. Se apartó de mi
mesa para volverse hacia ella. Mis ojos se deslizaron por su alto cuerpo de curvas
tonificadas, y me sentí estúpida, infantil y regordeta con mi disfraz de
Blancanieves. Era culpa mía. Hice el atuendo de licra para Dana, y se ajustaba a
su cuerpo atlético como una segunda piel. El disfraz de Elastigirl debería haber
parecido estúpido. No lo hacía. El rojo se veía muy bien contra su tez bronceada.
Por lo general, usaba su largo cabello en ondas playeras, pero lo había atado en
una coleta alta que acentuaba y alargaba sus felinos ojos azul hielo. Tenía una
naricita y labios perfectos, y pómulos altos perfectos, y estaba sin máscara
porque ¿por qué iba a esconder un rostro tan perfecto?
Dana Kellerman era una de las mujeres más hermosas que hubiera
conocido en la vida real y nunca la había odiado por eso. No estaba en mi
naturaleza estar celosa de la apariencia de otras mujeres. Sin embargo, al verla
en todo su esplendor, sonriendo coquetamente a los ojos de Michael, la odié.
Era tan alta, tenía casi la misma altura que él, y sus piernas parecían tener
kilómetros en esas botas de tacón de aguja negras hasta los muslos que llevaba.
Arpía odiosa.
—Mike, me alegra haberte encontrado. Tengo algunos niños del desfile en
la heladería, y están desesperados por conocer a un detective de la vida real de
la gran ciudad. ¿Vienes a hablar con ellos, por favor?
Argh.
¡Musaraña manipuladora y odiosa!
No le importaban los niños. No le importaba nada más que meterse en los
pantalones de Michael.
Dana colocó una mano en su bíceps e inclinó la cabeza hacia un lado,
prácticamente agitando sus pestañas hacia él.
—Por favor.
Michael volvió la cabeza hacia mí.
—¿Haces todos estos disfraces?
Suavicé mi ceño, sorprendida por la pregunta.
—El de Dana, y algunos otros. El resto son alquileres.
Me miró durante un largo momento intenso.
—Eres tan talentosa, cariño. Todo el mundo se ve increíble.
Que él hubiera convertido lo fantástico que se veía Dana en algo que yo
había hecho era simplemente una prueba de que Michael Sullivan era el mejor
chico del mundo. No pude evitar sonreír.
—Gracias.
Me sonrió.
—Ah. —Dana me miró, y vi un destello de cálculo malicioso en sus ojos
helados—. Sí, Dahlia es genial. Tan genial, sé que a ella no le importará si te robo.
Sé que no es exactamente del tipo maternal, pero ni siquiera Dahlia te
mantendría alejada de los niños.
Perra.
Le di una sonrisa tensa.
—Por supuesto que no lo haría. Después de todo, están muy, muy, muy
desesperados.
Michael tosió en su puño, y le sonreí más fuerte, haciendo que sus ojos
oscuros brillaran. No estaba interesado en Dana Kellerman. No estaba interesado
en nadie más que en mí, y eso no debería hacerme tan feliz como lo hizo. ¿Hubo
alguna vez una mujer más complicada que yo?
—Deberías ir con los niños —le dije—. Realmente estarán emocionados
de conocerte. Y espesa el acento. Eso les encantará.
Su reticencia era evidente, pero asintió, y vi como Dana pasaba su brazo
por el de él y lo conducía entre la multitud.
—¿Qué fue eso? —gruñó Bailey en mi oído.
—¡Oh, Dios mío! —Casi me caigo del taburete. Me di la vuelta para verla
parada detrás de mí con las manos en sus caderas delgadas—. ¿Estás intentando
darme un infarto?
—¿Dejaste que Michael se fuera con Dana Kellerman?
—¿Fingiste estar molesta con Vaughn para desviarte de tus planes
tortuosos de emparejamiento?
Nos miramos enojadas mutuamente.
Entonces Bailey puso los ojos en blanco y se sentó en el taburete junto al
mío.
—No fue totalmente falso. Vaughn tiene una tendencia a la prepotencia.
De vez en cuando necesito recordarle con quién está tratando.
—Sabe que estás tramando algo.
—Por supuesto que lo hace. Me conoce demasiado bien. No ayudaste en
nada al casi delatarme. —Resopló una pedorreta—. Ve todo en blanco y negro
cuando se trata de las personas que le importan. No entendería a Emery y Jack.
—No hay un Emery y Jack. —Agarré su mano—. Bails, te adoro, lo sabes,
pero no entiendo esto. Odias a Dana y Jack por lo que le hicieron a Cooper. ¿Por
qué empujarías a Emery hacia Jack Devlin?
—Porque ella es más fuerte de lo que piensan. Todos quieren mimarla y
protegerla, pero tal vez lo que necesita es que la empujen fuera de su zona de
confort. Hay cosas que no nos dice. Y hay cosas que Jack no nos dice. Olvidas que
crecí con Jack Devlin. Adoraba al tipo como un héroe. Dahlia, no es una mala
persona. —Sacudió su cabeza—. Le dio un puñetazo a Stu cuando escuchó que
su hermano me atacó, y le dijo a Jess que su padre iba a buscar la licencia de licor
de Cooper.
Eso era cierto. Cuando Jess y Cooper empezaron a salir, Ian Devlin había
estado acosando a Cooper para comprar su bar durante meses. Devlin había
sobornado a alguien en la junta de licencias de la ciudad para que la licencia de
licor de Cooper no fuera renovada, lo que le obligaría a cerrar el negocio. Cooper
nunca se habría enterado hasta que fuera demasiado tarde si Jack no se lo
hubiera advertido a Jessica.
Fue idea de Jess hacer que todos los dueños de negocios en el paseo
marítimo firmáramos una petición que indicara que cerraríamos nuestras
puertas si no se renovaba la licencia de Cooper. Jess y Cooper llevaron la petición
al ayuntamiento y la presidenta vio que era lo mejor para ella y para nuestra
economía turística investigar y renovar su licencia.
—Sabes que estoy de acuerdo contigo sobre Jack. Que hay más en su
historia. —Me incliné hacia mi amiga, esperando que asimilara mis palabras—.
Y estoy de acuerdo en que Emery no nos está contando todo sobre su pasado.
Hay una razón por la que es tan introvertida y tímida. Y sí, eso me hace querer
tratarla con cuidado porque tengo la terrible sensación de que alguien no la trató
con cuidado, Bailey.
Bailey se echó hacia atrás, sus ojos oscureciéndose por la preocupación.
—Jack está escondiendo algo. Es un hombre plagado de problemas. Sé que
Emery está enamorada de él. Cualquiera con ojos puede ver eso. Pero hablando
como una mujer plagada de problemas que tiene a una buena persona interesada
en ella… no quiero que Emery pase por lo que Michael está pasando. Necesita a
alguien amable, que tenga su vida bajo control. No presiones esto. Por favor.
Después de un momento de estudio, Bailey asintió.
—Los dejaré en paz.
—Bien. —Solté un suspiro de alivio.
—Pero no puedo dejar en paz lo que acabas de decir. Dahlia, no eres Jack
Devlin. Y Michael no es Emery. Eres una persona buena. Te mereces a Michael. Y
cualquier demonio que te tenga como rehén… —me apretó el brazo con fuerza,
sus ojos brillando con sinceridad y preocupación—, tienes que dejarlo ir antes
de perder a Michael para siempre.
—Bailey…
—¿Has pensado en ello? ¿En serio lo pensaste? ¿Cómo se verá tu vida otra
vez sin él en ella?
Lo hice.
Era hueca, vacía y fría.
Pero sería más de lo que Dillon llegaría a tener.
—Estos están a la venta, ¿verdad? —Una voz femenina nos sacó de nuestra
conversación. Una turista estaba parada en el puesto con una expresión curiosa,
mirando entre nosotras.
Forcé una sonrisa, fingiendo que no estaba a segundos de desmoronarme,
y señalé mis joyas.
—Sí. Y todo está hecho a mano.

26
Dahlia

B
ailey tenía razón. Necesitaba decirle que no a Kell Summers.
¡Quizás incluso, infierno no!
Mirando alrededor de la sala de conferencias en el hotel de
Vaughn, mi estómago dio un vuelco infeliz. Había pasado una semana desde el
carnaval, había evitado a Michael y todos los pensamientos serios que venían con
él, pero no había evitado a Kell Summers.
Kell había dispuesto las mesas en dos largas filas con sillas una frente a la
otra para el evento de citas rápidas. La habitación estaba repleta de rostros
familiares y no tan familiares, así que supuse que los rumores eran ciertos. El
evento había atraído a personas de todo el condado.
Las citas no eran gran cosa para mí.
Comencé a tener citas en serie cuando tenía veintitantos años, y había
usado todas las aplicaciones y sitios de citas en línea disponibles. Las citas me
habían llevado por todo nuestro pequeño estado, y había tenido citas en
Filadelfia, Maryland y Nueva Jersey. Muy pocas de esas citas se habían convertido
en algo parecido a una relación, y tan pronto como me di cuenta de eso, me alejé.
La “relación” más larga que había tenido era con Jeff King. Lo había
considerado más una aventura, pero había durado tres meses.
Inconscientemente, sabía que se estaba poniendo serio, pero el sexo era tan
bueno que no había querido renunciar a él. Además, Jeff era genial. Me recordó
un poco a Michael. Sin embargo, él no era Michael, y cuando quedó claro que
estaba desarrollando sentimientos reales por mí, rompí las cosas. No era justo
para Jeff, ni para ningún hombre, estar con una mujer que nunca podría amarlo
como se merecía.
Había regresado a mis citas en serie, y fue una forma de pasar el tiempo y
lidiar con esa molesta frustración sexual (aunque para ser justos, mi vibrador
funcionó mejor la mayoría de las veces), por lo que las citas rápidas no deberían
haberme molestado.
Sin embargo, me molestó.
Me molestó mucho.
Porque Kell Summers no solo me había convencido de que lo hiciera.
Michael y Jeff estaban en la habitación.
Michael me vio tan pronto como entré, pero fue acorralado por Dana
Kellerman. Sorpresa, sorpresa. Me saludó, y le di un pequeño saludo con la mano.
Jeff también había estado hablando con una mujer, alguien a quien no reconocí,
cuando me vio. El nerviosismo me atravesó mientras se disculpaba y cruzaba la
habitación.
Jeff era alto, y había algo en su forma de caminar que me recordaba la
forma en que los vaqueros se pavoneaban en las viejas películas de Hollywood.
Tenía una complexión espigada, no de músculos gruesos como Michael, sino
esbelto y duro. Todo eso estaba bien. Pura delicia muy masculina, robusta y sexy.
Y sabía qué hacer con eso en el dormitorio. Me sonrojé y alejé esos recuerdos.
Había alegría en los ojos azules de Jeff que me dijeron que estaba feliz de
verme.
No es que no me alegrara ver a Jeff. Lo hacía. Siempre me alegraba verlo.
Pero mi mente estaba zumbando, preguntándome si Michael habría descubierto
mi historial con su jefe.
—Te ves hermosa. —Jeff examinó mi atuendo.
Llevaba un vestido de tubo rojo vintage que acentuaba cada curva
generosa de mi cuerpo, haciendo juego con los tacones rojos de plataforma y de
dedos abiertos con una delicada correa en el tobillo, y llevaba mi largo cabello
oscuro en ondas por la espalda. El lápiz labial rojo brillante terminaba mi aspecto
pin-up de los años cincuenta.
—Gracias. También te ves bien. —Lo hacía. Siempre lo hacía—. ¿Pero
quién está a cargo de la estación con el sheriff y su detective aquí?
Sonrió ante mis bromas.
—Me acosaron para hacer esto y si tengo que hacerlo, ¿por qué sufrir solo?
Mordí mi labio y miré por detrás de su hombro a Michael, quien estaba
mirando con dagas a la espalda de Jeff. Michael no lanzaba miradas asesinas por
tonterías.
Mierda, lo sabía.
—Él sabe de nosotros —confirmó Jeff.
Lo estudié.
—¿Qué sabes de Michael y yo?
—No mucho. Es bastante reservado. Sé que se conocen de Boston. Que está
aquí por ti. Mencionó que te dejó escapar una vez entre sus dedos y que no iba a
permitir que volviera a suceder.
¿Él había dicho eso? ¿A Jeff?
—Jeff, yo…
—Dahlia, ¿él es la razón?
Sabía lo que estaba preguntando. ¿Michael era la razón por la que rompí
las cosas con él?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué estás aquí conmigo y él está allí con Dana?
—Es complicado.
—Solo si lo haces complicado. —Miró por encima del hombro antes de
volverse hacia mí con una sonrisa juguetona—. Y parece que Mike no se está
esforzando lo suficiente. —Inclinó la cabeza hacia mi oído, apoyó la mano en mi
cadera y susurró—: Tal vez debería darle un pequeño empujón.
Mis ojos volaron hacia Michael. Sus rasgos estaban tensos a medida que
nos observaba a Jeff y a mí. Luego, abruptamente, le dio un empujón a Dana a un
lado para dirigirse hacia nosotros. Jeff ya se había retirado. Mi corazón corría
como un martillo neumático.
—¡Damas y caballeros! —La voz de Kell resonó por el sistema de
megafonía y detuvo a Michael en seco—. Bienvenidos al primer evento de citas
rápidas de Hartwell. Ahora les pediré a las señoritas que tomen asiento en este
lado de la sala… —señaló a las sillas que daban la espalda a la entrada—, y a los
caballeros que tomen los asientos de enfrente. Cuando suene la campana, pueden
empezar a coquetear. Cuando vuelva a sonar la campana, les pediremos a los
caballeros que muevan un asiento a su derecha.
Le lancé a Jeff una mirada preocupada.
—Jeff, no creo que jugar con uno de tus empleados sea una idea
particularmente buena.
—¿Quién dice que estoy jugando? —Su expresión fue caliente.
Oh, genial. Justo lo que necesitaba. Más atención masculina indeseada.
¿Por qué demonios había dejado que Kell me convenciera?
Evité a Michael mientras cruzaba la habitación para tomar uno de los
últimos asientos que quedaban. Los hombres ya estaban tomando asiento, lo que
significaba que Michael y Jeff fueron dos de los últimos en hacerlo también. Jeff
tomó una silla cuatro lugares a mi izquierda y Michael estaba tres a mi derecha.
Mi sonrisa se hizo dolorosa a medida que escaneaba al chico frente a mí.
Parecía tener entre cuarenta y pocos años, calvo, flaco y un semblante
demacrado, parecido al de un ratón. Su camisa estaba abrochada hasta el cuello
y me estremecí. ¿Podía siquiera respirar?
Sonó la campana, y Ratoncito habló primero. Ruidosamente.
—No eres mi tipo.
Mis cejas se levantaron.
—¿Disculpa?
—Solo pensé en exponer eso, para que no perdamos el tiempo aquí.
Como era de esperar, esto no era lo más grosero que me hubiera dicho un
chico en una cita.
—¿Supongo que solo te interesan las mujeres por su apariencia física?
Ratoncito frunció el ceño.
—No.
—Ni siquiera me dejaste hablar antes de determinar que no era tu tipo, así
que debo estar cortésmente en desacuerdo.
—Uh… bueno… —Se movió incómodo—. Es solo que… me gustan mis
mujeres delgadas.
—¿Te escuché correctamente? —dijo Michael desde mi derecha.
Aparentemente, no estaba prestando atención a la mujer frente a él, sino
escuchando a mi “cita”.
—Michael —le advertí.
—¿Tiene algún problema? —preguntó Ratoncito a Michael.
Michael se inclinó más allá de los chicos a su lado para mirar a mi cita.
—Cuida tus modales.
Todos en nuestro lado de la mesa se quedaron en silencio.
Y entonces escuché a Jeff hablar.
—¿Algún problema ahí abajo?
Oh Dios mío, ya mátenme.
—Michael, puedo manejarlo por mi cuenta —siseé.
Me ignoró y llamó a Jeff.
—Sheriff, tenemos un tipo aquí sin modales.
—¿En serio? Bueno, puedo ver a un par de tipos en la sala que no
consiguieron asiento —dijo Jeff.
No escuché el resto de la conversación porque apoyé mi frente en la mesa
con mortificación y estaba bloqueando la habitación.
—No puedo esperar para llegar a él —susurró la mujer a mi lado—. Amo
a un hombre de buenos modales. Y Dios, esos brazos. Nãm.
Estaba oficialmente en el infierno.
El ruido de las sillas y las suaves protestas de Ratoncito hicieron que mi
cabeza se levantara. Jace, un cantinero joven de Cooper's, se sentó en el asiento
en su lugar, mientras Kell sacaba a Ratoncito de la habitación. Me volví hacia Jace
y su sonrisa arrogante.
—Hola, Dahlia. Siento llegar tarde. —Sus ojos se posaron sobre mí—. Te
ves sexy.
Puse los ojos en blanco porque Jace era el mayor coqueto del planeta.
—¿Qué estás haciendo aquí? Como si necesitaras ayuda para conseguir
una cita.
—Como si tú necesitaras ayuda para conseguir una cita —respondió, y
luego se inclinó sobre la mesa con complicidad—. Entonces, ¿qué pasa con el
sheriff y el buen detective ahuyentando a tu última cita?
—Prácticamente me llamó gorda y fue ruidoso al respecto, así que
decidieron que soy una niña de cuatro años que no puede manejarse sola.
Jace asintió, su atención descendiendo.
—Estúpido. No estás gorda. Eres perfecta.
—Jace, quita tus ojos de mis tetas.
Su mirada se desvió lentamente hacia arriba.
—Lo siento. Es solo que están…
—Lo sé. Están justo ahí.
La campana sonó antes de que Jace pudiera responder, y me guiñó un ojo
antes de moverse hacia la mujer a su derecha, a mi izquierda. El tipo moviéndose
hacia el asiento vacío me sonrió y estaba a punto de devolverle su sonrisa abierta
cuando apareció Michael y le puso una mano en el hombro.
—Lo siento, este asiento está ocupado.
Se deslizó en el asiento frente a mí antes de que el hombre pudiera
protestar. Nos miramos el uno al otro como si fuera una competencia mientras
el chico se tambaleaba en nuestra visión periférica antes de desaparecer
finalmente.
—No es así cómo funciona esto —dije.
—Ella tiene razón —intervino la mujer a mi lado, con un tono petulante en
su voz—. Me saltaste por completo.
Michael le lanzó una mirada impaciente y luego se volvió hacia mí.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué estás haciendo aquí? —refuté.
—Jeff me obligó a ser su compañero. No me di cuenta de que significaba
ser su compañero mientras él te coqueteaba.
Le lancé una mirada asesina.
—Vi a Dana haciéndote compañía.
—No la he tocado.
—Lo sé. —Suspiré—. Por eso aún te persigue.
—No puedo decir lo mismo de ti y de Jeff.
—Michael, aquí no. —Negué con la cabeza.
Se inclinó sobre la mesa, habló en voz baja.
—Solo dime una cosa.
Atrapada en sus ojos, me resultó imposible apartar la mirada.
—¿Qué?
—¿Es el tipo? ¿El que te hizo olvidarme temporalmente?
Hice una mueca, lamentando haber admitido eso y aún más que Michael
no lo hubiera olvidado.
—Eso… salió mal.
—¿Y bien?
—Michael…
—Lo tomaré como un sí.
Al escuchar la dureza en su voz, alcancé su mano impulsivamente para
detener su retirada.
—No es lo que piensas.
Cubrió mi mano con la otra, y me estremecí bajo su atención ardiente. No
había otra palabra para ello. Él ardía. Pero fui yo la que se incendió.
—¿Esta es tu idea de diversión?
—¿Las citas rápidas? —pregunté resoplando—. No, estoy en el infierno.
—Retiré mi mano de la suya, recordando sus acciones hace solo unos minutos—
. Y para que conste, no necesito que me protejas de los estúpidos de mierda. Me
avergonzaste.
—Aquel pequeño cabrón tiene suerte de que sea un oficial de policía, o se
habría ido de aquí con algo más que una cara roja. Nadie te habla así.
Odié lo conflictiva que me hizo sentir. Sus acciones me molestaron, pero
su sentimiento no.
—He estado cuidándome por mi cuenta durante mucho tiempo.
—Sí, demasiado tiempo.
Sonó la campana, pero Michael no se movió. Mantuvo su atención en mi
cara y sin apartar la mirada le dijo al tipo que estaba a su lado:
—Sigue adelante.
Después de un momento de confusión, el hombre se fue.
—¿En serio vas a quedarte aquí toda la noche?
Él asintió, cruzando los brazos sobre el pecho. Llevaba un suéter Henley
oscuro que mostraba su físico magnífico. Los músculos de sus brazos se
flexionaron con su movimiento y mi boca se secó. ¿Por qué no podía ser
demasiado musculoso y macizo de una manera que me desagradara? ¿Por qué
debía tener esa cantidad perfecta de fuerza dura, deliciosa y bien mantenida que
se adaptaba a su estatura y complexión? Deseé que estuviera desnudo para
poder lamerlo.
¡Uff! Me regañé por los pensamientos descarriados.
—Me estás comiendo con los ojos. —La diversión entretejió sus palabras.
Me sonrojé al ser atrapada y luego entrecerré los ojos con irritación.
—Usaste esa camisa deliberadamente.
La risa brotó de sus labios.
—Los hombres usan ropa porque es la ley. No usan ropa deliberadamente.
—Algunos hombres lo hacen.
Sus ojos oscuros se posaron en mi escote y luego se trasladaron a mis
labios.
—Elegiste ese atuendo deliberadamente.
—No sabía que estarías aquí.
—Lo que lo empeora. Lo elegiste para otros chicos.
—Lo elegí para mí. Me visto para mí. —Lo fulminé con el ceño—. Si
recuerdas algo de mí, lo recordarías.
Ladeó la cabeza pensativo.
—Recuerdo claramente un conjunto de ropa interior que admitiste usar
solo para mí.
El calor se extendió a través de mí al recordarlo. Habíamos estado
tonteando en su auto, y llevaba un sujetador de satén verde esmeralda y ropa
interior que había comprado para él. La lencería había llevado nuestro besuqueo
de lento y delicioso a hambriento y decidido. Estaba a segundos de empujar
dentro de mí por primera vez cuando nos interrumpieron.
Me encogí de hombros ante el recuerdo melancólico.
—La lencería es diferente.
—¿Compras lencería para Jeff?
Al ver el destello de celos en sus ojos, crucé los brazos sobre el pecho y le
dije:
—¿Tu esposa te compró lencería?
La campana volvió a sonar.
Michael no se movió. De nuevo.
—Oye, hombre, se supone que debes moverte. —Un chico lindo con una
espesa cabeza de cabello oscuro y lentes le dijo a Michael. Sus ojos se posaron en
mí con interés.
Lindo.
Michael no lo creyó así. Se volvió para mirar con frialdad al chico. Luego
hizo lo impensable, se quitó la placa del cinturón y la sostuvo en alto.
—Sigue. Adelante.
El tipo se escabulló.
En serio se escabulló.
Una diversión que no quería sentir presionó las comisuras de mi boca.
—No acabas de mostrarle tu placa a ese tipo.
Michael reconoció la risa en mis ojos y sonrió.
—Haré lo que deba hacer.
Kell apareció junto a Michael.
—Detective Sullivan… se supone que debe moverse cada vez que suena la
campana.
—Sé cómo funciona.
—Entonces, ¿por qué estás acaparando a la señorita McGuire? ¿Tengo que
pedirle al sheriff que intervenga?
Michael echó un vistazo alrededor de la habitación y encontró a Jeff en la
mesa detrás de nosotros.
—Jeff, ¿vas a cabrearte si no me muevo de este asiento?
La habitación se quedó en silencio mientras Jeff observaba, su mirada
bailando entre nosotros, y si no me equivocaba, ¡encontrando esto gracioso!
—Te propongo un trato, me dejas cambiar de asiento contigo en la
próxima campanada, te devolveré ese asiento cuando el timbre suene de nuevo,
y no te haré moverte.
Los hombros de Michael se tensaron.
Jeff sonrió.
—Diría que es un trato justo.
—Pero sheriff —se quejó Kell—, esto no funciona así.
—¿Y bien, Sullivan? —Jeff ignoró al concejal.
Mis mejillas se pusieron más calientes cuando todos se volvieron para
mirarme con curiosidad mientras estos dos supuestos policías profesionales
(¡más idiotas que profesionales!) negociaban su tiempo conmigo.
—Déjenme facilitarles la decisión. —Me aparté de la mesa, sin saber a
quién quería golpear más. Agarrando mi bolso, me di la vuelta y salí, ignorando
las protestas de Kell.
—¡Dahlia! —me llamó Michael, pero abrí las puertas de la sala de
conferencias y salí de allí tan rápido como me lo permitieron mis tacones altos.
Me apresuré a cruzar el brillante suelo de baldosas de la recepción cuando
fui abruptamente girada y arrastrada contra el duro cuerpo de Michael. Agarró
mis dos brazos; empujé contra él.
—Suéltame.
Su expresión era a partes iguales de indignación y preocupación.
—Dahlia, detente.
—No. Tú detente —siseé, sin querer hacer una escena—. ¿Estabas
intentando humillarme allí dentro?
Apretó la mandíbula.
—Sabes que no.
—No. —Me aparté con todas mis fuerzas y me liberé de su agarre—. Solo
estabas orinando a mi alrededor metafóricamente.
Jeff apareció a nuestro lado, la cresta de sus mejillas enrojecida.
—Dahlia, ¿estás bien?
—También estoy enojada contigo —anuncié.
Se pasó una mano por el cabello y suspiró.
—Lo siento, no queríamos…
—¿No querían qué? ¿Actuar como adolescentes neandertales? —Fruncí el
ceño entre ellos a medida que sus rostros se oscurecían ante mi insulto—. Eres
el sheriff, y tú eres un detective. Y yo soy una persona. No son dos perros
peleando por un juguete masticable.
—Dahlia, sabes que eso no es justo —resopló Michael.
—¿Sabes lo que no es justo? Ser el chisme de primera en este pueblo. ¿Qué
pensaron ustedes dos que pasaría allí? —Hice un gesto hacia la habitación—.
¿Creen que es una broma? Michael tal vez tenga una excusa, pero Jeff, has vivido
aquí el tiempo suficiente para saber qué pasa cuando algo como esto sale a la luz.
Especialmente cuando una Dana Kellerman celosa está en la habitación. De
repente, soy la vagabunda que está seduciendo al sheriff y su nuevo detective.
—Si alguien se atreve a decir eso… —siseó Michael enfurecido.
Pero la contrición suavizó la expresión de Jeff: sabía que tenía razón.
Cuando rompí con él hace unos años, la gente había hablado de mí y mucho de
eso había sido desagradable.
—Dahlia, lo siento.
Agotada, irritada, temiendo las consecuencias de sus payasadas juveniles,
negué con la cabeza y estaba a punto de alejarme cuando una conmoción en la
parte delantera del hotel llamó nuestra atención. Nos volvimos para ver al oficial
Wendy Rawlins y al oficial Eddie Myers corriendo por el vestíbulo hacia Jeff.
—Sheriff. —Wendy casi patinó hasta detenerse.
Jeff y Michael se pusieron alerta ante las expresiones pálidas y tensas de
los agentes.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jeff.
—Sé que está fuera de servicio, pero… —Wendy miró a su alrededor y vio
que estaba lo suficientemente cerca para escuchar. Se volvió hacia Jeff—. Sheriff,
necesitamos que usted y el detective Sullivan vengan con nosotros de inmediato.
Mi corazón se aceleró ante la seriedad sombría en el tono de Wendy y la
preocupación profunda que se grabó en los rostros de Michael y Jeff.
—En seguida —dijo Jeff. Desvió su mirada hacia mí—. Hablaremos más
tarde.
Asentí, mi ira apagándose bajo la fuerte vibra horrible que los agentes
habían traído al hotel con ellos.
Jeff se alejó con sus oficiales, pero Michael se quedó. Su expresión se
suavizó ante mi semblante preocupado.
—Ten cuidado.
—Siempre lo tengo. —Había tanto en sus ojos. Tanto sabía que quería
decir. Pareció decidirse por una disculpa—. Lamento si fui un idiota allí dentro.
Estoy… estoy aterrorizado de perderte otra vez.
Las lágrimas iluminaron mis ojos a medida que él bajaba la cabeza,
frotándose la nuca de una manera que lo hizo parecer vulnerable. No me gustaba
Michael vulnerable. Especialmente no me gustaba que fuera vulnerable cuando
se alejaba de mí hacia una situación posiblemente peligrosa.
—¿Qué fue eso? —Vaughn cruzó el vestíbulo hacia mí.
Vio a los oficiales desaparecer. Solté un suspiro, mi estómago
revolviéndose por la ansiedad.
—No tengo ni idea. Creo que, algo malo.
—Eso parece. —Sus espectaculares ojos plateados se enfocaron en mí—.
¿Estás bien?
—Vaughn, mi vida es toda una telenovela gigante.
—Entonces, ¿eso sería un no?
—Eso sería un, infiernos, no.

27
Michael

M
ichael había aprendido mucho sobre la familia Devlin durante el
último mes desde su llegada a Hartwell. Conocía a Ian Devlin
junto con su esposa Rosalie, quien era un poco ermitaña, y su hijo
menor, Jamie, vivían todos juntos en los Glades. Era una comunidad de hogares
adinerados en el norte de Hartwell. Los Glades, a pesar de su precio, no era la
propiedad inmobiliaria de primera en la ciudad. Había varias casas en la costa
desde el paseo marítimo, separadas por tierra, que valían millones. Vaughn
Tremaine era dueño de una de las casas de playa más codiciadas que se
encontraba sobre el agua. Michael había acumulado suficiente conocimiento
para saber que a Devlin le costaba mucho que no fuera dueño de una de esas
casas.
Rebecca Devlin, la única hija, dejó la ciudad desde hace cuatro años para
estudiar un posgrado en Inglaterra y no había regresado hasta ahora.
Kerr Devlin, el segundo hijo mayor vivía en una suite en el ático del hotel
de la familia, The Hartwell Grand.
En cuanto a su segundo hijo menor, Jack, su casa era una casa agradable
pero normal en South Hartwell.
El mayor, Stu, vivía en una hermosa casa familiar en Johnson Creek. El
arroyo desembocaba en la Bahía Hartwell en la costa sur. Si no eras dueño de una
casa espectacular frente al mar, y no te importaba cambiar una casa del tamaño
de una mansión en los Glades por una ubicación, comprabas una casa en Johnson
Creek. La casa de Stu Devlin era más de lo que necesitaba. También estaba en la
curva del arroyo con un muelle privado, y lo suficientemente lejos de sus vecinos
como para que alguien pudiera disparar un arma y no ser escuchado.
Lo que significaba que nadie sabía que Stu Devlin estaba muerto hasta que
la mujer casada con la que estaba follando entró en la casa.
Michael estaba de pie en la cocina blanca brillante de Stu mientras el
cuerpo de Stu, ahora en una bolsa para cadáveres, era cargado en una camilla.
Había sangre salpicada por la ventana trasera de la cocina que daba al arroyo.
Sangre en el suelo donde Stu había muerto.
Por lo que habían conjeturado, y sabrían más una vez que el forense
mirara el cuerpo, las dos heridas de entrada eran casi un único agujero,
demasiado juntas. Y fueron en el pecho, cerca del esternón.
Las heridas coincidían con la forma en que se entrenaba a un oficial de
policía para disparar.
Hubo un aviso anónimo en la estación de que Freddie Jackson estaba
involucrado en la venta y tráfico de cocaína. Nadie había visto a Freddie Jackson
en horas. No fue a la estación para su turno, y su auto había sido abandonado a
tres kilómetros de aquí al costado de la carretera.
—Tenemos la orden de registro de emergencia. —Jeff entró en la cocina—
. Wendy llamó. Encontraron cuatro bolsas de coca y diez mil dólares en billetes
de cien dólares en el apartamento de Jackson.
—Maldita sea —dijo Michael. La impotencia y la ira inundándolo.
Sin lugar a duda, Stu Devlin era un pedazo de mierda, pero merecía estar
tras las rejas, no jodidamente muerto.
—Doce años —murmuró Michael.
—¿Qué? —preguntó Jeff, frunciendo el ceño.
—La última vez que hubo un asesinato en Hartwell. Fue hace doce años.
—Michael había hecho su investigación antes de mudarse aquí. Aunque había
habido un par de casos de asesinato en el condado, la ciudad de Hartwell se había
salvado durante años. Posiblemente porque el departamento del sheriff tenía su
sede allí, de modo que Hartwell tenía más agentes patrullando las calles debido
a la cantidad de turistas que llegaban durante todo el año. En lo que respecta a
delitos violentos, hubo casos de agresión física y sexual en Hartwell, el porcentaje
más alto de los cuales fueron cometidos por visitantes.
Pero no había habido un caso de asesinato en Hartwell en doce años. No
hasta que llegó Michael.
—Jeff, queríamos asustarlo. —Se pasó una mano por la nuca, agitado—.
No se suponía que sucediera esto. He visto muchas cosas malas a lo largo de los
años. Nunca había jugado mi papel en su causa.
Jeff frunció el ceño.
—No. No puedes hacer eso. Porque si tú tienes la culpa, entonces yo tengo
la culpa, y no me culpo por Freddie Jackson. Todo lo que podemos decir es que
subestimamos su tipo de cagada. Supongo que vino a Stu Devlin en busca de
tranquilidad y, en cambio, Stu le dijo que la policía estaba allanando su casa en
busca de coca.
Una trampa. Tenía sentido. Michael asintió, exhalando lentamente.
—Se estaba poniendo nervioso. Convirtiéndose en una carga para ellos. Lo
querían fuera del camino.
—Solo es una especulación en este momento, pero supongo que sí —dijo
Jeff.
—Necesito encontrar a este hijo de puta rápido. Un hombre tan
desesperado… quién sabe qué hará a continuación.
—Primero, tenemos que ir a dar la noticia a los Devlin. —Jeff negó con la
cabeza—. Jesucristo. Tengo que decirle al hombre que su hijo está muerto y luego
pedirle que vaya a la comisaría para interrogarlo.
Iba a ser una noche larga. Siguiendo a Jeff fuera de la casa, Michael
preguntó:
—¿Este es tu primer homicidio?
—Es el primer homicidio en el que conocí a la víctima. —Jeff volvió a mirar
hacia lo que había sido la impresionante casa de Stu Devlin—. Parece que Devlin
finalmente intentó joder al tipo equivocado.
Tal vez sea así, pensó Michael, pero de todos modos Stu era una víctima.
Michael no se detendría hasta encontrar las pruebas que necesitaba contra
Jackson. Luego lo enterraría con ellas. Así como Ian y Rosalie Devlin tendrían que
enterrar a su maldito hijo.

28
Dahlia

A
sesinato.
Estaba en mis pensamientos casi constantemente.
El asesinato había sacudido nuestra tranquila ciudad
costera.
A nadie le gustaba mucho Stu Devlin. Lo detestaba por atacar a Bailey y
salirse con la suya. Pero se merecía tiempo en la cárcel, no dos balas en el pecho.
Mientras trabajaba en un cuenco de plata martillado que estaba haciendo
para que el Viejo Archie se lo diera a su mujer Anita, anhelé que la música
ahogara mis pensamientos morbosos. En cambio, intenté concentrarme en el
cuenco. El Viejo Archie había sido un habitual en Cooper's desde que recuerdo.
Eso fue hasta hace casi dos años cuando a su “novia” Anita le diagnosticaron un
tumor espinal. Se puso sobrio por ella y la había estado ayudando durante lo que
todos asumimos serían sus últimos meses.
Para la feliz sorpresa de todos, Anita estaba en remisión. Pasaría el resto
de su vida en una silla de ruedas, pero viviría. Archie había visto a Anita mirando
uno de mis cuencos de plata hechos a mano hace un tiempo, y su aniversario se
acercaba, así que había encargado uno para ella.
Deseé que me quitara la cabeza de la muerte de Stu Devlin y la posterior
desaparición de Freddie Jackson, pero no pudo.
Michael había llamado para contarme sobre el asesinato de Stu, sabiendo
que pronto terminaría por todo Hartwell. Había sido brusco al teléfono. Me
preocupé por él. Mientras todos se apiñaron en grupos durante los próximos
días, hablando en susurros cada vez que veían a uno de los Devlin por ahí,
Michael estaba persiguiendo a Freddie Jackson.
Dos días después de la noticia, estaba trabajando en mi taller cuando
Michael pasó a verme. Mi música había sonado a todo volumen como siempre, y
era la primera vez que veía a Michael realmente enojado conmigo desde que nos
fuimos de Boston.
—¡Hay un presunto asesino suelto, y la puerta de tu tienda está abierta
mientras escuchas un puto rock a todo volumen! ¿No te parece un poco
descuidado? —había gritado.
Había hecho falta todo dentro de mí para no discutir. Pero parecía que no
había dormido en días, y solo gritaba porque estaba preocupado. Así que lo dejé
pasar. Prometí que no escucharía mi música mientras trabajaba hasta que
encontraran a Jackson.
Para agradecerme, Michael me dio un beso rápido y fuerte en la frente, y
me dijo que no faltaba mucho hasta que atrapara a Freddie.
Lo entendí, pero me preocupó. Recordé que incluso cuando era un policía
joven, Michael se había enfrentado a muchas cosas. Había toda una oficina del
sheriff buscando a Freddie, pero sabía que Michael se sentiría responsable por
atraparlo.
Habían pasado siete días desde el asesinato de Stu. Vaughn seguía a Bailey
a dondequiera que fuera. Cooper se cernió sobre Jess, su hermana Cat y su
sobrino Joey. Nadie creía que Freddie fuera a perseguir a nadie deliberadamente,
pero el asesinato nos había asustado a todos. Corrían rumores sobre la conexión
de Freddie con los Devlin. Todos lo habíamos discutido en Cooper's. Nuestra
teoría favorita era que Freddie había hecho muchas cosas ilegales por Stu, a
quien consideraba su mejor amigo, y cuando comenzó a ponerse nervioso por la
presencia de Michael en la ciudad, recurrió a Stu en busca de ayuda. Es posible
que Stu, el astuto escurridizo que había sido, hubiera dejado en claro que los
Devlin dejarían a Freddie a su suerte si algo salía a la luz sobre sus actividades
criminales.
Pero, ¿por qué matar a Stu? Esa era la parte que aún no tenía sentido.
Mi tono de llamada de Led Zeppelin resonó en la habitación; salté de
miedo.
Maldita sea.
Estaba tan nerviosa.
Dejando mis herramientas, me deslicé del taburete y crucé la habitación
hacia donde había dejado mi celular en un gabinete. Era papá.
—Hola —respondí. Había estado llamando todos los días desde que se
conoció la noticia del asesinato de Stu—. ¿Está todo bien?
—Estoy bien, campanita. Yo… eh… ¿me preguntaba si hablaste con Mike
últimamente?
Fruncí el ceño.
—No. Está buscando a Freddie.
—Bueno, yo… eh… mira, sé que las cosas son complicadas entre ustedes
dos, pero acabo de hablar por teléfono con él, y no suena muy bien.
Sorprendida, me tomé un momento para procesar todo sobre esa oración.
—¿Hablaste con Michael?
—Sí.
—¿Hablas seguido con él?
—Dahlia —respondió, suspirando—. No hablamos de ti. Mucho. Y cuando
lo hacemos, nunca se trata de lo que está sucediendo entre ustedes dos.
Simplemente… él no tiene un buen padre con quien hablar. Estoy aquí cuando lo
necesita.
La emoción obstruyó mi garganta. Dios, amaba a mi padre.
—Me alegra que te tenga.
—Sí, bueno, en este momento creo que necesita algo un poco más cerca de
casa.
La preocupación me invadió.
—¿Qué está pasando?
—Está frustrado, y agotado. Pensé que podrías querer comprobarlo.
Mordí mi labio inferior, mirando el dibujo de mí que Levi me había
enviado. Lo enmarqué y lo colgué en la pared de mi taller. Me dibujó con un
disfraz de superhéroe. Darragh dijo que Levi se había metido recientemente en
los cómics.
Si Michael necesitaba hablar con alguien y lo ignoraba para protegerme,
¿en qué clase de superhéroe me convertía eso?
—En uno bastante mierda —murmuré.
—¿Qué?
Parpadeé para salir de mis pensamientos.
—Nada. Papá, lo siento. Por supuesto, iré a ver cómo está.
—Bien. Ahora, ¿cómo estás tú?
—Todos estamos un poco tensos por aquí. Supongo que no esperábamos
que las cosas con los Devlin se convirtieran en asesinatos.
—Fue noticia nacional —dijo papá—. ¿Una ciudad turística popular como
Hartwell? El asesinato de uno de sus hijos ricos es primicia.
—Lo que solo puede agregar presión sobre Michael y Jeff. —Miré el reloj.
Eran las seis y de todos modos era hora de cerrar la tienda—. ¿Dónde estaba,
cuando lo llamaste?
—Por lo que pude decir, en la estación.
—Está bien. Iré allí ahora. Gracias por llamar y avisarme.
—No hay problema, campanita. Te llamaré más tarde.
Nos despedimos, y arreglé mis herramientas y cerré el cerrojo
rápidamente. Era principios de marzo, y los días aún eran cortos. El sol se había
puesto mientras me apresuraba hacia mi viejo Mini. El viaje al ayuntamiento fue
corto, pero lo suficientemente largo como para que mi corazón latiera con fuerza
con la anticipación de ver a Michael.
¿Cuándo se detendría ese sentimiento?
Aparqué en el estacionamiento al costado del edificio, tomé la entrada
lateral que conducía a la recepción principal del departamento del sheriff. No
había recepcionista en el escritorio, así que subí las escaleras hasta la oficina de
planta abierta. Jeff estaba hablando con Wendy junto al enfriador de agua, y
ambos me miraron. Jeff se acercó en seguida, y sus ojos azules me absorbieron
de la cabeza a los pies.
—Dahlia, ¿está todo bien?
Asentí, distraída por la oficina ocupada detrás de nosotros.
—Todo el mundo trabaja muchas horas estos días, ¿eh?
—Tenemos un asesino que atrapar, e Ian Devlin y su prensa están detrás
de nuestros putos traseros constantemente. —La respuesta de Jeff estuvo llena
de exasperación. Hizo una mueca—. Lo siento.
—No lo estés. Lo estás haciendo muy bien.
Me estudió con atención.
—Estás aquí por Mike.
Alguien debería haberme advertido lo incómodo que sería hablar con un
examante sobre mi… bueno… mi otro examante.
—Quería ver cómo estaba.
—Lo envié a casa —dijo Jeff—. No estuvo contento con eso, pero no me
sirve cuando está agotado.
—Oh. —No estaba segura si debiese ir al apartamento de Michael en
circunstancias normales. Definitivamente no debería ir cuando estaba exhausto.
—Por mucho que me mata decir esto… —Los labios de Jeff se aplanaron
en una línea delgada—. Deberías ir con él. Se lo está tomando un poco demasiado
personal para mi gusto.
Asentí, mordiéndome el labio con preocupación.
—¿Y sabemos que fue Freddie quien le disparó a Stu?
Jeff simplemente me miró.
Hice una mueca.
—Cierto. Una civil. No es de mi incumbencia.
—¿Sabes dónde vive Mike?
—No dije que iría con él.
—Ambos sabemos que vas a ir con él. —Después me transmitió la
dirección completa de Michael.
—Gracias, Jeff.
Él asintió y luego dio un paso hacia mí, inclinando su cabeza hacia la mía.
—Dahlia, es un buen tipo. Lamento que no pudiera ser yo, lo lamento más
de lo que puedo decir, así que, si tiene que ser alguien, me alegro de que sea Mike.
Te lo mereces.
Demasiados sentimientos me abrumaron. No quería la bendición de Jeff,
¡y eso es lo que me estaba dando! No quería la bendición de nadie. Quería ver
cómo estaba Michael, asegurarme de que estaba bien y meterme de nuevo en mi
escondite cobarde.



Las cajas que tenía en la mano contenían envoltorios de falafel llenos de
hummus, ensalada y salsa picante. No tenía idea si a Michael le gustaba el falafel,
pero la tienda de delicatessen frente a su edificio de apartamentos los vendía y
olían increíble.
Si estaba cansado, probablemente también tendría hambre.
Respiré hondo a medida que miraba fijamente su puerta principal pintada
de blanco.
—Puedes hacer esto —me susurré—. Los amigos se reportan unos a otros.
—Llamé antes de que pudiera convencerme de que no lo hiciera.
Unos segundos después, escuché sus pasos mientras se acercaba a la
puerta. Sonó la cadena, después la cerradura, y abrió la puerta con camiseta
negra, jeans, sin cinturón, sin zapatos, ni calcetines. Oh, y él sostenía una pistola
casualmente a su lado.
—¿Esperabas a alguien más? —Asentí hacia el arma.
No me gustaban las armas.
Mi papá tenía un arma en la casa; Dermot y Michael las llevaban por sus
trabajos, así que estaba acostumbrada a ellos.
Simplemente no me agradaban.
Me miró entrecerrando los ojos, y noté los círculos oscuros bajo sus ojos y
la palidez anémica de su piel normalmente olivácea.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Traje comida. —Empujé al interior, contemplando el entorno moderno
y elegante. El apartamento era de planta abierta con una ventana francesa que
daba a un balcón de la planta baja. La luz se derramaba en la habitación blanca,
mostrando los gabinetes de cocina brillantes de color gris claro y la isla a lo largo
de la pared trasera. En el centro de la habitación estaba la sala de estar donde
Michael tenía un sofá de cuero negro, un sillón, una mesita de café de vidrio, un
mueble de televisión de vidrio a juego y un televisor de pantalla plana enorme. A
mi izquierda, una puerta conducía a un pasillo estrecho, que supuse que conducía
al dormitorio y al baño.
Como su lugar en Boston, estaba desprovisto del toque femenino.
La puerta de su casa se cerró de golpe, y salté, dándome la vuelta para
enfrentarlo.
—¿Falafel? —Levanté las cajas de cartón para llevar.
—Ya comí. —Parecía y sonaba impaciente mientras cruzaba la habitación
para poner su arma en la encimera de la cocina.
—Fui a la estación, y Jeff dijo que estarías aquí. —Me sentí nerviosa y
torpe. Suspirando, dejé las cajas en la mesita de café y junté mis manos frente a
mí.
Michael arrastró sus ojos por mi cuerpo y regresó a mi rostro.
—Eso no explica por qué estás aquí.
—Quería ver si estabas bien.
—Bueno, como puedes ver, estoy bien.
Me sonrojé, sin estar preparada para un Michael sarcástico.
—¿Debería irme?
Se frotó la cara con ambas manos y gimió.
—No.
La necesidad de tranquilizarlo y consolarlo superó mi incertidumbre. Di
un paso hacia él.
—Michael, no es culpa tuya. Freddie no es culpa tuya. Siempre fue un
pequeño cabrón espeluznante, y si fue capaz de matar a Stu, entonces siempre
fue capaz de matar a Stu.
Michael asintió, sus ojos oscuros moviéndose sobre mi rostro. Por un
momento nos quedamos así en silencio. Cuando finalmente habló, no fue lo que
esperaba escuchar.
—Solía volver a casa después de ver cosas terribles, y Kiersten no quería
saberlo. —La idea de que él se fuera a casa con una esposa, como siempre, fue un
dolor insoportable que intenté ocultarle—. No quería darle los detalles, no le
haría eso, pero quería hablar. Deshacerme de ello de alguna manera, ya sabes.
Intenté un par de veces, deslizándome en la cama a su lado, alcanzándola. Ella
me alejaba. Y me acostaba allí, mirando al techo, y pensaba en ti.
El aire entre nosotros se espesó. Su confesión golpeó mi pecho como un
impacto físico.
—Me acostaba allí recordando todas las veces que nos sentamos en mi
auto hablando de todo. Te contaba sobre mi día en el trabajo, lo bueno y lo malo,
y tú me escucharías. Escuchar de verdad. Y luego envolverías tus brazos
alrededor de mi cuello y me quitarías lo malo a besos. —El dolor atravesó su
expresión—. Nunca me sentí tan resentido contigo como esas noches en que me
acosté junto a mi esposa deseando que ella fuera tú para que pudieras sacarme
lo malo con un beso.
Las lágrimas inundaron mis ojos. Porque deseaba haber estado allí
también. Demasiado. Mucho más de lo que podía soportar.
Michael dio un paso vacilante hacia mí.
—Si te pidiera que te acostaras conmigo ahora mismo, si te dijera que no
interpretes demasiado en ello, ¿qué dirías?
Crucé la habitación sin dudarlo, y tomé su mano. Su fuerza cálida se
enroscó alrededor de la mía, los callos de las yemas de sus dedos frotando
suavemente la suave palma de mi mano. Dejé que me llevara a su habitación sin
una palabra y, por un momento perfecto, silencié todos mis miedos, todas mis
preocupaciones, para poder hacer lo que más necesitaba hacer.
Cuidar de Michael.

29
Michael

M
ichael sabía que lo que sentía no era por Freddie Jackson. Sí, era
su trabajo encontrar al sucio bastardo, y lo haría. Estaba decidido
a hacerlo. Sin embargo, su necesidad de encontrar al tipo se
había visto envuelta en todas las formas en que sentía que estaba fallando. Con
su familia. Con Dahlia. Desde que se mudó a Hartwell, había hablado con su
madre solo un par de veces, y cualquier mención de su padre la hizo callar. Le
preocupaba que sin él allí en Boston, su padre volvería a sus viejas costumbres,
descargando toda su amargura borracha con la madre de Michael.
Luego estaba Dahlia.
Quería ser paciente. Se había prometido que lo sería. Sin embargo, en el
fondo, pensó que el gesto gigante de mudarse a Hartwell por ella habría roto
todas esas defensas sólidas con las que había rodeado su corazón a lo largo de
los años.
No estaba funcionando.
Michael estaba fallando en la cosa más importante que jamás hubiera
enfrentado.
Solo estaba… fallando.
Aunque mientras conducía a Dahlia de la mano a su dormitorio espartano,
dejó de lado todas sus lamentables limitaciones. Todo lo que había planeado
hacer era acostarse en la cama con ella, sentirla allí en la oscuridad, tal vez fingir
que todo estaba bien durante unas horas para poder dormir.
No esperaba que ella se detuviera en el borde de la cama, lo mirara con
esos conmovedores ojos azules y susurrara:
—Déjame cuidarte.
Michael nunca olvidaría la versión de Dahlia de cuidar de él por el resto de
su vida. Si era todo lo que conseguiría de ella, estaba seguro de que era más de lo
que la mayoría de los hombres hubieran recibido de cualquier mujer. Primero,
los desnudó a ambos y luego le pidió que se acostara en la cama. Ella había
flotado sobre su cuerpo, una fantasía de piel suave, pechos grandes, cintura
pequeña, caderas generosas, piernas preciosas y cabello oscuro que caía en
cascada por su espalda. Sus pechos llenos, con sus tensos pezones erectos, fueron
tan tentadores que él los alcanzó. Dahlia había permitido el toque por un segundo
y después curvó su mano alrededor de la de él y la presionó contra la cama.
—Déjame —le susurró.
Michael entendería lo que eso significaba cuando ella lo tocó. Sus labios y
manos fueron tiernos y lentos exploradores acariciando su camino alrededor y
por su cuerpo, memorizando cada centímetro de él. Pasó tanto tiempo
aprendiéndolo que, el corazón de Michael sintió como si fuera a explotar de lo
rápido que latía. Jadeaba en la oscuridad, intentando recuperar el aliento, sus
piernas moviéndose inquietas contra las sábanas, sus caderas empujando hacia
ella en necesidad.
Pero nunca perdió la paciencia porque había una parte de él que no quería
que ella se detuviera.
Ninguna mujer lo había apreciado jamás, jodidamente apreciado, como lo
estaba haciendo Dahlia McGuire en ese momento.
Se lo llevó a la boca, y Michael se sintió de nuevo como un niño, indefenso
ante su propia pasión. Esto es el cielo, pensó, a medida que la electricidad lamía
la parte posterior de sus muslos y la parte inferior de su columna. Podía escuchar
los gruñidos roncos de su nombre, las palabras amorosas, las palabras sucias
mezclándose, saliendo de sus labios mientras observaba a la mujer que amaba
chuparlo, lamerlo y devorarlo.
Y entonces golpeó. Duro, explosivo y tan jodidamente fenomenal, se olvidó
de dónde estaba por un segundo.
Jadeando en la oscuridad, con el pecho agitado como si hubiera corrido un
maratón, Michael aún podía oír su propio grito de liberación resonando en sus
oídos. Su cuerpo se fundió en el colchón con total satisfacción, sus extremidades
hormiguearon con las secuelas.
Dahlia.
Obligándose a abrir los ojos, vio como ella regresaba de su baño, su piel
brillando a la luz de la luna filtrándose a través de sus ventanas.
Cristo, era tan hermosa.
No solo hermosa por fuera. Estaba construida con capas de todo tipo de
belleza que pudiera haber, tan profunda y completa, que relumbraba fuera de
ella.
¿Por qué ella no podía ver eso?
Se arrastró hasta la cama junto a él, y él quiso tocarla, devolverle el favor,
pero estaba cansado. No había dormido más de una hora aquí y allá en días.
Pareció requerir un gran esfuerzo, pero levantó el brazo hacia ella.
—Shhh —susurró, presionándolo contra el colchón—. Michael, duérmete.
Estoy aquí.
Apoyó la cabeza en su pecho, y le pasó el brazo por el estómago mientras
acurrucaba su cuerpo delicado contra su costado. Arrullado por ella, sus ojos se
cerraron como si tuvieran voluntad propia y la dicha del sueño lo llevó a su
oscuridad.

30
Dahlia

E
stuve despierta durante horas, temiendo moverme en caso de que
perturbara a Michael. Estaba tan agotado; el peso del mundo
parecía descansar sobre sus hombros. Y sabía que sus
preocupaciones no solo eran por Freddie. Sabía que probablemente yo tenía más
culpa que nadie por sus cargas.
Por eso le había dado lo único que podía. Lo amé de la única manera que
podía sin decirlo nunca.
Nunca lo había dicho, me di cuenta, las lágrimas ardiendo en mis ojos a
medida que me apretaba contra su costado. Nunca le había dicho que lo amaba.
Pero él lo sabía. Después de esta noche ciertamente lo sabría.
Mi cabeza descansó en su pecho, subiendo y bajando con su respiración
regular. Lo miré a la cara, pero estaba medio girada. Observando su mandíbula,
su barba, aún podía sentir el cosquilleo bajo mis dedos y labios. Dejé besos dulces
por todo su rostro hermoso, aprendiendo cada línea y curva como una persona
ciega, dibujándolo en mi mente para siempre.
Su piel se sintió suave, caliente y dura debajo de mí. Mis labios y las yemas
de mis dedos se habían movido sobre las colinas ligeras y valles donde su
músculo estaba fuertemente cincelado. Me perdí explorándolo por un tiempo.
Todo lo demás se evaporó mientras desaparecía en la aventura de su cuerpo.
Besé la cicatriz pequeña en su costilla superior derecha donde un niño había
golpeado al Michael de catorce años con una botella rota. Pasé mis dedos por una
cicatriz en su pierna izquierda por encima de su rodilla que nunca había visto. La
pregunta había flotado en mis labios, pero la noche no era para mi curiosidad.
Era para Michael.
El recuerdo de él corriéndose en mi boca resonó en un profundo revoloteo
bajo en mi vientre. Estaba resbaladiza y necesitada entre mis piernas, incapaz de
dormir por la necesidad inquieta zumbando debajo de mi piel.
Sin embargo, el pánico se estaba retorciendo por encima del zumbido,
abrumando todo con el miedo de que, a pesar de que él dijera lo contrario,
Michael le daría a mi acto sexual un significado equivocado.
Quería que mi ofrenda fuera altruista, pero de alguna manera al final
siempre se volvía egoísta.
Levantando la cabeza lentamente, temiendo despertarlo, miré su reloj
despertador junto a la cama, los dígitos rojos parpadeando en la oscuridad. Eran
poco más de las tres de la mañana. Guau. Habían pasado horas.
Bien. Estaba bien. Michael necesitaba dormir.
Sin embargo, no podía estar aquí cuando se despertara por la mañana.
Levanté la mano que tenía apoyada en mi cadera suavemente y me deslicé
hacia abajo hasta que pude colocar su brazo a su lado en la cama. Con un suspiro
de alivio porque no se había despertado, intenté levantarme de la cama sin
mover demasiado el colchón. Me moví lo más silenciosamente posible,
recogiendo mi vestido, zapatos y ropa interior, y entré de puntillas a la sala de
estar. Parpadeé contra las luces que Michael había dejado encendidas y comencé
a vestirme.
A medida que me subía la ropa interior, escuché el crujido de las tablas del
suelo de su habitación y mi estómago dio un vuelco. Con el corazón acelerado y
las manos temblorosas, busqué mis zapatos y luego me detuve.
No huiría de él como una cobarde.
Michael estaba despierto.
Así que, tendría que enfrentarlo.
Me enderecé, descalza pero al menos vestida, y entonces él estaba de pie
en la puerta. Se había tomado el tiempo de ponerse unos pantalones de chándal.
El sueño que aún se reflejaba en sus ojos oscuros se desvaneció cuando
comprendió que me iba. Su expresión acusadora me chamuscó.
—¿Simplemente ibas a escabullirte? —Su voz aún estaba ronca por el
sueño—. ¿Como una borrachera de una noche?
Negué con la cabeza, odiando que pensara eso.
—Michael, nunca digas eso.
—¿Pero ibas a irte? —Entró en la habitación, cruzando los brazos sobre el
pecho. Intenté no distraerme con toda la belleza que había en él, pero no era fácil.
Mi cuerpo aún estaba tenso por el deseo insatisfecho.
Di un paso atrás, derribando uno de mis zapatos. Los miré y volví a mirar
a Michael para encontrarlo mirándome con fiereza y con total decepción.
—Pensé… pensé que sería mejor si no estuviera aquí por la mañana.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Porque ahora sabes que sé sin duda alguna
que me amas? —El pánico espesó mi garganta—. Dime que no me amas —exigió
Michael nuevamente.
Quise escapar, sacudiendo mi cabeza frenéticamente. Inclinándome,
alcancé mis zapatos, pero Michael me agarró por los brazos. Grité cuando me
enderezó, su rostro una máscara de furia.
—Dime —dijo a medida que me sacudía suavemente—. Porque si te vas
de aquí sin explicarme esta mierda… Dahlia, dime la verdad. —Me soltó, y aún
pude sentir el calor de sus manos rodeando mis bíceps—. Quiero la verdadera
razón por la que no podemos estar juntos. Si no me das eso, entonces lo que
siento por ti… cambiará. Se retorcerá, se oscurecerá y ya no será amor.
La idea de que Michael no me amara me quitó el aliento.
—Dime —suplicó.
—No entenderás…
—¡Entonces hazme entender!
Tropecé hacia atrás, cayendo en lugar de sentarme en su sofá.
—¿Recuerdas? —susurré—. ¿Recuerdas ese día con Dillon? Intento no…
pero es uno de los recuerdos más vívidos que tengo…
Uff, mis palmas estaban sudando, estaba jodidamente nerviosa.
—Solo hazlo —instó Michael a mi lado. Estábamos sentados en su auto fuera
de mi casa, y estábamos a punto de ejecutar nuestro plan para decirle a Dillon la
verdad sobre nuestros sentimientos el uno por el otro. Que Michael y yo íbamos a
estar juntos.
Había decidido que sería yo quien le dijera a mi hermanita, así que el plan
era llamarla y decirle que tenía que hablar, preguntarle dónde quería encontrarse
y luego Michael me dejaría discretamente.
Aunque no tenía auto después de que el mío fuera relegado al depósito de
chatarra, mi hermana tenía un auto destartalado que aún conducía, así que sabía
que podía encontrarme en cualquier lugar.
Tomando fuerzas de la expresión tranquilizadora de Michael, marqué el
número de Dillon.
—Cristo, mi corazón late tan rápido, y solo estoy llamándola para concertar
una cita —susurré.
Él apretó mi mano, y entrelacé mis dedos con los suyos. Mi hermana y yo
probablemente tendríamos una pelea temporal por esto, pero una vez que se diera
cuenta de lo profundamente enamorada que me sentía por Michael, estaríamos
bien.
Esto no era una aventura estúpida.
Un día, y sabía que era cierto, sería la madre de los hijos de Michael Sullivan.
—¡Hola! —contestó Dillon.
—H-hola —tartamudeé, sorprendida porque había sido atrapada en mis
propias cavilaciones de Michael—. ¿Dónde estás?
—Conduciendo a casa.
Suspiré.
—Se supone que no debes contestar tu celular cuando estás conduciendo.
—Soy multitarea. Lo sabes.
Al escuchar la dulce alegría en su voz, me odié por lo que estaba a punto de
hacer.
—Escucha, Dill, tenemos que hablar. ¿Quieres que nos encontremos en algún
lugar? —No quería hacerlo en casa, donde mamá podía meter la nariz.
—Suena serio. ¿Qué pasa?
—Encontrémonos en persona.
—Está bien. —Alargó las palabras, y hubo algo amargo en su tono—. ¿Por
qué tengo la sensación de que no va a gustarme lo que sea que tengas que decirme?
—Dillon…
—¿Son malas noticias?
—Umm… sí y no. Es complicado.
—¿De qué se trata?
—Dillon, vamos a encontrarnos, ¿de acuerdo?
—No —respondió—. Dahlia, odio estos dramas. Dime de una jodida vez qué
es. Ahora me tienes preocupada.
—Prometo que esto no es algo que quiero decirte por teléfono.
—¿Mamá está bien? ¿Papá está bien?
—Por supuesto, todo el mundo está bien.
—¡Entonces dímelo! —gritó.
—Dillon…
—Maldita sea, Dahlia, si todos están bien, lo que tengas que decir no puede
ser tan malo. Solo dilo.
—Estoy saliendo con Michael —solté de golpe.
Michael apretó mi mano y lo miré. Tenía una expresión de sorpresa y
confusión, y me encogí de hombros impotente.
Dillon se había quedado callada.
Mierda.
—¿Dill?
—¿Mi Michael?
Un destello de indignación sofocó mi culpa momentáneamente.
—Técnicamente, él es mi Michael. Éramos amigos antes que tú y él salieran.
—¡Perra! —chilló y me estremecí—. ¡Sabes lo que siento por él!
Solo así, mi remordimiento voló por la ventana mientras soltaba todo mi
dolor y sospechas.
—No, tú sabías lo que sentía por él, ¡y de todos modos lo invitaste a salir!
Michael soltó mi mano y se dejó caer contra el asiento del conductor con un
gemido.
—¡Uff! —gruñó ella—. ¡No es verdad! ¡No haría eso!
—Sí, lo harías. ¡Y lo hiciste!
—¿Cómo puedes estar gritándome cuando eres la que estás equivocada? —
sollozó, y mi remordimiento volvió a inundarme.
—Dillon…
—¡No! —gritó de nuevo—. ¿Rompió conmigo por ti? Lo juro…
Su agudo grito estrangulado llenó mi oído, seguido de un chillido áspero, un
estallido repugnante como el de un arma al dispararse, pero más fuerte, y luego un
sonido estremecedor, como un cristal al estallar.
Entonces nada.
Silencio mortal.
Mi corazón se detuvo.
—¿Dillon? —Mi corazón saltó de nuevo, latiendo tan rápido que no podía
recuperar el aliento—. ¿Dillon?
—¿Qué es? —Los ojos de Michael estaban llenos de preocupación.
Mi rostro se arrugó.
—Ella… pasó algo.
—¿Qué pasó?
—Michael, tenemos que irnos, tenemos que irnos. Tenemos que encontrarla.
Creo que tuvo un accidente.
Aún podía sentir el pánico que había sentido cuando me di cuenta de que
Dillon tuvo un accidente automovilístico. Mientras estoy sentada en el
apartamento de Michael, sintiendo su mirada en mi rostro, ese recuerdo se
transformó en otro y luego en otro…
Estar cerca de Dillon casi me transformó en un cachorro pateado. Odiaba
ese sentimiento. La culpa me hizo soportarlo. Mi hermana yacía en su cama de
hospital, donde había estado entrando y saliendo durante ocho semanas, y miraba
con tristeza el techo.
—¿Podría traerte algo diferente para leer? —Agité el libro de bolsillo de
romance histórico en el aire que ella había descrito como una obscenidad irreal—
. ¿Qué quieres que lea?
Su mandíbula se apretó.
—Algo con lo que pueda relacionarme. ¿Como una chica cuya hermana la
traiciona y hace que tenga un accidente que la deja jodidamente parapléjica?
Escuchar la amargura, el odio, en la voz de mi hermana dolía, pero me
mantuve estoica. La vida de Dillon había cambiado irrevocablemente por el
accidente automovilístico de hace dos meses. No estaba parapléjica, pero había
sufrido un daño severo en la médula espinal, y necesitaría meses de brutal
fisioterapia para que pudiera volver a caminar. Nunca tendría la fuerza que tenía
antes. Sin mencionar que había sufrido un par de costillas rotas, una clavícula
fracturada y una conmoción cerebral bastante grave.
Odiaba que yo fuera la razón por la que no prestaba atención a la carretera,
pero no era mi culpa que estuviera conduciendo y hablando por teléfono al mismo
tiempo. No la obligué a responder y ella me presionó para que siguiera hablando.
Me sentía culpable por Michael.
Me culpaba por la depresión posterior de Dillon, sintiéndome segura de que,
si esto hubiera sucedido sin que ella supiera sobre Michael y yo, su actitud habría
sido mucho mejor.
Mi hermana estaba enojada y con razón. Pero también era como si se
hubiera rendido.
—¿Cuándo es tu próxima sesión de terapia? —No reconocí su último
comentario.
Ella me culpaba.
Lo entendía.
Lo superaríamos.
—Mañana. —Su cabeza se volvió hacia mí sobre la almohada—. Estarás allí,
¿verdad?
Ya sea porque me necesitaba allí o porque estaba intentando mantenerme
alejada de Michael, Dillon insistía en tenerme a su entera disposición tanto como
era posible. La única vez que no podía estar con ella era cuando tenía clase. Sin
embargo, le había asignado un tono de llamada a Dillon, así que sabría que era ella
de inmediato. Mis maestros fueron buenos al permitirme recibir llamadas de ella
en la escuela.
Sus demandas constantes eran agotadoras, pero las veía como parte de mi
penitencia y esperaba que eventualmente, una vez que ella se recuperara,
regresáramos a un buen lugar nuevamente.
Tal vez cuando eso sucediera, mi mamá también me dejaría en paz.
Dillon le había contado todo, así que mamá me culpaba tanto como Dillon.
Ni siquiera podía mirar a Michael. Me sentía terrible porque estaba causando
problemas entre ella y papá, y sabía que las cosas ya estaban tensas entre ellos por
el dinero. Teníamos seguro, pero no cubría todas las facturas médicas de Dillon. A
pesar de que hablaba por teléfono y no prestaba atención, la camioneta que chocó
con ella se había pasado un semáforo en rojo. Mamá y papá estaban hablando con
un abogado sobre la indemnización por daños y perjuicios para pagar las facturas
de Dillon.
Mis hermanos y mi hermana estaban bien conmigo, afortunadamente. Y a
Dermot le agradaba Michael, así que se llevaban muy bien.
Y papá siempre fue papá. Apoyándome. Intentó asegurarme de que nada de
esto era culpa mía, pero no podía evitar cómo me sentía.
—¿Vas a ver a Michael esta noche? —preguntó Dillon.
La enfurecía que su accidente automovilístico no me hubiera hecho romper
con Michael, a pesar de que ella era dulce como un pastel con él cuando él estaba
cerca.
Mientras yo tenía toda su cólera.
Pero podría manejarlo, me recordé.
—Sí —respondí.
—¿Ya han tenido sexo?
—¡Dillon!
Me fulminó con la mirada.
—¿Qué? Me lo dijiste cuando tuviste sexo con Gary.
—Sabes que esto es diferente.
Las lágrimas brillaron en sus ojos, y apartó la mirada.
—Entonces lo tomaré como un sí.
Suspiré.
—No hemos tenido sexo. —No habíamos tenido tiempo. Siempre que nos
veíamos, por lo general terminábamos hablando en su auto durante horas. Él
odiaba su apartamento en Southie y no dejaba acercarme. Y Michael no quería que
nuestra primera vez fuera en su auto. No me importaba dónde lo hiciéramos. Solo
lo quería a él. Y esta noche era la noche. Lo había decidido. Incluso compré lencería
sexy para sorprenderlo.
La culpa me invadió por mi emoción.
Dillon estaba acostada en una cama de hospital mientras yo planeaba
seducir a mi novio.
—Bien —carraspeó.
—¿Estás enojada porque estoy con Michael o porque no estoy en esa cama
de hospital en tu lugar? —Me atreví a preguntar.
—No le deseo esto ni a mi peor enemigo —respondió.
Hice una mueca.
—Entonces, ¿aún se trata de Michael?
Estuvo en silencio tanto tiempo que no pensé que fuera a hablar. Entonces:
—Él es el primer chico con el que quise acostarme. No sé si lo amaba… pero
lo deseaba. —Giró la cabeza para mirarme—. Si no estuviera aquí acostada, podría
estar ahí afuera, haciendo que su decisión de elegirte fuera más difícil al recordarle
lo increíble que soy. En cambio, soy una lisiada al que ningún chico volverá a
querer.
Había tanto en eso que odiar, y tuve que recordarme que Dillon no era ella
misma en ese momento.
—No eres una lisiada. Caminarás de nuevo, y sucederá más rápido una vez
que luches. Yo no. Ni los doctores. Sino tú lucha. —Respiré profundamente y me
puse de pie. Ella siguió mi movimiento—. Y una vez que salgas de aquí y vuelvas a
caminar, no puedo evitar que persigas a Michael si quieres. Pero te diré algo que ni
siquiera le he dicho… Dillon, lo amo. Como el tipo de amor en el que, no puedo
respirar sin él. —Las lágrimas nublaron mis ojos—. Tienes que saber eso porque
tienes que saber que nunca dejaría que un chico se interpusiera entre nosotras de
otra manera. Lo conocí antes de saber quién era para Gary, y él y yo hemos tenido
una conexión desde entonces. Él nunca tuvo la intención de lastimarte. Los dos
estábamos bastante confundidos al respecto, y lamento que hayas quedado
atrapada en el fuego cruzado.
Me acerqué a su cama mientras veía que su barbilla temblaba de emoción.
—Te adoro. Lamento mucho haberte lastimado y haré casi cualquier cosa
para compensarlo. Pero renunciar a Michael sería como cortarme el brazo.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas y la esperanza me llenó.
La alcancé, y esa esperanza se desinfló cuando ella volvió la cabeza.
—Estoy cansada.
Asentí, dejando caer mi brazo. Con el corazón apesadumbrado, salí de su
habitación del hospital.



Horas después, la necesidad de desaparecer en Michael fue mayor que
nunca. Tan pronto como detuvo su auto en la oscuridad, en un terreno baldío junto
al bosque, salté sobre él.
Se rio contra mi boca, sus manos firmes en mi cintura, y rompió el beso con
una risa sin aliento.
—¿Ningún “Hola, cariño, cómo estuvo tu día”?
Negué con la cabeza, todo mi cuerpo zumbando de necesidad. Casi, frenético.
—Te quiero.
Michael gimió.
—Mierda, sabes que también te quiero, pero no en el auto.
—Entonces, tu apartamento.
—Te dije que ese lugar es una mierda. No voy a llevarte allí. Mi contrato de
arrendamiento vence pronto, conseguiré un lugar mejor y luego estaremos listos
para seguir adelante.
Entrecerré mis ojos.
—¿No me quieres?
Su expresión fue de incredulidad.
—¿Sabes cuántas duchas frías he tomado estos últimos dos meses? De hecho,
más tiempo que eso. —Levantó su mano derecha—. Me he familiarizado más con
esta mano de lo que nunca hice cuando era un puto adolescente cachondo y con
bolas azules.
Mordí mi labio para detener mi risa, pero no tuve éxito.
—Entonces, tengamos sexo. —Salpiqueé su rostro de besos.
—Dahlia.
—Fóllame —susurré contra su boca.
Su agarre en mis caderas se volvió abrasador, su rostro oscuro por el deseo.
—No quiero follarte la primera vez —dijo con voz ronca—. Quiero hacerte
el amor. Y no en mi auto, sino en una cama linda en un lugar lindo porque eso es lo
que te mereces.
Dios mío, ¿podía ser más perfecto?
Lo besé con todo el amor dentro de mí que aún no había vocalizado. Se lo iba
a decir esta noche. Después de que hiciéramos el amor en su auto, iba a susurrarle
esas dos palabritas al oído.
—Dahlia… —Michael rompió el beso—. Me estás volviendo loco.
Sabía que lo estaba haciendo. Podía sentir su erección clavándose en mi
trasero, y me froté contra él deliberadamente. Siseó, sus dedos clavándose en mi
cintura.
A pesar del placer, la necesidad, saturando sus rasgos, aún podía sentir su
resistencia. Había algo muy caliente en seducir a Michael Sullivan. Nos besamos,
besos lentos y sexis que parecieron durar una eternidad. Pero no fue suficiente para
romper su voluntad. Decidiendo sacar las armas pesadas, lo solté, agarré el
dobladillo de mi suéter y lo empujé por encima de mi cabeza.
Mis senos pesados rebotaron con el movimiento y Michael se congeló debajo
de mí.
Sus ojos calientes se clavaron en mis pechos, de alguna forma escondidos en
un sujetador de satén verde esmeralda que estaba hecho para tentar más de lo que
estaba hecho para soportar.
—¿Te gusta? —susurré—. Lo compré para ti.
La respuesta de Michael fue acunar mis pechos. Se derramaron sobre sus
manos y se puso más duro debajo de mí.
—Me gusta. Me encanta. Amo tus tetas —murmuró, hechizado por ellas.
Sonreí.
—Ah, ¿sí?
Sus ojos volaron hacia los míos y las amasó, haciéndome gemir mientras el
placer se disparaba directamente entre mis piernas.
—He pensado en hacerle muchas cosas sucias a tus tetas.
Cubrí sus manos con las mías y apreté nuevamente, haciendo rodar mis
caderas. Hablé contra sus labios:
—Dime.
Así lo hizo. Con detalles escandalosos. Hasta que estaba ardiendo y
perdiendo la cabeza.
—Hazlo —exigí contra sus labios—. Michael.
Su boca cubrió la mía, tragándose mis súplicas en sus voraces besos
profundos y húmedos que llevaron mi piel de caliente a inflamable. Sus dedos
buscaron a tientas los botones de mis jeans.
¡Sí!
—Sube al asiento de atrás —gruñó contra mi boca.
No necesité que me lo dijera dos veces.
Me bajé de él y, con la menor gracia posible, caí en la parte trasera del auto.
Michael era demasiado grande para meterse entre los asientos, así que cuando me
quité los jeans, salió y abrió la puerta trasera. Dejé escapar una risa de emoción sin
aliento cuando entró y cerró la puerta de golpe detrás de él.
Luego me envolví alrededor de él, mis brazos, mis piernas, a medida que me
besaba apasionadamente, hambriento, sus manos buscando el broche de mi
sujetador. Se abrió de golpe y rompimos nuestro beso para apartarlo. Luego su
boca y lengua estuvieron sobre mis pechos, y empujó debajo de mi ropa interior
para frotar mi clítoris.
—Oh, Dios. —Arañé su camiseta, queriendo sentir su piel.
Recibió el mensaje y la quitó. Al ver su determinación de atormentarme,
extendí la mano entre nosotros y le abrí la cremallera.
—Michael, ahora. Estoy lista. Puedes sentir que estoy lista. —Empujándome
debajo de sus jeans hasta sus calzoncillos bóxer, deslicé mis manos por su duro
trasero, llevándome la ropa con él, de modo que su polla se liberara.
—Te necesito. —Lo miré profundamente a los ojos—. Estoy tomando
anticonceptivos, y estoy limpia. ¿Y tú?
Tragó pesado y asintió.
—Entonces, entra en mí.
Su expresión fue feroz de pasión mientras agarraba mi muslo con una mano.
Se sujetó sobre mí con el otro. Estaba caliente y palpitando contra mí, y volví a ese
día en el cuarto oscuro. Habíamos estado tan desesperados por tenernos el uno al
otro que, ¡era un milagro que hubiéramos durado tanto tiempo sin hacerlo!
—Michael.
—Dios, me encanta cuando dices mi nombre. —Presionó hacia adelante en
mi húmedo…
Mi celular sonó, haciendo explotar el auto con su música a todo volumen.
Nos congelamos el uno contra el otro.
Era el tono de llamada de Dillon.
Y Michael lo sabía.
Hizo un ruido gutural de frustración y bajó la cabeza.
Las lágrimas llenaron mis ojos al verme frustrada una vez más, y cuando el
timbre se detuvo solo para comenzar de inmediato, susurré:
—Tengo que contestar.
Levantó la cabeza.
—¿Ella sabe que estás conmigo?
Asentí, esas lágrimas amenazando con soltarse.
—Entonces, ¿no crees que su interrupción podría ser deliberada?
Asentí.
—Entonces tal vez esté bien dejar pasar esta.
Cerré los ojos con fuerza, y las lágrimas escaparon.
—No puedo. —Por mucho que quisiera, no podía.
Los labios de Michael tocaron mi mejilla, sobre el rastro húmedo de mis
lágrimas.
—Lo sé —susurró con ternura antes de sentarse.
Lo amaba tanto.
—Lo siento.
Frotó mi muslo en consuelo, con alivio.
—Tenemos todo el tiempo del mundo, cariño.
Agradecida, creyendo que tenía razón, me enderecé rápidamente y alcancé
el asiento delantero para buscar mi bolso. Mi celular seguía sonando. Respondí,
esperando no sonar demasiado sin aliento.
No fue Dillon.
Fue mamá.
Esa llamada había cambiado mi vida para siempre. Dillon había contraído
una infección inesperadamente, y me necesitaban en el hospital. Se deterioró tan
rápido que no se sintió real. Y ella estaba demasiado débil. Tanto emocional como
físicamente. La infección luchó contra ella y ganó, y sufrió una falla
multiorgánica.
Mamá y papá tuvieron que quitarle el soporte vital unos días después.
El dolor apretó su agarre alrededor de mis costillas y me aplastó. La
mayoría de los días era manejable, pero últimamente, había regresado con un
agarre parecido a una prensa.
Me quedé mirando a Michael. Se había sentado en el sillón frente a mí y
esperaba pacientemente a que hablara. Después de la muerte de Dillon, después
de que mi madre me atacara, culpándome y diciéndome que debería haber sido
yo, alejé a todos. Incluyendo a Michael.
—Te culpé. —Las palabras brotaron desde las profundidades de la
vergüenza enterrada—. Cuando ella murió odiándome, te culpé. Te culpé por
salir con ella. Por desencadenar eventos entre nosotras. —La mirada afligida en
su rostro me hizo sentir enferma—. Sé que no tienes la culpa —me apresuré a
decir—. Ahora no te culpo. Pero lo hice en ese entonces cuando no podía ver con
claridad, y por eso también te alejé. Fuiste perfecto conmigo. Miro atrás, y me
pregunto cómo alguien pudo ser tan afortunado de haber conocido a una persona
como tú. Y no puedo creer que te culpé y te alejé. —Limpié mis lágrimas con
enojo—. Michael, no te merezco.
Sacudió la cabeza en negación.
—¿Esa es la razón por la que estoy aquí y tú aún estás allí? ¿Porque crees
que no me mereces?
Bajé los ojos.
—No solo eso.
—¿Entonces qué? Dime.
Vi a mi hermana en su habitación antes del accidente. Sentada en su
tocador poniéndose maquillaje, riendo conmigo de todo y nada. Deslizando el
broche de rosa que había hecho en la solapa de su chaqueta y lanzándome una
sonrisa dulce. Tan joven y viva. Toda su vida por delante. Una estúpida llamada
telefónica cambió eso para siempre.
—Eres todo lo que me hace feliz —confesé.
—Dahlia… —Se movió como para venir hacia mí, y lo rechacé con un
movimiento de mi mano.
—Si me permito ser feliz así, entonces temo que todo lo que piensa mi
mamá, todo lo que Dillon pensaba de mí, era cierto. Le importabas, y yo lo sabía,
y no me importó en ese entonces, Michael. Te deseaba tanto que, nada más
importaba. Me convencí de que ella me perdonaría, olvidaría y todo estaría bien.
Incluso mientras estaba acostada en la cama de hospital, la resentí porque me
odiara por estar contigo. Hizo que mamá también me odiara. Y la culpé por eso.
Esa noche en tu auto cuando estuvimos a punto de hacer el amor, y pensé que
ella estaba llamando para interrumpir, hubo un momento, solo un segundo,
cuando deseé egoístamente que ella no existiera.
—Dios, Dahlia…
—Está muerta. Ida. Y sigo aquí. Pero tal vez si vivo media vida en lugar de
una completa, entonces ella sabrá, donde sea que esté, que la amo más de lo que
me amo. Porque murió sin saber eso y tengo que mostrárselo ahora de alguna
manera…
Me miró, perdido, mientras mis palabras entrecortadas resonaban a
nuestro alrededor.
Michael se pasó una mano por la barba y bajó la cabeza.
Ahora lo entendía.
Comprendía.
—Nunca… —su cabeza se alzó bruscamente, sus ojos fulgurando con ira—
, escuché algo tan jodido en toda mi vida.
Retrocedí como si me hubiera golpeado.
Michael se puso de pie, con todo el cuerpo erizado.
—Amabas a Dillon. Todo el mundo sabe que amabas a tu hermana. Nunca
estuviste lejos de su cama. ¿Te resentiste un poco con ella? ¿Qué mierda importa?
Era una gran chica, lo era, pero Dillon tenía la naturaleza de tu madre, y era una
niña malcriada. Ella no me amaba. —Se señaló a sí mismo con exasperación—.
Dillon estaba cabreada porque pensó que le habías robado uno de sus juguetes,
y estaba enojada con el mundo porque un maldito imbécil atravesó una luz roja
y se estrelló contra ella. Nadie puede culparla por estar enojada por eso, pero ella
decidió descargar ese enojo contigo. Y tú lo permitiste. Te lo tomaste mejor que
la mayoría de la gente porque la amabas. Y está bien haber sentido resentimiento
por eso. Dahlia, se llama ser humano.
»Pero esto —dijo, haciendo un gesto entre nosotros—, ¡renunciar a tu
oportunidad de ser feliz incluso por un maldito puntaje cósmico con Dillon es
más que una jodida mierda absurda!
La ira hirvió dentro de mí y me puse de pie.
—¿Sabes lo difícil que fue para mí decirte eso? —Apreté un puño contra
mi pecho—. ¡Nunca le he dicho a nadie esto!
—¡Sí, porque es una jodida mierda! —Cruzó la habitación y me agarró por
los hombros, inclinando su cabeza hacia la mía. Bajó la voz, sus palabras
desesperadas—. Dahlia, no solo te estás obligando a vivir media vida. También
me lo estás pidiendo a mí.
Solo así, mi ira se desinfló.
Más culpa me llenó.
Excelente.
—Eso no es justo.
—No. Pero es la verdad. Amabas a tu hermana, pero ¿cuánto me amas a
mí?
Tenía miedo de lo mucho que lo hacía, así de mucho era que amaba a
Michael Sullivan.
Levantando mi mano en la suya, la colocó sobre su corazón donde podía
sentirlo latir salvajemente.
—Dahlia, puedo existir sin ti. Pero no puedo vivir sin ti. No me obligues.

31
Dahlia

L
a furia zumbó en mis venas a medida que apagaba la televisión. Ian
Devlin había dado una declaración apesadumbrada a la noticia
sobre cómo creía que el departamento del sheriff y cierto detective
no solo estaban fallando en la persecución del criminal que había asesinado a su
hijo, sino que se atrevían a culparle de la corrupción dentro del departamento
del sheriff.
Bastardo.
Fue en las noticias nacionales.
Me invadió una preocupación profunda por Michael. Después de que salí
de su casa esa mañana, incapaz de responder a su súplica de amarlo, no había
podido quitarme de la cabeza la expresión de su rostro.
Por una vez, en lugar de cerrar con llave esa mierda, había ido a Bailey. Ya
no dormía en la posada, sino que se había mudado con Vaughn en su
impresionante casa de playa multimillonaria.
Vaughn había abierto la puerta en pijama, el ceño fruncido de molestia que
tenía desapareciendo al verme despeinada y cubierta de lágrimas en su puerta.
Me hizo pasar mientras Bailey se apresuraba a bajar las escaleras con su bata,
Vaughn nos preparó té y luego desapareció discretamente arriba para que yo
pudiera contarle mis problemas a mi mejor amiga.
Después, me quedé dormida en su sofá.
Cuando desperté, Bailey estaba agitando un café bajo mi nariz. Me dijo que
Vaughn había ido al hotel, a pesar de que era domingo y él y Bailey normalmente
pasaban el día juntos. Bailey encendió las noticias mientras yo mordisqueaba
unas tostadas y me enfurecía con Ian Devlin.
—Llamé a las chicas. Están de camino.
Dirigí mi irritación hacia ella.
—¿Por qué?
—Porque me siento incapaz. —Sus rasgos estaban tensos—. No sé qué
puedo decir para convencerte de que abandones esta promesa espiritual que le
hiciste a tu hermana, a falta de una frase mejor. Pero creo que Jessica podría
ayudar.
—Entonces ¿por qué no llamar solamente a ella? —Me sentía petulante,
vulnerable, ahora que mis miedos más profundos estaban ahí expuestos al
mundo.
Bailey se puso pensativa.
—Porque tienes razón sobre Emery. Algo no está bien en su situación, y
espero que si tú y Jess confiáis lo suficiente en ella con su historia, entonces
quizás un día ella confíe en nosotras con la suya.
—Dos pájaros de un tiro —murmuré.
—Si tuviera un profundo pasado oscuro, sabes que lo compartiría en un
abrir y cerrar de ojos para ayudarla. Afortunadamente, mi vida ha sido bastante
bendecida.
Le lancé una mirada de incredulidad.
—Tu novio de diez años te engañó. Stu Devlin te agredió, y luego tu
hermana intentó vender tu posada.
Bailey hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—Eso es un juego de niños en comparación con lo que tú y Jess han pasado.
A pesar de mi renuencia a compartir con Emery y Jess, no pude evitar
admitir que sentía curiosidad por el pasado de Jessica.
Mientras esperábamos a las chicas, me lavé y tomé prestados unos
pantalones de yoga y una camiseta de Bailey. Los pantalones de yoga eran
demasiado largos y la camiseta demasiado ajustada en el pecho, pero tendría que
ser suficiente. Sintiéndome un poco más humana, bajé las escaleras y descubrí
que Emery y Jessica habían llegado.
Me observaron con ojos del todo abiertos llenos de curiosidad y
preocupación.
—Terminemos con esto. —Me dejé caer en un sillón con más indiferencia
de la que sentía—. Pónganse cómodas, señoritas. —Hice un gesto hacia el
enorme sofá en forma de L.
Una vez que se instalaron, superé mis miedos, mis nervios y me recordé
que eran Jess y Emery. Podía confiar en ellas. Bailey también creía que podía
confiar en ellas.
Ahora que me había abierto a Michael, estaba desesperada de que alguien
me dijera que entendía por qué creía que le debía a Dillon. Michael no lo había
entendido. No enfáticamente. Bailey no lo dijo con tantas palabras, pero tenía la
sensación de que ella tampoco lo entendía.
Así que, les conté a Jess y Emery toda la historia. Comenzando por conocer
a Michael, amarlo mientras estaba con su mejor amigo, la participación de Dillon,
nuestra traición, su accidente, su muerte, mi madre, mi forma de beber, el rescate
de Bailey… todo. Afortunadamente, lo conté sin lágrimas. Parecía que las había
usado todas con Michael.
Les hablé de la última noche. Mi confesión. Mi penitencia.
Los sonidos de las gaviotas volando sobre el mar en el exterior llenaban la
sala de estar, junto con el roce suave del agua contra los bolardos que sostenían
el balcón de la sala de estar. Mis amigas guardaron silencio.
Emery estaba llorando de modo que no podía hablar.
Era una chica tan dulce. Llena de tanta empatía. Por alguna extraña razón,
sentí que debería consolarla.
Sin embargo, la mirada en el rostro de Jess me detuvo. Era como si hubiera
visto un fantasma.
—¿Jess? —pregunté preocupada.
En cambio, se volvió hacia Bailey, sus ojos azules del todo abiertos por la
comprensión.
—Por eso me querías aquí.
Bailey asintió.
—Necesito que alguien se comunique con ella, y creo que solo tú puedes
hacerlo.
¿Por qué?
¿Por qué Jessica?
Jess enderezó los hombros como si se preparara para la batalla.
—Si te parece bien, ahora quiero contarte mi historia.
Asentí, una sensación extraña de pavor llenó mi estómago y no sabía por
qué.
Muy pronto entendería por qué.
—También tuve una hermana pequeña —dijo con una sonrisa
melancólica—. Era bailarina de ballet. Su nombre era Julia.
Mis ojos se movieron hacia Emery y vi que esto era una novedad para ella.
—Tenía once años —continuó Jess—, yo tenía catorce años. Nuestros
padres eran personas muy sociables y, a menudo, anteponían sus necesidades a
las nuestras. Nos dejaban solas muchas veces, y yo me quedaba a cargo de Julia.
Mi tía Theresa la cuidaba por mí cuando podía, pero a menudo me tocaba a mí
hacer de canguro. Y tenía catorce años, quería salir con mis amigos. —Hizo una
mueca y se miró las manos, presionando nerviosamente las yemas de sus
dedos—. Unos años antes del verano en el que cumplí catorce años, Tony, el
hermano menor de mi padre, se regresó a casa. Se interesó mucho por nosotras.
Estaba agradecida —se burló Jess, el sonido duro y feo—. Saldría con mis amigos
y él cuidaría de Julia.
Cuando me miró, negué con la cabeza, una parte de mí no quería escuchar
lo que sabía que vendría. Lo vi en el horror que aún vivía en el fondo de sus ojos.
—Una tarde llegué a casa temprano y no estaban alrededor. Luego escuché
algo en el sótano.
Emery dejó escapar un gemido bajo, y Jess tomó su mano sin apartar la
mirada de la mía.
—Él… la estaba violando.
Las náuseas brotaron dentro de mí, y me tapé la boca para contener el
grito que quería soltar. Esa pobre niña. Oh, Dios mío. Lo que Jess había visto… ni
siquiera podía imaginarlo. Si alguien le hubiera hecho eso a Dillon, lo habría
matado.
—Volé hacia ellos —recordó—. Sentía esa rabia ciega, y me dio la fuerza
suficiente para apartarlo de ella. Intentamos escapar. Corrimos escaleras arriba,
pero atrapó a Julia. Lo alejé de ella, pero él vino hacia mí en lo alto de las
escaleras. Me tenía de espaldas, dándome puñetazos. Mi hermana gritó, y luego
él ya no estaba sobre mí. Al principio me desorienté, pero cuando me levanté,
Tony tenía a Julia inmovilizada contra la pared, y la estaba asfixiando. —Se llevó
las manos a la garganta—. Y lo supe. Supe que no nos dejaría salir vivas de allí.
Así que lo maté —anunció, las palabras roncas, como si se las hubieran sacado a
rastras.
Ese miedo que sentía se envolvió a mi alrededor.
Jessica.
—Tomé uno de los palos de golf de mi padre, y le pegué en la cabeza. Cayó
por las escaleras y se rompió el cuello. —Limpiando una lágrima, continuó—:
Julia les contó a mis padres y a la policía lo que había sucedido y supimos que él
había estado violándola durante dos años. Desde que tenía nueve años. Mis
padres estaban tan atrapados en sus propias vidas, y yo era una adolescente tan
egoísta que no le habíamos prestado atención. No habíamos visto las señales.
»Nuestros padres nos pusieron a las dos en terapia en lugar de ocuparse
de nosotras por sí mismos, y Julia se centró en su baile. Obsesivamente. —Sus
ojos adquirieron un brillo lejano—. Cuando no entró en la escuela de sus sueños,
se ahorcó en ese sótano. La encontré. Mis padres me culparon. No querían creer
que era el abuso de Tony lo que le causó todo ese dolor. Dijeron que era el
recuerdo de mí matando a un hombre frente a ella.
Estaba helada. Por completo. Porque odiaba que esta fuera su historia. Era
tan amable y cálida, y se ocupaba de la gente. Ayudaba a la gente. Odiaba que se
tratara de su historia. Se merecía algo mucho mejor.
Emery y Bailey estaban llorando, y comprendí que mis mejillas también
estaban empapadas. Nuestros ojos se encontraron cuando una conexión tácita se
envolvió a nuestro alrededor.
—Me culpé durante mucho tiempo. Quise castigarme por matar a Tony,
por fallarle a Julia. Creí que no merecía cosas buenas. Que vivir una vida vacía era
mi penitencia.
—Jess —sollocé. Era como si estuviera dentro de mi cabeza, mi corazón.
Ya no me sentía sola.
Y luego se levantó y cruzó la habitación. Se puso de rodillas frente a mí y
tomó mis manos entre las suyas.
—Le hice pasar un mal rato a Cooper porque tenía miedo de decirle lo que
había hecho. Que se diera cuenta de que se merecía algo mejor que yo. Pero él
me hizo ver la verdad. Su amor, su fuerza, me ayudó a encontrar la paz que pensé
que no merecía. Pero me lo merezco. —Tiró de mis manos a su pecho, sus ojos
suplicantes—. Y me rompe el corazón que no creas que también te lo mereces.
Dahlia, lo haces. La culpa no desaparecerá de la noche a la mañana, tal vez nunca
—susurró Jess—. No completamente. Pero amar a Michael, dejar que él te ame,
hará que sea un poco más fácil cada día. ¿Sabes cuál es mi redención?
Negué con la cabeza, incapaz de hablar más allá de las emociones en mi
garganta.
—Cooper. Saber que lo hago tan feliz como yo lo soy. Que me necesita. Esa
es mi redención justo ahí. —Su expresión se volvió feroz—. No creo que necesites
demostrar tu valía o encontrar la redención. Pero sé que piensas que sí. Así que…
haz que Michael sea la tuya.
Me deslicé de la silla y envolví mis brazos alrededor de ella, inhalando su
fuerza, respirándola. Si Jessica Huntington-Lawson pudo atravesar tal horror y
salir al otro lado tan fuerte como esta guerrera frente a mí, entonces, por Dios
santo, también podría hacerlo.

32
Michael

E
n lugar de ir a Cooper's para interrogar a Crosby, el cocinero
introvertido, Michael deseaba entrar allí para ahogar sus propias
penas. En lugar de eso, estaba persiguiendo su única pista hasta
ahora. Cooper había llamado para decirle que Crosby podría haber visto a
Jackson, pero no estaba seguro al cien por cien y no quería perder el tiempo de
la policía.
No era una pérdida de tiempo para Michael.
Estaba siguiendo todas las pistas posibles.
Cooper asintió a modo de saludo en cuanto atravesó la puerta. Michael
pudo sentir que el bar se calmaba un poco y que los ojos se posaron en él cuando
Cooper levantó la tapa del bar, salió de detrás y le indicó que lo siguiera a la
habitación trasera.
—Está cabreado porque te llamé —dijo Cooper mientras conducía a
Michael por un pasillo corto hasta la cocina.
Crosby lo dejó claro desde el momento en que vio a Michael.
—Odio a los malditos policías —espetó, agitando una canasta metálica de
papas fritas en la freidora.
Después de mostrarle su alma a Dahlia esa mañana, Michael no estaba de
humor para la mierda de nadie más.
—Solo dime lo que viste.
Crosby miró fulminante a Cooper.
—Dije que no estaba seguro.
Michael chasqueó los dedos frente al rostro de Crosby, su propia expresión
severa por la impaciencia.
—Responde a mi pregunta.
—Por eso odio a los policías —refunfuñó Crosby—. No tienen modales.
—Crosby, eso es gracioso viniendo de ti. Responde las preguntas del
detective Sullivan o traeré a Isla.
Michael no sabía por qué la idea de enviar a uno de los camareros aquí
molestaría tanto al cocinero, pero lo hizo. Maldijo en voz baja y luego miró a
Michael como un colegial petulante.
—Tengo una casa rodante en Oak Meadows.
Michael asintió, conociendo bien el área después de buscar a Jackson por
todo Hartwell.
—Esta mañana, antes del amanecer, vi a alguien escabullirse del viejo
remolque de Willy Nettle.
Michael se volvió hacia Cooper.
—Murió hace unos ocho meses —explicó Cooper—. Su hija vive en Nueva
York. No debe haber llegado a venderlo.
Cristo. Hijo de puta. Michael había estado por todo el condado buscándolo,
tenían una orden de captura por toda la Costa Este por este sucio bastardo, ¿y él
se había estado escondiendo justo debajo de sus putas narices?
—¿Cómo no me enteré de esto?
Cooper le hizo una mueca a Crosby.
—Por favor, dime que no sabías que ese lugar estaba vacío y no dijiste
nada.
Su cocinero frunció el ceño.
—Si hubiera visto algo extraño sucediendo allí, habría dicho algo. Y no
sabemos que fue Freddie Jackson a quien vi.
—¿La persona era hombre o mujer? ¿Cuán alto? ¿Qué complexión?
—Estaba. Oscuro —pronunció Crosby condescendientemente lento.
Michael intentó conservar su paciencia.
—Pero viste a alguien. También viste lo grande que era.
Se movió incómodo.
—Era un hombre. Pero eso es todo lo que sé.
Dando a Crosby un asentimiento abrupto, Michael giró sobre sus talones y
sacó su celular. Jeff contestó después de dos timbres.
—Tengo una pista. Pete Crosby vio a un hombre saliendo del remolque
vacío de Willy Nettle en Oak Meadows justo antes del amanecer. No puedo decir
con certeza que fue Jackson, pero creo que vale la pena echarle un vistazo.
—Enviaré un par de oficiales. —Jeff suspiró—. Si ese hijo de puta ha estado
en la ciudad todo este tiempo…
—Lo sé. —Michael compartió su frustración—. Estoy a camino hacia allí
ahora.
Colgaron, y Michael siguió a Cooper fuera de la cocina.
—Me alegraré cuando todo esto termine —dijo Cooper.
—Sí, no queremos un asesino suelto, asustando a los turistas.
Cooper lo fulminó con la mirada a medida que Michael se frotaba la nuca.
—No me refería a eso —dijo Cooper. La mirada fulminante se disipó,
reemplazada por preocupación—. Mike, ¿estás bien?
—He estado mejor. —Juntos empujaron las puertas para abrirlas.
Michael deseó haberse quedado en el pasillo.
De pie en la barra, con los labios fruncidos, sus ojos oscuros en Bryn, uno
de los camareros de Cooper, estaba el padre de Michael.
¿Qué diablos estaba haciendo Aengus Sullivan en Hartwell?
Su padre apuntó la cabeza hacia él.
Fue como si el suelo se le abriera bajo los pies.
Mientras Aengus caminaba alrededor del bar para detenerse frente a él,
Michael luchó contra la necesidad de alejarse, como siempre. Antes de que
Aengus hablara, supo que estaba borracho. Era un maldito milagro que hubiera
llegado hasta Delaware en este estado.
El alcohol también era la razón por la que haría algo tan ridículo como
conducir hasta aquí por un hijo que había dejado en claro que no quería tener
nada que ver con él.
Michael odiaba estar en la misma habitación que su padre. Mirándolo
ahora, nadie sabría que alguna vez había sido un apuesto bastardo. Tan apuesto
que había atrapado a la madre de Michael, la chica más bonita de Southie. Michael
odiaba que se pareciera a su padre y estaba agradecido por el milagro de la
genética que le dio el cabello rubio de su madre.
Solo esa pequeña diferencia para separarlo físicamente del imbécil frente
a él.
Por supuesto, Aengus Sullivan no era lo que solía ser. Su rostro estaba
demacrado por fumar, y tenía panza por beber.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Michael estaba agradecido de que sonara
más tranquilo de lo que se sentía.
Su padre arrugó la cara con disgusto, su voz fuerte cuando respondió:
—Estás en las noticias. El maldito desperdicio de espacio de mi hijo está
en las noticias. Y todo el mundo me pregunta por qué diablos mi hijo está en este
pueblecito de mierda desperdiciando esa puta placa de detective de la que es tan
jodidamente engreído.
—Jesús —murmuró Cooper detrás de él.
El cuello de Michael se calentó y contuvo el impulso de arremeter contra
su padre. ¿Estaba tan jodido de la cabeza que había recorrido todo este camino
para reprender a su propio hijo?
—Baja la voz.
Aengus frunció el labio.
—Sé por qué estás aquí.
Antes de que Michael pudiera responder, su noche fue de mal en peor
cuando la puerta de Cooper se abrió, y Dahlia entró corriendo con Bailey detrás
de ella.
Jesucristo.
Su padre se volvió para ver lo que había llamado su atención cuando
Dahlia lo vio. La mirada de alivio en su rostro se convirtió en confusión cuando
reconoció a Aengus. Dio un paso hacia ellos.
—Y hablando del maldito diablo.
—Padre. —Michael lo agarró del brazo, girándolo de un tirón—. En este
momento estoy de servicio, así que salgamos. Puedes decir lo que viniste a decir
aquí, y luego te largarás de mi puta ciudad.
—¿Tu ciudad? —Se rio a carcajadas y el bar se quedó en silencio.
Michael se pellizcó el puente de la nariz como si de alguna manera pudiera
detener su dolor de cabeza y hacer desaparecer a su padre al mismo tiempo.
—Te mudas a este pequeño agujero de mierda en el mar por esa pedazo
de…
—Cuidado —advirtió Michael.
Aengus sonrió cuando Dahlia se acercó, sus ojos parpadeando hacia ella
con malicia.
—Y tu madre me dice que esta chica ni siquiera te quiere. Siempre
pensaste que eras mejor que yo, pero no eres mejor. Renunciaste a un trabajo del
que podría estar orgulloso de ti para perseguir a alguien por la Costa Este, solo
para tontear con un maldito caso de asesinato. Estoy aquí para hacerte entrar en
razón. Mikey, vuelve a Boston. Deja de hacer el ridículo y haz que tu viejo se
sienta por una vez orgulloso de ti.
Antes de que Michael pudiera siquiera formular un pensamiento, Dahlia
estaba en el rostro de Aengus.
—¿Cómo te atreves? —espetó.
Él resopló, abrió la boca para decir algo, pero ella puso la palma de la mano
a centímetros de su rostro para callarlo.
—Mi turno. Esta es mi ciudad. Y no vienes a mi cuidad, regañas e insultas
al hombre que amo, un hombre que está trabajando duro. ¿Me escuchaste?
Nunca has sabido lo que significa ser un hombre bueno, así que, ¿cómo podrías
reconocerlo en alguien más? No tienes honor. Y no tienes derecho a exigirle nada
a Michael considerando las mierdas por la que lo has hecho pasar. No importa si
estás orgulloso de él… ¿qué has hecho alguna vez para que él esté orgulloso de ti?
Todavía aturdido por oírla decir a su padre, su padre, no a él, que lo amaba,
el tiempo de reacción de Michael fue lento. Su padre ya había agarrado a Dahlia
por la muñeca, para escupirle una represalia en la cara.
En un segundo, su padre estaba frente a él, tocando a Dahlia, al siguiente
su rostro estaba golpeando contra la barra y Michael lo estaba esposando.
—Estás borracho —dijo en voz alta para que los clientes entendieran por
qué se había vuelto físico. Su corazón martilleaba de rabia—. Puedes pasar algún
tiempo en la cárcel del condado poniéndote sobrio antes de meter tu culo en el
auto y marcharte. —Luego se inclinó para susurrar oscuramente al oído de
Aengus—: Nunca vuelvas a tocar lo que es mío, y eso incluye a mamá, voy a
acabar de una maldita vez contigo. —Lo levantó, y su padre luchó contra su
agarre.
—¿Quieres que le pegue? —Cooper parecía que lo disfrutaría mucho.
Michael sonrió, pero sabía que era más un gruñido.
—¿Qué tal si me dejas llevarlo a tu oficina hasta que pueda traer un oficial?
Tengo que ir a ese remolque.
Cooper asintió, y Michael arrastró a su padre, quien luchó todo el camino
por el pasillo. Lo empujó adentro, y Cooper cerró la puerta detrás de él. Los gritos
ebrios de su padre lo siguieron por el pasillo.
Maldita sea, estaba temblando.
—¿Estás bien?
—¿Qué? ¿Él? —Michael se encogió de hombros y luego mintió—: Dejé de
permitir que me afectara hace años.
—No, me refiero a Dahlia.
Miró a la puerta que lo llevaría de regreso a ella.
—Esa mujer me tiene jodido.
Cooper se mostró comprensivo.
—He estado allí.
Preparándose, regresó al bar y trató de ignorar los grandes ojos
preocupados de Dahlia. De hecho, pasó junto a ella y salió por la puerta. No creía
que pudiera hablar con ella sin gritar. Además, todo el mundo estaba
boquiabierto.
Todo lo que Dahlia le dijo a su padre fue estupendo, pero debería
habérselo dicho a él. Lo que le hizo cuestionar la validez de todo.
¿Fue lástima?
¿Dijo eso por pura maldita lástima?
—¡Michael!
Siguió caminando enfurecido por las tablas. Había demasiado dolor que
necesitaba mantener encerrado en este momento, y Dahlia tenía la costumbre de
abrirle la puerta.
—Michael. —Lo agarró del brazo, y algo se abrió en su interior cuando se
dio la vuelta para mirarla. Su rostro hermoso estaba tenso por la angustia—.
Háblame.
—¿De qué? —espetó—. ¿De esa puta escena espantosa de ahí dentro? ¿De
que te enfrentaste a ese borracho imbécil porque sentiste lástima por mí? —
Inclinó la cabeza para gruñir su ira en su rostro—: No necesito tu maldita lástima.
Estaba horrorizada.
—No fue lástima. Era la verdad. —Lo agarró, pero él se la quitó de encima.
Una expresión terca se apoderó de sus rasgos—. Hoy comprendí que lo que te
dije esta mañana… es… tengo que luchar contra eso. Solo estaba cansada de
sentirme siempre culpable, y pensé que estar contigo significaría siempre
sentirme así, pero necesito dejar eso atrás. Sé que necesito dejar eso atrás.
Michael, duele más estar sin ti. Mucho más.
Todo lo que ella estaba diciendo debería significar todo para él. Era lo que
quería. Pero la voz de su padre estaba resonando en su cabeza, y ahora las
últimas semanas se veían diferentes a las de ayer. Lo que había sido una
persecución decidida por la mujer que amaba parecía más un perro arañando la
puerta en busca de sobras.
Ahora cuestionaba todo.
¿Ella lo amaba como él la amaba a ella?
¿Siempre sería una lucha estar con ella, lograr que se abriera a él?
¿Siempre le haría sentir que estaba fallando… como lo hacía sentir su
padre?
—Tengo que irme —murmuró—. Estoy de servicio.
Michael estaba un poco aturdido, un poco mareado, cuando se volvió para
alejarse, pero sabía que ella lo dejaría ir. Sabía que ella no pelearía.
—Michael.
Vaciló, dudó ante la súplica en su nombre.
—Sé que lo que dijo duele. Entiendo mejor que nadie, así que cuando el
dolor de esa escena horrible se desvanezca, cuando puedas verme claramente
otra vez, aquí estaré. Esta vez para siempre.
Las palabras lo envolvieron, casi como si lo hubiera abrazado y apoyado la
cabeza en su espalda. ¿Era suficiente? ¿Podía confiar en que mañana ella no
despertaría y recordaría que se suponía que debía pagar alguna especie de
penitencia retorcida a Dillon?
Agotado, cansado más allá de toda medida, Michael se alejó.
Tenía un trabajo que hacer.
Un asesino por atrapar.
Eso al menos era algo que sabía que podía hacer.
Todo lo demás tendría que esperar.
Por una vez, ella tendría que esperar por él.

33
Dahlia

T
enía un fuerte control de mi pánico mientras estacionaba mi viejo
Mini en mi plaza de aparcamiento y salía del auto. Qué día. Parecía
no tener fin. Entre mi mañana con Michael, las revelaciones
desgarradoras de Jessica y el tan necesario rayo de perspectiva que me habían
dado, el encuentro con Aengus Sullivan, y luego la ira abatida de Michael, era un
desastre.
Después de la historia de Jessica, me fui a casa a ducharme y cambiarme.
Caminé por mi apartamento, yendo y viniendo sobre cómo debería acercarme a
Michael, qué debería decir, y finalmente decidí ir con él y decirle que lo amaba.
Fui a la estación, solo para descubrir que Michael había recibido una llamada en
Cooper's. El oficial había murmurado algo sobre Michael siendo popular ese día,
y todo tuvo sentido cuando aparecí en Coop's y encontré a Aengus Sullivan
regañando a su hijo.
La rabia que había sentido.
Oh, hombre. Nunca había querido lastimar a alguien de la forma en que
quise lastimar al padre de Michael.
¿¡Cómo se atreve!? Mi sangre aún estaba hirviendo por el encuentro
cuando entré a mi bloque de apartamentos.
Y Michael estaba tan enojado conmigo. No lo culpaba. Incluso aunque
quería gritarle, no podía. Porque lo entendía. Comprendía absolutamente.
Cuando un padre explotaba como lo hizo el padre de Michael, no importaba la
edad del niño. Dolía, y carcomería la cabeza de una persona por un tiempo.
Pero él saldría de eso. Lo haría.
Resolveríamos esto.
Tenía esperanza, por primera vez en mucho tiempo.
Honestamente.
No estaba entrando en pánico. No estaba…
Un grito ahogado desde mi izquierda se entrometió en mis pensamientos
a medida que subía las escaleras. Con las cejas fruncidas, volví la cabeza hacia el
apartamento de Ivy y agucé el oído para escuchar.
Un estallido fuerte seguido por los barítonos profundos de una voz
masculina desde el interior del apartamento envió un escalofrío por mi espalda.
Ivy.
Maldita sea. Este día en serio era interminable.
Deslizándome por las escaleras, desaté rápidamente la correa del tobillo
de mis zapatos para poder moverme sin ser escuchada. Hice una mueca al sentir
las baldosas frías bajo mis pies y me apresuré a cruzar el pasillo hacia el lugar de
Ivy. Presionando mi oído contra su puerta, pude escuchar de nuevo la voz
ahogada. Las palabras del tipo fueron más fuertes, pero poco claras. Sin embargo,
había algo más que un indicio de agitación en su tono.
Pensando que era mejor que me gritaran por ser entrometida que ignorar
el presentimiento que me decía que Ivy estaba en problemas, probé la manija de
la puerta y contuve la respiración cuando se abrió con un clic suave.
Empujándola muy levemente, las voces llegaron a mí alto y claro.
—Deja de joder —se quejó una voz masculina—. Sé que tienes dinero. Ese
novio muerto tuyo debe haberte dejado también un montón de mierdas.
El horror me inundó.
Conocía esa voz.
Era Freddie Jackson.
Ivy sonó sin emociones cuando respondió.
—Incluso si lo tuviera, transferir esa cantidad de dinero no ocurre de la
noche a la mañana. Hay un límite de transferencia de diez mil dólares para la
banca en línea.
—Entonces debes tener algo que pueda empeñar. Joyas. Cualquier cosa.
Necesito dinero para desaparecer.
Me pregunté por un momento cómo alguien que había evadido el arresto
y una persecución policial posterior podía ser tan estúpido. El pánico y la
desesperación convertían a la gente en idiotas.
La cosa era que, también los hacía peligrosos, y Freddie ya había matado.
El miedo se apoderó de mí ante el recordatorio.
Ivy estaba allí sola con un asesino.
Abriendo la puerta con cuidado, me deslicé dentro del apartamento. El
piso de Ivy estaba cubierto con una alfombra de pelo largo que enmascaró mis
pasos mientras me deslizaba por la pared. El apartamento se abría desde el
pasillo corto a una sala de estar, como el mío.
Tragué más allá del nudo de aprensión en mi garganta, mi corazón
martilleando. Ignoré el sudor frío acumulándose debajo de mis brazos y me
obligué a mirar alrededor de la pared.
Freddie estaba de pie en medio de la habitación con una camisa y jeans
que le quedaban demasiado grandes. Llevaba una gorra de béisbol sobre su
cabeza.
Y estaba apuntando a Ivy con su arma.
Ivy no parecía tan impasible como sonaba. Había miedo en sus ojos
oscuros a medida que se paraba ante él con sus pantalones de chándal y camiseta.
Vidrios rotos yacían a lo largo del hogar de azulejos de la chimenea a su espalda.
—Dame el dinero, y me iré. No me das el dinero, y voy a dispararte en la
jodida cabeza. Y lo haré. No tengo nada que perder.
—P-p-puedo llamar al gerente de mi banco —dijo Ivy, asintiendo
lentamente—. Podría tardar unos días.
—Perra tonta, ¿estás escuchando? —Amartilló el arma—. No tengo unos
días.
El instinto se hizo cargo.
Un segundo estaba detrás de la pared, al siguiente estaba lanzándome
hacia Freddie Jackson sin pensar más que en impedirle disparar a Ivy. Nos
estrellamos contra el suelo, los improperios de Freddie llenaron mi cabeza. La
pistola cayó sobre la alfombra gruesa.
La adrenalina me atravesó mientras me lanzaba hacia ella, mis manos
chocando con las de Freddie. Empezamos a luchar. La pequeña mierda era más
fuerte de lo que parecía. Grité de rabia, poniendo todas mis fuerzas en la lucha,
y…
¡BAM!
Un dolor agonizante atravesó mi hombro, y me desplomé, acurrucándome
sobre mí. El fuego subió por mi cuello y bajó por mi brazo, y no pude recuperar
el aliento.
—Dahlia McGuire. —Una gota húmeda golpeó mi mejilla y la comprensión
de que me habían escupido cortó el dolor.
Me volví para mirarlo furiosa, sintiendo algo cálido y húmedo gotear por
mi hombro. Sangre.
El bastardo me había disparado.
Se sentó a horcajadas sobre mí, el arma apuntándome a la cara.
—¿Eso te hace sentir como un hombre? Asesino —espeté, apretando los
dientes en agonía.
Su rostro se contrajo sobre sí mismo por el mal genio.
—Esto es lo que le pasa a… —La sorpresa aflojó sus rasgos. Sus ojos se
pusieron en blanco.
Y luego se desplomó sobre mí y se deslizó sobre la alfombra, inconsciente.
Parpadeando en estado de shock, miré a Ivy, blandiendo una estatuilla del
Premio de la Academia.
—¿Lo… acabas de matar con un Oscar?
No escuché la respuesta de Ivy. Puntos negros se esparcieron por mi
visión. Muchos, muchos puntos negros… hasta que no quedó nada más que
oscuridad.



Un pitido irritante llenó mis oídos, sacándome del sueño. La conciencia fue
seguida por un dolor insoportable. Gemí, abriendo mis ojos para ver qué
demonios estaba quemando mi maldito hombro. El rostro de Michael, borroso,
apareció ante mí.
¿Michael?
Mis ojos se cerraron de golpe sin que yo dijera algo.
—Dahlia, estás bien. Vas a estar bien —dijo una voz desconocida—.
Estamos de camino al hospital. Solo aguanta.
Me obligué a abrir los ojos, queriendo decirle a la voz desconocida que
alguien me había prendido fuego en el hombro y si podrían por favor, hacer algo
al respecto. Pero las palabras no pudieron superar el dolor. El rostro de Michael
apareció de nuevo. Más cerca.
Algo apretó mi mano.
¿Michael?
Se inclinó sobre mí.
—Estoy aquí, cariño. No me dejes, ¿de acuerdo? Nunca me dejes.
Quise murmurar “está bien”, pero la oscuridad me arrastró antes de que
pudiera usar mi voz.

34
Dahlia

H
ubo ese pitido de nuevo. Jesucristo, era irritante. Esta vez,
mientras nadaba para salir de la inconsciencia, el dolor en mi
hombro no era tan fuerte. Para nada.
Mis párpados se sentían pesados, y me tomó un par de intentos,
parpadeando contra las luces fluorescentes, para que permanecieran abiertos.
Cuando lo hicieron, la primera persona que vi fue Michael. Se sentaba
desparramado en un asiento a mi lado, con los ojos cerrados y el rostro pálido
bajo su bronceado natural. Me pregunté qué estaría haciendo en mi habitación.
Luego procesé la altura de mi cama.
Y el pitido.
Cristo, el pitido.
Sin mover la cabeza, miré la habitación a mi alrededor y me di cuenta de
que estaba en una cama de hospital.
Tenía una aguja clavada con un goteo en la mano.
El pitido provenía de los monitores sobre mi cabeza.
¿Qué…?
Un fuerte estallido rebotó en mis oídos, y me estremecí.
Era un recuerdo. Solo un recuerdo.
¡Freddie Jackson me disparó!
La indignación provocó un movimiento, y el dolor bajó por mi brazo desde
mi hombro derecho. ¡Hijo de puta!
Michael despertó bruscamente. Sus ojos del todo abiertos y angustiados a
medida que me miraba.
—Hola —susurré.
Entonces sucedió algo que nunca había presenciado.
Michael Sullivan inclinó la cabeza sobre mi regazo y comenzó a llorar.
La angustia me inundó. Extendí mi brazo sano y hundí mis dedos en su
cabello para calmarlo.
—Cariño —dije en voz baja—, estoy bien, estoy bien.
Se estremeció bajo mi toque, y lo sentí luchar por controlar sus emociones.
Luego se sentó, se pasó las manos por la cara con fuerza mientras me miraba con
sus ojos oscuros aún brillantes por las lágrimas. Después se puso de pie, se cernió
sobre mí y me besó.
Pude saborear la sal de sus lágrimas en mi lengua.
Cuando rompió el beso, sonó demacrado.
—No vuelvas a hacerme eso nunca más.
Tomé su rostro, acunándolo en mi mano.
—Te amo.
Al ver cómo luchaba por contener más emociones, me enamoré aún más.
Cómo era posible, no tenía idea.
—También te amo —respondió, su voz ronca—. Maldita sea, tanto que
juro que va a matarme.
Me reí y luego hice una mueca cuando el dolor estalló en mi cuello.
—Me dispararon —dije, sonando tan indignada como me sentía.
El rostro de Michael se ensombreció.
—Ese jodido cabrón lo pagará.
El recuerdo de Ivy golpeándolo en la cabeza con su Oscar me vino de
repente.
—¿Ivy no lo mató?
Michael sonrió a pesar del zumbido de furia que podía sentir vibrando en
él.
—Esa estatuilla pesa más de tres kilos y le dio una conmoción cerebral
desagradable, pero no lo mató. Desafortunadamente. Aunque, ahora está bajo
custodia.
—¿No deberías estar allí para interrogarlo? —Pasé mis dedos por su boca.
Curvó su mano alrededor de ellos.
—Estoy justo donde debo estar. Jeff dirige los interrogatorios. Tengo que
llamarlo, le prometí que le haría saber tan pronto como despertaras.
—¿Cuánto tiempo he estado dormida?
—Fuiste directo a cirugía. —Echó un vistazo a la pared detrás de mí,
presumiblemente a un reloj—. Han pasado un par de horas. —Me besó de nuevo
suavemente—. Tengo que decirle a una enfermera que estás despierta. Y
rastrearé a Bailey y las chicas abajo. Cooper y Vaughn las obligaron a todas a ir a
la cafetería porque me estaban volviendo un poco loco.
Le di una sonrisa cansada. Solo podía imaginarlo.
—Llamé a tu papá —dijo—. Está en camino.
Oh Dios, mi papá.
—Estará preocupado.
—Claro que lo está. Es tu padre. —Michael me besó—. Está bien —susurró
sobre mis labios—: Me voy. —Pero me besó una vez más.
—Michael… —Intenté calmarlo—. No voy a ninguna parte. Estaré aquí
cuando regreses. Lo prometo.
El músculo de su mandíbula se tensionó.
—Lo que te dije en el paseo… no lo dije en serio.
—Shhh. Lo sé. Pero yo lo dije en serio. Michael Sullivan, te esperaré por
siempre.
Sacudió la cabeza.
—No es necesario esperar. Soy tuyo desde el primer día.



Después de que el médico vino a verme, me di cuenta de por qué Michael
había estado tan asustado. Había perdido mucha sangre, y tuvieron que hacerme
una transfusión. Pero el disparo fue limpio (encontraron la bala en la alfombra
de Ivy), así que estuvo bien. Sufrí algunos daños en los tejidos blandos, pero era
joven y estaba saludable, y él estaba seguro de que me recuperaría por completo.
Cuando el médico se fue, Bailey, Jess, Emery, Cooper, Vaughn, Iris, Ira e Ivy
se apiñaron en mi habitación mientras Michael permanecía a mi lado. No por
mucho tiempo. La enfermera apareció a medida que mis amigos cacareaban y
reían a mi alrededor y exigió que se fuera la mayoría de ellos.
Iris agarró mi mano libre antes de que la enfermera la expulsara.
—Nunca podré agradecerte lo que hiciste por mi Ivy.
—Yo tampoco. —Los ojos de Ira brillaron con lágrimas.
—En cualquier momento. —Fingí estar tranquila y despreocupada al
respecto.
Ivy, quien parecía mucho más despierta y viva de lo que la hubiera visto
en mucho tiempo, siguió a sus padres pero no sin antes también agradecerme.
—Me salvaste la vida.
—Tú salvaste la mía —le respondí. Ella asintió, pero llamé—: Ivy.
—¿Sí?
—No la desperdicies. Es preciosa.
Ivy asintió temblorosamente antes de desaparecer de la habitación.
—No voy a irme —insistió Bailey.
—Solo tres visitantes a la vez —dijo la enfermera.
—Cooper y yo nos vamos —dijo Vaughn, intentando aplacar a la
enfermera—. ¿No puede dejar que las señoritas se queden? Son como hermanas
para Dahlia.
—Dos de ellas pueden quedarse o las tres si el detective se va.
Michael se tensó a mi lado, y lo miré a medida que cruzaba los brazos sobre
el pecho.
Sí, no se iría pronto.
—Podría irme —ofreció Emery.
Vaughn le dio una sacudida de cabeza leve y luego se volvió hacia la
enfermera.
—Mabel, ¿verdad? —Le dedicó una extraña pero hermosa sonrisa.
¿Seguramente no les negarás la oportunidad de visitarla? Su mejor amiga recibió
un disparo, y están asustadas. Necesitan algo de tranquilidad.
Mabel exhaló pesadamente bajo su mirada potente.
—Bien. Pueden quedarse. Pero mantengan el volumen bajo. La señorita
McGuire necesita descansar.
Cooper le dio una palmada en la espalda a Vaughn y luego se inclinó para
darle un beso rápido a su esposa. Sus ojos se posaron en mí.
—Te veré pronto, Mujer Maravilla.
Puse los ojos en blanco, pero asentí.
Vaughn me sorprendió al acercarse a la cama para presionar un beso en
mi frente.
—Me alegro de que estés bien. No sé qué haría ella sin ti. —Señaló a Bailey
con la cabeza.
Le dediqué una sonrisa cariñosa de agradecimiento.
Una vez que los hombres, a excepción de Michael, por supuesto, se fueron,
las chicas se sentaron alrededor de mi cama. Una vez que les aseguré que estaba
bien, conversaron sobre los eventos de las últimas veinticuatro horas. Sus voces
me inundaron como un relajante baño de burbujas, y el consuelo de tener a todas
mis almas gemelas en la misma habitación me llevó a un sueño reparador.



Los susurros se filtraron en mi subconsciente, empujándome hacia arriba
y fuera de la oscuridad hasta que mis párpados revolotearon contra la luz.
Mi visión se aclaró y miré la habitación de hospital, recordando que
Freddie Jackson me había disparado.
La última vez que estuve despierta, las chicas y Michael habían estado en
la habitación conmigo.
Ahora estaba rodeada.
Supongo que Mabel había perdido su batalla contra la fuerza de los
McGuire.
Un dolor estalló en mi hombro, pero a pesar de ello, sonreí al ver a mi
familia.
Papá ocupaba la silla en la que Michael había estado cuando desperté por
primera vez, y le susurraba a Darragh desde el otro lado de la cama, apoyado
contra la pared con los tobillos cruzados. Davina estaba en el asiento junto a
papá, acurrucada con las rodillas contra el pecho y la cabeza en la mano mientras
dormía.
Dermot estaba desparramado en una silla al otro lado de mi cama, con la
cabeza hacia atrás y la boca abierta mientras roncaba.
—¿Cómo se supone que alguien se recupere de una herida de bala por aquí
con ese tipo de alboroto? —refunfuñé.
—¡Dahlia! —Papá fue más ruidoso de lo que sabía que pretendía ser
mientras se levantaba de la silla para presionar su mejilla contra la mía—. Dios,
campanita, me diste un susto de muerte.
—Estoy bien, papá. —Le di unas palmaditas en la espalda.
Ahora despiertos, Dermot y Davina se turnaron para abrazarme con
cautela después de que Darragh me soltara.
—Krista está con los chicos en la cafetería —dijo Darragh—. Regresarán
enseguida.
—Astrid está fuera de la ciudad —agregó Davina—. Pero está volando hoy
mismo hasta aquí.
—Yo, eh… le dije a mamá —vaciló en decir Dermot—. Ella… ella no vendrá.
Me dolió, aunque no me sorprendió. La deserción de mi madre siempre
sería una herida enterrada en lo más profundo de mi pecho.
—Y he terminado con ella de una puta vez —murmuró Darragh.
Me estremecí, sin querer eso.
—Dar, no lo hagas.
—No, Dahlia. Si tu hija recibe un disparo, metes tu culo en un avión para
asegurarte de que esté bien. Ya no quiero tener nada que ver con ella.
—Dar… —Mi padre sacudió la cabeza—. Deja que Dahlia descanse.
Mi hermano soltó un suspiro exasperado.
—Mierda, lo siento, pequeña.
—Está bien. —El tema dolía demasiado. En cambio, mis ojos se dirigieron
a papá—. ¿Dónde está Michael?
Papá presionó mi mano contra su mejilla, y lo sentí así como lo veía
sonreír.
—Lo obligué a irse a casa a darse una ducha. Eso fue hace diez minutos,
así que supongo que volverá en otros diez.
Era egoísta, pero me alegré. Lo quería conmigo.
—Lamento haberlos asustado a todos.
—Lo hiciste —coincidió papá—. Pero difícilmente puedo enojarme por
eso cuando salvaste la vida de una mujer y ayudaste a la policía a detener a un
asesino.
Las puntas de mis orejas se calentaron.
—Suena genial cuando lo dices así.
Se rieron, y Davina me dio un empujoncito en la pierna.
—Siempre dije que tenías un complejo de héroe.
Dejé que las bromas de mi familia me invadieran. No mucho tiempo
después, tuvimos que llamar a una enfermera porque me dolía. Ella permitió que
mi familia se quedara, y no dijo una palabra cuando Michael regresó, sumándose
a la cantidad. Me besó en los labios frente a todos y ni siquiera pareció importarle
que tuviera aliento de hospital.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Así era. Un poquito.
Michael me alimentó con cucharadas de gelatina, y sonreí entre cada
bocado, haciéndolo reír. A pesar del dolor, era bastante agradable. Ya no me
sentía tan enojada por la herida de bala.
Estaba viva.
Tenía a mi familia conmigo.
Estaba enamorada.
Y me sentía fuerte, imbuida del poder del perdón y la devoción.

35
Michael

Tres meses después


L
a suave luz del sol se filtraba a través de las cortinas de gasa que
Dahlia había colgado sobre la ventana del dormitorio. Se derramaba
sobre su cama, y Michael apoyó la barbilla en su brazo a medida que
veía a Dahlia dormir.
Ayer se le había quitado el cabestrillo, y era la primera vez en tres meses
que la veía relajada mientras dormía. Aún sentía algo de dolor. Había tenido
suerte, no había habido daños en los huesos, pero Michael pensó que no estaría
completamente curada hasta dentro de unos meses más.
Sus pestañas largas se agitaron a medida que dormía y la alegría lo inundó.
Era hermosa. No necesitaba ni un poco de maquillaje para ser hermosa.
Brillaba fuera de ella. Más aún desde que se lanzó al rescate de Ivy Green y lo
ayudó a detener a Freddie Jackson.
Nada podría haber preparado a Michael para el miedo casi paralizante que
se apoderó de él cuando vio a Dahlia ser sacada del edificio de apartamentos en
una camilla. Sentarse con ella en la ambulancia mientras yacía inconsciente, más
pálida que la tiza…
Un disparo.
Entonces supo que se había equivocado cuando dijo que podía existir sin
ella, pero no podía vivir sin ella. Michael sabía que ni siquiera podría existir en
un mundo donde ella ya no estuviera.
Y le importaba un carajo si eso lo había débil.
Extendió la mano y deslizó la parte posterior de sus nudillos por su brazo.
Eran toda una pareja, él y ella. Las mitades de un todo. Ninguno de los dos tenía
sentido sin el otro. Vivir juntos era prueba de ello. Michael se había mudado con
ella durante su recuperación para poder cuidarla. La había ayudado a ducharse,
la había abrazado cuando despertaba, sudando con pesadillas que eran signos
típicos de trauma en una víctima con una herida de bala, y le ayudó a superar sus
miedos ya que ella no quería volver a ver a un terapeuta.
Las pesadillas finalmente cesaron.
Pero Michael nunca se fue.
Ella le hizo prometer que no se iría.
La jodida promesa más fácil que jamás hubiera hecho.
Se movió mientras dormía, y él vio que su nariz se arrugó un poco. Frunció
el ceño comprobando su hombro. Estaba durmiendo encima de él.
Michael la movió suavemente, la puso boca arriba y ella gimió dormida.
Sintió ese gemido en sus entrañas y se maldijo a sí mismo.
A pesar de su herida, Dahlia insistió en enrollarse con él cada vez que
podían, la jodida arpía. Michael sonrió con un gemido y cayó de espaldas. Ella lo
había convencido para que hicieran el tonto unas seis semanas después de que
le dispararan y él cedió porque era la mujer más difícil de resistir del planeta.
Pero no hubo nada de sexo.
Eso la había cabreado, pero era por su propio bien. No había forma de
hacerlo sin sacudirle el hombro.
Se pasó una mano por los ojos. No era fácil esperar para volver a estar con
ella.
Sintiendo que el calor se acumulaba en la parte inferior de su columna y
en la polla, Michael forzó sus pensamientos a otra parte.
Tenía que estar listo para trabajar pronto. Dahlia también. El apogeo de la
temporada había llegado ahora que el verano estaba en Hartwell, y la tienda de
Dahlia necesitaba abrir. Michael sabía que era mejor para ella estar en el trabajo,
seguir con la vida lo más normalmente posible, pero también le había pedido que
contratara a alguien para que la ayudara por un tiempo en la tienda.
Una artista de diecisiete años cuya familia adinerada poseía una casa de
verano en los Glades había aprovechado la oportunidad de trabajar con Dahlia.
Y Dahlia estaba disfrutando enseñándole a la niña sobre orfebrería, por lo que
fue beneficioso para todos.
En cuanto a Hartwell en sí, estaba intentando volver a ponerse de pie.
Freddie Jackson no pudo pagar la fianza, de modo que estaba en la cárcel
esperando su juicio. En cuanto a los Devlin… parecía que esos cabrones podrían
salir limpios. Freddie había confesado compartir información confidencial con
los Devlin y acosar a ciertos miembros del público a pedido de Ian Devlin. Devlin
había sido arrestado, pero tuvieron que dejarlo ir por falta de pruebas.
Ese maldito bastardo.
No había nada sustancial para vincular la historia de Freddie con la de
Devlin. Dijo que entró en pánico cuando llegó Michael, temiendo perderlo todo,
y había acudido a Stu en busca de ayuda. Dijo que Stu le dijo que ya no sería un
problema, que la policía encontraría el apartamento de Freddie lleno de
suficiente cocaína para encerrarlo, para que no estuviera ahí para joderle todo a
la familia Devlin. Cuando Freddie intentó razonar con él, Stu siguió diciendo que
no sabía de qué estaba hablando Freddie, riéndose todo el tiempo, como si fuera
una broma.
Freddie perdió los estribos.
Stu se le acercó como para atacarlo, y Freddie le disparó.
Los Devlin se habían mantenido callados por ahora. Pero Michael estaba
decidido a derribar a Ian Devlin. Encontraría una manera. Ayudó que el furor
mediático que había surgido después de que Freddie le disparara a Dahlia se
hubiera calmado. La participación de Ivy Green fue demasiado emocionante para
los medios, por lo que Hartwell había estado en las noticias durante semanas.
Un pequeño gemido entrecortado hizo que la cabeza de Michael se
volviera, y vio como Dahlia parpadeó contra la luz.
Sus ojos del color de las campanillas, rodeados por las pestañas más
oscuras, miraron adormilados a los suyos. Ella le dio una sonrisita linda, su
hoyuelo apareciendo juguetonamente.
—Hola, tú.
—Hola. —Rodó sobre su costado—. ¿Cómo está tu hombro?
Se levantó para sentarse e hizo una mueca.
—Un poco dolorido.
—Dormiste sobre él. Tuve que empujarte de espaldas.
Dahlia le lanzó una mirada descarada.
—Siento haberme perdido eso.
Gimió de frustración.
—No empieces.
Ella se volvió hacia él, y reconoció el brillo travieso en su expresión. Oh
Dios, sálvalo de esta condenada tentadora.
Y entonces Dios lo hizo.
Dahlia parpadeó, su rostro ensombreciendo.
—Acabo de recordar mi sueño. Uff. No fue bueno. —Le lanzó una mirada
asesina.
Michael se sentó, empujando su almohada contra la cabecera.
—Supongo que no me porté bien en ese sueño.
Ella entrecerró los ojos a medida que descendían sobre su torso desnudo
y volvían a subir.
—Estabas en el paseo marítimo con tu exesposa. Seguí diciendo tu
nombre, pero apareció un niño que se parecía a ti y tú tomaste su mano y la de
ella y te alejaste.
Esa fue una fuerte dosis que no había estado esperando.
—Oye. —Tomó su mano y la atrajo suavemente hacia él. Apoyó la cabeza
en la cabecera, con los ojos fijos en sus manos entrelazadas. Michael colocó sus
dedos debajo de su barbilla y le dio un empujoncito, obligándola a hacer contacto
visual—. Hemos pasado por tantas mierdas. No puedes decirme después de todo
eso que tienes inseguridades sobre Kiersten.
Dahlia negó con la cabeza.
—No lo creo. Quizás el sueño era más sobre el niño. —Pareció resguardada
y luego respiró hondo. Sonó tembloroso, lo que lo puso nervioso—. ¿Aún quieres
hijos? ¿Conmigo?
Honestamente, era algo en lo que no había pensado en mucho tiempo. Pero
no era algo sobre lo que tuviera que deliberar. La respuesta era clara. Y el
pensamiento lo llenó de tanta anticipación que, casi no pudo soportarlo.
—Sí, quiero eso. —Su voz estaba cargada de emoción.
Su sonrisa fue lenta y un poco vacilante.
—Renuncié a ese sueño hace mucho tiempo porque nunca quise casarme
y tener hijos a menos que fuera contigo. No estoy diciendo que tengamos que
apresurarnos… solo quería saber que es una opción para nosotros.
La besó con fuerza, apoyando su frente contra la de ella.
—Definitivamente es una opción para nosotros.
Se quedaron en silencio un momento, absorbiendo la idea de ese futuro
hermoso.
Luego susurró:
—¿Hablas con ella? ¿Kiersten? ¿Alguna vez?
—No —respondió—. Cuando dijo que quería irse, lo quiso decir
plenamente.
—¿No es extraño para ti? ¿Al menos un poco? Pasaste cuatro años con ella.
Michael lo pensó, sabiendo que su respuesta importaba más de lo que
deseaba.
—Se siente como un sueño extraño u otra vida. Nada se siente tan real
como tú —dijo finalmente.

Dahlia

Sabía que mi sueño sobre la exesposa de Michael solo fue un sueño
estúpido. Después de los traumas por los que habíamos pasado, su exesposa no
sería otro más. Pero inconscientemente, debo haberme preocupado si era tan
fácil para Michael dejar ir esa relación como lo que había dejado entrever.
Tal vez era cruel de mi parte, pero me alegraba que hubiera dejado ir a
Kiersten tan fácilmente como lo había hecho. Después de pasar tres meses
viviendo con él, sabiendo la alegría de ello, incluso aunque me irritara con su
pulcritud y alimentación saludable, era posesiva de este conocimiento. Odiaba
que otra mujer lo tuviera.
Quería borrarla de su memoria, y eso era egoísta y bastante cavernícola, y
no me importaba ni un ápice.
Sus dulces palabras de seguridad se derritieron a través de mí, al igual que
el conocimiento de que algún día tendríamos hijos. Eso avivó un fuego en mí que
fue inesperado, pero bienvenido. Me levanté sobre él, balanceando mi pierna
sobre su cadera opuesta para sentarme a horcajadas sobre él. Ignoré la punzada
en mi hombro.
—¿Qué estás haciendo? —La voz de Michael sonó ronca cuando agarró mi
cintura.
Ocultando mi expresión, me levanté la camiseta por la cabeza y evité
estremecerme estoicamente ante una punzada de dolor en mi hombro. No
llevaba sujetador, así que estaba lista para seguir adelante.
Los ojos calientes de Michael se posaron en mis pechos, y sus manos se
apretaron contra mi cintura.
—Dahlia —dijo—, solo vamos a tontear.
Negué con la cabeza, tan lista para tenerlo dentro de mí, que ni siquiera
podía soportarlo.
—Las bases son maravillosas. Incluso, fenomenales. Pero estoy lista para
este jonrón. —Deslizando mis manos entre nosotros, empujé las sábanas
alrededor de su cintura.
Michael me agarró de las manos para detenerme.
—Tu hombro.
—Está mucho mejor. —Me incliné y presioné un beso delicado en su boca
preciosa. Se había afeitado la barba hace tres días, y no podía decidir si la
extrañaba o si me encantaba volver a ver todo su rostro hermoso—. Te montaré.
Sutilmente. Despacio.
Se endureció bajo mi regazo.
—Dahlia…
Lo besé profundamente, con avidez, y mientras él se perdía en los besos
sexis, me bajé la ropa interior, solo rompiendo el beso para sacarlas por
completo.
—Deberíamos esperar —murmuró Michael, sus ojos devorándome.
Sí, no sonó muy seguro de eso.
Empujando las sábanas, le bajé los pantalones del pijama sobre su
erección.
—Déjame quitármelos —gruñó.
—No. —Casi babeé al verlo erecto, caliente y duro—. No puedo esperar.
—Luego, sin preámbulos, me senté a horcajadas sobre él, lo guie entre mis
piernas, y me hundí con un suspiro placentero.
No tomó mucho tiempo.
Para ninguno de los dos.
Nos corrimos juntos, envueltos firmemente en los brazos del otro, mis
músculos internos pulsando con réplicas pequeñas alrededor de Michael cada
vez que murmuraba las palabras “Te amo” contra mi piel.

Epílogo
Michael

M
ichael entró en el departamento del sheriff, y estaba de buen
humor. Más allá del buen humor. Fenomenal. Los recuerdos de
esa mañana seguían reproduciéndose una y otra vez en su
cabeza, y sabía que lucía una sonrisa estúpida en su rostro.
Cuando Bridget le dijo que Jeff quería verlo a primera hora, con expresión
sombría, maldijo por dentro.
Algo estaba pasando.
Maldita sea.
Siempre era cuando estabas de un jodido humor tremendo.
Suspirando, Michael asintió a sus colegas que estaban en la oficina y se
dirigió a la de Jeff. Todo entre su jefe y él estaba arreglado. Había habido un poco
de tensión cuando Michael se mudó con Dahlia, pero Jeff era un tipo confiable. Al
ver lo feliz que estaba Dahlia, lo dejó pasar. No era sorprendente que lo dejara
pasar lo suficiente como para buscar una amistad fuera del trabajo. Michael
ahora consideraba a Jeff un buen amigo.
Si lo llamaba a su oficina a primera hora, no era una señal buena.
Antes de que pudiera llegar allí, Jeff apareció en el pasillo. Asintió a Michael
mientras se acercaba, todo su semblante cargado de severidad.
—¿Qué está pasando?
—Te necesito en la sala uno de interrogatorio. —Jeff mantuvo la voz
baja—. Esta mañana tuvimos una visita sin cita. Una confesión de asesinato.
Los labios de Michael se separaron en shock.
—¿Stu Devlin?
Jeff negó con la cabeza.
—No, la confesión de Freddie sigue en pie. —Hizo un gesto a Michael para
que lo siguiera. A medida que cruzaban a la sala de interrogatorio, la mente de
Michael corrió a toda velocidad. ¿No hubo asesinatos en Hartwell en doce años y
ahora había dos? Demasiado para una vida tranquila.
Jeff lo condujo a la sala de interrogatorios, y los ojos de Michael se posaron
en la persona sentada sola en la mesa.
Una mujer joven.
Él y Jeff tomaron sus asientos frente a ella, y ella los miró con grandes ojos
gris azulados. Su cabello rubio oscuro estaba muy corto, rozando su mandíbula
estrecha. Michael la estudió. Bonita, pero demasiado delgada. Sus pómulos lucían
prominentes, sus ojos hundidos. Parecía que un viento fuerte la haría volar.
Su expresión era nada menos que angustiada.
Michael sintió que la inquietud se apoderó de sus entrañas.
—Rebecca, este es el detective Michael Sullivan. Estará de testigo en el
interrogatorio.
Ella lanzó una mirada nerviosa a Michael y apretó sus manos pequeñas
frente a ella. Asintió en acuerdo.
Jeff encendió una grabadora digital y la colocó en medio de la mesa.
—Por favor, indique su nombre para el registro —dijo Jeff.
Se humedeció sus secos labios agrietados.
—Soy Rebecca Rosalie Devlin.
La sorpresa clavó a Michael en el suelo. ¿Qué carajo?
—Rebecca, te he aconsejado que no hagas este interrogatorio sin un
abogado presente, pero has elegido proceder sin un abogado, ¿es correcto?
—Sí —susurró.
—Por favor, dinos con tus propias palabras por qué estás aquí, Rebecca.
Su mirada se movió entre Michael y Jeff, y el color de sus mejillas se
desvaneció.
—Estoy aquí para confesar un asesinato que mi hermano, Stuart Devlin, y
yo encubrimos hace cuatro años.
Michael, siempre profesional, mantuvo el rostro en blanco, pero se
tambaleó por dentro.
Bueno… maldición, pensó, no lo vi venir.

Dahlia

—C
reo que deberíamos invitar a Ivy a nuestras
reuniones de chicas —dijo Bailey.
Ella, Emery, Jess y yo estábamos paseando
por las tablas con un helado delicioso en la mano.
Hacía demasiado calor en la librería, así que todas cerramos la tienda durante la
pausa del almuerzo de Jess y compramos helado para celebrar mi falta de
cabestrillo.
—Estoy de acuerdo. —Asentí—. Ivy y yo ahora compartimos un vínculo.
Eso era cierto. En los tres meses desde que Freddie Jackson nos atacó, Ivy
pasó por mi tienda todas las semanas para charlar. Había algo aún distante en
ella, como si estuviera viviendo en su cabeza en algún otro lugar al que el resto
de nosotros no podíamos llegar, pero estaba mucho mejor de lo que había estado.
Odiaba el apartamento, por supuesto, y se había mudado con sus padres
temporalmente. Sin embargo, estaba a punto de conseguir un lugar muy
agradable en Johnson's Creek. No quería regresar a Hollywood, pero no nos dijo
por qué, así que solo podíamos adivinar la razón. Pero había comenzado a
escribir de nuevo, lo que tomé como una señal buena.
Ella y Bailey también estaban pasando el rato nuevamente, y era muy
difícil sentirse miserable con Bailey Hartwell. Lo sabía de primera mano.
Jess se encogió de hombros.
—Seguro. No sé si tendré algo en común con una guionista de Hollywood
deslumbrante, pero cuenten conmigo.
—Ella no es así —aseguró Bailey—. Ivy puede llevarse bien con
cualquiera.
Caminamos en silencio, Emery no había dado su aprobación a la idea.
Compartí una mirada con Bailey y luego con Jess mientras Emery miraba
hacia adelante.
Le di un codazo a Emery.
—Em, estás muy callada.
Ella frunció su boca bonita.
—No estamos en la escuela secundaria. No necesitan mi permiso para
agregar a alguien a nuestro grupo.
—¿Pero?
—Sin peros.
—Hay un pero —supuso Jess.
—Definitivamente un pero —agregó Bailey.
—Uno grande.
Emery puso los ojos en blanco.
—No es nada.
—Oh, por el amor de Dios, escúpelo —dijo Bailey.
Enrojeciendo, Emery le lanzó una mirada sucia. También lo vi como una
señal buena. Cada día confiaba más en nosotras para ser ella misma.
—Deja de intentar avergonzarme.
—Entonces, habla. —Bailey mordió su helado y luego hizo una mueca—.
Cerebro congelado.
Me volví hacia Emery, ignorando sus payasadas.
—¿Hay algo que no te guste de Ivy?
—No es Ivy. —Emery se detuvo y se apoyó contra la barandilla, mirando
al océano. Seguimos su ejemplo, apiñándonos a su alrededor—. Ustedes…
ustedes se sienten como mi familia. Me siento cómoda con ustedes. Me preocupa
que eso cambie con alguien más alrededor.
Me acurruqué junto a Emery y le di un beso cariñoso en el hombro
desnudo. Ella me miró sorprendida, y yo sonreí.
—Entonces esperamos.
—Sí —concordó Bailey—. Podemos ser solo nosotras por un tiempo.
—Es terriblemente egoísta de mi parte —dijo Emery—. Ivy
probablemente también necesita buenas amigas.
—Bah, tiene a Bailey. Eso es suficiente para cualquiera.
—¡Oye! —Mi mejor amiga me golpeó en el hombro.
Fingí hacer una mueca.
—¡Herida de bala!
Su rostro palideció.
—¡Oh Dios mío, lo siento mucho!
Sonreí.
—Hombro equivocado.
—Eres una tarada.
—¿Qué fue eso de la escuela secundaria? —preguntó Jess a Emery.
Em no sonrió.
—Podemos invitar a Ivy a nuestras reuniones de chicas. Estoy siendo
egoísta.
—Vamos a ver qué pasa más adelante —ofreció Jess—. Dejemos que las
cosas sigan su curso natural.
Emery se relajó y nos quedamos en un silencio cómodo, disfrutando de la
forma en que el sol brillaba sobre el agua, las olas lamían la orilla, la risa de los
niños mientras corrían en círculos alrededor de sus padres en la arena suave y
caliente.
Las gaviotas graznaban en lo alto a medida que los sonidos de los juegos
de arcade se reproducían en algún lugar en la distancia.
—Llevo aquí casi diez años —dije—. Y nunca he sido más feliz de lo que
soy ahora.
Bailey deslizó su brazo alrededor de mi cintura y me dio un apretón.
—Se siente como si las cosas estuvieran encajando.
—Sí —dijo Jess—. Sobre eso…
Nos volvimos hacia ella expectantes.
Las lágrimas brillaron en sus ojos. Lágrimas de felicidad.
—Estoy embarazada.
Estaba segura de que nuestros gritos de alegría asustaron a cualquiera en
nuestra vecindad, pero no nos importó. Aplastamos a Jess, turnándonos para
abrazarla y acribillarla con preguntas.
—Sí, por supuesto que Cooper lo sabe. —Se rio de la pregunta de Bailey.
—¿Cómo, por qué, cuándo? —solté.
—Bueno, lo hemos estado intentando por un tiempo, y estaba empezando
a preocuparme por no poder. Pero entonces sucedió. —Pareció aliviada—. Coop
se la pasa sobre mí preocupado porque no sabía que una vez que una mujer llega
a los treinta y cinco, se considera un embarazo maduro, y hay más pruebas
involucradas.
—¿Tienes demasiado calor? —preguntó Emery—. Tal vez deberíamos
ponernos a la sombra.
—Estoy bien —le aseguró Jess—. Por favor, chicas, no empiecen también
a cernirse sobre mí.
—¿Cuántas semanas tienes?
—Veinte semanas. Queríamos mantenerlo en secreto. Los abortos
espontáneos son comunes en esas primeras semanas.
Mientras paseábamos hacia Main Street, planeamos nuestro futuro como
tías.
—Todo está cayendo en su lugar. —Bailey suspiró satisfecha—. Todo lo
que ahora necesitamos es que Emery conozca a un chico.
—Sí, estoy segura de que conseguiré a un buen soltero elegible con mis
respuestas ingeniosas y mis habilidades de seducción finamente perfeccionadas.
Resoplé ante el sarcasmo de Em.
Bailey puso los ojos en blanco.
—Bueno, ¿qué tipo de actitud es esa?
—Una honesta. —Su mirada se tornó melancólica—. Enfoquemos
nuestros deseos en algo que pueda suceder. Digamos… —Se volvió hacia mí—.
Tú y Michael comprometiéndose.
Sonreí no solo porque me estaba usando para salir del apuro, sino ante la
idea de ser la prometida de Michael.
—Un día de estos. —Estaba segura de eso.



Esa noche entré al apartamento con comida para llevar en la mano.
Michael había llamado para avisarme que estaba terminando en la estación y
había aceptado un poco de comida china. Era un fanático de la salud, pero lo
convencí de que una golosina al mes no lo mataría.
Después de que colgué el teléfono con él, mi hermana llamó para ver cómo
estaba. Escuchaba de al menos un miembro de mi familia todos los días, pero no
me quejaba.
Era increíblemente genial.
Además, Darragh, Krista y los niños se iban a tomar unas vacaciones con
papá en Hartwell en dos semanas. Davina, Astrid y Dermot también pasarían uno
de los fines de semana. No podía esperar.
Dejando los cartones de comida china en la cocina, rodé mi hombro e hice
una mueca. Michael me regañaba por llevar la comida escaleras arriba, y tal vez
tenía razón. Refunfuñando para mis adentros y mi desesperación impaciente por
estar completamente curada, caminé por el apartamento hasta nuestra
habitación para ponerme unos pantalones de yoga y una camiseta cómoda.
Sin embargo, a medida que caminaba hacia el armario, algo brillando en la
cama me llamó la atención.
Frunciendo el ceño porque no había nada en ella cuando Michael la tendió
esa mañana, me acerqué.
Mi pulso se aceleró cuando el reconocimiento me atravesó y rodeé la cama
con piernas temblorosas.
Me paré, mirando el objeto mientras se me ponía la piel de gallina por todo
mi cuerpo.
El broche de rosa plateado que le había hecho a Dillon estaba encaramado
en medio de mi almohada y la de Michael. Como un puente entre los dos.
El broche de rosa plateado que guardaba encerrado en un cofre del que
estaba bastante segura de que Michael ni siquiera sabía que existía, ¿estaba en
nuestra cama?
—Tierra a Dahlia —rompió la voz de Michael.
Levanté la vista, sorprendida de verlo de pie en la puerta.
Él frunció el ceño.
—¿Estás bien?
Miré el broche.
—¿Pusiste eso ahí?
Michael lo miró y se encogió de hombros.
—No. ¿Qué es?
Sabiendo que estaba diciendo la verdad, los pequeños vellos de mis brazos
se erizaron.
Dillon.
Me apresuré al armario sin responderle, empujando la pequeña silla
decorativa que tenía en la esquina de la habitación. En la que usualmente apilaba
ropa, volviendo loco a mi novio jodidamente ordenado. Subiendo a ella, empujé
a través de las cajas de zapatos dispuestas en el estante superior y busqué mi
cofre.
—Dahlia, ¿qué diablos estás haciendo? —Michael resopló—. Cuidado con
tu hombro.
—Lo sé —gruñí, sacando el cofre.
Aún estaba cerrado.
Saltando de la silla, me apresuré a pasar junto a un Michael muy
confundido y volví a través del apartamento hasta el aparador de nuestra sala de
estar. Al abrirlo, inspeccioné hasta que encontré la caja de baratijas que estaba
buscando.
La saqué, y la abrí. Dentro había unas pequeñas llaves familiares.
Las llaves de mi cofre. Justo donde las había dejado.
—¿Quieres decirme qué está pasando? —Michael me siguió a medidas que
me apresuraba a regresar al dormitorio y al cofre. Mis manos temblaron cuando
lo abrí.
Dentro había cartas entre Davina, Dillon y yo cuando éramos más jóvenes.
Cartas de la tía Cecilia. Un talón de entrada al cine de la primera película a la que
Michael me había llevado, y una carta que me envió mi padre cuando me mudé a
Hartwell. El broche no estaba, a pesar de que lo había guardado en esa caja
durante años. El broche no estaba.
Porque estaba en nuestra cama.
De alguna manera.
Cerré la caja y volví a rodear la cama para mirar la rosa plateada.
Dillon.
Una sensación de paz increíble se apoderó de mí. Miré a Michael, con los
ojos brillantes por las lágrimas.
—¿Qué me estoy perdiendo?
Sonreí, las lágrimas derramándose.
—Es Dillon.
Michael se movió alrededor de la cama mientras yo alcanzaba el broche.
Curvé mi mano alrededor de él, me volví hacia él a medida que envolvía sus
brazos alrededor de mí. Me derretí contra él.
—Lo hice para ella. Hace años. Es lo único de ella que me quedé.
Michael lo alcanzó con una mano mientras mantenía la otra apretada a mi
alrededor. Estudió el broche.
—Lo recuerdo. Es hermoso.
—Lo guardé bajo llave en ese cofre, Michael.
La comprensión amaneció en sus rasgos.
—¿Nunca lo has movido?
Negué con la cabeza.
—No he mirado ese broche en años. Estaba enterrado en el fondo de mi
cofre. Vine aquí para cambiarme, y simplemente estaba… allí.
—¿Y crees… crees que fue Dillon? —Podía escuchar la incertidumbre en
su voz. Michael era realista, no dado a las fantasías ni a las nociones sobre
fantasmas, pero las circunstancias eran extrañas, y él lo sabía.
No sabía si era Dillon. Nunca habría creído en ese tipo de cosas.
Pero algo se había asentado en mi alma ante la idea de que mi hermanita
encontrara la manera de enviarme un mensaje. Para decirme que estaba feliz por
Michael y por mí.
—No lo sé —susurré. La alegría, tanto que podía estallar con ella, me
calentó de adentro hacia afuera—. Pero me gustaría pensar que sí.
El amor resplandeció en los ojos de Michael a medida que inclinaba la
cabeza para besarme suavemente.
—Michael, te amo.
—Lo sé. —Sus brazos se apretaron a mi alrededor—. También te amo.
—Voy a decirlo hasta que te canses de escucharlo. Voy a decirlo por todas
las veces que no lo dije.
—Solo hay una cosa mal en ese plan —respondió Michael, acomodándome
suavemente en la cama y cubriendo mi cuerpo con el suyo—. Nunca voy a
cansarme de escucharlo, cariño. Ni en esta vida, ni en la siguiente.

Fin

Próximo libro

Emery Saunders se mudó hace
nueve años a Hartwell para comenzar su
vida como propietaria de una librería. Su
incapacidad para confiar en las personas
le dificultó encontrar un lugar en la
pequeña comunidad hasta que Jessica
Lawson se mudó a la ciudad y se hizo
amiga de la belleza tímida.
Pero había una persona en
Hartwell que intentó hacerse amiga de
Emery mucho antes de que llegara
Jessica…
Jack Devlin tiene sus secretos. Uno
de ellos es que se enamoró de Emery al
momento en que apareció en Hartwell.
Otra es que su padre lo chantajeó para
que encubriera una oscura tragedia
familiar. Obligó a Jack a romper sus
relaciones para proteger a las personas
que le importaban. Sin embargo, mantenerse alejado de Emery no ha sido fácil a
lo largo de los años y no siempre lo ha logrado. Cuando las señales
contradictorias de Jack lastiman a Emery una vez más, ella lo saca de su corazón
para siempre.
Hasta que finalmente se revela el secreto de la familia Devlin, liberando a
Jack de las maquinaciones de su padre. Lo que Jack quiere más que nada es
reparar sus relaciones, empezando por Emery.
Sin embargo, Emery no está lista para perdonar y Jack no está listo para
rendirse.
Y cuando el último escándalo de la ciudad une a Jack y Emery, Jack no está
por encima de usar su realidad nueva para demostrarle a Emery de una vez por
todas que su amor es digno de la leyenda del Paseo Marítimo de Hart.

Hart's Boardwalk #4

Sobre la autora



Samantha Young es una ratón de biblioteca escocesa cuyo sueño de
tener una carrera como escritora se hizo realidad. Gracias a los lectores, sus
libros han llegado a las listas de los más vendidos del New York Times, USA
Today y Wall Street Journal y varios de sus libros han sido nominados para los
Premios Goodreads Choice. Escribe romance adulto contemporáneo y
paranormal, YA fantasía urbana y YA ficción contemporánea. Actualmente
publicada en 28 idiomas en 30 países, Samantha es una de las autoras más
vendidas a nivel internacional.

Hart's Boardwalk:
1. The One Real Thing
2. Every Little Thing
3. On Hart’s Boardwalk
4. Things We Never Said
5. The Truest Thing

Créditos

Moderación
LizC

Traducción
LizC y Lyla

Corrección, recopilación y revisión


Imma Marques y LizC

Diseño
Tolola

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