Rol Con Pandora
Rol Con Pandora
Rol Con Pandora
Estaba desconcertado por la orden de su Señora. No le parecía sensato destrozar vivo al intruso y
dejar un chorrero de sangre sobre el suelo de cerámica pulida- P-Pero mi Señora… Este lugar
quedaría hecho un desastre, yo… -Apretó el puño. Era inútil objetar, Meriom quería observar
sangre, vísceras, huesos rotos, la expresión agónica del hombre que se atrevió a andar de fisgón
en sus dominios. Lo único que podía hacer, era satisfacer los deseos de su Señora-.
Therios chasqueó los dedos y al instante se empezó a escuchar que alguien arrastraba algo muy
pesado. Entonces un hombre bastante grande, de músculos enormes, dos metros y medio de
altura, con una capucha negra que cubría su rostro y un peto de cuero que le quedaba pegado,
entró a la sala empujando una larga mesa de madera que traía encima varios juegos de
instrumentos de diferentes tamaños; sierras, cuchillos, cucharas, tenedores, mazos, látigos,
escalpelos, tijeras, cadenas, punzones, pinzas, mordazas, etcétera. El terror se apoderó del pobre
intruso cuando volteó a verlo, porque su aspecto de verdugo le anunciaba cosas horribles.
Inmediatamente empezó a llorar por su vida y rogarle a la regente de Heinsteins que tuviera
clemencia. Pero claramente ella no le prestaría atención; solo esperaba ansiosamente el
sangriento espectáculo que se aproximaba.
Que tipo tan ruidoso… ¿Quiere que lo calle, Señor? -Preguntó, dirigiéndose a Therios-.
No… Quiero que lo hagas gritar más fuerte -Respondió Therios. Sus palabras dibujaron una
pequeña sonrisa en el rostro del fortachón-.
El agente fue arrojado sobre la mesa, trataba de moverse, pero sus manos y pies habían sido
atados con sogas a cada esquina. Therios se alejó de ellos; prefería mantener la distancia, cerrar
sus ojos y esperar recostado en una columna a que el desagradable castigo del pobre diablo
acabara. La crueldad y la violencia con la que el agente fue torturado solo podía equipararse a la
maldad que había en el corazón de Meriom, y se quedaba tan corto. Le aplastaron los dedos de los
pies, le luxaron los dedos de las manos; los látigos abrieron más de cien surcos sangrientos en su
piel; le volaron todos los dientes a fuerza de mazazos; le desgarraron ambos pezones con las
pinzas; le cortaron sus dos piernas a trozos; le sacaron los ojos de sus órbitas con las cucharas; le
torcieron el miembro viril hasta dejarlo como un tornillo, y, para rematar, los mazos volvieron a
ser llamados para abollar su cuerpo hasta la máxima desfiguración. Era imposible discernir con
certeza el momento exacto de su muerte, pero era seguro que no había llegado vivo a la última
ronda de porras. Y, tal como temía Therios, debajo de la mesa se esparcía un inmenso charco de
sangre. Abrió solo un ojo y sin embargo no pudo observar más el desastre que se había hecho en
la sala; seguramente su Señora estaba feliz, pero él solo le irritaba la idea de tener que limpiarlo
todo.
He terminado, Señor. Lamento el desastre, lo limpiaré ahora mismo -Decía el verdugo, sacando un
trapo sucio de uno de sus bolsillos. Therios lo hizo ademán de detenerse-.
No, es suficiente. Debes estar cansado. Retírate y deja que me ocupe de esto -Le ordenó Therios.
El verdugo solo se rascó la cabeza en señal de confusión. Pero, al final, obedeció a Therios y se
retiró del lugar, llevándose consigo la mesa de tortura y el cadáver malogrado del agente- Con su
permiso, Señora -Dijo, antes de arremangarse la camisa, dejando ver sus antebrazos, tomar el
paño sucio, remojarlo en agua y jabón y comenzar a limpiar el desastre de sangre que se derramó
en el suelo-.