Estado y Administracion Publica - Mario Jose Krieger
Estado y Administracion Publica - Mario Jose Krieger
Estado y Administracion Publica - Mario Jose Krieger
MARIO J. KRIEGER
DIRECTOR
PERSPECTIVAS PARA
EL ESTUDIO DE POLÍTICAS
E INSTRUMENTOS
DE GESTIÓN PÚBLICA
Estado y administración pública /
; dirigido por Mario José Krieger. 1a ed.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Errepar. . ,
2014.
E-Book.
ISBN 978-987-01-1724-7
1. Administración Pública. I. Krieger, Mario
José, dir.
CDD 352
ERREPAR S.A.
Paraná 725 (1017) Buenos Aires República Argentina
Tel.: 4370-2002
Internet: www.errepar.com
E-mail: clientes@errepar.com
ISBN: 978-987-01-1724-7
14 Argentina (2001); Venezuela (2002); Bolivia (2003 y 2005), y Ecuador (2005). Ver Mendoza, Maria
C. (2009) Rev. “Aportes para el Debate”, enwww.asociacionag.org.ar/pdfaportes.
15 Prats, Joan Oriol (2003), Revista Instituciones y Desarrollo Nº 14-15. Barcelona: Institut
Internacional de Governabilitat de Catalunya, pp. 239-269.
16 Bobbio, Norberto y Matteucci, Nicola (1981), Diccionario de política. México: Siglo XXI, pp. 142/43.
17 Camou, Antonio (2001), Los desafíos de la gobernabilidad. México: Flacso/IISUNAM/Plaza y
Valdés, Estudio preliminar y compilación, p. 18.
18 Pasquino, Gianfranco (1998), Diccionario de ciencia política. México: Siglo XXI, p. 704.
19 Pasquino, op. cit. en nota 5, p. 704.
20 Flisfisch, A. (1989), “Gobernabilidad y consolidación democrática”, en Revista Mexicana de
Sociología N° 3 (julio-septiembre).
21 Arbós, Xavier y Giner, Salvador (1996), La gobernabilidad. Ciudadanía y democracia en la
encrucijada mundial. Madrid: Siglo XXI.
22 Easton, David (1970), Esquema para el análisis político. Buenos Aires. Amorrortu Editores.
23 Tomassini, Luciano (1996), “La gobernabilidad en América Latina”, en Revista Síntesis Nº 25,
Sociedad, Madrid: Editorial Síntesis.
24 Weber, Max (2004), Economía y sociedad. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica (FCE).
25 Weber, Max (2004), El político y el científico. Buenos Aires: Prometeo.
26 Locke, J. (1999),Segundo tratado sobre el gobierno: un ensayo acerca del verdadero origen,
alcance y fin del gobierno civil, edición de Pablo López Álvarez, Clásicos del Pensamiento 7, Madrid:
Biblioteca Nueva.
27 Linz, Juan (1991), La quiebra de las democracias. Buenos Aires: Alianza Universidad.
28 Morlino, Leonardo (1985), Cómo cambian los regímenes políticos. Madrid: Centro de Estudios
Constitucionales.
29 Situación que se genera como respuesta del poder público ante la inminencia de la crisis y supone
la concentración del poder en la rama ejecutiva por un lapso determinado en el tiempo. Ver: Schmitt,
Carl (1998), El concepto de lo político. Madrid: Alianza Editorial.
30 Camou, Antonio (2001). Los desafíos de la gobernabilidad. México: Flacso/IIS-UNAM Editorial
Plaza y Valdés.
31 Camou, op. cit. en nota 17.
32 La Comisión Trilateral es una organización privada, creada en 1973 a instancias de David
Rockefeller para fomentar una mayor cooperación entre Norteamérica, Europa, y Japón.
33 The Crisis of Democracy. Report on the Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission
(New York: University Press, 1975).
34 Grupo de expertos.
35 Situación caracterizada por el estancamiento económico con persistencia de la inflación.
36 Agotamiento de los recursos públicos para sostener los niveles de crecimiento económico y
bienestar social.
37 La base conceptual reside en la “caja negra” imagen sistémica utilizada por David Easton para
reflejar el funcionamiento homeostático entre los “inputs y outputs” del sistema que a través del
proceso de retroalimentación permite equilibrar los flujos de información y evitar las crisis-ruptura del
propio sistema. Easton, op. cit. en nota 9.
38 “La cualidad del sistema político según la cual sus instituciones actúan eficientemente, de un modo
considerado legítimo por la ciudadanía, porque les proporcionan seguridad, integración y prosperidad,
permitiendo el libre ejercicio de la voluntad política democrática del Estado, así como la participación
de los ciudadanos, todo lo cual asegura el orden y la continuidad del sistema”, en: Torres Rivas, E.
(1994), “La gobernabilidad centroamericana en la década de los ’90. Consideraciones sobre las
posibilidades democráticas en la postguerra”, en Revista América Latina Hoy Nº 8. Salamanca:
Instituto de Estudios de Iberoamérica y Portugal, Universidad de Salamanca.
39 Para el análisis del período de transición, resulta interesante el trabajo de Feldman, E. (2001),“La
evolución de la reflexión politológica sobre democratización”, en Instituciones y desarrollo. Vols. 8 y 9.
40 Kaufmann, Daniel (2008), “Corrupción, gobernanza y desarrollo económico: Chile y América Latina
en un marco empírico global”. Presentación en Santiago de Chile, 20 de octubre.
41 Mayntz, Renate (2002), “Los Estados nacionales y la gobernanza global”, en Revista del CLAD
Reforma y Democracia Nº 24, octubre. Caracas, p. 2.
42 Mayntz, op. cit. en nota 28, p. 3.
43 Ver: Comisión de las Comunidades Europeas (2006), “La gobernanza en el consenso europeo
sobre la política de desarrollo. Hacia un enfoque armonizado en la Unión Europea”. Bruselas.
44 Coppedge, Michael (1996), “El concepto de gobernabilidad. Modelos positivos y negativos”, en
Ecuador: un problema de gobernabilidad, Quito: CORDES-PNUD.
45 Coppedge, Michael (1994), “Instituciones y gobernabilidad democrática en América Latina”, Revista
Síntesis Nº 22, Sociedad. Madrid: Editorial Síntesis, S.A.
46 Para Douglass North, las reglas de juego formales son las normas constitucionales y los derechos
contractuales, mientras que las informales están conformadas por las costumbres y tradiciones. Ver:
North, D. (1990), Institutions, Institutional Change and Economic Perfomance. Nueva York: Cambridge
University Press.
47 Kooiman, J. (1993), “Governance and Governability”, en Modern Governance. Gran Bretaña: SAGE
Publications.
48 Estas prácticas son conocidas con las denominaciones inglesas del ‘pork-barrel spending’–captura
del bien público– y del efecto ‘gridlock’ –vetos cruzados–.
49 Loza Otero, Nicolás (2000), “Legitimidad democrática y gobierno dividido: las actitudes políticas de
los legisladores locales en México”, XXII Congreso Internacional de la Asociación de Estudios
Latinoamericanos. Miami, EE.UU.
50 Ver: Tsebelis, Georges (2002), Veto Players. How Political Institutions Work. Nueva York: Princeton
University y Russell Sage Foundation.
51 North, op. cit. en nota 33.
52 Prats, op. cit. en nota 2.
53 Prats, op. cit. en nota 2.
54 Prats, op. cit. en nota 2, p. 12.
55 Sen, Amartya (2000), Desarrollo y libertad. Buenos Aires: Editorial Planeta.
56 Citado por Prats, op. cit. en nota 2, p. 16.
57 El presidente Raúl Alfonsín (1983-1989) expresaba este espíritu, cuando afirmaba “con la
Democracia se come, se educa y se cura[…]”
58 Prats, J. (2001), “Gobernabilidad democrática para el desarrollo humano: marco conceptual y
analítico”. Instituciones y Desarrollo. Vol.10.
59 Bobbio, N. (1984), El futuro de la democracia. México FCE; pp. 14 y15.
60 Camou, op. cit. en nota 4.
Capítulo 3
Problemas Públicos y Políticas Públicas Un enfoque
integral para la toma de decisiones de intervención
en contexto
Laura Waisbrod
Objetivos de aprendizaje
• Conocer de manera significativa y comprender crítica y estratégicamente los
conceptos sobre los problemas públicos y la complejidad de los procesos del ciclo
de las políticas públicas.
• Reflexionar acerca de las principales tendencias teóricas en materia de
problemas públicos y toma de decisiones como base del desarrollo de las
políticas públicas.
• Comprender el interjuego entre los distintos actores y sectores de las políticas
públicas en función de intervenir en los diferentes problemas bajo una perspectiva
de gobierno.
• Conocer las distintas fases del ciclo de las políticas públicas, entendidas como
herramientas estratégicas de gestión e integradas al quehacer y contexto político.
El Entorno político de las políticas públicas
Los asuntos públicos conforman un complejo escenario de negociación en el cual
intervienen diversas fuerzas políticas, institucionales, grupos sociales y económicos en
la medida en que son capaces de influir sobre las autoridades gubernamentales en
procura de imponer sus intereses y necesidades en la definición e implementación de
políticas públicas. Este ámbito de negociación es conocido usualmente como la “arena
política”.
Desde esta perspectiva, las políticas públicas ocupan un espacio destacado en la
compleja articulación entre el Estado y la sociedad ya que estas, si bien constituyen
una responsabilidad de los gobiernos, son el resultado emergente de la capacidad de
pujar e incidir en su desarrollo por parte de los diferentes sectores o subsistemas
sociales económicos y culturales.
Así, tras el mandato legal que una sociedad le delega a un gobierno cuando es
democráticamente electo, la primera facultad que se le otorga es el “mandato
interpretativo”. A partir del mismo, las sociedades conceden a los gobiernos la potestad
de observar, analizar y actuar frente a los problemas públicos bajo una determinada
perspectiva y no desde otras posibles.
Interpretar, en términos de gestión, implica traducir operativamente una realidad, lo
cual establece jerarquías estratégicas frente a las distintas alternativas de acción. Es
decir que elegir un curso de acción descarta a otros o al menos los considera como
alternativos en un orden de prioridad. Esa elección da cuenta acerca de la toma de
posición de los decisores políticos frente a la cuestión o problema.
Así, los sistemas político-societales han sido y siguen siendo objeto de estudio desde
diversos enfoques teóricos para su análisis. La perspectiva analítica de la teoría de
sistemas, uno de estos enfoques, se orienta a descubrir identidades de los elementos y
la naturaleza de sus relaciones internas y externas, así como los cambios dinámicos
que rigen la conducta o evolución del sistema en su conjunto.
David Easton y Niklas Luhmann representan dos vertientes centrales del análisis
sistémico de los fenómenos político-societales.
Easton se interroga acerca de cómo los sistemas políticos logran persistir y
estabilizarse como tales en un contexto signado por el cambio permanente.
Distingue, así, a la vida política como un sistema abierto, sujeto a intercambios
permanentes respecto de un ambiente a cuyas influencias debe responder. Esta
capacidad de respuesta que logra cohesionar al sistema frente al intercambio de
procesos complejos y dinámicos configura un “sistema de conducta” que caracteriza e
imprime identidad a la organización interna de un sistema político.
Uno de los rasgos primordiales de esta “conducta” del sistema político es una
distintiva capacidad para responder a las circunstancias bajo las que funciona. La serie
de complejos procesos y mecanismos desarrollados en su interior le permiten enfrentar
sus ambientes sin desintegrarse. Son sistemas capaces de regular su propia conducta,
transformar su estructura interna y hasta llegar a remodelar sus metas fundamentales.
Esta dinámica permite al sistema político asignar “valores” a una sociedad,
característica que lo distingue de otros sistemas de su medio.
Los ambientes intrasocietales y extrasocietales mantienen un flujo de intercambios,
fuente de construcción permanente de equilibrios. El sistema político tiende a buscar su
punto de estabilidad respecto de todas estas influencias, inmerso en las denominadas
“fuentes de tensión” tanto internas como externas.
Si el sistema no encontrara recurrentemente ese punto de equilibrio debería producir
un desplazamiento que lo condujera a un nuevo estado.
Esta idea de recurrencia en la estabilización del sistema y reencuentro de su punto de
equilibrio la encontramos en el concepto de “persistencia”, el cual define los modos que
encuentra el sistema para cambiar, adaptarse y autorreproducirse. Esta noción de
persistencia no alude solamente a los factores de mantenimiento del sistema sino a la
tensión que existe entre cambio y estabilidad como alternativas de solución de una
crisis del mismo. Easton denomina “tensiones potenciales” a aquellas perturbaciones
que representan una amenaza importante en función de que el sistema se estabilice y
recupere un nuevo equilibrio. Esta perspectiva eastoniana conduce a inferir un objetivo
central del sistema: restablecer su antiguo punto de equilibrio o encaminarse a uno
nuevo.
La perturbación tensiva provocada por un sistema político para buscar su propio punto
de equilibrio puede generar situaciones de crisis como fenómeno buscado. Cuando las
variables esenciales de la vida política son impulsadas más allá del “margen crítico” se
induce la crisis como
escenario estratégico, funcional a las necesidades de mantenimiento y
autorreproducción del sistema político. Para profundizar en el tema, sugiero explorar La
doctrina del shock, de Naomi Klein.
De este modo, el sistema se pone en riesgo enfrentando su propia capacidad de
responder a la tensión, alejar el peligro y sacar ventaja de la crisis o el “estado de
shock” como insumo de su propia persistencia.
Comprender cómo y por qué operan los sistemas políticos nos permite explicar,
anticipar o influir en sus comportamientos y dinámica.
Por eso decimos que el sistema político ha encontrado una forma de autoproducirse
en medio de una relación insumo-producto (logra producir aun inmerso en la dinámica
donde reabsorbe todo lo que lo influye) de alta fluctuación e inestabilidad, donde logra
enfrentar la tensión y seguir adelante como tal.
Cuando un sistema atraviesa una crisis como amenaza a la estabilidad estructural, ya
sea esta una crisis inducida o no inducida por el sistema político, los tres grandes
subsistemas societales (el político, el económico y el cultural) deben cohesionar su
unidad ante el fenómeno que rebasa la capacidad de respuesta y pone en riesgo esa
integración sistémica necesaria para resolver los problemas y autoconservarse.
Las crisis sistémicas pueden ser resueltas con o sin necesidad de transformar sus
estructuras, pero siempre colocan en peligro la estabilidad de cada uno de los
subsistemas. No todas las crisis tienen un sesgo negativo. Por el contrario, muchas de
ellas permiten al sistema reorganizarse en un nivel superador al de la organización
precedente. Para profundizar este concepto se recomienda leer las obras de Humberto
Maturana donde desarrolla sus ideas sobre la “autopoiesis” o “autoproducción” de los
sistemas.
Lo que aquí queremos aplicar es la referencia de esas ideas frente al proceso de
“acoplamiento estructural” relativa a los flujos sucesivos de adaptación que requiere
un organismo para adaptarse al medio; un rasgo de autonomía donde el sistema se
transforma, sobrevive o muere.
Niklas Luhmann, otro analista sistémico, elaboró una teoría general de la sociedad,
como sistema, para su estudio. Considera que la variable de la “complejidad” introduce
nuevas y múltiples alternativas de análisis que se adicionan a la visión más lineal de
Easton, alejándola de cualquier determinismo mecánico.
Así, si Easton destacaba las categorías sistema-entorno, Luhmann introduce al
binomio la categoría de la complejidad a través de la cual centra el análisis en el
carácter central de las “relaciones” entre sistema y entorno, más que en la
caracterización de las conductas de cada uno de ellos.
Si la comprensión de los rasgos característicos de la conducta de los sistemas puede
explicar su identidad y funcionamiento, Luhman también los analiza a partir del
componente de las “diferencias” como base sobre la cual se conforman las unidades
estructurales. Los sistemas son unidades estructurales de forma variable en el tiempo,
que logran mantenerse frente a un entorno complejo y cambiante, gracias a la posición
de “diferenciación” respecto del entorno.
Ahora bien, ¿qué es un sistema complejo?, ¿por qué la categoría de complejidad
constituye un aporte al binomio sistema-entorno como variable de análisis de las
relaciones entre ellos?
Decimos que un sistema es complejo cuando para operar se ve forzado a poner en
marcha una selección. Esto significa que no obedece a una relación lineal de causa-
efecto, ni a un incremento cuantitativo de ese tipo de relaciones, sino que, para poder
continuar operando el sistema debe elegir estratégicamente entre sus propios
elementos y opciones. El sistema adquiere una “función”, la cual, bajo la teoría de
sistemas, definirá el sentido de su existencia.
La función no se encuentra subordinada al mantenimiento del sistema sino que este
último está subordinado a la función. Vale decir que la organización del sistema es
subsidiaria de su función. Esta se cumplirá más eficientemente en tanto el sistema se
reorganice de manera adecuada. Cuando los sistemas, con el fin de conservarse y
subsistir, transforman su función en pos del automantenimiento, el sentido de su
existencia se autorreferenciará y la función pasará a ser subsidiaria de esa estructura.
Bajo el enfoque analítico de Luhmann, la teoría de sistemas es un esquema de
observación y un instrumento para abordar el problema de la complejidad,
distinguiendo entre dos tipos de sistemas:
– Los sistemas abiertos, como aquellos sistemas que son tales en función de
mantener relaciones con su entorno.
– Los sistemas cerrados, aquellos que no necesitan de su entorno para
reproducirse y mantenerse como tales.
Ser un sistema cerrado no significa que tal sistema se encuentra aislado del ambiente
o entorno sino que es autorreferente, es decir que en su desarrollo, el propio sistema se
diferencia cerradamente de su entorno como factor constitutivo. El sistema político es
un sistema cerrado y autorreferente. “Cierre” o bloqueo es condición de su existencia,
ya que opera mediante mecanismos reductores de la complejidad externa en función
de la complejidad intrínseca y la capacidad de respuesta que puede generar. Vale decir
que el sistema político puede ser autorreferente en la medida en que logre mantenerse
como sistema cerrado, controlando su propia diferenciación respecto de las influencias
del mundo externo.
Por lo tanto, la diferencia entre sistema y entorno es fundamentalmente de
complejidad y límite. Los límites del sistema son siempre límites respecto del entorno,
lo cual es importante y necesario para mantenerse y reproducirse como tal. Luhmann
centra su análisis de los sistemas políticos y su condición autorreferencial en el “riesgo”
que se produce en los flujos continuos y entrelazados de conductas de actores internos
y externos y la capacidad del sistema para conservarse como cerrado.
Así encuentra una respuesta en la toma de decisiones. Esta capacidad
autorreferencial depende del tipo de las decisiones que el sistema político tome en la
medida en que de ellas depende su autopreservación como sistema cerrado.
La idea de riesgo conduce a una ponderación que denominamos “proceso de
selección de riesgos”, ya sea mediante el cálculo, la percepción, la evaluación o la
aceptación de riesgos.
Quien desee profundizar en los conceptos de complejidad puede hacerlo indagando
en Edgar Morín sobre el pensamiento complejo.
Concluyendo, el aporte de la teoría general de sistemas para el análisis político radica
en las explicaciones que produce acerca del funcionamiento de los sistemas bajo los
siguientes requerimientos metodológicos:
a) Abordar el análisis de los sistemas como “complejos”, es decir, en
contraposición a la tendencia hacia la simplificación. Comprender un sistema
imponiendo una visión unidimensional y simplista empobrece la interpretación del
universo y descarta la complejidad de factores que confluyen en la construcción
de un fenómeno. El estudio de la complejidad permite integrar conceptos que se
rechazan entre sí y que, debido a ello, son desglosados y catalogados en
compartimentos cerrados (se los reduce y aísla, se los simplifica). Se trata de
comprender un fenómeno articulándolo con la serie de relaciones que produce.
b) Observar la “autonomía” de los sistemas. Los sistemas políticos son sistemas
autónomos y autorreferenciales. Su capacidad de reproducirse se encuentra
dentro de ellos, no dependen del afuera. Su alteración o perturbación se gesta en
su interior en función del riesgo provocado por la interrelación con el mundo
exterior y una eventual incapacidad del sistema político de cerrarse sobre sí
mismo para preservarse. Si ante las perturbaciones el sistema reacciona
compensándolas y volviendo a una situación de equilibrio, esa autorregulación
sistémica permite identificarlo como cerrado y autorreferente.
c) Atender a la “transformación” de los sistemas. Los sistemas políticos se
autotransforman.
Tienen historia y producen su propia historia. No solo tienen una finalidad sino
una conciencia de la finalidad. Vale decir, se autodirigen conscientemente, y una
de esas direcciones es la posibilidad de transformación como parte de su
estrategia de autoconservación. Si para ello es necesario que los elementos de
sus estructuras internas se transformen, los mismos se reordenarán,
reposicionarán, revincularán o suprimirán en función de la supervivencia del
sistema. Incluso sacrificando sus partes para conservar el todo.
d) Ponderar el “equilibrio” como compensación de contradicciones. Las fuerzas o
tensiones contrapuestas dentro de un sistema determinan un equilibrio de sus
estructuras. Estas fuerzas no existen simplemente sino que su estado de
contradicción y lucha alimenta la dinámica del sistema, recreando su identidad.
En síntesis, el análisis sistémico de un sistema político permite identificarlo como un
sistema complejo, autónomo y autorreferencial que se reproduce cerradamente y
transforma su estructura interna en función de su conservación expresada a partir del
emergente o resultante de la tensión entre los intereses de las fuerzas antagónicas que
lo integran.
La capacidad de interpretar como cualidad del análisis político
En primer lugar, si la posibilidad del sistema político de mantenerse como sistema
cerrado depende de la toma de decisiones, la capacidad de interpretar el mundo y sus
relaciones resulta imprescindible. Una de las condiciones nodales para analizar una
determinada situación en función de intervenir en ella, es la de poder formular
diagnósticos que reconstruyan y reflejen la realidad problematizada, lo más
fehacientemente posible.
Esta reconstrucción es siempre subjetiva y parcial. La pretensión positivista de
universalidad y objetividad en las ciencias sociales constituye un tópico bajo el cual
nuestras instituciones han operado (pseudo) burocráticamente, mediante alternativas
estandarizadas y tipificadas que si bien resultan necesarias como soporte técnico y
garantías de ecuanimidad de los procesos, han regido como dogmas que contribuyeron
a neutralizar las capacidades analíticas, la diversidad de perspectivas y la multiplicidad
de interpretaciones. Alcanzar una síntesis sobre esta riqueza implica progresar en un
trabajo interpretativo capaz de integrar las subjetividades y parcialidades en lugar de
anularlas bajo pretensión de un saber único y perenne.
Los decisores políticos capaces de construir competencias interpretativas podrán
atravesar con mayor eficacia la complejidad y distancia que separa a un objeto,
fenómeno o situación respecto del sujeto que la observa, analiza e interpreta.
Contrariamente a los saberes doctrinarios, que nos ofrecen un decálogo de preguntas
formuladas por otros y de respuestas para cada una de ellas establecidas como norma,
la posibilidad de que cada uno de nosotros desarrolle cualidades analíticas e
interpretativas construyendo las propias preguntas y desarrollando las propias
respuestas, otorga un claro sentido a la idea de intervención frente a la brecha entre el
pensar sobre la acción y el actuar, estratégicamente, más allá de lo tipificado.
Por eso, las diferentes tendencias dentro de una disciplina nos sugieren cómo mirar
un problema en función de esa brecha entre, por un lado, un gran marco referencial (o
contexto de actuación) que integra los diversos valores, ideas, principios, sentidos,
conocimientos, métodos e instrumentos que orientarán y guiarán la prácticas, las que,
sin tales teorías se volverían caóticas, sin sentido ni productividad; y, por otra parte, la
experiencia y saberes que aportan las diversas prácticas, que debieran ayudar a
producir nuevos conocimientos y explicaciones sobre los fenómenos en pos de
integrarse a un cuerpo conceptual y sistémico preexistente como novedad,
actualización y “mantenimiento”.
Si consideramos como principal la tarea de “problematizar” la realidad
reinterpretándola en función de construir respuestas o soluciones capaces de impactar
en la misma y transformarla, debemos ser capaces de desarrollar un modo de pensar
que conduzca a integrar la complejidad. De otro modo, subyacerá a un “saber hacer”
sin saber “qué hacer”.
Interpretar, analizar y decidir
Hemos repasado la necesidad de interpretar los fenómenos y, sobre la base de su
análisis, tomar decisiones. Tampoco la interpretación y el análisis de una cuestión se
produce “de una vez y para siempre”. Así como todo se transforma permanentemente,
el trabajo de interpretar y analizar lo que sucede debe incorporar los factores y
componentes del cambio y en función de ello, recrear nuestra mirada sobre las cosas,
cada vez en un nivel de comprensión y complejidad superadores respecto de nuestro
análisis anterior.
Las decisiones combinan una serie de facultades analíticas de observación,
conocimiento e intuición, que integradas a nuestros juicios de valor y nuestras
competencias para ponderar un objeto con cierta distancia respecto del mismo
(distancia producida metodológicamente para su análisis), generan las condiciones
para intervenir estratégicamente frente a una serie de hechos dados alterando su
futuro.
Al igual que el reino animal, las personas actuamos sobre la coyuntura, pero a
diferencia de este, lo hacemos con una conciencia acerca de la proyección e
influencias de estos actos sobre nuestro futuro. Estas operaciones nos permiten
planificar, orientar los cursos de acción y desarrollar estrategias para alcanzar ciertas
metas. Vale decir que nuestras decisiones están plagadas de intencionalidad, de una
conciencia única acerca de la posibilidad de incidir sobre la propia vida y la del entorno.
La libertad simboliza la posibilidad de tomar un camino u otros. Los grados de libertad
se manifiestan en diversos sentidos: físicos, intelectuales, afectivos, económicos,
culturales, entre otros. Las personas se desarrollan en un marco de libertades y
limitaciones, así como las instituciones, los gobiernos y las naciones.
En torno a esta cuestión diversos pensadores han desarrollado teorías sobre el
determinismo como factor de constricción, condicionante de nuestras libertades.
Existen enfoques que circunscriben las posibilidades humanas a condicionalidades del
medio, casi inexpugnablemente, y otras posiciones que, sin desconocer estas
influencias, abogan por la condición del hombre de construirse a sí mismo, aun en
condiciones adversas respecto de su propia libertad y autonomía. A continuación,
veremos algunas perspectivas respecto de este tema.
El determinismo
La visión determinista reduce la proyección de nuestras posibilidades de decisión
reales, limitándolas a los elementos estructurales que, por un lado, el medio nos ofrece
y por otro, son signadas por las fronteras de nuestra propia interioridad.
Así, las decisiones obedecen a factores inalterables y responden a un impulso, casi
reflejo, de esa estructura que nos determina.
Al relativizar nuestra capacidad de decidir, esta posición circunscribe también
nuestras responsabilidades. Reduce y aliviana nuestros márgenes de decisión frente al
determinismo superestructural que nos rodea y condiciona.
Desde los sistemas de creencias que orientan la vida de las masas mediante dogmas
que nos ahorran la necesidad de construir nuestras propias decisiones, hasta los
sistemas institucionales, o supraindividuales, como el mercado o el sistema político,
constituyen para el determinismo un corsé de doble faz. Por un lado, nos coarta
libertades restringiendo nuestro margen de pensamiento y acción; y por otra parte, nos
alivia de las responsabilidades al librarnos de asumir nuestras propias posibilidades
frente a las influencias del entorno.
El determinismo descarga la responsabilidad de las decisiones en instancias por fuera
de nuestro alcance.
Según Lucien Sfez, la mayoría de nuestros actos están signados por un
procedimiento, una norma, un código, un sistema de coerción, la cultura y los límites
propios de los sistemas societales. Todo ello produce un poder necesario y capaz de
conducir este conjunto. Para Sfez, estos sistemas generan la “ilusión de ser libre” o de
elegir libremente como márgenes de iniciativa producidos de manera intencional en
función de que la hiperinstitucionalización no eclosione. Es decir, el sistema construye
las válvulas de escape de un universo hiperinstitucionalizado.
El grado de apertura de estas válvulas tiene que ver con la capacidad del poder para
mantener las expectativas e iniciativas ajustadas. Así, los sistemas más autoritarios
deben desplegar ciertas estrategias y herramientas disciplinadoras de mayor coerción y
los sistemas que han construido un capital social más elevado, toleran mayores niveles
de demanda societal.
El no determinismo
Clásicamente, se han planteado dos enfoques (bien diferentes entre sí) como
contraparte del determinismo, sobre la base de la posibilidad de los individuos de
decidir con mayor libertad, influido por sus circunstancias pero sin estar exclusivamente
“determinado” por ellas.
El liberalismo, por un lado, sostiene la posibilidad de decisión humana basada en
tres ejes:
- Una lógica lineal. Basada en un principio lógico de causa y efecto.
- La racionalidad. Ubica a la razón como orientadora de las decisiones, casi de
modo mecánico. En este sentido, la afectividad, la sensibilidad o la intuición no
juegan a la hora de tomar una “buena” decisión.
- La libertad, fundada en el libre albedrío y la construcción de capacidades y
atributos para el ejercicio de esa autonomía.
Estos fundamentos tienen sus bases en la idea de que el hombre controla a la
naturaleza construyendo y explicando su propia historia. El liberalismo comparte esta
visión progresista (no conservadora) sobre la condición humana con otra corriente.
El marxismo también plantea la posibilidad de transformar los entornos opresivos
mediante la acción humana, pero a partir de la construcción de una conciencia
liberadora capaz de expresarse colectivamente mediante la lucha de clases que
subviertan el orden establecido. A partir de una visión teleológica (dirigida hacia los
fines), el progresismo sobre la historia está caracterizado por la secuenciación, como
sucesión de etapas que la conciencia colectiva va superando hasta alcanzar las metas.
Ese fin último orienta las estrategias para disponer de los medios para alcanzarlo en
cada etapa.
Para ambas corrientes, individuo y/o grupo pueden transformarse y transformar las
condiciones del ambiente. Estas perspectivas otorgan al ser humano un rasgo
potencial, el de construirse a sí mismo y construir su historia. Este factor imprime una
mirada clave en materia de decisiones humanas: el factor ideológico.
La construcción de un marco ideológico para las decisiones de gobierno
Los marcos referenciales nos permiten definir un conjunto de conceptos y valores
desde donde observar e interactuar con la realidad. A diferencia de las posiciones
deterministas, el “constructivismo” no supone a este marco como un esquema “dado”
sino como la integración que cada persona realiza de acuerdo a una serie de factores
posibilitadores o limitantes frente a la construcción de los propios marcos referenciales.
A la vez, estos marcos deben ser dinámicos, flexibles, capaces de acompañar nuestra
evolución histórica sin restringirnos en coordenadas fijas.
Los “paradigmas dominantes” tienden a ser deterministas en procura de que los
movimientos se encuentren altamente condicionados por reglas externas, sesgadas por
las relaciones de poder en la sociedad. La ruptura de los paradigmas responde a
decisiones libertarias, emancipatorias o revolucionarias.
Las decisiones de ruptura son decisiones ideológicas. La decisión como elemento
ideológico nos remite al grado de posibilidades de asumir la díada libertad-
responsabilidad que construyen intencionalmente los individuos y las sociedades.
Pero, ¿cuánto hay de ficción en esta construcción?, ¿cuánto del juego donde el propio
sistema habilita esas válvulas de escape que nos hacen suponer que estamos
decidiendo sobre algo?
Los enfoques deterministas han sabido influir sustantivamente en los estudios
políticos. Ello trajo como consecuencia, para las ciencias sociales, el centramiento de
sus análisis en los elementos superestructurales dominantes, siendo las decisiones de
gobierno residuales en función de un marco histórico inexorable. Por ejemplo, resulta
muy difícil apartarse de una determinada lógica económica globalmente dominante; a
cambio, se mueven las piezas dentro de un esquema predeterminado.
El análisis de estos movimientos (digo, de la acción, no del discurso) nos permite
comprender cuándo un gobierno se mueve conservadoramente dentro de los límites
implantados o cuándo procura mover esos límites progresivamente. Cuando un
gobierno no es más que un “operador o gestor” de las estructuras de dominio, aplica
con mayor o menor eficacia ciertas políticas dentro de esa lógica, sin cuestionarla ni
proponerse transformarla; a lo sumo, sirviéndose de ella inteligentemente para
sustentar la gobernabilidad y la gestión.
Las formas del elegir
No todos elegimos del mismo modo. Cada uno de nosotros coloca el acento en un
determinado conjunto de aspectos que hace prevalecer a la hora de elegir. En las
ciencias políticas existen dos teorías clásicas que nos explican dos modos de elección
vinculados con las decisiones de gobierno. Los explicaremos sintéticamente:
La teoría de la elección racional
Desde esta perspectiva conceptual, existe un mejor resultado posible que está por
encima de otros. Al constituirse en parámetro ordenador de la decisión, convierte a esta
en un instrumento orientado por el mejor resultado que puede esperarse de la acción.
Es decir que, frente a las alternativas en cuestión, se elige racionalmente la que se
considera de mayor utilidad en pos de alcanzar los objetivos. Elegida la opción, las
decisiones que orienten los cursos de acción se seleccionarán en función de las
restricciones o posibilidades existentes. Se estima a partir de “factores dados” y se
realiza una elección racional sobre esta base. Los requisitos primordiales para que
opere este modelo son:
a) Acuerdo total sobre los objetivos. Las visiones o intereses contrapuestos
deben sintetizarse en una alternativa, supuestamente la mejor desde el punto de
vista racional.
b) Conocimiento exhaustivo de todas las alternativas. Los decisores cuentan
con toda la información disponible y necesaria para evaluar y elegir la mejor
opción (¿cómo saber, si no, cuál es “la mejor opción”?).
c) Disponibilidad de los recursos. De nada vale elegir la “mejor alternativa” si
no se puede disponer efectivamente de los medios para imponer las acciones
necesarias a fin de conseguir los objetivos.
d) Relación fluida, no contradictoria y lineal entre medios y fines. Si la
elección racional “manda”, las decisiones intermedias deben acatar
operativamente esta lógica. Por ejemplo, no se puede pretender contar con un
cuerpo de servicio público altamente profesionalizado si no se desarrollan
políticas de formación continua del funcionariado. El enunciado o la formulación
de una elección debe traducirse mediante un marco lógico donde el contexto no
representa conflictos ni intereses contradictorios.
¿Resultan viables las elecciones puramente racionales para la toma de decisiones políticas?
Resulta muy improbable que las alternativas de decisión gubernamental se produzcan
en las condiciones descriptas. Podemos reducir a un marco lógico esta racionalidad,
pero volvemos a simplificar técnicamente una realidad compleja y altamente oscilante.
Gobernar implica detentar capacidad para la toma de decisiones bajo este marco
inestable y, en consecuencia, la elección radica en arribar a la “mejor solución posible”.
Insistimos, esta posibilidad no está limitada solo por los factores de contexto o intereses
divergentes en juego sino también por los propios límites, intereses, necesidades y
capacidades de los decisores políticos. Quizás, el contexto permite mucho más de lo
que se elige, pero no de lo que el decisor está dispuesto a elegir.
El marco decisional de los decisores políticos admite una flexibilidad transracional que
permite al sistema funcionar mediante oscilaciones aceptables. La elección, entonces
no se dirime en términos de “la mejor” sino de la “más óptima”, dado el momento,
circunstancias y lugar.
Por otra parte, desde una perspectiva no positivista, no existe una única racionalidad
ni esta es permanente. Los decisores políticos realizan sus elecciones bajo sus
respectivas subjetividades y sobre esta base ponderan jerarquías que incluyen marcos
conceptuales y valorativos de las cuestiones. Esto no significa que la propia
subjetividad del elector no sea cotejada con la subjetividad masivamente aceptable por
el conjunto de la sociedad o del sistema político. Más adelante veremos cómo la
implementación de políticas públicas requiere la recreación de un marco de sentido
para que esta resulte viable y sostenible.
En síntesis, no existe una única racionalidad sino distintas racionalidades, lo cual
conforma un tipo de racionalidad imperfecta o racionalidad limitada. A partir de este
concepto, surge una variante de este modelo de elección racional que desarrollaremos
a continuación.
El modelo racional limitado
Asumiendo las limitaciones del modelo racional “puro”, surge la idea de modelo
racional “limitado” sobre las siguientes premisas:
1. El comportamiento de las personas no es siempre necesariamente racional.
2. La idea de un mejor objetivo establecido de modo racional determina los límites
de la propia teoría porque no es posible examinar todas las posibles alternativas y
determinar cuál es la mejor.
3. Hay muchos “juegos” que no obedecen a una lógica racional, y aun así,
funcionan satisfactoriamente.
Estas tres premisas se vinculan con un fundamento, el de la teoría de la disonancia
cognitiva (de Aronson y Festinger). Estos dos científicos estudiaron los procesos
psicológicos bajo los que operan las elecciones en las personas y arribaron a las
siguientes observaciones:
1) La disonancia es la existencia simultánea de elementos de conocimiento o
juicio que no son compatibles.
2) La existencia misma de la disonancia implica para el individuo, una tensión
mental que requiere un esfuerzo por reducir las incompatibilidades o
contradicciones que se le presentan.
3) La teoría de la disonancia cognitiva permite predecir que tras una decisión, el
sujeto tratará de convencerse a sí mismo de que la alternativa elegida es la
mejor. Más allá de los fundamentos reales, se autopersuade de que realizó la
mejor elección, a fin de clausurar la tensión y evitar sufrimientos psicológicos.
4) El proceso de autopersuación se ve facilitado en mayor medida si el individuo
autolimita su condición de “elector” y se ubica bajo una autoridad de la cual
recibe órdenes. Cuando no debe ponerse en juego la responsabilidad que
conlleva la libertad asumiendo las propias ideas y valores para la toma de
decisiones, la conciencia se alivia y se facilita el cierre del proceso de disonancia
cognitiva.
Los estudios de Aronson y Festinger constituyen un basamento importante para el
diseño de estrategias políticas en los diferentes aspectos de esa actividad.
La teoría incremental
Tras el desarrollo de la idea de racionalidad limitada, el incrementalismo propone un
método denominado “comparaciones limitadas sucesivas” (o “ciencia de salir del paso”
o “método de atacar los problemas por las ramas”).
Lindblom, un importante representante de este modelo, categoriza el incrementalismo
en:
• Simple: considera el desarrollo de políticas como alternativas que solo difieren
incrementalmente respecto de lo establecido (en cantidad o densidad o dimensión).
• Desarticulado: implica un análisis estratégico donde los decisores jerarquizan y
priorizan alternativas estableciendo una gradación sobre estas.
Así, el incrementalismo no se propone alcanzar un objetivo ideal, sino que, desde el
principio, opera bajo la idea de conseguir un objetivo satisfactorio.
Este modelo trabaja a partir de los siguientes supuestos:
– Aunque intentemos obtener la mayor cantidad de información posible, esta será
siempre limitada y parcial.
– Los métodos para tratar la información y establecer alternativas son una
simplificación técnica que efectuamos sobre la realidad para poder operar con
ella, y no la realidad misma. No podemos simplificar la realidad compleja, pero sí
traducirla mediante variables que la reflejen y posibiliten realizar operaciones.
– Ese recorte de la realidad es fotográfico, es decir, da cuenta de una situación en
un determinado momento. Ello no implica que esa situación carezca de
historicidad sino que, en función de la intervención en la misma la historia o
diacronía de una cuestión facilita su comprensión pero solo es aprehensible en el
presente.
– La formulación de un problema no es el problema mismo (existen otras
formulaciones posibles).
– Este tipo de relatividad genera una dinámica de adecuación permanente entre
medios y fines, que permite analizar en detalle cada caso en cada momento y
brindar una respuesta más eficaz.
De este modo, el incrementalismo se desentiende respecto de la posibilidad de fundar
una decisión de modo omnicomprensivo. Así como los modelos racionalistas otorgan
un alto grado de control a los responsables de la decisión, los incrementales parten del
supuesto de que se tiene poco control del entorno, por lo cual, fijan la atención en lo
que denominan “valores marginales”.
Si el racionalismo fija el mejor objetivo racional y dirige los cursos estratégicos de
acción hacia ese logro, el incrementalismo descarta establecer un valor central como
eje de elección y acción, y en cambio, centra su interés en los valores marginales de la
cuestión. Es decir, se ocupará de las ramas del problema y no de su raíz.
Este cálculo, basado en un realismo absoluto respecto de los tiempos de gestión,
recursos, resistencias, cultura establecida, etc., se inclinará por elegir alternativas que
ofrezcan operar los valores marginales de la cuestión, limitando el campo de acción a la
salida coyuntural del problema, sin proponerse buscar una solución de fondo. Por eso,
no indagará en diferentes cursos de acción que se encuentren fuera de la esfera del
control del decisor.
Una vez delimitado este campo donde el decisor pueda moverse cómodamente, se
diseñarán las políticas que considere factibles de implementar, aquellas que ofrezcan
un incremento del valor marginal respecto de las políticas en curso.
Como método básico, establecerá comparaciones sobre las ventajas que ofrece una u
otra política, estimará costos y beneficios y dirigirá los esfuerzos a difundir las
bondades del “pequeño paso”, amparado en el remanido y evidente “siempre faltará
algo, todo no se puede”.
Por lo tanto, el incrementalismo abandona de plano la idea de considerar
transformaciones estructurales y, en su lugar, avanza con decisiones gerenciales que
permiten que las cosas funcionen.
Diremos que, si bien esta fragmentación y reducción de un problema y la actuación
sobre sus consecuencias últimas, olvidándonos pensar y actuar sobre sus causas
estructurales, constituye una constante –por demás efectiva– en términos de abordaje
de los problemas públicos en los Estados modernos.
Desde ya, el incrementalismo reduce la complejidad para su tratamiento, simplificando
y desconociendo los factores del problema que no maneja. Por una parte, convierte al
problema en ágil y funcional para su conducción política; por otra, lo empobrece al
punto de ofrecer un maquillaje paliativo, saliendo adelante con una solución de
coyuntura y resignando actuar sobre el problema de fondo. Entre el positivismo de las
teorías racionalistas y el pragmatismo de los métodos incrementalistas, existen
vertientes que desde un origen crítico e interpretativo, ofrecen otra visión del asunto61.
Como consecuencia, el incrementalismo negocia valores e ideas por eficacia de la
acción gubernamental.
Así como el racionalismo presentaba un límite teórico frente a la imposibilidad de
acceder por vía de la razón a una única elección mejor, este factor, donde se resignan
ideologías, representa un problema teórico del modelo incremental.
Para explicar que tal limitación no afecta la eficiencia del modelo, Lindblom construye
dos metáforas explicativas.
La primera es la de los “perros guardianes” pues, según este autor, “cada valor o
interés importante tiene su perro guardián que amenaza a quienes intentan vulnerar
sus intereses ‘enseñando los dientes’. Si se abordaran las cuestiones de política
pública frontalmente, proponiendo un cambio de fondo, aun sin discusión sobre su
conveniencia, se generarían resistencias difíciles de vencer. Si, en cambio, se aplica un
método incremental, donde de a poco, “paso a paso”, los perros guardianes vayan
adaptándose y resignando espacios, la acción gubernamental se beneficiará y
avanzará en sus objetivos.
La segunda metáfora es la del “ajuste mutuo”. Lindblom sostiene que las democracias
modernas se fundan en cambios de política mediante ajustes incrementales, sin
grandes saltos, operando mecanismos de reducción de discrepancias donde las partes
se ajustan mutuamente. Ya nadie habla de grandes revoluciones en pos de la
conquista de grandes derechos.
Esta idea derivó en la teoría del centro político, según la cual, todos los actores que
aceptan las reglas de un sistema tienden a alejarse de los extremos radicales para
conseguir el apoyo de las mayorías. Se pivotea sobre un eje de centro (nótese que la
clásica y radicalizada díada política derecha-izquierda fue transformada por la de centro
derecha-centro izquierda), a partir de la idea de que, en democracia, los ciudadanos
son poco proclives a los cambios que puedan romper los equilibrios sociales, políticos y
económicos. Así los partidos políticos, las organizaciones y la sociedad misma resignan
valores, ideales y hasta derechos a cambio de previsibilidad y estabilidad.
En definitiva, la naturaleza misma de los procesos políticos justifica la utilización de
los modelos incrementales como usuales en las prácticas actuales. Apoyarse en ellos
permite disminuir la posibilidad de cometer errores por parte de los gobiernos, ya que al
sostenerse en el ensayo y error, lo hace a partir de pequeños pasos que tienen retorno,
a diferencia de las grandes jugadas.
Finalmente, la discusión de fondo se encuentra en qué niveles de cambio se le
pueden plantear a una sociedad o qué grado de transformación le resulta tolerable. El
incrementalismo, lejos de dar este debate, aprovecha estas limitaciones sociales, si se
quiere desde un tipo de liderazgo conservador, pragmático y oportunista, pero también
desde un lugar más estabilizador, realista y seguro para su propia gobernabilidad.
Estabilidad que, en definitiva, resulta un valor de mayor alcance para los grupos
dominantes que se benefician con la conservación de un determinado estado de cosas.
Los métodos de elección en un contexto societal
No resulta lo mismo implementar un modelo incremental frente a una sociedad con un
elevado capital social, con estabilidad política e institucional, con efectiva división de
poderes (no solo formal) y con las variables económicas ordenadas, que hacerlo frente
a una sociedad carente de estas condiciones.
Si bien el incrementalismo resulta práctico y seguro para el sistema político, los
procesos de cambio y transformación social deben liderarse, y en sociedades de bajo
capital social, la acción de los gobiernos y sus políticas públicas resulta decisiva. Como
bien señala Dror, el rol de los gobiernos en relación con el concepto anterior debe ser el
de movilizador y supervisor de los múltiples actores sociales. En sus palabras: “[...]esta
tarea del Estado de hacer que ocurran las transformaciones sociales, es la que debería
constituir el centro de los esfuerzos de Reforma del Estado”.
Aparentemente, solo los resultados adversos de ciertas políticas aplicadas por un
determinado gobierno o una situación de crisis, generan un escenario de posible
cambio. Nótese que no abrimos un juicio de valor acerca de si son o no efectivamente
las mejores políticas posibles para la sociedad o para un sector de ella, sino que
analizamos la cuestión en los términos en que lo hacen los decisores políticos, en
función de los riesgos que las acciones políticas puedan implicar para la propia
estabilidad del sistema político. Una determinada política puede ser nociva o
desventajosa para sus propios beneficiarios y aún así resultar satisfactoria62 ante los
mismos ya que no entraña riesgos que se perciben como una incógnita.
Las crisis pueden representar oportunidades de cambio. Estas oportunidades pueden
ser aprovechadas por un grupo (político, económico) para su propio beneficio o pueden
abrir una brecha en el lineal devenir de las mayorías.
Difícilmente las crisis puedan redundar en transformaciones que beneficien al
conjunto de la sociedad si no se emprenden cambios en los modos de representación
popular, si no se democratizan las instituciones, si no se incrementa el capital social
(más adelante profundizaremos este concepto), si no se cambian las reglas y la calidad
del juego político, si no se desarrollan cuerpos profesionales idóneos que sostengan el
desarrollo de las políticas públicas.
Cuando las condicionalidades culturales, económicas o políticas operan como
limitantes de cualquier cambio beneficioso para las mayorías, los gobiernos deberían
liderar los procesos de transformación que permitan implementar mejoras reales en vez
de contentarse con hacer una “buena lectura” sobre las condiciones limitantes de la
realidad y operar inteligentemente en torno a ella, descartando la posibilidad incidir en
los factores desfavorables, de “construir el cambio”.
Los actores de las políticas públicas y sus niveles de incidencia en
el juego político y la toma de decisiones
Las ideas sistémicas que abordamos al comienzo de este trabajo nos indican que el
poder y la toma de decisiones resultan un emergente del juego político, de las
perspectivas y roles sobre los actores de incidencia.
Los estudios frente a esta cuestión se ubican entre dos enfoques, los monocéntricos y
los policéntricos. Existe gran cantidad de literatura adecuada. A los efectos de este
trabajo, mencionaremos sintéticamente estas perspectivas que pretenden explicar,
desde sus concepciones, cómo los distintos actores se posicionan para influir en el
desarrollo de las políticas públicas.
Los enfoques monocéntricos
Están constituidos por las corrientes que identifican al poder con un núcleo central de
dominio. Algunas de ellas son:
• El elitismo (Laswell), que identifica al poder con el dominio de una determinada
elite.
Distingue básicamente tres corrientes:
– La corriente marxista: donde una minoría ostenta el poder controlando los
medios de producción.
– La corriente burocrática: cuyo dominio se ubica en el poder de las burocracias
estatales.
– La corriente partidocrática: el poder se centra en el dominio de los partidos
políticos que pueden acceder al gobierno.
• Los grupos de presión o grupos de interés –pressure groups o interest groups–
(Bentley, Truman, Eckstein, Odegard) están constituidos por agrupaciones de
individuos en torno a intereses particulares comunes. Los grupos de interés
logran aglutinarse en torno a una cuestión que los involucra y se transforman en
grupos de presión cuando estos influyen, desde su posición y acción, sobre los
poderes públicos con miras a la defensa de sus intereses.
La idea de “grupos” como factor e incidencia externa respecto del poder
gubernamental es –a diferencia de los enfoques que veremos más adelante–
parte de la perspectiva monocéntrica, ya que, aun identificando influencias, el
centro continúa delineado por un núcleo de poder central.
• Neocorporativismo (Schmitter) es un sistema de representación de intereses,
institucionalizado, en el cual el Estado reconoce el papel de ciertos grupos de
interés (partidos, sindicatos, organizaciones empresariales) en la elaboración de
políticas. Se aplica la misma idea de centro en el gobierno; la diferencia consiste
en cómo se conforma y compone ese núcleo. Por ejemplo, en tiempos de
“acuerdo social”, las alianzas o coaliciones que garantizan la gobernabilidad del
sistema pueden asumir la forma de cogobierno de los dos partidos mayoritarios y
alternativos.
Los enfoques policéntricos
• El pluralismo (Dahl), se caracteriza por la dispersión del poder, es decir, no por
no estar centrado en un solo núcleo. Todas las organizaciones tienen capacidad
no solo de “influir” sino de tomar decisiones de política pública en forma conjunta
con los gobiernos.
• Arenas de poder (Lowi): explica que no existe una única estructura de poder
sino que cada tipo de política genera una arena con unos actores y una dinámica
propia donde todos participan, de algún modo, de las decisiones. Hay diversidad
de formas de intermediación entre los miembros de la estructura.
• Triángulos de hierro (Iron triangles): se basa en la creación de coaliciones de
pocos integrantes, con escasa participación de partidos políticos tradicionales y
de falta de transparencia en el proceso de toma de decisiones. El triángulo de
hierro se cierra en: burocracias-lobbies-parlamentarios.
• Redes de asuntos (Issues networks): conformada por redes de expertos y
profesionales con marcos de referencia y soluciones similares (entre ellos,
políticos expertos en un área) también denominados los policy politicians o
tecnopolíticos. Más claramente, se constituyen en pos de instalar un tipo de
pensamiento, modelo y estrategia determinada como parte del gobierno electo.
• Coalisiones defensoras (Advocacy Coalition Framework) (Sabatier y Jenkins–
Smith), también caracterizadas como “políticas públicas cognitivas”. Entiende los
procesos de política como una batalla discursiva constante que va más allá de la
retórica manipuladora. Observa como necesario promover conceptual y
comunicativamente un clima de consenso y de confianza, para lo cual resultan
fundamentales las tareas argumentativas y explicativas que satisfagan al conjunto
societal y justifiquen tal o cual decisión política. De este modo, las coaliciones
defensoras estudian y construyen relatos explicativos, postulados y premisas,
como marco analítico de una dimensión práctica de la política. Se piensa que la
construcción y réplica del relato permitiría desplegar mecanismos alternativos de
resolución de conflictos y allanar las posibles resistencias.
• Subsistemas de políticas públicas –Policy Subsystems– (Milward y Wamsley),
son organizaciones sistémicas que reúnen conjuntos de actores diversos
(instituciones, organizaciones, grupos o individuos) que tratan de influir sobre una
política. Constituyen subsistemas sectoriales que han logrado mostrar cierta
hegemonía sobre la política de referencia y atraviesan las divisiones típicas de los
poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y de los partidos políticos. Podríamos
mencionar los casos de la Iglesia frente al sistema educativo o el de los grandes
laboratorios farmacéuticos frente a la investigación científica.
• Comunidades de políticas (Richardson y Jordan), generadas por
compartimentos verticales o segmentos compuestos por distintos grupos públicos
y privados organizados y sus respectivas relaciones. Por ejemplo, cuando existen
dos partidos dominantes, ambos asociados a los mismos grupos de poder, la
gobernabilidad se garantiza “repartiendo la torta” entre estas comunidades en
relación a los porcentajes electorales obtenidos.
• Enfoques de redes es el conjunto de relaciones estables entre actores públicos
y privados que interactúan mediante una estructura no jerárquica e
interdependiente para alcanzar objetivos comunes respecto de una política
pública.
• Se destaca el ejemplo de la asociación entre gobernantes y corporaciones
mediante redes de negocios, garantizados a través del control del Estado. El
manejo de la institucionalidad da garantías de cobertura a estas redes, las cuales
tributan o juegan electoralmente.
• Actores o jugadores con derecho a veto (Tsebellis, Cox y Mc Cubbins),
determinada por los actores políticos clave (individuales o colectivos) que deben
estar de acuerdo con un cambio de política para que este se pueda aprobar e
implementar. La separación de poderes constitucional determina el número de
jugadores institucionales con veto. Por ejemplo, el sistema presidencialista tiene
un jugador con veto más que el parlamentario (el presidente); el federalismo
implica más jugadores con veto (los gobernadores); el número de cámaras
legislativas equivale a jugadores con veto (unicameral-bicameral); la
independencia del Poder Judicial y los fiscales conforman otro gran jugador. La
relativa autonomía de bancos centrales o agencias reguladoras agrega jugadores
con veto en ciertas áreas. Asimismo, existen actores políticos que constituyen
jugadores con derecho a veto no institucionales, por ejemplo, aquellos partidos u
organizaciones necesarias para alcanzar una mayoría legislativa o los de gran
peso social con capacidad para vetar una política pública sin institucionalidad
gubernamental.
El modelo organizacional de toma de decisiones “Tarro de Basura”
John Kingdon toma como punto de partida el trabajo de Cohen, March y Olsen,
quienes basan su desarrollo teórico en lo que llaman “anarquías organizadas”. Su
referente empírico son las universidades de los Estados Unidos. Así, plantea que las
anarquías organizadas tienen tres propiedades generales:
1) Preferencias problemáticas. Las personas no definen sus preferencias de
forma muy precisa, de la misma manera con que los actores políticos a menudo
omiten (o rechazan) definir sus objetivos. En ausencia de objetivos claramente
definidos, los individuos entran en acción. Cuando las personas determinan sus
preferencias con un mínimo de precisión, entran en conflicto, por lo cual resulta
más sencillo mantener una posición poco definida, adaptable a las circunstancias.
2) Tecnología poco clara. Los miembros de una anarquía organizada no
comprenden muy bien los procesos de la organización. Ellos pueden conocer su
propio trabajo, y la organización como un todo puede marchar más o menos
satisfactoriamente, pero sus miembros solo tienen una comprensión fragmentaria
y rudimentaria del por qué y del qué están haciendo y cómo sus trabajos encajan
en el cuadro general de la organización. Ellos operan en gran medida por ensayo
y error, aprendiendo de la experiencia e inventando en las crisis.
3) Participación fluida. Al no existir objetivos claros, la pertenencia, la identidad
y el compromiso con la organización tienen que ver con la visualización del
liderazgo o la conducción como “empoderado” factor de cohesión y referencia.
Así, la falta de objetivos y reglas de juego claros obligan a mantener una actitud
participante, en relación con la necesidad de estar alerta a los cambios y
directivas.
De acuerdo al modelo, en este tipo de organizaciones o estructuras para la toma de
decisiones hay cuatro flujos (streams) separados:
1) los problemas,
2) las soluciones,
3) los participantes y sus recursos,
4) las oportunidades de elección.
Cada uno de los flujos tiene su propia vida, bastante independiente de los otros.
Las soluciones no son consecuencias de los problemas, incluso puede ser totalmente
al revés. Kingdon llama al método de elección “tarro de basura” en el cual se depositan
varias clases de problemas y soluciones, participantes y recursos, sin ninguna lógica
sistémica. La resultante es el producto de cómo estos elementos son mezclados en el
tarro y procesados.
Este modelo no parece un proceso de toma de decisiones detallado y racional. Su
estructura se apoya en flujos separados que se perfilan a través de una organización,
cada uno con su propia vida; estos flujos se acoplan en momentos críticos y estos
acoplamientos generan los grandes cambios en la agenda.
El acoplamiento de las tres corrientes o flujos es denominado por Kingdon como
“ventana política”: la oportunidad para hacer avanzar una propuesta; ventana que se
encuentra abierta por un corto tiempo, cuando se dan las condiciones para hacer
avanzar un tema particular en la agenda.
Desarrollo integral del proceso “problema público intervención política pública”
61 Para profundizar, ver Waisbrod, L. (2009), “Bases constructivistas para un modelo de intervención y
desarrollo organizacional en la Administración Pública”, en Krieger, Mario (comp.), Estado, políticas y
gestión pública en tiempos del Bicentenario, Capítulo 11, Buenos Aires: Fundación Unión.
62 Ya hemos utilizado el término “satisfactorio” o “satisfacción” como factor que, incluso, se opone a lo
“conveniente”.
Más adelante trataremos el concepto de “satisfactores”, pero si se desea profundizar
en el tema, ver Max-Neef, en la bibliografía.
Capítulo 4
El desarrollo socioeconómico en la formación y
evolución del Estado Argentino
Lionel Pandolfi
Florencia Gómez
Objetivo general
• Reconocer el rol del Estado en los diferentes procesos históricos de nuestro país
y comprender la complejidad de estos procesos mediante el análisis reflexivo de
las variables políticas, económicas, sociales.
Objetivos específicos
• Analizar los procesos históricos y relacionarlos a fin de comprender la realidad
contemporánea.
• Conocer los principales exponentes del pensamiento social y político argentino,
relacionándolos en su contexto histórico social.
• Argumentar críticamente la toma de posición frente a diferentes explicaciones
históricas.
• Interpretar y reflexionar sobre diferentes tipos de textos, conceptos y técnicas
propias de la asignatura.
• Identificar fuentes bibliográficas/documentales que contengan elementos
vinculados a la temática de la asignatura
• Asumir una actitud responsable y de respeto por el otro.
Introducción
Este capítulo tiene un doble objetivo. Por un lado, brindar al lector una introducción
elemental acerca de los conceptos de Estado y Nación, y los componentes esenciales
que definen un Estado nacional.
Por otro, esbozar un recorrido por los diferentes períodos de nuestra historia
centrando el rol del Estado nacional en esta, y acercando algunas de las problemáticas
socioeconómicas que caracterizaron a dichos períodos.
De esta manera, intentamos dejar abierto el debate y la reflexión sobre procesos y
dinámicas sumamente complejas que exceden los objetivos de este trabajo.
Estado-Nación
Para Carlos Strasser, “El Estado es la organización que impone y/u obtiene
acatamiento de la población valiéndose tanto del poder o la coerción como de la
autoridad o legitimidad para lograr este objetivo”63.
El Estado es el ordenador de la sociedad, un instrumento de dominación política cuyo
objetivo es imponer un determinado tipo de orden en sociedades que debido a la
diversidad de intereses que la componen y que a menudo son incompatibles y
contradictorios tienden a producir choques entre los diferentes intereses, valores y
hábitos y comportamientos.
La Nación es una realidad de orden cultural constituida básicamente por tradiciones,
lengua, vínculos religiosos, hábitos y estilos de vida compartidos y, desde ya, con una
historia común.
La formación del Estado-Nación como proceso de construcción social
Estado y Nación no existen desde siempre sino que son producto de un proceso de
construcción social. Según Oscar Oszlak, “De un proceso en el cual se van definiendo
diferentes planos y componentes que estructuran la vida social organizada. En
conjunto, estos planos conforman un cierto orden cuya especificidad depende de
circunstancias históricas complejas. Elementos tan variados como el desarrollo relativo
de las fuerzas de productivas, los recursos naturales disponibles, el tipo de relaciones
de producción establecidas, la estructura de clases resultante o la inserción de la
sociedad en la trama de relaciones internacionales, contribuyen en diverso grado de su
conformación”64.
Para Oszlak, solo podemos hablar de un Estado nacional cuando un determinado
sistema de dominación social tiene las siguientes propiedades o atributos de estatidad:
1. Capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento como unidad
soberana dentro de un sistema de relaciones interestatales.
2. Capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo una estructura de
relaciones de poder que garantice el monopolio del poder estatal sobre los medios
organizados de coerción.
3. Capacidad de diferenciar su control a través de la creación de un conjunto
funcionalmente diferenciado de instituciones políticas con reconocida legitimidad para
extraer en forma estable recursos de la sociedad civil, con cierto grado de
profesionalización de sus funcionarios y cierta medida de control centralizado sobre sus
variadas actividades.
4. Capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos
que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en
consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación65.
Estos atributos no definen cualquier tipo de Estado sino a un Estado-Nación, donde
convergen en su formación dos esferas, la constitución de un sistema de dominación y
de una nación.
El Estado nacional presupone, según Oszlak, también la presencia de condiciones
materiales que posibiliten la expansión e integración del espacio económico (mercado)
y la movilización de agentes sociales en el sentido de Instituir relaciones de producción
e intercambio crecientemente complejas mediante el control y el empleo de recursos de
dominación66.
Para comprender los factores que posibilitaron a partir de 1860 la formación del
Estado argentino, resulta imprescindible examinar las razones del fracaso de los
diversos intentos de organización nacional previstos a esa fecha.
1. Primer período (1810 a 1829). La ruptura con el poder imperial no produjo
automáticamente la emergencia de un Estado nacional
El esquema de dominación que proponía Buenos Aires estaba ligado al
fortalecimiento del circuito económico “Buenos Aires-mercado externo”, concentrado en
el puerto desde fines del siglo XVIII. El predominio centralizado de Buenos Aires
implicaba el control de los recursos obtenidos a través de la Aduana, el fortalecimiento
del circuito “Buenos Aires-mercado externo” y la apertura del resto de las provincias a
las importaciones de los países industrializados. Esto implicaba el fin de las incipientes
economías del interior. Este período puede considerarse como la etapa en la que
Buenos Aires intentó inútilmente imponer un proyecto de organización nacional
fundamentado en el control político y económico sobre el resto de las provincias.
2. Período de 1829 a 1852. Es la etapa teñida por la autoridad y el orden de Juan
Manuel de Rosas
El orden se basaba en el predominio político-económico de Buenos Aires –cuyo
gobierno asumía la representación exterior, y simultáneamente, seguía manejando los
recursos de la Aduana–, asentado sobre una coalición entre Buenos Aires y las
provincias que –funcionando como cuasi Estados dentro de una federación–
conservaban su cuota de autonomía política. También era particular, porque este orden
político no estaba institucionalizado en la figura jurídica de una Constitución sino que
tenía su origen en los pactos y coaliciones de facto entre Rosas y los caudillos
provinciales.
3. Período de 1852 a 1860
La victoria de Urquiza tampoco implicó la inmediata aparición de un Estado nacional.
Al no lograrse la adhesión de Buenos Aires, que se mantuvo separada del resto del
país y siguió manejando los recursos de la Aduana, la Confederación languideció, por
cuanto le faltaron los recursos de Buenos Aires.
4. Período de 1860 en adelante
La batalla de Pavón (1860) –en la que Mitre, líder de las fuerzas porteñas, derrota a
Urquiza– marcó el comienzo del proceso de unificación e institucionalización del Estado
nacional argentino bajo la dirección definitiva de Buenos Aires sobre el interior y el
ideario liberal. El programa aplicado por los presidentes Mitre, Sarmiento y Avellaneda
se caracterizó por organizar un modelo de Estado nacional fuerte, reconocido como
autoridad suprema y legítima.
Como sostiene Oszlak, la penetración del gobierno central en el resto del país se hizo
efectiva a partir de 1860 a través de una serie de mecanismos tanto de carácter
material como de carácter político-ideológico, que harían finalmente viable la
organización nacional67:
• Represivos: que supusieron la creación de una fuerza militar unificada y distribuida
territorialmente con el objetivo de sofocar todo intento de alteración del orden impuesto
por el Estado nacional.
• Cooptativos: que incluyeron el crecimiento del personal civil como militar en el
interior designado por el gobierno nacional y la intervención federal del Poder Ejecutivo
Nacional, que le permitía controlar a su favor la evolución de los asuntos internos
provinciales. Otro mecanismo de cooptación que se suma a los antes señalados
consistía en el otorgamiento o suspensión, por parte del gobierno nacional, de
subsidios a las provincias para captar la adhesión de las burguesías provinciales.
• Materiales: que comprendieron diversas formas de avances del Estado nacional a
través de la localización en el territorio provincial de obras, servicios, etc.
• Ideológicos: que consistieron en la capacidad de difusión y creación de valores,
conocimientos y símbolos reforzadores de sentimientos de nacionalidad que tendían a
legitimar el sistema de dominación establecido y los ideales del liberalismo de fines del
siglo XIX. Este mecanismo ideológico constituyó una herramienta del gobierno nacional
destinada a “argentinizar” a los hijos de inmigrantes, gracias a la difusión de contenidos
y símbolos culturales patrios en las escuelas.
En este proceso de construcción no debemos olvidar la importancia que tuvo la
inserción de la economía argentina en la división del trabajo internacional como país
productor de materias primas para satisfacer la creciente demanda de la Europa
industrializada (especialmente Gran Bretaña) a la Argentina posibilitó la llegada de
grandes capitales extranjeros que invirtieron en avances tecnológicos –ferrocarriles y el
telégrafo– y en frigoríficos, compañías exportadoras, empresas navieras y bancos. Se
conforma entonces una clase dominante, la oligarquía criolla, relacionada con la
tenencia de la tierra y el imperio de turno.
La inserción de la economía argentina en el mercado internacional acentuó el rol de
nuestro país como exportador de alimentos y materias primas e importador de
productos manufacturados. Durante varias décadas, en la estructura económica hubo
escaso desarrollo industrial.
Las exportaciones se centraban en ganado ovino y bovino (predominaron hasta 1880,
aproximadamente) y en cereales. La creciente demanda de estos productos hizo
necesario incorporar una mayor cantidad de tierras al sistema productivo, de modo que
se avanza sobre los territorios controlados por los indios con la “campaña al desierto”
encabezada por el general Roca y otras campañas contra los indígenas del norte del
país.
A finales del siglo XIX, se observa un gran desarrollo de la actividad cerealera en las
provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba.
En un primer momento, estas prácticas crecieron alrededor de los centros urbanos y
las vías fluviales de comunicación. Pero el aumento del área cultivada fue posible
gracias a la extensión de las vías férreas, que permitieron extender el cultivo a las
tierras interiores.
El crecimiento cerealero se asoció al nuevo impulso que recibió la ganadería a partir
de la introducción de los frigoríficos instalados por capitales ingleses y
norteamericanos.
En consecuencia, ya en la última década del siglo XIX se observa el claro predominio
de las exportaciones de cereales y de carne vacuna, situación que produce el
desplazamiento de la cría de ganado ovino y bovino a zonas menos productivas. Al
transformarse la región pampeana en una zona productora de carnes y cereales y, por
lo tanto, en las más rica y vinculada con el exterior del país, hubo centralización
ferroviaria y financiera en un punto neurálgico, la ciudad puerto-capital Buenos Aires,
situación que profundizo aún más estas diferencias.
Relación entre agricultura y ganadería
Los grandes terratenientes adoptaron un sistema de arrendamiento de sus tierras, la
modalidad más común de arriendo obligaba a los colonos a producir cereales los dos
primeros años del contrato, y alfalfa durante el tercero. Esto permitió el logro de una
mayor cantidad y calidad del ganado destinado a producir carne para exportar.
A medida que las exportaciones fueron creciendo se produjo una gradual
especificación de la producción; aparecieron las cabañas, dedicadas a la cría de
reproductores de calidad. En este período también nació la separación entre
ganaderos, es decir, los que estaban ubicados lejos de los frigoríficos, que se
dedicaban a criar ganado, e invernadores, dueños cercanos a los frigoríficos, que
poseían las mejores tierras, de modo que se entregaban al engorde final del ganado.
El Estado liberal-conservador (1853-1929)
El triunfo de Buenos Aires sobre el interior marcó el comienzo de un proceso donde el
Estado va a ser visto como la única instancia capaz de movilizar recursos y crear las
condiciones que permitirán superar el desorden y el atraso: “aun cuando las nuevas
oportunidades de desarrollo capitalista movilizaron a los agentes económicos y
produjeron ajustes y desplazamientos en las actividades productivas tradicionales, tal
motivación encontraba límites objetivos. Con mercados muy localizados, población
generalmente escasa, rutas intransitables, anarquía monetaria, inexistencia de un
mercado financiero y vastos territorios bajo control indígena o de caudillos locales, las
iniciativas veían comprometidas sus posibilidades de realización”68.
“Orden y Progreso” es la fórmula encontrada por los sectores dominantes para
resolver estas cuestiones. La consolidación definitiva de un aparato institucional y la
aplicación de políticas de corte liberal en lo económico y conservadoras en lo político,
los idearios de librecambio, civilización y barbarie, se erigieron como condiciones
indiscutibles para el progreso.
En este sentido, el accionar del sector público argentino se dirigió a favorecer el
crecimiento económico a través de las siguientes políticas de Estado:
• “Logro de una alta tasa de crecimiento de la población; fundamentalmente
alentando la inmigración europea.
• Logro de una tasa de crecimiento de stock de capital; principalmente, alentando
la inversión extranjera.
• Mejoramiento de la mano de obra; especialmente, a través de la instrucción
primaria.
• No interferencia, a través de las políticas de ingresos y de gastos públicos, en la
asignación de los recursos del país que respondía a los precios vigentes en los
mercados mundiales”69.
La generación del 80 bajo el lema “Paz y Administración” emprendió la consolidación
de las instituciones del Estado y los grandes emprendimientos de transformación de la
economía y de la sociedad. La paz aludía al fin de los levantamientos de caudillos y de
las luchas con las provincias, condiciones indispensables para lograr el progreso.
Como expresa el profesor Pedro Andrieu, “La generación del 80 debió asumir como
parte fundamental de su rol en el proyecto al que ella misma dio vida, la enorme tarea
de crear un Estado moderno, de concepción profundamente liberal, que tomara a su
cargo el fomento de la educación y de todos los demás aspectos necesarios,
especialmente en el plano de los servicios sociales”70.
La eliminación de las fronteras interiores terminó de dar a la república el contorno
geográfico con el que hoy se la reconoce en el mapa.
La provisión de bienes públicos para crear el ámbito propicio donde se desarrollasen
las fuerzas del mercado marcó las décadas finales del siglo XIX.
En este sentido, el gasto público se orientó, fundamentalmente, a organizar la
administración-dominación, apropiándose de áreas e intereses que hasta ese momento
pertenecían al ámbito privado. Según Oszlak, “la ampliación del aparato estatal implica
la apropiación y conversión de intereses ‘civiles’ ‘comunes’, en el objetivo de su
actividad, pero revestidos entonces de la legitimidad que le otorga su contraposición a
la sociedad como interés general. Además, este proceso conlleva –como contraparte
material– la apropiación de los recursos que consolidarán las bases de la dominación
de Estado y exteriorizan, en instituciones y decisiones concretas su presencia”71.
En este sentido, debemos recordar la situación no poco traumática desarrollada en el
debate sobre la educación pública. La apropiación por parte del Estado de la potestad
de desarrollar la educación general y fundamentalmente su carácter laico, plasmado en
la sanción de la ley 1420, fue duramente resistida por quien hasta ese entonces
impartía dicha instrucción: la Iglesia católica.
La implementación de la educación laica sumada a la creación del Registro Civil en
1884 –que significó traspasar al ámbito estatal el registro de los nacimientos y
defunciones que desde la época colonial realizaba la Iglesia católica– y la Ley de
Matrimonio Civil de 1888 fueron los detonantes de dicho conflicto.
El Estado adoptó un rol modernizador y portador de un progreso identificado con el
mundo cultural europeo occidental. Se promovió la integración social mediante el
amplio acceso al sistema educativo.
La ley 1420 dictada en 1884 para contribuir a ese fin estableció que la educación
primaria fuera gratuita, obligatoria y laica para los niños comprendidos entre 6 y 14
años.
Uno de sus propósitos era la integración de los hijos de extranjeros, respetando la
diversidad de cultos que profesaban.
La tarea de brindar seguridad a bienes y personas –principio elemental del liberalismo
político– y de unificar el país requería la uniformidad jurídica. Para lograrla se inició el
proceso de codificación que requería el ordenamiento y la elaboración de normas
legales en forma ordenada con el objetivo de normalizar los distintos aspectos de las
relaciones entre los hombres, la sociedad y el Estado. Destacados juristas se abocaron
a la elaboración de distintos códigos: de Comercio, sancionado en 1862; Civil, en 1871;
Penal y Minero, ambos en 1886.
El desarrollo de todas estas políticas públicas necesariamente implicó la mayor
utilización de recursos por parte del sector público.
El mensaje de la ley de presupuesto de 1989 expresa claramente cómo el gasto
público se incrementó en relación al PBI durante todo el período. “Entre 1913 y 1930 el
gasto total del sector público (nación, provincias, municipios y seguridad social) fluctuó
entre un mínimo de alrededor del 8% del PBI y, a fines de la Primera Guerra Mundial y
del 15% del PBI hacia 1930 […] El rol del Estado en la provisión de bienes públicos
puede ejemplificarse con los siguientes datos de la provincia de Buenos Aires: en 1880
funcionaban 237 escuelas oficiales atendidas por 287 maestros, a las que asistían
16.624 alumnos; en 1914 los valores eran: 1682, 4053, y 144.048, respectivamente.
Durante el período no solo se registró la importante variación cuantitativa comentada
sino que también mejoró la calidad de enseñanza; en efecto, la relación maestro-
escuela pasó de 1,63% en 1880 a 2,90% en 1914, y la relación alumno-maestro de
43% en 1880 a 37% en 1914. Del total de la población entre los 6 y los 14 años,
contaba con instrucción parcial o total el 54% en 1909. Los analfabetos por cada 100
habitantes de 14 años o mayores habían disminuido del 77,9% en 1869, al 53,5% en
1895 y al 35% en 1909 […].
Además de la provisión de bienes públicos el Estado tuvo a su disposición
importantes instrumentos para influir en la actividad económica. Por ejemplo, en 1915-
1919 el Banco Nación Argentina (fundado en 1891), representaba el 45% de los activos
de los bancos comerciales del país; el Banco Hipotecario Nacional (fundado en 1886)
daba cuenta del 37% de los préstamos hipotecarios del país: YPF (fundada en 1907)
extrajo el 60% del petróleo crudo en 19251929; además operaba refinerías; el 20% de
la actividad ferroviaria estaba en manos del sector público. En el desarrollo de estas
actividades se siguieron, en general, las practicas de las actividades comerciales”72.
En el plano político, la segunda mitad del siglo XIX consolida un Estado fuertemente
centralista que terminó con las autonomías provinciales a través de la fuerza (con el
ejército nacional) o de la razón (intervenciones federales, amparadas en el art. 6 de la
CN).
Así, se fue asentando un régimen político cesariano, centralizado en la figura de un
sistema presidencial fuerte y de férreo control de las provincias. El gobierno y los
asuntos nacionales se estructuraban de tal forma que servían y satisfacían a un círculo
restringido de intereses y de familias privilegiadas de la oligarquía. Las bondades del
modelo agroexportador solo fueron recogidas por esta clase, de características
claramente conservadoras; el resto de los sectores sociales fueron partícipes
secundarios en la distribución de la renta.
La corrupción enquistada en el Estado, el pensamiento autoritario, el fraude electoral,
la represión de los conflictos sociales y la dependencia del imperio británico fueron
otros denominadores comunes de este proceso.
El sistema político se caracteriza por la constitución de un régimen de partidos de
notables, con fuertes restricciones en la participación, en tanto en las tomas de
decisiones se restringía el acceso a la mayoría. Se trató de un modelo de limitadas
libertades civiles y reducidas libertades políticas.
El proceso de la constitución de una hegemonía gubernamental se basaba en el
control de la sucesión que el presidente saliente ejercía sobre el que lo iba a suceder,
sobre el mecanismo de fraude y control electoral aplicados lisa y llanamente en la
emisión del sufragio.
Esta situación política comienza a modificarse paulatinamente en los últimos años del
siglo XIX y con más impulso en la primera década del siglo XXl, sobre todo a partir de
la implementación de la denominada Ley Sáenz Peña de 1912 que establece el voto
universal, secreto, obligatorio y la confección de un padrón nacional de electores. A
partir de ese momento se encuentran obligados a votar los argentinos nativos o
naturalizados mayores de 18 años.
Esta ley, sumada al surgimiento de la Unión Cívica Radical (1890) y al aporte de ideas
socialistas y anarquistas arribadas con la inmigración, provocaron cambios graduales
en la situación política.
La elección a nivel nacional bajo la Ley Sáenz Peña fue en 1916 y llevó a la
presidencia al Dr. Hipólito Yrigoyen (UCR). Durante sus gobiernos se observan algunos
avances en cuanto a legislación social, pero se mantienen incólumes los principios del
modelo de acumulación imperante.
En síntesis. A partir de 1853, con la sanción de la Constitución Nacional y
fundamentalmente, en 1860 con el triunfo de Buenos Aires en la batalla de Pavón se
conjugaron varios elementos (materiales, represivos, cooptativos e ideológicos) que en
distinta medida contribuyeron al proceso de formación de nuestro Estado nacional y de
un espacio económico (mercado) integrado en la economía internacional como
exportador de alimentos y materias primas e importador de productos manufacturados.
Su estructura económica se caracterizó por el escaso desarrollo industrial.
El Estado adoptó un rol modernizador y portador de un progreso identificado con el
mundo cultural europeo occidental, consolidando un modelo estatal fuertemente
centralista que terminó con las autonomías provinciales.
El sistema político se caracterizó por las fuertes restricciones en la participación. Se
trató de un modelo de limitadas libertades civiles y reducidas libertades políticas.
La crisis del 29: cambio de paradigma estatal (1930-1943)
La crisis mundial desencadenada en 1929 con la caída de la bolsa de Nueva York da
comienzo al período histórico conocido como la Gran Depresión; la parálisis del
comercio internacional desembocó en una profunda recesión económica que marcará a
fuego los años treinta. Conflictos sociales, desocupación, huelgas obreras y crisis
políticas se generalizaron en el escenario internacional.
Nuestro país no estuvo al margen de este proceso y los gobiernos de turno
desarrollaron políticas tendientes a amortiguar el impacto de la crisis internacional. La
difusión de instrumentos de protección y control sobre el comercio tuvieron un fuerte
impacto acumulativo sobre el sector público. El sector público creció; sus instrumentos
se multiplicaron, posicionándolo como actor principal de la actividad económica.
La prioridad del gobierno de turno fue independizar la economía argentina respecto de
los vaivenes de la economía mundial diferenciando los precios relativos internos de los
internacionales con el fin de amortiguar la caída de la economía y asegurar niveles
aceptables de empleo.
En este sentido, se desarrollaron instrumentos de política económica: organismos
regulatorios de las actividades productivas y de comercialización de productos (juntas
reguladoras),
controles de cambio, incremento de impuestos sobre la importación y regulación de
las actividades económicas mediante el Banco Central y el uso del presupuesto
público.
Se comienza el proceso de industrialización por sustitución de importaciones; dicho
proceso consistió en la reconversión de la economía nacional que hasta ese momento
había estado íntimamente ligada a la economía de Gran Bretaña y Europa, ocupando
en la división internacional del trabajo el rol de productor y exportador de materias
primas (lanas, cuero, carnes y cereales) e importador de productos manufacturados de
estos centro industriales.
Dicho esquema funcionó relativamente bien para nuestro país, hasta que la crisis de
1929 derrumbó el sistema de comercio internacional y con ello nuestra economía, la
cual debió sustituir los productos que hasta ese momento se importaban (bienes
suntuosos, insumos industriales, bienes de consumo masivo, etc.) por productos de
fabricación nacional.
El sector público acompañó dicho proceso incrementando el gasto público a través de
programas de inversión pública (construcción de caminos, escuelas, etc.). En ese
sentido, la política económica gubernamental descansó al fomentar la industrialización
por sustitución de importaciones como sector dinámico de la economía, propugnando
de esta manera sostener los niveles de empleo y la estabilidad económica.
La visión de principios de la década, que interpretaba este proceso como una
reacción ante los problemas cíclicos de la economía internacional, pasó a ser
considerada a finales de ella, como la piedra fundamental de una nueva política de
crecimiento a largo plazo.
En 1939, predominaba la idea del desarrollo de la industria nacional, no como
consecuencia del crecimiento sino como su causa.
El monto y valor de las exportaciones dejó de tener la misma relevancia que en el
período anterior. Así también, las condiciones mundiales no tendrían ya la misma
injerencia sobre el país y su política económica.
La política económica de este período debe juzgarse por su preocupación por la
resolución de problemas de corto plazo.
Su objetivo primordial de contrarrestar el impacto negativo de la caída de los precios
internacionales fue alcanzado. Después de disminuir un 14% entre 1929 y 1932, el PBI
real de la Argentina se expandió todos los años hasta 1942.
La planificación de políticas públicas de largo plazo –como se desarrollaron hasta
1930– dio paso a políticas e instrumentos de corto plazo. Las ideas sobre el largo plazo
surgirán nuevamente después de los años cuarenta.
El incremento del gasto público comenzó a crecer más rápido que el PBI. Se crearon
nuevos impuestos y empezó el camino hacia la centralización impositiva del país.
Fueron medidas tomadas con el objetivo de aprovechar al máximo los recursos
tributarios.
Los gobiernos provinciales acompañaron las políticas seguidas por el gobierno
nacional. Se pusieron en marcha importantes planes de obra pública provinciales. Por
otro lado, fueron adquiriendo magnitud los ingresos provinciales provenientes de la
coparticipación federal, aprobada en 1935.
Sin embargo, los relativos buenos resultados obtenidos por la economía argentina en
el período 1930-1943 no deben adjudicarse exclusivamente a las políticas
desarrolladas durante el período. En gran medida, durante los setenta años anteriores
se había construido una economía dotada de capitales, trabajo capacitado y obras de
infraestructura que le permitió, no sin esfuerzo, transformarse e industrializarse con
mejores resultados que los países limítrofes.
En el orden social, la crisis en nuestro país se manifestó fuertemente a principios de la
década: ollas populares, migraciones forzosas, sindicatos desactivados, marcadas
divisiones sociales y miseria.
Debido a los altos niveles de desempleo y la baja calidad de vida, disminuyó la
inmigración de origen europeo y muchos inmigrantes volvieron a su país de origen.
Sin embargo, la situación en los países limítrofes era aun peor, lo que aumentó la
inmigración desde estos hacia la Argentina. La población más castigada por el
desempleo, atraída por la expectativa de trabajo en la industria revitalizada, se
desplazó hacia los centros urbanos, especialmente hacia ciudades de la pampa
húmeda como Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
Pero los puestos de trabajo disponibles fueron insuficientes. Así, familias enteras
quedaron hacinadas en pequeñas y muy precarias construcciones baratas, sufriendo
gravísimos problemas de discriminación; surgieron las villas de emergencia, más
comúnmente llamadas “villas miseria”.
La forma como se enfrentó este deterioro social pronunciado descansó en la idea
liberalconservadora de que el crecimiento económico era la única herramienta capaz de
incorporar estos sectores a una mejor calidad de vida.
Las políticas sociales se circunscribieron al asistencialismo provisto por las clases
altas, marcado por el ideario cristiano de la caridad. Las damas de beneficencia son el
ejemplo de esta posición.
Las políticas sociales de carácter inclusivo e integral de los sectores bajos y
mayoritarios de la sociedad van a ser instrumentados una década más tarde.
La irrupción del autoritarismo y la participación restringida
El 6 de septiembre de 1930, el general retirado José Félix Uriburu derrocó al
presidente Hipólito Yrigoyen. Comenzaba una etapa en la historia argentina que se
caracterizaría por la presencia de los militares en el gobierno de la Nación.
La ruptura de las reglas del juego democrático irrumpió en la escena política de
nuestro país. Desde entonces, se repitió trágicamente en varias oportunidades.
La “Década Infame” –como la designó el nacionalista José Luis Torres– se caracterizó
por altos niveles de corrupción, el pensamiento autoritario, el fraude electoral, la
represión de los conflictos sociales y la dependencia del imperio británico.
Los golpes de Estado constituyeron un nuevo modo de restringir la participación
política, pero, a diferencia del fraude electoral, marginaba a la totalidad de los
ciudadanos. Excluir de la toma de decisiones a la población en su conjunto fue
legitimado con el consenso tácito que el golpe alegaba tener.
La alternancia de gobiernos civiles y militares trazará desde entonces un camino
zigzagueante en la evolución del país, con frecuentes cambios de rumbo. Las
divisiones internas en bandos seriamente enfrentados, las tensiones consecuentes y la
desorientación de los sectores moderados se volvieron tan habituales que llegaron a
ser percibidas como lógicas y razonables.
El período 1930-1945 presenció un cambio sustancial en las ideas de política
económica, sus objetivos e instrumentos, y también, de los objetivos que guían al
sector público.
El principio liberal de no injerencia del Estado en el libre juego de oferta y demanda,
que había prevalencido en la etapa 1853-1929, fue remplazado por ideas que
privilegiaban un rol activo del sector público en la protección de la economía local y la
creación de empleo.
Hacia fines del período se evidenciaron los conflictos entre diferentes objetivos
nacionales, que habían quedado ocultos por la idea de que el crecimiento económico
curaría todos los males sociales.
El proceso político, social y económico que se produjo en la Argentina a partir de este
período llevó a diversos investigadores –entre ellos, extranjeros de primer nivel como
Potash (norteamericano), Rouquié (francés), Ferns (inglés), o Díaz Alejandro (cubano-
norteamericano)– a estudiar lo que se dio en llamar “el milagro argentino al revés”. Era
el extraño caso de un país rico, potencialmente muy rico, sin graves problemas étnicos
ni religiosos, con ciudadanos instruidos que se destacaban fuera de las fronteras
nacionales y que, sin embargo, tuvo prolongadas etapas de retroceso y de
estancamiento. Un país que, aparentemente, tuvo todo, menos la fórmula de la
convivencia y el crecimiento.
El Estado peronista
En 1945, finalizó la Segunda Guerra Mundial, y la Argentina dispuso de excepcionales
condiciones para recuperarse. La llegada a la presidencia de Juan Perón es el
comienzo de un período que marcará a fuego la historia argentina.
El Estado adquirió un nuevo y vigoroso papel regulador de la economía: a través del
presupuesto impulsó la demanda mediante la inversión pública y las compras del
Estado; también el Estado en su rol de empresario, creaba empleos y concedía
aumentos de salarios y beneficios sociales que incrementaba el dinero en circulación,
todo lo cual activaba el aparato productivo generando crecimiento económico y
bienestar social.
Antes de asumir Perón, el saliente presidente Farrell promulgó por decreto una serie
de medidas económicas importantes: nacionalización del Banco Central, la garantía de
la Nación para los depósitos bancarios y la reforma de las cartas orgánicas del Banco
de la Nación, Hipotecario Nacional y de Crédito Industrial.
Se crearon el Instituto Nacional de Reaseguros, el IAPI (Instituto Argentino de
Promoción del Intercambio). El Estado pasó a manejar la promoción del agro, la
industria, el crédito, los seguros y el comercio internacional.
El Primer Plan Quinquenal del gobierno (1947-1952) fue aprobado por el Congreso a
fines de 1946. Tenía como objetivos explícitos la justicia social, característica poco
común en un planeamiento, razón por la cual incluía una serie de leyes heterogéneas
que abarcaba por igual aspectos sociales y económicos. Se incorporaron también
objetivos reivindicados por el nacionalismo, como ser, la repatriación de la deuda
externa y la nacionalización de los transportes, las comunicaciones y las áreas del
petróleo, acero y finanzas.
Deuda externa cero
La estrategia de los períodos anteriores al peronismo había originado una importante
deuda pública externa. Como parte del objetivo de lograr mayor autonomía nacional, en
1946 esa deuda fue repatriada, es decir, pagada totalmente antes del vencimiento.
Norberto Galasso dice al respecto: “Como parte de esta política de liberación, entre
1946, 1947 y 1948 se concretaron pagos al exterior por 264.300.000 dólares, en
concepto de repatriación de externa […], con este repatriamiento la deuda queda
cancelada totalmente”73.
“Ciertamente, el camino recorrido desde 1945 por el frente de liberación nacional
resulta insólito y audaz en la historia de endeudamiento argentino al capital extranjero.
La deuda externa desaparece y los servicios de la deuda, por lo tanto aparecen como
‘cero’ en los años 1948, 49 y 5074.
El Plan promocionaba las industrias mediante un sistema de aranceles aduaneros
diferenciales y créditos baratos implementados a través del Banco de Crédito Industrial.
El Estado se hacía cargo de las industrias consideradas estratégicas.
En 1945, se había inaugurado el primer horno siderúrgico en Zapla (Jujuy) y a
instancias del general Manuel Savio se creó la Sociedad Mixta Siderurgia Argentina
(SOMISA), donde el Estado tenía el 80% de las acciones.
Se fundaron las empresas Fabricación Nacional de Envases Textiles, Fabricación
Nacional de Productos Químicos y las Industrias Mecánicas del Estado (IME). En
Córdoba, se abrió la fábrica de aviones –Calquín–; en el segundo Plan, se abrió una de
tractores –El Pampa– y otra de automotores –fabricaron “El Justicialista” y luego “El
Graciela”, autos populares de baja cilindrada con motor de moto–; hasta se llegaron a
construir vagones de ferrocarril.
El Estado fundaba y/o administraba numerosas empresas, como:
• la Dirección Nacional de Industria del Estado (DINIE), formada con las empresas
de capital alemán nacionalizadas;
• la Dirección Nacional de Fabricaciones e investigaciones aeronáuticas del
Estado (DINFIA), con empresas administradas por militares durante la guerra. A
ella se incorporó SOMISA;
• la Empresa de Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), abastecida por una
empresa constructora de Astilleros y Fabricaciones Navales del Estado (AFNE);
• la Flota Aérea Mercante Argentina (FAMA), luego Aerolíneas Argentinas, creada
en 1948.
• Ferrocarriles Argentinos, formada a partir de la nacionalización de los
ferrocarriles franceses en 1946 y de los ingleses en 1947;
• la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), creada a partir de la
Unión Telefónica, perteneciente a la ITT norteamericana.
• Gas del Estado, y
• Yacimientos Carboníferos Fiscales, que empezó a explotar el yacimiento de Río
Turbio en Santa Cruz.
La política de independencia económica del Estado y de desarrollo de la industria tuvo
el consentimiento de los mandos militares. Se consideró que la nacionalización de los
servicios públicos, la compra de ferrocarriles, teléfonos, gas y navegación fluvial, eran
medidas de interés nacional.
El Estado empresario aparece con una característica nueva: las empresas públicas se
utilizan con fines no comerciales. Se convierten en fuentes de empleo. Las tarifas
públicas se usan para otorgar subsidios al sector privado; los precios y tarifas públicas
fueron utilizados también como instrumentos antiinflacionarios.
Hacia mediados de la década de los cuarenta, la expansión del mercado interno,
impulsada por la sustitución de importaciones y el fuerte crecimiento del gasto público
pasa a ser el motor de crecimiento.
El sector público expandió notablemente sus gastos en el período 1943-1955. “El
gasto del sector público, incluyendo la inversión de las empresas públicas, creció casi
un 40% en términos del PBI”75.
El primer Plan Quinquenal resultó sumamente exitoso. Se evidenció un marcado
crecimiento del PBI y de los indicadores sociales entre los años 1945 y 1948.
Una nueva actividad del Estado en este período fue la creación de un amplio sector
de seguridad social; la relación activos-pasivos fue, en los inicios, muy favorable al
sistema, que obtuvo grandes excedentes financieros.
El Estado encontró en el sistema bancario otro instrumento para efectuar
redistribuciones de ingresos y riquezas. La financiación de viviendas se realizaba a
través del Banco Hipotecario Nacional, que obtenía sus fondos del Banco Central. Se
intensificó el control de cambio, adquiriendo el Estado una fuerte y amplia actividad
regulatoria.
Puede decirse que las fuentes de financiamiento de la expansión del gasto público se
encuentran en tres vías principales:
1) Utilización de las reservas internacionales que se habían acumulado durante la
guerra y la inmediata posguerra;
2) Superávit del sistema de seguridad social;
3) Consumo de capital público.
En 1949, el período de expansión económica se agotó y comenzó una etapa de
estancamiento: diminuyeron las exportaciones, bajaron las reservas, hubo malas
cosechas, el mercado de trabajo se sobresaturó y disminuyó la demanda de mano de
obra. La inflación se convirtió en un indicador preocupante.
Luego de recambios en su gabinete, Perón decide instrumentar políticas que
promueven el ahorro y la inversión privada y extranjera así como el congelamiento de
precios y salarios.
El programa de estabilización tuvo éxito y, al final de 1952, volvió a promover el
crecimiento lanzando su Segundo Plan Quinquenal.
Difería del primero por su definición de propiedades, que esta vez fueron obtener altos
rendimientos en el sector agropecuario, el área energética y las industrias pesada y
minera, acompañado por un mejoramiento en la infraestructura.
Hacia 1955, el cumplimiento de las metas económicas propuestas estaba lejano, pero
fue en los aspectos políticos del gobierno donde se encontraba el germen de su fin.
El peronismo buscó desde sus inicios eliminar las instituciones y los organismos que
sostenían el antiguo orden liberal. Se ponían las prácticas políticas bajo la tutela de los
poderes Legislativo y Judicial, control gubernamental de la prensa escrita y de la radio,
transformación de la CGT en instrumento del gobierno, supresión de las autonomías
provinciales y universitarias.
Las diferencias con los sectores que el peronismo había de alguna manera
perjudicado o perseguido en su afán transformador se agudizaron notablemente.
En los comienzos de 1955, se respiraba un aire enrarecido y sobrevolaba
nuevamente el fantasma del golpe de Estado.
Las instituciones fueron débiles para enfrentar la crisis, de modo que la suerte de
todos los argentinos estuvo en manos de unos pocos. Pero esta vez, la sombra de
Perón se convertiría durante mucho tiempo en la obsesión de militares y civiles.
Los años sesenta. Un período de transición
Hacia principios de los años sesenta era evidente la necesidad de replantear el
modelo nacido treinta años antes, orientado al mercado interno y basado en la
expansión del gasto público.
“El agotamiento de la etapa inicial de sustitución de importaciones de bienes de
consumo final observado en los primeros años de la década del ’50 pudo ser atenuado
cuando se avanzó en 1959-1961 hacia una etapa más compleja basada en la
sustitución de importaciones de insumos básicos y bienes de capital. Pero en este caso
ya no era suficiente que dicha dinámica de crecimiento fuese acompañada por la
expansión del gasto público con sentido redistributivo a fin de estimular el mercado
interno, comenzó a ser necesario subsidiar la inversión privada no solo a través de
altos aranceles de importación, sino a través de subsidios directos mediante leyes de
desgravaciones impositivas. Este último proceso subsidiador marca el comienzo de una
estrategia que cobra gran intensidad a comienzo de la década del ’80”76.
El profesor Andrieu considera, sobre este período, que el papel del sector público viró
hacia la protección de los grandes capitales nacionales y extranjeros, alejándose de los
objetivos de índole nacional priorizados durante la etapa anterior:
“En este contexto, que intentamos sintetizar, el rol del Estado es de acompañamiento
y apoyo al sector privado, extranjero y nacional.
Se ‘racionaliza’ la Administración Pública para disminuir el gasto corriente,
incrementar la inversión pública, y disminuir el déficit presupuestario; con ello se agrava
la desocupación y se desorganizan sectores íntegros del gobierno.
La inversión pública, por su parte, se orienta casi exclusivamente hacia la
infraestructura económica, con el objeto de posibilitar la absorción de economías
externas por los proyectos industriales extranjeros y nacionales; se olvida la inversión
social, se deterioran gravemente los servicios sociales, y las clases pasivas son
también olvidadas.
Se privatizan empresas públicas y se limita y obstaculiza el crecimiento de las
existentes, con el propósito de controlar su eficiencia y suprimir el déficit [...].
Durante el período peronista se había agotado prácticamente la etapa de las
sustituciones fáciles, de consumo masivo, que en cierta medida habían permitido el
desarrollo de una burguesía mediana y menor, aunque lo esencial del proceso seguía
controlado por el capital monopolista y terrateniente. Al profundizarse el proceso de
sustitución de importaciones alcanzando a los bienes de consumo durable más
complejos y de mercado más restringido, por ejemplo de la industria automotriz y
conexas, y debido a las condiciones de participación del capital monopolista
internacional, que se apodera de los recursos preexistentes y promueve una
redistribución del ingreso a favor de su mercado, entran en crisis las ramas
desarrolladas anteriormente”.
“En definitiva, la consecuencia inmediata de la aplicación de las tesis desarrollistas
muestra avances en la modernización industrial y en la inversión en infraestructura,
pero con la ampliación del rol del capital internacional que se expande en el mercado
interno y se financia de modo creciente con sus recursos, lo que contribuye a extender
el retraso y la deformación del resto de la economía con el consiguiente desperdicio de
fuerzas productivas e incluso su destrucción”77.
El sector público en el período 1970-1983
A comienzos de los años setenta, la transición iniciada en el decenio anterior hacia
una economía abierta y con contención del gasto público entra en crisis.
La profundización de la reducción y la redefinición del papel del sector público surgía
de la evolución de las cuentas fiscales: el déficit fiscal se incrementó del 1,8% del PBI
en 1970 al 5,8% en 1972.
Tan importante o más que ese déficit era el conjunto de presiones acumuladas sobre
el sector público. Las principales:
• “Crisis financiera en el sistema de seguridad social”.
• “Las provincias se encontraban con serias dificultades financieras”.
• “La política salarial de equiparación de remuneraciones entre los distintos
niveles de gobierno representó un aumento significativo de los gastos
provinciales”.
• “Los Aportes del Tesoro Nacional (ATN) dejaron de ser un instrumento
financiero de ayuda en situaciones de emergencia de aplicación selectiva y de
significación cuantitativa limitada y se convirtieron en un recurso muy importante
para los gobiernos provinciales”.
• “Rehabilitación de empresas privadas... El Estado no realizaba una gestión
activa sino que actuaba vía consolidación de deudas impositivas y previsionales,
condonaba multas y recargos, les efectuaba aportes de capital, les otorgaba
asistencia crediticia de banco oficiales, etc.”.
“La década del setenta pasaba a ser, en consecuencia, un período clave en materia
de opciones de política económica. El país requería señales claras en cuanto a si se
obtuvo o no por la reformulación de un nuevo modelo de crecimiento a largo plazo
basado en la integración económica con el resto del mundo a través de un fuerte
crecimiento en las exportaciones y en un replanteo del papel que tenía que cumplir el
Estado en la actividad económica a fin de hacer efectiva una fuerte contención del
gasto público”78.
En este sentido, el profesor Andrieu analiza cuál es la posición de los grupos
económicos que influenciaron en los gobiernos militares de mediados de los años
setenta en adelante sobre las causas de la crisis y del rol que debía tener el Estado: “El
grupo de economistas que llegó al poder con el golpe militar en 1976 tenía una visión
ideológica y técnica que provenía del liberalismo más ortodoxo. Desde ese punto de
vista, la responsabilidad por el retraso argentino correspondía a los políticos que habían
basado la industrialización sobre la sustitución de importaciones desde mediados de la
década de 1930, con las consecuencias de un proteccionismo ineficiente, que
conllevaba la distorsión de los precios relativos en perjuicio del sector agropecuario.
Además, la existencia de salarios de nivel elevado en relación al débil nivel de
productividad, obtenidos por los sindicatos aparecidos con la industrialización.
Por otra parte, durante el mismo período el Estado se había extendido
considerablemente, lo que significaba un costo insoportable para la sociedad argentina.
A partir de ese diagnóstico, la política económica de largo plazo de Martínez de Hoz
se concentraba en torno a dos grandes aspectos: la apertura de la economía y la
reforma financiera, las que debían conducir a una nueva evaluación de las capacidades
industriales y a la búsqueda de la rentabilidad económica.
Con miras a la implementación de ese plan, en 1976 se adoptó un conjunto de
políticas básicas:
a) la disminución de los salarios reales en un 40% respecto del final del gobierno
anterior;
b) la supresión de los incentivos a las exportaciones agrícolas;
c) un programa de reducción progresiva de los derechos de importación a fin de
abrir la economía y someter a la industria a la competencia externa creciente;
d) el establecimiento del “sinceramiento de precios” por medio de la supresión de
subsidios sociales y fiscales y del crédito a tasas preferenciales a las
exportaciones y a los servicios públicos y sociales;
e) la reforma financiera por la liberación del mercado de cambios y de las tasas
de interés, el ablandamiento de los controles sobre los bancos, el aumento de las
condiciones requeridas a las cooperativas y las instituciones financieras no
bancarias, como así también por el financiamiento del déficit presupuestario
mediante emisiones de bonos del Tesoro;
f) la reducción del sector público a través de la disminución del gasto, el empleo y
la inversión públicos, y la privatización de empresas públicas y privadas bajo
control del estado. Al comienzo, el gobierno militar no dio prioridad a la lucha
contra la inflación, muy probablemente debido a que la idea dominante era que
ella disminuiría automáticamente en función de las reformas encaradas. En 1977,
había bajado a 150% desde el 400% del año anterior. Por otra parte, en 1977 y
1978 hubo buenas cosechas, con lo que mejoró la situación del sector externo. A
ello cabe agregar la entrada de capitales especulativos incentivada por las altas
tasas de interés favorecidas por la ausencia de control del Banco Central. Incluso
se recurría al endeudamiento externo para aprovechar las diferencias en las tasas
de interés.
Cuando a fines de 1978 se encontró que la inflación no continuaba descendiendo, el
gobierno se decidió a hacer uso del único instrumento con que contaba: implementó
aceleradamente un programa de reducción de los derechos de importación y de
establecimiento anticipado de la tasa de cambio, apoyándose en las reservas de
divisas y los excedentes artificiales originados en los movimientos especulativos antes
mencionados. También se fijaron las tarifas de servicios públicos y los salarios”79.
“Como conclusión respecto de este período, es necesario subrayar el carácter
solamente aparente de la contradicción entre un sector público en expansión y la
filosofía ‘privatista’ y liberal. Lo que la experiencia muestra una y otra vez, es que en
este período, como ya había sucedido en los años ’30 bajo gobiernos conservadores
surgidos del fraude electoral, de hecho, lo que interesa a los liberales y sobre todo a
ciertos sectores del empresariado no es realmente el tamaño y la extensión del sector
público, sino y sobretodo la utilización que se hace del mismo.
Es así como por un lado en este período se asistió a la desarticulación de empresas e
instituciones que en el pasado habían intervenido en la comercialización, la
industrialización, el almacenaje, y el transporte de la producción agrícola, respondiendo
a las aspiraciones tradicionales del sector, a cuyo reclamo habían sido creadas en los
años ’30.
El final del gobierno militar, y sobre todo, el final anticipado de sus intentos de política
económica, coincidieron en el tiempo con el estallido de la crisis de la deuda externa,
que comenzó en México y se extendió rápidamente a toda América Latina y otros
países del mundo.
Como se dijo anteriormente, durante este período Argentina había aumentado su
endeudamiento externo en forma exorbitante, sin contrapartida alguna en términos de
aumento de la capacidad de producción, y especialmente de la destinada a la
exportación. Por el contrario, la mayor parte del endeudamiento a favor de la tasa de
cambio excesivamente baja, había financiado la fuga lisa y llana de capitales hacia el
exterior.
En estas condiciones, la crisis golpeó muy fuerte en la Argentina, y eso condicionó
intensamente la acción y las políticas del gobierno democrático que asumió a fines de
1983”80.
Los años ochenta encontraron al sector público nacional navegando hacia una crisis
terminal del modelo de Estado que se había construido durante más de cien años.
La manifestación más visible de la crisis era el desequilibrio de las cuentas fiscales,
cuyos efectos sufrió la población a través de un proceso inflacionario.
Tan grave era la magnitud del gasto, el déficit y el financiamiento necesario –vía
emisión monetaria–, que, a fines de los ochenta, la hiperinflación alcanzó una tasa
anual del 3080% en 1989.
La crisis económica y social devenida en crisis política, con la entrega anticipada del
mandato por parte del Dr. Alfonsín, no dejaba dudas acerca de la necesidad de un
replanteo profundo del papel del Estado en los años noventa.
Por otro lado, no debemos olvidar que durante los años ochenta, la Argentina y los
países latinoamericanos sufrieron las primeras crisis de endeudamiento, y se movieron
en pésimas condiciones internacionales en cuanto a los términos de intercambio de
productos. De esta manera, ese periódo va a ser considerado como década perdida
para los países latinoamericanos.
Estaban dadas las condiciones perfectas para el desembarco neoliberal de la mano
de Carlos Saúl Menem.
Consenso de Washington. Su versión original y posterior revisión
En 1989, el economista John Williamson elaboró un trabajo titulado “El ajuste en
América Latina: ¿Qué se ha hecho?”, que agregó lo expuesto por el Banco Mundial en
su informe sobre el desarrollo de 1991 (Market Friendly Approach). Estos trabajos se
convirtieron en un decálogo de los lineamientos básicos de la política económica que
debían llevar a cabo los países latinoamericanos, según el consenso de opinión de los
organismos multilaterales y también, fundamentalmente, la opinión del gobierno
norteamericano.
De ahí en adelante, el uso del concepto se extendió y se amplió más allá de la
limitada definición original de Williamson, para abarcar el conjunto de reformas y
políticas promovido por “Washington” y cristalizado en las normas de condicionalidad
de los organismos. El uso consagró a estos “mandamientos” con la denominación de
“Consenso de Washington”.
Un poco de historia
Una serie de acontecimientos históricos fueron creando el clima necesario para el
surgimiento del “Consenso de Washington”. Hay que considerarlos para entender el
éxito y el opacamiento de estas ideas fuerza.
En primer lugar, el modelo de “sustitución de importaciones”, tan popular en el ámbito
académico latinoamericano durante los años setenta, originado en las ideas de la
CEPAL y apuntalado desde el Banco Mundial comenzó a recibir numerosas críticas
académicas al promediar ese período.
Con simultaneidad se impone la moda liberal de la mano de los triunfos
conservadores de Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1979) y de Ronald Reagan en
los Estados Unidos (1980). Estos hechos abrieron camino a la aparición del paper de
Williamson en 1989.
En marzo de 1989, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Nicholas Brady,
sorprendió a la mayoría de los analistas con el anuncio del plan para intentar solucionar
la crisis de la deuda. Recibió el nombre de “Plan Brady”y en él se manifestaba que la
reducción de la deuda iba a concedérseles solo a los países que aceptaran introducir
reformas económicas fundamentales para disminuir el tamaño del Estado y abrir sus
economías.
A comienzos de los años noventa, en América Latina, Chile y México ya habían
tomado la delantera en cuanto a reforma económica; gran parte de los cambios
estructurales estaban consolidadas o en vía de consolidación. Otros países, como la
Argentina y Brasil, estaban comenzando a implementar las reformas necesarias y
fueron “tierra fértil” para el desarrollo de los postulados del Consenso de Washington.
En septiembre de 1996, siete años después del trabajo original de Williamson, el
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) llevó a cabo un seminario sobre
“Pensamiento y Práctica del Desarrollo” y es precisamente en esa reunión donde
reapareció John Williamson, con un nuevo trabajo denominado “la Revisión del
Consenso de Washington” (The Washington Consensus Revisited). En este nuevo
paper, Williamson no se reconoce como el “padre de la criatura”, sino solo el
compilador de las recetas sugeridas en los centros de poder político y académico. Pone
de manifiesto, además, que no fue su intención escribir un “manifiesto neoliberal”, y
tampoco lo es lanzar un nuevo Consenso.
La decadencia del Consenso, versión original, ya entrados los años noventa, puede
ser comprendida al analizar algunos hechos fundamentales que llevaron a ese
desenlace.
En primer lugar, el fortísimo avance económico que lograron varios países asiáticos
sin respetar esas sugerencias de política económica planteadas por el poder de
Washington. El economista del Banco Mundial Joseph Stiglitz fue el ideólogo de un
libro denominado El Milagro del Este Asiático, constituyendo el primer intento
académico de poner en evidencia cómo puede lograrse el “éxito” contrariando al
Consenso de Washington.
El otro hecho importante fue el arribo a la presidencia de los Estados Unidos de Bill
Clinton, en 1992, el primer presidente del partido demócrata luego de doce años
ininterrumpidos de gobiernos republicanos. Nuevos aires comenzaban a sentirse en la
Casa Blanca, en los ámbitos de discusión política de Washington y en los organismos
internacionales.
Precisamente, el mismo Stiglitz ocupó un cargo como miembro del Consejo de
Asesores durante la primera presidencia de Clinton. También la llegada de James
Wolfenson, considerado un banquero progresista, a la presidencia del Banco Mundial,
contribuyó a crear un nuevo ambiente en el cual, la burocracia institucional que rodea a
ese centro de poder político y económico que es Washington, comprendió que debía
amoldarse a los nuevos tiempos corriéndose un poco a la izquierda.
Otro trabajo académico importante sobre la expansión de Corea, llamado “El próximo
Gigante Asiático”, de la economista del MIT, Alice Amsden, también reflejaba el
espectacular crecimiento de la economía coreana a contramarcha de las
recomendaciones del Consenso.
Por último, el tiro final para el mencionado paradigma llegó con el efecto tequila, que
reveló las falencias y lo incompleto de las ideas que prácticamente habían sido
aceptadas en América Latina como modelo infalible para el desarrollo.
Lo viejo, lo nuevo del Consenso de Washington
Los principales tópicos de la revisión de Williamson son los siguientes:
• Aumentar el ahorro, preservando la disciplina fiscal, entre otros instrumentos. El
primer punto del CW era restaurar la disciplina fiscal. La experiencia de México
(1994) llevó al autor a que cambiase de opinión respecto de que la disciplina
fiscal, por sí sola, era suficiente para evitar el colapso. Solo un alto y sostenido
ritmo de inversión, financiando crecientes niveles de ahorro público y privado
permitirá crear los puestos de trabajo necesarios.
• Reorientar el gasto público hacia un bien direccionado gasto social. Este punto
reemplaza al de reducir el gasto público ineficiente. El autor rescata la prioridad
del gasto social y pone a Colombia como ejemplo de país que tendió a mejorar la
distribución del ingreso.
• Reforma tributaria, incorporando la protección del medio ambiente. En la versión
original se enfatizaban la eficiencia recaudatoria y la equidad. Ambos objetivos se
mantienen, pero agrega la necesidad de que se adopten tributos amigables con el
medio ambiente para evitar externalidades sobre altos impuestos a los
combustibles y tributos a la tierra, que penalicen sus usos degradantes.
• Supervisión bancaria. El punto sustituye la convocatoria a la desregulación
financiera.
La nueva prioridad está explicada por las experiencias financieras negativas de
México, la Argentina y Venezuela. Es un ejemplo de las nuevas tareas que debe
asumir el Estado fortalecido en un contexto de liberalización financiera.
• Una tasa de cambio competitiva. Este punto estaba en la versión original, pero
Williamson comenta que no se le dio demasiada atención. El autor veía más
razones para tener objetivos de tipo de cambio real.
• Liberalización comercial. En la primera versión, este punto apremiaba a la
apertura de la economía mediante una tarifa baja y uniforme. Ahora, propone
adoptar una actitud menos indiscriminada, utilizando el poder de la negociación
internacional y fomentando los bloques comerciales regionales.
• Reforzar la competencia en los mercados. La versión original invocaba la
privatización y desregulación. Expresa Williamson respecto del cambio: “Uno
puede argumentar que reemplazar un monopolio público por un monopolio
privado es como saltar de la sartén al fuego”. Agrega también la desregulación de
los mercados de trabajo.
• Construcción de nuevas instituciones para encarar las nuevas tareas. El foco de
este punto era la reducción del tamaño del Estado. El cambio promueve la
construcción de nuevas instituciones, estatales o mixtas, relativamente pequeñas,
eficientes y descentralizadas, como políticas sociales, supervisión de mercados
de capital y promoción de la productividad en la industria.
• Mejorar la educación, aumentar el gasto en educación y redireccionarlo hacia los
niveles primario y secundario. Aunque estaba incluido en las políticas sociales, su
importancia justifica colocarlo por separado. Este énfasis es fruto de que la
educación pública se ha deteriorado y que en algunos países, el gasto está
sesgado hacia la educación universitaria, que alcanza a unos pocos.
Como se aprecia, el nuevo Consenso trató de extraer lecciones de las experiencias
de reformas y políticas realizadas desde finales de los años ochenta y especialmente
en los noventa.
Debe reconocerse, y sobre todo las clases políticas latinoamericanas, que muchas de
las medidas fueron puestas en práctica y no se obtuvieron los resultados esperados.
Por lo tanto, no deben interpretarse los problemas actuales de nuestras economías,
como la falta de profundización de los lineamientos del Consenso de Washington. La
experiencia acumulada constituye, para América Latina, un ejemplo interesante a tener
en cuenta para entender que no se debe aceptar, como un paradigma cierto y exitoso,
un conjunto de ideas que no pueden ser examinadas a la luz de la realidad de nuestra
región y no soportan la readaptación según las circunstancias locales.
La década de los noventa. Transformación del Estado poscrisis de 2001
El capital es la base del capitalismo, decía Joseph Stiglitz. Si queremos tener una
economía globalizada que funcione bien, los mercados de capital deben funcionar bien,
y un elemento clave de estos es el mercado de deuda. Sin embargo, este elemento no
ha funcionado bien, sobre todo en los países emergentes.
La Argentina, como otros países latinoamericanos, durante los años setenta, pidió
préstamos enormes ya que las tasas de interés eran bajas, o bien negativas (los tipos
de interés real tienen en cuenta la tasa de inflación). A finales de los setenta y
principios de los ochenta, para hacer frente a su inflación, Estados Unidos subió las
tasas de interés en casi un 20%, lo que afectó a los países emergentes que habían
contraído deuda.
Nuestro país tuvo que hacer frente a su deuda y renegociarla, ya que no hubo
condonación o fue escasa.
Para combatir la inflación, la Argentina vinculó su tipo de cambio al dólar americano.
Si bien la estrategia funcionó y bajó la inflación, no se previeron los riesgos de tener un
tipo de cambio fijo sin posibilidad de ajuste ante una economía global volátil.
A principio de los noventa y ya que no debía cargar al menos por un tiempo con la
deuda, la Argentina experimentó un boom económico. Gracias a la nueva confianza en
la economía, los bancos y otros prestamistas estaban deseosos de otorgar préstamos,
incluso para financiar el consumo.
Este boom del consumo también se sostuvo debido a que el Estado vendió sus
empresas a entidades extranjeras.
En realidad, si alguien reparaba en el balance general del país, se hubiera dado
cuenta de que las cosas empeoraban: la Argentina vendía activos y se endeudaba.
Pero el FMI se centró únicamente en el déficit; contento de que la Argentina se sumaba
al Consenso de Washington no dejaba de alabar las políticas desarrolladas y hasta
llegó a decir, en 1999, que Carlos Menem era el campeón de las virtudes de la nueva
economía.
Además de las políticas de privatizaciones propias de los años noventa, como el ciclo
de Reforma del Estado, el menemismo llevó a cabo otras políticas enmarcadas en el
Consenso de Washington con su correlato en la estructura legal e institucional del país.
La Argentina de esos años fue considerada la mejor alumna de las recomendaciones
neoliberales del Consenso de Washington, que entre sus postulados consagraba la
apertura de la economía a la inversión extranjera y la necesidad del achicamiento del
Estado.
Para poder llevar adelante estas recomendaciones, no solo tuvo que direccionar sus
políticas en ese sentido sino darles un marco normativo acorde con este proceso de
achicamiento del Estado nacional.
Entonces, el debilitamiento institucional del Estado nacional no solo se evidenció con
las privatizaciones (servicios públicos, fondos previsionales), también se plasmó en la
pérdida de competencias, en virtud de una mayor descentralización en las provincias, y
la prórroga de jurisdicción al CIADI y pérdida de “soberanía” con la aprobación de los
TBI en materia internacional, aunque según la Constitución Nacional los tratados
celebrados por nuestra nación no deberían afectar el orden público constitucional (art.
27, CN), y por el principio del ius cogens, los Estados no podían celebrar tratados
contrarios a sí mismos.
Específicamente y, por ejemplo, con relación al Tratado entre la República Argentina y
los Estados Unidos de América sobre la Promoción y Protección Recíproca de
Inversiones de 1991, aprobado por ley 24.124, se establecen restricciones a la
reciprocidad en la promoción y protección de inversiones entre los dos países. El
protocolo adicional al Tratado, aprobado por ley 24.124, establece en su artículo 2 que
los EE.UU. se reservan el derecho a establecer excepciones al principio de trato
nacional en determinados sectores como: la propiedad y gestión de emisoras o de
servicio público de radio y televisión, la propiedad de bienes raíces, la provisión de
servicio público de telefonía, la utilización de terrenos y recursos naturales. Esto
significa que los inversores que provienen de los EE.UU. pueden invertir en esas
áreas/rubros de inversión en territorio argentino con un trato igualitario (trato nacional),
pero un inversor argentino no tiene ese mismo trato en los EE.UU.
Fue fundamental la Reforma Constitucional de 1994, por la que se le dio jerarquía
supralegal a los tratados internacionales, y con esto no nos referimos a los tratados de
DD.HH. incorporados a la Carta Magna sino a los demás tratados entre los cuales se
encuentran los llamados TBI (Tratados Bilaterales de Inversión) con mejor rango que el
de las leyes. Esa Reforma explicitó además que el dominio originario de los recursos
naturales pertenece a las provincias, profundizando la descentralización y consiguiente
achicamiento del Estado-Nación, tal como las propiciadas con la salud y la educación.
Fueron varias las políticas neoliberales llevadas a cabo durante los años noventa, sin
embargo, fueron los efectos sociales (sirva para ejemplo la apertura a las importaciones
y la tan mentada flexibilización laboral que facilitó el incremento en la tasa de
desempleo) los que se menospreciaron al momento de su implementación, los que
sirvieron como detonante para la implosión de 2001.
La crisis toma forma
Sin embargo, la suerte de la Argentina cambió, la crisis financiera del este asiático de
1997 se globalizó en 1998. Como consecuencia, los intereses para los mercados
emergentes se dispararon. Así el servicio de la deuda de la Argentina pasó de 13.000
millones de dólares en 1996 a 27.000 millones de dólares en 2000. Este aumento fue
agravado debido a que el dólar era fuerte, y que el peso argentino vinculado al dólar
estaba continuamente sobrevalorado.
Esta descompensación de tipo de cambio aumentó cuando Brasil, nuestro socio
comercial más importante, devaluó su moneda a causa de la crisis. Fue entonces
cuando la Argentina se vio inundada de importaciones, con un tipo de cambio alto que
hacía que fuera muy difícil vender los productos de nuestro país en el extranjero. Con
menos exportaciones y mayores importaciones, la balanza comercial se deterioró y el
país tuvo que salir a pedir más créditos al exterior.
Junto con la pérdida de competitividad, merced a un tipo de cambio alto, y la
disminución de las importaciones, también bajaban los niveles de empleo con el
consiguiente efecto social.
La Argentina entró entonces en un círculo vicioso en el que el FMI desempeñó un rol
principal. Los tipos de interés subieron y la deuda argentina creció, así como su déficit
fiscal.
Centrándose en el déficit, el FMI exigió una política fiscal y monetaria más severa, con
recorte en el gasto y suba de los tipos de interés. Estas medidas tuvieron el efecto
predecible: descenso de la producción y de los ingresos fiscales.
Pero el FMI también tuvo responsabilidad en otras medidas, animó a la Argentina a
privatizar su seguridad social, lo que supuso una notable reducción de los ingresos del
Estado, más rápida que la disminución de gastos. Si la Argentina no hubiese
privatizado su seguridad social, incluso durante la crisis su déficit habría estado muy
cerca de ser nulo.
El FMI no solo insistió en la privatización de los servicios públicos –el agua, el gas, la
electricidad– que llevó a cabo nuestro país en el marco del Consenso de Washington,
sino que insistió en que una vez privatizados, los precios se vincularan a los de los
Estados Unidos. ¿Qué significó esto? Además de hacer más rentable el negocio por
parte de las empresas extranjeras que adquirieron las compañías privatizadas (pues los
dividendos se los llevaban en dólares), provocó que los ciudadanos argentinos tuvieran
que pagar más por necesidades básicas, reduciendo la competitividad de la Argentina,
lo que generó como consecuencia un aumento del desempleo y, finalmente, redundó
en un amplio malestar social.
Crisis de 2001/2002: lo que no es sostenible no se puede sostener
Los altos tipos de interés en la Argentina y el aumento constante de su deuda no eran
sostenibles, por ello, a fines de 2001 y principios de 2002, la Argentina alcanzó su
punto cúlmine. La Argentina se declaró en cesación de pagos (dejó de pagar lo que
debía) y liberalizó su tipo de cambio. En poco tiempo, el peso perdió un tercio de su
valor. En el caos económico, el paro ascendió hasta un 20% y el PBI bajó un 12%.
Para entonces, la Argentina debía al FMI una importante suma. Se supone que este
organismo ayuda a los países en tiempos de necesidad y no hay duda de que la
Argentina estaba pasando necesidades. El FMI se creó como reconocimiento a las
fallas que podía tener el mercado, pero los acreedores privados suelen reclamar sus
préstamos cuando la economía pasa por una crisis, es decir, justo cuando el gobierno
más necesitaba de capital. El FMI exigió que la Argentina pagase sus deudas, y si el
país sudamericano quería que la institución renovase sus préstamos, debía cumplir con
las recetas del FMI, algo que en gran parte había hecho y por lo cual se encontraba en
esa situación.
En las arduas negociaciones con el FMI, nuestro país apostó fuerte al no aceptar las
recetas del organismo internacional, admitiendo que ningún nuevo préstamo del Fondo
llegaría a Buenos Aires sino que simplemente se quedaría en Washington para pagar lo
que la Argentina le debía, ya que nuestro país se dio cuenta de que si cedía ante el FMI
se hundiría más en la crisis.
La Argentina había suspendido el pago de la deuda con entidades privadas; que
hiciera lo mismo con la deuda que mantenía con el FMI dependía de que el organismo
accediera a ampliar los plazos. Si no lo hacía, tendría que declarar a nuestro país en
cesación de pagos, lo que sería terrible para sus libros.
La Argentina tuvo razón en esto también. Aunque accedió a pagar solo una fracción
de deuda y se negó a aceptar las condiciones que el FMI le imponía, la entidad
crediticia no la declaró en cesación de pagos.
El FMI también apostó fuerte, pues pretendió inspirar a los argentinos el temor a la
bancarrota. Quería que los Estados soberanos pensasen muy bien antes de entrar en
suspensión de pagos, ya que sabía que no existe tribunal capaz de obligar a un Estado
soberano a pagar lo que debe. No era como un deudor privado, caso en el que los
acreedores pueden hacerse de los bienes o de los activos colaterales. Solo el miedo
podría inspirar la devolución de la deuda, de lo contrario, la Argentina no devolvería su
deuda y el mercado de deuda de los países soberanos se agotaría.
Si la Argentina accedía a alguna demanda en particular, el FMI le impondría nuevas
condiciones con la intención de prolongar la agonía y de que la suspensión de pagos
fuera lo más gravosa posible.
Otro camino es posible
Sin aplicar ningún programa del FMI, la Argentina hizo algo que nadie esperaba:
empezó a crecer. Sin las políticas contradictorias características del organismo de
crédito, sin que del país saliera dinero para pagar a sus acreedores y con la ayuda de
una gran devaluación, la Argentina encadenó tres años creciendo al 8% o más. Con la
recuperación del crecimiento, el país logró revertir su déficit fiscal, lo que se hubiera
dificultado si seguía enviando dinero a Washington y aceptando los dictados del FMI.
Cuando logró recuperarse, las dificultades para renegociar su deuda hicieron que
algunos acreedores a quienes se había inducido para adquirir bonos argentinos
debieran vender sus bonos a especuladores que esperarían que la Argentina, al final,
aumentara su oferta de liquidación.
Según Stiglitz, de la historia de la crisis de la Argentina pueden extraerse muchas
lecciones acerca de lo que los países y la comunidad internacional, especialmente el
FMI, deben o no hacer. Demuestra que incluso países que parecen funcionar bien y
que solo contraen deuda moderada pueden acabar en una deuda aplastante por
factores que están más allá de su control y de sus fronteras; demuestra que la ayuda
exterior puede tener un alto precio y que seguir los consejos del FMI no protege a un
país de las crisis ni tampoco de las posteriores críticas del mismo FMI. El Premio Nobel
de Economía avala que la Argentina ha demostrado que hay vida después de una
suspensión de pagos, incluso que un país puede crecer aún más que antes. Pero hay
pocos países tan valientes como la Argentina.
Reflexiones finales
Entre 1976 y 2002 nuestro país sufrió, de diferentes modos, el dominio del
neoliberalismo, en donde los grandes poderes económicos de carácter transnacional,
junto con las oligarquías locales, sometieron al Estado a sus intereses, en desmedro de
las mayorías populares. Una política de destrucción de las instituciones públicas, de
abandono por parte del Estado de sus funciones sociales y económicas, de ajuste,
desindustrialización, especulación financiera, endeudamiento estatal y recesión ahondó
la dependencia del país frente al capital extranjero dictada por el Consenso de
Washington y los planes impuestos por el FMI.
El país se fue descapitalizado, y la nación se desintegraba en los hechos. Alcanza
con recordar el Plan Dornbusch (2002), que proponía que nuestro país fuera una
especie de protectorado bajo el control de tecnócratas extranjeros.
Desde 2002, se abrió una nueva etapa. Aunque no lograron eliminar totalmente las
huellas de ese pasado reciente, los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y
Cristina Fernández abrieron el camino hacia la afirmación nacional.
Las distintas políticas que se llevaron a cabo desde 2002 significaron una
recuperación del rol del Estado como impulsor y propulsor de las medidas más icónicas
de este período kirchnerista. Estas medidas tuvieron como denominador común una
génesis en el seno de la conducción del Estado nacional y un anclaje y
acompañamiento posterior por las organizaciones del campo popular así como el de la
ciudadanía en general. Significaron también revertir el proceso de achicamiento del
Estado de los noventa y la implementación de políticas económicas anticíclicas que
pusieron al Estado como eje de la transformación argentina, con el aditamento de
haber recuperado una noción de país desde el esquema de recuperación de lo nacional
en materia de recursos financieros, de recursos naturales y en lo simbólico también.
Se rompió la lógica del modelo neoliberal, y se comenzó a caminar por la senda de
una política nacional. Respecto de la deuda externa, se verifica una política de
desendeudamiento que reconoce dos hechos significativos: el canje de deuda que
logró una quita histórica cercana al 70% y el pago al FMI, pusieron fin a sus
condicionamientos y monitoreo constante.
La producción vuelve a estar en el centro de la actividad económica. Se busca
orientar la banca hacia la función de brindar créditos para la reactivación industrial.
Sin lugar a dudas, la estatización de las AFJP modificó el esquema del sector
financiero poniendo al Estado al frente de las decisiones sobre esos recursos y dejando
de lado el escaso control sobre los fondos previsionales y el mero objetivo de lucro de
los administradores de esos fondos. Esto permitió recuperar una gran masa del ahorro
argentino para volcarlo al desarrollo nacional a través de la inversión en obra pública y
financiamiento de iniciativas productivas con el fin de equilibrar el desarrollo territorial
del país y garantizar el mayor valor agregado en origen como generador de empleo.
La inversión en obra pública constituyó una de las principales políticas anticíclicas
permitiendo un crecimiento del 7% en la construcción. Se batieron récords en materia
de construcción, de producción de cemento, de producción de ladrillos y, por ende,
también de trabajadores asalariados en el rubro.
Sin embargo, la no vigencia de la Ley de Entidades Financieras de 1977 y la renta
financiera, que aún no fue objeto de gravamen constituyen una asignatura pendiente
que es necesario abordar para que el viejo modelo neoliberal sea enterrado.
Se discuten salarios en paritarias luego de muchos años y comienza a cuestionarse
aquella falsa idea de que el salario es la raíz de la inflación. Se nacionalizaron
empresas estratégicas (Correo, Aguas, Aerolíneas, Fabricaciones de aviones en
Córdoba, AFJP) y el Estado vuelve a asumir un rol protagónico, sobre todo en la más
reciente expropiación de una de las empresas privatizadas tardíamente y sin una
justificación válida, ya que no era deficitaria en sí misma: YPF (Yacimientos Petrolíferos
Fiscales). Esta compañía resulta fundamental en la conformación de la Argentina en un
contexto internacional de crecimiento demográfico y aumento de la demanda
energética.
Durante la Cumbre en Mar del Plata se destierra la amenaza imperialista del ALCA
abandonándose las llamadas “relaciones carnales” con los Estados Unidos y se retoma
la senda de una política de integración latinoamericana.
A su vez, es importante recalcar la política de derechos humanos del gobierno, por
ejemplo, la anulación de las leyes de la impunidad y el avance de los juicios de lesa
humanidad a represores.
Durante el año 2008, el conflicto por la Resolución 125, que establecía las retenciones
móviles a las commodities de acuerdo con el precio internacional, fue de hecho una
disputa alrededor de la Renta Agraria diferencial que, como vimos, es una problemática
que atraviesa la historia argentina en particular, de una manera muy profunda. En
cuanto a políticas vinculadas con el agro, fueron objeto de aprobación a fines de 2011,
iniciativas legislativas como la Ley de Tierras 26.737, que pone límite a la
extranjerización de la tierra y resguarda los recursos naturales como expresión de la
soberanía territorial, y la aprobación del Estatuto del Peón Rural a través de la ley
26.727 para resguardo de los derechos de los trabajadores rurales, especialmente
aquellos trabajadores estacionales (golondrinas) que fueron víctimas de sometimiento a
condiciones de servidumbre y esclavitud por sus patrones.
Durante el último semestre de 2009, tres nuevas medidas buscaron profundizar el
rumbo pese a la derrota electoral del 28 de junio de 2009: la Asignación Universal por
Hijo, el Programa Argentina Trabaja y la sanción de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual que significó poner blanco sobre negro en el poder de los
medios de comunicación, en la instalación de un tema en la opinión pública y la manera
como lo instala.
La Asignación Universal por Hijo como medida política heterodoxa significó apoyar el
crecimiento interno a través del aumento del consumo, disminuir los índices de pobreza
e indigencia que, al comienzo del período, superaban ampliamente los actuales. La
Asignación Universal por Hijo y la inversión de la ANSeS en materia de jubilaciones y
pensiones no contributivas representan el 10% del Producto Bruto Interno argentino.
Inversión social que, como toda inversión social, finalmente tiene un fuerte impacto en
la economía y en el crecimiento de la actividad.
La industria fue el sector que más creció, lo que cobra importancia en una Argentina
que hacía algunos años o algunos siglos era solamente productora de materias primas.
Nuestro país ha verificado un proceso de reindustrialización que ha colocado las
manufacturas de origen industrial en la porción más importante de las exportaciones,
superando a las de manufactura de origen agropecuario, superando a los productos
primarios y superando por supuesto, a combustibles y energía. El efecto directo de la
industria fue de 25 puntos porcentuales en el crecimiento desde 2003 hasta 2010,
efecto directo del 12,3 e indirecto del 12,4.
Sobre una base elaborada por el Fondo Monetario Internacional, el PBI del país en
paridad de poder adquisitivo fue de los primeros 25 puestos en todo el ranking mundial.
Si bien algunos mencionan que este crecimiento fue efecto del viento de cola, ya que
los términos de intercambio han mejorado sustancialmente en los países emergentes y
también en los países de la región. Cabe destacar que, por ejemplo, Venezuela, Chile,
Bolivia, Perú y Colombia tuvieron una magnitud de aumento que cuadruplicaron sus
términos de intercambio mientras que la Argentina solamente lo duplicó en el 42%. La
variación acumulada en los términos de intercambio fue para Venezuela en un 195;
para Chile en un 119; para Bolivia en un 82; para Perú, 61; Colombia, 54; la Argentina,
42; Brasil, 38. El promedio de la región: 37.
Esto fue posible debido a que se cuadruplicaron los precios de commodities de
minerales y petróleo que producen estos países, en tanto que nuestras commodities
solamente se duplicaron, con lo cual el crecimiento de la Argentina no se explica
únicamente a través de condiciones macroeconómicas en las economías emergentes
sino a partir de un modelo de desarrollo que ha hecho del mercado interno, del
consumo popular y de la distribución del ingreso sus lineamientos principales que han
permitido a la Argentina crecer en la forma como lo ha hecho.
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, en reciente visita a nuestro país y a
nuestra Facultad de Ciencias Económicas, ponderó la decisión de impulsar políticas de
retenciones a las exportaciones, y elogió el proceso de desendeudamiento que permitió
reducir la dependencia de los acreedores externos: “Argentina supo redistribuir
beneficios de exportadores y utilizarlos para el bienestar de los más perjudicados por la
crisis del 2001”, indicó Stiglitz en la Conferencia Internacional sobre la Crisis de la
Deuda Mundial que se realizó en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
La Argentina enfrentó dos problemas difíciles: la reestructuración de la deuda y el
ajuste del tipo de cambio. El economista calificó como un logro el éxito total obtenido
gracias a la forma con que se manejó la situación.
En tal sentido, el manejo de una reestructuración de deuda no es algo fácil. No
tenemos un marco al cual sujetarnos, ya que cada préstamo es un contrato y si pasa
algo, la culpa es de ambos, aunque los prestamistas se protegen del riesgo, aun
previendo el escenario de la cesación de pagos.
Queda, entonces, el desafío para la Argentina, que es continuar creciendo pero
garantizando la sustentabilidad social, económica y ambiental con eje en la inclusión
social y en el resguardo de los intereses nacionales tantas veces olvidados.
Preguntas de comprensión de texto
1. ¿Cuáles son las principales características del modelo agroexportador?
2. ¿Qué se entiende por Estado-Nación?
3. ¿Qué se entiende por la formación del Estado-Nación como proceso de
construcción social?
4. ¿Cuáles son los atributos de estatidad que define Ozslak?
5. ¿Qué instrumentos de intervención del Estado hubo en la economía durante los
años treinta? Enumérelos y explíquelos.
6. ¿Qué herramientas utilizó el Estado para paliar los efectos de la crisis de los
años treinta?
7. ¿Qué tres características del Primer Plan Quinquenal puede distinguir y
desarrollar?
8. ¿Qué características le imprime el profesor Andrieu al sector público en los
años sesenta?
9. ¿Por qué fueron importante las medidas que tomó nuestro país luego de 2002
en relación con la deuda externa?
10. ¿Cuál es la visión de Stiglitz sobre la salida argentina de la crisis de 2001?
Bibliografía
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Universidad Nacional de La Plata.
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residencia a Martínez de Hoz, El Cid.
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Buenos Aires: Eudeba. Díaz, Alejandro C. (1970), Essays on the Economic History of
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nacional, Ariel Historia. Oszlak, O. (1982), “Reflexiones sobre la formación del Estado y
la construcción de la sociedad argentina”, en Desarrollo Económico, XXI, 84, Buenos
Aires, enero-marzo.
Stigliz, J. E. (2002), El malestar de la globalización, Santillana. Strasser, C. (1986),
Teoría del Estado, Buenos Aires: Abeledo Perrot.
63 Cf. Strasser, Carlos (1986), Teoría del Estado. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, pp. 20-25.
64 Oszlak, Oscar (2004), La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional.
Ariel Historia, p. 15.
65 Oszlak, op. cit. en nota 2, pp. 16-17.
66 Oszlak, op. cit. en nota 2, p. 18.
67 Oszlak, Oscar (1982), “Reflexiones sobre la formación del Estado y la construcción de la sociedad
argentina”, en Desarrollo Económico, XXI. 84, Buenos Aires, enero-marzo, p. 532.
68 Oszlak, op. cit. en nota 2, p. 27.
69 Mensaje del proyecto de ley de presupuesto para 1989, p. 232.
70 Andrieu, Pedro (1999), Modernización y reforma del Estado nacional argentino. La Plata:
Universidad Nacional de La Plata, p. 33.
71 Oszlak, op. cit. en nota 2, p. 21.
72 Mensaje del proyecto de ley de presupuesto para 1989, pp. 232-233.
73 Galasso, Norberto (2002), De la Banca Baring al FMI. Historia de la deuda externa argentina.
Buenos Aires: Colihue, p. 171.
74 Galasso, op. cit. en nota 11, pp. 173.
75 Mensaje del proyecto de ley de presupuesto para 1989, p. 235.
76 Mensaje del proyecto de ley de presupuesto para 1989, p. 240.
77 Andrieu, op. cit. en nota 8, p. 39.
78 Mensaje del proyecto de ley de presupuesto para 1989, pp. 243-244.Andrieu, op. cit. en nota 8, p.
39.
79 Andrieu, op. cit. en nota 8, p. 45.
80 Andrieu, op. cit. en nota 8, p. 47.
Capítulo 5
La reforma del Estado y de la Administración
Pública. Una revisión sobre políticas, instrumentos y
enfoques
José A. Bonifacio
Objetivos de aprendizaje
• Facilitar la comprensión de las transformaciones producidas por las reformas del
Estado y de la administración pública desde una perspectiva de políticas públicas.
• Analizar los ciclos característicos de las reformas del Estado de los últimos
treinta años.
• Identificar las categorías más relevantes de los procesos de reforma
administrativa y de la gestión pública.
• Apreciar las características de los instrumentos utilizados para transformar
algunas dimensiones de la esfera pública estatal en distintos procesos de
reforma.
• Analizar los aportes y significados de enfoques conceptuales asociados a
diferentes experiencias de reforma.
1. La reforma del Estado y de la Administración Pública
El objetivo de este capítulo es brindar elementos que contribuyan a la comprensión de
los procesos de reforma del Estado y de la Administración Pública que en las tres
últimas décadas tuvieron lugar en casi todos los países del mundo. En general, ellos
fueron consecuencia de situaciones de crisis importantes que exigieron respuesta a
gobiernos, parlamentos y partidos políticos y contaron con la actuación protagónica de
organismos internacionales, empresas y actores significativos de la sociedad civil y de
la economía; unos adoptaron decisiones de política, otros las apoyaron o resistieron,
casi todos comprendían que los resultados de las intervenciones modelarían el futuro
de la sociedad, de los grupos y de los intereses representados.
Para avanzar sobre ese objetivo se expone una visión sobre los acontecimientos
pasados y en curso, para que su valoración permita identificar elementos de mejora en
las políticas futuras, dado que las crisis y los desafíos planteados todavía no han sido
superados. La complejidad y diversidad de la empresa no puede sino esbozarse en la
presente exposición, puesto que los procesos aludidos se desplegaron por décadas en
un gran número de países y miles de gobiernos desde la escala regional y nacional
hasta la local, con independencia de la singularidad histórica, cultural e institucional de
cada uno.
La estrategia de aproximación escogida para enfrentar esta realidad compleja es
limitar el análisis a los procesos que han tenido lugar en gobiernos nacionales de
América Latina, poniendo el énfasis en algunas categorías para organizar el tratamiento
del tema. El presente capítulo dará cuenta de las políticas mediante las cuales se
realizaron reformas, caracterizará algunos de los instrumentos destacados y
representativos que fueron utilizados en su realización y, finalmente, presentará los
principales enfoques analíticos que tuvieron incidencia en la formulación de
diagnósticos y en la formulación de políticas.
Cabe destacar que existen rasgos comunes que contribuyen para comprender, dentro
de la diversidad y complejidad de las reformas, las dimensiones y las tendencias
principales. La globalización, la existencia de actores y actividades supranacionales, la
fluidez y velocidad con que circula la información, las influencias y las experiencias que
se diseminan y promueven permiten reconocer conceptos, categorías, visiones,
diagnósticos y tratamientos que se reiteran o asemejan. Esta suerte de homogeneidad
no significa que hayan sido reformas exitosas o, si lo fueron, que contengan fórmulas
imitables de éxito en condiciones de garantizar resultados predecibles: en la estructura
íntima de cada proceso existen condiciones culturales, económicas, sociales y políticas
que las hicieron viables en los países emprendedores y que no están presentes en los
que las replican. Es indispensable ejercitar un juicio crítico que identifique la
particularidad de cada situación y contexto y proceda cuidadosamente en la
ponderación y adaptación de experiencias o perspectivas de otras realidades estatales.
Considerando la condición democrática del Estado
Los procesos de reforma del Estado y de la administración pública han ocupado un
espacio importante en la agenda de los países latinoamericanos desde los años
ochenta, en coincidencia con la extensión de la democracia en la región. Entendida la
democracia como el régimen político en el cual el gobierno emerge de la libre elección
popular, para muchos pueblos esto constituye, en términos históricos, una ganancia
relativamente reciente. En el caso particular de América Latina, la consolidación de los
Estados nacionales después de las luchas por la independencia siguió derroteros
esquivos en la búsqueda de consolidación del régimen democrático, asaltado de
manera reiterada por golpes de Estado, gobiernos autoritarios y dictaduras feroces. La
integridad propia de la institucionalidad democrática continúa siendo desafiada en
Latinoamérica hasta la actualidad, no obstante la reconocible tendencia hacia una
concreción más robusta81.
Pero también debe reconocerse que, así como se ha asegurado crecientemente la
democracia política, con partidos, elecciones e instituciones representativas de la
voluntad popular para establecer gobiernos, la democracia social es un sustancial bien
público que le viene en rezago: tenemos ciudadanos políticos, que pueden elegir y ser
elegidos (el cómo, la democracia formal), pero se encuentra en tránsito el
aseguramiento de lo sustancial de la democracia (el qué), consistente en una mayor
igualdad en las condiciones de vida de la población, que el gobierno se ejerza para el
pueblo (Bobbio [2008], pp. 450s).
Para O’Donnell se puede hablar de un Estado de y para la democracia cuando
“[…]además de sancionar y respaldar los derechos de ciudadanía política implicados
por un régimen democrático, por medio de su sistema legal y sus instituciones sanciona
y respalda una amplia gama de derechos emergentes de la ciudadanía civil, social y
cultural de todos sus habitantes” ([2008], p. 31).
La democracia ha sido a su vez motor para que otras transformaciones se produzcan
en la esfera pública, resultando inevitable que el aparato organizativo del Estado y sus
formas de gestión se adapten a los requerimientos que surgen en el proceso de
cambio. La extensión de los rasgos característicos de la democracia encuentran en la
igualdad la piedra de toque que desafía las injusticias derivadas de la distribución
inequitativa de la riqueza material de la que dispone una sociedad, y que también se
manifiesta en las dificultades para acceder a bienes y servicios públicos, originadas en
distintas exclusiones que un Estado democrático no puede postergar en la agenda de
prioridades a ser satisfechas. En esa dirección, el Estado, gobierno y administración,
debe procurar la creación de sumas crecientes de valor público que permitan
materializar el bienestar para la mayoría de la población o, en palabras de MacPherson:
“[…] proveer las condiciones para el pleno y libre desarrollo de las capacidades
humanas esenciales de todos los miembros de la sociedad”82.
Desarrollando capacidades para crear valor público
Alcanzar los objetivos de una democracia social, demanda del gobierno democrático
crear más valor público, y damos por sentado que las reformas estatales que se
propusieron modelar un Estado mínimo (downsizing) en la expectativa de superar la
crisis fiscal por esta vía, no aseguraron de ningún modo la creación de mayores cuotas
de bienestar para la sociedad. Se puede sostener que esta es una importante razón en
la deslegitimación de esas políticas de reforma y de los enfoques en que se
sustentaron, que reducían la explicación de la crisis a efectos distorsivos de la
intervención estatal en los mercados.
Moore ([2006], pp. 37-38) distingue diferentes concepciones de lo que es valor
público. Para la economía utilitarista o de bienestar es la suma de satisfacciones
individuales que puede producir una política gubernamental (el mayor bien para el
mayor número) con intervención del mercado, al que se le asigna una buena capacidad
de organización de los recursos de la sociedad para lograr objetivos sociales. Una
segunda concepción considera valor público aquello que cualquier gobierno
debidamente constituido y actuando como agente de sus ciudadanos, declara como
propósito importante de ser logrado utilizando las propiedades y el poder del gobierno,
siendo el colectivo social el que a través de algún proceso político se transforma en el
árbitro de un valor (no los individuos aisladamente). En una tercera concepción, entre
las dos anteriores, la comunidad política designa al gobierno para que le ayude a
conseguir colectivamente un bien para su beneficio individual, que no puede lograrse
en el mercado competitivo83.
En todos los casos, queda en evidencia la necesidad de capacidades estatales, en el
propio gobierno y en la administración pública, para asegurar la producción de valor
público. Estas capacidades pueden ser entendidas como “[…]la habilidad por parte de
las agencias estatales para realizar tareas con efectividad, eficiencia y sustentabilidad”
(Hilderbrand & Grindle [1994], p. 10).
Hilderbrand y Grindle84 identifican diferentes dimensiones en esas capacidades,
relacionadas con distintas funciones que debe ejercer el Estado: institucionales,
técnicas, administrativas y políticas. La capacidad institucional da cuenta de la
competencia del Estado para fijar y garantizar el cumplimiento efectivo del amplio
espectro de reglas que rigen el conjunto de interacciones políticas y económicas. La
capacidad técnica da cuenta de la habilidad para el análisis y gestión de las políticas
públicas. La capacidad administrativa hace posible disponer de competencia para
implementar la provisión de bienes y servicios por el Estado. Finalmente la capacidad
política expresa la existencia de una habilidad estatal para procesar las demandas
provenientes de la sociedad.
Es evidente que una parte significativa de las políticas de reforma del Estado y su
administración, así como muchos instrumentos particulares de esas políticas, se
proponen el desarrollo de capacidades como las mencionadas con el objetivo de
producir mayor valor público. Según Cohen ([1993], p. 26), la creación de capacidades
del sector público busca fortalecer los recursos humanos (directivos, profesionales y
técnicos), en determinadas instituciones que pueden realizar tareas de planificación,
formulación de políticas y la implementación en todo el gobierno de cualquier tema
prioritario.
Los objetivos de las reformas, los instrumentos de los cuales se valieron y los
resultados conseguidos aportan elementos para comprobar el efecto sobre la
producción de capacidades estatales y el impacto sobre la producción de valor público.
2. Políticas, instrumentos y enfoques
Las políticas públicas pueden ser entendidas como un conjunto de objetivos,
decisiones y acciones que lleva a cabo un gobierno para solucionar los problemas que
en un momento determinado los ciudadanos y el propio gobierno consideran prioritario
(Tamayo Sáez [1997], p. 281). Las políticas públicas se refieren a “qué hacen los
gobiernos, por qué lo hacen, y cuál es su efecto”85.
Las políticas de reforma del Estado implican tomar decisiones sobre el rol del Estado
en la sociedad. Afectan la dimensión estructural del aparato estatal en tanto que puede
determinar la incorporación o desincorporación de una actividad en la esfera de
intervención estatal, la pasa a regular o deja de hacerlo, toma bajo su responsabilidad
la producción de un nuevo bien o servicio o deja librada su provisión a actores no
estatales, amplía o reduce el grado de intervención estatal en los asuntos públicos. Las
políticas de reforma del Estado revisan la asignación de roles y responsabilidades e
implican, directa o indirectamente, al sector privado o al tercer sector en asuntos
públicos, ya sean tradicionales o nuevos.
Pero también las políticas de reforma pueden tener objetivos más orientados a
modificar
la forma en que el gobierno y la administración pública hacen las cosas, para hacerlo
mejor, para lograr eficacia, eficiencia y economía, para asegurar los resultados de la
intervención pública, para hacerla más escrutable, transparente, participativa,
comprensible, simplificada. En estos casos, tenemos políticas de reforma administrativa
o de la gestión pública que, por sí mismas, no tienen ni el propósito ni la capacidad de
cambiar el rol del Estado sino la organización y los sistemas de trabajo de su aparato
administrativo.
Estas políticas de reforma no son neutrales –ninguna política es neutral– aunque
muchas veces se sobredimensionen sus componentes técnicos. Cuando está
explícitamente formulada una política de reforma administrativa, e incluso cuando no,
implica –además de los momentos de formulación– la implantación de
transformaciones tanto institucionales como transversales en la administración pública
–inscriptas en una política de reforma estatal o no–, orientadas a incidir positivamente
sobre los niveles de desempeño y operando con recursos instrumentales.
Tanto las políticas de reforma estatal como administrativa comprometen el interés
público, y de los gobiernos democráticos se espera que promuevan crear condiciones
para elevar la producción de valor público.
No es irrelevante pretender que las políticas de reforma tengan un nivel de
explicitación significativo, que estén formalmente enunciadas y que tengan un principio
de ejecución que pone en juego la asignación de recursos humanos y financieros. Se
podría argumentar que existen políticas implícitas, que la decisión de no intervenir en
un asunto que toma estado público es una política. Aun aceptando esta posibilidad, nos
ocuparemos de las primeras.
Las políticas recurren a instrumentos para lograr los objetivos que se proponen, los
cuales son previstos en el momento de formulación de la política y son decisivos en el
momento de la implantación. Los instrumentos son medios para lograr los objetivos de
la política, y pueden ser evaluados en cuanto a su eficacia técnica. La política fija el
objetivo, asume el juicio de determinar lo que es valioso para procurarlo y escoge los
instrumentos según la eficacia que les asigna para conseguir el objetivo. En este plano
es donde resulta importante disponer de capacidades técnicas y administrativas, pero
también institucionales, debido a que por medio de los instrumentos se introducen
reglas de juego cuyo efectivo cumplimiento debe ser garantizado.
La privatización, la descentralización, la desregulación, el gobierno electrónico, la
gestión para resultados, la calidad son ejemplos de instrumentos de políticas de
reforma. También cabe advertir que los instrumentos no son neutrales, porque son
medios que contribuyen a afianzar la instalación de una política pública cuyo propósito
es cambiar el estado de cosas vigente.
Ahora bien, tanto las políticas como los instrumentos abrevan en enfoques y teorías,
porque la decisión y su instrumentación pueden respaldarse en una argumentación
explicativa o descriptiva de la realidad, en la expectativa de que las acciones
emprendidas producen unos resultados que se espera conseguir. Teorías y enfoques
analíticos intervienen en la conceptualización de las reformas, en la percepción que se
tiene sobre la realidad que se va a transformar. En ellos se identifican y asumen los
conceptos relevantes, desplegados en variables con plausible capacidad explicativa de
resultados influenciados, condicionados o determinados, y se proyecta la expectativa
de que operando sobre las primeras se conseguirá modificar el estatus de las
segundas.
Nos interesa considerar los enfoques que constituyen el marco referencial que da
soporte a los procesos de reforma. En general, un enfoque analítico es un aparato
conceptual que provee argumentos explicativos de una realidad dada.
Los mismos pueden provenir de la teoría (general o de alcance medio) y permiten
orientar la observación de los fenómenos, identificando variables con plausible
capacidad explicativa de resultados influenciados, condicionados o determinados por
aquellas.
Los enfoques analíticos permiten a los agentes que promueven la reforma especular,
razonablemente, que la realidad sobre la que operan resulta de la intervención de
variables que, si son afectadas-alteradas, el resultado se modificará en consecuencia,
en una dirección determinada dando lugar a una nueva situación, que resulta
previsible86.
Ejemplos de enfoques analíticos y teorías son el institucionalismo, o su versión más
reciente, el neoinstitucionalismo, la teoría de sistemas, el public choice, etc.
No existe una discontinuidad entre enfoques, políticas e instrumentos, sino que
pueden estar mutuamente implicados: las privatizaciones pueden ser explicadas como
instrumentos de políticas orientadas a fortalecer el mercado, siguiendo un enfoque
liberal en lo económico. Un enfoque puede dar el marco de actuación a una política,
como las sugeridas para las reformas administrativas originadas en el
neoinstitucionalismo; y una política recurrir a enfoques e instrumentos diversos. En
otros términos, una política de reforma podría adoptar una posición ecléctica en
términos del marco conceptual en el cual se encuadra o bien adscribir a un
determinado modelo de manera excluyente; en cambio, es más frecuente que las
políticas recurran a una variada gama de instrumentos: las reformas influenciadas por
el neoliberalismo recurrieron a un repertorio de instrumentos que fueron plasmados en
el decálogo del consenso de Washington, donde destacaron la desregulación, las
privatizaciones, la apertura de mercados, etc.
En las siguientes secciones abordaremos en detalle las políticas de reforma, los
instrumentos de política y los enfoques analíticos interactuantes.
3. Políticas de reforma del Estado y la Administración Pública
En tanto que en este capítulo hemos presentado como foco de interés la reforma del
Estado y la reforma administrativa, si bien pueden estar fuertemente implicadas la una
con la otra en un proceso particular, es necesario distinguir sus alcances, entre muchas
razones, porque es también posible que sean parte de la misma política, que se
presenten de manera aislada (p.e., una reforma administrativa sin reforma del Estado)
o que transiten itinerarios independientes, aunque este caso sea menos probable.
Una política de reforma estatal tiene un alcance amplio y recurre a distintos
instrumentos que, simultánea o secuencialmente, permiten obtener objetivos y
resultados que implican una transformación de la realidad anterior en una nueva. La
política se habría consolidado cuando existe una expectativa razonable acerca de que
los resultados alcanzados no se van a diluir o retrotraer para volver a la situación inicial.
En el caso de las crisis diagnosticadas, la expectativa se centra está centrada en que la
política y sus instrumentos resulte la terapia apropiada para superar la situación y
encontrar un nuevo punto de equilibrio.
3.1. Transformaciones del modelo de Estado y reformas estatales
Desde sus orígenes hasta el presente, el Estado-Nación como forma de organización
política y social ha cambiado sus formas, y las mutaciones más importantes se han
observado como un cambio de época, con transformaciones en la vida social, la
organización política y los modos de producción económica, a la par que las relaciones
de poder en la sociedad vieron transcurrir el protagonismo de distintos actores. Del
absolutismo al Estado liberal burgués, de este al Estado social de bienestar, para luego
mutar al Estado mínimo del neoliberalismo, y regresar en la actualidad a reconocer la
necesidad de un Estado presente, la historia parece dibujar un movimiento pendular.
La consolidación del Estado liberal fue precedida de dramáticas guerras civiles y
revoluciones que daban cuenta del agotamiento del viejo orden, que no se
correspondía con el desarrollo del capitalismo, la burguesía, la urbanización y el
reclamo de representación. Los filósofos contractualistas como Locke y Rousseau
expresaban en el pensamiento lo que las revoluciones burguesas pusieron en práctica
para cambiar el orden tradicional. La fórmula “No taxation without representation”, de la
democracia liberal norteamericana, condicionando la extracción estatal de recursos a la
sociedad al reconocimiento de reglas que aseguren la representación política de los
intereses “comunes” de la sociedad civil (Oszlak [1982], p. 20) expresa el sentido del
cambio. Se trataba de erigir reglas para limitar, controlar y distribuir el poder con el
establecimiento de un nuevo orden con valores republicanos, bajo la óptica liberal-
burguesa, para la cual la seguridad individual se correspondía con la protección de la
vida y la propiedad.
En América Latina, el Estado liberal resulta de la independencia del estatus colonial
durante el siglo XIX, después de superar conflictos externos e internos que permiten
materializar las notas típicas de la estatalidad: el reconocimiento como unidad soberana
por otros Estados, la institucionalización de su autoridad mediante una constitución
sustentada en el monopolio de los medios organizados de coerción, el establecimiento
de un conjunto de instituciones públicas de legitimidad reconocida y la capacidad de
internalizar una identidad colectiva. Asegurar el orden y promover el progreso
constituyen el foco de este proceso (Oszlak, [1982], p. 15).
El cambio de las actividades de providencia privadas y caritativas característico hasta
fines del siglo XIX por la providencia pública que le sucede, a consecuencia del proceso
de industrialización y la pauperización de las masas urbanas, cuestiona el modelo de
Estado mínimo del liberalismo clásico y produce el liberal break, la ruptura y puesta en
marcha de la seguridad social, paralelamente al reconocimiento del sufragio universal
(masculino primero, y femenino después) (Sánchez, J. [2005], pp. 240s).
Así se proyecta desde fines del siglo XIX el Estado social o de bienestar, en respuesta
al estallido de la “cuestión social” con la segunda Revolución Industrial, que se fortalece
con las políticas keynesianas aplicadas después de la crisis capitalista de los años
treinta del siglo pasado, y que se completa después de la segunda posguerra, con la
impronta de extender el bienestar social a estratos cada vez más amplios de la
población. Estos rasgos del Estado social, desarrollista o de bienestar también se
presentan, con particularidades, en América Latina, donde la inmigración, la
urbanización, el desarrollo industrial, el modelo agroexportador y la ampliación de la
participación en la democracia representativa ponen su impronta87.
El último cuarto del siglo XX muestra nuevas conmociones que alteran el equilibrio: la
crisis del petróleo en los setenta, la crisis fiscal consecuente y, en la región
latinoamericana, el fuerte endeudamiento, las altas tasas de inflación, el agotamiento
del modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones y la dependencia
de la exportación de commodities fuerzan una nueva agenda. Con la finalidad de
proveer solución a las crisis mencionadas, aparece en la agenda la reforma del Estado.
La primera generación de reformas
Las reformas de los últimos treinta años obedecen a un diagnóstico de la crisis que
encuentra su origen en el mismo Estado, en las formas de intervención estatal en la
sociedad. En esa visión, las políticas públicas se orientan, mediante procesos
planificados de intervención “masiva”, a revertir o neutralizar las causas que se
identifican como explicativas de la crisis del Estado de bienestar en sus distintas
expresiones.
Oszlak ([1997], p. 13), en su propósito de construir un modelo analítico-explicativo que
permita observar e interpretar la lógica global en la que parecen inscribirse los procesos
de reforma del Estado, constata que a fines de los años ochenta y durante los noventa
la dimensión y formas de intervención del Estado estaban sufriendo una transformación
profunda, fenómeno que caracteriza en términos de “nuevas fronteras” entre los
dominios legítimos de la sociedad y el Estado nacional, y advierte que:
“[…] la reforma del Estado ha tendido a menudo a ser confundida con la
privatización, la descentralización, la desregulación o la jibarización de su aparato
institucional, que solo instrumentan este desplazamiento fronterizo y el consiguiente
nuevo ‘tratado de límites’ entre sociedad y Estado”.
El común denominador de estas políticas de reforma fue promover la reducción del
aparato estatal como mecanismo de reducción del gasto público, al tiempo que por
medio de la desregulación de diversas actividades económicas se propuso la
eliminación de los subsidios, actividades promotoras y políticas sectoriales de bienestar
y protección social que se habían consolidado en la etapa anterior.
En estas reformas, que fueron denominadas “de primera generación”, fue
determinante para los países en desarrollo el Consenso de Washington de 1989
(Williamson [1990]). Allí se identificó una decena de objetivos e instrumentos de
políticas recomendados a los países, cuya aplicación se convirtió en parte de las
condicionalidades para acceder al crédito de los organismos financieros
internacionales. El Consenso privilegió la economía de mercado, adjudicando a la
excesiva intervención estatal las distorsiones que ocasionaron la crisis. El diagnóstico
mostraba al Estado como un freno al desarrollo económico y social.
El establecimiento de una disciplina fiscal, vía la racionalización del gasto público,
tenía como propósito limitar la actividad estatal a la capacidad de financiamiento
genuino de la economía, al tiempo que una reforma tributaria pondría mejores bases
para su operación.
La privatización de las empresas públicas se convirtió en un instrumento importante
para la transformación de la morfología estatal. El fuerte déficit que presentaban en sus
operaciones fue argumento para cuestionar su eficiencia, pero el marco ideológico de
soporte remitía las funciones del Estado a las tradicionales funciones de soberanía del
liberalismo clásico: justicia, seguridad interna, defensa exterior, relaciones exteriores y
administración.
Incluida en el decálogo del Consenso de Washington, la desregulación constituyó otro
de los importantes instrumentos de las denominadas reformas económicas
estructurales. La necesidad de sentar definitivamente las bases jurídicas de una
economía competitiva abierta y básicamente dominada por la actividad privada, hizo
que se llevara adelante la eliminación de diversas regulaciones que, según interpretaba
esta visión de la economía, operaban contra la transparencia de los mercados.
La descentralización de funciones llevadas a cabo por el Estado central o federal
hacia niveles inferiores de gobierno fue otro de los instrumentos a los que apelaron las
políticas de reforma. En este caso, fue la intencionalidad, más que el instrumento de
política en sí, lo que permite incorporar estas medidas entre las reformas de
achicamiento estatal: fue utilizada por su efecto demostración, que excluía del gobierno
central la prestación directa de servicios de educación y salud, por ejemplo, sin hacerse
cargo de su financiamiento. La descentralización es una herramienta claramente
reconocida por sus contenidos democratizadores, asociada a una administración más
próxima a los ciudadanos y que empodera a la sociedad.
Se puede sostener que las políticas y reformas que influyeron en el Consenso de
Washington reconocen su origen en la respuesta neoliberal-conservadora adoptada por
en los países desarrollados a fines de los años setenta así como una inspiración en la
doctrina liberal de nuevo cuño, el neoliberalismo. Parte significativa de la crítica al
Estado que está por detrás de las reformas que produjeron el downsizing estatal
abrevan en aquellas visiones que destacan la ineficiencia e ineficacia de la intervención
estatal. Las prioridades de la región latinoamericana durante la crisis de la deuda se
concentraron en lograr estabilidad económica y desmontar los elementos
fundamentales del modelo proteccionista de desarrollo (Burki y Perry [1999], p. 1).
Stiglitz expresó reiteradamente críticas a las visiones del CW, al sostener que la
retirada del Estado no fortalece por sí misma el desarrollo de los mercados sino que
puede dar lugar a monopolios privados o a la desaparición de la oferta, lo que no es
una alternativa mejor. A la idea de que lo privado es intrínsecamente mejor que lo
público responde que si no fuera por la regulación estatal podría ser mucho peor y con
corrupción en gran escala. Que no siempre el mercado sustituye a los ineficientes por
los eficientes, sino que a veces no los sustituye por nada y eso ocasiona pérdidas de
productividad. Remata afirmando que no defendería el equilibrio presupuestario en un
período de recesión.
Las reformas de segunda generación
El discurso dominante, que ponía el énfasis en la ineficiencia del Estado, evidenció su
insolvencia. Se ha reconocido a las reformas de primera generación haber resuelto la
cuestión de la estabilización económica, pero el desarrollo no se retomó con firmeza, la
concentración de la renta no se revirtió y la democracia no resultó fortalecida. En el
informe presentado en la Cumbre de las Américas en 1998, significativamente titulado
“El consenso de Post-Washington”, el Banco Mundial reconoce que:
“[…]no solo se esperaba que la globalización y las reformas de ‘primera generación’
aumentaran las tasas de crecimiento económico, sino que además disminuyeran de
manera significativa la pobreza y la inequidad. De hecho, se confiaba en que el flujo
de capital y el crecimiento de las exportaciones promoverían el desarrollo de los
sectores con un uso intensivo de mano de obra. Esto no ocurrió. Las reformas
efectivamente hicieron disminuir los índices de pobreza, pero esta evolución más
bien parece haber sido consecuencia de la disminución de las tasas de inflación y de
un modesto crecimiento y no de las consecuencias redistributivas de la liberalización
financiera y comercial” (Burki y Perry [1999], p. 1).
En el Informe Económico Mundial de 1997, titulado “El Estado en un mundo en
transformación”, se aprecian visiones menos ortodoxas sobre el papel del Estado que
las sostenidas con anterioridad por esa institución:
“Los trascendentales acontecimientos registrados en la economía mundial nos han
obligado a replantearnos algunos interrogantes fundamentales: cuál debe ser el
papel del Estado, qué es lo que puede y lo que no puede hacer, cómo debe hacerlo.
[…] Un Estado eficaz es imprescindible para poder contar con los bienes y servicios
–y las normas e instituciones– que hacen posible que los mercados prosperen y que
las personas tengan una vida más saludable y feliz. En su ausencia, no puede
alcanzarse un desarrollo sostenible ni en el plano económico ni en el social” (Banco
Mundial [1997], p. 1).
El discurso único de las políticas liberal-conservadoras, tajantemente puesto de
manifiesto en la expresión de Margaret Thatcher “there is no alternative” (no hay
alternativa), evidenció su fracaso y se fortalecieron políticas orientadas a revertir el
desmantelamiento del Estado, mediante reformas que fueron llamadas de “segunda
generación”. Según Fleury ([1999], p. 58):
“La propuesta de una segunda generación de reformas en América Latina, por parte
de los organismos internacionales, proviene de la constatación del fracaso de las
reformas de primera generación –relativas a la liberalización financiera y comercial
de los mercados nacionales y su inserción en una economía globalizada– a fin de
generar las condiciones necesarias para la superación de los problemas más
apremiantes de la región”.
La autora caracteriza la segunda generación de reformas como las que responden a
la necesidad de fortalecer las instituciones públicas, de forma que puedan garantizar el
buen funcionamiento de un mercado competitivo, y crear condiciones para la inserción
más ventajosa de la economía nacional en el contexto internacional por medio de
medidas de fortalecimiento institucional para reducir la corrupción, garantizar los
contratos, regular la producción y preservar la competencia entre los agentes
económicos, crear mecanismos de protección de los consumidores, reducir la
vulnerabilidad de las economías frente al capital especulativo, incluyendo reformas de
la administración pública, justicia, legislación laboral, de antimonopolio y de mercados
de capitales. A ello agrega la evidencia de una fuerte implicancia entre desarrollo
económico, mayor inversión en capital humano y medidas contra la pobreza, de modo
que la agenda reformista contempla políticas sociales más eficaces y eficientes (Fleury
[1999], p. 61).
Es posible observar que estas reformas tienen componentes enfocados sobre la
búsqueda de una mayor eficiencia y eficacia en las intervenciones del Estado, por lo
cual las políticas incluyeron componentes de racionalidad con un sesgo económico y,
como se verá más adelante, encuadradas en el enfoque neoinstitucional. Si las
reformas de primera generación buscaron “prescindir” del Estado todo lo que fuera
posible, las de segunda generación procuraron una mayor eficacia y eficiencia
“prescindiendo” de la política en lo que fuera posible, porque se pretendió de muchas
maneras separar la concepción (de las políticas) de la ejecución, la política de la
implementación, lo que no es posible (Prats [2005], p. 119).
El Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD [2008])
planteó, desde una perspectiva menos ortodoxa, que el objetivo de la segunda
generación de reformas consistía en reconstruir el aparato estatal, instrumento
fundamental para el desarrollo, en capacidad de crear condiciones macroeconómicas
favorables a la inversión privada y de promover un aumento de la competitividad
mediante políticas sólidas en ciencia y tecnología y comercio exterior. Asimismo,
destacó que debía orientar su actuación primordialmente hacia el área social como
formulador y financiador de las políticas públicas, desarrollar capacidad catalizadora
para atraer a la comunidad, a las empresas o al tercer sector y compartir la
responsabilidad en la ejecución de los servicios, en un marco de mantenimiento del
poder de intervención estatal directa en ausencia de las condiciones para compartir las
actividades con la sociedad (pp. 7-8).
Las características y objetivos propugnados por el CLAD para la reforma “gerencial”
incluyeron la profesionalización de la alta burocracia, como núcleo estratégico para la
formulación, supervisión y regulación de las políticas, formado por una élite
técnicamente preparada y motivada, con capacidad de negociación y responsable ante
el sistema político y bajo la supervisión democrática de los políticos y de la sociedad.
En otra línea, transparentar la administración pública promoviendo el comportamiento
ético de los administradores y fortaleciendo los patrones salariales. Si bien propicia la
descentralización de la ejecución de los servicios públicos, no solo por eficiencia y
efectividad sino para aumentar la fiscalización y el control social, advierte que en
ocasiones puede reproducir la desigualdad social existente y que, una vez definido lo
que cada nivel de gobierno hace, se deben establecer mecanismos de cooperación
entre ellos, escapando de relaciones intergubernamentales predatorias. El énfasis se
pone en la orientación por el control de los resultados, pero observando que las normas
y procedimientos estatales requieren especial atención debido a la histórica fragilidad
del Estado de derecho en América Latina, y que será necesario construir instituciones,
entrenar al personal y viabilizar la evaluación del desempeño.
Destaca el CLAD que estas reformas deben dar mayor autonomía a las agencias y
demanda nuevas formas de control, especialmente por resultados y control social. Al
hacer una distinción entre agencias que realizan actividades exclusivas y monopólicas
del Estado y las que actúan en los servicios sociales y científicos, postula que estas
pueden canalizar su actuación por medio del marco institucional del espacio público no
estatal, en asociación con el Estado, y también con el sector privado, para lo que
adopta el concepto de Estado red, capaz de aglutinar la multiplicidad de lógicas de
intervención en los asuntos públicos. La orientación del suministro de servicios hacia el
ciudadano-usuario, da a estos un rol preponderante en la evaluación y en la gestión,
valorando su papel en la organización de la acción colectiva. Como se aprecia, varias
líneas de acción abrevaban en las corrientes de la Nueva Gestión Pública, pero
destaca la efectividad por sobre la eficiencia y subordina ambos al criterio democrático
expresado en la voluntad popular: “Son los criterios definidos en los espacios públicos
los que deben prevalecer sobre cualquier racionalidad técnica[…]” (p. 21).
El regreso del Estado
Se puede afirmar que después de la crisis del Estado se presencia un regreso del
Estado: existe en la actualidad un amplio acuerdo en que, para afrontar el doble desafío
de la competencia económica internacional y la salvaguardia de la cohesión social, se
necesita un Estado fuerte y eficiente.
La transición de las reformas ha dejado para la agenda del presente la necesidad de
fortalecer las capacidades estatales para afrontar las crisis, el cambio y los desafíos del
futuro. La política de reforma del presente pone el foco en la construcción de
institucionalidad estatal, que establece un conjunto de reglas formales e informales que
promueven conductas íntegras, eficaces, imparciales y legítimas por parte de las
administraciones públicas y que desincentivan conductas corruptas, ineficaces,
clientelares e ilegítimas (CLAD [2011], p. 209).
Es importante volver a poner en foco objetivos políticos que las reformas deben
asegurar. El citado documento del CLAD, que responde a la necesidad de transformar
el Estado para el desarrollo, afirma que los fines de justicia, calidad de vida, libertad,
desarrollo sostenible, democracia y Estado de derecho son socialmente deseados en
nuestros países, pero que para alcanzarlos hay que superar la profunda desigualdad, la
insostenibilidad financiera del Estado, la inseguridad, la falta de cohesión territorial y la
destrucción medioambiental. Para lograrlo es ineludible tener un conjunto de
instituciones estatales que reúnan requisitos de previsibilidad, equidad, equilibrio
eficiente y legitimidad suficientemente consolidados. Sin una administración pública
imparcial, eficaz, legítima y honesta será imposible conseguir los fines, de ahí la
importancia de analizar qué déficits subsisten y de promover políticas de fortalecimiento
institucional para lo que queda por hacer (p. 211).
El concepto de la vuelta del Estado es explicado por G. Timsit ([2006], p. 605) a partir
del derecho de intervención que está garantizado por su estatus de garante del interés
general, y observa que surge un Estado estratégico donde el modelo de toma de
decisiones compartido está reemplazando al modelo dirigido y el modelo decisionista
centralizado, adaptándose al fenómeno de la dispersión del poder. Agrega que la vuelta
del Estado se ubica en una configuración nueva de las relaciones del Estado con la
sociedad, e implica otro concepto de lo social,
que no es una simple consecuencia de los factores económicos o políticos (prioritarios
en el pasado), sino que hoy constituye un requisito urgente y autónomo para el
funcionamiento y gestión de la sociedad de la que el Estado es responsable.
El desarrollo sostenible, la calidad de vida, justicia, equidad y bienestar social,
democracia y Estado de derecho son objetivos sociales que plantean fuertes exigencias
al Estado, y todavía subsisten barreras como el clientelismo, la patrimonialización de lo
público, la corrupción y la desconfianza social. Así, la reconstrucción necesaria del
papel protagónico del Estado solo se puede viabilizar en el marco de amplios
consensos nacionales con visiones holísticas de las reformas para consolidar la
integridad en la administración pública, contar con una función pública profesionalizada,
focalizando la gestión hacia la construcción de resultados para el desarrollo y
fomentando la calidad, propiciando la participación en la gestión pública88.
3.2. Las políticas de reforma administrativa
El concepto de reforma administrativa tiene una larga tradición en la literatura de la
administración pública y la ciencia política, y da cuenta de múltiples procesos de
cambio de las instituciones públicas estatales.
En América Latina, esas políticas y programas comenzaron a tener presencia definida
hacia los años sesenta, en el marco del movimiento de la administración para el
desarrollo. El enfoque que las sustentaba partía de la idea de que los distintos niveles
de desarrollo económico y social que pueden alcanzar los países tienen su explicación
en la capacidad y calidad de sus administraciones públicas.
La “administración para el desarrollo” de los años sesenta y setenta en América Latina
constituyó una corriente de cambios modernizadores que promovió la “reforma
administrativa” como vehículo de transformación de la administración pública. El
contraste “administración tradicional” versus “administración moderna”, la cual era el
modelo a transferir a los países en desarrollo, hacía evidente el etnocentrismo de la
perspectiva (Motta [1973]). Las teorizaciones de la administración para el desarrollo
sostenían la relación funcional entre la burocracia y desarrollo, y el proceso de
desarrollo institucional y político al cual el proceso técnico se subordinaba, empezaba
por el desarrollo administrativo o reforma administrativa, incluyendo diversos aspectos
relativos al servicio civil (Bonifacio [2001]).
El documento de la Segunda Reunión de Expertos sobre el programa de las Naciones
Unidas en materia de administración pública de 1971 es demostrativo, al realizar sus
recomendaciones, de la agenda de esta etapa de reformas: evaluación y examen de la
capacidad administrativa para el desarrollo, planificación del desarrollo y ejecución de
los planes, reformas administrativas y mejoramiento de la gestión, administración de
personal, administración financiera, administración de materiales y plantas, empleo de
técnicas modernas de administración, aplicación de la tecnología de computadoras,
participación en la administración, administración de las funciones sectoriales y de los
programas multinacionales, supervisión y dirección de empresas públicas,
administración de las funciones reguladoras, administración judicial y jurídica,
administración local y regional, etc. (Naciones Unidas [1971]).
El mapa político de la región mostraba entonces el predominio de regímenes
autoritarios, y el eficientismo que se pretendía para la administración pública tenía
como contrapartida la marginación popular del poder basada en el cuestionamiento de
la capacidad de las sociedades para escoger, controlar y cambiar sus gobiernos, con lo
que las dictaduras se arrogaban unilateralmente la representación del interés público.
En ausencia de la institucionalidad democrática, estas reformas conceptualizaron a la
administración como un sistema cerrado, y el paradigma de burocracia weberiana era
funcionalmente adaptado, acentuando el profesionalismo, el reglamentarismo y la
neutralidad política, mientras la política era desconocida como práctica social y fuente
de legitimidad del ejercicio del gobierno.
La literatura muestra consenso al señalar los reiterados fracasos de estas reformas
administrativas. Según Prats, esto no fue porque el modelo burocrático que se trataba
de implantar no era el adecuado, sino porque no existían las condiciones políticas,
económicas y sociales para su vigencia. De la burocracia weberiana se tomaron las
apariencias formales, pero en ausencia de los condicionamientos socio-económico-
políticos necesarios, las que se desarrollaron mayormente fueron “buropatologías”, que
en el mejor de los casos, se aproximaban al sistema mixto que Weber llamó
“burocracias patrimoniales” ([1998], p. 22).
Echebarría (2000) concuerda con Prats cuando sostiene que el afán, parcialmente
frustrado, de las reformas en los años sesenta fue el de la renovación de las categorías
heredadas del Estado liberal al nuevo papel del Estado social. No obstante, reivindica
el concepto original de reforma administrativa como “intervención acotada a la parte de
los poderes del Estado que conocemos como Administración Pública, situada
mayormente en el seno del ejecutivo”, y aboga por una conceptualización separada de
los cambios que se identifican con la reforma administrativa vis à vis, la reforma del
Estado a la que antes aludimos.
Las reformas administrativas en perspectiva
Además, Echebarria (2000) hace referencia a autores que han identificado enfoques
diferentes en materia de reformas administrativas, como Aucoin (1990), que distingue
entre un “paradigma” public choice y un paradigma gerencialista; Peters (1993), que
habla de los “modelos” de mercado, de participación, de flexibilidad y de desregulación,
y Barzelay (1993), que se refiere a las “visiones” burocrática, de planificación
comprehensiva y gerencialista (p. 86). Por su parte, presenta cuatro modelos de
reforma administrativa: el garantista, el eficientista, el contractualista y el servicial,
haciendo referencia a los antecedentes ideológicos en los que basan su razonamiento
y describiendo brevemente sus propuestas en relación con cuatro componentes
fundamentales de la institucionalidad administrativa: el servicio civil, las estructuras
administrativas, los procedimientos decisionales y las relaciones con los ciudadanos.
Schneider ([2001], p. 12) argumenta que la mayoría de los programas de reforma, o
sus principales componentes, pueden ser clasificados analíticamente como reformas
weberianas, de responsabilización (accountability) o gerenciales. Con ello, está dando
por sentado que esas políticas encontraron sustento en reconocidos marcos teóricos
(ver cuadro 1) que, en su propósito de mejora, procuran solventar un problema
diferente de la burocracia.
Según este autor, las reformas weberianas o del servicio civil procuran reducir el
clientelismo, la corrupción y la politización, imponiendo normas generalizadas para regir
el comportamiento burocrático, el principio del mérito para el reclutamiento, la
promoción y la estabilidad del empleo, aislando la burocracia de la política. Las
reformas de responsabilización ponen el énfasis en el control político de la burocracia a
través de canales institucionalizados del control legislativo, comités de vigilancia,
confirmación por el Congreso de altos funcionarios y exigencias de informes
exhaustivos. La reforma gerencial procura terminar con las ineficiencias y las rigideces
de la burocracia mediante la desestimación de una cantidad de reglas, garantizando a
los gerentes públicos la discrecionalidad para dirigir sus departamentos y haciéndose
responsables por el desempeño (p.13).
Cuadro 1: Tres modelos de reforma administrativa
Weberiano Gerencial Responsabilización
Abuso de poder,
arbitrariedad, falta de
Personalismo, Ineficiencia,
responsabilidad,
Diagnóstico clientelismo, papeleo, rigidez, ausencia de
patrimonialismo particularismo respuesta (ante los
ciudadanos)
Eficiencia, Control democrático
Universalismo,
capacidad de (directamente por los
profesionalismo,
Metas respuesta (ante los ciudadanos o
meritocracia,
clientes), indirectamente por las
honestidad
flexibilidad legislaturas)
Exámenes de
Contratos de
ingreso, Supervisión
gestión,
estabilidad en el legislativa,
competencia entre
Medidas cargo, promoción confirmación de
agencias,
administrativas por mérito, designados,
descentralización,
supervisión, participación
fin de la
incremento ciudadana
estabilidad
salarial, reglas
Productos Rigidez, pérdida Clientelismo, Politización,
secundarios de pérdida de tardanzas excesivas,
negativos responsabilización, responsabilización, procedimientos
potenciales ineficiencia ineficiencia engorrosos
Fuente: Schneider (2001), p. 14.
Los obstáculos que han debido enfrentar las reformas administrativas han provocado
estrategias para asociarlas con otras propuestas más amplias, como reformas
económicas o políticas, pero con el riesgo de que esos aliados no sobrevivan el tiempo
suficiente como para cargar con la reforma administrativa durante la consolidación y
resolución de dilemas de largo plazo en la fase de implementación, dejando a la
reforma administrativa varada en medio de la corriente.
Podría considerarse que en la última década no se llevaron a cabo reformas
administrativas espectaculares, sino que su desarrollo respondió más bien a políticas
incrementales, que progresaron en la implantación por medio de reformas
institucionales (verticales), mientras que las reformas transversales de sistemas (i.e.,
empleo público, administración financiera) han sido menos frecuentes89.
4. Los instrumentos de las políticas de reforma
Con el concepto instrumentos se alude a unas técnicas que siguen criterios o pautas
significativamente estandarizados con el propósito de modificar un punto focal de la
administración estatal en una institución particular, o un sistema de gestión transversal
en una multiplicidad de instituciones. Los instrumentos no tienen la jerarquía de
políticas pero pueden estar articulados con estas u operar sin la orientación de una
política explícita: privatización, desregulación, presupuesto por objetivos, gestión para
resultados, planificación estratégica, etc., son ejemplos de instrumentos que han sido
utilizados por políticas de reforma del Estado y de la administración pública90.
4.1. El downsizing o Estado mínimo
En esta sección, se presentarán instrumentos de intervención característicos de las
políticas de reforma cuyas estrategias tienen por objetivo la reducción de funciones y
estructuras de la administración estatal. La reducción del empleo público y la
descentralización son dos instrumentos a los que han recurrido estas políticas.
La reducción del número de trabajadores estatales fue consecuencia de programas
explícitos en este sentido, para disminuir el gasto público bajando la incidencia de la
nómina salarial en el presupuesto. Medidas concurrentes fueron el “congelamiento de
vacantes”, que impedía la ocupación de puestos de trabajo financiados en el
presupuesto y producidos por baja vegetativa (por ej., jubilaciones, renuncias, etc.); los
“retiros voluntarios”91, que incentivaban el retiro por medio de la oferta de
indemnizaciones extraordinarias a quienes se acogían al régimen; jubilaciones
compulsivas de quienes se encontraban en actividad habiendo cumplido las
condiciones y también jubilaciones anticipadas.
La descentralización asociada a estas reformas consistió en la transferencia de
servicios públicos de la administración nacional hacia los niveles estadual y local
(alcaldías y municipios) de gobierno, particularmente en materia de salud y educación.
En adelante se exponen con mayor detalle dos instrumentos más de estas políticas: la
privatización y la desregulación.
a) Privatizaciones
Probablemente, uno de los instrumentos que tuvo mayor capacidad de impacto sobre
el aparato estatal fue la exclusión de su esfera de las empresas públicas. Las mismas
se habían constituido a lo largo de la mayor parte del siglo pasado, encontrando su
justificación en el carácter monopólico de la prestación de algunos servicios públicos, y
el valor estratégico asignado al área de producción concernida (vg., los recursos
energéticos) o la necesidad de sustituir la falta de iniciativa o inversión privada en una
materia de interés público (i.e., obras de infraestrutura).
En el contexto de las reformas económicas estructurales, o de primera generación, y
tal como lo sugería el Consenso de Washington, los argumentos sobre el déficit
público, el excesivo tamaño y costo del Estado, la ineficiencia y cuestionable calidad de
los productos y servicios brindados por las empresas públicas, el cuestionamiento a la
pertinencia de que el Estado asuma la realización de actividades productivas propias
del mercado, potenciado por el argumento de que ellas no hacen a sus funciones
esenciales, dieron fundamento a la utilización de la privatización como instrumento de
reforma estatal.
Este instrumento fue utilizado con distintos alcances en muchos países. Las radicales
reformas privatizadoras del gobierno conservador de Thatcher en el Reino Unido no
incluyeron el sistema de salud, en Uruguay se consultó a la población mediante
referéndum (con resultados negativos) sobre la privatización, en América Latina no se
privatizaron las empresas petroleras estatales, con excepción de la Argentina donde,
según Azpiazu y Schoor ([2004], p. 1) “al margen de las economías del ex bloque
soviético, no existe experiencia internacional alguna en que se haya privatizado tanto
patrimonio y tanto poder económico con tal premura”.
81 Ver aspectos de esta cuestión en el capítulo de Pandolfi y Gómez “Notas sobre el desarrollo
socioeconómico en la formación y evolución del Estado Argentino”.
82 Citado por Bobbio (2008), p. 452.
83 Para Moore (2006) esto incluye: “a) tratar con ‘externalidades’, donde la elección de una persona
afecta el bienestar de otras, pero estas otras no tienen manera de notificarle a la primera de ese efecto
externo, ni la primera tiene forma de negociar la suma que hay que pagar para compensarles de un
daño desconocido, ni lo que podrían pagar estos para disfrutar de un beneficio también desconocido; y
b) producir ‘bienes colectivos’, a los que no se puede impedir fácilmente su disfrute aunque los
individuos no hagan una contribución para que sean producidos, y donde el uso del bien por una
persona no reduce su monto, por lo que está disponible para otros. Esta circunstancia impide que el
mercado haga el trabajo de permitir que los individuos intercambien cosas que poseen, de manera tal
que se logre el máximo de bienestar individual” (p. 38).
84 Citadas por Alonso (2007), p. 18.
85 Dye (1976), citado por Wayne Parsons (2007), p. 31. Ver el capítulo escrito por Waisbrod,
“Problemas públicos y políticas públicas. Un enfoque integral para la toma de decisiones de
intervención en contexto”, donde se desarrolla con extensión el tema de las políticas públicas.
86 Naturalmente estas perspectivas podrían estar teñidas por la política, o bien perspectivas
originadas en la subjetividad, de la cual resultaría un voluntarismo que no podría asegurar resultados.
87 Ver ampliaciones sobre estos temas en el capítulo de Schweinheim: “Notas sobre el Estado,
sociedad y administración en América Latina: ¿Hacia la construcción de un nuevo proceso
latinoamericano de desarrollo y reconstrucción de la comunidad?”, y de Pandolfi y Gómez: “Notas
sobre el desarrollo socioeconómico en la formación y evolución del Estado Argentino”.
88 En el capítulo 1, Schweinheim desarrolla con mayor amplitud las alternativas e interrogantes que se
abren para el escenario del “retorno del Estado”.
89 Parte significativa de estas reformas se expone más adelante, en el título 4.2.
90 En este libro, distintos capítulos tratan en profundidad instrumentos de políticas de reforma, tales
como planeamiento estratégico, calidad, gestión por objetivos, gestión por valores, gestión
presupuestaria, entre otros.
91 Estos retiros y otras medidas semejantes estuvieron asociados a necesidades de reducción de
dotaciones de personal en el marco de las privatizaciones, aunque también para reducir el gasto en el
mediano plazo.
92 Se excluyeron los servicios públicos que funcionaban como monopolios naturales o que tuvieran
marcos reguladores propios dentro del proceso de privatizaciones.
93 Un ejemplo son los servicios de limpieza y mantenimiento, pero puede incluirse un amplio repertorio
de actividades que demandan de la administración pública capacidades para la negociación,
contratación, supervisión y control a fin de asegurar los intereses públicos implicados en la
contratación.
94 El CLAD desarrolla estos estudios en el marco del Sistema Integrado y Analítico de Información
sobre Reforma del Estado, gestión y políticas públicas (SIARE), en
http://siare.clad.org/siare/innotend/innotend.html.
95 Convenio de la Mesa Redonda de Resultados de Marrakech (2004).
96 En el capítulo final de este libro, Greco desarrolla con amplitud y profundidad el tema de esta
sección, que aquí se presenta a propósito de pasar revista a los instrumentos de política administrativa
orientados a fortalecer las capacidades estatales.
97 Ver el desarrollo de este concepto al final del presente capítulo.
98 http://www.appsfordemocracy.org/.
99 http://data.london.gov.uk/.
100 http://www.data.gov/.
101 http://www.data.gov/.
102 http://www.premier.vic.gov.au/app-my-state.html.
103 http://www.everyblock.com/.
104 El tema de la calidad en la administración pública se desarrolla de manera extensa en el capítulo
escrito por Ana Isabel Fuertes: “Desarrollo de procesos y gestión de la calidad en la Administración
Pública”.
105 El mismo autor ([1994], p. 11) ha definido tres niveles de abstracción: “estrategia”, “políticas” e
“instrumentos”, bajo los que reordena el contenido de varios trabajos comparativos sobre reformas
administrativas. A partir de aquí, puede hacerse el esfuerzo de identificar una tipología de modelos de
reforma administrativa, referidos al nivel más elevado de abstracción de los anteriores.
106 Según Merton, una teoría es un grupo de proposiciones lógicamente interconectadas de las que
pueden derivarse uniformidades empíricas; llama teorías de alcance intermedio a las que tratan
aspectos delimitados de los fenómenos sociales y teoría general a la que explica todas las
uniformidades observadas de la conducta, la organización y los cambios sociales. T. Merton (1964),
Teoría y estructura social, FCE.
107 Justamente Merton (1965) señala la relación entre sus argumentos por una teoría de alcance
intermedio y las teorías surgidas en la investigación de las burocracias, especialmente por Selznick;
Gouldner; Blau; Lipset, Trow y Coleman; Crozier; Kahn y Katz, y otros investigadores.
108 Entre otras omisiones obligadas por la naturaleza del capítulo, remitimos al primer capítulo de la
presente obra para agregar la teoría de los sistemas al repertorio de enfoques relevantes para las
reformas administrativas.
109 Comentario citado por Longo y Echebarría ([2001], p. 100).
110 La Segunda Cumbre de las Américas, reunida en Santiago de Chile el 18 de abril de 1998, emitió
la Declaración de Santiago, en la que fueron propuestas metas para la educación, el sector financiero,
judicial y público. La denominación de “Consenso de Santiago” la utilizó el presidente del Banco
Mundial durante la Cumbre. Existe una reivindicación de los logros del Consenso de Washington en la
estabilización económica y la reanudación del crecimiento en la región, y las reformas institucionales
se presentan como una continuidad necesaria. El premio Nobel de Economía, Douglass North,
referente del neoinstitucionalismo económico, participó en los trabajos preparatorios del Banco
Mundial.
Capítulo 6
Teoría y sociología de las organizaciones públicas
Ricardo Schmukler
Pablo Blanco
Objetivos del aprendizaje
• Distinguir con claridad conceptos sociológicos aplicables a las organizaciones
públicas, tales como: dominación, poder, burocracia; cultura organizacional;
trabajo en equipos; funciones y disfunciones organizacionales.
• Comprender los fenómenos que configuran a las organizaciones como
estructuras dinámicas.
1. Vida social y estudio de la vida social
La vida humana es vida social, vida de relación de varones y mujeres que se
reconocen recíprocamente en los agrupamientos que conforman y cuya vinculación
constituyen. La vida en sociedad se realiza en el entramado de múltiples formas del
convivir (que es vivir con otros), formas que los Hombres (varones y mujeres), desde un
remoto principio como tales, conservan y transforman, proyectan, recuerdan,
abandonan, olvidan o renuevan entre sí. La vida humana, en suma, es una forma de
vida estructurada, organizada.
Dicha condición hace que las diversas formas de organizarse, propias de esta
existencia, guarden correspondencia con modos o conjugaciones temporales del hacer,
conocer y valorar las estructuras y procesos de relación mediante los cuales se realiza
–como experiencia efectiva– la vida social. Las formas de la vida social han asumido
modos más o menos característicos a lo largo y ancho del tiempo y el espacio de sus
diversas ocurrencias, y así han sido consideradas en su estudio. La distinción entre
formas de la vida social y formas de estudiarlas no es ociosa; al respecto, podría
establecerse un paralelo con la diferencia que existe entre experiencia, que nunca es
problemática, y explicación de la experiencia, que siempre lo es (Maturana [1996]). Hay
una relación compleja entre las formas de la existencia social y las de su estudio, en
tanto se interpelan e implican de manera recíproca, y varían consecuentemente en el
tiempo. Concebir las organizaciones como formas de formas tiene sentido en tanto se
conserve la unidad del pensamiento, la acción y el juicio de valor, en una necesaria
concurrencia de modos temporales, aún cuando se las pueda considerar como
operaciones separadas y distintas en un sentido analítico.
El estudio y apreciación de la vida social asumió así distintas formas y perspectivas,
en relación con el mismo proceso de la vida en sociedad que procura conocer y la
experiencia así condicionada de las personas dedicadas a hacerlo. Ahora bien, la
imposibilidad de acceder directamente al origen de la sociabilidad humana obliga a
conjeturarlo. No hay otro modo de hablar con propiedad acerca del inicio y los
significados posibles del fenómeno social, entendido como sistema; esto es, como una
totalidad cuyos componentes interactúan directa o indirectamente. La voz “teoría” que
se utiliza aquí remite a la idea de conjetura razonable y explicación de los mecanismos
que hacen posible el surgimiento de lo explicado, en calidad de novedad sistémica o
emergencia, para decirlo con Bunge (2004). Luego, una teoría de la vida social sería
una sugerencia de los mecanismos (procesos) que posibilitan o impiden cambios en las
relaciones que vinculan los elementos constitutivos del sistema como tal, dando lugar al
fenómeno explicado. En tal sentido, no cabe afirmar por anticipado que una teoría
declare la verdad o falsedad de alguna realidad externa a la apreciación conceptual que
describe, pero sí que es la interpretación que alguien ha formulado al respecto, en su
capacidad para redescribir el objeto en cuestión y dar lugar a la comprensión de lo
explicado.
Las teorías de la vida social resultan ser más o menos coherentes con el fenómeno
descripto, más o menos comprensivas de todas sus dimensiones y matices, más o
menos persuasivas acerca de sus fundamentos y alcances, más o menos congruentes
con la experiencia de quienes reconocen sus términos, pero en todos los casos revelan
una interpretación acreditable de la naturaleza humana y la estructura del mundo, la
racionalidad y sus límites, y acerca de las formas accesibles e inaccesibles mediante la
experiencia de conocer, actuar y valorar, en el tiempo y el espacio, por causas y
efectos. Por ello, al interés pretérito por explicar las formas y manifestaciones del
mundo, la naturaleza y la vida en sociedad, pronto se sumó el interrogarse por las
formas o manifestaciones del conocimiento que sería posible tener acerca del mundo,
la naturaleza y la vida social, generándose así las teorías competitivas que hoy
disponemos para explicar esos fenómenos (p.ej., teorías deterministas vs.
indeterministas; materialistas vs. idealistas; etc.).
En esta apreciación cabe entender la inexistencia de una teoría que permita dirimir “la
cuestión teórica” –esto es, la imposibilidad de resolver teóricamente la preeminencia
teórica– lo cual puede aplicarse al mundo físico tanto como al social, o mundo
históricamente construido. Ello no implica que todas las teorías tengan el mismo valor
explicativo, operacional o predictivo, ni merezcan el mismo respeto y consideración,
pues a todas corresponden grados y niveles de aceptación diversos, pero sí que unas
ofrecen respuestas más razonables y sugerentes que otras. En un sentido
esquemático, si se asignan valores a las dimensiones teóricas en un continuo de
posiciones posibles, el universo teórico podría desplegarse entre los parámetros
extremos que siguen:
Dimensiones
Tendientes al Tendientes al
distintivas de
OBJETIVISMO SUBJETIVISMO
las teorías
En cuanto a la
naturaleza del Realismo: la realidad social Nominalismo o idealismo:
ser y de la es externa e independiente la realidad es producto de
realidad de la persona. la conciencia.
(ontología).
Positivismo: las Antipositivismo: el
regularidades de la realidad conocimiento es subjetivo
En cuanto a permiten la predicción; el e indirecto (vía metáforas).
las bases del método científico y la lógica No hay tal cosa como la
conocimiento matemática son los únicos verdad empírica. El
(epistemología). medios legítimos para conocimiento es creado
descubrir y conocer. antes que develado.
Voluntarismo: la libre
En cuanto a la
Determinismo: lo que la voluntad es autónoma (y
naturaleza
gente hace está natural o aun heroica). La gente
humana:
social e históricamente tiene capacidad de
comportamiento
determinado. autorreflexión y
vs. acción.
responsabilidad.
En general, ninguna teoría se extrema en todas sus dimensiones; los términos
antitéticos arriba indicados permiten ubicarlas en relación de unas con otras, como
fuerzas o tendencias que auspician la comprensión. Así, cabría decir con mayor
propiedad que unas teorías se afirman o tienden a afirmarse en el realismo mientras
otras hacen lo propio con el idealismo, o el positivismo versus el antipositivismo, y así
sucesivamente, mientras que otras tenderán a equidistar de los extremos al
dimensionar la comprensión que propician.
En todo caso, lo que se intenta destacar aquí es que las teorías importan porque el
conocimiento siempre es acción efectiva (Maturana [1996]) y tiene consecuencias
sobre el pensamiento, la práctica y el juicio. Para unos, las teorías anteceden y orientan
la acción social; para otros, dan testimonio ex post de las estructuras y procesos
sociales que explican. Para todos, es bueno recordar que “el conocimiento
acompañado de la reflexión que nos hace conscientes de nuestros conocimientos y
nuestros deseos, nos hace responsables [...] y nos hace libres porque nos hace
conscientes de nuestra responsabilidad. Por eso no da lo mismo saber o no saber
cómo somos como seres vivos, y no da lo mismo saber o no saber cómo vivimos el ser
libres” (Maturana [1995], p. 31).
2. La sociología como teoría de la vida social: comprensión y
método
Dilucidar el origen, el propósito y los alcances de la sociología como estudio o vía de
acceso a la comprensión de la vida social o, dicho de otro modo, como conocimiento de
la vida social y método para operar al respecto, presenta dilemas similares a los ya
señalados. No obstante, en un sentido descriptivo muy amplio, el proceso de gestación
y desarrollo de una disciplina o práctica investigativa, científica o no111, ha seguido en
general el siguiente itinerario. Primero, distintos pensadores originalmente dedicados o
identificados con otras disciplinas o prácticas investigativas (p. ej., filósofos,
historiadores) comienzan a manifestar preocupaciones comunes, y esta convergencia
resulta en una masa crítica de pensamiento que reclama identidad. Ello suele ir
acompañado de un “mito de origen” o “mito fundacional” que crea esa nueva entidad, a
lo cual sigue que el incipiente campo disciplinar adopta un canon o cuerpo principal de
textos ejemplares. Dado ese consenso, surgen formas organizacionales propias (p. ej.,
asociaciones profesionales) y se crean unidades académicas dedicadas
exclusivamente a la nueva disciplina, que deja de ser un anexo o apéndice de otras
previamente reconocidas. Así establecida, no tardan en aparecer en su seno los
desafíos y controversias alrededor de teorías y métodos alternativos, y las discusiones
metodológicas que en última instancia se resuelven mediante actos de poder.
En más de un sentido sería posible reseñar el origen y alcances de la sociología
siguiendo este esquema. Sus inicios como “ciencia social” –y no ya otra clase de
especulación acerca de la vida social– remiten al predicamento y eficacia que las
ciencias de la naturaleza habían alcanzado con la Ilustración europea. La consagración
de la razón como operador radical del progreso social llevó a pensar que la misma
disposición metódica y positiva (realista, empíricamente verificable, facilitadora de
emprendimientos de cara al futuro y transformaciones) habría de producir un impacto
análogo en el conocimiento de la sociedad y sus prácticas organizacionales y, por
ende, su progreso. Bajo este auspicio suele atribuirse a Henri de Saint-Simon
(17601825) y a quien fue por años su secretario, Augusto Comte (1798-1857), la
“fundación” de la sociología como una fisiología social, que se aplicaría al estudio de
los “hechos materiales que derivan de la observación directa de la sociedad” y la
normativa (higiene, en Saint-Simon) aplicable a tales hechos, como las “únicas bases
positivas” del sistema social que reclamaba el progreso de la civilización. De hecho, la
voz sociología –con esta acepción– apareció en el Curso sobre filosofía positiva (1830-
1842), de Augusto Comte.
Sobre la fundación positiva de la nueva ciencia se instaló el canon de los textos y
autores ejemplares. Ese lugar lo ocuparían Karl Marx (1818-1883), Émile Durkheim
(1858-1917) y Max Weber (1864-1920). Naturalmente, todos estos autores produjeron
su obra en un contexto de transformaciones históricas y debates cuya discusión
obligaría a reconocer su deuda intelectual con otros interlocutores y contribuyentes,
anteriores y contemporáneos. Sin embargo, las omisiones que aquí pudieran
lamentarse no alteran el señalamiento de estos teóricos como referencias obligadas del
origen de una pretensión: producir una clase de conocimiento de la sociedad, sus
formas organizacionales, sus prácticas y políticas institucionales, acorde con el rigor del
método científico (no meramente especulativo) y útil a los fines de operar sobre sus
conclusiones para producir transformaciones efectivas en la misma sociedad que
estudia y sus instituciones.
Con el común denominador de la orientación positivista, las primeras unidades
académicas se establecieron casi al unísono con el reconocimiento de la comunidad
científica del canon sociológico. De hecho, el mismo Durkheim dictó la primera cátedra
formal de sociología, en la Universidad de Burdeos, Francia, en 1895/96, apenas
publicado su libro Reglas del método sociológico. En nuestro país, la primera cátedra
fue establecida en 1898, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, acompañando
procesos similares en otras partes del mundo112.
La apelación a los fundadores tiene una connotación territorial y, por ende, de dominio
y control: una disciplina delimita un campo. Giddens recuerda que fundar equivale a
una teorización política porque los principios derivados de la obra de los fundadores
legitiman las dimensiones básicas de la actividad intelectual (Giddens [1997], p. 15). En
sociología, se sigue leyendo y discutiendo a aquellos autores así como también
produciendo nuevas conceptualizaciones que, de alguna manera, sería posible rastrear
hasta sus raíces. Es lícito, sin embargo, preguntarse por el aporte de los clásicos de la
sociología (una “comunidad imaginaria” aludida con frecuencia, cuyos miembros podían
tener poco en común) las reflexiones que dedicamos a las preocupaciones presentes.
La respuesta es forzosamente tentativa. En primer lugar, podría concederse que se
debe a ellos la persuasión de que la sociedad humana, sus prácticas e instituciones, es
una realidad ordenada, estructurada, en el espacio y el tiempo, susceptible de ser
conocida mediante la observación sistemática y el análisis razonado de lo observado,
con sujeción a formas de pensamiento y especulación legitimadas por una comunidad
de profesantes del mismo saber. Luego, sería propia de los clásicos también la
convicción de que el examen crítico y replicable, junto al conocimiento así producido,
podría traducirse en acciones transformadoras de esa misma realidad. Finalmente, su
obra es fuente también de la confianza extendida en las posibilidades de la razón para
utilizar los recursos del método y el saber legitimado con prudencia y rectitud moral,
finalmente constituida en compromiso ético de los sociólogos.
Esto ha hecho decir a Giddens y otros, que sería difícil hallar una sociología, de
cualquier predicamento y orientación, que no implique en algún momento de su
desarrollo una suerte de conversación o interpelación a los clásicos, tal como los
filósofos, físicos o arquitectos contemporáneos no dejan de hacerlo con los clásicos de
su profesión, incluso para trascenderlos. En efecto, los clásicos de la sociología
también tendrían en común el haber adoptado perspectivas de largo aliento para la
comprensión de la vida social. Marx, Durkheim, Weber no se empeñaron en analizar y
comprender solo la circunstancia que les tocó en suerte vivir o padecer, sino que
arrojaron sobre nuestra propia historia lo que algunos denominan una mirada épica.
Atentos a la larga duración de los procesos sociales, su reflexión procura iluminar el
presente tanto como los pasados y futuros posibles de la vida social, y hace que su
predicamento supere así la prueba del tiempo.
¿Qué es lo que hace que la sociedad humana sea como creemos o sabemos que es?
¿Qué es lo que la haría más semejante a lo que deseamos que sea? ¿Cuál es el
vínculo insustituible que permite la integración de la persona y/o colectivos sociales, o
atenta contra ella? ¿Hasta qué punto puede afirmarse la existencia de relaciones
sociales históricamente necesarias, y hasta dónde puede negarse tal presunción?
¿Cuál es la relación entre la autonomía operacional de cada ser humano en tanto ser
vivo y los límites a su libertad de pensamiento, acción y juicio, impuestos por esa
misma condición en tanto ser social? Marx, Durkheim, Weber respondieron estos
interrogantes mediante la invención de nuevas perspectivas –al decir de Giddens– en
un amplio sentido metodológico; esa es una poderosa razón por la cual nuestra propia
reflexión se nutre con sus contribuciones, mucho más trascendentes que las diferencias
teóricas que ellos mismos mantuvieron entre sí.
Frente a este panorama, es preciso advertir que las respuestas posibles a los
interrogantes contemporáneos sobre teoría aplicable al organizar en el dominio público
no son unívocas ni taxativas. No hay ninguna duda acerca de que al interior de la
sociología, una vez establecido el canon y legitimado el campo disciplinar en el ámbito
académico, siguieron las inevitables disputas por la preeminencia epistemológica y
metodológica. Por ello, no se intentará aquí una impracticable síntesis de teorías y
perspectivas sino, en todo caso, plantear los términos de la cuestión que pueden
considerarse supuestos respecto de la vida social y sus estructuras y procesos
característicos, o formas organizadas, y acerca de los cuales habría relativo consenso.
A saber:
• Los humanos somos seres sociales y nuestra vida en sociedad es vida
organizada. La experiencia inmediata de la vida en sociedad permitió a muchos
asumir que las organizaciones cumplen una función mediadora, instrumental, a
los fines de la vida social (incluye la presunción de que tales fines sean asumidos
por un grupo o clase social como si fuera de la sociedad toda). Sin embargo,
atribuirles un carácter primordialmente instrumental y mediador, bajo la premisa
de que las organizaciones son producto de la inteligencia y recursos para
alcanzar fines preconcebidos, puede ser tanto una declaración de lo obvio cuanto
una superstición.
• La preferencia por la vida organizada podría estar genéticamente determinada
antes que culturalmente condicionada. Es admisible pensar que nuestra
sociabilidad derive de los ancestros que hayan superado los escollos y peligros
de la edad primera de la humanidad gracias a haber desarrollado una tendencia
genética hacia la vida en organizaciones (Wilson, en Kaufman, [1991], p. 39).
Mientras unos suponen que la vida es previa a la modalidad de vivir
organizadamente y que esto sigue a la supervivencia como un interés, otros
alegan que la sociedad no antecede ni sucede al vivir organizadamente sino que
vida social y organizar se realizan en una dinámica temporal coconstituyente.
• Los humanos aprendimos a vivir organizadamente, en tribus, grupos, familias y
progresivas formas asociativas, antes de pensar lógicamente o diseñar
organizaciones en forma deliberada. Luego, aunque las organizaciones hayan
tenido y tengan carácter instrumental y hayan sido y sean creadas a partir de
propósitos entendidos como tales, es posible pensar que la vida social sería
producto de la radical humanidad tanto como la humanidad lo sería de nuestra
radical sociabilidad (Hayek, en Kaufman, 40), puesto que ambos modos serían
despliegues de una misma disposición simultáneamente natural e históricamente
construida.
• Son atributos idiosincráticos de los seres humanos la conciencia del tiempo y el
espacio, y el convivir en el lenguaje (Maturana [1995], [1996]; Luhmann [1990],
[2007]). Esta identidad incluye la conciencia de la finitud, la muerte y la
inconclusión de la vida personal –el tiempo bios– junto con la conciencia de la
perdurabilidad de la vida genérica y colectiva, o tiempo kairós. No se ha hallado –
y se duda de que exista– alguna cultura humana sin lenguaje, sin conciencia del
tiempo y sin música (o apreciación, conocimiento y juicio estético en general).
• Asociado al supuesto anterior, pero con un carácter más tentativo, es posible
atribuir a toda sociedad humana alguna forma de conciencia del mundo como
limitado, de manera tal que ni la sensibilidad ni la razón por sí solas serían
eficaces para trascender sus límites. En esta perspectiva se hermanan la intuición
de lo incognoscible con lo inaccesible, como cercanía de lo secreto con lo
sagrado, asociados implícitamente en las prácticas organizacionales y sociales en
general.
Los problemas del mundo organizacional incitan a procurar soluciones supuestamente
no teóricas sino prácticas, pero la experiencia enseña que, en su procura, es preciso
enfrentar dilemas y paradojas inevitablemente filosóficos. ¿Qué es una buena
institución social, una buena organización, una buena práctica social? ¿Es posible
saber y responder en forma inmediata si las personas pueden ser libres, justas y
dichosas en el interior de una organización? ¿No estarán acaso la jerarquía y la
obediencia, eventualmente, en las antípodas de la libertad y la justicia?
¿Cómo se relacionan autoridad, jerarquía, libertad, autonomía y eficiencia? ¿Habrá
respuestas para estas cuestiones, desde una perspectiva sociológica?
Se debe a Durkheim la idea de que los humanos somos, voluntaria o
involuntariamente, animales que comparan (Sartori [1991]). Esto es, que el
pensamiento conjetural se organiza vía distinción, contraste, comparación. De hecho,
distinguir es la primera operación epistemológica, y todo lo que distinguimos y acerca
de lo cual declaramos algo, es una forma. Sartori sugiere que la comparación metódica
ayuda a controlar el alcance de las generalizaciones; esto es, ayuda a ponderar la
congruencia de una especulación teórica con la experiencia de un fenómeno
interpretado, para que esa misma conjetura se eleve a la condición de teoría
contestable del fenómeno en cuestión, por su capacidad interpretativa y explicativa del
mismo. A su turno, según esta presunción, la acción y efecto de comparar presupone
un “universal lógico” común a todas las entidades de un universo de comparación dado
(p. ej., formas de sociedad, clases sociales, sistemas de producción o intercambio,
estructuras y procesos, formas de gobierno, formas de organización). La forma, modo o
configuración es el concepto que satisface esta condición. La forma primera de la cual
se ocupa nuestra materia, y que de alguna manera define las coordenadas de lo que se
denomina –quizás en el límite de la redundancia– sociología de la organización, es la
burocracia, que fue analizada y criticada originalmente por Weber y acerca de la cual
se trata más adelante113.
El recurso a los “tipos ideales” en Weber –ideales en tanto existen en el plano de las
ideas, sin el sentido subjetivo de encomiables– o las formaciones históricas en Marx,
dan razón del abordaje comparativo histórico, el cual parangona casos (definidos como
formas de organización social) para explicar la génesis de diversas ocurrencias
históricas, poniendo en juego fuerzas y bases materiales con fuerzas y bases
simbólicas e ideológicas114. Recurrir a la validación empírica para controlar hipótesis,
en Durkheim, es otra vía metódica abierta por la indagación sociológica. Naturalmente,
ambas orientaciones metodológicas son referenciales de una pluralidad de opciones,
tanto de corte positivista como de orientación constructiva (para ponerlo en términos de
oposiciones polares, reiterando que no son las únicas posibles). La etimología nos
recuerda que las voces griegas que se unieron originalmente en método significaron
“camino para llegar más allá”. Con el fin de ilustrar metafóricamente el argumento,
podemos decir que, en un sentido prosaico, los caminos practicables están
previamente señalizados y ello permite distinguir y utilizar el punto de partida adecuado,
el trayecto y la llegada prevista; en un sentido poético, en cambio, “se hace camino al
andar”, de modo tal que punto de partida y de llegada serían puntos de su propio
trayecto. Así, toda indagación es metódica en estricto sentido, más allá de la dimensión
y orientación que prime, total o parcialmente, en su desarrollo. Luego, dispuestas en un
continuo imaginario con términos claramente opuestos, las indagaciones sociológicas
pueden considerar su objeto desde una perspectiva lógico-formal o histórica, ideal-
normativa o empírica, instrumental o valorativa, estructural-funcional o pragmático-
constructiva, cualitativa o cuantitativa, entre otras posibilidades y entrecruzamientos.
Los abordajes de cuño positivista y determinista suelen sacrificar en aras del método,
y por la supuesta seguridad que brinda a quien se acoge al amparo de sus
procedimientos, conocimientos tanto o más significativos que los que deja en pie la
validación empírica que el propio método garantiza. A su turno, los abordajes en clave
constructiva pueden generar conocimientos más amplios y sugerentes que aquellos,
pero con cargo a la indeterminación relativa de mundos significados (por multiverso, en
oposición a la noción de universo), en los que cabe la experiencia de paradojas y
ambigüedades que, hasta cierto punto, tornan inmateriales las garantías de una
eventual autoridad epistémica (o del conocimiento exacto, en tanto saber constituido
metodo lógicamente) y apelan, antes que a dicha autoridad, a los términos y garantías
de la conversación entre involucrados en una comunidad de investigadores.
3. Especificidad del organizar en el dominio público: burocracia,
poder, jerarquía y liderazgo
Llamamos organizaciones a las dinámicas distinguibles en la interacción entre
personas de alguna forma vinculadas y obligadas entre sí (por consenso, contrato,
afiliación, afecto, etc.), quienes en tal proceso de estructuración adoptan y siguen
reglas y persuasiones para la acción en común, que respetan o procuran respetar y, en
definitiva, llevan a que su conducta sea reconocida en esos términos, incluyendo la
relación con otras personas y su medio ambiente. Y puede definirse como público el
dominio de estructuración de dinámicas sociales en las cuales las prácticas de sus
constituyentes se refieren a asuntos que conciernen a todos (o afectan directa o
indirectamente a todos), para resolver problemas o situaciones insatisfactorias en
nombre o a cuenta de todos, movilizando recursos que de alguna manera y proporción
aportan todos (Harmon [1999]). Estas definiciones corresponden a un marco teórico (en
este caso, constructivista), y no describen ninguna realidad objetiva más que la de su
propia declaración. En particular, la definición de organización sigue a Karl Weick, para
quien el organizar (verbo antes que objeto) es una gramática (o sistema de reglas)
validada por consenso para reducir la “equivocalidad” por medio de comportamientos
sensibles entrelazados (Harmon [1999]). Esta definición es una interpretación del
fenómeno, no menos valiosa que otras que pretendan contestarla.
Retomando el señalamiento anterior, debe señalarse que aquellas presunciones que
animan a los involucrados cristalizan en valores que una organización transmite a sus
miembros y que estos asumen o respetan, de modo consciente e inconsciente, explícito
e implícito. Muchas veces agrupados como actores (unidades, grupos, programas,
departamentos) con objetivos y tareas distintos, sus miembros procuran dominar
espacios compartidos mediante estrategias diseñadas en función de su capacidad de
control de los recursos e influencia en los procesos de toma de decisiones, más que en
su adecuación persistente al logro de los objetivos organizacionales (Carles [1999]).
El supuesto implica que donde hay personas hay intereses, y donde hay intereses hay
poder en juego, porque la asimetría es inherente al acceso y/o control de determinadas
fuentes de recursos materiales y/o simbólicos. En este punto coincidirían Marx y
Weber, por ejemplo, quienes concebían que los intereses materiales e ideales, antes
que las “puras ideas”, dominaban (como operaciones aplicadas a orientar y controlar)
las acciones de los hombres. No obstante, quizás Weber iluminó con mayor alcance el
efecto de las “imágenes” –o representaciones mentales del mundo, creadas por ideas–
sobre la acción social, definiendo frecuentemente “los raíles en que la acción se ve
empujada por la dinámica de los intereses” (Weber, en Löwith [2007]).
Podemos abordar, entonces, la noción de poder, definiéndola –a partir de Weber– con
relación a las formas de dominación o constitución de la acción social y su orientación
hacia propósitos y finalidades. En la relación entre personas, la dominación podría
ejercerse tanto en virtud de una constelación de intereses materiales o por el ejercicio
de una autoridad (poder de mando y deber de obediencia); es el vínculo por el cual una
o más personas logran que otra u otras obedezcan y queden sujetas a sus órdenes,
conforme a principios y reglas de acción mutuamente aceptados como tales, con
prescindencia de motivos o capacidades particulares para obedecer o dar órdenes. En
suma, es la capacidad, aptitud y habilidad para determinar la conducta de otros.
Según Weber (1993), “el poder es la probabilidad de que un actor dentro de un
sistema social esté en posición de realizar su propio deseo, a pesar de la resistencia de
los otros”. A las formas típicas de dominación las llamó tradicional (por la costumbre de
obedecer al padre), carismática (por la cesión de poder al líder reconocido y
consagrado por sus fieles) y racionales (propias del mundo moderno, no basadas ya en
adhesión a persona alguna sino en la estructura del mundo según la razón). La forma
que nos interesa aquí, denominada dominación legal y racional, descansa en los
siguientes supuestos:
a) Todo derecho “pactado” u “otorgado” puede ser estatuido de modo racional con
arreglo a fines, valores o ambos, con la pretensión de ser respetado por los
miembros de la organización, y también regularmente por aquellas personas que
dentro del ámbito de poder de la organización realizan acciones o establecen
relaciones sociales importantes para la organización.
b) Esta sujeción a reglas impersonales establecidas racionalmente (no por el
mero hábito, la filiación, los afectos o cualquier vector normativo) hace que la
dominación se atribuya un carácter primordialmente técnico y no moral. La
burocracia es la forma de organización que mejor satisface estas condiciones de
realización.
c) Por la vía del conocimiento técnico y la coordinación jerárquica de las
obligaciones y tareas, la administración burocrática expresa el carácter
fundamental de la acción racionalmente socializada (Weber [1993]) y por ello,
específico de la dominación. Más allá de la situación de poder condicionada por el
saber de la especialidad, la burocracia tiene la tendencia a acrecentar aún más su
poder por medio del saber de servicio: conocimiento de hechos adquiridos en
relaciones del servicio o depositado en el expediente, “la forma más racional de
ejercerse una dominación” (Weber [1993]).
d) Esta forma de organización, culminación de un proceso de creciente
racionalización de las prácticas y políticas institucionales, conservó un mecanismo
articulador predicado sobre un componente secreto: la sacralidad del mando,
expresada “racionalmente” en la Jerarquía como mecanismo coordinador (hieros-
archos: sagrado mando).
Según Talcott Parsons, el concepto de poder “se usa para referirse a la capacidad de
una persona o grupo, para imponer de forma recurrente su voluntad sobre otros”. Petit
(1984) sugiere que, aparte del orden técnico, “poder” puede ser entendido también
como atributo personal, como relación interpersonal o intragrupal y como relación en un
contexto coactivo. Claro está que, en sentido estricto, la burocracia como forma de
organización y sistema de acción torna ociosa la distinción del poder como atributo
personal, pues todos sus atributos lo son de la estructura y los procesos
organizacionales; esto es, atributos de los cargos y los desempeños y no de las
personas que los ocupan y ejecutan responsablemente. A su turno, Robert Dahl (1976)
diferenció la coacción simple, del poder legítimo o aceptado y convalidado. Para él, hay
coacción siempre que A obliga a B a cumplir una orden o mandato enfrentándolo con
alternativas que implican sanciones o privaciones graves, mientras que se ejerce poder
legítimo toda vez que B asume que A está en su perfecto derecho a exigirle el
cumplimiento de sus órdenes, y B tiene la obligación plena de aceptarlas,
independientemente de sus íntimos deseos de actuar en un sentido u otro. Autoridad
vendría a ser, en este caso, poder o influencia legítima.
4. Formalidad e informalidad en los procesos de cambio
Puede decirse que, liderazgo, implica una capacidad, formalizada o no, para redefinir
la experiencia de otros; esto es, para ejercer el poder. Toda autoridad ejerce liderazgo
por default o fracasa en el mando. Pero no todo líder o dirigente decisivo, a la hora de
influir en la conducta ajena, ejerce una autoridad formal. El dirigente autoritario impone
una visión de la realidad a sus subordinados, que estos hacen propia (es decir real, a
sus efectos prácticos) mientras que el líder democrático permite que la definición se
desarrolle incluyendo el punto de vista de los otros, por lo cual su influencia es más sutil
y simbólica.
La autoridad formal es un poder legitimado, respetado y reconocido. En las
organizaciones públicas, la forma de poder más evidente es la autoridad formal de tipo
burocrática, asociada a la estructura de cargos y desempeños esperados, o posición.
Pero el poder también se manifiesta, como recuerda Morgan (1990) en las relaciones
asimétricas entre actores, donde la asimetría resulta determinada por el acceso al
control de las fuentes de poder.
La capacidad y habilidad para ejercer control sobre los recursos es una fuente
importante de poder, tanto en el interior de una organización como en las relaciones
interorganizacionales; especialmente cuando el recurso es escaso y alguien depende
de su disponibilidad. Para sobrevivir, las organizaciones dependen de un flujo
adecuado de recursos (dinero, materiales, tecnología, personal y apoyo de sus clientes,
proveedores y comunidad en general).
La novedad que consagró en Occidente y legó al mundo el proceso de racionalización
y desarrollo del capitalismo como sistema regulador de la vida social, en todos sus
órdenes (producción, educación, circulación de bienes y personas, etc.), aunado a la
consolidación progresiva del estado de derecho moderno o burgués –según se
prefiera– y la forma republicana de ordenamiento político, fundado en el reconocimiento
extenso de la libertad, la igualdad y la solidaridad de todos sus sujetos, fue la
expansión y preeminencia de la forma burocrática por sobre cualquier otra forma de
organización, debida a su superioridad técnica (Weber [1993])115.
La burocracia fue la forma que mejor se adecuó a la moderna división del trabajo por
funciones especializadas (por capacidades y competencias técnicas) y la resolución de
conflictos “sin acepción de personas”, según reglas previsibles (en general,
establecidas formalmente, por escrito). Ello significó que se verificara, por vez primera,
una dominación impersonal, por estructura, en donde la organización per se cumplía la
condición que otrora correspondió a una persona concreta (p. ej., padre, señor, príncipe
soberano, líder). De aquí la insistente apelación a que la estructura de una organización
–que es una dinámica de estructuración o formalización– es una forma o instrumento
de poder político.
En su contexto, las normas y los reglamentos son frecuentemente creados, invocados
y usados como expresión de un juego de poderes. Dan poder potencial a los
controladores tanto como a los controlados. La habilidad de usar las normas en
provecho propio es una importante fuente del poder organizacional, y define un terreno
discutido que siempre se negocia, preserva o cambia. Sin dudas, otra forma de poder
se asienta sobre el control del conocimiento e información, que posibilita influir
sistemáticamente en la definición de las situaciones y crear modelos de dependencia,
además de permitir el ejercicio del control. La tecnología suele, en la práctica, usarse
para incrementar el poder central (aunque teóricamente posibilita descentralizar el
control). Es posible descentralizar actividades y a la par centralizar el control de la
actuación. La organización burocrática reclama la exaltación del mérito fundado en
conocimiento; el “experto” (Morgan [1990], p. 156) suele gozar y eventualmente abusar
de un aura de autoridad y poder. El propio Weber había advertido que la dominación,
en el sentido técnico que daba al vocablo, “se manifiesta del modo más preciso
mediante la autojustificación que apela a principios de legitimidad” (1993). Esta leyenda
del grupo privilegiado –como ironizó Weber– destaca la autorreferencia del poder,
independientemente de que se pueda discutir, en un contexto ampliado, que ninguna
práctica se agota en su sentido técnico o “material”, como si pudiera abstraerse de la
intención y el juicio moral que cabe a toda actividad humana.
La introducción de un cambio tecnológico modifica la distribución del poder a favor de
un grupo o unidad y en detrimento de otro. La creación de un bloque de poder rival a
otro instituido, como estrategia de “poder compensador” proporciona una manera de
influir en las organizaciones, allí donde no se es parte de la estructura de poder
establecida. Un ejemplo de contraorganización podría ser la creación de un sindicato,
grupo de presión, movimiento social, etc. Es una manera de equilibrar las relaciones de
poder.
Frente a situaciones de cambio, uno de los grandes desafíos que afrontan las
organizaciones es comunicarse todo lo necesario con sus agentes y/o funcionarios. Los
temores que genera el cambio provienen de las zonas de incerteza que surgen ante
todo escenario de transformación o transición. Por ello, es importante señalar que
cuando en esas situaciones la organización “no habla”, en realidad “habla de otra
manera”, y el proceso de cambio se convierte en un proceso “autointerpretativo” por
parte de las personas, en vez de “comunicativo” por parte de la organización, lo cual
desequilibra la relación de fuerzas a favor de las personas o grupos que obran en
consecuencia a partir de sus autointerpretaciones. Asegurar que las incertidumbres
continúen o parezcan más inciertas de lo que son, también es un modo de preservar la
base del poder. Debemos tener presente, adicionalmente, que los seres humanos
“decidimos, la mayor parte de las veces, no según la regla del autointerés, sino según
como cada uno” percibe aquello “con lo que nos identificamos y a lo cual somos leales”
(Simon [1998]).
Todas las organizaciones tienen redes informales en las que la gente interactúa para
solucionar ciertas necesidades sociales, entre ellas, la de estar informada. Los líderes
de estos grupos informales pueden ser tan poderosos e influyentes como cualquier
norma, reglamentación o jefe. Enfrentar la incertidumbre implica una capacidad para
tratar con las ambigüedades de las personas o el entorno. Para Morgan, habría dos
tipos básicos de incertidumbre ([1990], p. 158):
• Del entorno: facilita que adquieran poder aquellas personas o grupos con
contactos estratégicos o con habilidad para encargarse de los problemas y
minimizar sus efectos. El grado de poder de esas personas o grupos dependerá
de la facilidad que puedan tener otros para establecer esos mismos contactos o
desarrollar esas habilidades, y por ende, reemplazarlos.
• Operacional: facilita que adquieran poder aquellos con las habilidades y técnicas
requeridas para restaurar la operación normal de la organización. El grado de
poder depende aquí de la centralidad de su destreza técnica para restaurar las
operaciones de la organización como un todo conjunto.
La presencia de algún signo de modificación en las relaciones de poder en el interior
de la organización y su vinculación con el entorno nos hablan de un cambio. Y si se
acepta que donde hay personas hay intereses y hay poder, pero también “significados,
comprensión y sentidos compartidos”, es inevitable pensar que la cultura es un factor
decisivo para el cambio. No hay cambio sin autonomía relativa para ejercer un poder,
pero tampoco hay cambio sin cultura.
5. Acción y comportamiento: la cultura organizacional
Para apreciar la importancia de la perspectiva cultural en la comprensión de las
estructuras y procesos organizacionales, es menester destacar que el comportamiento
humano es primeramente comprendido en los términos subjetivos que los agentes le
asignan. La idea de comportamiento como un movimiento puramente sensible y
observable es restrictiva, pues excluye el dominio subjetivo de la experiencia del agente
y el observador (que puede ser el mismo). Weber había definido la acción como
comportamiento más (énfasis en la adición) el significado subjetivo del agente. Sin
embargo, también es posible considerar que ambos términos no estén apenas
relacionados sino que la acción misma sea constitutiva de los significados y motivos de
las personas, tanto como constitutiva del pensamiento y el juicio, tal como lo sugieren
las teorías constructivas y unitarias del pensar, actuar y valorar. Este es el sentido en
que se comprende mejor el señalamiento de Giddens (1984), para quien “la producción
y reproducción de la sociedad debe así ser tratada como un desempeño habilidoso de
parte de sus miembros, y no meramente como una serie mecánica de procesos”.
Este olvido suele generar la reificación del mundo como problema técnico y dilema
moral.
Olvidamos que el mundo en que vivimos como vivimos es creado socialmente y, con
ello, tendemos a pensar que tiene existencia natural e independiente de nuestra propia
experiencia. Michael Harmon (1995) llama a esta transferencia falacia de la
materialidad desubicada, pues “objetiva aquello que es subjetivo” y trata a los
productos de la actividad humana como si fueran hechos de la naturaleza, leyes
cósmicas o frutos de una voluntad sobrehumana. Así, lo creado (p. ej., una
organización) se torna no humano y, de allí, inhumano. El “hombre productor” –el
hacedor, o poeta– desaparece para su propia conciencia y es conocido solo en
términos de sus producciones; su actividad humana queda reducida a un mero
epifenómeno de estructuras y procesos no humanos. Este trastrocamiento hace posible
que una persona, aun consciente de su autonomía operacional y responsabilidad
moral, llegue a considerar que, “en realidad”, no es él o ella quien elige actuar de un
modo determinado –pese a que lo hace y sabe que lo hace– sino que quien elige es su
función y posición en la jerarquía de la organización (o, si se quiere, del mundo), aun
cuando ese intento por animar al rol y desanimar a la persona que lo cumple resulte tan
vano como grotesco. La reificación (“cosificación”) es una modalidad de la conciencia
plasmada en la objetivación del mundo. Aun aprehendiendo el mundo en términos
reificados, continuamos reproduciéndolo. Vía reificación, las instituciones y las
organizaciones aparecen compuestas con el mundo de la naturaleza, en donde se
tornan necesidad y destino inexorable. Por ello, Berger y Luckmann destacaron que el
ser humano es paradójicamente capaz de producir una realidad que lo niega. Esta
declaración sigue a la crítica de Max Weber, quien sugirió los mecanismos por los
cuales la organización burocrática habría de ser tanto más perfecta cuanto más se
deshumanizara, y lograse alcanzar –para su plena realización estructural– las
“peculiaridades específicas que le son contadas como virtudes: la eliminación del amor,
del odio y de todos los elementos sensibles puramente personales, de todos los
elementos irracionales que se sustraen al cálculo” (Weber [1993]; el destacado no es
del original). De esta redescripción teórica del fenómeno burocrático queda muy en
claro que Weber abre paso a la comprensión necesaria para trascenderlo, por su
radical inhumanidad expresada como antihumanidad, e insta a restaurar la humanidad
de los agentes en sentido pleno, donde la razonabilidad no prescinda de emociones y
aun de la falta de razones.
La experiencia de la vida organizacional se realiza en coordenadas específicas de
tiempo y lugar; ello implica tanto la extensión como la intención, el lenguaje, las reglas
operacionales y los valores en vigencia. A su turno, la interrelación de estos
componentes supone también su propia historia de cambios y su proyección. No se
distinguen organizaciones en abstracto sino en determinados momento y ubicación;
esta especificación de la experiencia de la vida organizacional, o de la vida social en
general, se realiza así culturalmente. Toda organización se reconoce a sí misma y es
reconocida por los demás en estas condiciones. Su dominio opera en simultáneo en la
extensión (dimensión espacial, territorial: corresponde a los recursos materiales que
estructura y procesa) y la intención (su despliegue en el tiempo: corresponde al alcance
de los propósitos, más o menos explícitos, y los valores idiosincráticos que preserva,
moviliza, modifica y lega). Así como el entrecruzamiento de territorios y legados define
la identidad de una persona, hace lo propio con los colectivos que las personas
constituyen, y le damos el mismo nombre: cultura.
En la tradición real-positivista se suele distinguir entre una dimensión material de la
cultura y otra simbólica. Así, en esta acepción se entiende cultura como dotación de
bienes inmateriales que igualmente se poseen o atesoran –y, en consecuencia, pueden
utilizarse, conservarse o desecharse– tales como el lenguaje, los usos y costumbres,
los ritos, valores, normas y premisas básicas de la convivencia, que operan como
delimitadores del comportamiento regular, normal y aceptable. En esta condición,
normas, costumbres, mitos, ideologías, símbolos, creencias largamente sostenidas,
brindan y refuerzan el sentido de identidad y pertenencia a la organización, tanto como
definen los términos de la participación y la contribución de sus integrantes (Schein
[1988]).
En clave constructiva, cultura no es un conjunto conmensurable de cosas tangibles o
intangibles (bienes) ni un legado sino una práctica idiosincrática, un modo identificativo
de pensar, actuar y valorar, sostenido en una red de conversaciones en la cual dicha
identidad reconoce su propia génesis, estructuración y orientaciones posibles (o
destinos deseables, si se acepta la metáfora). Naturalmente, se lo considere de un
modo u otro, la cultura de la organización es un constituyente y no un agregado
opcional, una especie de personalidad particular que se expresa en las formas también
particulares de vincularse. Todas las organizaciones son susceptibles de ser
distinguidas en función de sus parámetros culturales, aun cuando resulten –por su
naturaleza dinámica– complejas para definir (Carles [1999]).
De la misma manera que podemos definir la cultura organizacional como un
fenómeno emergente constitutivo de la organización, esencialmente interno –una
especie de personalidad particular de cada colectivo de acción–, las personas integran
e influyen en una organización que, recíprocamente, hace lo propio sobre ellas según
su cultura, la cual incluye la visión del mundo que adoptó y desarrolló en su proceso de
socialización.
En efecto, la identificación y visión compartida desde la pertenencia a un colectivo
social, expresada en la forma de interpretar y conversar al interior de una organización
–esto es, construir la realidad de la organización– constituye una visión
socioburocrática116, en tanto modo de interdependencia o conversación con otras
visiones del sistema social bajo las formas de apreciación y valoración burocráticas.
La visión socioburocrática es un fenómeno interno –en tanto se plasma en las
decisiones de los actores institucionales–, pero a la vez externo a la organización
burocrática, pues comprende también el proceso de socialización de las personas y su
pertenencia a determinados colectivos sociales. No se traduce en normas ni se expresa
en forma manifiesta, y no necesariamente coincide con los supuestos implícitos de la
organización. Más bien, se expresa a través de maneras, compartidas o no, de percibir,
apreciar, interpretar e influir en la organización. Las nociones y la práctica de cultura
organizacional y visión socioburocrática son interdependientes en su propia dinámica
constitutiva.
Por ello, así como distinguimos una organización burocrática de otra no
burocrática117, por sus formas de estructuración, también es posible distinguirlas por
sus formas de apreciación y valoración. La organización burocrática presupone la
cultura y la mentalidad burocráticas; constituye un modo de interpretar, construir y
valorar la realidad social en la que se ha constituido históricamente, y de expresarse
también respecto de otras estructuraciones o interpretaciones del sistema social. Y esto
obedece a que no hay forma libre de formas (toda forma es una escisión, define sus
límites y su diferencia específica), por lo cual no hay palabra libre de palabras, teoría
libre de teorías, ni cultura libre de culturas. Una organización, una cultura
organizacional, es y se realiza también en los límites que fija al dominio o campo de
acción de las personas o grupos que la reproducen constituyéndola.
6. Responsabilidad, funciones y disfunciones organizacionales
La falta de consenso interno respecto de cuáles deben o deberían ser los enfoques y
orientaciones de política organizacional puede resultar en decisiones disfuncionales,
discontinuas e inarticuladas, lo cual atenta contra una gestión responsable. No se
puede desconocer la existencia de actores intraorganizativos (unidades, grupos,
programas e individuos) con objetivos muy distintos (a partir de sus visiones
socioburocráticas), que luchan por dominar espacios compartidos mediante estrategias
diseñadas en función de su capacidad de control de los recursos e influencia en los
procesos de toma de decisiones, más que en su adecuación persistente al logro de los
objetivos organizacionales (Carles [1999]).
Muchas veces, el control de los recursos deriva en su directa apropiación. Estamos
frente a lo que Weber denomina como visión patrimonial de la gestión, según la cual se
gestiona como si se tratase de “un derecho propio[...] en la esfera del libre arbitrio y de
la gracia”, donde “determinados poderes de mando y sus correspondientes beneficios
económicos, son apropiados por el cuadro administrativo” (Weber [1993], p. 13).
Si la desarticulación se perpetúa en el tiempo, estamos en presencia de otro
fenómeno que podemos denominar “fractura institucional”. Es la falta de acuerdo de los
actores de política intervinientes, que no logran arribar, o fracasan sistemáticamente al
intentar establecer estrategias de abordaje y resolución consensuadas; es decir,
compartidas por los demás agentes, de modo consistente con los objetivos y criterios
institucionales, independientemente de la estrategia o resolución que se adopte y sin
tener en cuenta quién sea el actor institucional que la proponga. Este fenómeno que
damos en llamar fractura institucional “aborta las funciones productivas y provoca un
desplazamiento de los fines organizacionales”, cuando no “lleva a la pérdida de
motivación y por consiguiente, la alienación de sus integrantes” (Etkin [1993]).
Los acuerdos de política resultarían importantes a fin de lograr acciones coordinadas
y evitar también otro tipo de comportamiento disfuncional: la negligencia institucional.
Se entiende por negligencia la omisión deliberada de lo que por roles asignados debe
hacerse, como una falta u olvido del desempeño exigible a un profesional en el
descargo de sus responsabilidades y su actividad institucional. En el ámbito de las
organizaciones, la “negligencia institucional” podría definirse o manifestarse como un
“no actuar” de un determinado actor organizativo, que simplemente omite intervenir
deliberadamente (cuando por su rol institucional le correspondería hacerlo). Podríamos
acudir aquí al término responsabilización bajo el concepto de responsabilidad: “se es
responsable ante alguien por algo”, pero también este “ser responsable” resulta de un
reconocimiento y consentimiento, implícito o explícito, de una agencia y una obligación.
Para que esa responsabilización sea completa, la asignación debe corresponderse con
la capacidad, competencia y recursos necesarios para producir los resultados
deseados y cumplir con las metas (Hintze [2000], p. 9).
En este punto conviene distinguir las formas y alcances de las reglas de una decisión
en sentido organizacional (Harmon [1999]). En la tradición burocrática, la jerarquía
facilita la constitución de significados institucionales mediante los cuales el ejercicio de
la dominación legal-racional o instrumental aparece como dado y sin contraste. Junto
con otras prácticas propias del modelo burocrático, la jerarquía promueve el ejercicio
racional y eficiente del control (léase: responsable) por parte de los jefes, opacando las
relaciones de poder inherentes a las estructuras jerárquicas y los productos derivados
de dichas relaciones. Así definida, la jerarquía es una de las 5 “reglas de decisión” que
pueden operar las relaciones de autoridad en una organización, y por ende,
estructurarlas. Las otras cuatro serían:
• el voto o regla para tomar decisiones de acuerdo con la opinión de una mayoría,
absoluta o relativa;
• la contratación, o regla por la cual las partes acuerdan y se obligan
recíprocamente por una decisión, que se convierte así en vinculante;
• el regateo y la negociación, en la que las partes o los involucrados comercian y
transan entre sí, directamente o a través de algún medio impersonal de
intercambio, según los lineamientos del mercado, hasta arribar a decisiones no
coercitivas, y
• el consenso, o regla que sintetiza los puntos de vista y preferencias diferentes
en una fórmula en común, para arribar a una decisión unánime, mutuamente
aceptable (o al menos tolerable) y en la que estén atendidos los intereses de
todos.
En este mismo sentido, importa también considerar las formas de la responsabilidad
(Harmon [1995]) a las que antes se aludía. Michael Harmon es muy preciso al
distinguir, en el acto y efecto de la responsabilización, tres dimensiones específicas:
• Agencia: noción que remite a la idea de que, por nuestra irrevocable libertad de
voluntad y propósito, somos –en palabras de Sartre– autores incontestables de
nuestros propios actos.
• Responsabilidad (accountability): referida a la idea de que debemos responder
por nuestros actos ante una autoridad superior, usualmente institucionalizada.
• Obligación: sentido por el que asumimos que la acción moral está determinada
por su correspondencia con principios, estándares y normas (valores) que
emanan o derivan de fuente externa al agente.
No todas las teorías de organización se hacen cargo por igual de estas dimensiones
ni de las diversas formas con que el actuar, pensar y valorar la gestión pública, en un
contexto organizacional, se tensa entre sus extremos. La tensión paradójica que se
genera en el entrelazamiento de estas dimensiones no puede ser comprendida, ni
mucho menos resuelta, por las previsiones genéricas de una teoría puramente lógico-
formal de corte racional-legal.
Eso hace que en una organización típicamente burocrática, como son la mayoría de
las organizaciones públicas hoy en día, suele ser difícil resolver el conflicto que por lo
común se presenta en el cumplimiento formal de tareas asignadas como cumplimiento
del deber, por ejemplo, cuando el agente percibe que su sentido del deber (en sentido
republicano y cívico) lo obligaría a desobedecer ciertas órdenes, aun emanadas de una
autoridad superior, y no realizar la tarea, o hacerla de modo diferente al predeterminado
en la instrucción recibida. Esto es solo una ilustración, pero el dilema subsiste. Por ello,
se han levantado distintas contestaciones al modelo burocrático y la lógica formal
racionalista para desarrollar la gestión republicana, así como se ha propuesto también
una concepción constructiva y unitaria del hacer, pensar y valorar la cosa pública, en
que las paradojas e incertidumbres a las cuales nos enfrentan cotidianamente los
rigores de la vida social puedan ser consideradas constitutivamente.
7. La dimensión “res-publicana” en la gestión pública
La óptica de análisis es la organización de lo público y las teorías que lo sustentan.
Toda declaración es siempre la predicación de una forma. Decir gobierno y
administración pública es hablar de sus formas, y la presunción de que la forma es un
universal lógico de sentido y vinculación de todas sus expresiones está entre los
presupuestos de este primer abordaje de la cuestión. La ortodoxia de la administración
pública, en su versión clásica, afirmó que una de las formas primordiales que le dan
sustento es la ciencia.
Anticipando en cien años la compulsiva obstinación de Taylor, Bonnin trató a la
Administración Pública como ciencia en lo atinente a la teoría y los principios
productores de las cosas administrativas, como arte en cuanto a la aplicación de tales
principios y la ejecución de las leyes, y como institución política en lo que respecta al
sistema de autoridades ejecutivas o ejercicio del poder. Luego, ciencia, arte e
institución política conformaron la tríada fundacional del primer sistema completo de las
ciencias administrativas, pues así como el proceso de secularización y racionalización
había facilitado fórmulas para la administración de Justicia, tanto como la proliferación
de máximas para la organización del gobierno, Bonnin consideró que también habría
que proveer de reglas y principios ordenadores a la propia Administración.
Ya en el siglo XX, quizás a partir de las lecciones que dejaron las experiencias
totalitarias en Europa, algunos autores reclamaron un compromiso mayor y explícito
con el carácter público (es decir: político) de la administración y los valores
republicanos y democráticos ¿No estarán acaso la jerarquía y la obediencia,
eventualmente, en las antípodas de la libertad y la justicia? El sentido del interés
público, “lo que hace pública a la AP” –en el decir de Dwight Waldo– “son los valores
derivados de la teoría política de la democracia”. Dahl se asoció a Waldo para
cuestionar la creencia –entonces preeminente– de que una ciencia de la administración
era posible y deseable a la vez, dado que no era posible ni deseable excluir de la
gestión pública las muy complejas y dificultosas “consideraciones normativas”. Esto es,
que los problemas de hecho y de valor, los dilemas empíricos y las preocupaciones
morales, en la práctica, son inseparables de la administración pública, quiéralo o no la
teoría que la auspicie.
Los sistemas políticos no son sistemas determinados estructuralmente: son hechura
humana y, por lo tanto, hechos de determinación e indeterminación, ensayo y error,
certidumbre e incertidumbre, intereses y olvidos, materiales y símbolos, inclinaciones,
memorias e ilusión.
Los abordajes postradicionales, constructivos, presuponen que la ética no es una
iluminación de la práctica sino práctica ella misma, saber y método autorreflexivo. Una
república democrática, desde esta perspectiva, tiene el presupuesto ético (que es
hábito y morada del practicante: tiempo y lugar del ciudadano) del pluralismo
epistémico y la carga axiológica por igual. Una república democrática es una invitación
antes que un programa; su capacidad para interpretar el fenómeno político y normar la
legitimidad de la acción política no se resuelve por la ciencia mejor que por el deseo y
la imaginación.
Respetuosa y responsablemente, creemos –aceptando que el creer es una operación
no científica, sin la cual la ciencia no habría progresado– que convendría repensar, si
no abandonar por completo, la pretensión de una “ciencia del gobierno y la
administración pública”. Como forma de la humana disposición a convivir en armonía y
paz, reconociendo el complejo entrelazado del tejido social, fruto de las condiciones,
intereses y deseos encontrados, la clase de convivencia social específicamente
“cosapublicana”, nunca está exenta de error, frustraciones, conflictos, olvidos y
esperanza.
Una teoría integradora del pensar, el actuar y el valorar la cosa pública supone la
multiplicidad de voces y duraciones, individuales y colectivas, que la realizan como
conversación y le otorgan sentido. En su marco es posible reflexionar acerca de la idea
de ciencia unida a la de gobierno y administración, pues obliga a preguntarse por la
legitimidad de tal autoridad, del poder fundado en semejante capacidad, y aun su
utilidad, en relación con las formas del convivir y sus términos, eventualmente
multidimensionales, complejos, paradójicos, imprecisos. Esto es, abogar por una teoría
genuinamente republicana, “res-publicana”, “cosapublicana”118.
8. Resumen
Hemos visto a lo largo del presente capítulo que el hombre es un ser social, no solo
por la relación necesaria (no contingente u opcional) con sus semejantes sino también
por la forma en que organiza su convivir.
Ese “organizar” (o forma de formas) ha sido teorizado desde distintas perspectivas
hasta dar surgimiento a una disciplina científica y a un campo de estudio propios, esto
es, la Sociología.
Dentro de esta disciplina, nos interesa en particular, el campo de estudio de las
organizaciones, especialmente aquellas que tienen que ver con la vida social en el
dominio público, o “cosa pública” (res publica).
Max Weber, fue uno de los teóricos que supo construir un paradigma explicativo del
fenó-
meno social, consistente en el tiempo, que permitió describir, analizar y comprender la
dinámica interna de las organizaciones públicas. Ese paradigma puede resumirse en un
tipo de dominación jerárquica, al cual llamó legal racional, que se asienta sobre una
concepción de poder, liderazgo y autoridad formal, que queda englobado en la noción
de burocracia.
Sin embargo, sabemos que las organizaciones no solo pueden definirse en términos
instrumentales, o de relación medios y fines, sino que expresan y realizan también las
prácticas de una cultura y su interdependencia con distintas visiones del sistema social
con el cual “conversan” e “intercambian”.
Es precisamente en los momentos de cambio cuando la “personalidad” de una
organización puede transformarse, a partir del interjuego entre los distintos actores
institucionales. En estas situaciones queda más clara la asimetría en el acceso a los
recursos en función de los intereses de quienes portan visiones socioburocráticas que
no siempre coinciden con los objetivos organizacionales.
Esto puede dar lugar a comportamientos que, de mantenerse en el tiempo, pueden
convertirse en disfunciones organizacionales. En la medida en que el escenario de las
organizaciones públicas resulta cada vez más complejo, es razonable preguntarse
acerca de los límites explicativos de las teorías organizacionales de lo público. Habida
cuenta de que lo que hace pública a una organización (del gobierno y la administración
estatal de nuestra sociedad) son los valores derivados de la teoría política de la
democracia, y esto nos obliga a preguntarnos por la legitimidad de la autoridad, del
poder y la capacidad sobre la cual se funda, y aun su utilidad, en relación con las
formas del convivir y sus términos.
Una teoría integradora del pensar, el actuar y el valorar la cosa pública supone la
multiplicidad de voces y duraciones, individuales y colectivas, que la realizan como
conversación y le otorgan sentido.
Preguntas de comprensión de texto
1. ¿Cuál es la principal característica de la vida humana?
2. ¿Qué supone concebir las organizaciones como si fueran forma de formas?
3. ¿Qué se entiende por una teoría de la vida social y cuáles son sus límites
interpretativos?
4. El universo teórico podría representarse como un continuo de opciones entre
dos posiciones extremas, ¿cuáles son sus dimensiones distintivas?
5. ¿Qué descripción puede hacer usted de la sociología como disciplina científica
autónoma y de sus principales referentes teóricos?
6. ¿Qué es lo específico de una organización y qué es lo específico de lo público?
7. ¿Cómo define Weber la noción de autoridad y el poder? ¿Qué tipos de
dominación describe?
8. ¿En qué supuestos descansa el tipo de dominación legal y racional?
9. ¿Qué otras visiones sobre el poder, la coacción y la autoridad podemos
identificar?
10. ¿Cuáles son las características de la autoridad formal de tipo burocrática?
11. ¿Qué relación podríamos establecer entre los conceptos de dominación,
poder, autoridad y liderazgo?
12. ¿Cómo se expresan las relaciones de poder frente a situaciones de cambio
organizacional?
13. ¿Qué es la falacia de la materialidad desubicada y qué consecuencias
conlleva para el actuar dentro de la organización?
14. ¿Cómo podrías definir cultura, en función de las dos principales corrientes de
interpretación real-positivista y constructivista?
15. ¿Cómo podrías definir la visión socioburocrática? ¿Qué diferencias y
similitudes encuentras entre ese término y el de cultura organizacional?
16. ¿Cuáles son los fenómenos que persistiendo en el tiempo pueden llegar a
transformarse en disfunciones organizacionales? ¿Qué tipos de disfunción
puedes describir?
17. La jerarquía es una de las cinco “reglas de decisión” que pueden operar las
relaciones de autoridad en una organización, y por ende, estructurarlas. ¿Cuáles
son las otras cuatro?
18. Michael Harmon es muy preciso al distinguir, en el acto y efecto de la
responsabilización, tres dimensiones específicas. ¿Cuáles son? ¿Qué límites
explicativos presentan en el abordaje de organizaciones burocráticas?
19. ¿Qué reflexión te merece la afirmación de Dwight Waldo acerca de que “lo
que hace pública a la AP son los valores derivados de la teoría política de la
democracia”?
20. ¿Qué implicancias teóricas y prácticas abarcaría una teoría “cosapublicana”
de la AP?
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111 Debatir si la sociología es una ciencia o no excede esta reseña, mas cabe reconocer que los
argumentos en uno y otro sentido se sostienen aun sin dirimir la cuestión, la cual –valga también
acotar– algunos sociólogos consideran de suma importancia, y otros no.
112 España, en 1899; Estados Unidos, en 1890 (hubo un intento en 1875, discontinuo); Gran Bretaña,
en 1904. En Alemania, la asociación profesional fue establecida en 1909, por Weber, Tönnies, Simmel
y otros; Weber creó el primer departamento universitario de Sociología, en Munich, en 1919.
113 La eventual redundancia deriva que no hay sociedad humana no organizada –estructurada– de
alguna forma y por lo tanto, su estudio, o sociología, siempre lo será de alguna práctica asociada a una
forma de organización social, sus límites y aun su negación, trasgresiones o desviaciones.
114 Los tipos ideales (Weber) o las formaciones históricas (Marx) son, sin duda, un recurso
metodológico, pero es posible alegar que también operan como vectores normativos. Naturalmente,
adherir a uno u otro punto de vista define teorías antitéticas como fundamento de las declaraciones. El
debate de la cuestión excede el cometido de esta reseña, pero su importancia exige que sea
mencionado.
115 Literalmente, burocracia significa poder (del griego kratos) de las oficinas o despachos (del francés
bureau).
116 Concepto teórico desarrollado en “La articulación institucional de las Políticas de Infancia y el
Sistema de Protección Integral de la Niñez: complejidades, límites y desafíos en su implementación”
(Blanco, Pablo A. [2011]).
117 Las diferencias no serían igualmente precisables, pero solo para ilustrar el punto, aclaramos que la
forma de organizar no burocrática implicaría no predeterminar la división y especialización funcional del
trabajo ni los resultados esperados; coordinar labores por vías no jerárquicas y sin sujeción a reglas
impersonales; no controlar desempeños según metas previamente autorizadas y permitir otras
indeterminaciones.
118 Desarrollado en “Por una teoría y práctica republicana del gobierno y la administración pública”, en
ECON 2011 (Schmukler, Ricardo [2011]).
CapÍtulo 7
Los modelos de gestión pública
Mario J. Krieger
Objetivos de aprendizaje
Que el lector pueda:
• Familiarizarse con distintos modelos de gestión pública:
– el modelo burocrático,
– la gestión por objetivos,
– la gestión por valores y
– el modelo de coconstrucción.
• Adquirir una visión crítica de los modelos.
• Tener una mirada integrativa y complementaria de ellos.
El modelo burocrático
En el modelo tradicional de gestión por normas y actividades o modelo jerárquico
burocrático weberiano119, el elemento central es la pirámide jurídica; se basa en la
constitución, las leyes y todo el plexo normativo derivado de ellas. La norma se
estatuye como mandato de política pública y organizacional (“misión” en el concepto
tradicional legal del término120 y funciones o competencias organizacionales). Su
grado de formalización es alto. A partir de esto se reglan las actividades a desarrollar.
Se expresa mediante el acto administrativo que, para Gordillo121, es “toda
declaración unilateral de voluntad realizada en el ejercicio de la función administrativa
que produce efectos jurídicos individuales de forma inmediata”. Su forma de decidir,
actuar y controlar es jerárquica, a través de la estructura burocrática con una
asignación vertical de roles y una división del trabajo.
El referido modelo surgió en el pensamiento weberiano como una forma de
objetividad e igualdad ante la ley, una garantía de los ciudadanos frente a posibles
arbitrariedades de los gobernantes. Nadie puede ser obligado a lo que no está
previamente normado, pues las normas establecen derechos y garantías de los
ciudadanos.
Esta cualidad del modelo tradicional ha de permanecer y las garantías deben ser
fortalecidas frente a posibles abusos de poder. Por ello, la garantía y seguridad de los
usuarios y la ciudadanía también requiere normas objetivas.
El modelo tradicional, predominante en las organizaciones públicas, puede resultar
eficaz para tratar situaciones repetitivas y programables perfectamente previstas y
normadas, pero no se adapta a contextos cambiantes. El verticalismo, la jerarquía
autoritaria, el burocratismo, el hipernormativismo son algunos de los roles
disfuncionales de este modelo en el mundo contemporáneo. Tampoco resuelven tales
problemas el neoburocratismo o modelo posburocrático centrado más en mejoras de
procesos, reingenierías o de sistemas.
Por consiguiente, la implementación de políticas públicas, las demandas de la
ciudadanía, la responsabilidad social pública, la demanda de eficiencia y eficacia y la
necesidad de auditoría y control interno, externo y social requieren que sean
complementadas con la gestión por objetivos y la gestión por valores.
Ciertamente, la vinculación con políticas públicas, objetivos estratégicos, objetivos
operativos y metas de programas y con programas presupuestarios es muy laxo e
indirecto en el modelo burocrático y no existe forma de evaluar la gestión y la
asignación de recursos a objetivos de política o demandas de la ciudadanía.
En este sentido, la administración pública debería ser la organización encargada de
canalizar las demandas sociales y ejecutar las políticas públicas. En general, cumple de
manera deficiente esta función, al no asumir el rol que en este contexto la sociedad
demanda. Esta ineficiencia, practicada durante décadas, denominada peyorativamente
“burocracia”, desvirtuó a la administración pública, al Estado y a la política. Se
desarrolla en un medio con valores administrativos tradicionales y las decisiones se
dificultan por los cánones establecidos por una normatividad rígida y obsoleta.
Ahora bien, ¿qué es lo que lleva a la administración pública a esta cultura y
comportamientos burocráticos? Es la sujeción a normas, por sobre los
comportamientos orientados a cumplir con los objetivos de las políticas públicas y
articular, canalizar, procesar y resolver demandas sociales. Es decir, la burocracia
privilegia el cumplimiento y la sujeción a normas rígidas, y lo hace por encima de los
objetivos de las políticas públicas y la búsqueda de resultados que satisfagan las
demandas de la población.
¿El agente público es culpable de esta situación? Evidentemente, no, ya que las
normas le son impuestas y, al no cumplirlas, se hace pasible de sanciones. Lo que se
cuestiona es el modelo de administración por normas, y lo que se busca es revisar
tanto las normas como los procedimientos administrativos: hacerlos más ágiles.
En la administración pública tradicional, es más importante cómo se hacen las cosas y
no qué es lo que se hace. Se puede ser sancionado si no hace algo de determinada
manera (cómo se hace), pero no se evalúa por qué es lo que hace.
Esta es la dicotomía entre la administración por normas y la administración por
resultados: se sobrevaloran los procedimientos normativos, en lugar de enfatizar los de
resultados. Los valores imperantes son los de la ritualidad de un contexto burocrático.
Obviamente, al afirmarse esto no se pretende reinstaurar una administración que no
esté sujeta a leyes y normas. La norma es creada, primariamente, para preservar al
ciudadano de las arbitrariedades del funcionario. Pero el exceso de ellas, que el público
desconoce, no hace más que facilitar la discrecionalidad del administrador, lo que da
lugar a la inmoralidad.
La tendencia al exceso de normas genera una hipertrofia del orden jurídico,
complejidad y superposición de reglas, lo que se traduce en un efecto contrario al
originariamente buscado. Se avasallan los derechos del ciudadano, a través de una
compleja e impersonal maraña jurídica que este desconoce y no comprende.
Otro tanto ocurre con el nivel político de la administración pública, donde la
burocracia, valiéndose de normas y procedimientos, se transforma en una máquina de
impedir y trabar decisiones, según intereses personales, sistémicos y a veces
simplemente absurdos.
En todos los casos, el burócrata desarrolla su poder propio basado en interpretar,
conocer, aplicar, facilitar trámites.
La experiencia acumulada en la materia muestra que:
a) El sistema revela extrema desconfianza en el funcionario público.
b) Ninguna legalidad vigente ha impedido el dolo por parte de los funcionarios y
agentes públicos cuando estos tienen intención de cometerlo. Incluso más, tras
normas complejas y farragosas, muchas veces se genera la industria de la
excepción o el favor de agilizar un trámite.
c) El mejor control es la transparencia de la administración mediante la publicidad
de sus actos, el control social y la verificación posterior de su licitud por parte de
los órganos internos, externos y de la justicia.
d) El sistema, en lugar de otorgarle al funcionario la responsabilidad de su buen
comportamiento, e incentivarlo y premiarlo por su buen desempeño, lo sustituye
por reglamentaciones.
e) Cualquier funcionario probo puede ser considerado un transgresor de las
normas, por querer hacer cosas, obtener mejores resultados, para satisfacer al
usuario.
La racionalidad general del modelo de gestión por normas genera, paralelamente, una
serie de fenómenos derivados que desvirtúan la lógica organizacional. En efecto, la
compleja red de normas, que reglan hasta lo inimaginable y en las que subyace un
concepto peyorativo del hombre, donde uno solo piensa y muchos ejecutan, recrea
permanentemente la burocracia. De nada vale la sensibilización, la capacitación, el
entrenamiento en servicio y la motivación, si no se remueve la filosofía normativa, que
reproducirá la misma estructura burocrática. Debe entenderse que los comportamientos
derivan de los sistemas normativos que los modelan o estimulan.
Existen diferentes normas (leyes, decretos, disposiciones, reglamentos, etc.) de
diverso origen ideológico, conceptual y temporal, superpuestas, sin vinculación entre sí,
farragosas y enciclopédicas, obsoletas; otras, incongruentes, por anulaciones parciales
o transformadas por interpretaciones. La paradoja es que, pese al hipernormativismo,
no se cuenta con pautas claras de funcionamiento. Los funcionarios pueden violar
normas por desconocimiento.
Insistimos: la normatización fija límites al cómo (los procedimientos) y no pauta el qué
(los objetivos a lograr). Las metas trascendentes no están explicitadas y no existe
evaluación y control sobre ellas.
Por tanto, se deberá transformar la concepción de gestión por normas, que privilegia
el ritualismo, la burocracia, fomenta la falta de responsabilidad individual, castiga la
capacidad de emprendimiento, el servicio a la comunidad, la participación y pretende el
control unívoco e indiferenciado del sector público.
El sistema normativo del Estado debe ser reformulado, simplificado, con objetivos de
racionalidad global, orientado a:
• facilitar el sistema de toma de decisiones para la implementación de políticas
públicas;
• canalizar las demandas de la sociedad para satisfacer los servicios requeridos,
con calidad total y a entera satisfacción de los usuarios.
Es necesario revisar el actual sistema normativo público, ya que convalida un sistema
de gestión por normas y actividades. Para pasar a un sistema de gestión por objetivos,
este plexo normativo debe ser examinado íntegramente, y no debería sancionarse
ninguna norma (ley, decreto, resolución o disposición) que convalide el anterior modelo
de gestión pública, si es que verdaderamente se desea transformarlo.
Los procesos administrativos cobran racionalidad en tanto son instrumentos para la
consecución de los mandatos organizacionales, de los objetivos de los planes y
programas estratégicos, los macroobjetivos de las políticas públicas y, en última
instancia, de la satisfacción de la ciudadanía.
Los procesos y sistemas administrativos y normativos deben estar documentados y
ser transparentes. Ello hace a la garantía del ciudadano, a evitar potenciales nichos de
corrupción y a los actos emanados de la administración pública de objetividad,
evaluabilidad y responsabilidad.
La documentación de procesos y sistemas permite una mejor calidad de servicio, ya
que pueden ser evaluados, certificados y mejorados, pero –como se dijo antes– esta
perspectiva neoburocrática no resulta suficiente para poner a la gestión pública a la
altura de las nuevas demandas societales.
La modernización de la gestión necesita inicialmente completar la tarea del modelo
weberiano de fortalecer un núcleo estratégico ocupado por una burocracia profesional.
Pero también necesita modificar el paradigma organizacional propio del modelo
weberiano, dado que este ya no puede dar respuesta a los dilemas de la administración
pública contemporánea.
Del modelo burocrático al modelo de gestión por objetivos de la
gestión pública
Lo que se busca es desarrollar procesos y sistemas administrativos acordes con los
objetivos de las políticas públicas y las necesidades de la población. Debe diferenciarse
el modelo orientado a implementar políticas públicas y satisfacer demandas sociales
del “new public management” o modelo gerencialista de la gestión pública. El primero
se preocupa acerca de la mejor manera de hacer efectivas las políticas públicas para
satisfacer las demandas sociales y el segundo busca trasladar acríticamente métodos
de gerenciamiento privado al sector público.
El modelo de gestión pública por objetivos apunta a aumentar la eficiencia y la
efectividad de los organismos del Estado, y concretar la efectiva descentralización de
sus funciones hacia niveles de administración más ligados al territorio y a los usuarios,
para desplegar acciones de mayor eficiencia y eficacia para la satisfacción de las
necesidades del nivel local y del sistema de usuarios, beneficiarios e interesados.
El modelo se basa en:
a) La separación de los órganos formuladores de políticas, situados en el núcleo
estratégico del Estado, de las unidades descentralizadas y autónomas, ejecutoras
de los servicios.
b) Combinar el planeamiento estratégico de las organizaciones públicas, la
programación técnico operativa y la presupuestaria, los acuerdos programa con
las reparticiones, avanzar en el convenio de gestión con cada una de las
unidades de objetivos y resultados y desarrollar los incentivos a los recursos
humanos. El trabajo en equipo será la clave en el cambio del modelo de gestión
propuesto.
c) La modernización de la gestión presupuestaria, mediante programas y
objetivos, de manera que la gestión macroeconómica y su racionalidad coincidan
con la gestión microeconómica y administrativa. Así, se complementa el sistema
de administración financiera con un sistema de administración de la gerencia
pública que eficientice la gestión de cada organismo y que posibilite construir un
tablero de comando a nivel de la Jefatura de Gabinete por el cual, a través de la
ejecución de gasto, sea posible monitorear el grado de ejecución de los
programas públicos. Asignar recursos y realizar economías en etapas de ajuste
fijando prioridades de políticas y programas resultará mucho más eficiente que los
recortes globales y horizontales a los que las épocas de escasez nos tienen
acostumbrados. La macroeconomía y su lógica no tienen por qué estar en las
antípodas de la microeconomía pública y la suya. Esto eficientizará el gasto
público y el logro de metas.
d) El control de los organismos públicos, que dejan de ser principalmente un
control burocrático, de procedimientos, realizado por los propios administradores
y por instituciones de control interno y externo para convertirse, adicionalmente,
en la combinación de cuatro tipos de control:
a. El control de resultados, evaluados a partir del cumplimiento de metas, y
realizado a partir de indicadores de desempeño estipulados de forma precisa en
los contratos de gestión.
b. El control contable de costos, que puede pensarse también como un elemento
central de control de resultados.
c. El control externo del legislativo.
d. El control social, a través del cual los ciudadanos ejercen formas de control
directo: audiencias públicas, control por parte de usuarios, control por parte de la
comunidad y otras formas de control previstas en el ejercicio de la democracia
directa; la utilización de las TIC (tecnologías de la comunicación y de la
información) como instrumentos de control (páginas web, redes sociales,
telefonía celular, etc.).
La transformación de la gestión pública apunta a mejorar la calidad de las decisiones
estratégicas del gobierno y de la administración, fortaleciendo así la capacidad del
Estado para promover el desarrollo económico y social.
Para lograrlo, se requiere el respeto por la carrera pública, por el personal de planta
permanente, complementado en los niveles decisorios superiores con funcionarios
políticos, en las áreas estratégicas de decisión. Estos últimos deben reunir además una
serie de requisitos de idoneidad, de cercana definición a la establecida para el personal
de carrera; hay que evaluar y monitorear el control de los resultados de cada gestión,
alejando los nombramientos de funcionarios públicos de favoritismos políticos o
familiares. Implica el fortalecimiento de la carrera del empleo público
profesionalizándolo cada vez más y capacitándolo en las competencias adecuadas a
las tareas que deba desempeñar acordes con la misión de la organización y los
objetivos particulares.
El nuevo modelo de gestión obliga a la organización a definir claramente sus
objetivos, analizados en sus aspectos sustanciales y de evaluación, y no como
procesos administrativos. De este modo, la evaluación de la burocracia se hace
predominantemente a través del cumplimiento o no de metas, y no a partir del respeto a
reglas que, en muchas ocasiones, son autorreferidas.
Hay dos tipos de evaluación y control:
1) el de gestión, propio del manejo de los recursos, las normas, costos y demás
parámetros de la gestión, y
2) el de impacto de la política pública, en términos de resolución del problema
abordado.
La gestión puede ser muy eficiente y el impacto pobre (se distribuyeron todas las
vacunas en tiempo y forma, a costos adecuados y respetando las normas de compra
etc., pero la tasa de mortalidad permanece). Esto lleva a revisar la política o el
programa. Viceversa, la gestión es deficiente y el impacto de la política consiste en
haber alcanzado el objetivo. Por ejemplo, el caso de Yaciretá: produce electricidad,
alcanzó su cota, ¡pero a qué costo y en qué tiempo!
La evaluación del desempeño sirve también como un instrumento técnico capaz de
hacer que las organizaciones aprendan de sus errores, y a partir de esto, elaboren sus
estrategias futuras. Es lo que se ha denominado “principio de aprendizaje
organizacional”, fundamental para que la administración por objetivos no sea
meramente una forma de sancionar o de encontrar responsables por el eventual mal
desempeño de los organismos públicos, sino que logre desarrollar la capacidad de
aprender de su desempeño y mejorar continuamente la prestación de los servicios
públicos. De allí que se busque su eficaz combinación con la gestión por competencias,
lo que revalúa sus recursos humanos en sus capacidades, aptitudes, habilidades,
experiencia, desempeño; y que simultáneamente, se privilegie el trabajo en equipo
como célula fundamental de la productividad, el entrenamiento y el aprendizaje
organizacional. Con ello se lograrán aumentar los estándares de calidad de la
administración pública en todos sus niveles.
La definición de los objetivos no basta si se quiere garantizar y priorizar el
cumplimiento de las políticas públicas. Para ello deben desarrollarse acuerdos
programa, que tienen como base las políticas, objetivos estratégicos y metas
cuantitativas definidas a priori y posteriormente evaluadas. El acuerdo programa se
comporta como un compromiso de gestión y debe definir qué hacer después de la
evaluación, en términos de sanciones, premios u otras formas de corregir los errores.
Constituye un instrumento que permite tanto una estimación más rigurosa de la
eficiencia, de la eficacia y de la efectividad, como el aumento de la transparencia de la
administración pública, toda vez que la sociedad puede saber de antemano cuáles son,
de hecho, los objetivos de cada organismo público, sus resultados y lo que podría
hacerse para corregir eventualmente un mal desempeño.
Este acuerdo de gestión desciende a través de la estructura organizacional a las
unidades de gestión y resultados –al equipo de trabajo– objeto de incentivos y premios
por el cumplimiento de metas o su no otorgamiento por el incumplimiento.
Mientras se produce la transformación del modelo de gestión, es necesario desarrollar
mejoras en los organismos con impacto inmediato y visible en la ciudadanía, a los
efectos de lograr legitimidad y consenso para las reformas de fondo de mediano plazo
(estrategias de reforma de tercera generación).
El modelo de gestión es integral: lo que se plantea es que se debe alinear la visión y
misión de la organización, su inserción contextual, su estrategia (planeamiento
estratégico), con los procesos (reingeniería parcial), con el planeamiento de la
producción de servicios (acuerdos programa por unidades de objetivos y resultados),
con el equipo como célula productiva (entrenamiento de trabajo en equipo), con el
desarrollo de liderazgos, con la gestión de los recursos humanos (gestión de los
recursos humanos por competencias, objetivos y resultados; capacitación para alcanzar
la calificación en las competencias deseadas), remunerando las competencias
individuales y el cumplimiento de metas por parte de los equipos y personas, tal como
se expresa en los acuerdos programa. La acción debe ser global, completa y sistémica,
porque las acciones parciales son ineficaces en términos de resultados y costo-
beneficio.
La buena definición de los objetivos organizacionales depende de la capacidad de la
dirección para desarrollar una visión estratégica y lograr imbuir de ella a toda la
organización, formular alternativas de políticas a los problemas planteados vinculándola
con el nivel político a través de los denominados acuerdos programa. En el nivel medio
se debe fortalecer la participación, modificando la rígida jerarquía que caracterizaba al
modelo burocrático. La mejor forma de conseguirlo es delegando poder (empowerment)
y autonomía de gestión en los directivos públicos, mediante el convenio de gestión.
Este mecanismo altera la forma de la gestión y la cultura organizacional de los
integrantes de la burocracia, que inclusive podrán sentirse más motivados por un
sistema marcado por el aumento del poder individual de decisión y de la
responsabilidad ante los objetivos de su organismo público. El modelo supera algunos
problemas de la concepción burocrática weberiana de gestión por normas, pero no es
la panacea de todos los males.
En definitiva, la gestión por objetivos es una técnica de mejor administración que la
burocrática que conocemos por normas y actividades; pero si se la viola por
compromisos políticos o gremiales o se la adopta ritualmente y no se cambia la cultura
organizacional pública122123, se asistirá a un nuevo fracaso y al desprestigio del
método, como ya ha ocurrido con otros intentos de innovación en materia de técnicas
de gerenciamiento público.
Los objetivos estratégicos de las organizaciones públicas
Para que los objetivos sean factibles (no meros enunciados voluntaristas), las
organizaciones los establecen mediante un plan estratégico donde desarrollan los ejes
de su accionar. Usualmente, en el nivel estratégico, las metas son generales y de largo
alcance, por lo que se necesita traducir estos objetivos generales en programas con
objetivos y metas más específicos hasta llegar al nivel de actividad las diversas áreas
funcionales, equipos y miembros de la organización pública.
Los objetivos en las organizaciones públicas
A mediados de los años cincuenta, Peter Drucker –un prominente autor de las
disciplinas de la dirección, conducción y administración de organizaciones–
desarrollaba la “Administración por Objetivos” (APO) y con ello originaba un concepto
trascendente para los procesos de planeamiento, gestión y control.
El término “objetivos” se transformó en un paradigma tal, que a principios del siglo XXI
continúa gozando de buena salud y es utilizado en todo análisis cuando de futuros
organizativos se trata.
Asimismo, otros términos forman parte del planeamiento: metas, programas,
actividades, tareas, etc. El mismo término “planeamiento” es adjetivado con estratégico
y/u operativo, de largo, mediano y corto plazo. A su vez, la estrategia, táctica y
operación se toman como niveles de delegación del proceso de planeamiento.
El futuro ha sido constantemente una preocupación para organizaciones, instituciones
y organismos públicos, más aún en las circunstancias actuales rodeadas de
incertidumbre, complejidad y crisis. Siempre se procura que las políticas públicas y
planes estratégicos de organismos públicos desciendan por la pirámide organizacional
en programas financiados (presupuestados) hasta el último equipo de trabajo o
responsable individual y se concreten mediante acciones evaluables, mensurables.
Ello requiere definir un conjunto de pasos capaces de ejecutar la acción de modo que
responda a las políticas diseñadas, a la visión compartida y a la misión comprometida
de los organismos públicos. Estos pasos constituyen la programación e
implementación, esenciales en la gestión por objetivos.
Los procesos de planeamiento son imprescindibles para el buen uso de los recursos,
alcanzar eficiencia en las actividades, eficacia en las metas y productividad, en
términos de hacer más con menos.
Los objetivos son el estado de cosas deseado que la organización pública intenta
obtener. En algunos, gestor y subordinado discuten los objetivos y tratan de llegar a un
acuerdo sobre su alcance, sus metas y la mejor forma de materializarlos.
Otras de las prácticas de gestión que gozan de gran popularidad y se basan en el
método de objetivos son la de elaboración de presupuestos por programas y la de
elaboración de presupuestos de base cero, el análisis de costos y beneficios, la
programación lineal y los sistemas de incentivos salariales. Todas parten de la premisa
de que la persona, el grupo o la organización pública tienen un(os) objetivo(s)
dominante(s) que los gestores pueden identificar y evaluar. Privilegia los resultados por
sobre un enfoque demasiado orientado a los procesos, normas o actividades. Los
acuerdos programa y los convenios de gestión se presentan como un buen método de
introducir las preferencias sociales votadas en el parlamento a través del presupuesto
anual por programas y las políticas de gobierno expresadas en orientaciones,
prioridades y asignaciones presupuestarias para cada organización pública para
cumplir determinadas finalidades y metas que serían expresadas y formalizadas en los
referidos acuerdos.
Algunos desafíos que plantea el modelo de gestión por objetivos
1. Un primer desafío corresponde a cómo se establecen los objetivos y cómo se
los operacionaliza. Este factor es clave, pues de ello dependerá su medición
posterior y hacia ellos estarán dirigidos los esfuerzos y las acciones
organizacionales. Cuando se establecen metas y luego se evalúa su
cumplimiento y se pagan premios por su consecución, las personas, los equipos y
las jefaturas habrán de dirigir todos sus esfuerzos a alcanzarlas. Si se establecen
prioridades, metas o parámetros de medición incorrectos, los esfuerzos estarán
mal encaminados. La medición de resultados hace que la organización trabaje
solo en función de los aspectos mensurados y deje de lado los demás. Por
consiguiente, hay que ser muy cuidadoso en fijar objetivos e incluir en ellos todo
aquello que se considera estratégico: elegir indicadores confiables a la hora de
medir resultados, cuidar que en los acuerdos programa y en los contratos de
gestión no se subdimensionen las metas a los efectos de poder cumplirlas
fácilmente. Los logros de un año deberían transformarse en la base del siguiente,
a los efectos de incrementar constantemente la productividad y la calidad del
servicio, por lo menos, hasta que se llegue al nivel deseado.
2. Directamente relacionado con el anterior se halla el establecimiento de
indicadores de medición de resultado. Deben ser confiables en la medición de las
metas, económicos y representativos. También ha de tenerse en cuenta que las
personas y los equipos habrán de orientar sus conductas hacia el cumplimiento
de los valores máximos de estos parámetros.
3. Todo lo que no sea expresado como un objetivo y no sea mensurado como
resultado habrá de descartarse. De ahí la necesidad de diseñar un muy ajustado
proceso en el establecimiento de metas, puesto que las metas incorrectas
significan una organización muy eficiente orientada hacia objetivos estratégicos
errados.
4. Otro desafío que se le plantea a la gestión por objetivos radica en ser flexible y
muy dinámica a la hora de adecuar su sistema de objetivos a los cambios
producidos en el contexto; así como en reformular y adecuar los objetivos, metas,
acuerdos programa, convenios de gestión, indicadores de resultado a las
modificaciones en el medio ambiente de la organización pública, para no perder
eficiencia e innovación.
5. Los cambios deben darse en forma integral de modo tal que fortalezcan la
capacidad de decisión y de gestión, capacitando a las personas en función de las
competencias requeridas por el rol que habrán de desempeñar.
6. Los niveles políticos y superiores de la alta dirección pública deben estar
imbuidos y liderar este proceso.
7. La gestión por resultados, si desarrolla un sistema de incentivos, no debe ser
vista o instrumentada simplemente como un mecanismo de la burocracia para
recuperar salario, si no, se desvirtuará por completo el objetivo de la reforma.
8. El modelo de gestión pública y el de administración financiera tienen que estar
completamente integrados, caso contrario, el modelo implícito dominante es el
que se encuentre expresado por el segundo.
9. El gobierno electrónico: en cuanto al expediente virtual, el máximo acceso de
los usuarios vía Internet, teléfono fijo o telefonía celular para efectuar los trámites;
la transparencia que la Web puede dar en la publicidad de los actos
administrativos (trámites, compras, licitaciones, ejecución de gastos) y la facilidad
que otorga al ciudadano para que controle la demanda son parte del nuevo
modelo de gestión. Porque la tecnología lo permite, la ciudadanía lo demanda y si
no es satisfecha, ve a la administración como burocrática en el sentido peyorativo
del término.
10. Los cambios en el modelo de gestión deben ir acompañados de cambios en el
sistema normativo público propio de la gestión tradicional, si no, la cultura
burocrática se recreará por vía de las normas que, en definitiva, habrán de pautar
los comportamientos, o sea, un cambio en los valores.
La mecánica de los acuerdos programa como un modo de
implementación de políticas públicas y gestión por objetivos
Para una correcta implementación de políticas públicas, estas deberían descender por
la pirámide organizacional como objetivos y metas establecidos en acuerdos programa
entre la cumbre estratégica de cada organismo público centralizado o descentralizado y
la autoridad política máxima, que operativamente podría estar representada por la
Jefatura de Gabinete de Ministros. Estos, a su vez, deberían descender a cada una de
las unidades de objetivos y resultado (UOR) del referido organismo público como
“convenios de gestión”, hasta alcanzar a todos sus equipos y comprometer a la
totalidad del personal.
Los acuerdos programa podrían negociarse entre el organismo en cuestión a través
de su autoridad política de nivel ministerial a nivel Ministro o Secretario de Estado, con
la Jefatura de Gabinete de Ministros y con participación de la Secretaría de Hacienda
de la Nación, a los efectos de compatibilizar las metas de los acuerdos programa, con
la asignación de partidas presupuestarias, en función de las políticas públicas del
gobierno y sobre una base cero anual y un compromiso plurianual, cuando así
correspondiere. La Jefatura de Gabinete de Ministros, en ese mismo acto de
aprobación del acuerdo programa, debería autorizar la dotación de personal y
sancionar la estructura orgánica. A partir de allí, la responsabilidad sería de la
organización pública y sus directivos, en la consecución de las metas acordadas, solo
limitada por el control posterior de los actos administrativos y las auditorías de gestión.
Si los flujos presupuestarios no pudieran mantenerse según lo acordado en el inicio del
ejercicio, el mismo procedimiento debería reajustar las metas.
El planeamiento estratégico de las organizaciones públicas, que fue tratado en un
capítulo anterior, permite alimentar la interfase de negociación entre el nivel político de
formulación de políticas y el del organismo público de su implementación. Su visión,
misión, análisis FODA otorgarán viabilidad a la ejecución de las políticas y alimentarán
el proceso de concertación de los acuerdos programa, así como prepararán a la
organización pública para cumplirlos.
La elaboración de los acuerdos programa
El acuerdo programa es una concertación de objetivos y metas entre la autoridad
política que expresa las preferencias de la ciudadanía que la votó y las organizaciones
públicas encargadas de ejecutar las respectivas políticas. La concertación debe
establecerse para que los objetivos y metas sean viables. Si se establecieran objetivos
y metas demasiado ambiciosos de imposible cumplimiento el resultado final sería la
frustración colectiva de agentes, funcionarios, autoridad política y de la comunidad
toda. Por el contrario, si los objetivos y metas fueran demasiado pobres, laxos o
insuficientes se estaría dilapidando recursos públicos y también traería descreimiento e
ineficiencia. En esta última perspectiva, sería ocioso cambiar el actual modelo
burocrático de gestión por normas y actividades por uno engañosamente denominado
por objetivos y resultados. El descrédito público sería inmediato.
Los acuerdos programa se encuentran previstos en la ley 25152 de Administración de
los Recursos Públicos, que en su artículo 5º, incisos c) y d), dice:
“Inciso c) Autorízase al Jefe de Gabinete de Ministros a partir del año 2000 a celebrar
acuerdos-programas con las unidades ejecutoras de programas presupuestarios, a
efectos de lograr una mayor eficiencia, eficacia y calidad en su gestión. Dichos
acuerdos tendrán una duración máxima de hasta cuatro (4) años y se convendrán en el
marco de las siguientes pautas:
I. — Compromiso de la unidad ejecutora en materia de cumplimientos de
políticas, objetivos y metas debidamente cuantificadas.
II. — Niveles de gastos a asignarse en cada uno de los años del acuerdo.
III. — Se acordará un régimen especial para la aprobación de determinadas
modificaciones presupuestarias.
IV. — Se acordará un régimen especial para la contratación de bienes y servicios
no personales.
V. — Facultades para el establecimiento de premios por productividad al personal
del respectivo programa, dentro del monto de la respectiva masa salarial que se
establezca para cada uno de los años del acuerdo en el marco de las facultades
del Estado empleador establecidas en la ley 14.250 y sus modificatorias y/o la ley
24.185 y sus reglamentarias.
VI. — Atribución para modificar la estructura organizativa, eliminar cargos
vacantes, modificar la estructura de cargos dentro de la respectiva masa salarial y
reasignar personal dentro del programa.
VII. — Atribución para establecer sanciones para las autoridades de los
programas por incumplimiento de los compromisos asumidos, las que serán
reglamentadas por el Poder Ejecutivo nacional.
Inciso d) Institúyese el Programa de Evaluación de Calidad del Gasto con el objeto de
incrementar la calidad de los servicios a cargo del Estado mediante la evaluación
sistemática de los costos de los mismos en relación a sus resultados, mejorar el
desempeño gerencial de los funcionarios y aumentar la eficiencia de los organismos
públicos, optimizando la utilización de recursos humanos en las distintas áreas del
Estado. El programa se localizará en la Jefatura de Gabinete de Ministros con la
participación de la Secretaría de Hacienda, en función de lo dispuesto por el Título II,
Capítulo II, Sección V, de la ley 24.156 de Administración Financiera y abarcará al
conjunto de la Administración Central y Descentralizada”.
Convenios de gestión
Dentro de las organizaciones públicas, los objetivos y metas habrán de descender por
la pirámide organizacional hasta llegar a áreas, equipos, en fin, Unidades de Objetivos
y Resultados (UOR) e individuos, mediante convenios de gestión que establece la
dirección estratégica del organismo (nivel político) de ejecución y administración con los
niveles de carrera, direcciones sectoriales, y estos, a su vez, con sus respectivas
unidades de gestión y resultado, en los cuales se establece que la dirección estratégica
determina el desempeño esperado del gerente público. Las Funciones Ejecutivas son
clasificadas en cuatro niveles:
• Nivel I Dirección Nacional.
• Nivel II Dirección de Primera Apertura.
• Nivel III Dirección de Segunda Apertura.
• Nivel IV Coordinación General, Regional o Temática.
Parten del Plan Estratégico del organismo, de la identificación de los programas
operativos, de los resultados a obtener y de la asignación de recursos a través del
proceso de programación presupuestaria. Las direcciones o coordinaciones, mediante
el convenio, se comprometen a cumplir las metas y a dar cuenta de los resultados
obtenidos.
El instrumento se hace autosostenible en la medida en que existan indicadores de la
gestión gerencial en el marco de un sistema de seguimiento y monitoreo de la gestión,
y un sistema de incentivos que premie el buen desempeño y, recíprocamente, sancione
los incumplimientos.
Así, la gestión por resultados incentiva una fuerte descentralización en la toma de
decisiones de gestión para que la administración pública pueda responder a las
demandas sociales de usuarios e interesados, eficazmente, sin renunciar a la
transparencia de la gestión.
Esta descentralización se apoya en un plan estratégico formulado en estrecha
vinculación con el presupuesto del organismo y precisa del conjunto de indicadores
mensurables y de un sistema de incentivos racional.
El trabajo conjunto de las autoridades máximas de cada organismo centralizado u
organismo descentralizado y las gerencias operativas de las organizaciones públicas
permitirá obtener los siguientes productos a establecer en los convenios de gestión:
• Plan de implementación del acuerdo programa del organismo
• Plan operativo del área
• Programas
– Programas desarrollados con la metodología de marco lógico
– Compromisos de Resultados de Gestión (CRG) de los convenios de gestión, o en
su defecto, directamente de los programas
– Esquema de incentivos
– Sistema de monitoreo de la gestión
La aplicación de los convenios de gestión en las Unidades de
Objetivos y Resultados (UOR)
Objetivos y resultados son equivalentes, e intermedia para lograrlos, la capacidad de
gestión; la diferencia es temporal, el ex ante y el ex post. El objetivo es lo que se quiere
lograr, y el resultado, lo efectivamente conseguido.
La Gestión por Objetivos requiere capacidad de gestión, en términos de
transformación de un objetivo en un resultado; por ello, su implementación depende de
una mezcla: decisión política, capacidad de gestión, participación, involucramiento y
capacitación, que califique a los agentes en niveles de excelencia, en las competencias
requeridas para el desarrollo de las tareas.
El proceso de cambio continuo significa, por una parte, desburocratizar, manteniendo
el cumplimiento de la normativa en gestión pública, pero al mismo tiempo, desarrollar
las capacidades de gestión de los agentes, revalorizando sus actividades vinculadas a
la satisfacción (cumplimiento) de los objetivos consensuados participativamente.
La gestión por objetivos forma parte instrumental de los procesos organizacionales
estratégicos, procura un estado de cosas deseado que se intenta alcanzar partiendo de
un conjunto de requerimientos identificados como ejes estratégicos que se definen en
el nivel político-técnico (alta dirección) y descienden hasta las actividades y tareas de
cada agente en su puesto de trabajo, localizado en cada geografía puntual (regional,
oficina, frigorífico, campo, etc.). Allí es donde se realiza la tarea contributiva específica,
que responde a los valores y razón de ser del organismo.
La gestión por objetivos es un modelo para alcanzar resultados mediante actividades
que tiendan a ello. Cada UOR dentro de la organización pública es vista como un
subsistema del sistema organizacional, alineado con la visión y el plan estratégico de la
organización pública. Cada UOR tiene metas específicas respecto de agregar valor a
un usuario interno, o a uno externo o a ambos, pues si no lo hace, debe ser
reorganizado.
Además, cada UOR puede ser en sí misma un sistema unitario o tener subsistemas
con sus propias metas operacionales (que son más específicas que las operativas). Si
además es un sistema unitario, será el que concentre las metas operacionales.
Estos subsistemas con metas operacionales pueden asumir (o no) la forma de
programas y subprogramas, todo depende del tamaño y complejidad de la UOR y del
límite del sistema o subsistema. Es decir, conceptualmente podemos trabajar con las
UOR como unidad que agrega valor, con metas específicas y con operacionales, o
podemos desagregarlas en unidades contribuyentes más pequeñas que denominamos
subsistemas o programas o subprogramas.
Determinación de los objetivos y nivel de responsabilidad de los
distintos integrantes de las UOR
Generalmente, conviene que sea el propio equipo de trabajo, con su jefe, líder, el que
determine la propia organización pública, asignación de responsabilidades y división del
trabajo acorde con las metas y acciones fijadas para la UOR en consonancia con el
plan estratégico de la organización pública, pues se le debe otorgar la libertad de
organizar su trabajo para que busque la mejor manera de ser eficaz y creativo. Luego
se lo evaluará por el grado de cumplimiento de las metas (a través de indicadores de
resultado), plazos y costos.
El concepto de “programa” es el punto de partida y responde a la idea vinculada a una
forma de presupuestar (el presupuesto por programa, que revierte la tradición de
presupuesto por partida). La ventaja del presupuesto presentado en forma de
programas radica en que tanto los recursos como las erogaciones son fácilmente
identificables en cuanto a su afectación y destino, facilita la forma de determinar las
bondades o falencias de los programas implementados o a implementar. Cuando el
presupuesto se presenta solo por partidas, se dificulta la posibilidad de medir y evaluar
los resultados de las políticas, es decir, la eficiencia, eficacia e impactos de los
programas sobre la sociedad.
Se denomina “programa” a la categoría programática que expresa un proceso de
producción (un proceso cuyo objetivo último es brindar bienes y servicios a la sociedad)
de un producto terminal (los productos de una unidad administrativa son aquellos
bienes o servicios que surgen como resultado, cualitativamente diferente, de la
combinación de insumos que requieren sus respectivas producciones), contenido en
una red de acciones presupuestarias (conjunto de pasos que deben ser transitados
para poder entregar a la sociedad –usuarios– los productos y servicios que estos
requieren) de una jurisdicción o entidad, y presenta las siguientes características:
• Es la categoría programática de mayor nivel en el proceso de presupuestación.
• Refleja un propósito esencial de la red de acciones presupuestarias que ejecuta una
entidad, expresado como contribución al logro de los objetivos de la política pública, a
través de la producción terminal.
• Se ubican como los nudos finales de la red de categorías programáticas de la
entidad.
• Se conforman por la agregación de categorías programáticas de menor nivel, las
que indican las acciones presupuestarias que participan en su proceso de producción.
En la técnica de gestión presupuestaria de presupuesto por programa, el programa se
considera como una categoría que se desprende de la misión y de las estrategias (ejes
estratégicos), por lo cual el programa es un conjunto organizado de medios para
conseguir un determinado fin u objetivo susceptible de evaluación.
En consecuencia, los indicadores pueden manejarse bajo una orientación
programática de igual manera que sus objetivos y metas124. En este sentido, se tiene
en cuenta que la administración, basada en el control de los resultados, obliga a definir
claramente objetivos, analizados en sus aspectos sustanciales y no como procesos
administrativos; de modo que la evaluación del funcionamiento del organismo se hace
predominantemente a través del cumplimiento de metas.
Cuadro demostrativo del vínculo entre ejes estratégicos, programas con sus respectivos objetivos, metas e
indicadores, actividades y presupuesto (costo) por actividad
Finalidad
Indicador/es Propósito
o eje Metas
de resultado u objetivo Indicador/es
estratégico del
Responsable final o de del de resultado
al que programa
medición de programa intermedio
contribuye (6)
impacto (2) (3)
(1)
(1) ¿Al cumplimiento de qué eje
estratégico contribuye el programa?
(2) Del programa contrastado con el o los ejes
estratégicos a los que contribuye
(3) ¿Qué es lo que esperamos lograr con el programa?:
¿cuál será su resultado directo?
(4) ¿Qué bienes o servicios va a producir el
programa?
(5) ¿Qué actividades realizará para producir bienes o servicios?
(6) Las metas son siempre cuantificables y deben
expresarse mediante un valor
En el proceso de desagregación del presupuesto por programa, se llega a la actividad
como el nivel más elemental para la producción de resultados (la acción), vinculado a la
cotidianeidad del trabajo –la tarea concreta de cada agente– tal que su sumatoria
contribuya a la meta y al objetivo.
De allí que la asignación presupuestaria esté relacionada con la actividad como
componente final del proceso, es decir, cómo el programa producirá sus bienes y
servicios y cuáles son las actividades que se llevarán a cabo para lograrlos.
Para el tema de los indicadores de medición de los resultados obtenidos, el consenso
entre los niveles gerenciales y técnicos es lo más recomendable. Bajo este modelo, el
compromiso y la responsabilidad se destacan como dos atributos sustantivos de la
gestión por objetivos y su implementación, permitiendo:
• Desarrollar e implementar las decisiones políticas.
• Ser soporte para la instrumentación del Planeamiento Estratégico Participativo y su
retroalimentación.
• Determinar metas y las correspondientes asignaciones presupuestarias.
• El control gerencial de las actividades.
• Resolver conflictos por vías de participación y generación de consensos.
Sistema de rendición de cuentas por resultados
Se ha señalado que uno de los pilares en que se apoya la gestión por resultados vía
convenios de gestión es el fortalecimiento de la rendición de cuentas por resultados en
dos niveles: desde las UOR a las direcciones operativas, y desde estas hacia la cumbre
estratégica del organismo público en cuestión; o desde esta última hacia los
mandatarios del acuerdo programa y desde las organizaciones hacia los organismos de
control y hacia la sociedad en general.
La preeminencia de controles focalizados en el cumplimiento de procedimientos más
que en el de objetivos en amplios sectores de la administración pública y el bajo grado
de responsabilidad de los directivos públicos por los resultados alcanzados hace
imprescindible dedicar esfuerzos que se orienten a implantar un sistema de rendición
de cuentas de cumplimiento de las cláusulas contractuales programadas en los
convenios de gestión y el acuerdo programa que posibilite la evaluación del desempeño
de direcciones de áreas sectorial y el máximo nivel de direcciones nacionales.
Los insumos clave para el diseño e implantación de un sistema de rendición de
cuentas por resultado son los convenios de gestión y el acuerdo programa. Por tanto,
es menester diseñar un conjunto de indicadores de resultado, cruciales para el sistema
de rendición de cuentas de los compromisos asumidos contractualmente o convenidos
para la gestión, que posibiliten la medición de metas y la evaluación de los resultados
alcanzados y un mecanismo de monitoreo permanente de dichos procesos mediante
tableros de comando o Sistemas de Información Gerencial (SIG).
El proceso de diseño de indicadores
Conviene que el diseño de los indicadores y su relación con un nivel esperado de
producción o de resultados se realice en un ámbito de diálogo y participación conjunta
de los actores signatarios de los acuerdos programa y los convenios de gestión,
respectivamente, de modo de viabilizar la consecución de los resultados esperados.
Adicionalmente, es preciso tener en cuenta que los indicadores de resultado deben
reunir algunas condiciones técnicas mínimas (por ejemplo, independencia, oportunidad,
grado de control y economía) a fin de que no provoquen sesgos en las decisiones
tomadas a partir de la información que brindan. Igualmente relevante resulta considerar
la dimensión de la tarea gerencial que el indicador monitorea (por ejemplo, eficacia,
eficiencia, calidad de servicio, etc.).
El impacto del sistema de rendición de cuentas por resultado
En tanto los indicadores están asociados a una meta esperada, fijada de antemano,
posibilitan la medición del cumplimiento de resultados. En ese sentido, constituyen un
elemento central de los acuerdos programa y los convenios de gestión porque
expresan la responsabilidad, tanto de las direcciones nacionales con sus mandantes
políticos, como con las direcciones y coordinaciones, en torno al logro de resultados
concretos y su mutuo acuerdo en cuanto a la manera de medir el logro de tales
resultados.
Otro de los impactos remite a la posibilidad de contar con información sistemática y
regular referida a los resultados obtenidos (tablero de comando o SIG), lo que permite,
a su vez, encarar tempranamente acciones correctivas de los desvíos respecto de los
objetivos fijados.
Finalmente, un sistema de rendición de cuentas por resultados genera compromiso y
motivación en los gerentes públicos sobre la base de la difusión de sus logros y crea
las condiciones objetivas necesarias para instaurar un sistema de premios y sanciones
ligado con el desempeño.
Objetivos de un sistema de indicadores de gestión
Un sistema de indicadores de gestión tiene por propósito desarrollar los parámetros
de medición del cumplimiento de los objetivos. Busca establecer indicadores, ítems,
ratios, que permitan evaluar los resultados de la gestión, que sirvan de
retroalimentación (feedback) para la toma de decisiones y a la vez que admitan pagar
los premios a los equipos (UOR) que cumplieron o sobrepasaron las metas
programadas.
Además, diseñar, idear e implementar un sistema de indicadores tiene por objeto
dejar que el organismo, cuente en tiempo y forma con información confiable y
estructurada, con el propósito de:
• Apoyar la toma de decisiones tanto a nivel superior como de las unidades;
facilitar un seguimiento real y efectivo sobre el cumplimiento de los objetivos y
metas establecidas para cada unidad funcional.
• Permitir anticipar problemas de gestión.
• Asegurar que las iniciativas que se encaren sean relevantes y consistentes con
la orientación estratégica del organismo.
• Identificar y seleccionar la información crítica y estratégica de las distintas
actividades, e integrarla a partir de los conceptos administrativos que definen
conceptualmente al sistema de indicadores de gestión del organismo.
• Contribuir al conocimiento, sistematización y la difusión de la información,
asegurando que la información crítica generada en los distintos niveles de la
estructura del organismo fluya hacia el nivel superior, de modo que pueda
utilizarla para la toma de decisiones.
• Institucionalizar el manejo estratégico de la información, a fin de comparar la
gestión de cada período frente a planes y presupuestos y también frente a la
performance de períodos anteriores.
• Posibilitar que el sistema de indicadores diseñado sea incorporado a un tablero
de comando de la institución, una vez validados.
• Desarrollar el tablero de comando de la institución.
Diseño de un Sistema de Indicadores de Gestión (SIG) o Tablero
de control
1. Determinación de los parámetros de medición del rendimiento de las UOR
para su posterior incorporación al tablero de comando de la organización
pública.
2. Elaboración de los indicadores de desempeño de los recursos humanos de los
equipos/UOR.
3. Evaluación del desempeño.
Atributos del sistema de indicadores del organismo
• Gestión por indicadores de resultado y desempeño
• Facilidad en el análisis de la información
• Flexibilidad/modularidad
• Posibilidad de realizar feedback con los resultados obtenidos
• Posibilidad de presentación de tendencias y comparaciones estadísticas, ratios,
etc.
• Posibilidad de establecer relaciones causa-efecto
• Facilidad de visualización de las áreas que requieren atención ejecutiva.
Gestión por objetivos e incentivos
La gestión por objetivos se afianza y se potencia en la medida en que se incentiven
los logros, es decir, el haber alcanzado metas. Se puede incentivar a personas, a
equipos de trabajo o a ambos. En efecto, la experiencia chilena demostró que después
de varios años de incentivos individuales, resultó mucho más provechoso migrar hacia
el incentivo de equipos.
El incentivo a equipos de trabajo (UOR) se comporta sociológicamente como
antiburocrático y a favor del cumplimiento de metas. Es el equipo que en pos de los
premios cuida que se alcancen los resultados, aliviando así la tarea de control de las
jefaturas, que nunca puede ser perfecta.
El convenio colectivo de trabajo sectorial del personal del sistema nacional de empleo
público, acordado en 2008, incorpora plenamente el sistema de los incentivos
Así, en el Capítulo IV, el artículo 91 dispone que: El Estado empleador, a través de las
jurisdicciones identificadas de conformidad con el artículo 78 del Convenio Colectivo de
Trabajo General, previa consulta a las entidades sindicales signatarias a través de la
CoPIC, podrá establecer un incentivo por productividad de carácter anual para los
trabajadores de unidades organizativas en las que se hayan alcanzado las metas u
objetivos fijados y obtenido un ahorro en los recursos presupuestarios previstos. Dicho
incentivo surgirá de un porcentaje a determinar de dicho ahorro. La naturaleza del
presente incentivo inhibe aplicarlo en forma mensual y regular.
La instrumentación de este incentivo requerirá la previa intervención de la Comisión
Técnica Asesora de Política Salarial del Sector Público con los alcances de lo dispuesto
por la ley 18753.
Esto también se encuentra en consonancia con lo dispuesto por la ley 25152 de
Administración de los Recursos Públicos, en su artículo 5º, inciso c), ya trascripto en
este capítulo.
Los tipos culturales son formas culturales que las organizaciones adoptan para
vincularse con su entorno y generar adaptación interna para cumplir con sus fines. La
adaptación interna implica una determinada forma de ejercer el poder y el liderazgo, de
trabajar, de interaccionar, de desarrollar a la gente, de recompensar, etc. Las
características de cada tipo cultural están resumidas en el siguiente cuadro.
Fuente: Sethia y Von Glinow (1985), con adaptaciones del autor.
Vinculando estos tipos culturales con los modelos de gestión pública (Hood, op. cit.)
ya desarrollados, podemos decir que al modelo de gestión jerárquico le corresponde el
tipo Apático; al Individualista, el Exigente; al Fatalista, el Anómico y a su vez, al
Igualitario/Participativo, el Integrativo. Orsérvese esta relación en el cuadro que sigue:
Como muestra el Gráfico 1, Mejora de ingresos y Estabilidad laboral son los valores
más mencionados, con más del 58% de las encuestas cada uno. Los siguen:
Crecimiento en su Carrera, Buena relación de trabajo con su jefe y Cooperación
Grupal, con más de 46% de respuestas cada una. En el sexto lugar, aparece Ambiente
físico agradable con más del 41%, seguido por Tiempo Libre (39,6%), Tareas Definidas
(38,6%) y Libertad (para organizar el trabajo) con 33,8%. Distintas y posibles
explicaciones sobre la estructuración de este esquema mental de valores laborales
hemos hallado sobre la base del análisis realizado. A partir de ellas, se desarrollarán
las más destacables.
Respecto del valor Estabilidad, se cree que los empleados públicos trabajan
esencialmente para satisfacer sus necesidades básicas, con el fin de garantizarse un
ingreso salarial y estabilidad laboral. La actitud frente a los cambios que plantea la
transformación del Estado es la de aferrarse al pilar y derecho sustancial del esquema
laboral del sector, que es la estabilidad del empleado público. En tal sentido,
suponemos que los componentes tradicionales de la cultura organizacional pública
tienden a inhibir las capacidades para asimilar cambios y plantear nuevas alternativas.
La cultura, al menos en este aspecto, conduciría a quienes trabajan en el sector a
adoptar una postura defensiva mediante la revalorización de algunos de sus elementos
más característicos, como por ejemplo, la estabilidad del empleo público.
En cuanto al valor crecimiento en su carrera, se observa que en el discurso de los
empleados menores de 40 años, lo que está encubierto es el sostenimiento al puesto,
destacando el anhelo de “tener la oportunidad de crecer en su carrera”, mientras que se
oponen a los cambios y transformaciones. Creemos que estas respuestas señalan que
la elección de los valores de autorrealización y reconocimiento social es notoriamente
menor. Estas últimas categorías de valores tienden a estar insuficientemente
integradas en la cultura organizacional, les son extrañas al empleado público, a tal
punto que ni siquiera llegan a reconocer y expresar un claro deseo por ellos. Esto
último estaría condicionando su actitud reticente al cambio lo cual implicaría, por
ejemplo, la incorporación de la flexibilidad laboral en la Administración Pública y nuevas
modalidades de relación con el ciudadano no empleado del sector público, pero que
cotidianamente interactúa con él.
De esta forma, el nivel de individualismo, definido como la necesidad de éxito y de
enfrentamiento a desafíos personales, tiende a ser emparentado con lo “privado”, y en
consecuencia, como un valor contrario a la esencia de lo “público”. Inversamente, se
evidencia cierta tendencia a estimar valores vinculados a una cultura
predominantemente “colectivista”, lo cual explicaría la preeminencia de los valores
sociales: buena relación de trabajo con el jefe, cooperación grupal y tiempo libre. En
otros términos, la organización de las relaciones laborales en el sector público, lejos de
constituir un incentivo para la superación y el éxito personal, parecería reforzar las
preferencias por los valores sociales como el tener buena relación con el jefe, el
ambiente físico agradable y la cooperación grupal. A ello se suman otras variables
intervinientes y contextuales que no podemos dejar de desconocer: primero, las
condiciones ambientales que, por lo general, son poco confortables; segundo, la
presencia de rasgos propios de la organización interna del empleo público, como el
nivel de sindicalización y de solidaridad interna; tercero, el ingrediente político presente
en la Administración Pública, e inherente a ella, que tiende a influenciar en los niveles
de paternalismo y clientelismo.
Vale la pena que mencionemos, respecto de uno de los valores más elegidos, la
libertad para organizar el trabajo. Las respuestas aparecen íntimamente ligadas con el
tipo de jefe. Básicamente, los empleados dan cuenta de que los jefes que priorizan el
diálogo y conocen a sus empleados permiten mayor margen de maniobra al momento
de la realización de las tareas. Asimismo, muchos expresan que la libertad es una
necesidad y tienden a emparentarla con la creatividad, la confianza y el desafío. Es
interesante observar que en este tipo de organizaciones estatales, caracterizadas por la
rigidez y la sobreabundancia de reglamentos que indican cómo deben hacerse las
cosas, sus empleados valoran la libertad, precisamente porque los niveles de libertad
real en las dependencias en las cuales trabajan tienden a ser bajos.
Es evidente que la crisis económico-social del país al momento en que estos datos
fueron relevados influyó en la escala de valores, enfatizando la estabilidad y mejora
salarial por sobre todas las cosas; dejando en segundo plano, tanto la libertad de
acción como la creatividad. Quizás este fenómeno esté atenuado ahora, varios años
después y habiendo experimentado el país un crecimiento económico sostenido. Esto
último será interesante verificarlo empíricamente en próximos estudios.
Respecto del valor cooperación grupal, más de la mitad lo selecciona porque tiene la
sensación de que en la Administración Pública no está lo suficientemente arraigado.
Muchos señalan que a partir de los procesos reformistas, crisis sociales, políticas y
económicas, los lazos de solidaridad y cooperación grupal cedieron terreno a la
competencia, la desconfianza y el individualismo. La percepción es que cada uno
“cuida su quintita”. Consideran este rasgo como algo negativo, y por lo tanto, la
cooperación grupal es más un anhelo por alcanzar. Muchos creen que la ausencia de
cooperación grupal limita el rendimiento laboral y la coordinación entre distintos
departamentos. De manera complementaria, otros enfatizan que la falta de cooperación
grupal conspira contra el trabajo en equipo. En algunas respuestas, también se señala
que la introducción de nuevas tecnologías vinculadas a la informática produjo la
reducción del trabajo en equipo.
Como ya hemos planteado, al realizar este estudio se partió de la premisa de que los
procesos de transformación del Estado se pueden ver obstaculizados si no se toma en
cuenta la variable cultural de la organización pública. Asimismo, sostenemos que el tipo
de cultura organizacional influye de manera gravitante en la relación Estado-Sociedad
civil. La cultura organizacional puede ser un recurso consensual óptimo para impulsar
la participación, la democratización y la transparencia de los procesos de
reconstrucción de la capacidad de gestión de las instituciones públicas.
El valor denominado que el trabajo realizado sea importante para la comunidad
parece no estar fuertemente integrado con la cultura organizacional; ello implica que,
posiblemente, esta última actúe como un factor que, lejos de fomentar la participación y
la fluidez en las relaciones Estado-Sociedad civil, levante barreras entre ambos. Por
otra parte, en las entrevistas realizadas en el marco del estudio aparece una
sobreestimación de este valor, al cual se lo identifica con un ideal, con la participación y
el compromiso social, la solidaridad y como una forma de agradecer lo que el Estado
cotidianamente brinda a la sociedad, como por ejemplo, la educación pública. En varias
de las respuestas obtenidas, se desliza la idea del trabajo en el sector público como un
servicio social por sobre todas las cosas.
En síntesis:
1. La cultura organizacional pública se integraría esencialmente por valores laborales
básicos y sociales, lo cual influiría en la escasa presencia de los valores de
autorrealización y reconocimiento.
2. La cultura organizacional pública habría moldeado de tal forma el esquema mental
de los empleados públicos, que estos tienden a aferrarse y defender los valores que la
caracterizan frente a situaciones de cambio. Más aún, en sus percepciones, el miedo al
cambio se expresa como una constante.
3. Variables contextuales, como la situación económica, las restricciones del mercado
laboral y la imagen externa del sector público reforzarían el sistema de valores
laborales existente.
Tipos culturales
El análisis realizado acerca de los tipos culturales permitió, por una parte, identificar
las percepciones que los empleados tienen sobre el estado cultural actual de la
organización en la cual trabajan, y por otra, conocer sus preferencias en una situación
hipotética. Dicho abordaje facilitó la construcción de un índice de “frustración
organizacional” que mide la distancia entre los tipos culturales existentes y los
deseados. Para su estudio se ha trabajado con cinco tipos ideales, agrupados a su vez
en: tipos culturales históricos (paternalista, anómico y apático) y tipos culturales
neoorganizacionales (exigente e integrativo). Partiendo de la base de que en el terreno
empírico estos tipos no se presentan en forma pura, su utilización como herramienta
metodológica permite identificar el tipo cultural que tiende a predominar en la cultura
organizacional.
Asimismo, se han clasificado según se orienten hacia los resultados o hacia la gente –
ya se los ha descrito– para inferir si la Administración Pública cuenta con un tipo
cultural orientado normativamente, o si por el contrario, su tipo cultural es
neoorganizacional, es decir que lo que tiende a prevalecer es el logro de resultados por
encima del cumplimiento de las normas.
127 Los valores laborales, los tipos culturales y las presunciones básicas como indicadores de cultura
organizacional responden a un modelo de medición propuesto por Isidoro Felcman, el cual ha sido
desarrollado en: Felcman, I. (2001), Construcción de un marco teórico para el análisis de la cultura
organizacional. Buenos Aires: Centro de Investigación en Administración Pública, Facultad de Ciencias
Económicas, Universidad de Buenos Aires (con la colaboración de Gustavo Blutman y Soledad
Méndez Parnes).
128 Eje social: incluye la cultura organizacional y es el espacio que se quiere modificar. Eje fines:
orienta a las organizaciones públicas en términos de una visión, propósito y metas organizacionales. El
cambio cultural tiene que esbozarse en esta dimensión, a los efectos de resignificar las orientaciones
fácticas de las políticas públicas. Eje técnico: las tecnologías que se presentan tienen como objetivo el
logro de resultados sobre la base de mecanismos de planificación para evitar que sean acciones de
gestión pública que estén impulsadas solo por la oferta. Eje económico y de recompensas: el sistema
económico presupuesto y las formas de obtención, distribución y circulación de diferentes recursos
para el logro de metas. Eje política de Recursos Humanos: los cimientos de las transformaciones
integrales de los diferentes sistemas descansan en las prácticas y políticas de Recursos Humanos. Las
acciones se focalizan en todo el ciclo del funcionario público con un énfasis en el empoderamiento de
los empleados.
Capítulo 9
Planificación Estratégica Participativa Principales
conceptos y metodologías aplicables en la
formulación de políticas públicas y la planificación
sectorial
Isidoro Felcman
Gustavo Blutman
Adriana Azcorra
Lara Goyburu
Objetivos de aprendizaje
Que el lector pueda:
• Conocer las diferentes modalidades de planificación estratégica.
• Abordar el estudio del rol del Estado en el proceso de planificación.
• Incorporar el análisis de actores sociales.
• Entender las particularidades de la metodología participativa para la planificación
estratégica.
• Analizar el marco conceptual en la construcción de una planificación estratégica.
1. Fundamentos para elaborar un Plan Estratégico Sectorial
1.1. Conceptos básicos y definiciones de Planificación Estratégica
La Planificación Estratégica es una tecnología de gestión basada en el análisis
sistemático e identificación de la brecha existente entre una situación requerida a futuro
y una situación actual, teniendo en cuenta escenarios futuros más probables y
elaborando políticas, planes y acciones destinados a reducirla. Se trata, entonces, de
una herramienta para la toma de decisiones y permite anticipar pensamiento y acción
para enfrentar situaciones que potencialmente pueden presentarse en el futuro,
ayudando con ello a orientar los esfuerzos y recursos hacia metas realistas de
desempeño.
A lo largo de varias décadas, el planeamiento normativo fue el método más utilizado y
el que se encuentra más instalado en los registros históricos. Pero el análisis de
experiencias de este tipo de planificación ha revelado las dificultades que dicho
enfoque presenta en un mundo en constante cambio y evolución. Así, la planificación
estratégica se ha desarrollado contemporáneamente siguiendo otros enfoques y dando
origen a otras metodologías, algunas de las cuales recorreremos en este capítulo.
En particular, pondremos énfasis en la planificación estratégica participativa que,
aplicada en el sector público estatal, especialmente en el ámbito sectorial, pretende
promover a través de un rol activo del Estado, una visión compartida de todos los
actores sociales para obtener como producto final un proyecto colectivo de futuro. Este
enfoque sostiene la centralidad que en la vida social desempeña el Estado como
garante del bien público, siguiendo siempre la idea de generar una visión compartida y
la elaboración de un proyecto colectivo, sea este referido a una organización, un sector
o un país en su conjunto. En definitiva, la planificación estratégica participativa es una
herramienta que permite transformar un conjunto de intereses sectoriales en el interés
colectivo y alcanzar el así denominado “bienestar general” que, finalmente, se logra
cuando existe la posibilidad de elaborar una visión común y un proyecto compartido
para transformar lo existente (lo que tenemos) en lo requerido (lo que queremos).
Esta concepción profundamente humanista de la planificación la podemos identificar
en los planteos de Carlos Matus, quien sostiene que “el hombre y el colectivo de
hombres en sociedad no pueden ni deben renunciar a la libertad de crear su futuro,
porque esta tiene mayores posibilidades de éxito si a la planificación individual para
ganar espacios de bienestar y libertad, se suma la planificación social creando
macrocondiciones que colaboran con la primera y corrigen sus excesos. Primero somos
individuos y después colectivo social, pero el destino de ambos es común y también lo
es la capacidad de disfrutar del bienestar. Un hombre superior, con valores éticos
sólidos, no puede subjetiva y objetivamente disfrutar de su riqueza en medio de la
pobreza” (Matus [2007], p. 124).
La metodología de la planificación estratégica participativa apunta a lograr que el
producto final le pertenezca al conjunto de la organización o sector sobre el cual se ha
planificado. Difícilmente alguien se comprometa a ejecutar un plan si antes no participó
en su elaboración, si antes no fue consultado sobre diagnósticos y recomendaciones, si
previamente no fueron escuchadas sus ideas y propuestas.
Acerca de esta metodología profundizaremos en lo sucesivo.
1.2. ¿Qué es la Planificación Estratégica Participativa y por qué hablamos de ella?
Tal como ya se mencionó, se trata esencialmente de una metodología destinada a
promover el diálogo, la visión del otro y la generación de visión compartida, mediante
un proceso que favorece el involucramiento y el compromiso con un proyecto colectivo
de futuro. En este sentido, se plantea una diferencia elemental entre planificar y ser
planificado, este último término entendido como un mecanismo pasivo que termina
impactando en quien no desea la planificación (Ackoff [1997]). Esto nos lleva a la
necesidad de precisar algunas distinciones entre el concepto tradicional de planificación
normativa y este enfoque diferente que estamos promoviendo y que hemos dado en
denominar “Planificación Estratégica Participativa”.
La planificación normativa o tradicional es la forma convencional de planificar. Allí, un
equipo técnico presenta un esquema rígido de metas y objetivos que expresan lo
deseable (por dicho equipo técnico), buscando luego intervenir en el curso de los
procesos económicos y sociales mediante políticas, programas y acciones también
elaboradas “en la soledad de los escritorios”. La importancia del rol de los expertos es
fundamental en la elaboración del plan; ellos son el centro en la planificación y en el
diseño de políticas.
Sin embargo, la tendencia contemporánea respecto de la planificación es fomentar
metodologías participativas, en las cuales los diferentes interlocutores/actores se
involucran y luego comprometen con la integralidad del plan. Antes dijimos que,
difícilmente, un actor se comprometa con algo que no le pertenece, si no ha podido
intervenir con sus aportes o si no han tenido en cuenta sus expectativas, necesidades e
intereses. El Plan Libro, producto del planeamiento normativo, pasa a convertirse en un
documento creado por una racionalidad técnica, en algún escritorio burocrático,
probablemente aislado de la realidad y estableciendo una única y mejor manera de
hacer las cosas. Al respecto, se trata de establecer una “cultura de la implicación”
(Kriger, [2012])129.
El planeamiento estratégico participativo, como herramienta para pensar y crear la
acción futura, es un proceso que actúa como mediador entre el conocimiento de la
realidad y la acción que se ha de emprender, entre el presente que se quiere cambiar y
el futuro que se desea alcanzar colectivamente.
Para ello, el planeamiento estratégico requiere un tipo particular de conocimiento para
la acción intencional y reflexiva, que necesita instalarse mediante la generación de un
espacio que promueva y permita el diálogo constructivo, destinado a que los actores
puedan aportar al proceso de construcción colectiva del futuro. En dicho proceso se
irán generando diferentes mecanismos (cooperación, cooptación, conflicto, persuasión,
negociación, mediación, disuasión), y, muy particularmente en el planeamiento
estratégico sectorial, dichos mecanismos se pondrán en juego en relación con un actor
principal llamado “Estado”, que en una sociedad organizada, tiene la capacidad y las
atribuciones para garantizar el bien común por sobre los intereses sectoriales
(Kosacoff, Fuertes, Goyburu, [2007]).
Ahora bien, instalar la metodología de planificación estratégica participativa requiere,
en primer lugar, diferenciarla de la planificación normativa tradicional, cuyo producto
principal es el denominado “Plan Libro” que, elaborado puertas adentro, corre el riesgo
de fallar en su implementación debido a que su diseño no contempló participación de
todos los actores involucrados; y en segundo lugar, asociarla con la Planificación
Estratégica Situacional con el agregado de todos los instrumentos que faciliten la
participación de los actores en la elaboración del Plan y de la participación del Estado
como garante del bienestar general130.
Antes de ahondar en cuestiones metodológicas, es necesario hacer algunas
consideraciones conceptuales de importancia.
1.3. La legitimidad y las capacidades del Estado para poner en marcha procesos de Planificación
Estratégica Participativa Sectorial
Mucho se ha escrito sobre el Estado y su rol, tanto en la formulación de políticas
públicas como en la implementación exitosa de estas. Ha sido así desde la misma
instalación del paradigma weberiano y su modelo de gestión jerárquico/burocrático,
pero muy especialmente en estas últimas décadas, cuando las reformas del Estado han
vuelto a poner en el centro de los debates la cuestión de la capacidad del Estado y la
necesidad de una reconstrucción institucional sobre nuevas bases.
Se puede mencionar una cantidad importante de países que, a principios de los años
ochenta, dentro del mundo desarrollado, y en los años noventa en algunos países
emergentes –Argentina, por ejemplo (Blutman, [1998])– implementaron procesos de
reforma del Estado con una tendencia dominante: criticar al gran gobierno, minimizando
sus funciones y desplazando actividades del sector estatal al mundo de las empresas
privadas o la sociedad civil, con procesos simultáneos de desregulación. Sin embargo,
en el mundo en desarrollo, los gobiernos débiles, incompetentes o inexistentes han
mostrado ser fuente de graves problemas (Fukuyama [2004]), y la implosión financiera
de 2008 es una prueba evidente de ello. Por esa razón, la idea de la reconstrucción y
fortalecimiento del Estado, en oposición a su limitación o reducción, ha vuelto a
constituir una prioridad en los programas políticos, aunque para algunas posiciones
ideológicas pueda parecer irrazonable (Oszlak, en Kliksberg [1994]).
Particularmente en la Argentina, la implosión económica y política vivida a fines de
2001 y una situación social que debía ser atendida de manera inexcusable, puso de
manifiesto la necesidad de desarrollar desde el Estado políticas públicas activas,
movilizar recursos y optimizar instrumentos/tecnologías, de modo tal de aumentar su
capacidad organizacional y de intervención, en un marco de involucramiento de la
sociedad civil como condición para hacer sostenibles los procesos de desarrollo y
(re)construcción de la equidad (Martínez Nogueira [2002]).
De este modo, el modelo organizacional instrumentado mediante tecnologías de
gestión pública conocidas como New Public Management (NPM), que comenzó a
instalarse desde mediados de los años setenta, y se encuentra aún vigente, se está
resquebrajando. Las firmes creencias sobre el Estado mínimo, la desregulación y la
infalibilidad de la mano invisible del mercado comienzan a ponerse en duda. Se
cuestiona lo incuestionable, y eso es lo que sucede cuando los paradigmas entran en
crisis. Se podría decir, entonces, que estamos asistiendo a una ruptura paradigmática
(Felcman y Blutman [2011]).
Si los años ochenta y noventa estuvieron caracterizadas por el diseño e instalación
del Estado mínimo, hoy se visualiza la consolidación de una corriente refundadora,
profundamente crítica del Estado prescindente, pero al mismo tiempo consciente de
que no es satisfactorio volver al modelo tradicional burocrático-weberiano de gestión. Al
parecer, se necesita el diseño de un nuevo modelo, distinto y equidistante de ambos
extremos.
Uno de los enfoques de dichos extremos, hace algunas décadas, defendió la idea de
que era posible pensar en un Estado que planificase centralizadamente el desarrollo en
todos sus aspectos, que contara con una gran maquinaria para la implementación de
las políticas y que asumiera todo orden de funciones ejecutorias. En la práctica, esta
visión mostró graves dificultades. En su concepción misma, subestimaba o marginaba a
la sociedad civil en sus múltiples expresiones y en la implementación efectiva de
políticas. La maquinaria estatal reveló tener gravies ineficiencias, amén de que el
carácter centralizado de la gestión demostró ser un factor crucial de rigidez y de
profundas discordancias con las exigencias de la realidad.
El enfoque situado en el otro extremo postuló la necesidad de un Estado mínimo. Se
planteó que sus funciones debían ser reducidas y que habría que dejar librado el
desarrollo a la propia actividad del mercado. El Estado, percibido como un estorbo para
el logro de esa dinámica, sufrió un activo proceso de demolición en los países en
desarrollo. Como en el caso anterior, este enfoque (al menos como fue implementado
en la práctica) también llevó implícita una subestimación de las capacidades
productivas y de aporte de otras expresiones de la sociedad civil que no fueran Estado
ni mercado.
En este sentido, hay otras corrientes de pensamiento que plantean:
“Frente a los polos del péndulo, se está levantando actualmente una concepción
diferente que a partir de la evidencia histórica reciente indica que las sociedades que
han logrado avances más consistentes en las últimas décadas se han caracterizado por
superar la falsa antinomia Estado vs. mercado. En su lugar, han procurado desenvolver
un esquema de cooperación entre los principales actores sociales, y han integrado
activamente en ese esquema a las importantes fuerzas latentes en la sociedad civil,
que ambos polos tendían a marginar”. En estos esquemas se identifica que entre
Estado y mercado, existe una amplia gama de organizaciones que incluye, entre otras
entidades, los espacios de interés público que cumplen fines de utilidad colectiva pero
que no forman parte del Estado ni del mercado, la nueva generación de cooperativas
empresariales con extensa difusión en numerosos países desarrollados, las
organizaciones no gubernamentales, las organizaciones sociales voluntarias de base
religiosa que han crecido significativamente, las organizaciones vecinales, los grupos
ecologistas, el voluntariado, y otros formas de agrupamiento de esfuerzos de la
sociedad civil de múltiples características” (Kliksberg, [2011]).
La búsqueda de ese nuevo modelo organizacional público parecería apuntar, en vista
de lo anterior, hacia un modelo organizacional igualitario/participativo.
La planificación estratégica participativa, en este contexto, se sitúa como una
herramienta privilegiada de transformación, basada en el conocimiento teórico-práctico,
capaz de promover el desarrollo de la sociedad a partir de imaginar el futuro y de un
conocimiento preciso del presente, sobre un proceso consensuado de transformación
de la realidad en el largo plazo. Se convierte, además, en una herramienta de gestión
participativa por excelencia, en perfecta concordancia con la exigencia de un nuevo
modelo organizacional igualitario/participativo. Pero fundamentalmente se trata de una
herramienta que no puede prescindir de una clara identificación del Estado que se tiene
y, en especial, del Estado que se desea/se requiere, y de ahí su valor singular respecto
de otras tecnologías de gestión. La participación de la sociedad en la gestión y control
de políticas públicas se plantea como un gran desafío y la planificación estratégica
participativa parece ser una adecuada respuesta.
A modo de ejemplo, el Estado argentino ha decidido, a partir del año 2010, poner en
marcha la planificación estratégica en varias áreas de gestión estatal, ejerciendo su rol
como promotor del bienestar general y árbitro de intereses sectoriales, y tomando,
además, las decisiones vinculadas con el proceso de dirección estratégica; esto es,
definiendo los fundamentos ideológico-conceptuales dentro de los cuales se enmarcará
el plan, planificando y coordinando el proceso y las acciones a seguir y convocando a
los diversos actores de la sociedad a la participación activa, el involucramiento y el
compromiso. Ejemplo de ello son el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial
Participativo y Federal 2010-2020 (PEA²) y el Plan Estratégico del Seguro 2012-2020
(PlaNeS).
A partir de la elaboración colectiva del plan, se busca estimular la responsabilidad
ciudadana y el involucramiento de la sociedad, apuntalar un proceso de fortalecimiento
institucional y la construcción de un Estado fuerte y, finalmente, vigorizar la relación
entre la sociedad y sus representantes políticos.
En definitiva, y concluyendo: elaborar un Plan Estratégico Participativo para cualquier
sector del Estado es un reto que se debe afrontar en este nuevo contexto global. Ello
implica poner en juego no solo la capacidad de los actores sociales para interaccionar
colectivamente en el marco de procesos y ámbitos que reconstruyan la confianza sino
también la capacidad del Estado para alcanzar el bienestar general a partir de una
visión colectiva de futuro construida participativamente.
Reconstruir la confianza entre los actores, fortalecer la capacidad del Estado para
impulsar un proyecto colectivo y garantizar el interés general por sobre los intereses
particulares serán los tres desafíos principales de cualquier planificación estratégica en
el sector público.
1.4. La necesidad de generar una visión compartida de futuro
Los países, en particular aquellos en proceso de desarrollo, tienen como tarea
primordial y continua la elaboración colectiva de una visión compartida de futuro. Las
crisis financieras de los últimos años han obligado a revisar las bases del
neoliberalismo económico y las creencias en el mercado como único mecanismo
eficiente para la asignación de los recursos y la teoría del derrame como forma de
redistribución de la renta económica y construcción de una sociedad más justa.
Entre las incertidumbres de los últimos años, se ha fortalecido en los ámbitos
dirigenciales globales que el desarrollo social depende fuertemente de que el Estado, el
mercado y la sociedad civil logren una convergencia. El rol del Estado en este marco es
entonces fundamental: ejecutando políticas públicas, protagonizando los procesos y
regulando los intereses sectoriales en pos de lograr el interés colectivo.
Para ello es necesario reconocer que en la sociedad existen actores que persiguen
intereses particulares y que, en el marco de una colectividad organizada con el valor de
la confianza como sustento social básico, el interés general es un bien superior a la
suma de intereses particulares muchas veces en conflicto. ¿Cómo alcanzar dicho
interés general? Depende de, entre otros, dos conceptos clave: libertad y participación.
Si seguimos algunos aportes de quienes defienden la idea del desarrollo equitativo
(Sen [1999]), veremos que este puede ser descripto como la posibilidad de dotar a los
miembros de una sociedad de participar libremente en el proceso político, la generación
de capacidades para buscar el bienestar económico, las redes y conexiones que hacen
posible la integración social, el libre acceso a las fuentes de información y las
estructuras que garantizan la seguridad personal. Esto requiere mecanismos
institucionales mediante los cuales las diferentes dimensiones de la libertad y la
participación sean consideradas en el centro de la escena.
Los actores deben ser vistos, en esta perspectiva, como activamente involucrados en
forjar su propio destino, y no simplemente como recipientes pasivos de programas de
desarrollo forjados en el lejano escritorio de una organización burocrática estatal.
El Estado, el mercado y la sociedad tienen que desempeñar roles centrales para
fortalecer y salvaguardar la capacidad de los actores a tales fines. El Estado en
particular debe desempeñar un rol de liderazgo y al mismo tiempo de soporte,
destinado a que todas las capacidades individuales y colectivas puedan ponerse en
juego. Pero en ningún caso deberíamos estar hablando de programas y soluciones
cerradas. En este contexto de ideas, los planes de gobierno listos para ser aplicados y
elaborados a partir de la creencia de que hay una única y mejor manera de hacer las
cosas, a la larga, son rechazados y fracasan.
Desde la perspectiva que impulsamos aquí, los actores sociales deben contribuir a
generar esa visión compartida de futuro y, a tales efectos, el Estado debe desarrollar el
proceso para garantizar que dichos actores logren alcanzarla y construirla
colectivamente. Este Estado, a su vez, debe generar una cultura organizacional y
liderazgos para ponerla en práctica (Felcman, Blutman, y Mendes Parnes [2002]).
El instrumento que por excelencia garantiza el logro de una visión compartida se
llama “Planeamiento Estratégico”. Para nuestro caso, adquiere carácter participativo
porque creemos que es la mejor manera de generar esa visión compartida. Esta Visión
compartida se puede dar en los Planes Estratégicos sectoriales como en los
institucionales y de organizaciones (ver Kriger [2012])131.
Misión
Si la Visión dice el qué, la Misión define el “para qué” (Senge [1990]).
La Misión es, en este esquema, el punto de partida para el diseño de los objetivos. Es
la guía o marco de referencia para orientar las acciones y enlazar lo deseado con lo
posible (Franklin [2004]). De aquí, la trascendencia que tiene la misión, ya que le da
sentido a las distintas políticas, programas y acciones destinadas a transformar lo que
tenemos en lo que queremos.
En lo que respecta a su aplicación en un sector económico o social, la Misión es la
identificación de propósitos, aquello que constituye la declaración fundamental que le
da carácter constitutivo al accionar del Estado para generar beneficios al conjunto
social (Dipres [2003]).
Dada la relevancia que tiene la Misión, es necesario que cuente con una claridad y
coherencia en el momento de generar el marco en el que se desarrollará el proceso de
planificación.
Valores
En la construcción de la Visión adquieren un papel importante los valores que ponen
en juego los integrantes de un determinado colectivo social, ya que ellos remiten a
ideales que condicionan la acción y establecen un marco de referencia. Si la
planificación estratégica busca darle un curso determinado a esa acción, los valores
son los pilares sobre los cuales se asentará la dirección que ella tenga.
Los Valores pueden ser entendidos como aquellas convicciones profundas de los
seres humanos que determinan su manera de ser. Son creencias de que algo es
preferible y digno de aprecio. Los Valores (Schwartz, en Ros y Gouveiz [2001]) sirven
como principios de una persona o una institución, pueden motivar la acción dándole
dirección e intensidad emocional, funcionan como criterios para juzgar y justificar la
acción y se adquieren tanto a través de la socialización en los valores del grupo
dominante como mediante la experiencia individual de aprendizaje.
En el marco de la dirección estratégica, los valores permiten formar un núcleo
alrededor del cual se estructuren los motivos, los esfuerzos y las acciones de todos los
actores del Sector y eso es lo que posibilitará viabilizar una Visión Compartida de
futuro.
Si la Visión habla del qué, y la Misión, del para qué, los Valores se construyen
respondiendo a la pregunta “cómo”: ¿cómo queremos lograr el qué y el para qué?
(Senge [1990]).
Fines Estratégicos/Objetivos
La planificación estratégica procura que la Visión y Misión se desagreguen en Fines
Estratégicos, y luego, en Objetivos.
Toda Misión lleva asociados una serie de Fines Estratégicos, que se definen como
espacios propositivos mediante los cuales resulta posible, a continuación, fijar
objetivos. Por ejemplo, para el caso del PEA2, los Fines Estratégicos identificados y
trabajados fueron: Fin Económico Productivo, Fin Socio Cultural, Fin Ambiental
Territorial, Fin Institucional.
Cada uno de estos Fines Estratégico habrá de desplegarse luego en Objetivos.
En este sentido, se puede decir que la Visión y Misión se operacionalizan a través de
una serie de Fines Estratégicos que orientan luego políticas, programas y acciones, y
enlazan lo deseado con lo posible (desagregados cada uno de ellos en un conjunto de
objetivos componentes), (Senge [1990]).
Consecuentemente, los objetivos se definen como despliegue o desagregación de los
Fines Estratégicos y describen con claridad y de manera no ambigua los resultados que
se desean alcanzar. Se los puede definir como un estado futuro deseado a lograr en un
período específico (Paredes Santos y Pérez Coscio [1994]).
A continuación, y a manera de ejemplo, se presenta el listado de Objetivos elaborados
para el PEA2, en función de los cuatro Fines Estratégicos señalados con anterioridad.
Territorio de la Visión
El Territorio de la Visión133 es el esquema conceptual y metodológico que sintetiza
los aportes recibidos por una multiplicidad de actores que han debatido y discutido el
primer paso de la Lógica Metodológica (Dirección Estratégica). El proceso, tal como se
ha mencionado oportunamente, involucra a un conjunto de actores con ideas e
intereses disímiles, pero en torno a determinados conceptos comunes, dentro de límites
y espacios compartidos. En tal sentido, y después de haber contribuido y sistematizado
las propuestas realizadas, se arriba a un documento donde se presenta una síntesis
preliminar que expresa las sugerencias realizadas en torno a la Visión, Misión, Valores,
Fines Estratégicos y Objetivos.
El proceso de elaboración del Territorio de la Visión comienza con la distribución de
manera masiva de los instrumentos de Visión, Misión, Valores, Fines Estratégicos y
Objetivos134 a todos los actores convocados a participar, a través de los diferentes
ámbitos de participación, en la elaboración colectiva del Plan. Cabe destacar que la
metodología de trabajo propuesta se basa en la participación permanente y la mejora
continua de cada uno de los documentos de trabajo.
A partir de los aportes recibidos se construyen Territorios Comunes de Visión, Misión,
Valores, Fines Estratégicos y Objetivos, los cuales permiten elaborar versiones
preliminares de tales conceptos, que posibilitarán identificar una serie de tensiones,
poniendo de manifiesto intereses particulares expresados por los diferentes actores
vinculados con el sector a planificar.
Esto quiere decir que la existencia de opiniones encontradas y/o extremos dentro de
una misma escala conceptual define tensiones, y esto requiere un espacio donde todos
los actores discuten sobre los mismos conceptos. Tal como ya se explicó, Territorios
Comunes de Visión, Misión, Valores, Fines Estratégicos y Objetivos constituyen el
escenario de generación de consensos, son el marco referencial dentro del cual se
trata esencialmente de promover el diálogo, la visión del otro y la generación de visión
compartida, mediante un proceso que favorece el involucramiento y el compromiso con
un futuro colectivo.
En tal sentido, las principales tensiones, si bien involucran opiniones, aportes, ideas,
intereses encontrados, no necesariamente tienen que ser divergentes. Es decir, tales
tensiones pueden no disolverse o unificarse, dado que pueden ser complementarias y/o
convergentes.
La planificación estratégica, a partir de la puesta en marcha de la práctica
participativa, con una metodología común de trabajo, pretende generar valor social,
creando ámbitos de discusión donde se presenten las diferentes ideas e intereses a
partir de las cuales sea posible construir un proyecto común.
Los siguientes son ejemplos de algunas tensiones identificadas en el proceso de
construcción del Territorio de la Visión para el PEA2:
Fuente: Visión, Misión, Valores, Ejes Estratégicos y Objetivos. Aportes para elaborar
un proyecto compartido.
2.1.2. Paso 2: escenarios futuros más probables
Los escenarios son formulaciones conjeturales de situaciones posibles donde se
combinan elementos invariantes, variantes y opciones que se desarrollan en la
trayectoria que va desde la situación actual hasta la situación objetivo (Lafuente
[1996])135.
Consiste en imaginar modelos de situaciones futuras, su evolución en un horizonte de
tiempo determinado y las respuestas posibles que pueden utilizarse para promover los
cambios deseados. Así, el escenario es el conjunto de condiciones hipotéticas y
supuestos futuros más probables donde se sitúa y opera el Plan.
El método de análisis de escenarios se ha desarrollado en numerosos sectores
(industria, agricultura, demografía, empleo) y se ha aplicado a diferentes niveles
geográficos (países, regiones, mundo). Incorporado al planeamiento estratégico, tiene
por finalidad establecer referencias de situaciones futuras posibles para programar
iniciativas y respuestas del actor que planifica.
El diseño y la elaboración de escenarios es un ejercicio de imaginación acerca de
futuros posibles. Es la construcción de hipótesis (o modelos básicos del
comportamiento futuro) de la estructura que tendrá el escenario en un horizonte de
tiempo determinado. El escenario es una conjetura que representa a los fenómenos
que pueden acontecer y a sus conexiones de causa y efecto (hipótesis descriptiva y
explicativa).
El análisis de escenarios se compone de dos elementos. Por un lado, las tendencias
que pueden afectar el futuro de un determinado sector y, por otro lado, el mapa de
actores relevantes que influye directa e indirectamente en dicho sector, ayudando de
esta forma a predecir la evolución futura más probable de sus comportamientos.
Tendencias
Los diferentes sectores económicos, políticos y sociales se relacionan
permanentemente con su entorno, ya que a través de ello obtienen los insumos
necesarios para generar productos que entregan con posterioridad a clientes, usuarios
y/o beneficiarios que actúan en el contexto.
El análisis de ese entorno o contexto consiste en la identificación de las tendencias
económicas, sociales, demográficas, políticas, culturales, legales, científico-
tecnológicas, históricas, las cuales son sistematizadas como oportunidades y
amenazas que afectan o pueden afectar en el futuro al sector u organización que
estemos considerando. Dichas tendencias pueden ser de carácter nacional, regional o
internacional, de acuerdo al nivel en el que se sitúe el análisis.
El análisis de tendencias no debe basarse exclusivamente en proyectar lo sucedido
en el pasado hacia el futuro. Ya hemos visto a lo largo de la historia rupturas de
tendencias pasadas que generaron quiebres fundamentales en fenómenos
económicos, sociales, políticos, tecnológicos y medioambientales, entre otros.
Un camino de larga recta que transitamos con nuestro automóvil no garantiza que en
algún momento no aparezca una curva repentina. Si no prevemos dicha curva, lo más
probable es que nos salgamos del camino y tengamos un accidente. La economía de
las hipotecas y los derivados financieros de 2007-2008 es un buen ejemplo de curvas
en el camino que hicieron “volcar” al mundo entero.
Para comprender cabalmente esta noción, es preciso definir los conceptos de
oportunidades y amenazas:
• Oportunidades: son los factores y/o procesos externos que de manera directa o
indirecta contribuyen al logro de los resultados propuestos. Las oportunidades son
entendidas como “situaciones que se encuentran en el entorno y que pueden ser
aprovechadas para facilitar el logro de objetivos, la realización de la misión y el
cumplimiento del rol propuesto”.
• Amenazas: son los factores, personas o situaciones que, de manera directa o
indirecta, influyen negativamente, causando el retroceso, el debilitamiento o la
destrucción de los fines propuestos (Barzán, en Aramayo [2006]).
Considerar estas tendencias supone explotar las oportunidades y evitar las
amenazas, creando la capacidad de ubicarse y mantenerse en una posición ventajosa
en el largo plazo, enfrentando con efectividad los cambios que se presentan en el
contexto.
Por lo que hemos visto, la metodología de los escenarios, lejos de pretender la
ingenua intención de adivinar o conocer el futuro, parte de la suposición opuesta:
asumir y reconocer la imposibilidad de poder adivinar las consecuencias del futuro.
El proceso de planificación contribuye a identificar y analizar metódicamente las
oportunidades y peligros actuales y aquellos que pueden surgir en el futuro. A partir de
todo ello, junto con otros datos importantes, se construye la base para tomar mejores
decisiones en el presente, tendientes a aprovechar las oportunidades y evitar los
peligros. En tal sentido, planificación significa diseñar un futuro deseado, en
concordancia con los cambios que se van produciendo en el entorno.
Para ilustrar este punto, presentamos un ejemplo de tendencias, elaboradas para el
PEA2:
129 Ver en esta compilación el artículo de Mario Kriger, “Planeamiento estratégico en organizaciones
públicas”.
130 Para más detalle sobre el Planeamiento Estratégico Situacional remitirse al punto 1.7.2. de este
mismo capítulo.
131 Kriger (2012) va remarcando en ocho etapas las formas de planificación en organizaciones
públicas. Incorpora como distintivo del presente texto, procesos de implementación, evaluación y
ajustes.
132 Ver en Documento de Proyecto Versión 3, PEA2, Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de
la Nación, 2011.
133 Ver Visión, Misión, Valores, Ejes Estratégicos y Objetivos. Aportes para elaborar un proyecto
compartido, PEA2, Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, 2011.
134 Ver Documento de Proyecto Versión 3, PEA2, Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la
Nación, 2011.
135 La palabra escenario fue introducida en prospectiva por Herman Kahn en los años sesenta en su
libro El año 2000. En Francia, el equipo de la OTAN fue el primero en utilizar el método de los
escenarios, con ocasión de un estudio de prospectiva geográfica.
136 Ver Ejercicio de Simulación y Consistencia Macroeconómica 2010-2020. Análisis del Impacto del
PEA2.
137 Modelo de Simulación y Consistencia Macroeconómica del Plan Fénix 2010-2020. Análisis de
impacto del PEA2.
Capítulo 10
Planeamiento estratégico de organizaciones públicas
Mario J. Krieger
Objetivos de aprendizaje
Que el lector pueda:
• Conceptualizar al planeamiento estratégico de las organizaciones públicas.
• Visualizar la importancia de un enfoque estratégico.
• Dimensionar el vínculo entre políticas públicas y planeamiento estratégico de las
organizaciones públicas.
• Visualizar cómo la est rategia para ser eficaz debe materializarse en el
presupuesto y la operación.
• Abordar el vínculo entre estrategia programas, proyectos operativos y
presupuesto.
Introducción
En el capítulo anterior, en los planes de gobierno y planeamiento estratégico, se
tomaban los problemas como unidad de análisis; el producto era formular políticas
públicas.
En este capítulo se tomará a la organización pública como unidad de análisis,
teniendo en cuenta que se puede ejecutar más de una política pública y lidiar con
muchos problemas mediante programas técnico-operativos.
El Planeamiento Estratégico de Organizaciones Públicas (PEOP)
El PEOP es el proceso que se ha dado en un organismo público determinado para
pensar y actuar estratégicamente, buscando definir su futuro y los procedimientos
necesarios para alcanzarlo. Por medio de los análisis de escenarios y FODA, procura
reducir la incertidumbre y prepararse para aprovechar las oportunidades y afrontar las
amenazas, optimizar sus fortalezas, superar sus debilidades desarrollando sus
estrategias para implementar las políticas públicas y los mandatos normados que son
su razón de ser. Busca alcanzar la visión organizacional, en el marco de sus valores a
través del desarrollo de la misión. Se traduce en programas estratégicos y proyectos
con miras a resolver problemas de acuerdo con la misión establecida. Es participativo
porque pretende involucrar y comprometer al conjunto de actores internos y referentes.
Guía la acción cotidiana y las actividades del organismo. Orienta la presupuestación
por programas.
En esta definición que formulo sobre el PEPOP se puede observar cómo la unidad de
análisis del planeamiento estratégico es la organización pública, y no el análisis de
problemas. El PEPOP no aborda el árbol de problemas, como hace Matus (1987, 1999,
2006 y 2007a)138.
El enfoque estratégico
Se suele dar por sentado que los líderes de la organización pueden adaptar sus
organizaciones al entorno, pero también pueden llegar a cambiarlo y convertirlo en más
favorable para sus actividades. Este supuesto constituye la base de la perspectiva
estratégica de las organizaciones.
El enfoque estratégico es un modo de conducir las organizaciones frente a los nuevos
desafíos que les plantea el medio ambiente. En vez de ser reactivo, como en la teoría
de las contingencias, es proactivo y busca anticiparse a los desafíos que presenta el
entorno. Estos desafíos y amenazas no son vistos como una limitación sino como una
oportunidad para crecer, cambiar y transformarse.
En este enfoque, quienes conducen las organizaciones deben estar imbuidos de una
visión estratégica y desplegar esa visión estratégica a través de toda la organización a
todos sus miembros, grupos y equipos de trabajo.
El planeamiento estratégico
La Planificación Estratégica Participativa (PEP) es una herramienta que permite a las
organizaciones alcanzar la visión de éxito gracias a la aplicación de un método
sistemático de definición de acciones, sistema que, a su vez, auxilia en la generación
de un consenso sobre la participación, el compromiso y su priorización en el proceso de
gestión estratégica.
El propósito de la PEP es responder a las preguntas: “¿a dónde vamos?” y “¿cómo
llegamos allí?”. Para ello, junto a la definición de un plan de acciones a largo plazo,
contiene el desarrollo de planes operativos que tienen como referente la visión de éxito
de la organización pero plantean la gestión de lo cotidiano para que esta no evite sino
que contribuya a alcanzar los objetivos estratégicos.
En consecuencia, la PEP no es un fin en sí misma sino un medio gracias al cual se
puede alcanzar la visión de éxito de la organización. También es un proceso dinámico
que requiere un esfuerzo constante y sistemático para obtener información, elaborar
alternativas y establecer prioridades de acción con el fin de alcanzar los objetivos.
En un proceso de PEP hay que hacer hincapié en los siguientes aspectos
fundamentales:
a) la generación de una conciencia acerca de la necesidad de planificar
estratégicamente la conducción de la organización; b) la participación, inclusión e
involucramiento de todos los agentes en el proceso; c) el desarrollo de equipos de
facilitadores del proceso que posibiliten lo anterior y asistan a la conducción en su
desarrollo y d) el énfasis en la implantación, que genere equipos de implementación y
desarrollen programas, proyectos y actividades debidamente financiadas, orientadas a
la consecución de las estrategias priorizadas en el plan.
A su vez, la Planificación Estratégica Participativa debe producirse después de la
reflexión estratégica y del pensamiento estratégico; en el marco de un proceso de
gestión estratégica. No es un fin en sí misma sino un proceso dinámico, inclusivo,
motivador y movilizador de todos los miembros de la organización en torno a valores
comunes, una visión compartida y una misión comprometida.
Finalmente, la planificación, al ser un proceso continuo, no permite que la
consecución de la visión de éxito finalice, puesto que esta representa la utopía
permanente hacia la cual ha de tender la organización, y en tal sentido, viene a
constituirse en el objetivo inalcanzable y en continuo proceso de redefinición.
Por tanto, lo esencial no es definir las estrategias sino emprender los procedimientos
para llevarlas a cabo. En materia de PEP, si no hay un acuerdo inicial sobre la
necesidad de planificar estratégicamente este proceso, no debe iniciarse con
independencia de estar inmersos en la gestión estratégica. Además, si no existe una
voluntad clara y un compromiso de la conducción superior por la participación, el
involucramiento, la capacitación de los agentes y la implantación de las acciones, no
conviene elaborar planes estratégicos.
La razón de esta advertencia es doble: por una parte, la Planificación Estratégica es
costosa desde el punto de vista económico y organizativo, y por otra y mucho más
importante, los planes generan expectativas que –de romperse de forma abrupta–
tendrían un impacto muy negativo dentro y fuera de la organización.
De hecho, una de las mayores causas de los fracasos de los planes estratégicos
radica en que no sean participativos, pues no motivan, amalgaman ni mueven
voluntades tras las estrategias diseñadas por más brillantes que sean.
Por tal motivo, el proceso de PEP se ha de diseñar ad hoc para cada organización,
sobre todo teniendo en cuenta que junto al rigor de análisis requerido en todo proceso
de Planificación Estratégica hay que hacer hincapié en el ajuste a la cultura y a los
valores de la organización y en la implicación de todos sus actores en el proceso.
En definitiva, lo importante no es el plan o el documento final sino el proceso de
planeamiento y el involucramiento de actores e interesados, de miembros conspicuos
de la órbita organizacional y de todos los miembros de la organización.
El planeamiento estratégico ha de ser participativo
Resulta muy importante que el planeamiento estratégico sea participativo para tener
éxito en focalizar la organización pública en su visión y misión, puesto que sin
participación resulta imposible que se logre una visión compartida y una misión
comprometida del conjunto organizacional.
Bryson (1995) plantea la necesidad de otorgar participación a elementos claves del
contexto y a tres niveles internos de la organización; a saber: el nivel político superior
de toma de decisiones, mandos medios y el nivel técnico central más relevante de
acuerdo a las tecnologías que maneja la organización y a aquellos que se encuentran
en la primera línea de acción.
Marcos Makón ([2007], p. 7) también plantea la necesidad de “un ejercicio
participativo y riguroso, en el que toda la Alta Dirección deberá involucrarse”. Por su
parte, Ackoff ([2006], p. 6) señala que el proceso de realización del plan estratégico es
el producto más importante del plan, pues la participación es el medio de aprendizaje
de la organización y constituye una finalidad en sí misma porque permite el
involucramiento, la capacitación, la motivación y el desarrollo del cambio
organizacional.
En otras palabras, la participación implica, en lo interno, incluir en el proceso de
planeamiento estratégico la conducción política de las organizaciones, las direcciones
nacionales, las direcciones, los mandos medios y todo el personal. A mi juicio, también
debe darle participación al nivel sindical, si se desea lograr un efectivo compromiso
gremial con el tema.
Se trata de ir introduciendo en la organización, la idea de que la gestión estratégica es
un proceso que le atañe y que todos pueden contribuir al cambio desde el área o la
función que desempeñen, comenzando por aquellos que tienen capacidad decisoria
para promover la implantación.
El proceso es más importante que el plan estratégico en sí como producto, pues al
realizarse participativamente desde el inicio, impulsa el cambio motivando e
involucrando a los agentes.
La participación de los distintos actores se fundamenta en la necesidad de generar un
consenso sobre la conveniencia de afrontar el proceso, incluyendo a los decisores
clave en el diseño de las estrategias.
Ahora bien, las estrategias de participación tradicionales son informativas; se baja la
información necesaria para el desempeño de la tarea o se coloca un buzón de
sugerencias y, en el mejor de los casos, es consultiva en aspectos puntuales. Cuando
aquí hablo de trabajo participativo me refiero a la importancia de instalar una cultura de
implicación, es decir, que los actores se sientan parte de un proyecto, se pongan en red
los cerebros de la organización y aprovechen la potencialidad de los talentos. Aplana la
estructura y facilita y agiliza las decisiones; lo que se instala en la organización es la
escucha. El participar a través de la formulación del Planeamiento Estratégico
Participativo, por sí mismo inicia el proceso de cambio y dispone bien a los agentes.
La participación, el involucramiento de los agentes, la buena comunicación
ascendente, descendente y horizontal, la confianza mutua, el trabajo en equipo,
liderazgos basados en el conocimiento, la expertez, el compromiso y el ejemplo serán
relevantes en esta etapa de cambio. La motivación, los incentivos y los premios por el
cumplimiento de metas de los programas contribuirán a afianzar el contrato psicológico
entre los miembros de la organización pública y a pautar conductas afines al proceso
de cambio que se desea instaurar.
Participación significa involucramiento, implicación de los agentes con sus distintos
niveles y grados de responsabilidad en el organismo y convertirse de receptores
pasivos de directivas, en el mejor de los casos, en actores, protagonistas y partícipes
necesarios del proceso de cambio.
En una organización pública compleja, las estrategias participativas requieren el
despliegue de una ingeniería, estamentos, niveles, un procedimiento para abarcar un
gran número agentes internos. A tal efecto, he implementado en los casos en que me
ha tocado participar, una estrategia inclusiva en escalera, abarcando desde la
conducción superior, directores nacionales, directores, coordinadores, jefaturas, hasta
el último equipo de trabajo, en forma descendente y ascendente iterativa, en sucesivos
pasos y complementada con la formación de facilitadores del proceso y multiplicadores.
Además, se complementa la participación interna con la participación de actores
externos entre clientes, usuarios, e interesados, a través del análisis de escenarios y rol
del organismo.
Los casos del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Argentino,
Participativo y Federal, 2010-2020; el Planeamiento Estratégico Participativo del
Senasa (PEPS)139 (Valente [2011]) son algunos buenos ejemplos del enfoque.
En muchos casos, los organismos públicos vienen de varias experiencias de Planes
Estratégicos formulados sin la participación de las diversas áreas del organismo lo que
los convirtió en documentos de difusión pero poco orientadores y motivadores de sus
agentes e impulsores del cambio.
Cuando la elaboración o la implementación de los planes estratégicos no involucran a
las personas, genera que los miembros de las organizaciones (individuos, equipos y
áreas) no lo sientan como propio y, por lo tanto, no se encuentren motivados por él.
Más que el documento final del plan estratégico o la síntesis de la misión en un
eslogan, importa el proceso en sí de la elaboración y el grado de participación y
compromiso que logre de los miembros de la organización con él, comenzando con la
cumbre estratégica del organismo y pasando por todos los niveles de jefatura y
coordinación. Por consiguiente, una estrategia en cascada sumada a las sucesivas
iteraciones descendentes y ascendentes deberían garantizar la plena participación de
todos los agentes en el proceso de planeamiento estratégico. Lo mismo debe ocurrir
con los programas estratégicos y con la implementación de los programas estratégicos
transversales, clave de transformación del organismo.
Etapa Estratégica
1 Mandatos y políticas públicas
Según Bryson ([1995], pp. 211-228), la gestión estratégica implica en su inicio la
realización de un análisis del liderazgo organizativo, ya que el estilo de dirección influye
de forma directa en el diseño y en la puesta en marcha del proceso. Para su
materialización, adquieren importancia capital las personas que ocupan roles
jerárquicos de responsabilidad o cargos críticos de las organizaciones públicas, ya que
su implicación es requisito indispensable para que se elabore el Planeamiento
Estratégico Participativo de Organizaciones Públicas (PEPOP) y su implementación en
la consecución de la misión y visión organizacional.
Por lo tanto, es muy importante que en el Planeamiento Estratégico esté involucrada
la conducción en su máximo nivel. No puede ser una actividad de una dirección o área
de planeamiento. Si la cumbre estratégica de la organización pública no se involucra,
difícilmente el plan logre tener éxito.
La Planificación Estratégica Participativa debe involucrar al conjunto de la
organización comprometiendo primeramente su conducción y luego a los demás
niveles directivos en cuanto a fijar sus objetivos estratégicos.
La persona, consultor o facilitador que inicia el proceso tiene entre sus primeras
tareas la de identificar a los decisores clave, tomar contacto con ellos, explicarles en
qué consiste el Planeamiento Estratégico Participativo e interesarlos y comprometerlos
en el proceso. La tarea siguiente consiste en identificar a personas, grupos, unidades
actores sociales u organizaciones que deberán ser involucradas en el proceso de
Planeamiento Estratégico.
• Identificar los mandatos organizacionales
Abarca todo lo que la organización debe hacer según figura en la ley, o decreto
de creación: sus objetivos formalmente expresados, sus competencias y
actividades, los convenios y acuerdos de los que es signataria y demás
mandatos.
• Se debe analizar el rol asignado a la organización pública
Se trata de visualizar cuál es el rol asignado para la organización respecto de
otras organizaciones públicas y de la sociedad; y de conocer la legislación
concerniente a la organización, leyes, decretos, reglamentos, estatutos,
organigramas, manuales de procedimientos, contratos –si los tuviera la
organización–, convenios u otros vínculos jurídicos formales que orientan y
comprometen su accionar. Los mandatos son un dato para el organismo. Si
desea producir cambios, el tema debe incluirse en el plan estratégico y evaluar su
viabilidad. Pero hasta que no se logre el cambio, debe desenvolver su actividad
en el marco dado.
• Análisis de las políticas públicas que involucran al sector
También deben considerarse las políticas públicas que involucran a la
organización en cuestión y los planes de gobierno, planes quinquenales, etc., si
los hubiera. Si desea producir cambios en ellas, el tema debe incluirse en el plan
estratégico y evaluarse su viabilidad política. Pero hasta que no se logre el
cambio, debe desenvolver su actividad en el marco de las políticas públicas
establecidas.
• Análisis de los referentes básicos
¿Qué esperan de ella quienes se refieren a ella?, ¿qué constituye su base de
sustentación?, ¿quiénes se interesan en su accionar y son sus usuarios actuales
o potenciales? En esta etapa, se detectan los actores críticos internos en la
organización y externos a esta, para apoyarse en ellos durante el desarrollo del
plan y determinar quiénes y en qué momento del proceso van a participar.
Primero se seleccionará a quiénes participarán del análisis o taller de escenarios.
2 El análisis de escenarios
El equipo de Planeamiento Estratégico debe explorar el contexto externo, los
responsables de la organización, apoyándose en los actores críticos, y utilizando las
técnicas de investigación acción y análisis sectoriales pertinentes. Debe generar la
información para construir escenarios, otorgarles probabilidades de ocurrencia de cada
uno y desarrollar estrategias para cada escenario posible, deteniéndose en las de
mayor probabilidad de ocurrencia. Es conveniente que en esta etapa participen tanto
actores externos que puedan aportar una visión amplia del sector y de los escenarios
en que se desenvuelve, como actores internos relevantes que deben sensibilizarse con
el contexto.
Esta etapa también se completa con el mapa de los actores críticos internos y
externos a la organización para darse una estrategia frente a ellos, de alianza,
cooperación, colaboración, negociación o conflicto y determinar quiénes serán invitados
a participar.
Se deben contabilizar no solo los factores negativos (Amenazas) sino también los
positivos (Oportunidades), que pueden detectarse en los medioambientes políticos,
económicos, sociales, educativos, tecnológicos, regulatorios, nacionales o
internacionales de la organización. Se debe analizar la órbita organizacional, o sea,
aquellas otras organizaciones y personas con las que esta interactúa o podría
interactuar en su contexto mediato e inmediato. Es muy importante identificar el
dominio organizacional, ya que representa la porción del contexto (si existe) que la
organización focal en cuestión puede controlar.
Coincido con Bryson ([1995], p. 29) cuando señala que los miembros políticos de la
conducción de la organización –particularmente si son elegidos– suelen ser mejores en
analizar escenarios, que los funcionarios o directivos de origen técnico o administrativo.
Pero generalmente las conducciones de las organizaciones no realizan una tarea
sistemática de evaluación de su contexto y en ese aspecto se encuentran a la deriva, lo
cual es muy peligroso en este mundo interactivo y globalizado con contextos
turbulentos y cambiantes que plantean por igual nuevas oportunidades, desafíos y
amenazas.
Los cuadros políticos, técnicos y administrativos deben complementarse en esta
tarea, pues los funcionarios y agentes de la organización pública, a medida que se
desciende en la pirámide organizacional, tienen una visión más completa de detalle y
experiencia de situaciones pasadas.
Las organizaciones que carecen de capacidad anticipatoria de sus contextos suelen
reaccionar de manera lenta, tardía, cuando los hechos ya han sucedido.
El planeamiento estratégico pretende ser una herramienta para lidiar con el contexto,
aprovechar mejor las oportunidades y prepararse para los desafíos; de ahí que la
organización deba ser así anticipatoria más que reactiva. Si puede, debe ser proactiva,
es decir, construir sus escenarios y contextos mediante sus políticas y estrategias.
La evaluación de escenarios alternativos es una actividad compleja, por la cantidad de
variables que se manejan. Una metodología para aprehender dicha complejidad
consiste en incorporar al análisis la visión desde distintas perspectivas, de modo que
conviene convocar un amplio espectro de actores internos y externos que trabajarán en
grupos de 4 a 10 personas, evaluando escenarios pasados, presentes y futuros, y
volcando sus conclusiones en un plenario.
La intención del taller es describir mejor los referidos escenarios; no tomar decisiones
sino ayudar a los que habrán de tomarlas para que, al momento de diseñar las
estrategias del organismo, cuenten con un análisis alternativo de escenarios y
probabilidad de ocurrencia de cada uno.
3 Definición consensuada de valores comunes, visión compartida y misión comprometida
Enunciaré algunas definiciones previas:
a) Valores comunes:
Los valores son las líneas fundamentales, ideas, que guían el accionar de una
Institución. Inspiran la conducta de la organización. Son el cimiento sobre el que
se sustentará la organización.
b) Visión compartida:
Es la imagen futura pretendida, sitúa al organismo en el mediano y largo plazo.
Responde a la pregunta ¿cómo nos queremos ver allá? En algunos casos,
representa el sueño, un sueño viable que todos comparten y van por él.
La visión compartida tiene la fuerza de transformar a todos en protagonistas
activos, por lo cual debe ser convenientemente comunicada y estar siempre
presente en la imagen organizacional, extendida por todo el territorio.
La visión constituye una declaración que guía a la entidad en un contexto interno
y externo cambiante. Cuando se enuncia como visión compartida, se pretende
hacer referencia al proceso participativo de su elaboración por parte de la
organización y a la síntesis lograda a través de él. El enunciado de la visión
compartida impulsa a la propia entidad y la motiva para lograr el cumplimiento de
sus objetivos estratégicos y metas estratégicas. La visión constituye, por tanto, la
imagen futura deseada que debiera tener la entidad.
La visión compartida remite al núcleo de la identidad duradera de la organización
y plantea cómo quiere ser vista por la sociedad y qué objetivos se propone
alcanzar, describe lo que la organización debería ser en los próximos años (cinco
a veinte años) y determina de qué modo se logrará que la organización alcance
ese horizonte. Está vinculada con lo externo y con el futuro, pero su definición
deber guardar coherencia con la historia, cultura y recursos de la organización.
Los conceptos de visión y misión evidencian la relación y la tensión entre el
pasado y el futuro y entre el adentro y el contexto.
c) Misión comprometida:
Es la identidad que congrega los esfuerzos de una organización para alcanzar
sus fines. Es lo que define la función principal, su razón de ser, justificando su
existencia. Debe ser clara, concisa pero suficientemente representativa de su
alcance.
La misión resulta de los mandatos organizacionales formales e informales, las
políticas públicas sectoriales y responde a los valores comunes instituidos y a la
visión compartida. Cuando se adjetiva a la misión como comprometida, se busca
involucrar a todos sus agentes para el accionar en función de los fines buscados.
Por otro lado, la misión consiste en la identificación y consolidación de los
propósitos, fines y límites del servicio y/o función que desarrolla la entidad. Es la
declaración fundamental del quehacer de la organización pública que le da
identidad a ella misma y a su accionar.
La misión refiere al sentido de la existencia de la organización, a sus mandatos,
las políticas públicas referenciales y a sus capacidades. Se relaciona con lo
interno y con el pasado, pero su definición afecta a la estructura, recursos,
desarrollo y entorno de la organización y busca orientar su futuro. La misión nos
habla de la razón de ser de una organización y de la justificación social de su
existencia.
Toda organización pública debe satisfacer una necesidad política o social que le da su
razón de existir. Desde este punto de vista, una organización es un medio, no un fin en
sí misma. Si predominan los fines del sistema (sobrevivir, poder, prestigio, cargos para
sus miembros) por sobre los de producto (servicios, políticas, resultados) tenderá a ser
cuestionada por burocrática y finalmente podrá desaparecer por falta de apoyos
externos.
Toda organización pública, para ser productiva, eficiente y lograr legitimidad, debe
tener consenso social acerca de su misión por parte de quienes son sus principales
referentes (requirentes, demandantes, consumidores, usuarios, clientes, interesados,
afectados y sostenedores, otros poderes del Estado, legisladores, ciudadanos,
electores). A todos ellos los une como denominador común el hecho de que pueden
establecer reclamos a la organización acerca de su atención, uso de recursos,
productos, servicios, regulaciones, etc.
Toda organización pública, para ser legitimada, debe lograr un adecuado nivel de
aceptación, consenso y satisfacción entre sus referentes. Un análisis de los referentes
es fundamental para comprender el contexto, medio ambiente, organizacional, así
como para delinear objetivos estratégicos y cursos de acción y planes estratégicos.
El análisis de referentes de la organización pública es mucho más complejo que el del
mercado o los clientes en las organizaciones privadas porque alude a públicos mucho
más diversos, con distinta naturaleza y criterios de legitimidad acerca de lo que la
organización en cuestión debe o no debe hacer, o de cómo medir su desempeño. El
análisis de los sectores referentes habrá de permitir a la organización delinear más
acabadamente su misión. Esta misión podrá expresarse como un mandato en uno o
varios párrafos, en una frase o como un eslogan en pocas palabras para que sea
internalizada por cada uno de sus miembros, a los efectos de poder orientar
permanentemente su accionar y conducta. Por ello, deberá expresar con claridad fines,
propósitos, filosofía, valores y pautas éticas que servirán para establecer cómo
alcanzar su visión del éxito.
El proceso de participación en la definición de valores comunes, visión compartida y
misión comprometida involucra a todos los niveles y agentes, desciende y asciende a lo
largo de toda la pirámide organizacional, tantas veces como sea necesario para
construir consensos. En suma, el producto de esta etapa es la definición de los valores
comunes, visión compartida y misión comprometida, de la organización pública.
4 El análisis FODA
Los escenarios generan oportunidades y desafíos para la consecución de la misión de
la organización. La organización pública deberá producir estrategias con el fin de
aprovechar las oportunidades y hacer frente a los desafíos en la consecución de su
visión y misión, en el marco de sus valores.
A partir del análisis de escenarios efectuado y en función de los valores comunes, la
visión compartida y la misión comprometida de la organización, se busca identificar las
oportunidades y los desafíos actuales y futuros de la entidad en la consecución de su
misión.
Las oportunidades son situaciones favorables que se presentan para el desarrollo de
la misión de la organización; los desafíos son amenazas y problemas que se presentan
para el de sarrollo de la misión de la organización. Ambos pueden darse en tiempo
presente (actuales) o en un horizonte de tiempo de desarrollo del Planeamiento
Estratégico Participativo (futuros).
Para aprovechar cada oportunidad y hacer frente a cada desafío, la organización
debe proveerse a sí misma de una estrategia. Es decir, para cada oportunidad y
desafío, mediatizado por la probabilidad de ocurrencia, la organización ideará una
estrategia (o estrategias para cada escenario posible).
El objetivo del análisis FODA, entonces, reside en poder focalizar los esfuerzos en
oportunidades y desafíos claramente definibles. También abarca el estudio de las
fortalezas de la organización pública para llevar adelante su misión y sobre las que se
sustentará; por lo tanto, también debe darse una estrategia para aprovecharlas al
máximo posible. No solo abarca las actuales sino también las que puede desarrollar
durante la consecución del Planeamiento Estratégico Participativo para cumplir con la
misión.
Por último, el FODA concluye con el análisis de las debilidades (las carencias) que
tiene la organización pública para cumplir con su misión y también trata de desarrollar
estrategias para superarlas (de fortalecimiento institucional, de capacitación, etc.).
Abarca las actuales como las potenciales vinculadas con el desarrollo de la misión en
escenarios futuros de probable ocurrencia.
En síntesis, el análisis FODA es un modo de recolección de información (informes
sociodemográficos, económicos, geográficos, tecnológicos, etc.) clasificada de acuerdo
con las oportunidades y amenazas del medio ambiente organizacional que suponga
para el cumplimiento de la misión de la organización, e internamente, en cuanto supone
debilidad o fortaleza organizativa. El FODA depende de quién lo está haciendo y para
qué.
Por consiguiente, a partir del análisis FODA, se deberán diseñar estrategias para
aprovechar las oportunidades y hacer frente a las amenazas para la consecución de la
misión; superar las debilidades internas para alcanzarla, mediante el fortalecimiento
institucional, la capacitación, la mejora de procesos, etc., y asentarse en las fortalezas
organizacionales (lo que la organización hace mejor) en el logro de su misión140.
5 Determinación de ejes estratégicos
Un eje estratégico es un curso de acción definido como prioritario por la organización
para alcanzar su visión y misión en el marco de los valores organizacionales.
Cada eje estratégico apunta a alcanzar la misión a la que se compromete la
organización, expresada en los objetivos estratégicos del eje. Además, si la
complejidad del eje es grande, admite que se formulen subejes-objetivos estratégicos.
Coincido con Bazaga Fernández ([1997], p. 118) cuando señala que un tema
estratégico es una tendencia o acontecimiento de dentro o fuera de la organización,
que tiene una gran influencia para alcanzar el futuro deseado. Gran parte del esfuerzo
estratégico se concentra en torno a la identificación y análisis de estas tendencias, para
formar una agenda de temas estratégicos con la cual se facilite la anticipación a los
cambios; en definitiva, sirva para aprovechar las oportunidades y evitar que se
transformen en problemas.
El planeamiento estratégico busca obtener una adecuada inserción y la mejor
interrelación entre la organización y su medio ambiente. Todo esto requiere diseño de
estrategias adecuadas a los temas estratégicos fundamentales que se hayan
identificado. Son aquellos desafíos que afectan el mandato organizacional, su misión,
sus valores, intereses, tecnologías centrales, productos o nivel de servicios.
La evaluación de oportunidades y desafíos, de las fuerzas propias, amigas, aliadas y
opuestas, de las visiones e intereses complementarios o antagónicos; así como las
fortalezas y debilidades del medio interno y cómo superarlas o aprovecharlas,
realizadas en el punto anterior, sirven de base para identificar los temas estratégicos.
Los temas estratégicos clave suelen relacionarse con la manera en que la
organización se vincula con el medio. Toda buena estrategia tomará ventaja de
oportunidades y fortalezas y buscará minimizar el impacto de las debilidades y los
desafíos. En otras palabras, la estrategia buscará relacionar el adentro con el afuera de
una manera efectiva y eficiente.
Bryson ([1995], p. 31) señala que los temas estratégicos clave suelen, casi por
definición, envolver conflictos de uno u otro tipo, como por ejemplo: conflictos de fines,
metas (qué hacer), de medios (cómo hacerlo), de filosofía y valores (por qué hacerlo),
de lugar (dónde hacerlo), de tiempo (cuándo hacerlo) e involucrar a personas
favorecidas o perjudicadas por la acción y las diferentes maneras posibles de resolver
los temas (a quién perjudica o favorece). La organización, por lo tanto –concluye este
autor–, debe estar preparada para lidiar con los conflictos que casi inevitablemente se
le presentarán mientras persigue sus objetivos estratégicos.
De ahí que toda aseveración sobre un tema estratégico debe contener lo siguiente
(Bryson [1995], p. 31):
1) El tema debe describirse sucintamente; debe ser un factor acerca del cual la
organización se pregunte si puede desarrollar una acción sobre él, por cuanto
cree que puede tener algún grado de incidencia positiva. Si la organización
concluye que no es posible hacer nada eficazmente en este tema, entonces no es
un tema clave en el que merezcan gastarse recursos.
2) Los factores que convierten el tema en un desafío deben ser listados
(fortalezas, debilidades, oportunidades, desafíos, valores, intereses, visiones
alternativas) para establecer las estrategias.
3) También habrá de prepararse la lista de consecuencias a afrontar si se fracasa
en el logro del objetivo estratégico. Esto le indicará a la conducción de la
organización cuán importante es el tema y qué recursos deberá asignarle. Es
decir, cuán estratégico es: si lograr el objetivo planteado no trae consecuencias a
la organización, entonces, no es estratégico. Por el contrario, si no lograrlo
significa que puede desaparecer o afrontar consecuencias muy graves, el tema
en cuestión es muy estratégico.
Es necesario formular estrategias y agruparlas en ejes para manejar los temas
estratégicos. Una estrategia representa el mejor camino posible que define lo que la
organización hará, por qué lo hará y cómo lo hará para conseguir las metas. Se
expresa como un conjunto de propósitos, políticas organizacionales, programas,
acciones, decisiones y asignación de recursos.
Las estrategias están diseñadas para manejar fortalezas y debilidades, oportunidades
y desafíos identificados en los pasos anteriores.
Los pasos del diseño de las estrategias pueden ser (Bryson [1995], p. 139):
1. Identificación de alternativas prácticas de cómo alcanzar los objetivos
estratégicos para cada meta estratégica propuesta.
2. Enumeración de las barreras para alcanzar cada uno de estos objetivos.
3. Elaboración de las propuestas que directamente o indirectamente superen las
barreras planteadas.
4. Principales acciones a realizar en el mediano plazo para alcanzar los objetivos
estratégicos.
5. Principales pasos y decisiones a adoptar en los siguientes seis meses para
poder implementar las principales propuestas estratégicas y sus
responsabilidades.
A veces puede construirse un árbol; otras, un camino crítico que permita visualizar el
encadenamiento de alternativas y donde un paso puede contribuir a superar las
barreras de otro (una opción puede influir en el logro de otra).
La(s) estrategia(s) seleccionada(s), para ser efectiva(s), debe(n) reunir un conjunto de
criterios: ser técnicamente factible, políticamente aceptable, encuadrarse en la filosofía
y los valores de la organización.
Asimismo, se agrupan en ejes que tienen objetivos estratégicos y dan lugar a los
programas estratégicos del organismo. Por tanto, si la realidad cambia y lo desfasado
es el plan, entonces deberá actualizárselo.
Cabe destacar –como advierte Mintzberg– que toda falla en la implementación
también es una falla en la formulación. Una vez formuladas las estrategias, debe
revisarse todo el proceso en busca de cabos sueltos. Luego se someterá el plan a las
instancias de conducción superior, participativas, cuerpos deliberativos, si
correspondiere y/o políticas que deban aprobarlo.
En este punto pueden intervenir factores externos, momentos y oportunidades
políticas; cuando el plan sea sometido a consideración para su aprobación, el proceso
encontrará menores dificultades si el planeamiento estratégico en su desarrollo incluyó
y les dio participación a todos los actores que luego tendrían que aprobarlo o, al menos,
a una coalición de fuerzas suficiente para apoyar la acción de cambio planeada.
Es importante destacar que tanto la formulación de las acciones estratégicas como su
implantación son resultado de la reflexión conjunta y posterior priorización entre los
responsables de la organización y los agentes críticos. Tan importante como la
racionalidad técnica resulta la viabilidad política de las estrategias diseñadas, para lo
cual debe hacerse tanto un análisis del campo de fuerzas en el que se mueve la
organización como la detección de actores favorables o desfavorables a la consecución
de los objetivos estratégicos y las acciones de la organización.
El desarrollo de la estrategia no concluye ni se agota con el Planeamiento Estratégico
Participativo de Organizaciones Públicas (PEPOP); las decisiones cotidianas de la
conducción de la organización completa las estrategias. Por ello, los directivos de
organismos públicos no deben temer que el plan estratégico condicionará su libertad
para tomar decisiones, pues este se ajusta todos los días con las decisiones
estratégicas que las máximas autoridades vayan adoptando.
El producto final de esta etapa será alcanzar la visión de éxito, una descripción de la
organización una vez implementadas las estrategias y desarrollado todo su potencial.
Esta descripción, si es distribuida en la organización, como parte de la tarea de
motivación y participación e inducción de los que ingresen, permitirá que sus miembros
sepan qué se espera de ellos, sin que sea necesario una permanente supervisión
gerencial. Los miembros pueden ser autorizados a tomar iniciativas alineadas con la
visión y los propósitos de la organización.
El PEPOP prepara a los miembros de estas para hacer frente a contextos cambiantes
y turbulentos. Al inicio de cada nueva programación presupuestaria se debe revisar el
Plan Estratégico; también debe ser revisado cuando se producen cambios contextuales
muy importantes.
Cada cuatro años, el Plan Estratégico de cada organismo debe reformularse
íntegramente, pues coincide con la finalización de un período de gobierno e inicio del
siguiente.
En efecto, en el despliegue del PEPOP se debe hacer un seguimiento del desarrollo
de los ejes estratégicos. Para ello es recomendable conformar un equipo por eje,
transversal, interáreas con un coordinador responsable que pueda monitorear los
grados de avance conseguidos en cada eje y proponer a la conducción del organismo
las correcciones necesarias frente a desvíos o nuevos problemas. Estos comités
también pueden abordar el tema de procesos y calidad.
Etapa Operativa
5 Programación
Para concretar sus objetivos estratégicos, el organismo instaura su programación
técnicooperativa y su programación presupuestaria.
Para su efectiva implementación todo PEPOP debe traducir sus ejes estratégicos en
programas estratégicos que los contengan y aseguren su efectiva implementación, con
equipos, recursos y un liderazgo responsable del mismo. De lo contrario, difícilmente se
logre la instrumentación del plan.
Los programas se consustancian con las políticas públicas diseñadas para el
organismo y con su razón de ser expresada en sus mandatos, pero también con los
problemas de la sociedad o población a atender.
A través de los programas con la Metodología de Marco Lógico (MML) se aborda el
árbol de problemas que enfrenta y busca dar solución cada uno de ellos, en el marco
de los objetivos estratégicos del organismo.
En términos de evaluación, los programas son la referencia obligada para la
evaluación de impacto de la acción desarrollada por el organismo, por lo que deberán
contener los siguientes datos:
• Denominación
• Responsables a nivel de dirección nacional / general / dirección / coordinación
• Responsable de varios programas
• Finalidad o eje estratégico al que contribuye / propósito
• Objetivos
• Metas
• Indicador de cumplimiento de metas
• Duración en meses
• Actividades
• Costos a nivel actividad
• Costo total
En suma, los programas técnico-operativos deben encontrar su correlato en los
presupuestarios, de lo contrario, no lograrán llevarse a cabo ni implementarse
correctamente las estrategias diseñadas.
6 La implementación
Desarrollar un plan estratégico no es suficiente. Los cambios indicados en el plan
deben ser efectivamente adoptados por la organización, incorporados a sus procesos y
sistemas, adoptados por sus miembros e institucionalizados en la cultura
organizacional. También deben ser aceptados por sus demandantes, requirentes,
clientes, financiadores, etc.
Por tanto, se debe llevar adelante un efectivo proceso de implementación que
contenga la estrategia de implementación, que será de tipo “shock e inmediatista” o
gradualista, según el caso.
Asimismo, debe idearse un plan de transición y un monitoreo del proceso de cambio
que contenga como mínimo los siguientes aspectos:
a) Unidades orgánicas con incumbencia en administración y en personal, alineadas y
aliadas centrales en todo el proceso (pues son contribuyentes sustantivos)
b) Adecuación de normas
c) Adecuación de procesos, sistemas y tecnologías
d) Obtención de recursos
e) Traducir los programas en acciones y tareas: abarca el desarrollo de programas y
proyectos por áreas críticas con objetivos y metas y acciones, con costos y
presupuestos e indicadores de resultado
f) Cronograma, secuencias de las tareas
g) Monitoreos y controles
h) Estrategia comunicacional
i) Motivación, sensibilización, capacitación, entrenamiento para el proceso de cambio.
Migración de las competencias actuales a las deseadas en los recursos humanos,
sistema de incentivos y remuneraciones por el logro de los objetivos y metas
establecidas en el plan.
Sánchez Albavera (2003) señala que no existe un nexo eficaz entre la planificación
estratégica y la operativa y que dicha articulación no es posible si no se acompaña el
planeamiento estratégico con una gestión por objetivos.
Marcos Makon ([2000], p. 7) también coincide en este aspecto cuando indica que la
formulación del Plan Estratégico permitirá que la alta dirección adquiera la habilidad de
diseñar agendas estratégicas que establezcan prioridades de gestión claras en línea
con el programa de gobierno del máximo responsable de cada organización pública. A
través de un ejercicio participativo y riguroso, en el que toda la alta dirección deberá
involucrarse, se abrirán espacios de reflexión para formular desafíos estratégicos y los
planes operativos para alcanzarlos, vinculados estrechamente con la formulación
presupuestaria del organismo. En otras palabras, se persigue elaborar un Plan
Estratégico que supere el divorcio entre la visión de la alta dirección y la realidad
operativa del organismo, como frecuentemente ha ocurrido –según demostré en
trabajos anteriores (Krieger [2006] y [2009b])–, revalorizando el rol del presupuesto
como una efectiva herramienta de gestión.
El Plan Estratégico Participativo, para su efectiva implementación, debe traducirse en
programas y formar parte de la programación y presupuestación del organismo con
fuente del presupuesto nacional y todas las demás que pudiera tener.
El organismo, sus áreas, sus equipos y agentes deben entrenarse en el desarrollo de
la programación por objetivos, en establecer metas e indicadores de resultado y ser
capaz de medirlos.
Este proceso suele durar como mínimo un año, que es el año de prueba durante el
cual conviene llevarlo en paralelo con el proceso de formulación del plan, para que al
año siguiente ya se pueda iniciar la ejecución del plan estratégico mediante una
programación y gestión por objetivos y su correlato presupuestario.
La programación compete a la gestión interna del organismo y no debe afectar su
vínculo con el presupuesto nacional. Para ello, lo que aquí se denomina “programas”,
en realidad, son subprogramas que se consolidan con los Programas Presupuestarios
de la Secretaría de Hacienda.
En la implementación del plan es necesario traducir las estrategias seleccionadas, en
programas, con su correlato presupuestario que permita concretar las acciones de
implementación del plan.
Algunas tareas que importantes en esta etapa son:
• La presupuestación por programas y programas técnico-operativos vinculados
con los objetivos estratégicos, con metas e indicadores de cumplimiento.
• Los procesos de información: en el proceso de gestión estratégica, la
información refuerza su calificación como recurso básico. La actuación sobre la
información contribuye a reforzar dos importantes líneas de desarrollo: el apoyo a
la adopción de decisiones y la alimentación del proceso de elaboración de las
estrategias.
• En cuanto a la toma de decisiones, una adecuada definición de la información
según los tipos de decisión, operativa, táctica o estratégica agiliza el proceso de
la elección estratégica. En lo que se refiere a su utilización como alimento del
proceso de formulación de las estrategias, facilita las posibles alternativas o
cursos de acción.
7 Seguimiento y evaluación de los resultados
El control de gestión abarca no solo los controles internos de la organización,
jerárquicos, y de la administración pública –auditorías internas, sindicaturas públicas
(UAI, SIGEN,) o el control Parlamentario (AGN)–, sino también es factible diseñar los
mecanismos de seguimiento ciudadano a través de la participación de usuarios y
audiencias públicas. Así mismo, el control de gestión permite los procesos de
realimentación y ajuste, tanto de lo actuado (gestión) como de lo planificado,
intermediando la calidad de los sistemas de información y los indicadores de
resultados. El instrumento por excelencia de un sistema de control de gestión es el
tablero de comando, que ayuda a detectar desvíos, analizarlos y producir las acciones
correctivas correspondientes, convergiendo entre objetivos y resultados y hacia la
comunidad.
8 Realimentación y ajustes
Una vez que el plan estratégico está en ejecución, por un tiempo, es necesario rever
las estrategias y el proceso de planeamiento estratégico. Deben analizarse las
fortalezas y debilidades del plan en sí, para retroalimentar la nueva ronda de
planeamiento estratégico y evaluar el grado de éxito o eficacia de cada estrategia
implementada.
Esto puede dar lugar a una nueva ronda de planeamiento estratégico, a analizar las
causas de los fracasos, a introducir correcciones, o a desechar estrategias que
naufragaron y a diseñar otras alternativas para implementar el ciclo de cambio
estratégico.
Los instrumentos de Planeamiento Estratégico Participativo de Organismos Públicos (PEPOP)
He comprobado, en el caso Senasa y en otros organismos públicos –como INDEC,
SS de Salud–, que los instrumentos de investigación acción aplicados por un consultor,
con ayuda de facilitadores o un equipo, permiten efectuar una efectiva transformación
organizacional (Krieger [2012], p. 12).
En los casos analizados, los respondentes resaltaron el poder ordenador del trabajo
por parte de los instrumentos para la consecución del plan estratégico. El transformador
apuntó a enseñarles una metodología participativa de trabajo que, en muchos casos,
en especial en los que hubo continuidad, se transfirió a otros planos de trabajo
coordinado y en equipo de las organizaciones.
La metodología de participación en talleres (propia de la investigación acción) fue
considerada muy útil, lo que corrobora la pertinencia de la técnica como válida para
transformar organizaciones, en este caso, mediante un plan estratégico participativo,
donde se cogeneran conocimientos (valores comunes, visión compartida, misión
comprometida) y se desarrollan instrumentos en forma conjunta. También coinciden en
esta perspectiva J.M. Bryson, Crosby y J.K. Bryson ([2009], pp. 172-207), al
conceptualizar los planes estratégicos como una vía de conocimiento cogenerado entre
actores partícipes.
Después de varios planes exitosos, los instrumentos se institucionalizan, pero esto
solo ha podido comprobarse en los casos donde ha habido continuidad en la gestión.
Los participantes del Planeamiento Estratégico Participativo de cada organismo, a
medida que iban utilizando los instrumentos (planillas, cuestionarios), sentían que
aportaban a la transformación organizacional (Krieger [2012], p. 177), lo que corroboró
el rol transformador de estos últimos. Es útil conceptualizar el PEPOP como una
investigación acción donde los actores cogeneran conocimientos e instrumentos en el
proceso de construcción del plan.
Coinciden con este enfoque, Bryson ([1995], pp. 10-13) –el mayor referente de
Planeamiento Estratégico de Organizaciones Públicas–, y French y Bell (1996), los
principales referentes de la investigación acción. Concuerda también con esta
perspectiva, Armando Loera Varela ([2003], p. 3).
Comprobé que la aplicación del Planeamiento Estratégico Participativo y sus
instrumentos los equipos, áreas y regiones pudieron generar definiciones, cursos de
acción y métodos de trabajo nuevos.
Asimismo, confirmé la importancia de la capacitación previa en materia de
sensibilización, técnica, metodología e instrumentos que van a utilizarse en la
organización.
A mayor capacitación previa de los agentes y actores del proceso de planeamiento
estratégico, en materia de instrumentos de investigación acción y planeamiento
estratégico, mayor facilidad en su desarrollo y en el logro de resultados.
Comprobé la importancia de los facilitadores. Pero no es suficiente tener un cuerpo de
facilitadores, se requiere capacitación previa en materia de Planeamiento Estratégico
Participativo y sus instrumentos para toda la organización en sus distintos niveles y
sectores, si se quiere tener éxito en el proceso y evitar demoras innecesarias. Esto lo
demuestra el análisis comparado de casos donde hubo capacitación y un cuerpo de
facilitadores y los otros casos en que esto no se dio. Bryson ([1995], pp. 217-218)
refuerza este enfoque cuando resalta el rol de los facilitadores capacitados.
Según mi experiencia, la capacitación y un cuerpo de facilitadores constituyen la única
manera con la que puede propiciarse una amplia participación en grandes
organizaciones públicas.
En la literatura especializada, encontramos que Bryson ([2000], pp. 143-145) ya
mencionaba la aplicación de métodos de interacción en grandes grupos en la
planificación y ejecución de amplios procesos de cambio donde administradores,
planificadores y los responsables de las políticas públicas confían cada vez más en lo
que podría llamarse métodos de interacción de grupos grandes, involucrando a gran
número de personas (de tan solo 8 a más de 2000) en planificación e importantes
procesos de cambio. Estos métodos son procesos de participación estructurados, de
gran número de personas para: aumentar la cantidad de información pertinente a fin de
lidiar con un problema; generar compromiso colectivo con el problema, sus definiciones
y soluciones; desarrollar los planes y sus mecanismos de implementación; y reducir la
cantidad de tiempo necesario para concebir y ejecutar grandes políticas, programas,
servicios o proyectos. Los defensores de tales métodos afirman que proporcionan
conjuntos de conceptos, procedimientos y herramientas que pueden ayudar a que
organizaciones públicas sin fines de lucro y comunidades manejen en forma efectiva el
cambio.
La importancia de la participación
Me adhiero a la postura de Loera Varela ([2003], p. 3) cuando señala que “la
planificación es un hecho colectivo”. lo cual implica que la planificación estratégica en el
sector público necesita de amplia participación. Su calidad dependerá en gran medida
de la capacidad de convocatoria para participar, de la naturaleza de la participación y
de las formas con que los diversos grupos participan. El autor añade: “esta
característica aleja la noción de planificación estratégica de ejercicios tecnocráticos, de
expertos o monopolizados por los altos niveles de dirección”. Para él, en esta
perspectiva, se necesita una amplia participación activa y positiva.
En definitiva, la más amplia participación posibilita una mayor transformación de la
cultura organizacional. En los casos que analicé, queda en firme la hipótesis de que la
participación tiene una incidencia positiva sobre la transformación de la cultura
organizacional.
He comprobado en mi investigación (Krieger [2012], pp. 177-182) que, a mayor
participación, mejor desarrollo de análisis de escenarios. Especifican esta hipótesis
Bryson y otros ([2009], pp. 172-207) cuando señalan que “la elección correcta de los
actores involucrados, que afectan a las partes interesadas, es crítica”.
La mayor participación posibilita un mejor desarrollo de valores comunes, visión
compartida y misión comprometida. En los casos que analicé, los respondentes están
de acuerdo en considerar que la participación tuvo un 100% de incidencia positiva en la
determinación de valores comunes, una visión compartida y una misión comprometida.
En la obra citada, Bryson y otros acuerdan que, sin el desarrollo de cierta cantidad
razonable de conocimientos compartidos y de compromiso con la misión, objetivos,
estrategias y acciones entre la red de actores, parece casi inconcebible que podría
triunfar la planificación estratégica.
Además, la mayor participación posibilita un mejor desarrollo de análisis FODA. En mi
investigación, los respondentes acuerdan con que la participación tuvo incidencia
positiva del 95% en la determinación del FODA. Aquí también Bryson y otros coinciden
con el análisis de actores para desarrollar el FODA y estrategias viables y despliegan
exhaustivamente un método de red de trabajo de los actores involucrados para lograr la
participación.
La mayor participación genera un mayor compromiso con el cambio organizacional.
En los casos que estudié, un 97,5% coinciden en que la participación lleva a un mayor
compromiso con el cambio organizacional. Armando Loera Varela también indica que la
planificación estratégica como compromiso para la acción orientada a la transformación
eficaz debe motivar e interesar a los actores clave de las acciones más efectivas, los
cuales necesitan creer en la imagen de futuro e involucrarse en su consecución.
En mi experiencia, ha sido muy importante la participación institucional de los
trabajadores con el Estado empleador. En este punto coinciden también Donald, Lyons
y Tribbey ([2001], pp. 176-193), en un muy buen trabajo acerca de la participación
sindical y la cooperación empleado-empleador en los procesos de planeamiento
estratégico.
Mis hallazgos acerca de la participación son muy compatibles y complementarios con
los propios de Bryson, John y Anderson en la materia, cuando señalan los beneficios
de utilizar metodologías apropiadas de participación en grandes organizaciones
públicas. Señalan los referidos autores que los defensores MIGG (Métodos de
Interacción en Grandes Grupos) afirman una serie de beneficios de flujo en la
utilización de estos métodos. Normalmente dicen que estas metodologías: son rápidas,
en comparación con otras alternativas (he hecho talleres de una mañana hasta de tres
días); construyen el compromiso de los participantes (algo que he comprobado); utilizan
o canalizan la insatisfacción como un recurso para pedir una pronta acción sobre
problemas y cuestiones apremiantes (lo observé en dos organizaciones estudiadas);
piden a los participantes hacer uso de su sabiduría y experiencia en éxitos y fracasos
(en un caso se partió del fracaso de cuatro planes estratégicos anteriores, cuyo
diagnóstico aludía a que había acontecido por falta de participación); ponen cerebros
en red aumentando la cantidad de inteligencia aplicada a la solución de un tema o
problema (como lo advertí en los talleres de escenarios, análisis FODA, valores, visión
y misión; consigue planificadores, entidades ejecutoras, y otros interesados; en algunos
casos, todo el sistema, en un mismo lugar para abordar un idéntico tema o problema
(en mi experiencia en talleres de escenarios y análisis FODA) y, por último, ayuda a
construir coaliciones para un cambio políticamente factible.
Por otro lado –añaden los mismos autores–, existen varios costos, riesgos y
precauciones a tener en cuenta con el uso de MIGG. En primer lugar, los métodos no
funcionan si los líderes no desean compartir el poder y escuchar seriamente a los
participantes; y además, deben patrocinar los eventos activamente, apoyarlos y tomar
en serio el proceso y sus resultados. Esto lo comprobé en un caso donde hubo un gran
apoyo inicial, un estancamiento posterior que desmoralizó a los participantes y frenó el
proceso y luego un gran apoyo final que permitió concluirlo con éxito. En segundo
lugar, es probable que si los participantes no están dispuestos a encontrar un terreno
común, estos métodos no funcionan. En mi experiencia, esto se da cuando se
interponen mal mediatizados, conducidos o trabajados, problemas de poder o
intereses. Tercero, no funcionan cuando los acontecimientos no se centran en los
problemas o lo hacen mal; hay que focalizar siempre a los participantes en las
reuniones, si no, se van por las ramas, mezclan temas o hacen catarsis. Cuarto, los
problemas a trabajar deben ser importantes y suficientemente motivadores de la
participación, pues si no se abordan temas de interés común, la participación decae. En
quinto lugar, los eventos deben ser bien planificados, administrados y facilitados, o no
funcionarán, esto es vital. Sexto, no son efectivos cuando se involucra a personas
equivocadas o cuando muy pocas perspectivas están representadas para abordar
adecuadamente el asunto o problema. En estos casos, los grupos se disuelven antes o
no llegan a producir un buen producto. En otros, los grupos deben ser decantados.
Séptimo, pueden ser muy costosos en términos de tiempo de los participantes,
especialmente cuando el grupo es grande, y en términos de dinero para consultores,
apoyo logístico y servicios, por lo tanto, siempre requieren un análisis costo-beneficio.
Por último, el seguimiento puede ser necesario para implementar las estrategias o
decisiones formuladas en los eventos de participación de grandes grupos. Creo que es
imprescindible, si no las decisiones no se implementan o se realizan a medias o mal.
138 Esto es más propio de la formulación de políticas públicas que considera un insumo para el
planeamiento estratégico de organismos públicos. En esto último coincido con Matus cuando plantea el
método de Planeamiento Estratégico Situacional –PES– para el ámbito del planeamiento de la acción
de gobierno y también coincido con él que, en aras de la simplicidad, desechaba para esta escala el
método PES y proponía el ZOPP (Marco Lógico) y el método Altadir, remitiendo el análisis de
problemas al ámbito del planeamiento de programas estratégicos y proyectos.
139 http://www.senasa.gov.ar/contenido.php?to=n&in=878&io=12353, consultado el 29 de junio de
2012.
140 Para una mayor profundización del análisis FODA ver el capítulo de Isidoro Luis Felcman, Gustavo
Blutman, Adriana Azcorra y Lara Goyburu, Cuadros 1 y 2.
141 Traducción del término inglés champions, acorde con Webster y, en español, con la acepción del
vocablo en el Diccionario de uso del español, de María Moliner.
Capítulo 11
La gestión presupuestaria y su relación con los
objetivos de las políticas públicas y con la
programación técnica
Mariano E. Fantoni
Mario J. Krieger
Objetivos de aprendizaje
Que el lector pueda:
• Conceptualizar el proceso de presupuestación de las organizaciones públicas.
• Visualizar la importancia de estas.
• Dimensionar el vínculo entre políticas públicas y planeamiento estratégico de las
organizaciones públicas, programación y presupuestación.
• Visualizar cómo las políticas y la estrategia, para ser eficazces, deben
materializarse en el presupuesto y la operación.
• Abordar el vínculo entre políticas públicas, estrategia, programas y proyectos
operativos y presupuesto.
Introducción
“El mundo exige resultados. No le cuentes a otros tus dolores del parto, muéstrales al
niño”.
Indira Gandhi, estadista y política hindú (1917-1984)
A pesar de que asistimos a una época prodigiosa en cuanto a crecimiento y progreso,
los éxitos alcanzados en materia de estabilización macroeconómica en casi toda la
región, lamentablemente no han ido acompañados con similares avances en la solución
de los principales problemas que enfrenta la población.
Se evidencia un alto grado de insatisfacción para con la acción gubernamental,
alimentada por la baja efectividad que ha demostrado el sector público para resolver los
problemas cotidianos de los ciudadanos.
En tales circunstancias, resulta fácilmente comprensible el surgimiento de distintas
manifestaciones cuya motivación es exigir un mejor Estado en términos económicos,
políticos y administrativos, que alcance resultados concretos con los cuales se
satisfagan las demandas, intereses y expectativas de la ciudadanía.
En ese sentido, una pregunta válida es: ¿Por qué, a pesar del fuerte incremento en la
capacidad para movilizar recursos por parte del Estado –como consecuencia del
desempeño económico favorable–, este no logra dar respuesta efectiva a una serie de
reclamos comunes que se manifiestan en el seno de nuestra sociedad?
La respuesta, en parte, tiene que ver con uno de los problemas centrales de la
economía: la relación desigual que existe entre necesidades y recursos.
En ese sentido, la teoría económica indica que, por un lado, las necesidades son
ilimitadas, pero por el otro, los recursos son escasos. Esto puede interpretarse, a su
vez, como una expresión particular del conflicto general entre lo que queremos y lo que
podemos142.
En la práctica, esta relación desigual condiciona la capacidad de producción del
Estado al ponerle un techo a la provisión bienes y servicios, transformándose a su vez
en un limitante para la acción.
Sin embargo, esta dificultad no puede esgrimirse como excusa para el desgobierno.
En ese sentido, el problema de la escasez de recursos no paraliza el accionar estatal
sino que solo obliga a establecer prioridades a la hora de tomar decisiones.
Están, por un lado, los deseos respecto de la sociedad donde nos gustaría vivir, y por
el otro, las posibilidades efectivas de concretar tales deseos, con los recursos
disponibles. El quid de la cuestión es sobre la base de qué criterios se establecerán
estas prioridades para armonizar deseos y posibilidades, con el objetivo de dar
respuesta efectiva a los reclamos ciudadanos y contribuir, en definitiva, al bienestar
general.
Esta misma discusión, pero en otros términos, es la que básicamente se viene dando
en distintos foros políticos y académicos, donde se debaten mecanismos que permitan
vincular en forma armónica la planificación y el presupuesto.
El objetivo de la planificación es fortalecer la capacidad de gestión de las
organizaciones públicas para brindarle más y mejores resultados a la sociedad. En el
caso del presupuesto, este debiera ser un reflejo financiero de esa planificación.
Aunque el plan sea un instrumento de largo alcance, y el presupuesto de corto plazo
(un año), las prioridades del gasto público que se incluyan en este último debieran
coincidir con las políticas públicas que emergen de los planes de gobierno.
Sin embargo, en la práctica, la asignación de recursos dentro del presupuesto no
suele estar relacionada con los objetivos que se dicen prioritarios por parte de un
gobierno; y hasta en algunos casos, de la simple lectura del presupuesto no es posible
inferir a qué plan responde.
En general, esta desarticulación es atribuida a la falta de planes formales que orienten
la acción estatal. Pero esta dificultad no resulta una excusa válida, ya que en todos los
gobiernos algo orienta las acciones del Estado; lo importante es que el momento de
analizar un presupuesto determinado, todo aquello que ese mismo gobierno haya
establecido como política prioritaria, formal o informalmente, posea una asignación de
recursos suficiente. Sin embargo, en la práctica, las diferencias entre plan y
presupuesto resultan más que notorias.
En ese contexto, retoma vigencia el debate político-académico acerca de la
conveniencia de que el presupuesto sea más sensible a las prioridades de un gobierno.
La discusión apunta a una vinculación más efectiva entre políticas públicas y
programación presupuestaria; plan y presupuesto deben dejar de gestionarse en forma
aislada, si el objetivo es lograr un mayor impacto o efectividad en la acción
gubernamental.
La efectiva y eficiente administración de los recursos públicos comprende
necesariamente una articulación armoniosa entre los organismos responsables de
formular, diseñar, coordinar, presupuestar e implementar los distintos programas de
gobierno.
Para que tal objetivo se consiga, resulta fundamental diseñar mecanismos que
permitan una mejor vinculación de estos sistemas administrativos, a los efectos de que
puedan ser permeables a los cambios de políticas y de las demandas del contexto, en
un mundo altamente dinámico y turbulento.
Las políticas públicas y su relación con la programación
presupuestaria para una mejor implementación de las mismas
La articulación entre lo que uno quiere hacer (planificación) y los medios de que
dispone para hacerlo (presupuestación) son como las dos caras de una misma
moneda. Son procesos técnicos indisolubles uno del otro. Si una planificación está bien
hecha no puede dejar de considerar cómo y con qué medios harán realidad eso que
persigue; si un presupuesto está bien hecho, no puede dejar de pensar en los fines que
quiere alcanzar con los medios que ejecuta143.
En este sentido, se parte de la premisa de que toda acción de programación,
presupuestación y demás acciones de la Administración Pública surgen o debieran
surgir de una necesidad o demanda ciudadana, esto es, de una política pública.
Estas políticas constituyen la expresión de las decisiones básicas de gobierno, y por
tanto, configuran la respuesta del Estado ante las necesidades y problemas de los
ciudadanos.
Dicho análisis daría por resultado su viabilidad, así como el desarrollo de las
estrategias que posibilitarán hacer frente a los desafíos y aprovechar las oportunidades
que permitan implementar la política deseada para transformar la realidad. El desarrollo
de este análisis permitiría contar, a su vez, con indicadores de cumplimiento que
servirían para evaluar tanto la gestión en materia del impacto de la política pública
como de los medios utilizados para su consecución.
Pero para cumplir con sus funciones, es necesario que los sistemas de formulación de
políticas cuenten con capacidades para prever, identificar y definir problemas, y para
establecer consensos que permitan gestar e implementar políticas eficaces.
En ese sentido, las políticas públicas requieren la construcción de consenso y
legitimidad social que las torne viables; de una organización pública que convierta a los
enunciados de políticas en actos de gobierno; de mecanismos de administración
moderna que las pongan en práctica; y de organizaciones públicas efectivas que las
implementen con eficiencia y eficacia.
En definitiva, su interrelación y vinculación armónica con el proceso de gestión
presupuestaria resulta condición sine qua non para mejorar su efectividad, y en
consecuencia, la calidad del gasto público.
Aspectos generales e implicancias del proceso de gestión
presupuestaria
Conceptualización del presupuesto público
El presupuesto constituye un instrumento clave para la gestión pública; entre sus
funciones, se encuentran: preservar la solvencia fiscal de mediano plazo, promover una
entrega eficiente de bienes y servicios, y asegurar que la asignación de recursos se
realice de acuerdo a las prioridades gubernamentales.
Bajo un enfoque operativo, se puede definir el presupuesto como: el reflejo financiero
del plan; la distribución priorizada de los ingresos; el espejo de los procesos y la cultura
organizacional del sector público. Su finalidad principal es contribuir a que el Estado
cumpla cabalmente con sus funciones de asignación, distribución y estabilización144.
En una concepción más amplia, el presupuesto constituye una asignación de recursos
preparada anticipadamente, relativa a un período futuro, basada en una previsión de
variables claves adaptada para ejecutar ciertos objetivos de política, contando con
metas para la ejecución de tales objetivos y relacionando anticipadamente gastos y
recursos. Como tal, sirve a la auditoria externa y a las necesidades internas de la
administración, y debe contribuir a una más efectiva implementación de programas y
proyectos.
Desde una perspectiva macroeconómica, el presupuesto visualiza los distintos
impactos que busca producir el accionar del Estado en la economía global, dado el
nivel de consumo, inversión, ahorro público y mecanismo de financiamiento. Desde una
perspectiva microeconómica, reviste o debiera revestir una importancia clave como
mecanismo de asignación de recursos escasos, a programas y proyectos debidamente
priorizados.
Se lo concibe como el instrumento de programación de política económica más
importante de un gobierno, porque hace posible materializar en el corto plazo el
cumplimiento de las políticas mediante la provisión pública, a la vez que permite su
compatibilización con las restantes políticas para la coyuntura. Le da, por lo tanto,
carácter operativo a las orientaciones de la programación económica y social.
Principios presupuestarios
Para que el presupuesto alcance un nivel de desarrollo que le permita cumplir con las
funciones que le son propias, su formulación debe ajustarse a una serie de principios,
reglas o normas técnicas, a saber:
• Programación: el presupuesto debe ser un reflejo de la programación anual de
actividades que realice el Estado. En ese sentido, mediante este instrumento se
preverán tanto los ingresos a obtener, así como la realización de los gastos para lograr
los medios necesarios para el cumplimiento de una serie de objetivos previamente
consensuados.
• Universalidad: el presupuesto deberá contener todos los gastos y recursos del
ejercicio, considerados en forma separada y por su totalidad, esto es, sin
compensación entre ellos.
• Exclusividad: se refiere a que no deberán incorporarse en el articulado de la Ley de
Presupuesto, normas que no tengan vínculos estrictos con dicha temática.
• Unidad: hace referencia a que todas las operaciones financieras del Estado
previstas para el ejercicio sean de entrada o salida de fondos, se encuentren
contempladas en el documento.
• Factibilidad: los objetivos establecidos deben ser posibles de alcanzar, compatibles
entre sí, y de alta prioridad para el Estado; en otras palabras, la programación debe
centrarse en aquello que podamos ejecutar.
• Exactitud: tanto las estimaciones de recursos como las previsiones de gastos que se
incorporen al documento, deben responder a cifras ciertas y factibles en el marco de un
escenario preestablecido; debe evitarse la subestimación o sobrestimación de recursos
y gastos.
• Claridad: el presupuesto debe responder a un ordenamiento que permita hacerlo
entendible por los legisladores que deciden su aprobación, los responsables de su
ejecución y control, y la ciudadanía en general.
• Especificación: se refiere básicamente a que deben señalarse con precisión tanto las
fuentes que originan cada ingreso como en materia de gastos, las características de los
bienes y servicios a adquirir.
• Periodicidad: si bien el presupuesto tiene un carácter anual, incluye una
programación de actividades subanual, al mismo tiempo que incorpora proyecciones
plurianuales –a título informativo–.
• Continuidad: el presupuesto debe reflejar la continuidad del Estado y de los servicios
a su cargo; en ese sentido, su formulación debe apoyarse en los resultados de
ejercicios anteriores, y tomar en cuenta las expectativas para el futuro.
• Flexibilidad: es posible realizar modificaciones presupuestarias a lo largo del
ejercicio, siempre que sean necesarias para el cumplimiento de los objetivos del
Estado.
• Equilibrio: debe existir un equilibrio global entre el nivel de gastos y las fuentes de
financiamiento.
• Anticipación: el presupuesto debe formularse y aprobarse antes de iniciado el
ejercicio financiero.
• Transparencia: el presupuesto debe ofrecer información oportuna, confiable y
sistemática que pueda ser objeto de auditoría y control por diversos interesados, en
particular, la ciudadanía.
Antecedentes en materia de vinculación plan-presupuesto
Los avances registrados en las últimas décadas en materia de técnicas de
presupuestación, sistemas de clasificación de recursos/gastos y sistemas integrados de
información financiera constituyen un reflejo de las preocupaciones operativas en
materia de articulación entre el proceso presupuestario y las prácticas de planificación.
Sin embargo, la desvinculación entre ambos procesos se ha convertido en un déficit
estructural.
Esta fractura constituye un riesgo muy serio, ya que refuerza la conducta
presupuestaria inercial e incrementalista, a la vez que convierte la planificación en una
práctica estéril, en tanto no se encuentra ligada a los criterios de factibilidad basados en
la asignación de recursos.
Sea por una implementación inadecuada o parcial de sus postulados, las limitaciones
de los enfoques, o la falta de liderazgo en su implementación, estos cambios no han
logrado en general integrar apropiada y eficazmente la planificación de políticas en el
proceso presupuestario145.
En otras palabras, su aplicación no ha logrado modificar sustantivamente los procesos
de trabajo ni alinear los incentivos de los distintos actores para que se enfoquen en el
logro de fines, en lugar de únicamente en la ejecución de medios.
Pero el esfuerzo no ha sido del todo en vano; estos cambios constituyen condiciones
necesarias, aunque evidentemente no suficientes, para empezar a resolver los
problemas en torno a la calidad del gasto público.
142 Shack, Nelson (2008), “Intentando caracterizar la articulación entre el Plan y el Presupuesto”.
Washington: BID-PRODEV, p. 5.
143 Shack, Nelson (2008), “Intentando caracterizar la articulación entre el Plan y el Presupuesto”.
Washington: BID-PRODEV, p. 22.
144 Shack, Nelson (2008), “Intentando caracterizar la articulación entre el Plan y el Presupuesto”.
Washington: BID-PRODEV, p. 8.
145 Shack, Nelson (2008), “Intentando caracterizar la articulación entre el Plan y el Presupuesto”.
Wahington: BID-PRODEV, p. 18.
146 Shack, Nelson (2008), “Intentando caracterizar la articulación entre el Plan y el Presupuesto”.
Washington: BID-PRODEV, p. 9.
147 Shack, Nelson (2008), “Intentando caracterizar la articulación entre el Plan y el Presupuesto”.
Washington: BID-PRODEV, p. 25.
148 La ley 22520 (de ministerios) suele determinar y dividir las competencias verticales entre distintos
ministerios, pero poco aclara sobre las necesidades de coordinación y colaboración horizontal entre
ellos.
149 Infoleg (consulta: 31 de julio 2012), http://www.infoleg.gov.ar/infolegInternet/anexos/60000-
64999/60039/texact.htm
150 Previamente evaluado por la Secretaría de Política Económica y Programación del Desarrollo
dependiente del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas de la Nación.
151 Sánchez Albavera, Fernando (2003), “Planificación estratégica y gestión pública por objetivos”, p.
22.
Capítulo 12
Administración financiera
Alicia Dellasanta152
Cristian a. Módolo153
Objetivos de aprendizaje
Que el lector pueda:
• Conocer las instituciones básicas del sistema financiero público.
• Diferenciar los diversos instrumentos de política de administración financiera y
vincularlos con la evolución del rol del Estado argentino.
• Comprender que las finanzas públicas constituyen la herramienta básica del
Estado para administrar recursos y satisfacer necesidades públicas.
• Motivar el interés por conocer la información presupuestaria y financiera
disponible mediante el gobierno electrónico (e-government).
Introducción
El hombre se halla inserto en un medio económico y social y emplea para satisfacer
sus necesidades una serie de instituciones que, con el transcurso del tiempo, ha ido
perfeccionando. A través del capitalismo, desde finales del siglo XVIII, ha alcanzado el
medio más eficiente de producción y distribución de los bienes y servicios necesarios
para su subsistencia. En términos organizacionales, utiliza a las empresas –en sus
distintas expresiones: unipersonales, anónimas, de hecho, etc.– como el instrumento
más idóneo para organizar el proceso de transformación de los factores productivos
clásicos: capital, trabajo y recursos naturales en los bienes y servicios necesarios para
satisfacer las necesidades particulares. A este tipo de organización humana se la
denomina “con fines de lucro” para diferenciarla de aquellas en las cuales también
encuentra un motivo de transformación social, pero a diferencia de la anterior, no
persigue un fin de ganancia sino el alcanzar un objeto social específico, tal como
proteger el medio ambiente, propiciar actividades deportivas, culturales, asistenciales,
etc. Estas se conocen con el nombre de “organizaciones sin fines de lucro”.
Por último, se halla aquella que al igual que las anteriores, persigue un fin
determinado; pero no se trata del lucro o un fin social puntual sino de satisfacer
“necesidades públicas”. A ella se la denomina “organización estatal” y su función básica
–aunque no única– es la de proveer bienes y servicios –públicos– para satisfacerlas. Es
decir, la organización estatal, al igual que las empresas y las ONG, son formas
modernas en las que los hombres han encontrado canales para relacionarse con el
medio económico y social en el que viven.
Así es como en estas tres alternativas podemos clasificar la acción de cualquier ser
humano en cualquier parte del planeta. De ahí que toda organización humana que
busca satisfacer necesidades públicas se vincula con el concepto del Estado. Este
abordaje, sin duda, lleva a apreciar al Estado desde una óptica más cercana a la
realidad transformadora y existencial del hombre, puesto que su función principal es
satisfacer necesidades “públicas” y no particulares. En efecto, su existencia es
intrínseca a la existencia de tales necesidades y, por ello, ha emergido en la historia;
por ende, para satisfacerlas, no pueden disociarse una de otra.
Ahora bien, la determinación de qué, cómo y a partir de cuándo se satisfacen las
necesidades públicas es parte de un proceso histórico que debe ser comprendido a la
luz de las distintas instancias de la evolución de un pueblo. Es decir, están inscriptas en
un momento históricotemporal que las definen y asumen como tal para su satisfacción
y, por lo tanto, estarán condicionadas por la estructura social, los medios de
producción, la tecnología, la geografía, etc. En definitiva, pueden establecerse
relaciones entre la “organización estatal” y el resto del sistema social y económico
circundante que explican el porqué y cuáles necesidades públicas deben satisfacerse.
Por ejemplo, luego de la crisis del petróleo en los Países Bajos, hacia comienzos de los
años ochenta, surgirá la necesidad de universalizar la asistencia social como respuesta
a las nuevas demandas de la sociedad o la obligatoriedad de la seguridad social para
todos los trabajadores, en la Argentina, desde los años cuarenta, que incluirá un
régimen de protección a las personas, el cual abarcará no solo la prestación del
régimen de jubilaciones y pensiones sino también la cobertura frente a enfermedades,
la escolarización de los hijos, etc.
Para que la organización estatal pueda satisfacer las necesidades públicas definidas
por las “fuerzas políticas dominantes” (Jarach, D. [1999]) ha tenido que organizar su
actividad mediante un proceso de administración financiera que se ha dado en llamar
“finanzas públicas”, cuyo instrumento vertebrador es el presupuesto estatal. De ahí que
puede entenderse el proceso de satisfacción de necesidades de un país a través de su
presupuesto, dado su carácter de “ordenador de preferencias públicas”.
Este proceso financiero consiste en producir o hacer producir los bienes materiales e
inmateriales capaces de satisfacer las necesidades públicas; tales bienes se llaman
“bienes públicos” y puesto que, en su mayoría, consisten en bienes inmateriales, se los
conoce como “servicios públicos”.
Entre las características de la gestión pública de los últimos años se encuentra el
crecimiento del sector público en términos de sus escalas, multiplicidad y diversidad de
actividades. Esto ha conducido a revalorizar la importancia del presupuesto y la
rendición de cuentas, lo que se estimula es tanto la responsabilidad por los resultados
de las políticas y sus programas como la necesidad de disponer de mecanismos e
instrumentos que evalúen el desempeño y permitan informar a los diferentes actores de
la sociedad.
En este marco, la Administración Pública ha avanzado en procedimientos para
mejorar la transparencia, la gestión institucional y los resultados del uso de los
recursos, en un ambiente donde el desempeño –entendido como el logro de las
actividades llevadas a cabo según propósitos establecidos– no es un concepto simple.
En efecto, disponer de recursos necesarios y administrarlos en forma óptima, al
tiempo de procurar una mayor calidad de los servicios y prestaciones a los ciudadanos,
junto con el avance espectacular de las tecnologías de la información, ha supuesto una
auténtica modificación en las prácticas administrativas y gerenciales en la mayor parte
de las organizaciones públicas de los países en desarrollo. De esta manera, se dejó
atrás la concepción burocrático-normativista y se pasó a una lógica centrada en los
fines que abre el camino para mirar la construcción de políticas públicas desde otra
perspectiva. Se comienza a pensar en las nociones de planificación, pero además de
ello, en el control y la evaluación de resultados.
Si bien el presente capítulo no pretende avanzar hacia cuestiones referidas a los
aspectos estrictamente organizacionales, lo que se introduce son aspectos
conceptuales relevantes que deben ser tenidos en cuenta a la hora de estudiar y
comprender la administración financiera estatal: su origen, evolución, estructura e
interrelación con los sistemas de control, a fin de posibilitar el abordaje adecuado que
ayude a comprender su lógica e idiosincrasia particular.
Para lograr tal objetivo, el capítulo se estructurará en ocho apartados. El primer
acápite abarca los aspectos conceptuales básicos que vinculan la economía del sector
público con el sistema económico que lo circunda. En el segundo, se describen los
conceptos que configuran la administración financiera del Estado y que explican el
proceso de las finanzas públicas. En el tercero, se mencionan los principios jurídicos
que dan sustento a las instituciones financieras de los recursos, gastos, endeudamiento
y presupuesto en nuestra sociedad.
El cuarto apartado aproxima una breve evolución de la función financiera en la
República Argentina y divide el tiempo en cuatro períodos bien definidos de la historia:
1869-1949, 19501955, 1956-1992 y 1993 hasta la actualidad. En el apartado quinto, se
desarrollan los conceptos y diferencias básicas del sistema presupuestario.
El sexto acápite refiere a las modalidades de reformas gerenciales que para dar
cabida al desempeño dinámico y lograr resultados, interactuando con empresas,
organizaciones sociales y ciudadanos requieren flexibilizar algunas fases del
funcionamiento presupuestario, resaltando los mecanismos más difundidos en la
Argentina. En tanto que en el séptimo se desenvuelven las formas de control, desde
una visión amplia y genérica, refiriendo en una primera instancia al proceso de
legitimación social del uso de los fondos públicos que se explica como razón de ser de
la participación ciudadana, de la transparencia y de la responsabilidad de quienes
autorizan y deciden el manejo financiero estatal.
Finalmente, en el apartado octavo se aborda el control, en un sentido estricto,
presentándose el control como la instancia última del ciclo presupuestario. Se avanza
hacia las características y formas que puede presentar un sistema de control
gubernamental y luego se concluye con la descripción del caso argentino en la
rendición de su Cuenta de Inversión.
1. Introducción conceptual a la administración financiera pública
1.1. Fundamentos económicos: fallas del mercado
Entre las razones que explicita la economía clásica para justificar la intervención del
Estado en la economía, se hallan las denominadas fallas de mercado. Estas se originan
en las innumerables consecuencias que la libre acción de los agentes privados, a
través del mercado, producen en su búsqueda de asignación de los recursos, situación
que origina una determinada distribución del producto y la renta acorde con los precios
que el mismo mercado establece para cada actor del sistema productivo. Así, los
trabajadores no calificados reciben un salario menor a lo que perciben los trabajadores
altamente calificados, los terratenientes perciben rentas en función de la productividad
del recurso natural que poseen, los capitalistas perciben retribuciones en relación con
la tasa de interés que ganan y, a su vez, los empresarios obtienen niveles de beneficios
acordes con su capacidad de gerenciamiento.
Ahora bien, dicha asignación de recursos no resulta equitativa. Siguiendo el enfoque
económico de fallas de mercado, existen otros elementos que distorsionan la
“asignación de recursos”, tales como: la racionalidad limitada, información incompleta,
poder asimétrico y la presencia de costos de transacción. Tales deficiencias llevan a
que la economía “privada” no pueda llegar a un nivel de funcionamiento “óptimo”, por lo
que la intervención del mercado por parte del Estado aparece como una necesidad
correctiva.
La racionalidad limitada dice que es imposible que cualquier sujeto económico tenga,
al momento de tomar una decisión, capacidad de procesar y contar con toda la
información existente en el sistema. Lo normal es que tome decisiones dentro de las
posibilidades “racionales” con que cuenta para hacerlo. Por ejemplo, un vecino de un
barrio de la ciudad de Rosario, para comprar zanahorias en una verdulería, tendrá
acceso a una serie limitada de precios de distintos comercios de la zona a fin de decidir
dónde comprar. Si, en cambio, conociera todos los precios de las zanahorias de los
centenares de verdulerías de la ciudad, podría elegir aquel comercio que mejor
beneficio le reporte. Es decir que, cuando toma la decisión un consumidor o productor,
lo hace con “parte de la información” disponible.
Respecto de la información incompleta –siguiendo con el ejemplo anterior–, el
consumidor de zanahorias, aunque tuviera un registro de todos los comercios y todos
sus precios online, no llegaría a procesar todas las condiciones de calidad del producto
ni su procedencia ni su sabor, etc., es decir, en el mejor de los casos, contraría con
información parcial o incompleta para tomar su decisión.
En cuanto al “poder asimétrico”, significa que las “fuerzas de negociación” entre las
partes intervinientes en una transacción pueden ser diferentes. En el ejemplo citado, la
capacidad de regateo en cada verdulería, entre vendedor y cliente, puede ser distinta
porque las condiciones de necesidad de vender o comprar, pueden ser diversas, ante
un cliente en particular.
Finalmente, tenemos la presencia de los costos de transacción, que vienen a
determinar que toda transacción supone la presencia de ciertos costos que es
necesario tener en cuenta, a los fines de valorizar el producto buscado. Así, si para
obtener la relación precio/calidad más conveniente, el comprador de zanahorias debe
viajar dos horas, pagar cuatro pasajes de ómnibus y esperar cien números para que lo
atiendan, el valor de adquirir el kilo del producto es diferente a aquel que no posee tales
“costos añadidos”.
Este enfoque económico de las fallas de mercado empieza por considerar que la
ausencia de “otro actor que regule o gobierne” las transacciones privadas, genera una
distribución ineficiente de recursos y pagos de servicios a los factores de la producción,
por lo que la presencia de un “tercer actor: el Estado” es necesaria y positiva.
Adicionalmente a lo anterior, hay otras corrientes que encauzan la necesidad de la
intervención del Estado en la presencia de las denominadas “externalidades negativas”
del mercado. Dichas “externalidades” no son otra cosa que efectos “no deseados” de la
acción de los particulares.
Por ejemplo, la producción de bienes que generan un alto nivel de residuos tóxicos,
como es el caso de, la industria pastera, y que por sus altos costos de procesamiento
son vertidos a los cauces de los ríos, contaminando sus aguas y produciendo daños
ambientales y sociales irreparables.
Ahora bien, tales fallas avalan la necesidad de la presencia del Estado e incluso su
intervención en el “sector privado”, pero no avanzan hacia otras causales que se hallan
fuera del proceso de producción de bienes y servicios, tales como la provisión de
caminos, el suministro de agua potable, desagües pluviales, etc.
En definitiva, esta imposibilidad de la economía de mercado de funcionar sin la
coexistencia de los servicios y bienes públicos no se limita al hecho de que la actividad
económica del Estado crea “economías” para el desenvolvimiento de las actividades
del sector privado sino que, muy a menudo, los servicios y bienes públicos llegan a
constituir una condición ineludible para el funcionamiento de la economía de mercado.
Por ello, la respuesta histórica desde el siglo XX ha sido la provisión de la totalidad de
estos bienes o servicios por parte del Estado, tales como los casos de la seguridad
social, la atención médica, la educación, la vivienda para los sectores de menores
recursos, la asistencia social, etc.
Una reseña de la historia de las cuentas es elocuente del poco interés que se
les dispensó, con independencia del gobierno de turno. La primera Cuenta de
Inversión que trata el Congreso es la del año 1864; la de 1865 no fue remitida al
Congreso, la del año 1866 fue aprobada en 1870, y desde 1867 hasta 1877 no
se enviaron las respectivas cuentas. Las rendiciones desde 1878 hasta 1884
inclusive fueron aprobadas en 1900, las correspondientes a los años 1885 a
1900 fueron aprobadas en 1907, desde 1901 hasta 1904 el Poder Ejecutivo no
envió las cuentas, las del 1905 a 1911 solo las aprobó el Senado de la Nación,
la de 1912 nunca fue informada, la de 1913 solo fue aprobada por el Senado, la
de 1914 fue devuelta al Poder Ejecutivo. Desde 1915 a 1920 solo fueron
aprobadas por el Senado. A su vez la de 1921 se informó y, desde 1921 hasta
1924, otra vez las aprobó únicamente el Senado.
Diecisiete de estas cuentas fueron finalmente aprobadas en 1941. Desde 1925
a 1943, la aprobación fue automática. La de 1944 fue aprobada en 1949, las de
1945 y 1946 fueron aprobadas en 1950. A las de 1947, 1948, 1949 y 1950 se
las aprobó en 1951. La cuenta de
1951 fue aprobada en 1953; en 1954, la de 1952; a su vez, la de 1953 en
1958. Las de 1954 y 1955 solo fueron aprobadas por el Senado de la Nación, la
de 1956 en 1961. Desde 1957 a 1962, lo que se hizo fue una aprobación ficta.
Las de 1963, 1964 y 1965 quedaron aprobadas en 1974.
Desde 1966 hasta 1972 se suspendió el tratamiento, siendo rechazadas en
1986. Las de 1973 a 1975 fueron aprobadas en 1986 y, paralelamente, se
rechazaron las correspondientes a la dictadura militar, es decir, de 1976 a 1983.
El atraso promedio de la aprobación de las cuentas que van desde 1984 hasta
1993 fue de cinco años.
Desde la sanción de la Ley de Administración Financiera, el Senado aprobó
las cuentas de los años 1994, 1995 y 1996, pero los Diputados nunca las
trataron. Las cuentas correspondientes a los años 1997 y 1998 recibieron
aprobación de ambas Cámaras y, en diciembre de 2007, se aprobaron las
correspondientes a los años 1999, 2000, 2001, 2002, 2003 y 2004.
9. Reflexiones finales
El crecimiento del sector público en términos de escala y diversidad de bienes que
presta, el avance espectacular de las tecnologías de información y las mayores
demandas de eficiencia en la administración del gasto han conducido a una auténtica
modificación en las prácticas administrativas en la Administración Pública nacional.
En la Argentina, dichos cambios se iniciaron en 1992 con la sanción de la ley 24156
de Administración Financiera del Estado. Replanteó el accionar de la administración,
exteriorizando el propósito de cambiar la concepción normativista a una lógica
relacional, pasando de un proceso preocupado por los medios a un proceso
preocupado por los “fines” y enfatizando la consecución de los resultados.
Desde esta perspectiva, y a la luz de las transformaciones vividas, las políticas
públicas transitan entre la planificación y el control para luego ser evaluadas a través de
sus resultados. Dicho proceso se describe como un esquema circular de
retroalimentación en donde se planifica, ejecuta, controla y evalúa, para luego ratificar o
rectificar el rumbo trazado en pos de que se logre mayor eficiencia y eficacia en la
prestación de servicios a la ciudadanía.
La formulación, ejecución y evaluación de políticas tiene su formalización en el
presupuesto estatal. Mediante la presentación de la información en forma clara, pueden
encontrarse medios para corroborar si lo planificado o programado fue realizado,
encontrando desvíos y determinando sus causas. En este sentido, el presupuesto por
programas viabiliza la idea primera del ciclo de políticas mostrando una proyección de
acciones a realizar, su ejecución y su posterior evaluación para, con esta última,
encontrar los desvíos entre lo planificado y realizado.
Si bien los cambios paradigmáticos acaecidos a partir de la reingeniería administrativa
y financiera iniciada en 1992 se encuentran aún inconclusos, la importancia de las
transformaciones producidas impiden una vuelta atrás.
Además, la evolución del escenario internacional desde fines del siglo XX y en el
curso del presente, expone contradicciones fuertes desde el sostén del auge de la
economía global hasta el de su depresión, desde récords de intercambio hasta su
impacto en la suficiencia energética, en el abastecimiento y precios de los alimentos,
así como en la sustentabilidad ambiental, desde concentración de la riqueza hasta
niveles de exclusión social. Todo ello requiere estabilizar las condiciones financieras y
reducir la exposición a riesgos y shocks, la mejora del gobierno público y la capacidad
administrativa general en el servicio público. En un contexto como el actual, nuestro
país –como otros de Latinoamérica– es vulnerable a la fuga de capitales, tiene tasas
elevadas de disparidad económica y baja movilización de ingresos fiscales y tributarios.
Los disturbios cíclicos que caracterizan la volatilidad económica –hoy también severa
en los países desarrollados– y los shocks cuando se alteran las tasas de intercambio o
de intereses, o de una caída en los precios de los productos pueden “descarrilar al
gobierno de la política presupuestaria prometida”. Con frecuencia, este clima de
desorganización y la urgencia de incrementar la producción económica afectan la
preparación y la gestión presupuestaria.
Más que nunca el presupuesto, además de ser un medio para asignar recursos
financieros a los programas y organismos/agencias estatales, debe ser un instrumento
clave para la promoción del desarrollo económico, social y de la creación de legitimidad
política. Es un requisito hacer que el gobierno en cada uno de sus niveles, nacional,
provincial y local y sus presupuestos sean más sensibles a la voluntad democrática.
Para ello, es crítico fortalecer la capacidad de los legisladores que representan la
voluntad ciudadana para interpretar y evaluar el manejo financiero gubernamental, las
prácticas de presupuesto y de sus efectos futuros, a la hora de avalar “los diálogos
consigo mismo”, que son los proyectos de ley de recursos y de gastos (en su lenguaje
particular, que expresa en formularios, reglas, papeles, clasificaciones y
comportamientos poco flexibles). ¿Para qué? Para hacer que quienes construyen y
manejan los datos con la rigidez cultural de generaciones de experiencia en el proceso
presupuestario, formulen el plan financiero del gobierno, menos incremental y más
estratégico, ligado con la planificación u a otros medios de definir los objetivos y las
prioridades, y sensibles –unos y otros, diputados, senadores y gestores públicos– a la
participación ciudadana.
De esto se trata cuando se apela a la gobernabilidad democrática y a la gobernanza:
“Los ciudadanos no estamos satisfechos con votar cada cuatro años. Queremos tener
la oportunidad de decir algo en el diseño de las políticas que nos afectarán. Queremos
colaborar con el gobierno en el diseño de nuestro futuro”, afirma Bourgon (1999).
Es más arduo el trabajo de persistir en enseñar el deber a toda la sociedad civil para
ejercer el derecho a la información de la gestión financiera gubernamental. Es también
más trascendente aprender el derecho de ejercer y construir ciudadanía. Para
demandar transparencia, corregir trayectorias de indisciplina fiscal, de percepción de
corrupción, importa valorar y asumir el control social de nuestros representantes y exigir
que los gobernantes den cuenta de sus actuaciones, en nombre del bienestar general.
La institucionalidad es creación y se consolida con el conjunto de todos y de nuestras
conductas responsables, no delegando sino ejerciendo el poder que a cada uno
corresponde.
Los avances podrán ser evaluados como rápidos o más lentos, pero su dirección
seguirá apuntando a consolidar una nueva cultura organizacional, basada en los
resultados más que en los procesos.
Sin embargo, se encuentran pendientes de consecución diversos elementos que
contribuirán a lograrlo, tales como: mención de cuentas basado en resultados, centros
de costos por programas, inventario de activos públicos, presupuesto participativo,
expediente electrónico, firma digital, acceso a la información pública, etc.
En definitiva, restan múltiples transformaciones institucionales y transversales que
aguardan su momento para plasmarse y culminar, así, el proceso iniciado hace veinte
años cuando el Congreso Nacional sancionó la actual Ley de Administración Financiera
y Organismos de Control.
Palabras clave
Finanzas públicas fallas de mercado política fiscal necesidades públicas servicios
públicos gasto público ingresos públicos presupuesto público nueva gestión pública
institucionalidad/instituciones política presupuestaria gestión presupuestaria flexibilidad
presupuestaria transparencia legitimidad participación presupuesto participativo
responsabilidad – resultados rendición de cuenta Cuenta de Inversión
Resumen
A partir de considerar al Estado como una organización humana cuya función
principal –no única– es la de satisfacer necesidades públicas, se introducen las
nociones básicas del proceso de provisión de los bienes y servicios públicos necesarios
para su satisfacción, es decir, la administración financiera estatal. A posteriori, se
explicita la institucionalidad de las finanzas públicas de la Argentina a través de la
jerarquía de normas jurídicas que las fundamentan (contienen) en relación con los
cambios del rol del Estado, a partir del dictado de la primera Constitución Nacional de
1853 hasta la actualidad. Luego, se distingue el peso de las funciones (tecnologías) de
administración financiera que caracteriza el modelo de gestión de cada una de las
cuatro etapas de funcionamiento estatal.
El capítulo, una vez que presenta el marco conceptual y normativo básico, expone y
describe el sistema presupuestario, destacando las modernas concepciones que
plantean la necesidad de su flexibilidad y orientación hacia resultados medibles. A
continuación, se refuerza la importancia del control del uso de los fondos públicos a
través de la participación ciudadana, y la rendición de cuentas de quienes los manejan.
Se reafirma que tal proceso se legitima solamente si los resultados muestran solución
de los problemas públicos entendidos como parte
del bienestar general y con estándares de calidad. Finalmente, se completa con la
noción del control gubernamental del sistema presupuestario, a partir de considerar el
caso argentino de la Cuenta de Inversión.
Preguntas de comprensión de texto
1. ¿Qué son las necesidades públicas, cómo se satisfacen y quiénes las
determinan?
2. ¿Qué características tienen los bienes públicos y cómo se los puede clasificar?
3. ¿Cuántos son y cómo explicaría las justificaciones que se conocen para
argumentar la intervención del Estado en la economía?
4. ¿Qué se entiende por presupuesto estatal, recurso y gasto público?
5. ¿Qué implica el proceso presupuestario? ¿Cómo lo vincularía con la técnica de
presupuesto por programa?
6. ¿Qué conceptos de la administración financiera son institucionalizados en la
Constitución Nacional argentina actual?
7. ¿Podría distinguir y enunciar tres facultades legislativas básicas y tres del
Poder Ejecutivo relativas a las Finanzas Públicas?
8. ¿Por qué es importante para la sociedad legitimar el manejo presupuestario del
Estado?
9. Mencione tres herramientas o tecnologías de gestión que requieren flexibilizar
el presupuesto y explique sus ventajas. ¿La evaluación o el control obstaculizan
la flexibilización presupuestaria?
10. ¿Qué prácticas presupuestarias distorsionan su legitimidad? Elija tres y
reflexione sobre ellas y sus efectos. Asigne, a su criterio, el orden de importancia
y fundamente.
11. ¿Por qué es importante que la Administración Pública rinda cuentas?
12. ¿Qué sitios de Internet correspondientes a organismos de gobierno
(nacionales, provinciales o municipales) seleccionaría? Enúncielos.
13. ¿Qué función cumple el control en el sistema presupuestario?
14. ¿Qué características posee el sistema de control gubernamental en la
República Argentina?
15. ¿Qué es la Cuenta de Inversión?
Anexo
Institucionalidad constitucional de la administración financiera pública en la evolución
del Estado Argentino
Constitución 1853 Constitución 1949 Constitución 1994
Preámbulo Preámbulo Preámbulo
…con el objeto de
constituir la unión
nacional, afianzar
la justicia,
consolidar la paz
interior, proveer a
la defensa común,
promover el …con el objeto de constituir la
bienestar general, unión nacional, afianzar la
y asegurar los Que el bienestar justicia, consolidar la paz
beneficios de la general se alcance interior, proveer a la defensa
libertad, para por medio de la común, promover el bienestar
nosotros, para justicia social... y la general, y asegurar los
nuestra posteridad cultura nacional… beneficios de la libertad, para
y para todos los “determina el nosotros, para nuestra
hombres del concepto de posteridad y para todos los
mundo que quieran libertad económica hombres del mundo que quieran
habitar en el suelo interior y exterior, habitar en el suelo argentino:
argentino: socialmente justa y invocando la protección de Dios,
invocando la políticamente fuente de toda razón y justicia:
protección de Dios, soberana”. ordenamos, decretamos y
fuente de toda establecemos esta Constitución
razón y justicia: para la Nación Argentina.
ordenamos,
decretamos y
establecemos esta
Constitución para
la Nación
Argentina.
Primera Parte Primera Parte Primera Parte
Capítulo Único.
Declaraciones,
Capítulo I. Forma de gobierno y declaraciones
derechos y
políticas
garantías
(artículos 1 al 35)
Forma de Forma de
Forma de Gobierno (art. 1°)
Gobierno (art. 1°) Gobierno (art. 1°)
Republicana, Republicana,
Republicana, representativa y
representativa y representativa y
federal.
federal. federal.
Recursos y Recursos y
Recursos y gastos (art. 4°)
gastos (art. 4°) gastos (art. 4°)
Provee a los
gastos con los
Provee a los fondos del Tesoro
gastos con los Nacional, formado
fondos del Tesoro del producto de los
Nacional, formado derechos de
del producto de los importación y
derechos de exportación, de la
importación y propia El Gobierno federal provee a
actividad
exportación, de la económica los gastos de la Nación con los
que
venta o locación de realice, fondos del Tesoro Nacional,
servicios
tierras de que formado del producto de
preste y
propiedad de la enajenación derechos de importación y
o
Nación, de la renta locación de bienes exportación; del de la venta o
de correos, de las de dominio del locación de tierras de propiedad
demás nacional, de la renta de Correos,
Estado Nacional;
contribuciones que de de las demás contribuciones que
las demás
equitativa y contribuciones que equitativa y proporcionalmente a
proporcionalmente equitativa la población imponga el
y
imponga a la proporcionalmente Congreso General, y de los
población el imponga empréstitos y operaciones de
a la
Congreso, y de los población crédito que decrete el mismo
el
empréstitos y Congreso para urgencias de la
operaciones de Congreso, y de los Nación, o para empresas de
crédito público que empréstitos y utilidad nacional.
decrete el mismo operaciones de
Congreso para crédito que
urgencias de la sancione el mismo
Nación o para Congreso para
empresas de urgencias de la
utilidad nacional. Nación o para
empresas de
utilidad pública.
Constituciones Constituciones
Constituciones provinciales
provinciales (art. provinciales (art.
(art. 5°)
5°) 5°)
Dictar para una
constitución de
acuerdo con los
principios de la
Constitución
Dictar para sí una Nacional, con el
constitución de mismo sistema de
acuerdo con los gobierno, Cada provincia dictará para sí
principios de la asegurando su una Constitución bajo el sistema
nacional, con el administración de representativo republicano, de
mismo sistema de justicia, su régimen acuerdo con los principios,
gobierno, municipal y su declaraciones y garantías de la
asegurando su educación primaria, Constitución Nacional; y que
administración de y la cooperación asegure su administración de
justicia, su régimen requerida por el justicia, su régimen municipal, y
municipal y su gobierno federal a la educación primaria. Bajo
educación fin de hacer cumplir estas condiciones, el Gobierno
primaria. Con ello esta CN y las leyes federal, garantiza a cada
el gobierno le de la Nación que provincia el goce y ejercicio de
garantiza el en su sus instituciones.
ejercicio de sus consecuencia se
instituciones. dicten.
Con ello el
gobierno le
garantiza el
ejercicio de sus
instituciones.
Aduanas Aduanas
nacionales (art. nacionales (art. Aduanas nacionales (art. 9°)
9°) 9°)
En todo el
territorio de la
Nación no habrá En todo el territorio de la
más aduanas que Nación no habrá más aduanas
las nacionales, en No se modifica. que las nacionales, en las
las cuales regirán cuales regirán las tarifas que
las tarifas que sancione el Congreso.
apruebe el
Congreso.
Circulación de Circulación de
Circulación de bienes por
bienes por bienes por
aduanas (art. 10)
aduanas (art. 10) aduanas (art. 10)
En el interior de la
República es libre
de derechos la
circulación de los En el interior de la República
efectos de es libre de derechos la
producción o circulación de los efectos de
fabricación producción o fabricación
No se modifica.
nacional, así como nacional, así como la de los
la de los géneros y géneros y mercancías de todas
mercancías de clases, despachadas en las
todas clases, aduanas exteriores.
despachadas en
las aduanas
exteriores.
Garantías y Garantías y
derechos derechos Garantías y derechos
reconocidos (art. reconocidos (art. reconocidos (art. 14)
14) 14)
Todos los Todos los Todos los habitantes de la
habitantes de la habitantes de la Nación gozan de los siguientes
Nación gozan de Nación gozan de derechos conforme a las leyes
los mismos los mismos que reglamenten su ejercicio; a
derechos conforme derechos conforme saber: De trabajar y ejercer toda
las leyes que las leyes que industria lícita; de navegar y
reglamentan su reglamentan su comerciar; de peticionar a las
ejercicio, a saber; ejercicio, a saber; autoridades; de entrar,
de trabajar y de trabajar y permanecer, transitar y salir del
ejercer toda ejercer toda territorio argentino; de publicar
industria lícita; de industria útil y lícita; sus ideas por la prensa sin
navegar y de navegar y censura previa; de usar y
comerciar; de comerciar; de disponer de su propiedad; de
peticionar a las peticionar a las asociarse con fines útiles; de
autoridades; de autoridades; de profesar libremente su culto; de
reunirse; de entrar, reunirse; de entrar. enseñar y aprender.
permanecer… .
Artículo 14 bis. El trabajo en
sus diversas formas gozará de
la protección de las leyes, las
que asegurarán al trabajador:
condiciones dignas y equitativas
de labor; jornada limitada;
descanso y vacaciones
pagados; retribución justa;
salario mínimo vital móvil; igual
remuneración por igual tarea;
participación en las ganancias
de las empresas, con control de
la producción y colaboración en
la dirección; protección contra el
despido arbitrario; estabilidad
del empleado público;
organización sindical libre y
democrática reconocida por la
simple inscripción en un registro
especial.
Queda garantizado a los
gremios: concertar convenios
colectivos de trabajo; recurrir a
la conciliación y al arbitraje; el
derecho de huelga. Los
representantes gremiales
gozarán de las garantías
necesarias para el cumplimiento
de su gestión sindical y las
relacionadas con la estabilidad
de su empleo.
El Estado otorgará los
beneficios de la seguridad
social, que tendrá carácter de
integral e irrenunciable. En
especial, la ley establecerá: el
seguro social obligatorio, que
estará a cargo de entidades
nacionales o provinciales con
autonomía financiera y
económica, administradas por
los interesados con participación
del Estado, sin que pueda existir
superposición de aportes;
jubilaciones y pensiones
móviles; la protección integral de
la familia; la defensa del bien de
familia; la compensación
económica familiar y el acceso a
una vivienda digna.
Derechos no
enumerados (art. (art. 28) (art. 16)
16)
La Nación no
La Nación no
admite diferencias
admite
raciales, prerrogati-
prerrogativas de
vas de sangre ni
sangre ni de
de nacimiento; no
nacimiento; no La Nación Argentina no admite
hay en ella fueros
hay en ella fueros prerrogativas de san-
personales ni
personales ni gre, ni de nacimiento: No hay
títulos de nobleza.
títulos de nobleza. Todos sus en ella fueros personales ni
Todos sus habitantes son títulos de nobleza. Todos sus
habitantes son iguales ante la ley, habitantes son iguales ante la
iguales ante la ley, y admisibles en los ley, y admisibles en los empleos
y admisibles en los empleos sin otra sin otra condición que la
empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la
condición que la idoneidad. La base de los impuestos y de las
idoneidad. La equidad y cargas públicas.
igualdad es la base proporcionalidad
de los impuestos y son la base de los
de las cargas impuestos y de las
públicas. cargas públicas.
Inviolabilidad de
Inviolabilidad de derechos
derechos (art. 38)
privados (art. 17)
privados (art. 17)
La propiedad es
inviolable, y ningún
habitante de la
Nación puede ser
privado de ella,
sino en virtud de La propiedad es inviolable, y
sentencia fundada ningún habitante de la Nación
en ley. La puede ser privado de ella, sino
expropiación por en virtud de sentencia fundada
causa de utilidad La propiedad en ley. La expropiación por
pública, debe ser privada tiene una causa de utilidad pública, debe
calificada ley y función social y, en ser calificada por ley y
previamente consecuencia, previamente indemnizada. Sólo
indemnizada. Sólo estará sometida a el Congreso impone las
el Congreso las obligaciones contribuciones que se expresan
impone la ley. que establezca la en el art. 4°. Ningún servicio
Todo autor o ley con fines de personal es exigible, sino en
inventor es bien común. virtud de ley o de sentencia
propietario Incumbe al Estado fundada en ley. Todo autor o
exclusivo de su fiscalizar la inventor es propietario exclusivo
obra, invento o distribución y de su obra, invento o
descubrimiento, utilización del descubrimiento, por el término
campo e intervenir que le acuerde la ley. La
por el término que con el objeto de confiscación de bienes queda
le acuerde la ley. desarrollar… borrada para siempre del Código
La confiscación de Penal argentino. Ningún cuerpo
bienes queda armado puede hacer
borrada para requisiciones, ni exigir auxilios
siempre del Código de ninguna especie.
Penal argentino.
Ningún cuerpo
armado puede
hacer
requisiciones…
Derechos de los extranjeros (art. Derechos de los extranjeros
20) (art. 20)
Los extranjeros gozan en el
territorio de la Nación de todos
Los extranjeros gozan en el territorio los derechos civiles del
de la Nación de todos los derechos ciudadano; pueden ejercer su
civiles del ciudadano; pueden ejercer industria, comercio y profesión;
su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces,
poseer bienes raíces, comprarlos y comprarlos y enajenarlos;
enajenarlos; navegar los ríos y costas; navegar los ríos y costas;
ejercer libremente su culto; testar y ejercer libremente su culto;
casarse conforme a las leyes. No están testar y casarse conforme a las
obligados a admitir la ciudadanía, ni a leyes. No están obligados a
pagar contribuciones forzosas admitir la ciudadanía, ni pagar
extraordinarias. contribuciones forzosas
Obtienen nacionalización residiendo extraordinarias. Obtienen
dos años continuos en la Nación; pero nacionalización residiendo dos
la autoridad puede acortar este término años continuos en la Nación;
a favor del que lo solicite, alegando y pero la autoridad puede acortar
probando servicios a la República. este término a favor del que lo
solicite, alegando y probando
servicios a la República.
Delegación del poder del pueblo Delegación del poder del
(art. 22) pueblo (art. 22)
El pueblo no delibera ni
El pueblo no delibera ni gobierna, sino
gobierna, sino por medio de
por medio de sus representantes y
sus representantes y
autoridades creadas por esta Cons- autoridades creadas por esta
titución. Toda fuerza armada o Constitución. Toda fuerza
reunión de personas que se atribuya armada o reunión de personas
los derechos del pueblo y peticione a que se atribuya los derechos del
nombre de este, comete delito de pueblo y peticione a nombre de
sedición. este, comete delito de sedición.
Capítulo segundo. Nuevos
derechos y garantías (art. 39)
Los ciudadanos tienen el
derecho de iniciativa para
presentar proyectos de ley en la
Cámara de Diputados. El
Congreso deberá darles expreso
tratamiento dentro del término
de doce meses. El Congreso,
con el voto de la mayoría
absoluta de la totalidad de los
miembros de cada Cámara,
sancionará una ley
reglamentaria que no podrá
exigir más del tres por ciento del
padrón electoral nacional, dentro
del cual deberá contemplar una
adecuada distribución territorial
para suscribir la iniciativa. No
serán objeto de iniciativa popular
los proyectos referidos a reforma
constitucional, tratados
internacionales, tributos,
presupuesto y materia penal.
Segunda Parte. Autoridades
de la Nación
Título Primero. Gobierno
Federal. Sección Primera. Del
Poder Legislativo.
Capítulo Primero. De la Cámara de Capítulo Primero. De la
Diputados (artículos 37 al 45) Cámara de Diputados (arts. 45
al 53)
Competencia
exclusiva sobre Competencia exclusiva sobre
contribuciones contribuciones (art. 52)
(art. 44)
A la Cámara de Diputados A la Cámara de Diputados
corresponde exclusivamente la corresponde exclusivamente la
iniciativa de las leyes sobre iniciativa de las leyes sobre
contribuciones y reclutamiento de contribuciones y reclutamiento
tropas. de tropas.
Capítulo Cuarto. Capítulo Cuarto.
Atribuciones del Atribuciones del Capítulo Cuarto.
Congreso Congreso Atribuciones del Congreso
(artículos 67 al (artículos 68 al (art. 75)
67) 68)
Corresponde al Corresponde al
Corresponde al Congreso:
Congreso: Congreso:
1º. Legislar sobre
las aduanas
exteriores y
establecer los
derechos de
importación, los
cuales así como
las avaluaciones
sobre las que
recaigan serán
uniformes en toda 1º. Legislar sobre 1º. Legislar en materia
la Nación; bien las aduanas aduanera. Establecer los
entendido que exteriores y derechos de importación y
esta, así como las establecer los exportación, los cuales, así
demás derechos de como las avaluaciones sobre las
contribuciones importación y de que recaigan, serán uniformes
nacionales, podrán exportación. en toda la Nación.
ser satisfechas en
la moneda que
fuese corriente en
las provincias
respectivas, por su
justo equivalente.
Establecer
igualmente los
derechos de
exportación.
2º. Imponer contribuciones
indirectas como facultad
2º. Imponer
concurrente con las provincias.
contribuciones 2º. Imponer
Imponer contribuciones directas,
directas por tiempo contribuciones
por tiempo determinado,
determinado y directas por tiempo
proporcionalmente iguales en
proporcionalmente determinado y en
todo el territorio de la Nación,
iguales en todo el todo el territorio de
siempre que la defensa,
territorio de la la Nación, siempre
seguridad común y bien general
Nación, siempre que la defensa,
del Estado lo exijan. Las
que la defensa, seguridad común y
contribuciones previstas en este
seguridad común y bien general del
inciso, con excepción de la parte
bien general del Estado lo exijan.
o el total de las que tengan
Estado lo exijan.
asignación específica, son
coparticipables.
Una ley convenio, sobre la
base de acuerdos entre la
Nación y las provincias, instituirá
regímenes de coparticipación de
estas contribuciones,
garantizando la automaticidad
en la remisión de los fondos.
La distribución entre la Nación,
las provincias y la ciudad de
Buenos Aires y entre estas, se
efectuará en relación directa a
las competencias, servicios y
funciones de cada una de ellas
contemplando criterios objetivos
de reparto; será equitativa,
solidaria y dará prioridad al logro
de un grado equivalente de
desarrollo, calidad de vida e
igualdad de oportunidades en
todo el territorio nacional.
No habrá transferencia de
competencias, servicios o
funciones sin la respectiva
reasignación de recursos,
aprobada por ley del Congreso
cuando correspondiere y por la
provincia interesada o la ciudad
de Buenos Aires en su caso.
Un organismo fiscal federal
tendrá a su cargo el control y
fiscalización de la ejecución de
lo establecido en este inciso,
según lo determine la ley, la que
deberá asegurar la
representación de todas las
provincias y la ciudad de Buenos
Aires en su composición.
3º. Establecer y modificar
asignaciones específicas de
recursos coparticipables, por
tiempo determinado, por ley
especial aprobada por la
mayoría absoluta de la totalidad
de los miembros de cada
Cámara.
3º. Contraer 3º. Contraer
empréstitos de empréstitos de
4º. Contraer empréstitos sobre
dinero sobre el dinero sobre el
el crédito de la Nación.
crédito de la crédito de la
Nación. Nación
4º. Disponer del
4º. Disponer del
uso y de la
uso y de la 5º. Disponer del uso y de la
enajenación de las
enajenación de las enajenación de las tierras de
tierras de
tierras de propiedad nacional.
propiedad propiedad nacional.
nacional.
5º. Establecer y 5º. Establecer y
reglamentar un reglamentar un
Banco nacional en Banco nacional en 6º. Establecer y reglamentar un
la Capital y sus la Capital y sus banco federal con facultad de
sucursales en las sucursales en las emitir moneda, así como otros
provincias, con provincias, con bancos nacionales.
facultad de emitir facultad de emitir
billetes. billetes.
6º. Arreglar el 6º. Arreglar el
7º. Arreglar el pago de la
pago de la deuda pago de la deuda
deuda interior y exterior de la
interior y exterior interior y exterior
Nación.
de la Nación. de la Nación.
8º. Fijar anualmente, conforme
7º. Fijar 7º. Fijar
a las pautas establecidas en el
anualmente el anualmente el
tercer párrafo del inc. 2 de este
presupuesto de presupuesto de
artículo, el presupuesto general
gastos de gastos de
de gastos y cálculo de recursos
administración de administración de
de la Administración Nacional,
la Nación, y la Nación, y
en base al programa general de
aprobar o desechar aprobar o desechar
gobierno y al plan de inversiones
la Cuenta de la Cuenta de
públicas y aprobar o desechar la
Inversión. Inversión.
Cuenta de Inversión.
8º. Acordar 8º. Acordar
subsidios del subsidios del
9º. Acordar subsidios del
Tesoro Nacional a Tesoro Nacional a
Tesoro Nacional a las
las provincias, las provincias,
provincias, cuyas rentas no
cuyas rentas no cuyas rentas no
alcancen, según sus
alcancen, según alcancen, según
presupuestos, a cubrir sus
sus presupuestos, sus presupuestos,
gastos ordinarios.
a cubrir sus gastos a cubrir sus gastos
ordinarios. ordinarios.
16. Proveer lo
16. Proveer lo
conducente a la
conducente a la
prosperidad del
prosperidad del
país, al adelanto y
país, al adelanto y
bienestar de todas
las provincias, y al bienestar de todas
progreso de la las provincias, y al
ilustración, progreso de la
dictando planes de ilustración, 18. Proveer lo conducente a la
instrucción general dictando planes de prosperidad del país, al adelanto
y universitaria, y instrucción general y bienestar de todas las
promoviendo la y universitaria, y provincias, y al progreso de la
industria, la promoviendo la ilustración, dictando planes de
inmigración, la industria, la instrucción general y
construcción de inmigración, la universitaria, y promoviendo la
ferrocarriles y construcción de industria, la inmigración, la
canales ferrocarriles y construcción de ferrocarriles y
navegables, la canales canales navegables, la
colonización de navegables, la colonización de tierras de
tierras de colonización de propiedad nacional, la
propiedad tierras de introducción y establecimiento
nacional, la propiedad nacional, de nuevas industrias, la
introducción y la introducción y importación de capitales
establecimiento de establecimiento de extranjeros y la exploración de
nuevas industrias, nuevas industrias, los ríos interiores, por leyes
la importación de la importación de protectoras de estos fines y por
capitales capitales concesiones temporales de
extranjeros y la extranjeros y la privilegios y recompensas de
exploración de los exploración de los estímulo.
ríos interiores, por ríos interiores, por
leyes protectoras leyes protectoras
de estos fines y por de estos fines y por
concesiones concesiones
temporales de temporales de
privilegios y privilegios y
recompensas de recompensas de
estímulo. estímulo.
19. Proveer lo conducente al
desarrollo humano, al progreso
económico con justicia social, a
la productividad de la economía
nacional, a la generación de
empleo, a la formación
profesional de los trabajadores,
a la defensa del valor de la
moneda, a la investigación y
desarrollo científico y
tecnológico, su difusión y
aprovechamiento. Proveer al
crecimiento armónico de la
Nación y al poblamiento de su
territorio; promover políticas
diferenciadas que tiendan a
equilibrar el desigual desarrollo
relativo de provincias y regiones.
Para estas iniciativas, el Senado
será Cámara de origen.
Sancionar leyes de
organización y de base de la
educación que consoliden la
unidad nacional respetando las
particularidades provinciales y
locales; que aseguren la
responsabilidad indelegable del
Estado, la participación de la
familia y la sociedad, la
promoción de los valores
democráticos y la igualdad de
oportunidades y posibilidades
sin discriminación alguna; y que
garanticen los principios de
gratuidad y equidad de la
educación pública estatal y la
autonomía y autarquía de las
universidades nacionales. Dictar
leyes que protejan la identidad y
pluralidad cultural, la libre
creación y circulación de las
obras del autor; el patrimonio
artístico y los espacios culturales
y audiovisuales.
Capítulo Sexto. De la
Auditoría General de la Nación
(art. 85)
Artículo 85. El control
externo del sector público
nacional en sus aspectos
patrimoniales, económicos,
financieros y operativos, será
una atribución propia del
Poder Legislativo.
El examen y la opinión del
Poder Legislativo sobre el
desempeño y situación general
de la Administración Pública
estarán sustentados en los
dictámenes de la Auditoría
General de la Nación. Este
organismo de asistencia técnica
del Congreso, con autonomía
funcional, se integrará del modo
que establezca la ley que
reglamenta su creación y
funcionamiento, que deberá ser
aprobada por mayoría absoluta
de los miembros de cada
Cámara. El presidente de
organismo será designado a
propuesta del partido político de
oposición con mayor número de
legisladores en el Congreso.
Tendrá a su cargo el control de
legalidad, gestión y auditoría de
toda la actividad de la
Administración Pública
centralizada y descentralizada,
cualquiera fuera su modalidad
de organización, y las demás
funciones que la ley le otorgue.
Intervendrá necesariamente en
el trámite de aprobación o
rechazo de las cuentas de
percepción e inversión de los
fondos públicos.
Sección Segunda. Capítulo
Sección Segunda. Del Poder
Primero. De su naturaleza y
Ejecutivo. Capítulo Primero.
duración (artículos 74 al 80). Del
De su Naturaleza y Duración
Poder Ejecutivo (arts. 74 al 93)
Capítulo Tercero Capítulo Tercero Capítulo Tercero
Atribuciones del Atribuciones del
Atribuciones del Poder
Poder Ejecutivo Poder Ejecutivo
Ejecutivo (art. 99)
(art. 86) (art. 83)
El Presidente de El Presidente de
la Nación tiene las la Nación tiene las El Presidente de la Nación
siguientes siguientes tiene las siguientes atribuciones:
atribuciones: atribuciones:
1. Es el Jefe 1. Es el Jefe
Supremo de la Supremo de la 1. Es el jefe supremo de la
Nación y tiene a su Nación y tiene a su Nación, jefe del gobierno y
cargo la cargo la responsable político de la
administración administración administración general del país.
general del país. general del país
13. Hace 13. Hace
10. Supervisa el ejercicio de la
recaudar las rentas recaudar las rentas
facultad del jefe de gabinete de
de la Nación y de la Nación y
ministros respecto de la
decreta su decreta su
recaudación de las rentas de la
inversión con inversión con
Nación y de su inversión, con
arreglo a la ley o arreglo a la ley o
arreglo a la ley o presupuesto de
presupuestos de presupuestos de
gastos nacionales.
gastos nacionales.. gastos nacionales.
De los ministros De los ministros
del Poder del Poder Capítulo Cuarto
Ejecutivo (art. 87) Ejecutivo (art. 84)
Del Jefe de Gabinete y
Demás Ministros del Poder
Ejecutivo (arts. 100 y 101)
El jefe de gabinete de ministros
y los demás ministros
secretarios cuyo número y
competencia será establecida
Ocho ministros secretarios tendrán a por una ley especial tendrán a
su cargo el despacho de los negocios su cargo el despacho de los
de la Nación y refrendarán y negocios de la Nación, y
legalizarán los actos del Presidente por refrendarán y legalizarán los
medio de su firma, sin cuyo requisito actos del Presidente por medio
carecen de eficacia. Una ley especial de su firma, sin cuyo requisito
deslindará los ramos del respectivo carecen de eficacia. Al jefe de
gabinete de ministros, con
responsabilidad política ante el
Congreso de la Nación, le
corresponde:
1. Ejercer la administración
general del país.
6. Enviar al Congreso los
proyectos de Ley de Ministerios
y de Presupuesto Nacional,
previo tratamiento en acuerdo
de gabinete y aprobación del
Poder Ejecutivo.
7. Hacer recaudar las rentas de
la Nación y ejecutar la Ley de
Presupuesto Nacional.
Rendir cuentas de la gestión
(art. 101)
El jefe de gabinete de ministros
debe concurrir al Congreso al
menos una vez por mes,
alternativamente a cada una de
sus Cámaras, para informar de
la marcha del Gobierno, sin
perjuicio de lo dispuesto en el
artículo 71, puede ser
interpelado a los efectos del
tratamiento de una moción de
censura, por el voto de la
mayoría absoluta de la totalidad
de los miembros de cualquiera
de las Cámaras, y ser removido
por el voto de la mayoría
absoluta de los miembros de
cada una de las Cámaras.
Título Segundo.
Gobiernos de
Gobiernos de Título Segundo Gobiernos de
Provincia (arts. 97
Provincia (arts. Provincia
al 103)
104 al 110)
Poder no Poder no
delegado de las delegado de las Poder no delegado de las
provincias (art. provincias (art. provincias (art. 121)
104) 97)
Las provincias Las provincias
conservan todo el conservan todo el
poder no delegado poder no delegado
por esta por esta Las provincias conservan todo
Constitución al Constitución al el poder no delegado por esta
Gobierno Federal, Gobierno Federal, Constitución al Gobierno
y el que y el que Federal, y el que expresamente
expresamente se expresamente se se hayan reservado por pactos
hayan reservado hayan reservado especiales al tiempo de su
por pactos por pactos incorporación.
especiales al especiales al
tiempo de su tiempo de su
incorporación. incorporación.
Poder Poder
Poder constitucional de las
constitucional de constitucional de
provincias y autonomía
las provincias las provincias
municipal (art. 123)
(art. 106) (art. 99)
Cada provincia dicta su propia
Cada provincia Constitución, conforme a lo
dicta su propia dispuesto por el art. 5°
asegurando la autonomía
Constitución, No se modifica. municipal y reglando su alcance
conforme a lo y contenido en el orden
dispuesto en el institucional, político,
artículo 5. administrativo, económico y
financiero.Poder Ejecutivo.
Creación de regiones (art.
124)
Las provincias podrán crear
regiones para el desarrollo
económico-social y establecer
órganos con facultades para el
cumplimiento de sus fines y
podrán también celebrar
convenios internacionales en
tanto no sean incompatibles con
la política exterior de la Nación y
no afecten las facultades
delegadas al Gobierno Federal o
el crédito público de la Nación;
con conocimiento del Congreso
Nacional. La ciudad de Buenos
Aires tendrá el régimen que se
establezca a tal efecto.
Corresponde a las provincias el
dominio originario de los
recursos naturales existentes en
su territorio.
Disposiciones Transitorias
En el marco de lo dispuesto en
este artículo, el Congreso de la
Nación convocará a los
habitantes de la ciudad de
Buenos Aires para que,
mediante los representantes que
elijan a ese efecto, dicten el
estatuto organizativo de sus
instituciones.
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Capítulo 13
El financiamiento del Estado
Alejandro A. Otero
Objetivos de aprendizaje
Que el lector conozca y comprenda:
• cuáles son las fuentes de financiamiento del Estado moderno y
• cómo se organiza institucionalmente el financiamiento del Estado en el caso
argentino.
1. Estado y Economía: ¿es necesaria la presencia del Estado?
En el marco de la teoría económica, la articulación entre el Estado y la economía de
mercado es una cuestión que establece puntos de tensión entre las visiones más
conservadoras y aquellas otras que se desarrollan en la senda del pensamiento de J.
M. Keynes.
De todos modos, y a contramano de lo que se postula desde distintos relatos
(periodísticos, políticos o propagandísticos) respecto de calificar como “distorsivo” el
accionar del Estado sobre los mercados, no existen autores de relevancia que postulen
la abstinencia absoluta y permanente del Estado para asegurar un desempeño eficiente
de los mercados.
En efecto, aun entre quienes defienden el mercado como el dispositivo más eficiente
para asegurar la asignación de recursos escasos a fines múltiples, se admite que, bajo
ciertas condiciones, los mercados “fallan”. Es decir, se reconoce que, en ocasiones, los
mercados librados al desenvolvimiento de la oferta y la demanda generan situaciones
de ineficiencia que deben ser corregidas por un “actor externo”: el Estado.
Es preciso no confundir las situaciones de “fallas del mercado” con las
“imperfecciones del mercado”. Estas últimas se resuelven, en teoría, agregando mayor
nivel de competencia sobre la oferta o la demanda, según corresponda, y dejando que
los mercados se desempeñen en plenitud. Tal es la situación de los monopolios,
duopolios o los monopsonios. Es decir, son situaciones que se dan cuando se alteran
las condiciones de competencia en el mercado y se hace necesario restituirlas.
Por su parte, las situaciones de “fallas del mercado” aluden a aquellas condiciones en
las que el desempeño de los actores económicos distorsiona (o altera) la condición de
eficiencia del resto de la economía y mal podrían resolverse mediante los mecanismos
propios del mercado, como la competencia, la transparencia o la libre movilidad de los
factores productivos.
En general, los autores reconocen tres situaciones de “fallas de mercado” frecuentes:
a) los bienes públicos, b) los monopolios técnicos o monopolios naturales, y c) las
externalidades.
No es del caso tratar en particular cada una de estas situaciones ahora, pero si es
preciso hacer notar que es pacífica la convicción de los autores acerca de la necesidad
de la intervención estatal frente a estas situaciones para, justamente, asegurar el
desempeño eficiente del mercado.
Si bien la teoría económica no determina cómo debe actuar el Estado –por ejemplo, si
proveyendo bienes públicos mediante empresas públicas o mediante terceros
concesionarios, si estatizando los monopolios naturales o regulando fuertemente la
prestación de los privados en esas áreas–, sí determina que el Estado debe actuar en
estas situaciones para asegurar una prestación eficiente y no abusiva del mercado
sobre los consumidores.
Por su lado, Keynes y sus seguidores no establecen diferencias en estos puntos, pero
asignan al Estado un rol permanente de regulación sobre el ciclo económico que los
distancia de las visiones más conservadoras.
En efecto, para esta escuela de pensamiento, los mercados modernos han adquirido
condiciones perdurables de rigidez que dificultan las posibilidades de corrección de los
desequilibrios por parte de los dispositivos del mercado.
En esta línea de pensamiento, la corporativización de los mercados en general y del
mercado de trabajo en particular, las restricciones a la movilidad de los factores y la
circulación del conocimiento tecnológico, entre otros, han generado condiciones que
hacen posible que los desequilibrios macroeconómicos resulten persistentes y
prolonguen su secuela de caída del nivel de actividad económica, desempleo y
retracción de la inversión hasta llevar a las economías al punto de las crisis y
derrumbes de los precios y las utilidades.
Subyace en la lectura keynesiana de la economía de mercado la certeza acerca de
que es el nivel de demanda agregada (volumen de gasto total de la economía) el que
determina los niveles de producción y empleo. De modo que si una economía de
mercado se encuentra en una fase recesiva, la primera de las explicaciones posibles –
desde esta lectura– es la insuficiencia de la demanda agregada.
Dada esta convicción, la fenomenal capacidad de gasto e inversión que concentra el
Estado moderno resulta un inigualable regulador de la economía para asegurar que, a
través de la política fiscal y monetaria, se evite llegar a esas situaciones.
En muy resumidas cuentas, la recomendación de corte keynesiano consiste en
desarrollar políticas activas (expansivas) del gasto público, incluso deficitarias en el
corto plazo, para favorecer una rápida recreación de las condiciones macroeconómicas
que permitan superar las fases recesivas del ciclo económico.
Así, el Estado, frente a situaciones de desempleo y desaceleración de la actividad
productiva podrá incrementar la inversión pública o disminuir los impuestos sobre los
ingresos de los consumidores o subsidiar el consumo y/o la inversión privada, por
ejemplo, para fomentar mayores niveles de gasto agregado que reactiven la actividad
económica.
Una buena parte de las discusiones recientes sobre cómo enfrentar de un modo
eficaz las consecuencias de la fenomenal crisis que viven las economías de mercado y
en especial los países centrales se sitúa en esta perspectiva. Para unos, la austeridad y
el ajuste de los desequilibrios presupuestarios del Estado resultan la condición de
posibilidad de una salida perdurable de la recesión y el desempleo; para otros, ese
camino es, justamente, el generador de la recesión y el desempleo y lo que se
demanda es un mayor nivel de activismo estatal para favorecer un mayor nivel de
demanda agregada.
La misma lógica pero en un sentido inverso aconseja que frente a escenarios de
recalentamiento de precios o persistencia inflacionaria, el gasto público deberá
moderarse, o incrementarse los impuestos o bien restringir la política monetaria.
Desde la segunda gran guerra del siglo pasado hasta mediados de los años setenta,
durante los conocidos “dorados treinta años”, los Estados modernos adoptaron las
políticas keynesianas como paradigma orientador de su accionar fiscal y monetario. El
Estado de bienestar keynesiano, desarrollado de un modo más acabado en la Europa
no socialista de esos años pero también, y en formas parciales y tardías, en todo el
resto del mundo capitalista, fue la forma de Estado que logró la mayor propagación de
bienestar y ciudadanía que se conozca hasta el presente.
La irrupción en las economías de mercado de un fenómeno nuevo, no conocido hasta
ese momento, la estanflación (estancamiento económico con inflación) y los mayores
grados de internacionalización de la economía pusieron un límite a la capacidad de las
políticas keynesianas de dar respuesta efectiva a los desafíos que plantea un sendero
de crecimiento económico sostenido en el marco de economías de mercado.
Una mirada muy distinta sobre la articulación entre el Estado y los mercados proviene
de la tradición marxiana, por supuesto que desde una perspectiva crítica de la
economía de mercado, pero conviene reseñarla brevemente, a fin de evidenciar hasta
qué punto el tema es controvertido en la teoría económica.
En primer término, conviene señalar que en el marco de esta escuela de
pensamiento, y como se ha hecho notar más de una vez, el tema de Estado y mercado
presenta la dificultad de la y, toda vez que en este contexto de ideas Estado y mercado
son partes inseparables y dos momentos de un mismo proceso de construcción y
reproducción de un modo de producción capitalista.
De modo que la cita clásica es suficientemente ilustrativa y sintética de la mirada que
se prolonga desde C. Marx: “El capital es incapaz de generar las condiciones que
aseguran su reproducción”. En esa incapacidad nace el Estado moderno cuyas
funciones permanentes estarán orientadas a asegurar la superestructura jurídica y
legal, la infraestructura productiva y la regulación entre el capital y el trabajo y entre las
fracciones del capital para fortalecer la viabilidad de un modo de producción que se
caracteriza por generar y reproducir la desigualdad a escala creciente.
Hasta aquí, lo visto nos ha servido para fundar, desde la perspectiva de la teoría
económica, la necesariedad del Estado en el mundo de las economías de mercado.
Es oportuno entonces dar paso a una de las cuestiones que se desata a partir de esta
necesariedad: ¿cómo se va a financiar esta instancia? Si en las economías de mercado
los actores privados obtienen su financiamiento de la contraprestación que reciben por
su participación en el mercado de los factores de la producción, sea vía salarios, rentas
o beneficios, y las empresas lo obtienen a través de los precios de los productos que
comercializan, el Estado: ¿de qué fuentes de financiamiento dispone?
2. Las fuentes de financiamiento del Estado moderno
Cualquier Estado nacional moderno dispone, en el corto plazo y para solventar el
gasto corriente, de tres fuentes de financiamiento: a) los tributos, b) el endeudamiento y
c) la emisión de moneda. Veamos esto con mayor detenimiento.
Dejemos de lado por un momento las actividades empresariales del Estado.
Olvidemos ahora las empresas públicas. Simplificando y en una primera aproximación,
podemos decir que las prestaciones del Estado constituyen bienes públicos. Los
hospitales y las escuelas públicas, los servicios de justicia, legislación y gobierno, que
hacen a los tres poderes del Estado, la defensa nacional, entre otros, conforman los
bienes públicos.
La característica distintiva de los bienes públicos respecto de los privados es que su
acceso no está limitado por la capacidad de pago frente al precio. Dicho en otros
términos, los precios no seleccionan entre quienes acceden o no a ellos. Esta
singularidad hace inviable la fijación de precios para los bienes públicos, dado que si es
posible acceder a ellos sin pagar el precio, en general y para obtener esos bienes, los
precios no se pagarían.
De modo que el Estado se hace de fuentes de financiamiento distintas a aquellas a
las cuales recurren los particulares para sostenerse. En primer lugar, entre esas
fuentes se destacan los tributos. Los tributos no implican u obligan a contraprestación
alguna. El Estado, sujeto a ciertas reglas, los establece y es obligatorio cumplirlos para
quienes están alcanzados por ellos, sin que su pago otorgue derecho alguno sobre el
Estado y sus prestaciones. Así, en general, los tributos están asociados a la capacidad
contributiva y no necesariamente al acceso o disfrute de un bien público.
Por otra parte, el Estado obtiene recursos como consecuencia de la aplicación
económica de los activos que posee (tierras, acciones, recursos naturales, etc.). Estos
recursos se denominan no tributarios.
Clasificación de los recursos públicos
En términos generales, puede decirse que los recursos son aquellas riquezas que se
devengan a favor del Estado para cumplir sus fines, y que en tal carácter ingresan en
su tesorería. Téngase presente que los recursos públicos son medios de financiamiento
que permiten el desarrollo de las actividades programadas, atender obligaciones de
pago de la deuda pública o efectuar transferencias (erogaciones sin contraprestación
asociada) que requieran, por ejemplo, otros ámbitos o niveles de gobierno. De su
captación y disposición depende la existencia misma del Estado, por lo que es
importante el conocimiento de su origen, naturaleza y cuáles son las transacciones que
se requieren para obtenerlos.
Las clasificaciones de los recursos públicos tienden a identificar las características
distintivas de los medios de financiamiento con la finalidad de agruparlos y medirlos.
Las clasificaciones de recursos se utilizan básicamente para:
- Realizar análisis económicos y financieros, así como para facilitar la toma de
decisiones de las instituciones públicas.
- Medir el ahorro o desahorro, superávit o déficit de las operaciones financieras
del gobierno.
- Determinar la elasticidad de los ingresos con relación a variables que
constituyen la base de imposición.
- Formular la política presupuestaria en un período determinado.
- Facilitar la evaluación del efecto de los recursos en la economía del sector
público.
- Determinar las fuentes de financiamiento con que cuenta el gobierno para la
realización de las diferentes finalidades públicas.
Resulta oportuno presentar las clasificaciones más útiles y relevantes, aportadas por
la doctrina, teniendo en miras los criterios respecto de la manera en que los recursos
deben ser ordenados en el presupuesto:
a) Clasificaciones de los recursos por rubros
La clasificación por rubros ordena, agrupa y presenta los recursos públicos en función
de los diferentes tipos que surgen de la naturaleza y carácter de las transacciones que
les dan origen. Se distinguen los que provienen de fuentes tradicionales como:
- los impuestos,
- las tasas,
- los derechos y
- las transferencias;
y, por otro lado, los que proceden del patrimonio y los que provienen del
financiamiento.
El clasificador de recursos por rubros permite el registro analítico de las transacciones
de los recursos y se constituye en el clasificador básico o primario del sistema de
clasificaciones.
b) Clasificaciones económicas de los recursos
Desde el punto de vista económico, los recursos se clasifican en corrientes, de capital
y de fuentes financieras.
Los ingresos corrientes incluyen las entradas de dinero que no suponen
contraprestación efectiva, como por ejemplo, los impuestos y las transferencias
recibidas, los recursos clasificados conforme a la naturaleza del flujo, es decir, por
ventas de bienes, prestación de servicios, por cobro de tasas, derechos, contribuciones
a la seguridad social y las rentas que provienen de la propiedad. Hay autores que
dividen los recursos corrientes en tributarios, es decir, los diferentes gravámenes e
incluso los aportes de previsión social, y no tributarios, entre los cuales se consignan
rentas, utilidades, tarifas y regalías.
Los recursos de capital se originan en la venta de activos, la variación positiva de la
depreciación y amortización, las transferencias recibidas de otros agentes destinadas a
financiar gastos de capital, la venta de participaciones accionarias en empresas y la
recuperación de préstamos.
Por último, las fuentes financieras son medios de financiamiento constituidos por la
disminución de la inversión financiera y el endeudamiento público. Se incluyen en los
recursos de financiamiento los adelantos a proveedores y contratistas de ejercicios
anteriores.
c) Clasificaciones de los recursos por su origen
No obstante, pasamos a una tercera clasificación, que distingue al recurso de acuerdo
con su fuente económica. Esta resulta una antigua clasificación que ha sido
modernizada y completada. Es la clasificación clásica de Recursos Públicos y suele
realizar la distinción de la siguiente forma:
ORIGINARIOS o PATRIMONIALES: los recursos públicos originarios tienen su fuente
en el propio patrimonio. Son los que provienen de los bienes patrimoniales del Estado o
de diversos tipos de actividades productivas realizadas por aquel. Dentro de los
recursos originarios se distinguen: bienes de dominio público del Estado y bienes de
dominio privado del Estado.
DERIVADOS o TRIBUTARIOS y CREDITICIOS: los derivados provienen de la
economía de los particulares, establecidos unilateral y obligatoriamente por el Estado
en favor del Fisco, como por ejemplo, los tributos recaudados (impuestos, tasas y
contribuciones), el crédito público y las sanciones, etc.
De acuerdo con las clasificaciones expuestas, queda claro que los recursos tributarios
(clasificados en impuestos, tasas y contribuciones) y los recursos no tributarios
(sanciones, transferencias, fondos, crédito público, etc.) pertenecen a los recursos
derivados del Estado.
En síntesis, podemos definir el Tributo como toda prestación, preferentemente en
dinero, que el Estado exige por su poder de imperio –o poder tributario– y en virtud de
ley para el cumplimiento de sus fines. Se requieren para solventar los gastos que
demanda la satisfacción de las necesidades públicas. Los tributos se clasifican en:
impuestos, tasas y contribuciones.
Los impuestos no requieren contraprestación del Estado. Esta es la nota que los
distingue de las Tasas, que se cobran por la realización de un servicio público, por
ejemplo, en el caso del alumbrado público y de las Contribuciones, las cuales se exigen
por la realización de una obra pública o actividad especial del Estado y que, además,
generan un beneficio o externalidad para el obligado al pago.
Por otro lado, el Estado puede acceder al mercado voluntario de deuda y colocar
títulos públicos en él. Es decir, puede tomar fondos a cambio de una promesa de
reintegro del capital absorbido más una cierta tasa de interés en un plazo de tiempo.
Las condiciones de título pueden ser diversas en términos de amortización del capital y
pago de los intereses, el mercado de colocación puede ser local o internacional, la
moneda en que se emita puede variar, etc. Pero en sí se trata de operaciones de
endeudamiento del Estado que implican apelar al crédito para asegurar una parte del
financiamiento corriente o la inversión pública.
Por último, el Estado dispone de una fuente de financiamiento exclusiva: la emisión
monetaria. En efecto, el Estado tiene el monopolio legal de la emisión de moneda y, por
lo tanto, puede apelar a esta fuente de financiamiento que, en general, constituye un
recurso de excepción frente a situaciones de crisis.
Es de conocimiento público, por ejemplo, la fenomenal emisión de billetes (dólares y
euros) que los países centrales generaron para asistir al sector financiero en el
contexto de la actual crisis internacional.
Por último, el Estado cuenta con recursos de capital derivados de la aplicación de sus
activos. Naturalmente, la buena práctica de las finanzas públicas aconseja no emplear
recursos de capital para financiar gasto corriente, porque conduce a la
descapitalización del Estado. Sin embargo, y sobre todo en situaciones de crisis, es
habitual que los Estados modernos sacrifiquen recursos de capital para financiar gasto
corriente, con las previsibles consecuencias nefastas que acarrea.
3. La cuestión del financiamiento del Estado en los países
federales
En todas las naciones modernas, el lento equiparamiento de la noción de libertad con
la de igualdad como guía del accionar del Estado ayudó a construir un nuevo concepto
de ciudadanía que, a la par, aseguró una cierta dimensión al mercado para impulsar la
acumulación y un extendido consenso acerca de la razonabilidad del orden establecido.
La consecuencia fiscal más notoria de este avance civilizatorio resultó la expansión
del gasto público, que pasó de representar menos del 15% del PBI en las economías
más avanzadas a principios del siglo XX, a más del doble desde 1970 hasta el
presente. E incluso a superar holgadamente los 40 puntos del Producto en algunas de
las experiencias europeas.
Semejante salto se tradujo en la necesidad creciente de aumentar la presión fiscal
para asegurar un financiamiento sustentable. La resolución eficaz de este desafío
supuso una doble condición para el concepto de ciudadanía. Así, junto a la expansión
de los derechos ciudadanos (a la educación, a la salud, a la jubilación, a la vivienda,
etc.) se asentó la obligación de cumplimiento a su sustento. Nace entonces una nueva
mirada acerca de la obligación de contribuir.
Obligación que desde que el Estado es Estado rige una buena parte de la vida de la
humanidad, pero que, desde el Estado liberal en adelante y marcadamente a partir de
la segunda mitad del siglo pasado, comienza a ser socialmente internalizada como
necesaria y legítima.
La organización de esta obligación de contribuir en los países federales para instituir
un régimen de financiamiento del Estado sustentable para todos sus niveles desata una
permanente tensión entre el sistema tributario, los sistemas de redistribución de
recursos y la administración tributaria (el organismo encargado de gestionar la
recaudación de tributos).
En efecto, en los países federales o descentralizados, se suele presentar una tensión
entre eficiencia y autonomía, que se potencia a la hora de encontrar la mejor forma de
estructurar el financiamiento del sector público.
Básicamente, hay dos tendencias: o bien los países distribuyen potestades tributarias,
bases y hechos imponibles entre los distintos niveles del Estado, de modo que cada
uno en uso de esas facultades procure su financiamiento, o bien tienden a centralizar
las potestades tributarias y luego distribuyen los recursos obtenidos.
Por otra parte, en la medida en que prevalecen las cuestiones que hacen al sostén de
la autonomía, cada Estado gesta su propia Administración Tributaria para asegurarse
un manejo directo de la gestión de recaudación y el uso del poder de control. Cuando
priman las consideraciones de eficiencia, la Administración Tributaria tiende a
centralizarse, de modo de aprovechar las ventajas de escala en favor de la gestión de
los ingresos.
Como sabemos, el nuestro es un país federal; es oportuno preguntarse a la luz de los
conceptos vistos en este capítulo, ¿cómo se resolvió esta cuestión en el caso
argentino?
4. La organización del financiamiento en el Federalismo Fiscal
Argentino
En la Argentina, el dilatado proceso de la organización nacional tuvo entre sus puntos
cruciales encontrar una manera de resolver la cuestión del financiamiento del Estado
nacional.
Conocido es el rol que entonces jugó la disputa por la aduana porteña. La democión
de las aduanas interiores y la federalización de la aduana del puerto fue una de las
últimas restricciones que se vencieron para culminar el proceso de formación del
Estado nacional. No casualmente a la hora de definir la cuestión del financiamiento, en
el artículo 4 de la Constitución Nacional (CNA), el constituyente señala en primer
término que los recursos provenientes del comercio exterior contribuyen al sostén del
Estado nacional. Recién en cuarto término aparecen los recursos provenientes del uso
de la capacidad de imposición del Estado.
Así, nuestro ordenamiento constitucional dejó a manos del tesoro de la Nación los
recursos provenientes de “[…]los derechos de importación y exportación, de la venta o
locación de tierras de propiedad nacional, de la renta de Correos, de las demás
contribuciones que equitativa y proporcionalmente a la población imponga el Congreso
General, y de los empréstitos y operaciones
de crédito[…]” (art. 4, CNA). Y más adelante, le asigna al Congreso nacional la
potestad de “[…]imponer contribuciones directas, por tiempo determinado[…]” (hoy art.
75, inc. 2, CNA).
Es decir que, en el origen del federalismo fiscal argentino, la previsión de
financiamiento atribuía competencias y bases tributarias diferenciadas o concurrentes
al Estado nacional y a los Estados provinciales. Diríamos que se buscó satisfacer el
principio de correspondencia fiscal. Se quiso mantener la identidad entre quien ejecuta
el gasto y quien obtiene los recursos que lo financian. Sin embargo, a poco de andar,
las cosas comenzaron a suceder de modo diferente al previsto.
La crisis de 1890 introdujo los impuestos internos, así llamados justamente para
diferenciarlos de los otros; de aquellos que provenían del desempeño de la aduana y
que eran previstos como recursos principales. Desde ese entonces, los ingresos
provistos por el comercio exterior van perdiendo peso relativo. El cuadro que sigue
evidencia esta situación.
1880 1920 2010
Comercio Exterior 90% 60% 25%
Impuestos Internos 10% 40% 75%
Y, a su vez, las respuestas a las sucesivas crisis económicas y fiscales fueron
reforzando la tendencia a concentrar la recaudación de los gravámenes en el Estado
nacional.
Así, por ejemplo, la creación del impuesto a las ganancias (entonces, impuesto a los
réditos) en 1932 como respuesta a la fenomenal crisis mundial de la época, dio lugar a
un nuevo acuerdo de redistribución del producido entre la Nación y las provincias.
Luego, las posteriores leyes de coparticipación y los pactos fiscales fueron tejiendo un
denso tramado institucional reiterando la senda de limitación del poder tributario
provincial y concentración de la recaudación en el Estado central.
5. La distribución de competencias tributarias y la coparticipación
federal de impuestos
Sin embargo, y como vimos, la base del ordenamiento del federalismo fiscal argentino
se encuentra en los artículos 4 y 75 de la CNA, que rezan lo siguiente:
Artículo 4.El Gobierno federal provee a los gastos de la Nación con los fondos del
Tesoro nacional, formado del producto de derechos de importación y exportación;
del de la venta o locación de tierra de propiedad nacional; de la renta de Correos; de
las demás contribuciones que equitativa y proporcionalmente a la población imponga
el Congreso general, y de los empréstitos y operaciones de crédito que decrete el
mismo Congreso para urgencias de la Nación o para empresas de utilidad nacional.
Artículo 75.Corresponde al Congreso:
Imponer contribuciones indirectas como facultad concurrente con las provincias.
Imponer contribuciones directas, por tiempo determinado, proporcionalmente iguales
en todo el territorio de la Nación, siempre que la defensa, seguridad común y bien
general del Estado lo exijan […].
Así, la Constitución Nacional establece un esquema de facultades tributarias
concurrentes entre la Nación y las provincias, en forma permanente o por tiempo
determinado, según se trate de impuestos directos o indirectos. Y ordena también el
acceso al crédito público.
O sea:
- La Nación y las provincias tienen en forma concurrente la potestad tributaria para
imponer impuestos indirectos, en todo momento.
- Las provincias tienen en todo momento la competencia para establecer impuestos
directos. La Nación puede establecer impuestos directos concurrentemente con las
provincias solo por tiempo determinado y en situación de emergencia.
- Las provincias y la Nación pueden acceder al crédito público con autorización de sus
legislaturas, y
- Solo la Nación puede emitir moneda de curso legal.
Como se aprecia, hasta aquí el esquema constitucional admite la doble imposición por
parte de la Nación y las provincias, de modo que ambas podrían alcanzar los mismos
hechos imponibles. Esta atribución de competencias concurrentes hace necesario crear
sistemas de coordinación tributaria que permitan a cada jurisdicción ejercer sus
competencias evitando la doble o multi imposición, de consecuencias gravosas para los
contribuyentes y, también, reasignar los recursos entre los distintos niveles del Estado.
El sistema de coparticipación de impuestos tiene estos objetivos.
En la actualidad, el régimen general vigente está dado por la ley 23.548 sancionada
en 1988.
Esta norma establece un sistema donde la masa de fondos a distribuir está integrada
por todos los impuestos nacionales, existentes o a crearse, con las siguientes
excepciones:
• Derechos de importación y exportación del artículo 4 de la Constitución
(vulgarmente conocidas como “retenciones”).
• Impuestos que posean regímenes especiales de coparticipación.
• Impuestos nacionales con afectación específica al momento de la sanción de la
ley.
• Impuestos y contribuciones nacionales cuyo producto se declare de interés
nacional por acuerdo entre la Nación y las provincias. Esta afectación debe
decidirse por ley del Congreso y adhesión de las legislaturas provinciales.
A su vez, la masa de fondos resultante y a distribuir se divide de la siguiente manera:
• 42,34% corresponde a la Nación. De este monto, la Nación debe dar una
porción a la ciudad de Buenos Aires. Por decreto 705/2003 se establece que ese
monto es igual al 1,40% del monto total (hasta ese momento, la Ciudad percibía
un monto fijo).
• 54,66% corresponde a las provincias y se distribuye entre estas de acuerdo con
los coeficientes de distribución secundaria contemplados en la ley. Esos
coeficientes son fijos y no reflejan las situaciones diferenciadas de las provincias
en cuanto a responsabilidad por el gasto, población, necesidades básicas
insatisfechas o cualquier otro parámetro que indique objetivamente la situación de
cada una. La ley establece que el monto destinado a las provincias nunca puede
ser menor al 34% del total de la recaudación de tributos nacionales del Gobierno
nacional. En la actualidad, existe una controversia respecto de si se cumple o no
este piso mínimo.
• 2% se destina al fondo de reparación para el recupero del nivel relativo de
participación de las provincias de Buenos Aires, Chubut, Neuquén y Santa Cruz.
• 1% conforma el Fondo de Aportes del Tesoro Nacional a las provincias (ATN).
Los fondos así distribuidos deben remitirse a las provincias mediante el Banco
Nación, en forma diaria, automática y gratuita. De ahí que estas transferencias reciban
la denominación genérica de automáticas y así se diferencien de otras transferencias
que no tienen ese carácter y que también gira la Nación a otras jurisdicciones.
Las provincias deben adherir al régimen, mediante ley, y se comprometen a no aplicar
por sí ni a través de sus organismos administrativos ni municipalidades ningún
impuesto, tasa o contribución análoga a los nacionales coparticipados.
Esta prohibición tiene excepciones, como por ejemplo, las Tasas por servicios
efectivamente prestados o los Impuestos sobre la propiedad inmobiliaria y automotor o
el Impuesto sobre los ingresos brutos.
Como se ve y se ha dicho, la potestad tributaria de los fiscos subnacionales ha
quedado limitada en función de los acuerdos sucesivos entre Nación y provincias.
Por su parte, las provincias se obligan a establecer un sistema distributivo de lo que
reciban, entre sus municipalidades. La mayor parte de las provincias del país cuenta
con leyes provinciales de coparticipación que aseguran la remisión de recursos en
forma automática y periódica hacia los municipios.
Por último, existe una gran cantidad de conceptos mediante los cuales la Nación
transfiere fondos a las provincias en forma no automática. Algunos de estos conceptos
son de libre disponibilidad para las jurisdicciones y otros tienen destinos específicos,
como por ejemplo, los asignados a vivienda, o el fondo de incentivo docente o los
provenientes del Fondo Solidario, que distribuye una parte de la recaudación obtenida
de los derechos de exportación de la soja.
Estas transferencias no automáticas conforman una proporción creciente de los
recursos totales girados a las provincias en la etapa posterior a la crisis 2001.
La coparticipación en la Constitución a partir de la reforma de 1994
Actualmente, el artículo 75, incisos 2 y 3, de la Constitución establece lo siguiente:
Una ley convenio, sobre la base de acuerdos entre la Nación y las provincias,
instituirá regímenes de coparticipación de estas contribuciones, garantizando la
automaticidad en la remisión de los fondos.
La distribución entre la Nación, las provincias y la ciudad de Buenos Aires y entre
estas, se efectuará en relación directa a las competencias, servicios y funciones de
cada una de ellas contemplando criterios objetivos de reparto; será equitativa, solidaria
y dará prioridad al logro de un grado equivalente de desarrollo, calidad de vida e
igualdad de oportunidades en todo el territorio nacional.
La ley convenio tendrá como Cámara de origen el Senado y deberá ser sancionada
con la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara. No podrá ser
modificada unilateralmente ni reglamentada y será aprobada por las provincias.
No habrá transferencia de competencias, servicios o funciones sin la respectiva
reasignación de recursos, aprobada por la ley del Congreso cuando correspondiere y
por la provincia interesada o la ciudad de Buenos Aires, en su caso.
Un organismo fiscal federal tendrá a su cargo el control y fiscalización de la ejecución
de lo establecido en este inciso, según lo determine la ley, la que deberá asegurar la
representación de todas las provincias y la ciudad de Buenos Aires en su composición.
Por su parte, el inciso 3 señala que corresponde al Congreso de la Nación establecer
y modificar asignaciones específicas de recursos coparticipables, por tiempo
determinado, por la ley especial aprobada por la mayoría absoluta de la totalidad de los
miembros de cada Cámara.
A su vez, la Cláusula Transitoria Sexta establece lo siguiente:
Un régimen de coparticipación conforme lo dispuesto en el inciso 2 del artículo 75 y la
reglamentación del organismo fiscal federal será establecido antes de la finalización del
año 1996; la distribución de competencias, servicios y funciones vigentes antes de la
sanción de esta reforma, no podrá modificarse sin la aprobación de la provincia
interesada; tampoco podrá modificarse en desmedro de las provincias la distribución de
recursos vigente hasta el momento de esta reforma y, en ambos casos, hasta el dictado
del régimen de coparticipación.
Obsérvese que hasta la reforma constitucional de 1994, la coparticipación federal de
impuestos no figuraba en la norma. Su rango constitucional actual indica la relevancia
que la cuestión adquirió para el financiamiento de los Estados provinciales y, de algún
modo, evidencia cómo ha mutado el federalismo fiscal argentino a lo largo de su
historia.
Al presente, la Cláusula Sexta no ha tenido cumplimiento, de modo que la
coparticipación de impuestos se rige por la ley 23548.
6. Principios constitucionales de la tributación
Por otra parte, la CNA establece los principios que deben ser respetados a la hora de
ejercer la potestad tributaria del Estado argentino. La “potestad tributaria” es la facultad
jurídica del Estado de exigir contribuciones con respecto a las personas o bienes que
se hallan en su jurisdicción. Dicha potestad deriva del “poder de imperio” que tiene el
Estado, y que lo ejerce en el ámbito de su jurisdicción por medio de los tres poderes
que forman el gobierno.
La potestad o poder tributario no es absoluta y total sino que tiene “limitaciones de
orden político y constitucional” que derivan de la forma de organización política propia
de cada Estado y del encuadramiento dentro de los lineamientos que la Constitución
Nacional fija.
Entre los principios tributarios constitucionales destaca el de legalidad, que establece
que “no hay tributo sin ley”. En consecuencia, podemos decir que todo tributo surge de
una ley y que el que no lo paga está violando la ley.
Nuestra Constitución Nacional fija en materia tributaria algunos principios, que son las
características que deben cumplir los tributos:
• Legalidad: todo tributo debe estar creado por una ley.
• Igualdad: entre semejantes, es decir, tributos iguales entre personas que se
encuentren en situaciones análogas, en un mismo rango de capacidad
contributiva.
• Generalidad: los tributos deben abarcar las distintas formas de exteriorizar la
capacidad contributiva. Deben abarcar íntegramente a las distintas personas y a
los diferentes bienes.
• No confiscatoriedad: deben garantizar la propiedad privada. No deben abarcar
una parte sustancial de la propiedad privada o de su renta.
• Proporcionalidad: los tributos deben estar de acuerdo con la capacidad
contributiva. En correspondencia con el patrimonio, las ganancias y los consumos
de las personas.
• Equidad: también llamado principio de justicia. Sintetiza todos los demás
principios tributarios y se relaciona con la capacidad contributiva.
7. El sistema tributario argentino, hoy. Composición a nivel nacional
y provincial
En la actualidad, el Estado argentino presenta una fuerte concentración en la
obtención de los recursos a través del Estado nacional. Esto puede verse en el
siguiente cuadro.
De esta concentración deriva la relevancia que adquieren en el presente las
transferencias (automáticas o no) que la Nación gira a las provincias y a la Ciudad
Autónoma de Bs. As. (CABA), dado que conforman una porción significativa del
financiamiento de sus presupuestos. En un extremo, la CABA, que solventa entre el 10
y el 12% de su presupuesto con las transferencias nacionales. En el otro, las provincias
de menor desarrollo relativo y sin ingresos por regalías (producto de la explotación de
los recursos naturales) que más del 85% de sus presupuestos se atienden con
recursos de origen nacional.
La tendencia diferenciada en los recursos de origen nacional respecto de los propios
de cada provincia y la CABA se relaciona con la vigencia de los derechos de
importación y exportación, el gravamen sobre los débitos y créditos bancarios y la
nacionalización del sistema previsional.
De esa recaudación nacional provienen los recursos coparticipables. Por su parte, los
recursos propios provinciales y de la CABA provienen del Impuesto sobre los Ingresos
Brutos, el Impuesto Inmobiliario, el Impuesto de Sellos y el Impuesto sobre los
Automotores, entre otros de menor significatividad en la recaudación.
En términos agregados, la recaudación de origen nacional puede descomponerse
como sigue:
Ingresos tributarios Porcentaje
Impuestos 57
Recursos de la Seguridad Social 30
Comercio exterior 13
Total 100
Donde los impuestos a su vez se integran según se presenta en el cuadro que sigue,
mientras que los recursos de la Seguridad Social provienen de los aportes y
contribuciones sobre la nómina salarial, y los derechos de importación y exportación
componen los recursos del comercio exterior.
Porcentaje sobre los Ingresos
Impuestos
Tributarios
IVA 26
Ganancias 17
Débito y Créditos
6
Bancarios
Resto de los impuestos 8
Total 57
En la actualidad, ciertos rasgos que perduran sobre el sistema tributario y que le
imprimen un sesgo contradictorio con la búsqueda de un desarrollo económico de perfil
productivo, diversificado y con inclusión social, hacen que se demande una reforma
tributaria de amplio alcance que le devuelva al sistema tributario capacidad para influir
tanto a favor de la promoción de la inversión productiva como en la redistribución
progresiva de los ingresos y la riqueza.
Si bien es extendida por todo el arco político la demanda de una reforma tributaria,
esta coincidencia constituye un territorio de “falso consenso”, en tanto, a la hora de
esbozar las propuestas de reforma, las diferencias resultan mucho más relevantes que
los puntos de coincidencia.
Por otra parte, las fatigas del federalismo fiscal argentino reclaman una revisión de los
postulados originarios de la organización del financiamiento estatal del caso argentino,
que hemos visto en este Capítulo. En este sentido, se abre para un futuro no muy
lejano un interesante debate acerca de esta cuestión. En él, quienes reclaman un
mayor nivel de descentralización de los recursos y un cambio en la coparticipación y
quienes, por otro lado, postulamos la necesidad de revisar las políticas de
descentralización para lograr mayores grados de homogeneidad y equilibrio en la
distribución territorial del ingreso y la riqueza, tendremos que dirimir diferencias y
encontrar un camino que permita asegurar de modo sustentable el financiamiento del
Estado argentino que nos garantice una sociedad más justa y democrática para todos.
Resumen
Se identificaron las razones que justifican una articulación virtuosa entre el Estado y el
mercado desde la perspectiva de la teoría económica y que promueven el accionar del
Estado en consecuencia. Se presentaron las fuentes de financiamiento del Estado
moderno que permiten solventar ese accionar. Se analiza la organización institucional
vigente para asegurar el financiamiento del Estado argentino en el marco de la
problemática propia de los países federales. Se describe la composición del sistema
tributario argentino.
Preguntas de comprensión de texto
1. ¿Cuáles son las principales razones que justifican la presencia del Estado en
una economía de mercado?
2. ¿Cuáles son las fuentes de financiamiento del Estado moderno?
3. ¿Qué características singulares presenta en cuanto al financiamiento el
federalismo fiscal argentino?
4. ¿Coinciden o divergen las potestades tributarias entre los distintos niveles del
Estado argentino?
5. ¿Cuáles son los principios constitucionales de la tributación?
6. ¿Qué función cumple la coparticipación federal de impuestos?
7. ¿Cómo se distribuyen los recursos entre la Nación y las provincias y entre
provincias y municipios?
8. ¿Qué tipos de transferencias existen entre el Estado nacional y las provincias y
los municipios en nuestro país?
9. ¿En qué coincide la coparticipación vigente y en qué diverge de las
características que manda la CNA?
10. ¿Cuáles son los principales tributos que financian hoy al Estado argentino?
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pública. Fundación Unión, Buenos Aires.
Sevilla, José (2007), “La cooperación interjurisdiccional en la administración
tributaria”; en IR, Revista del Instituto AFIP, Nº 1, junio.
Capítulo 14
La gestión de los recursos humanos en las
organizaciones públicas
Gestión de personas por competencias
Enrique Guardo252
Objetivos de aprendizaje
Que el lector pueda:
• Conceptualizar la gestión de recursos humanos en las organizaciones públicas.
• Conceptualizar al planeamiento estratégico de las organizaciones públicas y
visualizar la importancia de un enfoque estratégico.
• Dimensionar el sistema nacional de empleo público (sineP).
• Visualizar los pilares para el fortalecimiento de la gestión del empleo público.
• Comprender la importancia de un modelo de gestión de recursos humanos, de
su desarrollo y de la carrera profesional.
• Visualizar la importancia de la gestión del desempeño, de la compensación y de
las relaciones humanas y sociales.
• Comprender la importancia de la negociación colectiva.
• Dimensionar el vínculo entre gestión de las competencias de las personas y
gestión de las organizaciones públicas.
Introducción
el presente capítulo tiene la pretensión, en forma sintética, de recorrer el camino de
los últimos años del empleo Público nacional. en estas páginas, se intenta rescatar los
aspectos positivos y repensar aquellos que de alguna u otra forma aún deben ser
mejorados, modificados o atendidos en pos de un servicio Público a la altura de las
exigencias de los tiempos que corren.
La mirada sobre la importancia que tienen los servidores Públicos en el éxito de las
políticas públicas recorre cada una de estas páginas. en forma simple, se establecen
las condiciones mínimas para una gestión más transparente, eficiente y superadora de
los actuales tiempos de tan importantes recursos.
en ningún caso este capítulo pretende ser un sucinto manual del Director de Recursos
Humanos. en todo caso, y a partir de la experiencia, lo que se desea señalar es que el
camino del empleo público debe tener como norte la formación de servidores Públicos
por sobre las concepciones de empleados, trabajadores o agentes públicos.
1. Empleo público
Una mirada retrospectiva
La historia de los últimos cuarenta años del empleo Público nacional en la República
Argentina recorrió similares y, en ocasiones, idénticos caminos que el transitado por la
organización institucional en dicho período. en tal sentido, puede observarse que,
durante esa etapa, los intentos de ordenamiento, normatización y sistematización del
empleo Público nacional estuvieron signados, al igual que otras dimensiones sociales,
por miradas economicistas y por necesidades de reducción del gasto público.
Las sucesivas decisiones adoptadas para la administración de la gestión pública no
se han caracterizado por incorporar y reconocer, en los múltiples análisis que las
originaron, el real valor de la figura del empleado público.
Los estudios –luego argumentos– realizados para echar mano a los estatutos del
sector público como así también la aplicación de políticas dirigidas al trabajador estatal
se han apoyado y han girado en torno a las siguientes variables: a) el volumen de
empleados (muchos o pocos), b) las capacidades que ellos detentan (actualizados o
desactualizados) y c) las urgencias político-económicas de cada uno de los momentos
o de cada uno de los gobiernos.
A modo de ejemplo, si observamos el contexto social de la última década del siglo
pasado en el que se han desarrollado los distintos regímenes jurídicos para el empleo
Público, resulta sumamente ilustrativo lo expresado por norberto Zeller y Ana Rivkin253
en cuanto a que: “En este marco, las políticas pro-mercado alentaron importantes
reformas en la organización del empleo público, proclives a equiparar las condiciones y
las formas de su funcionamiento con aquellas características del empleo privado. En
diversos países se observa, en los últimos veinte años, una progresiva utilización del
tiempo parcial en los contratos de trabajo para el sector público, como así también, una
relativización de la seguridad y beneficios especiales que acompañaban la estabilidad
de los empleos estatales. En general, estas reformas se vieron impulsadas por la
decisión política de los gobiernos nacionales que persiguieron como objetivo central la
reducción del gasto público”.
Ahora bien, si nos adentramos en el análisis y efectuamos una reseña de antiguos
sistemas de regulación del empleo Público nacional, deviene necesario mencionar que
el decreto 9530/58, que aprobaba el escalafón para el Personal Civil de la
Administración Pública nacional, lo hacía teniendo en cuenta las necesidades de una
administración pública eficiente, ágil y moderna.
en tal sentido, rezan los considerandos del decreto citado al afirmar, expresamente, la
necesidad de evitar el discrecionalismo en materia de jerarquías y retribuciones.
sin embargo, cabe tener presente que en esos mismos considerandos y, con
fundamento en el quebranto del estado, se planteaba, asimismo, la clara decisión de
reducir los planteles del personal de la Administración Pública nacional.
Por su parte, el decreto 1428 de 1973, que aprobó el nuevo escalafón para el
Personal Civil de la Administración Pública nacional, encontraba sus fundamentos en la
idea de una Administración Pública dinámica y eficiente y en la necesidad de planteles
idóneos, jerarquizados y con claras expectativas de progreso.
Con posterioridad, a casi veinte años de la implementación del escalafón establecido
por el decreto 1428/73 y, aunque más modernizados, con similares argumentos se
instituye, mediante el decreto 993/91, el sistema nacional de la Profesión
Administrativa.
Dicho sistema propuso, según los argumentos de la norma que lo estableció, un
reordenamiento escalafonario sustentado en los principios de mérito, capacitación y
sistemas objetivos de selección y productividad como fundamentos del ingreso y la
promoción de los agentes público. Dicho régimen armonizaba con los esquemas
adoptados por los países más avanzados en el convencimiento de superar las falencias
de la administración pública y de la carrera de los empleados públicos.
Como puede apreciarse, del contenido de los citados regímenes jurídicos, a lo largo
de todos estos años, cada medida adoptada en relación con el empleo público venía a
instituir un sistema de carrera que tenía como objetivo establecer la eficiencia del sector
público y el mérito como valor fundamental para el ingreso y para el progreso en la
carrera administrativa.
en líneas generales, los múltiples escalafones que se fueron dictando incorporaron
sistemas de retribución, de ingresos y de carrera, entre otros aspectos. Los avances
por el paso del tiempo, la tecnología y el desarrollo del sistema educativo hicieron que
en cada uno de esos escalafones se fueran incorporando mayores requisitos y
condiciones para el ingreso y la promoción, como así también, la preeminencia en la
valoración de la capacitación por sobre la antigüedad.
Ahora bien, existen dos aspectos que, no obstante los objetivos perseguidos por los
diferentes escalafones a lo largo de la historia del empleo Público, ningún sistema
normativo pudo concretar: el ingreso merituado, en condiciones de igualdad de
oportunidades, y una carrera administrativa a la altura de las exigencias de los servicios
que en forma indelegable debe cumplir el estado.
Las razones de tal falencia son de índole variada. no obstante, puede afirmarse que la
principal de ellas reside en que los gobiernos no han podido incorporar en sus políticas
el verdadero concepto de servidor Público; que las sucesivas administraciones han
estado supeditadas a la idea de que el trabajador público es un sujeto perteneciente a
un determinado gobierno. Así, lejos de advertir que el empleado público es un socio
estratégico para la consecución de los objetivos y metas, a lo largo de la historia se lo
posicionó como una variable pesada del gasto público o como el responsable de la
inoperancia del estado.
Respecto de la consecuencia de esta concepción, norberto Zeller y Ana Rivkin
afirman lo siguiente: “Como impacto inmediato de la ola privatizadora y del proceso de
descentralización llevado a cabo en Argentina en la década de los ’90, la planta de
personal estatal sufrió importantes modificaciones. Para el período 1983-1999 el total
de recursos humanos a cargo del Estado –nacional y subnacional–
disminuyó en un 13%. Esta tendencia descendente se refuerza al establecer la
relación entre el empleo público y la población total del país. Esta última constituye un
referente fundamental al momento de intentar medir el tamaño del Estado: si en el
primer año de dicho período existe un agente por cada –aproximadamente– dieciséis
habitantes, en 1999 la relación es uno a veintiuno”254.
La experiencia demostró, a comienzos del siglo XXi, que la postulación e idealización
del mercado como esfera necesaria y suficiente para dar respuesta y satisfacción a las
demandas de la comunidad había fracasado.
el despojo de las competencias del estado y la inhabilitación de su rol de
compensador de las desigualdades provocadas por el mercado y de su papel de
garante de las condiciones mínimas de vida de los habitantes no habían sino
asegurado la crisis y el malestar generalizado en todos los estratos de la sociedad y el
desconcierto de los trabajadores del estado.
Pero no debe dejar de tenerse presente que los tiempos de pleno auge de esas
políticas de reducción estructural del estado no pudieron haberse logrado sin el
acompañamiento de una política de desregulación legislativa que operó a favor de los
intereses estrictamente económicos, y sacrificó las cuestiones de carácter social que el
estado estaba llamado a entender.
Dicha desregulación tuvo impacto tanto en la órbita exterior del aparato estatal como
en su interior. en lo que se refiere al segundo caso, la política de desregulación implicó,
entre otros asuntos, el dictado de un conjunto de normativa que tuvo como fin llevar a la
práctica grandes reformas estructurales que desembocaron en la reducción del aparato
estatal y abogaron por un estilo centralizado y burocrático del accionar del estado,
condicionando con ello la eficiencia de su actuación y la eficacia de sus obras, siendo
quizás el único aspecto positivo de tal proceso la institucionalización de sistemas de
administración presupuestaria y control del gasto por parte del estado, hecho
impensado durante los años setenta y ochenta.
en términos de resultados, probablemente uno de los impactos más negativos de esa
política al interior del estado, haya sido el debilitamiento de la categoría de trabajador
consagrada constitucionalmente: la del empleado público.
La ausencia de aperturas de procesos de selección destinada a posibilitar el ingreso
de los trabajadores al régimen de carrera, la existencia de modalidades contractuales
altamente flexibles, el abuso de figuras jurídicas no laborables y la adopción de formas
de contratación que no respondían a la naturaleza de las tareas verdaderamente
desarrolladas por los empleados estatales ha sido la nota imperante en esos tiempos.
La condición de empleado al que le asiste el derecho de estabilidad devino la
excepción en dicho contexto de coexistencia de múltiples regímenes jurídicos.
La situación crítica alcanzada a fines del siglo XX y comienzos del XXi, producto del
proceso reseñado anteriormente, desembocó en la necesidad imperiosa de plantear la
reformulación de la dimensión del estado, su participación en la sociedad y la revisión
de las estructuras administrativas.
De este modo, comienzan a formularse una serie de preguntas tales como: a) ¿qué
es el estado, sino un conjunto de instituciones que deben garantizar la salud, la
educación, el trabajo, la justicia, la seguridad y la defensa, entre otras tantas cosas al
conjunto de la sociedad de la que formamos parte en nuestra condición de nación?; b)
¿quiénes integran el estado, sino un conjunto de trabajadores que dependiendo del
área en la que prestan sus servicios se desarrollan técnica, administrativa y
profesionalmente para la consecución de las metas y objetivos que se establecen en
los diferentes estratos de los Poderes ejecutivo, Legislativo y Judicial?, y c) semejante
tarea, ¿no debiera estar reservada a aquellas personas que acrediten mayor
competencia, compromiso y responsabilidad?
A partir de 2003, el papel del estado se redefine y se reconceptualizan las funciones
que le corresponde asumir y desarrollar. en el claro convencimiento de que el mercado
económico no pudo resolver ni brindar respuesta a las cuestiones de carácter social, el
órgano estatal comienza a protagonizar una etapa en la que se refundan los principios
en los cuales se asienta como así también los objetivos y metas que está llamado a
cumplir.
este cambio de paradigma respecto del rol del estado implicó, necesariamente, la
transformación de las estructuras de la Administración centralizada y descentralizada,
esto para dar respuesta a las exigencias reales de la sociedad y la economía, que
necesitaban de una estructura estatal más fuerte y con más presencia para poder ser
llevados a cabo.
en esta mirada retrospectiva en relación con el empleo público hay un dato que no
podemos soslayar: hasta 1999, el personal que revistaba en la Administración Pública
nacional se encontraba sujeto a un régimen estatutario, donde el estado empleador en
forma unilateral definía y establecía los derechos y obligaciones de los funcionarios
públicos, sus remuneraciones, la carrera administrativa y demás cuestiones
relacionadas con las condiciones de trabajo. Todo ello debido a que la interpretación
imperante entendía que era zona de reserva de la Administración Pública nacional el
determinar las condiciones y modalidades del empleo público.
este régimen de sujeción del empleado público cedió frente al dictado de la ley 24185,
sancionada el 11 de noviembre de 1992, en virtud de la cual se establecieron las
disposiciones por las cuales se regirían las negociaciones colectivas a celebrarse entre
la Administración Pública nacional y sus empleados.
si bien transcurrieron varios años hasta que se suscribió el primer Convenio Colectivo,
en virtud de la aludida ley 24185, ya había quedado establecido que se encontraba
sujeto a la negociación colectiva todas las cuestiones laborales, a excepción de las
relativas a la estructura orgánica de la Administración Pública nacional, las facultades
de dirección del estado, el principio de idoneidad como base del ingreso y la promoción
en la carrera administrativa. Como consecuencia de lo instituido por dicha ley, con
fecha 29 de enero de 1999, se homologó el primer Convenio Colectivo de Trabajo
General (decreto 66/99), celebrado entre el estado empleador y los sectores Gremiales.
Por su parte, el 15 de septiembre de 1999 se sancionó la ley 25164, denominada “Ley
Marco de Regulación del empleo Público nacional”, la cual se fundamenta en una
concepción análoga a la prevista en la ley 20744 (Ley de Contrato de Trabajo), dado
que fija principios generales que deben regir la relación de empleo público y que
constituyen mínimos que no pueden ser desplazados a través de la negociación
colectiva.
Posteriormente, en 2006, las partes negociaron y aprobaron el segundo Convenio
Colectivo de Trabajo General con una vigencia de dos años, el que fue homologado por
el decreto 214/2006.
Finalmente, mediante el decreto 2098/2008, se homologó el Convenio Colectivo
sectorial del personal del sistema nacional de empleo Público (sineP).
su total entrada en vigencia necesariamente vino a colisionar con el estado en el que
se encontraban las estructuras presupuestarias del personal, la estructuras de la
gestión de los recursos humanos de los organismos, las estructuras operativas de los
órganos rectores y con hábitos culturales existentes en los diferentes ámbitos de la
administración pública.
A decir de Mario Krieger y Liliana González: “El Convenio Colectivo de Trabajo
Sectorial del Personal del Sistema Nacional de Empleo Público acordado en el año
2008 incorpora plenamente el sistema de gestión por competencias del personal
público”255.
si bien es correcto lo sostenido por Krieger y González, la actual experiencia nos
indica que las mencionadas estructuras aún no han podido dar una respuesta
contundente para la cristalización de un nuevo sistema de gestión de la carrera de los
servidores públicos.
entre las cuestiones pendientes de reglamentación y las bajas capacidades (técnicas
y económicas) de los organismos para gestionar un sistema de competencias,
pareciera ser que se diluye la ilusión de que el estado genere un modelo de gestión que
seleccione, capacite, comprometa y motive la gran tarea de servir a la comunidad.
El Sistema Nacional de Empleo Público (SINEP)
es justo destacar que los avances producidos durante los últimos años han sido
múltiples. La marcada voluntad negociadora del estado trajo aparejada la consolidación
de importantes institutos convencionales. La negociación salarial año a año se ha ido
arraigando y se ha convertido en un bastión de las organizaciones gremiales en
beneficio de sus representados.
en la última década, el grueso de los organismos públicos pudo desechar en gran
número regímenes de trabajo que nada tenían que ver con la relación de empleo
público. se equipararon derechos entre transitorios y permanentes y se ha dado inicio,
todavía lento, al proceso de consolidación de la estabilidad del empleado público
mediante procesos de selección o concursos.
También es cierto que todos estos avances no han resultado definitorios o
satisfactorios en muchos aspectos. A modo de enunciación cabe destacar las
siguientes consideraciones:
1) Personal temporario: bajo esta modalidad, aún se encuentra el grueso de los
trabajadores de la mayoría de los organismos públicos. si bien es cierto que,
respecto de otros momentos, esta situación viene a establecer trabajadores mejor
regularizados –ya que mediante esta modalidad los Organismos de la
Administración Pública nacional asumieron su real responsabilidad sobre sus
recursos humanos y se les reconocen a estos trabajadores la mayoría de los
derechos instituidos en la Ley Marco de Regulación del empleo Público nacional–
posicionándolos así como agentes de la Administración Pública nacional, debe
tenerse en cuenta que el derecho a la estabilidad en el empleo y a la carrera
administrativa todavía resulta una materia exclusiva de un pequeño porcentaje de
empleados públicos . es decir, si bien el esfuerzo de la gestión pública de estos
últimos años logró el reconocimiento y la asimilación de este colectivo a la
categoría de los empleados que revistan en la planta permanente, no se han
podido resolver las ineficiencias que este paralelismo de modalidades genera
hacia dentro de las organizaciones, tanto por los derechos que se les desconoce
al número mayoritario de los trabajadores como por la sobrecarga administrativa
que significa la contratación periódica de un grupo tan numeroso de empleados.
sumado a ello, no puede soslayarse la desmotivación que supone para un agente
revistar en una categoría “temporaria” luego de años de prestar servicios con la
misma intensidad y dedicación que el personal de planta permanente y de los
funcionarios.
2) Carrera Administrativa en la APN: la ausencia de una implementación periódica
y constante de los procesos de selección destinados a la ocupación de cargos de
planta permanente no solo opera en detrimento de la carrera administrativa sino
que la torna una completa ficción.
Dijimos que la profunda desregulación del empleo público, que supo cristalizar el
paradigma neoliberal, fue posible a través del dictado de normativa que le dio un
marco legal a las acciones planificadas. en este sentido, esa pesada herencia
restringe actualmente a las administraciones de los organismos la
institucionalización de procesos de selección, tanto para los nuevos ingresos
como para la cobertura de los niveles que, por diferentes motivos, se requiere
ocupar.
en este sentido, los actuales esfuerzos de los organismos con responsabilidad
primaria sobre el empleo público deben concentrarse en generar una cultura de
concursos, que permita reducir las diferencias entre personal transitorio y
permanente, que aliente a una carrera administrativa de crecimiento vertical, que
responda a las exigencias de mérito para el ingreso y la promoción en la
Administración Pública nacional y que reconozca tanto jerárquica como
económicamente el crecimiento profesional de sus agentes.
A título enunciativo pueden mencionarse solo algunas de las dificultades que
presenta la normativa actualmente aplicable en relación a esta materia:
• Año a año, el senado y la Cámara de Diputados de la nación Argentina,
reunidos en Congreso, sancionan la Ley de Presupuesto de Gastos y Recursos
de la Administración nacional. Dicha norma condiciona anualmente, mediante lo
dispuesto en su artículo 7, la cobertura de las vacantes de cargos de planta
permanente.
En efecto, el citado artículo establece que, “salvo decisión fundada del Jefe de
Gabinete de Ministros, las Jurisdicciones y Entidades de la Administración
Nacional no podrán cubrir los cargos vacantes financiados existentes a la fecha
de sanción de la presente ley, ni los que se produzcan con posterioridad”.
Ello supone, necesariamente, que para poder incorporar a un trabajador en el
régimen de estabilidad, la Administración debe llevar a cabo un proceso de larga
duración y debe destinar, con los costos presupuestarios que ello origina, un
gran número de recursos materiales y de personal.
La dilación de los trámites de descongelamiento y de los llamados a concurso
conlleva a que la dotación de agentes de planta permanente no resulte
directamente proporcional a las concretas necesidades de servicio. en
consecuencia, la Administración se ve forzada a incorporar nuevo personal
mediante alguna modalidad contractual alternativa para poder cumplir las
acciones que tiene encomendadas.
Tal como lo recepta el artículo 9 del Anexo a la ley 25164, “Ley Marco de
Regulación del empleo Público nacional”, el régimen de contrataciones de
personal por tiempo determinado comprende exclusivamente la prestación de
servicios de carácter transitorio o estacionales, no incluidos en las funciones
propias del régimen de carrera, y que no pueden ser cubiertos por personal de
planta permanente.
Si bien tal figura jurídica se sustenta en datos objetivos (servicios de carácter
transitorios o estacionales), las dilaciones de los procesos de descongelamiento
y selección compelen a la Administración a incrementar la dotación de su
personal mediante la modalidad contractual instaurada en el denominado
“artículo 9”, no pudiendo respetar, en la realidad de los hechos, el carácter
transitorio de las prestaciones establecido por ley que fundamenta la
implementación de tal régimen.
Lo dicho supone, asimismo, la desvirtuación e imposibilidad del cumplimiento del
porcentaje dispuesto por el artículo 156 del Convenio Colectivo de Trabajo
General para la Administración Pública nacional, homologado por el decreto 214
de fecha 27 de febrero de 2006, en cuanto a que “el Personal No Permanente de
las jurisdicciones y entidades descentralizadas no superará un porcentaje de
hasta el QUINCE POR CIENTO (15%) del Personal Permanente en
cumplimiento de lo establecido en el segundo párrafo del artículo 9 del Anexo de
la ley 25.164”.
Por otra parte, es dable destacar que la limitación parlamentaria establecida en
la Ley de Presupuesto de Gastos y Recursos de la Administración nacional
desemboca en una problemática en el interior de las Jurisdicciones,
caracterizada por las siguientes circunstancias:
• imposibilidad de una pronta normalización del personal contratado. A ello se
suma la inexistencia de un procedimiento especial de selección destinado a
valorar y ratificar en forma expedita y sucinta la idoneidad, competencias
laborales, conocimientos, habilidades y aptitudes de aquellos agentes vinculados
con la jurisdicción, en los términos del artículo 9 del Anexo a la ley 25164, desde
hace varios años y cuyos contratos de prestación de servicios son renovados
sucesivamente año tras año.
Asimismo, resulta importante considerar lo dispuesto por el artículo 44, Título iV
“Del Régimen de selección de Personal” del Convenio Colectivo de Trabajo
sectorial del Personal del sistema nacional de empleo Público, homologado por
decreto 2098 de fecha 3 de diciembre de 2008, en tanto reza que “Serán por
convocatoria abierta, los procesos de selección destinados a cubrir cargos de los
dos niveles inferiores del agrupamiento general, de todos los niveles
escalafonarios de los agrupamientos profesional y científico-técnico, del nivel
escalafonario inferior del agrupamiento Especializado, de las funciones
ejecutivas y en los casos en los que se haya sido declarado desiertos los
procesos por convocatoria general. A igualdad de méritos se dará cumplimiento
a las previsiones de la ley 22.431 y modificatorias y de no existir candidatos en
tales condiciones, se dará preferencia a quienes revisten en los tramos más
elevados previstos en el presente y al agente de la Administración Pública
Nacional. Podrá ser por convocatoria general, hasta el TREINTA POR CIENTO
(30%) de las vacantes conforme a lo previsto en el artículo 31 del presente
convenio y las restantes situaciones no contempladas en el primer párrafo del
presente artículo”.
Por su parte, el citado artículo 31, al regular la materia relativa al ascenso de
nivel escalafonario, establece que “hasta un TREINTA POR CIENTO (30%) de
las vacantes para cuya cobertura proceda mediante sistema de selección
abierto, con excepción de la cobertura de cargos con funciones ejecutivas,
pueda ser efectuada mediante sistema de selección general”.
Como puede observarse, de lo dispuesto por ambos artículos se desprende que
dicho sistema no resultaría el adecuado para normalizar la situación de los
agentes contratados, dado que, de llevarse a cabo un proceso de selección, solo
un máximo de treinta por ciento de las vacantes a cubrirse mediante sistema de
selección abierto puede ser realizada por medio del sistema de selección
general. en consecuencia, podría ocurrir que parte de los cargos concursados
resulten ocupados por personas sin vinculación laboral preexistente con la
Administración y que los agentes contratados continúen sin poder ingresar al
régimen de estabilidad.
Lo anteriormente expuesto no supone de ningún modo negar el acceso al
empleo público como un derecho que asiste a todo argentino nativo, por opción
o naturalizado y, a modo de excepción, al habitante extranjero. solo intenta
demostrar que no resulta la vía apropiada para regularizar la condición de los
trabajadores contratados por tiempo determinado.
• subrogancia. el artículo 107 del sineP define la subrogancia como “la
asignación transitoria de funciones superiores correspondientes a jefaturas de
unidades organizativas de nivel no inferior a Departamento o equivalente […]”.
seguidamente, el artículo 108 dispone que “la subrogancia recaerá en el
personal que reviste en calidad de permanente y goce de estabilidad, por alguna
de las siguientes causas y siempre que el período a cubrir sea superior a
TREINTA (30) días corridos: a) que el cargo se halle vacante; b) que el titular del
cargo se encuentre en alguna de las siguientes situaciones: 1. Designado en
otro cargo con licencia sin goce de haberes en el propio. 2. En uso de licencia
extraordinaria con o sin goce de sueldo o especial por razones de salud.
Finalmente, el artículo 112 instituye que “el reemplazante deberá cumplir con los
requisitos exigidos para la situación escalafonaria correspondiente al cargo
subrogado y reunir la especialidad profesional requerida por el mismo en caso
que corresponda”.
Ahora bien, la imposibilidad de cubrir los cargos vacantes de planta permanente,
salvo decisión fundada del sr. Jefe de Gabinete de Ministros, torna difícilmente
practicable en la realidad el instituto de la subrogancia.
en primer término, porque se trata de una figura jurídica destinada
exclusivamente al personal que reviste en calidad de permanente y con goce de
estabilidad. en segundo lugar, porque en un gran número de casos las
jurisdicciones no cuentan con personal del régimen de carrera que cumpla con
los requisitos exigidos para la situación escalafonaria correspondiente al cargo
subrogado.
en consecuencia, la limitación y la dilación de los llamados a concurso
condicionan seriamente la utilización de dicha figura.
Lo antes expuesto y los conflictos que ello genera resultan un factor
determinante de posibles dificultades organizativas en el lugar en el que se
encuentra el puesto en cuestión, poniendo en riesgo, entre otras cuestiones, la
ejecución de las acciones que las unidades organizativas tienen a su cargo.
• Desarrollo de la carrera administrativa: la no implementación de procesos de
selección obstaculiza el desarrollo de la carrera administrativa de aquellos
agentes del régimen de estabilidad que revistan en los niveles escalafonarios
inferiores pero que reúnen los requisitos y han demostrado idoneidad,
competencias laborales, conocimientos, habilidades y aptitudes, para poder
acceder a niveles superiores de mayor responsabilidad.
3) Estructuras organizativas: el posicionamiento del estado en diferentes
temáticas y rubros de la vida nacional trajo aparejado, como ya hemos sostenido,
la necesidad de fortalecer sus dotaciones y, consecuentemente, incorporar
nuevas competencias y/o recuperar antiguas facultades. Con tal motivo, los
organismos debieron modificar entre otros elementos, sus estructuras
funcionales.
La marcada prioridad de implementación, en atención a las distintas necesidades,
de políticas públicas por sobre las cuestiones de ordenamiento administrativo hoy
nos permiten observar que las estructuras organizativas existentes no resultan un
canal completamente satisfactorio para dar respuesta a las nuevas competencias
que el estado tiene a su cargo. La discordancia entre estructuras y funciones con
las que hoy se convive en cada uno de los organismos de la Administración
Pública nacional permite aseverar que las dotaciones de recursos humanos no
responden a las necesidades de acción de los organismos estatales. A esto se
suma, entre otros aspectos, la falta de nomencladores de puestos y de
identificación de tareas que califique y establezca las competencias y
conocimientos necesarios requeridos para la ocupación de los diferentes puestos
de trabajo y que sean, en definitiva, las directrices de los procesos de selección,
capacitación y evaluación de los agentes públicos.
Pilares para el fortalecimiento de la gestión del empleo público: la
Carta Iberoamericana de la Función Pública
Con el claro objetivo de fortalecer el rol del estado y la democracia, la Carta
iberoamericana de la Función Pública instituye una serie de principios que deben ser
respetados por los países firmantes. en el entendimiento de que un servicio público
eficiente y de calidad afirma los niveles
de confianza en la administración pública, y de que “la función pública es uno de los
elementos centrales de articulación de los sistemas político-administrativos”256. La
Carta iberoamericana establece las bases en que deben sustentarse los distintos
servicios civiles de los estados de la región.
En ese sentido, y como contribución a lo que hemos señalado en el presente trabajo,
resulta necesario considerar lo establecido en la mencionada Carta, a fin de reafirmar el
camino que debe seguirse para la construcción y consolidación de una función pública
más eficaz, eficiente y responsable.
Ante todo debe tenerse en cuenta lo dispuesto en el Preámbulo de la Carta en cuanto
a que “para la consecución de un mejor Estado, instrumento indispensable para el
desarrollo de los países, la profesionalización de la función pública es una condición
necesaria. Se entiende por tal la garantía de posesión por los servidores públicos de
una serie de atributos como el mérito, la capacidad, la vocación de servicio, la eficacia
en el desempeño de su función, la responsabilidad, la honestidad y la adhesión a los
principios y valores de la democracia”.
Con miras a tal objetivo, el Capítulo ii establece una serie de criterios orientadores y
principios rectores de la función pública.
El artículo 7 instituye que los criterios que inspiran los enunciados de la Carta son: “a)
La preeminencia de las personas para el buen funcionamiento de los servicios públicos,
y la necesidad de políticas que garanticen y desarrollen el máximo valor del capital
humano disponible por los gobiernos y organizaciones del sector público. b) La
profesionalidad de los recursos humanos al servicio de las administraciones públicas,
como garantía de la mayor calidad de los servicios públicos prestados a los
ciudadanos. c) La estabilidad del empleo público y su protección frente a la destitución
arbitraria, sin perjuicio de la duración, indefinida o temporal, de la duración que se
establezca. d) La flexibilidad en la organización y gestión del empleo público, necesaria
para adaptarse, con la mayor agilidad posible, a las transformaciones del entorno y a
las necesidades cambiantes de la sociedad. e) La responsabilidad de los empleados
públicos por el trabajo desarrollado y los resultados del mismo, así como su respeto e
implicación en el desarrollo de las políticas públicas definidas por los gobiernos. f) La
observancia, por parte de todo el personal comprendido en su ámbito de aplicación, de
los principios éticos del servicio público, la honradez, la transparencia, la
escrupulosidad en el manejo de los recursos públicos y los principios y valores
constitucionales. g) El protagonismo de los directivos públicos y la interiorización de su
papel como principales responsables de la gestión de las personas a su cargo. h) La
promoción de la comunicación, la participación, el diálogo, la transacción y el consenso
orientado al interés general, como instrumentos de relación entre los empleadores
públicos y su personal, a fin de lograr el clima laboral más favorable, y el mayor grado
de alineamiento entre los objetivos de las organizaciones y los intereses y expectativas
de su personal. i) El impulso de políticas activas para favorecer la igualdad de género,
la protección e integración de las minorías, y en general la inclusión y la no
discriminación por motivos de género, origen social, etnia, discapacidad u otras
causas”.
Por su parte, el artículo 8 de la Carta expresa que “son principios rectores de todo
sistema de función pública, que deberán inspirar las políticas de gestión del empleo y
los recursos humanos y quedar en todo caso salvaguardados en las prácticas
concretas de personal: a) igualdad de todos los ciudadanos, sin discriminación de
género, raza, religión, tendencia política u otras; b) mérito, desempeño y capacidad
como criterios orientadores del acceso, la carrera y las restantes políticas de recursos
humanos; c) eficacia, efectividad y eficiencia de la acción pública y de las políticas y
procesos de gestión del empleo y las personas;
d) transparencia, objetividad e imparcialidad; y e) Pleno sometimiento a la ley y al
derecho”.
En tal sentido, y a fin corresponder con hechos lo establecido en la Carta
iberoamericana, resulta conveniente analizar y fijar los nuevos cimientos en los que
debe apoyarse una nueva gestión de empleo público, a saber:
A. Planificación estratégica de los recursos humanos
La actual gestión de gobierno, tanto en su discurso como en sus acciones, ha
marcado claramente el rumbo del accionar del estado. Para ello, se ha fortalecido a la
administración con mayores recursos económicos, tecnológicos y humanos. Ha llevado
adelante una inversión nunca antes vista en capacitación y ha sabido, también,
recuperar la vocación de los que se encuentran dispuestos a contribuir a una mejor
administración de la “cosa pública”.
Ahora bien, teniendo en cuenta lo dispuesto en el artículo 13 en cuanto a que “todo
sistema de función pública necesita articular un instrumental de planificación, mediante
el cual la organización realiza el estudio de sus necesidades cuantitativas y cualitativas
de recursos humanos a corto, medio y largo plazo, contrasta las necesidades
detectadas con sus capacidades internas, e identifica las acciones que deben
emprenderse para cubrir las diferencias […]”, se torna necesario que, luego de esta
gran conversión que se ha producido tanto hacia fuera del aparato estatal como hacia
su interior, se profundice el análisis respecto de las dotaciones de personal que
componen los organismos de gobierno.
esta tarea sistemática debe enclavarse en las siguientes acciones:
• Análisis de los Organismos que componen el estado nacional.
• Análisis de Funciones y Acciones
• Análisis de sus estructuras jerárquicas funcionales
• Análisis de sus dotaciones de Recursos Humanos
Puede afirmarse, en correspondencia con la Carta iberoamericana de la Función
Pública, que el análisis y planificación de tales dimensiones constituye el nexo obligado
entre la estrategia organizativa y el conjunto de políticas y prácticas de gestión del
empleo público y que, para garantizar la calidad de dicha planificación, resulta
imprescindible contar con los correspondientes sistemas que brinden información sobre
el personal público, sobre los diferentes sectores, unidades y ámbitos organizativos y
sobre cualquier otra información necesaria para la adecuada gestión de la
administración pública y de sus recursos humanos.
B. Cuerpo normativo actualizado
La nueva realidad del empleo público necesita y exige un cuerpo normativo que
soporte esta renovada mirada sobre los recursos humanos del estado.
si bien no haría justicia el no reconocer la importancia de los múltiples avances en
materia normativa que se han realizado a lo largo de los últimos años, puede afirmarse
que, en lo que se refiere a la normativa que regula el empleo público nacional, aún no
se ha producido la paralela adaptación de ella que impone y exige esta nueva realidad.
es cierto también, como ya lo hemos marcado, que la incorporación de la negociación
colectiva ha venido a enriquecer y mejorar muchas de las dimensiones del empleo
público. Pero no es menos cierto que aún conviven dentro de la Administración Pública
nacional un sin fin de normas que, lejos de alentar a una gestión más llana de los
recursos humanos del estado, no solo la condicionan sino que la convierten en una
materia solo para entendidos.
si nos adentramos en el análisis del Convenio Colectivo de Trabajo sectorial del
personal del sistema nacional de empleo Público (sineP) podemos observar que, a casi
cuatro años
de su entrada en vigencia, todavía existen una serie de cláusulas convencionales que
aún se encuentran pendientes de reglamentación, las que necesariamente deben
activarse para contribuir al mejor desarrollo de la gestión pública. A título ejemplificativo
cabe mencionar:
• el establecimiento de orientaciones dentro de cada agrupamiento.
• La formalización en la estructura organizativa de Jefaturas de Coordinación
Programática, de Proyectos especiales, de Divisiones y supervisiones.
• La aplicación de los incentivos instituidos en los artículos 91 y 92.
• el establecimiento del nomenclador de Funciones de Jefatura.
el análisis de la actual legislación debiera abarcar desde los aspectos presupuestarios
de la gestión de los agentes públicos hasta los aspectos más operativos como son los
regímenes disciplinarios y de licencias, solo por mencionar algunos.
en esta línea, resulta necesario que se torne sistemático el estudio comparativo de
Convenios sectoriales y sus escalafones. son muchas las brechas en términos de
salario y condiciones de trabajo entre organismos de la administración central y la
administración descentralizada.
C. Fortalecimiento de los órganos rectores de empleo público
La secretaría de Gabinete y Coordinación Administrativa de la Jefatura de Gabinete
de Ministros es el organismo nacional responsable de formular e implementar las
políticas de modernización administrativa, gestión integral de los recursos humanos,
compras públicas y tecnologías de la información del estado257.
Mediante el decreto 624 del 21 de agosto de 2003, y sus modificatorios, se aprobó la
estructura organizativa de primer nivel operativo de la Jefatura de Gabinete de
Ministros.
en virtud de tal decreto se instituyeron un número de unidades organizativas entre las
que cabe mencionar la Oficina nacional de innovación y Gestión, la Oficina nacional de
empleo Público y el instituto nacional de la Administración Pública en virtud de las
acciones y facultades que normativamente tienen a su cargo.
De conformidad con el decreto 624/2003, la Oficina nacional de innovación de Gestión
tiene como misión asistir a la subsecretaría de la Gestión y empleo Pública, unidad de
la cual depende, en el diseño e implementación de la política de modernización del
estado destinada a fortalecer las capacidades institucionales de los organismos del
sector público y contribuir a la mejora continua de la arquitectura orgánico-funcional de
la APn, elevando la calidad, eficacia y eficiencia de los organismos que la integran.
Por su parte, la Oficina nacional de empleo Público está llamada a asistir al
subsecretario de la Gestión Pública en el diseño e implementación de las políticas de
modernización del estado, en lo relativo al desarrollo y administración estratégica de los
recursos humanos, con el propósito de reclutar efectiva y eficientemente, gerenciar y
retener una fuerza de trabajo de alta calidad y diversidad técnica, como así también
asegurar el desarrollo personal y profesional de quienes la integran.
Finalmente, de acuerdo con el decreto 624/2003, el instituto nacional de la
Administración Pública tiene como función proponer las políticas de capacitación de la
Administración Pública nacional, estableciendo normas y pautas metodológicas
acordes con los lineamientos de modernización del estado, y realizando la supervisión,
evaluación y certificación de la capacitación permanente llevada a cabo en los
organismos; asistir técnicamente en el desarrollo de los planes de formación en los
organismos y asegurar la capacitación estratégica en políticas de transformación de la
gestión pública; coordinar la Red nacional de Documentación e información sobre la
Administración Pública; y proponer la política y ejecutar los planes de acción para el
desarrollo de la escuela superior de Gobierno.
Como puede verse, las atribuciones conferidas por la normativa a los órganos
responsables en materia de empleo público los posicionan como protagonistas
determinantes de los resultados que en esta materia se alcancen.
Tamaña responsabilidad debe ser acompañada con una estructura funcional y una
dotación de profesionales que le permita no tan solo intervenir supervisando los
múltiples procesos del empleo público sino también siendo el soporte de cada
organismo en la ejecución de las políticas delineadas desde la Jefatura de Gabinete.
esa gran capacidad técnica que han construido los órganos rectores tiene que servir
para que cada organismo sienta el respaldo en la ejecución de sus acciones de
personal.
Posiblemente, una revisión de las operaciones centralizadas que debieran absorber
los órganos rectores daría como resultado una mayor uniformidad y paridad de criterios
en la implementación de las políticas de personal que ejecutan los organismos
públicos.
D. Proceso normalizador
A fin de encaminarnos en un proceso normalizador del empleo público, podemos
proponer que los esfuerzos de los organismos con responsabilidad sobre la materia y
de aquellos organismos que decididamente han incorporado a su Planificación
estratégica una política cierta de gestión de sus recursos humanos, se vean
acompañados por un conjunto normativo que acelere los tiempos de la necesaria
normalización de las actuales plantas temporarias de los organismos.
Lo afirmado no significa, en ningún caso, bregar por el incumplimiento del plexo
normativo en materia de empleo público. esto, en todo caso, significa el reconocimiento
de los perjuicios que conllevó la reducción del estado y la categoría de empleado
público durante otras administraciones.
Además, ello supondría la existencia de un sistema más equitativo donde las reglas
se apliquen de modo equitativo para todos, tanto en lo que se refiere a derechos como
a las obligaciones.
Conclusión
A modo de conclusión y, reseñando lo esgrimido en estas páginas, podemos afirmar
que el estado nacional en otras décadas pergeñó una organización mínima e informal
respecto de sus recursos humanos, de acuerdo con las intenciones claras de su
política. Hoy, luego de haber dado respuesta a los grandes problemas que llevaron a la
peor crisis de nuestra historia, la Administración Pública debe efectuar una mirada
introspectiva y dar urgente respuesta a sus propias cuestiones.
A partir de esta idea, y con la legitimación de las normas regulatorias que se dicten al
respecto, el estado podrá acentuar su capacidad de intervención y participación como
actor en la sociedad, consolidando una serie de principios y objetivos impulsados desde
la más alta conducción.
De ese modo, la soberanía, la defensa nacional, la justicia social, la independencia
económica, el desarrollo humano, la productividad de la economía nacional, la
generación de empleo, la formación profesional de los trabajadores, el desarrollo
científico y tecnológico, su difusión
y aprovechamiento, el crecimiento armónico de la nación y la implementación de
medidas abocadas a las cuestiones tanto globales como sectoriales se tornaran no solo
en postulados de la política oficial de un gobierno sino en el paradigma de gestión del
estado.
2. La gestión de los recursos humanos
el artículo 8 de la ley 24156 de Administración Financiera y de los sistemas de Control
del sector Público nacional define con claridad meridiana cómo se integra el sector
Público nacional:
a) Administración nacional, conformada por la Administración Central y los
Organismos Descentralizados, comprendiendo en estos últimos a las instituciones
de seguridad social.
b) empresas y sociedades del estado que abarca las empresas del estado, las
sociedades del estado, las sociedades Anónimas con Participación estatal
Mayoritaria, las sociedades de economía Mixta y todas aquellas otras
organizaciones empresariales donde el estado nacional tenga participación
mayoritaria en el capital o en la formación de las decisiones societarias.
c) entes Públicos excluidos expresamente de la Administración nacional. Abarca a
cualquier organización estatal no empresarial, con autarquía financiera,
personalidad jurídica y patrimonio propio, donde el estado nacional tenga el
control mayoritario del patrimonio o de la formación de las decisiones, incluyendo
aquellas entidades públicas no estatales donde el estado nacional tenga el control
de las decisiones.
d) Fondos Fiduciarios integrados total o mayoritariamente con bienes y/o fondos
del estado nacional.
Es decir que, cuando hablamos de los Recursos Humanos que trabajan en el
sector Público, sabemos que la prestación de servicios de esas personas se
realiza en alguno de los Organismos, entes o empresas del estado.
Por error, se tiende a pensar que se puede ser más o menos empleado público
dependiendo del tipo de organización en donde un individuo presta sus servicios.
Quizás esto se deba todavía a los paradigmas que durante otras décadas, más
concretamente la de los noventa, se impusieron respecto de lo que significaba
trabajar en el estado o concretamente qué se entendía por estado, o más
claramente, la dimensión a la que se redujo al estado.
Las múltiples formas que adoptó el estado para vincularse con sus trabajadores, en
esas épocas, pusieron una distancia muy grande entre el concepto de empleado
público o servidor público y los redujo a concepciones más laxas como la de
Consultores, Asistentes Técnicos o Profesionales, Pasantes Universitarios o
simplemente Contratados mediante locaciones de servicios. si a esto lo vinculamos con
la escasa o, en algunas áreas, casi nula intervención del aparato estatal y le sumamos
además el conjunto de transferencias vía privatización o extinción de áreas de
intervención vía liquidación de entes públicos, advertimos que el concepto del servicio
Público, como ya lo marcamos en anteriores páginas, cayó a niveles deplorables.
Por todo esto es que una de las primeras cuestiones a resolver cuando hablamos de
gestionar los Recursos Humanos del sector Público es saber y hacer saber que,
independientemente de lo centralizado o descentralizado del organismo en el que se
trabaje, de la fuente de financiamiento mediante la cual se hagan efectivas las
remuneraciones, o todavía los honorarios, y que también independientemente del grado
de profesionalismo que se requiera para la tarea o el área en la que se desarrolle
nuestra tarea, si el estado en alguna de sus formas, es nuestro empleador, eso nos
convierte en empleados Públicos y el estado tiene la facultad y la obligación en
hacernos crecer como servidores Públicos.
La clave distintiva entre los trabajadores del sector Privado y el sector Público es
exactamente esta: el trabajador privado es un trabajador, y un trabajador público es un
servidor público, más allá que por su preparación, estudios o vocación haya elegido ser
enfermero de un hospital, administrativo contable, fiscalizador de la seguridad social,
oficial del ejército, policía, azafata o programador de sistemas informáticos. Y sobre
esta premisa es donde deben pararse quienes tienen la responsabilidad política,
técnica y/o administrativa de gestionar los recursos activos más importantes con los
que pueda contar cualquier organización. en definitiva, el estado no es más que un
conjunto de instituciones compuestas por personas cuyo objetivo es –y debiera ser– el
de que con su trabajo, crecimiento y desarrollo, todos los días se logre una mejor
calidad de vida de los ciudadanos de la nación.
La gestión de las personas
Bajo la premisa de que el aparato estatal de un país juega un rol central en la
implementación de las políticas públicas y en las relaciones que se establecen entre el
estado y sus ciudadanos, y en la seguridad de que una inadecuada gestión de los
recursos humanos de la Administración puede dar lugar a prácticas clientelistas,
corrupción e ineficiencia, o bien supone un peso excesivo en términos de recursos
sobre la economía de ese estado, se entiende que la única manera de preservarlo y
fortalecerlo es a través de una correcta regulación y una adecuada administración.
Es cierto que la planificación, la selección, la capacitación, la evaluación, el desarrollo,
la administración, en definitiva, la gestión de los recursos humanos es el pilar
fundamental donde se asientan los éxitos de las políticas públicas; pero no menos
cierto es que la eminente dignidad de la persona humana nunca debe perderse en el
proceso de alcanzar los objetivos. solo mediante una cuidadosa atención a las
necesidades humanas puede crecer y prosperar cualquier organización.
Para asegurar esto, se debe entender que la gestión de recursos humanos es un área
en la que confluyen varias disciplinas; incluye conceptos de psicología industrial y
organizacional, sociología organizacional, ingeniería industrial, derecho laboral,
ingeniería de seguridad, medicina laboral, ingeniería de sistemas, informática, entre
otros. También deberá estarse a que en la gestión de los recursos humanos no hay un
paradigma universal. La gestión de recursos humanos es contingente, es decir,
depende de la situación organizacional, del ambiente, de la tecnología empleada por la
organización, de las políticas y directrices vigentes, de la filosofía administrativa
predominante, de la concepción que se tenga en la organización acerca del hombre y
de su naturaleza y, sobre todo, de la calidad y cantidad de los recursos humanos
disponibles y en todo caso el único patrón común con el que se debieran diseñar las
estrategias de la gestión es la igualdad de trato y oportunidades y el cumplimiento de la
ley.
Objetivos de la gestión de recursos humanos
Sociales: la contribución de la gestión de recursos humanos a la sociedad se debe
basar en principios éticos y socialmente responsables. Las organizaciones no deben
permitir prácticas discriminatorias de ningún tipo y están obligadas a incentivar el
crecimiento de los valores sociales.
Institucionales: la gestión de recursos humanos no es un fin en sí mismo sino un
instrumento para que la organización logre sus objetivos.
Funcionales: los recursos humanos, con el apoyo de los restantes recursos de la
organización, deben estar en el nivel adecuado, cuantitativa y cualitativamente, a las
necesidades de ella.
Individuales: la gestión de los recursos humanos es un medio poderoso para permitir
el crecimiento y desarrollo de los integrantes de la organización en la consecución de
sus objetivos, en el marco de los fines sociales y corporativos.
Modelo de gestión de recursos humanos
Mucho se ha escrito acerca de los distintos modelos de la gestión de las personas. Lo
único cierto es que ni el modelo de la teoría tradicional en la que primaban las
necesidades de la organización, o aquellos otros dedicados al control y a la visión de
que los trabajadores participaban solo a través de sus representantes gremiales, o
hasta el hoy difundido modelo de gestión por competencias, el cual ubica al desarrollo
de las competencias humanas como el factor clave del desarrollo de las
organizaciones, podrán ser exitosos en el sector Público si no logran satisfacer las
necesidades y demandas de los ciudadanos.
Planificación de recursos humanos
La planificación de recursos humanos es el estudio cualitativo y cuantitativo de las
necesidades de recursos humanos que a corto, medio y largo plazo pueda tener una
organización determinada para obtener unos resultados dados. Mediante la
planificación se contrastan las necesidades detectadas con las capacidades internas, y
se identifican las acciones que deben emprenderse para cubrir las diferencias. La
planificación constituye la “puerta de entrada” en un sistema integrado de gestión de
recursos humanos.
el proceso de planificación se puede desglosar en:
1) Plan estratégico institucional
2) Análisis de situación
3) Diagnóstico (brecha)
4) Plan de Acción e implementación
5) seguimiento y evaluación de resultados
1) Plan Estratégico Institucional
Dijimos que la gestión de recursos humanos no es un fin en sí mismo sino una
herramienta para que la organización logre sus objetivos. en esta línea, la Planificación
estratégica de la gestión de las políticas públicas que los organismos, entes, agencias
y/o empresas del estado desarrollen para el cumplimiento de sus objetivos se
transformarán en el marco referencial para cualquiera de las acciones referidas a la
gestión de recursos humanos. es decir que, las necesidades de incorporación de
personal, los planes de carrera, los planes operativos de capacitación, entre otras
múltiples acciones, se encontrarán supeditadas a ese Plan estratégico, de lo contrario
serán caminos que se bifurcarán para tomar destinos diferentes e inciertos.
Se entiende por estrategias los grandes campos en los que se concentrarán los
esfuerzos de una determinada organización para la consecución de unas determinadas
finalidades básicas o prioritarias vinculadas con la misión de dicha organización,
entendiendo por misión la definición de lo que se desea en un futuro, la razón de ser,
que actúa como eje vertebrador de las diferentes políticas que la organización va
priorizando en cada momento. Las políticas, en una organización pública, son una
particular y concreta aproximación para solucionar un problema concreto, y que
comporta la formulación de diversos programas de actuación específicos.
Cuando se habla de políticas de gestión de recursos humanos, estas pueden ser
entendidas como el conjunto de criterios generales y maneras de hacer que, en un
contexto determinado, orientan las decisiones que afectan a la gestión de las personas.
2) Análisis de situación
Es el que permitirá saber cuál es la realidad sobre la que se asienta la organización.
Claramente no se trata de un proceso único sino que este análisis forma parte de una
secuencia temporal mediante la cual, en forma periódica, se repite en línea con los
redireccionamientos de las políticas sustantivas de las organizaciones.
En el ámbito cuantitativo se debe clasificar toda aquella información que sirva para
dimensionar los factores de la organización: modelo organizativo, número y tipo de
puestos de trabajo, personas que trabajan y sistemas de trabajo, entre otros. en el
ámbito cualitativo, el análisis deberá ofrecer información, por un lado, de la capacidad
productiva actual de la organización y, por otro, realizar una proyección de la capacidad
futura de los actuales recursos humanos y organizativos. en síntesis, con este análisis
se debería obtener una estimación de la oferta de recursos humanos disponible en la
organización.
3) Diagnóstico (diferencia entre situación y objetivos de la organización)
El diagnóstico entre la oferta de personal actual y su proyección futura y la demanda
de personal que la estrategia de la organización requiere proporciona información sobre
las necesidades netas de recursos humanos, identificando de esta manera el gap, en
defecto o en exceso, entre la situación actual y la situación donde la organización
debería estar, como así también, si la introducción de tecnologías o los cambios en los
sistemas de trabajo pueden contribuir a la generación de variaciones en el personal
necesario, tanto en el número como en las competencias profesionales.
4) Plan de Acción e Implementación
en el ámbito en el que nos estamos moviendo, las decisiones tomadas y los
programas elaborados producto de la planificación incidirán probablemente en alguno
de los ámbitos siguientes:
• estructura organizativa
• Reclutamiento externo
• Movilidad interna, traslados
• Transformaciones de Perfiles Laborales
• Formación y desarrollo profesional
• Diseño de itinerarios de carrera profesional
• Motivación
• Comunicación interna
• Retribuciones
• Jornada de trabajo
• sistemas de trabajo y productividad
• Contratación externa de servicios
Conclusiones
en los procesos de planificación de la gestión de recursos humanos existen algunas
cuestiones que por su centralidad es importante resaltar. en primer lugar, las
previsiones de la planificación de personal se han de desprender ordinariamente de
prioridades y orientaciones estratégicas de la organización. el grado de adecuación
entre unas y otras será un indicador de la coherencia estratégica de la organización. en
segundo lugar, los instrumentos y mecanismos de gestión de los recursos humanos
han de hacer posible una adaptación flexible de las prácticas de personal a los cambios
estratégicos que impulse la organización, así como una correcta distribución de los
recursos, un reparto adecuado de la carga de trabajo entre las diferentes unidades. en
tercer lugar, los sistemas de información sobre el personal han de permitir un
conocimiento razonable de las disponibilidades cuantitativas y cualitativas de recursos
humanos existentes y previsibles en un futuro.
Los costes globales de personal se deben situar dentro de parámetros razonables y
compatibles con la economía del estado y la tecnificación de las dotaciones ha de ser la
adecuada a un entorno de sociedad del conocimiento.
Por último, las previsiones contempladas en los procesos y programas de
planificación han de ser objeto, como se ha dicho reiteradamente, de seguimiento y
actualización para ser, en caso necesario, reajustadas a los cambios de estrategia o
entorno.
La gestión por competencias en las organizaciones públicas
Funciones o actividades fundamentales que implica la gestión de recursos humanos
por competencias en una organización pública:
1. Análisis y seguimiento de procesos (actividades) y procedimientos
(instrucciones) desarrolladas en la organización con el objetivo de determinar el
perfil de competencias requeridas por parte de la institución para el cumplimiento
de los objetivos de los puestos de trabajo.
2. establecimiento y/o adecuación de los criterios de valoración de los méritos
para los procesos de selección, de forma que se puedan detectar aquellas
competencias requeridas para el ejercicio de los puestos y aquellas que deban
fortalecerse en un futuro para el desarrollo profesional de la organización.
3. evaluación y certificación de competencias adquiridas en el puesto de trabajo a
lo largo de los años por parte de los trabajadores de la organización; centradas
principalmente en la detección de competencias transferibles a diversas
necesidades de la organización.
4. establecimiento de programas de desarrollo profesional que impliquen más
actividades que las tradicionales acciones de formación.
5. establecimiento de medidas de reconocimiento o motivación (tangibles o
intangibles) que refuercen la cualidad del servicio prestado y la competencia
profesional.
6. establecimiento de una política comunicativa y de participación que dote de
credibilidad y objetividad al sistema, conciliando los diversos agentes sociales,
políticos y profesionales implicados en la organización.
En primer lugar, según el contexto donde se encuentra la administración, se
generarán unos determinados recursos, unas determinadas necesidades, unas
sinergias a las que la organización ha de responder tanto desde el punto de vista de las
políticas públicas como desde el de la estructura organizativa existente.
En segundo lugar, el escenario institucional, es decir, los servicios y actividades que
la organización presta, la estructura organizativa disponible y la cultura y el clima
organizativo existente. estos elementos determinarán de manera específica las
competencias requeridas y los recursos y posibilidades para su gestión. De este
escenario institucional podemos destacar las siguientes variables: a) el tamaño de la
organización; b) el grado de formalización existente; c) el estilo de dirección; d) la
cultura y el clima de la organización; y e) la estructura y el diseño de la organización del
trabajo (diseño de puestos, sistema retributivo, promoción).
En último lugar (y no por ello menos importante) las personas de la organización. Los
procesos de aprendizaje haciendo, usando e interactuando, que desarrollan las
personas son un factor clave para la generación y transmisión del conocimiento de las
mismas, y por ende de la organización donde se integran. Todos estos aspectos no
pueden ignorarse o minusvalorarse en el momento de diseñar e implementar un
sistema de gestión de recursos humanos por competencias.
Diseño de Puestos Definición de Perfiles
A partir del establecimiento de las competencias necesarias para el desarrollo de un
conjunto de tareas que configurarán una función, se realizará el análisis, descripción y
valoración de los puestos de trabajo y el diseño del perfil que necesariamente deberá
incorporar los requisitos de idoneidad, estudios y experiencia. esta, quizás, sea la
actividad más importante del sistema de organización del trabajo de una organización.
La organización del trabajo está íntimamente conectada con la planificación de los
recursos humanos, de la cual recibe los inputs imprescindibles para desarrollarse, y con
el sistema de gestión del empleo. es decir que los subsistemas de selección,
evaluación y capacitación girarán en torno a esa matriz que regirá cada una de las
posiciones mediante las cuales la organización planifica, ejecuta y obtiene sus logros.
El análisis, la descripción y la valoración de puestos de trabajo tienen como objetivo
recopilar toda la información que permita identificar un puesto y diferenciarlo del resto.
se deberán tener en cuenta, en el momento de llevar a cabo el análisis, las condiciones
en que se ha de realizar (se realiza) el trabajo y el grado de especialización que deberá
tener.
Antes de pasar al análisis y descripción de un puesto de trabajo, conviene dejar claro
el concepto de puestos de trabajo:
Conjunto de tareas y funciones encaminadas a conseguir un fin, que son
desempeñadas bajo unas condiciones determinadas en una unidad estructural de una
organización.
Para delimitar los puestos de trabajo es necesario conocer en profundidad las
competencias que definen a la organización como así también el trabajo de todos sus
miembros y agrupar las tareas y funciones homogéneas en cuanto a finalidad,
contenido y condiciones.
Funciones: es el conjunto ordenado de tareas que son realizadas en forma
sistemática y tienen entre ellas una relación que les da coherencia y contenido.
Las tareas serán actividades de trabajo que integran las distintas funciones; una
función se compone de diversas tareas.
Metodologías para el análisis de un puesto
El análisis de puestos de trabajo requiere recopilar toda la información sobre estos, lo
que implica la descripción de las actividades, funciones, responsabilidades y finalidades
asignadas al puesto y el grado de especialización. Por este último se entiende el nivel
de polivalencia exigido (especialización horizontal) y el grado de autocontrol sobre la
tarea (especialización vertical).
Existen diversos métodos para realizar el proceso de análisis. Los más comunes son:
la observación directa, los cuestionarios y las entrevistas. También es posible mediante
memorias o documentación ya existente en la organización. Otro sistema es la
realización autónoma del trabajo por parte del analista, con el objetivo de experimentar
directamente las exigencias del puesto. Por último, el método del “diario de
actividades”, donde se le pide a la persona o personas implicadas que vayan
registrando todas y cada una de las actividades que realizan durante un período
determinado de tiempo.
Descripción de puestos de trabajo
• La descripción de los puestos debe hacerse con previsión, de tal manera que la
estructura de responsabilidades esté clara. Cada persona debe saber de qué
responde y por qué será valorada su contribución.
• La precisión en la descripción de las tareas ha de guardar equilibrio en cuanto a
la exhaustividad con la necesaria adaptación de los puestos a las circunstancias
cambiantes de la organización.
• La clasificación y jerarquización de los puestos ha de responder a criterios
racionales y adaptados a cada entorno organizativo y a su estructura funcional.
• Los directivos de línea deben tener una participación destacada en todo el
proceso.
Métodos de valoración de puestos de trabajo
La valoración consiste en cuantificar la diferencia de contenido e importancia relativa
entre distintos puestos. Por ello, es una de las operaciones más delicadas del proceso,
dados los intereses que puede haber en juego. Disponer de métodos objetivos,
consensuados y reconocidos en la organización, facilita esta tarea.
Los sistemas de evaluación de las ocupaciones son métodos para medir y evaluar el
contenido de las ocupaciones dentro de una organización, con la finalidad de crear una
estructura salarial basada en la naturaleza de las ocupaciones y no en los méritos del
individuo.
Los métodos cuantitativos o analíticos atribuyen un valor a los puestos valorando
separadamente diversos factores o componentes presentes en los puestos, y
traduciendo el resultado de la valoración a una cifra que cuantifica el valor del puesto.
el más conocido de estos métodos es el de puntuación de factores.
Los métodos no cuantitativos o globales, más que valorar, comparan los puestos
entre sí. Responden a la pregunta de qué trabajo debe ser sobrevalorado con respecto
a otro, pero no cuánto más. en realidad, se limitan a establecer una relación
jerarquizada de los puestos. Dentro de este grupo destacan los sistemas de graduación
y de clasificación.
Gestión del desarrollo
La carrera profesional
La carrera profesional son los posibles itinerarios profesionales que una persona
puede ir recorriendo en una organización a lo largo del tiempo. La carrera profesional
requiere una serie de atributos que la caracterizan:
• Debe estar regulada por normas claras y conocidas que garanticen la objetividad
y la igualdad de oportunidades.
• Ha de ser un estímulo y una expectativa para las personas, en el sentido de
significar una mejora permanente que recompense el esfuerzo profesional, es
decir, que exista una vinculación entre esfuerzo y mejora profesional.
• Debe dar respuesta a las necesidades de la organización, es decir, las carreras
profesionales se han de diseñar o concebir al servicio de la organización.
Las carreras profesionales tendrán que ser definidas en conexión permanente con el
sistema de diseño de puestos de trabajo, que permitirá conocer las necesidades en
materia de desarrollo profesional.
Los diferentes tipos de carrera
Los sistemas de carrera se pueden reconducir a tres grandes clasificaciones:
1. Los sistemas de categorías
Los sistemas de categorías dan al personal la posibilidad de ocupar, a lo largo de su
vida profesional, posiciones (categorías) más elevadas a medida que transcurre el
tiempo y acumula requisitos o méritos (antigüedad, cursos, títulos, servicios prestados,
entre otros).
El modelo más conocido de carrera basada en las categorías es el militar. se ingresa
por la categoría inferior y se va ascendiendo sucesivamente (por el transcurso de un
tiempo mínimo, los cursos de formación y a medida que se produzcan vacantes en la
categoría superior) a las superiores, hasta llegar a la máxima.
En las administraciones públicas de los países europeos ha sido común un sistema
de este tipo y más en los países de influencia francesa.
2. Los sistemas de puestos de trabajo
El sistema de puestos vincula la carrera con el puesto, de forma que la posición
personal y la progresión dependen del puesto que se ocupa. se progresa ocupando
mejores puestos. son, entonces, los puestos los que están jerarquizados según su
importancia, y es la ocupación de un puesto concreto el elemento determinante de la
posición relativa que el individuo tiene en la organización, y de los elementos con que
esta lo recompensa.
La carrera se concreta en la expectativa para desempeñar mejores puestos y las
reglas para pasar de uno a otro, es decir, en la provisión de los puestos y sus formas.
La provisión es, pues, un instrumento fundamental de racionalización para las
organizaciones públicas y de carrera para los empleados públicos. Para estos,
constituye un conjunto de canales y posibilidades abiertos que materializan la carrera,
ya que esta consiste esencialmente en la posibilidad de acceder a diversos puestos de
trabajo. Para la administración es un instrumento de racionalización de la carrera del
personal.
En concreto, la forma de provisión de los puestos de trabajo constituye un esencial
aspecto de la carrera, cuya dificultad estriba en encontrar el adecuado equilibrio entre
los particulares requerimientos exigibles en atención a las específicas características de
los puestos de trabajo y el derecho del personal a que los puestos se provean por
sistemas objetivos y públicos fundados en los principios de mérito y capacidad.
3. Los sistemas de evaluación
La base de esta carrera es el esfuerzo, la relación entre esfuerzo y resultado. La
carrera basada en el cumplimiento de las tareas asignadas y en los resultados o
rendimientos obtenidos valora a los individuos, no los puestos. Y en los individuos,
aprecia las diferencias individuales y temporales de comportamiento y actuación, es
decir, la cantidad de trabajo, el interés y la iniciativa con que la persona desempeña su
puesto.
Este sistema no ha sido fácil de establecer en las administraciones públicas. su
aplicación en países del entorno anglosajón han producido algunas consecuencias
negativas del tipo de las siguientes: a) insuficiencia de estímulos del sistema para
motivar a las personas; b) generalización de desconfianza del personal hacia sus
superiores y compañeros;
c) generalización de una sensación de injusticia en su aplicación.
Estos tres tipos de carrera administrativa esconden un modelo subyacente
jerarquizado, basado en la ocupación de categorías o puestos de jefatura. Tales
sistemas tienen muchos efectos perversos, pues de vez en cuando, convierten al mejor
ingeniero de una entidad en un desastroso jefe del servicio de licencias. También con
cierta frecuencia, con la voluntad de mejorar el salario de una persona que se lo
merece por su rendimiento, se inventan órganos innecesarios para poder otorgar a esta
persona un puesto de jefatura que justifique un incremento retributivo.
Para resolver este problema, muchas organizaciones han optado por buscar
alternativas a la carrera directiva o jerárquica, definiendo pautas de carrera horizontal o
lateral. este nuevo modelo pretende garantizar oportunidades de carrera para quien no
quiere o no tiene capacidades para asumir puestos de dirección jerárquica pero que
han optado por desarrollar su competencia técnica. son carreras fundamentadas en el
crecimiento profesional, en la profundización de la propia profesión o área de trabajo.
Gestión de la compensación
Las retribuciones son uno de los mejores indicadores de gestión disponibles en las
organizaciones. Tienen gran influencia sobre los comportamientos y las actitudes de las
personas, y facilitan, o son un freno, a la eficacia de la organización. La forma como se
gestionan las retribuciones puede influir poderosamente en la satisfacción de las
personas, en el ausentismo, en la productividad, en la rotación y en la calidad del
trabajo realizado.
Las políticas retributivas son las que integran las prácticas de gestión de recursos
humanos en materia de compensación y gestión del rendimiento de las personas que
trabajan en la organización.
Compensación y gestión del rendimiento los podríamos definir como:
Compensación es el conjunto de factores retributivos (salariales y extrasalariales) y no
retributivos con el que la organización satisface a sus empleados, en concepto de
contraprestación por la contribución de estos a los fines de la organización, que se
expresa mediante su trabajo.
Los organismos públicos acostumbran gestionar las retribuciones de forma
inadecuada. Algunas de las evidencias que caracterizan este escenario son:
• La existencia de unos modelos retributivos rígidos, uniformes, basados en
categorías, puestos y antigüedades.
• La inexistencia de retribuciones variables, o bien cuando existen (caso de la
productividad) acaban siendo, en muchas ocasiones, de carácter lineal. es decir,
se premia o castiga el conjunto y no el esfuerzo o el mérito individual.
• Tendencia incrementalista asegurada.
• Compresión retributiva (pequeñas diferencias internas entre máximos y mínimos
en términos comparativos).
• inflación orgánica, es decir, creación artificial de órganos para mejorar las
retribuciones por la vía de la carrera jerárquica (mando).
Hay cinco objetivos básicos en la gestión de la compensación, que son comunes a
cualquier organización y que han de estar presentes más allá de las características
propias de cada una.
1. eficiencia: las políticas de compensación han de suponer una mejora de la
productividad y un control de costes.
2. eficacia: han de ser un estímulo del esfuerzo, el rendimiento individual o de
grupo, el aprendizaje y el desarrollo de competencias.
3. equidad interna: las personas deben percibir que reciben de la organización
una compensación acorde con su contribución, y que las percibidas por los
demás son equitativas, comparadas con las que reciben ellos mismos. el abanico
salarial ha de ser razonable y la clasificación de los puestos tiene que permitir una
progresión flexible y vinculada con el rendimiento y el aprendizaje.
4. equidad o competencia externa: la estructura ha de ser adecuada para atraer,
motivar y retener a las personas dotadas con las competencias necesarias para
los diferentes tipos de puestos que la organización precisa. Los costes salariales
no corresponde que sean excesivos, en relación con los de mercado, en ningún
sector o nivel de puestos.
5. Transparencia: las decisiones sobre retribuciones no pueden ser fruto de
prácticas arbitrarias sino que se han de adaptar a criterios preestablecidos y
responder, de forma coherente, con los parámetros del diseño estructural de la
organización.
Variables que, desde un punto de vista interno y externo (o de entorno) puedan
condicionar a la gestión:
• Variables externas: las políticas gubernamentales, las políticas sindicales, el
mercado de trabajo, la evolución tecnológica, las condiciones sociales y
económicas.
• Variables internas: la situación financiera de la organización, su estructura y
tamaño, el clima político, la cultura y el clima laboral, los sistemas de trabajo y el
grado de automatización, las características de la mano de obra y las políticas
de personal.
El modelo de gestión que se implante ha de estar conectado con el resto de sistemas
de gestión de recursos humanos. el diseño y la valoración de puestos y el de desarrollo
profesional le suministran información, y a su vez, este se comunica con los sistemas
de selección y gestión del rendimiento.
Pautas que pueden orientar eventuales mejoras en los sistemas de compensación. el
modelo debe:
• estar alineado, como ya se ha dicho, con los objetivos estratégicos de la
organización;
• representar una ventaja competitiva en costes y mejorar de la productividad;
• ser motivador para los profesionales y generar compromiso con la organización;
• estimular el desarrollo profesional y fomentar el espíritu cooperativo;
• garantizar una percepción de equidad y reconocer el rendimiento individual;
• transmitir una visión global de la retribución;
Gestión del desempeño
La gestión del desempeño tiene por finalidad influir en el rendimiento de las personas
en el trabajo, para alinearlo con las prioridades de la organización y mantenerlo en el
nivel más alto posible, haciendo compatible la mejora sostenida de la contribución de
los empleados al logro de los objetivos organizativos, así como la obtención de
informaciones valiosas para la toma de decisiones de gestión en diferentes campos,
entre ellas, la capacitación y el fortalecimiento de las competencias de los trabajadores.
Así entendida, la gestión del desempeño ocupa una posición estratégica en el
conjunto de políticas de recursos humanos por su influencia en los sistemas de
compensación y por las implicaciones que tiene en el desarrollo de las personas.
su relación con el primero se produce cuando el sistema de compensación incorpora
el pago de retribuciones variables vinculadas al rendimiento, lo que constituye, pese a
las frecuentes críticas a su funcionamiento real, una tendencia significativa en la
mayoría de las organizaciones.
La conexión con el desarrollo de las personas se da en un doble sentido. Por un lado,
suministrando información imprescindible a los procesos de promoción y carrera, sin los
que estos tenderán a basarse en la antigüedad y los méritos formales, con la
consiguiente pérdida de calidad y, por otro, detectando en las personas necesidades de
desarrollo de competencias, lo que es básico para el diseño de políticas eficaces de
formación.
el primer dilema que el decisor encuentra sobre la mesa en el momento de decidir el
sistema de gestión del rendimiento es dar respuesta a las cinco preguntas que se hará
el conjunto de la organización:
• ¿Qué se evalúa? normalmente, son dos las posibles respuestas a esta cuestión:
los resultados o los comportamientos. Dependiendo del modelo escogido, se
deberá optar por una de las dos o por ambas.
• ¿A quién se evaluará? Algunas organizaciones deciden evaluar a todos los
individuos; otras deciden utilizarlo solo para determinados grupos (directivos,
personal de ejecución, atención al público, entre otros), en otras ocasiones se
acuerda evaluar por grupos y en otras, de forma individual. Cualquiera de las
decisiones es válida siempre que, como ya se ha dicho, sea coherente con la
estrategia general y la información sea transparente.
• ¿Quién evaluará? existen diversas opciones: los sistemas de autoevaluación, o
el mando directo, o los compañeros de equipo, o una agencia especializada o los
usuarios del servicio, o bien un combinado de diversos actores (por ejemplo, el
método 360º, donde valoran el superior, los colaboradores que dependen de la
persona y las que están en una posición horizontal –del mismo nivel– a la del
evaluado, inclusive quienes reciben los servicios del evaluado). el método
seleccionado orientará la decisión final sobre el evaluador.
• ¿Cuándo llevaremos a cabo la evaluación? Básicamente hay dos criterios: la
evaluación periódica o la evaluación continua o permanente.
• ¿Qué método utilizaremos? existen tres grandes bloques de métodos en función
del enfoque utilizado:
1. enfoque comparativo: es un tipo de método de evaluación comparada que
toma como referencia el nivel de rendimiento general como único criterio de
evaluación. existen diversos tipos:
a) de clasificación directa: el superior hace una lista de sus colaboradores,
ordenándolos desde el desempeño más alto al más bajo, normalmente, en
función del rendimiento general.
b) de clasificación alternada: el primer paso consiste en poner al principio de la
lista al mejor colaborador y al final al peor, habitualmente en función del
rendimiento general. Luego, el superior elige de entre los colaboradores
restantes al mejor y al peor. el último puesto que se rellena es que queda en
mitad de la lista.
c) comparación por pares: supone comparar a cada sujeto evaluado con cada
uno de los demás titulares, de uno en uno, en una única medida, para
determinar quién es “mejor”.
d) distribución forzosa: el superior debe asignar solamente una determinada
proporción de colaboradores a una o varias categorías de evaluación en
relación a una serie de factores previamente determinados.
2. enfoque conductual: es un tipo de método basado en la observación y registro
de comportamientos. Tipos:
a) método de apreciación de comportamientos convencionales: mediante un
registro del comportamiento observado a partir de unas variables previamente
prefijadas y una escala de valores asociada.
b) de apreciación de comportamientos prefijados: este método utiliza unas
escalas que proporcionan resultados que pueden utilizar los colaboradores para
mejorar su rendimiento. Asimismo, están diseñadas de forma que los
responsables se sientan más cómodos proporcionando retroalimentación.
c) de elección forzosa: el método de elección forzada consiste en evaluar el
desempeño de los individuos mediante frases descriptivas de determinadas
alternativas de tipos de desempeño individual. cada bloque o conjunto de dos,
cuatro o más se aplican al desempeño del empleado evaluado. esto implica la
denominación de “elección forzosa”. La naturaleza de las frases puede variar
mucho, no obstante, hay dos formas de composición: a) se forman bloques de
las frases de significado positivo y dos de significado negativo. Al juzgar al
colaborador, el supervisor elige la frase que más se ajusta y, luego, la que
menos se ajusta al desempeño del evaluado. b) se forman bloques de solo
cuatro frases de significado positivo. Al juzgar al empleado, el supervisor elige
las frases que más se ajustan al desempeño del evaluado.
3. enfoque sobre resultados: es un tipo de método centrado en los resultados del
trabajo. el método más conocido y extendido es el de gestión por objetivos, ya
que permite alcanzar una elevada congruencia entre los objetivos de la
organización y los del individuo, reduciendo la probabilidad de que las personas
trabajen en asuntos que tengan relación con los objetivos y fines de la
organización, o dicho de otra forma, maximicen su atención en la obtención de
unos determinados resultados. el sistema requiere, en primer lugar, el
establecimiento formalizado de los objetivos que debe lograr cada persona y los
indicadores que permitirán evaluar su consecución; en segundo lugar, el marco
temporal dentro del cual se deberán cumplir estos; y en tercer lugar, la
evaluación, es decir, la comparación entre el nivel de logro obtenido con los
previstos, permitiendo esto, comenzar de nuevo, redefiniendo los objetivos o
analizando las causas de los resultados.
En los sistemas de evaluación del rendimiento existen puntos débiles que aparecen
con frecuencia y que suelen ser: la falta de compromiso de los directivos, la tendencia a
evaluar de manera homogénea a los colaboradores para rehuir conflictos
interpersonales, la falta de fiabilidad técnica y de objetividad de los instrumentos de
medición.
en contraposición a estos sesgos anteriores deberemos procurar que el sistema sea
fiable, es decir que dé lugar al mismo resultado con independencia de quien sea el
evaluador; y ha de ser válido, o sea que se especifiquen los criterios de rendimiento
que resultantes realmente importantes, que estén relacionados con el puesto de
trabajo, y que puedan determinarse con facilidad cuáles son a través del análisis del
puesto.
La gestión del rendimiento es una herramienta potente, pero que a la vez requiere que
se manipule con cautela. es un área de trabajo tan sensible que los errores pueden tirar
por tierra el trabajo de años en relación a la credibilidad del sistema. Por este motivo, la
opción que finalmente seleccione la organización habrá de caracterizarse por ser
sencilla, comprensible, fácil de aplicar y, sobre todo, contar con la máxima participación
de las personas de la organización. no se puede implantar o cambiar abruptamente;
hay que llevarla a cabo paso a paso, a menudo a lo largo de muchos años, en los que
cada una de las partes que componen el sistema de gestión del desempeño necesita
ser revisada regularmente, reformada y mejorada de continuo. no obstante, existe una
máxima: una vez iniciado el camino, resulta difícil detenerse, pero no iniciarlo en
absoluto es una mala elección.
Gestión de las relaciones humanas y sociales
Este apartado de la gestión de recursos humanos tiene por objetivo cuidar de las
relaciones que se establecen entre la organización y los empleados en torno a las
políticas y prácticas de personal cuando, por razones diversas, estas adquieren, en un
contexto determinado, una dimensión colectiva.
En este tema, se destacan el papel de los dos principales actores que intervienen de
forma más directa, por un lado, los gestores de recursos humanos y por otro, los
representantes de los trabajadores.
El papel de cada uno de esos actores y las claves de una parte fundamental de sus
relaciones: la negociación colectiva, como así también una visión amplia del concepto
de relaciones laborales por la repercusión que puede tener sobre la conducta de los
empleados, que se conoce comúnmente como el clima organizacional.
De todos los enfoques sobre el clima organizacional, el que ha demostrado mayor
utilidad es el que establece como elemento fundamental las percepciones que el
trabajador tiene de las estructuras y los procesos que ocurren en su medio laboral. La
especial importancia de este enfoque reside en el hecho de que el comportamiento de
un trabajador no es una resultante de los factores organizacionales existentes, sino que
depende de las percepciones que tenga el trabajador de estos factores.
La percepción de déficit en materia de comunicación interna es común en la mayor
parte de las organizaciones, tal y como se evidencia a través de los estudios de clima.
La gestión de la comunicación interna, tanto ascendente, como descendente, horizontal
y transversal, se convierte en un potente instrumento en manos de las organizaciones,
que permite incidir positivamente en el terreno de la percepción y la motivación de las
personas. Los planes de comunicación interna son un claro exponente de la
importancia de estas prácticas.
Por último, se deben mencionar las políticas sociales, entre las cuales las de salud
laboral y la conciliación de la vida familiar y laboral ocupan un lugar preeminente. estas
políticas se extienden al conjunto de políticas y prácticas cuyo objeto es facilitar
beneficios colectivos y ayudas a individuos o grupos especialmente necesitados dentro
del conjunto de empleados.
La negociación colectiva
Dentro de la gestión de las relaciones humanas y sociales se debe destacar el tema
de las negociaciones colectivas.
La negociación es la actividad mediante la cual las partes, en conflicto o no, tratan de
satisfacer sus necesidades, mejorando la propia posición y el sistema de valores y
dando lugar a nuevos valores.
El significado de la negociación reside en que lo que une a las partes es la
satisfacción de necesidades. Cuanto más se profundice conjuntamente en esa
satisfacción, más puntos en común encontrarán y la negociación tendrá más
posibilidades de éxito.
La negociación es una relación contradictoria. La dicotomía entre obtener y conceder,
entre satisfacer y quedar satisfecho, entre la tendencia a la competitividad y a la
cooperación hace de la negociación una situación en que es preciso actuar en un
sentido doble y contrapuesto.
El proceso de negociación depende de la percepción que se tiene sobre él. La
dinámica de la negociación es una interacción permanente donde la confianza en el
otro, el juicio sobre su poder o la creencia de hasta qué punto son satisfactorios los
resultados se convierten en centrales.
Siempre se mejora la posición, bien porque se satisfacen algunas de las necesidades
o, incluso si no hay acuerdo porque se descubre que el objetivo no interesaba o el
acuerdo hubiera perjudicado los propios intereses.
existen cuatro estrategias de negociación:
• Ganar ganar (o de solución de problemas), donde ambas partes salen
beneficiadas al máximo de la negociación. es una estrategia conciliadora y
cooperativa.
• Ganar perder (o de rivalidad), donde las partes en la que los intereses de una
parte no existen para la otra. es una estrategia donde uno pretende dominar al
otro.
• Perder ganar (o de flexibilidad) es una estrategia a largo plazo en la que se
renuncia en principio en busca de un beneficio posterior.
• Perder perder (o inacción) es una estrategia de inicio pero no de final. es una
estrategia de hostilidad.
Resumen
en el capítulo se aborda la temática de la gestión de los recursos humanos en las
organizaciones públicas. Realiza una revisión retrospectiva de lo que ha sido el empleo
público, examina el actual sistema nacional de empleo Público (sineP), pasa revista a la
problemática de la carrera, busca esclarecer los pilares para el fortalecimiento de la
gestión del empleo público. Aborda el planeamiento estratégico de los recursos
humanos vinculándolo con la centralidad de la gestión pública. Realiza a tal efecto una
particular referencia a la gestión de las competencias de los agentes, buscando
dotarlos de las capacidades que en cada momento la gestión requiera.
se examina el sistema nacional de empleo público (sineP).
se busca visualizar los pilares para fortalecer de la gestión del empleo público.
se destaca la importancia de contar con un modelo de gestión de recursos humanos,
de su desarrollo y de la carrera de gestión del desempeño, de la compensación y de las
relaciones humanas y sociales.
se introduce la temática de la negociación colectiva en el ámbito de las relaciones
laborales en el sector público.
Preguntas de comprensión de texto
1. ¿Qué reflexión le merece la mirada histórica de este capítulo respecto del
empleo Público nacional?
2. ¿Comparte el diagnóstico planteado por el autor en relación con las acciones
para la mejora del empleo Público?
3. ¿Qué principios son los que instituye la Carta iberoamericana de la Función
Pública?
4. ¿Podría establecer, según lo dicho por el autor, las partes del Proceso de
Planificación de Recursos Humanos?
5. ¿Qué acciones implica la gestión por competencias en los organismos
públicos?
6. ¿Qué variables condicionan la definición de los perfiles laborales?
7. ¿Qué es la carrera profesional y qué condiciones debe asegurar?
8. ¿Cuáles son los aspectos positivos y los negativos de los posibles tipos de
carrera profesional?
9. ¿Cuáles son los objetivos básicos en la gestión de las compensaciones?
10. ¿Cuáles son las “cinco preguntas” que condicionan la gestión del
desempeño?
Capítulo 15
Desarrollo de Procesos y Gestión de la Calidad en la
Administración Pública
Ana Isabel Fuertes
Objetivos de aprendizaje
• Analizar el origen y la evolución del concepto de calidad.
• Identificar los aportes a la calidad del Ciclo de Deming.
• Concepto de gestión por procesos.
• Certificación de calidad.
• Aplicación de los conceptos de gestión por procesos y calidad a la
Administración Pública.
Introducción
Producir de la mejor manera tratando de evitar errores ha sido siempre la
preocupación de los habitantes de grupos y sociedades. Quienes así no lo hacían eran
sancionados y podían llegar a perder mucho más que su posición y reconocimiento en
la tribu, grupo o sociedad.
El concepto de calidad ha sido de gran importancia a lo largo del tiempo. Al principio,
cuando la producción era artesanal, una misma persona era responsable de todo el
producto elaborado, de modo que era posible realizar un control del ciento por ciento de
los bienes que producía.
A partir de la revolución industrial, con el incremento en gran escala de la producción,
surge la necesidad de realizar un control más estricto de los productos comercializados.
Diferentes personas llevan a cabo las distintas etapas de producción. Así, al ser
necesario establecer instancias de control, comienzan a realizarse inspecciones de
producto con el objeto de detectar posibles fallas y defectos de manera tal que un
producto con problemas nunca salga de la fábrica.
Si bien parte del problema se resuelve, este tipo de control resulta tardío y es una
reacción al problema que ya se produjo. Resulta también ineficaz, ya que no es posible
controlar todos los productos y, sin lugar a dudas, es costoso, pues el producto
defectuoso ya ha consumido horas de trabajo, insumos, materiales que no pueden
recuperarse.
El nuevo desafío es conseguir que el producto se elabore de acuerdo con las
especificaciones establecidas desde el primer momento. Para lograrlo, se comienzan a
analizar las operaciones complejas y se las divide en procedimientos sencillos que
puedan ser ejecutados por trabajadores que no necesariamente cuentan con una alta
calificación.
En Estados Unidos, a partir de la Segunda Guerra Mundial, surge la necesidad de
incorporar parámetros de producción que reduzcan el desperdicio de materiales y los
costos de reprocesar productos defectuosos. W. Edwards Deming (1900-1993), uno de
los referentes actuales más importantes en temas de calidad, comienza a trabajar con
técnicos e ingenieros norteamericanos en la utilización de métodos estadísticos que
permitan el control de la producción. Esos métodos permiten identificar la frecuencia
con la que se generan los problemas, de manera tal de poder resolverlos. Sin embargo,
los métodos desarrollados por Deming, pronto caen en desuso debido al auge de la
posguerra, cuando se comienza a valorar más la cantidad que la calidad, y la
competencia extranjera no se visualiza como un desafío a la supremacía de los
Estados Unidos.
La situación en Japón es totalmente diferente. Luego de la guerra, su economía está
devastada. Necesita mejorar su producción para poder exportar y hacer crecer su
economía.
Deming había visitado Japón y se había interesado por su cultura. Y fueron ciertas
características de esa cultura que Deming conocía las que permitieron que los
principios que Deming proponía encontraran el campo propicio para que su
implementación fuera más rápida y exitosa.
Japón no es un país tolerante sino rígido; cumple con las reglas establecidas. Pero
esas reglas surgen del trabajo conjunto, de la cooperación entre los trabajadores. Un
ingeniero japonés usa la fuerza de trabajo como un recurso invalorable. Analiza junto
con sus empleados u operarios la tarea que debe realizarse. Aprovecha los
conocimientos y las habilidades de cada empleado de todos los niveles de la
organización, con el objetivo de satisfacer a su cliente. Cada trabajador, por su parte,
asume la responsabilidad de cumplir con la tarea encomendada, puesto que sabe cómo
hacerla, formó parte de su diseño y conoce las razones por las que debe realizarla de
una manera determinada.
Esta actitud de participación que asume y promueve el jefe frente a su grupo de
trabajo hace que también sea ese grupo el que analiza los errores que pueden surgir y
trata de corregirlos. Esta participación activa para llevar a cabo la tarea contribuye a
que cada uno aporte su experiencia y pueda mejorar el producto día a día.
Otro aspecto interesante a tener en cuenta es que el trabajador, en Japón, tiene
incorporado el concepto de formación y entrenamiento continuo y, por lo tanto, es más
receptivo a integrar lo nuevo y cambiar lo que antes hacía. Procura realizar la tarea de
la forma más eficaz. La desarrolla buscando la mejor manera y está dispuesto a aplicar
nuevos métodos. Un gerente o un director en Japón participan de capacitaciones
relacionadas con tareas puramente operativas con el objeto de conocer mejor el trabajo
que sus subordinados realizan y así poder decidir. Pero no solo los jefes aprenden más
del trabajo operativo sino que los distintos trabajadores también se capacitan en las
tareas que sus pares realizan, lo que contribuye a eliminar los compartimentos
estancos, a comprender por qué y para qué se realizan las tareas y a ver a la
organización como un conjunto de procesos interrelacionados.
El objetivo de toda compañía, además de ganar dinero, es permanecer en el negocio;
este concepto de permanencia en el tiempo también es una característica de la cultura
japonesa. La relación entre la empresa y el empleado o trabajador es muy estrecha. Un
trabajador japonés tiende a trabajar toda su vida en la misma empresa, lo que fortalece
su compromiso y su identificación con la misión y visión de la compañía.
Por eso, los conceptos presentados y desarrollados por Deming encuentran en Japón
el espacio ideal para aplicarlos y desarrollarlos. Deming consideraba que a través de
técnicas de estadística, una compañía puede definir su funcionamiento, identificar
posibles errores y establecer formas de mejorar el proceso. Al analizar las variaciones
que se producen en los procesos, es posible llevar a cabo acciones que detecten y
eliminen los defectos, el desperdicio y reducir los costos con el consecuente aumento
de la productividad.
En los años ochenta, Estados Unidos se da cuenta de que no puede competir con la
calidad de los productos japoneses. La industria japonesa, antes devastada, hoy es su
principal competidor. Al analizar el proceso que llevó a cabo Japón, se dan cuenta de
que fue W. Edwards Deming el responsable del cambio.
Deming sabía que no iba a ser sencillo para los estadounidenses adoptar el cambio,
justamente debido a las características de su cultura muy distinta de la japonesa.
Ellos, a diferencia de los japoneses, se enfocaban en el corto plazo; su prioridad no
era la capacitación del personal; en sus organizaciones había barreras entre las
distintas áreas, difíciles de ser traspasadas; no tenían en cuenta las ideas o
recomendaciones que los trabajadores les transmitían. Incluso, en algunos casos, la
dirección no veía más allá de los resultados financieros. Para poder mejorar, era
necesaria revisar estos aspectos y comenzar a cambiarlos.
Fue el Dr. Kaoru Ishikawa (1915-1989), precursor de la calidad total en Japón, quien
resaltó que las diferencias culturales eran el factor más importante en el logro del éxito
de la calidad. Ishikawa fue el creador del diagrama causa-efecto o espina de pescado
en inglés fishbone diagram y de demostrar la importancia de esta herramienta de
calidad y de otras tales como: Planillas de inspección, Gráficos de control, Diagramas
de flujo, Histogramas, etc. Además, trabajó en los llamados círculos de calidad que
incentivan la participación de personas con distintas disciplinas en la contribución de
mejoras de la calidad. En su opinión, la calidad empieza y termina en la capacitación y
es imprescindible conocer qué es lo que el cliente busca y valora.
Evolución del concepto de calidad
Luego del éxito que la implementación de los principios de Deming tuvo en Japón
donde, en un lapso de treinta años, una economía destruida pasa a convertirse en un
gigante que elabora productos de fabricación compleja y calidad aceptada, Occidente
comienza a prestar atención y a darse cuenta de que debe tratar de incorporar estos
conceptos si espera competir.
De la producción artesanal se pasa a una producción en masa donde resulta
necesario separar productos con defectos o fallas de aquellos que están bien hechos.
Con técnicas de estadística, una compañía puede visualizar su funcionamiento,
identificar posibles errores y establecer formas de mejorar el proceso al analizar las
variaciones que se producían e identificar y eliminar los defectos, el desperdicio, reducir
los costos y aumentar la productividad.
La inspección del ciento por ciento de los productos, útil cuando se trataba de
pequeñas producciones, dio paso a la inspección por muestreo. Mediante técnicas
estadísticas es posible controlar la producción e identificar aquellos puntos críticos
donde los principales problemas se producen.
Así como se pasa de la inspección al concepto de control de la calidad. No solo se
inspeccionaba el producto terminado sino que se realizaban controles en distintas fases
del proceso productivo. El objetivo no es solamente aceptar o descartar un producto
sino identificar qué acciones debían llevarse a cabo para prevenir errores y corregir los
defectos para que no se vuelvan a producir.
De este análisis surge que los defectos en los productos pueden aparecer en
diferentes etapas de la producción, por lo que resulta necesario que todas las áreas de
la organización trabajen en forma coordinada hacia el logro de una mayor calidad en el
producto elaborado.
Surge así el concepto de aseguramiento de la calidad. La calidad pasa a ser
responsabilidad de las diferentes áreas de la compañía. El aseguramiento de la calidad
busca proporcionar a los clientes o destinatarios la confianza de que la organización en
cuestión cumplirá con los requisitos de la calidad previamente establecidos (Norma ISO
9000:2000). El objetivo no es solo que los clientes compren sino que vuelvan a
comprar; que sean leales a la marca. Para lograrlo, es necesario sistematizar los
procesos mediante documentos que permitan hacer un seguimiento con el objetivo de
garantizar que los requisitos establecidos se cumplen.
Como ya se ha dicho, el objetivo de una compañía, además de ganar dinero, es
permanecer en el negocio. Es responsabilidad de la alta dirección conocer y tener en
cuenta lo que su cliente busca y valora, e integrar todas sus actividades para lograrlo.
La gestión de la calidad se transforma en un objetivo estratégico de la organización, y
todas las acciones de la empresa u organización deben alinearse en pos de ese
objetivo.
El concepto de gestión de calidad evoluciona y es lo que se conoce como calidad
total, donde toda la organización en forma conjunta, todas las personas que la integran,
trabajan con la finalidad de satisfacer los requerimientos del cliente. El concepto de
calidad total supone no solamente cumplir con los requisitos establecidos por la
organización y los requerimientos del cliente sino que incluye el concepto de mejora
continua. No solo es preciso hacer las cosas bien sino que todas las áreas de la
compañía contribuyan a mejorar día a día en las tareas que realizan. El cliente valora el
producto en sí pero también el servicio que la compañía en su totalidad le brinda al
destinatario (Fig. 1. Evolución de la calidad).
El concepto de calidad total resulta indispensable frente a la globalización. Hoy, los
productos en todo el mundo compiten entre sí y cada vez el destinatario tiene más
alternativas para elegir. Sin duda, se decidirá por aquel producto que mejor satisfaga
sus necesidades y cumpla con todas sus demandas.
Gestión por procesos
Al elaborar un producto o prestar un servicio, se llevan a cabo diferentes actividades
relacionadas entre sí. Surge entonces el concepto de proceso: “Un conjunto de
actividades realizadas en una secuencia lógica que toma uno o más tipos de insumos
con el propósito de producir un bien o un servicio que tiene valor para un cliente”258.
La Norma ISO 9000 considera proceso a “Cualquier actividad, o conjunto de
actividades, que utiliza recursos para transformar elementos de entrada en resultados”.
En las organizaciones existe una cantidad variada de procesos interrelacionados. En
muchos casos, la salida de un proceso resulta ser la entrada del siguiente y así es
posible elaborar un mapa de procesos de la organización en el que se establecen las
relaciones que vinculan los distintos procesos.
Teniendo en cuenta lo anterior, pueden clasificarse los procesos en:
- Procesos sustantivos, clave o de realización del producto o servicio y que se
refieren a la actividad específica que la empresa u organización, en cuestión,
desarrolla,
- Procesos de gestión, estratégicos o de conducción que tienen que ver con la
planificación, la asignación de recursos, la coordinación de las actividades y el
seguimiento y control, y
- Procesos de apoyo o de soporte que contribuyen a que los procesos sustantivos
o de realización se puedan desarrollar.
La Norma ISO 9001:2008 promueve la adopción del “enfoque basado en procesos”
para los sistemas de gestión de calidad y lo define como: “La identificación y gestión
sistemática de los procesos empleados en la organización y en particular las
interacciones entre tales procesos”.
Debe existir una fuerte vinculación entre las demandas de los clientes destinatarios de
un producto y la forma en que se diseñará y se realizará el producto en cuestión (véase
la figura 2 en la pág. anterior).
El producto llega al destinatario de acuerdo con los requisitos estipulados. La
organización debe arbitrar lo medios para poder conocer su opinión respecto del
producto brindado. Si cumplió con las expectativas, el producto se sigue realizando de
la misma manera. De lo contrario, resulta imprescindible conocer en qué aspectos no
cumplió con lo esperado y cómo puede mejorárselo.
Con esa información, es responsabilidad de la dirección proveer los recursos
necesarios para modificar el producto incorporando las mejoras que el destinatario le
demanda.
El producto, una vez modificado, vuelve al mercado y el ciclo comienza nuevamente.
Este ciclo funciona en realidad no como un círculo sino como una espiral ya que, al ir
incorporando mejoras, el producto nunca vuelve al mismo lugar; siempre es mejor. El
ciclo comienza nuevamente pero en un escalón más alto.
Es importante destacar que cuando hablamos de “producto” podemos significar no
solo un elemento concreto sino también el concepto de “servicio”. Todo lo dicho
anteriormente para producto se aplica también al hablar de un servicio.
Metodología de la Calidad Ciclo de Deming
La mayoría de los sistemas de gestión de calidad utiliza la metodología conocida
como ciclo de Deming con el objetivo de lograr la mejora continua259.
Las organizaciones no solo brindan un producto o servicio de calidad sino que deben
mejorarlo en forma continua para así satisfacer las expectativas del destinatario.
El primer desafío será lograr que las distintas áreas se relacionen entre sí, de manera
tal que los distintos participantes conozcan las tareas que se llevan a cabo en cada
etapa del proceso y de qué manera cada una de ellas influye en el servicio que deben
proporcionar al ciudadano.
Al definir las relaciones entre los diversos procesos y tener en claro quién realiza cada
función y con qué objetivo, se evitarán duplicaciones de tareas y se eliminarán tareas
que no agreguen valor.
La implementación de la gestión por procesos en la Administración Pública requiere
un trabajo metódico y constante, un trabajo a largo plazo, que permita a los
participantes incorporar este concepto en forma paulatina para identificar los beneficios
que le aportará.
Al analizar el proceso de creación o generación de un producto, al establecer cómo
cada una de las áreas de la estructura contribuye con su trabajo al producto o servicio
en cuestión, los actores identifican las tareas que realizan, las razones por las que las
realizan, si agregan valor al producto o si, por el contrario, son repetidas e innecesarias.
La organización por procesos complementa la estructura funcional integrándola en
forma horizontal (Fig. 5. Organización por procesos).
Otro aspecto importante para analizar cuando se implementa calidad es tener en
cuenta la satisfacción del cliente.
El concepto de cliente no resulta amigable en la terminología de la Administración
Pública y por eso puede ser reemplazado por el de destinatario, ya que no siempre se
trata solo de ciudadanos, o de beneficiarios o de usuarios.
En muchos casos, los agentes de la Administración Pública no tienen en claro quién
es su destinatario final. Tampoco identifican a su compañero de trabajo como un
destinatario interno al cual deben satisfacer. La respuesta en algunos casos es: “Hago
mi trabajo de acuerdo con las indicaciones de mi superior; cumplo con la normativa
vigente. Es suficiente. No tengo por qué cambiarlo”. Si al destinatario le sirve y si le
aporta valor o no, este aspecto no se tiene en cuenta.
Una transformación de estas características lleva tiempo y es indispensable que en el
proceso de implementación se trabaje con cada área en particular de manera tal que
puedan identificarse sus necesidades, conocer sus dudas y temores, y aprovechar
aquellos aspectos capaces de contribuir a la incorporación del nuevo modelo de
trabajo.
Este cambio, sin duda, no puede llevarse a cabo sin el compromiso de las
autoridades. El compromiso de la dirección no debe ser solo una expresión de deseo
sino que debe transmitirse de manera clara. Cada participante del sistema debe ver
que su tarea es un reflejo de la política establecida por las altas autoridades de la
organización.
Así como es importante que las autoridades públicas tengan decisión política y
estratégica, no es menos importante que las personas que llevan a cabo las tareas, los
empleados públicos, se comprometan y se encuentren motivados para asumir los
cambios propuestos. Cada funcionario público debe tener en claro cómo su tarea
aporta al logro del servicio, que es parte de un proceso donde interactúan otros
participantes y que su trabajo contribuye a cumplir con el servicio que el ciudadano
demanda. Cuando se da cuenta de que nadie mejor que él conoce la tarea que realiza,
que tiene la posibilidad de mejorarla y principalmente, que la organización lo alienta a
hacerlo, se logra el empoderamiento indispensable para mejorar el servicio que provee.
El resultado es un alto compromiso por parte del empleado público, que se traduce en
motivación y mejora.
Todo sistema de calidad debe poder medirse y, para medir, es necesario documentar.
Este es otro aspecto que, por lo general, encuentra resistencia en los participantes del
sistema.
La documentación del proceso es la etapa que demanda mayor tiempo y dedicación
de los involucrados. Pero también en muchos casos es la etapa que más se valora. Las
razones: los participantes, al tener que describir lo que hacen, analizan en profundidad
las tareas y así pueden identificar la manera de mejorarlas. Además, un proceso de
trabajo bien documentado respalda las tareas que realiza, valida sus responsabilidades
y protege sus acciones.
Los sistemas de gestión de calidad incentivan la medición, el análisis y la mejora
continua. En todo sistema, para ser efectivo, se debe poder medir los resultados.
Mediante indicadores definidos por el área, de acuerdo con los objetivos estratégicos
de la organización, se establecen metas a alcanzar. Estas metas se comparan en
forma periódica con los resultados obtenidos, para determinar en qué medida el
proceso cumple con los objetivos propuestos. Este análisis periódico permite ir
definiendo los logros y realizar posibles ajustes en forma oportuna.
Otro aspecto que contribuye a mejorar en forma continua las actividades que realiza
la organización tiene que ver con la detección y el análisis de posibles desviaciones
respecto de lo establecido al definir el proceso.
La Norma utiliza el concepto de “no conformidades”, para definir los incumplimientos
de un requisito establecido. Es importante destacar que el concepto de no conformidad
en los sistemas de gestión de calidad no tiene que ver con los errores que una persona
en particular comete sino con las desviaciones que se producen respecto de lo que la
organización definió al establecer un proceso.
Al detectar una desviación, no se analiza quién la hizo sino por qué sucedió.
Si este concepto es bien aplicado y los involucrados superan la instancia del error,
podrán aprovechar esta herramienta de mejora.
Es importante tener en cuenta que una vez identificada la no conformidad no solo es
necesario resolver el problema sino analizar las razones por las que se produjo el
desvío. Al identificar la causa raíz del problema, se pueden implementar acciones
correctivas que permitan que el desvío no se vuelva a producir.
El sistema promueve también la generación de acciones preventivas. Mientras la
acción correctiva se toma “para eliminar la causa de una no conformidad detectada u
otra situación indeseable”, la acción preventiva se lleva a cabo al identificar “una no
conformidad potencial u otra situación potencialmente indeseable”263. Si bien el desvío
no se produjo, antes de que ocurra es posible tomar medidas y evitarlo.
Otra práctica imprescindible en el desarrollo del sistema de calidad es la identificación
e implementación de oportunidades de mejora con el objetivo de aumentar la capacidad
de cumplir con las demandas del destinatario del servicio. Es un requisito esencial de la
Norma ISO 9001 en su versión 2008. Ya no es solo necesario hacer las cosas bien sino
que el objetivo es implementar mejoras en forma continua, siempre teniendo en cuenta
las demanda de los destinatarios internos y externos y de las personas que llevan a
cabo los procesos.
Todas estas herramientas, una vez conocidas y adoptadas por los participantes,
resultan de gran utilidad para detectar fallas y corregirlas, o para descubrir necesidades
no consideradas de los destinatarios.
Además, son valoradas y se convierten en un elemento de motivación para los
empleados, dado que por la envergadura y dinámica de los organismos estatales, en
muchos casos es difícil que los aportes de los cuadros medios y bajos sean tenidos en
cuenta, analizados e implementados. Al quedar documentadas sus sugerencias,
mejoras y desvíos, es responsabilidad de la dirección analizarlas y tomar una decisión
al respecto.
Este cambio que la organización atraviesa no es posible sin un elemento clave: la
capacitación.
Toda implantación de un sistema de gestión de calidad supone instancias de
capacitación no solo formal sino en el contacto diario: al comenzar a documentar el
sistema, en las reuniones de implementación, al analizar desviaciones o proponer
mejoras. Sin una capacitación adecuada, en la que los involucrados entiendan las
razones y la utilidad de esta herramienta, será difícil el éxito de cualquier programa.
Un sistema para ser efectivo debe ser controlado.
Las auditorías internas de calidad aportan al sistema la visión de quien, al no estar en
contacto tan estrecho con el proceso, puede contribuir con una visión más objetiva. Se
denominan de primera parte debido a que son realizadas por la propia organización con
el objetivo de verificar el cumplimiento de los criterios establecidos. Entrenar a agentes
de la propia organización como auditores internos de calidad es un factor de motivación
en la Administración Pública y contribuye a que la adopción del sistema se internalice
más aún en la organización y colabore con la tan buscada profesionalización del
Estado. Existen también auditorías de segunda parte que son aquellas que la
organización realiza cuando decide incorporar a un proveedor real o potencial.
Las auditorías de tercera parte o auditorías externas de calidad se denominan
también auditorías de certificación y las llevan a cabo organismos independientes
reconocidos internacionalmente. Las auditorías externas son altamente valoradas como
garantía de que la organización en cuestión cumple con los requisitos de la Norma y,
por lo tanto, su sistema de gestión es confiable. Si bien parecería que este aspecto es
solo valorado en las empresas privadas, que necesitan mostrar a sus clientes la
confiabilidad de sus procesos, en el ámbito público tiene un efecto altamente motivador.
Las personas involucradas en un sistema de gestión de calidad valoran que una
organización externa evalúe sus acciones y ven el certificado de calidad como la
culminación de los esfuerzos realizados.
Conclusión
El Estado, hoy más que nunca, debe escuchar las demandas de la sociedad; la
calidad es uno de los medios para lograrlo.
Los sistemas de calidad tienen como objetivo la mejora continua y contribuyen así al
ordenamiento interno que la Administración Pública necesita. Al establecer con claridad
los procesos de trabajo y las responsabilidades de cada uno en el proceso en el que
participa, todos tienen en claro las actividades constantes y rutinarias, y pueden dedicar
más tiempo a resolver aquellos aspectos no programados que surgen al prestar el
servicio.
El mayor desafío que debe enfrentar la implementación de un sistema de gestión de
calidad es lograr que los participantes se den cuenta de que la “calidad” y las tareas
que diariamente realizan no van por caminos paralelos.
“Calidad” es una forma de trabajo, una herramienta que permite realizar las tareas
mejor, teniendo en cuenta al destinatario y que debe incorporarse como una práctica
habitual en la gestión cotidiana.
Preguntas de comprensión de texto
1. ¿Cómo evolucionó el concepto de calidad a través del tiempo?
2. ¿Cómo pueden clasificarse los procesos en una organización?
3. ¿Para qué se utiliza el ciclo de Deming? Explique en qué consiste.
4. ¿Para qué se utilizan las Normas ISO?
5. ¿Para qué se certifica la calidad? Diferencias y similitudes entre empresas
privadas y organizaciones públicas.
6. ¿Cuáles sin las diferencias entre el enfoque funcional y por procesos?
7. ¿Por qué es importante la satisfacción del destinatario al implementar mejoras
en una organización?
8. ¿Cuáles herramientas de mejora continua conoce? Explíquelas.
9. ¿Cuáles son las principales razones para implementar un sistema de gestión
de calidad en la Administración Pública?
10. ¿Qué rol juega el personal en la implementación de un sistema de gestión de
calidad?
11. ¿Cuántos tipos de auditorías conoce?
12. Explique cada una de ellas.
Bibliografía
Berliches Cerezo, Andrés (2002), Calidad, 6a edición. Madrid: Thomson Paraninfo.
Drucker, Peter (1973), La Gerencia. Tareas, responsabilidades y prácticas, 6ª edición,
2ª reimpresión. Buenos Aires: El Ateneo.
Edwards Deming, William (1989), Calidad, productividad y competitividad: La salida
de la crisis. Madrid: Ediciones Díaz de Santos.
“Carta Iberoamericana de Calidad en la Gestión Pública Iberoamericana para el siglo
XXI”. Documento aprobado en Santo Domingo. República Dominicana. XL Reunión
Ordinaria del Consejo Directivo del CLAD. Centro Latinoamericano de Administración
para el Desarrollo, 2010.
“Gestión Pública Iberoamericana para el siglo XXI”. Documento aprobado en Santo
Domingo. República Dominicana. XL Reunión Ordinaria del Consejo Directivo del
CLAD. Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo, 2010.
Norma ISO 9001:2008. Sistemas de Gestión de Calidad.
Norma ISO 9004:2000. Directrices para la mejora del desempeño.
Documento ISO TC/ 176/SC 2/N 544R. Orientación acerca del enfoque basado en
procesos para los sistemas de gestión de calidad. ISO, mayo de 2001.
CAPÍTULO 16
TIC y Gobierno
Mariano Greco
Objetivos de aprendizaje
• Analizar los cambios que trae aparejados la sociedad postindustrial o Sociedad
de la Información o del Conocimiento.
• Profundizar en los conceptos involucrados en la utilización de las Tecnologías
de la información y comunicación, como nuevos motores de desarrollo y progreso.
• Reflexionar sobre la utilización de las TIC en la gestión de gobierno, como
herramientas estratégicas e inmersas en el contexto político.
• Conocer los lineamientos de la Agenda Digital Argentina, teniendo en cuenta los
conceptos de inclusión digital y brecha digital.
• Comprender las nociones de Gobierno Electrónico y Gobierno Abierto.
• Intentar comprender el universo de las Ciudades Digitales.
Introducción
El término TIC como abreviatura de tecnologías de información y comunicación surge
del ámbito de las ciencias duras incluyendo tres definiciones entrelazadas referidas al
medio en que la información se transmite, los contenidos (datos e información) y todos
aquellos formatos, protocolos acuerdos, normativas y estándares para la transferencia
de información digital.
Hoy encontramos una amplitud mayor respecto de este concepto incorporando toda
tecnología de procesamiento, almacenamiento y transmisión de datos por cualquier
medio electrónico en un formato digital.
A lo largo de este trabajo relacionaremos dos ámbitos que se han desarrollado en los
últimos años de forma indivisible y se transformaron en una relación de causalidad
compleja en la que se potencian permanentemente, a saber: el despliegue de las TIC y
el desarrollo y masificación de Internet.
Alternativas de definición
Como habrán notado, el título de este capítulo se refiere al término TIC como
abreviatura de tecnologías de información y comunicación, término que en los últimos
tiempos se ha generalizado.
Para ser coherentes con la visión colaborativa que nos plantearemos a lo largo de
esta capacitación, citaremos la definición que trae Wikipedia, tomando en cuenta que, a
pesar de que la enciclopedia virtual por excelencia define las TIC como “todas” las
tecnologías que podemos encontrar en este rubro (telefonía, redes etc.), solo nos
centraremos en aquellas que forman parte del fenómeno masivo más representativo de
nuestra era: la aparición de Internet.
Dice Wikipedia acerca de la red de redes:
“A nadie sorprende estar informado minuto a minuto, comunicarse con gente del otro
lado del planeta, ver el video de una canción o trabajar en equipo sin estar en un mismo
sitio. Con una rapidez impensada las Tecnologías de la Información y Comunicación
son cada vez más, parte importante de nuestras vidas. Este concepto que también se
llama Sociedad de la Información, se debe principalmente a un invento que empezó a
formarse hace unas cuatro décadas: Internet. Todo se gestó como parte de la Red de
la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPANET) creada por el
Departamento de Defensa de los Estados Unidos de América, pensada para comunicar
los diferentes organismos del país. Sus principios básicos eran: ser una red
descentralizada con múltiples caminos entre dos puntos, y que los mensajes estuvieran
divididos en partes que serían enviados por caminos diferentes. La presencia de
diversas universidades e institutos en el desarrollo del proyecto hizo que se fueran
encontrando más posibilidades de intercambiar información. Se crearon los correos
electrónicos, los servicios de mensajería y las páginas web. Pero no es hasta mediados
de la década de los noventa –cuando ya había dejado de ser un proyecto militar– que
se da la verdadera explosión de Internet. Y a su alrededor todo lo que conocemos
como Tecnologías de la Información y Comunicación”264.
Y define en sentido estricto las TIC como “[…]el conjunto de recursos necesarios para
manipular la información y particularmente los ordenadores, programas informáticos y
redes necesarias para convertirla, almacenarla, administrarla, transmitirla y
encontrarla[…]”265.
¿Qué red de conceptos sostienen esta definición?
Subrayaremos algunos que luego se profundizarán en el recorrido por las distintas
unidades de nuestro capítulo:
– Internet.
– Sociedad del conocimiento.
– Red descentralizada.
– Intercambio de información.
– Masificación del uso.
El fenómeno producido por la disponibilidad de la información genera la aparición de
ámbitos de interrelación humana sin precedentes en la historia de la humanidad.
La posibilidad de acceso permanente a los mercados modificó las transacciones
financieras; la masificación del e-mail cambió los procedimientos laborales; la
existencia de documentos digitales tuvo que ser incorporada a las normativas y al uso
en los juzgados y tipologías de delitos y, así, citaríamos diversos cambios que se
profundizaron en menos de una década y tuvieron su origen, solamente, en el doble de
ese tiempo.
¿Cómo asimilamos la incorporación de esta realidad ampliada que incorpora las
tecnologías al uso cotidiano, modifica las relaciones, costumbres y hasta los lenguajes?
Buscaremos en las definiciones que acompañan al desarrollo del saber científico un
anclaje conceptual.
Innovación
Sahal (1985)266 define el ciclo de la innovación en cuatro categorías conceptuales.
Centraremos nuestra atención en aquella que lo define como innovación de sistemas,
en las que dos tecnologías que se desarrollaban de forma independiente toman un
camino complementario y sinérgico; el producto de esta relación genera una tecnología
que puede considerarse novedosa o innovadora y que a partir de ese momento se
estimará como un plus agregado a las tecnologías que lo conformaron en su origen.
Esto es lo que sucede con las tecnologías de la comunicación y la informática que, en
el caso de las TIC, y particularmente en el ámbito de la red, se interrelacionan de tal
forma que son indivisibles en su análisis.
Prosiguiendo con la búsqueda de la causa que produce el progreso en el sentido que
describimos, dos grandes vectores confluirán en el empuje necesario para este
fenómeno:
• El empuje tecnológico, que incorpora una visión –en algunos casos
reduccionista– del progreso científico, que considera a la ciencia en constante
progreso y lo mide a partir del uso de variables físicas, como veremos en el
cuadro explicativo de la figura 1.
• El llamado “Demand Pull” que, centrado en una visión social del progreso,
aunque con claras características economicistas, incorpora la demanda social
como impulsora o motor del apoyo a la creación y crecimiento de las ciencias.
En el cruce de estos factores es donde podemos describir la explosión del fenómeno
de Internet a partir del siguiente cuadro (figuras 1 y 2, respectivamente):
Hilbert/Calvo CEPAL 2009
En el cuadro anterior, encontramos cuatro pilares (dos que representan la
participación de los cambios mensurables en forma física de la ciencia y sus
consecuencias y dos que representan la dimensión de uso o aplicación de los mismos).
El acortamiento de las distancias y los tiempos produce, entonces, una apropiación de
la tecnología en manos de las sociedades humanas, que genera una nueva dimensión:
el Espacio Público Virtual, un ámbito inédito.
La mediación en la comunicación humana no es nueva ni sorprendente desde la
existencia del correo hasta nuestros días, pero la arquitectura, las restricciones y
beneficios del medio condicionan la práctica del intercambio de la información humana
y de su producto más complejo, el conocimiento.
Si bien en posteriores unidades nos ocuparemos más profundamente de este tema,
dejaremos planteados dos factores que demuestran lo antedicho.
1. La aparición de un ámbito de creación y distribución de conocimiento, abierto y
descentralizado (Wikipedia) que es considerado actualmente en el mismo nivel
que las enciclopedias clásicas y que posee características de método y
arquitectura que solo pueden ser pensadas sobre la base del acceso masivo a la
red.
2. El modelo de comunidad propuesto por el Software Libre como forma de
producción colectiva con reglas que contrarían las formas previas de producción e
inclusive generan fenómenos de comercialización inéditos.
La red, que en sus inicios manifestaba fines científicos, “vulgarizó” sus objetivos (en
un sentido nada peyorativo del término, considerando este cambio como una positiva
incorporación de la sociedad al intercambio y como el surgimiento de diversos nodos
que democratizaron su funcionamiento) y la incorporación de sus instrumentos obligó a
los gobiernos a considerarla como una nueva vía o ágora para su relación con la
ciudadanía.
Como intento de confluencia entre la tecnología y la sociedad que actúan sobre este
nuevo ámbito, tomaremos una cita de un gran teórico de la comunicación, a manera de
resumen:
“Internet es la sociedad, expresa los procesos sociales, los intereses sociales, los
valores sociales, las instituciones sociales. ¿Cuál es, pues, la especificidad de
Internet, si es la sociedad? La especificidad es que constituye la base material y
tecnológica de la sociedad red, es la infraestructura tecnológica y el medio
organizativo que permite el desarrollo de una serie de nuevas formas de relación
social que no tienen su origen en Internet, que son fruto de una serie de cambios
históricos pero que no podrían desarrollarse sin Internet. Esa sociedad red es la
sociedad que yo analizo como una sociedad cuya estructura social está construida
en torno a redes de información a partir de la tecnología de información
microelectrónica estructurada en Internet… Pero Internet en ese sentido no es
simplemente una tecnología; es el medio de comunicación que constituye la forma
organizativa de nuestras sociedades, es el equivalente a lo que fue la factoría en la
era industrial o la gran corporación en la era industrial. Internet es el corazón de un
nuevo paradigma sociotécnico que constituye en realidad la base material de
nuestras vidas y de nuestras formas de relación, de trabajo y de comunicación. Lo
que hace Internet es procesar la virtualidad y transformarla en nuestra realidad,
constituyendo la sociedad red, que es la sociedad en que vivimos” (Castells
[2007])267.
En el recorrido de este curso nos referiremos al gobierno electrónico como idea que
engloba este acercamiento gobierno-TIC y describiremos el trayecto que desde las
primeras iniciativas de incorporación de las tecnologías a los procedimientos se fueron
tornando, con el boom de la WEB 2.0, hacia la incorporación de nuevas formas de
relación entre representante y representado y en los orígenes de nuevas formas de
participación ciudadana.
TIC en sentido estricto
Luego de la descripción del surgimiento y explicación epistemológica del término nos
centraremos en algunas características que nos serán necesarias para reconocerlas
por su funcionalidad.
Qué hacen las TIC:
– Proporcionan instrumentos para todo tipo de proceso de datos, escritura y copia
de textos, cálculos, creación de bases de datos, tratamiento de imágenes.
– Constituyen canales de comunicación web, el correo electrónico, los servicios
de mensajería instantánea, foros, mensajerías, redes, etc.
– Son las herramientas de almacenamiento de información que remplazan al
papel.
– Llevan adelante la automatización de tareas.
– Comunican y conectan los sistemas de intercambio de información.
– Generan nuevos vocabularios y clasificaciones semánticas y estandarizan la
información.
– Digitalizan todo tipo de información: textual, sonora, icónica y audiovisual.
Esta amplia representación de funciones incorpora los procesos en que pueden ser
utilizadas las tecnologías. La producción humana en la llamada “Sociedad de la
Información y Conocimiento” (ver unidad 2) genera una relación de interdependencia
entre las actividades que el hombre desarrolla y sus herramientas; en una visión
pesimista es alienante pero desde una mirada idealista es libertaria.
Política y tecnología
Sin entrar de lleno en discusiones filosóficas incorporamos una dimensión al análisis
que debe recorrer todo nuestro marco conceptual: quien maneja la información en el
mundo maneja una parte cada vez mayor del poder; política y tecnología se unen en un
universo de fenómenos que, aun no lo sabemos pero lo presuponemos, llegaron para
quedarse y transformarán las relaciones entre los habitantes de nuestro mundo. Es
nuestro desafío educar para lograr esos cambios y para que la idea de democracia tiña
también el uso de las TIC en el día a día de los gobiernos y contribuya a una mejor
calidad de vida de los ciudadanos.
Estas buenas intenciones se encuentran plasmadas en documentos en los que los
gobiernos establecen sus posiciones en relación con los temas antedichos;
generalmente se llaman Agendas o Position Paper sobre lo Digital.
Agenda Digital Argentina
A pesar de no ser documentos operativos, los conceptos vertidos en las distintas
secciones de la Agenda Digital Argentina reflejan las ideas de aquellos referentes del
tema que participaron de su elaboración en el marco de un proceso colaborativo.
El interés mayor que reviste este documento, dada su capacidad diagnóstica
(tomando en cuenta que refleja una realidad contextual de 2009 y que no muestra en
detalle las características locales), es dar una visión. Como principal horizonte de
cualquier propuesta estratégica, dicha visión nos ofrece un camino a seguir con la
garantía de que esta ruta fue trazada por los actores que participan del gobierno, la
industria y la academia constituyendo el sector tecnológico de nuestro país.
El documento completo y documentos anexos de la agenda se encuentran en la
dirección: www.agendadigital.ar, y es descripta como: “[…]es una herramienta
orientada al aprovechamiento de las posibilidades que ofrece la Sociedad de la
Información y el Conocimiento. La misma se pone en marcha con el compromiso de
trabajo multiactoral y participativo conformado por representantes del gobierno, de
organizaciones del ámbito empresarial, del sector académico y Organizaciones de la
Sociedad Civil con el objetivo último de promover el desarrollo sostenible y la mejora de
la calidad de vida de las personas”.
Son sus principales lineamientos:
– Fomentar el uso de las TIC en el sector público y el privado.
– Propiciar la constitución de alianzas públicas.
– Incorporar y aprovechar las iniciativas ya desarrolladas e implementadas tanto
por los organismos de gobierno como por parte de emprendedores civiles.
– Impulsar la investigación, desarrollo e innovación en materia de TIC.
– Propiciar la constitución de alianzas entre el sector privado y el sector
académico.
– Procurar el acceso universal con la finalidad de generar igualdad de
oportunidades.
– Actualizar el marco normativo con relación al uso de las TIC.
Como vemos, incluye declaraciones de tipo general; por eso recomendamos la
lectura del documento base para la discusión que conformaron los siguientes
actores sectoriales:
– Gobierno: incluye Educación, Justicia, Salud, Seguridad, además de los
servicios y transversales.
– Sector productivo.
– Sector de TIC.
– Organizaciones dedicadas a la investigación e innovación, previsibilidad
ambiental y sociedad civil.
La segunda etapa constituye la puesta en marcha de los lineamientos previstos a
partir de 2010.
Nativos Digitales “Nativos digitales/Inmigrantes digitales”
“Porque la migración digital tiene como protagonistas a dos tipos totalmente diferentes
de sujetos. Cuando se trata de industrias y formatos quienes están a cargo no son los
productores ni los consumidores actuales ni mucho menos los que predominarán
dentro de dos décadas. Se trata de gente entre 35 y 55 años que no es nativa digital:
ellos (nosotros) son (somos) los inmigrantes digitales.
Por el contrario, los consumidores y próximos productores de casi todo lo que existe
(y existirá) son los nativos digitales, y entre ambas macrogeneraciones las distancias
son infinitas, y la posibilidad de comunicación y de coordinación conductual se vuelve
terriblemente difícil, sino imposible, a menos que existan mediadores tecnológicos
intergeneracionales (carrera que hemos emprendido hace muchos años y que habría
que codificar e institucionalizar un tanto más).
Si en vez de cacarear tanto sobre la brecha analógico/digital empezáramos a
entender un poquito más en qué consiste esta brecha alfabetogeneracional la
cuestión se pondría mucho más interesante, pero también se volvería mucho más
compleja” (Piscitelli [2009])268.
¿Cuáles son los obstáculos cognoscitivos que se nos presentan en este panorama
histórico que venimos describiendo? Alejandro Piscitelli los resume en una distancia
intergeneracional producto del aprendizaje fundamentalmente no formal de las
personas que nacieron o se desarrollaron tempranamente en Internet.
La asimetría en el conocimiento será entonces una constante de acá en más; la
incorporación de la tecnología como insumo y herramienta es parte de la vida cotidiana
y de las relaciones humanas. En relación a los gobiernos, los principios de igualdad, no
exclusión y la garantía de acceso deben ser los rectores de las políticas que brinden
servicios que proporcionan bienes públicos.
Ante el futuro, la planificación de políticas públicas debe incorporar en su ciclo de
definición los usos de la ciudadanía, los lenguajes y modelos de comunicación que
intermedian las relaciones sociales.
Pasaremos de unidad con un ejercicio de repaso de definiciones; la incorporación de
los conceptos vertidos durante este texto nos servirá de marco teórico para ubicar las
prácticas y definiciones de las unidades de “E-gobierno y E-administración”.
Sociedad de la Información Sociedad del Conocimiento
El término “Sociedad de la Información” se acuña para describir las sociedades en
donde las tecnologías que posibilitan el acceso a la creación, distribución y
manipulación de la información juegan un rol central en las actividades sociales,
culturales y económicas.
En este sentido, se le atribuyen características valorativas como la competitividad
económica y la creación de nuevos empleos y las modificaciones de nuestro modo de
vida y de trabajo con el permanente soporte en las nuevas TIC.
Una aproximación más precisa al concepto de Sociedad de la Información –decimos
“aproximación”, dado que no existe un consenso unánime que defina al concepto en sí–
nos retrotrae a 1970, cuando se empieza a gestar un cambio en el funcionamiento de
las sociedades. Dicho cambio da cuenta de que los medios de generación de riqueza,
lentamente, se están trasladando de los sectores industriales a los de servicios; o sea,
en las sociedades modernas los sectores relacionados con las TIC desempeñan un
papel esencial dentro de este esquema. Un ejemplo de esto es que en un futuro
cercano (si no hoy día) la mayor parte de los empleos ya no estarán asociados a las
fábricas de productos tangibles sino a la generación, almacenamiento y procesamiento
de todo tipo de información.
Por otro lado, podemos sostener que la incorporación de las TIC en todos los
procesos productivos facilita la inserción en los mercados globales, donde la intensa
competencia obliga a reducir costes y a ajustarse de manera inmediata a las
cambiantes condiciones del mercado. En ese sentido y desde la perspectiva de la
economía globalizada contemporánea, la Sociedad de la Información concede a las TIC
el poder de convertirse en los nuevos motores de desarrollo y progreso.
De este modo, la Sociedad de la Información emerge en el contexto de la
implantación de las TIC en la cotidianeidad de las relaciones sociales, culturales y
económicas en el seno de una comunidad.
Aunque Internet haya desempeñado un papel importante como medio que facilita el
acceso e intercambio de información y datos, la “Sociedad de la Información” no está
limitada solamente a ella; sin embargo, el reto para los individuos que se desarrollan en
todas las áreas del conocimiento es actuar y adecuarse conforme las exigencias de
este nuevo tipo de sociedad. Un requisito básico para insertarse productivamente en
este tipo de desarrollo reside en estar informado y actualizado y, dentro de las
posibilidades individuales, generar conocimientos y propuestas innovadoras a partir de
la propia experiencia y de los datos que circulan en la red. Un caso concreto de la
efectividad de este tipo de contribuciones colectivas reside, hoy, en Wikipedia.
La declaración de principios de la “Cumbre de la Sociedad de la Información” llevada
a cabo en Ginebra, Suiza, en 2003, plantea que “la sociedad de la información debe
estar centrada en la persona, integradora y orientada al desarrollo, en que todos
puedan crear, consultar, utilizar y compartir la información y el conocimiento, para que
las personas, las comunidades y los pueblos puedan emplear plenamente sus
posibilidades en la promoción de su desarrollo sostenible y en la mejora de su calidad
de vida, sobre la base de los propósitos y principios de la Carta de las Naciones
Unidas”.
Diez rasgos de la Sociedad de la Información
A este nuevo contexto lo definen, según plantea Trejo Delarbre en su trabajo sobre la
Sociedad de la Información269, características como las siguientes:
1. Exuberancia. Disponemos de una apabullante y diversa cantidad de datos. Se
trata de un volumen de información tan profuso que es por sí mismo parte del
escenario en donde nos desenvolvemos todos los días.
2. Omnipresencia. Los nuevos instrumentos de información, o al menos sus
contenidos, los encontramos por doquier; forman parte del escenario público
contemporáneo y también de nuestra vida privada. Los medios de comunicación
se han convertido en el espacio de interacción social por excelencia, lo cual
implica mayores facilidades para el intercambio de preocupaciones e ideas.
3. Irradiación. La Sociedad de la Información también se distingue por la
distancia hoy prácticamente ilimitada que alcanza el intercambio de mensajes.
Las barreras geográficas se difuminan; las distancias físicas se vuelven relativas,
al menos en comparación con el pasado reciente.
4. Velocidad. La comunicación, salvo fallas técnicas, se ha vuelto instantánea.
5. Multilateralidad / Centralidad. Las capacidades técnicas de la comunicación
contemporánea permiten que recibamos información de todas partes. Sin
embargo, el contenido de las series y los filmes más conocidos en todo el mundo
suele ser elaborado en las metrópolis culturales. Esa tendencia se mantiene en la
Internet, en donde las páginas más visitadas son de origen estadounidense y,
todavía, el país con más usuarios de la red de redes sigue siendo Estados
Unidos.
6. Interactividad / Unilateralidad. A diferencia de la comunicación convencional
(como la que ofrecen la televisión y la radio tradicionales), los nuevos
instrumentos para propagar información permiten que sus usuarios sean no solo
consumidores sino además productores de sus propios mensajes. Sin embargo,
esa capacidad de la Internet sigue siendo poco utilizada. La gran mayoría de sus
usuarios son consumidores pasivos de los contenidos que ya existen en la
Internet.
7. Desigualdad. Mientras las naciones más industrializadas extienden el acceso
a la red de redes entre porcentajes cada vez más altos de sus ciudadanos, la
Internet permanece ajena a casi la totalidad de la gente en los países más pobres
o incluso en zonas o entre segmentos de la población marginados aun en las
naciones más desarrolladas.
8. Heterogeneidad. En los medios contemporáneos y particularmente en la
Internet se duplican –y multiplican– actitudes, opiniones, pensamientos y
circunstancias que están presentes en nuestras sociedades. Si en estas
sociedades hay creatividad, inteligencia y arte, sin duda algo de eso se reflejará
en los nuevos espacios de la Sociedad de la Información. Pero de la misma
manera, puesto que en nuestras sociedades también tenemos prejuicios, abusos,
insolencias y crímenes, también esas actitudes y posiciones estarán expresadas
en estos medios.
9. Desorientación. La enorme y creciente cantidad de información a la que
podemos tener acceso no solo es oportunidad de desarrollo social y personal.
También se ha convertido en desafío cotidiano y en motivo de agobio para
quienes recibimos o podemos encontrar millares de noticias, símbolos,
declaraciones, imágenes e incitaciones de casi cualquier índole a través de los
medios y especialmente en la red de redes. Esa cantidad de datos no es
necesariamente fuente de enriquecimiento cultural sino, a veces, de aturdimiento
personal y colectivo. Se necesitan aprendizajes específicos para elegir entre
aquello que nos resulta útil, y lo mucho de lo que podemos prescindir.
10. Ciudadanía pasiva. La dispersión y abundancia de mensajes, la
preponderancia de los contenidos de carácter comercial y particularmente
propagados por grandes consorcios mediáticos y la ausencia de capacitación y
reflexión suficientes sobre estos temas suelen aunarse para que en la Sociedad
de la Información el consumo prevalezca sobre la creatividad y el intercambio
mercantil sea más frecuente que el intercambio de conocimientos.
En resumen, la Sociedad de la Información es expresión de las realidades y
capacidades de los medios de comunicación más nuevos que, merced a los desarrollos
tecnológicos que se consolidaron en la última década del siglo: la televisión, el
almacenamiento de información, la propagación de video, sonido y textos, han podido
comprimirse en soportes de almacenamiento como los discos compactos o a través de
señales que no podrían conducir todos esos datos si no hubieran sido traducidos a
formatos digitales270.
La digitalización de la información es el sustento de la nueva revolución informática, y
su expresión hasta ahora más compleja, aunque sin duda seguirá desarrollándose para
quizás asumir nuevos formatos en el mediano plazo, es la red Internet, dado que muta
constantemente en su soporte y modos de acceso.
Si pensamos en los cambios producidos desde la implementación de la Web 1.0 a las
características de la Web 2.0 en breve plazo y la profusión de tecnologías convergentes
como los SmartPhones, nos encontramos con sujetos que están más tiempo
conectados, con adolescentes que, a pesar de lo que se cree, leen más o consumen
más información en diversos formatos y a la vez generan criterios de selección de
contenidos cada vez más específicos y prosumen (producen y consumen) sobre la
Web, constantemente.
En ámbitos internacionales, como la Unión Europea, se han contemplado los cambios
como oportunidades. Por ello se han promulgado normas que regulan y sancionan el
flujo de la información y su uso en mercados emergentes. Un claro ejemplo de ello es la
directiva 98/34/CE de la UE, que plantea la inclusión de los servicios de la sociedad de
la información en el intercambio de bienes como uno más ateniéndose e informando a
los estamentos institucionales de la unión como cualquier otro producto271.
Sociedad del Conocimiento
La “Sociedad del Conocimiento” se caracteriza por la valoración del saber como
principal capital de la vida social y productiva.
La sociedad postindustrial produjo modificaciones en las tareas generando una gran
brecha entre calificación y subcalificación. Esta diferencia no se produce solo en el
interior del mundo del trabajo sino que se trasmite también en la ubicación de los
países y las sociedades en función del acceso al conocimiento como motor del
desarrollo. El saber sobrevuela todo proceso productivo, desde las nuevas industrias de
diseño hasta la industria informática y la creación del mercado de bienes intangibles,
servicios y productos que tienen al conocimiento como principal fuente de creación de
valor.
En el mundo actual, las naciones se complejizan de tal forma que se valora más la
capacitación de sus recursos humanos que sus recursos naturales.
La UNESCO ha adoptado el término “Sociedad del Conocimiento”, o su variante
“Sociedades del Saber”, dentro de sus políticas institucionales. Ha desarrollado una
reflexión en torno al tema que busca incorporar una concepción más integral, no en
relación únicamente con la dimensión económica. Por ejemplo, Abdul Waheed Khan
(subdirector general de la UNESCO para la Comunicación y la Información) describe:
“La sociedad de la información es la piedra angular de las sociedades del conocimiento.
El concepto de ‘sociedad de la información’, a mi parecer, está relacionado con la idea
de la ‘innovación tecnológica’, mientras que el concepto de ‘sociedades del
conocimiento’ incluye una dimensión de transformación social, cultural, económica,
política e institucional, así como una perspectiva más pluralista y desarrolladora. El
concepto de ‘sociedades del conocimiento’ es preferible al de la ‘sociedad de la
información’ ya que expresa mejor la complejidad y el dinamismo de los cambios que
se están dando. [...] el conocimiento en cuestión no solo es importante para el
crecimiento económico, sino también para empoderar y desarrollar todos los sectores
de la sociedad”.
Sin embargo, “no se debería interpretar que el concepto ‘Sociedad del Conocimiento’
describe una sociedad como la actual” [...], sino “que este concepto es más bien la
formulación de una utopía, descrita como una etapa posterior a la era de la información
y a la que se llegaría utilizando tanto los medios tecnológicos, como la instrucción o
educación universal y la humanización de las sociedades actuales” 272.
Sociedad del Conocimiento y Producción
La panacea del conocimiento como motor de la producción humana coincide con la
idea “futurista” donde el hombre actúa de arquitecto de una producción absolutamente
tecnificada, automatizada, producto de la robótica y la informática.
El aporte del conocimiento en el valor agregado de la producción es cada vez mayor;
el valor de la tecnología (y fundamentalmente de la innovación) es el motor del
consumo tecnológico que funciona como “Demand Pull” (ver unidad 1) para el
desarrollo de la industria y el progreso científico.
El conocimiento está distribuido y la división del trabajo, de la mano de la
especialización, el teletrabajo y las transacciones en línea, dibuja un mapa cada vez
más complejo, donde es el conocimiento la moneda de cambio de los procesos
industriales del nuevo milenio.
La disponibilidad de la información, la optimización de procesos y trámites reducen los
costos de transacción de las empresas transparentando el mercado y favoreciendo el
clima de negocios.
Un capítulo especial merecen las políticas denominadas de Open Data (datos
abiertos) adoptadas por varios países de la UE e Inglaterra y los Estados Unidos de
América; consistentes en la publicación de la información pública, de manera que
pueda ser explotada y compartida por empresas, universidades y ciudadanía en
general; bajo el principio de que compartir la información genera mejor calidad de la
información, mayor exactitud en la planificación, promueve el corrimiento de la frontera
tecnológica e incentiva las oportunidades y eficiencia de los negocios. Acerca de este
tema trataremos en la unidad referida a Gobierno Abierto.
E-administración y e-gobierno. Marco referencial del gobierno
electrónico: sociedad de la información y sociedad del
conocimiento en el marco de la globalización
Si bien, como mencionábamos en el capítulo anterior, no existe un concepto
mundialmente aceptado de lo que suele denominarse Sociedad de la Información, la
mayor parte de los autores concuerdan en que a mediados de los años setenta se
iniciaron y consolidaron una serie de procesos y cambios económicos, estructurales y
profundos, que impactaron en la manera con que las sociedades funcionan; es lo que
muchos identifican como la transición de una matriz Estadocéntrica hacia una matriz
mercadocéntrica, en el contexto emergente de la globalización (García Delgado [1997]).
Estos cambios se refieren fundamentalmente a los medios de generación y
distribución de riqueza, los cuales progresivamente se han ido trasladando desde los
sectores industriales a los de servicios; en otras palabras, se advierte que en las
sociedades posmodernas, la mayor parte de los empleos ya no se encuentran
asociados única y exclusivamente con las fábricas de productos tangibles sino con la
generación, almacenamiento y procesamiento de todo tipo de información.
Los sectores relacionados con las TIC desempeñan un papel estratégicamente
importante dentro de la configuración de este nuevo esquema productivo.
Desde la perspectiva de la economía globalizada contemporánea, la Sociedad de la
Información concede a las TIC el poder de convertirse en los nuevos motores de
desarrollo y progreso; esta nueva expresión de organización sociocultural y económico-
productiva, se entiende como la sucesora de la sociedad industrial (lo que otros autores
también denominan sociedades posfordistas o neotoyotistas, en alusión al impacto que
genera la utilización intensiva de las TIC en las formas de organizar y estructurar los
procesos productivos de gran escala).
Es precisamente en este marco que el progresivo uso de las TIC en las actividades de
las dependencias públicas ha adquirido diversos enfoques y denominaciones. Entre
ellas, la más conocida es, sin lugar a dudas, la de gobierno electrónico.
Conceptos de gobierno electrónico. Marco teórico y análisis de
casos
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico
(OCDE), “el gobierno electrónico se refiere al uso de las tecnologías de la información y
comunicación273, particularmente de Internet, como una herramienta para alcanzar un
mejor gobierno” (OCDE [2004]).
Por su parte, numerosos y diversos autores y especialistas en la materia, (Criado, J.
[2002]; Fountain; J. [2003]; Marche, S. [2003]; World Bank [2002]) definen el gobierno
electrónico como el uso que le dan las agencias gubernamentales a las tecnologías de
la información y la comunicación (TIC) con el propósito de transformar sus relaciones y
patas de interacción con los ciudadanos, las empresas e incluso con otros organismos
de gobierno.
Las TIC pueden utilizarse para una gran variedad de propósitos, entre los cuales cabe
mencionar los más relevantes, a saber:
1. Entrega de un mejor servicio a los ciudadanos y empresas
En numerosos gobiernos locales, comunas y municipios de países de América Latina
las administraciones gubernamentales han incorporado a través de sus sitios web
oficiales, mecanismos que posibilitan gestionar diversos trámites administrativos en
forma on line; estableciendo de este modo la conformación de un ámbito estatal que se
encuentra presente e interactúa con actores de la sociedad civil y del mercado, las 24
horas del día, los 7 días de la semana, durante los 365 días del año.
A modo de ejemplo, cabe mencionar que en la ciudad de México las empresas de la
construcción pueden acceder a un digesto jurídico que compila y sistematiza todas las
normas regulatorias, relativas al código de planeamiento urbano. Asimismo, pueden
gestionar trámites de habilitación para el inicio o la ampliación de una obra y pagar
sellados e impuestos del gobierno federal; todo ello, mediante el sitio web del
organismo gubernamental con competencia en la materia.
Sin ir tan lejos, en nuestro país, en el municipio de Rosario, cualquier ciudadano
puede solicitar un turno de atención médica en uno de los doce centros de atención
primaria de la salud que se encuentran en la ciudad, ingresando al Sistema Único de
Atención Ciudadana (SUA) que opera desde la web municipal.
2. Incremento de la transparencia y fortalecimiento de la ciudadanía gracias a
un mayor y mejor acceso a la información
Además de posibilitar la realización de trámites administrativos, diversas
administraciones gubernamentales de la región publican en sus sitios web todo tipo de
información oficial de gobierno, con el objeto de informar a la ciudadanía acerca de las
acciones gubernamentales que se emprenden e incentivarla a tomar parte de
determinados procesos de decisiones públicas.
Un ejemplo de esto lo constituye el gobierno de Porto Alegre, en Brasil, donde el
portal oficial contiene, entre otros ítems, la siguiente información:
– Nómina de autoridades y reparticiones
– Personal: sueldo, cargo y función
– Sistema de Gobierno
– Programas, proyectos y servicios
– Gacetillas de prensa
– Tributos, Compras y Licitaciones
– Administración Financiera y Presupuesto Participativo
En este último ítem se incorpora la opción para que los ciudadanos participen de la
innovadora experiencia de gestión gubernamental que viene implementando la ciudad
de Porto Alegre desde 1989.
De esta forma, los ciudadanos pueden, a través de un foro virtual, expresar sus
opiniones y aportar ideas referidas a la conformación y el monitoreo de la
implementación de partidas presupuestarias específicas, concernientes a la
conservación de los espacios verdes, la extensión del sistema de alumbrado público,
etc.
3. Reducción de los tiempos en la gestión de trámites administrativos hacia el
interior de las burocracias públicas
Los puntos anteriormente mencionados también hacen referencia implícita al uso de
las TIC en el proceso de modernización administrativa del Estado y sus aparatos
burocráticos con los siguientes objetivos:
– Proveer de información para la mejora de la eficiencia de las unidades
administrativas internas.
– Promover actividades que conducen a la informatización de la entrega de
servicios a las empresas y ciudadanos, lo cual implica la integración de los
servicios proporcionados por varias unidades administrativas internas.
– Facilitar actividades que conduzcan a proveer a los ciudadanos el acceso a los
servicios públicos en línea y a toda la información relevante acerca de estos.
Para ello, resulta fundamental tomar en cuenta algunos aspectos centrales
inherentes a todo sistema burocrático, tales como:
– la cultura organizacional;
– la infraestructura instalada (hardware y software);
– la capacitación de los recursos humanos de las burocracias en el uso intensivo
y apropiado de las TIC.
Resulta de vital importancia entender al gobierno electrónico como una compleja y
densa relación entre TIC, procesos, estructuras y culturas organizacionales que se
encuentran al servicio de los distintos tipos de usuarios (que no son otra cosa que los
ciudadanos interactuando en las distintas esferas de la sociedad civil, el mercado y el
Estado).
La mera incorporación de tecnologías de información y comunicación dentro de las
administraciones públicas es una condición necesaria, mas no suficiente, para
desarrollar el gobierno electrónico en forma integral y sistémica, en la medida en que el
ciudadano represente para las burocracias una simple entidad abstracta al mejor estilo
de un usuario indefinido.
Como podemos observar, en palabras de Criado (2004): “de acuerdo a sus
modalidades de implementación, podemos concebir al gobierno electrónico como el
camino por el cual las administraciones gubernamentales pueden proveer información y
servicios, proporcionar servicios de calidad y proveer mayores oportunidades de
participación de la ciudadanía en las instituciones y los procesos democráticos”.
El gran desafío para los gobiernos consiste, entonces, en aprovechar el potencial de
las tecnologías de la información en un proceso integral de innovación continua para
prestar servicios de calidad con vocación social.
Clasificación de los tipos de gobierno electrónico en función de sus
servicios y destinatarios
El gobierno electrónico se orienta fundamentalmente a la atención de tres categorías
de entidades o sujetos (Altaparro [2005] Bhatnagar [2004]):
1. Ciudadanos y organizaciones o asociaciones civiles.
2. Empresas.
3. Entidades gubernamentales y funcionarios públicos.
G2C Gobierno a Ciudadano. Este tipo de gobierno electrónico incluye las
acciones para la entrega de productos y servicios de información y transacción a
los ciudadanos; ejemplos de este tipo de iniciativas son: declaración y pago del
impuesto sobre la renta, impuestos sobre la tenencia de vehículos, licencias para
construcción y búsqueda de empleo, entre otros.
Una tendencia internacional en este tipo de gobierno electrónico es la
denominada “ventanilla única”, la cual es una implementación que permite al
ciudadano acceder a todos los servicios que le ofrece el gobierno desde un solo
portal.
G2B Gobierno a Empresa. Este tipo de gobierno electrónico entrega productos y
servicios de información y transacción a las empresas; ejemplos de este tipo de
iniciativas son: declaración y pago de impuestos, compras al sector público,
impuestos, licencia de nueva empresa y pago de cuotas del seguro social de sus
trabajadores, entre otras.
En este tipo de gobierno electrónico también existe la tendencia a la
implementación de “ventanillas únicas”.
G2G Gobierno a Gobierno. Este tipo de gobierno electrónico está orientado a
satisfacer los requerimientos de otras entidades de gobierno; por ejemplo:
traspaso de información, formulación y seguimiento de presupuestos, etc.
G2E Gobierno a Empleado. Aquí se encuentran las acciones destinadas al
desarrollo de los empleados de las dependencias gubernamentales; ejemplos de
esto son: capacitación, difusión de reglamentos internos, convocatorias y
circulares.
Fases y desarrollo del gobierno electrónico
Estudios Internacionales identifican cinco estados de presencia del gobierno
electrónico: presencia emergente (emerging), presencia mejorada (enhanced),
presencia interactiva, presencia transaccional y presencia completamente integrada
(Forlano [2004]).
Una iniciativa de gobierno electrónico no solo consiste en dotar de infraestructura en
cómputo y telecomunicaciones a las instituciones gubernamentales o implementar
portales Web sino que un proyecto de este tipo implica transformar la relación entre el
gobernante y gobernado, así como la forma en la que se estructura y operan las
entidades públicas.
Toda iniciativa de este tipo para que cumpla con sus objetivos y perdure en el tiempo
debe tener una serie de elementos indispensables. Entre los más importantes podemos
identificar:
– Parámetros claros de evaluación y esquemas de ajustes y refinamiento que
permitan a la iniciativa actualizarse y adaptarse a las necesidades dinámicas.
– Estrategias de comunicación y difusión que informe a los actores acerca del
proceso de adopción e implementación de la iniciativa.
– Mecanismos claros de consensos y legitimación de los componentes de la
iniciativa a adoptarse.
– Profundo conocimiento, por parte de los tomadores de decisión, de las variables
económicas, sociales y políticas que tengan relación con la iniciativa.
– Definición de esquemas de participación de los sectores involucrados, en los
cuales se puede incluir al sector privado y organizaciones de la sociedad civil.
Sin embargo, temas como la seguridad informática, la interoperabilidad y la
colaboración inter e intra dependencias muestran avances poco satisfactorios.
Talón de Aquiles del gobierno electrónico
El e-gobierno tiene como objetivo incrementar la eficiencia, la transparencia, la
accesibilidad y la capacidad de respuesta a las demandas de los ciudadanos y
organizaciones, así como lograr un gobierno competitivo que contribuya a alcanzar las
metas de crecimiento económico y desarrollo social.
El uso de las TIC en el gobierno también tiene el potencial de transformar sus
relaciones con los ciudadanos, las empresas y otras áreas del mismo gobierno (Banco
Mundial [2008];
Gil-García y Helbig [2006]). Sin embargo, la transformación del gobierno mediante el
uso de TIC requiere de cambios institucionales y organizacionales complejos y no
simplemente de la adquisición de hardware y software. En la construcción del e-
gobierno deben considerarse diversos niveles y elementos (Fountain [2001]; Gil-García
[2006]).
Una implementación exitosa del gobierno electrónico debe asegurar el acceso de toda
la población a la información, uso y aprovechamiento de los diversos servicios públicos
que ofrece el gobierno. Los verdaderos beneficios del e-gobierno no están únicamente
en el uso de la tecnología sino en su correcta aplicación a los procesos
gubernamentales y a la generación de valor para los ciudadanos, las empresas y otros
grupos de la sociedad (Dawes & Pardo [2002]; Gant [2003]; Garson [2004]; Kraemer, K.
L. & King [2003]; Pardo and Jiang [2007]).
Una de las aplicaciones más importantes que han ofrecido las TIC es la posibilidad de
modernizar la gestión pública a través de su uso para la prestación de servicios, el
mejoramiento de la operación interna y el fortalecimiento de sus relaciones con
ciudadanos empresas y otros grupos sociales, lo que se ha denominado gobierno
electrónico (e-gobierno). Se completará la información sobre este tema en la clase por
videoconferencia que se realizará en el marco de esta unidad.
Ciudadanía Digital y Open Government
En las unidades precedentes nos referimos al uso de la Web basada en la búsqueda
de una relación dinámica entre los gobiernos y los ciudadanos; en esta unidad, nos
centraremos en dos conceptos que se interrelacionan: Ciudadanía Digital y prácticas de
Open Government.
Ciudadanía Digital
Abordaremos este concepto a partir de los trabajos producidos por el Lic. José Luis
Tesoro
–experto de reconocimiento internacional en la materia–, quien plantea restricciones a
las políticas de e-gobierno tal como se implementan en Latinoamérica. Estas
restricciones las tomaremos en cuenta a la hora de analizar las políticas a implementar.
Tesoro describe la siguiente situación detallada gráficamente (Tesoro y Goldstein
[2008]):
“[…]el GE (está) centrado en las perspectivas, conveniencias e intereses del gobierno
(que) permanece distante –y a veces crecientemente distante– de una perspectiva
centrada en las perspectivas, intereses y conveniencias de las personas, que aquí
representamos como Civismo Digital (CD):
La brecha entre el Gobierno Electrónico y el Civismo Digital. (Gobierno Electrónico y
Civismo Digital se encuentran en la intersección entre Estado, tecnología y sociedad).
Fuente: Tesoro y Goldstein, [2008].
En la parte superior de la figura vemos la situación deseable, donde la oferta de GE
coincide con las necesidades y demandas de las personas. Ello resultaría de un
proceso de mejora continua basado en la participación activa de los ciudadanos en la
definición de lo que necesitan en materia de GE, y de cómo necesitan que les sea
provisto por los gobiernos, lo que consideramos una vía idónea para iniciar el ejercicio
del ‘civismo digital’”.
El autor considera que la brecha entre intereses de ambas partes es la causante de
los siguientes resultados:
– ignorancia de las necesidades mutuas;
– ignorancia de lo que existe y está disponible “del otro lado”;
– redundancia, inconsistencia e incongruencia de la información y los datos
disponibles;
– duplicación de esfuerzos;
– superposición de iniciativas;
– ineficiente asignación de recursos;
– carencia de prestaciones y servicios en áreas prioritarias; entre otras.
A este panorama crítico de las acciones de e-gobierno adicionamos la descripción
que Tesoro señala como la sumatoria de ofertas de servicios de gobierno sin una
perspectiva de la población a la que van dirigidas; o sea, la realización de acciones con
el objetivo de incidir en sujetos desconocidos, o escasamente conocidos, sin tomar en
cuenta la necesidad o el diagnóstico.
Con el fin de saldar esta distancia, Tesoro conceptualiza el Civismo digital como
“[…]un proceso dirigido a fortalecer las interacciones por vía digital entre la sociedad y
el gobierno, tanto a partir del gobierno como de la sociedad, para: (1) el
aprovechamiento masivo de los servicios y prestaciones disponibles, y (2) la mejora
continua de dichos servicios y prestaciones, reduciendo la brecha entre lo ofrecido y lo
necesario para contribuir a una mejor calidad de la ciudadanía (Tesoro [2008b])”.
Y plantea soluciones que incorporan esta perspectiva como un nuevo enfoque que
propone seguir los siguientes lineamientos:
“1. Una visión centrada en la persona para el uso y aprovechamiento de las TIC;
2. una visión multidisciplinaria e integrada para analizar los problemas y sus
posibles soluciones;
3. una perspectiva contextual que contempla el punto de partida real de cada
entorno nacional, estadual o local;
4. una perspectiva comunitaria que contempla al GE como un proceso de
transformación enmarcado en los grandes procesos de transición hacia la
Sociedad de Información y el Conocimiento.
La cuestión central es en qué medida el GE puede contribuir a mejorar los valores y el
funcionamiento de los sistemas democráticos de los países de las Américas; cuál es el
impacto que puede generar el uso del GE en el fortalecimiento de las democracias y la
ampliación de su credibilidad pública, en países que exhiben diversos grados de
insatisfacción con el funcionamiento de sus gobiernos, tanto por las ‘promesas
incumplidas’ como por la escasa capacidad de tratar problemas acuciantes (como la
indigencia y la exclusión social); por el formalismo y el ritualismo, por el distanciamiento
entre representantes y representados, por la pertinaz opacidad (fuente de desconfianza
y sospecha), entre otros factores” (Tesoro [2008]).
Seguidamente describe las fortalezas de las estrategias centradas en el Civismo
Digital y confronta las dos visiones (paradigma tradicional gobiernocéntrico y paradigma
emergente centrado en la perspectiva del ciudadano).
Paradigmas y creencias en e-gobierno en Iberoamérica
Paradigma tradicional Paradigma emergente centrado en la
gobiernocéntrico perspectiva del ciudadano
El e-gobierno es un derecho de los
ciudadanos y debe incluir prestaciones
El e-gobierno es una
para satisfacer
dádiva que el gobierno
–de manera efectiva y eficiente– sus
“brinda” (como convite) a la
necesidades de información, de servicios,
sociedad.
de control y de participación en la gestión
pública.
El e-gobierno constituye –
por sí mismo– un “atajo”
para recuperar años de La concreción de los potenciales
rezago administrativo y un beneficios del e-gobierno está críticamente
“trampolín” para aumentar condicionada por factores político-
sustancialmente la eficacia, institucionales, culturales, administrativos y
la eficiencia y la organizacionales de las administraciones
transparencia de la gestión públicas y de las sociedades.
pública y del servicio al
ciudadano.
El e-gobierno resulta prácticamente
intrascendente si no contribuye –como
Las prestaciones de e-
herramienta confluente con programas de
gobierno deben responder a
reforma institucional y modernización
las estructuras y a las
administrativa– a transformar valores,
lógicas burocráticas
estructuras y procesos que priorizan
imperantes, dado que ellas
intereses y pugnas político-burocráticos en
garantizan la ecuanimidad.
detrimento de las necesidades, demandas
y expectativas de los destinatarios.
El GE es innovador y
beneficioso por sí mismo,
prescindiendo de que los El carácter innovador y beneficioso del
valores político-burocráticos, GE está estrictamente determinado por la
las estructuras, las normas, sucesiva mejora de la calidad de vida de
los procesos y los las personas y de sus comunidades.
procedimientos
permanezcan invariables.
El conocimiento y la
decisión acerca de lo que
El conocimiento acerca de las demandas
puede o no hacerse en e-
y necesidades por satisfacer a través de e-
gobierno reside
gobierno reside más en los integrantes de
exclusivamente en las
la sociedad que en las burocracias –
burocracias
políticas, administrativas y técnicas–
gubernamentales (políticas,
gubernamentales.
administrativas y técnicas),
no en los destinatarios.
Fuente: Tesoro y Goldstein, [2008].
El autor diferencia el “brindar” del “servir” como lógicas distintas que determinan la
relación entre Estado y Sociedad; lo podemos ver en el cuadro a continuación:
Lógica del “servicio” y lógica del “convite”.
Contexto y factores condicionantes para el e-gobierno en América Latina
Paradigma
tradicional Paradigma emergente
Lógica del Lógica del “servicio”
“convite”
Proviene de la
relación del
soberano
Es propia de la relación de los representantes y
(emperador o
mandatarios con los ciudadanos, con el pueblo (el
monarca) con
auténtico soberano) en regímenes democráticos y
los súbditos en
republicanos.
regímenes
absolutistas y
totalitarios.
Responde a la
Responde al deber de “servir”, el cual implica
discrecionalidad
compromiso con un conjunto de imperativos en el
del “brindar”,
modo de vivir, ejercer y cumplir la misión asignada, en
que denota
función de determinados valores, principios y normas
“ofrecer
de conducta: a) concertación: acordar los términos del
voluntariamente
mandato, representación o servicio por prestar, b)
a alguien algo,
responsabilidad: actuar conforme a lo acordado y
convidarle con
responder directamente por la naturaleza y
ello, ofrecerse
consecuencias de los propios actos y decisiones, c)
voluntariamente
integridad: cumplir con probidad, d) equidad: dar a
a ejecutar o
cada cual lo que le es debido, e) veracidad: informar
hacer algo”. Por
conforme a la realidad de los hechos, f ) transparencia:
su naturaleza,
actuar con claridad y dar a publicidad los actos sin
no está sujeta a
ocultar nada que deba ser conocido, g) temporalidad:
los imperativos
plazo del mandato, h) control: atenerse a los
de la lógica del
mecanismos de control y facilitar su operación.
“servicio”.
Factores condicionantes de una eventual transición
a) Un conjunto de factores político-burocráticos y contextuales
inhiben y bloquean la posibilidad de una transición sostenida de los
gobiernos y del e-gobierno desde la lógica del convite hacia la del
servicio.
b) Las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) llegaron a
las administraciones públicas promovidas y apadrinadas por
determinados actores (activadores internos, organismos de
financiamiento, consultores, firmas proveedoras, entre otros) con
objetivos e intereses relativamente distintos a los de los
destinatarios de las prestaciones gubernamentales.
c) La presión social no opera como factor favorable para la
transición debido a actitudes de temor, indiferencia, displicencia,
escepticismo, desconfianza o resignación.
Fuente: Tesoro y Goldstein, [2008].
Por último, Tesoro confronta los paradigmas tradicionales desde la nueva perspectiva
de CD (Civismo Digital) modificando las representaciones que se encuentran en el
anclaje tradicional del e-gobierno y propone un vocabulario que incorpora las
necesidades sociales como centro de cuestión, análisis y planificación de políticas de e-
gobierno:
Confrontación de paradigmas: e-gobierno centrado en los gobiernos vs. e-gobierno
centrado en las personas
e-gobierno desde el
e-gobierno tradicional:
Conceptos Civismo Digital: centrado
centrado en los gobiernos
en las personas
énfasis humano, para
énfasis tecnológico y superar toda eventual
Accesibilidad
ergonómico limitante en la posibilidad
de acceso
determinada por integradora en términos
Cooperación afinidades e intereses de prioridades de los
político-burocráticos destinatarios finales
determinada por
condicionada por factores
Estandarización intereses y factores
sociales y humanos
políticos y tecnológicos
pautada por la
pautada por la perspectiva
Evaluación perspectiva de
de los destinatarios
financiadores y expertos
dirigida tanto a agentes
concentrada en agentes
Formación públicos como a
del sector público
destinatarios finales
condicionada por autoinclusión individual e
Inclusión limitaciones del sector inclusión comunitaria y
público y de la sociedad solidaria
condicionada por plenas atribuciones
Información voluntad e intereses de ciudadanas para demandar
integrantes del sector y exigir información de
público y de la sociedad interés público
pautada por intereses,
pautada por intereses y
posibilidades y
Integración prioridades de los
prioridades del sector
destinatarios finales
público
condicionada por la
determinada por las
disposición y las
Interacción necesidades de los
limitaciones del sector
destinatarios finales
público
condicionada por
determinada por las
limitaciones y pugnas
Interoperabilidad necesidades de los
político-burocráticas (“no
destinatarios finales
se puede”)
condicionado por las
prioridades,
abierto a las prioridades
Planeamiento conveniencias y
de los destinatarios finales
limitaciones del sector
público
condicionado por determinado por
compartimentos y necesidades del sector
Procedimiento
limitaciones político- público y conveniencias de
burocráticos los destinatarios finales
condicionada por la nítidas y expresas ante
Responsabilidad
tendencia a la dilución los destinatarios finales
condicionada por determinada por
Seguridad prioridades y limitaciones prioridades de destinatarios
del sector público finales y del sector público
condicionado por las
prioridades, determinado por las
Servicio conveniencias y necesidades y prioridades
limitaciones del sector de los destinatarios
público
Fuente: Tesoro y Goldstein, [2008].274
En el parágrafo siguiente, veremos cómo desde la perspectiva del CD, enmarcada en
las características de la Web 2.0, encontramos dos caminos que confluyen y diseñan
una nueva perspectiva en la relación ciudadano-gobierno. Asimismo veremos un
impulso al llamado “gobierno en red”; las iniciativas de Gobierno Abierto.
Intermediación Integración
La Web ha cambiado y nos ha cambiado
En pos de comprender el surgimiento de las nuevas formas de relación gobierno-
ciudadanía describiremos, en principio, cómo la Web ha mutado transformando su
concepto desde el “portal” o la página (como la conocíamos hace unos años) a la
conformación de una red de plataformas de producción y consumo de información con
una lógica distribuida y distributiva.
Desde la aparición de Internet, que ya hemos comentamos con más detalle, la red de
redes ha intercambiado y acumulado información en diversas arquitecturas influidas por
tres factores:
• La capacidad de las herramientas tecnológicas (hard y soft) para soportar,
direccionar y transmitir información.
• La proliferación del buscador como puerta de entrada y motor de las reglas de la
Web.
• El crecimiento de las redes sociales y el surgimiento de los prosumidores.
• El crecimientos del flujo de información, su expansión, la capacidad de rápida
búsqueda, la proliferación de los blogs y páginas personalizadas, la transmisión
de archivos peer to peer y los repositorios gratuitos de software son fenómenos
montados en las mayores capacidades tecnológicas.
• Mejor acceso, más velocidad, aplicaciones inteligentes, el agenciamiento de
porciones de la red donde un ciudadano (por medio de una contraseña) permite el
acceso a su información publicada y muchos fenómenos relativamente nuevos,
forman parte de lo que llamamos la Web 2.0.
¿Cuáles son las diferencias con el período de la página web plana?
Intentaremos resumirlo y explicarlo con un gráfico comparativo. Si recurrimos a la
Wikipedia, nos encontramos con la siguiente definición sobre la nueva red:
(La Web 2.0) “El concepto original del contexto, llamado Web 1.0 era páginas
estáticas programadas en HTML (Hyper Text Mark Language) que no eran actualizadas
frecuentemente. El éxito de las .com dependía de webs más dinámicas (a veces,
llamadas Web 1.5) donde los CMS Sistema de gestión de contenidos (Content
Management System en inglés, abreviado CMS) servían páginas HTML dinámicas
creadas al vuelo desde una actualizada base de datos. En ambos sentidos, el
conseguir hits (visitas) y la estética visual eran considerados como factores
importantes.
Los teóricos de la aproximación a la Web 2.0 creen que el uso de la web está
orientado a la interacción y redes sociales, que pueden servir contenido que explota los
efectos de las redes, creando o no webs interactivas y visuales. Es decir, los sitios Web
2.0 actúan más como puntos de encuentro, o webs dependientes de usuarios, que
como webs tradicionales”275.
En un concepto más amplio y acorde con la modificación tecnológica no dice:
(es…) “La reinvención de la manera en que la información circula por la red,
democratizando y poniendo a disposición de todos los usuarios la capacidad de
programar el comportamiento de diferentes flujos de datos que interactúan entre sí de
maneras hasta hace poco inimaginables.”
Gráficamente, podemos comparar estas etapas de la web tomando en cuenta las
características y cambios en el uso y en la producción de los sitios que nombramos,
originalmente, páginas y, en la actualidad, plataformas web.