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conculcatoria
de un derecho
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Agosto de 2022
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia
Índice.
PRESENTACIÓN5
INTRODUCCIÓN7
BIBLIOGRAFÍA179
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 7
central de las mismas es el establecimiento de instrumentos normativos que
reconocen los derechos vitales de las personas y las colectividades a gozar de
un entorno ambiental sano y perdurable.
Sin embargo, en los últimos años, han venido siendo cada vez más frecuentes
las denuncias y evidencias de vulneración de esos derechos reconocidos y
garantizados. Más aún, en este lapso, Bolivia se ha convertido en uno de los
países con mayores problemas ambientales, con mayor destrucción de la
naturaleza y mayor pérdida de biodiversidad en todo el mundo1. Al mismo
tiempo, es uno de los mayores emisores de carbono a la atmósfera per cápita.
Estos datos, por sí solos, revelan la dramática ineficacia de las avanzadas
reformas legales e institucionales adoptadas por el Estado boliviano en
defensa de la madre tierra y de los pueblos indígenas, y generan inquietantes
dudas y presagios sobre el futuro de los mismos.
8 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
los derechos indígenas, resulta apremiante la necesidad de analizarla en la
perspectiva práctica de establecer criterios, idealmente estratégicos, para
orientar la defensa eficaz de los bienes y derechos gravemente vulnerados.
Es este, precisamente, el propósito del presente estudio. No obstante, dada
la compleja amplitud de la problemática en cuestión, al mismo tiempo
que explicitar las limitaciones para abordarla en la presente iniciativa,
es indispensable delimitar el campo de estudio. En este sentido, se ha
considerado apropiada una doble delimitación: en el ámbito material y en
el jurídico. Respecto al primero, se ha optado por restringir el análisis a las
industrias extractivas del subsuelo, la minería y la explotación hidrocarburífera,
y a la construcción vial, específicamente de carreteras y ferrocarriles, por
cuanto tales rubros de actividad se encuentran entre los de mayores impactos
negativos sobre el medio ambiente, así como entre los más problemáticos
frente a la vigencia de los derechos indígenas.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 9
Foto: archivo CEJIS.
LA PROBLEMÁTICA JURÍDICA
BÁSICA DE AFECTACIÓN A LOS
DERECHOS DE TERCEROS POR LA
MINERÍA Y LA CONSTRUCCIÓN VIAL
1.
1. El marco jurídico tradicional
La necesidad social de afectar la propiedad privada, y especialmente de la
tierra, en las situaciones concretas en las que lo requiere el uso de la misma en
obras o actividades de interés general, parece ser tan antigua como la propia
propiedad privada y el Estado, constituido siempre en el ejecutor de dicha
afectación. Así, suelen ser muchas tales obras o actividades, y, entre ellas, han
venido teniendo creciente importancia económica la construcción de vías de
transporte y la extracción de recursos del subsuelo, de las que se ocupa el
presente estudio. El instituto jurídico que centralmente, y en el transcurso de
la historia larga, ha resuelto esta necesidad de afectar la propiedad privada en
aras al interés general, sin desconocer derechos, ha sido el de expropiación.
Guillermo Cabanellas (LAWI, 2019), jurista cuya obra tiene especial relevancia
doctrinal para el derecho en el continente, y aun más allá, define el instituto
de la expropiación como “Desposeimiento o privación de la propiedad,
por causa de utilidad pública o interés preferente, y a cambio de una
indemnización previa”. Esta definición traduce el concepto jurídico que ha
adquirido ya alcances universales en el derecho positivo, siendo básicamente
recogido en el común de las legislaciones en el ámbito mundial. En estos
amplios alcances se inserta también la legislación boliviana, cuyo código civil,
respecto a la expropiación, se ciñe a ese concepto con ciertos matices que se
comentarán más adelante.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 11
la propiedad privada en función de las obras y actividades de referencia
concurre también el instituto jurídico de la servidumbre, aunque en condición
secundaria respecto a la expropiación. En armonía —también en este caso—
con la doctrina jurídica de aceptación general y con el más amplio derecho
comparado, el Código Civil boliviano (art. 255) define la servidumbre en los
siguientes términos:
12 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
2. Los elementos esenciales de la expropiación
En el propósito de una cabal comprensión del concepto jurídico de
expropiación, es conveniente detenerse a precisar sus tres elementos
esenciales, claramente revelados en la citada definición de Cabanellas. Se
trata pues del efecto traslativo de dominio, del fundamento de la utilidad
pública, y de la necesaria indemnización.
3 En términos simples, cabe entender los bienes de dominio público como aquellos que
son del patrimonio del Estado en su totalidad, y no del patrimonio privado de entidad
estatal alguna. A algunas de estas les corresponde solo su protección y administración. Por
definición son inalienables, y los particulares solo pueden obtener, eventualmente, su uso
temporal y condicionado por vía de concesión administrativa.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 13
en general (carreteras, caminos, calles, vías férreas, plazas e infraestructuras
similares) son precisamente el ejemplo de objeto de dominio público más
caracterizado en la doctrina del derecho administrativo, e invariablemente
considerados en esa condición por el derecho positivo. Pero en otros casos,
como los de la expropiación minera y petrolera (relativa al otro ámbito temático
específico de este estudio), la tierra expropiada pasa al dominio privado de
personas de derecho público, tanto si se trata de entidades estatales, o de
derecho privado, como si se trata de operadores particulares. En estos casos
tampoco se adquiere la propiedad propiamente dicha del bien expropiado,
pues el dominio adquirido ni es indefinido ni otorga libre disponibilidad sobre
aquel, como es característico de la relación jurídica de propiedad. En efecto,
el uso de la tierra expropiada queda estrictamente restringido a las actividades
productivas que justificaron la expropiación, y una vez definitivamente cesadas
estas, retorna al patrimonio del que fue desapropiada4.
14 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Por otro, la propiedad de la parcela individualmente titulada (como pequeña
propiedad) que un comunario abandona prolongada o definitivamente,
creando la necesidad social de recuperar su uso productivo, pasa a la
propiedad comunitaria de la comunidad respectiva, o, si es su voluntad, a la
propiedad individual de otro comunario designado por ella.
6 La diferencia más apreciable estriba en que mientras los bienes de dominio público
son inalienables por definición, en algunos casos de tierras fiscales no disponibles,
desapareciendo la necesidad fáctica que les dio esa condición, sería admisible la
constitución de derechos propietarios sobre las mismas, levantándose previamente su
condición de no disponibles.
7 En el caso de las tierras fiscales no disponibles correspondientes a las áreas protegidas
integradas al sistema nacional de áreas protegidas, las más importantes y extensas en
Bolivia (con una superficie agregada de alrededor de 20 millones de hectáreas), la entidad
pública que ejerce esta función de administración y resguardo es el Servicio Nacional de
Áreas Protegidas (SERNAP).
8 Sin embargo, es importante considerar que los regímenes de protección de la biodiversidad
que ameritan las áreas protegidas no siempre son absolutamente incompatibles con las
prácticas productivas, muchos de ellos admiten en su área, sin perder eficacia, actividades
productivas de subsistencia por parte de comunidades campesinas e indígenas. Por
ello, la condición de no disponible de las tierras comprendidas en las áreas protegidas
obedece a la previsión hecha en su respectivo instrumento legal de creación con respecto
a su compatibilidad con asentamientos humanos. Más aún, con alcance general, la Ley
Nacional del Medio Ambiente ha establecido la compatibilidad de las áreas protegidas
con los territorios indígenas, y, como se verá más adelante, la práctica ha ratificado la plena
pertinencia de tal precepto legal.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 15
Por otra parte, pero siempre a propósito del primer elemento esencial a
la relación de expropiación, debe advertirse, como no llega a mencionarlo
Cabanellas en su definición, que la traslación de dominio no es potestativa
de los sujetos involucrados, como ocurre en el común de las relaciones
jurídicas de esa función, sino que es forzosa o necesaria, lo que se determina
por mandato de la ley, y se ejecuta con la intervención directa y, en su caso,
compulsiva de la autoridad pública competente.
16 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
favor del sujeto expropiado, retribuyendo o compensando la traslación de
dominio del bien expropiado, de acuerdo con el valor real del mismo. Este
componente de la estructura jurídica examinada comprueba que, como se ha
anticipado, la prevalencia del interés general sobre los derechos particulares
en que se funda el instituto no supone el desconocimiento de estos, sino
que su reconocimiento tiene la expresión eficaz de la indemnización. De
no existir este reconocimiento materializado en la indemnización, y dado
el carácter forzoso que la voluntad estatal impone a la relación, se estaría
más bien ante una confiscación. De acuerdo con las definiciones normativas
y doctrinales más frecuentes al respecto, la indemnización debe ser justa
y previa a la desposesión que tiene por objeto compensar. Lo primero
no siempre alude a que su cuantía cubra el valor de mercado del bien
expropiado (como cabe entender en principio), sino que, en no pocos casos,
la noción de justicia, volviendo a privilegiar el interés general, establece
precios inferiores, como los que suelen corresponder al valor catastral de
los bienes inmuebles expropiados. Lo segundo ha tenido también notables
variantes en el panorama del derecho comparado, pues en determinados
contextos históricos, las indemnizaciones expropiatorias se han pagado en
bonos ejecutables en el mediano o largo plazo10.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 17
importancia de las industrias minera y petrolera en la economía global, y
la de sus operadores-propietarios en el poder mundial, ha generalizado
que los Estados establezcan en sus respectivas legislaciones el carácter de
utilidad pública de esas industrias de modo permanente, integral y general,
e independientemente de las particulares características e impactos de sus
operaciones concretas.
18 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
asumida esta doble causal, estableciéndose la utilidad pública y “Cuando
la propiedad no cumpla una función social” como causales de expropiación
(art. 108, parágrafo I). Con la data señalada, la Constitución ha adoptado
el precepto mencionado vinculándolo a las causales de expropiación.
Fortaleciéndolo significativamente, el texto constitucional vigente condiciona
el derecho a la propiedad privada al cumplimiento de una función social,
y la garantía de la propiedad privada a que “el uso que se haga de ella
no sea perjudicial al interés colectivo” (art. 56, parágrafos I y II). Si bien la
causal de expropiación a continuación estipulada en dicho texto es solo
la de “necesidad o utilidad pública, calificada conforme con la ley” (art. 57),
es pertinente asimilar a ellas, en los procesos de expropiación concretos y
en las propias leyes especiales que los regulen, el interés, o necesidad, de
superar el incumplimiento de la función social y evitar el perjuicio al interés
colectivo, como lo revelan la doctrina jurídica, la jurisprudencia y hasta el
propio derecho positivo.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 19
desencadenamiento y agravamiento de la crisis ambiental a escala planetaria,
y la decisiva incidencia que tienen en ella las industrias extractivas de
referencia, han venido siendo cada vez más relevantes entre estas obligaciones
representativas de la función social o, cuando menos, del interés general de la
sociedad, las relativas a la protección del medio ambiente. Consiguientemente,
es una previsión común en las respectivas leyes especiales, que los derechos
patrimoniales que permiten estas operaciones industriales se extingan a
consecuencia del incumplimiento de las obligaciones mencionadas, mediante
distintas relaciones jurídicas según la obligación incumplida.
20 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
de otras actividades, a las colectividades directamente afectadas por ellos,
independientemente de los derechos ambientales de toda la sociedad. Entre
ellos tiene a su vez relevancia central, dado su papel protector e integrador de
otros derechos, el derecho a la consulta. La vigencia real de estos derechos,
y no su sola declaración formal, constituye el principal medio jurídico para
superar la drástica exclusión que los legítimos intereses de individuos y
colectividades, directamente afectados por los proyectos mineros, petroleros
y viales, sufrieron largamente en el marco jurídico que definió el poder global
sobre las soberanías nacionales para reproducir el capital que lo origina y
conduce. Es el marco normativo cuyas principales estructuras, como se
ha visto, consagran privilegios de expeditiva ejecución garantizada por los
mecanismos supremos de la institucionalidad pública, y que se hacen aún
mayores en el terreno de los hechos, como se verá luego a propósito de su
devenir en la realidad boliviana.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 21
ambientales de distinta titularidad13. En suma, la demanda o ejercicio de
los derechos colectivos que asisten a las comunidades o colectividades
locales en resguardo del medio ambiente y sus bienes naturales se ha venido
constituyendo, crecientemente y a diferente escala, en uno de los principales
mecanismos jurídicos de contención frente a los impactos socioambientales
que producen operaciones como las de explotación minera e hidrocarburífera,
y de construcción vial, en perjuicio de la sociedad toda, y no solo de las
colectividades directamente involucradas.
13 Elocuentes ejemplos de este fenómeno en la actual problemática ambiental del país, son
los casos de las operaciones hidrocarburíferas en la Reserva de Tariquía y las proyectadas
represas de Bala y Chepete. En ellos, el interés ambiental de toda la sociedad boliviana se ha
visto claramente representado y eficazmente defendido por las respectivas comunidades
indígenas locales.
22 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 23
Foto: archivo CEJIS.
LOS DERECHOS COLECTIVOS SOBRE
EL MEDIO AMBIENTE Y LOS BIENES
NATURALES EN EL ORDENAMIENTO
LEGAL BOLIVIANO
2.
1. La exclusión jurídica como antecedente histórico
La larga trayectoria histórica de la legislación boliviana en el campo de las
industrias extractivas del subsuelo está contenida en el derecho minero, pues
la actividad hidrocarburífera recién comenzó a desarrollarse en el país, con
continuidad y relevancia económica, a comienzos del siglo XX, y su primer
instrumento normativo sectorial data recién de la segunda década de ese
siglo. Más aún, incluso hasta el presente, aunque desarrollando una creciente
especificidad sectorial, las estructuras jurídicas básicas del derecho petrolero
provienen del derecho minero, lo que, como es comprensible, deriva de la
similitud material de ambas industrias. En cuanto a la construcción vial, ha
sido regulada siempre, y sin mayores variaciones en los temas del presente
estudio, por el derecho civil, incluyendo la afectación de derechos de terceros,
centralmente regida por la relación jurídica de expropiación.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 25
(y no casualmente, como se verá) el de la minería. En efecto, salvando fugaces
y fallidos intentos por superarla14, la legislación minera del régimen colonial
español estuvo formalmente vigente hasta 185215, y realmente hasta 1880,
pues el Código de 1852 fue básicamente su prolongación (Pacheco, 1954: 95).
26 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Si estas razones son aplicables en todas partes (la necesidad de desarrollar
la minería como industria pública), lo son más especialmente en Bolivia,
de la que se ha dicho que su nombre es sinónimo de minería. Su riqueza
en oro, plata, hierro, estaño, cobre, azufre, arsénico, antimonio, bismuto,
platino, mercurio, bronce, galena, blenda y petróleo es inmensa y los
mineros, salvando excepciones señaladas, llevan una vida depauperada,
insana y aflictiva (Pacheco, 1954: 35).
La causa de ello era que la legislación minera ignoró, y no porque sus autores
no la conocieran, gran parte de la realidad agraria que las operaciones
mineras afectarían, concretamente la realidad indígena de la región andina
del país. Las comunidades indígenas de la región habían logrado retener el
dominio de significativos residuos de sus territorios ancestrales18, resistiendo
el violento intento de despojarlas de esas tierras y disolverlas a ellas mismas
que supuso la exvinculación, y principalmente gracias al insustituible aporte
de su producción para la alimentación de la gran mayoría de la población
nacional y para el erario fiscal. Sin embargo, hasta 1953, precisamente por
18 Según los datos del Censo Agropecuario de 1950, en aquel momento la tierra de las
comunidades indígenas todavía ascendía a cerca de 7 millones de ha (Rivera, 1986).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 27
su persistencia de fondo en el propósito exvinculatorio, el Estado solo
excepcionalmente acreditó la propiedad colectiva de las comunidades
indígenas sobre sus tierras ya sea con el correspondiente título ejecutorial,
o algún otro medio jurídico de igual claridad.
28 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
exclusión de las comunidades indígenas y de su territorialidad afectada por
las crecientes y expansivas operaciones mineras. Es recién concluyendo el
siglo XX, con la aprobación boliviana del Convenio 169 de la OIT en 1991,
cuando se altera, sobre todo en la formalidad jurídica, la exclusión y la
desprotección indígena frente a las industrias extractivas. En ese contexto
jurídico, como se verá más adelante, el instituto que principalmente aporta
los inéditos derechos indígenas en el sector es la consulta22, pero como se
verá también más adelante, hasta ahora han tenido muy pobre eficacia en
la realidad concreta.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 29
modalidades, ha obedecido al influjo social y político convergente
desde dos ámbitos. Por una parte, aunque secundariamente, el de la
comunidad internacional, y por otra, y fundamentalmente, el del proceso
histórico boliviano.
30 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
hombre con la naturaleza como condición insoslayable para el logro de
ese propósito, amplios sectores de la sociedad, desde distintos ámbitos
organizativos eventualmente prolongados a determinados segmentos de la
estatalidad, han percibido en las relaciones que muchos pueblos indígenas
mantienen con su entorno natural las condiciones de equilibrio (así sean
solo relativas, parciales y precariamente preservadas de la adversa influencia
global) básicamente necesarias para superar la intensa depredación que la
sociedad humana viene perpetrando sobre la naturaleza, condenándose a sí
misma (Descola y Pálsson, 2001).
De este modo, las políticas que los Estados y los organismos internacionales
han venido adoptando en respuesta a la creciente crisis ambiental planetaria,
y —en diverso grado— al influjo de la presión de la sociedad civil23, han incluido
generalmente, aunque con distinta solidez y eficacia, el reconocimiento de
los derechos colectivos sobre el medio ambiente y los bienes naturales, y con
particular importancia los relativos a los pueblos indígenas. Así, a partir de las
normas positivas adoptadas en los instrumentos de derecho internacional
público, y especialmente del derecho internacional de derechos humanos, la
23 En todo caso, dicha influencia de la sociedad civil no quita la que de modo dominante
ejercen sobre esta misma institucionalidad internacional, y el común de los Estados, las
industrias extractivas transnacionales como avanzada del capital global.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 31
doctrina que las sustenta e interpreta, y la jurisprudencia que las aplica de modo
articuladoalaslegislacionesnacionales,sehaconfiguradoyaloquecabereconocer
como un nuevo derecho indígena (CIDH; 2010, Rodríguez-Piñero, 2006).
El sentido ideológico —y la novedad principal— de este derecho indígena es,
en general y sin prescindir de la controversia, su sentido de reconocimiento
protector y su tendencia a la superación de la dominación colonial.
32 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
claros y resueltos y, en algunos casos, los ha profundizado mediante la
complementación conceptual. Esto último ocurre respecto al instituto de
la consulta, al que la Declaración de Naciones Unidas incorpora la finalidad
del consentimiento obtenido en las condiciones ya previstas por el Convenio
para la consulta misma (previo, libre, informado, de buena fe y regido por
la institucionalidad propia de la comunidad consultada). Finalmente, la
importancia de estos instrumentos jurídicos internacionales, que representan
el conducto principal de la incidencia externa en la adopción legal de los
derechos colectivos indígenas en Bolivia, se ha hecho aún mayor al adquirir
el supremo rango constitucional, como resultado de la integración de los
instrumentos normativos internacionales de derechos humanos suscritos
por el Estado boliviano al bloque de constitucionalidad, determinada por la
voluntad de la Asamblea Constituyente que elaboró el texto constitucional
en vigencia (Tamburini, 2017).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 33
La mejor demostración de lo anterior, revelando además su vínculo crucial
con la problemática de este estudio, está en el tratamiento de los derechos
colectivos indígenas en la legislación especial que regula la explotación
hidrocarburífera, ámbito estatal en el que se produjeron, y luego revirtieron,
importantes realizaciones del proceso de cambio. La inclusión de los
derechos de los pueblos indígenas en la Ley de Hidrocarburos vigente, como
se examinará minuciosamente más adelante, tiene características de claridad,
solidez y efectividad, lo que resulta particularmente notable en el panorama
histórico de los derechos indígenas en la legislación boliviana, e incluso en el
del derecho comparado en la materia. No hay duda de que estos contenidos
de la ley25 constituyeron una sustancial realización del proceso de cambio,
pues al mismo tiempo de producirse en un ámbito fundamental del Estado
(el del derecho), significan una significativa modificación en el mismo, en el
sentido del horizonte transformador globalmente perseguido por la fuerza
social que los impuso contra la voluntad del poder constituido. Pero esta
evidente realización no es obra del Gobierno del MAS. La Ley de Hidrocarburos
se aprobó en mayo de 2005, antes de constituirse este, y fue promulgada por
el presidente interino, Hormando Vaca Díez, aunque la bancada parlamentaria
del MAS, en todo caso minoritaria, se posiciono a su favor.
25 Adviértase que también la reforma tributaria del sector, que incrementó sustancialmente la
percepción fiscal de la renta hidrocarburífera, y a la que suele aludirse como nacionalización,
proviene más de esta ley que de los decretos supremos dictados en la materia por el
Gobierno de Evo Morales.
34 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
promovió las inversiones transnacionales en el sector, han logrado
impedir hasta ahora la expropiación de tierras comunitarias —indígenas y
campesinas— en beneficio de las empresas petroleras.
26 A objeto de una mayor ilustración de este vínculo, es pertinente la siguiente afirmación: “La
convergencia ideológica y programática que el movimiento campesino y el movimiento
indígena de las tierras bajas alcanzaron en torno a la reivindicación del territorio indígena,
y mediante sus estratégicamente coincidentes propuestas de reforma legal, ha tenido
extraordinaria trascendencia histórica. […] ha sido la principal simiente programática
de la amplia movilización de la sociedad boliviana que, encabezada por esos mismos
actores sociales, devino en el proceso de cambio. La mayor muestra de esa trascendencia,
está en el evidente y sólido vínculo conceptual entre aquellas demandas indígenas
fundamentalmente territoriales, y los preceptos de más profundo sentido transformador
contenidos en el nuevo texto constitucional, y resultantes de la referencia programática
central que el Pacto de Unidad brindó a la amplia participación popular en el proceso
constituyente” (Almaraz, 2019: 108).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 35
significativo. No obstante, su ámbito social holgadamente más extenso, casi
total, es el de la realidad territorial indígena, en todo caso, incluyendo en él
a las comunidades rurales que asumen una identidad preponderantemente
campesina sin renunciar por ello a su condición indígena, lo que las dota de
los derechos indígenas reconocidos por el Estado boliviano. Como se verá a
continuación, puede afirmarse que, en Bolivia, la generalidad de los derechos
colectivos sobre el medio ambiente y la naturaleza fueron concebidos,
formulados, demandados y reconocidos bajo la noción específica de los
territorios indígenas, y que la mayor parte de su desarrollo, hasta hoy,
conserva ese fundamento.
36 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
extenso27 reconocimiento estatal concreto de los territorios indígenas
en Bolivia ha capitalizado ambas limitaciones históricas. Así, los territorios
reconocidos no solo se sustentan materialmente en el dominio físico que los
pueblos y comunidades indígenas han logrado conservar sobre determinados
espacios territoriales, o recuperar sobre algunos otros (siempre valiéndose
de la debilidad de la ocupación colonial), sino que se sostienen social e
ideológicamente, con variantes significativas pero no esenciales, en las
estructuras ancestrales que han organizado desde el pasado precolombino
la interrelación de las sociedades indígenas con su entorno natural y, en ese
marco totalizador, también las han organizado a ellas mismas. Por ello, tales
territorios constituyen la continuidad en la apropiación (o la reapropiación)
indígena de espacios y recursos de su dominio histórico fundamentalmente
por medio de las estructuras sociales de carácter comunitario con las que la
ejercieron desde el pasado precolonial (Almaraz, 2019).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 37
La demanda movilizada de aprobación del Convenio 169 de la OIT, con la que
se constituía y emergía el movimiento indígena de las tierras bajas en 1999
(Lehm, s. f.), no obedecía únicamente al razonamiento preponderantemente
instrumental de dar al inmediato reconocimiento —o creación— de territorios
indígenas el respaldo normativo del que carecía en la legislación boliviana.
Respondía sobre todo a la correspondencia esencial entre la sociedad
indígena y su interrelación con su entorno natural, que se exigía respetar al
Estado boliviano, y el concepto que designaba el Convenio con el término de
territorio. El sentido de integralidad en dicho concepto está evidentemente
dado en la noción de hábitat, a la que el propio Convenio remite como
significado de territorio. Esta correspondencia no es casual, expresa más
bien, como se lo ha mencionado ya líneas atrás, la penetración de las
concepciones y demandas indígenas en la institucionalidad pública
internacional, por vía de las nuevas corrientes del pensamiento social y la
producción académica. Así, lo que ante todo se buscaba con la aprobación
del Convenio por parte del Estado boliviano, era que este reconociera, con
su claro significado fundamental, el derecho, comunitario y por lo tanto
colectivo, principal para la existencia y reproducción de los pueblos indígenas.
Este reconocimiento abstracto, haría viable y sólido el que se demandaba
también en el plano concreto con la creación de los primeros territorios
indígenas (ibid.), y que en poco tiempo adquiriría proporciones enormes.
38 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Ante este problema, fue necesario que el derecho al territorio actuara como
precepto matriz, inicial y básicamente establecido en el derecho agrario28,
que se desplegaría en la legislación especial vinculada a él, en sentido
transversal. Es decir, el derecho básico al territorio, primero acogido en la
categoría de propiedad agraria de tierras comunitarias de origen (TCO), se
desagregó en varios otros derechos patrimoniales incluidos en las normativas
especiales que regulan los demás bienes —o recursos— naturales asociados
a la tierra en su existencia real. Una vez desarrollado este reconocimiento
inevitablemente segmentado del derecho al territorio en su dimensión
patrimonial, se extendió a la dimensión política con la inclusión de institutos
especiales en los instrumentos respectivos. Es así como aparecen y se
despliegan, en su actual amplitud, los derechos colectivos sobre los bienes
naturales en la legislación boliviana.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 39
estatal de las estructuras sociales y los sistemas institucionales con los
cuales se organiza el ejercicio los derechos patrimoniales propiamente
dichos. Más aún, la diferenciación entre derechos patrimoniales y políticos
en la territorialidad indígena es una abstracción, artificial en buena medida,
forzada por la necesidad de segmentar la realidad territorial para su
reconocimiento normativo. Así, mientras los derechos patrimoniales en sí
mismos implican las relaciones sociales y políticas que constituyen a su
titular colectivo-comunitario, los derechos políticos tienen su realización
principal en el ejercicio de los derechos patrimoniales. Por todo lo anterior,
es pertinente incluir los derechos territoriales indígenas de orden político
en el campo indígena de los derechos colectivos sobre los bienes naturales
y el medio ambiente.
29 La nueva CPE ha homologado la figura agraria de las tierras comunitarias de origen (TCO)
con la de los territorios indígena originario campesinos (TIOC), empleando el término
“territorio” que hasta entonces el Estado boliviano había evitado en su reconocimiento de
los derechos indígenas, pero, además, ha integrado la propiedad agraria comunitaria que
esta expresa al conjunto integral de los derechos territoriales indígenas.
40 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
casi todos los derechos específicos que se han desprendido de su
integralidad conceptual30.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 41
• El derecho a la participación en los beneficios de la explotación de
los recursos naturales no renovables existentes en los territorios. Este
derecho ha sido literalmente tomado de su estipulación en el Convenio
169, que es su fuente directa, de modo más nítido que los demás
derechos territoriales que la normativa nacional ha tomado del mismo.
Ante la inevitabilidad de la explotación de minerales e hidrocarburos en
los territorios (dadas las sostenidas políticas estatales que la identifican
maquinalmente con el crecimiento y el desarrollo y la sujetan a la
inversión privada), y a la imposibilidad inmediata (debido tanto a lo
anterior como a la tradición jurídica a la que se adscriben la mayor parte
de los Estados, incluyendo el boliviano) de otorgar derechos sobre
esos recursos a las comunidades indígenas titulares de los territorios
donde se encuentran, el Convenio, y luego la legislación boliviana, han
optado por atenuar esa drástica exclusión, de severas consecuencias
ambientales para esos territorios, otorgando una suerte de derecho
compensatorio, en última instancia también de carácter patrimonial.
Esta especie de tributo local y directo está recogido, si bien con dudosa
eficacia, tanto en la legislación minera como en la de hidrocarburos. En
esta última, ha tenido la especial trascendencia de haber dado lugar
a la creación y funcionamiento del Fondo Indígena (FONDIOC), como
institución encargada de invertir los fondos provenientes del porcentaje
del impuesto directo a los hidrocarburos (IDH) que la misma normativa
sectorial asigna para la vigencia del derecho en cuestión.
42 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Antes de concluir la exposición de los derechos colectivos correspondientes
al vasto ámbito de la territorialidad indígena, y advirtiendo que el tratamiento
del de la consulta previa será motivo del siguiente capítulo, es conveniente
hacer una rápida consideración sobre la complejidad que plantea la realidad
boliviana para la delimitación de los alcances de los derechos territoriales
indígenas en cuanto a su sujeto. La fuente principal del derecho al territorio
indígena en la legislación boliviana, el Convenio 169 de la OIT, define al sujeto
de los derechos indígenas desde la conceptualización de pueblos indígenas
(o tribales32) de la que deriva la noción de preexistencia ampliamente
adoptada por las legislaciones nacionales (incluyendo la boliviana) para la
definición esencial de la condición indígena. Así, en su artículo 1 estipula que
el Convenio se aplica:
Con la clara delimitación del sujeto de los derechos indígenas aportada por
esta fundamental referencia conceptual, adoptada dentro del Convenio por
la Ley 1257, se desarrolló la primera etapa de reconocimiento concreto de los
derechos territoriales, signada por la vigencia de la Ley 17 15 del Servicio Nacional
de Reforma Agraria (INRA). Bajo dicha referencia, las controversias al respecto
fueron escasas y no derivaron en mayores obstáculos o conflictos para el
reconocimiento agrario (como TCO) de los derechos territoriales indígenas,
como era el propósito de dicha ley33. Fue ya con la introducción del término
“naciones y pueblos indígena originario campesinos” en la Constitución vigente,
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 43
precisamente para nombrar al sujeto de los derechos indígenas, cuando
aquella claridad conceptual sufrió algún enturbiamiento. Este término
compuesto —de suma originalidad gramatical— tiene el evidente sentido
de incluir la marcada diversidad social, política y jurídica, y no solo étnica y
cultural, en la que existen las poblaciones indígenas en Bolivia, en el beneficio
igualitario de los derechos indígenas constitucionalmente reconocidos
(Almaraz, 2010).
34 Mientras en las tierras bajas del país se ha venido empleando el término indígena, en las
tierras altas, debido a la marcada carga peyorativa del término “indio”, se ha venido usando
análogamente el término originario.
35 Concurría en favor de las razones de las organizaciones campesinas, el antecedente
histórico relativo a la imposición (finalmente fallida a la luz de estos mismos hechos) de
la identidad campesina sobre la población indígena del país (con contadas y pequeñas
excepciones de identidades campesinas ya existentes), practicada por el Estado del 52, y
de la Reforma Agraria, como componente central de su proyecto “modernizador”.
36 Como bien lo señalaban las organizaciones indígenas, en Bolivia existen muchas
comunidades campesinas que no son indígenas. Más aun, las hay con miembros que ni
siquiera tienen la nacionalidad boliviana e, incluso, que gozan de una buena situación
socioeconómica y de importantes privilegios otorgados por el Estado boliviano. En este
último caso están cientos (sino miles) de comunidades (colonias) menonitas con una
población de al menos varias decenas de miles de personas.
44 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
La discrepancia quedó precariamente saldada, con evidente cesión de la
parte indígena, al ligarse las palabras confrontadas en el término compuesto
de referencia que, en el contexto jurídico generado por la nueva CPE, les
otorga un solo significado análogo al del término “indígena”37. Esto último,
previniendo la suplantación de la condición indígena para el ilegítimo ejercicio
de los derechos indígenas, y dando justa satisfacción a las objeciones indígenas
y de buena parte de la opinión pública, quedó claramente establecido en
el parágrafo primero del artículo 30 de la CPE vigente que establece los
derechos de las naciones y pueblos indígenas originarios campesinos en los
siguientes términos:
Queda pues claro que esta disposición constitucional delimita al sujeto de los
derechos indígenas (indígena originario campesinos) en el marco conceptual
establecido por el Convenio 169 para el mismo efecto, aunque empleando
términos distintos y eventualmente menos favorables38 a esos mismos sujetos
de derecho. Estas eventuales deficiencias en la redacción de esta disposición,
así como las propias susceptibilidades, dudas y confusiones que el término
“indígena originario campesino” viene causando, ameritan que, desde los
espacios del mismo movimiento indígena, se considere la pertinencia de
algunos ajustes a futuro en esta formulación del texto constitucional.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 45
otros derechos colectivos que, por eso mismo, podrían considerarse como
no exclusivamente indígenas. Empezando por los reconocidos en favor de
determinadas comunidades en particular, tales derechos son los siguientes:
39 Más aún, es para garantizar la efectividad de ese derecho y el derecho indígena al territorio,
que la CPE establece la dotación comunitaria como única forma de distribución de las
tierras fiscales disponibles.
46 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
el reconocimiento territorial explícito40. Yendo aún más allá en el
interés práctico de su aplicación, la propiedad comunaria brinda
la posibilidad también a las comunidades rurales no indígenas, de
acogerse al particular régimen de protección y promoción que ella
establece, en la formalización de la propiedad de sus tierras. Debido
a lo anterior, la PC está regulada en la Ley Agraria con casi todas las
características jurídicas41 con las que lo están los territorios indígenas
(antes TCO y ahora TIOC), salvando solamente determinados
atributos adicionales de estos, establecidos en función de que su
reconocimiento tenga plena eficacia en sus diferentes ámbitos.
Como un dato singular de la legislación boliviana, la Ley de Hidrocarburos
ha incluido a las comunidades campesinas como sujetos de los derechos
a la consulta y participación (la consulta previa, libre e informada y la
participación en los beneficios económicos de actividades ejecutadas
dentro de los territorios indígenas, estipulados en el Convenio 169 de la
OIT) sin diferenciación alguna respecto a los pueblos y comunidades
indígenas. Sin embargo, la remisión que hace esta ley al Convenio 169 de
la OIT para definir los alcances de dichos derechos, determina, en cuanto
a su sujeto, su limitación a las poblaciones indígenas delimitadas por
el concepto referido líneas atrás. Para que la mencionada delimitación
(constitucionalmente ratificada) del sujeto del derecho a la consulta
indígena sea respetada en la aplicación del derecho en cuestión
otorgado por la Ley de Hidrocarburos a las comunidades campesinas,
y eventualmente establecer la aplicabilidad de la consulta pública en
el caso de comunidades campesinas sin condición indígena, parecería
recomendable, al menos, una expresa disposición legal en ese sentido42.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 47
organizaciones territoriales de base (OTB)43. Por un lado, el derecho de
“Participar y promover acciones relacionadas a la gestión y preservación
del medio ambiente”, y, por otro, “Representar y obtener la modificación
de acciones, decisiones, obras o servicios brindados por órganos
públicos cuando sean contrarios al interés comunitario”. Como es
claramente perceptible, el contenido de tales derechos es vago, carece
de singularidad jurídica y aún más de sentido práctico. En efecto, todos
los actos que pretenden amparar encuentran mayor amparo jurídico
en la primacía normativa (y los mecanismos de tutela constitucional)
que sustenta los derechos constitucionales a la libertad de asociación
y petición. Asimismo, al no establecerse mecanismos institucionales
(y obligaciones estatales) que aseguren su eficacia, al menos en
condiciones y con alcances determinados, las posibilidades de la misma
quedan absolutamente libradas a la discrecionalidad de las autoridades
públicas involucradas, lo que a la luz de la realidad social y política del
país las elimina totalmente. Debido a ello, parecería que ninguna acción
social de defensa ambiental importante se valió de estos derechos
estipulados por la Ley de Participación Popular. Se trata pues de
formulaciones legales de sentido retórico y no propiamente jurídico44.
Pese a ello, en el campo del discurso político al que corresponden
verdaderamente, y no en el jurídico en el que están artificialmente
implantadas, es posible que estas disposiciones hayan contribuido, en
algún grado, a impulsar la conciencia social sobre la necesidad de los
derechos colectivos sobre el medio ambiente y la naturaleza.
43 Las OTB son las organizaciones sociales de base y carácter territorial (básicamente
comunidades campesinas e indígenas y organizaciones vecinales urbanas) establecidas por
la Ley de Participación Popular como conducto institucional necesario para la participación
social en la gestión municipal.
44 En Bolivia, a partir del contexto histórico al que corresponde precisamente la Ley de
Participación Popular (las reformas neoliberales de los años noventa del siglo pasado), y
renovando la atávica lógica estatal de proclamar en la formalidad jurídica lo que no se
construye en la realidad concreta, se ha venido desarrollando crecientemente el recurso
estatal de las leyes retóricas, o declarativas, cuyo auténtico sentido es ocupar el derecho
para el despliegue del discurso político y no para la regulación efectiva de las relaciones
sociales. La expresión más plena de este recurso es la Ley Marco de la Madre Tierra y
Desarrollo Integral para Vivir Bien, de 15 de octubre de 2012, que constituye un documento
político de giro programático, significativo y eventualmente valioso, pero absolutamente
carente de sustancia y sentido jurídico.
48 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
procedimiento —relativamente expeditivo— del amparo constitucional.
Si bien no queda definida como un derecho estrictamente colectivo,
pues pueden accionarla también los individuos, de acuerdo con la
realidad concreta y a su mismo sentido conceptual, resulta muy poco
probable que se ejerza de ese modo y, por el contrario, accionada
por personas colectivas podrá adquirir su mayor eficacia y aplicación
común. Esto deriva de la finalidad definida en su propia estipulación
constitucional, que es la de proteger los derechos colectivos
“relacionados con el patrimonio, el espacio, la seguridad y salubridad
pública, el medio ambiente y otros de similar naturaleza reconocidos
por esta constitución” (Bolivia, 2010: 45). Es decir, básicamente, aunque
expresado sin toda la claridad que hubiese sido deseable, los derechos
sobre el medio ambiente y los bienes naturales que corresponden a la
titularidad de las personas colectivas.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 49
Foto: archivo CEJIS.
EL DERECHO A LA CONSULTA EN EL
ORDENAMIENTO LEGAL BOLIVIANO
1. La consulta pública
3.
A lo largo del último medio siglo, la consulta ha venido a constituirse, en
distintos países, en un instituto jurídico versátil, cuyo uso se ha extendido a
diferentes materias jurídicas. En efecto, sin limitarse al ámbito social y jurídico
en el que se inscribe este trabajo, la consulta ha sido regulada también en
otros contextos jurídicos y con distintas características, aunque siempre bajo
el propósito fundamental de confrontar los proyectos de la gestión estatal
con el parecer de la ciudadanía. Este desarrollo jurídico está históricamente
enmarcado en la emergencia de los derechos colectivos —mencionada líneas
atrás— motivada por la necesidad de superar las limitaciones del régimen
liberal (y de su iusnaturalismo individualista) para evitar o disminuir las
grandes y crecientes inequidades de la sociedad contemporánea. En este
contexto general, y de modo más específico, la figura de la consulta en el
campo de los derechos humanos se vincula estrechamente al desarrollo de
los derechos humanos económicos, sociales y culturales (DESC). Al mismo
tiempo, se suma al espectro de mecanismos jurídico-institucionales que,
surgidos en la misma democracia representativa, se despliegan para canalizar
una participación sustancialmente mayor de la ciudadanía en el manejo del
Estado. Así, según los alcances de sus específicas formas jurídicas, la consulta
es un medio de la democracia participativa o directa, o de control social.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 51
el Estado, que será libre, previa e informada. Se garantiza la participación
ciudadana en el proceso de gestión ambiental y se promoverá la
conservación de los ecosistemas, de acuerdo a la Constitución y la Ley.
En las naciones y pueblos indígena originario campesinos, la consulta tendrá
lugar respetando sus normas y procedimientos propios (Bolivia, 2010).
52 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
contradicción entre ambas45. Pero si bien se designa tales procesos como
consulta pública, y se explicita su correspondencia con la normativa
ambiental, es poco frecuente que sus organizadores (empresas públicas y
privadas) mencionen su sujeción a la disposición constitucional respectiva.
De este modo, se elude el necesario carácter previo, libre e informado que
determina la estipulación constitucional.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 53
socialización. El hecho de eludir el carácter de consulta del procedimiento
legalmente necesario, y sustituirlo arbitrariamente por una “socialización”, no
es un error ni una casualidad. De acuerdo con la información oficial brindada
al respecto a la Asamblea Departamental de Cochabamba por la propia
entidad ejecutora de la obra y convocante del proceso en cuestión, presentar
lo hecho como una consulta, por muy flexible que fuera el concepto de
consulta que se adopte, sería una pretensión insustentable y, por tanto,
excesiva y carente de seriedad.
54 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Pero además de esta aplicación deformada, en la tónica del general ánimo
estatal de conculcar el derecho en nombre de su vigencia, la consulta
pública ha venido siendo usada por el Estado para conculcar, además del
derecho que corresponde a su sujeto social, el que corresponde a muchas
comunidades indígenas en el marco de la consulta indígena. Así, la Empresa
Nacional de Energía Eléctrica (ENDE) ha venido pretendiendo ejecutar la
consulta previa en sustitución de la que llamamos indígena, respecto a
poblaciones indígenas. Esto es lo que viene ocurriendo en casos de tanta
importancia económica, social y ambiental como los de las megarrepresas
Rositas y Bala-Chepete (Tamburini, 2019b). Si bien una parte de la población
afectada por estas obras no es indígena, la otra sí lo es, y el grado en el que
las represas la afectarían probablemente sería extremo, privándolas de sus
medios materiales de subsistencia. Resulta obvio, si se enfrenta la situación
con mínimo sentido común y elemental buena fe, que corresponde realizar
las dos formas de consulta: la indígena con la población indígena y la
pública con la población no indígena. Pero la negación de la obligación
obvia tiene la persistencia propia de una política, y su razón, también obvia,
es la de soslayar las condiciones normativas más exigentes para el Estado y
favorables a los consultados.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 55
2. El derecho indígena a la consulta
Como se lo ha anticipado líneas atrás, en Bolivia la consulta apareció y tuvo
su mayor desarrollo en el marco de los derechos indígenas. Sin embargo, es
un dato curioso, y significativo, que la primera estipulación de la consulta
en el ordenamiento legal interno (al margen de la Ley 1257 aprobatoria
del Convenio 169 de la OIT) no fuera en materia indígena ni se relacionaría
específica ni explícitamente a las poblaciones indígenas. En efecto, recién
años después de la suscripción boliviana del Convenio 169 de la OIT, y por
primera vez en el derecho de nuestro país después de ello, el Decreto
Supremo 3856, de Prevención y Control Ambiental, reglamentario de la
Ley 1333 de Medio Ambiente, incluye la consulta (a los directamente
afectados) de modo fugaz, aunque relevante, como una acción necesaria
dentro del procedimiento de elaboración y aprobación del Estudio de
Evaluación de Impacto Ambiental (EEIA).
56 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
La CPE vigente, en el numeral 15 del parágrafo II de su artículo 30, lo ha
reconocido y definido en los siguientes términos:
48 El catálogo de los derechos indígenas reconocidos por el Estado boliviano, y que permite
su consideración individualizada, se halla en el artículo 30 de la CPE, así como en el
Convenio 169 de la OIT y la Declaración de la ONU sobre derechos de los pueblos indígenas,
instrumentos que en conjunto componen del bloque de constitucionalidad en materia
indígena.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 57
puede decirse que el ejercicio de la mayoría de los derechos indígenas se
extiende convergentemente, en función de su propia defensa, al ejercicio
del derecho a la consulta previa. En el plano específico de los derechos
territoriales indígenas, la consulta articula los de orden patrimonial con los
de orden político, ya que canaliza la defensa de los primeros, relativos a la
propiedad, dominio o beneficio sobre los bienes naturales que componen el
territorio, mediante el ejercicio de los segundos, como lo es la vigencia de la
institucionalidad propia —y el consiguiente ejercicio de la autonomía— en la
organización y desarrollo del proceso de consulta respectivo.
58 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
de hidrocarburos) sigue siendo legalmente susceptible de expropiación
expeditiva en favor de las referidas actividades consuntivas.
Así, el patrimonio colectivo territorial de los pueblos indígenas puede ser tan
ágil y discrecionalmente expropiado por los operadores industriales, como
podía serlo en el siglo XIX, o incluso más. Igual que entonces, los medios
de defensa franqueados por la ley, lejos de evitar la pérdida del patrimonio
expropiado —o siquiera postergarla— se limitan a la discusión de los montos
indemnizatorios. Y si el patrimonio colectivo vital y fundamental puede
perderse —con toda formalidad jurídica— y ser apropiado por los operadores
externos, siguiendo la máxima de que lo que puede para más puede para
menos, estos mismos pueden (sin expropiarlo) degradarlo en sus cualidades
materiales sin que sus titulares tengan medios jurídicos eficaces para
impedirlo. En efecto, y retomando la afirmación de la falta de alternativa
jurídica (a la consulta) para la eficaz defensa territorial, ni la normativa
ambiental, ni la que reconoce y regula las competencias de la autonomía
indígena, ya sea en el ámbito político-administrativo o en el jurisdiccional
(como las más próximas a esa condición), en sí mismas y sin contar con las
amputaciones y distorsiones que las disminuyen en su aplicación práctica,
permiten contrarrestar los tradicionales y vigentes privilegios normativos de
los operadores en cuestión, ni establecer equilibrio jurídico alguno entre
ellos y los pueblos indígenas afectados por sus operaciones.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 59
Respecto a la legislación ambiental, queda claro que, en la teoría de su
formalidad jurídica, sus alcances se extienden implícitamente a la protección
ambiental de los territorios indígenas, por lo que los bienes naturales que los
componen tendrían que preservarse aun sin la concurrencia de los derechos
indígenas. Sin embargo, como es tan común en el país, la realidad concreta
es muy distinta del precepto jurídico, y la legislación ambiental ha carecido
de toda eficacia para ese fin. La razón principal, aún al margen de la (mala)
voluntad estatal con la que se la aplique, radica en sus propias estructuras
jurídicas y, específicamente, en la regulación de los estudios de evaluación de
impacto ambiental como principal mecanismo de protección ambiental. En
efecto, dicho mecanismo ha carecido de eficacia respecto de su propósito
legalmente enunciado, por la misma causa que ha dejado en igual situación a la
consulta indígena: un marco institucional totalmente contrario a ese propósito.
En síntesis, se trata de someter los respectivos procesos a las decisiones
unilaterales de los organismos públicos encargados de promover y proteger
las inversiones cuyos impactos ambientales negativos se pretende evitar.
60 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Los aludidos criterios del Tribunal Constitucional parecen pertinentes al
justificar las determinaciones de la autoridad jurisdiccional indígena contra
los operadores mineros (en general expulsándolos del territorio intervenido),
identificando algún grado de pertenencia o subordinación voluntaria de los
mismos a la respectiva comunidad, en cuya virtud es razonable interpretar
su sometimiento a las normas e instituciones de esta. Sin embargo, la
pertinencia parece perderse cuando, prescindiendo de tales vínculos de
pertenencia o subordinación, se considera que la jurisdicción indígena es
competente para aplicar sus determinaciones sobre personas ajenas a la
respectiva comunidad, con el único fundamento de haberse cometido el acto
punible (el daño al patrimonio comunitario) en el territorio de la comunidad
y afectando sus derechos. Este último criterio, forzando la “interpretación
sistémica y teleológica de la ley fundamental” (TCP, 2014), carece de sustento
en todas las fuentes normativas (empezando por la CPE) que reconocen y
definen la jurisdicción indígena, pues en todas ellas queda clara su restricción
a los miembros de la colectividad particular que la sustenta tradicionalmente.
Aún más allá de esta clara delimitación impuesta por el derecho positivo, es,
por decir lo menos, muy discutible la legitimidad de exigir (así sea tácitamente)
a las personas el cumplimiento de normas que la ley no las obliga a cumplir
ni conocer.
51 Debe tomarse en cuenta que en todas las pocas controversias concretas sobre las que
se pronuncia esta línea jurisprudencial, los actores externos involucrados son pequeños
operadores mineros y no empresas con poder económico y político, y que, en algún caso,
existen indicios de que la intervención de la autoridad indígena favorece las expectativas
de explotación minera, en el mismo territorio, por parte de alguna cooperativa minera que
incluye a algunos miembros de la comunidad.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 61
que la jurisdicción indígena, como parte importante de la institucionalidad
propia del consultado, esté legítimamente llamada a concurrir a la
organización y desarrollo de los procesos de consulta, con los alcances y
en las modalidades que determine dicha institucionalidad indígena.
Como resulta claro, el sujeto del derecho son las poblaciones indígenas
(o tribales) en riesgo de ser afectadas directamente, y el objeto, conteniendo
la premisa fáctica del derecho, es la consulta a las mismas (por medio de sus
instituciones representativas) de todas las iniciativas estatales (que deberán
canalizarse por conducto legislativo o administrativo) que puedan causarles
62 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
aquella afectación. Obsérvese la amplitud de ambos elementos. Por un lado,
el sujeto se extiende a toda la población (o pueblo) en riesgo de ser afectado
directamente, sin ningún otro condicionamiento o limitación, y por otro, el
objeto se extiende a toda iniciativa estatal que pueda afectar directamente
a alguno de tales pueblos, sin restricción alguna en cuanto a su materia, a la
localización geográfica de su ejecución, a la potencial gravedad de la respectiva
afectación, o cualquier otra condición. La cabal comprensión de tales
elementos esenciales, que definen los alcances del derecho en cuestión,
además de su obvia y fundamental importancia conceptual, permite advertir
que, como se lo muestra más adelante, la conculcación del derecho a la consulta
tiene la profundidad de vulnerar esos sus mismos elementos esenciales.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 63
Por un lado, están los pueblos indígenas que aspiran a pervivir como
pueblos, desde la misma apropiación (material y simbólica) de sus territorios
ancestrales que los constituyó y reprodujo en su particularidad étnica, y
que, por lo tanto, tienen en su patrimonio territorial su interés —y derecho—
colectivo vital y fundamental. Por otro lado, están los operadores de las
industrias y actividades consuntivas que, materializando la expansión del
mercado global, pretenden extraer y apropiarse de los recursos naturales
existentes en los territorios indígenas para incrementar las ganancias del
capital. En general, los operadores del rubro de la construcción vial concurren
también en este último campo, pues, siendo indiscutible el carácter consuntivo
de sus operaciones, tienen una indirecta —aunque decisiva— participación
en la extracción de recursos naturales al brindar condiciones materiales
indispensables para la intervención de los operadores extractivos directos.
64 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Para que la finalidad de la consulta sea lograda, y el consentimiento previo,
libre, informado y canalizado por la institucionalidad propia de los consultados
dé lugar a la conciliación y equilibrio deseados, es imprescindible deslindar el
sentido auténtico de esa finalidad, de los divergentes o distorsivos que se le
han venido atribuyendo desde expectativas encontradas, pero especialmente
desde el Estado. Por un lado, debe advertirse y asumirse (como lo señala
también el criterio de la CIDH que se acaba de citar) la sustancial diferencia
conceptual entre la búsqueda del consentimiento del consultado y su simple
información sobre el proyecto objeto de la consulta. El consentimiento
implica la real voluntad de quien lo otorga, y para obtenerlo hace falta no
solamente brindar la información que, ciertamente, facilita la auténtica y
consciente formación de esa voluntad, sino también reconocerla desde el
respeto de la autonomía de su sujeto. Aún mucho mayor distancia conceptual
existe entre la búsqueda del consentimiento y el cumplimiento de una mera
solemnidad administrativa que solo la simula con la inverosimilitud de una
teatralidad ritual.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 65
concepción estatal de la consulta, y están amplia y predominantemente
desplegadas tanto en la respectiva normativa reciente como en su aplicación
práctica. Más aún, en este último campo, los hechos ampliamente reiterados
revelan que la distorsión del consentimiento que lo restringe arbitrariamente
a las compensaciones ha penetrado significativamente en la concepción que
tienen de la consulta sus propios destinatarios.
66 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
su obligación, para desarrollar la consulta sin orientarla verdaderamente
al logro del consentimiento del consultado, pues este, además de no ser
indispensable para la ejecución del proyecto en cuestión (según la general
interpretación estatal), tiene el inconveniente (para el Estado) de prestarse
para introducir modificaciones en el proyecto. Esto último, también
generalmente, está anticipadamente descartado por los Estados debido
fundamentalmente a que la prioridad de sus políticas es la mayor protección
posible de las inversiones privadas, especialmente las extranjeras y aún más
las dirigidas a los rubros extractivos y no, ni mucho menos, la de los derechos
indígenas. Así, el proceso íntegro de la consulta queda determinado por la
previa y definitiva voluntad estatal de no modificar el proyecto y, para no
contrariarla, se elude la verdadera búsqueda del consentimiento mediante
las distorsiones recién mencionadas.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 67
Indígenas de la ONU56. Luego, es el caso en que se pretenda verter o almacenar
materiales peligrosos en las tierras o territorios indígenas, establecido en el
numeral 2 del artículo 29 de la Declaración de la ONU57. Por último, es también el
caso de actividades militares en tierras o territorios indígenas, con la excepción
de que lo justifique una amenaza importante para el interés público, previsto
en el numeral 1 del artículo 30 de la Declaración de la ONU58.
56 Dicho artículo establece que: “Los pueblos indígenas no serán desplazados por la fuerza
de sus tierras o territorios. No se procederá a ningún traslado sin el consentimiento libre,
previo e informado de los pueblos indígenas interesados, ni sin su acuerdo previo sobre
una indemnización justa y equitativa y, siempre que sea posible, la opción del regreso”.
Ante las diferencias secundarias entre esta disposición y la análoga del Convenio 169, cabe
interpretar que, en virtud del carácter evolutivo que sus mismas fuentes normativas otorgan
al Derecho Internacional de Derechos Humanos, debería aplicarse preferentemente la
estipulación de la Declaración de la ONU (al ser posterior y más favorable a los sujetos del
derecho en cuestión) .
57 Dicha disposición estipula que “Los Estados adoptarán medidas eficaces para garantizar
que no se almacenen ni eliminen materiales peligrosos en las tierras o territorios de los
pueblos indígenas sin su consentimiento libre, previo e informado”.
58 Dicha disposición estipula que “No se desarrollarán actividades militares en las tierras o
territorios de los pueblos indígenas, a menos que lo justifique una amenaza importante
para el interés público pertinente o que se hayan acordado libremente con los pueblos
indígenas interesados, o que estos lo hayan solicitado”.
59 Expresando esta significación global de la respectiva jurisprudencia producida por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, pero mencionando el caso Mary y Carrie Don (EE.
UU.), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos afirma que “los derechos humanos
de los pueblos indígenas incluyen el derecho a que su título de propiedad y su uso de
territorios y recursos naturales sean modificados únicamente por consentimiento mutuo,
entre el Estado y el pueblo indígena respectivo” (CIDH, 2010: 111). Asimismo, si bien con
alcance menos amplio pero centrado en el trascendental asunto de la expropiación del
patrimonio territorial indígena, la Comisión dice que “La Corte Interamericana ha exigido
consultas previas y el logro de consensos con los pueblos indígenas o tribales en casos de
elección y entrega de tierras alternativas, el pago de una justa indemnización o ambos, los
cuales no quedan sujetos a criterios meramente discrecionales del Estado” (CIDH, 2010: 111).
68 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Especial de la ONU60 para los derechos Indígenas en relación al caso
Saramaka vs. Surinam (CIDH, 2010), concurren para ratificar la pertinencia y
legitimidad del mencionado desarrollo normativo de fuente jurisprudencial,
añadiendo claridad a la caracterización del supuesto fáctico que justifica el
reconocimiento del derecho al consentimiento (y la obligación del Estado de
obtenerlo). Aclara que es ante la potencial destrucción territorial, ambiental y
social que conllevan algunos proyectos, que el consentimiento debe lograrse
como condición imprescindible para ejecutarlos. Así, esta autorizada fuente
precisa que no es ante determinado rubro de actividad que debe darse al
consentimiento la condición de derecho indígena y obligación estatal, sino
ante la magnitud de los impactos que puedan tener actividades de distinto
rubro, constituyendo amenaza para la reproducción física o cultural del
pueblo afectado, como ocurre con la posibilidad de destrucción global de
los bienes naturales que proveen su sustento físico.
60 Quien ejerciendo esa función expresó tales criterios fue el prominente estudioso de la
problemática indígena Rodolfo Stavenhagen.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 69
Pese a la amplitud y solidez con que la CPE vigente ha reconocido los
derechos indígenas en general, es evidente que al estipular el de la consulta
ha incurrido en la sensible omisión del consentimiento como su finalidad,
y, por obvia consecuencia, del carácter de derecho indígena y obligación
estatal que debe tener el mismo en los casos que lo exija la protección de
los más básicos derechos indígenas. Si bien, como se verá más nítidamente
a continuación, el TCP deja clara la plena vigencia del derecho indígena a la
consulta y al consentimiento, según el caso, en el ordenamiento legal boliviano
mediante el imperio del bloque de constitucionalidad, la referida omisión
no deja de ser un importante adeudo del Estado boliviano con los pueblos
indígenas que habitan su territorio. En efecto, en la larga historia del país han
sido frecuentes y dramáticos los casos en los que la devastación de los bienes
naturales albergados en los territorios indígenas, producida por operaciones
extractivas de distinto rubro, afectaron sensiblemente la subsistencia física y
cultural de sus respectivos pueblos, o la eliminaron totalmente, incluyendo
a los hombres en la devastación de la naturaleza. Pero, además, esta
siniestra historia de la destrucción colonial tiene evidente continuidad en la
realidad presente, pues muchos territorios indígenas sufren la devastación
extractivista de modo tan severo como la que otros (o ellos mismos) sufrieron
en el pasado. Por otra parte, que la Asamblea Constituyente haya dejado el
vacío en cuestión, con la decisiva voluntad de la mayoría de su mayoritaria
bancada oficialista, y pese a la demandante propuesta del Pacto de Unidad
de incluir en el nuevo texto constitucional el consentimiento como finalidad
de la consulta e, incluso, como derecho de efectividad general, parece haber
sido un claro y temprano anuncio de la interesada superficialidad con la que
el grupo que se instalaba en el poder político asumiría su tan proclamado
compromiso con los derechos indígenas (Garcés, 2012: 88).
70 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Es de primordial importancia advertir que, en esta formulación, además
de sintetizar el alcance diferenciado del consentimiento, el TCP aporta
un criterio clave para la búsqueda del mismo en los casos en los que no
llegue a constituir un derecho indígena y una obligación estatal. Dicha clave
radica en situar la búsqueda en la participación indígena en la elaboración
del proyecto. Si se considera que muchas de las operaciones consuntivas
que deben someterse a la consulta, y particularmente las relativas a las
industrias minera e hidrocarburífera y a la construcción vial, tienen la
importante amplitud material que implica la inclusión de múltiples medios
y procedimientos técnicos en su realización operativa, es indudable que sus
objetivos productivos pueden alcanzarse también con múltiples variantes
por las que deberá optarse en el respectivo proyecto integral. Es en el ancho
espacio de posibilidad que conforman estas variantes donde cabe conciliar
los distintos intereses involucrados.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 71
Pero en países en los que la persistencia de estructuras estatales autoritarias,
de premodernidad colonial, ha impedido la constitución del Estado
moderno, como Bolivia, la formalidad jurídica es una ficción que encubre una
realidad concreta marcadamente diferente y hasta opuesta. Así, el Estado,
abandonando su función jurídica de conciliar y establecer el equilibrio, por
estar —como es su constante histórica— mucho más sometido al capital
global que a la ley, adopta el excluyente propósito de la ganancia comercial.
Ese preponderante sometimiento se hace efectivo aun prescindiendo de
operadores privados, pues seguirá siendo el mercado global el que, en última
instancia, determine el comportamiento estatal. Así, los derechos territoriales
de los pueblos indígenas afectados, igual que los derechos ambientales de la
sociedad en general, no solo experimentan el desamparo de la estatalidad, sino
que la sufren como principal adversario y conculcatorio. En estas condiciones
estructurales de la realidad concreta, incluso el interés social de generación
de fondos destinados a la inversión pública queda perjudicado o frustrado
por el interés del capital transnacional y los engranajes de obsecuencia
(y frecuentemente de corrupción) que lo sirven desde la gestión estatal. De ahí
la paradoja de que, como se lo mencionó líneas atrás, frecuentemente sean las
acciones de los pueblos indígenas y las comunidades locales en defensa de sus
bienes naturales, el más eficaz mecanismo de defensa de los derechos de toda
la sociedad sobre el medio ambiente y la naturaleza contra el avasallamiento
que les inflige quien está legalmente encargado de garantizarlos y protegerlos.
72 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Ante la fuerte adversidad de esta realidad, la referida Sentencia Constitucional
(y especialmente su citada afirmación conclusiva) representa una contundente
reivindicación de la constitucionalidad y legalidad de los derechos indígenas, y
particularmente el de la consulta. Pero además del mérito del esclarecimiento
doctrinal y principista, tiene también el de aportar la premisa principal para
el desarrollo práctico de la consulta indígena, situando la búsqueda del
consentimiento en la elaboración (o modificación) del proyecto sujeto a la
consulta61. Es indudablemente esto lo que se plantea cuando se afirmar que, en
los casos en los que el derecho indígena no alcanza al propio consentimiento,
debe materializarse en la elaboración del proyecto62. Dada su importancia,
premisa debería ocupar el centro de la discusión relativa a la consulta indígena,
en los diferentes ámbitos en los que se produzca, y especialmente en los de
la institucionalidad pública llamada a aplicarla y garantizarla. Más aún, en la
perspectiva de un mayor desarrollo legal afirmativo del instituto en cuestión,
cabe considerar la conveniencia de darle explícito sustento normativo.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 73
las tres fuentes del Bloque de Constitucionalidad64. La voluntad colectiva
que se forme mediante el proceso de consulta en el sujeto de la misma,
para ser auténtica y, consiguientemente, tener el valor jurídico que justifica el
procedimiento, debe construirse dentro la plena autonomía del consultado.
Por lo tanto, debe estar exenta de toda interferencia o injerencia de factores
ajenos a la entidad social de este. Así, debe preservarse, por una parte, de la
injerencia que los actores externos, más allá de la interlocución indispensable
para transmitir información y buscar acuerdos, puedan ejercer en los espacios
organizativos internos en los que deba definirse la voluntad del consultado,
restándole autonomía y autenticidad. Como es obvio, los actores externos
que la naturaleza misma de la relación jurídica determina como potenciales
agentes de esa injerencia directa y concreta son los operadores del proyecto
en ciernes y la autoridad administrativa involucrada, estando esta última,
como se ha mencionado a propósito de la actual realidad concreta en
la materia, generalmente alineada con los intereses de los primeros y
operativamente conjuncionada con ellos. En efecto, es esta intervención
conjunta de operadores privados y Estado (aún más unificada si el operador
es una entidad estatal) la que tiene en sus evidentes intereses económicos
en juego la motivación plausible para direccionar la voluntad del consultado
y, al mismo tiempo, en su necesaria interlocución con este una amplia
oportunidad para hacerlo. Sin embargo, no debe perderse de vista el riesgo
de interferencia o injerencia externa que, al menos en teoría, podrían ejercer
los asesores técnicos de la organización consultada si exceden el ámbito
estrictamente técnico en el que les corresponde actuar (Fornillo, 2019: 212).
64 Mientras la CPE (en el inciso 15 del parágrafo II de su art. 30) establece el derecho de los
pueblos indígenas a ser consultados “mediante procedimientos apropiados, y en particular
a través de sus instituciones”, el Convenio 169 de la OIT (en el inciso a del parágrafo 1 de su
artículo 6) estipula que los Gobiernos deberán “consultar a los pueblos interesados, mediante
procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones representativas”,
y la Declaración de la ONU (artículo 19) declara que “Los Estados celebrarán consultas y
cooperarán de buena fe con los pueblos interesados por medio de sus instituciones
representativas”. Por su parte, la consideración del tema en la jurisprudencia internacional
queda claramente expresada por la CIDH (CIDH, 2010: 118) al afirmar que: “los Estados deben
garantizar, de antemano, la participación efectiva del pueblo indígena o tribal afectado, a
través de sus métodos tradicionales de toma de decisiones”.
74 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
colectiva. Estas prácticas sociales, trascendiendo la sola esfera político-
organizativa, se prolongan ampliamente a la realidad y a la tradición
sociocultural de la comunidad en cuestión, abarcando usos culturales
particulares, como el idioma nativo o la celebración de cierta ritualidad.
Instaladas en la conciencia de cada miembro de la comunidad, son esenciales
en su sentido de pertenencia comunitaria y representan el conducto
por el que la voluntad individual trasciende en las decisiones colectivas.
Por eso, su desplazamiento y sustitución implica inevitablemente un
sustancial detrimento de la auténtica voluntad colectiva que se pretende
establecer, si es que no su directa negación. Pero la vulneración de la voluntad
autónoma del consultado es aún mayor si, como es el caso generalizado en la
realidad práctica que se verá luego, ambas esferas de interferencia concurren
simultáneamente en el respectivo proceso de consulta, reforzándose
recíprocamente. En este caso de doble (y amplia) interferencia, lejos de
construirse la auténtica voluntad colectiva del consultado, lo más probable
es que el proceso la suplante por la que el Estado y el operador privado
han preestablecido y necesita la formalidad convalidatoria a la que queda
reducido el respectivo procedimiento de consulta.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 75
o el autogobierno de los pueblos indígenas, singularizada por su finalidad
conciliatoria de las políticas y acciones estatales y la voluntad autónoma
de los mismos, toda vez que tales políticas y acciones sean susceptibles de
afectarles. En este marco axiológico, la consulta debe verse como el ejercicio
del autogobierno indígena que equilibra el poder del Estado central y se
activa ante determinadas iniciativas de este.
65 Como se muestra en las citas anteriores respecto a la preceptuación básica del derecho
indígena a la consulta, tanto la CPE como el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de la
ONU adoptan esta misma formulación.
66 Tómese en cuenta que nada impide al Estado someter a la consulta indígena perfiles o
posibilidades de proyecto y no necesariamente proyectos acabados.
67 Esta conceptualización del carácter libre de la consulta está ampliamente expuesta en la
referida Sentencia Constitucional (TCP, 2010), asimismo, es también claramente asumida
por la jurisprudencia interamericana (CIDH, 2010: 122-123).
76 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
criterio evita la confusión que puede crear la estipulación normativa
(art. 30 de la CPE) de significado inverso, mencionando la “consulta
obligatoria”, lo que indudablemente se refiere a la obligación del Estado
de impulsarla en los casos constitucionalmente señalados. Es de primordial
importancia advertir que la coacción no solo se expresa en sus formas más
evidentes y agresivas, como el uso de violencia física o psicológica. Se ejerce
también de forma menos violenta y visible, pero mucho más eficaz en la
realidad concreta, mediante el condicionamiento de ciertas prestaciones en
favor de la comunidad consultada, de una parte de ella o de su dirigencia
(que, en el primer caso, frecuentemente corresponden a la obligación del
coaccionador, sobre todo si es el Estado) a la voluntad que manifieste en
determinado sentido. Sin descartar el abierto cohecho o la franca extorsión,
podría decirse que se trata, en general, del ejercicio prebendal que vicia
profundamente la esencial voluntad colectiva del consultado.
68 La resolución de este particular y delicado asunto bajo el cabal significado del carácter
libre de la consulta, parece tener su contexto más apropiado, y su lógica más pertinente,
en el desarrollo normativo que amerita el instituto de la consulta en el derecho boliviano,
y cuyos lineamientos básicos son propuestos más adelante.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 77
Como cuarto elemento por considerar, está el carácter informado de la
consulta indígena. Esta condición necesaria del procedimiento significa que la
población consultada debe gozar de acceso oportuno, adecuado e irrestricto
a toda la información que las entidades consultantes tengan en su poder en
relación (directa o indirecta) con el proyecto sometido a consulta. Siendo
clara la necesidad de que el acceso a la información referida sea oportuno e
irrestricto, conviene detenerse en que además sea adecuado69, lo que queda
menos claro. Se trata pues de que la información disponible y transmitida
sea comprendida por toda la población consultada, con la claridad suficiente
para ser considerada con certeza y cabalidad en sus reflexiones colectivas
y su consiguiente decisión. Dadas las distancias que en general, aunque en
grado distinto, tienen las poblaciones indígenas respecto a la cultura oficial y
dominante que asume en los hechos el Estado boliviano, y que la información
de referencia se enmarca en la misma, es indudable la necesidad de procesarla
(para empezar, en el común de los casos, traduciéndola al respectivo idioma
nativo) para hacerla suficientemente inteligible por la población consultada.
78 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
atribuyéndole el sentido de alguno —o algunos— de los otros (como el
carácter libre e incluso el informado), en cuyo caso carecería de utilidad
su identificación diferenciada, es especialmente necesario establecer su
singularidad. De acuerdo con las amplias consideraciones de la jurisprudencia
constitucional interna (TCP, 2010), coincidentes con la jurisprudencia
internacional y varios criterios doctrinales (CEJIS, 2010), la buena fe radica
centralmente en la autenticidad con la que los actores consultantes deben
buscar, en el desarrollo de todo el proceso, la finalidad que su normativa
fundamental asigna a la consulta indígena: el consentimiento de la comunidad
consultada. En otros términos, se trata de prevenir las distorsiones que supone
la persecución subrepticia de objetivos distintos al consentimiento indígena
(sobre la integridad del proyecto y no solo sobre los montos compensatorios
que pudieran corresponderles), como los que se han mencionado líneas atrás
y que desvirtúan la esencia misma del instituto jurídico.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 79
este periodo fueron básicamente normativas y se enmarcaron, nada menos,
en la legislación de hidrocarburos, rubro productivo al que el Estado boliviano
le ha reconocido carácter estratégico para el país desde la primera vez que
lo nacionalizó72, y al que la historia ha introducido en uno de los puntos más
sensibles de la conciencia nacional de la sociedad boliviana. No obstante,
esas normas afirmativas del derecho a la consulta (la Ley de Hidrocarburos
3058 del 17 de mayo de 2005, y su primer reglamento en materia de consulta
indígena, el Decreto Supremo 29033 del 17 de febrero de 2007), llegaron a
tener, en el mismo periodo, alguna aplicación significativa, aunque escasa
respecto a la aplicación distorsiva del mismo instituto que se ya se producía
por entonces (CEJIS, 2010)73.
72 Esta nacionalización, primera tal vez a escala mundial, se produjo en 1937, en el Gobierno
del coronel Toro, recuperando para el Estado boliviano los yacimientos petrolíferos del Chaco,
que la estadounidense Standard Oil Company detentaba con fines preponderantemente
especulativos, con medios abusivos e ilícitos y con grave daño al interés nacional.
73 De acuerdo a algunos testimonios orales, se afirma que antes de este periodo se habrían
producido procesos de consulta, aludiéndose a procesos de interlocución realizados
con motivo de la construcción de gasoductos en el sudeste del país. Sin embargo, estos
procesos de diálogo y negociación entre operadores industriales, Estado y comunidades
guaranís afectadas, no fueron expresamente asumidos por todas sus partes como de
consulta (al menos la contemplada en el Convenio 169), ni se sometieron a marco normativo
de consulta alguno, por lo que no parece pertinente considerarlos con este carácter. Su
especificidad jurídica parece haber sido más bien la de la negociación de indemnizaciones
o compensaciones enmarcadas en la ley sectorial de entonces, carente del reconocimiento
explícito del derecho a la consulta.
74 Esta situación es también aplicable a determinados rubros mineros considerados
estratégicos por sus propiedades energéticas, como es crecientemente el caso del litio,
(Fornillo, 2019).
80 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
más frecuentemente suelen alivianarse para los operadores empresariales
del sector son las relativas a los derechos ambientales de las sociedades y,
con mayor frecuencia aún, a los de los pueblos indígenas. En cuanto a estos,
es pues frecuente que las legislaciones petroleras (o de hidrocarburos) solo
los incluyan con lacónica ineficacia declarativa o simplemente los excluyan75.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 81
o colectivas de indígenas y campesinos (art. 121), la ley no lo establece,
limitándose a regular solamente la expropiación de tierras indígenas y
campesinas con el carácter especial que las segrega del inexistente régimen
general. Este importante vacío, de no subsanarse, impediría la expropiación
de cualquier predio agrario que no sea de propiedad indígena o campesina,
como las muchas y extensas propiedades empresariales que existen en las
tierras bajas del país, precisamente en las áreas de exploración y explotación
de hidrocarburos y, por lo tanto, de potencial —o actual— interés para los
operadores del sector. Siguiendo un básico criterio del derecho procesal,
de adopción general en el derecho positivo y en la doctrina jurídica, dicho
vacío debe subsanarse mediante la norma supletoria76 y esta, en el caso en
cuestión, es el régimen de expropiación establecido en la legislación civil.
82 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
generalmente varias veces superior al precio de mercado78. De cualquier
forma, es curiosa y difícilmente comprensible (y por tanto merecedora de
una particular indagación) la falta de un régimen general de expropiación
en la Ley de Hidrocarburos, cuando la adopción de uno especial para la
expropiación del patrimonio agrario indígena no la explica por sí sola.
78 Ibid.
79 No habiendo sido explicitado en la respectiva disposición legal, cabe interpretar que la
individualidad de cada caso está dada por la titularidad del patrimonio a expropiar.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 83
en el que, como se verá luego, tiene participación legalmente necesaria la
organización representativa de la población titular de la TCO, por lo que se
sienta un oportuno mecanismo informativo en favor de esta última. Luego,
el órgano Legislativo debe contar con la solicitud de expropiación que el
respectivo operador debe presentarle al Ministerio de Hidrocarburos y este
debe remitirle a aquel, así como “los estudios de evaluación de impactos
económicos, sociales, culturales y ambientales” que puedan causar
las respectivas operaciones extractivas (art. 122). Si bien no se explicita
suficientemente la inclusión del estudio de evaluación de impacto ambiental
expresamente regulado en la Ley de Medio Ambiente, no hay lugar para
interpretar la disposición eludiéndola. Más aún, cabe interpretar que en
este punto se introduce una suerte de implícita capacidad de veto de la
organización indígena involucrada, pues se dispone (art. 122) que tales estudios
deben estar “debidamente aprobados por la instancia representativa” de la
población consultada, y certificados por la Autoridad Ambiental Nacional
Máxima80. Salta pues a la vista que esa imprescindible aprobación indígena de
los también imprescindibles estudios, podría ser abierta y conscientemente
omitida, por mucho tiempo o definitivamente, con el abierto fundamento
de evitar operaciones extractivas altamente lesivas para los territorios y
poblaciones afectadas, y sin que la ley prevea forma alguna de prescindir,
eludir o transferir esa atribución indígena81.
84 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
mismo tiempo, de que no se establece en la ley el procedimiento en cuestión,
ni se remite a instrumento alguno que lo contenga.
83 De ese modo, se les daría a las autoridades municipales la atribución que antes tenían las
prefecturas y que no les daba la Ley de Municipalidades.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 85
Sin embargo, debido al contexto económico y político, y no a razones jurídicas,
dicho procedimiento especial no ha sido puesto en vigencia hasta hoy, lo que
ha dejado a los operadores empresariales ante el mismo vacío normativo que
se ha visto respecto a la expropiación de predios no pertenecientes a indígenas
ni campesinos. Igual que en ese caso, correspondería, según los principios
universales del derecho procesal, subsanar el vacío aplicando la misma norma
supletoria aportada por la legislación civil. Aquella misma que, a propósito
de la expropiación de predios no indígenas, ha resultado inaceptablemente
dilatoria para los requerimientos del dinámico y poderoso sector petrolero.
En apretada síntesis de sus implicaciones procesales, las referidas normas
de la Ley de Hidrocarburos determinan que los operadores deben transitar
el largo y difícil camino procedimental (sorteando incluso la tácita capacidad
indígena de veto) para que, en cada caso requerido, el órgano Legislativo emita
la ley expresa que declare la respectiva utilidad pública, y una vez obtenida
esta, transitar el camino, igualmente largo pero menos difícil, de tramitar la
respectiva expropiación bajo la normativa civil. Todo ello con el agravante de
no contar con la alternativa de la compraventa y que, probablemente, en el
extenso patrimonio agrario de indígenas y campesinos se hallen más tierras
que requieran apropiar que en el patrimonio de otras personas.
86 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
inversiones en el sector. En la voluntad legislativa decisoria, indudablemente
influida por las demandas indígenas/campesinas, a su vez amparadas por la
gigantesca movilización popular de aquel momento, es más bien evidente
el propósito de lograr, como es también el sentido último de la consulta
visto líneas atrás, el equilibrio normativo entre los intereses contradictorios
de la explotación hidrocarburífera y de la preservación de la territorialidad
indígena, equilibrando para ello los derechos que sustentan ambas
perspectivas. Respecto a la referida continuidad histórica, en la que los
intereses del capital extractivo han prevalecido ampliamente en las políticas
públicas y en la legislación, con la consiguiente exclusión severa de los otros
intereses y derechos (sobre todo los indígenas), los contenidos de referencia
de la Ley de Hidrocarburos representan una evidente ruptura en favor de
la inclusión y, en última instancia, de un Estado de derecho de contenido
democrático. Resultan una transformación, así solo sea en el terreno jurídico-
formal, suficientemente significativa como para concurrir al campo de las
realizaciones que, aun antes de constituirse el Gobierno de Evo Morales,
dieron apertura al “proceso de cambio”.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 87
Esta línea de acción se expresa claramente en el caso de campamentos
permanentes que necesiten implantar al interior de territorios indígenas, los
que, precisamente por ese carácter permanente (o de muy prolongado uso),
requieren la seguridad jurídica que se obtiene con la adquisición (sea por
expropiación o por compraventa) de la respectiva superficie agraria. Ante
la imposibilidad de dicha adquisición, los operadores han venido optando
por implantar sus campamentos permanentes fuera de los TIOC donde
desarrollan sus operaciones y, consiguientemente, les sería más conveniente
instalarlos84. Es evidente que esta modificación en su inicial planificación
operativa representa determinado incremento en sus costos operativos,
e incluso, es probable que también añada algunas complicaciones técnicas.
No obstante, como lo sugieren los hechos que dan cuenta del empleo de este
recurso, ambos problemas son fácilmente salvables por la enorme capacidad
financiera y técnica de la industria hidrocarburífera.
88 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
Cuando estos recuperen cierto nivel devolviéndole la rentabilidad perdida a
la industria, se podrá salir de dudas y tener certeza de la estrategia, efectiva
y permanente, que estos poderosos operadores adopten para dotarse de
seguridad jurídica en la ocupación de las superficies agrarias que deban
intervenir con sus pozos de producción. Es posible que este sea el momento
en el que, culminando el restablecimiento de los históricos “fueros” de su
dominación sobre la política económica del Estado boliviano87, corten
todos sus problemas normativos “por lo sano” y, en lugar de continuar el
prolongado y tortuoso camino de la reversión de la Ley 3058 mediante normas
reglamentarias ilegales (precisamente por ese efecto reversivo88), impongan
una ley de hidrocarburos íntegramente nueva (pero a la vez antigua, por su
sentido regresivo y restaurador ), en la que la promoción y protección de sus
inversiones vuelva a ser el propósito globalmente supremo y rector de todas
sus normas y estructuras. En este escenario, sería plenamente previsible la
restitución, en la ley sectorial, de un procedimiento de expropiación de
alcance general y aplicación expeditiva, como es una de las características de
las legislaciones de hidrocarburos que solo la rebelión popular logró romper
en la ley de Hidrocarburos vigente89.
87 Ya han logrado varios y sustanciales avances en esa dirección, uno de los más significativos
es la Ley de Promoción de la Exploración y Explotación de Hidrocarburos. El núcleo
dispositivo de la misma es la creación de un fondo compuesto por la deducción del 12%
de los presupuestos de todas las instancias subnacionales (gobernaciones, alcaldías y
universidades públicas), exclusivamente destinado a garantizar, a los respectivos operadores
(actualmente privados y extranjeros en al menos un 90%), la compra de su producción de
hidrocarburos líquidos con un rango de precios que llega al doble del precio internacional.
Este es uno de los efectos prácticos de la “nacionalización” de los hidrocarburos: que
Bolivia compre a las transnacionales sus hidrocarburos “nacionalizados” al doble del precio
internacional.
88 Como se verá luego, es el caso del derecho a la consulta indígena, conculcado mediante
decretos supremos reglamentarios.
89 La otra vía seguirá siendo la definición del procedimiento especial con rango de ley.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 89
efectiva en la elaboración del proyecto en cuestión. Recuérdese que el
consentimiento es la finalidad de la consulta, y que si —de acuerdo con
los impactos del proyecto concreto consultado— no adquiere cualidad
condicionante para la ejecución del proyecto, al menos debe resultar del
ejercicio del derecho indígena a la participación en la elaboración del
proyecto.
90 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
aunque con las atenuantes que se verán, la propia Ley de Hidrocarburos. Pero
es indudable que la aplicación correcta —y sujeta a su específica normativa en
el bloque de constitucionalidad— de la consulta indígena impone la ineludible
necesidad de realizarla dentro de cualquier procedimiento expropiatorio
del patrimonio indígena. Así queda indiscutiblemente determinado desde el
mismo supuesto fáctico de la consulta, es decir, desde su necesidad legal ante
cualquier medida administrativa o legislativa susceptible de afectar a alguna
población indígena o más. Queda pues fuera de toda duda que la extinción
o transferencia forzosa de la propiedad indígena sobre el más vital de sus
bienes, como es su territorio o su tierra, que tienen por finalidad los procesos
expropiatorios en cuestión, afecta a la respectiva colectividad indígena. Más
aún, desde ciertas dimensiones de la superficie expropiada, podría decirse que
nada la afectaría de modo más grave y comprometedor de su futuro colectivo91.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 91
brindar a la misma por tales afectaciones. Pero no se habrá consultado que
dicha empresa adquiera, con plena formalidad jurídica, la propiedad de
una parte de su territorio. A lo más que podría llegarse desde el referido
razonamiento es a que determinada información, criterios e incluso decisiones
tratados o producidos en la consulta anterior, sean tomados como insumos
en la que se realice dentro del proceso de expropiación, y siempre que sea
expresamente aceptado por los consultados. Como se ha dicho, también la
Ley 3058 incurre en esta grave omisión del derecho a la consulta indígena.
Pero al menos, a diferencia de otras leyes, establece un vínculo indirecto entre
consulta y expropiación al disponer, como acaba de verse, que el Estudio de
Evaluación de Impacto Ambiental (EEIA) sea un requisito en la tramitación
de la expropiación (específicamente de la ley expresa declarativa de la
respectiva utilidad pública), y que la consulta se efectúe de modo correlativo
y articulado a dicho estudio.
Así tratada la expropiación, el único medio legal que deja la Ley 3058
para la detentación del patrimonio territorial indígena por parte de los
operadores del sector es el de la servidumbre de paso, con la restricción
funcional establecida en el art. 128: “solo se podrán constituir servidumbres
para el transporte y distribución de gas por redes”. Al mismo tiempo, el
citado artículo dispone expresamente que tales servidumbres no causan la
pérdida de los derechos patrimoniales sobre el bien afectado. También en
este caso la prontitud (y consiguiente viabilidad) del procedimiento radica
en la voluntad de la colectividad indígena afectada. En efecto, se dispone
que la alternativa a la tramitación de acuerdo con la legislación civil, siempre
dilatoria pero menos engorrosa que la de la expropiación, sea el acuerdo de
partes. En este caso, la aplicación necesaria de la consulta queda establecida
al disponerse que, para determinar las compensaciones previsiblemente
incluidas en el acuerdo, debe considerarse el EEIA, y al establecerse también
que la consulta esté articulada a la realización del EEIA. El uso generalizado
de esta vía jurídica tiene confirmación empírica en que, hasta ahora, la mayor
parte de estas servidumbres se han constituido por la vía de los acuerdos
de partes expresados en contratos de servidumbre, como es comprensible,
eficazmente promovidos y logrados por la persuasiva capacidad económica
de los operadores petroleros.
92 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
relación a esta, es la creación normativa de los comités de monitoreo
socio-ambiental de área, lo que representa una de las contribuciones
más importantes de la ley a la protección de los derechos territoriales
indígenas, y a los derechos ambientales de la sociedad toda. Se trata de un
interesante sistema de control de impactos ambientales cuya organización
y funcionamiento recae en las instancias locales del Estado y la sociedad
civil. En este sentido, el artículo 131 establece que cada contrato petrolero
tendrá un comité de monitoreo socio-ambiental de área, compuesto de un
representante de cada sección municipal abarcada (debe suponerse que
del respectivo gobierno municipal), dos representantes de las comunidades
indígenas92, y un representante del titular, para evaluar los posibles impactos
socioeconómicos producidos en el nivel local93 y en las TCO. Constituyendo
ya esos términos normativos un conducto cierto para el involucramiento
legalmente autorizado de la sociedad civil a escala local en la permanente
y activa vigilancia de la gestión ambiental a cargo de los operadores, la
formulación siguiente eleva sustancialmente esa vigilancia a la atribución
de incidir en las acciones de dicha gestión ambiental. En efecto, se estipula
(como función de tales comités) “implementar acciones que potencien los
impactos positivos y mitiguen los negativos”.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 93
representantes de los ministerios de Hidrocarburos, Desarrollo Sostenible
y Participación Popular94, además de YPFB, los pueblos indígenas tienen un
solo representante, y de que, dada la debilidad o subordinación del Estado
boliviano frente al capital petrolero transnacional, será muy poco probable
que sus personeros actúen al margen o en contra de este. Adicionalmente, es
previsible que las empresas petroleras, siempre demandantes de las máximas
seguridades para sus inversiones, pactarán con el Estado receptor el tope de
sus prestaciones en materia de prevención y mitigación ambiental, antes de
ejecutar el grueso de su inversión, en el marco del EEIA y —en su caso— de la
consulta indígena, y no aceptarán, ni lo hará la contraparte estatal pactante,
obligaciones sobrevinientes por decisión del mecanismo de referencia95.
Es probable que sea precisamente este papel de contención (a modo de
cerrojo) que se asigna al comité nacional, la causa de que hasta la fecha no
se conozca que, si alguna vez funcionó, haya tomado alguna resolución que
añada obligaciones a las empresas del sector.
94 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
en cuestión, pues el dinero y el poder con que las empresas petroleras
funcionalizan a sus intereses a los Estados y sus políticas, serán capaces
también de no solo funcionalizar a las organizaciones indígenas o campesinas
con la colaboración de las ya funcionalizadas autoridades públicas, sino incluso
de penetrar fuertemente en las propias comunidades rurales de base para, de
uno u otro modo, imponerles su presencia y su acción extractiva.
Por otro lado, esas organizaciones locales deben también contar con una
mínima capacidad técnica que les otorgue los conocimientos indispensables
para obtener y procesar la compleja información relativa a los impactos
ambientales de las operaciones que enfrenten96. Dada la carencia general en
dichas organizaciones de profesionales con los conocimientos requeridos,
esta necesaria capacidad técnica puede obtenerse, sin disminuir la autonomía
que constituye su otra capacidad necesaria y fundamental, mediante alianzas
o acuerdos interinstitucionales con entidades independientes dispuestas a
brindar ese apoyo técnico, como determinadas ONG. Se debe advertir que,
si el ámbito del apoyo técnico es penetrado por la empresa o el Estado
Central, en vez de fortalecer y proyectar la autonomía de la organización,
la puede contrarrestar o hasta eliminar. Por lo demás, las dos capacidades
condicionantes, cuando existen, están directa y causalmente relacionadas.
Así, dotarse autónomamente de capacidades técnicas especiales es una
delicada iniciativa que, comúnmente, solo tomará la organización involucrada
a partir de una fuerte voluntad orgánica de preservar su territorio desde la
acción autónoma, absolutamente indispensable al efecto.
96 Además de sus crecientes complejidades técnicas, esa información suele ser difícil de lograr
por el usual hermetismo de las empresas en todos los aspectos de su funcionamiento.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 95
comprensible su importancia para profundizar y transparentar la discusión de
los complejos asuntos técnicos del proyecto respectivo, frente a su operador
y a sus patrocinadores estatales. Lo es incluso en la formulación, precisa
y pertinente, de propuestas para la adopción de acuerdos satisfactorios
respecto a los derechos y expectativas indígenas, en los que, a su vez, pueda
sustentarse el auténtico consentimiento indígena que persigue la consulta.
96 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
socioambiental y, en su caso, la labor de esos mismos comités, serán aún más
importantes y decisivas que durante el proceso de consulta propiamente dicho.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 97
sentido regresivo respecto a las propias bases procedimentales establecidas
en la ley. Asimismo, si bien dichas normas básicas corresponden a las que
delinean el derecho a la consulta en el Convenio 169 de la OIT, no lo hacen
con la plenitud necesaria, pues se omite la sujeción del proceso de consulta
a la institucionalidad propia de la colectividad consultada, como se ha visto,
de importancia fundamental para la legitimidad y eficacia del proceso98. Pese
a estas limitaciones, en las disposiciones de la ley 3058 relativas a la consulta
indígena se hacen dos aportes significativos para la vigencia de ese derecho.
En este fundamental asunto, la Ley 3058 opta por establecer, como máxima
autoridad pública sobre los procesos de consulta (posteriormente nombrada
como autoridad administrativa competente), una instancia de pluralidad
institucional. Así, en su artículo 117 dispone que son autoridades competentes
y “responsables en forma conjunta de la ejecución del proceso de consulta”,
el Ministerio de Hidrocarburos, el Ministerio de Desarrollo Sostenible y
Medio Ambiente y el Ministerio de Asuntos Indígenas y Pueblos Originarios.
Es presumible que el propósito de esta definición legal fuera lograr en los actos
98 La suplantación conculcatoria d
e un derecho
de la respectiva autoridad el equilibrio y la imparcialidad hipotéticamente
surgidos de la interacción entre organismos vinculados (e inclinados) a los
actores de la controversia que encierran los procesos de consulta en materia
hidrocarburífera. Sin embargo, por las razones que se expondrán más adelante
al retomarse el tema, en general esta estructura interministerial ha carecido de
vigencia práctica, y, en sostenida y generalizada vulneración fáctica de la ley,
ha sido solo el Ministerio de Hidrocarburos, mediante distintas reparticiones
y frecuentemente con marcada informalidad99, quien ha asumido el papel
de autoridad administrativa competente. De este modo, a tiempo de
disiparse rotundamente cualquier ilusión de equilibrio o imparcialidad en la
intervención del Estado central, se ha establecido su claro alineamiento, en
la pugna implicada, con los intereses del capital y el poder globales.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 99
primeras que adopte el Estado en dirección a la ejecución del proyecto sujeto
a consulta. No obstante, en este primer momento, a falta del estudio que
los identifique con precisión, no se contará con información suficiente sobre
los impactos ambientales del proyecto en el territorio intervenido, ni en las
comunidades indígenas que lo habitan, lo que impedirá que los consultados
adquieran la plena conciencia sobre el proyecto objeto de la consulta, que
legitime su voluntad colectiva. Por ello, el segundo momento, tan necesario
como el primero, da vigencia al principio normativo que impone el carácter
informado de la consulta, dando lugar a que toda la información considerada
o construida en el desarrollo del EEIA101 se traslade al proceso de consulta.
101 Además, se dispone expresamente que el EEIA debe tener la categoría de integral y
analítico, la más exigente y de mayor seguridad para las poblaciones afectadas por la obra
respectiva.
102 Si bien no alude expresamente a la consulta indígena, la posterior normativa relativa a esta
no deja dudas sobre su necesaria aplicación tratándose de poblaciones indígenas.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 103
o a la problemática indígena en su conjunto, sino de una nueva (o antigua)
política respecto a la globalidad de la realidad social boliviana. Si bien
puede decirse que el MAS nunca desarrolló minuciosamente un programa
de gobierno propio, originalmente adoptó gran parte de los postulados y
demandas que enarbolaron las movilizaciones sociales que antecedieron, y
determinaron, su ascenso al gobierno. Tales movilizaciones fueron la intensa
emergencia popular que desplazó del poder político a los artífices locales
del neoliberalismo, y los reemplazó con el MAS merced, precisamente, a la
adscripción de este a su ideario, y a la canalización electoral de la fuerza
social emergente que dicha adscripción le permitió. Fue aquel conjunto de
demandas y postulados el que configuró el horizonte de transformación
social bajo el que se gestó y abrió el proceso de cambio, y en él, el
reconocimiento y vigencia integral de los derechos indígenas constituyeron
el medular contenido emancipador de la dominación colonial. Esta suerte
de adscripción programática, no obstante su carácter preponderantemente
retórico, representó, en la visión orgánica de los actores movilizados,
la asunción, por parte del MAS, de un mandato histórico-social para la
profunda transformación del Estado y la sociedad bolivianos.
105 La concentración del poder que ejerció crecientemente el Gobierno de Evo Morales
se originó, en el plano jurídico-institucional, en el control de los dos tercios legislativos
logrados en esa elección.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 105
Como se acaba de ver, esta política, siendo relativamente nueva (aunque ya
con varios años de ejecución hasta el presente) en el Gobierno del MAS, en
el Estado boliviano supone más bien allanar una antigua continuidad. En esta
dimensión estatal, lo novedoso radica en los dispositivos político-discursivos
de su ejecución, los que giran en torno a la identidad y características del
Gobierno. En efecto, nunca antes los intereses del capital extranjero y de
las élites locales fueron administrados (protegidos y promovidos) por la
representación política orgánica de los sectores populares sublevados
contra los mismos, ni se amparó ese servicio bajo el discurso y los símbolos
de las luchas sociales que los enfrentaron históricamente. Esta contradicción
abismal no debilitó la ejecución de las políticas en cuestión. Al contrario, fue la
condición que permitió su fortalecida renovación, pues, con la instrumentación
política y simbólica de lo indígena y popular, les brindó la protectora
legitimación social de la que nunca gozaron (Almaraz, 2019: 177-183).
Y como era previsible, esta renovación de las viejas políticas estatales ha
conservado a los pueblos indígenas como sus principales damnificados.
La causa directa de los principales daños es la de siempre: la expansión del
capital en el país prioriza la captura mercantil de los recursos naturales,
y gran parte de estos se halla en los territorios indígenas. Así, el proyecto del
capital y del mercado continúa pasando por la extracción (e imponiéndola),
frecuentemente en condiciones de despojo y con efectos de destrucción
ambiental, de los bienes naturales que componen el hábitat y el territorio de los
pueblos indígenas, y, consiguiente, por la negación, regresión o conculcación
de los derechos indígenas territoriales actualmente reconocidos en el bloque
de constitucionalidad.
2. La suplantadora conculcación
normativa y la doble conculcación
La conculcatoria regresión normativa del derecho indígena a la consulta
está concentrada en tres contextos normativos sectoriales. Estos son
los que corresponden a los rubros productivos específicos abordados
en el presente estudio: las industrias extractivas del subsuelo (minería e
hidrocarburos) y la construcción vial. Los instrumentos específicos que la
contienen son la Ley 222 (de consulta para la construcción de la carretera
Villa Tunari- San Ignacio de Moxos), la Ley 535 de Minería y Metalurgia, y los
decretos supremos 2195 de Asignación Porcentual de la Compensación
Financiera por Impactos Socioambientales, y 2298 Modificatorio del
Reglamento de Consulta y Participación para Actividades Hidrocarburíferas.
Antes de considerar los contenidos específicos de estos instrumentos en
relación con la consulta indígena, y en el propósito de comprenderlos mejor,
es conveniente detenerse brevemente a observar el sentido y finalidad
generales de tales instrumentos.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 107
de consulta que debía realizarse respecto a la construcción de la carretera
Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, atravesando el Territorio Indígena y
Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). No obstante, esta singularidad no le
resta trascendencia jurídica, pues, a pesar de las brutales violaciones de los
derechos constitucionales indígenas que se cometen en sus disposiciones,
y a las que se agregaron en su aplicación, el supuesto proceso de consulta
que le dio cumplimiento es el principal fundamento de la Ley 969 de
Protección, Desarrollo Integral y Sustentable del Territorio Indígena y Parque
Nacional Isiboro Sécure (del año 2017), que permite la construcción de la
mencionada carretera contra la voluntad mayoritaria de las comunidades
indígenas habitantes del TIPNIS y de la sociedad boliviana106. En efecto, la
Ley 969 se sustenta en que la consulta ejecutada en aplicación de la Ley 222
habría determinado la voluntad de la población consultada en favor del
proyecto carretero. Sin embargo, no existe registro documental fehaciente
de dicha voluntad, al contrario, las únicas fuentes documentales relativas
a ese proceso de “consulta” elaboradas por entidades independientes del
Gobierno central, como el informe de la Comisión Interinstitucional107
106 El Gobierno de Evo Morales promovió, de modo indirecto e inconsciente pero eficaz, la
octava marcha indígena de las tierras bajas en defensa del TIPNIS. En efecto, cuando las
organizaciones indígenas de tierras bajas manifestaron su oposición a la construcción de
la carretera que afectaría el núcleo del TIPNIS, por sus impactos de grave destrucción
ambiental, el Gobierno respondió, con notable prepotencia patronal, que construiría la
carretera “quieran o no quieran” y que además la entregaría en esa misma gestión. Ante esa
agresión y desafío, las organizaciones indígenas de tierras bajas, y no solo las del TIPNIS,
recurrieron a su más caracterizado método de lucha en los últimos tiempos e iniciaron una
masiva marcha pacífica hacia La Paz. La nueva respuesta gubernamental, extremando la
actitud autoritaria y antiindígena fue (después de varias otras agresiones físicas) la represión
brutal de la marcha, apresando (secuestrando) ilegal y violentamente a gran parte de los
marchistas. Se trataba de consumar el escarmiento brutal de la contestación social a las
decisiones gubernamentales, y no de construir la carretera (al menos en el corto plazo),
pues su financiador (el BANDES de Brasil) no había desembolsado los fondos requeridos
a falta del cumplimiento, por el Estado boliviano, de requisitos legales como el EEIA y la
consulta indígena, y no lo haría mientras no se cumplieran (en el lapso inevitablemente
prolongado que implica su realización). Pero la heroica solidaridad movilizada de los
pobladores de Rurrenabaque y San Borja liberó a los marchistas secuestrados y puso
en retirada al contingente policial represor. Relanzada la marcha, fue apoteósicamente
recibida en La Paz por una movilización ciudadana inédita por su magnitud y fervor,
mientras la misma solidaridad ciudadana se manifestaba también en las otras principales
ciudades del país. Abrumado por la enfática voluntad de la gran mayoría de la población
del país, y no solo del TIPNIS, el Gobierno aprobó y promulgó la Ley 180 de Protección del
TIPNIS, demandada por sus organizaciones, que dispone expresamente la prohibición de
construir carretera alguna en su interior, y establece un particular régimen protector de
su biodiversidad bajo el concepto intangibilidad. Esta es la ley que se ha abrogado con el
fundamento del aberrante proceso de consulta dispuesto por la Ley 222.
107 Esta comisión, totalmente independiente del Gobierno, se constituyó y quedó conformada
por la Iglesia Católica mediante CARITAS, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos
de Bolivia (APDHB) y la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDDHH), con la
finalidad de atender el pedido de varias comunidades del TIPNIS, de conocer en el terreno
lo que había ocurrido en el proceso de “consulta” y pronunciarse al respecto.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 109
Respecto a la Ley de Minería y Metalurgia, debe tomarse en cuenta
que su orientación general es la de un liberalismo (o neoliberalismo)
verdaderamente radical. Así, la generalidad de sus disposiciones convergen
en el propósito fundamental de “atraer” las inversiones privadas hacia el
sector, brindándoles las mayores facilidades y garantías posibles. Como global
y obvio resultado, el régimen regulatorio creado por dicha ley, institucionaliza
la indefectible absorción de la actividad minera y metalúrgica por el libre
mercado (y el capital privado, especialmente extranjero) en sus condiciones
más irrestrictas111. Bajo esta orientación, esta ley es la perfecta continuidad
(coherentemente adecuada a las nuevas circunstancias y camuflada con
los consabidos eufemismos de la conveniencia política coyuntural) de la
tradición ultraliberal del derecho minero boliviano, paradigmáticamente
expresada en el Código de Minas que dio satisfactorio amparo jurídico a
los “barones del estaño”, y en el Código de Minería que Sánchez de Lozada
hizo aprobar a la medida de sus propios intereses empresariales. Pero en
su radicalidad liberal, en algunos importantes aspectos supera a esos
referentes históricos del liberalismo jurídico en beneficios y prerrogativas
para los operadores privados112.
111 Como norma básica y general de esta ley, está el típico precepto liberal que iguala a todos
los operadores del sector, incluyendo entre ellos a COMIBOL, lo que le impide ejercer el
papel de control y orientación global de la respectiva industria que la justifica.
112 Es el caso de la garantía de previsibilidad jurídica, otorgada en evidente vulneración de la
soberanía popular y de las elementales potestades legislativas del Estado boliviano, o del
negocio inmobiliario en el que se convierte la expropiación de tierras, ya que en varios
casos previstos de cesación de las operaciones mineras, el operador respectivo no queda
obligado a restituir las tierras expropiadas al patrimonio de las que se las desapropió,
como es de rigor en doctrina del derecho minero y ha sido común en la legislación en esa
materia.
113 Se lo hace con el trillado recurso del eufemismo o la engañosa vaguedad, lo que, más allá
de significar el rechazo de la respectiva demanda social, solo demuestra que está existió.
114 Además, significaría un justificado desarrollo de los derechos territoriales, pues estos
recursos, al ser superficiales, no tienen la restricción de los recursos del subsuelo para ser
aprovechados por las comunidades indígenas con derechos agrarios sobre la superficie.
115 Por lo demás, el régimen de consulta de esta ley era el anticipo sectorial de otro de alcance
general que, presumiblemente con similares contenidos, pretendía aprobarse como norma
general de consulta, como lo revela la disposición transitoria I de la ley.
116 Una primera y tenue manifestación jurídica de esta tendencia se halla en el inciso b del
párrafo III del artículo 2 del Decreto Supremo 4721, que da a la autoridad pública en la
materia la atribución de “Promover el desarrollo de la inversión y producción en el sector
minero y metalúrgico con proyectos estatales, privados, comunitarios y de economía
mixta”. En cualquier caso, resulta muy dudosa la eficacia de la disposición, no solo por
ser lacónicamente declarativa, sino también porque los proyectos mineros “comunitarios”
(que curiosamente parecen sustituir a los del sector cooperativo, legalmente reconocido),
al ser una total innovación en el derecho minero boliviano, no cuentan con el marco
jurídico indispensable para materializarse.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 111
la consulta en estos casos, pues aun si la hipotética cooperativa estuviera
íntegramente conformada por comunarios del territorio intervenido por sus
operaciones, el indispensable contrato minero que habilitará y regirá sus
actividades expresa la voluntad e intervención del Estado. En cierto modo, la
cooperativa estará actuando por cuenta del Estado con afectación potencial
del patrimonio territorial cuya titularidad no se limita a los comunarios
cooperativizados.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 113
Definir si el Territorio Indígena y Parque Nacional TIPNIS debe ser zona
intangible o no, para viabilizar el desarrollo de las actividades de los
pueblos indígenas Mojeño-Trinitario, Chimane y Yuracaré, así como la
construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos.
117 Si hubiese sido aceptable la extemporánea consulta sobre la carretera, y si hubiese sido
necesario incluir otros temas vinculados al objeto de la consulta, habría tenido que hacerse
en la planificación de esta (en acuerdo con la organización interesada) y en estricta función
al tema definido en el único objeto de la misma.
118 Se trataría de consultas en el sentido común del término.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 115
y gigantesca mentira, se forzaba a los consultados a pronunciarse contra el
régimen de intangibilidad; para poder hacer ellos lo que este no les prohibía,
como sus proyectos productivos, pero también para que los terceros pudieran
hacer lo que sí prohibía, como la polémica carretera.
120 Sin embargo, ya se tiene el antecedente sugerente del DS 3549 (modificatorio del
reglamento de prevención y control ambiental) que Evo Morales les obsequió, eximiendo
a gran parte de las operaciones hidrocarburíferas del EEIA analítico.
121 La doble condición no abarca la totalidad del parque, pues, por libre voluntad de la propia
población indígena del polígono 7 expresada en el proceso de SAN-TCO, sus tierras
quedaron fuera de perímetro de la TCO y se titularon individualmente (Almaraz, 2019).
122 En todo caso, tal hipotética consulta carecería de toda utilidad práctica, pues el polígono
7 está ya (desde bastante antes de la ley 222) atravesado por varios caminos anchos y
empedrados.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 117
del polígono 7. Nadie habría podido esperar algo diferente de estas
últimas, puesto que su amplia asimilación social a la numerosa población
de su entorno geográfico inmediato, compuesta por campesinos migrantes
desde la región andina dedicados principalmente al cultivo de coca ilegal y,
al menos en importante proporción, a la fabricación de cocaína, se prolongó
a la incorporación de esas comunidades al circuito económico coca-cocaína
(Paz, 2012; Colque, 2019)123. Consiguientemente, las hacía también participes
del más directo e inmediato beneficio particular que brindaría la carretera:
la expansión en el TIPNIS de la producción de coca y cocaína del polígono 7,
carente de otras posibilidades reales de ampliación geográfica (Almaraz, 2019).
Pero este grave atropello al derecho a la consulta apenas fue una fracción del
que se cometió en cuanto al sujeto del derecho. Así, además de adulterar al
sujeto de la consulta, incorporando ilegítimamente en él a personas ajenas
al territorio, se suplantó agresivamente a los auténticos representantes de
la población legítimamente titular de la consulta (y el territorio). También a
este respecto la ley se limita a crear el vacío que propiciará después la grave
vulneración. En efecto, la ley omite toda alusión genérica a la representación
formal y orgánica de la población que debía ser consultada, y específica a las
organizaciones concretas que la ejercían, como eran la Subcentral del TIPNIS
y la del Sécure124. Luego, libre de obligaciones impuestas por la ley al respecto,
la aplicación de esta consumó la absoluta suplantación de esas organizaciones,
auténticamente representativas de los consultados, sustituyéndolas con las
organizaciones apócrifas creadas por la acción divisionista del propio Gobierno
y, por supuesto, por CONISUR, la organización indígena del polígono 7.
123 Varios informes confiables (incluyendo los gubernamentales) dieron cuenta de que esta
zona era en ese momento, como lo había sido antes y lo seguiría siendo hasta el presente,
el epicentro de la producción cocainera en el país (Almaraz, 2019: 120).
124 Mientras la primera aglutinaba a las comunidades asentadas en las proximidades del río
Isiboro y sus afluentes, la segunda lo hacía respecto a las asentadas en las riberas del río
Sécure.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 119
Pero si el auténtico consentimiento del consultado queda relegado a la
mera formalidad declarativa, y en los hechos concretos es sustituido por
otro propósito (como se ha mostrado ya líneas atrás respecto a la realidad
actual en la materia), sus condiciones desaparecen con él en este terreno, así
como en la materialización del proceso de consulta, pues en este, peor que
innecesarios, constituirían un insalvable obstáculo para el logro del propósito
que sustituye subrepticiamente al consentimiento del consultado125. De este
modo, la vulneración del consentimiento indígena como finalidad de la
consulta, parte de la preestablecida voluntad estatal de ejecutar el proyecto
sujeto a consulta independientemente de la voluntad y el consentimiento
de los consultados, y, consiguientemente, de suplantar en los hechos la
finalidad del respectivo proceso. Pero, en todo caso, tiene su consumación
plena y de fondo en la vulneración de todos los otros principios normativos
de la consulta, los mismos que, de respetarse, posibilitarían y brindarían
autenticidad al consentimiento descartado de facto y de inicio. Dicho de
otro modo, la vulneración de fondo del consentimiento es el resultado final y
convergente de la vulneración del conjunto de los principios normativos del
derecho a la consulta, y también su punto de partida.
125 Recuérdese, respecto a los propósitos reales más comunes en las experiencias prácticas
de la consulta indígena, la sola compensación pecuniaria, la mera (y generalmente parcial)
información, o la simple solemnidad burocrática.
126 La mención del Vivir Bien tiene también una evidente finalidad inductiva, pero su torpeza
retórica no parece darle mayor utilidad.
127 La alusión expresa al veto parece responder al propósito de invalidar la Sentencia
Constitucional examinada líneas atrás, ya que, como se vio, esta lo reivindica explícitamente
en el marco del reconocimiento del derecho al consentimiento.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 121
se debe empezar por observar su importancia también fundamental en el
desarrollo del instituto, pues define globalmente las pautas organizativas y
operativas del proceso de consulta. Por ello mismo, es adecuado, también
en este tema, retomar y profundizar su consideración en el contexto integral
que ofrece el tratamiento del mecanismo institucional de la conculcación
del derecho a la consulta. Sin embargo, respecto a este específico principio
normativo, las vulneraciones directas contenidas en los tres contextos jurídicos
de referencia son especialmente graves, rotundamente conculcatorias,
y muchas. Debido a esto último, y a las insoslayables limitaciones de este
trabajo, se pasa a considerar solo las más importantes.
128 A esta función aluden, en última instancia, procedimientos como el diseño metodológico
o la programación.
129 En el parágrafo II del art. 2 de este reglamento se dispone que, si no se logra concertar la
metodología en dos intentos con intervalos de cinco días, la “AC (autoridad competente)
establecerá una metodología” que hará conocer a los consultados “mediante publicación
escrita, comunicación radial y notificación notariada”.
130 En rigor del respectivo texto legal, la autoridad pública encargada de la consulta ni siquiera
está obligada a aprobar formalmente planificación o metodología alguna.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 123
operativas y técnicas del proceso absolutamente al margen de la respectiva
institucionalidad indígena. Más aún, a pesar de que en las previsiones de la ley
(art. 9) figura, para una primera etapa de su aplicación, la concertación de la
planificación y metodología del proceso con sus destinatarios, el mencionado
protocolo fue elaborado, aprobado y puesto en vigencia por el Gobierno de
modo absolutamente unilateral, sin que las organizaciones legítimamente
representativas de la población consultadas siquiera lo conozcan.
131 Mientras el parágrafo II del art. 211 de la Ley de Minería y Metalurgia establece que la consulta
previa deberá realizarse en un máximo de tres reuniones presididas por el Director de la
AJAM (Autoridad Jurisdiccional Administrativa Minera), el parágrafo II del art. 2 del D.S. 2298
(reglamentario de la consulta para actividades hidrocarburíferas) dispone que “La reunión
preliminar y de planificación es conducida por la AC”, y debe advertirse que lo mismo
ocurrirá con todas las posteriores reuniones si es la voluntad de la misma AC, pues, como
lo dispone el texto restante del mismo parágrafo (citado en la nota 119), será ella la que
en última instancia lo decida en el marco de la “metodología” que queda autorizada a
“establecer” unilateralmente. Respecto a la Ley 222, la conducción discrecional de todo el
proceso de consulta por parte de la autoridad estatal queda ampliamente establecida a lo
largo de todo su protocolo.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 125
los del vertiginoso flujo del capital global y de sus intensas expectativas
extractivistas. Sin embargo, como se ha reflexionado líneas atrás, este es un
asunto normativamente no resuelto, pues, si bien es inaceptable la imposición
vulneratoria que se acaba de ilustrar, no es razonable pretender que el Estado
acepte un plazo del procedimiento que, determinado en la autonomía del
consultado, pueda ser extraordinariamente prolongado, o incluso que se
carezca del mismo. Parece pertinente resolver este vacío, con razonable
ecuanimidad y respeto por el derecho en cuestión y, en el marco del desarrollo
normativo que se propone en el apartado siguiente, estableciendo que en el
caso que el plazo establecido por los consultados no haya sido aceptado
por la entidad pública consultante, sea la autoridad pública contraparte de
la organización indígena en la conducción del proceso (imparcial y distinta
a la consultante) la que dirima la controversia con equilibrio y estricta
sujeción a la normativa de la consulta indígena establecida en el bloque de
constitucionalidad. Además, con la posibilidad de apelarse su decisión en
indispensable respeto al principio del debido proceso.
132 Ni siquiera la elaboración y aprobación del EEIA, como era el caso real, más por
condicionamiento de BANDES, financiador de la carretera, que por apego a la ley de las
autoridades bolivianas.
133 El parágrafo II del art. 215 de la ley dispone que “La resolución (final) será remitida a la AJAM
para la prosecución del trámite de solicitud del contrato”.
134 Últimamente se viene empleando el recurso ilegítimo de fraccionar las operaciones en
distintos rubros, para eludir o menoscabar la obligación de la consulta indígena, así como
el EEIA en su categoría más exigente.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 127
eliminación inconstitucional del acto estatal primero que debe ser precedido
y condicionado por la consulta, y el proceso antecede directamente
la aprobación del EEIA135. También en este caso son muchos los actos
administrativos que el Estado realiza antes de la consulta prevista, aunque
no se llega, como en minería, a la propia materialización parcial —en territorio
indígena— del proyecto sujeto a consulta. La particular situación agravante
de esta vulneración cometida en la reglamentación hidrocarburífera está en
que sus respectivas disposiciones y omisiones no solo lesionan el mandato
del bloque de constitucionalidad, sino también el de la propia ley sectorial
que reglamenta (la Ley de Hidrocarburos). Como se recordará, una de las
contribuciones significativas de esta ley a la afirmación y desarrollo normativo
del instituto de la consulta indígena es el reforzamiento de su carácter previo
estableciendo dos momentos necesarios para su realización. El reglamento
ha amputado absolutamente el primero, dejando supuestamente efectivo
solo el segundo.
136 En las experiencias concretas en los tres rubros de actividad abordados, estas recurrentes
prestaciones van desde puestos de trabajo hasta una considerable variedad de bienes de
consumo, sin descartar pagos en dinero.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 129
Pero el condicionamiento de las prestaciones ofertadas no se limita a la sola
concurrencia indígena al desarrollo del proceso, sino que se prolonga a la
otorgación de su consentimiento en los términos plenamente a favorables
al proyecto consultado que son requeridos por los ofertantes de la dádiva
coactiva. Con ello, la coacción determina el desarrollo íntegro y el resultado
final del proceso, en completa violación del derecho constitucional indígena
a la consulta, convirtiéndolo en un componente más de la inversión
extractivista. Para que la coacción adquiera semejantes alcances totalizadores
del respectivo proceso no es suficiente la concurrencia del factor económico
en el que convergen las enormes disponibilidades de los unos con las severas
carencias de los otros. Es necesario también que esas disponibilidades y
carencias se reproduzcan en el factor político e institucional del problema.
137 La prebendalización de los procesos de consulta está muy amplia y claramente ilustrada
en todas las fuentes consultadas respecto al desarrollo práctico de tales procesos. Entre
las principales, en CEJIS (2010) y Colque y Paniagua (2019) en el ámbito hidrocarburífero,
en SIFDE-OAS (2017) en el minero, y en Comisión interinstitucional (2013) respecto a la
consulta en el TIPNIS.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 131
coacción violenta de diversas, reiteradas y descarnadas maneras: enjuiciando
y persiguiendo a los principales dirigentes indígenas opositores al proyecto
carretero y a la consulta fraudulenta con la que se pretendía legitimarlo,
agrediendo físicamente e intimidando a los indígenas que sostenían esa
misma oposición, y ocupando las sedes de las organizaciones indígenas
con grupos de indígenas dirigidos por el Gobierno138. Extremando la presión
violenta sobre la población indígena, el Gobierno Municipal de San Ignacio
de Moxos (entonces en manos del MAS) llegó a la crueldad de condicionar la
continuidad del único servicio de salud que recibían las comunidades del río
Sécure, brindado por una ONG y no por el Estado, a que las mismas acepten
la consulta y la carretera, y como no lo hicieron, se cumplió la amenaza y se
las privó de ese único servicio de salud139.
138 No debe perderse de vista que la represión brutalmente violenta de la VIII marcha, así
como las agresiones violentas a la XIX, constituyeron también el ejercicio de la coacción
estatal sobre la población del TIPNIS para forzarlas a aceptar la consulta extemporánea y
fraudulenta y el propio proyecto carretero.
139 Este grave hecho fue denunciado por miembros de la Comisión Interinstitucional
(compuesta por representantes de CARITAS, APDHB y FIDDHH) que verificó la ilegal
realización de la consulta en el TIPNIS.
140 Adviértase que en el momento en que las normas de referencia prevén realizar la consulta,
en todos los casos, dichos datos y criterios están ya disponibles, al menos como insumos
del EEIA.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 133
simultáneamente, la vulneración del principio expresado en la necesaria
buena fe. Asimismo, la precedente exposición relativa a la vulneración de los
demás principios y bases normativas de la consulta indígena resulta la mejor
ilustración respecto a la vulneración de este principio. En todo caso, como es
absolutamente necesario dado su alcance integral, este tema será retomado
y profundizado en el abordaje de la conculcación global de la consulta
indígena que se hace a continuación.
141 Téngase en cuenta que, en Bolivia, las formas cooperativas en la minería frecuentemente, y
especialmente en los casos de la cooperativas más grandes y económicamente más fuertes,
encubren jurídicamente sociedades capitalistas con la ilegítima finalidad de brindarles las
exenciones de distinto tipo (incluyendo las relativas a ciertas obligaciones ambientales)
que la ley contempla en favor de las cooperativas y no de las entidades comerciales.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 135
En suma, la gravedad de los impactos socioambientales de esta minería
en explosivo crecimiento amenaza la propia subsistencia física y cultural
de los pueblos indígenas a los que afecta, por lo que amerita no solo la
realización de la consulta indígena, sino que esta tenga, en estricto rigor
de la suprema normativa contenida en el bloque de constitucionalidad, el
alcance del deber de acomodo por el que el consentimiento de la población
consultada condiciona la realización de la actividad u obra sometida a
consulta, o, en otros términos, adquiere fuerza vinculante. Sin embargo, la
ilegalidad de tales operaciones mineras, así como la complaciente y casi
total ausencia estatal que la determina, han dejado a esos pueblos indígenas
amazónicos (algunos de ellos considerados por el mismo Estado boliviano
como de alta vulnerabilidad) en completa desprotección, al mismo tiempo
que han entregado a la discrecional e ilegítima voluntad de los operadores
extractivistas el dominio real de esa extensa parte del territorio nacional,
sus recursos naturales y su población. Dicha ilegalidad es absoluta —como se
ha visto— en la abrumadora mayoría de los operadores, que, prescindiendo
de la más mínima legalidad para sus operaciones, prescindirán también,
por obvia consecuencia de ello mismo, de la que los obliga y condiciona
a la consulta indígena. Pero en el caso de la pequeña minoría que cuenta
con derechos de explotación minera, su ilegalidad es rotunda y flagrante
respecto a la consulta, pues, sin haberla realizado, no solo que han obtenido
tales derechos, sino que los vienen ejecutando larga e intensamente.
142 Se trata de la comunidad ayorea 27 de Mayo, asentada en una superficie del territorio de
sus hermanos guaranís de Charagua Iyambae, donde estos les permitieron asentarse con
toda legitimidad, y que fue atacada y desplazada por una de las conocidas milicias que
los colonizadores (ahora llamados interculturales), afiliados al MAS, han organizado con
la finalidad de apropiarse por los hechos violentos de tierras ajenas (entre otros y peores
propósitos posibles), al amparo de la impunidad y la pasividad cómplice que les brinda el
gobierno central y sus autoridades subordinadas.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 137
los Estados quienes desarrollen la normativa específica de la consulta en sus
respectivas legislaciones nacionales, sobre las bases surgidas del derecho
internacional y adoptadas por ellos mismos.
146 Esta situación fundamental en la realidad del derecho indígena a la consulta, verificada
no solamente en Bolivia, ha sido claramente advertida por los organismos internacionales
encargados de proteger los derechos humanos. Así, la Comisión CIDH afirma que: “En la
mayoría de los casos, el derecho a la consulta se viola por la ausencia o las limitaciones
de los mecanismos legislativos y administrativos que regulan el deber de consultar”
(CIDH, 2010: 117).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 139
Como se ha mostrado en el apartado precedente, en el caso de la minería,
la Ley de Minería y Metalurgia asigna este papel concentrador a la AJAM, la
que, en superficial sustitución de la vieja Superintendencia de Minas, tiene
la función fundamental de otorgar (y proteger) derechos de explotación
minera y producción metalúrgica a los distintos operadores del sector
(generalmente privados en la realidad concreta). En materia de hidrocarburos,
con cierta transgresión de la Ley 3058 (como es el ilegal sentido frecuente
de los instrumentos reglamentarios de la misma), se otorga el mismo papel
al Viceministerio de Hidrocarburos147, tan estrechamente funcionalizado a la
promoción y protección de las inversiones en la producción hidrocarburífera
como la AJAM a las de la producción minera. Por su parte, la Ley 222 y su
protocolo plantean una situación análoga con el Ministerio de Obras Públicas
respecto a la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos.
Es pues evidente el interés que compromete, aún más allá de las políticas
públicas, a estos organismos con las inversiones sujetas a consulta.
Lo es desde su propia función fundamental de promoverlas, facilitarlas
y protegerlas; puede decirse coloquialmente que para eso están, y los
proyectos que ellos mismos someten a consulta constituyen la realización
material de esa su función. Al mismo tiempo, la vigencia de una típica herencia
neoliberal refuerza este vínculo generando dependencia financiera directa,
pues, desde las reformas “de ajuste estructural”, esos organismos públicos
son directa y formalmente financiados por las empresas (generalmente
privadas y extranjeras) ante las que representan al Estado boliviano. Esta
forma desembozada de dependencia está plenamente vigente al menos
en el sector minero, donde la propia ley lo establece con total y explícita
claridad (parágrafo II del art. 40). Más aun, esta suerte de control pecuniario
(o patrimonialización) de la legalidad se acrecienta sobre el propio proceso
de consulta, pues la ley establece (art. 216) que el mismo será financiado por
el respectivo operador. Pero, además, no puede ignorarse la realidad concreta
del país, donde, con total prescindencia de la formalidad jurídica, el profundo
hábito colectivo de la corrupción, de alcance existencial en la estatalidad
boliviana, acrecienta la servidumbre de la función pública al poder corruptor
del dinero. En virtud de este poderoso componente antijurídico de la realidad
es muy factible (si no obvio) que las empresas concurrentes a los procesos de
147 En la práctica parece haber cierta flexibilidad discrecional por la que ese Viceministerio
suele ser reemplazado por algún otro del mismo Ministerio de Hidrocarburos y Energía, lo
que no cambia la parcialidad de fondo (Colque y Paniagua, 2019).
148 Para comprobar la continuidad creciente de esta realidad en los sectores de referencia,
obsérvese los incontables casos de corrupción en YPFB y el sobreprecio en la carretera
por el TIPNIS, reconocido por la propia Contraloría General durante el Gobierno de Evo
Morales.
149 Es más honesta la actitud de la autoridad pública en el caso mencionado de la construcción
del tren metropolitano de Cochabamba, de referirse a un proceso básicamente igual,
como socialización y no consulta. Otros lo llamarían de validación.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 141
consentimiento que, como se ha visto, en los casos de impactos mayores que
podrían causar los proyectos objeto de consulta, prevén los instrumentos
internacionales incluidos en el bloque de constitucionalidad, otorgando
fuerza vinculante a la voluntad de la población consultada emergente de
la consulta, al condicionar la realización del proyecto a la otorgación de su
consentimiento. Así lo indica el que, al menos en la última década, no haya
indicio conocido alguno siquiera de la consideración de este asunto por
parte de los organismos organizadores de los procesos (o sus personeros) en
la realización de alguno ellos. Pero, además, como se ha visto, para prevenir
radicalmente la consideración o —más aun— la aplicación de ese derecho
indígena establecido en el bloque de constitucionalidad, la Ley de Minería
y Metalurgia lo ha conculcado expresamente. Luego, estos organismos que
convocan y organizan discrecionalmente los procesos de consulta, casi
fusionados con los operadores directamente interesados, promueven intensa
y eficazmente, y muchas veces coactivamente, los acuerdos con los que
más frecuentemente suelen culminar dichos procesos. Se trata, como se ha
visto también, de acuerdos que, lejos de modificar los proyectos respectivos
incorporando las expectativas indígenas de protección de sus territorios, se
limitan a establecer las compensaciones económicas que deben brindar los
operadores por los daños ambientales que causarán (o más frecuentemente
por solo una pequeña parte de ellos) y que, por lo tanto, quedan admitidos.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 143
Si bien las limitaciones con las que se realizó el presente estudio impidieron
el abordaje de la problemática de la consulta indígena (en el ámbito sectorial
de referencia) en la mayoría de las instancias estatales subnacionales, sí se lo
hizo, al menos en sus aspectos conceptuales básicos, en relación a los GAIOC,
valorando la comprensible y marcada expectativa que, en la perspectiva del
ejercicio de la libre determinación de los pueblos indígenas, ha concitado la
relación entre autonomía indígena y consulta indígena.
150 Sin embargo, en el ánimo de prevenir la obstrucción operativa de la gestión de los GAIOC
por efecto de la necesidad de la consulta a la generalidad de sus actos (lo que deriva
de la condición indígena de su población), cabe considerar que, a partir de normas que
desarrollen la institucionalidad indígena, eventualmente refrendadas en el derecho
positivo, se homologue la consulta con determinadas decisiones orgánicas de la población
indígena concernida, especialmente en los casos en que esas decisiones demanden la
realización de la obra susceptible de consulta.
Debe entenderse bien que, por una básica y elemental definición jurídica y
política, los GAIOC deben estar claramente subordinados a la organización
natural globalmente representativa (y organizadora) del respectivo pueblo
indígena, sin que haya razón válida alguna para concebirlos como instancia
alternativa o equivalente de esta ni, mucho menos aún, sustitutiva o superior.
Sin embargo, desde la misma organización indígena que acredite las formas
de la institucionalidad propia que debe regir la consulta, podría otorgarse
al GAIOC la función de encargarse integralmente de la eventual consulta,
o contribuir a ella de algún modo operativo o logístico. Lo segundo, dadas
ciertas atribuciones y sus consiguientes capacidades técnicas y económicas,
podría ser conveniente y aceptable151, pero lo primero representaría una
impertinente y peligrosa interpretación de la institucionalidad propia.
151 Probablemente la mejor posibilidad de esta contribución de los GAIOC a los procesos
de consulta sea la formación y funcionamiento de equipos técnicos encargados de
dar seguimiento en terreno al cumplimiento de los acuerdos emergentes de aquellos
procesos, lo que además de contar con posibilidades financieras y logísticas, cuenta con
un específico respaldo competencial constitucional (numeral 9 del parágrafo III del art.
304 de la CPE).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 145
sumarse en ejercicio de alguna competencia concurrente), queda aún más claro
que debe abstenerse de elaborar el respectivo protocolo de consulta, y de todo
acto que le corresponda a la respectiva organización natural indígena como
representación principal de la población interesada y principal expresión política
de su institucionalidad propia, pues a las ya mencionadas razones conceptuales
se añade la necesidad de la transparencia procedimental, excluyendo de la
definición de este procedimiento el interés particular del consultante.
Los criterios precedentes son pertinentes para guiar la reflexión que exige
la comprensión de la disposición constitucional que relaciona, a modo de
estipulación competencial, las autonomías indígenas con la consulta indígena,
dado lo confuso y poco claro de su redacción. Dicha disposición, contenida
en numeral 21 del parágrafo I del artículo 304 de la CPE, que establece una
competencia exclusiva de la autonomía indígena originario campesina, dice
literalmente: “Participar, desarrollar y ejecutar los mecanismos de consulta
previa, libre e informada relativos a la aplicación de medidas legislativas,
ejecutivas y administrativas que los afecten”.
152 Por lo demás, parece evidente que en la generalidad de los casos en que actos de niveles
superiores del Estado afecten a la autonomía indígenas (vista como entidad estatal
concreta), se afectará a su respectiva población, más no lo inverso, muchos actos estatales
que afecten a una población indígena podrían no afectar a su eventual entidad autonómica
institucionalizada.
153 Charagua Iyambae es una de las solo cinco autonomías indígenas plena y formalmente
constituidas en el país. Igual que otras tres de ellas se ha constituido por la modalidad
procedimental de la conversión de un municipio preexistente en autonomía indígena,
mientras que la autonomía restante (la de Raqaypampa en Cochabamba) es la única
constituida en la modalidad del atributo añadido (la propia autonomía) a un TIOC
preexistente que suele nombrarse como de base territorial. Revelando la obstrucción
normativa y burocrática que pesa sobre la constitución de autonomías indígenas, las que
se hallan en trámite de constitución son 30 (cinco de ellas con sus respectivos trámites
totalmente paralizados) comprendiendo en proporciones equilibradas las dos modalidades
de constitución. Más de un pueblo indígena de alta vulnerabilidad (al menos el Araona y el
Yuqui) han visto frustrada su intención de constituir sus respectivas autonomías indígenas
por no contar con la población requerida por la Ley Marco de Autonomías.
154 Para apreciar la extraordinaria importancia (simbólica y material) que tiene el pueblo
guaraní en el universo indígena de las tierras bajas, e incluso de todo el país, véase Pifarré
(1989) y Almaraz (2019: 28-37, 76-78).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 147
Así, de los al menos seis grandes errores conceptuales, de profunda implicación
axiológica, que contiene, cinco se hallan expresados en su primer artículo,
y se reproducen en varias de sus disposiciones posteriores. En el artículo 1
(Objeto de la ley) se lee:
155 El término “Territorio Autónomo Guaraní Charagua Iyambae” solo podría aludir a la
jurisdicción territorial de la autonomía de referencia, en cuyo interior existen varios TIOC y
superficies correspondientes a otras formas de propiedad agraria.
Las consecuencias prácticas de esta distorsión podrían ser aún más adversas
para los derechos e intereses indígenas en Charagua, pues los no indígenas
arbitrariamente posesionados del derecho indígena a la consulta gozan
de capacidades socioeconómicas y políticas que bien podrían permitirles
imponer su voluntad e intereses en los resultados del proceso de consulta,
siendo dichos intereses, como se ha dicho ya, frecuente y decididamente
contrarios a los de las comunidades indígenas. En el interés de ampliar su
dominio agrario, estos actores han venido ejerciendo fuerte y creciente presión
sobre las áreas protegidas y los territorios indígenas de la jurisdicción de
Charagua Iyambae, y varias de sus iniciativas, e incluso actos ya consumados,
en esa dirección deben (o debían), en el más estricto rigor legal, someterse
a la consulta indígena. Es el caso del puente construido (con la más absoluta
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 149
ilegalidad) solo por las colonias menonitas pero cuyo beneficio se extiende a
cuanto operador extractivista asome a la región, que brinda acceso expedito
a un espacio que además de ser un área doblemente protegida156, es parte
del territorio guaraní y el hábitat del segmento en aislamiento voluntario del
pueblo ayoreo. Sin embargo, la ley autonómica de Charagua convierte en
consultados a los principales consultantes potenciales. Así, los hipotéticos
procesos de consulta que se realicen en sujeción a dicha ley no solo podrían
privar de facto de ese derecho a sus auténticos y legítimos titulares, sino que
podría convertirlos, consumando una perfecta inversión axiológica, en un
eficaz medio de legitimación y legalización de la intervención consuntiva de
los territorios indígenas. Una paradoja tan cruel no sería extraña en la cruel
historia de Bolivia.
156 Este puente, construido sobre el río Parapetí, se halla sobre el sitio RAMSAR Bañados del
Izozog, y a solo 12 kilómetros del Área Natural de Manejo Integrado, con categoría de
Parque Nacional, Kaa-Iya, y brindado fácil y directo acceso a la misma.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 151
ya mencionado carácter evolutivo del Derecho Internacional de Derechos
Humanos en el que se enmarcan no solo los instrumentos internacionales
concurrentes a él, sino también la CPE y los demás instrumentos del derecho
interno boliviano, en virtud de la suscripción, por parte del Estado boliviano,
de aquellos mismos instrumentos internacionales en los que se establece
dicho carácter evolutivo. Así, adviértase nuevamente que, en ese contexto,
cuya máxima fuerza normativa debe subordinar a la de cualquier otro
instrumento, no existe la condición de ancestralidad para el ejercicio del
derecho a la consulta en caso alguno. Luego, recuérdese que, por precepto de
los propios instrumentos internacionales de derechos humanos, las normas del
corpus de los derechos humanos, comprendiendo las normas internacionales
que se extienden a las decisiones jurisprudenciales con especial trascendencia
en la evolución de los derechos, y las internas de los Estados signatarios de
los instrumentos internacionales de derechos humanos (DDHH), no deben
modificarse, en ninguna de las instancias normativas recién mencionadas,
en un sentido restrictivo de cualquier tipo respecto a los alcances de los
respectivos derechos, lo que consumaría una reforma de sentido regresivo.
La estipulación normativa de los DDHH solo puede modificarse para
fortalecer o ampliar los mismos, en lo que se realiza su carácter evolutivo.
Queda pues del todo claro que el agregado de la ancestralidad constituye
una modificación restrictiva (y por lo tanto regresiva) en los alcances del
derecho indígena a la consulta, y que, por lo recién señalado, siendo contrario
al bloque de constitucionalidad, es inconstitucional.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 153
evitar los impactos negativos que ameritan las compensaciones que, casi
siempre ilusorias, engañosas o muy insuficientes, difícilmente compensarán
realmente los daños y pérdidas sufridas.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 155
Foto: archivo CEJIS.
ALGUNAS PAUTAS PARA LA
RESTITUCIÓN Y DESARROLLO
NORMATIVOS DE LA
CONSULTA INDÍGENA
5.
En la perspectiva del desarrollo normativo que construya el instituto de la
consulta indígena en el ámbito interno del Estado boliviano, y en coherencia
axiológica con sus bases normativas, se debe partir de la consideración del
carácter jurídico singular de dicho instituto. La consulta indígena, dado su
origen en el reciente e innovador campo del derecho internacional de los
derechos humanos, resulta un instituto sui géneris respecto a las distintas
tradiciones jurídicas imperantes en el derecho positivo. Sin embargo, sin
perder la singularidad que responde a su sentido y propósito, necesita que
su inserción en la legislación boliviana tenga la organicidad que, a su vez
(y como se ha dicho líneas atrás), la articule adecuadamente a las estructuras
jurídicas cuyas funciones puedan brindarle eficacia en su propia función.
En este sentido, la singularidad del instituto radica en la concurrencia de la
autonomía indígena y en la institucionalidad propia que la organiza, como
marco organizativo del tratamiento y resolución de la controversia, real o
potencial, que implica su premisa fáctica. Es decir, en el campo temático
de referencia, la consulta responde a la oposición concreta (en grado y
manifestación diversos) de los intereses y derechos territoriales indígenas a
los empresariales que impulsan el proyecto sujeto a consulta. La previsión
(y propósito) de los respectivos principios normativos, como se ha visto,
es que la controversia sea prevenida o resuelta, en general, de modo
conciliatorio, pero en el marco del consentimiento del consultado, o, en
los casos de impactos socioambientales severos, sobre la vinculatoriedad
de su voluntad, sea que la misma otorgue el consentimiento y de lugar a la
conciliación, o que lo niegue e impida la ejecución del proyecto. Pero en el
caso en que no se consiga la conciliación sustentada en el consentimiento, y
que no haya lugar a la vinculatoriedad de este, debe asumirse la persistencia
o desencadenamiento pleno de la controversia y consiguientemente, como
corresponde a la dilucidación del común de las controversias de acuerdo
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 157
con los principios de derecho adoptados en la legislación boliviana y en el
derecho internacional, declararse formalmente el carácter contencioso del
proceso de consulta en su desenlace final.
157 Ni siquiera tendría que ser necesaria la presencia de esa autoridad para que los actos de la
consulta tengan valor.
158 En este caso, como corresponde a la básica legitimidad del procedimiento, el organismo en
cuestión participaría como parte interesada, junto al operador, y no ejerciendo autoridad
respecto al proceso correspondiente.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 159
en el desarrollo del proceso de consulta propiamente dicho, lo es aún más en
su conclusión, ya que a ella corresponden, si bien solo en primera instancia,
las resoluciones que den o nieguen efectividad jurídica a la voluntad colectiva
emergente de la consulta.
159 En todo caso, es evidente que, a partir del respectivo mandato legal, el Órgano Electoral
necesitaría dotarse de las capacidades, los conocimientos y la organización necesarias para
cumplir el rol sugerido.
160 Es curioso que la única disposición normativa que reconoce el derecho de apelar (impugnar)
las resoluciones finales de la autoridad administrativa en los procesos de consulta, previendo
que las impugnaciones se sujeten a la Ley 2341 de Procedimientos Administrativos que, a su
vez, establece el derecho de recurrir las decisiones administrativas ante instancias judiciales
(mediante procesos contencioso-administrativos), sea la expresada en el parágrafo II del
artículo 37 del Reglamento de Otorgación y Extinción de Derechos Mineros. Desde su muy
inferior jerarquía (se trata de solo una Resolución Ministerial), esta resolución contradice, o
al menos cuestiona, la disposición de la respectiva ley sectorial al respecto que establece
el carácter definitivo de las resoluciones administrativas finales en los procesos de consulta.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 161
problemática ambiental, especialmente las contenidas en el numeral 1 del
artículo 189 de la CPE, no parece haber mayor duda respecto a que es el
Tribunal Agroambiental la autoridad judicial que debería resolver tales
recursos, determinando el resultado final del respectivo proceso de consulta,
salvándose únicamente, como es de rigor jurídico, las eventuales acciones
de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional Plurinacional. Incluso,
el procedimiento contencioso administrativo que la ley regula dentro de la
competencia de este tribunal, podría ser aplicable a la resolución final de los
procesos de consulta indígena161.
161 Por cierto, esta innovación jurídica que cabría introducir en una ley especial de consulta
indígena podría tener el refuerzo de su deseable y pertinente concordancia en el desarrollo
legal de las normas relativas a los procedimientos que se sustancian ante el referido
tribunal, respecto al cual existen ya importantes expectativas y propuestas.
162 Al respecto, tendría mucha utilidad capitalizar las previsiones de monitoreo ambiental
contenidas en la Ley de Hidrocarburos, y la importante experiencia práctica lograda hasta
ahora en su aplicación.
163 Se trata de la profunda realidad histórica que René Zavaleta ha explicado en sus tesis la
paradoja señorial y la burguesía incompleta (Zavaleta, 1984).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 163
Foto: archivo CEJIS.
PRINCIPALES CONCLUSIONES
Y SUGERENCIAS
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 165
realizaciones del llamado “proceso de cambio”. Constituye una de esas
realizaciones con la especial significación, dado su vínculo esencial con el
conjunto de los otros derechos indígenas, con el ejercicio de la autonomía
indígena, y con las formas participativa y comunitaria de la democracia,
así como su consiguiente contribución a la institucionalidad plurinacional
del Estado boliviano, de revelar la profundidad y sentido del horizonte de
transformación bajo el que se abrió el proceso de cambio. Como todas las
demás realizaciones de dicho momento histórico, tiene su causa política
más directa en la fuerte incidencia que los movimientos sociales populares,
y especialmente el movimiento indígena, ejercían desde su iniciativa autónoma
sobre aquel primer Gobierno de Evo Morales, incapaz de subsistir sin ese
apoyo político.
164 Sin mencionar otras muchas agresiones graves, ningún Gobierno del pasado había
reprimido y secuestrado brutalmente una marcha indígena pacífica, lo que sí hizo el
Gobierno de Evo Morales, y ninguno había logrado la amplia —pero parcial— destrucción
del movimiento indígena.
165 Esta superficie resulta de agregar a la superficie total de los TIOC la de las propiedades
comunarias, ya que estas, en su casi totalidad, son propiedad de comunidades que, si bien
se autorreconocen generalmente como campesinas, cumplen las condiciones que las
hacen titulares del derecho a la consulta indígena, como ya se vio anteriormente. Esta
suma da el resultado de aproximadamente 40 millones de hectáreas. No obstante, dado
que no se ha hecho conocer públicamente las superficies tituladas como propiedades
comunitarias en los últimos años, se trata de una estimación, pero con pequeño margen
de error (Almaraz, 2019: 159 y 167).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 167
y con sus previsibles efectos política y jurídicamente negativos, su rotunda
ilegalidad. Para que la conculcación sea eficaz respecto a su propósito
fundamental (y satisfactoria para las mismas expectativas del capital privado),
la incómoda normativa constitucional debe ser oscurecida, obstruida y
finalmente anulada en su eficacia, mediante instrumentos sectoriales
adoptados, al contrario, a título del desarrollo normativo que garantice y
facilite la aplicación de aquellos preceptos constitucionales. En términos
más directos, es necesario que la conculcación de la consulta indígena se
produzca en nombre de su vigencia, como se ha dicho ya que ocurre en
la realidad presente. Como se ha demostrado pormenorizadamente en
los apartados precedentes, es justamente este el sentido global de los
instrumentos jurídicos que regulan formalmente la aplicación del derecho a
la consulta en los sectores de la minería, los hidrocarburos y, con los alcances
restringidos vistos atrás, la construcción vial. Así, el alcance que adquiere el
carácter regresivo de esta normativa respecto al derecho a la consulta es
propiamente el de su conculcación. Pero además, dado que los apremiantes
requerimientos del capital privado extractivista suelen no ser plenamente
satisfechos por estas normas, con todo lo regresivas y conculcatorias que
son (y cada vez más) precisamente para satisfacerlos, ha sido necesario,
bajo la excluyente priorización de sus inversiones desde la “soberana” y
“descolonizadora” gestión estatal, ejecutar una política de quebrantamiento
generalizado de esas mismas normas regresivas y conculcatorias para hacer
aún mayores las exenciones de los operadores, acrecentando también la
vulneración del respectivo mandato constitucional. Es así como se ha llegado
a la doble conculcación del derecho constitucional indígena a la consulta, y
como la misma viene verificándose de manera creciente.
166 Si el poder político afincado en el Estado no respeta la voluntad popular, como ocurrió
en 2016 y 2019 en Bolivia, y como el mismísimo general Pinochet no se atrevió a hacer en
Chile, no es razonable esperar que respete la consulta indígena las muchas (o todas las)
veces en que afecte los intereses adoptados por él mismo.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 169
en la normativa teóricamente subordinada a él, por lo que la relación jurídica
aplicada en los hechos es muy distinta de la diseñada por la Constitución.
Como se ha visto, en la perspectiva axiológica de equilibrar los derechos
indígenas con el interés público que expresan los rubros estratégicos de
la economía, el bloque de constitucionalidad da su sentido y función a la
consulta (en el campo temático en cuestión) en la concurrencia de la voluntad
autónoma de las comunidades indígenas a los proyectos consuntivos que
el Estado pretenda desarrollar en sus territorios. Lo que debe realizarse en
el consentimiento que los consultados construyan autónomamente y en
el marco de su institucionalidad propia, sobre su invariable atribución de
concertar la incorporación de sus expectativas y necesidades al proyecto
consultado, y, en determinados casos, con el alcance de condicionar la
ejecución del proyecto en cuestión.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 17 1
esencial y fundamental (de la consulta propiamente dicha), de carácter y
finalidad conciliatoria, aunque singularmente enmarcada en el ejercicio de la
autonomía indígena y regida por la institucionalidad propia del consultado,
y una segunda, de eventualidad resultante de la imposibilidad de conciliación
en la primera etapa, de carácter contencioso-administrativo, sometida a la
autoridad jurisdiccional del Tribunal Agroambiental y tramitada de acuerdo
con las normas de dicho procedimiento. En el apartado precedente se
han hecho varias propuestas específicas para mayor clarificación en este
desarrollo normativo del instituto que, como puede advertirse, precisa y
amplía la definición de su naturaleza jurídica, y resuelve en consecuencia su
modulación institucional.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 173
más urgentes para la vigencia y ejercicio del derecho a la consulta.
Tales urgencias normativas son, por una parte, la abrogación o derogación
de toda la normativa suplantadora y conculcatoria que contienen los
instrumentos sectoriales examinados en este trabajo. Y por otra, una expresa
garantía de la aplicación de la institucionalidad propia de los consultados para
la organización y desarrollo operativa de los procesos de consulta. Esto último,
a pesar de responder a una necesidad más política que propiamente jurídica
(pues reitera una disposición constitucional que obliga ineludiblemente
al Estado boliviano en su conjunto), tiene la especial utilidad de prevenir
cualquier interpretación u omisión fáctica que eluda la institucionalidad
indígena en favor del restablecimiento de la ilegítima tuición estatal sobre
los procesos de consulta, y de promover la apropiación autónoma indígena
de tales procesos, particularmente mediante la elaboración de los protocolos
que expresen la aplicación de la institucionalidad propia a los mismos.
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 175
Por otra, y como es casi obvio, evitar la concurrencia dócil y subordinada a los
procesos de consulta sometidos a la discrecionalidad estatal-empresarial y
consumadores de la suplantación conculcatoria, tras la resignada expectativa
de las ilusorias compensaciones, pues dicha concurrencia tiene el inevitable
y grave efecto de contribuir a su convalidación social y a consolidar su
institucionalización, así como el frecuente costo de pérdidas patrimoniales
irreparables (e incompensables).
La suplantación conculcatoria d
e un derecho 177
la experiencia en la defensa de los derechos indígenas en el campo
constitucional. Sin embargo, las posibilidades de obtener resultados
positivos y sujetos a derecho crecerán en la medida en que la legítima
presión de la sociedad para el respeto a los derechos que el Estado ha
reconocido con la suprema jerarquía de su CPE contrarreste eficazmente
el ilegítimo dominio que el poder político ejerce sobre la propia tutela de
constitucionalidad para conculcar esos derechos. Pero si la institucionalidad
pública, concentradamente manejada desde los estrechos círculos del
poder político, se mantuviera incólume en la violación del derecho indígena
a la consulta, y persistiera en conculcarlo mediante procesos realizados a
título de su vigencia, la resistencia fáctica de los pueblos y comunidades así
avasallados y vulnerados tendrá la absoluta legitimidad de los actos con los
que se defiende la vida, pues es la pervivencia misma de estos pueblos, así
como la de los otros seres que la hacen posible, la queda amenazada con la
penetración extractivista libre de consulta indígena.
Bajo una apreciación global y sintética del desafío que supone la lucha social
por la vigencia y ejercicio del derecho indígena a la consulta, corresponde decir
que, presentándose como la más urgente defensa jurídica de los territorios
indígenas, se ofrece al mismo tiempo como el lineamiento reivindicativo
probablemente más apto para desencadenar y orientar la recuperación de la
autonomía política del movimiento indígena, y su despliegue con una agenda
propia y en el horizonte de la libre determinación. Para encarar ese desafío,
el movimiento indígena requiere de una estrategia mínima que articule las
demandas de reforma legal orientadas a la restitución y desarrollo normativo
del derecho a la consulta, con la defensa legal en los escenarios de los
procesos de consulta concretos, y que, como condición de victoria en todos
los casos y en todos los campos de acción, incorpore la iniciativa movilizada
y autónoma de las comunidades indígenas.
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