Canto VIII Ilíada

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CANTO VIII

Apenas empezaba la Aurora a iluminar la tierra cuando ya el padre Jove


reunía en la más alta montaña del Olimpo la junta de los dioses. Viéndolos
pendientes de su voz, así les dijo:
"iDioses, y diosas! Escuchadme todos para que sepáis lo que en este día
ordena mi voluntad. Así ninguno de vosotros, sea dios o diosa, se atreva a
interrumpir mi discurso: todos obedeced y se ejecute lo que yo mando. El dios
que desobediente bajare a socorrer a los aqueos o a los troyanos, volverá al
Olimpo con afrentosa herida, o asiéndole con el brazo poderoso le arrojaré al
último confin del sombrío Tártaro, a la más honda de las oscuras simas
subterráneas. Son de hierro las altas puertas, el umbral de bronce, y en su
profundidad dista del Orco tanto como del sol dista la tierra. Así conocerá cuánto
aventaja mi poder al de todas las deidades. Si vosotros dudáis, mostrad ahora
vuestro valor. Atad una cadena de oro macizo en lo más alto del estrellado cielo,
y agarrados todos a la punta inferior, dioses y diosas, hacia abajo tirad; pero a
vuestro padre no arrastraréis a tierra desde el éter por más que os esforcéis. Mas
si yo quiero levantaros a todos, al Olimpo os subiré levantando también las
tierras y las mares. Y si la punta de la fuerte cadena atare en el alto Olimpo, el
universo pendiente quedará: tal poderío tengo sobre los dioses y los hombres".
Así dijo, y quedaron en silencio los inmortales, admirados de su discurso
porque había hablado con poderosa voz. Al fin Minerva rompió el silencio y
reverente dijo: "iOh padre de los dioses, oh Saturnio el mayor de los reyes! Bien
sabemos que tu poder a ninguno se iguala pero lloramos la suerte mísera de los
valientes griegos, que cumplido su destino fatal, están ya cerca de perecer todos.
Si tú lo mandas, no tomaremos parte en la liza, y solamente daremos consejos
saludables a los dánaos, para que todos no sean víctimas de tu cólera"
Sonriéndose Jove, en más templadas voces le respondió: "iTriforme diosa,
hija querida! Cesen tus temores. Mi corazón no desea la total ruina de lo s
griegos, pues contigo quierb ser indulgente". Y diciendo esto unció a su carro los
ligeros bridones cuyas crines parecían oro resplandeciente; con la túnica
recamada en 'oro ceñida al pecho, tomó en la siniestra mano el látigo de or o
entretejido, subió ligero al carro, y aguijó log bridones que obedientes volaban
atravcsandO cl espacio quc hay de la tierra al estrellado ciclo.
Llegó al Gárgaro, excelsa cumbre del monte Ida, abundoso en manantiales
y patria dc las fieras, donde tenía un bosque y un altar en que humeaban
perfumes; los bridones pararon a su voz, bajó del carro, desuncióles y
dcrramÓ mucha nicbla en torno. Sentósc luego, haciendo alarde de su gloria y
poder en la peña más alta, desde donde descubría el campo de los griegos y la
vasta ciudad de los troyanos.
Ya entonces en sus tiendas tomaban el desayuno los aqueos, y acabándolo,
todos se apercibían para la pelea. Dentro de la ciudad los troyanos también se
armaban, y aunque en menor número deseaban empezar el combate, obligados
por la necesidad pues peleaban en defensa de sus esposas e hijos. Mientras
aumentaba la luz del claro día, en ambas huestes igual era el estrago y la pelea;
pero cuando ya el sol hubo subido, el padre Jove desplegó en el aire la balanza
de oro, y puso en ella la suerte de los griegos y de los troyanos; la que más
pesada fuese debía sepultar en prolongado sueño a quien tocase. Levantándola
en alto y habiendo equilibrado las pesas, la sostuvo firmemente en el medio, y
descendió la suerte de los teucros hasta la tierra, mientras la de los aquivos se
alzaba por el aire hasta tocar el ancho cielo.
Tronó horrísono Jove desde el Ida; envió a los aqueos el relámpago
ardiente, y a su vista todos se aterraron sobrecogidos de pálido terror. No se
atrevió a esperar Idomeneo, ni Agamenón ni los dos Ayaces, ministros de
Marte, a los guerreros troyanos, y sólo quedó Néstor a pesar suyo, porque tenía
un caballo mal herido. Hirióle Paris con una flecha en lo alto de la frente en el
paraje en que empieza a crecer la crin de los caballos y donde es mortal la
herida. Sintiendo el dolor, saltaba el animal tratando de sacudir el hierro y
espantó a los otros dos caballos. Mientras que Néstor procuraba cortar con su
daga los tirantes, entre el tumulto del combate venían a su encuentro los
caballos velocísimos de Héctor, y sobre el carro el temido campeón. Allí
hubiera perecido el anciano si antes de que llegara Héctor no le hubiese
advertido Diomedes; pero lo vió, y con espantosas voces llamaba así a Ulises en
su defensa:
"iNoble hijo de Laertes, sabio Ulises! ¿Adónde vas huyendo cual cobarde,
mezclado con la turba, y volviendo la espalda a los troyanos? Guárdate amigo,
no sea que te clave su lanza alguno de ellos por detrás mientras huyes. Ten el
paso, y libremos al anciano de un valiente campeón que se adelanta a matarle".
No oyó su voz Ulises, que corría hacia las naves, pero el hijo de Tideo

aunque solo, se entró en lo más fuerte de la pelea. Y colocado ante el carro del
hijo de Neleo, así dijo con palabras voladoras:
"iAnciano! Mira que por todas partes te rodean valerosos mancebos, y al
Peso de la edad, enflaquecida la antigua robustez, no alcanza a defenderte tu
valor. El escudero ya es viejo también y los caballos tampoco son buenos
cor
redores. Sube pues a mi carro, para que veas cómo son los caballos nacidos
de la raza de los de Tros, que he tomado al adalid Eneas, y saben perseguir sin
cesar al enemigo por la llanura, o retirarse. Cuiden de los tuyos los escu deros, y
encaminemos los míos a la lid, para que conozca Héctor que manejada Por mi
diestra, arde con bélido furor la pica".
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Néstor obcdcció, saltó cn la arcnn y los cscudcros sc encargaron después dc
su hermoso carro y sus bridones; cran los donceles, cl ardido Esténelo y el
gallardo Eurimcdontc. Subieron los dos héroes al carro dc Diomedes y tomando
Néstor las riendas no lejos sc encontraron con Héctor, que furioso acometió.
Diomcdcs arrojó la lanza y fue errado cl tiro, pero al auriga que entonces

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manejaba los caballos —llamado Eníopc, nacido dcl fuerte Tebeo-— atravesóle
cl pecho con el frío hierro.
Oscura nube dc pcsar cubrió cl alma dc Héctor cuando le vi6 caído, pero por
más que sentía la tcmprana mucrtc dc su amigo, dejó allí abandonado el cadáver
y se encaminó a buscar otro auriga. No carecieron de guía por mucho tiempo los
bridoncs, pucs pronto encontró al valiente Arqueptólemo, hijo del famoso Ifito, y
le mandó que sobre el carro subiese rápido y le entregó las riendas.
Entonces habrían hecho gran estrago los aqueos en los teucros, y habrían
encerrado dentro de Ilión a todos los troyanos cual tímidos corderos en su redil,
si pronto no lo hubiera conocido el padre de los dioses y de los hombres. Tronó
horrísono pues, y lanzó ardiente rayo delante de los caballos del fogoso
Diomedes; ardía la terrible llama del azufre y al verla los bridones despavoridos,
doblados de rodillas se escondieron entre las dos ruedas. Temió Néstor también y
se le cayeron de las manos las bridas; dijo con triste voz a Diomedes:
"Vuelve amigo la rienda a los bridones y huyamos. ¿No conoces que Júpiter
te niega su favor? En este día el hijo de Saturno da la gloria a Héctor: tal vez
mañana nos la dará a nosotros si le place. Ningún mortal, aunque valiente sea,
hará que no se cumplan los decretos de Júpiter, que a todos aventaja mucho en
poder". El bravo Diomedes le respondió:
"Anciano, cuanto dijiste hasta ahora es verdad; pero me oprime grave dolor
el corazón y el alma, porque Héctor algún día, cuando arengue a los troyanos, les
dirá orgulloso: El hijo de Tideo, puesto en fuga por mí, llegó azorado a sus
navíos. Así se jactará, pero aquel día la anchurosa tierra se abra y me trague"
Replicó Néstor: "iPor todos los dioses! ¿Qué es lo que dices hijo de Tideo?
Si Héctor te insultara llamándote cobarde,¿le creerían los teucros, los auxiliares,
y las tristes esposas de los héroes que tu diestra ha derribado?"
Macilento, con la rienda de los bridones y entre la soldadesca se encaminó a
las naves. Los troyanos, con Héctor a la cabeza derramaban una densa nube de
dolorosas flechas sobre los griegos con inmensa gritería, pero entre todos
sobresalía la voz de Héctor que al ver huir a Diomedes así gritaba:
"iHijo de Tideo! Antes los dánaos te honraban sobre todos, ya cediéndote la
primera silla, ya ofreciéndote escogidas porciones de carne, ya llenándote la copa
de vino; mas de aquí en adelante te mirarán con -desprecio, pues en débil
mujercita te has transformado. i Tímida doncella! Haces bien en huir, pues ya no
escalarás nuestras torres. Vencido está y ya no llevarás cautivas en las naves a
nuestras esposas; antes recibirás la muerte de mis manos".

Al escuchar estos baldones el hijo de Tideo entre dos pensamientos


fluctuaba: si torcer las riendas de los caballos y pelear con Héctor, o volver con
los otros a las naves. Hasta tres veces deliberó el aquivo y otras tanta s tronó
Júpiter desde el Ida, dando así la señal a los troyanos de que suya sería la victoria
en la pelea. Conociólo Héctof, y así les dijo con altas voces: "iTeucroS, licios,
dardanios! Scd cstc día varoncs, y pensemos solamente en lidiar. NO hay que
dudarlo; con visible señal nos ha ofrecido cl triunfo el bcnigt10 Jove glorioso, y
amenaza con ruina a los aqueos. iNccios! Débil muralla han fabricado y este día
no podrá resistir más a mi pujanza, y fácilmente mis bridones saltarán el
excavado foso. Cuando yo llegue cerca de las naVCS, acordaos de darme
ardicntc fuego para que pueda incendiarlo todo y matar a los aqueos dejándolos
aturdidos envueltos en llamas",
Después, para animar a sus caballos, así con ellos razonó: "iOh vosotros, JantO,
podargo, Etón y Lampo! Ya llegado es cl día en que me paguéis el cariño con que
Andrómaca os cuidaba, pues primero que a mí, siendo su esposo, muchas veces os
dió cl regalado pan y cl dulce vino si os veía tornar fatigadOS de la pelea. Vamos,
corred ligeros y seguid, para que tomemos el escudo de Néstor, cuya fama hasta
los cielos ha penetrado, y aseguran que las barras son de oro finísimo. Luego
arranquemos la coraza de los hombros al feroz Diomedes, fabricada por el mismo
Vulcano. Si hoy tomamos tan ricos despojos, los aquivos esta noche embarcarán en
sus veleras naves".
Así dijo orgulloso e indignóse la augusta Juno; conmoviéndose airada
sobre el áureo trono, estremeció el vasto Olimpo. Volviéndose a Neptuno,
poderosa deidad, así decía:
"iOh rabioso dolor! ¿Ni tú tampoco, que la tierra conmueves y que tanto
poder alcanzas, te compadeces hoy de los tristes griegos aunque preciosos
dones te ofrecieron siempre en Hélice y Egas? Dáles la victoria en este día, pues
si todos los dioses que ayudamos a los griegos quisiésemos unirnos y rechazar a
los teucros, resistiendo la pujanza de Jove, quedaría afligido allí sentado y solo,
en la alta cumbre del Ida. 'Indignado Neptuno respondió: "¿Qué es lo que dices,
Juno desconsiderada? No quisiera que entraramos con los otros inmortales en
guerra con Jove, porque nos aventaja en mucho a todos".
Mientras que de este modo razonaban entre sí las deidades, el espacio que se
extendía desde los navíos hasta el muro defendido se llenó de carros y peones
acosados por Héctor, que animoso, cual furibundo Marte, los seguía, protegido
por la diestra de Jove. Y aquel día abrasara las naves con fuego destructor, si la
augusta Juno no hubiese inspirado a '*Agamenón el consejo saludable de animar
con su voz a los aquivos. Recorrió pues las tiendas y las naos con el gran manto
púrpura envuelto alrededor de la robusta mano. Cuando estuvo al pie de la alta y
anchurosa nave de Aquiles, colocada en el centro, allí detuvo el paso para que
todos pudiesen escucharle, y llegase su voz, por un extremo hasta la tienda de
Ayax de Telamón, y por el otro a la de Aquiles. Subido en la popa, con altas
voces así gritaba a la falange aquea:
"iQué deshonor, oh griegos cobardes, sólo en la belleza aventajados! ¿Qué se
hicieron, decidme, los elogios que solíamos hacer de vuestra pujanza y valentía,
creyendo altivos ser de todos los héroes los primeros? ¿No decíais jactanciosos en
Lemnos, en medio de banquetes y agotando las grandes urnas de oloroso vino, que
cada cual sólo haría frente en las sangrientas lides a cien troyanos y a doscientos?
Pues ¿cómo en este día no podemos resistir a uno solo, a Héctor, que en breve
quemará las naves con fuego abrasador? iOh padre Jove! ¿Hiciste jamás tan infeliz a
ningún rey, ni tan glorioso triunfo le arrancaste, cruel, de entre las manos? Bien
sabes tú que cuando vine a Troya
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Conducido por mi mala ventura, jamás pasé de largo con mi nave por ningún
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altar tuyo. En todos ellos tc ofrecí numerosas víctimas, deseando asolar el fucrtc
muro de llión. En rccompcnsa pues, icxcclso Jove! otórgame este don: rcrntitc
que los griegos con la fuga se salven, y no dejes que mueran a manos de los
teucros".
Así dijo, y cl padre de los dioscs se compadcci6 de él, viendo que derramaba
ardientes lágrimas, y con segura señal Ic prometió que los aquivos en la fuga no se
encontrarían cntcramcnte aniquilados. Envi61e un águila —la más fausta y segura
de las aves cn los agtlcros--- que llevaba un cervatillo en las garras y cerca ya dcl
ara en que los griegos solfan sacrificar las víctimas, dejó cacr la presa. Los
aquivos, cuando vieron quc cl águila venía enviada por Jove, acometieron con
nuevo ardor a la hueste troyana, y sólo pensaron en la guerra.
Entonces ninguno de todos los griegos, aunque eran tantos, pudo
gloriarse de haber salido con su carro fuera de la muralla, más allá del foso, y
de haber hecho frente al enemigo antes que Diomedes.•Este fue el primero
que mató a un caudillo de los troyanos, que tenía por nombre Agelao y por
padre a Fradmón. Tratando de huir torcía las riendas de los caballos, pero al
tiempo que volvía la espalda, la pica le clavó entre los hombros con tal
pujanza que le asomó por el pecho la punta. Cayó el carro y temeroso ruido
hicieron las armas al caer sobre él. Siguieron a Diomedes los Atridas, y a
éstos los dos Ayaces, revestidos de osadía y valor; Idomeneo y su bravo
escudero Meriones; Eurípilo el fuerte hijo de Evemón, y el postrero de todos
Teucro, armado con su ballesta se colocó bajo el ancho escudo de Ayax de
Telamón. Este le alzaba, y guarnecido tras de su hermano tras de su hermano
apuntaba la flecha; cuando dejaba a algún troyano muerto y derribado en el
polvo, ocultábase bajo el escudo de Ayax, como suele echarse el niño en
brazos de la madre.
Di, Musa, ¿quién fue entonces el primero de los troyanos que mató el
famoso Teucro de Telamón? Primeramente mató a Orsíloco, después a
Ormeno, Ofelestes, Detor, Cromio, al gallardo Licofontes, a Omopaón el
hijo valeroso de Poliemo, y al fuerte Melanipo que a tantos dejó tendidos en
el polvo. Alegróse mucho Agamenón al ver que con sus flechas destruía las
falanges troyanas, y acercándose a él, así le dijo:
"i Teucro de Telamón, caro amigo y esforzado adalid! Lanza •así de certero
tus flechas, y tu brazo sea aurora de salud para la hueste aquiva, y haz famoso en
este día el nombre de tu padre, que tierno cuidó de tu infancia, y aunque bastardo,
te acogió en su morada. Yo te juro, y lo verás cumplido, que si Jove y Minerva
me conceden derribar el muro de Troya, después de mí, tú serás el primer
premiado. Pondré en tu mano o un trípode precioso, o dos bridones con un
brillante carro, o la más bella cautiva, que te hará feliz padre de prole numerosa".
Respondió Teucro: "iPotente Agamenón! ¿Por qué me animas cuando ves que
resuelto y animoso combato sin cesar al enemigo? Desde que cobardes huyen a la
ciudad, aquí puesto en celada estoy matando gente con mis flechas. Ya han salido
del arco ocho saetas de anchurosa punta dirigidas a su falange, y todas se
clavaron en el cuerpo de belicosos jóvenes; sólo a este belicoso can no puedo
herir".
Así dijo, e hizo saltar del pecho otra saeta dirigida al pecho de Héctor, pues
deseaba mucho matarle. El tiro erró, pero la flecha hirió el corazón del
afamado Gorgitión, valeroso guerrero, que tuvo Príamo de una de sus
mujeres cn legítima unión, la gallarda Castianira, que era comparada a las
mismas diosas por su hermosura. Cayó cl troyano con la cabeza inclinada
sobre el hombro, como suele inclinar la amapola la altiva frente, agobiada
por el peso de su fruto o herida por los grandes aguaceros dc primavera.
Teucro lanzó otra flecha a Héctor, deseando atravcsarlc, pero errado cl golpe
—que Febo desvi6-— logró clavarla en cl velludo pecho cicl valicntc
Arquept61cmo, auriga poderoso de Héctor, que guiaba animoso a los
caballos a la pelea. Cayó en tierra moribundo, cejaron los bridones y pronto
su alma desunida de su cuerpo bajo al Orco.
El alma de Héctor cubrióse de oscura nube de dolor cuando le vió caído;
pero por más que sentía la suerte de su infeliz amigo, abandonó su cadáver, y
a CebriÓn, su hermano, que peleaba allí cerca, mandó que subiese al carro y
que tomase las riendas para dirigir los bridones.
Cebrión obedeció, pero del carro a la arena saltó furibundo Héctor
mientras daba horribles voces; levantó de la tierra un enorme peñasco y se
encaminó hacia Teucro para matarle. Había sacado el aquivo de la aljaba una
aguda flecha, y aplicada al arco estiraba hacia atrás el nervio, cuando llegó la
puntiaguda piedra arrojada por la mano de Héctor, y le hirió cerca del
hombro, sobre el hueso que separa la garganta del pecho y donde son
peligrosas las heridas. Roto el tendón y entorpecido todo el brazo, sin poder
valerse cayó Teucro de rodillas en el polvo, y soltó el ballestón al caer.
Cuando Ayax vió a Teucro postrado en tierra, no descuidó su defensa pues
corriendo presuroso hacia él, le cubrió con el escudo y evitó que le matasen.
Acudieron presto sus fieles camaradas Mecisteo, hijo de Equio y el valiente
Alástor le llevaron en sus brazos a las naves, mientras él daba tristes gemidos.
El olímpico Júpiter inspiró de nuevo a los troyanos valentía, e hicieron
retirar a los aquivos hasta el profundo foso; Héctor iba al frente, sembrando el
terror con terribles y fieras miradas.
Como lebrel que trata de alcanzar en rápida carrera a un cerdoso jabalí o a un
tostado león, y ya las corvas, ya las ancas le muerde, mirando receloso si la fiera
da la cara, así perseguía Héctor a los aquivos, siempre matando al último, y
ellos cobardes se dieron a la fuga.
Pero apenas hubieron pasado el foso y la estacada cuando ya murieran
muchos héroes que se pararon al pie de los bajeles, a manos de los teucros.
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Hicieron todos frente al enemigo y con animosas voces se animaban a pelear;
levantadas las manos a los dioses eternales•y afligidos, rogaban en alta voz
que tuviesen piedad de ellos; pero en veloz carrera Héctor conducía por todas
Partes sus ligeros bridones, retratando en sus ojos el furor de la Gorgona o del
fiero Marte. Cuando Juno vió perecer así a los aquivos, tuvo piedad de ellos, y
así decía a Palas con agitada voz:
"iHija de Jove! ¿Y ytM10sotras, aún viéndolos morir no cuidaremos de
los aquivos aunque sea tarde? Ellos, cediendo a su fatal destino, perecen a
millares acosados por un solo guerrero; no es ya tolerable la arrogancia con
que Héctor furioso los sigue, haciendo mucho estrago en su escuadrón"
Minerva le respondió: "Ya hubiera perecido ese mortal hace muchos días,
aquí mismo, en su patria, vencido por la diestra de los griegos; pero Jove se ha
entregado a fatales consejos cual demente furioso. ilnclemente, inexorabie y
duro! que mi furia y mi ardor rcprimc, y ni se acuerda ahora de que a su
Alcidcs no pocas vcccs libré dc la mucrtc, cuando Euristeo le Oprimía con tan
duros trabajos. Lloraba cl infcliz volvicndo triste sus dolientes ojos al ancho
ciclo y Jovc dcsdc cl Olimpo mc enviaba para que lo salvase. Si entonces yo
hubiera prcscntido que cstc pago mc reservaba, no hubiera escapado dc las
hondas corrientes dc la Estigia, cuando Ic mandó bajar al hondo Orco,
defendido por cl enorme perro quc trajera el temido Plutón. Me aborrccc
Júpiter a mí y sólo escucha las súplicas dc Tetis, porque humilde abrazó sus
rodillas, y con la mano clcvada hacia su rostro, le pidió que vengara al
esforzado Aquiles. Mas ya llcgará cl día cn que mc vuelva a llamar con acento
cariñoso su Minerva dc los ojos vcrdcs. Ahora apresta los caballos mientras
que yo, entrando cn cl alcázar de Júpiter, me visto el arnés para el combate.
Entonces ya veremos si cl hijo de Príamo se alegra cuando llegue a vernos
correr por las filas de los aquivos; que alguno de los teucros, derribado al pie
de los navíos griegos servirá con su Carne delicada de pasto a los perros y a
las aves".
Dijo Minerva, y aprobando Juno su consejo, corría solícita trenzando de
oro las hermosas crines de sus caballos inmortales, y los unció al carro. En
tanto Palas dejó caer el manto rozagante de variado color en el 'áureo
pavimento de su padre, que ella con sus mismas manos - labrara, y
habiéndose ceñido la loriga de Júpiter, se armó con su armadura refulgente,
para la guerra luctuosa. Subió después en el brillante carro con el pie ligero y
empuñó la pica; ambas encaminaron clos bridones que volaban, dóciles al
látigo. Pero habiéndolas visto el padre Jove desde el Ida, inflamado en cólera
mandó a Iris que fuese a detenerlas desplegando al aire las alas de oro.
"Iris —le dijo-—, volando rápida haz que vuelvan atrás y no las dejes venir a
mi presencia pues sería desigual la lucha de ellas conmigo. Diles también —y lo
verán cumplido— que si se atreven a pasar adelante, yo mismo detendré los
bridones y las derribaré de la silla, haciendo menudos trozos de su carroza; en
diez años no se verán sanas de las heridas que les haré, si llego a despedir mi rayo
abrasador. Verá Minerva cuán débil es su poder si se atreve a combatir con su
padre. Contra Juno no estoy tan irritado, ni me ofende tanto su audacia, porque
suele siempre oponerse altiva a lo que yo deseo".
Así Júpiter se expresó, y como el rayo rasga rápido la celeste nube, Iris,
hendiendo el aire, voló de los montes del Ida a la región del éter. Habiéndolas
hallado en la primera entrada de las sierras del Olimpo, las hizo detener y así les
anunció el mandato de Jove: "¿A dónde camináis ardiendo en inútil furor? ¿Qué
demencia ha ofuscado así vuestra razón? El hijo de Saturno no os permite ayudar
a los aqueos, y esta amenaza os hace, que será cumplida, si despreciais su aviso:
Yo mismo —--decía—-- detendré los bridones y las derribaré de la silla,
haciendo menudos trozos de su carroza; en diez años no se verán sanas de las
heridas que yo les haré, si llego a despedir mi rayo abrasador. Verás Minerva
cuán débil es tu poder, si te atreves a combatir con tu padre. Contra Juno no está
tan irritado, ni le ofende tanto su audacia, porque suele oponerse siempre a lo que
aquél desea. Pero tú, itemeraria! ¿Cómo hallarás clemencia si orgullosa te
atreves a alzar contra el padre Jove la formidable lanza?". Así decía la veloz Iris,
y en vagaroso vuelo descendió del Olimpo. Entonces Juno dijo a Palas estas
breves razones:

"iVoIvamoS ya Minerva! En adelante yo no permitiré que contra Jove


osemos guerrear, por causa de los humanos. Que uno viva y otro muera como
disponga el hado, y el Saturnio —pues a él Ic toca--- dclibcrc y haga lo mejor, y a
los griegos o a los troyanos dé la victoria con balanza justa",
Dijo y torció la rienda a los bridones; llegadas al Olimpo, las Estaciones
los quitaron del brillante carro. Enviaron los caballos a los pesebres,
arrimaron la carroza al muro del reluciente alcázar, y ambas diosas se
sentaron sobre los áureos tronos, mezcladas con los otros inmortales y lleno
el corazón de amarga pena.
Luego el padre Jove dirigió sus caballos desde el Gárgano al Olfinpo y
llegado a la eterna mansión de los dioses, el ínclito Neptuno desunció sus
caballOS. Colocada en su puesto la alta carroza, extendió en torno de ella
unos delicadOS velos, y al sentarse Jove en el excelso trono bajo sus pies
tembló el vasto Olimpo. Solas y lejos de él estaban a un lado Juno y Minerva;
en silencio no osaban saludarle ni decirle la causa de su dolor y su tristeza; sin
embargo él la conoció y así les dijo:

"Juno y Minerva, ¿por qué estáis tan taciturnas y afligidas? Pues largo
tiempo no habéis combatido en la batalla destrozando las falanges troyanas que
tanto aborrecéis. Todos los dioses habitantes del Olimpo no me pondrían en
fuga si conmigo entraren en combate: tal es la fuerza de mi brazo invicto. Así
que se apoderó de vuestros brazos el temor, antes que viéseis la sanguinosa lid y
mis hazañas. Mas os digo, y lo hubiera ejecutado: heridas ambas por el
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ardiente rayo que despide mi diestra, al vasto Olimpo no hubiérais vuelto más
en la carroza". Con voz terrible así habló Júpiter, y aunque Minerva sentía arder
su corazón de ira permaneció en silencio; no así Juno, que a Jove respondió:

"¿Qué pronunciaste, terrible hijo de Saturno? Todos sabemos bien que tu


poder excede al de todos los dioses; mas lloramos la suerte de los aquivos, que
su fatal destino, ya están cerca todos de perecer"
Mas irritado Júpiter replicó: "Verás mañana, si quieres verlo altanera diosa,
al hijo poderoso de Saturno destrozar el numeroso ejército de los príncipes
aqueos, pues el fuerte Héctor no ha de cesar en su matanza hasta que salga
armado el hijo valeroso de Peleo el día que se batalle en las popas, y esté
retirada hasta el mar la hueste aquea por el cadáver de Patroclo. El hado lo
tiene así dispuesto y no me ocupo de que me estés enojada. Huye en buena
hora a la oscura caverna donde yace Japeto con Saturno en los confines de la
tierra y del mar, sin que gocen ni de la luz del sol que nos alumbra ni del aurea
vital, pues rodeados están de eterna oscuridad. Si allí irritada, huyendo del
Olimpo corrieras a ocultarte, no sería excesivo mi dolor. Yo bien conozco que
n
o hay otra deidad más atrevida e imprudente que tú". Calló el tonante y
también en silencio quedó la diosa.

Ocultábase ya la luz ardiente del sol, trayendo la negra noche sobre la tierra,
y triste fue para los troyanos la ausencia del sol, pero a los griegos fue grata la
noche tenebrosa. Héctor entonces hizo acampar a sus guerreros a la

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orilla dcl río en el sitio dondc no habían cadáveres ni sangre, Y habiendo
desccndido de sus carros los próccrcs troyanos, apoyado en su lanza les decía:
"iOídmc todos, teucros, dardanios y demás auxiliares! Yo esperaba en
este día ver quemadas las navcs aqueas y pasados a cuchillos a todos los
griegos; pero la oscura tinicbln sobrevino y ha salvado la hueste de los griegos
y las naves quc ticncn cn la vasta orilla dcl mar. Así que ahora, preparad la
cena, desuncid los bridones de los carros, dadles abundante pasto y sin
tardanza traed de la ciudad pingües ovejas y robustos bueyes, haced provisión
de dulce vino y sacad de las casas cl sabroso pan. En estos bosques cortad
mucha leña para que toda la noche esté ardiendo hasta que empiece a clarear
el día y al cielo suba cl resplandor dc muchas hogueras; no sea que a favor de
la noche se apresuren a huir los aqueos por la anchurosa llanura del mar. Y si
se salvan en la fuga, a lo menos que no suban en las naos ni tranquilos ni sin
daño. Que tenga alguno que curarse en su tierra la dolorosa herida que le
hiciere una aguda lanza o una voladora flecha cuando vaya a saltar en su
navío, para que otro cualquiera se horrorice de traer la guerra asoladora a los
valerosos teucros. Los heraldos, mensajeros de Jove, anuncien por la ciudad
en pregones; que los mozos en cuyos labios ya negrea el bozo y los ancianos
cuya sien coronan ya las venerables canas, estén en la atalaya, en los muros
fabricados por los dioses, y hasta las tiernas mujeres de las casas, enciendan
en el atrio grandes fuegos, y extremada sea la vigilancia. Podría tal vez asaltar
la ciudad el enemigo cauteloso, mientras están ausentes sus guerreros. Fuertes
troyanos, hágase lo que digo, y por ahora basten estos avisos, pues mañana así
empiece a clarear el día yo daré nuevas órdenes. Espero confiado en el favor
de Jove y de los otros dioses, arrojar pronto de aquí a esos canes, en mala hora
venidos a esta playa y conducidos por el siniestro hado; pero esta noche
cuidemos de evitar cualquier sorpresa. Mañana, al primer rayo de la Aurora,
tomando la armadura empezaremos la sangrienta batalla en los navíos. Y veré
si el valiente Diomedes desde las naves me rechaza, o si después de haberle
atravesado yo con mi larga pica, por despojo llevo su armadura ensangrentada.
Mañana será el día en que demuestre que es hombre de valor si espera mi
lanza; pero yo le anuncio que apenas haya amanecido el sol, será uno de los
primeros derribados, y al lado suyo muchos de sus valientes campeones.
Pluguiera al cielo que yo fuese inmortal y nunca envejeciera, y fuese venerado
cuanto lo son Minerva y Febo, como es cierto que el día de mañana será
funesto para las falanges aqueas", Así Héctor arengaba y con ruidosa
aclamación aplaudieron las tropas.
Una vez desuncidos los caballos que cubiertos de sudor estaban, fueron
sujetos con las riendas a la armella; los troyanos trajeron pingües ovejas,
corpulentos bueyes, sabroso pan y delicioso vino, cortaron mucha leña en el monte
y después ofrecieron a las deidades numerosas víctimas. El viento vagaroso
llevaba el dulce olor de las reses desde el valle hasta el cielo, pero los dioses no le
gustaron ni les fue grato el obsequio, porque para muchos era aborrecida Troya y
el anciano Príamo con su belicoso pueblo.
De este modo engreídos los teucros con la victoria y llenos de esperanza,
pasaron la noche repartidos por escuadras en la gran llanura, cerca de las

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hogueras que ardían cn su campamcnto. Cual cn nochc serena en no
cs agitada por cl viento la región (ICI 6tcr y brillan los astros radiantes torno dc
la luna, y su luz colorea todos los riscos, las altas selvas, y en su extensión
aparece la bóveda celeste con todas las estrellas descubiertas, y tantas ardían
las hogueras que dclantc dc Ili6n sc encendieron. Se veían mil fuegos cn cl
campo, y cn torno a cada hoguera estaban reunidos mil soldados esperando que
amanccicsc la aurora para los mortales; cerca de sus carros los bridones
consumían cl abundoso pasto, la blanca cebada y la verde avena.
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