Canto VIII Ilíada
Canto VIII Ilíada
Canto VIII Ilíada
aunque solo, se entró en lo más fuerte de la pelea. Y colocado ante el carro del
hijo de Neleo, así dijo con palabras voladoras:
"iAnciano! Mira que por todas partes te rodean valerosos mancebos, y al
Peso de la edad, enflaquecida la antigua robustez, no alcanza a defenderte tu
valor. El escudero ya es viejo también y los caballos tampoco son buenos
cor
redores. Sube pues a mi carro, para que veas cómo son los caballos nacidos
de la raza de los de Tros, que he tomado al adalid Eneas, y saben perseguir sin
cesar al enemigo por la llanura, o retirarse. Cuiden de los tuyos los escu deros, y
encaminemos los míos a la lid, para que conozca Héctor que manejada Por mi
diestra, arde con bélido furor la pica".
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Néstor obcdcció, saltó cn la arcnn y los cscudcros sc encargaron después dc
su hermoso carro y sus bridones; cran los donceles, cl ardido Esténelo y el
gallardo Eurimcdontc. Subieron los dos héroes al carro dc Diomedes y tomando
Néstor las riendas no lejos sc encontraron con Héctor, que furioso acometió.
Diomcdcs arrojó la lanza y fue errado cl tiro, pero al auriga que entonces
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manejaba los caballos —llamado Eníopc, nacido dcl fuerte Tebeo-— atravesóle
cl pecho con el frío hierro.
Oscura nube dc pcsar cubrió cl alma dc Héctor cuando le vi6 caído, pero por
más que sentía la tcmprana mucrtc dc su amigo, dejó allí abandonado el cadáver
y se encaminó a buscar otro auriga. No carecieron de guía por mucho tiempo los
bridoncs, pucs pronto encontró al valiente Arqueptólemo, hijo del famoso Ifito, y
le mandó que sobre el carro subiese rápido y le entregó las riendas.
Entonces habrían hecho gran estrago los aqueos en los teucros, y habrían
encerrado dentro de Ilión a todos los troyanos cual tímidos corderos en su redil,
si pronto no lo hubiera conocido el padre de los dioses y de los hombres. Tronó
horrísono pues, y lanzó ardiente rayo delante de los caballos del fogoso
Diomedes; ardía la terrible llama del azufre y al verla los bridones despavoridos,
doblados de rodillas se escondieron entre las dos ruedas. Temió Néstor también y
se le cayeron de las manos las bridas; dijo con triste voz a Diomedes:
"Vuelve amigo la rienda a los bridones y huyamos. ¿No conoces que Júpiter
te niega su favor? En este día el hijo de Saturno da la gloria a Héctor: tal vez
mañana nos la dará a nosotros si le place. Ningún mortal, aunque valiente sea,
hará que no se cumplan los decretos de Júpiter, que a todos aventaja mucho en
poder". El bravo Diomedes le respondió:
"Anciano, cuanto dijiste hasta ahora es verdad; pero me oprime grave dolor
el corazón y el alma, porque Héctor algún día, cuando arengue a los troyanos, les
dirá orgulloso: El hijo de Tideo, puesto en fuga por mí, llegó azorado a sus
navíos. Así se jactará, pero aquel día la anchurosa tierra se abra y me trague"
Replicó Néstor: "iPor todos los dioses! ¿Qué es lo que dices hijo de Tideo?
Si Héctor te insultara llamándote cobarde,¿le creerían los teucros, los auxiliares,
y las tristes esposas de los héroes que tu diestra ha derribado?"
Macilento, con la rienda de los bridones y entre la soldadesca se encaminó a
las naves. Los troyanos, con Héctor a la cabeza derramaban una densa nube de
dolorosas flechas sobre los griegos con inmensa gritería, pero entre todos
sobresalía la voz de Héctor que al ver huir a Diomedes así gritaba:
"iHijo de Tideo! Antes los dánaos te honraban sobre todos, ya cediéndote la
primera silla, ya ofreciéndote escogidas porciones de carne, ya llenándote la copa
de vino; mas de aquí en adelante te mirarán con -desprecio, pues en débil
mujercita te has transformado. i Tímida doncella! Haces bien en huir, pues ya no
escalarás nuestras torres. Vencido está y ya no llevarás cautivas en las naves a
nuestras esposas; antes recibirás la muerte de mis manos".
"Juno y Minerva, ¿por qué estáis tan taciturnas y afligidas? Pues largo
tiempo no habéis combatido en la batalla destrozando las falanges troyanas que
tanto aborrecéis. Todos los dioses habitantes del Olimpo no me pondrían en
fuga si conmigo entraren en combate: tal es la fuerza de mi brazo invicto. Así
que se apoderó de vuestros brazos el temor, antes que viéseis la sanguinosa lid y
mis hazañas. Mas os digo, y lo hubiera ejecutado: heridas ambas por el
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ardiente rayo que despide mi diestra, al vasto Olimpo no hubiérais vuelto más
en la carroza". Con voz terrible así habló Júpiter, y aunque Minerva sentía arder
su corazón de ira permaneció en silencio; no así Juno, que a Jove respondió:
Ocultábase ya la luz ardiente del sol, trayendo la negra noche sobre la tierra,
y triste fue para los troyanos la ausencia del sol, pero a los griegos fue grata la
noche tenebrosa. Héctor entonces hizo acampar a sus guerreros a la
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orilla dcl río en el sitio dondc no habían cadáveres ni sangre, Y habiendo
desccndido de sus carros los próccrcs troyanos, apoyado en su lanza les decía:
"iOídmc todos, teucros, dardanios y demás auxiliares! Yo esperaba en
este día ver quemadas las navcs aqueas y pasados a cuchillos a todos los
griegos; pero la oscura tinicbln sobrevino y ha salvado la hueste de los griegos
y las naves quc ticncn cn la vasta orilla dcl mar. Así que ahora, preparad la
cena, desuncid los bridones de los carros, dadles abundante pasto y sin
tardanza traed de la ciudad pingües ovejas y robustos bueyes, haced provisión
de dulce vino y sacad de las casas cl sabroso pan. En estos bosques cortad
mucha leña para que toda la noche esté ardiendo hasta que empiece a clarear
el día y al cielo suba cl resplandor dc muchas hogueras; no sea que a favor de
la noche se apresuren a huir los aqueos por la anchurosa llanura del mar. Y si
se salvan en la fuga, a lo menos que no suban en las naos ni tranquilos ni sin
daño. Que tenga alguno que curarse en su tierra la dolorosa herida que le
hiciere una aguda lanza o una voladora flecha cuando vaya a saltar en su
navío, para que otro cualquiera se horrorice de traer la guerra asoladora a los
valerosos teucros. Los heraldos, mensajeros de Jove, anuncien por la ciudad
en pregones; que los mozos en cuyos labios ya negrea el bozo y los ancianos
cuya sien coronan ya las venerables canas, estén en la atalaya, en los muros
fabricados por los dioses, y hasta las tiernas mujeres de las casas, enciendan
en el atrio grandes fuegos, y extremada sea la vigilancia. Podría tal vez asaltar
la ciudad el enemigo cauteloso, mientras están ausentes sus guerreros. Fuertes
troyanos, hágase lo que digo, y por ahora basten estos avisos, pues mañana así
empiece a clarear el día yo daré nuevas órdenes. Espero confiado en el favor
de Jove y de los otros dioses, arrojar pronto de aquí a esos canes, en mala hora
venidos a esta playa y conducidos por el siniestro hado; pero esta noche
cuidemos de evitar cualquier sorpresa. Mañana, al primer rayo de la Aurora,
tomando la armadura empezaremos la sangrienta batalla en los navíos. Y veré
si el valiente Diomedes desde las naves me rechaza, o si después de haberle
atravesado yo con mi larga pica, por despojo llevo su armadura ensangrentada.
Mañana será el día en que demuestre que es hombre de valor si espera mi
lanza; pero yo le anuncio que apenas haya amanecido el sol, será uno de los
primeros derribados, y al lado suyo muchos de sus valientes campeones.
Pluguiera al cielo que yo fuese inmortal y nunca envejeciera, y fuese venerado
cuanto lo son Minerva y Febo, como es cierto que el día de mañana será
funesto para las falanges aqueas", Así Héctor arengaba y con ruidosa
aclamación aplaudieron las tropas.
Una vez desuncidos los caballos que cubiertos de sudor estaban, fueron
sujetos con las riendas a la armella; los troyanos trajeron pingües ovejas,
corpulentos bueyes, sabroso pan y delicioso vino, cortaron mucha leña en el monte
y después ofrecieron a las deidades numerosas víctimas. El viento vagaroso
llevaba el dulce olor de las reses desde el valle hasta el cielo, pero los dioses no le
gustaron ni les fue grato el obsequio, porque para muchos era aborrecida Troya y
el anciano Príamo con su belicoso pueblo.
De este modo engreídos los teucros con la victoria y llenos de esperanza,
pasaron la noche repartidos por escuadras en la gran llanura, cerca de las
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hogueras que ardían cn su campamcnto. Cual cn nochc serena en no
cs agitada por cl viento la región (ICI 6tcr y brillan los astros radiantes torno dc
la luna, y su luz colorea todos los riscos, las altas selvas, y en su extensión
aparece la bóveda celeste con todas las estrellas descubiertas, y tantas ardían
las hogueras que dclantc dc Ili6n sc encendieron. Se veían mil fuegos cn cl
campo, y cn torno a cada hoguera estaban reunidos mil soldados esperando que
amanccicsc la aurora para los mortales; cerca de sus carros los bridones
consumían cl abundoso pasto, la blanca cebada y la verde avena.
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