Canto 2
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Canto 2
CANTO II*
Sueño- Beocia o catálogo de las naves
* Para cumplir to prometido a Tetis, Zeus envía un engadoso sueño a Agamenón, y le aconseja que
levante el campamento y regrese a casa; Agamenón convoca el consejo de los jefes y luego la asamblea
general de todos los guerreros, que aceptan la propuesta, por lo que Agamenón (bajo la incitación de
Atenea) debe intervenir para insuflar coraje y buenas esperanzas a los aqueos. Después de varios
incidentes y de enumerar cuantos pueblos formaban los ejércitos griego y troyano, sucédense tres grandes
batallas.
1 Las demás deidades y los hombres que en carros combaten, durmieron toda la noche;
pero Zeus no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar a
Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas. Al fin creyó que lo mejor sería
enviar un pernicioso sueño al Atrida Agamenón; y, hablándole, pronunció estas aladas
palabras:
8 -Anda, ve, pernicioso Sueño, encamínate a las veleras naves aqueas, introdúcete en la
tienda de Agamenón Atrida, y dile cuidadosamente lo que voy a encargarte. Ordénale que
arme a los melenudos aqueos y saque toda la hueste: ahora podría tomar a Troya, la
ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están
discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios
amenaza a los troyanos.
16 Así dijo. Partió el Sueño al oír el mandato, llegó en un instante a las veleras naves
aqueas, y, hallando dormido en su tienda al Atrida Agamenón -alrededor del héroe había-
se difundido el sueño inmortal-, púsose sobre su cabeza, y tomó la figura de Néstor, hijo
de Neleo, que era el anciano a quien aquél más honraba. Así transfigurado, dijo el divino
Sueño:
23 -¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos? No debe dormir toda la
noche el príncipe a quien se han confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallan tantas
cosas. Ahora atiéndeme en seguida, pues vengo como mensajero de Zeus; el cual, aun
estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena a los melenudos
aqueos y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar Troya, la ciudad de anchas calles, pues
los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos
persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos por la
voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria, para que no las olvides cuando el
dulce sueño to desampare.
35 Así habiendo hablado, se fue y dejó a Agamenón revolviendo en su ánimo lo que nó
debía cumplirse. Figurábase que iba a tomar la ciudad de Troya aquel mismo día.
¡Insensato! No sabía lo que tramaba Zeus, quien había de causar nuevos males y llanto a
los troyanos y a los dánaos por medio de terribles peleas. Cuando despertó, la voz divina
resonaba aún en torno suyo. Incorporóse, y, habiéndose sentado, vistió la túnica fina,
hermosa, nueva; se echó el gran manto, calzó sus nítidos pies con bellas sandalias y colgó
del hombro la espada guarnecida con clavazón de plata. Tomó el imperecedero cetro de
su padre y se encaminó hacia las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
48 Subía la diosa Aurora al vasto Olimpo para anunciar el día a Zeus y a los demás
inmortales, cuando Agamenón ordenó que los heraldos de voz sonora convocaran al
ágora a los melenudos aqueos. Convocáronlos aquéllos, y éstos se reunieron en seguida.
53 Pero celebróse antes un consejo de magnánimos próceres junto a la nave del rey
Néstor, natural de Pilos. Agamenón los llamó para hacerles una discreta consulta:
56-¡Oíd, amigos! Dormía durante la noche inmortal, cuando se me acercó un Sueño
divino muy semejante al ilustre Néstor en la forma, estatura y natural. Púsose sobre mi
cabeza y profirió estas palabras: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de
caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe a quien se han confiado los guerreros
y a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Ahora atiéndeme en seguida, pues vengo como
mensajero de Zeus; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece.
Armar te ordena a los melenudos aqueos y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar
Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya
no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortu-
nios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria.»
Habiendo hablado así, fuese volando, y el dulce sueño me desamparó. Mas, ea, veamos
cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos como es
debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y vosotros, hablándoles
unos por un lado y otros por el opuesto, procurad detenerlos.
76 Habiéndose expresado en estos términos, se sentó. Seguidamente levantóse Néstor,
que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
79 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos refiriese
el sueño, te creeríamos falso y desconfiaríamos aún más; pero lo ha tenido quien se gloría
de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los
aqueos tomen las armas.
84 Habiendo hablado así, fue el primero en salir del consejo. Los reyes portadores de
cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo acudió
presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de
abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean a este lado
y otras a aquél; así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja
ribera, desde las naves y tiendas al ágora. En medio, la Fama, mensajera de Zeus,
enardecida, los instigaba a que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Agitóse el ágora,
gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos
daban voces para que callaran y oyeran a los reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse al fin,
aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos. Entonces
se levantó el rey Agamenón, empuñando el cetro que Hefesto hizo para el soberano Zeus
Cronión -éste lo dio al mensajero Argicida; Hermes lo regaló al excelente jinete Pélope,
quien, a su vez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó a Tiestes,
rico en ganado, y Tiestes lo dejó a Agamenón para que reinara en muchas islas y en todo
el país de Argos-, y, descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así a los argivos:
110 -¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros de Ares! En grave infortunio envolvióme
Zeus Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada
Ilio, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar a Argos, sin gloria,
después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Zeus, que
ha destruido las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá otras porque su poder es
inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen a saberlo los hombres de mañana.
¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana a ineficaz! ¡Combatir contra un
número menor de hombres y no saberse aún cuándo la contienda tendrá fin! Pues, si
aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuantos troyanos
hay en sus hogares y agrupados nosotros los aqueos en décadas, cada una de éstas eligiera
un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. ¡En
tanto digo que superan los aqueos a los troyanos que en la ciudad moran! Pero han venido
en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi
intento y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Ilio. Nueve años
del gran Zeus transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas es-
tán deshechas; nuestras esposas a hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos
dado cima a la empresa para la cual vinimos. Ea, procedamos todos como voy a decir:
Huyamos en las naves a nuestra patria tierra, pues ya no tomaremos Troya, la de anchas
calles.
142 Así dijo; y a todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el corazón
en el pecho. Agitóse el ágora como las grandes olas que en el mar Icario levantan el Euro
y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Zeus. Como el
Céfiro mueve con violento soplo un crecido trigal y se cierne sobre las espigas, de igual
manera se movió toda el ágora. Con gran gritería y levantando nubes de polvo, corren
hacia los bajeles; exhórtanse a tirar de ellos para echarlos al mar divino; limpian los ca-
nales; quitan los soportes, y el vocerío de los que se disponen a volver a la patria llega
hasta el cielo.
155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el regreso de los
argivos, si Hera no hubiese dicho a Atenea:
157 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! ¿Huirán los argivos a sus
casas, a su patria tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán como trofeo a Príamo y a
los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su
patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos de broncíneas corazas, detén con suaves
palabras a cada guerrero y no permitas que echen al mar los corvos bajeles.
166 Así habló. Atenea, la diosa de ojos de lechuza, no fue desobediente. Bajando en
raudo vuelo de las cumbres del Olimpo llegó presto a las veloces naves aqueas y halló a
Ulises, igual a Zeus en prudencia, que permanecía inmóvil y sin tocar la negra nave de
muchos bancos, porque el pesar le llegaba al corazón y al alma. Y poniéndose a su lado,
díjole Atenea, la de ojos de lechuza:
173 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo en ardides! ¿Así, pues, huiréis a
vuestras casas, a la patria tierra, embarcados en las naves de muchos bancos, y dejaréis
como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos
perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos y no
cejes: detén con suaves palabras a cada guerrero y no permitas que echen al mar los
corvos bajeles.
182 Así dijo. Ulises conoció la voz de la diosa en cuanto le habló; tiró el manto, que
recogió el heraldo Euríbates de Ítaca, que lo acompañaba; corrió hacia el Atrida
Agamenón, para que le diera el imperecedero cetro paterno; y, con éste en la mano,
enderezó a las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
188 Cuando encontraba a un rey o a un capitán eximio, parábase y lo detenía con
suaves palabras.
190 -¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Deténte y haz que los demás
se detengan también. Aún no conoces claramente la intención del Atrida: ahora nos
prueba, y pronto castigará a los aqueos. En el consejo no todos comprendimos lo que
dijo. No sea que, irritándose, maltrate a los aqueos; la cólera de los reyes, alumnos de
Zeus, es terrible, porque su dignidad procede del próvido Zeus y éste los ama.
198 Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, dábale con el cetro y lo
increpaba de esta manera:
200 -¡Desdichado! Estáte quieto y escucha a los que te aventajan en bravura; tú, débil a
inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos
los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía de muchos; uno solo sea
príncipe, uno solo rey: aquél a quien el hijo del artero Crono ha dado cetro y leyes para
que reine sobre nosotros.
207 -Así Ulises, actuando como supremo jefe, imponía su voluntad al ejército; y ellos
se apresuraban a volver de las tiendas y naves al ágora, con gran vocerío, como cuando el
oleaje del estruendoso mar brama en la playa anchurosa y el ponto resuena.
211 Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, a excepción de Tersites,
que, sin poner freno a la lengua, alborotaba. Ése sabía muchas palabras groseras para
disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes, y lo que a él le
pareciera hacerlo ridículo para los argivos. Fue el hombre más feo que llegó a Troya,
pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y
tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanlo de un modo
especial Aquiles y Ulises, a quienes zahería; y entonces, dando estridentes voces, decía
oprobios al divino Agamenón. Y por más que los aqueos se indignaban a irritaban mucho
contra él, seguía increpándolo a voz en grito:
225 -¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué careces? Tus tiendas están repletas de bronce
y en ellas tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes que a
nadie cuando tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que alguno de los
troyanos, domadores de caballos, te traiga de Ilio para redimir al hijo que yo a otro aqueo
haya hecho prisionero? ¿O, por ventura, una joven con quien te junte el amor y que tú
solo poseas? No es justo que, siendo el caudillo, ocasiones tantos males a los aqueos. ¡Oh
cobardes, hombres sin dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves a la
patria y dejémoslo aquí, en Troya, para que devore el botín y sepa si le sirve o no nuestra
ayuda; ya que ha ofendido a Aquiles, varón muy superior, arrebatándole la recompensa
que todavía retiene. Poca cólera siente Aquiles en su pecho y es grande su indolencia; si
no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultraje.
243 Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo a Agamenón, pastor de hombres. En
seguida el divino Ulises se detuvo a su lado; y mirándolo con torva faz, lo increpó
duramente:
246 -¡Tersites parlero! Aunque seas orador facundo, calla y no quieras tú solo disputar
con los reyes. No creo que haya un hombre peor que tú entre cuantos han venido a Ilio
con los Atridas. Por tanto, no tomes en boca a los reyes, ni los injuries, ni pienses en el
regreso. No sabemos aún con certeza cómo esto acabará y si la vuelta de los aqueos será
feliz o desgraciada. Mas tú denuestas al Atrida Agamenón, porque los héroes dánaos le
dan muchas cosas; por esto lo zahieres. Lo que voy a decir se cumplirá: Si vuelvo a en-
contrarte delirando como ahora, no conserve Ulises la cabeza sobre los hombros, ni sea
llamado padre de Telémaco, si no te echo mano, te despojo del vestido (el manto y la tú-
nica que cubren tus partes verendas) y te envío lloroso del ágora a las veleras naves
después de castigarte con afrentosos azotes.
265 Así, pues, dijo, y con el cetro diole un golpe en la espalda y los hombros. Tersites
se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía
en su espalda debajo del áureo cetro. Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire
de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó
quien dijera a su vecino:
272 -¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Ulises, ya dando consejos saludables, ya
preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha ejecutado entre los argivos: hacer
callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no lo impulsará en lo sucesivo a zaherir
con injuriosas palabras a los reyes.
278 -Así hablaba la multitud. Levantóse Ulises, asolador de ciudades, con el cetro en la
mano (Atenea, la de ojos de lechuza, que, transfigurada en heraldo, junto a él estaba, im-
puso silencio para que todos los aqueos, desde los primeros hasta los últimos, oyeran su
discurso y meditaran sus consejos), y benévolo los arengó diciendo:
284 -¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los mortales de
voz articulada y no cumplen lo que te prometieron al venir de Argos, criador de caballos:
que no te irías sin destruir la bien murada Ilio. Cual si fuesen niños o viudas, se lamentan
unos con otros y desean regresar a su casa. Y es, en verdad, penoso que hayamos de vol-
ver afligidos. Cierto que cualquiera se impacienta al mes de estar separado de su mujer,
cuando ve detenida su nave de muchos bancos por las borrascas invernales y el mar
alborotado; y nosotros hace ya nueve años, con el presence, que aquí permanecemos. No
me enojo, pues, porque los aqueos se impacienten junto a las cóncavas naves; pero sería
bochornoso haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito.
Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fue verídica la
predicción de Calcante. Bien grabada la tenemos en la memoria, y todos vosotros, los que
no habéis sido arrebatados día tras día por las parcas de la muerte, sois testigos de lo que
ocurrió en Áulide cuando se reunieron las naves aqueas que cantos males habían de traer
a Príamo y a los troyanos. En sacros altares inmolábamos hecatombes perfectas a los
inmortales, junto a una fuente y a la sombra de un hermoso plátano a cuyo pie manaba
agua cristalina. Allí se nos ofreció un gran portento. Un horrible dragón de roja espalda,
que el mismo Olímpico sacara a la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama
cimera de éste hallábanse los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se
acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y, con la madre que los parió, nueve. El
dragón devoró a los pajarillos, que piaban lastimeramente; la madre revoleaba en torno de
sus hijos quejándose, y aquél volvióse y la cogió por el ala, mientras ella chillaba.
Después que el dragón se hubo comido al ave y a los polluelos, el dios que lo había
mostrado obró en él un prodigio: el hijo del artero Crono transformólo en piedra, y
nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría. De este modo, las grandes y
portentosas acciones de los dioses interrumpieron las hecatombes. Y en seguida Calcante,
vaticinando, exclamó: «¿Por qué enmudecéis, melenudos aqueos? El próvido Zeus es
quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloria
jamás perecerá. Como el dragón devoró a los polluelos del ave y al ave misma, los cuales
eran ocho, y, con la madre que los dio a luz, nueve, así nosotros combatiremos allí igual
número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles.» Tal fue lo que dijo y
todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermosas grebas, quedaos todos hasta que
tomemos la gran ciudad de Príamo!
333 Así habló. Los argivos, con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente las
naves, aplaudieron el discurso del divino Ulises. Y Néstor, caballero gerenio, los arengó
diciendo:
337 -¡Oh dioses! Habláis como niños chiquitos que no están ejercitados en los bélicos
trabajos. ¿Qué es de nuestros convenios y juramentos? ¿Se fueron, pues, en humo los
consejos, los afanes de los guerreros, los pactos consagrados con libaciones de vino puro
y los apretones de manos en que confiábamos? Nos entretenemos en contender con
palabras y sin motivo, y en tan largo espacio no hemos podido encontrar un medio eficaz
para conseguir nuestro intento. ¡Atrida! Tú, como siempre, manda con firme decisión a
los argivos en el duro combate y deja que se consuman uno o dos que en discordancia
con los demás aqueos desean, aunque no lograran su propósito, regresar a Argos antes de
saber si fue o no falsa la promesa de Zeus, que lleva la égida. Pues yo os aseguro que el
prepotente Cronida nos prestó su asentimiento, relampagueando por el diestro lado y
haciéndonos favorables señales, el día en que los argivos se embarcaron en las naves de
ligero andar para traer a los troyanos la muerte y el destino. Nadie, pues, se dé prisa por
volver a su casa, hasta haber dormido con la esposa de un troyano y haber vengado la
huida y los gemidos de Helena. Y si alguno tanto anhelare el regreso, toque la negra nave
de muchos bancos para que delante de todos sea muerto y cumpla su destino. ¡Oh rey! No
dejes de pensar tú mismo y sigue también los consejos que nosotros lo damos. No es des-
preciable lo que voy a decirte: Agrupa a los hombres, oh Agamenón, por tribus y
familias, para que una tribu ayude a otra tribu y una familia a otra familia. Si así lo
hicieres y lo obedecieren los aqueos, sabrás pronto cuáles jefes y soldados son cobardes y
cuáles valerosos, pues pelearán distintamente; y conocerás si no puedes tomar la ciudad
por la voluntad de los dioses o por la cobardía de tus hombres y su impericia en la guerra.
369 Y, respondiéndole, el rey Agamenón le dijo:
370 -De nuevo, oh anciano, superas en el ágora a los aqueos todos. Ojalá, ¡padre Zeus,
Atenea, Apolo!, tuviera yo entre los aqueos diez consejeros semejantes; entonces la
ciudad del rey Príamo sería pronto tomada y destruida por nuestras manos. Pero Zeus
Cronida, que lleva la égida, me envía penas, enredándome en inútiles disputas y riñas.
Aquiles y yo peleamos con encontradas razones por una joven, y fui el primero en
irritarme; si ambos procediéramos de acuerdo, no se diferiría ni un solo momento la ruina
de los troyanos. Ahora, id a comer para que luego trabemos el combate; cada uno afile la
lanza, prepare el escudo, dé el pasto a los corceles de pies ligeros a inspeccione el carro,
apercibiéndose para la lucha; pues durante todo el día nos pondrá a prueba el horrendo
Ares. Ni un breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue a los
valientes guerreros a separarse. La correa del escudo que al combatiente cubre, sudará en
torno del pecho; el brazo se fatigará con el manejo de la lanza, y también sudarán los
corceles arrastrando los pulimentados carros. Y aquél que se quede voluntariamente en
las corvas naves, lejos de la batalla, como yo lo vea, no se librará de los perros y de las
aves de rapiña.
394 Así dijo. Los argivos promovían gran clamoreo, como cuando las olas, movidas
por el Noto, baten un elevado risco que se adelanta sobre el mar y no to dejan mientras
soplan los vientos en contrarias direcciones. Luego, levantándose, se dispersaron por las
naves, encendieron lumbre en las tiendas, tomaron la comida y ofrecieron sacrificios,
quiénes a uno, quiénes a otro de los sempiternos dioses, para que los librasen de la muerte
y del fatigoso trabajo de Ares. Agamenón, rey de hombres, inmoló un pingüe buey de
cinco años al prepotente Cronión, habiendo llamado a su tienda a los principales caudillos
de los aqueos todos: primeramente a Néstor y al rey Idomeneo, luego a entrambos
Ayantes y al hijo de Tideo, y en sexto lugar a Ulises, igual a Zeus en prudencia. Es-
pontáneamente se presentó Menelao, valiente en la pelea, porque sabía lo que su hermano
estaba preparando. Colocaronse todos alrededor del buey y tomaron la mola. Y puesto en
medio, el poderoso Agamenón oró diciendo:
412 -¡Zeus gloriosísimo, máximo, que amontonas las sombrías nubes y vives en el éter!
¡No se ponga el sol ni sobrevenga la obscuridad antes que yo destruya el palacio de
Príamo, entregándolo a las llamas; pegue voraz fuego a las puertas; rompa con mi lanza
la coraza de Héctor en su mismo pecho, y vea a muchos de sus compañeros caídos de
cara en el polvo y mordiendo la tierra!
419 Dijo; pero el Cronión no accedió y, aceptando los sacrificios, preparóles no
envidiable labor. Hecha la rogativa y esparcida la mola, cogieron las víctimas por la
cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; cortaron los muslos, y
después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne,
los quemaron con leña sin hojas; y atravesando las entrañas con los asadores, las pusieron
al fuego. Quemados los muslos, probaron las entrañas; y dividiendo to restante en
pedazos muy pequeños, atravesáronlo con pinchos, to asaron cuidadosamente y lo re-
tiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el festín, comieron y nadie careció de
su respectiva porción. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, Nés-
tor, el caballero gerenio, comenzó a decirles:
434-¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres, Agamenón! No nos entretengamos en hablar,
ni difiramos por más tiempo la empresa que un dios pone en nuestras manos. Mas, ea, los
heraldos de los aqueos, de broncíneas corazas, pregonen que el ejército se reúna cerca de
los bajeles, y nosotros recorramos juntos el espacioso campamento para promover cuanto
antes un vivo combate.
441 Así dijo; y Agamenón, rey de hombres, no desobedeció. Al momento dispuso que
los heraldos de voz sonora llamaran al combate a los melenudos aqueos; hízose el
pregón, y ellos se reunieron prontamente. El Atrida y los reyes, alumnos de Zeus, hacían
formar a los guerreros, y los acompañaba Atenea, la de ojos de lechuza, llevando la
preciosa inmortal égida que no envejece y de la cual cuelgan cien áureos borlones, bien
labrados y del valor de cien bueyes cada uno. Con ella en la mano, movíase la diosa entre
los aqueos, instigábalos a salir al campo y ponía fortaleza en sus corazones para que
pelearan y combatieran sin descanso. Pronto les fue más agradable el combate, que
volver a la patria tierra en las cóncavas naves.
455 Cual se columbra desde lejos el resplandor de un incendio, cuando el voraz fuego
se propaga por vasta selva en la cumbre de un monte, así el brillo de las broncíneas arma-
duras de los que se ponían en marcha llegaba al cielo a través del éter.
459 De la suerte que las alígeras aves -gansos, grullas o cisnes cuellilargos- se posan en
numerosas bandadas y chillando en la pradera Asia, cerca de la corriente del Caístro,
vuelan acá y allá ufanas de sus alas, y el campo resuena; de esta manera las numerosas
huestes afluían de las naves y tiendas a la llanura escamandria y la tierra retumbaba
horriblemente bajo los pies de los guerreros y de los caballos. Y los que en el florido
prado del Escamandrio llegaron a juntarse fueron innumerables; tantos, cuantas son las
hojas y Bores que en la primavera nacen.
469 Como enjambres copiosos de moscas que en la primaveral estación vuelan
agrupadas por el establo del pastor, cuando la leche llena los tarros, en tan gran número
reuniéronse en la llanura los melenudos aqueos, deseosos de acabar con los troyanos.
474 Poníanlos los caudillos en orden de batalla fácilmente, como los pastores separan
las cabras de grandes rebaños cuando se mezclan en el pasto; y en medio aparecía el po-
deroso Agamenón, semejante en la cabeza y en los ojos a Zeus, que se goza en lanzar
rayos, en el cinturón, a Ares, y en el pecho, a Posidón. Como en el hato el macho vacuno
más excelente es el toro, que sobresale entre las vacas reunidas, de igual manera hizo
Zeus que Agamenón fuera aquel día insigne y eximio entre muchos héroes.
484 Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas lo presenciáis
y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan sólo la fama y nada cierto sabemos,
cuáles eran los caudillos y príncipes de los dánaos. A la muchedumbre no podría
enumerarla ni nombrarla, aunque tuviera diez lenguas, diez bocas, voz infatigable y
corazón de bronce: sólo las Musas olímpicas, hijas de Zeus, que lleva la égida, podrían
decir cuántos a Ilio fueron. Pero mencionaré los caudillos y las naves todas.
494 Mandaban a los beocios Penéleo, Leito, Arcesilao, Protoenor y Clonio. Los que
cultivaban los campos de Hiria, Áulide pétrea, Esqueno, Escolo, Eteono fragosa, Tespía,
Grea y la vasta Micaleso, los que moraban en Harma, Ilesio y Eritras; los que residían en
Eleón, Hila, Peteón, Ocálea, Medeón, ciudad bien construida, Copas, Eutresis y Tisbe,
abundante en palomas; los que habítaban en Coronea, Haliarto herbosa, Platea y Glisante;
los que poseían la bien edificada ciudad de Hipotebas, la sacra Onquesto, delicioso
bosque de Posidón, y las ciudades de Arne, abundante en uvas, Midea, Nisa divina y
Antedón fronteriza: todos estos llegaron en cincuenta naves. En cada una se habían
embarcado ciento veinte beocios.
511 De los que habitaban en Aspledón y Orcómeno Minieo eran caudillos Ascálafo y
Yálmeno, hijos de Ares y de Astíoque, que los había dado a luz en el palacio de Áctor
Azida. Astíoque, que era virgen ruborosa, subió al piso superior, y el terrible dios se unió
con ella clandestinamente. Treinta cóncavas naves en orden los seguían.
517 Mandaban a los foceos Esquedio y Epístrofo, hijos del magnánimo Ífito Naubólida.
Los de Cipariso, Pitón pedregosa, Crisa divina, Dáulide y Panopeo; los que habitaban en
Anemoria, Jámpolis y la ribera del divinal río Cefiso; los que poseían la ciudad de Lilea
en las fuentes del mismo río: todos éstos habían llegado en cuarenta negras naves. Los
caudillos ordenaban entonces las filas de los focios, que en las batallas combatían a la
izquierda de los beocios.
527 Acaudillaba a los locrios que vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa, Escarfe,
Augías amena, Tarfe y Tronio, a orillas del Boagrio, el ligero Ayante de Oileo, menor,
mucho menor que Ayante Telamonio: era bajo de cuerpo, llevaba coraza de lino y en el
manejo de la lanza superaba a todos los helenos y aqueos. Seguíanlo cuarenta negras
naves, en las cuales habían venido los locrios que viven más a11á de la sagrada Eubea.
536 Los abantes de Eubea, que respiraban valor y residían en Calcis, Eretria, Histiea,
abundante en uvas, Cerinto marítima, Dío, ciudad excelsa, Caristo y Estira, eran
capitaneados por el magnánimo Elefénor Calcodontíada, vástago de Ares. Con tal
caudillo llegaron los ligeros abantes, que dejaban crecer la cabellera en la parte posterior
de la cabeza: eran belicosos y deseaban siempre romper con sus lanzas de fresno las
corazas en los pechos de los enemigos. Seguíanlo cuarenta negras naves.
546 Los que habitaban en la bien edificada ciudad de Atenas y constituían el pueblo del
magnánimo Erecteo, a quien Atenea, hija de Zeus, crió -habíale dado a luz la fértil tierra-
y puso en su rico templo de Atenas, donde los jóvenes atenienses ofrecen todos los años
sacrificios propiciatorios de toros y corderos a la diosa, tenían por jefe a Menesteo, hijo
de Péteo. Ningún hombre de la tierra sabía como ése poner en orden de batalla, así a los
que combatían en carros, como a los peones armados de escudos; sólo Néstor competía
con él, porque era más anciano. Cincuenta negras naves to seguían.
557 Ayante había partido de Salamina con doce naves, que colocó cerca de las falanges
atenienses.
559 Los habitantes de Argos, Tirinto amurallada, Hermíone y Ásine en profundo golfo
situadas, Trecén, Eyones y Epidauro, abundante en vides, y los jóvenes aqueos de Egina
y Masete, eran acaudillados por Diomedes, valiente en la pelea; Esténelo, hijo del famoso
Capaneo, y Euríalo, igual a un dios, que tenía por padre al rey Mecisteo Talayónida. Era
jefe supremo Diomedes, valiente en la pelea. Ochenta negras naves los seguían.
569 Los que poseían la bien construida ciudad de Micenas, la opulenta Corinto y la
bien edificada Cleonas; los que cultivaban la tierra en Ornías, Aretírea deleitosa y Sición,
donde antiguamente reinó Adrasto; los que residían en Hiperesia y Gonoesa excelsa, y los
que habitaban en Pelene, Egio, el Egíalo todo y la espaciosa Hélice: todos éstos habían
llegado en cien naves a las órdenes del rey Agamenón Atrida. Muchos y valientes
varones condujo este príncipe que entonces vestía el luciente bronce, ufano de sobresalir
entre todos los héroes por su valor y por mandar a mayor número de hombres.
581 Los de la honda y cavernosa Lacedemonia que residían en Faris, Esparta y Mesa,
abundante en palomas; moraban en Brisías o Augías amena; poseían las ciudades de
Amiclas y Helos marítima, y habitaban en Laa y Étilo: todos éstos llegaron en sesenta
naves al mando del hermano de Agamenón, de Menelao, valiente en el combate, y se
armaban formando unidad aparte. Menelao, impulsado por su propio ardor, los animaba a
combatir y anhelaba en su corazón vengar la huida y los gemidos de Helena.
591 Los que cultivaban el campo en Pilos, Arene deliciosa, Trío, vado del Alfeo, y la
bien edificada Epi, y los que habitaban en Ciparisente, Anfigenia, Pteleo, Helos y Dorio
(donde las Musas, saliéndole al camino a Támiris el tracio, lo privaron de cantar cuando
volvía de la casa de Éurito el ecalieo; pues jactóse de que saldría vencedor, aunque
cantaran las propias Musas, hijas de Zeus, que lleva la égida, y ellas irritadas lo cegaron,
lo privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara) eran
mandados por Néstor, caballero gerenio, y habían llegado en noventa cóncavas naves.
603 Los que habitaban en la Arcadia al pie del alto monte de Cilene y cerca de la tumba
de Épito, país de belicosos guerreros; los de Féneo, Orcómeno, abundante en ovejas,
Ripe, Estratia y Enispe ventosa; y los que poseían las ciudades de Tegea, Mantinea
deliciosa, Estínfalo y Parrasia: todos éstos llegaron al mando del rey Agapenor, hijo de
Anceo, en sesenta naves. En cada una de éstas se embarcaron muchos arcadios
ejercitados en la guerra. El mismo rey de hombres, Agamenón, les facilitó las naves de
muchos bancos, para que atravesaran el vinoso ponto; pues ellos no se cuidaban de las
cosas del mar.
615 Los que habitaban en Buprasio y en el resto de la divina Élide, desde Hirmina y
Mírsino, la fronteriza, por un lado y la roca Olenia y Alesio por el otro, tenían cuatro
caudillos y cada uno de éstos mandaba diez veleras naves tripuladas por muchos epeos.
De dos divisiones eran respectivamente jefes Anfímaco y Talpio, hijo aquél de Ctéato y
éste de Éurito y nietos de Actor; de la tercera, el fuerte Diores Amarincida, y de la cuarta,
el deiforme Polixino, hijo del rey Agástenes Augeida.
625 Los de Duliquio y las sagradas islas Equinas, situadas al otro lado del mar frente a
la Elide, eran mandados por Meges Filida, igual a Ares, a quien engendró el jinete Fileo,
caro a Zeus, cuando por haberse enemistado con su padre emigró a Duliquio. Cuarenta
negras naves to seguían.
631 Ulises acaudillaba a los cefalenios de ánimo altivo. Los de ítaca y su frondoso
Nérito; los que cultivaban los campos de Crocilea y de la escarpada Egílipe; los que
habitaban en Zacinto; los que vivían en Samos y sus alrededores; los que estaban en el
continente y los que ocupaban la orilla opuesta: todos ellos obedecían a Ulises, igual a
Zeus en prudencia. Doce naves de rojas proas lo seguían.
638 Toante, hijo de Andremón, regía a los etolios que habitaban en Pleurón, Oleno,
Pilene, Calcis marítima y Calidón pedregosa. Ya no existían los hijos del magnánimo
Eneo, ni éste; y muerto también el rubio Meleagro, diéronse a Toante todos los poderes
para que reinara sobre los etolios. Cuarenta negras naves los seguían.
645 Mandaba a los cretenses Idomeneo, famoso por su lanza. Los que vivían en Cnoso,
Gortina amurallada, Licto, Mileto, blanca Licasto, Festo y Ritio, ciudades populosas, y
los que ocupaban la isla de Creta con sus cien ciudades: todos éstos eran gobernados por
Idomeneo, famoso por su lanza, que con Meriones, igual al homicida Enialio, compartía
el mando. Seguíanlo ochenta negras naves.
653 Tlepólemo Heraclida, valiente y alto de cuerpo, condujo en nueve buques a los
fieros rodios que vivían, divididos en tres pueblos, en Lindo, Yáliso y Camiro la blanca.
De éstos era caudillo Tlepólemo, famoso por su lanza, a quien Astioquía concibió del
fornido Heracles, cuando el héroe se la llevó de Éfira, de la ribera del río Seleente,
después de haber asolado muchas ciudades defendidas por nobles mancebos. Cuando
Tlepólemo, criado en el magnífico palacio, hubo llegado a la juventud, mató al anciano
tío materno de su padre, a Licimnio, vástago de Ares; y como los demás hijos y nietos del
fuerte Heracles lo amenazaron, construyó naves, reunió mucha gente y huyó por el ponto.
Errante y sufriendo penalidades pudo llegar a Rodas, y allí se estableció con los suyos,
que formaron tres tribus. Se hicieron querer de Zeus, que reina sobre los dioses y los
hombres, y el Cronión les dio abundante riqueza.
671 Nireo condujo desde Sime tres naves bien proporcionadas; Nireo, hijo de Aglaya y
del rey Cáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaos que fueron a Ilio, si exceptuamos al
eximio Pelida; pero era tímido, y poca la gente que mandaba.
676 Los que habitaban en Nísiros, Crápato, Caso, Cos, ciudad de Eurípilo, y las islas
Calidnas, tenían por jefes a Fidipo y Antifo, hijos del rey Tésalo Heraclida. Treinta
cóncavas naves en orden to seguían.
681 Cuantos ocupaban el Argos pélásgico, los que vivían en Alo, Álope y Traquine y
los que poseían la Ftía y la Hélade de lindas mujeres, y se llamaban mirmidones, helenos
y aqueos, tenían por capitán a Aquiles y habían llegado en cincuenta naves. Mas éstos no
se cuidaban entonces del combate horrísono, por no tener quien los llevara a la pelea: el
divino Aquiles, el de los pies ligeros, no salía de las naves, enojado a causa de la joven
Briseide, de hermosa cabellera, a la cual había hecho cautiva en Lirneso, cuando después
de grandes fatigas destruyó esta ciudad y las murallas de Teba, dando muerte a los
belicosos Mines y Epístrofo, hijos del rey Eveno Selepíada. Afiigido por ello, se
entregaba al ocio; pero pronto había de levantarse.
695 Los que habitaban en Fílace, Píraso florida, que es lugar consagrado a Deméter;
Itón, criadora de ovejas; Antrón marítima y Pteleo herbosa, fueron acaudillados por el
aguerrido Protesilao mientras vivió, pues ya entonces teníalo en su seno la negra tierra:
matólo un dárdano cuando saltó de la nave mucho antes que los demás aqueos, y en
Fílace quedaron su desolada esposa y la casa a medio acabar. Con todo, no carecían
aquéllos de jefe, aunque echaban de menos al que antes tuvieron, pues los ordenaba para
el combate Podarces, vástago de Ares, hijo de Ificlo Filácida, rico en ganado, y hermano
menor del animoso Protesilao. Éste era mayor y más valiente. Sus hombres, pues, no
estaban sin caudillo; pero sentían soledad de aquél, que tan esforzado había sido.
Cuarenta negras naves lo seguían.
711 Los que moraban en Feras situada a orillas del lago Bebeide, Beba, Gláfiras y
Yolco bien edificada, habían llegado en once naves al mando de Eumelo, hijo querido de
Admeto y de Alcestis, divina entre las mujeres, que era la más hermosa de las hijas de
Pelias.
716 Los que cultivaban los campos de Metone y Taumacia y los que poseían las
ciudades de Melibea y Olizón fragosa, tuvieron por capitán a Filoctetes, hábil arquero, y
llegaron en siete naves: en cada una de éstas se embarcaron cincuenta remeros muy
expertos en combatir valerosamente con el arco. Mas Filoctetes se hallaba padeciendo
fuertes dolores en la divina isla de Lemnos, donde lo dejaron los aqueos después que lo
mordió ponzoñoso reptil. Allí permanecía afligido; pero pronto en las naves habían de
acordarse los argivos del rey Filoctetes. No carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de
menos a su caudillo, pues los ordenaba para el combate Medonte, hijo bastardo de Oileo,
asolador de ciudades, de quien lo tuvo Rena.
729 De los de Trica, Itome de quebrado suelo, y Ecalia, ciudad de Éurito el ecalieo,
eran capitanes dos hijos de Asclepio y excelentes médicos: Podalirio y Macaón. Treinta
cóncavas naves en orden los seguían.
734 Los que poseían la ciudad de Ormenio, la fuente Hiperea, Asterio y las blancas
cimas del Títano, eran mandados por Eurípilo, hijo preclaro de Evemón. Cuarenta negras
naves lo seguían.
739 A los de Argisa, Girtone, Orte, Elone y la blanca ciudad de Olosón, los regía el
intrépido Polipetes, hijo de Pirítoo y nieto de Zeus inmortal (habíalo dado a luz la ínclita
Hipodamía el mismo día en que Pirítoo, castigando a los hirsutos centauros, los echó del
Pelio y los obligó a retirarse hacia los étices). Pero no estaba solo, sino que con él
compartía el mando Leonteo, vástago de Ares, hijo del animoso Corono Ceneida.
Cuarenta negras naves los seguían.
748 Guneo condujo desde Cifo en veintidós naves a los enienes a intrépidos perebos;
aquéllos tenían su morada en Dodona, de fríos inviernos, y éstos cultivaban los campos a
orillas del hermoso Titareso, que vierte sus cristalinas aguas en el Peneo de argénteos
vórtices; pero no se mezcla con él, sino que sobrenada como aceite, porque es un arroyo
del agua de la Éstige, que se invoca en los terribles juramentos.
756 A los magnetes gobernábalos Prótoo, hijo de Tentredón. Los que habitaban a
orillas del Peneo y en el frondoso Pelio tenían, pues, por jefe al ligero Prótoo. Cuarenta
negras naves lo seguían.
760 Tales eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Dime, Musa, cuál fue el mejor
de los varones y cuáles los más excelentes caballos de cuantos con los Atridas llegaron.
763 Entre los corceles sobresalían las yeguas del Feretíada, que guiaba Eumelo: eran
ligeras como aves, apeladas, y de la mísma edad y altura; criólas Apolo, el del arco de
plata, en Perea, y llevaban consigo el terror de Ares. De los guerreros el más valiente fue
Ayante Telamonio mientras duró la cólera de Aquiles, pues éste lo superaba mucho; y
también eran los mejores caballos los que llevaban al eximio Pelión. Mas Aquiles
permanecía entonces en las corvas naves surcadoras del ponto, por estar irritado contra
Agamenón Atrida, pastor de hombres; su gente se solazaba en la playa tirando discos,
venablos o flechas; los corceles comían loto y apio palustre cerca de los carros de los
capitanes que permanecían enfundados en las tiendas, y los guerreros, echando de menos
a su jefe, caro a Ares, discurrían por el campamento y no peleaban.
780 Ya los demás avanzaban a modo de incendio que se propagase por toda la comarca;
y como la tierra gime cuando Zeus, que se complace en lanzar rayos, airado, la azota en
Arimos, donde dicen que está el lecho de Tifoeo; de igual manera gemía grandemente
debajo de los que iban andando y atravesaban con ligero paso la llanura.
786 Dio a los troyanos la triste noticia Iris, la de los pies ligeros como el viento, a quien
Zeus, que lleva la égida, había enviado como mensajera. Todos ellos, jóvenes y viejos,
hallábanse reunidos en los pórticos del palacio de Príamo y deliberaban. Iris, la de los
pies ligeros, se les presentó tomando la figura y voz de Polites, hijo de Príamo; el cual,
confiando en la agilidad de sus pies, se sentaba como atalaya de los troyanos en la cima
del túmulo del anciano Esietes y observaba cuando los aqueos partían de las naves para
combatir. Así transfigurada, dijo Iris, la de los pies ligeros:
796- ¡Oh anciano! Te placen los discursos interminables como cuando teníamos paz, y
una obstinada guerra se ha promovido. Muchas batallas he presenciado, pero nunca vi un
ejército tal y tan grande como el que viene por la llanura a pelear contra la ciudad,
formado por tantos hombres cuantas son las hojas o las arenas. ¡Héctor! Te recomiendo
encarecidamente que procedas de este modo: Como en la gran ciudad de Príamo hay
muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres de países tan diversos, cada
cual mande a aquellos de quienes es príncipe y acaudille a sus conciudadanos, después de
ponerlos en orden de batalla.
806 Así dijo; y Héctor, conociendo la voz de la diosa, disolvió el ágora. Apresuráronse
a tomar las armas, abriéronse todas las puertas, salió el ejército de infantes y de los que
en carros combatían, y se produjo un gran tumulto.
811 Hay en la llanura, frente a la ciudad, una excelsa colina aislada de las demás y
accesible por todas partes, a la cual los hombres llaman Batiea y los inmortales tumba de
la ágil Mirina: a11í fue donde los troyanos y sus auxiliares se pusieron en orden de
batalla.
816 A los troyanos mandábalos el gran Héctor Priámida, el de tremolante casco. Con él
se armaban las tropas más copiosas y valientes, que ardían en deseos de blandir las
lanzas.
819 De los dardanios era caudillo Eneas, valiente hijo de Anquises, de quien lo tuvo la
divina Afrodita después que la diosa se unió con el mortal en un bosque del Ida. Con
Eneas compartían el mando dos hijos de Anténor: Arquéloco y Acamante, diestros en
toda suerte de pelea.
824 Los ricos troyanos que habitaban en Zelea, al pie del Ida, y bebían el agua del
caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilustre de Licaón, a quien Apolo en
persona dio el arco.
828 Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea,
estaban a las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza de lino: ambos eran hijos de Mérope
Percosio, el cual conocía como nadie el arte adivinatoria y no quería que sus hijos fuesen
a la homicida guerra; pero ellos no lo obedecieron, impelidos por las parcas de la negra
muerte.
835 Los que moraban en Percote, a orillas del Practio, y los que habitaban en Sesto,
Abidos y la divina Arisbe eran mandados por Asio Hirtácida, príncipe de hombres, a
quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, desde la ribera del río
Seleente.
840 Hipótoo acaudillaba las tribus de los valerosos pelasgos que habitaban en la fértil
Larisa. Mandábanlos.él y Pileo, vástago de Ares, hijos del pelasgo Leto Teutámida.
844 A los tracios, que viven a orillas del alborotado Helesponto, los regían Acamante y
el héroe Píroo.
846 Eufemo, hijo de Treceno Céada, alumno de Zeus, era el capitán de los belicosos
cícones.
848 Pirecmes condujo los peonios, de corvos arcos, desde la lejana Amidón, desde la
ribera del anchuroso Axio; del Axio, cuyas límpidas aguas se esparcen por la tierra.
851 A los paflagonios, procedentes del país de los énetos, donde se crían las mulas
cerriles, los mandaba Pilémenes, de corazón varonil: aquéllos poseían la ciudad de
Citoro, cultivaban los campos de Sésamo y habitaban magníficas casas a orillas del río
Partenio, en Cromna, Egíalo y los altos montes Eritinos.
856 Los halizones eran gobernados por Odio y Epístrofo y procedían de lejos: de Álibe,
donde hay yacimientos de plata.
858 A los misios los regían Cromis y el augur Énnomo, que no pudo librarse, a pesar de
los agüeros, de la negra muerte; pues sucumbió a manos del Eácida, el de los pies ligeros,
en el río donde éste mató también a otros troyanos.
862 Forcis y el deiforme Ascanio acaudillaban a los frigios que habían llegado de la
remota Ascania y anhelaban entrar en batalla.
864 A los meonios los gobernaban Mestles y Antifo, hijos de Talémenes, a quienes dio
a luz la laguna Gigea. Tales eran los jefes de los meonios, nacidos al pie del Tmolo.
867 Nastes estaba al frente de los carios de bárbaro lenguaje. Los que ocupaban la
ciudad de Mileto, el frondoso monte Ftirón, las orillas del Meandro y las altas cumbres de
Mícale tenían por caudillos a Nastes y Anfímaco, preclaros hijos de Nomión; Nastes y
Anfímaco, que iba al combate cubierto de oro como una doncella. ¡Insensato! No por ello
se libró de la triste muerte, pues sucumbió en el río a manos del celerípede Eácida del
aguerrido Aquiles, el de los pies ligeros; y éste se apoderó del oro.