El Libro de La Tia
El Libro de La Tia
El Libro de La Tia
Rector
Dr. Enrique Luis Graue Wiechers
Secretario General
Dr. Leonardo Lomelí Vanegas
Coordinadora de Humanidades
Dra. Guadalupe Valencia García
CENTRO DE INVESTIGACIONES
SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Director
Mtro. Rubén Ruiz Guerra
Secretaria Académica
Dra. Guadalupe Cecilia Gómez-Aguado
Encargado de Publicaciones
Gerardo López Luna
El libro de la Tía
El libro de la Tía
MEMORIAS DE TULA ALVARENGA
UNA OBRERA REVOLUCIONARIA DE EL SALVADOR
Imagen de portada. Emanuel Rodríguez Chaves a partir de una foto de Franklin Quezada.
Diseño de la cubierta: Mtra. Marie-Nicole Brutus H.
Diseño de interiores: D.G. Irma Martínez Hidalgo
ISBN 978-607-30-5350-1
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular
de los derechos patrimoniales.
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
I. Cómo fue posible este texto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
II. Releer la vida de la Tía en tiempos de pandemia . . . . . 15
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
El libro de la Tía
Los mesones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
La gran contradicción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Obrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Sindicalista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Comunista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
La represión del 52 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Exilio en Guatemala . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Exilio en la Unión Soviética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Clandestinidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
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Índice
8
Presentación
1
Claribel Alegría y D. J. Flakoll, No me agarran viva, México, Era, 1983
(Serie Popular).
10
Presentación
12
Presentación
2
Salvador Cayetano Carpio, Secuestro y capucha, San José, educa, 1982.
14
Presentación
3
Marta Harnecker, Con la mirada en alto. Historia de las Fuerzas Popula-
res de Liberación, Chile, Ediciones Biblioteca Popular, 1991. En https://rebe-
lion.org/docs/92108.pdf.
18
Presentación
4
Rafael Menjívar Ochoa, “Historia de un crimen político”, “Marcial en un
callejón sin salida”, “Primero, silencio y luego, el balazo”, en Tribulaciones y
asteriscos, 2008. En http://rmenjivar.blogspot.com/.
19
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5
En Salvador Cayetano Carpio, Nuestras montañas son las masas, San Sal-
vador, Carpio-Alvarenga Editores, 2011.
20
Presentación
6
Equipo Maíz, Vida de Tula Alvarenga, San Salvador, Equipo Maíz, 2017.
7
Servicio Informativo Ecuménico y Popular, “Entrevista con Tula Al-
varenga”, 2009. En http://www.ecumenico.org/article/es-linda-la-solidari-
dad-de-los-trabajadoresentrevi/.
22
Presentación
8
María Leticia Solano, Huellas en las piedras, San Salvador, Nuevo Enfo-
que, 2008.
9
Rafael Menjívar Ochoa, “La tía Tula”, 2006; “Tula Alvarenga y la me-
moria histórica”, 2008, en Tribulaciones y asteriscos. En http://rmenjivar.
blogspot.com/.
10
Salvador Cayetano Carpio, Nuestras montañas son las masas, San Sal-
vador, Carpio-Alvarenga Editores, 2011. En una nota anterior se mencionó a
propósito del texto de Antonio Morales Carbonell incluida en esta edición.
23
El libro de la Tía
11
Tula Alvarenga, En recuerdo de Marcial, mi compañero de vida y lucha,
San Salvador, Federación Sindical de El Salvador, 2013.
12
María Galindo, “Desobediencia, por su culpa voy a sobrevivir”, en Sopa
de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias, aspo, 2020.
24
Presentación
13
Paul B. Preciado, “Aprendiendo del virus”, en ibid.
14
María Álvarez, “¿Y si se nos van los viejos?”, en Todo lo que nos queda
es ahora. Textos con corazón y dignidad sobre la pandemia de nuestro tiempo,
Chiapas, La Reci Ediciones, 2020.
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15
Jorge Boccanera, “El brigadista y la cocinera”, Revista Lezama, núm. 4,
Buenos Aires, 2004. En https://www.contrapunto.com.sv/cultura/memoria/
el-brigadista-y-la-cocinera-carta-de-homenaje-a-tulita-alvarenga/15087.
26
Presentación
bibliografÍa
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tas para esconder las camas, para dividir las camas de la mesita, si
llegaba algún vecino o alguna gente que no lo viera a uno acosta-
do. Teníamos una mesita de pino pequeña para comer y era para
aplanchar y para todo. Y unos banquitos, porque no había sillas,
eran unos taburetes. Y unas cajas de cartón para guardar la ropa.
Había un gran hacinamiento. Si había una pareja que tenía
tres niños, ya eran cinco, y a veces vivía la mamá también. Ahí
vivían apiñados hasta durmiendo dos y tres en una cama, apiñados
en el suelo. Las niñas con la mamá y los niños con el papá.
Cuando la Alianza para el Progreso, dijeron que iban a cons-
truir viviendas para sacar a la gente de los mesones. Pero nosotros
pagábamos cinco o seis colones por un cuarto, ocho lo más. Cuando
llegaron los multifamiliares nosotros pagábamos 42 por un multi-
familiar en un tercer piso. Y un obrero cómo iba a pagar un mul-
tifamiliar. Entonces esa gente tuvo que salir de ahí y fueron ya no
en los mesones sino en los tugurios. Y así crecieron los tugurios, no
solo de la gente del campo que se venían a la ciudad, sino también
los obreros que no podían pagar un multifamiliar.
En los mesones los consultorios médicos eran escasos. Con la
atención médica no había muchas posibilidades. Había algunas
clínicas gratuitas, pero costaba mucho pasar una consulta.
Libros solo tuve los de la escuela. El libro de mantillas. Había
un libro que se llamaba El buen amigo. Algunos libros así, pero
solo de la escuela. Otro tipo de literatura, no.
Cuando llegamos al barrio Cisneros mi mamá me puso en una
escuelita. Antes había eso, gente que no eran profesores ni nada,
pero sabían leer y escribir y podían enseñar. Entonces alquilaban
un cuarto en un mesón. En algunos mesones había cuartos aden-
tro y cuartos afuera. Entonces alquilaban una pieza de la calle, de
polvo y todo, con unas bancas, con una pizarra. Ahí me puso mi
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ella. “¡Ay que se parece a su esposo!”, como ella era bien blanca
y el marido era moreno decían que yo me parecía. Yo la llegué a
querer mucho porque fue muy buena conmigo y con mi mamá.
Estuve como unos tres años con ella. Cuando nos fuimos a vivir a
otra parte ya quedaba muy retirado, entonces no fui. Esa señora
me ayudó muchísimo a mí y a mi mamá.
Cuando ya tenía como seis o siete meses de estar haciendo el
sexto grado, mi mamá estaba muy enferma, le había dado palu-
dismo, ya casi había perdido un ojo, no veía casi nada con el otro.
Decía que de tanto llevar fuego se había enfermado de la vista, y
como nunca quiso ir a pasar consulta, solo se hacía lo que la gente
le decía, que échese limón, cualquier cosa, que agua con sal, reme-
dios así, caseros, hasta que perdió la vista, la pobrecita.
Cuando aquella maestra mandó a que me pellizcaran, mi
mamá se enojó tanto que me sacó de la escuela. Entonces me puso
en un colegio privado que se llamaba Colegio del Carmen que le
dijeron que le iban a cobrar poco y que me iban a recibir y que no
le iban a cobrar las cuotas que les cobraban a todos.
En ese Colegio del Carmen me acuerdo que para el fin de año
me invitaban a una velada y yo salí bailando “El Danubio azul”.
Era un grupito de seis niñas, tres de vestido celeste y tres de ves-
tido rosado. Yo era de vestido rosado. Los vestidos eran de papel
crespón con bastante revuelo. Yo no sé por qué pero eso me quedó
muy grabado. Cuando yo digo “El Danubio azul”, es lo primero
que se me viene a la mente. Me encanta “El Danubio azul” a mí.
Para mí ha sido un recuerdo muy bonito.
Mi mamá me llevaba a misa los domingos, a la cinco de la
mañana; me bautizó, me confirmó e hice la primera comunión.
Todos los años para la Navidad me sacaba de pastora, a ella le
gustaba que yo anduviera ahí cantando la pastorela y con mi pan-
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la gran contradicción
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para acá, porque aquí me dice doña Concha (que era la cocinera),
que aquí quieren a una ayudante de cocinera, si querés trabajar
unos días aquí”.
Entonces estuve un tiempo ahí y me di cuenta de la gran con-
tradicción, con tanto lujo y derroche en esa casa y los otros vivien-
do en la pobreza tan terrible. Bueno, en la mayoría de los pueblos
es una situación tan difícil.
Poco tiempo estuve ahí, quizás como unos tres meses porque
estando ahí supe que habían abierto una fábrica nueva.
Esa familia donde trabajaba la Tere era la Miardi Palomo, te-
nía grandes extensiones de tierra y se dedicaba al comercio porque
tenían almacenes donde vendían telas. También se dedicaban a
la exportación de café y de productos que ellos producían. En esa
época era principalmente café, eran grandes cafetaleros.
En la ciudad de San Salvador tenían farmacias, almacenes,
eran muy ricos.
La casa era lujosísima. Ahí en el centro de San Salvador, por la
calle Arce, creo que la novena avenida, era una casa de lujo; has-
ta capilla tenía la señora y estaba pendiente de qué necesitaba la
iglesia, de andar viendo qué santo no tenía muy buenos vestidos
para hacérselos. Mi sobrina era la que se los hacía. Manteles de
lino para la iglesia y platos especiales de comida para el obispo
todos los días. Todos los días llevaba una bandeja de ensalada o
alguna otra cosa. Eso no lo hacía solo ella. Lo hacían muchas, por-
que toda esa gente era así, cercana a la iglesia.
En la casa tenían un gran servicio: estaba la cocinera, la ayu-
danta de cocina, dos de adentro, una para el primer piso, otra para
el segundo, el jardinero, otro para que le hiciera solo mandados,
como misceláneo, dos choferes y una costurera especial. Tenían
también una especialista para que les bordara, les zurciera los cal-
56
La gran contradicción
cetines, para que remallara las medias cuando se les iba alguna
hebra.
Ahí envejeció mi pobrecita sobrina, trabajándole a esa señora.
Empezó con ella, con los propios señores, y siguió con los hijos,
con las nueras, hasta que ya no pudo trabajar. Se enfermó de todo
y sin derecho a nada, ya no pudo trabajar y nadie de esa familia se
volvió a acordar de ella.
Era una modista de alta costura, ella salió graduada de la Es-
cuela Vocacional Femenina República de Francia. La dirigía una
francesa, Madame Restrepo. De ahí salían especializadas en corte
y confección y artesanía. Los ricos iban a buscar costureras a esa
escuela para que les recomendaran a la mejor. A mi pobre sobrina
le tocó que la recomendaran ahí, ganando una tontera. No me
acuerdo cuánto ganaba, pero era una cosa mínima, 6 o 7 pesos
a la semana, y la comida. Llegaba en la mañana y se iba hasta
en la tarde. A veces tenía que ir a probarle el vestido a sus casas
particulares de las nueras, las esposas de los hijos. Y a veces para
ayudarse, tenía que coser en la casa también, la pobrecita.
Le llevaban un tercio de tela y le decían: “Fíjate María Teresa
que mañana tengo un té y no tengo nada qué ponerme. Yo necesi-
to un vestido ¿me lo podrías hacer para mañana?”. “Sí, cómo no”,
decía la Tere, y a veces amanecía trabajando.
Cuando yo estaba joven me di el lujo de ponerme de esas me-
dias que se llamaban Keiser, que eran bien caras, solo las ricas
podían ponérselas. La Tere me pasaba unas medias que las señoras
ya no querían, sólo porque se les había ido un hilo, pero se podían
usar. Antes había mucha gente que se dedicaba a remallar las me-
dias con unas maquinitas con agujas. Quizás por eso me acostum-
bré tanto a las medias, y como yo era bien delgadita me quedaba
la ropa de mi sobrina. A ella le daban ropa bonita.
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Tula Alvarenga. México, 1954.
obrera
eso, cuando nos fuimos de ese mesón, nos fuimos a vivir cerca de
donde vivía esta hermana de crianza de mi mamá, la mamá de la
Tere, que vivían ahí donde es ahora la entrada de la Miramonte.
Por ese lugar también íbamos pasando con mi mamá vendien-
do cualquier cosa, ahí vendíamos frescos. Esa casa quedaba en la
antigua calle San Antonio Abad, la calle que va para el volcán. Ahí
pasaba mucha gente y yo sacaba una mesita y vendíamos frescos,
aguadulce, horchata, cositas así.
Así íbamos pasando y con la ayuda de mi sobrina. Después tuve
mi segundo hijo que tampoco tuvo padre, lo crié sola con la ayuda
de mi mamá, haciendo cualquier cosa para ir pasándola.
Mi mamá fue una señora tan compresiva que siempre me ayu-
dó en todo sin hacerme ningún reclamo, como compartiendo mis
desdichas. Fue una señora muy admirable en todo, hasta en la úl-
tima hora, aún en las situaciones más difíciles. Ella fue mi sostén
toda la vida.
A ella le encantó ser abuela, porque adoraba a los nietos. ¡Ado-
raba a los nietos! La Tere era la madrina de los dos niños y era
la que me ayudaba con ellos. Mi mamá los cuidaba mientras yo
trabajaba.
En el 44, cuando derrocaron a Maximiliano Hernández Mar-
tínez, yo tenía 21 años. Había un grupo de civiles y militares que
estaban preparando un golpe para derrocar al presidente. El lí-
der de ese movimiento era el doctor Arturo Romero, un médico,
dermatólogo era él. El movimiento fracasó. Eso fue el 2 de abril
del 44, aprovechando que Hernández Martínez no estaba en Casa
Presidencial, porque andaba por La Libertad, parece. Como a las
tres de la tarde dieron el golpe. Todos los regimientos estaban de
acuerdo con el golpe, pero el jefe de la Policía Nacional era leal a
Hernández Martínez y lo llamó. La policía no se rindió, la conmi-
62
Obrera
del 2 de Abril daba consultas ahí en esa sociedad, ahí en esa bene-
ficencia pública. Ahí había pediatría, había oncología, dermato-
logía. Todos los médicos trabajaban ad honorem, ahí no cobraban.
“La gota de leche” le llamaban porque les daban a madres pobres
que no tenían cómo comprarles la leche a los hijos. Ahí también
estaba el control de pediatría, el control de niños sanos. Daban la
leche hasta año y medio. Para los tiernitos la leche va mezclada,
para los niños ya de cinco meses en adelante la daban pura.
Le daban a uno una como cajita de lámina que tenía seis hoyos,
con seis pachas. En los primeros años daban tres, de uno a tres me-
ses, daban tres, después cuatro, y después seis pachas de leche ya
pura. La única obligación que teníamos era de llevar las pachas bien
limpias, llenas de agua. Si se quebraba una, la tenía que pagar. La
leche la comenzaban a dar desde las seis de la mañana hasta las nue-
ve. Era la leche de vaca. Ahí la preparaban como en baño de maría.
Yo salí y se veían las calles desiertas, toda la gente en su casa.
Ocho días duró la huelga. Paralizado todo. A los ocho días renun-
ció Maximiliano Hernández Martínez. Lo sustituyó el ministro
de Defensa. Esto duró seis meses, porque abrió un espacio políti-
co bastante grande que la gente aprovechó para organizarse. Se
formó la Unión Nacional de Trabajadores (unt), la que fue un
movimiento bastante fuerte, y lo dirigía uno que era del Partido
Comunista, Dagoberto Marroquín. Ese era el secretario general
de la unt. Pero en eso vino el golpe de Estado de Osmín Aguirre
Salinas, y barrió con todo. Una represión sangrienta, bárbara.
El gobierno de Andrés Ignacio Menéndez solo duró seis meses.
En octubre dio el golpe Osmín Aguirre. Ese se ensañó con los mé-
dicos precisamente. Iba a sacar a los médicos de los hospitales, de
las clínicas, así engabachados. La unt desapareció con el golpe de
Estado de Osmín Aguirre.
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comunista
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que dónde vivían y quiénes eran y todo eso. A esta señora la tuvie-
ron allí como ocho días y la amenazaron.
También estaba allí una compañera que se llamaba Fidelina
Raimundo, que era dirigente del Sindicato de Panificadores. A
ella no la tenían en la bartolina donde yo estaba, sino en otro lugar.
Se llevaron también a otra mujer, compañera de un dirigen-
te obrero del Sindicato de Panificadores. Llegaron a buscarlo a la
casa, pero como no lo encontraron se la llevaron a ella con su niño
de cuatro años. Le preguntaban quiénes llegaban a su casa, que si el
marido era comunista. Ella les decía que el marido era sindicalista,
pero: “No sé si es comunista”. La amenazaron igual que le iban a
matar al niño si ella no hablaba. Cuando la llevaron a ella a decla-
rar con el niño y le preguntaron al niño: “Mirá, ¿vos sabés quiénes
se reúnen en tu casa?” Y dijo algunos que conocía: “Chepe, Cham-
ba...”. “¿Y qué hace tu papá?”. “Papelitos para los trabajadores”.
Los policías que nos custodiaban a nosotros eran especiales. El
último piso de la Policía lo desocuparon completamente, porque
ahí estaban presos obreros, profesionales, dirigentes estudiantiles.
Como a las diez de la mañana yo vi por las rejas de la bartolina
que pasaron con Marcial. Lo llevaban dos policías, pero yo hasta
ahí no me imaginaba todo lo que podían hacer, de todo lo que eran
capaces.
A las tres me fueron a sacar de la bartolina y me llevaron a
una sala, como una cuadra le decían. Cuando yo llegué tenían a
Marcial colgado y le estaban dando azotes. Yo no pude distinguir
bien qué era, si era una faja o qué, pero le daban duro. No tenía
los lentes, tenía el ojo grandísimo y morado. Estaba desnudo com-
pletamente.
Cuando yo entré, le decían: “Ya vas a hablar hijo de tantas, las
vas a pagar”. Uno de ellos dijo: “Ya va a hablar este hijueputa, no
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La represión del 52
Salazar Valiente. Esta señora era poetisa, María Lidia Valiente Sa-
lazar. Ella les hacía unos escándalos allí, se ponía a llorar y decía:
“Yo me pongo de rehén, pero denme a mi hijo”. Y la gente que
llegaba a la Policía se daba cuenta de todo. A mí me contaron que
había unas escenas dramáticas de los familiares. Terminaban in-
sultando al director de la Policía y a quien fuera. Entonces, creo yo
que esa fue una de las cosas que obligó a sacar a un primer grupo
de capturados. Eso lo supimos después por el mismo Medrano. Él
dijo que se vieron obligados, como a los veinte días, a sacar una
parte de los presos para Nicaragua y otros para Costa Rica. Y nos
dejaron al resto, que éramos dieciocho. Decía Medrano que está-
bamos ahí de por vida.
El primer grupo que sacaron estuvo en la cárcel como unos
20 días. Los que quedamos ya no nos sacaban a declarar todas las
noches.
Las bartolinas eran bastante amplias y bastante limpias, con
ladrillo rojo de cemento. Tenían un baño y nada más. Nosotras
dormíamos en el puro suelo. Ya teníamos como tres meses de es-
tar ahí cuando un día los policías estaban sacando catres. Como
que les iban a cambiar catres y los estaban sacando por ahí. Noso-
tras, Julita y yo, les dijimos: “¿Y esos catres, los van a botar?”. “Sí,
¿quieren ustedes uno?”. “Ah, si nos regalan uno…”. Entonces nos
dieron tres catres, así el puro alambre.
También iban a botar un montón de periódicos y revistas y no-
sotros les pedimos. Eso pusimos en el catrecito para que nos sirviera
de colchón. El otro catrecito lo pusimos ahí para que nos sirviera, ya
después cuando pudimos mandar a comprar una cocinita de car-
bón, para calentar el rancho que nos daban.
El famoso rancho que daban de comida: arroz, tortillas todas
feas, frijoles, a veces agrios, y un café ralo. En la mañana el desa-
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La represión del 52
yuno era eso, un pan, dos panes, un café, que era más agua, ralo y
frío. El almuerzo era así, arroz, frijoles, a veces unos frijoles bien
duros. Las tortillas frías. Ese era el almuerzo y lo mismo la cena.
Ya después pudimos mandar a comprar una cocinita de carbón
con los centavos que la familia nos hacía llegar o alguna gente
amiga en los periodos en que Alberto Medrano estaba de buenas y
nos permitía que la familia nos llevara comida. La comida era una
vez perdida. Lo que más aprovechaba la familia era mandarnos
unos centavitos. Nosotros les decíamos que mejor así, porque de
repente Medrano daba orden que no nos pasaran nada y siempre
teníamos algunos centavos para comprar algunas cosas.
A Marcial después lo llevaron Zacatecoluca una vez. Lo saca-
ron de la cárcel a la carretera, no se sabe con qué intenciones, dice
él, pero era quizás para que él pensara que lo iban a matar. Eso se
acostumbraba. Pero lo sacaron y lo volvieron a traer.
Nos tenían presos en el último piso de la Policía. Ellos habían
hecho una puerta camuflada para bajarnos al sótano. Así evadían
la situación para que los jueces no nos encontraran. Ellos decían
que no tenían presos. Los jueces llegaban ahí y no hallaban a
nadie.
Con el tiempo volvieron las torturas. Nos decían que, si fir-
mábamos una declaración y nos comprometíamos a no participar
más en política, nos daban la libertad. Muchos accedieron. Entre
ellos creo que estuvo el que era secretario general del Sindicato
donde yo participaba, porque nos capturaron a él y a mí, pero a él
lo sacaron libre.
Se dieron cosas tan terribles. ¡Tan terribles! Por ejemplo, algo
decepcionante: ¿quién era el que estaba de presidente de la Corte
Suprema de Justicia cuando la represión del 52? Nada menos que
Julio Fausto Fernández, que fue secretario general del Partido.
109
El libro de la Tía
rápido. Ese día nos llevaron a esconder al fondo. Los policías que
nos cuidaban no eran los mismos, eran nuevos. Después supimos
que había habido un fuerte robo en San Miguel y a los policías que
siempre nos cuidaban los habían destacado por otro lado. Donde
nos tenían era en el Cuerpo de Bomberos. Ese lugar tenía siempre
abiertas unas puertas amplias porque estaban las máquinas listas
para salir ante cualquier emergencia.
Nosotros veíamos que el profesor se paseaba, se paseaba y se
paseaba. Hasta que vimos que se salió. Los policías estaban distraí-
dos. Uno de ellos acurrucado, jugando con su llavecita.
Nosotros nos alegramos pero a la vez nos angustiamos, porque
nos preguntábamos: “¿Qué irá pasar hoy aquí?”. Cuando ya ha-
bían pasado los jueces, ya podíamos regresar nosotros a las bar-
tolinas. Eran como las cinco de la tarde cuando nos subieron. Ya
los policías se habían dado cuenta de que no estaba el profesor.
Nosotros pensamos: “¡Esta va a ser la noche de San Bartalomé! ¡A
saber cómo va a reaccionar Medrano!”. Él llegó como a las siete
de la noche. Se veía bien tranquilo. Se puso ahí en uno de los ba-
rrotes de la bartolina y dice: “Son malas ustedes, ¿verdad? Con las
naguas le taparon los ojos a los policías para que no vieran que se
iba el profesor”. Al fin dice: “Ya me voy. No los aguanto a ustedes
aquí. Voy a ver qué salida les dan por allá”. Y se fue. Esa fue la
reacción que tuvo. Nosotros descansamos, ya respiramos otra vez.
Como a las 11 de la noche venía un grupo de policías, dieron
llave a la bartolina de nosotros y nos sacaron a Julita y a mí. “Lle-
ven lo que tengan ahí”, dijeron. Teníamos una ropita. Después
abrieron la bartolina donde estaba mi compañero Salvador. Ahí
dejaron a cuatro y sacaron al resto de compañeros. A él lo dejaron
con el doctor Antonio Díaz, Cea y Herrero. Todos eran del Partido.
Cea era obrero de construcción, Inocente Herrero era zapatero.
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La represión del 52
121
Junto a Salvador Cayetano Carpio Marcial.
Archivo personal de la Tía, facilitada por su nieta.
exilio en guatemala
123
El libro de la Tía
para estar informados de algo, o para ver cuáles eran las necesi-
dades de cada uno.
Casi no había oportunidad de leer. Era más que todo trabajo
práctico. Sí la propaganda, el periódico del Partido Guatemalteco
del Trabajo, todo lo que salía lo leíamos. Pues estábamos bastante
informados de la situación que estaba viviendo el pueblo de Gua-
temala.
Es dura la condición de exiliado. Yo estaba en una casa donde
los compañeros eran muy buenos conmigo, muy solidarios. Pero
yo añoraba mi casa, y añoraba estar con la familia. Desde que supe
que Marcial estaba en huelga de hambre me quería regresar a El
Salvador, pero me dijeron que qué iba a hacer, a complicarle más
la vida a él.
En El Salvador, una vez que pasaron a Marcial a la orden del
juez, luego de seis meses le hicieron juicio. La acusación contra él
era que le habían encontrado propagada comunista en una libreta
en la bolsa de la camisa cuando lo capturaron, y que había estado en
un congreso de la paz en Pekín, y eso le valió seis meses preso. Hi-
cieron jurado y el jurado lo absolvió. Justamente en esos días que
él salió de la cárcel fue que cayó Árbenz.
Ya se hablaba de que Carlos Castillo Armas estaba en territorio
hondureño. Se veía venir el golpe. Pero cuando Árbenz le hablaba
al pueblo decía que todo estaba normal, que el ejército controlaba
la situación, que los enemigos de la revolución habían olvidado
que ese era un ejército nuevo, el ejército de la revolución. “Un
ejército que no se vende al mejor postor”. Y el que le dio el golpe
de Estado era su ministro de defensa.
Nadie esperaba que él renunciara. Aparecían aviones piratas
tirando propaganda, bombas incendiarias. Y había apagones. La
cgt se llenaba de gente. La casa era de dos pisos y Víctor Manuel
131
El libro de la Tía
que estaban claros en ese aspecto. Mucha gente decía que cuando
a Árbenz lo eligió el pueblo, ya lo tenían encañonado los militares
que le dieron el golpe de Estado. Él varias veces habló llamando al
pueblo a la cordura y a confiar en el Ejército. Cuando se dijo que
ya Castillo Armas había ingresado a territorio guatemalteco y se
estaba combatiendo, desocuparon el hospital donde yo estaba, de-
jaron a los más graves nada más, porque se esperaba que llegaran
heridos. Pero solo llegó un niño quemado por una bomba incen-
diaria, no llegaron más.
Un militar que luego estuvo asilado donde yo estaba, que había
sido leal a Árbenz, decía que no se había combatido. Decía que a
él le daba tristeza porque él recibía cantidad de telegramas, donde
le decían: “Capitán estamos listos, esperamos órdenes”, y no, no
llamaron a nadie.
En ese momento nadie sabía qué hacer. Todo el mundo lo que
hizo fue irse a asilar.
Todas las embajadas quedaron llenas y bien custodiadas con
policías y con anticomunistas en las puertas queriendo linchar a
la gente, sacándola de las embajadas. Yo nunca me imaginé ese
relajo de no dar tiempo de nada. Los salvadoreños no habíamos
previsto eso. Árbenz decía que todo estaba controlado, entonces
la gente se atenía. La gente lloraba escuchando el mensaje de Ár-
benz. ¡Lloraba la gente!
Yo no sé. Yo creo que los dirigentes revolucionarios estaban
muy confiados en el Ejército, porque de no haber sido así, hubiera
habido preparativos en caso de que llegara eso, ver qué medidas
iban a tomar. La noticia del golpe cayó como un balde, de allí el
desparpajo, que no hallaban qué hacer y que lo último que les que-
dó fue irse a asilar. Como en el caso de nosotros, los salvadoreños,
hasta ese momento no sabíamos qué íbamos a hacer.
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El libro de la Tía
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exilio en la unión soviética
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El libro de la Tía
tipo así como asiático, como coreano, pero sí nunca decíamos que
éramos de El Salvador, ninguno de los que estábamos ahí, ni los
venezolanos ni los guatemaltecos. Ahí no teníamos nuestros pro-
pios nombres, sino que eran seudónimos.
Nosotros por lo regular no podíamos salir de paseo en la sema-
na, porque era muy riguroso el estudio. Marcial, desde que salía
de la escuela, seguía estudiando en la noche. Como no es muy fácil
leer en ruso, él hacía el esfuerzo. Le costaba un poquito, entonces
le dedicaba mucho al estudio. Pero es como obligación de que los
estudios terminan el viernes y ya sábado y domingo es para des-
cansar, nada de ver libros. Dicen que lo que no se aprendió en
día de semana, mucho menos puede aprenderse en fin de semana.
Para llegar descansado el lunes al estudio, igual que para los exá-
menes: cerrar libros. Lo que no se aprendió, de un día para otro no
lo van a aprender para salir bien en un examen.
Durante ese tiempo yo no tenía contacto con mi familia para
nada. Mi familia nunca supo dónde estuvimos, hasta que regresamos.
Estuvimos del 54 al 57. Cuando se realizó el Primer Festival
Mundial de la Juventud nosotros estábamos allá. Nos alegraba
muchísimo saber que iba la delegación de El Salvador y pensába-
mos nosotros que seguro nos traen alguna noticia de la familia o
de la gente allá, pero no. Ahí llegó Tomás Guerra, Roque Dalton,
Mingo Mira, y otro más.
Los compañeros de allá del Partido se encargaban de decirle a
la familia que estábamos bien, que no se preocuparan, pero que
no escribíamos porque no podíamos escribir, porque era riesgoso.
En alguna medida, gente del Partido siguió viendo por mi fa-
milia. Gente particular y mi sobrina Tere. Había gente que mi
mamá decía que ella no conocía y que le llevaban cosas siempre.
Por ese lado ellos no pasaron muchas dificultades.
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Exilio en la Unión Soviética
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Exilio en la Unión Soviética
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fraternidad de mujeres salvadoreñas
tó. Era una mujer bastante honesta. Después fue una de las más
grandes colaboradoras de la Fraternidad en los sesenta.
La lucha de la Liga Femenina Salvadoreña era por el derecho
al voto. Y pues sí, para nosotros era importante, pero no era lo
principal. Nosotros ese punto no lo tocábamos, pero sí las reformas
al código civil.
En la carta de principios de la Fraternidad establecimos cuáles
eran los temas por los que íbamos a luchar. Por ejemplo, por el
derecho de la mujer al trabajo, el derecho de la mujer a la educa-
ción, el derecho de la mujer a la salud, y por las reformas al Código
Civil, porque en ese tiempo las mujeres en El Salvador estábamos
en una desventaja tremenda: la mujer no podía ser testigo, no po-
día tener derecho a la patria potestad y una serie de cosas que la
ponían en desigualdad ante el hombre.
Iniciamos ese trabajo con las mujeres y formamos también
una organización de niños que se llamaba Alianza Infantil por la
Amistad, que tenía su decálogo, que eran diez principios. Lástima
que no se ha conservado, por ningún lado se ha encontrado eso, ni
los estatutos de la Fraternidad ni nada de esos materiales. Les he
preguntado a muchas compañeras de esa época que aún viven y
nadie los tiene. Lo cierto es que el propósito era organizar y luchar
por la defensa de los derechos de la mujer y del niño, y mucho hi-
cimos en este terreno. Logramos acercar a muchas mujeres de las
clases medias y populares, y hacíamos actividades.
El proyecto de la Fraternidad de Mujeres era de una organiza-
ción amplia, para mujeres de todos los sectores, para luchar por los
derechos. El lema de la organización era: “Por la defensa de los de-
rechos de la mujer y del niño”. En ese campo nosotros queríamos
incorporar a mujeres de los distintos sectores: obreras, campesinas,
quien nos apoyara.
160
Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas
La idea era tener relación con otras compañeras para hacer tra-
bajo conjunto. En ese tiempo Luisa González era dirigente de la
Alianza de Mujeres Costarricenses. También Adela Ferreto. Tam-
bién estaba incorporada Helena Castellanos. No recuerdo yo de
dónde nació la iniciativa de esa reunión. El conecte con la Alianza
era, a través de Helena, con Rosita. Dicen que se dio una cosa bien
curiosa: en un congreso en México (no recuerdo sobre qué era el
congreso), se conocieron Rosita con Raúl Castellanos, y Helena
con Eduardo Mora. Y de ahí salieron las parejas. Helena sin duda
había ido con Raúl, el hermano. Ahí fue, eso se decía siempre. Ro-
sita se fue para El Salvador y Helena para Costa Rica.
La Fraternidad era una organización de carácter amplio, don-
de participaban mujeres de distintas clases sociales, sin distinción
política ni religiosa. No teníamos una visión puramente feminista
en aquel tiempo. Veíamos la lucha de las mujeres dentro de una
lucha general del pueblo.
Lo que yo creo que no nos dejó tiempo de decidirnos a una
lucha específica de los derechos de la mujer fue la situación que
vivíamos bajo las dictaduras militares, bajo esa represión cons-
tante. Sí teníamos bien claro nuestro programa de trabajo por lo
que íbamos a luchar: por el derecho de la mujer al trabajo, por el
derecho de la mujer a igual trabajo, igual salario, el derecho a la
salud, a la educación, todo eso, y sobre esa base, esos principios los
aplicábamos en el caso de la mujer obrera en los sindicatos. Par-
ticipábamos en los congresos de la Federación Unitaria Sindical
Salvadoreña (fuss), defendiendo los derechos de la mujer.
En la Fraternidad teníamos un periódico que se llama Fra-
ternidad y en ese periódico planteábamos los derechos específicos
de las mujeres, pero nunca salimos a la calle a luchar por eso. Sí
salíamos en mítines a protestar por la represión, por los presos po-
162
Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas
del 1º de mayo; iban adelante con sus carteles, que decían “Los
niños no son para la guerra”, “Nuestros niños nacieron para ser
felices”. Y cuando participaban en las manifestaciones había unas
compañeras que se encargaban de ellos para la disciplina y todo
eso. Entre ellas estaba Inés de Navarro, y otras. Una de ellas les de-
cía :“Cuidadito al pasar frente al Telégrafo”, porque ahí siempre
había guardias, “Cuidadito van a decir ¡abajo los gorilas!”. Pero a
veces no nos hacían caso y nosotros nos preocupábamos. Al grado
de que la policía decía que esos niños nosotros los poníamos como
defensa, diciendo que no nos importaba que mataran a los niños,
eso decían siempre con el propósito de hacer daño y desprestigiar
a las organizaciones sindicales.
En aquel tiempo quién nos iba a decir a nosotras que de ahí
iban a salir varios niños que fueron guerrilleros de las Fuerzas Po-
pulares de Liberación (fpl). De esa Alianza Infantil de la Amistad
salieron como cuatro compañeros que después fueron guerrilleros.
Yo estaba en la Fraternidad como funcionaria del Partido. A
mí y a mi compañero, el Partido nos daba lo mínimo para pagar el
lugar donde vivíamos y para medio ir pasándola. Al resto de com-
pañeras no, porque tenían su medio de vida. La única funcionaria
era yo, que estaba tiempo completo. Las otras compañeras eran
amas de casa, profesionales, que tenían su salario, por ejemplo,
Rosita. Estaban las compañeras que sí trabajaban, pero su trabajo
era más intelectual, de proyección, de elaboración de documentos,
de pasar a máquina algunos trabajos. Las que andaban conmigo
en el trabajo más práctico eran compañeras que dedicaban sus ho-
ras de descanso para el quehacer de la Fraternidad. Había muchas
amas de casa que sí que nos ayudaban, nos ayudaban bastante.
La verdad es que no éramos muy comprendidas por los compa-
ñeros del Partido, no teníamos mucho apoyo. Salvador sí nos daba
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Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas
viva, era una mujer muy lista. Nos contaba ella, y nos daba mucha
risa a nosotros, porque les encontraron propaganda y las llevaron
presas a las dos. Entonces cuando ya la sacan a declarar les dice la
policía: “¿Quiénes les dieron esta propaganda a ustedes?” y dice
Matilde: “Yo no sé, fíjese, como yo ando vendiendo siempre con
mi canastillo en la cabeza, yo no sé quién me lo puso ahí, yo no sé.
Yo no sé leer, y no sé qué dice eso”. Entonces ya las sacaron. Y así
como ellas, varias, que no estaban formalmente en el Partido, pero
se dieron de lleno.
En todas las huelgas la Fraternidad de Mujeres se instalaba
ahí con la cocina, salíamos los sábados con los compañeros a pedir
a los mercados y llegábamos con bastante comida. Ellas también
nos acompañaban a las fábricas, a repartir volantes para que los
trabajadores de las fábricas tuvieran conocimiento de que deter-
minados compañeros estaban en huelga y necesitaban ayuda.
En las huelgas, la Fraternidad jugó un papel bien importante,
porque en las huelgas es fundamental la comida. Nosotros a veces
hasta para que llevaran a su casa les dábamos un poquito a los
compañeros. Eso ayuda: tener algo qué comer. Y así siempre andá-
bamos en las huelgas. Nombrábamos una comisión mixta, donde
había mujeres de la Fraternidad y compañeros huelguistas.
La huelga de Acero S. A. duró varios días. No era por aumento
de salarios, sino por el reintegro de los compañeros que habían
sido despedidos, o sea que estábamos ahí defendiendo el derecho al
trabajo. Los capitalistas a veces calculan que pueden producir con
menos trabajadores, entonces despiden 25. A ellos no les importa
que esos 25 queden con hambre. Y los compañeros que quedan
tienen que asumir las tareas de los que echaron. Ahora no puedo
precisar la cantidad de trabajadores que habían sido despedidos,
pero no era uno ni dos.
173
El libro de la Tía
nato porque nos dan mucha comida”. Nos hicimos muy conocidas
en ese trabajo.
Nos dimos a conocer y luego siempre que les pedíamos una
colaboración, siempre la teníamos. Invitábamos a algún profesor
que diera una charla o alguien que nos asesorara en lo jurídico,
siempre teníamos. Nos habíamos hecho socios honorarios entre
los profesionales de la Universidad que colaboraban con dinero
mensual. Había una compañera que les iba a cobrar. Con eso nos
dábamos a conocer. Y claro que participábamos en las actividades
de los estudiantes, en sus luchas por la reforma universitaria, den-
tro de todo el conglomerado de gente que colaboraba.
El Partido estaba por la lucha abierta, sin salirse de la legali-
dad, sin salirse de lo que el Estado y el gobierno permitieran. Pero
las leyes estaban hechas para defender los intereses del sistema,
de los patronos, entonces hacer una huelga legal era imposible.
La ley decía que había que aprobar la huelga en asamblea por la
mitad más uno de los miembros. Además, esa acta tenía que ir al
Ministerio de Trabajo, pero, además de eso, daban 30 días para
comprobar que esa huelga era legal. En esos 30 días el patrono te-
nía tiempo para despedir a los obreros. Total, que, si nos hubiéra-
mos atenido a la legalidad, nunca hubiéramos hecho una huelga.
Todas las huelgas que hubo en El Salvador, en su inmensa mayo-
ría, fueron de hecho. Y en algunos casos tuvimos éxito.
Si nos hubiéramos ceñido a la legalidad nunca hubiéramos po-
dido lograr ninguna conquista para los trabajadores. Esa era una
contradicción en la estrategia política del Partido. Especialmente
mi compañero era el que decía que había que utilizar todas las
formas de lucha. Hablábamos de lucha abierta, capeando la le-
galidad. Él planteaba la necesidad de aplicar todas las formas de
lucha, las legales y también las ilegales. Pero el Partido tenía mu-
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Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas
Ese hostigamiento claro que daba miedo, pero había que seguir
adelante. A mí me decía Salvador: “Mirá, a vos sí que la policía te
identifica fácilmente. Siempre andás con tu bolsa”. Yo andaba con
mi bolsa, era mexicana, plástica, trensadita, bien bonita, y ahí me
cabía todo. “Es una muchacha (cuando era joven), usa una diade-
ma y anda con una bolsa; ya deberías de ir cambiando”, me decía.
El trabajo con la Fraternidad de Mujeres duró hasta que Leti
y yo nos salimos del Partido. Ahí terminó la Fraternidad de
Mujeres.
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clandestinidad
cía dos bocados para las perras y les tocaba la escalera, que era de
hierro. Se encariñaron tanto las perras que, cuando salía, lo iban
a dejar y cuando volvía lo iban a buscar. La familia que alquilaba
decía: “Por fin hallé unos vecinos que me quieren a mis perras”.
Salvador era el que le querenciaba a los animales. “Mire, ténga-
mele esto a Don José”, decía. Cualquier cosa, cualquier comida
que hacía, daba algo “para Don José”, y no hallaba qué hacer con
él. Nosotros decíamos que la gente que llegaba ahí eran sobrinos,
familiares, y ellos nunca sospecharon.
Tanto Leti como yo nunca participamos en acciones armadas.
La gente de la organización no se podía reunir en la calle, enton-
ces nosotros hacíamos ese trabajo para que la gente amiga prestara
sus casas.
Me acuerdo de la primera caminata que hicimos para entre-
narnos físicamente, Leti, Salvador y yo. Fuimos a Panchimalco
a pie, desde donde vivíamos. Dice Salvador: “Solo vamos a llevar
unos dulcitos”. “¿Y no vamos a llevar nada de comer?”, dice Leti.
“No, solo unos dulcitos y agua”.
Hace un tiempo vi a esta niña Chayito en una fotografía. Ella
era de Fraternidad. Cuando yo me salí del Partido la fui a visitar,
porque ella tenía un puesto de zapatos en el mercado de San Jacin-
to. Ella tenía una casita por ahí en un pueblito. Yo no le dije en qué
andábamos, pero le di a entender que estábamos haciendo otro
trabajo. Entonces ella me dice: “Cuando necesite la casa, ya sabe”.
Yo llegaba una vez por semana donde ella y me tenía una bolsa
llena de cosas: arroz, frijoles, azúcar, macarrones, jabón. Llegaba a
la casa y le decía: “Mirá, Salvador, lo que nos dio la niña Chayito”.
Y él me decía “¡Vaya! Agarrá lo que vamos a utilizar nosotros y
me das el resto para dárselo a otros compañeros”. Porque otros
compañeros también estaban necesitando.
190
Clandestinidad
dos. Yo les llevaba propaganda para que leyeran; primero solo para
que leyeran ellas y ya después ellas me pedían que les llevara más
porque tenían otra gente de confianza.
Con la experiencia que teníamos en el Partido, se había dicho
que no podíamos tener una organización donde se ponía un nom-
bre, pero tal vez sin base. Se dijo que las f no iba a caer en eso
y que nos íbamos a dar a conocer como organización cuando ya
tuviéramos una base. Mientras tanto, todas las actividades que se
hicieron desde que se formó el grupo inicial estuvieron inclinadas
a conseguir armas, desarmar algunos guardias. Hubo que requisar
una máquina de escribir, porque no había; conseguir papelería.
Cosas así, que no parecían como una actividad guerrillera. La or-
ganización fue bien cuidadosa desde un principio para que no nos
ahogaran en la cuna.
Una de las primeras acciones que se hicieron ya como fpl fue la
toma del Concejo Central de Elecciones, que se estaba preparando
para las elecciones. Ahí llegaron los compañeros y quemaron todo
lo que había. En ese lugar había guardias cuidando. Ya al terminar
la actividad, un guardia que estaba ahí se hizo como que estaba
muerto, iba a matar a un compañero, pero él reaccionó y mató al
guardia.
La otra acción fue una bomba que se fue a poner a la telefónica
itt, en protesta por la matanza que hicieron a los guerrilleros en
Argentina. Fue en el aeropuerto que los mataron a todos. Ya en
ese momento había pasado quizás un año o quizás más desde que
habíamos salido del Partido, no fue tan luego.
En ese tiempo se empezó a editar El Rebelde y hacíamos bom-
bitas de propaganda. El primer mimeógrafo que se usaba era
manual. Íbamos a las fábricas. Yo iba de seguridad con otras com-
pañeras, mientras un compañero se acercaba a poner la bomba de
194
Clandestinidad
uno que iba vestido de boy scout y otro así corriente. Le dijeron
que eran estudiantes, que ellos querían alquilar solo para estudiar,
que a veces llegaban con otros compañeros que estudiaban juntos,
y ella encantada de la vida les alquiló el altillo.
Pues un día de tantos llega la gran bulla de que habían querido
requisar un carro por la Universidad y que la muchacha que ma-
nejaba pudo escapar y llegó a su casa. Salió el papá con una pistola
y se armó el tiroteo. Eran guerrilleros, eran del erp. Resulta que
pasó eso: mataron al papá, salió un guerrillero herido y lo captu-
raron y el otro andaba huyendo y al final lo capturaron también.
Yo sabía que los tenían capturados, que uno estaba en el hospital,
pero hasta ahí. Un día llega la niña Yoni que alquilaba ahí y me
dice: “Mire niña Carmencita, venga, venga, ¿verdad que estos son
los que yo les he alquilado allá arriba?”. “Yo nunca los miré”. Y
la otra señora, niña Laurita, llega y le dice: “¡Cómo no, niña Yoni!
¡Estos son! Yo vi a uno que llegó ahí a lavarse la cara en la mañana.
Ellos son”, y arman el gran escándalo. Y dice la señora: “Hay que
darle parte al sereno. Saber qué tienen ahí. Saber si tienen bombas
y vamos a volar aquí nosotros”. Y el gran alboroto. Pero el marido
de la niña Yoni fue más cuerdo y dijo: “Calma. No armen tanta
bulla porque lo que va a pasar es que va a venir la policía y aquí a
todos nos va a llevar”. Por suerte Salvador había quedado de llegar
ese día un poco temprano y le dije: “Mirá lo que pasa aquí”. Me
dice: “Arreglá las cosas en un maletincito y nos vamos ya”. Él se
fue para donde unos compañeros y yo me fui para donde Leti. Se
le puso observación a la casa y no se veía nada. Como al mes fui yo
a sacar las cosas. Y a partir de eso nos quedamos en un local de la
organización. Cuando yo llegué a sacar las cosas, la casera no me
dijo nada, pero la vecina, la niña Laurita, me dijo “Ay niña Car-
mencita, ¿le tuvo miedo a los guerrilleros?”. “No”, le dije yo, “lo
196
Clandestinidad
al frente. Todos los que estábamos ahí nos pusimos alerta. Los que
estábamos compaginando nos quitamos los esparadrapos, y todo.
En ese momento no estaba la compañera que alquilaba la casa,
pero uno de los compañeros sabía que la dueña de la casa vivía en
Santa Tecla. Yo lo supe hasta ese momento. Ahí teníamos un perro
hermosísimo que se llama el Oso, un pastor alemán que infundía
respeto. En todas las casas teníamos así. Cuando los policías esta-
ban enfrente preguntándole a la casa vecina dónde vivía el de la
tarjeta, los compañeros vieron que la policía venía directamente
a tocar el portón. Era un portón con un poco de verjas que se veía
de adentro para afuera. Los compañeros se prepararon listos con
sus armas. Entonces tocaron la puerta la policía y salí yo. “¿Qué
deseaba?”. “¿Aquí vive la señora fulana de tal?”. “No, ella no está
aquí, ella no vive aquí”. “¿Y no puede hacernos el favor de pres-
tarnos el teléfono para hablar con ella?, ¿tiene teléfono?”. Le dije
yo que no, que en ese momento no teníamos teléfono porque se
había descompuesto. Entonces dice: “¿Usted puede hacerme el fa-
vor de avisarle a esta señora que le tenemos la tarjeta de su hijo,
que se la queremos entregar?”. “Sí, eso sí podemos hacer porque
nosotros alquilamos a la señora”. Y se fue. Todo el mundo volvió
a la normalidad.
De esa casa nos fuimos porque hubo otra operación que estaba
preparando las f. Nos fuimos a los Planes de Renderos, camino a
Panchimalco. Ahí estuvimos viviendo en una casa. No me recuer-
do bien si fue con la hoy Lorena Peña, la Rebeca de antes, o la
hermana de ella, la Susana, con una de las dos estuvimos viviendo
en esa casa. Y con otro compañero, que era el que le manejaba a
Marcial.
Roberto Poma era uno de los millonarios de El Salvador. Qui-
sieron secuestrarlo, quizás para sacarle plata, no sé quiénes fueron,
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Clandestinidad
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La muerte de Marcial
casa: “Fíjese que va a venir una amiga a verme”. “Está bien”, dijo
ella, “yo me voy a ir por allá para que no me conozca, para que no
me vea”. Entonces, cuando llegó Carlina, le dije: “Carlina es que
yo ya no quiero estar aquí”. “Está bien, Tía, ¿quiere irse conmigo?
Vaya saqué sus cosas”, y saqué mi maleta de ropa que tenía ahí,
solo eso y un maletincito. Y así salí del local y me fui para donde
Arqueles. Ya después hicieron el escándalo. Le habló Tomás Borge
a Arqueles y le dijo: “Mirá, ¿cómo es eso de que la compañera de
Marcial apareció por allá por el Sumen si nosotros la habíamos
llevado a una casa allá?”. “Lo cierto es que ella está aquí conmigo,
yo respondo por ella”, le dijo. “Y eso te digo”. Vaya, ahí paró todo.
Pero sí hicieron el escándalo de que un comando guerrillero
me había ido a sacar de la casa donde me tenían. Tomás le dijo eso
a Arqueles. “No, hombre”, le dijo, “mi mujer la fue a traer. Ella
llamó a Carlina y la fue a traer”.
Ese fue mi triste fin. Carlina me trató muy bien, como ellos
tenían allí su carro, su chofer, me dijo: “Tía, usted aquí puede
decirle a Alfonso a la hora que quiera salir. A la hora que quiera ir
allá a Jiloá, allá a la sepultura, vaya”, y así hice. Me habían dado
una tarjeta, el jefe del comando especial “Pablo Úbeda”, para que
yo pudiera entrar todos los días si quería. Yo iba siempre, pero un
día que llegué y les dije: “Quisiera que me den permiso de hacer
una sepultura aquí, porque está en la pura tierra”. Entonces me
dice el soldado: “Bueno, le vamos a decir al jefe”. Al siguiente día
me dice: “Dice el jefe que sí, pero aquí no puede venir nadie de
fuera a trabajar, sino que se lo van a hacer aquí. Usted diga cómo
la quiere”. “Bueno, pues yo quiero una lápida sencilla y que la
proteja”. Porque eso era así como un potrero, el día que fuimos a
enterrar a Marcial ahí andaban hasta unas vacas. Yo quería algo
que la proteja de los animales. Y la hicieron, bien bonita quedó
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La muerte de Marcial
219
Peregrinar
yo vine estaba todo arreglado. Hay una sepultura con dos lugares,
ahí está el mío.
Pero también había que velarlo, del aeropuerto a la funeraria
La Reforma, que está ahí por la Flor Blanca, ahí lo velamos. Llegó
bastante gente. Y nadie sabía que veníamos. El Co Latino, parece
que dio la noticia a mediodía, porque en la noche me acompañó
bastante gente. Ahí estuvo el doctor Fabio. Yo no sé cómo hicieron
para arreglar todo, hasta ahora yo no sé quién lo hizo.
De ahí lo fuimos a enterrar en el cementerio, también me
acompañó bastante gente. Fue un momento bien doloroso, porque
es como renovar la herida, pero yo sabía que Marcial quería morir
aquí, peleando al lado de su pueblo. Él siempre estuvo dispuesto a
morir con su gente. Estaba seguro de eso. Él decía: “Puedo morir
de un momento a otro, pero esto ya es irreversible”. Él tenía una
fe absoluta en el triunfo del pueblo.
La primera vez que yo vine aquí resulta que una gente que
supo que yo había venido organizó una reunioncita, fue por cierto
donde Carmen y Carrancho, que vivían en la colonia Buena Vista.
Ahí hubo una reunioncita. Carmen había preparado unas cosas.
Yo a ella la conocí allá en Nicaragua; creo que ellos fueron los que
le dijeron a alguna gente. Nos reunimos ahí como veinte personas,
y comimos y cantamos.
Por cierto ahí estaba una pareja que había estado en Nicaragua.
Ella tenía un proyecto de costura allá. El esposo de ella es herma-
no del padre Macías, que mataron, Carlos. Solo gente así había
ahí. Ella tenía un taller de costura, hoy ya no lo tiene, pero en ese
tiempo tenía. Y me dice: “Tía, hoy que usted está aquí yo la voy a
vestir, usted no se va a preocupar por la ropa”. ¡Y cabal! Me tomó
medidas y como a los tres días me llevaba un vestido.
236
Peregrinar
237
El libro de la Tía
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Peregrinar
241
El libro de la Tía
Hay mucha gente que, cuando uno habla del pasado, se ríen,
se burlan, dicen que son viejadas. Quizás no entienden que para
comprender el presente hay que conocer el pasado.
Yo me crié en la miseria y en la opresión, en aquellos años de
las dictaduras militares. Mi escuela fue la vida y aprendí que aquí
en este país nada se ha conseguido sin lucha, las más mínimas
conquistas han costado sangre.
Vaya, yo creo que hasta ahí.
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El libro de la Tía. Memorias de Tula Alvarenga una
obrera revolucionaria de El Salvador, editado por el
Centro de Investigaciones sobre América Latina y el
Caribe de la unam, se terminó de imprimir en digital
el 31 de enero de 2022 en los talleres de Gráfica Pre-
mier S.A. de C.V., 5 de Febrero 2309, Col. San Jerónimo
Chicahualco, Metepec, México. Su composición y for-
mación tipográfica, en tipo Walbaum de 12:15 puntos,
estuvo a cargo de Irma Martínez Hidalgo. La edición
consta de 300 ejemplares en papel Snow cream de 60
gramos. La preparación de archivos electrónicos a car-
go de Beatriz Méndez Carniado. El cuidado de la edi-
ción estuvo a cargo de Claudia Araceli González Pérez.