Los Dias de Su Presencia (Spani - Francis Frangipane

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Los Días de Su Presencia, por Francis Frangipane

Publicado originalmente en inglés con el título, «The Days of His Presence»


by Francis Frangipane. Copyright® 1995 por Francis Frangipane.
Ninguna parte de este libro se puede reproducir en ninguna forma sin el
permiso escrito de la casa publicadora. La única excepción son citas breves
en revisiones impresas
A no ser que se indique de otra forma, todos los pasajes bíblicos citados en
este libro son de la Nueva Versión Internacional, 1999.
Los demás pasajes se tomaron de las siguientes versiones:
La Santa Biblia® - Reina Valera Revisada 1960-1977 (RVR-60). Sociedades
Bíblicas Unidas.
Young’s Literal Translation of the Holy Bible [Traducción literal de la Santa
Biblia de Young] (Young).
The Amplified Bible [La Biblia Amplificada] Traducción literal. (AMP).
A las demás versiones se les identifica inmediatamente después del texto
citado.
Traducción: Rogelio Díaz-Díaz
Edición: Carlos R. Peña B.
Conversión digital ebook: tribucreativos.com
Publicado y Distribuido por Editorial Desafío,
Cra 28A No. 64A-34 Bogotá, Colombia.
Tel (571) 6 300 100
www.libreriadesafio.com
ISBN 978-958-8285-54-2
Contenido

P
P
I
P IL V

1. «Un mensaje»
2. En el umbral de la gloria
3. ¡Levántate y resplandece!
4. Denles ustedes mismos de comer
5. La creciente presencia
P II L P D
6. En la plenitud de los tiempos
7. Todas las cosas en Cristo
8. El lucero de la mañana
9. La señal
P III
10. Libertad para los prisioneros
11. Una puerta de esperanza
12. Caminar con Dios
P
13. En un tiempo de visitación
14. Crecer a la estatura de Cristo
15. El sometimiento de quien guarda la visión
16. Una espada traspasará tu corazón
17. Vaya tras quienes siguen a Cristo
18. Los que están delante de Dios
P IV
19. «Díganle a Francis lo extraño»
20. «Para que los sueños se hagan realidad»
21. Un rostro sin velo
22. El río de la complacencia de Dios
23. «De pie tras nuestra pared»
24. «Con la mirada de tus ojos»

N
P
Prólogo

Como bloques espirituales, Francis Frangipane apila pasajes


bíblicos relativos a su visión, y da así solidez a la condición de la
promesa de la presencia divina. Este libro es como un contestador
celestial automático que repite la frase del Señor a la Iglesia una y
otra vez: ¡tienes un mensaje! Cada vez que usted pulsa el botón es
como si el Señor nos dijera otra vez, tal como lo dijo al autor de este
libro: tienes un mensaje. Gracias, Francis, por no desviarte de ese
mensaje.
Francis Frangipane es como un reloj despertador que, con su
alarma, proclama con insistencia: «¡LLEGÓ LA HORA!», y que
continúa diciendo: «¡PREPARATE!, el reino de los cielos se acercó».
Recuerdo a otro autor que dijo las mismas cosas en los años que
precedieron al Pentecostés. Libros como este mantienen ese
incómodo factor que nos hace estar listos para Los días de Su
presencia. Es como una madre que advierte a sus hijos, y les dice:
«Niños, ¡limpien la casa que viene Papá!».
En las páginas de este libro, escrito en un formato fácil de leer,
dividido en capítulos y en «bocados pequeños y digeribles», usted
encontrará verdaderos tesoros. El concepto de Francis de que
tenemos que reconocer que la intención de Dios a largo plazo no es
solamente eliminar los dolores de nuestros cuerpos sino establecer
su reino en nuestros corazones, y que el propósito de la visitación
de Dios es hacer en nosotros su habitación es el tipo de tesoro que
hace que valga la pena comprar todo el campo.
Francis fija su atención en las cosas principales. Por ejemplo, al
decir que nos desviamos cuando nuestras energías las absorbe más
una doctrina en particular que el esfuerzo por lograr el carácter de
Cristo. La agudeza de sus punzantes palabras perfora la costra de
nuestros corazones endurecidos. Cuando leí que si usted se siente
más atraído por la oración que por la promoción, por la humildad
más que por la pretensión de grandeza, es porque está siendo
preparado por el Señor para la gloria de Dios, me vi forzado a
interrumpir la lectura, pues mis ojos se llenaron de lágrimas. Quise
gritar: «¡Yo también, Francis! ¡Yo también!». El deseo que a mí me
consume es que la gloria de Dios se manifieste entre los seres
humanos.
Particularmente el capítulo once: «Una puerta de esperanza», abre
de par en par las puertas celestiales a quienes experimentaron el
fracaso. Haciendo una venia respetuosa a la historia, Francis
reajusta hábilmente nuestras prioridades para transportamos al
lugar en donde podemos alcanzar la presencia divina. Pero mientras
nos anima a esperar ansiosamente ese día, con habilidad evita
desarraigar totalmente la costumbre hereditaria en la acción de
restaurar la prioridad de la pasión por la manifiesta presencia de
Dios. La agudeza de las palabras de mi amigo, el autor de este libro,
me tocaron profundamente cuando dijo se encontró a sí mismo en
un ministerio creciente, pero con una decreciente unción que lo
sustentara.
La historia del capítulo diecinueve: «Díganle a Francis que lo
extraño», palpita ahora también en mi corazón. Puedo oír el susurro
de mi Padre Celestial: «Díganle a Tommy que yo lo extraño». Y
prepárese usted también a escuchar el susurro de esas palabras en
su corazón a medida que pasa las páginas de este libro. La tierra
está embarazada con los propósitos de Dios. Es tiempo de
alistarnos para Los días de su presencia. Gracias, mi hermano, ¡me
siento privilegiado al tenerte como amigo!
Hasta el día en que mis ojos contemplen la belleza de Jesús,
Tommy Tenney
Escritor que busca de Dios
Prefacio

Al hablar sobre los acontecimientos de los últimos tiempos, lo hago


con cautela. Cuando atisbamos a través de la lente de las
expectativas proféticas, a menudo nuestra perspectiva oscurece o
exagera los detalles. Un motivo adicional para mi precaución es que,
aunque todos tenemos el mismo anhelo por el regreso del Señor,
muchos de nosotros tenemos convicciones diferentes en cuanto al
tiempo de ocurrencia de esos acontecimientos de los últimos
tiempos.
En condiciones ideales, expongo primero mis puntos de vista a un
foro de respetados eruditos y líderes de la Iglesia. Así, en la
privacidad de un ambiente amigable y con el «espíritu de los
creyentes de Berea», estudiamos las Escrituras «para ver si estas
cosas (son) así» (Hechos 17:11 RVR- 60 é.a).
En nuestros días se realizan regularmente foros de líderes para
tratar los tópicos más variados. Aunque ya presenté el mensaje que
este libro contiene a miles de ministros en numerosas conferencias,
es tiempo de llevar la visión a un foro más grande: el de mis
lectores.
Aunque a veces escribo con un fervor que parece inflexible, en
realidad someto estos conceptos y conclusiones ante usted, y
espero sus oraciones, sus comentarios y aun sus puntos de vista
opuestos. En otras palabras, inicio entre ustedes un foro en el cual
todos podamos buscar a Dios juntos. En las últimas páginas trataré
de anticiparme a algunas preguntas típicas.
Adicionalmente, el libro está dividido en cinco partes. Me hubiera
gustado ampliarlas y hacer un libro de cada una de éstas. Conectar
estas partes unas con otras me resultó muy difícil, pues los temas
tratados exigen ir de un estilo inspirador al estudio de los capítulos y
luego retomar. Discúlpeme, por favor, este inconveniente.
Finalmente, a medida que miramos juntos al Señor en los detalles
y hechos específicos de los últimos días, al escribir sobre los
mismos, no es mi intención establecer una estricta secuencia de los
sucesos de los últimos tiempos. Si bien es cierto que debemos
interesamos por estos acontecimientos, no debemos tenerles miedo.
Concentrar excesivamente la atención en las señales del fin puede
convertirse en una distracción. Las señales apuntan hacia algo más
grande que ellas mismas. Delante de nosotros se perfila un glorioso
amanecer. No nos extasiemos con el movimiento de las sombras
que huyen al punto de perder el asombro ante aquel Protagonista de
esa sublime alborada. Muchos escribieron acerca de las sombras;
este libro trata fundamentalmente de la luz que va en aumento.
Para quienes realmente nacieron de nuevo —quienes recibieron el
Espíritu de Cristo en sus corazones—, la noche ya pasó y el
esplendor de Dios ya se vislumbra. Mi propósito es que fijemos
nuestra vista en la luz de su gloria, la cual, desde ahora, se revela
ante nosotros.
Introducción

Hace varios años llegó una renovadora iniciativa del Espíritu Santo
para unir a la Iglesia. La verdad de nuestra unicidad en Cristo había
llegado a ser más que una simple declaración teológica. No
obstante, la mayoría también había aceptado las divisiones entre los
cristianos como un aspecto infortunado pero irreversible de la vida.
Para combatir este engaño, el Señor no solamente trajo unción a
la enseñanza sino que, simultáneamente, armó a muchos
luchadores de oración con una nueva autoridad en la guerra
espiritual. Ciudad tras ciudad, junto con la proclamación de la
Palabra de Dios, fue confrontado el antiguo enemigo de la unidad
cristiana, el acusador de los hermanos (cf. Apocalipsis 12:10-11).
Esta guerra, aunque está lejos de terminar, es efectiva. Para
quienes dudan de la veracidad del estratégico nivel espiritual de la
guerra, básteles observar en miles de ciudades el siempre creciente
número de iglesias que una vez estuvieron separadas por la
división, pero que ahora están unidas en oración, en amistad y en su
amor por Jesucristo.
No solamente se unen los líderes sino que esta unción unificadora
de la Iglesia se convirtió en el fundamento sobre el cual surgió una
gran variedad de ministerios. Entre los más visibles está la «Marcha
por Jesús» y los «Cumplidores de Promesas». Sin la subestructura
de la unidad, estas empresas no se hubieran extendido en el amplio
espectro del cristianismo.
Ningún ministerio puede acreditarse lo que llego tan solo por la
iniciativa del Señor. Durante las dos últimas décadas, muchos han
contribuido al crecimiento de la unidad entre los cristianos
evangélicos. Esta gracia afecta aun las divisiones étnicas y
denominacionales, de modo que hoy los líderes de la Iglesia, los
ministerios nacionales de oración y una enorme multitud de pastores
de iglesias locales, intercesores y obreros laicos alcanzan juntos
una nueva era de unidad cristiana. La reconciliación entre las
iglesias y las razas se convirtió en la norma para muchos cristianos.
El manantial de renovación que fluye a través del cuerpo de Cristo
es el resultado del retomo de los líderes a la «sincera fidelidad a
Cristo» (2 Corintios 11:3 RVR-60). Nuestra creciente unidad es la
consecuencia no de concesiones sino de la obediencia a Jesucristo.
Ciertamente no renunciamos a la verdad del Evangelio;
sencillamente dejamos de deificar nuestras preferencias, métodos y
tradiciones culturales; dejamos de hacer un dios de cada una de
estas cosas. Al regresar a Jesús, cada uno, desde su trasfondo
particular, encuentra la unidad con los demás. Aprendemos que, al
final de esta era, el asunto importante no es si seguimos «mi
manera» o «tu manera» sino la de Dios.
Por cuanto buscamos la exaltación del Dios Todopoderoso, el
Espíritu Santo continúa obrando en nosotros mientras restauramos
la unidad cristiana y la armonía racial, según las normas y el nivel
del Nuevo Testamento.
Me siento agradecido que Dios me haya llamado, junto con
muchos otros cristianos, a la tarea de ayudar a traer sanidad y
unidad al cuerpo de Cristo. Sin embargo, lo que comparto en Los
días de Su presencia es para mí más apremiante que la necesidad
de deponer las divisiones sectarias y las tradiciones racistas.
Aunque todavía queda mucho trabajo por hacer al respecto, el
proceso de eliminar estos pecados es solamente el preludio —la
preparación— para la gloria del Señor, que está a punto de
revelarse.
P I
L V

«Y el Señor me respondió: “Escribe la visión, y haz que resalte


claramente en las tablillas, para que pueda leerse de corrido.
Pues la visión se realizará en el tiempo señalado; marcha hacia
su cumplimiento, y no dejará de cumplirse. Aunque parezca
tardar, espérala; porque sin falta vendrá”»
Habacuc 2:2-3
1

«Un mensaje»

«¡En aquel día sólo el Señor será exaltado!»


Isaías 2:11

Normalmente preparo mi sermón del domingo con pocos días de


anticipación, pero esta vez fue diferente. Durante la semana
completa los cielos parecían de bronce. La mañana del sábado
llegó, y todavía no tenía algo. Nada parecía tener vida. El sábado en
la noche todavía buscaba a Dios y le preguntaba: « Señor,¿cuál es
el mensaje para mañana por la mañana? ¿Qué tema debo
predicar?».
Una docena de ideas pasaron por mi cabeza y deambularon
momentáneamente en mi imaginación; me dejaron tan falto de
unción como cuando llegaron. Me fui a la cama a orar. Cuando
desperté el domingo por la mañana, todavía seguía repitiendo mi
oración.
Media hora antes de tener que salir para la iglesia, no había
dejado de pasearme por mi cuarto para esperar una respuesta. Por
milésima vez pregunté: «Señor, ¿cuál es el mensaje?». Cuando, de
repente, el fluido eléctrico en nuestra zona falló, y luego regresó.
Esto provocó la activación del contestador automático de mi
teléfono. Perfectamente sincronizado con mi oración que pedía un
tema para mi sermón, el contestador telefónico replicó con su voz
computarizada: «Tienes... un... mensaje».
Cuando una voz desde el espacio le diga: «Tienes un mensaje»,
fíjese que éste no se encuentre centrado en otra cosa diferente a la
vida y enseñanzas de Jesucristo, de lo contrario habrá equivocado
el propósito del cristianismo. Esa mañana prediqué sobre Jesús, y la
gente dijo que había en mi sermón más fuego que nunca.
El hecho es que la iglesia tiene solamente un mensaje. La
proclamación de lo que Jesús es y lo que hizo es su eterno recado y
el único que el Padre promete confirmar con poder. Revelar a Jesús
mediante la obediencia de lo que Él enseñó es traer la vida de su
reino a nuestro mundo. Al retomar a la sencilla «sincera fidelidad a
Cristo» (2 Corintios 11:3 RVR-60), encontraremos a la espera las
más poderosas manifestaciones del Señor Jesús. Ciertamente, al
final de la era, la Iglesia que lo ama lo mostrará al mundo. Nosotros
revelaremos su gloria.
Una palabra de preparación para mis amigos evangélicos más
tradicionales. Aunque mi énfasis principal está fuertemente
arraigado en las escrituras, también debo mis puntos de vista a dos
visiones específicas que el Señor me dio al comienzo de mi
experiencia cristiana.
De acuerdo, yo era un discípulo joven. Sin embargo, también lo
eran Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús les mostró su gloria en el
monte donde se transfiguró. Sí, yo era indigno y no estaba
preparado para lo que el Señor me reveló, pero, ¿qué me dice de
Pablo? Ni siquiera era cristiano cuando la gloria del Señor se le
apareció. A los anteriores podemos agregar los nombres de Jacob y
José, David y Salomón, Isaías y Ezequiel, María y Elizabet, y
muchos otros, cada uno de los cuales tuvo un encuentro
transformador con lo sobrenatural cuando eran muy jóvenes
espiritualmente. Ciertamente sus experiencias celestiales los
impulsaron y guiaron a través de la vida.
Es bíblico que el Espíritu Santo dirija hacia su destino a los
jóvenes, tanto hombres como mujeres, mediante encuentros
sobrenaturales. Desde luego que no todos tendrán esa oportunidad,
y todas las experiencias extra bíblicas deben ser probadas con la
línea recta de la Palabra de Dios. No obstante, podemos decir con
toda seguridad que un aspecto de la obra del Espíritu Santo es que
«los jóvenes tendrán visiones» (Hechos 2:17). No somos salvos por
las visiones, pero podemos ser guiados por las mismas. Por cierto,
las Escrituras nos advierten que: «Donde no hay visión, el pueblo se
extravía» (Proverbios 29:18).
Cuando consideramos que Estados Unidos de América está
plagado de abortos, violencia en las escuelas y en las calles,
pornografía, satanismo, drogas, deuda nacional, abuso sexual y el
derrumbamiento de la estructura familiar, resulta obvio que
necesitamos la visión de Dios.
¿Cómo vamos a enfrentar el terrorismo que invade al mundo?
¿Debemos irnos a Idaho, amontonar alimentos y esperar la
tribulación? ¿Tal vez sencillamente cerrar los ojos al mundo y
esperar el arrebatamiento? ¿O debemos descubrir lo que Dios
planea hacer y metemos en su propósito?
Mi oración a Dios es que, a través de este libro, usted también
reciba la visión de lo que Dios planea hacer antes de que Jesús
venga por sus elegidos. En última instancia, todo lo que presento
aquí nos enfoca en el mensaje único de la Iglesia: la exaltación del
Señor Jesucristo. Miraremos lo que significa ser conformados a su
imagen en el día de su poder. Como lo dijo el mismo Jesús: «Si
crees verás la gloria de Dios» (Juan 11:40). Si usted tiene fe en
Cristo, acompáñeme mientras alcanzamos la gloria de Dios al final
de los siglos.
2

En de la gloria

Antes de que Jesús regrese para ser glorificado en la tierra, vendrá


para ser glorificado en la iglesia.

Nuestra salvación nos garantiza algo más que membresía en la


iglesia y una perspectiva conservadora. En realidad, seremos uno
con Cristo. Él Señor Jesús es la cabeza, nosotros, su cuerpo; Él es
nuestro esposo, nosotros, su esposa; Él es la vid de la cual
nosotros, sus ramas, extraemos la vida y virtud. Estas metáforas y
muchas más hablan de manera abierta y apasionada de nuestra
unión eterna con el Hijo de Dios.
No obstante, en un plano personal, solamente vimos un destello
de su infinito poder al obrar en nosotros. Oramos, pedimos, nos
esforzamos, «pero dimos a luz tan sólo viento» (Isaías 26:18). La
mayoría de nuestros enfermos reciben justamente la gracia
suficiente para soportar el sufrimiento, pero no son sanados. A
escala nacional, sólo en los momentos cumbre de los avivamientos
o despertamientos espirituales vio la iglesia realmente el brazo del
Señor revelado y la sociedad transformada significativamente.
Sin embargo, a medida que el día del regreso de Cristo se acerca,
esta aparente carencia de poder está en proceso de un cambio
dramático. En efecto, la promesa que el Padre hizo a su Hijo, que se
cumplirá en toda su plenitud antes del regreso del Señor, es que el
pueblo de Dios «se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu
poder» (Salmo 110:3a RVR- 60).
Se acerca, pues, un día de poder. Y no solamente esto sino que,
acompañando este día de poder, habrá una gloriosa santidad y un
esplendor que se dejará ver también sobre el pueblo de Dios:
«Desde el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud»
(Salmo 110:3b RVR-60). A medida que el día del regreso del Señor
se aproxima, brillaremos como gotas de rocío iluminadas por los
primeros rayos del sol en la mañana milenial.
Al final de la era, el mundo verá al Señor Jesucristo llevará a su
iglesia en crecientes despliegues de gloria. Gran poder de Dios
reposará sobre quienes escogieron humillarse a sí mismos delante
de Él. Sin hipérbole ni autopromoción, la presencia de Dios se
revelará entre Su pueblo.
L D
Casi todos los cristianos creen hoy que vivimos los tiempos finales
de esta era. Qué tan cerca está el fin, nadie lo sabe; y cuándo
regresará Jesús, nadie puede adivinarlo. Si nuestra esperanza
realmente viene del cielo, la iglesia de Jesucristo, hambrienta y
dedicada a la oración, estará a punto de entrar en un período de
extraordinarias manifestaciones de la gloria de Dios. Estamos por
entrar en lo que los eruditos bíblicos llaman un accionar
«dispensacional» del Espíritu de Dios. Durante tales tiempos, el
Señor siempre se ha manifestado en gloria1.
Es cierto que nadie vio la gloria del Padre, pero Dios Hijo se
manifestó en gloria en numerosas ocasiones en el pasado. Abraham
vio la gloria de Cristo mientras estaba en Mesopotamia. Ezequías la
vio el año en que murió el Rey Uzías. Ezequiel se postró en
presencia del Viviente a orillas del río Quebar. Daniel, David,
Salomón, Habacuc, Zacarías y Hageo, todos vieron la gloria del
Señor. realidad, la Biblia fue escrita por personas que vieron la gloria
de Dios.
Moisés contempló esa gloria, luego Aarón, Nadab, Abiú, y también
los setenta ancianos hebreos. Éxodo nos cuenta que esos hombres
«vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había una especie de
pavimento de zafiro, tan claro como el cielo mismo» (Éxodo 24:10).
De su encuentro con el Todopoderoso, leemos: «Y vieron a Dios, y
comieron y bebieron» (v. 11 RVR-60).
Piense esto: ¡ellos vieron a Dios! ¿Podría haber otra cosa más
maravillosa? ¿No siente dentro de usted una cierta envidia por esa
experiencia de mirar realmente a Dios? Porque contemplar la gloria
de Dios no es solamente bíblico sino que es típico durante los
movimientos dispensacionales de Dios. El hecho es que alrededor
de tres millones de israelitas vieron la gloria de Dios en el monte
Sinaí. Los jóvenes, las ancianas, los niños, personas de todas las
edades y de toda condición física vieron «la gloria de Jehová (que)
reposó sobre el Monte Sinaí» (Éxodo 24:16 RVR-60 é.a).
Pero esa gloria manifestada no terminó en el Sinaí. Toda la nación
hebrea seguía una nube de gloria en el día y eran iluminados por
una flameante columna de fuego glorioso durante la noche. Y esto
no ocurrió una vez ni dos sino ¡todos los días durante cuarenta
años! ¿Cuánto más el Señor de la gloria se manifestará a nosotros
al final de esta era?
Jesús dijo que el más pequeño en su reino es mayor que
cualquiera de los beneficiarios del antiguo pacto (cf. Mateo 11:11).
¿En qué sentido son «mayores» los seguidores de Cristo? La gente
del Antiguo Testamento vio la gloria de Cristo a distancia, pero Él
decidió revelar su gloria en y a través de la Iglesia. ¿No está escrito
que Él viene «para ser glorificado por medio de sus santos y
admirado por todos los que hayan creído?» (2 Tesalonicenses 1:10)
En efecto, Jesús no solamente nos dio su nombre y sus palabras
(cf. Juan 17:6, 14) sino que también nos concedió participar de su
radiante esplendor. La misma gloria que se manifestó en el Antiguo
Testamento la depositó en el espíritu de quienes son lavados y
purificados por su sangre. Él dijo: «Yo les he dado la gloria que me
diste» (v. 22).
Sí, Dios revelará otra vez su gloria al final de esta era. Su
integridad divina exige que así sea. El mundo no salvo recibirá de
Dios una última y legítima oportunidad de escoger no meramente
entre la Iglesia y el pecado sino entre el brillo de los cielos y los
horrores del infierno. Porque tanto la una como el otro se
manifestarán en su plenitud entre quienes vivan al final de la era.

1 Cuando utilizamos la palabra gloria, nos referimos a la manifestación de la


presencia real del Señor. En el Nuevo Testamento, esta palabra doxa en
griego significa: (a) «La manifestación personal de Dios, por ejemplo, lo que
El esencialmente es y hace»; (b) «El carácter y la forma de ser de Dios
manifestados a través de Cristo y de los creyentes»; (c) «El estado de
bendición dentro del cual los creyentes están por entrar después de lograr la
semejanza con Cristo»; (d) «Brillo o esplendor»; (e) «Algo sobrenatural que
emana de Dios (como en la gloria Shekina en la columna de nube y en el
Lugar Santísimo» (Vine’s Expository Dictionary [Diccionario Expositivo de
Vine]). En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea traducida como gloria
era kabod, que significaba «carga, peso u honor». Cuando hablamos de la
gloria del Señor, nos referimos a estos tres elementos. Al acercamos a la
Segunda Venida, habrá una creciente «carga» de la presencia de Cristo que
se manifestará en la Iglesia triunfadora. El esplendor estará directamente
ligado a la manifestación de Dios y al carácter y maneras de ser y obrar de
Dios, tal como los refleja a través de Cristo y de los creyentes.
3

¡L resplandece!

«Para esto Dios los llamó por nuestro evangelio, a


fin de que tengan parte en la gloria de nuestro Señor
Jesucristo» (2 Tesalonicenses 2:14)

El mandato claro de la Palabra de Dios para quienes vivan los


últimos tiempos es que sean intrépidos al enfrentar las tinieblas.
Hablando a través del profeta Isaías, el Espíritu del Señor ordena a
los suyos:
«¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del
Señor brilla sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra, y una densa
oscuridad se cierne sobre los pueblos. Pero la aurora del Señor
brillará sobre ti; ¡sobre ti se manifestará su gloria! Las naciones
serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer
esplendoroso» (Isaías 60:1-3).
Por cuanto la segunda parte de Isaías 60 contiene referencias al
milenio, tradicionalmente algunos ubicaron el cumplimiento de todo
este capítulo en tiempos futuros. Pero déjeme preguntarle algo:
¿cubrirán las tinieblas la tierra durante el milenio? Durante el
glorioso reinado de Cristo cuando la muerte, el pecado y la aflicción
desaparezcan, ¿se cernirá densa oscuridad sobre los pueblos?
La verdad es que, aunque la profecía de Isaías ciertamente
concluirá en el milenio, comienza durante las últimas horas de esta
era.
En el siguiente capítulo, explicaré con más detalle cómo llegué a
formar mi creencia respecto a la gloria del Señor durante los últimos
tiempos. Sin embargo, estos tres primeros versículos de Isaías 60
son un claro mandato de Dios para antes del arrebatamiento y antes
del milenio. El Señor nos llama no solamente a soportar las tinieblas
sino a levantamos en su gloria manifiesta.
Algunos de nosotros nos sentimos derrotados, otros, cansados y
debilitados por la creciente oscuridad en el mundo. Y es
precisamente en esta situación en la cual la depresión podría
atrapar nuestras almas que se nos manda levantarnos. Arrojar de
nosotros la opresión no es precisamente un acto de fe; es un acto
de obediencia. Es tiempo de cancelar los planes de ser infelices.
Mediante la sangre de Cristo rompemos el pacto con la muerte y las
tinieblas y obedecemos la voz de nuestro destino.
Alguien podría argumentar: es que usted no conoce mis
dificultades. Escuche cómo traduce el mandato de Dios otra versión
de Las Escrituras: «¡Levántese [de la depresión y la postración en
que lo han mantenido las circunstancias, y elévese a una nueva
vida]!»(AMP). En este preciso momento, mientras lee estas páginas,
nueva vida de la presencia de Dios desciende a su espíritu.
¡Recíbala! ¡Acéptela! ¡Obedézcala!
Como puede ver, el plan de Dios es que, aquí en la tierra, en
nosotros, sea revelada la gloria del Señor. La luminosa y radiante
luz de su presencia, la que brilló en el rostro de Moisés, la que
inundó el templo de Salomón durante su dedicación, la que irradió
de la persona de Jesús y envolvió a los discípulos en el monte
donde se transfiguró el Señor, esa luz de la presencia de Dios
brotará de nuestro interior al final de la era. Esta misma gloria divina
aparecerá sobre nosotros en los años previos a la Segunda Venida
del Señor en niveles siempre progresivos de brillantez.
En realidad, esta gran obra de gracia ya comenzó. Somos parte de
la expansiva preparación que el Espíritu Santo efectúa. Dios reúne a
su pueblo. Aprendemos a humillamos en arrepentimiento y oración,
y descubrimos la amistad y la unidad con otros cristianos. No hay
duda que nuestra reconciliación y la superación de las barreras
étnicas y denominacionales conllevan una inconmensurable
recompensa. A medida que «se levanten todos los valles, y se
allanen todos los montes y colinas ... se revelará la gloria del Señor,
y la verá toda la humanidad» (Isaías 40:4-5).
Dios nos prepara para recibir su esplendor. Las naciones serán
guiadas por su luz, y los reyes, por su amanecer esplendoroso.
S É D
No tema ni se considere así mismo indigno. ¡Por supuesto que lo
es! Todos lo somos. Pero es para la gloria de Dios que somos
preparados. Él no cometió un error al escogerlo a usted, así como
tampoco se equivocó al morir por sus pecados. Él decidió poner su
Espíritu en el interior de la vida del creyente. De modo que la
carencia de valía personal no es una excusa aceptable. Dios fue el
que decidió su destino. Tenga cuidado, no sea que su sentimiento
de indignidad se convierta en una bruma que encubra su falta de
creencia.
La oscuridad, el caos, el vacío que puedan existir todavía en su
vida no son un impedimento mayor para el Todopoderoso que el
terrible vacío que le esperaba en el principio, antes de la creación.
Sin duda alguna, su génesis individual de las tinieblas a la luz no
será demasiado difícil para Dios.
Aun en este momento, el Espíritu de Dios desciende y revolotea
sobre usted, y lo cubre con sus alas. La voz del Señor le ordena a la
«nueva creación» que usted es: «¡Levántate! ¡Resplandece!
Sacúdete la depresión en la que te mantienen las circunstancias!
¡Estás en el umbral de la gloria de Dios!».
4

D mismos de comer

«Así que, rey Agripa, no fui desobediente


a esa visión celestial» Hechos 26:19

Lo que llegué a creer concerniente a la gloria del Se ñor y a su


manifestación en la iglesia está basado en muchos pasajes de las
Escrituras. Sin embargo, fue mediante una visión en una noche de
1971 que Dios me concedió el discernimiento de su plan. En este
encuentro espiritual vi una gran metrópoli languidecer bajo el peso
de una densa y terrible oscuridad. La imagen de la desesperanza
estaba grabada en los rostros de los individuos de esa desdichada
sociedad. El lugar estaba desolado y desprovisto de vida real, y
parecía que el tiempo de su recuperación hacía tiempo había
pasado.
Estaba con un grupo en las afueras de la ciudad. No éramos parte
de las tinieblas sino que fuimos sumergidos en una luz gloriosa y
poderosa. Durante la visión, realmente experimenté el poder de esa
luz surgir de lo más profundo de mi ser. Era en mis manos como
espadas de rayos láser. Un visible esplendor brilló en nuestros
cuerpos, especialmente en nuestros rostros.
De repente, desde la oscuridad, la gran multitud comenzó a andar
a tientas hacia nosotros. Primero uno, luego otro; pronto todos
invocaban el nombre del Señor. A medida que les imponíamos las
manos y orábamos por ellos, recibían también la luz.
La visión pasó y, aunque yo seguía en cama, no pude volver a
conciliar el sueño. Cuando los primeros rayos del sol entraron por mi
ventana, abrí el libro de Isaías en el lugar en donde había concluido
mi lectura anterior. Y allí, por vez primera, en mi tierna vida
espiritual, leí el capítulo 60. Sus palabras centellearon ante mis ojos
como relámpagos e impactaron mi interior como truenos.
Sé que ya en el capítulo anterior cité este pasaje, pero permítame
hacerlo de nuevo:
«Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria del
Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la
tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y
sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los
reyes al resplandor de tu nacimiento» (vv. 1-3 RVR-60).
Dice que tinieblas cubrirán la tierra. Esto fue exactamente lo que
observé en la visión. Y note cuál es la proclamación: sobre ti
amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Este versículo
describe lo que observé en la visión. Fue como si realmente hubiera
entrado al futuro y hubiera sido testigo del cumplimiento de esta
profecía. El Espíritu Santo y la Palabra, obrando en perfecta
sincronización, revelaron que la gloria del Señor sería manifestada
en su pueblo al final de esta era. ¡Como resultado, las naciones
acudirán al Señor!
Hoy muchas personas están emocionadas con la cosecha y con el
avivamiento porvenir. Sin embargo, a comienzos de 1970 y 1980 la
idea de «multitudes que llegaban a Cristo» no era una expectativa
común. Con la amenaza de la guerra nuclear siempre presente
durante los setenta, la mayoría de cristianos no pensaban ni oraban
ni actuaban como si viniera un avivamiento.
Fue contra esta oleada siniestra de temor e incredulidad que el
Señor me habló de la cosecha. En el día de hoy, casi un millón de
almas por semana, en promedio, llegan a Cristo en todo el mundo. Y
esto todavía es poco comparado con lo que Dios hará en los días
venideros.
Sin embargo, con todo y lo importante que es la cosecha, el
enfoque primario de la visión no fue ganar a los perdidos sino el
aumento de la gloria de Cristo en la Iglesia. La prioridad de Dios es
que el Señor Jesucristo sea exaltado: la gran cosecha venidera será
el resultado de la presencia de Cristo. No serán los programas ni los
métodos los que traerán la cosecha a los graneros de Dios, será la
gloria del Señor.
U
La visión produjo en mi interior elevadas expectativas para el
futuro, mientras que el texto de Isaías afirmó mis pies en el sólido
fundamento de la eterna Palabra de Dios. Pero el Señor aún no
había terminado conmigo, y un tercer testigo estaba a punto de
llegar. La siguiente lectura me llevó a Mateo 14. Al leerlo, hice una
pausa en el versículo 15, que dice: «Se le acercaron sus discípulos
y le dijeron: —“Este es un lugar apartado y ya se hace tarde.
Despide a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren algo
de comer».
Esta porción bíblica habla de la ocasión cuando Jesús,
milagrosamente, alimentó a las multitudes. Al leerla, noto similitudes
entre la visión de las masas de gente en tinieblas y esta escena que
narran los Evangelios. Ambas imágenes describen un lugar
desolado, y ambas comunican el sentido de que la situación no
tenía remedio. Sin embargo, a pesar de la aparente desesperanza
en cada una de ellas, en ambas las multitudes fueron servidas.
Por supuesto, no había relación teológica entre los dos textos. Ni
el cristiano más imaginativo relacionaría Mateo 14:13-21 con Isaías
60:1-3. No obstante, a través de los mismos, el Señor habló a lo
profundo de mi corazón. El texto continúa:
«—No tienen que irse —contestó Jesús—. ¡Denles ustedes
mismos de comer! Ellos objetaron: —No tenemos aquí más que
cinco panes y dos pescados. —Tráiganmelos acá — les dijo Jesús.
Y mandó a la gente que se sentara sobre la hierba. Tomó los cinco
panes y los dos pescados y, mirando al cielo, los bendijo. Luego
partió los panes y se los dio a los discípulos, quienes los repartieron
a la gente» (vv. 16-19).
Jesús tomó pan, lo bendijo, y luego lo partió. Otra vez hice pausa
en mi lectura. Esta vez fue debido a una peculiaridad respecto a mi
apellido: Frangipane, que significa en italiano «partir pan». Me
pregunté si el Señor estaría utilizando el significado de mi nombre
para conectar de alguna manera la alimentación de las multitudes
en los evangelios con las que observé en la visión.
Esa misma mañana le conté a mi esposa Denise la visión y la
promesa del Señor en Isaías. Luego le mencioné la alimentación de
los cinco mil. Le expresé mi sentir de que durante el tiempo del fin,
cuando el mundo parezca irremediablemente desolado y perdido, el
Señor nos usará como a los panes para alimentar a las multitudes.
Entonces, en un esfuerzo por impresionarla por primera vez en
nuestra vida de casados, le expliqué que nuestro apellido
Frangipane significa «partir el pan». Fue en ese momento que mi
esposa me dijo que su apellido de soltera: Piscitelli, significa «peces
pequeños».
C J
Durante los tres días siguientes estuve entusiasmado con Dios y
sentía como si mi espíritu practicara para el arrebatamiento. Como
en el caso de Noe, Abraham, Moisés y otros en la Biblia, mucho
antes de que conociéramos al Señor, Él había confirmado su eterno
propósito con nosotros en el significado mismo de nuestros
apellidos.
Con la visión, el texto profético de Isaías, y el significado de
nuestros apellidos, tengo la convicción de que un período de gran
gloria y cosecha espera a la iglesia. Mediante el relato de la
alimentación de las multitudes por Cristo, el Señor también nos
advierte que habrá discípulos sinceros pero cansados que tratarán
de desalentar nuestro espíritu. Cuando los cristianos se quejan que
el tiempo de la cosecha ya pasó o que la sociedad está demasiado
seca, cometería un error cualquiera de nosotros que le pida al Señor
que despida a las multitudes. El Señor lo dejó bien claro: ni hay
demasiada desolación ni es demasiado tarde para Él.
El Señor demostró muchas veces que, como cristianos, no
necesitamos recopilar recursos antes de intentar lo «imposible».
Mientras permanezcamos «bendecidos y quebrantados» en las
manos del Maestro, los pocos panes y peces que tenemos serán
suficientes. Lo que aprendimos es que Jesús no necesita mucho
para realizar sus milagros, lo único que requiere es que le demos
todo lo que tenemos.
L E
Para mi esposa y para mí, los significados proféticos de nuestros
apellidos nos dicen que los propósitos de Dios son ordenados de
antemano. Sin embargo, con todo el valor que estas cosas tienen
para nosotros personalmente, nuestra fe tiene que descansar sobre
el fundamento de las Escrituras. Los sueños, las visiones y las
«coincidencias» sobrenaturales siguen siendo experiencias
subjetivas que deben ser confirmadas y establecidas por la Palabra
escrita de Dios. Descansamos sobre la Palabra de Dios porque
Jesús dijo: «La Escritura no puede ser quebrantada» (Juan 10:35).
Otra vez dijo: «No piensen que he venido a anular la ley o los
profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento»
(Mateo 5:17). Este es un pensamiento profundo: las Escrituras no
pueden ser quebrantadas, sólo pueden ser cumplidas.
El Señor nos asegura a todos nosotros lo siguiente: «Así es
también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino
que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos» (Isaías
55:11).
A pesar de la actual situación espiritual del cristianismo, cada
promesa que Dios hizo relacionada con su gloria en la Iglesia, su ira
sobre las naciones, su propósito con Israel, y la cosecha al final de
los siglos, tendrá su día en que se cumplirá totalmente. Con el
Todopoderoso no existe incertidumbre en cuanto a si su Palabra se
cumplirá sino cuando y con quién. Porque así como Dios no puede
dejar de ser Dios, así Las Escritura no pueden ser quebrantadas.
No importa que la hora sea avanzada o que las ciudades estén
desoladas. Jesús todavía nos dice: las multitudes no tienen que irse.
Por poco calificados que nosotros como cristianos nos
consideremos, si en verdad le damos núestro todo a Cristo, Él nos
bendecirá y nos quebrantará, y luego nos llenará con su gloria para
alcanzar a las multitudes. En efecto, Él nos dice a cada uno de
nosotros: dales tú algo de comer.
5

La presencia

«El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel


imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas
con su palabra poderosa»

Hebreos 1:3

La manera más segura para conocer el corazón de Dios es


estudiar su Palabra. Si estamos dispuestos a obedecer
sencillamente lo que la Biblia nos manda, nunca careceremos de la
gloria de Dios; y de seguro encontraremos el lugar de su presencia.
Al reconocer que la plena obediencia a las escrituras es la máxima
prioridad, en estos últimos días otras formas de comunicación
pueden venir y vendrán de parte de Dios. El Espíritu Santo puede
utilizar los sueños, las visiones y los dones espirituales para
encaminarnos hacia nuestro futuro (cf. 1 Corintios 12:7-11; Hechos
2:17).
En el capítulo anterior presenté la visión de las últimas
horas de esta era tal como me la mostró el Señor. Sé que sólo tuve
una vislumbre de uno de los aspectos de los últimos tiempos. Como
usted, sé también que el mundo no arrepentido está destinado a
sufrir La Gran Tribulación y que muchos cristianos mundanos se
convertirán en prisioneros espirituales del anticristo. Pero en lo que
concierne a la iglesia viva que ora, si continuamos el ascenso hacia
el nivel de la semejanza con Cristo, nos espera un tiempo de gran
gloria y cosecha. En relación con esta visión de gloria y cosecha,
permítame referirle un segundo encuentro que tuve con el Señor, el
cual ocurrió más o menos dos años después del primero.
Fue en 1973. Pastoreaba una iglesia pequeña en Hilo, Hawaii, y
había estado en un mes de intensa oración y ayuno prolongado. Fue
un tiempo de ferviente acercamiento a Dios. Al final de este período,
me despertó una noche la visitación del Señor. No es que hubiera
visto su figura física; observé su gloria y fui abrumado por su
presencia.
Inmediatamente me sentí como muerto, incapaz de mover siquiera
un dedo. Sin embargo, espiritualmente los cielos se abrieron ante mí
sin límites. Mi estado de consciencia se agudizó en una forma que
no había conocido antes. Me sentí como uno de los seres vivientes
mencionados en el libro de Apocalipsis, como si poseyera «ojos, por
encima y por debajo» (cap 4:8).
Con mis «ojos espirituales» descubrí la verdad sobre mi justicia.
Recuerde, yo me sentía cerca del Señor. Pensaba que mi situación
espiritual era buena. No obstante, de repente fui consciente de mi
verdadera condición humana. Las faltas en mi vida llegaron a ser
insufriblemente vividas y de manera expresa pecaminosas. Vi mi
iniquidad no como algo que ocasionalmente cometía, sino como
algo que perpetuamente era.
De manera instantánea llegué a estar consciente de las muchas
ocasiones en que pude haber sido más amoroso, o amable, o
sensible. También pude ver cuán egoístas eran casi todas mis
acciones. No obstante, no sentí ningún reproche ni condenación del
Señor para todo lo injusto que había dentro de mí. No vino ninguna
voz del cielo para convencerme de mis yerros. La única que me
condenaba era la mía; a la luz de su presencia, me aborrecí a mí
mismo (cf. Job 42:6).
Sin ningún amortiguador, ni auto justificación, ni impostura, sin
ninguna otra persona con quien compararme que el mismo Dios, vi
cuán alejado de su gloria estaba. Me di cuenta por qué la
humanidad necesitaba la sangre de Cristo. Y supe que ninguna
cantidad de logros personales podía hacerme jamás como Jesús.
De la manera más profunda entendí que solamente Cristo pudo vivir
como Cristo. El plan de Dios no era mejorarme sino removerme, de
tal manera que el Señor Jesús mismo pudiera vivir a través de mí
(cf. Gálatas 2:20). Mi esperanza de ser como Él descansaría en el
hecho de su presencia morando en mí.
Observé cosas que eran íntimamente personales. Y también gané
una comprensión de la expansiva presencia de Cristo y el impacto
que su gloria tendrá sobre la iglesia al final de los tiempos. En lo que
parecía ser un distante cielo nocturno fui testigo de la más gloriosa
procesión celestial. La atmósfera divinamente «electrizada» que
sentí en mi cuarto era emitida por este distante conjunto de seres
celestiales.
A la vanguardia iban parejas de ángeles magníficos: arcángeles,
querubines, serafines, tronos y dominios. Había ángeles de toda
clase y de todo orden. Cada pareja estaba singularmente envuelta
en un radiante esplendor propio.
Como a una tercera parte de la distancia venía el Señor. La luz de
su gloria era como el sol en medio de una formación de hermosas
estrellas multicolores. Tras Él estaba un inmenso número de santos,
pero yo no podía mirar bien la gloria del Señor; su brillo envolvía a
quienes le seguían, y era como si se hubieran convertido en parte
de su Ser. Era evidente que la brillantez que iluminaba toda la
procesión emanaba de Él.
Me di cuenta que el Señor no viene precisamente para juzgar a la
humanidad sino para llenarla de su gloria. No puedo describir esta
gloria con palabras pero, aunque el Señor estaba tan distante, el
brillo de su presencia era como un fuego vivo sobre mi consciencia.
La energía era casi dolorosa.
Entonces, sin advertencia, la procesión se acercó no sólo a mí —
estoy convencido de esto— sino a este mundo. Fue como si se
hubiera cruzado una línea en el tiempo o una frontera espiritual.
Instantáneamente mi consciencia espiritual llegó a estar tan
abrumada por la intensidad de la presencia del Señor que no pude
soportar —ni por un instante más— el aumento de su gloria. Sentí
como si toda mi existencia fuera a ser consumida por la ráfaga
ardiente de su resplandor.
Con la oración más intensa y profunda que yo haya pronunciado
alguna vez, todo mi ser le suplicó al Señor que me regresara a mi
cuerpo. Repentina y misericordiosamente fui devuelto otra vez al
mundo familiar de mis sentidos y de mi habitación.
La noche pasó, llegó la aurora y yo me levanté temprano, me vestí
y salí. Con cada paso que daba, reflexionaba acerca de la visión. El
Señor atrajo mi atención hacia el sol que ascendía en el horizonte
de la bóveda celeste. Al fijarme, observé paralelos entre el
esplendor de la luz del sol y la gloria del Señor. Comprendí de una
nueva manera que «los cielos cuentan la gloria de Dios» (Salmo
19:1).
Me apercibí que, aunque el sol estaba a una distancia de ciento
cuarenta y nueve millones de kilómetros del planeta tierra, sentimos
su calor y su vida en su luz. Es inconcebible lo distante que está. Sin
embargo, su energía nos llega hasta aquí. Nos calienta y por su luz
existimos.
De igual manera, la expansión de la presencia del Señor emana
de su cuerpo glorificado en los cielos. Físicamente, Él está distante.
Sin embargo, hay veces en que realmente sentimos los rayos del sol
de su presencia. En verdad recibimos el calor de su amor.
La gloria de Cristo, como los rayos que provienen del sol, es
«segura» mientras permanezca distante de nosotros en los cielos.
Pero imagine que en cada década que pasa el sol se acercara más
a la tierra. La radiación, el calor y la luz aumentarían
dramáticamente. En cada etapa de su acercamiento, el mundo, tal
como lo conocemos, cambiaría radicalmente.
Así también cambiará este mundo; a medida que la persona del
Señor Jesús y su reino milenial se acerquen. El esplendor de Su
presencia llenará progresivamente los ámbitos espirituales que
circundan nuestro mundo. Y no solamente comenzará el mundo, tal
como lo conocemos, a sufrir cambios dramáticos a medida que el
Señor confronte y derribe las fortalezas demoníacas, sino que
ocurrirá también una gran transformación en quienes tienen su
corazón abierto al Señor y lo anhelan.
Si el sol se acercara, el incremento del calor y de la luz cautivaría
nuestros pensamientos. Mientras los justos experimentan «gloria,
honor y paz» (Romanos 2:10) que emanan de su presencia, esta
misma gloria causará «sufrimiento y angustia» (v. 9) al mundo no
arrepentido. Los malvados clamarán a las rocas y a las montañas:
«¡Caigan sobre nosotros y escóndannos» (Apocalipsis 6:16a).
¿Esconderlos de qué? Del «que está sentado en el trono» (v. 16b).
A medida que la cercanía del Señor se intensifica, los corazones de
los irreconciliables, como faraón, se endurecerán.
Pero el mismo sol que endurece el barro derrite también la
mantequilla. De modo que, al paso que éste se acerca, la oración de
los justos será: ¡llénanos con la presencia del Cordero! La presencia
de Cristo será todo lo que llenará nuestras mentes. Quienes lo aman
experimentarán el incremento de su delicia; ellos gustarán el néctar
de los cielos. Ya sea que estén con el Señor o en su contra, las
mentes de todos serán inundadas con pensamientos acerca de
Dios.
«Miren, ya viene el día, ardiente como un homo. Todos los
soberbios y todos los malvados serán como paja, y aquel día les
prenderá fuego hasta dejarlos sin raíz ni rama — dice el Señor
Todopoderoso—. Pero para ustedes que temen mi nombre, se
levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes
saldrán saltando como becerros recién alimentados. El día que yo
actúe ustedes pisotearán a los malvados, y bajo sus pies quedarán
hechos polvo — dice el Señor Todopoderoso—» (Malaquías 4:1-3).
Simultáneamente, tendrán lugar dos acontecimientos con causa
terrenal. La misma presencia progresiva hará que la ira descienda
sobre los malvados, mientras la gloria se levantará y ser vista sobre
los justos. Porque para quienes tememos su nombre se levantará el
sol de justicia con sus rayos sanadores.
E J ,
Cuando Cristo regrese a este mundo, vendrá vestido con el
esplendor del Padre (cf. Marcos 8:38). Yo oro para que cada uno de
nosotros perciba esta realidad: ¡es mismo el que se acerca a la
tierra! El profeta Habacuc nos proporciona una asombrosa visión del
día cuando el Señor se revelará al mundo. Él escribió lo siguiente:
«De Temán viene Dios, del monte de Parán viene el Santo. Su
gloria cubre el cielo y su alabanza llena la tierra. Su brillantez es la
del relámpago; rayos brotan de sus manos; ¡tras ellos se esconde
su poder!» (Habacuc 3:3-4).
Viene el día cuando el Señor Jesús se revelará realmente en los
cielos. En ese momento final, su esplendor inundará literalmente los
cielos como el relámpago. Cada ojo lo verá con poder centelleando
como terribles rayos que parten de sus manos.
Pero antes que Él aparezca, mientras está cercano pero todavía
invisible, ese mismo esplendor de gloria será derramado sobre toda
carne (cf. Hechos 2:17-21). Porque así como tendrá poder y gloria
cuando aparezca, así será aun antes de hacerse visible. Y es esta
esplendorosa presencia la que crecerá y será aún más luminosa en
la iglesia en los días previos a su Segunda Venida.
Con cada oleada de su gloria, muchas cosas entrarán en acción
en la tierra. El enemigo de Dios, satanás, y las naciones bajo su
dominio enfurecidos se levantarán contra el Señor y contra sus
propósitos. Manipulados por los demonios, los conflictos étnicos y
sociales se intensificarán, y aumentarán en el mundo el
menosprecio por la ley, la rebelión y la desesperanza. La tierra
misma sufrirá de sequías, y la contaminación del aire y las aguas
causarán cambios impredecibles y, en muchos casos, desastres en
los patrones de vida. Habrá terremotos en regiones en donde antes
eran desconocidos. Las ciudades costeras serán evacuadas porque
«las naciones estarán angustiadas y perplejas por el bramido y la
agitación del mar» (Lucas 21:25).
Al mismo tiempo, nosotros, que estamos dispuestos y sometidos a
Cristo, observaremos con asombro cómo la presencia de Cristo en
nosotros se hace mayor y más intensa. Esta invadirá nuestros
pensamientos, someterá núestra incredulidad y purgará nuestra
carnalidad. Él se presentará a Sí mismo una iglesia sin mancha ni
arruga ni cosas semejantes.
La iglesia será embellecida con su gloria y será llena con su
esplendor antes de que Él venga por ella. Llegará un tiempo cuando
nuestro arrepentimiento y reconciliación serán completos. En ese
tiempo se cumplirá el pasaje que dice que «su novia se ha
preparado» (Apocalipsis 19:7). La iglesia hallará en Cristo un nuevo
nivel de santidad y pureza el cual se manifestará en un esplendor
que es «limpio y resplandeciente» (v. 8).
Muchas promesas dadas a la iglesia anteriormente, que se
consideraban de imposible cumplimiento, sucederán por la plenitud
de Cristo en nosotros. Los días venideros serán tiempos de gloria.
Al ser entronizado en las alabanzas de su pueblo, la presencia —
shekina— de Cristo se manifestará y habitará en nosotros con una
gloria que no se desvanecerá. Todavía no hemos visto cultos de
adoración como los que nos aguardan en el futuro. Viene el día
cuando el mandato de los líderes de adoración será: «¡Ríndanle
gloriosas alabanzas!» (Salmo 66:2). Una majestuosidad espiritual
acompañará a los adoradores de Dios. Aun entre los pueblos más
insignificantes de la tierra, quienes aman a Dios serán
acompañados por su presencia real.
La magnificencia del Señor se develará ante nosotros en las más
intensas maneras. Nos asombraremos por la forma en que Dios
habrá humillado y abatido a los reyes de la tierra. Pero un Rey
crecerá en prominencia. Ante Él se doblará toda rodilla. Y mientras
nosotros nos postramos ante su esplendor, nuestro gozo mayor será
haberlo conocido personalmente.
A medida que llega y se devela cada nuevo nivel de gloria, el
Espíritu Santo demandará nuevas y frecuentes pruebas de nuestra
relación con Cristo. Ya sea que tengamos un trasfondo pentecostal
o carismático, o tradicional, todos los que amamos al Señor
cambiaremos. Porque cualquier cosa que inhiba la fusión de
nuestras vidas con Cristo será consumida como escoria por el fuego
de su presencia.
En este tiempo de transformación lo conoceremos tanto en la
participación de sus sufrimientos como en el poder de su
resurrección. Conoceremos la plenitud de Cristo; y esto ocurrirá no
por causa de nuestra justicia sino por el aumento progresivo de su
plenitud. Él debe crecer y nosotros debemos menguar hasta que su
presencia lo llene todo, en todo lugar.
P II
L P D

«El nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen


propósito que de antemano estableció en Cristo, para llevarlo a
cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas,
tanto las del cielo como las de la tierra»
Efesios3 1:9-10
6

E de los tiempos

Dios sólo tiene un objetivo para toda la creación: para cada


cristiano, para cada iglesia y aun para el mismo mundo: su objetivo
final es la consumación de todas las cosas en Cristo2

Para las personas de la antigüedad, la secuencia larga y plana de


acontecimientos repetitivos que nosotros conocemos como tiempo
también tenía épocas singulares de cambios rápidos y asombrosos.
Los griegos utilizaban la palabra «kairós» para referirse al raro
período cuando la dirección del mundo se alteraba dramáticamente
por sucesos predeterminados o por grandes realizaciones.
Cuando la palabra kairós se utilizó en el Nuevo Testamento,
hablaba de transiciones y cambio de épocas. Durante los tiempos
kairós, el Señor trasciende los límites de sus leyes espirituales que
gobiernan los principios de la vida con castigo o recompensa según
sea el caso. En cierta medida, el Señor se revela mostrando
realmente su poder a través de señales y prodigios, así como
mediante las palabras y las acciones de sus siervos.
Pablo se refirió a esta era especial como el cumplimiento de los
tiempos (cf. Efesios 1:10; Gálatas 4:4). Es importante notar que este
período de actividad divina es un marco de tiempo prolongado que
dura un cierto número de años. Estos periodos involucran un tiempo
de preparación del siervo de Dios, el cual, a su vez, lleva a un
tiempo acelerado aunque corto de creciente actividad espiritual.
Finalmente, el tiempo kairós da paso a varias décadas de la nueva
dispensación.
Noé y Moisés sirvieron a Dios durante tiempos kairós que
abarcaron dos eras. Noé estuvo construyendo cien años el arca,
mientras que Moisés y el pueblo de Israel abarcaron
aproximadamente setenta y cinco años contados desde el éxodo de
Egipto hasta que la generación de Josué entró en la Tierra
Prometida.
El Nuevo Testamento comienza con un tiempo así. Las Escrituras
nos dicen que, «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió
a su Hijo» (Gálatas 4:4 RVR-60). Esta época continuó hasta el final
del primer siglo. Pablo escribió a los gálatas aproximadamente en el
año 62 D.C. al hablar del tiempo kairós que él creía se consumaría
con el retomo de Cristo (cf. Efesios 1:10). En ese punto habían
transcurrido unos sesenta y dos años de esa época de apogeo
espiritual. Por definición, se podría decir que el tiempo kairós incluye
toda la era apostólica durante la cual se escribió el Nuevo
Testamento y se proclamó el ministerio y el mensaje de Cristo.
Es triste que cuando pensamos en el final de los tiempos,
generalmente limitamos el período de actividad divina a los siete
años de Tribulación que se esperan al regreso de Cristo.3 Este corto
período representa el final de todas las cosas. Y si bien es cierto
que los tiempos kairós sólo representan los momentos cumbre de
actividad espiritual que ocurren entre las épocas, el patrón bíblico
nos muestra que hay un período más largo de preparación, de
milagros y de una creciente actividad espiritual previa a la
consumación de la época.
Las generaciones que viven durante estas épocas llegan a ser
personas con un destino, o personas que sufren gran calamidad. Es
un tiempo cuando la gris concesión y tolerancia entre el bien y el
mal se desvanecen. El pecado se manifiesta con todas sus tinieblas,
mientras que la justicia asciende a sus mayores niveles y alcanza su
brillo más radiante.
U
Creo que el mundo ha estado en un progresivo kairós durante los
últimos cien años. En efecto, durante el último siglo, la humanidad
ha sufrido cambios más vastos y rápidos, y más avances
tecnológicos que todos los que han ocurrido durante toda su
historia. Piense también que esta es una era intensamente profética,
con docenas de versículos cumplidos, todos los cuales describen las
condiciones previstas para el tiempo del fin.
Los cambios en el siglo veinte fueron espectaculares. Nos
maravillamos ante el derrumbe del comunismo soviético después de
setenta años de vigencia. Sin embargo, este hecho palidece si
consideramos que existen hoy entre nosotros los que fueron testigos
del colapso de las dinastías chinas con cuatro mil años de
antigüedad, del imperio japonés con mil cien años, y de los
cuatrocientos del imperio de los zares de Rusia.
Durante la mayor parte de la historia del hombre, los cambios
ocurrieron tan lentamente que uno o dos acontecimientos
principales influenciaron a una nación durante décadas. En los días
del apóstol Pedro, la gente cuestionaba la idea de un cambio que
alterara el mundo. Era común oír la mofa: «¿Qué hubo de esa
promesa de su venida? Nuestros padres murieron, y nada ha
cambiado desde el principio de la creación» (2 Pedro 3:4). Si nos
remontamos a la época de Salomón, el temor básico de la vida era
predecible. El entendió que «¡nada hay nuevo debajo el sol!»
(Eclesiastés 1:9 RVR-60).
Aunque los primeros discípulos vivieron su período de un kairós
propio y singular al creer que estaban al final de la era, esperaban
que su kairós culminara con el regreso de Cristo. Por causa de
estas expectativas retardadas surgieron las críticas contra ellos. Los
burlones, al observar el inmutable dominio del Imperio Romano,
comentaban: todo continúa igual, como siempre ha sido.
Sin embargo, para nosotros, pocas cosas permanecieron igual.
Nadie puede ser lo suficientemente tonto como para afirmar que los
últimos cien años han pasado sin cambios. El profeta Daniel predijo
este fenómeno de continua transformación como una señal del fin.
Al mirar los oscuros corredores del tiempo, el Espíritu de Dios
identificó dos señales importantes para advertir a la humanidad que
entró en las últimas horas de la época. Dijo que «muchos correrán
de aquí para allá, y la ciencia se aumentará» (Daniel 12:4 RVR-60).
En efecto, el crecimiento de la movilidad y el conocimiento resumen
bien los grandes avances del ser humano.
Considere que los aviones súper sónicos surcan los cielos de
manera rutinaria a velocidades que una vez fueron inconcebibles
para nuestros antepasados. En tan solo dos horas de viaje aéreo
cubrimos una distancia que antes tomaba cinco meses recorrer. De
igual manera, el conocimiento acumulado de la humanidad acerca
del mundo se duplica cada dos años y esa rapidez va en aumento.
No solamente tenemos acceso a la información de las bibliotecas,
tenemos avenidas de información. Mediante el uso de las
computadoras, de la fibra óptica y de la Internet, el conocimiento
sobre los nuevos avances científicos se transfiere entre las
personas de manera instantánea.
No obstante, a pesar de los avances tecnológicos, también se han
multiplicado los crímenes más horrendos contra la humanidad
durante los últimos cien años. Millones de madres pagaron
literalmente para que asesinaran a sus hijos mediante el aborto. En
las ciudades grandes, el asesinato es tan común que solamente los
casos más raros atraen la atención de los medios de información.
De ahí que otra profecía se esté cumpliendo ante nuestros ojos: «Y
por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará»
(Mateo 24:12 RVR-60). En verdad el amor de muchos se enfrió.
Observamos cumplida otra advertencia de Jesús como nunca
antes en la historia. El predijo que «se levantará nación contra
nación, y reino contra reino» (v. 7 RVR-60) La Primera Guerra
Mundial causó diez millones de muertos y dejó heridos unos veinte.
La Segunda Guerra involucró a todas las potencias del mundo. Tras
dos guerras devastadoras y múltiples intentos por lograr una paz
global, sangrientos conflictos siguen azotando a millones de
personas y causando muerte y destrucción. A pesar de toda la
prosperidad, el mundo presenció una escalada en el crimen y la
rebelión que supera la capacidad humana para impartir justicia.
Además, el desenfreno y la irresponsabilidad de quienes explotan
la tierra causó polución, «y la tierra se contaminó bajo sus
moradores» (Isaías 24:5 RVR-60). Y «por eso una maldición
consume a la tierra, y los culpables son sus habitantes» (v. 6).
Estamos plagados de lluvia ácida, aire contaminado, agotamiento de
la capa de ozono y de ríos de aguas impotables. Los pesticidas y
herbicidas contaminan nuestro suelo. Olvidando que la tierra es del
Señor, los cristianos parecen indiferentes a las necesidades del
medio ambiente. Pero cuando Dios ejecute sus juicios, destruirá a
los que destruyen la tierra (cf. Apocalipsis 11:18).
LOS MÁS GRANDES PORTENTOS
Ciertamente, uno de los signos más apremiantes de los tiempos es
la restauración de Israel como nación. Nunca antes semejante
población expulsada durante tanto tiempo de su tierra había sido
restaurada como nación. En 1948, después de mil novecientos años
de exilio, Israel fue restablecido en su tierra. Este es en sí mismo
uno de los acontecimientos más importantes del fin que ocurre en
nuestros días; se cumple así literalmente docenas de profecías (cf.
Jeremías 16:14-15; Ezequiel 36; Amós 9:14-15).
El regreso de los judíos a Israel es un hito a la luz de la profecía de
Jesús en Lucas 21:24. El dijo que Israel: «Caerá a filo de espada y
los llevarán cautivo a todas las naciones. Los gentiles pisotearán a
Jerusalén, hasta que se cumplan los tiempos señalados para ellos».
En 1967, después de dos mil quinientos años de opresión y de
dominación extranjera, toda la ciudad de Jerusalén quedó en manos
judías. Avanzamos rápidamente hacia el fin del tiempo de los
gentiles.4
Otro cumplimiento maravilloso de los últimos días, afirmado por
Jesús, tiene que ver con la cosecha que ocurriría en «el fin del
mundo» (Mateo 13:39). Mientras usted lee estas líneas, ocurre la
cosecha más grande de almas que el mundo haya visto. De acuerdo
con el Centro Mundial de Misiones de los Estados Unidos y basados
en información obtenida entre 1990 y 1995, cada día
aproximadamente ciento cuarenta mil almas llegan al reino de Dios
en todo el mundo. Un estimado fija esta cifra en un millón por
semana.
Piense en la publicación de la Palabra de Dios. Desde el
nacimiento de Cristo hasta el año 500 D.C. se realizaron nueve
traducciones de las Escrituras. Durante los mil cuatrocientos años
siguientes, éstas se tradujeron a otras treinta lenguas. Pero, desde
1900, la Biblia ha sido publicada en casi mil idiomas y dialectos.5
Lo que se sucede en nuestros días es nada menos que otro kairós
o cumplimiento del tiempo. Los contornos de la vida, tal como la
conocemos, se ensanchan para dar espacio a la invasión de Dios. Y
si en verdad vivimos el cumplimiento del tiempo, ¡la época final de
poder y gloria está a las puertas!

2 The four chapters in part two probe some of the original Greek wording of
the Scriptures. The writing style in these study chapters requires a shift on
the reader’s part
3 El libro del profeta Daniel habla de un período que abarca siete años
durante el cual se completará el ministerio del Mesías. Teniendo en cuenta
los tres años y medio de la primera venida de Cristo, hay un punto de vista
común en cuanto a que el mundo estará en Tribulación durante cuarenta y
dos meses. La otra opinión, muy generalizada también, es que a éste le
esperan siete años completos de juicios.
4 Para tener una visión más clara de los propósitos de Dios respecto a Israel y
la Iglesia, lo animamos a leer el libro One New Man [Un hombre nuevo], por
Reuvén Doron.
5 Tomado de The Lion Handbook to the Bible [El manual del león de la Biblia],
p. 75.
7

Todas las cosas en Cristo

La meta de Dios para la Iglesia es nada menos que la


plenitud de Cristo en la plenitud de los tiempos.

En el capítulo anterior hablamos de la plenitud espiritual, del


tiempo kairós en el cual muchos líderes creen que estamos.
Mencionamos que hay en la Biblia otras tres épocas cuando hubo
también períodos similares de una intensa actividad espiritual: los
años de Noé, Moisés, y del ministerio del Señor Jesús.
Históricamente, estos intervalos han durado entre setenta y cien
años.
Para prosperar durante los períodos entre estas épocas,
necesitamos asimilar lo que el Señor pretende realizar durante este
tiempo. De la misma manera que Noé supo de antemano que Dios
iba a inundar el mundo con agua, debemos entender que, al final de
esta era, Dios inundará la tierra con su gloria. Él no solamente
manifiesta su gloria en los juicios que ejecuta contra los malvados
sino que también en su justicia reveladora entre su pueblo (cf.
Apocalipsis 19: 8). La manera en que nos preparemos para su
gloria, durante estos días, determinará la medida de nuestra
felicidad o nuestro lamento en los días de su presencia.
E
Para muchos, el múltiple propósito de Dios al final de la era está
cubierto de misterio y temor. Cuando nos esforzamos por mirar
proféticamente en el oscuro futuro, casi automáticamente
concentramos la atención en los dos acontecimientos más
importantes del tiempo del fin: el Arrebatamiento o los temibles días
de la Tribulación. Aun los teólogos están divididos en cuanto a cuál
de estos dos eventos ocurrirán primero en el destino de la Iglesia.
No obstante, el Señor reveló un glorioso secreto al apóstol Pablo.
Había otra dimensión en el propósito divino del tiempo final que la
iglesia del primer siglo acogió: la manifestación de la gloria de Dios
entre su pueblo. Esta revelación estaba adherida a la subestructura
de muchas de las enseñanzas de Pablo relativas a los últimos días.
De una manera singular, el Señor le concedió al apóstol una visión
«del cumplimiento de los tiempos» (Efesios 1:10 RVR- 60). En su
Epístola a los Efesios, Pablo presenta lo que él llama el misterio de
la voluntad de Dios (cf. v. 9 RVR- 60), el cual consideraba sería
revelado en el cumplimiento del tiempo (cf. v. 10 RVR-60).
¿Cuál era exactamente este misterio destinado a ser revelado al
fin de la era? Era nada menos que el de «reunir en Él (en Cristo)
todas las cosas, tanto las del cielo, como las de la tierra» (v. 10 é.a).
Cuando el apóstol habla de reunir en Cristo las cosas que están en
los cielos y en la tierra, no ve esto como un evento único sino como
un proceso de cumplimiento de muchos hechos proféticos
interconectados, los que a su vez conducen a la culminación de
todas las cosas en Cristo.
En efecto, cuando Pablo habló de esta reunión de todas las cosas,
la palabra griega que escogió fue originalmente una narrativa. Con
ésta se refirió al método familiar de agregar una cosa a otra hasta
que una secuencia de muchas llega a ser una cantidad
considerable.
El apóstol habla de esta secuencia o progresión de hechos
proféticos cumplidos en el versículo siguiente cuando afirma que: «A
fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que
primeramente esperábamos en Cristo» (v. 12 RVR-60).
El dice que esta divina transformación universal comenzó con la
Iglesia del primer siglo, aunque ésta, obviamente, no vivió el
cumplimiento de ese proceso. De ahí que lo que comenzó con ellos
se reiniciará con la Iglesia que viva al final de la era. Y podemos
esperar que la ejecución del propósito de Dios se mostrará como
una poderosa obra de gracia, la que según Pablo «reunir(á) en Él
todas las cosas, tanto las que están en los cielos, como las que
están en la tierra» (v. 10 é.a).
En otras palabras, así como nos asombramos por los cambios
ocurridos en el mundo durante el siglo pasado, así nos
sorprenderemos por la manifestación de Cristo en la verdadera
iglesia (cf. 2 Tesalonicenses 1:10).
Pablo puso un título a todo este período de transformación del
último periodo: el cumplimiento del tiempo. Y otra vez la palabra
utilizada aquí es kairós. Esta época es no solamente importante sino
que está destinada a encerrar la plenitud de divina significación y
realización. Lo que espera a la Iglesia es una intensificación de
actividad divina que, entre otras cosas, la llenará como novia de
Cristo, con gran gloria en preparación para la Segunda Venida de su
Señor (cf. Apocalipsis 19:7-8).
Los principales acontecimientos de los últimos tiempos por los
cuales la iglesia se ha preocupado enfocan su atención en la «gran
apostasía», los «tiempos peligrosos», «la Tribulación» y el
«Arrebatamiento». Pero Dios también le concedió a Pablo esta vista
de la administración de la gloria al final de la era.
La palabra que aquí se traduce como administración es traducida
en todos los demás lugares del Nuevo Testamento como
«mayordomía». No solo se refiere a Dios al tomar la iniciativa de
restaurar el orden su creación sino que revela que, en su soberanía,
Él escogió incluir a sus siervos en varias etapas de ese proceso.
Pablo dice que, al final de la era, a la iglesia se le otorgará una
mayordomía, un mandato de los cielos. A una orden del Rey
Soberano somos llamados para participar con Dios en el proceso de
divina consumación; un suceso que empieza con nosotros
consumidos en el amor y sometimiento a Cristo.
Para el mundo no arrepentido, para la iglesia apóstata y para los
demonios del infierno, éste se manifestará como un período de juicio
e ira de Dios. Sin embargo, para todos los que se sometan a Dios, el
mismo Espíritu llegará a juzgar a los malvados y a habitar en los
justos y transformarlos.
Pablo percibió que esta obra conjunta de los últimos tiempos entre
Cristo y la iglesia triunfante provocará la más espectacular ejecución
del poder de Dios. La reunión en Cristo de todas las cosas, tanto las
que están en los cielos, como las que están en la tierra, no será
precisamente intervención divina sino divina asimilación.
E
Los escritores apostólicos del Nuevo Testamento tenían la
expectativa de ser testigos de la consumación de la era (cf. 1
Corintios 10:11; Hebreos 9: 26, etc.). Sus escritos fueron inspirados
por Dios, aunque su sentido del tiempo haya sido prematuro. De
modo que la visión de Pablo de la iglesia del primer siglo es
realmente también la visión de Dios de la iglesia del último.
Como cristianos modernos hemos tenido la tendencia de glorificar
a la iglesia del primer siglo y de evitar cualquier comparación entre
ésta y nosotros. No obstante, es imperativo que entendamos que
hay otro cumplimiento del tiempo para la Iglesia de las últimas
décadas de esta era. Este tiempo kairós superará en poder a lo que
experimentaron los primeros cristianos. En este período final, todas
las cosas serán consumadas en Cristo.
Es correcto que nos autoapliquemos las expectativas que Pablo
tenía de la iglesia del primer siglo. Debemos damos cuenta que el
propósito de Dios no se cumplirá hasta que todo el universo sea
consumado en Cristo. Pablo reconoció que la iglesia se reconocerá
como las primicias de esta consumación universal (cf. Santiago
1:17-18). Ciertamente, la visión de la plenitud de Cristo al
manifestarse en la iglesia fue la verdad fundamental de las más
sublimes enseñanzas del apóstol.
El habla de haber muerto con Cristo y de que Cristo vive ahora en
él (cf. Gálatas 2:20); nos dice que en el bautismo fuimos literalmente
vestidos de Cristo (cf. cap. 3:27). Les explica a los romanos que la
Iglesia fue predestinada para ser conformada a la imagen de Cristo,
y hacia la realización de ese espléndido propósito en que todas las
cosas obrarán (cf. Romanos 8:28-19; Efesios 1:11).
En su Epístola a los Corintios, el apóstol habla de este hecho de la
reunión de todas las cosas en Cristo. Mire la descripción de su
visión de los últimos tiempos: «Así, todos nosotros, que con el rostro
descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor,
somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la
acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Corintios 3:18). Una vez
más, encontramos ingresando a la iglesia en la gloria de Cristo en
sucesivas etapas hasta la plenitud.
Pablo no solo identifica la progresión normal del crecimiento
cristiano, en realidad se refiriere al cuadro más grande: la progresiva
consumación de la Iglesia en Cristo. Él ve a la iglesia ser absorbida
por Cristo «de gloria en gloria» (v. 18 RVR-60). Dice que nosotros
todos miramos ... la gloria del Señor. Pablo vio a la Iglesia viva ser
transformada en un proceso revelador que culminaría con el regreso
de Cristo, y en la reunión final de todas las cosas en Él.
En el siguiente versículo, el apóstol dice: «Por esto, ya que por la
misericordia de Dios tenemos este ministerio» (cap. 4:1). ¿De qué
ministerio habla? Pablo ve su misión no solamente como maestro
sino como alguien que fue enviado por Dios para establecer la
iglesia en la gloriosa presencia de Cristo al final de los tiempos.
Así como Moisés estuvo en la presencia real de Dios y en
consecuencia reflejó su gloria, así el Señor descenderá otra vez en
nuestras vidas en un esplendor transformador asombroso. Esta
manifestación de gloria no terminará hasta que nuestros cuerpos
sean cambiados y toda la creación sea llena con el Espíritu de
Cristo.
A estos creyentes corintios, Pablo les refuerza el concepto de que
esta administración de los últimos tiempos es un proceso revelador
que nos llevará «de gloria en gloria ... como por el Espíritu del
Señor» (cap. 3:18 RVR-60). Dios empieza este proceso con quienes
en esta generación son los primeros en esperar en Cristo. El
propósito es que nuestras vidas —como las de los creyentes del
primer siglo— sean «para alabanza de su gloria» (Efesios 1:12
RVR).
L
El apóstol sabía que una fe profunda en el plan divino no se
lograría sólo con una explicación, la iglesia también necesitaba
revelación. Por eso, después de develar el propósito de Dios de
reunir todas las cosas en Cristo, oró también para que el «Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria», concediera a los
creyentes «espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento
de él» (Efesios 1:17). ¿Con qué fin? Para que, como cristianos que
vivimos durante los tiempos proféticos cumbre, cada uno sepa «cuál
es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la
gloria de su herencia en los santos» (v. 18).
Examinemos, pues, en este momento, con toda honestidad,
nuestra visión del plan de Dios para los últimos tiempos.
¿Conocemos cuál es la esperanza del llamamiento divino? ¿Se nos
reveló cuáles son las riquezas de la gloria que es nuestra herencia?
Así como Pablo oró por la iglesia del primer siglo, oremos también
nosotros no por información solamente sino por revelación referente
al destino de la iglesia al final de los tiempos.
Padre, revela a mi corazón lo que Tú haces tanto en mí como en la
iglesia en esta hora. Yo sé que Tú nos unes y reconcilias, pero
muéstrame la esperanza de mi llamamiento. Revela a mi corazón
las riquezas de tu gloria en los santos. Oro en el nombre de Jesús.
Amén.
El primer siglo fue solo la anticipación de lo que todavía está por
ocurrir con la iglesia al final de los siglos. Todavía tenemos la
expectativa de un gran derramamiento del Espíritu Santo. Será un
tiempo cuando todo lo que Dios reveló al apóstol Pablo se cumplirá.
Durante este último gran tiempo de plenitud, la presencia de Cristo
se acrecentará en las vidas de quienes se sometieron a su señorío.
Todo lo que Pablo esperó que ocurriera entre los santos del primer
siglo se cumplirá durante los últimos años previos al regreso de
Cristo.
Ciertamente, en este período se superará ampliamente lo que la
iglesia del primer siglo realizó. Porque durante los días de los
últimos santos disfrutaremos lo que Cristo compró en la cruz del
Calvario. Todas las cosas serán consumadas en Cristo. Durante
este tiempo, nosotros, que hemos puesto la esperanza en Cristo,
seremos para alabanza de su gloria. Conoceremos la plenitud de
Cristo en la plenitud de los tiempos.
8

E de la mañana

«Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron


avergonzados» Salmo 34:5

En ninguna parte de la Biblia encontramos expresada la idea que,


cuando una época cambia, lo hace con rapidez. Es cierto que, en el
proceso de cambio, puede haber hechos repentinos e inesperados.
Pero cuando Pablo advierte que el día del Señor vendrá «como
ladrón en la noche» (1 Tesalonicenses 5:2), es solamente a las
mentes de los pecadores y apóstatas, y a los no preparados
espiritualmente que el Señor llega sin avisar.
El apóstol califica sus comentarios acerca del regreso del Señor en
su siguiente versículo: «Ustedes, en cambio, hermanos, no están en
la oscuridad para que ese día los sorprenda como un ladrón. Todos
ustedes son hijos de la luz y del día. No somos de la noche ni de la
oscuridad» (vv. 4-5). Para quienes son obedientes a Cristo, ese día
no viene de repente. La frase el día del Señor se refiere al tiempo
del milenio cuando Jesús reinará y la gloria del Señor cubrirá la
tierra. Cuando la aurora de ese día brille en los cielos, Jesús traerá
consigo un esplendor tan grande que iluminará la totalidad de la
ciudad de Dios, un área con un perímetro de casi siete mil
kilómetros (cf. Apocalipsis 21:16). ¡Nunca jamás volveremos a
necesitar luz de lámparas o del sol!
Aun estando todavía en el presente siglo, Pablo dice que ahora
somos hijos de luz e hijos del día. Somos un híbrido, un pueblo
nacido en la carne en una época, ¡pero que vive en el Espíritu de la
era venidera!
Jesús mismo nos amonesta: «Mientras tienen la luz, crean en ella,
para que sean hijos de la luz» (Juan 12:36). Ahora somos hijos de
luz y, como tales, «resplandece(mos) como luminares en el mundo»
(Filipenses 2:15 RVR-60 é.a). Ciertamente, Jesús nos asegura que
cuando acogemos una devoción inamovible hacia Dios, «todo
(nuestro) cuerpo está lleno de luz» (Lucas 11:34 RVR-60 é.a).
Es desafortunado que también dependamos en exceso de la
fuerza y las ideas humanas. Tenemos la luz, pero fue opacada por la
mundanalidad. Tenemos poder, pero fue minimizado por la
incredulidad. El hecho es que aunque fuimos creados para la gloria
de Dios, las tradiciones de incredulidad y mundanalidad nos
cubrieron de tinieblas. Podemos recibir mucha más luz y poder de lo
que nos permitimos tener.
Al entrar a las últimas horas de esta era, el Señor vendrá a
nosotros como fuego refinador y como jabón de lavar (cf. Malaquías
3:1-4). Durante este tiempo Su propósito es lavar «Cuando el Señor
lave las inmundicias de las hijas de Sión ... con espíritu de juicio y
con espíritu de devastación» (Isaías 4:4 RVR-60 é.a).6
Yo no le haría ningún bien si le digo que esta limpieza será fácil; no
lo será. Pablo nos advierte que ese día «la obra de cada uno se
hará manifiesta ... por el fuego será revelada; y la obra de cada uno
cuál sea, el fuego la probará» (1 Corintios 3:13). Los juicios y las
purgas de Dios serán fuertes, y no todos los que se llaman
cristianos se someterán a ellos. Pero quienes acojan el fuego de
Dios, el fuego mismo se convertirá en la fuente de gloria en sus
vidas:
«Entonces el Señor creará una nube de humo durante el día, y un
resplandor de fuego llameante durante la noche, sobre el monte
Sión y sobre los que allí se reúnan. Por sobre toda la gloria habrá un
toldo» (Isaías 4:5).
La gloria de Dios se convertirá en refugio para quienes Él purifica.
Por cuanto somos hijos e hijas de luz, el día del Señor no nos
llegará como ladrón sino como respuesta a nuestras oraciones y en
cumplimiento de nuestro anhelo. Ciertamente, como hijos de luz,
seremos heraldos de la gran luz de su regreso.
L A
El día del Señor, como la alborada de cualquier otro día del
calendario, no irrumpirá abruptamente. No ocurre que esté oscuro a
las seis menos un minuto y luego, repentinamente, brille la mañana
al siguiente instante. El cielo nocturno gradualmente da paso a los
nacientes rayos del sol. Aun antes de que el gran astro aparezca, el
lucero de la mañana fielmente pregona la llegada del alba y anuncia
al mundo todavía en tinieblas que la luz está por llegar.
El cuadro del lucero de la mañana sirve bien la imagen profética
de la Iglesia al final de la era. En relación con los últimos tiempos, el
apóstol Pedro escribió:
«Esto ha venido a confirmamos las palabras de los profetas, a la
cual ustedes hacen bien en prestar atención, como a una lámpara
que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el
lucero de la mañana en sus corazones» (2 Pedro 1:19).
Los antiguos estaban bien conscientes de que el lucero de la
mañana aparecía mientras todavía era de noche. El lucero de la
mañana, que en realidad es el planeta Venus, está situado en el
cielo justamente arriba del horizonte oriental. Es en ese lugar en
donde refleja la luz del sol antes de la alborada. La luz del lucero de
la mañana es una vista previa muy pequeña pero hermosa del día
que viene. Aquí, Pedro dice que antes de que el día del Señor
irrumpa, el lucero de la mañana alumbrará en nuestros corazones.
Nosotros no producimos luz, no tenemos luz propia. Es solamente
nuestra posición al final de la era la que nos capacita para reflejar el
día que llega, pero toda la gloria le pertenece a Jesús. El mismo es
«la brillante estrella de la mañana» (Apocalipsis 22:16).
Esta manifestación de Cristo naciendo en su pueblo, como el
lucero de la mañana antes del alba, es perfectamente coherente con
lo que leimos anteriormente en Isaías: «Levántate, resplandece;
porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti»
(Isaías 60:1 RVR-60).
¿Cuándo nacerá la gloria? Justamente como el lucero de la
mañana se levanta cuando todavía es de noche, así la gloria de
Dios nacerá en nosotros cuando las «tinieblas cubrirán la tierra, y
oscuridad las naciones» (v. 2 RVR-60).
En este mismo momento, cuando usted lee estas palabras, la
gloria de la era por venir «que es Cristo en ustedes, la esperanza de
gloria» (Colosenses 1:27), ya habita en su espíritu. La nuestra es
una herencia de gloria que Jesús nos dio la noche anterior a su
muerte. Él dijo: «Yo les he dado la gloria que me diste, para que
sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí.
Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo
reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como
me has amado a mí» (Juan 17:22-23).
Este regalo de la gloria de Cristo es la fuente y la esencia de la
verdadera armonía espiritual. La unidad no nace de las
concesiones; esta es la consecuencia de la presencia de Cristo. Es
su gloria la que produce la unidad, y es la unidad la que hace que el
mundo crea (cf. v. 21).
Tan solo por un momento olvídese de las crecientes tinieblas del
mundo que lo rodea. Mire los movimientos de oración, unidad,
reconciliación y renovación que se aumentan dentro de la Iglesia en
los años recientes. Aunque tinieblas cubrieron la tierra, la presencia
real de Cristo ya empezó a nacer en su pueblo.
El es quien está invisible, pero no obstante reúne a la Iglesia con
poder. El nos lava con el agua de Su Palabra y nos limpia de las
divisiones y la falta de oración. No solamente nos prepara para la
cosecha; prepara para su gloria. En estos mismos momentos, el
lucero de la mañana de su presencia brilla en nuestros corazones
como pregonero del día del Señor.

6 Cuando quiera que utilizo referencias del Antiguo Testamento, estoy


consciente del hecho de que algunos piensan que los pasajes que se
refieren específicamente a Israel deben aplicarse sólo a esta nación. Otros
creen que lo que una vez perteneció a Israel pasó a ser ahora propiedad de
la Iglesia. Mi punto de vista (y el uso que hago) de las profecías del Antiguo
Testamento es que son aplicables tanto a la nación de Israel como al Israel
espiritual, que es la Iglesia. El apóstol Pablo nos dice que «todas las
promesas que ha hecho Dios son “sí” en Cristo» (2 Corintios 1:20). Esto no
niega el hecho de que Dios también cumplirá su plan eterno con el Israel
natural. El cumplimiento de esas profecías en cuanto al cristianismo es
fundamentalmente de índole espiritual, mientras que en el caso de Israel es
básicamente material y físico.
9

La

La señal más grande del fin será la presencia siempre expansiva y


victoriosa del Señor Jesús. Si seguimos su presencia, seremos
llenos de su gloria.

L « »
Cuando el Señor habló de su Segunda Venida, utilizó varias
palabras diferentes pero relacionadas. Una de las más utilizadas,
erchomai, significa claramente «venir» o «una llegada». Sin
embargo, había otra palabra que también se traducía como
«venida»: es precisamente parousia, que significa «un ser que está
al lado» o «presencia» (cf. Young’s concordance under coming, or
Strong concordance # 3952- [Concordancia de Young bajo la
palabra venida, o la Concordancia de Strong, # 3952]).
En el idioma original griego de Las Escrituras, estas palabras
erchomai (venida) y parousia (presencia), aunque son semejantes
en su significado, no son sinónimos, no se puede utilizar la una en
reemplazo de la otra. Según el Vine ’s Expository dictionary of the
New Testament Words [Diccionario Expositivo Vine de las Palabras
del Nuevo Testamentó], la parousia abarca realmente todo el marco
de tiempo de la interacción de Cristo con el mundo al final de la era
(cf. pp. 208-209).7
Con todo, Jesús revela ciertas cosas que, en mi opinión, implican
que la parousia durará más de los siete años que tradicionalmente
se adscriben a este período. Tras hacer una lista de las señales de
los últimos tiempos en Marcos 13, concluye: «Igualmente, cuando
vean que suceden estas cosas, sepan que el tiempo está cerca, a
las puertas» (Marcos 13:29). Jesús dice que, desde el principio
mismo de las décadas de señales y advertencias, Él estará a las
puertas.
Lucas presenta este mismo concepto, pero suministra un sentido
de movimiento cronológico en las palabras de Jesús. En el
Evangelio de Lucas, él cita a Jesús al decir: «Cuando comiencen a
suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se
acerca su redención» (cap. 21:28).
Jesús dijo que, cuando estas cosas comiencen a ocurrir, Él estará
cerca. Desde el principio del período de señales, el Señor declara
acercamiento, el cual continúa hasta que literalmente está a las
puertas.
Como en la visión que describí en el capítulo cinco, Jesús dijo que
el acto final de redención es algo que se acerca físicamente (cf.
Hebreos 10:25; Romanos 13:11-12). Estas dos declaraciones me
llevan a creer que todo el período de señales es activado de manera
directa por la creciente presencia de Cristo, la parousia, al final de
los tiempos.
Tal vez, hay dos etapas de este despliegue gradual: la primera es
un período extendido de advertencias divinas y de divina
preparación a través del cual el Señor busca provocar
arrepentimiento y madurez espiritual entre su pueblo.
La segunda, con un período más corto e identificado
tradicionalmente como la parousia, de siete años de duración, y que
ocurre con el Arrebatamiento y la Tribulación.
De ambas maneras, saber que parousia en realidad significa
«presencia» nos provee un profundo discernimiento y comprensión
en cuanto a dónde concentrar nuestra atención, tanto ahora como a
través de la etapa final de la era. En efecto, saber que el Señor
manifestará su presencia de una manera creciente antes de su
regreso físico es oír el susurro de la verdad de Dios que nos guía a
la fuente de su gloria.
U
El capítulo 24 de Mateo es quizá el texto bíblico citado más
frecuentemente en relación con los sucesos de los últimos tiempos.
Los discípulos le preguntaron al Señor: «¿Cuándo sucederá eso, y
cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?» (v. 3).
En su respuesta, Jesús develó los momentos proféticos más
trascendentales de los dos acontecimientos: la destrucción del
templo y las condiciones del mundo al final de la era. El primero
ocurriría mientras los discípulos aún vivieran; la segunda parte de su
respuesta se cumple —creo yo— en nuestros días.
A primera vista, la pregunta parece suficientemente clara. Sin
embargo, un vistazo más profundo provoca una investigación. ¿Qué
pensaban realmente los discípulos cuando le preguntaron a Jesús
acerca de «la señal de su venida» ? Hasta ese momento, los
discípulos no habían aceptado o entendido que Jesús partiría. De
ahí que no está muy claro que casualmente lo interroguen acerca de
su regreso.
Recuerde que esta conversación ocurrió antes de la Ultima Cena.
Sólo entonces los convenció Jesús de que iba a regresar al Padre
(cf. Juan 13-17). Hasta este punto, quizá no habían oído las
palabras de Cristo respecto a su muerte, pero la realidad de su
partida nunca se registró.
Algo más, y esto es precisamente lo importante: los disscípulos no
tenían conocimiento del Arrebatamiento. Si estudiamos los
Evangelios, nos damos cuenta que antes de esta conversación, en
ninguna de las enseñanzas de Jesús se había hecho mención de la
reunión de los santos. La primera vez que el Señor toca el asunto
del Arrebatamiento, y eso muy brevemente, es al final de su
respuesta a esa pregunta (cf. Mateo 24:31).
¿En qué, entonces, pensaban realmente los discípulos cuando
preguntaron acerca de la Segunda Venida de Cristo? Porque si no
habían captado la idea de que Él partiría, e ignoraban el
Arrebatamiento, ¿por qué preguntaban acerca de su regreso?
L
Si miramos su pregunta desde un ángulo diferente, tal vez
logremos entenderla. En su cuestionamiento, la palabra traducida
como «venida» es parousia, que significa «presencia». El doctor
Robert Young, respetado compilador de Young’s Analytical
Concordance [Concordancia Analítica de Young], también produjo
su propia interpretación de Las Escrituras. En su versión llamada
Young’s Literal Translation of the Holy Bible [Traducción Literal de la
Santa Biblia de Young], la pregunta de los discípulos se traduce de
la siguiente manera: «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y cuál
es la señal de tu presencia y de la plenitud final de la era?» (Mateo
24:3).
La traducción de Young implica que los apóstoles preguntaron por
algo más que el día cronológico del regreso de Cristo. En el fondo
estaban preguntando: «¿Cuál es la señal de tu presencia que
consumará la plenitud del tiempo final?».
Creo que todos estamos de acuerdo en que existe diferencia entre
el día cronológico del regreso de Cristo y el tiempo de plenitud
espiritual que lo precede. Tal como entiendo este pasaje, cuando
Jesús regrese realmente, los cielos se desenvolverán como si
fueran un rollo y la tierra temblará y se sacudirá. El Señor emergerá
desde la eternidad y hará su aparición visible en nuestro mundo; su
gloria, esplendorosa y envolvente, oscurecerá aun la luz del sol.
Todo ojo lo verá: hermoso y terrible, glorificado y soberano
acompañado por numerosos ángeles y por los muertos en Cristo
resucitados. ¿Quién, entonces, necesitará una «señal» que le
confirme que esta es realmente la Segunda Venida de Cristo en
gloria desde los cielos? Me parece lógico que si los discípulos no
sabían nada del Arrebatamiento, no podían estar preguntando por
esto.
Sin embargo, era claro que los discípulos, basados en unas
cuantas enseñanzas de Jesús, a propósito de su reino, esperaban
un tiempo cuando el reino de Cristo irrumpiría con un despliegue
mundial de gloria y poder. Tanto Juan el Bautista como el mismo
Jesús proclamaron la cercanía del reino de los cielos. De hecho, a
los discípulos se les enseñó a orar para que el reino de Dios viniera
a la tierra, y Jesús prometió que «algunos de los aquí presentes (de
sus discípulos) no sufrirán la muerte sin antes haber visto el reino de
Dios llegar con poder» (Marcos 9:1 é.a).
Cuando los discípulos preguntaron por la llegada de la presencia
de Cristo, creo que hablaban de este esperado tiempo del reino.
Ciertamente, esta no era una nueva revelación sino algo que se
encuentra en muchas partes del Antiguo Testamento. Daniel predijo
un tiempo cuando «en los días (de las últimas civilizaciones sobre la
tierra) el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será
destruido», y continuó diciendo que este reino «permanecerá para
siempre y hará pedazos a todos (los demás) reinos» (Daniel 2:44
é.a. cf. cap. 7:18, 22).
La escatología para el reino tuvo suficiente apoyo tanto en las
enseñanzas de Jesús como en los profetas del Antiguo Testamento.
Esta visión del reino de Dios que viene con poder no hace parte de
teología del «reino ahora» o del «dominio» de los cristianos; el
mundo entero no será subyugado por los creyentes para que Jesús
pueda regresar. Pero los discípulos sí esperaban un tiempo singular
cuando la expansiva presencia de Cristo fuera revelada; un tiempo
dispensacional cuando «el reino de Dios llegara con poder» (Marcos
9:1).
T
Cuando los discípulos preguntaron: ¿cuál es la señal de tu
presencia?, esperaban un derramamiento de la gloria y el poder del
Señor. A esto lo identificaron como su reino, el cual se manifestaría
en plenitud al vivir ellos aún. Recuerde que no digo que este tiempo
de la presencia de Cristo reemplazará el arrebatamiento; solamente
que lo precederá.
Un simple vistazo a una concordancia revela que los Evangelios
contienen unas ciento diez referencias al reino de Dios; Jesús
menciona la palabra iglesia sólo tres veces. Los primeros discípulos
se consideraron a sí mismos «hijos del reino» (Mateo 13:38).
Su futura participación en ese tiempo de gloria fue el motivo
inspirador en la vida de los seguidores de Jesús. Por supuesto, ellos
visualizaron el reino de Dios como un mundo en el cual ya estaban,
pero también sabían que éste se ampliaría hasta alcanzar un
cumplimiento mundial (cf. Marcos 1:15; Mateo 13:31-32, 36-43).
Jesús explicó que el reino sufriría un período de contaminación
cuando la cizaña y el trigo crecerían juntamente (cf. Mateo 13:41-
42), pero durante los últimos años de la era ocurriría una limpieza
final. Sin mencionar todavía el arrebatamiento, les dijo a sus
discípulos que esperaran un tiempo cuando «los justos brillarán en
el reino de su Padre como el sol» (v. 43).
Santiago y Juan expresaron el deseo de los discípulos cuando
pidieron: «Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se
siente a tu derecha y el otro a la izquierda» (Marcos 10:37). Todos
ellos sabían de la gloria venidera; lo que estaba en su mente era
quién tendría la mayor parte. ¿Podría ser que este brillar como el sol
y este sentarse en gloria con el Señor lo que los discípulos
esperaban durante la parousia?
E
Antes de que usted rechace esta idea, considere lo siguiente. Los
discípulos que interrogaron a Jesús respecto al tiempo del fin fueron
Pedro, Santiago, Juan y Andrés (cf. Marcos 13:3). Los tres primeros
estuvieron con Jesús en el monte de la Transfiguración cuando el
rostro del Señor «resplandeció como el sol» (Mateo 17:2).
Inmediatamente antes de que Jesús se transfigurara, les dijo: «Les
aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin
antes haber visto el reino de Dios llegar con poder» (Marcos 9:1).
Él afirmó con claridad que algunos de sus discípulos observarían
el reino de Dios venir con poder. El siguiente versículo conecta lo
que Jesús dijo con la Transfiguración: «Seis días después Jesús
tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó a una montaña
alta, donde estaban solos. Allí se transfiguró en presencia de ellos»
(v. 2).
En realidad, Jesús mostró a «algunos» de sus discípulos lo que
sería el reino de Dios en el día de poder. Esto es significativo: los
discípulos que interrogaron a Jesús respecto a alguna señal de su
presencia fueron los que estuvieron con Él en el monte de la
Transfiguración.
Permítame señalar que, en el arrebatamiento, nuestros cuerpos
terrenales serán cambiados por unos celestiales. Pablo nos dice que
en ese momento seremos revestidos con una naturaleza similar a la
de Cristo (cf. Filipenses 3: 21). Juan, que estuvo con Jesús en la
Transfiguración, nos dice que «todavía no se ha manifestado lo que
habremos de ser» (1 Juan 3:2). En el monte de la Transfiguración,
Jesús reveló el día de poder y gloria que precede al arrebatamiento.
Durante éste último, nuestros cuerpos mortales serán vestidos de
inmortalidad. Pero en el monte de la Transfiguración, aunque lleno
de gloria, Jesús todavía tenía un cuerpo susceptible de sufrir y morir.
Pedro estaba tan asombrado por la revelación de la gloria venidera
que, al final de su existencia, esa visión todavía seguía siendo la
experiencia motivadora de su vida (cf. 2 Pedro 1:14). No obstante, el
apóstol no tenía su vista puesta en el pasado, en este incidente,
sino que miraba hacia delante y esperaba ser protagonista del
mismo. Esto fue lo que escribió:
«Cuando les dimos a conocer la venida de nuestro Señor
Jesucristo en todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos
supersticiosos sino dando testimonio de su grandeza, que vimos con
nuestros propios ojos. Él recibió honor y gloria de parte de Dios el
Padre, cuando desde la majestuosa gloria se le dirigió aquella voz
que dijo: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con Él”.
Nosotros mismos oímos esa voz que vino del cielo cuando
estábamos con Él en el monte santo» (vv. 16-18).
Cuando Pedro habla del poder y la venida de nuestro Señor, la
palabra traducida como venida es parousia: «presencia». La
traducción literal de Young dice: «Les dimos a conocer el poder y la
presencia de nuestro Señor Jesucristo». Pedro se refería a este
tiempo con Cristo cuando estábamos con Él en el monte santo. Allí,
en esa experiencia con Cristo en gloria, los discípulos llegaron a
esperar un avance futuro que superara ampliamente su experiencia
en el reino hasta ese momento.
E S
Como resultado de la disciplina del Señor, vemos muchos avances
en la Iglesia: la urgencia y el florecer del movimiento de la oración,
la limpieza de las divisiones entre denominaciones y grupos
raciales. La iglesia observa avivamiento y renovación en muchos
lugares. Y la fuente de estos cambios importantes es la creciente
presencia del Señor Jesucristo. Creo que Dios obra en la iglesia
para crear las condiciones necesarias para un asombroso bautismo
de gloria.
En los siguientes capítulos, procuraremos la gracia de Dios a
medida que el Señor viene para liberamos para esa hora y a elevar
nuestras vidas a los niveles del reino. Pero permítame concluir con
un texto más. Esta fue la oración de Pablo por la Iglesia del primer
siglo, y es mi oración por la de hoy.
«Que ustedes lleguen a conocer realmente —mediante su propia
experiencia personal— el amor de Cristo, el cual sobrepasa el mero
conocimiento (sin experiencia); que sean llenos (todo su ser) de
toda la plenitud de Dios [esto es], que tengan la más rica medida de
la divina presencia, y lleguen a ser un cuerpo totalmente lleno e
inundado de Dios» (Efesios 3:19 AMP).
Nuestro llamamiento es a experimentar toda la plenitud de Dios.
Lo que nos espera antes del Arrebatamiento es nada menos que la
más rica medida de la divina presencia. Esto es, ciertamente, lo que
los días de su presencia revelarán: un pueblo totalmente lleno e
inundado de Dios.
P III

«He visto sus caminos, pero lo sanaré; lo guiaré y lo colmaré de


consuelo. Y a los que lloran por él les haré proclamar esta
alabanza: ¡Paz a los que están lejos, y paz a los que están cerca!
Yo los sanaré —dice el Señor—»
Isaías 57:18-19

7 En relación con la parousia, la mayoría de Biblias, excepto en traducciones


literales, la traducen como «venida» (las Biblias con referencias al margen a
menudo incluyen la palabra presencia e incluso la misma parousia en el
margen). La mayoría de comentarios protestantes, así como la tradición
católica, identifican todo el período conocido como la Segunda Venida como
la parousia. Por cuanto la parousia en realidad se refiere al período
completo de la actividad divina al final de los tiempos, la palabra es mucho
más amplia en significado y no se limita a señalar solamente la fecha
cronológica del regreso de Cristo. El comentarista Vine reconoce que el uso
contextual de esta palabra varía un poco a través del Nuevo Testamento.
Puede identificar el período completo de eventos sobrenaturales que giran
en torno a los últimos tiempos, o darle mayor realce a ciertas fases de los
últimos días. El doctor Vine cree que la parousia comenzará con el
Arrebatamiento y continuará a través de todo el período de la Tribulación.
Sin embargo, los maestros bíblicos están divididos en cuanto al tiempo del
Rapto. En efecto, algunos eruditos encuentran suficiente evidencia bíblica
para apoyar su creencia del Arrebatamiento de la Iglesia en «mitad» o
«después» de la Tribulación.
10

L los prisioneros

Durante las últimas horas de esta era se levantará un gran ejército;


estará integrado por los lisiados y los oprimidos. Aunque ellos fueron
los últimos, muchos llegarán a ser primeros al entrar a la gloria
divina.

Cuando consideramos las menguantes horas de esta era —los


tiempos de juicio, gloria y terror—, tenemos que mantener la mirada
en la gracia y los propósitos de Dios. Las Escrituras nos dicen que
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (cf. Hebreos 13:8).
La Persona de la cual leemos en los Evangelios es eternamente el
mismo Redentor, sentado a la diestra de Dios en los cielos.
Quizá nos preguntemos: ¿no vendrá con gran ira? Sí. Pero Aquel
que fue digno de abrir los sellos de juicio, aunque es el León de
Judá, también es el «Cordero que estaba de pie y parecía haber
sido sacrificado» (Apocalipsis 5:6). Aún en el día de su ira, la mano
de Dios es guiada por su misericordia redentora. Muchos de los que
le han fallado al Señor durante estos años pasados descubrirán que
Él viene a liberamos de la carga de la derrota y la condenación.
En efecto, cuando Jesús comenzó su ministerio, abrió el libro del
profeta Isaías en donde está escrita la que sería su misión: «El
Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha
ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a
sanar los corazones heridos, y a proclamar liberación a los cautivos
y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor»
(Isaías 61:1- 2). Luego, enrolló el libro y dijo: «Hoy se cumple esta
escritura delante de ustedes» (Lucas 4:21).
Lo que impacta aquí es que Jesús finalizó esta profecía sobre Sí
mismo en mitad de una frase. La promesa de Isaías continúa
describiendo el propósito completo de Dios en Cristo. Dice: «A
pregonar el año del favor del Señor y el día de la venganza de
nuestro Dios» (Isaías 61:2).
La misericordia del Señor siempre triunfa sobre el juicio (cf.
Santiago 2:13). Dios tiene un año favorable y un día de venganza.
Más de mil novecientos años separan las dos partes de esta
profecía.
Aun así, cuando pensamos en venganza, nuestra imaginación
visualiza en el futuro piedras de granizo, terremotos y calamidades,
pero tenemos la esperanza de no estar ni siquiera cerca cuando
caigan los juicios de Dios sobre la tierra. No obstante, una
manifestación fundamental de la ira de Dios contra los profanos es
que Él derrama su misericordia y libera a quienes procuran ser
santos. Desde el punto de vista de los justos, lo que ocurre durante
el día de la venganza de nuestro Dios es maravilloso. Él viene:
«A consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los
dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de
cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de
espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia, plantío del
Señor, para mostrar su gloria» (Isaías 61:2b-3).
Un aspecto muy importante de la ira de Dios es la destrucción de
lo que oprime a su pueblo. Muchos cristianos luchan con los
espíritus malignos. Isaías se refiere a uno de estos enemigos como
espíritu de desaliento. Otros demonios nos roban la alegría, la
fuerza y la salud. Contra éstos el Señor tiene un día de ajuste de
cuentas. Cuando Dios juzga a estos espíritus, tenemos consuelo de
nuestro lamento, una corona en vez de cenizas, y fiesta en lugar de
aflicción. El Señor nos da un manto de alabanza y de acción de
gracias en vez de la pesadez y el desaliento que tan a menudo
agobian a los justos en su guerra contra el mal.
La meta del Señor es liberamos, pero no para que descansemos
debajo de nuestra higuera. Nos libera para que podamos hacer lo
mismo a otros. Él dice que los suyos «reconstruirán las minas
antiguas, y restaurarán los escombros de antaño; repararán las
ciudades en minas, y los escombros de muchas generaciones» (v.
4).
Muchos que hoy son ruinas antiguas serán levantados para servir
a Dios con alegría al final de esta era. Borrachos y drogadictos
llegarán a ser algunos de los siervos más eficaces de Dios; muchos
miembros de pandillas y homosexuales pasarán a través de la obra
regeneradora del Espíritu Santo y, como nuevas criaturas en Cristo,
serán usados poderosamente por Dios en los días por venir.
Muchos otros que están convencidos de que el Señor los rechazó,
encontrarán que la gracia de Dios se expande poderosamente en
sus corazones. El primer mal que Cristo juzgará y removerá es la
carga de desesperanza. Es más, para cada uno de nosotros, aún de
hoy el Señor viene para sanar los corazones heridos y a proclamar
liberación a los cautivos, y libertad a los prisioneros, a pregonar el
año del favor del Señor.
11

U de esperanza

La fe es la sustancia de las cosas que se esperan. Sin una


esperanza viva en Dios, nuestra fe no tiene sentido. La primera
etapa de la liberación es la restauración de la esperanza.
El Señor estaba a punto de prosperar a Israel con la riqueza de los
cananeos si el botín de la primera batalla en Jericó era dedicado
totalmente a Dios. Pero un hombre, Acán, desafió el edicto del
Señor y tomó plata, oro y un manto babilónico y los escondió en su
tienda. Como resultado de su pecado, treinta y seis israelitas
murieron derrotados y humillados en la siguiente batalla por la
pequeña ciudad de Hai.
Después de que el Señor expuso a Acán como el perpetrador de
este pecado, Josué lo tomó a él junto con su familia y sus
posesiones y los llevó a un valle. Entonces, el líder de Israel dijo:
«¿Por qué has traído esta desgracia sobre nosotros? ¡Que el Señor
haga caer sobre ti esa misma desgracia! Entonces todos los
israelitas apedrearon a Acán y a los suyos, y los quemaron. Por eso
aquel lugar se llama valle de Acor» (Josué 7:25-26).
La palabra Acor significa «problema». Representó los problemas y
el dolor que una persona causa a otras. No hay duda que la
experiencia más terrible para Acán fue el hecho de que su esposa y
sus hijos tuvieran que morir con él. Mientras se abrazaban entre sí
para esperar este juicio horrible, el sentimiento de culpa y el
remordimiento debieron ser insufribles para Acán.
E
Con el tiempo, el valle de Acor llegó a simbolizar el peor de los
castigos. Era un lugar de muerte y desolación. Por supuesto, hoy no
apedreamos a aquellos cuyo pecado o irresponsabilidad causaron
dolor a otros. Sin embargo, el pecado tiene consecuencias y,
aunque no seamos apedreados físicamente por nuestros fracasos,
los efectos de la condenación pública pueden ser igualmente
devastadores para el espíritu humano. El hecho es que muchos de
nosotros conocimos un valle de Acor personal en el cual nuestra
negligencia moral o nuestras malas acciones causaron el
sufrimiento de otras personas.
Tal vez usted cometió adulterio y su esposa e hijos están abatidos.
Puede ser que su ansiedad o descuido al conducir su auto causaron
un accidente, lo que produjo como resultado un gran sufrimiento,
incluso la muerte de otra persona. O quizá su falta de ejemplo
cristiano hizo que sus hijos se alejaran de Dios. Las posibilidades de
fracaso son interminables, pero el resultado es casi siempre el
mismo: es como si soportara una maldición en su vida.
No solamente su propio corazón lo condena sino que las palabras
y actitudes de los demás lo convencieron de que merece su
desgracia actual. La censura pública tiene el mismo efecto sobre su
espíritu que la lapidación tuvo en el cuerpo de Acán, con la
diferencia de que quien murió en este caso es su esperanza. Antes
usted podía mirar el futuro con expectativa y esperanza, ahora el
dolor y el remordimiento en su corazón oscurecen su visión.
Solamente la virtud, la pureza y la fortaleza que vienen después de
un verdadero arrepentimiento pueden remover la carga de la
autocondenación. De ahí que la única respuesta correcta a las
acciones equivocadas y sus consecuencias es la obra
transformadora del Espíritu Santo. Desdichadamente, el enemigo
tiene a muchos cristianos atrapados en la incredulidad y la
autocondenación. Saben que lo que hicieron fue malo y lo lamentan,
pero no pueden liberarse del sentimiento de culpa.
En capítulos anteriores, leimos en las Escrituras que nuestro
Redentor vino para proclamar libertad a los prisioneros. ¿Se refiere
solamente a quienes están encarcelados en prisiones físicas? No,
su liberación es para todos los que son prisioneros de su pasado.
quiere que aprendamos de los errores, no que seamos cautivos de
éstos. El vino para liberar y restaurar a todos los hombres y mujeres
cuyos sueños yacen enterrados en el valle de Acor.
U
Las cargas que nos agobian quizá no tengan nada que ver con
fallas morales. Tal vez son el resultado de una serie de calamidades
de la vida. Una de las peores pruebas para el alma es la muerte de
un ser amado. Este tipo de pérdidas pueden dejamos
excesivamente agobiados y atrapados en el pasado. La historia de
Taré, padre de Abraham, nos pinta un cuadro que nos deja una
lección de un hombre que no pudo superar la pérdida de un ser
querido.
Taré tuvo tres hijos: Abraham, Nacor y Harán. La Biblia dice que
Harán «murió en Ur de los Caldeos, su tierra natal, cuando su padre
Téraj aún vivía» (Génesis 11:28). Perder un hijo puede producir un
terrible dolor, pero verlo morir puede causar un hondo abatimiento.
Con el tiempo, Taré tomó a su familia y salió de Ur de los Caldeos
para buscar un nuevo destino en Canaán. Sin embargo, durante la
ruta, tuvo que pasar por una ciudad cuyo nombre era Harán, el
mismo nombre de su hijo fallecido y, en vez de continuar hacia
Canaán, las Escrituras nos dicen que «al llegar a la ciudad de
Harán, se quedaron a vivir en aquel lugar» (v. 31).
La nostalgia por un ser amado fallecido es algo normal. Pero las
tragedias también tienen una manera de obligamos con una falsa
lealtad que nos impide liberamos del dolor. Inesperadamente, un
rostro en un aeropuerto o una canción en la radio tocan nuestro
corazón y nos sumimos otra vez en la aflicción. Qué rápidamente
entramos de nuevo al ámbito de la amargura, ¡y con cuánta facilidad
nos quedamos allí!
«Y murió (Taré) en (Harán)» (Génesis 11:32 RVR-60 é.a). No
solamente se quedó a vivir en Harán sino que murió allí. La
narración es significativa y profética. Tal vez fue sentimiento de
culpa imaginaria lo que lo mantuvo cautivo: si yo hubiera hecho esto
o aquello, mi hijo no hubiera muerto. Cualquiera que haya sido la
razón, Taré nunca pudo superar el dolor por la muerte de su hijo.
Debemos ver que por dolorosa que sea la muerte de un ser
querido, no podemos permitir que las heridas del pasado anulen lo
que Dios tiene para nosotros en el futuro. Aun si entramos
rengueando, no debemos transamos por algo que esté fuera de
nuestro destino. La gracia de Dios está a disposición nuestra ahora.
Con su ayuda tenemos que tomar la decisión de dirigimos hacia
Canaán, de lo contrario, también nosotros moriremos en Harán.
U
Estos dos factores, la tragedia y el fracaso personal pueden
abrumar nuestras almas con pesadas cargas de opresión y culpa.
En respuesta a nuestra necesidad, Dios perdona nuestros pecados,
porque «el Señor hizo recaer sobre (Cristo) la iniquidad de todos
nosotros» (Isaías 53:6 é.a). Ya sea real o no nuestra culpa,
debemos quitarla de nuestros hombros y ponerla sobre los de
Cristo.
Hoy ocurre una renovación en varias partes del mundo. Dios
restaura la alegría en su pueblo. Muchos individuos a los que el
Señor tocó fueron liberados —como puede ser liberado usted
también— de su carga de tragedia o de fracaso moral. En el mismo
lugar en donde nuestras frustradas esperanzas laceraron el corazón
(cf. Proverbios 13:12), ahora Cristo llega «a sanar los corazones
heridos» (Isaías 61:1). Donde antes reinaron la aflicción y el
desaliento, Él da «corona en vez de cenizas, aceite de alegría en
vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento» (v. 3).
La asistencia a la iglesia dejará de ser una penitencia por sus
fracasos. De ahora en adelante, usted entrará por sus puertas con
acción de gracias. A cada cristiano que soporta una pesada carga,
el Señor le dice: todavía sigues siendo mi hijo o mi hija.
De hecho, hablando de este valle de problemas y lágrimas, el
Señor prometió a su Iglesia:
«Pero... yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su
corazón. Y le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta
de esperanza; y allí cantará como en los tiempos de su juventud»
(Oseas 2:14-15 RVR-60).
Los frutos de la bendición de Dios se aumentarán en su vida
desde este día en adelante. Y allí, en el valle de Acor, en el
escenario de sus profundas heridas y de sus peores fracasos, el
Señor abrirá una puerta de esperanza. Su meta es nada menos que
restaurar en usted la melodía del Señor para que cante otra vez
como en los tiempos de su juventud.
12

Caminar con Dios

En los días venideros, muchos serán conmovidos por


proclamaciones —unas falsas, otras verdaderas— de
acontecimientos horribles anunciados para fechas específicas. Pero
a nosotros no nos preparan para una «fecha» sino para una boda.
Es la profundidad de nuestra relación con Cristo día tras día la que
determina si caminaremos con Dios al final de la era.

La confianza que tenemos para enfrentar el mañana está


arraigada en la calidad de nuestro caminar con Dios el día de hoy.
Por lo tanto, a medida que estos días pasan, el camino del Señor se
revelará como lo que es: una senda estrecha en la cual caminamos
con Dios. Esta es una verdad incuestionable: la única manera de
preparamos para la Segunda Venida de Cristo es obedecer
fielmente lo que El nos mandó en su primera venida, y su primer
mandamiento fue: «¡Sígueme!» (Juan 1:43).
Y seguir a Jesús significa que caminamos fielmente con Él a lo
largo de nuestra vida. El hecho es que tenemos la expectativa de la
cercanía del Señor, pero no sabemos cuándo regresará. Aunque
creemos que está muy cerca el final de la era, tal vez puedan pasar
muchos años antes de que se cumplan todas las profecías que no
han sucedido todavía. No obstante, nuestra misión es seguir al
Cordero y caminar con Él día tras día.
Si estudiamos Las Escrituras, vemos que, desde el principio, el
Señor siempre proveyó lo que necesitaban quienes caminaban en
su presencia. Sin importar lo que ocurriera en el mundo, los siervos
de Dios no fueron rehenes de los temores ni las ansiedades de sus
tiempos. Su caminar con Dios los preparó para todas las
circunstancias.
Jesús dijo que los días previos a su regreso serían como los días
de los tiempos de Noé. Dios no le dio a Noé una fecha específica
del Diluvio. El Señor le dio dos cosas: una tarea, la cual era construir
el arca, y tiempo para realizarla.
El Todopoderoso podía haber destruido la maldad en un abrir y
cerrar de ojos. Sin embargo, la Biblia nos dice que «esperaba con
paciencia mientras se construía el arca» (1 Pedro 3:20). La prioridad
de Dios estaba enfocada no en lo que iba a ser destruido sino en lo
que se construía.
Demasiados cristianos están tan concentrados en lo que el diablo
hace que no pueden ver lo que Dios realiza. La atención del Señor
está enfocada no en la intensificación del mal sino en la
transformación de su Iglesia a la semejanza de Cristo. Hay gracia
que fluye en abundancia del corazón de Dios. En medio de las
grandes tinieblas, el Señor se propuso enviar su gloria y protección
a su pueblo.
Dios le dijo a Noé que construyera el arca. Cuando terminó la
tarea, llegó el diluvio. Nosotros también tenemos una tarea, una
visión de parte de Dios: edificar la casa del Señor y participar en la
cosecha de las naciones. Jesús no dijo: cuando el mal empeore,
comenzará la cosecha. Él dijo: «Tan pronto el grano está maduro ...
ha llegado el tiempo de la cosecha» (Marcos 9:29).
Ciertamente los altos planes de Dios no se afectarán por el
aumento de la maldad. Uno diría que la justicia de Dios demanda
que los malvados sean destruidos. Cierto, pero su naturaleza
demanda que sus buenos planes y promesas relativos a su gloria en
la Iglesia se cumplan primero.
Miremos otra vez a Noé. El vivió en un tiempo cuando «la maldad
de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los
pensamientos del corazón (del hombre) era de continuo solamente
el mal». Su mundo, como el nuestro «se corrompió ... delante de
Dios, y estaba ... llen(o) de violencia» (Génesis 6:5, 11 RVR-60 é.a).
No obstante, durante esos mismos días, «Noé halló gracia ante los
ojos de Jehová» (v. 8 RVR-60). ¿Qué tenía este hombre de
singular? ¿Cómo encontró la gracia preservadora de Dios en su
vida? Las Escrituras nos dicen que «era un hombre justo y honrado
entre su gente. Siempre anduvo fielmente con Dios» (v. 9).
Me encanta esta frase: caminó Noé con Dios. ¿Qué significa esto?
Que permanecemos sumisos a su Palabra y atentos a su presencia.
Aunque no lo vemos, lo conocemos. Encontramos nuestro lugar
seguro en el Todopoderoso. Nuestra paz proviene de Él, no de otras
personas o lugares, o cosas.
El nombre Noé significa «descanso». Como siervo del Señor, Noé
no sólo conocía su misión en la vida sino que había encontrado su
lugar de descanso en Dios solamente. Paso a paso, día tras día
vivió en la presencia del Señor. Caminó con Dios y mantuvo una
relación íntima con Él.
Pero un profundo conocimiento de una persona no se logra de
manera rápida. Toma tiempo penetrar a través del velo de lo
desconocido hasta llegar a una relación duradera de amistad e
intimidad. Por eso es que caminar con Dios es tan placentero para
Él, porque crea una relación con el hombre probada a través del
tiempo. Ya no nos controlan las opiniones, las críticas o la
aprobación del mundo que nos rodea. Solamente a medida que
nuestro caminar con Dios madura, comienza la intimidad con el
Creador y se aumenta nuestra paz en relación con el futuro.
Piense en Abraham. Fue llamado el amigo de Dios (cf. Isaías
41:8). Cuando llegó a los noventa y nueve años de edad, el Señor
se le apareció y le dijo: «Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante
de mí y sé perfecto» (Génesis 17:1 RVR-60). Caminar con Dios
lleva a la pureza y a una íntima amistad con El. Es la manera de
llegar a ser perfecto.
Isaac y Jacob, los descendientes de Abraham, también caminaron
con Dios (cf. Génesis 48:15). El compañerismo de toda una vida
entre el Todopoderoso y estos patriarcas estableció la norma para
todos los que siguieran, desde los reyes y profetas de Israel hasta
cada cristiano que camina con Dios el día de hoy.
M
No deberíamos ser tan duros con quienes erróneamente fijaron la
fecha de un acontecimiento profético o aun de la Segunda Venida
de Cristo. Generalmente es la sinceridad de estas personas la que
confiere a sus profecías importancia regional o nacional. Yo mismo
fui arrastrado a una experiencia similar a mediados de 1970.
Esos eran días cuando la amenaza de una guerra nuclear parecía
surgir en todas partes. Muchos cristianos profetizaban el juicio de
Dios sobre los Estados Unidos de América. En esos días, leí un
artículo acerca de un inmenso cometa que debía aparecer el día de
Navidad de 1975. Desconocido hasta entonces, el cometa recibió el
nombre de Kohoutek por el apellido del astrónomo húngaro que lo
descubrió. Las señales de los tiempos confirmaban mis temores,
pero cuando leí en una publicación religiosa que Kohoutek
significaba «el lobo que devora al cordero», tuve la certeza de que
esta era una «señal de los cielos» que confirmaba que el fin estaba
cerca.
Impulsado por mis convicciones interiores, comencé a advertir a
cada una de las iglesias en la ciudad de Detroit — unas mil
doscientas, más o menos— que el mundo llegaría a su fin en esa
Navidad. Incluso, me ingenié la manera de hacerme invitar al
programa de televisión más visto en Detroit, en donde previne a una
audiencia de tres millones de personas sobre la inminente ira de
Dios.
La Navidad llegó y pasó, y nada ocurrió. El cometa fue un fiasco
astronómico producto de la exageración. Estuve tan seguro de mis
reflexiones, y de manera temerosa impulsado por las señales de los
tiempos, y no obstante tan erróneamente informado. Luego, a
finales de enero, conocí a una dama que dominaba el idioma
húngaro que, al pedirle que me tradujera la palabra Kohoutek, me
dijo que significaba algo así como «agregar un tomate al guiso».
Dios sabía que mis motivos eran correctos, aunque mi
conocimiento no. A raíz de esa humillante experiencia, comencé a
investigar otros movimientos del «fin del mundo» en la historia de la
Iglesia. En mi estudio, descubrí dos hechos significativos que
ocurrieron en Europa. Numerosas personas se convencieron que el
año 1666 vería el surgimiento del anticristo. Esta idea condujo a
oleadas de fanatismo y temor que se esparcieron de un país a otro.
También leí un devocional que contenía una serie de cartas
escritas por un hombre llamado el hermano Lawrence, un monje que
servía a Cristo y lavaba platos en un monasterio. El sentido sencillo
pero profundo de la presencia de Dios que acompañaba a este
hermano hizo de su libro The Practice of the Presence of God [La
práctica de la presencia de Dios] un clásico cristiano que ha
perdurado a través del tiempo. Pero lo que cambió mi vida fue que
sus primeras cartas se escribieron en el año 1666, el tiempo cuando
Europa estaba invadida de temor por el anticristo. En medio de todo
el alboroto y de la agitación del mundo que lo rodeaba, por lo menos
un alma disfrutaba la paz de Jesucristo.
El hermano Lawrence sirve como modelo para nuestra generación,
porque cuando los terrores y la confusión del fin de la era se
acrecienten, solamente en la presencia del Señor encontraremos un
puerto seguro. Y para conocerlo realmente en ese tiempo porvenir,
tenemos que caminar con Él ahora.
E D
Uno de mis textos favoritos es Génesis 5:22-24. Dice: «Y caminó
Enoc con Dios ... trescientos años ... y desapareció, porque le llevó
Dios» (RVR-60). Y Hebreos 11:5 dice que, antes de que Dios lo
llevara, «tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (RVR-60).
Enoc caminó con Dios trescientos años. Cada día se levantaba
para mirar al Señor, y caminaba fielmente con el Todopoderoso.
Finalmente, agradó tanto a Dios que, sin pasar por la experiencia de
la muerte, fue llevado a su hogar en el cielo.
Y así ocurre también con nosotros. Cuando fielmente caminamos
con Dios, le producimos gran complacencia a nuestro Padre. Las
Escrituras dicen que Enoc tuvo testimonio de que su vida fue
agradable a Dios. El Señor le hizo saber a Enoc su complacencia.
Conocer el agrado de Dios es probar el mismo néctar del cielo.
Sea lo que sea que ocurra en el futuro, el Dios del futuro camina
con nosotros hoy. Y aunque no estamos en capacidad de ver el
mañana, nuestra fidelidad a Cristo hoy es nuestra mejor seguridad
respecto a lo que nos espera en el futuro.
Como la primera persona arrebatada por Cristo, Enoc establece la
norma para todos los que Jesús llevará un día con Él. Sencillamente
son los que, profundamente enamorados de Dios, caminan día a día
con El.
P

«Una voz proclama: “Preparen en el desierto un camino para el


Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios.
Que se levanten todos los valles, y se allanen todos los montes y
colinas; que el terreno escabroso se nivele y se alisen las
quebradas. Entonces se revelará la gloria del Señor, y la verá
toda la humanidad. El Señor mismo lo ha dicho”»
Isaías 40:3-5
13

E de visitación

Dios no nos libera por causa nuestra sino por Él mismo; nos libera
para que podamos cumplir su propósito.

No había habido un profeta en Israel por más de cuatrocientos


años. Pero ahora aparece Juan el Bautista en el desierto con el
espíritu y el poder de Elías. Sus ojos tienen la luz del relámpago,
mientras su mensaje retumba como trueno en las tierras de Judea y
conmueve el alma de Israel. La tormenta de Dios regresó.
Los historiadores nos cuentan que el penetrante ministerio de Juan
llevó a casi un millón de personas al bautismo de arrepentimiento.
Fue un comienzo sin precedentes para un tiempo de visitación.
En esta electrizada atmósfera de despertar de la fe, llegó Jesús
para realizar milagros nunca antes vistos en la historia de Israel. La
presencia del Dios Vivo se manifestó a través de Cristo; el reino de
los cielos estaba a las puertas.
No obstante, tras tres años de lo que parecía un avivamiento y de
señales y prodigios, Jesús se lamentó de la nación. Lloró por la
frivolidad de la gente y porque «no reconoció el tiempo en que Dios
vino a salvarla» (Lucas 19:44 é.a).
¿En qué sentido perdieron ellos esta visitación de Dios?
Centenares de miles respondieron al llamado de Juan al
arrepentimiento. Y era claro que la gente estaba asombrada por lo
sobrenatural: los incurables eran sanados y los endemoniados eran
liberados. ¿Y qué decir de las multitudes que siguieron a Jesús al
desierto, los que comieron los peces y el pan multiplicados? ¿No
reconocieron, ellos por lo menos, lo especial que era esta hora?
Obviamente, las multitudes estaban familiarizadas con un aspecto
de la visitación: el que enfatizaba la carga de los afligidos (cf. Lucas
4:18-19). Sin embargo, el objetivo de Dios en la visitación no es que
el ser humano con sus aflicciones llegue a ser feliz sino que en su
rebelión se torne obediente.
Dios fijó su atención en Israel para que, liberado de sus cargas,
fijara la suya en Dios. En efecto, en la Biblia, la palabra visitación
también se refiere a un tiempo para ser inspeccionado y examinado
exhaustivamente. En otras palabras, Dios busca que algo surja
durante un tiempo de visitación.
La mayoría del pueblo de Israel falló en reconocer lo que Dios
buscaba a través de las sanidades, las liberaciones y la restauración
de las multitudes. Las consecuencias de no discernir las
expectativas de Dios son muy serias.
Viendo las repercusiones de la desobediencia de Israel, Jesús
lloró, y al hacerlo, dijo:
«Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y
te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a
tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra,
porque no reconociste el tiempo (de tu visitación) en que Dios vino a
salvarte» (Lucas 19:43- 44 é.a).
Lo que Dios busca va más allá de la comodidad inmediata de su
pueblo. En efecto, cuando Él nos da mayor libertad, espera mayor
obediencia. En el mismo momento en que Dios nos libera de
nuestras cargas, deja también sin piso nuestras excusas.
El Señor no nos libera para que podamos regresar al tipo de
comportamiento que nos causó infelicidad en el pasado. Aun
mientras es bendecido, sanado y renovado, recuerde esto: «A todo
el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho» (cap. 12:48).
E
¿Qué espera Dios de su tiempo de visitación? Él busca unir a sus
hijos para crear en el interior de nosotros un lugar de morada
permanente para Él mismo. Él nos limpia y nos sana para poder
develar su gloria a través de nosotros. De modo que la
reconciliación y la unión con Dios culminan con la reconciliación y la
unidad entre nosotros.
Podemos ver con claridad la aflicción de Cristo en el capítulo 13 de
Lucas. Observando la ciudad capital de Israel, el Mesías clamó:
«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los
que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como
reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!»
(cap. 13:34). Muchas veces Jesús procuró reunir a su pueblo, pero
éste no quiso.
Sin someterse, aceptaron sus bendiciones pero no su señorío.
Como pueden ver, al bendecirnos, Dios busca algo de nosotros. Él
no es un eterno «Papa Noel» cuya única alegría es damos sus
juguetes. Si Dios lo bendijo a usted, es para que pueda bendecir a
otros. Si perdonó sus deudas, es para que perdone lo que le deben.
Si lo unió con Él, es para poder unirlo con otros en su cuerpo.
E
Yo creo que la Iglesia vive un nuevo tiempo de visitación divina.
Durante los últimos años, el Señor ha levantado un ejército de
ministerios de intercesión en todo el mundo. Por sus esfuerzos,
multitudes se unen en masivos encuentros de oración, en solemnes
asambleas y en reuniones de reconciliación. Dios utiliza el fervor de
esta intercesión para llevar millones de personas al arrepentimiento.
El movimiento de oración toca el corazón de Dios y, a la vez, Dios
toca el corazón del ser humano.
El resultado de este movimiento de oración es que la iglesia
observa el comienzo de una visitación en todo el mundo.
Renovación, avivamiento y manifestaciones sobrenaturales se
reportan casi a diario. Muchas personas sienten que estamos más
cerca ahora de un gran despertar que en cualquier otro tiempo de
este siglo.
Pero un gran temor me punza el corazón. Cuando clamamos que
Dios nos visite, ¿sabemos realmente lo que pedimos? Cuando
suplicamos a Dios por su reino, ¿estamos listos para entregar el
nuestro? La misma oración que pide su bendición ilimitada llama
también sus juicios coercitivos para nuestra desobediencia. Pedimos
que Dios sea Dios en nuestro medio.
La mayoría de la gente del Israel del primer siglo no entendió el
largo tiempo de visitación y, finalmente, sufrieron de manera intensa
por eso. A pesar de todo, en el Pentecostés los discípulos de Cristo
llevaron a cabo la visitación de Dios en su eterno propósito; ellos se
convirtieron en su lugar de morada.
La meta final del Señor para sus discípulos fue que lograran la
unidad con Él y entre ellos mismos. Piense que Él nos dio su
Palabra no precisamente para edificamos sino para que seamos uno
(cf. Juan 17:20-21). Nos dio su nombre no para usarlo como
membrete sino para que seamos uno (cf. v. 11). Y nos dio su gloria
por la misma razón: que seamos uno así como Él y el Padre son
uno (cf. vv. 22-23). El regalo de Cristo para nosotros es su Palabra,
su nombre y su gloria; su propósito es que lleguemos a ser uno con
Él y entre nosotros.
Los discípulos ejemplificaron este cumplimiento. Ellos estaban
unidos en la oración diaria (cf. Hechos 3:1). Su intimidad con Dios
no nacía de la desesperación sino de la devoción. Los milagros eran
lo ordinario en la extraordinaria presencia de Cristo. Conociendo sus
dones, iban a los necesitados y a menudo entregaban todo lo que
tenían a los apóstoles con gran alegría. Con toda veracidad, Pedro
pudo decir: «No tengo plata ni oro» (Hechos 3:6). Lo que poseían
eran las riquezas del reino. Con su poder, su amor y su entrega
manifestaban una vida de unidad con Cristo y entre ellos mismos; y
este era el propósito de Dios en la visitación.
Reconozcamos, pues, que la intención de Dios en el largo plazo es
no solamente eliminar el dolor de nuestros cuerpos sino establecer
su reino en nuestros corazones. Sí, continuemos orando por
avivamiento y regocijémonos cuando lo veamos llegar. Pero
recordemos con sobriedad que, en los días de su presencia, la meta
de la visita de Dios es hacermos su habitación.
14

Crecer a la estatura de Cristo

Esto es el avivamiento y la visitación: ¡la gente llena de Jesús!

En su Epístola a los Efesios, Pablo explica los detalles de nuestro


destino al final de la era: lo que nos espera es nada menos que la
plenitud de Cristo en el conjunto entero de los tiempos.
No nos descalifiquemos para nuestro destino al albergar maldad e
incredulidad en el corazón. No digamos que todavía hay gigantes en
nuestras almas que Dios no puede derrotar. Sencillamente creamos
que Dios puede cumplir lo que Él prometió. Porque ciertamente
habrá un cumplimiento de lo prometido por el Señor.
Dios trazó el mapa, de antemano estableció el curso nuestro.
Mantengamos su plan y sigamos su Palabra. En realidad, todo lo
que veamos en Jesús es lo que Dios planeó revelar en nosotros. Él
prometió que las obras hechas por su mano las haremos nosotros
también: «Y aun ... mayores» (Juan 14:12). Es esta visión de lograr
la semejanza de Cristo la que nos centra con firmeza en la senda de
la pureza doctrinal. Sin esta visión, las modas y las tendencias nos
desvían.
Sólo cuando asimilemos con claridad el destino que Dios nos
trazó, comenzará el desarrollo de nuestra verdadera madurez
espiritual. El resultado de abrazar realmente nuestro destino es que
«ya no seremos niños fluctuantes, llevados por doquiera por todo
viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar
emplean con astucia las artimañas del error» (Efesios 4:14 RVR-60
é.a).
Es importante notar que Pablo no especifica si estos vientos son
de doctrinas falsas o verdaderas. Los dogmas no tienen que ser
falsos para descarriar a la gente. Incluso, una doctrina verdadera
con un énfasis exagerado puede desviarnos de nuestra semejanza
con Cristo.
Es cuando hacen alarde de sus doctrinas y de los dones
espirituales que muchos se descarrían. Porque lo que nos impulsa a
nuevas actividades religiosas no es siempre la guía de Dios sino
algo diferente al conocimiento de Cristo en sí mismo. Si no vemos la
conformidad de nuestra vida con Cristo como algo central en
nuestro futuro, nos lleva un viento de doctrina.
En la Iglesia de hoy hay una cantidad de doctrinas que reciben
más énfasis del debido, desbordan sus proporciones bíblicas y
tienden a oscurecer nuestra visión de la semejanza con Cristo. La
liberación y la guerra espiritual se convirtieron, para algunos, en
vientos de enseñanza que los sacan de su curso. Para otros, las
enseñanzas acerca de la prosperidad personal o del tiempo del
Arrebatamiento se volvieron en preceptos desbalanceados que
fácilmente los distraen de la verdad que es en Cristo.
Algunas iglesias hacen un énfasis excesivo en la doctrina de
hablar en lenguas o en la profecía. Ahora bien, yo creo que los
dones del Espíritu son para hoy, pero éstos también pueden
convertirse en vientos de doctrina.
Otra vez no hablo de falsas enseñanzas sino de las verdaderas, y
una comprensión doctrinal balanceada es fundamental para nuestro
bienestar espiritual. Cuando a nuestras energías las absorbe más
una doctrina en particular que el esfuerzo por lograr el carácter de
Cristo, nos desviamos.
En el pasaje de Efesios que mencionamos anteriormente, Pablo
dijo que es sólo la búsqueda de la semejanza de Cristo la que nos
guarda de ser «zarandeados por las olas» (v. 14). Una ola es un
fenómeno espiritual que pasa sobre una iglesia o sobre una ciudad,
una ola espiritual inmensa en la cual podemos ser lavados y
sanados. Una verdadera ola espiritual puede traer una alegría
maravillosa y sanidad a áreas en nuestro interior que de otra
manera quedarían sin el toque de Dios.
Sin embargo, si seguimos tras las olas, tenemos que reconocer
que éstas vienen con manifestaciones y bendiciones, y también se
van. Cuando la ola pasa, no significa que Dios nos abandonó o que
su propósito final cambió.
Una genuina conmoción del Espíritu de Dios, ya sea que venga a
través de una comprensión doctrinal nueva o mediante una
manifestación espiritual singular, debe aumentar nuestra semejanza
con Cristo. El hecho es que sea que estemos en un tiempo de
preparación o en la gloria de la visitación, al cargar la cruz o volar
alto con el poder de la resurrección, nuestra meta sigue siendo la
semejanza con Cristo.
Si usted está confundido respecto a lo que ocurre en la Iglesia, en
sentido general, o aun en su propia vida, recuerde que Dios no
quiere que sea llevado o descarriado por doctrinas.
Usted no es un rebelde si piensa que una cierta manifestación es
excesiva. Ni está fuera de orden si considera que usted o su iglesia
están demasiado enfocados en doctrinas secundarias en vez de
enfatizar el alcanzar a Cristo mismo.
El asunto no es si seguimos una doctrina o caemos arrastrados
por una ola. La cuestión real es si vamos a crecer a la estatura de la
plenitud de Cristo.
15

E de quien guarda la visión

Andar con Dios es caminar por una senda de creciente


sometimiento y confianza. Ciertamente ya llega el tiempo cuando el
Señor Jesús confrontará nuestra tendencia de controlarlo. No
solamente sabremos de manera doctrinal que Cristo es Señor sino
que le serviremos como Señor.

I
Si usted se siente más atraído por la oración que por la promoción,
por la humildad más que por la pretensión de grandeza, el Señor lo
prepara para la gloria de Dios. Lo que Él obra en usted es típico de
lo que establece en otros miles de creyentes.
Sin embargo, antes de que el Padre revele finalmente a Cristo
como Señor sobre la tierra, lo revelará primero como Señor de la
iglesia. Y aunque debemos regocijamos, también debemos prestar
atención. Porque hasta que estemos cara a cara en gloria con
Jesús, vamos a estar en transición. El llamado de Cristo para cada
uno de nosotros sigue siendo: «ven y sígueme» (Lucas 18:22). Si
caminamos con Él en obediencia, nos llevará a la plenitud de su
presencia.
No obstante, las transiciones pueden ser atemorizantes. La
incertidumbre de los tiempos que transcurren entre una y otra cima
espiritual nos pueden hacer rehenes de las bendiciones de ayer.
Recordemos con piadoso temor que la serpiente de bronce que
llevó sanidad a Israel en el desierto, en los días de Ezequías, se
había convertido en un ídolo que tuvo que ser destruido. Nuestros
corazones deben postrarse ante Dios solamente, porque aun los
dones espirituales, aislados de Cristo el Dador, pueden llegar a ser
idolátricos.
Por lo tanto, para navegar con éxito en estos tiempos de cambio,
el Señor pide de nosotros una nueva sumisión a su señorío. Él
demanda que nuestras ideas y expectativas preconcebidas se
sometan a Él. Porque si continuamente le decimos al Espíritu Santo
dónde queremos ir, neutralizaremos nuestra capacidad de oír a
dónde nos quiere llevar.
C
Para comprender mejor los cambios que Dios inicia en la iglesia,
vamos a estudiar la vida de María, la madre de Jesús. Dios había
bendecido a María más que a cualquier otra mujer. Sólo a ella se le
concedió el maravilloso privilegio de dar a luz al Hijo de Dios.
Aunque la promesa y el propósito de Dios con María no tienen
paralelo, en dos aspectos importantes la promesa de Dios a
nosotros es similar a la de ella. En primer lugar, así como María
recibió a Cristo en su cuerpo físico, nosotros recibimos a Jesús en
nuestros espíritus. Y segundo, así como ella lo dio a luz, nuestra
tarea es liberar a Jesús del vientre de nuestra religión. Nuestro
destino no es llevar a Cristo dentro de nosotros sino revelar la
plenitud de su gloria en este mundo.
En este mismo momento, en un lugar más profundo que las
doctrinas de nuestra iglesia, habita en nuestro espíritu el Espíritu de
Cristo. La consecuencia de esta unión es que el Espíritu de Cristo
con nuestro espíritu amplía los siete días originales de la creación a
ocho. Somos nuevas criaturas de una nueva creación (cf. Gálatas
6:15). En este nuevo comienzo del eterno plan de Dios, Jesucristo
representa las primicias de una nueva raza de hombres (cf. 1
Corintios 15:45).
Así como Jesús fue, es y será Dios y hombre, así la Iglesia es
actualmente la habitación de Cristo, el templo del hombre. No hay
en nosotros un Jesús diferente al que habita en los cielos. Es el
Cristo envuelto en la gloria de los cielos, y es el Cristo vestido de
carne humana en la tierra.
Nuestra salvación es nada menos que el Perfecto que mora en los
imperfectos, el Todopoderoso que habita en la debilidad, el
Todosuficiente que vive entre personas con carencias. Este es el
misterio y la gloria de nuestra salvación: el mismo Cristo en su
plenitud llegó a nuestras vidas!
Es crucial para el éxito de su misión que recibamos estas
verdades con fe, que decidamos que éstas serán nuestra realidad y
no solamente nuestra teología. Es en este hecho, el de llevar la
presencia de Cristo en nosotros, que compartimos con María la
maravilla del propósito de Dios para nuestras vidas.
J
Aunque José era un buen hombre, fue María la que alimentó a
Jesús y continuó criándolo después de la muerte de José. En efecto,
vemos que María se convirtió en la matriarca de la familia y, bajo su
influencia espiritual, llegó Jesús a la madurez. Era, pues, natural
que, con el tiempo, María se considerara a sí misma «guardiana de
la visión y de Aquel que había de venir», porque en realidad lo era.
«Y (Jesús) vivió sujeto a ellos» (Lucas 2:51 é.a). Esta es una cosa
asombrosa: Jesús, el Señor de los cielos, sujeto a un humilde
carpintero y su esposa. Pero si pensamos en esto, ¿no es
igualmente asombroso que el gobierno de Cristo en su Iglesia esté
sujeto, por lo menos en parte, a núestras iniciativas? Él se somete a
nuestros programas y al horario de nuestros servicios. Obra dentro
de los límites de nuestras debilidades y temperamentos. Sin
embargo, debemos preguntarnos con honestidad: ¿es la voz de los
cielos o la de las tradiciones humanas la que determina por cuánto
tiempo lo adoramos el domingo en la mañana?
Si el Señor así lo decidiera, en un instante podría revelar su
majestad y lograr un tembloroso sometimiento de toda la raza
humana. Sin embargo, El se contiene a Sí mismo al elegir no
intimidamos sino inspirar nuestra obediencia. Decidió esconder su
gloria, y no de nosotros sino en nosotros. Y luego, a fin de
perfeccionar nuestro carácter, se somete a nuestras iniciativas, a
nuestra hambre y nuestra fe.
Sin embargo, el hecho de que Jesús se adapte y se someta a Sí
mismo a las condiciones que le ofrecemos, no significa que haya
aprobado nuestras limitaciones. La norma de la Iglesia no es esta
misma, es Cristo. Y este es nuestro dilema actual: así como Jesús
se sometió a María y José y ellos se convirtieron, por algún tiempo,
en «guardianes de la visión», así supusimos que Él continuará
viviendo «sujeto» a nosotros. Pero no es así. Porque cuando Jesús
se levante a ejercer su señorío para salvarnos, primero tiene que
liberamos de nuestros esfuerzos por controlarlo a Él.
U
Es significativo que María seguía ejerciendo su supervisión
matriarcal aun después de que Jesús fuera un hombre maduro. En
la fiesta nupcial, en Caná, encontramos a Jesús, a sus discípulos y
a María, la «guardiana de la visión». «No tienen vino», le dijo María
a su hijo. Jesús le responde: «¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no
ha venido mi hora» (Juan 2:3-4 RVR-60). A pesar de lo que Jesús le
dijo, María le dice a los sirvientes: «Hagan lo que Él les ordene» (v.
5). Aunque yo me asombro del hecho de que el Padre obró a través
de María para orquestar este milagro, el hecho es que Jesús no vino
a hacer la voluntad de la madre sino del Padre. Ya era tiempo que el
hijo de María comenzara su ministerio como el Hijo de Dios.
Era necesaria una reversión significativa de autoridad en la
relación entre Cristo y María; un cambio que ella no esperaba. En su
mente, este sentido de influencia era sencillamente una continuidad
de la responsabilidad que Dios le había dado como «guardiana de la
visión».
El problema del control empeoró después del milagro en Caná:
«Después de esto Jesús bajó a Capernaúm con su madre, sus
hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos días» (Juan
2:12). El versículo dice que Jesús y su madre descendieron a
Capernaúm. ¿Lo puede ver? María, la «guardiana de la visión»,
asumió que lo que ella pensaba era una posición legítima, un lugar
ganado de influencia con Cristo.
En defensa de María, podemos decir que ella estuvo el mayor
tiempo con Jesús, pagó el precio más alto. Más que ningún otro, ella
escuchó la Palabra y la creyó; su fe hizo que el mismo Cristo
naciera. Ella sirvió de magnífica manera los propósitos de Dios. Tal
vez tiene el derecho de pensar que Cristo puede obrar milagros
mientras ella siga siendo la influencia guiadora. Su prolongado
interés materno no era malo sino apenas algo natural.
No obstante, Dios había determinado que era tiempo de que Jesús
rompiera los lazos de influencia y control humanos. Ahora Jesús tan
solo haría las cosas que vio hacer a su Padre.
Yo creo que es a esto a lo que Dios celosamente nos dirige: a
vaciamos de nuestros planes, de nuestras falsas expectativas, de
las tradiciones no bíblicas para que Cristo solo sea el Señor sobre la
Iglesia. En el capítulo siguiente, veremos cómo el Señor liberó a
María. Lo que aprendemos ahora es que, aunque hayamos servido
como guardianes de la visión, debemos sometemos ahora al Señor
de la visión.
16

U tu corazón

Los planes de Dios están llenos de sorpresas.

No importa qué tan verdadera sea la visión que Dios reveló, nunca
se realizará de la manera que imaginamos. Todas nuestras
expectativas son incompletas. De hecho, nuestras mismas ideas a
veces se convierten en los obstáculos más sutiles que se interponen
entre nosotros y nuestro futuro planeado por Dios. Por eso, tenemos
que mantener nuestras mentes dispuestas y sometidas a Dios,
porque cuando Él cumple su Palabra, siempre lo hace «mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Efesios 3:20
RVR-60).
En el capítulo anterior, hablamos de María y de su papel como
«guardiana de la visión». En este vamos a discutir la manera en que
Dios debe cambiar nuestra actitud de tener el control a un completo
sometimiento.
Es interesante que, en la primera etapa de preparación de María
por parte de Cristo, lo encontráramos resistiéndola a Él. Antes de
que el Señor lleve a alguno de nosotros a una nueva fase de su
voluntad, tiene que desmantelar ese «sentido de haberlo logrado
todo» que a menudo acompaña nuestra antigua relación con su
voluntad. Es un hecho que muchos movimientos de iglesias, dentro
y fuera de las denominaciones, comenzaron con sencillez. Almas
hambrientas anhelaron y encontraron más de Dios, pero, con el
tiempo, a medida que crecieron en cantidad, el éxito reemplazó el
hambre; la gente empezó a sentirse más satisfecha con las
bendiciones de Dios que con su presencia. Y entre estas dos cosas
existe una enorme diferencia.
El apóstol Pablo arroja luz sobre este fenómeno y utiliza a Israel
como ejemplo al escribir: «fracasó en alcanzar su meta. ¿Y por qué?
Porque fijaron su pensamiento en lo que lograron, no en lo que
creyeron» (Romanos 9:31-32 Phillips).
Lo que le ocurrió a Israel es típico en todos nosotros. Sin damos
cuenta, nos encontramos descansando en lo que logramos. La
Biblia dice que Dios resiste al orgulloso pero da gracia al humilde
(cf. Santiago 4:6). Es siempre su misericordia la que desvía nuestra
vista de nuestros logros hacia el conocimiento de nuestra
necesidad.
Hoy muchas personas de diversas denominaciones cristianas
comienzan a reconocer sus fallas personales. El hecho cierto es que
todos necesitamos corrección. Y el comienzo de ese proceso es que
Cristo resiste nuestro orgullo y nos da nueva hambre de conocerlo a
Él.
De ahí que, para llevar a María en última instancia a un nivel más
alto, Jesús tuvo que reducir la opinión que ella tenía de sí misma. Él
la resiste en su nivel actual. Es interesante que, como respuesta a
su actitud, la necesidad de María de controlar parece aumentar y
tomarse más fuerte.
«Luego entró en una casa, y de nuevo se aglomeró tanta gente
que ni siquiera podían comer Él y sus discípulos. Cuando se
enteraron sus parientes, salieron a hacerse cargo de él, porque
decían: “Está fuera de sí”» (Marcos 3:20-21).
Estas son palabras bien fuertes: hacerse cargo de Él... está fuera
de sí. Es muy probable que la influencia dominante en los parientes
de Jesús haya venido de María. ¿Fue su inquietud la que causó la
de ellos? El asunto no es que Jesús hubiera perdido la razón sino
que ellos perdieron el control. Porque para que Jesús tome el
control, tenemos que perderlo nosotros. El avivamiento es así de
sencillo.
Debemos ser conscientes de que, cuando el Cristo real comience
a manifestarse a su iglesia, primero reducirá nuestro papel de
realizadores al de seguidores otra vez. La esencia del poder de
Cristo para sanar, liberar y obrar milagros radica en la revelación de
su señorío. Desconozca la soberanía de Cristo en su iglesia y le
robará a la iglesia su poder. A Él no se le puede manipular, ni
sobornar ni mendigar. Recuerde que Jesús no hizo milagros hasta
que empezó a manifestarse como Señor. De ese momento en
adelante, las únicas relaciones que Él apoyó activamente fueron las
que lo reconocieron como Señor y se sometieron a su señorío.
La siguiente escena en el Evangelio de Marcos comienza así:
«Llegaron la madre y los hermanos de Jesús» (v. 31). Podemos
imaginar que, externamente, María es la que sutil pero claramente
lleva la iniciativa, aunque en su interior quizá tiene dudas e
inseguridad. Jesús está rodeado de la multitud, y le dicen: «Mira, tu
madre y tus hermanos están afuera y te buscan» (v. 32). La
implicación de lo dicho es: hay alguien aquí con algo más importante
que lo que tú haces ahora.
En otro orden de ideas, es correcto honrar a la familia de uno con
privilegios especiales, pero sin poner tal cosa por encima de la
voluntad de Dios. María está buscándolo afuera. Por primera vez en
su vida siente una distancia espiritual entre su hijo y ella. Nosotros
podemos ver que, mientras más nos dedicamos a controlar a otra
persona, menos íntima es nuestra relación con ella; porque la
intimidad se basa en la vulnerabilidad y en la sumisión, no en el
control. De todos los que están cerca de Jesús, María y su familia
son los que más se desprendieron de Él; ellos están ahora fuera de
la esfera de la comunión íntima.
Cuando le dijeron a Jesús que su madre había llegado, aprovechó
la oportunidad para poner fin a esta etapa de su relación, al decir:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? —replicó Jesús. Luego
echó una mirada a quienes estaban sentados alrededor de él y
añadió: —Aquí tienen a mi madre y a mis hermanos. Cualquiera que
hace la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre»
(Marcos 3:33-35).
Ellos estaban afuera pero suficientemente cerca para oír su
reproche. En ese instante se cumplieron las palabras de Simeón a
María treinta años atrás: una espada traspasó su corazón y sus
íntimos pensamientos fueron revelados (cf. Lucas 2:35). Como un
cirujano y con mucha misericordia, Cristo extirpó de María el fuerte
deseo de controlarlo.
En nuestros días, Dios remueve quirúrgicamente lo que hay en
nosotros que pretende controlar a Cristo. Fue por el bien de María
que Cristo removió su tendencia al control. Fue en su beneficio que
Él destruyó lo que en ella inconscientemente se oponía a su
señorío. Hay veces en nuestro caminar con Dios que es bueno que
el Señor elimine actitudes nuestras que limitan su «libertad» para
transformarnos. Si de verdad somos sus discípulos, no solamente
sobreviviremos a su reproche sino que produciremos más fruto
después de su poda.
Al paso que el día de su regreso se acerca, debemos esperar y
veremos muchos cambios. Nuestro destino es ser el cuerpo de
Cristo que lo tiene a Él como la cabeza. La Iglesia fue creada para
recibir sus instrucciones mediante una relación viva con El. No hay
otra forma en que podamos ser guiados por Él sino al buscarlo en
oración y al recibir su Palabra con corazones contritos.
C S
Jesús no es cruel cuando termina con nuestros esfuerzos por
controlarlo. ¿No dijo Él: «Quien quiera servirme, debe seguirme?»
(Juan 12:26a). ¿Y no está junto con su mandato su promesa:
«Donde yo esté, allí también estará mi siervo?» (v. 26b). Si le
seguimos, tendremos comunión permanente con Él. Su resistencia a
nuestros esfuerzos por controlarlo es una respuesta a nuestros
deseos más profundos. Oramos y laboramos para ver al Jesús real
emerger a través de toda su Iglesia, ¡y lo hace! Pero Él viene como
Señor.
Al mismo tiempo viene bien aquí una palabra de advertencia. Esta
transición no es una luz verde para usurpar la autoridad del pastor,
ni es una excusa para justificar el desorden y la desobediencia en la
Iglesia. Si nos situamos en una posición y una actitud de oración, y
ministramos a Jesús como Señor, tal como lo hicieron los líderes en
Hechos 13:1-3, veremos las más extraordinarias demostraciones del
poder y la gloria de Dios.
Si queremos que nuestro cristianismo tenga realmente a Cristo,
tenemos que permitirle reinar. Ciertamente nuestras vidas entrarán
en una mayor dependencia de Dios. Sí, nos veremos forzados a
acoger los cambios más drásticos. Sin duda alguna, seremos
reducidos a algo parecido al comienzo de nuestro caminar con el
Señor. También recuperaremos el amor de nuestra alma en una
fervorosa búsqueda del Todopoderoso. ¡Y cuánto le complace a Él
esta búsqueda!
A este estado del corazón se le llama bíblicamente el «primer
amor», y sin éste no puede haber realidad de Dios en nuestra vida.
Mire, sus brazos no son tan cortos como para que no pueda
alcanzar nuestras iglesias y nuestras ciudades. El privilegio del
Señor es concedemos la entrada a la experiencia más profunda,
maravillosa, impredecible y gloriosa que podamos tener: ¡conoce el
poder del Dios Vivo!
La realidad se llena de significado. Lo que una vez era vago ahora
es un cumplimiento de la Palabra de Dios. Pero eso también infunde
temor.
Hay algo en la presencia real de Dios cuando interactúa de
manera sobrenatural con el ser humano que no tiene paralelo en la
mera religiosidad. Es un tiempo de poder pero también de gran
cautela. No solamente los muertos cobran vida sino que también los
vivos pueden caer muertos, como ocurrió con Ananías y Safira. ¡Es
lo más emocionante, pero también espantoso! Como la experiencia
de las mujeres frente a la tumba de Cristo, llenas de «temor y gran
gozo» (Mateo 28:8 RVR-60), tal es nuestra experiencia cristiana
cuando Jesús es el Señor sobre su Iglesia.
Lo que es quizá más maravilloso en esto de servir al Señor es que,
aun cuando fallamos y fracasamos, Él permanece fiel a su propósito
en nuestras vidas. Con Él la corrección no es rechazo. Sus manos
quizá hieren, pero también curan.
El fin de nuestra historia acerca de María es este: en el día de
Pentecostés, ella y sus hijos, los hermanos de Jesús, fueron todos
parte de los ciento veinte que oraban y esperaban en el aposento
alto. Las Escrituras mencionas a María por su nombre (cf. Hechos
1:14).
María en realidad demostró ser la sierva del Señor. Aquí se
encontraba esta notable mujer, humillada y quebrantada, pero una
vez más servía a Dios en el más alto nivel de sumisión. Ella obtuvo
lo que quiso desde el principio: intimidad profunda con Cristo. Pero
logró su objetivo no con el esfuerzo o al tratar de controlar a Jesús
sino sometiéndose a Él.
Por el Espíritu Santo y de la manera más rica, María tuvo viviendo
otra vez a Jesús dentro de su ser. Aprendió el secreto de ser una
seguidora, no una controladora del Señor Jesucristo en el día de su
gloria.
17

Vaya tras quienes siguen a Cristo

«Hermanos, sigan todos mi ejemplo, y fíjense en los que se


comportan conforme al modelo que les hemos dado. Como les he
dicho a menudo, y ahora lo repito con lágrimas, muchos se
comportan como enemigos de la cruz de Cristo»

Filipenses 3:17-18
El apóstol Pablo enfrentó un grave problema en el primer siglo:
muchos engañadores se habían introducido a la Iglesia. Él dijo que
estos falsos líderes eran enemigos de la cruz de Cristo y exhortó a
los filipenses a reconocer las diferencias entre un verdadero hombre
de Dios y un falso maestro o profeta. Sin ninguna pose de falsa
humildad, Pablo declaró que tanto su visión como su actitud en
cuanto a cómo realizarla son ejemplos que nosotros debemos
seguir.
En el contexto dentro del cual escribió Pablo, describe su justicia
propia antes de encontrar a Cristo y su radical abandono de la
confianza en la carne, después que lo encontró. Vamos a estudiar
cuidadosamente estos versículos, porque en una época en que el
engaño y las distracciones crecen cada día, encontramos una
norma que nos mantiene en ruta hacia la plenitud de la presencia de
Cristo.
C
Pablo comenzó este tercer capítulo de Filipenses con una
prevención. Dijo: «Cuídense de esos perros, cuídense de esos que
hacen mal, cuídense de esos que mutilan el cuerpo» (v. 2).
Había tres clases de maestros acerca de los cuales hizo una
advertencia. La frase cuídense de los perros todavía se utiliza hoy.
Significa que hay un animal perverso aquí. Además, la mayoría de
los perros de los tiempos de Pablo eran basuriegos. En el primer
siglo, uno podía encontrar docenas de estos animales comer
desperdicios en los basureros fuera de las ciudades.
La Iglesia de hoy tiene personas parecidas: los que andan
buscando faltas, personas sin fe o amor reales que continuamente
se alimentan de la basura de la vida. La advertencia de Pablo es
válida hoy: ¡cuídese de quienes le susurran malignidades al oído,
los que continuamente descubren las faltas de los demás! Si usted
los escucha, sus palabras le robarán su visión, lo dejarán sin alegría
y drenarán sus energías.
Hay otros que no pueden aceptar las promesas de Dios de una
Iglesia glorificada al final de esta era. La idea de la unidad entre los
cristianos no solamente los asusta, también los enoja. A pesar de
las críticas que hicieron, la expectativa de un tiempo especial de
gloria al final de la era fue la visión de los apóstoles. Pero su
advertencia se mantenía vigente: cuídense de los perros.
Pablo también advirtió sobre los malos obreros. Éstos son más
difíciles de identificar que los «perros», pero él los describe
brevemente en el primer capítulo. Son los que predican a Cristo por
«envidia y rivalidad / por ambición personal» más que por amor
(Filipenses 1:15, 17). Cuídense, dijo Pablo, de quienes predican a
Cristo para edificar sus propios reinos, cuyos ministerios están
motivados por la ambición. Santiago agrega: «Porque donde hay
envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de
acciones malvadas» (cap. 3:16). En nuestra nación, este es un
grave problema en la iglesia. Que Dios nos ayude a todos a predicar
a Cristo con pureza y con un corazón amoroso.
La tercera advertencia fue dirigida contra la circuncisión (cf. v. 2).
Estos eran los judíos cristianos que, cuando fueron salvados,
trataron de hacer del cristianismo una extensión del judaismo. Esta
última enseñanza fue la más peligrosa, por cuanto parecía ser la
más razonable.
La esencia de este error consistía en que la expiación de Cristo no
era suficiente para la salvación; además, era necesario guardar todo
el conjunto de las leyes mosaicas. Pablo escribió los catorce
versículos siguientes para refutar a estos legalistas, así como para
darle a la iglesia un claro ejemplo de lo que significa ser un auténtico
cristiano.
E
«Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu
servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo
confianza en la carne» (v. 3 RVR-60). Pablo explica que, en cuanto
a la justicia por la Ley, él había sido irreprensible, claro que después
de enumerar todas las cosas de las cuales su carne podía alardear:
nacido de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, fariseo,
perseguidor de la Iglesia. Él afirmó: «Pero cuantas cosas eran para
mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo» (v.
7 RVR-60).
Según la definición apostólica de cristianismo, la verdad se
encuentra en conocer a Jesús. Nosotros no guardamos la Ley:
guardamos a Jesús. Si realmente lo guardamos sin violar el espíritu
de la Ley, superaremos la justicia de la Ley.
Pablo dijo que él estimaba «todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (v. 8 RVR-
60). Todo lo que Pablo pudo haber tenido en la carne lo consideró
pérdida con el fin de ganar a Cristo.
Cristo era más que el Dador de la Ley. Él era el Dador de la fe, del
amor, de la vida, de la salud, del poder.
Pablo sigue diciendo: «A fin de conocerle (a Cristo), y el poder de
su resurrección» (v. 10 RVR-60 é.a). Si decimos que lo conocemos,
pero no conocemos el poder que lo levantó de la tumba, realmente
no lo conocemos como es. En Hechos, Pedro proclamó que era
imposible que la muerte retuviera a Jesús (cf. cap. 2:31). Hebreos
nos dice que Cristo fue levantado como sacerdote por el «poder de
una vida indestructible» (cap. 7:16). Estar íntimamente familiarizado
con la vida de resurrección de Cristo como fuente de nuestra vida es
conocer una faceta de la naturaleza de Cristo.
Pablo también acogió «la participación de sus padecimientos,
llegando a ser semejante a él en su muerte» (Filipenses 3:10 RVR-
60). El conocimiento del poder de Cristo es accesible sólo mediante
la conformidad con su muerte; la resurrección se logra después de
la crucifixión. No hay nadie que entre a la plenitud de la presencia
de Cristo que, sin cargar la cruz, pueda llegar allí. El yo ocupa el
corazón y le niega a Cristo la entrada a nuestras vidas. Sin la cruz,
el yo se convierte en nuestro Dios.
La participación de los sufrimientos de Cristo es una parte del
proceso de conocerlo. Pablo no acogió la muerte en un morboso
acto de rendición a la destrucción; acogió la muerte de Cristo, la
muerte del yo. Es el sometimiento a la voluntad de Dios el que
manifiesta la presencia de Cristo dentro de nosotros. Mediante este
sometimiento perdonamos a quienes nos han «crucificado»: es un
sacrificio de amor, no meramente de negación personal.
Al conocer a Cristo, Pablo estaba hambriento de conocer ambos
aspectos: sus sufrimientos y su resurrección. El hambre por conocer
a Cristo es parte del patrón de un verdadero cristiano.
Pablo continuó diciendo: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya
sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo
cual fui también asido por Cristo Jesús» (v. 12 RVR-60). Guarde en
mente este pensamiento: ¡este era un apóstol que avanzaba! Un
cristiano maduro que seguía adelante.
El dijo: «Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás,
y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (vv. 13-14 RVR-
60). ¿Qué fue lo que Pablo decidió «olvidar»? Él puso a un lado las
heridas, las ofensas y los dolores del ayer para entregarse
totalmente al más alto llamado de Dios en Cristo. Mientras
recordemos continuamente el pasado, no podemos liberarnos del
mismo. Al actuar así, nos descalificamos nosotros mismos para
acoger el futuro que Dios tiene para nosotros.
El premio en el verdadero cristianismo es lograr la gloria de Dios.
Para obtener ese premio, vale la pena dejar todo lo demás. Todos
los que le permitirían a usted sentarse pasivamente con una falsa
seguridad están ciegos a la meta, al premio, al supremo llamamiento
de Dios hacia el cual Pablo mismo avanzaba.
Muchos maestros pasarán por su vida. Al buscar dirección,
recuerde las advertencias de Pablo: ¡nunca siga a alguien que no
vaya hacia adelante, hacia el premio de Cristo Jesús! Usted puede
orar por ellos, estar con ellos, y darles aliento. Pero si no van a
donde usted se dirige, ¡no los siga!
Pablo continuó diciendo: «Así que, todos los que somos perfectos,
esto mismo sintamos» (v. 15 RVR-60). Fue en este mismo contexto
que dijo: «Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se
conducen según el ejemplo que teneís en nosotros» (v. 17 RVR-60
é.a). Por supuesto que el primer ejemplo y el máximo para nuestras
vidas es Jesucristo. No obstante, Pablo era el modelo para alguien
que procuraba el modelo perfecto, Jesús.
En este mundo de ilusiones, engaños y seducciones, tengamos
cuidado de quiénes son como perros, siempre enfocados en la
basura de la vida. Huyamos de los malos obreros que están llenos
de envidia y ambición. No nos sometamos a los legalistas que nos
imponen normas de justicia diferentes a Cristo.
Pablo nos dice que todos estos son «enemigos de la cruz de
Cristo. Su destino es la destrucción» (vv. 18-19 RVR- 60). Nosotros
más bien corramos para procurar la semejanza de Cristo. Como
Pablo, avancemos hacia el premio glorioso: asir a Cristo Jesús
nuestro Señor. Porque así se manifestará su presencia en nosotros.
18

Los que están delante de Dios

La posición de estar delante de Dios es el máximo servicio que


podemos lograr en la realización de los propósitos del Señor. Él
quiere enseñarnos a permanecer en su presencia.

E
No hay duda de que cada uno de nosotros pronto se dará cuenta
que tenemos limitaciones para servir a Dios en el nivel actual.
Sencillamente, necesitamos tener más de su plenitud: instrucciones
más claras, mayor poder, un amor más perfecto. Estos recursos no
los encontramos en ningún otro lugar que no sea en la presencia del
Señor. Las frustraciones que a veces sentimos son en realidad una
forma en la que Dios nos enseña que hacemos su voluntad sin el
poder de su presencia.
Pero que no nos quepa duda: al final de la era, habrá un tiempo de
poder, de descanso y de habitar en Cristo cuando literalmente
oiremos y serviremos al Rey de los cielos. Hablo de una relación en
la cual Dios mismo obra a través de nosotros. Estar delante del
Señor es entrar a ese tiempo.
Hay varios niveles en que podemos permanecer delante de Dios.
Usted puede estar delante de Él en representación de su familia, su
iglesia, su comunidad o su nación. Donde quiera que Él lo ubique,
su tarea será representar al Señor como alguien enviado por Él, con
su misión y su mensaje. Su función será orar por quienes Él puso en
su corazón y hablar con ellos cuando el Señor tenga algo que decir.
A medida que los días se manifiesten, no solamente conoceremos
la presencia del Señor en las formas más maravillosas sino que
podremos identificar su voz. Porque, ¿qué siervo hay que no pueda
entender lo que su amo requiere? De ahí que podemos esperar que
el Señor haga conocer su voluntad de la manera más clara, lo que
exigirá que cada uno de nosotros escuche personalmente su voz.
Estar en su presencia y oír su voz es nuestro objetivo. Por lo tanto,
ascendamos en fe adoradora hasta que entremos al fuego de la
gloria de Dios. Allí, Él nos enseñará a estar en quietud, sin
pensamientos ansiosos que desvíen la atención hacia otro lugar.
Como siervos, esperemos hasta que Él hable a nuestros corazones.
Al mismo tiempo, esto no quiere decir que no hagamos nada en
cuanto a las demás cosas de nuestra vida. A medida que
aprendemos a reconocer su presencia y su voz, tenemos que
permanecer fieles en las cosas pequeñas. Aunque somos fieles en
nuestras responsabilidades, no podemos permitir que éstas nos
distraigan. Viene algo más grande, algo de lo cual nuestra fidelidad
en las cosas pequeñas es el fundamento y el preludio.
E
A través de toda la Biblia leemos acerca de hombres y mujeres de
Dios que estuvieron delante del Señor. Al acercarse el regreso de
Cristo, no será diferente: Dios tendrá otra vez quienes esperen en
Él. Tendrá un pueblo que lo represente en todos los aspectos de la
humana existencia. Y ese pueblo oirá la palabra particular que Él
tiene para el mundo que los rodea. A primera vista, muchos
parecerán amas de casa o empleados del mundo, pero en realidad
habrán servido a Dios. Por lo tanto, a manera de ejemplo, miremos
la vida de algunos siervos de Dios. Al hacerlo, tendremos una
percepción de lo que significa estar delante del Señor.
«Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo
a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no
habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra» (1 Reyes
17:1 RVR-60 é.a). Otra vez encontramos esta singular posición en
las palabras del angélico mensajero del Señor a Zacarías: «Yo soy
Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte ...
mis palabras ... se cumplirán a su tiempo» (Lucas 1:19, 20 RVR-60).
Cuando somos enviados por Dios para hablar sus palabras, éstas
se cumplirán en su debido tiempo. La autoridad y la confianza que
provienen del hecho de haber sido enviados por Dios no tienen
substituto en la sola religión.
Las Escrituras declaran que quienes están delante del Señor,
habitan en el lugar más alto de servicio que se pueda rendir al
Todopoderoso. Estar delante de Él es vivir en un progresivo
sometimiento y disponibilidad para Dios. Quien está delante de Él es
mensajero del Señor, escogido y entrenado para transmitir las
palabras, las intenciones y los actos de Dios para este mundo.
En los días de su presencia, a quienes estén delante de Él, Dios
hará lo que describe el siguiente pasaje:
«Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos
sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y
los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra»
(Apocalipsis 11:3-4 RVR-60).
Escuché decir a algunos intérpretes que los dos testigos son
Moisés y Elías, o Enoc y Elías, o Juan y Moisés. Que Dios los
enviará otra vez a profetizar al final de esta era.
No creo que Dios traerá de nuevo a los antiguos profetas. Hacerlo
así sería justificar la doctrina de la reencarnación. Aun si el espíritu
de uno de estos profetas fuera a ministrar a una persona, como
ocurrió con Elías y Juan el Bautista, desde su nacimiento esa
persona tendría similitudes, pero de todos modos tendría su propia
personalidad. Juan el Bautista no era Elías, aunque el espíritu de
Elías ministraba a través de él (cf. Juan 1:21).
El mismo Dios que levantó a Moisés y Elías prepara, aun en este
mismo momento, a los dos testigos a los que se les asignará la
tarea determinada al final de la era: estar delante del Señor con
poder ilimitado.
«Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y
devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe
morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo,
a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder
sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra
con toda plaga, cuantas veces quieran» (vv. 5-6 RVR-60).
Sin embargo, no serán sólo los dos testigos los que profetizarán.
Creo que el Señor tendrá muchas personas que pasaron las
pruebas y aprendieron de sus conflictos y aflicciones, que
perseveraron en medio de los ataques demoníacos y superaron sus
propias debilidades personales. Habiéndose afirmado en la
presencia de Dios, permanecen ante Él en paz como sus siervos.
Aunque su nivel de autoridad no es igual al de los dos testigos,
cuando hablan, sus palabras tienen el peso del poder de Dios
mismo.
U :
Estar de pie delante del Señor es el resultado de la relación que
uno tiene con Dios. Y no implica que dejemos de arrodillamos, ni
significa que desarrollemos un sentido de congenialidad o de
familiaridad carnal con Él. Jesús estuvo en la presencia del Padre
mientras se arrodilló en el Getsemaní. Elías estaba en la presencia
de Dios mientras se postró siete veces en oración para pedir por
lluvia. Hoy existe en la iglesia un fenómeno espiritual conocido como
«ser muerto en el espíritu». La experiencia tiene su base en el caso
de quienes la Biblia narra que cayeron bajo el poder del Señor. Esta
fue una manifestación generalmente acaecida en el Antiguo
Testamento. Excepto cuando el Señor apareció a Pablo en el
camino a Damasco y luego a Juan en la isla de Patmos, esta
manifestación no ocurrió en el Nuevo Testamento. Sin embargo,
tiene su lugar en la Biblia y también en las vidas de muchos
cristianos de hoy.
No obstante, si aceptamos esta experiencia como bíblica,
sometámonos también al propósito de Dios en cuanto a esta
manifestación. En casi todos los ejemplos bíblicos de alguien que
cayó delante de Dios la experiencia fue un preludio de un nuevo
estar de pie delante de Él. Es parte de una comisión y representaba
un nuevo nivel de servicio a Dios.
Después de su encuentro con los ángeles del Señor, Daniel
escribió:
«Pero oí el sonido de sus palabras, y al oír el sonido de sus
palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en
tierra. Y he aquí una mano me tocó e hizo que me pusiese sobre
mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel,
varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte
en pie; porque a ti he sido enviado ahora» (Daniel 10:9-11 RVR-60
é.a).
Daniel fue muerto en el espíritu. Sin embargo, el resultado
inmediato fue que se le dijo que se pusiese de pie. Aquí podemos
ver el patrón: un hombre temblando temeroso a quien levantan para
que esté de pie delante de Dios. También Ezequiel vivió una terrible
manifestación del Señor. El profeta dice: «Y cuando yo la vi, me
postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que me hablaba». ¿Y qué
fue lo que el Señor le dijo? «Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y
hablaré contigo» (Ezequiel 1:28-2:1 RVR-60).
Ante la manifestación de la gloria de Dios fue imposible para
Ezequiel hacer otra cosa que caer. De igual manera, ante el
mandato de ponerse de pie, le fue imposible desobedecer cuando el
Espíritu entró en él. «Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y
me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba» (cap. 2:2 RVR-
60).
Dios le dijo a Ezequiel que se levantara y se mantuviera de pie.
Hay un tiempo cuando caer o permanecer postrado es un acto de
desobediencia. Muchos cristianos acuden una y otra vez a que se
ore por ellos y esperan «caer bajo el poder de Dios». Tal vez lo que
debemos hacer es descubrir qué nos quiere decir el Señor. Quizá el
Señor nos llama a permanecer de pie por nuestras familias,
nuestros vecinos, nuestras comunidades o nuestras iglesias. Creo
que le quitamos a este fenómeno el propósito de Dios: levantar a las
personas para que estén delante de Él.
A A
«Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos
de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie
delante del Hijo del Hombre» (Lucas 21:36 RVR-60).
Tradicionalmente, este versículo se ha utilizado para identificar a
quienes serán arrebatados por Cristo en el rapto. Pero usted no
necesita orar para tener fuerzas para ascender con Cristo en el
arrebatamiento, porque la participación en Él no depende de sus
fuerzas sino de la autoridad de la orden de Cristo. Cuando
mencionamos la frase estar en pie delante del Hijo del Hombre (el
Señor), en todos los demás casos en la Biblia se habla del acto de
la unción y de comisionar, e implicaba unidad con el poder y el
propósito de Dios.
En las últimas horas de esta era, el Señor levantará a individuos
que no solamente entrarán a su presencia sino que permanecerán
allí a su servicio. Será su alegría y su destino cumplir la voluntad de
Dios al final de los tiempos.
P IV

«El corazón me dice: “¡Busca su rostro!” Y yo, Señor, tu rostro


busco»
Salmo 27:8
19

«D F lo extraño»

Si todas estas cosas son ciertas y la gloria del Señor aumentará,


¿qué hacemos nosotros como preparación?

No podremos obtener la gloria que viene si no apreciamos la gloria


que está aquí ahora. En este mismo momento, la presencia del
Señor es accesible a cada uno de nosotros. Sin embargo, la meta
de Dios para nosotros es que entremos en Su presencia y moremos
con Él. Y esto es precisamente contra lo cual lucha satanás con
todas sus fuerzas.
La naturaleza de esta batalla no es fácilmente discernible. El
enemigo no se presenta con apariencia de fuego. No nos amenaza
con retaliación si empezamos a buscar a Dios. El es mucho más
sutil; manipula las cosas buenas de las bendiciones de Dios para
mantenernos alejados de la bendición mayor, del regalo mejor: ¡la
presencia del Señor!
El diablo tiene en nuestra naturaleza carnal una cómplice siempre
dispuesta. Salomón dijo: «He aquí, solamente esto he hallado: que
Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas
perversiones» (Eclesiastés 7:29 RVR-60). Nuestras muchas
perversiones, artificios y tecnologías, con toda la comodidad que
proveen, no nos sustentarán en los días venideros. Definitivamente
éstos no serán un sustituto de Dios. Nuestro problema es que, en
vez de tener corazones llenos de Dios, estamos repletos de deseos
de las cosas de esta vida.
Recuerde la advertencia de Jesús:
«Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no
se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida,
y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo
vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra»
(Lucas 21:34-35 RVR- 60).
Demasiados cristianos están sencillamente disipados y secos
debido a las atracciones y la abundancia de nuestra próspera
sociedad. Permítame decirle que la mayoría de estas cosas no son
malas en sí mismas, especialmente si se toman con moderación. El
engaño está en nuestra definición de moderación, porque lo que a
nosotros nos parece un modesto estilo de vida es exceso y lujo para
el noventa por ciento del mundo.
Buscar los placeres de este mundo puede llegar a ser intoxicante.
Es aquí en donde la actividad de satanás se hace más velada. En
vez de buscar a Dios y estar disponibles para su voluntad, muchos
cristianos están atrapados por las deudas y los deseos. Como la de
los antiguos babilonios, la nuestra «es tierra de ídolos, y los ídolos
provocan locura» (Jeremías 50:38 AMP). Muchos cristianos están
atrapados en todo este tipo de distracciones.
La idolatría se nos volvió tan familiar que ya no nos extraña. En
realidad llamamos a las estrellas favoritas del deporte y el cine
«ídolos». Estos individuos en efecto son idolatrados por millones de
seguidores. Pero lo que nosotros continuamente idolatramos
terminará por demonizar nuestras vidas.
Es en medio de esta gran prosperidad social y de toda esta
cantidad de distracciones que el Señor quiere que caminemos con
la mente y la atención concentrada en su gloria. ¿Podemos hacerlo?
Sí, pero es necesario que nos desembaracemos de la televisión, o
por lo menos abstenernos de la misma durante un mes. Si eso es
demasiado para usted, niéguele la entrada a su mente por una
semana. El grado de dificultad en apagar la televisión es la medida
de nuestra esclavitud. Si no podemos desecharla, es porque somos
cautivos de ésta.
En una tierra en la cual los excesos, la ambición y la envidia son
los consejeros de la gente, solamente quienes viven en la sencillez
de Cristo son verdaderamente libres. Debemos escoger la presencia
de Dios como nuestra porción en la vida.
Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5:3 RVR- 60). Ser pobres en
espíritu es ser libres de la avaricia oculta; es ver y poseer el reino de
los cielos.
Si usted está realmente libre de avaricia, si en efecto no se inclina
ante Mamón —dios del dinero—, el Señor comenzará a derramar su
riqueza sobre usted. Si su corazón en verdad se convierte en
posesión del Señor, Él comenzará a confiarle a usted sus
posesiones, tanto las celestiales como las terrenales. Cuando usted
llega a ser esclavo de Cristo, la tierra será esclava suya; ésta
también tendrá que someter sus recursos para los propósitos de
Dios.
C
Si satanás no puede distraerlo a usted con la mundanalidad,
procurará cansarlo incluso al utilizar las buenas obras que hace para
el Señor como medios de agotar sus energías. El profeta Daniel
habla de un tiempo al final de esta era cuando el enemigo oprimirá a
los santos del Altísimo (cf. cap. 7:25).
Dios nunca planeó que hiciéramos Su voluntad sin Su presencia.
El poder para realizar el propósito de Dios viene de la oración y la
intimidad con Cristo. Es así, en estrecha relación con Dios, como
encontramos un flujo henchidor de virtud espiritual.
Al comienzo de mi ministerio, el Señor me pidió que le consagrara
personalmente el tiempo que va desde el amanecer hasta el medio
día. Yo pasaba estas horas en oración, adoración y estudio de su
Palabra. A veces adoraba a Dios durante horas y escribía canciones
que me llegaban de su magnífico santuario de amor. La presencia
del Señor era mi delicia, y yo sabía que mi tiempo con Él no
solamente era bien invertido sino agradable para los dos.
Pero a medida que empecé a cosechar los frutos de la influencia
de Cristo en mi vida, el Espíritu Santo me traía más y más personas
para ministrarles. Con el tiempo, al aumentar el número de
personas, llegué a recortar en cuarenta y cinco minutos el final de mi
tiempo devocional. Las horas de ministración se prolongaban hasta
la noche, y dejé de levantarme tan temprano como lo hacía antes.
Los problemas del crecimiento de la iglesia comenzaron a
consumir la calidad del resto de mi tiempo. La expansión ministerial,
el entrenamiento de ministros jóvenes y más consejería y liberación
llenaron el tiempo ya limitado que me quedaba. Por supuesto que
estos cambios que erosionaron mi vida devocional no ocurrieron de
la noche a la mañana sino durante meses y años de éxito creciente.
Con el tiempo, me encontré en un ministerio creciente, pero con una
decreciente unción que lo sustentara.
Un día, un intercesor que oraba regularmente por mí me llamó y
me dijo que, durante la noche, el Señor le había hablado en un
sueño y le había dado un mensaje para mí. Yo estaba deseoso de
oír el contenido del mismo y pensé que tal vez el Señor expandiría
nuestro alcance o quizá supliría algunas necesidades financieras. Le
pedí que me contara el sueño.
Lo que el Señor dijo no tenía nada que ver con las cosas que
estaban consumiendo mi tiempo. Él sencillamente dijo:
«Díganle a Francis que yo lo extraño».
¡Ah, qué pesos los que cargamos —y qué cansancio el que se
acumula— cuando descuidamos el privilegio de pasar tiempo diario
con Jesús! Arrepentido, lloré ante el Señor y reajusté mis
prioridades. No seguiría aconsejando gente en las mañanas.
Volvería a dedicar este tiempo a Dios.
Pensé que perdería algunas de las personas que se habían unido
últimamente a la iglesia. Eran personas que habían venido
específicamente para recibir atención personal. Yo sabía que no
tendría para ellas el mismo tiempo de antes, pero tenía que
decidirme por Dios.
El domingo siguiente en la mañana, anuncié a la congregación que
mis mañanas ya no estaban disponibles; estarían dedicadas a Dios.
«Por favor —dije—, nada de llamadas ni de consejería. Necesito
pasar tiempo con Cristo». Lo que ocurrió entonces me conmovió
profundamente. ¡Toda la congregación se puso en pie y aplaudió!
Parece que ellos querían un pastor que pasara más tiempo con
Dios. Estaban cansados de tener un pastor agotado.
Al entrar a los días de su presencia, nuestra actividad principal
será ministrar al Señor. De hecho, se acrecentarán las presiones.
También habrá momentos de gran cosecha y actividad espiritual. No
importa las circunstancias que nos rodeen, debemos ubicamos
primero en la presencia de Dios y permanecer allí. Porque perder el
tiempo de comunión con Jesús es perder su gloria el día de su
presencia.
20

«P se hagan realidad»

«Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un


hombre que es despertado de su sueño»

Zacarías 4:1 RVR-60


Tal vez nosotros también necesitamos que nos sacudan y nos
despierten de nuestro sopor para poseer las promesas de Dios

A pesar de las señales y prodigios y de las advertencias, al


anunciar que estamos realmente en los últimos días, Jesús dijo
también que existe una misteriosa pesadez que nosotros no
superamos En efecto, después de destacar las muchas evidencias
del fin (cf. Mateo 24), Él compara a la Iglesia con vírgenes que,
«tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron» (cap.
25:5 RVR-60).
¿Vírgenes durmiendo al final de la era? Parece incomprensible
con todas las señales en los cielos y los prodigios en la tierra, sin
mencionar la creciente presencia de Cristo. Pero este es un
fenómeno contra el cual batallamos todos nosotros: la tendencia a
dormitar espiritualmente y a perder la concentración mientras
esperamos el regreso del Señor.
Hay una sutil actividad del enemigo que nubla nuestra percepción
y seduce nuestro celo. Nuestra visión cede su puesto a otros
aspectos menos importantes de la vida. Desde el principio, la voz de
satanás ha ejercido este efecto adormecedor sobre la humanidad.
La excusa de Eva por su desobediencia fue: «La serpiente me hizo
olvidar» (Génesis 3:13 Young).
Este sentir de olvido espiritual o de somnolencia es la nube de la
ceguera que cada uno de nosotros debe discernir y vencer. Fue con
relación a esto que el Espíritu Santo habló a mi corazón a través del
siguiente sueño. Había un templo en un campo abierto. Yo tenía una
vista lateral del mismo, como a unos ciento ochenta metros de
distancia. No podía ver el frente, pero debe haber estado abierto
totalmente porque arrojaba mucha luz hacia fuera. Era tan intensa
como la luz del día. En el sueño, yo estaba consciente que esta luz
era la gloria de Dios. El templo estaba tan cerca que yo sabía que,
con un pequeño esfuerzo, podía entrar a la gloria de Dios. La
presencia santa del Señor estaba definitivamente a mi alcance.
Había otras personas frente a mí las cuales reconocí como
miembros de la iglesia. Todo el mundo parecía estar muy ocupado.
Y aunque el templo y su luz eran visibles y de fácil acceso para
todos y cada uno en particular, todas las cabezas estaban inclinadas
y ninguno prestaba atención a la luz. Todos estaban ocupados con
otras cosas. Escuche varias voces: una decía: «Tengo que lavar la
ropa», y otra: «Tengo que ir a trabajar». Pude ver a algunas
personas que leían el periódico, otras que veían televisión, y otras
más que comían. Yo estaba seguro que todos podían ver la luz si lo
deseaban y aun más seguro de que todos sabíamos que la gloria de
Dios estaba cerca. Incluso había unas pocas personas leyendo la
Biblia y orando, pero todos mantenían la distancia entre ellos, y el
lugar de la presencia de Dios. De hecho, ninguno parecía capaz de
ponerse en pie, dar la vuelta y caminar hacia su gloria. No obstante,
mientras observaba, mi esposa levantó su cabeza y contempló el
templo del Señor. Luego se puso de pie y caminó hacia el frente. Al
acercarse a la luz, se formó un grueso manto de gloria que la
envolvió; mientras más se acercaba, más densa era la luz que la
rodeaba hasta que entró por el frente del templo. Ella, entonces,
entró completamente en la presencia de Dios. ¡Ah, qué celoso me
sentí! ¡Mi esposa había entrado a la gloria de Dios antes que yo! Al
mismo tiempo, me di cuenta que no había nada que me detuviera si
yo me acercaba a la presencia de Dios: nada excepto el montón de
cosas que hacía, y las responsabilidades que gobernaban mi vida
más que la voz de Dios. Liberándome de las presiones, decidí
levantarme y entrar también en el templo. Pero para mi desdicha,
tan pronto me levanté para caminar... ¡desperté!
La ansiedad y la frustración que me embargaban parecían
insoportables. Había estado tan cerca de entrar a la presencia de
Dios. ¡Cuánto hubiera deseado entrar y ser absorbido por su gloria!
Clamé a Dios: «Señor, ¿por qué me permitiste despertar?».
La Palabra del Señor habló a lo más profundo de mi corazón. Su
respuesta fue: «No permitiré que un sueño produzca la realización
de la vida de mi siervo. Si quieres que tu sueño se haga realidad,
tienes que despertar».
Hoy, Dios nos llama a todos nosotros a la realidad de su presencia.
Las promesas que Dios nos da en Las Escrituras tienen que llegar a
ser para nosotros más que sueños reservados para el futuro.
Por esta razón, la Biblia dice: «Despiértate, tú que duermes, y
levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14 RVR-
60). Si de veras queremos que Cristo nos «alumbre», tenemos que
levantamos de las distracciones que nos sepultan en un letargo y
una oscuridad espiritual.
Es tiempo de poner a un lado todo lo que es permisivo y permisible
y encontrar lo que es permanente. Si queremos que nuestro sueño
de alcanzar su gloria se haga realidad, tenemos que despertar.
21

Un

No encontraremos la gloria de Dios al copiar técnicas o al estudiar


libros. No se puede entrar a su presencia al leer manuales sino al
aprender a seguir a Emmanuel

S D
En su inmadurez, la iglesia procura ser conocida por muchas
cosas. Intentamos ser conocidos por nuestra singularidad y nuestro
énfasis particular. Algunos procuran que los conozcan por hablar en
lenguas; otros, por buscar el reconocimiento por sus edificios o por
sus programas de evangelización; otros, por promocionar su
combinación particular de gobierno de la iglesia, o su programa de
conferencistas especiales.
Este deseo de importancia y reconocimiento humanos creó
muchas tradiciones eclesiales que no son bíblicas. No solamente
nos separó los unos de los otros sino que nos separó de Dios.
Pero los discípulos de hoy serán conocidos tan solo por una cosa:
por conocer realmente a Jesús. Su presencia — no sus doctrinas
acerca de Él sino su mismo Espíritu y su semejanza— acompañará
sin ninguna inhibición a quienes siguen al Cordero.
Por cuanto su enfoque es Él, y solamente Él, Dios los acompañará
con gran poder. Será común ver que ponen sus manos sobre los
enfermos y se sanan instantáneamente. Estos milagros serán sólo
una recompensa menor a una vida que se especializa en amar a
Jesús.
Nuestra salvación no se basa en lo que nosotros hacemos sino en
lo que Jesús llega a ser para nosotros. Sólo Cristo es nuestra
justicia, nuestra virtud y nuestra fortaleza. Cuando ministramos,
tenemos que hacerlo en el poder de Jesús o en verdad perderemos
el tiempo. Nuestra confianza se tiene que basar en Él y no en
nuestra propia capacidad. Tenemos que afirmamos en el
conocimiento que, si bien todas las cosas son posibles para los que
creen, ¡separados de Él nada podemos hacer!
L
Nuestro noble imperativo es despertar del sueño de nuestras
tradiciones culturales; es buscar y encontrar la presencia viva de
Dios. El Todopoderoso tiene para cada uno de nosotros un
llamamiento celestial, un alto destino de realización espiritual.
Nuestra esperanza no está basada en especulaciones o en
expectativas irracionales. Nos viene directamente de la Palabra de
Dios:
«Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor,
allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:17-18 RVR-60).
Esta es la gloriosa esperanza de nuestro llamamiento: que cada
uno de nosotros mire el rostro de Cristo sin velo, a cara descubierta.
Pablo dijo: nosotros todos, mirando la gloria del Señor. El plan de
Dios nos incluye a usted y a mí, no solamente a apóstoles, profetas,
visionarios y santos. La oportunidad —el privilegio santo— es
remover el velo que nos separa de la presencia de Dios. Nuestra
herencia es contemplar su gloria.
El antiguo pacto habla de dos velos. Uno era la gruesa cortina que
separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo dentro del templo. En
el Lugar Santo se ofrecían diariamente a Dios los sacrificios en ritual
de obediencia, pero en el Lugar Santísimo habitaba la sagrada
presencia de Dios. En este pequeño recinto, el sumo sacerdote
entraba sólo una vez al año en el día de la Expiación. Esta era una
experiencia que infundía temor.
Cuando Jesús murió, este velo se rasgó en dos, de arriba a abajo.
Este hecho significaba la nueva apertura hacia la santa presencia
Dios que Cristo consiguió. El hecho de que fue rasgado de arriba
hacia abajo nos dice que el sacrificio de Cristo nos compró una
completa redención. La rapidez con que ocurrió la rotura —se rasgó
en el momento exacto de la muerte de Cristo— nos habla del
intenso deseo del Padre por recibirnos de nuevo en su familia (cf.
Mateo 27:51).
Pero hubo otro velo que Moisés utilizó para cubrir su rostro cuando
salía de la presencia de Dios. Esto lo hacía a petición del pueblo
que no podía resistir mirar la gloria de Dios que reflejaba el rostro de
Moisés. Cristo también eliminó la necesidad de este velo. Dios ya no
tendría un hombre que habitara en su sagrada presencia y el resto
del pueblo fuera de la misma. El nuevo pacto nos hizo una
comunidad de gloria: «Nosotros todos, mirando a cara descubierta
...la gloria del Señor» (2 Corintios 3:18 RVR-60).
Pero, ¿qué exactamente es un velo? Es algo que cubre o esconde
lo que de otra manera sería visible. Como ya lo mencioné, nuestras
tradiciones religiosas que no acomodan la presencia de Dios
pueden convertirse en un velo. ¡Qué terrible que las mismas cosas
que hacemos para Dios sean los obstáculos que nos separen de Él!
«Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de
hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no
descubierto, el cual por Cristo es quitado» (v. 14 RVR-60).
¿Cómo podemos damos cuenta que nuestras tradiciones se
convirtieron en un velo entre nosotros y la presencia de Dios? En
efecto, ¿cómo podemos salir de lo falso o de las tradiciones que nos
enseñaron a venerar y honrar? La respuesta radica en la medida de
nuestro amor por la Palabra de Dios y lo sensible que nuestro
corazón sea a su voz. Cuando obedecemos su voz, comienza
nuestro retorno a Dios.
«Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará» (v. 16
RVR-60). En este preciso momento usted está a solas con Dios. El
simple hecho de volverse hacia Él quita el velo.
Las Escrituras nos dicen que nadie puede llamar Señor a Jesús si
no es por el Espíritu Santo. Dígaselo: Jesús, Tú eres mi Señor.
Vuelva su corazón hacia Él. No tenga temor. Recuerde que rasgar
el velo en el templo fue idea de Él. Dios desea que usted se
acerque. En el momento en que usted vuelva su corazón al Señor,
el velo se quitará.
Señor Jesús, perdóname por mis muchas tradiciones.
Especialmente, Señor, perdóname por vivir separado de tu voz. Yo
remuevo mi velo y vuelvo mi corazón hacia tu viva presencia.
22

El río de la complacencia de Dios

Vivir para Dios es alimentarnos con el néctar de los cielos.

Al pasar los días y acercarse el regreso de Cristo, una creciente


cantidad de voces reclamará nuestra atención. Habrá programas
eclesiásticos y estrategias de oración, actividades y movimientos
poderosos, señales y prodigios ocurrirán en el mundo. En este
ambiente, tenemos que encontrar lo que complace a Dios. Debemos
estar íntimamente familiarizados con lo que deleita su alma.
Recuerde también que los días venideros traerán crecientes
presiones y problemas, que la maldad se aumentará y el amor de
muchos se enfriará. ¿No se enfrió ya el amor del mundo en que
vivimos hoy?
No podemos conformamos o adaptamos a nuestro ambiente;
tenemos que conformamos con Cristo. Él siempre decidió complacer
al Padre aun en medio del conflicto y la cmeldad. Tenemos que
redimir nuestros encuentros con las dificultades propias de la
existencia humana. Identifi- quémoslas como oportunidades para
adorar a nuestro Dios. Que enfrentemos las adversidades con un
espíritu como el de Cristo le produce al Padre gran complacencia.
No fuimos creados para vivir para nosotros mismos sino para Dios.
Como está escrito:
«Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque
tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas» (Apocalipsis 4:11 RVR-60).
La clave para la felicidad duradera y para la verdadera delicia en
este mundo no es buscar el placer en sí mismo sino agradar a Dios.
Y aunque el Señor desea que disfrutemos sus dones y la comunión
de las personas con quienes nos relacionamos, quiere que sepamos
que fuimos creados para agradarlo a Él.
U « » D
Para sus vecinos, Jesús no era más que el hijo del carpintero. Sin
embargo, antes de que comenzara su ministerio —cuando aún no
había realizado milagros ni atraído multitudes—, había una calidad
en Cristo que, aun como carpintero, henchía de complacencia el
corazón de Dios.
Desde su juventud, la apremiante visión de la vida de Cristo era
algo más que llegar a ser un buen hombre. Su objetivo superaba
aun su dedicación e impecable adherencia a la Ley, con todo y lo
magnífica que ésta podía ser. La meta de la vida de Jesucristo fue
agradar a su Padre. Realmente, Él sólo hizo las cosas que
agradaban al Padre.
Siendo así las cosas, ¿podía Jesús haber escuchado una voz más
maravillosa que la que le habló en el momento de su bautismo en el
río Jordán? Al sonido de la voz del Padre, los cielos se abrieron y el
río de la complacencia de Dios fluyó hacia su Hijo: «Tú eres mi Hijo
amado, en ti tengo complacencia» (Marcos 1:11 RVR-60; cf. Lucas
3: 22 RVR- 60).
Recuerde: Jesús todavía era un «laico» cuando el Padre le habló.
No había comenzado aún su ministerio público. Fue su vida como
artesano la que aumentó el deleite del Padre.
Dar placer al Padre es también el propósito de nuestra existencia.
La capacidad de Jesús de agradarlo mientras realizaba un trabajo
secular nos dice que Dios busca algo más profundo que títulos
teológicos y doctrina correcta. Él procura tener nuestro amor. Y en
esto, nosotros también podemos complacerlo. Ya seamos amas de
casa, secretarias o mecánicos, a los ojos de Dios el verdadero
ministerio no es lo que hacemos sino lo que llegamos a ser para Él.
Jesús mismo lo dijo: el Padre ve en lo secreto (cf. Mateo 6:6). Es
asombroso que en este mundo íntimo de nuestro corazón los ojos
de Dios buscan complacencia. Y cuando Él encuentra un alma que
en un acto de adoración se da a sí misma, o persevera en oración, o
sufre pacientemente, o ama con pureza, el corazón del Padre es
atraído hacia ella.
Pensemos en esto con detenimiento: ¡podemos agradar a Dios!
¡Qué extraordinario privilegio! Y si esto es posible, dejemos de
andar a tientas por la vida sin conocer lo que agrada al Señor, e
identifiquemos específicamente, entre todas las demás cosas, qué
es lo que toca el corazón de Dios. Pablo dijo una vez que si agrado
a Dios, revelará a su Hijo en mí (cf. Gálatas 1:15-16 RVR-60).
El primer placer y el más esencial para Dios es ver a su Hijo
revelado en nuestras vidas. Ninguna otra cosa ni ninguna otra
persona le proporciona tanto placer al Padre como su propio Hijo.
Cada vez que obedecemos a Jesús, y le damos así acceso a este
mundo, complacemos a Dios. Cada vez que Cristo perdona, o ama,
o bendice a través de nosotros, el corazón del Padre encuentra
deleite en nuestras vidas.
Jesús solamente hizo las cosas que vio hacer a su Padre. Al entrar
nosotros en la profundidad de su presencia, procuremos también
saber cómo revelar a Cristo en cada situación. Porque el río de la
complacencia del Padre fluye en el amor entre Él y su Hijo.
¡Oh, Dios, el pensamiento de que mi vida te puede brindar placer
es tan alto que apenas sí puedo creerlo! Señor, contémplame como
hechura tuya. Crea en mí lo que más te glorifique. Haz de mi vida un
perfume de acción de gracias que siempre deleite tu corazón.
23

«De pie tras nuestra pared»

«La sensación de distancia que a veces sentimos entre Cristo y


nosotros es un engaño. Al entrar en los días de su presencia, el
Señor eliminará esa falsedad. Su promesa es que “en aquel día
ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en
mí, y yo en ustedes”»

Juan 14:20
Las Escrituras nos dicen que Cristo es la vid y que nosotros somos
sus ramas; Él es la cabeza y nosotros su cuerpo; Él es el Señor y
nosotros somos su templo. Desde el principio hasta el fin, la Biblia
declara al Señor que vive no solamente en los cielos sino que existe
de manera perpetua en unión redentora con su pueblo. El objeto
siempre presente de su actividad es guiamos a la unidad con Él
mismo.
A este respecto, en todo lo que el Espíritu Santo vino a establecer
en nuestras vidas, ya sea mediante virtudes o dones espirituales, su
máximo propósito es llevarnos a la presencia de Jesús. El Espíritu
Santo obra incesantemente para establecer intimidad entre nosotros
y el Señor Jesús.
Esta intimidad le infunde a las letras y a las palabras de la Biblia el
palpitar del corazón de Dios. Verdaderamente escuchamos, como
las ovejas, la voz del Pastor que habla a nuestro corazón (cf. Juan
10:27). Piense en esto: no solamente somos privilegiados al conocer
lo que Jesús enseñó sino que está tan cercano que podemos
distinguir el tono de su voz al damos sus instrucciones. Esta es
intimidad de corazón a corazón. El mismo Jesús dice:
«Yo soy el buen pastor; conozco mis ovejas, y ellas me conocen a
mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi
vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, y
también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi voz, y habrá
un solo rebaño y un solo pastor» (Juan 10:14-16).
Jesús nos dice que la unión entre Él y nuestro corazón es de la
misma calidad y naturaleza de la que tiene con el Padre. Él dice: Yo
conozco a los míos y los míos me conocen. ¿Qué tan íntima es esta
relación? Puede ser tan profunda y penetrante como el amor entre
el Padre y el Hijo. Jesús dijo que podemos conocerlo como el Padre
me conoce y yo conozco al Padre.
No obstante, la sensación de distancia entre Jesús y nosotros
subsiste. Quizá usted le dijo en oración: «Señor, Tú dijiste que estás
con nosotros para siempre, pero me siento solo. No puedo sentirte».
Si Cristo está dentro de nosotros, ¿cómo podemos encontrar la
llama de su gloria? Esta búsqueda para encontrar el lugar de su
presencia tiene en el Cantar de los Cantares una maravillosa
expresión. La novia dice:
«¡La voz de mi amado! He aquí él viene saltando sobre los
montes, brincando sobre los collados. Mi amado es semejante al
corzo, o al cervatillo. Helo aquí, está tras nuestra pared, mirando por
las ventanas, atisbando por las celosías» (Cantares 2:8-9 RVR-60).
Este es nuestro Señor: ¡lleno de vitalidad! Él salta sobre los
montes, y brinca sobre los collados. Verlo sobre las montañas es
contemplar de lejos sus obras poderosas.
Quizá sabemos teológicamente que Cristo está en nosotros, pero
vivir momento a momento con el sentir de su presencia parece
inalcanzable. Y nos preguntamos: ¿dónde está Él? ¿Cuál es su
relación conmigo?
La proclamación de la novia continúa: «Mi amado es semejante al
corzo, o al cervatillo. Helo aquí, está tras nuestra pared, mirando por
las ventanas, atisbando por las celosías» (v. 9 RVR-60). En este
mismo instante, Cristo está tras nuestra «pared». Las paredes que
se interponen entre nosotros y el Salvador son básicamente las
obras de nuestra naturaleza independiente y caída. Nosotros
levantamos barricadas de temores y actitudes carnales; somos
rehenes del pecado y las distracciones mundanas. Pero estas
paredes se pueden eliminar.
Vamos a suponer que, mientras usted lee, el Señor mismo entró a
una habitación contigua. De repente, el cuarto cobra vida, se ilumina
y vibra con vida eterna. Ondas radiantes de luz, como la luz del día,
inundan su entorno. Luego, esa luz santa penetra en usted, y la
oscuridad que envolvía como mortaja su codicia y sus actitudes
secretas, sus mentiras y sus concesiones al pecado desaparece. Se
ve a sí mismo tal como es. Queda expuesto plenamente con solo la
hoja de higuera de su propia justicia para esconderlo. Y usted sabe
en su ser interior que el Jesús real está en ese cuarto contiguo.
Primera pregunta: ¿entraría usted a ese cuarto?
Si usted no pudiera entrar en su presencia, ¿cuál sería el motivo?
Si es por la vergüenza de haberle fallado al Señor demasiadas
veces, su vergüenza se convirtió en una «pared» detrás de la cual
está Cristo. Si el temor lo mantiene alejado, éste es la barrera
mental entre usted y Dios. Tal vez es un corazón no arrepentido que
le impide tener intimidad con Cristo.
Recuerde que son los puros de corazón los que ven a Dios (cf.
Mateo 5:8). Si nos arrepentimos de nuestras malas actitudes y de
nuestros pecados, si en vez de la vergüenza y el temor nos
vestimos con los mantos de alabanza y salvación, las barreras entre
el Señor y nosotros serán eliminadas.
Pero hay una segunda pregunta: ¿cómo entrar a la presencia de
Cristo?
En mi opinión, no vamos a tocar panderos y danzar desaforados
en su gloria. Ni pienso tampoco que una risa santa nos acompañará
en el fuego terrible del Dios Santo. Quizá saldremos riendo y
danzando, pero cuando pienso en acercarme al recinto de su
presencia, creo que será de manera temblorosa que me colocó
frente al Señor.
¿Cómo podemos romper esta sensación de distancia entre Cristo
y nosotros? De la misma manera que nos arrepentimos del pecado
y la vergüenza antes de entrar al recinto, volvamos nuestra mirada
hacia su gloria viva. Entremos al fuego de su presencia en reverente
obediencia, porque ciertamente Él está más cerca que si estuviera
en el cuarto contiguo. Incluso en este mismo instante, Jesús está
detrás de nuestra pared.
Señor Jesús, yo remuevo la pared creada por mis temores, mi
pecado y mi vergüenza. Maestro, con todo mi corazón deseo entrar
en tu gloria, permanecer en tu presencia y amarte. Recíbeme ahora
mientras me postro ante tu gloria.
24

«Con la mirada de tus ojos»

«¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la


luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden?»

Cantares 6:10
En el capítulo anterior, pregunté: si usted supiera que el Señor
está tan cerca como en el cuarto contiguo, ¿entraría en el mismo? Y
pregunté también: ¿cómo entraría ?
Esta misma pregunta se hizo a muchos cristianos. La mayoría de
nosotros amamos sinceramente al Señor y estamos agradecidos por
todo lo que hace. Como personas, nos sentimos más cómodos al
celebrar lo que Jesús hace por nosotros que aceptar lo que Él desea
ser para nosotros.Podemos danzar delante de Él, cantar sus
victorias y enseñar acerca de sus misericordias, pero raramente
aquietamos nuestros corazones y nos rendimos ante su presencia;
lo queremos sin llegar a ser vulnerables ante Él. Para nosotros es
suficiente servirle a través de los tipos y las sombras de la religión.
Pero eso no es suficiente para Él.
«Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos
en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos
muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí.
¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”» (Mateo 7:22-23).
Con todo lo grandioso y liberador que es conocer lo que Jesús
hace por nosotros, nuestra religión no será más que una «lección de
historia» y un compromiso de ser buenos,hasta que realmente
entreguemos a Él nuestras vidas. Lo diré una vez más: no es
suficiente.
Jesús quiere conocemos también.
Usted dirá: pero Él ya nos conoce. Esto en parte es cierto. En su
omnisciencia, Él conoce todas las cosas, pero en su amor busca
conocemos como seres que eligieron existir en una unión viva con
Él. Dios tiene el derecho de poseer nuestra alma, nuestros secretos
y nuestros sueños. Él quiere la persona que yo soy cuando nadie
más me mira.No obstante, Él no se fuerza a Sí mismo. Esa no es la
forma de obrar del amor.
Esta relación de nuestras vidas en Él y su vida en nosotros es el
único destino con el cual el Padre está contento. Al final de los
tiempos, cualquier cosa inferior a la unión con Cristo será pecado.
D
Tal como lo compartí al comienzo de este libro, también conozco el
temor del Señor. Es el principio del verdadero conocimiento. Pero
también llegué a conocer y creer el amor que Dios tiene para
nosotros (cf. 1 Juan 4:16). Dios es amor, y el apóstol, que cayó ante
Jesús como un hombre muerto en la isla de Patmos, ahora nos dice:
«En el amor no hay temor» (v. 17 RVR-60).
El Señor sabe que el temor que le tenemos es un fuerte disuasivo
del pecado y un maravilloso aliado para caminar rectamente. No
obstante, para acercamos a Él, tenemos que conocer más el temor
de Dios, tenemos que conocer su amor.
El amor de Dios es perfecto. Juan nos dice que «el amor perfecto
echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha
sido perfeccionado en el amor» (v. 18).
Cuando se trata de entrar en la presencia de Dios, es de esperar
que el temor, el sentimiento de culpa o la vergüenza procuren
mantenemos como rehenes del pecado. Pero al creer en el amor
que Dios tiene para nosotros —y en el brillo de su misericordia—,
las sombras de nuestro pasado ya no pueden existir.
E D
Él en realidad estaba de pie detrás de nuestras paredes cuando
inquirí si entraría usted a su presencia. Atisbaba por las celosías de
nuestros embrollos mundanos cuando pregunté cómo entraría.
Sabemos cómo responderíamos, pero no conocemos su corazón.
Cuando usted abrigó el pensamiento —incluso la posibilidad— de
acercarse más a Él, algo dentro de Dios respondió. Él dice:
«Cautivaste mi corazón hermana y novia mía, con una mirada de tus
ojos; con una vuelta de tu collar» (Cantares 4:9).
Su mirada, aunque haya sido sólo la más breve expectativa de
estar con Él, hizo que el corazón divino palpitara más fuerte. Otra
versión dice: «Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía; has
apresado mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu
cuello» (RVR-60).
Jesús no regresa sencillamente a destruir la maldad; Él viene por
una esposa. Al final de la era, nuestra tarea no es simplemente
preparamos para el Arrebatamiento o la Tribulación sino para Cristo.
Como puede ver, no hay nada más importante para Jesucristo que
su esposa, la Iglesia. Murió por ella. Vive para hacer intercesión por
ella. Su amor se mostró capaz y digno de ganar nuestra completa
redención. Nuestra más noble tarea es rendimos a ese amor que
nos busca y nos alcanza.
E J
¿Cómo responderemos? Pienso en el amor de María Magdalena
por Jesús. Sí; en este amor de Jesús por ella y la respuesta de
Magdalena a su amor podemos ver destellos del amor de Cristo por
la Iglesia.
María está ante la tumba vacía de Jesús. Los apóstoles vinieron,
miraron dentro del sepulcro y se fueron llenos de perplejidad. Pero
María se quedó llorando. Es digno de notar que Jesús no se
presentó de inmediato a los apóstoles, primero se apareció a una
mujer. Esto nos dice que Jesús responde más al amor que a una
posición. Él se acerca primero a quienes más lo desean. Los
apóstoles se fueron cavilando en su interior, pero hubo algo en el
corazón partido e inconsolable de María que atrajo a Jesús.
En medio de su aflicción, ella no lo reconoció. Él le preguntó:
«¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?» (Juan 20:15). Cegada
por las lágrimas, supone que Jesús es el jardinero, y le dice:
«—Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto y
yo iré por él. —María —le dijo Jesús. Ella se volvió y exclamó: —
¡Raboni! (que en arameo significa: Maestro). —Suéltame, porque
todavía no he vuelto al Padre. Ve más bien a mis hermanos y diles:
“Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes, a mi Dios, que es
Dios de ustedes”» (Juan 20:15-17).
En el instante en que María lo reconoce, se cuelga de Él. Y aquí
ocurre el hecho más asombroso: ¡Cristo interrumpe su ascensión a
los cielos para responder al amor de esta mujer! Y Jesús le dice:
suéltame, porque todavía no he vuelto al Padre.
Después se aparece a sus discípulos, y les dice: «Tóquenme»
(Lucas 24:39). Esta manifestación ocurre después de que regresó
de su jomada a los cielos; pero por María, Él rompió el protocolo.
Esto a mí me asombra: ¡camino hacia el Padre, Jesús se detuvo
para obedecer el impulso de su corazón!
Esa es la naturaleza de su amor. Su pasión por su esposa guía
cada pensamiento y cada acción. Nuestra preparación y
alistamiento para Jesús —nuestra limpieza y entrada a su gloria—
es la máxima demostración de obediencia que podemos ofrecerle a
Dios. Nosotros somos «el gozo puesto delante de él» (Hebreos
12:2) del cual habla la Biblia. Por nosotros, Él menospreció la carga
de la humillación y la vergüenza, y soportó la cru z. Y al hacerlo,
demostró que su amor por la iglesia es la máxima y la más poderosa
ley de su reino.
Es ese amor por la iglesia lo que lo impulsa a venir por nosotros en
el Arrebatamiento. Al romper el «protocolo» por María, reveló su
corazón. Si no nos damos por satisfechos con nada inferior a Cristo,
es a Cristo al que poseeremos. Él vendrá a nosotros. De todas las
maravillas de este universo, la más grande es el amor que Cristo
tiene por su iglesia. ¡Él es la fuente de su gloria en los días de su
presencia!
Señor Jesús, perdóname por utilizar tus dones para mí mismo y
por mantenerme alejado de tu amor. Señor, te amaré con un amor
perfecto, porque mi amor es el amor con que Tú me amaste
primero.
Notas

Capítulo dos: En el umbral de la gloria

1. Cuando utilizamos la palabra gloria, nos referimos a la


manifestación de la presencia real del Señor. En el Nuevo
Testamento, esta palabra doxa en griego significa: (a) «La
manifestación personal de Dios, por ejemplo, lo que El
esencialmente es y hace»; (b) «El carácter y la forma de ser
de Dios manifestados a través de Cristo y de los creyentes»;
(c) «El estado de bendición dentro del cual los creyentes
están por entrar después de lograr la semejanza con
Cristo»; (d) «Brillo o esplendor»; (e) «Algo sobrenatural que
emana de Dios (como en la gloria Shekina en la columna de
nube y en el Lugar Santísimo» (Vine’s Expository Dictionary
[Diccionario Expositivo de Vine]). En el Antiguo Testamento,
la palabra hebrea traducida como gloria era kabod, que
significaba «carga, peso u honor». Cuando hablamos de la
gloria del Señor, nos referimos a estos tres elementos. Al
acercamos a la Segunda Venida, habrá una creciente
«carga» de la presencia de Cristo que se manifestará en la
Iglesia triunfadora. El esplendor estará directamente ligado
a la manifestación de Dios y al carácter y maneras de ser y
obrar de Dios, tal como los refleja a través de Cristo y de los
creyentes.

Capítulo seis: En la plenitud de los tiempos

1. The four chapters in part two probe some of the original


Greek wording of the Scriptures. The writing style in these
study chapters requires a shift on the reader’s part
2. El libro del profeta Daniel habla de un período que abarca
siete años durante el cual se completará el ministerio del
Mesías. Teniendo en cuenta los tres años y medio de la
primera venida de Cristo, hay un punto de vista común en
cuanto a que el mundo estará en Tribulación durante
cuarenta y dos meses. La otra opinión, muy generalizada
también, es que a éste le esperan siete años completos de
juicios.
3. Para tener una visión más clara de los propósitos de Dios
respecto a Israel y la Iglesia, lo animamos a leer el libro One
New Man [Un hombre nuevo], por Reuvén Doron.
4. Tomado de The Lion Handbook to the Bible [El manual del
león de la Biblia], p. 75.

Capítulo ocho: El lucero de la mañana

1. Cuando quiera que utilizo referencias del Antiguo


Testamento, estoy consciente del hecho de que algunos
piensan que los pasajes que se refieren específicamente a
Israel deben aplicarse sólo a esta nación. Otros creen que lo
que una vez perteneció a Israel pasó a ser ahora propiedad
de la Iglesia. Mi punto de vista (y el uso que hago) de las
profecías del Antiguo Testamento es que son aplicables
tanto a la nación de Israel como al Israel espiritual, que es la
Iglesia. El apóstol Pablo nos dice que «todas las promesas
que ha hecho Dios son “sí” en Cristo» (2 Corintios 1:20).
Esto no niega el hecho de que Dios también cumplirá su
plan eterno con el Israel natural. El cumplimiento de esas
profecías en cuanto al cristianismo es fundamentalmente de
índole espiritual, mientras que en el caso de Israel es
básicamente material y físico.

Capítulo nueve: La señal

1. En relación con la parousia, la mayoría de Biblias, excepto


en traducciones literales, la traducen como «venida» (las
Biblias con referencias al margen a menudo incluyen la
palabra presencia e incluso la misma parousia en el
margen). La mayoría de comentarios protestantes, así como
la tradición católica, identifican todo el período conocido
como la Segunda Venida como la parousia. Por cuanto la
parousia en realidad se refiere al período completo de la
actividad divina al final de los tiempos, la palabra es mucho
más amplia en significado y no se limita a señalar solamente
la fecha cronológica del regreso de Cristo. El comentarista
Vine reconoce que el uso contextual de esta palabra varía
un poco a través del Nuevo Testamento. Puede identificar el
período completo de eventos sobrenaturales que giran en
torno a los últimos tiempos, o darle mayor realce a ciertas
fases de los últimos días. El doctor Vine cree que la
parousia comenzará con el Arrebatamiento y continuará a
través de todo el período de la Tribulación. Sin embargo, los
maestros bíblicos están divididos en cuanto al tiempo del
Rapto. En efecto, algunos eruditos encuentran suficiente
evidencia bíblica para apoyar su creencia del
Arrebatamiento de la Iglesia en «mitad» o «después» de la
Tribulación.
Preguntas y respuestas

¿Todos los cristianos reflejarán la gloria de Dios al final de la era?


En mi opinión, todos los que realmente anhelan al Señor Jesús
tendrán la plena medida de su presencia. Soy consciente, sin
embargo, que muchos cristianos que le entregaron su vida al Señor
lo hicieron por temor a perderse el cielo. Obtener la gloria de Dios es
una recompensa para todos los que son vencedores. Ellos amarán a
Cristo con una creciente entrega de su corazón, su alma y sus
fuerzas.
¿Qué relación tiene esta enseñanza con la de la manifestación de
los «hijos de Dios»?
La idea de la «manifestación de los hijos de Dios» proviene de
Romanos 8:19, en donde Pablo nos dice que «la creación aguarda
con ansiedad la revelación de los hijos de Dios». Tal como entiendo
esta doctrina, quienes creen que son hijos manifiestos también
creen que no pueden pecar o morir. De manera llana, el contexto de
Las Escrituras explica cuándo ocurrirá esta «revelación». Pablo
sigue diciendo que «no sólo ella, sino también nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente mientras
aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de
nuestro cuerpo» (v. 23). La redención de nuestro cuerpo no ocurrirá
hasta después de que hayamos sido transformados durante el
Arrebatamiento. Hasta entonces, mientras estemos en esta carne
mortal, batallaremos contra el pecado, la enfermedad y la muerte; la
creación continuará sujeta a futilidad y vanidad.
¿Dice usted que la presencia del Señor tomará el lugar del
Arrebatamiento?
El día de la presencia de Cristo no es un sustituto doctrinal del
rapto de la Iglesia. El Señor mismo, en su cuerpo glorificado (no tan
solo en Espíritu), regresará físicamente a la tierra, tanto para recibir
a su Iglesia como para juzgar al mundo. Lo que tengo que afirmar
deja intacto todo lo que usted cree acerca del Arrebatamiento, no
importa si usted piensa que éste ocurrirá antes, en mitad, o después
de la Tribulación.
¿Recibiremos cuerpos glorificados antes del rapto?
No. Nuestros cuerpos físicos todavía serán susceptibles de
envejecimiento y de corrupción. No obstante, la Biblia registra cerca
de cuatrocientos casos en los cuales se menciona la gloria, el
esplendor o la majestad del Señor.
No hay nadie que piense que no es bíblico decir que Moisés
contempló realmente la gloria de Dios, o que la gloria del Señor
resplandeció en su rostro. Ni discutimos tampoco el hecho de que
Israel vio la gloria de Dios en el monte Sinaí o en la dedicación del
templo. Millones de hebreos vieron con sus ojos la gloria de Dios. La
observaron reposar sobre un edificio, sobre una montaña y sobre un
hombre. Esa misma gloria está en nosotros ahora.
De la misma manera en que las personas que están oprimidas o
endemoniadas de veras muestran en su aspecto físico una
lobreguez y oscuridad, así las personas cuyos espíritus fueron
llenos con Cristo exhibirán progresivamente su gloria al paso que se
acerca el fin de la era. La idea de la presencia de Cristo
manifestándose en su pueblo con una luz diferente no es extraña al
pensamiento del Nuevo Testamento. Uno sólo tiene que observar
las obras de los pintores antiguos para ver los santos con círculos
luminosos sobre sus cabezas.

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