China y Rusia Nuevo Eje Autoritario o An

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LAT I NOAMÉ R I CA

volumen 22 • número 3
julio-septiembre 2022

China y Rusia: ¿nuevo eje


autoritario o antigua
entente cordial?

Cita recomendada:
Heine, Jorge; Serbin, Andrés, (2022) “China y Rusia: ¿nuevo eje autoritario o antigua entente cordial?”,
Foreign Affairs Latinoamérica, Vol. 22: Núm. 3, pp. 2- 10. Disponible en: www.fal.itam.mx
China y Rusia: ¿nuevo eje
autoritario o antigua
entente cordial?
Jorge Heine y Andrés Serbin

l encuentro de los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping en Beijing, en

E febrero de 2022, marcó todo un hito en la relación sino-rusa. Aunque se


trató de la trigésimo octava reunión entre ambos Jefes de Estado, debido a
la pandemia de covid-19 no se habían visto en persona desde 2019. Xi ha dicho de
Putin que es “su mejor amigo”, y la ocasión no dejó de proveer un marco propicio.
Se trataba de la apertura de los xxiv Juegos Olímpicos de Invierno, que revestían
un significado especial para China. Las Olimpiadas de 2008, también realizadas
en Beijing, fueron el “estreno en sociedad” de la China del nuevo siglo, muestra de
progreso y modernidad, y consideradas un éxito organizacional y deportivo. Con
la asistencia de dignatarios de todo el mundo, los Juegos Olímpicos de 2008, en los
que Xi, en su calidad de Vicepresidente, desempeñó un papel clave como organi-
zador, fueron celebrados por la prensa mundial y marcaron un antes y un después
en la imagen de China.
Los Juegos Olímpicos de Invierno no tienen la misma relevancia, y cuando China
ganó en 2015 la postulación para organizarlos, muchos se preguntaron qué propósito
cumplía. Sin embargo, una vez más China les dio un fuerte contenido simbólico. Aun
en la peor pandemia en un siglo, China pretendió demostrar su capacidad para orga-
nizar sin contratiempos uno de los principales acontecimientos deportivos, aunque
fuese con mínimo público y con las restricciones del caso. Nada, en otras palabras,
puede interponerse en el camino de la China de hoy, o al menos ese fue el mensaje que
quiso trasmitir Beijing, recalcado por las enormes cantidades de nieve artificial
que hubo que depositar en parajes donde nieva cada vez menos. Ni siquiera el boicot
diplomático de Washington y de un grupo de países anglosajones fue óbice para que
una veintena de jefes de Estado y de gobierno (incluidos los presidentes de Argentina

JORGE HEINE es profesor de Relaciones Internacionales en la Frederick S. Pardee School of


Global Studies en la Boston University. Sígalo en Twitter en @jorgeheinel. ANDRÉS SERBIN
es Presidente de la Coordinadora Regional de Investigación en Ciencias Sociales (cries),
Buenos Aires. Sígalo en Twitter en @andresserbin.

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y Ecuador) asistieran a la ceremonia de apertura. Las competencias se llevaron a cabo


sin inconvenientes, con el añadido de que una de las grandes estrellas pertenecía al
equipo chino.
El que el 4 de febrero de 2022, semanas antes del inicio de las pruebas, decenas de
miles de soldados rusos se hubieran apostado en las fronteras de Ucrania agregó dra-
matismo a la reunión cumbre de Putin y Xi. Todo indica que la posibilidad de una
invasión figuró en las conversaciones entre ambos líderes, aunque Ucrania no fue
mencionada en el comunicado final de la reunión. Es de presumir que Putin tanteó a
Xi sobre lo que haría en caso de una invasión rusa, mientras que Xi habría planteado
que, de haber un ataque a Ucrania, debería ocurrir después de la clausura de los Juegos
Olímpicos, como sucedió.
Comoquiera, pocas dudas caben de que la invasión rusa de Ucrania y la cruenta
guerra consiguiente, calificada por los observadores como un verdadero parteaguas,
un cambio de época, vinieron a subrayar los estrechos vínculos entre Beijing y Moscú,
que muchos dirían que se encuentran en su mejor momento desde 1950. Aunque
China ha mantenido las comunicaciones abiertas con Ucrania e incluso se ha hablado
de una posible mediación de Beijing en el conflicto, simultáneamente se ha negado a
condenar la invasión y no se ha sumado a las duras sanciones impuestas a Rusia por
Estados Unidos y sus aliados occidentales. Ello ha generado un debate acerca de la
naturaleza de estos vínculos. La narrativa dominante en Occidente es que se trata de
un nuevo eje de las potencias autoritarias del mundo, surgido para enfrentar al lla-
mado “mundo libre”. Además, para algunos se trata de un mero “matrimonio de con-
veniencia” entre dos potencias con pocos intereses en común, impulsado por mero
oportunismo y afinidad de sus líderes, mientras que otros aluden a las condiciones
geopolíticas y estratégicas que dieron lugar al eje sino-soviético, ahora actualizado
según las realidades del nuevo siglo.

¿HACIA UNAS NUEVAS RELACIONES INTERNACIONALES?


Lo más llamativo del diagnóstico de la actual coyuntura internacional que surge
del comunicado de 5000 palabras y 99 párrafos de la reunión China-Rusia del 4 de
febrero de 2022 es el grado en que representa una perspectiva propia, que vale por
sí misma, más que constituir una reacción conjunta a los planteamientos de Estados
Unidos y sus aliados. Por una parte, pone en evidencia un mundo en transformación,
marcado por una creciente multipolaridad, por la globalización económica, el des-
arrollo de la sociedad de la información y la interdependencia entre los Estados. Por
la otra, expresa una reconfiguración de las relaciones de poder entre los actores más
relevantes del sistema internacional después del impacto combinado de la pandemia
y los nuevos desafíos que amenazan la estabilidad mundial.
En ese marco, aunque el comunicado no alcanza a formalizar una alianza entre
ambos países, sí indica que “las nuevas relaciones interestatales entre China y Rusia
son superiores a las alianzas políticas y militares de la era de la Guerra Fría”, que la
“amistad entre ambos Estados no tiene límites” y que “no hay áreas ‘prohibidas’ en

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materia de cooperación”. Así, Rusia manifiesta su apoyo a la propuesta china de una


“comunidad de destino compartido de la humanidad”, mientras China subraya la
importancia de los esfuerzos de Rusia por establecer un sistema multipolar de relacio-
nes internacionales. En términos más puntuales, el comunicado expresa su oposición
a la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan), a la que
exhorta a “abandonar sus enfoques ideologizados, propios de la Guerra Fría”. Además,
“Rusia reafirma su apoyo al principio de una sola China, confirma que Taiwán es
parte inalienable de China y se opone a cualquier forma de independencia de Taiwán”.
Estas declaraciones se sitúan en un contexto de notable convergencia entre ambos
países frente a las posiciones de Estados Unidos y de Occidente en general.
Hay diferencias entre China y Rusia, y en muchos ámbitos sus intereses no coinci-
den. Rusia fue una superpotencia, pero al final de la Guerra Fría, con la implosión de
la Unión Soviética, sufrió una mengua significativa de tal magnitud que hoy su eco-
nomía es del tamaño de la de Italia. China es, para todos los efectos, una superpoten-
cia, y su economía es la mayor del mundo en términos
de paridad de poder adquisitivo. Rusia es el país con
Hay diferencias entre la mayor superficie, pero gran parte de ese territorio
China y Rusia, y en es estepa siberiana de escasa población. China es el
país más poblado del planeta, de modo que aumen-
muchos ámbitos sus tará la presión demográfica para ocupar esos vastos
intereses no coinciden. y vacíos espacios siberianos, colindantes con la fron-
tera china. Rusia es un país europeo, con fuertes tra-
diciones enraizadas en el Viejo Continente, pero
también se considera una civilización propia, a caballo entre Asia y Europa. China,
el antiguo Imperio del Centro y Estado-civilización milenario, está en el corazón de
Asia Oriental y encarna el dinamismo y el empuje característicos de lo que algunos
han señalado como el siglo de Asia. Ambos, sin embargo, comparten una visión de
Eurasia liberada de la presencia estadounidense y articulada institucional, política y
económicamente como un espacio distintivo que asegura sus respectivas retaguardias
estratégicas y que le abre a Rusia una proyección hacia Asia y a China su vinculación,
mediante la Iniciativa del Cinturón y la Nueva Ruta de la Seda, con los mercados
europeos.
Por otro lado, también se observan importantes complementariedades. En mate-
ria financiera, hay una creciente vinculación entre los bancos centrales de ambos paí-
ses, que quieren disminuir la excesiva exposición al dólar estadounidense, al punto
de plantearse como objetivo común un espacio euroasiático crecientemente desdola-
rizado. Rusia es un importante proveedor de energía, alimentos y armas a China, al
tiempo que Beijing le exporta maquinaria, electrónica y vehículos. En 2021, el comer-
cio bilateral llegó a los 140 000 millones de dólares, un aumento en relación con los
110 000 millones de dólares en 2019, y que se proyecta que llegue a los 200 000 millo-
nes en 2024. Son cifras muy inferiores al comercio de China con Estados Unidos y la
Unión Europea (y con la propia Latinoamérica, cuyo comercio sumó 451 000 millo-
nes en 2021), pero va en ascenso. De hecho, el 4 de febrero de 2022 China y Rusia

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firmaron dos acuerdos energéticos, uno de petróleo y otro de gas, lo que revela la cre-
ciente orientación rusa hacia los mercados del Este.

UNA HISTORIA COMPLEJA


Más allá de algunos intereses divergentes, es indudable que los lazos ruso-chinos
actuales son sólidos. Desde el momento del triunfo de la Revolución china en 1949,
China estrechó vínculos con la Unión Soviética, al tiempo que los rompía con las
potencias occidentales. De hecho, los únicos dos viajes de Mao Zedong al extran-
jero fueron a sendas reuniones en Moscú, la primera con Yosef Stalin en 1949-1950,
y la segunda con Nikita Kruschev y el Comintern en 1957. En la década de 1950, la
Unión Soviética desempeñó un papel clave en la industrialización de China, a la que
entregó bienes de capital y personal técnico. El Partido Comunista de China recono-
cía sin ambages la condición de “hermano mayor” del Partido Comunista de la Unión
Soviética y durante al menos una década actuó en consecuencia.
En la década de 1960, diferencias ideológicas y de otro tipo produjeron un cisma
en el campo socialista y en el eje sino-soviético. Este periodo coincidió con un cre-
ciente ensimismamiento de China, consumida por una campaña de movilización tras
otra, como el Gran Salto Hacia Adelante (1958-1962) y la Revolución Cultural (1966-
1976), con consecuencias funestas para el país y la sociedad china. El aislamiento
internacional de China llegó a tal punto, que en 1969 solo tenía un embajador, el
enviado a Egipto.
Este alejamiento de Beijing y Moscú se acentuó con la visita del presidente estado-
unidense Richard Nixon a China en febrero de 1972. La visita fue parte del diseño
estratégico del asesor nacional de seguridad, Henry Kissinger. Acercó a Beijing
y Washington y llevó al establecimiento de relaciones diplomáticas entre China y
Estados Unidos en 1979. Con el inicio del proceso de apertura y reforma iniciado
por Deng Xiaoping en 1978, este acercamiento fue un factor clave para dinamizar el
comercio exterior y la inversión extranjera, un ámbito en el que, en ese momento, la
cerrada economía soviética tenía poco o nada que aportar.

LA RECOMPOSICIÓN DESPUÉS DE LA GUERRA FRÍA


Irónicamente, el nuevo acercamiento entre China y Rusia se produjo apenas después
de la caída de la Unión Soviética en 1991 y la consolidación de Estados Unidos como
única superpotencia. La primera mitad de la década de 1990 fue testigo de fuertes
tensiones entre China y Estados Unidos, causadas por la venta de 150 cazas f-16 a
Taiwán, lo que provocó el malestar del alto mando del Ejército Popular de Liberación.
En 1996, ejercicios navales de la Marina china en las cercanías de Taiwán y el desplie-
gue de embarcaciones de guerra estadounidenses en situaciones que parecían calcadas
de la década de 1950, en los peores momentos de la Guerra Fría, subrayaron las dife-
rencias que persistían entre Beijing y Washington, más allá de la apertura económica
china y de la creciente interconexión de sus economías.

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Por otra parte, ese mismo año Rusia postuló la Doctrina Primakov de un triángulo
estratégico Rusia-la India-China (ric) para contrarrestar la hegemonía y el unilate-
ralismo de Estados Unidos. La Doctrina Primakov dio impulso a un eventual “giro
hacia el Este” de Rusia, el anuncio de una asociación estratégica entre China y Rusia
en 1996, y un tratado de solidaridad, amistad y cooperación en 2001, que sentaron
las bases de la convergencia estratégica entre los dos países, reforzada en la reciente
década por la confluencia del proyecto Gran Eurasia de Putin y el lanzamiento de Xi,
en el ámbito euroasiático, de la Nueva Ruta de la Seda.
La Doctrina Primakov (que toma su nombre de Yevgueni Primakov, Canciller y
luego Primer Ministro de Rusia en la década de 1990) se basaba en ciertas conside-
raciones centrales, algunas de las cuales también respondían al predicamento chino
en la nueva coyuntura posterior a la Guerra Fría: 1) el rechazo a ser un socio menor,
subordinado a Estados Unidos y a Occidente, en el nuevo orden; 2) la promoción
de un mundo multipolar, basado en una política exterior multivectorial con posicio-
nes distintas a las de Occidente; 3) la revisión del orden liberal internacional vigente
desde 1945; 4) la continuación de la integración de Rusia en un mundo globalizado en
sus diversas manifestaciones, pero no con base en la primacía occidental, y 5) la crea-
ción de la Comunidad de Estados Independientes (cei), conformada por las antiguas
repúblicas soviéticas, como un proceso de varias velocidades con el que Rusia colabo-
raría estrechamente, dada la urgencia de asegurarse una zona de influencia.
Para comienzos del siglo xxi, no habían fructificado los esfuerzos de Moscú
por integrarse a Europa y las propuestas de crear un gran acuerdo de seguridad
paneuropeo que reflejase las nuevas realidades geopolíticas tras la caída del muro
de Berlín y la desaparición del Pacto de Varsovia. Lo que ocurrió, en cambio, fue
la continua expansión de la otan hacia el Este y una mezquina invitación a Rusia
a incorporarse al g-7, en 1997, pero excluida del grupo ministerial más importante,
el de finanzas. El g-8 nunca acabó de cuajar y Rusia fue expulsada en 2014, des-
pués de la crisis de Crimea.

ENTRE LOS BRICS Y LA OCS


En un contexto de crecientes desencuentros con la Unión Europea y la otan, que
culminaron con la decisión, en una cumbre de la Alianza Transatlántica realizada en
Bucarest en abril de 2008, de abrir las puertas de la Organización tanto a Georgia
como a Ucrania, dos antiguas repúblicas soviéticas, Rusia profundizó su giro hacia el
Este y comenzó a desplegar una estrategia euroasiática más acentuada.
Con China alarmada por el “giro a Asia” del gobierno de Barack Obama, este cam-
bio encontró oídos receptivos y una buena disposición para la cooperación chino-rusa
en defensa. Los sistemas de prevención temprana de ataques de misiles de la indus-
tria rusa han sido de gran interés para Beijing, mientras que China está más avanzada
en construcción naviera y de drones y en inteligencia artificial. Esta cooperación se
ha expresado incluso en ejercicios navales conjuntos en el Mediterráneo, así como en
proyectos conjuntos en el espacio exterior.

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Aparte de la relación bilateral, se desarrolla un extenso tramado de entidades mul-


tilaterales a lo largo de lo que Kent Calder ha denominado el “supercontinente”, esto
es, Eurasia, y más allá, en las que China y Rusia son los socios principales. Por el
antecedente del fracaso soviético en Afganistán en 1978-1988, y con China urgida por
evitar el separatismo uigur en Xinjiang, una preocupación central ha sido cómo com-
batir lo que ambos consideran las tres grandes amenazas que enfrentan en la región:
el terrorismo, el separatismo y el extremismo. La Organización de Cooperación
de Shanghái (ocs), establecida en 2001 por China, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y
Uzbekistán (y que hoy cuenta también con la India y Pakistán, y más recientemente
Irán), es la principal entidad multilateral en materia de seguridad de la zona, pero
también un mecanismo importante de la creciente articulación intergubernamental
de temas económicos y financieros.
Por lo demás, en materia económica la entidad más importante surgida en este
marco son los brics, el grupo de Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica (países en
desarrollo de África, Asia y Latinoamérica, más Rusia). Se ha dicho que la primera
década del nuevo siglo fue la de los brics, ya que fue el auge de estas y otras poten-
cias emergentes lo que le dio su sello. En buena medida, los brics encarnan la irrup-
ción del nuevo Sur que desplaza al Tercer Mundo. Es también un caso notable de
una sigla acuñada en 2001 por un banquero de Wall Street (Jim O’Neill de Goldman
Sachs) para vender bonos, que terminó convertida en una realidad geopolítica, con
cumbres diplomáticas ininterrumpidas desde 2009. Los brics son un referente clave
cuya realidad se impone independientemente de la voluntad de los gobernantes. Así
lo comprobó en 2018 el Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien como candidato
anunció que, de ser electo, su país dejaría el grupo. No solo no ocurrió, sino que
Bolsonaro fue anfitrión de la cumbre de los brics celebrada en noviembre de 2019
en Brasilia.
Calificado en su momento por las potencias occidentales como un mero “club
de conversación”, los brics han establecido su propio banco, el Nuevo Banco de
Desarrollo, con sede en Shanghái y con un capital de 50 000 millones de dólares.
Fundado en 2015, el Banco ha sido bien evaluado por las agencias de crédito y la prensa
especializada, lo que ha dado origen al término “diplomacia financiera colectiva”, acu-
ñado por Leslie Elliott Armijo y otros. Y aunque ha sido la fortaleza financiera china
la que ha cumplido una función decisiva en esta iniciativa, fue la diplomacia rusa la
que detectó la oportunidad que significaba transformar la sigla brics en una reali-
dad geopolítica y geoeconómica palpable, como señala Rachel Suzman en Rusia, los
brics y la disrupción del orden global (Georgetown University Press, 2019). Las diatri-
bas de columnistas occidentales diciendo que no corresponde que Rusia (según ellos,
una potencia en decadencia) integre un grupo de potencias ascendentes, ignoran el
hecho de que fue la propia Rusia la que desempeñó un papel clave en la creación del
grupo, desde las conversaciones iniciales en 2005 hasta la realización de su primera
cumbre en Ekaterinburgo, en 2009. A su vez, el creciente protagonismo de la India
tanto en los brics (el primer presidente del Nuevo Banco de Desarrollo fue un ban-
quero indio) como en la ocs (a la cual la India se incorporó en 2017 como miembro

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pleno) ratifican que los avances hacia el “triángulo estratégico” ric no están del todo
errados, pese a las disputas territoriales entre Beijing y Nueva Delhi.

EURASIA COMO PROYECTO


En el centro de la confluencia entre China y Rusia está la recreación de Eurasia, que
el geógrafo inglés Halford Mackinder denominó “la isla del mundo” y “eje geográfico
de la historia”. La expansión de la otan (que pasó de diecisiete miembros en 1990 a
treinta en 2022) y las tensiones con la Unión Europea, empujaron a Rusia a orientar
su política exterior a Asia. Como explica Andrés Serbin en Eurasia y América Latina
en un mundo multipolar (Icaria Editorial-cries, 2019), esto también le permitió a
Moscú asegurar su influencia en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central
mediante la Unión Económica Euroasiática (ueea) y la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva. Entre tanto, en 2013 China anunció la Nueva Ruta de la
Seda, un ambicioso proyecto destinado a promover la infraestructura y la conectivi-
dad entre la zona más dinámica y de mayor crecimiento en el mundo, esto es, Asia
Oriental, y el mayor mercado, el de Europa. Con enormes
recursos presupuestarios (que podrían llegar a los 8 billo-
La meta es articular nes de dólares) y un cronograma que llegaría a 2049 (el
a Eurasia como un centenario de la Revolución china), se trata del proyecto
de infraestructura más ambicioso de la historia.
nuevo polo. De más está decir que sería posible imaginar una coli-
sión entre el proyecto ruso y el chino. Los trenes, las carre-
teras, los puentes y los túneles del brazo terrestre (tiene también uno marítimo, en el
océano Índico) de la Nueva Ruta de la Seda atraviesan gran parte de Asia Central y
las antiguas repúblicas soviéticas. Es una región (como la de la cei en su conjunto)
que Rusia considera su zona de influencia. Si hay algo en lo que Moscú no está inte-
resado, es verla transformada en un gigantesco “Sinostán” (compuesto de “China”
y “Afganistán”), según el título del nuevo libro de Raffaello Pantucci y Alexandros
Petersen (Oxford University Press, 2022). Sin embargo, lejos de enfrentarse en este
punto, Beijing y Moscú propiciaron la firma de un acuerdo entre la ueea y China
para esos efectos y han avanzado en la armonización y el establecimiento de mecanis-
mos financieros de la Nueva Ruta de la Seda y la ueea. La meta es articular a Eurasia
como un nuevo polo. Para ello, el retiro de Estados Unidos de Afganistán en 2021 ha
servido para ratificar la condición de Eurasia como retaguardia estratégica de China
y de Rusia, sin presencia occidental.
China, la India y Rusia ya están tomando medidas para crear un espacio finan-
ciero desdolarizado en Eurasia, con eventual proyección al resto de Asia y el Medio
Oriente, que funcionaría con mecanismos financieros que respalden la utilización del
yuan, la rupia y el rublo. Si bien es una medida incipiente, a la larga no solo podría
mellar la hegemonía internacional del dólar, sino también afectar a una serie de orga-
nizaciones y mecanismos asociados con Bretton Woods y la propia gobernanza finan-
ciera mundial.

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LA GUERRA EN UCRANIA COMO HITO


Lejos de ser un movimiento oportunista temporal, impulsado por el mero afán de
irritar a Occidente, la confluencia entre China y Rusia refleja tendencias sostenidas
que los llevan a colaborar en materia diplomática, económica y militar. Aunque hay
diferencias en cuanto a su grado de cuestionamiento del orden liberal internacional,
pues Rusia asume posiciones más radicales, hay una convergencia estratégica que se
expresa en múltiples acuerdos y mecanismos multilaterales, sobre todo en el ámbito
euroasiático. Se trata de una convergencia asimétrica (“uno es el bolsillo, el otro el
cañón”), que invierte la relación entre socio mayor y menor de la década de 1950, pero
hasta ahora las nuevas asimetrías y diferencias han sido asimiladas y armonizadas sin
que China y Rusia se hayan convertido en aliados militares.
Ahora bien, la guerra en Ucrania ha puesto a prueba esta convergencia. Por una
parte, el conflicto ha favorecido a China, al desviar el foco de atención del Indo-
Pacífico, prioridad estratégica del gobierno de Joseph R. Biden, lo que le concedió a
Beijing más tiempo para fortalecer sus posiciones. Pero China, que siempre ha defen-
dido el principio de la no intervención y el respeto a la soberanía de los Estados, se
ha visto en un dilema. La situación la ha llevado a realizar contorsiones diplomáti-
cas en la Organización de las Naciones Unidas y en otros foros, con tal de no conde-
nar la invasión rusa y, al mismo tiempo, no parecer que abandona sus principios. Las
presiones de Estados Unidos y la Unión Europea para que aplique sanciones extre-
mas a Rusia, tanto primarias como secundarias, también han puesto a Beijing en
un intríngulis. La interdependencia de la economía china con la estadounidense y
la europea significa que hay mucho en juego. Por otra parte, China está muy cons-
ciente de que esas sanciones maximalistas (como excluir a Rusia de la Sociedad para
las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales, swift, o congelar sus
reservas de divisas) podrían mañana aplicársele. Así, hay un conflicto entre el inte-
rés geoestratégico chino de largo plazo, que apuesta por una proyección internacio-
nal de China con Rusia desde Eurasia (no obstante la asimetría de la relación), y sus
intereses económicos en el corto y mediano plazo en el marco de la interdependen-
cia con Estados Unidos, que un analista resume como el dilema de estar “sentado en
dos sillas”.
Poca duda cabe de que la guerra en Ucrania ha producido una reacción unánime
de los países del Atlántico Norte y sus aliados. Esta reacción, sin embargo, ha estado
lejos de ser la misma en el resto del mundo. Las sanciones económicas extremas apli-
cadas por Estados Unidos y sus socios han encontrado resistencias en algunos de los
principales países del Sur global, incluyendo a un grupo que representa más de la
mitad de la población mundial, y han dado lugar a una fractura cuya evolución depen-
derá de muchos factores. Más allá de las explicaciones que ponen de relieve las posi-
bles diferencias entre sistemas democráticos y regímenes autoritarios, tan imbuidas
de ideas y conceptos de la Guerra Fría, si se profundizan las fracturas actuales del
sistema internacional podrían dar lugar a procesos paralelos de globalización (uno
de ellos, de características chinas) y a mecanismos de gobernanza diferenciados que
no necesariamente responderían a las normas y los valores establecidos por el orden

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liberal internacional. En ese sentido, si la conmoción y los resultados de la guerra en


Ucrania acentúan los alineamientos entre los principales actores del sistema interna-
cional, asistiremos, en el mediano o largo plazo, al surgimiento de un nuevo orden
internacional cuyas características y reglas apenas comienzan a perfilarse.

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