Peter Levine - de Abajo Hacia Arriba

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CAPÍTULO 11

DE ABAJO HACIA ARRIBA


Tres cerebros, una mente

Comprender las leyes de la gravedad no nos libera de la gravedad... significa


que la podemos usar para hacer otras cosas. Hasta que hayamos informado a
la humanidad acerca de la forma en que funciona nuestro cerebro, de la
forma en que lo usamos... hasta que reconozcamos que ha sido para dominar
a otros, hay poca probabilidad de que algo cambie.

Henri Laborit (Mon oncle d’Amerique)

Denme un lugar para colocar mi palanca y moveré el mundo.

Arquímedes

Seguramente nadie discutiría razonablemente que somos el producto


de la forma en que operan nuestros cerebros y cuerpos. Si bien esto
puede no ser toda la historia, es una aproximación de trabajo razona-
ble. Sin embargo, al mismo tiempo sería arrogante decir que todas
nuestras experiencias subjetivas son explicadas con precisión por la
anatomía y la fisiología del cerebro, así como también sería absurdo
creer que todo lo que sentimos y sabemos es comprensible por la
forma en que funciona el cerebro. En el análisis final, para mejor o
para peor, no podemos escaparnos del hecho de que estamos restrin-
gidos por las influencias y operaciones de nuestro cerebro sobre nues-
tro cuerpo. Conocernos es conocer nuestro cerebro, y conocer nuestro
cerebro es conocernos a nosotros mismos, más o menos.
A continuación del trabajo visionario y experimental de William Ja-
mes a principios del siglo veinte, siguió un cambio en el énfasis del
estudio de las funciones cerebrales. Mientras que James se enfocaba
en la experiencia subjetiva de la emoción, las investigaciones que si-
guieron involucraron la estimulación y la extirpación de tejido cere-
bral de animales y luego la correlación de esos sitios con comporta-
mientos emocionales observados (tales como rabia y miedo). Primero
Walter B. Cannon, el fisiólogo sublime de su época (alrededor de
1920-1940), junto con William Bard, subrayaron el control de las
emociones en el cerebro en lugar de (su experiencia) en el cuerpo.1 Su
teoría central fue fomentada por James Papez, un oscuro médico y

1 Cannon también montó una crítica bien fundamentada de la teoría de lames argu-
mentando que la retroalimentación desde las vísceras sería demasiado lenta y no su-
ficientemente específica como para dar cuenta de emociones diferentes. (Estos temas
serán abordados en el Capítulo 13.)
neuroanatomista que trabajaba en forma independiente en su pe-
queña oficina al norte del estado de Nueva York. En su sobresaliente
artículo de 1937 titulado “A Proposed Mechanism of Emotíon” (Pro-
puesta de un mecanismo de la emoción) (123), Papez describió un
“circuito emocional” que se centraba en la parte superior del tronco
cerebral, el tálamo. Alrededor del tálamo había un círculo, o limbus,
de núcleos que incluían al hipocampo, el hipotálamo y la corteza cin-
gular. El giro cingulado es un intermediario importante, como vere-
mos, entre la emoción y la razón. Llama la atención que Papez no in-
cluyó la amígdala (reconocida ahora como mediadora importante de
emociones, particularmente aquellas asociadas con novedad y ame-
naza) en sus ensayos acerca del cableado emocional.
Papez dio a su circuito el pegadizo título de “la corriente del senti-
miento”. Hoy día esa región se conoce como sistema límbico o cerebro
emocional. Este último título descriptivo fue acuñado por el conocido
investigador del cerebro Joseph Leroux. Cabe destacar que estos estu-
diosos del cerebro del siglo veinte se ocupaban exclusivamente de la
expresión de la emoción ignorando por completo la experiencia emo-
cional subjetiva. El marco metafórico de Freud y el enfoque introspec-
tivo de James en las sensaciones y los sentimientos habían sido eclip-
sados por la tecnología de investigación y una fascinación por el me-
canismo neural concreto y los componentes conductuales de la expre-
sión emocional. Y, sin embargo, uno puede tomarse la libertad de es-
pecular aquí que Freud (originalmente neurólogo) hubiera estado en-
cantado, al menos, con el lugar de las emociones. Después de todo, se
encontraba en el núcleo del cerebro dónde él creía que residen los ins-
tintos (o lo que él apodó el “id”), bien fuera del alcance del “ego” y la
conciencia intencional. Sin embargo, como veremos, a pesar de que
puede no haber una conexión directa entre los instintos (id) y la con-
ciencia racional (ego), hay conductos de ida y vuelta de importancia
vital entre el id (instintos) y la autoconciencia.
Nuestros instintos más primitivos residen en Ja raíz del sistema
límbico, en la porción del cerebro más antigua y libre de cualquier ar-
tificio. Allí, un núcleo de neuronas punzantes pasea por el tronco ce-
rebral. Este sistema arcaico es el que cumple las funciones de mante-
ner la continuidad en el entorno interno y de modular los estados de
activación. Una pequeña muesca en este desordenado tejido de alam-
bre de púas retorcido y nos encontramos en un coma Irreversible.
Cuando se anunció que el presidente Kennedy había sido blanco de un
tiro que había sufrido una lesión en su tronco cerebral, mi grupo de
colegas asistentes de investigación en el laboratorio de neurofisiolo-
gía James Old lloramos, sentados delante del televisor en la Asociación
Estudiantil de la Universidad de Michigan, dándonos cuenta de que le
había llegado el final a nuestro Príncipe de Camelot.
El neuroanatomista Welle Nauta llamó, apropiadamente, a la regu-
lación primal de activación del tronco cerebral “la postura del entorno
interno”. Con esta connotación descriptiva, reconoció, valido y puso
al día el trabajo profético del siglo anterior del padre la fisiología mo-
derna, Claude Bernard. Bernard había demos que el primer requisito
para toda vida es el mantenimiento de entorno interno estable. No im-
porta si uno considera una célula una ameba, una estrella de rock, un
custodio, un rey, un astronauta, un presidente, sin esa estabilidad di-
námica interna de cara a un entorno externo siempre cambiante, to-
dos nosotros sucumbiríamos.
Por ejemplo, los niveles de oxígeno y pH (acidez) de la sangre de-
ben mantenerse dentro de un muy estrecho margen para que la vida
se mantenga viable. Es el tronco cerebral, a través de una miríada de
complejos reflejos, el responsable del “control central” por los minu-
ciosos ajustes constantes que se necesitan para el mantenimiento bá-
sico de la vida. Esto también incluye la regulación de nuestros estados
básicos de activación, vigilia y actividad.
Y por más desaliñado y primitivo que sea el sistema reticular de
activación del tronco cerebral, cumple con el trabajo asignado de pre-
servarla vida magníficamente.
Comparado con la organización columnaria obsesivamente pulcra,
en seis capas, de la gran corteza cerebral, el tronco cerebral parece un
modesto desorden caótico. Sin embargo, es precisamente esa organi-
zación primitiva la que le permite cumplir con su función asignada.
Rápida y eficientemente reúne diversa información sensoria tanto de
adentro como de afuera del cuerpo y mantiene el interior relativa-
mente estable de cara a un entorno inquieto y caprichoso. Al mismo
tiempo junta y suma estos diferentes canales sensorios para aumentar
el estado de activación general. Es la razón por la cual el ruido de un
camión que pasa puede despertarnos abruptamente del sueño o la ra-
zón por la cual la estimulación de un paciente comatoso con música,
olores y contacto puede ayudar a regresarlo al país de los vivos. La
naturaleza descubrió que la modulación de la activación se satisface
sobre todo a través de la sinestesia no específica de vistas, sonidos,
olores y gustos, además de la función específica de varios canales sen-
sorios.
COMO ES ABAJO, ES ARRIBA

La conciencia premental sigue siendo durante toda nuestra vida la poderosa


raíz y el cuerpo de nuestra conciencia. La mente es tan sólo la última flor, el
callejón sin salida.

D. H. Lawrence, Psychoanalysis and the Unconscious


(El psicoanálisis y el inconsciente)

La aparente oposición y dominio del orden militar de la intrincada


corteza cerebral, de seis capas, por sobre la desordenada red anár-
quica del tronco cerebral “de mente sencilla”, fue perturbada por el
gran neuropatólogo nacido en Rusia Paul Ivan Yakovlev. En 1948, en
un importante ensayo, este protegido de Ivan Pavlov desafió la visión
jerárquica cartesiana (de arriba hacia abajo) del mundo y propuso
que, así como la filogenia causa la ontología, las estructuras del sis-
tema nervioso central, y por implicación nuestros comportamientos
cada vez más complejos, han evolucionado desde adentro hacia
afuera, desde abajo hacia arriba.
Las estructuras cerebrales más internas, y desde lo evolutivo más
primitivas del tronco encefálico y el hipotálamo (archipallium, son
aquellas que regulan los estados internos a través del control autó-
nomo de las vísceras y los vasos sanguíneos. Este sistema más primi-
tivo, indicaba Yakolev, forma la matriz sobre la que está elaborado el
resto del cerebro y también el comportamiento.
El siguiente nivel, el sistema límbico (el cerebro palio pallium o pa-
lio mamífero en términos de la evolución y ubicación) es un sistema
relacionado con la postura, la locomoción y la expresión externa (es
decir, facial) de los estados viscerales internos. Este estrato se mani-
fiesta en la forma de los impulsos emocionales y los afectos. Final-
mente, el desarrollo más externo (el neopalio o neocórtex), un resul-
tado del sistema medio en el esquema de Yakovlev, maneja el control,
la percepción, la simbolización, el lenguaje y la manipulación del en-
torno externo.
A pesar de que nosotros nos identificamos sobre todo con este úl-
timo, con la elaboración más sofisticada, Yakovlev enfatizó que esos
estratos cerebrales (que se ubican de forma concéntrica uno dentro
del otro -de manera similar a las muñecas mamushkas rusas) no fun-
cionan de forma independiente. Más bien son partes superpuestas e
integradas que contribuyen al comportamiento total del organismo.
El sistema límbico y el neocórtex están enraizados en el tronco ence-
fálico primitivo (visceral) y son elaboraciones de sus funciones. El ar-
gumento de Yakovlev era que la apariencia de la corteza cerebral más
compleja y altamente ordenada es un refinamiento evolutivo, deri-
vado en última instancia de funciones emocionales y viscerales
incluyendo la ingestión, la digestión y la eliminación. Uno podría decir
que el cerebro es un artilugio que evolucionó por el estómago para
estar al servicio de sus fines de asegurar el alimento. Por supuesto,
uno también podría argumentar que el estómago es un dispositivo in-
ventado por el cerebro para proveerlo de la energía y la materia prima
que necesita para funcionar y mantenerse vivo. Entonces, ¿de quién
es el juego, del cuerpo o del cerebro? Por supuesto, ambos argumen-
tos son igualmente verdaderos y esa es la forma en que funcionan los
organismos. El cerebro implica al estómago y el estómago implica al
cerebro; están mutuamente entrelazados en esta red democrática de
reciprocidad. Esta visión orgánica acomete contra el modelo carte-
siano, de arriba hacia abajo, donde el cerebro "superior” controla las
funciones “inferiores” del cuerpo, tales como el sistema digestivo. La
diferencia en la perspectiva no es solamente un juego de palabras; es
más bien una visión del mundo completamente diferente, una mirada
totalmente diferente de la forma en que funciona el organismo. Es
aquí donde Yakovlev proveyó un mapa que a los neurocientíficos de
estos días modernos les vendría bien incorporar en su pensamiento,
aquel de una apreciación más profunda de la soldadura orgánica de
un cuerpo-mente.
Entonces, resumiendo, la tendencia hacia la encefalización (según
Yakovlev) es un refinamiento de las necesidades evolutivas primitivas
de la función visceral. Los pensamientos y los sentimientos no son
procesos nuevos e independientes divorciados de la actividad visce-
ral; sentimos y pensamos con nuestras tripas. El proceso digestivo,
por ejemplo, se experimenta originalmente como sensaciones físicas
(pura hambre), luego como sentimientos emocionales (por ejemplo,
hambre como agresión) y finalmente como refinamientos corticales
en la forma de asimilación de nuevas percepciones y conceptos (como
en el hambre de nuevos conocimientos y la digestión de ellos). Menos
alabadora para nuestro egocentrismo, esta perspectiva de (Revolu-
ción “de abajo hacia arriba” se enfoca en una función arcaica, homeos-
tática, de supervivencia como el patrón de organización neural y con-
ciencia. Nuestros llamados procesos de pensamientos elevados, de los
cuales estamos tan enamorados, son más bien sirvientes que maes-
tros.
La matriz de funcionamiento y conciencia, la esfera de “viscera-
ción” de Yakovlev, está en la formación reticular primitiva. Su análisis
metódico de miles de tajadas de tejido cerebral (histología) rindió una
visión poética en las grandes tradiciones de sus conciudadanos, Tols-
toi y Dostoievski. Yakovlev resumió delicadamente sus meticulosas
investigaciones de toda una vida en una sola declaración abarcativa:
“Del pantano del sistema reticular, surgió la corteza cerebral como
una orquídea pecaminosa, hermosa y culpable”. Bueno... bueno...
bueno!
Un peregrinaje personal

Cuando me encontré por primera vez con las ideas de Yakovlev, regis-
tré la verdad de su hipótesis en mis vísceras. Mis tripas sonaron en
señal de reconocimiento; mis emociones remontaron excitadas. E in-
telectualmente anhelaba digerir y saborear la exquisita esencia de la
genialidad de este hombre.2 Lo quería devorar vivo -es decir, sí aún
estaba vivo. Llevó varios días de insistentes llamadas telefónicas loca-
lizarlo. En efecto estaba vivo y muy bien. La odisea de obtener la ma-
yoría de edad mutó en localizar y encontrarme con algunos de mis
otros héroes intelectuales clave. Después de recibir finalmente mi
doctorado en la Universidad de California de Berkeley en 1977, envié
copias de mi tesis sobre el estrés a varios científicos que eran mis
mentores intelectuales. Esta lista incluía a Nikolaas Tinbergen, Ray-
mond Dart, Cari Richter, Hans Selye, Emst Gellhorn, Paul MacLean y el
mismo Yakovlev. Yo estaba en camino...
El laboratorio de Yakovlev estaba en el sótano de un oscuro edificio
cavernoso que pertenecía (creo) a los Institutos Nacionales de Salud.
Avancé hacia la puerta que me había indicado la recepcionista. Estaba
apenas entreabierta. Al introducir mi cabeza, me asusté ante la visión
panorámica de estante tras estante ocupado con botellas conteniendo
cerebros en salmuera. Una picara figura me llamó, invitándome a
acercarme a su escritorio. Este octogenario de estatura pequeña tenía
una presencia tranquila y suave que disimulaba su carácter verdade-
ramente expansivo. Con refulgentes ojos azules y entusiasmo ge-
nuino, Yakovlev me invitó cálidamente a tomar asiento. Procedió a
preguntarme acerca de mis intereses y sintió curiosidad acerca de por
qué podría haber elegido viajar tan lejos para visitarlo.
Cuando le conté sobre mi interés en los instintos y acerca de mis
ideas concernientes a la sanación mente-cuerpo, el estrés y la autorre-
gulación, se puso de pie de un salto, me tomó del brazo con excitación
y me llevó de frasco en frasco compartiendo conmigo la inmensa va-
riedad de especímenes que demostraban los bloques de construcción
anatómicos básicos del cerebro. Desde allí me llevó nuevamente a su
escritorio y al microscopio; juntos miramos las diapositivas de tajadas
infinitamente finas de tejido cerebral. Me relató esta inspección, mez-
clando la lírica en su elaborado razonamiento, así como yo imaginaba
que lo podría haber hecho Darwin en su laboratorio apenas cien años
antes o algo así. Para mí la emoción era tan intensa que sentía que no
podía retener mi urgente necesidad de saltar gritando “¡Sí!”. Sabía que
me encontraba en el camino correcto, que nosotros realmente somos
hasta nuestra última neurona, sólo un puñado de animales... y eso
realmente no está tan mal.

2 En psicología, apetente significa adquirente.


A la una, después de compartir un sándwich de ensalada de huevo,
Yakovlev me trazó un intrincado mapa para guiarme hasta mi pró-
xima cita, que estaba a aproximadamente cuarenta millas hacia el cen-
tro del estado de Maryland. Esta tarea la realizó con detalle anatómico,
empleando meticulosamente un juego de lápices de colores brillantes
y dibujando minuciosamente, con una precisión exigente, la mejor
ruta y sus señales características. Me ofreció que, de disponer de
tiempo al final del día, era bienvenido para regresar por la misma ruta.
Llegué a mi destino a la hora acordada. Paul MacLean me saludó
amablemente, pero sin la calidez exuberante que me habían prodi-
gado en mi cita anterior. Sin embargo, me formuló exactamente la
misma pregunta: por qué había viajado tan lejos para verlo. Repetí la
misma respuesta. MacLean me miró con una expresión desconcertada
que combinaba curiosidad y una preocupación aparentemente pater-
nal. “Eso es todo muy interesante, joven”, dijo, “pero ¿cómo piensa
mantenerse?”. Sintiéndome algo desanimado le hice muchas pregun-
tas acerca de sus veinte años de rigurosos estudios experimentales
acerca de lo que ahora se llama la teoría cerebral trina. MacLean había
asociado muchos comportamientos específicos sugeridos por los sen-
deros neuroanatómicos establecidos por Yakovlev, Nauta y Papez. A
pesar de que estos tipos cerebrales fundamentales muestran grandes
diferencias en su estructura y su química, tos tres funcionan en red y
se supone que lo hacen juntos como un cerebro unitario (“triuno”).
MacLean demostró metódicamente que nuestra neuroanatomía no
sólo evolucionó como una elaboración, desde lo más primitivo hasta
lo más refinado y sofisticado, sino que (como Darwin hubiera pronos-
ticado) lo mismo hicieron nuestros comportamientos. Las implicacio-
nes de esto son más que profundas. Nos dicen que, por más que no
queramos admitirlo, las formas más primitivas de nuestro pasado an-
cestral habitan, en forma latente, profundamente dentro de nosotros
hoy día (véase Figura 11.1). (124)

El modelo cerebral triuno de Paul MacLean


‒ Nivel primate
‒ Nivel límbico mamífero
‒ Nivel reptiliano
NIVEL PRIMATE:
Pensamiento, memoria consciente, símbolos, planificación e inhibi-
ción de impulsos.

NIVEL LÍMBICO, MAMÍFERO:


Sentimientos, motivación, interacción y*relaciones.
NIVEL REPTILIANO:
Sensaciones, regulación de activaciones (homeostasis) e iniciación de
impulsos de movimientos.

Figura 11.1 Funciones básicas de los niveles reptiliano (tronco cerebral), palio mamí-
fero (límbico) y primate (neocórtex).

El eminente psiquiatra Carl G. Jung reconoció con presciencia la ne-


cesidad de la integración de nuestros estratos instintivos mediante un
proceso de individuación psicológica. Creía que en la asimilación de lo
que llamaba el inconsciente colectivo cada persona se mueve hacia la
completitud. Jung comprendió que ese inconsciente colectivo no era
una noción abstracta y simbólica, sino más bien una realidad fí-
sica/biológica concreta:

Todo este organismo psíquico corresponde exactamente al cuerpo que, a


pesar de variar de individuo en individuo, es en todos los factores esen-
ciales específicamente el cuerpo (y mente) humano que todos los hom-
bres tienen. En su desarrollo y estructura, sigue preservando elementos
que lo conectan con los invertebrados y en última instancia con los pro-
tozoarios. Teóricamente debería ser posible “pelar” el inconsciente colec-
tivo, capa por capa, hasta que lleguemos a la psicología de la lombriz e
incluso la de la ameba. (125)

El mentor de Jung, Sigmund Freud, también luchaba con las impli-


caciones de nuestras raíces filogenéticas en su obra seminal El Ego y
el id. Con una honestidad cautivante y un autoexamen despiadado,
desafía las hipótesis de la obra de su vida. Confirma que “con la men-
ción de la Filogénesis surgen nuevos problemas de los cuales uno
siente la tendencia a retirarse cuidadosamente... Pero no sirve”, se la-
menta. “El intento debe hacerse, a pesar del hecho de que dejará al
desnudo la insuficiencia de todo nuestro esfuerzo”. Claramente Freud
estaba cuestionando la validez básica y la premisa de todo su funda-
mento psicoanalítico a la luz de nuestra herencia filogenética. Aquí re-
conoce la necesidad de incorporar una comprensión de nuestras raí-
ces animales en el proceso terapéutico, pero ¿cómo? Yakovlev y Ma-
cLean nos brindan precisamente ese apuntalamiento.
Tal como hizo Yakovlev antes, MacLean dividió el cerebro mamí-
fero en tres estratos claramente organizados que corresponden apro-
ximadamente a los períodos arquipalio reptiliano, palio-mamífero y
neomamífero del desarrollo de la evolución. MacLean desarrolló este
mapa para incluir al hipotálamo como nodal en las relaciones entre
las tres regiones cerebrales -un conductor al volante del tronco ence-
fálico regulando el efluvio del sistema nervioso autónomo. Basándose
en el trabajo previo de W. R. Hess (126) (quien en 1949 compartiera
el Premio Nobel de Fisiología o Medicina con el neurólogo portugués
y embajador en España Egas Moniz), MacLean y Ernst Gellhorn (127)
argumentaban que ese órgano primitivo, del tamaño de un guisante,
el hipotálamo, organiza caminos alternativos de comportamiento. Di-
rige el comportamiento del organismo como un todo, un trabajo con-
vencionalmente atribuido al neocórtex. Como veremos, el control del
comportamiento es compartido por varios sistemas en todo el cere-
bro, no habiendo un solo lugar de control. No tenemos un cerebro tri-
partito (que contiene tres partes diferentes) sino un cerebro triuno,
como lo denomina MacLean, enfatizando la integración holística de
sus partes. Con nuestros tres cerebros (en realidad cuatro si se incluye
el componente acuático -homeostático- que compartimos con los pe-
ces), nos vemos ante la tarea hercúlea de ser “de una mente”, un desa-
fío que es al mismo tiempo limitante y liberador.
TRES CEREBROS, UNA MENTE

El empuje y la defensa protectora del reptil, el cuidado y la orientación fami-


liar del mamífero temprano, las capacidades simbólicas y lingüísticas del neo-
córtex pueden multiplicar nuestra condenación o
favorecer nuestra salvación.

Jean Houston (The Possible Human)


(El Ser humano posible)

El cerebro triuno de MacLean tiene un delicado acto de equilibrio para


navegar en su rol triuno en lugar de su rol tripartito. Si uno encarara
el costado de la cabeza y cortara el cerebro por la mitad (proporcio-
nando lo que se conoce como la vista mediosagital), se observaría un
factor “debajo de la mente”). Este verdadero frente del cerebro, la cor-
teza prefrontal, responsable de las funciones más complejas del com-
portamiento y la conciencia humanas, realiza una curva alrededor de
todo el cráneo haciendo casi un giro en U y quedando contiguo, con
una proximidad íntima, de las partes más arcaicas del tronco encefá-
lico, el hipotálamo y el sistema límbico. La neurociencia nos enseña
que, generalmente, cuando dos partes del cerebro se encuentran en
una cercanía anatómica, es porque se supone que deben funcionar
juntas. Esto aumenta aún más la probabilidad de que las señales elec-
troquímicas sean transmitidas de manera confiable.
Descartes podría haber quedado totalmente asombrado por la re-
lación tan íntima entre las porciones más primitivas y las más refina-
das del cerebro. Aquí tenemos el pináculo más elevado de lo que es
ser humano de manera inseparable (mejilla a mejilla) con los vestigios
más primitivos y arcaicos de nuestro linaje animal. Descartes no hu-
biera encontrado ni ton ni son con respecto a esta ubicación física. Si
alguna vez hubiera especulado en bienes inmuebles, en los que el va-
lor tiene todo que ver con la “ubicación, ubicación, ubicación”, podría
haber estado aún más perplejo. Además, como vecinos “de la puerta
de al lado”, el tronco encefálico, el cerebro emocional y el neocórtex
deben encontrar un lenguaje común mediante el cual comunicarse.
Mantener una relación tan íntima es análogo a la tarea de interconec-
tar una supercomputadora Cray o IBM en el MIT (Massachussets Insti-
tute of Technology) con un ábaco antiguo en un negocio chino para que
operen juntos como una unidad. De la misma manera, el cerebro rudi-
mentario de una lagartija y el cerebro genial de Einstein (el neocórtex)
deben cohabitar y comunicarse en una armonía coherente. Pero ¿qué
sucede cuando esa coexistencia entre el instinto, el sentimiento y la
razón están desorganizados?
Phineas Gage, un supervisor de ferrocarril en 1848, fue el primer
caso bien documentado de ese tipo de divorcio violento. Mientras
estaba trabajando con explosivos en un túnel cerca de Burlington,
Vermont, cuando una puntiaguda varilla de hierro de tres pies de
largo llamada hierro de apisonamiento fue proyectada como una bala
a través de su cráneo. Ingresó cerca de la cavidad ocular penetrando
en su cerebro y luego salió a través de la coronilla en el lado opuesto
de su cabeza. Para asombro de todos, el señor Gage, con un ojo menos,
“se recuperó totalmente”. Bueno, no del todo... Si bien su intelecto fun-
cionaba normalmente, la lesión alteró su personalidad básica. Antes
del accidente era muy querido por sus empleadores y empleados (un
mediador ideal). Sin embargo, el “nuevo” señor Gage “era arbitrario,
caprichoso, inestable y aquellos que lo conocían lo consideraban un
campesino malhablado”. Le faltaba motivación y era incapaz de man-
tener un trabajo, por lo que terminó a la deriva, incluyendo una época
en que pasó por un espectáculo de carnaval de segunda.3 Una persona
asociada con él durante mucho tiempo observó que “Gage ya no era
Gage”. Además, el Dr. John Harlow, su médico, lo describió con preci-
sión de esta manera: “Gage perdió el equilibrio o balance entre su fa-
cultad intelectual y (sus) propensiones animales”.
Avancemos rápidamente ciento cuarenta años hasta Elliot, un pa-
ciente del eminente neurólogo Antonio Damasio. (128) Este pobre
hombre estaba al final de la cuerda habiendo quemado un puente des-
pués del otro tanto en su vida personal como en la profesional. Inca-
paz de mantener un empleo, cayendo en bancarrota en varios em-
prendimientos de negocios con socios de mala reputación y golpeado
por una rápida sucesión de divorcios, Elliot había ido en busca de
ayuda psiquiátrica. Su derivación a Damasio brindó la oportunidad de
llevar a cabo una exhaustiva revisación neurológica. Superó uno de los
test cognitivos/intelectuales después del otro e incluso logró un re-
sultado normal en un inventario estándar de personalidad. Incluso en
un test, supuestamente diseñado para medir el desarrollo moral, tuvo
un rendimiento alto y seguía en condiciones de razonar a través de
una variedad de preguntas éticas complejas. Sin embargo, había algo
que claramente no era “normal” en este hombre. Incluso en sus pro-
pias palabras, Elliot dijo: “Y después de todo esto sigo sin saber qué
hacer”. Si bien era capaz de “pensar completamente a través" de todo
tipo de complejos dilemas intelectuales y morales, era incapaz de ele-
gir opciones y actuar de acuerdo con ellas. Sus computadoras morales
estaban funcionando, pero su brújula moral no.
Finalmente, Damasio diseñó algunos tests inteligentes gracias a los
cuales se pudo determinar con precisión el déficit de Elliot y propor-
cionar claves de por qué su vida era semejante desastre. Uno de esos
tests era un tipo de juego de naipes donde se oponían entre sí estrate-
gias de riesgo y ganancia. Cuando resultaba necesario cambiar su

3 Para una biografía autorizada, véase M. Macmilan “Restoring Phineas Gage: A isoth
Retrospectiva” (Restaurando a Phineas Gage: Una retrospectiva) Journal ofthe History
of the Neurosciences (2000), 9,42-62.
estrategia de alto riesgo-alta ganancia (con una pérdida total proba-
ble) a riesgo moderado/ganancia moderada (con ganancia final),
Elliot era incapaz de aprender y sostener la transición. Al igual que el
resultado total de su vida, Elliot era un fracaso despreciable; simple-
mente no podía aprender cuando algo era de importancia. Damasio
especuló que su paciente era incapaz de experimentar emocional-
mente las consecuencias de sus decisiones o actos. Podía razonar per-
fectamente bien, excepto cuando algo importante estaba en juego.
Esencialmente Damasio razonó que Elliot había perdido la capacidad
de sentir y de interesarse. Por lo tanto, era incapaz de hacer (e) valua-
ciones, integrarlas a consecuencias significativas y luego actuar de
acuerdo con ellas. Emocionalmente había perdido el timón.
Damasio consideró perplejo la posibilidad de que Elliot fuese un
Phineas Gage contemporáneo. Ambos médicos, Harlow y Damasio, a
pesar de estar separados por más de un siglo, especularon que sus pa-
cientes habían perdido la capacidad de equilibrar el instinto y el inte-
lecto. Sin embargo, en lugar de ponderar inútilmente esa posibilidad,
Damasio y su mujer, Hannah, emprendieron una expedición arqueo-
lógica con orientación médica. Ubicaron la calavera preservada de
Gage, que ignominiosamente estaba juntando polvo en el estante de
un oscuro museo en la Facultad de Medicina de Harvard. En un estu-
dio más parecido a una intrigante investigación de la escena del cri-
men en la televisión, repleta de dramáticos análisis forenses, que a un
pesado experimento académico, los Damasio pudieron pedir prestada
la calavera perforada y someterla a sofisticados análisis manejados
por computadora. Usando poderosas técnicas de imagen, pudieron
predecir con precisión dónde el díscolo proyectil habría desgarrado
su cerebro, arrojándolo al suelo y mutilando su personalidad para
siempre. Con asombrosa previsión, el resucitado “cerebro virtual” de
Gage reveló la destrucción devastadora de la misma región de células
nerviosas que las que estaban funcionando defectuosamente en el ce-
rebro de Elliot. ¡El misterio había sido resuelto! El corte del pasaje ce-
rebral entre los circuitos emocionales y la razón, a pesar de que en un
caso había sido extremo y aparentemente más sutil en el otro, era ex-
tremadamente dañino para con las funciones y el espíritu de la per-
sona, transformándolas en vagabundos. Sus cerebros ya no eran triu-
nos sino tripartitos, cercenados de las redes de comunicación vital que
unen los cerebros para formar un todo coherente.
Insertada entre los lóbulos frontales y las regiones límbicas adya-
centes (el lugar de la violenta lobotomía de Gage y también de las neu-
ronas disfuncionales de Elliot) se encuentra una estructura plegada
llamada giro cingulado. Esta región es fundamental en la integración
de pensamiento y sentimiento. (129) Dicho de otra manera, es la es-
tructura que conecta el bajo abdomen primitivo, rudo, tosco e instin-
tivo, con los lóbulos más complejos, refinados computarizados del
neocórtex. El giro cingulado y sus estructuras asociadas, tales como la
ínsula, son los que pueden tener la clave para ser un animal total-
mente humano -de una mente, a pesar de tener tres cerebros.
Tanto a Gage como a Elliot les faltaba una conexión que funcionara
entre su cerebro instintivo y su cerebro racional. Como consecuencia,
ambos estaban perdidos. Sin instinto y razón (urdimbre y trama) en-
tretejidos en el telar encantado del cerebro, carecían de lo que signi-
fica ser un ser humano completo.
La imagen de Gage, pintada por Harlow, era la de un hombre escla-
vizado por sus caprichos instintivos, “al mismo tiempo tanto animal
como infantil”. Luego, en 1879, un neurólogo llamado David Ferrier
agregó una perspectiva experimental a esta condición quitando los ló-
bulos frontales de los monos. Descubrió que “en lugar de mostrar in-
terés y de explorar activamente sus entornos (como lo hacían previa-
mente), husmeando curiosos todo lo que estaba en el campo de su ob-
servación, permanecieron apáticos, aburridos, o adormecidos”. (130)
Desafortunadamente, la investigación primaria de Ferrier no fue
tenida en cuenta por el neurólogo portugués Egas Moniz, quien más
tarde diseñó una operación similar en humanos, que llamó leucotomía
prefrontal. Con el advenimiento de ese procedimiento, nació el escan-
daloso campo de la “psicocirugía”. Sin embargo, esas “curas” en gene-
ral eran peores, mucho peores, que la “enfermedad”. Y ese procedi-
miento creó multitudes de zombis irreversibles. Moniz, como men-
cioné antes, compartió el Premio Nobel por su horrendo y manifiesta-
mente pseudocientífico y estrafalario trabajo que “docilizó” a decenas
de miles de pacientes en todo el mundo. El procedimiento tuvo mucha
popularidad en los Estados Unidos de Norteamérica, donde Walter
Freeman (irónicamente el padre de uno de mis consejeros de gradua-
ción, Walter B. Freeman Jr.) inventó un procedimiento llamado lobo-
tomía prefrontal. De manera bizarra, su tratamiento, de acuerdo con
el mayor de los Freeman, “era lo suficientemente sencillo como para
ser realizado en el consultorio de cualquier médico clínico”. Básica-
mente, en sus propias palabras, su método consistía en “ponerlos a
ellos fuera de combate con un shock eléctrico” y luego (en un “proce-
dimiento médico” que recuerda la lobotomía accidental de Phineas
Gage por una varilla de hierro de punta aguda) “incrustando un pun-
zón para romper hielo en el pliegue del párpado y adentro del lóbulo
frontal del cerebro y realizando el corte lateral moviendo la cosa de
un lado a otro... un procedimiento fácil, pero definitivamente desagra-
dable de ver”. (Nótese el empleo curioso e insensible de Freeman ha-
blando de “ellos” y “cosa” así como su elección del “instrumento qui-
rúrgico”: ¡un punzón para romper hielo!)
Puede parecer contradictorio que este procedimiento pueda pro-
ducir, como en el caso de Phineas Gage, “un individuo tanto animal
como infantil”; si bien los monos de Ferrier carecían de curiosidad y
exploración; y, con el paciente de Damasio, Elliot, la capacidad de ha-
cer valuaciones y de elegir opciones apropiadas fue destruida de
manera permanente. Desafortunadamente, la tendencia que siguió
creó un grupo tipo Frankenstein de decenas de miles de pacientes lo-
botomizados (y cientos de miles más que quedaron fuera de combate
por prescripción médica de thorazina y hadol). Sin el animal en el hu-
mano y sin el humano en el animal, hay poco que podamos reconocer
como una persona vivaz y comprometida con la vida. Es interesante
que muchas personas que luchan con el síndrome de dé-ficit de aten-
ción/hiperactividad (ADHD=attention-deftcit/hyperactivity disorder),
así como también muchos delincuentes violentos, parecen exhibir una
hipoactivación en sus cerebros instintivos, junto con un apagado de
su córtex prefrontal. En ese aspecto, los comportamientos de inadap-
tación asociados con ambos pueden ser intentos para estimularse con
el fin de sentirse más humanos. Desafortunadamente, el costo de estos
trastornos impulsivos puede ser desastroso tanto para el individuo
como para la sociedad.
Por el otro lado, las personas que quedan crónicamente inunda-das
por erupciones emocionales pueden tener las mismas limitaciones en
la vida. Sin bien son menos inhumanas (como los zombis “secuestra-
dores de cuerpos” tipo Gage-Elliot), sus explosiones pue-den ser igual-
mente corrosivas para el mantenimiento de relaciones íntimas y pro-
fesionales y -se entiende sin decirlo- para un sentido coherente del
self (sí mismo). Los individuos traumatizados están realmente prisio-
neros con lo peor de ambos mundos. En cierto momento, se ven inun-
dados por emociones intrusivas como terror, rabia y vergüenza, mien-
tras que, alternadamente, están apagados, quedando enajenados del
enraizamiento instintivo basado en los sentimientos, volviéndose in-
capaces de un sentido de propósito e ineptos para encontrar una di-
rección. Estos pueden ser nuestros clientes, parientes, amigos o cono-
cidos que se encuentran atrapados en cualquiera de los dos extremos,
alternando sin fin entre la convulsión emocional y el coma (indiferen-
cia/apagado). Como tales, son incapaces de usar su inteligencia emo-
cional. Hasta cierto punto representan, cuando estamos bajo la in-
fluencia de estrés crónico o trauma, el Phineas Gage dentro de todos
nosotros.
COMPLETITUD COMO EQUILIBRIO

Como es arriba, es abajo. Como es abajo, es arriba.


Kybalión

Somos más que animales parlantes; somos criaturas del lenguaje. Sin
embargo, que estemos confinados por la tiranía del lenguaje, o libera-
dos por él, es una cuestión disponible y abierta. Cómo usamos, o abu-
samos, del lenguaje tiene mucho que ver con cómo vivimos nuestras
vidas. Las palabras, en sí mismas y por sí mismas, tienen poca impor-
tancia para un niño pequeño cuando está molesto. El lenguaje debe
ser acompañado por apaciguamiento físico cercano en la forma de
sostener, acunar y emitir suaves sonidos tales como arrullos y mur-
mullos. Es nuestro uso de tonos no verbales y cadencias lo que da al
lenguaje su poder para calmar y endulzar las molestias de un bebé. A
medida que los niños se van desarrollando, comienzan a comprender
las verdaderas palabras y también son tranquilizados por el modo en
que son expresadas.
Sin embargo, las palabras deben seguir teniendo un contexto físico
para que sean sanadoras y saludables. Pueden recordar al pequeño
llamado Elian González que se convirtió en el rehén de una batalla po-
lítica atroz en el estado de Florida. Los primos lejanos de Elian (exilia-
dos cubanos que vivían en Miami), supuestamente preocupados por
el bienestar del niño, lucharon con vehemencia contra el propio padre
de Elian (que estaba viviendo en Cuba) por la custodia del pequeño.
Al igual que en la obra de Bertolt Brecht El círculo de tiza caucasiano,
estaban literalmente despedazando a ese confundido niño de seis
años. Finalmente, la Corte Suprema intercedió y bloqueó los esfuerzos
del Gobernador Jeb Bush para retener a Elian en los Estados Unidos
de Norteamérica como un “ciudadano anti-Castro modelo” y lo devol-
vió a la custodia de su padre.
Se instruyó a soldados de la Guardia Nacional para retirar y salva-
guardar a Elian ante una multitud hostil que mostraba pancartas,
cuando una agente federal femenina se lo quitó a los primos y espec-
tadores enojados, sosteniéndolo seguro contra su cuerpo. Claramente,
ese abrazo inesperado y no buscado por parte de una desconocida ate-
rrorizó al niño que ya estaba asustado, desorientado y con el lavado
de cerebro realizado. Pero luego sucedió algo muy extraordinario. La
agente lo sostenía con la firmeza suficiente como para que la multitud
enojada no se lo arrebatase, pero a la vez lo suficientemente suave
como para que su abrazo coincidiera con las palabras en español que
le decía con calma: “Elian, esto te puede parecer muy alarmante ahora,
pero pronto estará mejor. Te llevamos para que veas a tu papá... No te
llevarán de regreso a Cuba (cosa que en ese momento era cierto) ... No
te pondrán en un barco otra vez (había sido llevado a Miami en un
engañoso viaje en barco). Estás con personas que te quieren y que te
van a cuidar”.
Estas palabras eran un guion cuidadosamente confeccionado,
como habrán sospechado, por un psiquiatra de niños que sabía acerca
de la historia y el compromiso de Elian. Estaban diseñadas para aliviar
la incertidumbre y el terror del niño. Funcionaron. Sin embargo, las
palabras solas no habrían sido suficientes sin lo que era obviamente
el lenguaje corporal, la presencia y el tono de la agente femenina del
FBI. O bien ella sabía instintivamente (y/o tal vez fue entrenada) cómo
sostener a Elian sólo con la firmeza necesaria para protegerlo y lo su-
ficientemente suelto como para que no se sintiera atrapado. Mecién-
dolo con mucha suavidad, con un breve contacto visual y un suave y
calmo equilibrio habló -con una voz- ai cerebro reptiliano, emocional
y frontal de Elian, todo al mismo tiempo. Esta unidad de voz y sostén
muy probablemente ayudó a evitar una traumatización excesiva y a
marcar la psique delicada y vulnerable del niño. De diferentes mane-
ras y de variadas formas, esto es lo que hace una buena terapia de
trauma, tal como vimos en el Capítulo 8.
Hace algunos años, fui testigo de otro ejemplo de uso instintivo del
contacto humano con palabras calmas para aliviar sufrimiento. Estaba
en Copenhague en el apartamento de mi amigo, Inger Agger. Inger ha-
bía sido el jefe del servicio psicosocial de la Unión Europea durante la
matanza en la antigua Yugoeslavia y no era novato con respecto a
trauma y catástrofe humana. De manera que, cuando el noticiero BBC
World News, que estaba como telón de fondo, anunció la cobertura de
la conflagración de Timor del Este, giramos para ver las imágenes de
los refugiados claramente aturdidos y desorientados ingresando sin
rumbo en un campo de refugiados. Apostado en la entrada del campo
había un grupo de redondas monjas portuguesas que vestían hábitos
blancos.
Quedaba claro tanto para Inger como para mí que las monjas aler-
tas estaban sondeando y “tanteando” a aquellos refugiados, en parti-
cular los niños, que eran los más desorientados y que se hallaban en
estado de shock. La monja que más cerca se encontraba de esa per-
sona se movía rápidamente, pero sin ser invasiva, hacia ese individuo
aturdido y lo abrazaba. Mirábamos, con las lágrimas corriéndonos por
las mejillas, mientras las monjas sostenían y acunaban a cada uno,
aparentemente murmurando algo en sus oídos. Y nos imaginamos lo
que podrían estar diciendo, muy probablemente algo similar a lo que
la agente del FBI había dicho a Elian. Sin embargo, en total contraste
con lo que mostraban esas imágenes, el comentarista de la BBC decla-
raba que “esas almas desafortunadas quedarían marcadas de por
vida”, implicando que estarían sentenciadas a vivir para siempre con
su experiencia traumática. No estaban comprendiendo lo que
mostraba el lenguaje corporal de las monjas y los refugiados que te-
nían la suerte de verse rodeados por la bondad de esas compasivas
mujeres.
Esta poderosa escena ilustra precisamente qué es lo que se re-
quiere para ayudar a las personas a descongelarse, a salir del estado
de shock y regresar a la vida, ponerlas en su camino para recuperarse
y poder manejar su mala suerte. El trabajo de mi organización sin fi-
nes de lucro, la Foundation for Human Enrichment (Fundación para el
enriquecimiento humano), cuyos voluntarios respondieron en las se-
cuelas del devastador tsunami en el sudeste asiático y los huracanes
Katrina y Rita en los Estados Unidos de Norteamérica, fue un ejemplo
más inmediato y personal. (131) Aquí nuevamente fue el entretejido
del contacto físico más inmediato y directo junto con las palabras más
simples dichas en el momento oportuno lo que ayudó a las personas a
salir del shock y el terror como para poder retener su sentido del self,
comenzando de esa manera el proceso de ocuparse de sus terribles
pérdidas.
En todos estos ejemplos, las necesidades reptilianas y rítmicas del
tronco cerebral, la necesidad del sistema límbico de conexión emocio-
nal y la necesidad del neocórtex de escuchar palabras tranquilizado-
ras y coherentes que converjan fueron todas tenidas en cuenta. Nos
dan la seguridad de que lo que sea que estemos sintiendo ahora, pa-
sará.
Un ejemplo opuesto quedó claramente ilustrado cuando el mundo
vio las imágenes gráficas de docenas de cuerpos muertos y mutilados
de mujeres y niños que eran retirados de los edificios bombardeados
de Beirut en la terrible guerra entre Israel y Hezbollah en 2006, Des-
pués de las fotos televisadas, la Secretaria de Estado de los Estados
Unidos de Norteamérica, Condolezza Rice, habló mecánicamente en
legalista en lugar de expresar palabras de compasión y pena, sólo
agravando un informe de por sí ya terrible. Con esas imágenes visua-
les y auditivas, queda lanzada una púa metálica metafórica que mar-
chita el giro cingulado, dividiendo al cerebro (alguna vez) triuno en
fragmentos contradictorios que recuerdan a Phineas Gage. Qué pena,
cuando podrían haber sido ofrecidas en su lugar palabras suaves, bon-
dadosas, dando un sentido de esperanza y ayuda sin par ya en camino.
Todos los capítulos que preceden han estado rondando alrededor
del fenómeno del instinto. Sin embargo, en este capítulo, ya no descui-
damos esta estrella guía, finalmente concediendo al instinto lo mere-
cido.

Levine, P. (2013). De abajo hacia arriba. En Levine, P., En una voz no hablada (págs.
301-322). Argentina: Alma Lpeik.

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