Peter Levine - de Abajo Hacia Arriba
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Arquímedes
1 Cannon también montó una crítica bien fundamentada de la teoría de lames argu-
mentando que la retroalimentación desde las vísceras sería demasiado lenta y no su-
ficientemente específica como para dar cuenta de emociones diferentes. (Estos temas
serán abordados en el Capítulo 13.)
neuroanatomista que trabajaba en forma independiente en su pe-
queña oficina al norte del estado de Nueva York. En su sobresaliente
artículo de 1937 titulado “A Proposed Mechanism of Emotíon” (Pro-
puesta de un mecanismo de la emoción) (123), Papez describió un
“circuito emocional” que se centraba en la parte superior del tronco
cerebral, el tálamo. Alrededor del tálamo había un círculo, o limbus,
de núcleos que incluían al hipocampo, el hipotálamo y la corteza cin-
gular. El giro cingulado es un intermediario importante, como vere-
mos, entre la emoción y la razón. Llama la atención que Papez no in-
cluyó la amígdala (reconocida ahora como mediadora importante de
emociones, particularmente aquellas asociadas con novedad y ame-
naza) en sus ensayos acerca del cableado emocional.
Papez dio a su circuito el pegadizo título de “la corriente del senti-
miento”. Hoy día esa región se conoce como sistema límbico o cerebro
emocional. Este último título descriptivo fue acuñado por el conocido
investigador del cerebro Joseph Leroux. Cabe destacar que estos estu-
diosos del cerebro del siglo veinte se ocupaban exclusivamente de la
expresión de la emoción ignorando por completo la experiencia emo-
cional subjetiva. El marco metafórico de Freud y el enfoque introspec-
tivo de James en las sensaciones y los sentimientos habían sido eclip-
sados por la tecnología de investigación y una fascinación por el me-
canismo neural concreto y los componentes conductuales de la expre-
sión emocional. Y, sin embargo, uno puede tomarse la libertad de es-
pecular aquí que Freud (originalmente neurólogo) hubiera estado en-
cantado, al menos, con el lugar de las emociones. Después de todo, se
encontraba en el núcleo del cerebro dónde él creía que residen los ins-
tintos (o lo que él apodó el “id”), bien fuera del alcance del “ego” y la
conciencia intencional. Sin embargo, como veremos, a pesar de que
puede no haber una conexión directa entre los instintos (id) y la con-
ciencia racional (ego), hay conductos de ida y vuelta de importancia
vital entre el id (instintos) y la autoconciencia.
Nuestros instintos más primitivos residen en Ja raíz del sistema
límbico, en la porción del cerebro más antigua y libre de cualquier ar-
tificio. Allí, un núcleo de neuronas punzantes pasea por el tronco ce-
rebral. Este sistema arcaico es el que cumple las funciones de mante-
ner la continuidad en el entorno interno y de modular los estados de
activación. Una pequeña muesca en este desordenado tejido de alam-
bre de púas retorcido y nos encontramos en un coma Irreversible.
Cuando se anunció que el presidente Kennedy había sido blanco de un
tiro que había sufrido una lesión en su tronco cerebral, mi grupo de
colegas asistentes de investigación en el laboratorio de neurofisiolo-
gía James Old lloramos, sentados delante del televisor en la Asociación
Estudiantil de la Universidad de Michigan, dándonos cuenta de que le
había llegado el final a nuestro Príncipe de Camelot.
El neuroanatomista Welle Nauta llamó, apropiadamente, a la regu-
lación primal de activación del tronco cerebral “la postura del entorno
interno”. Con esta connotación descriptiva, reconoció, valido y puso
al día el trabajo profético del siglo anterior del padre la fisiología mo-
derna, Claude Bernard. Bernard había demos que el primer requisito
para toda vida es el mantenimiento de entorno interno estable. No im-
porta si uno considera una célula una ameba, una estrella de rock, un
custodio, un rey, un astronauta, un presidente, sin esa estabilidad di-
námica interna de cara a un entorno externo siempre cambiante, to-
dos nosotros sucumbiríamos.
Por ejemplo, los niveles de oxígeno y pH (acidez) de la sangre de-
ben mantenerse dentro de un muy estrecho margen para que la vida
se mantenga viable. Es el tronco cerebral, a través de una miríada de
complejos reflejos, el responsable del “control central” por los minu-
ciosos ajustes constantes que se necesitan para el mantenimiento bá-
sico de la vida. Esto también incluye la regulación de nuestros estados
básicos de activación, vigilia y actividad.
Y por más desaliñado y primitivo que sea el sistema reticular de
activación del tronco cerebral, cumple con el trabajo asignado de pre-
servarla vida magníficamente.
Comparado con la organización columnaria obsesivamente pulcra,
en seis capas, de la gran corteza cerebral, el tronco cerebral parece un
modesto desorden caótico. Sin embargo, es precisamente esa organi-
zación primitiva la que le permite cumplir con su función asignada.
Rápida y eficientemente reúne diversa información sensoria tanto de
adentro como de afuera del cuerpo y mantiene el interior relativa-
mente estable de cara a un entorno inquieto y caprichoso. Al mismo
tiempo junta y suma estos diferentes canales sensorios para aumentar
el estado de activación general. Es la razón por la cual el ruido de un
camión que pasa puede despertarnos abruptamente del sueño o la ra-
zón por la cual la estimulación de un paciente comatoso con música,
olores y contacto puede ayudar a regresarlo al país de los vivos. La
naturaleza descubrió que la modulación de la activación se satisface
sobre todo a través de la sinestesia no específica de vistas, sonidos,
olores y gustos, además de la función específica de varios canales sen-
sorios.
COMO ES ABAJO, ES ARRIBA
Cuando me encontré por primera vez con las ideas de Yakovlev, regis-
tré la verdad de su hipótesis en mis vísceras. Mis tripas sonaron en
señal de reconocimiento; mis emociones remontaron excitadas. E in-
telectualmente anhelaba digerir y saborear la exquisita esencia de la
genialidad de este hombre.2 Lo quería devorar vivo -es decir, sí aún
estaba vivo. Llevó varios días de insistentes llamadas telefónicas loca-
lizarlo. En efecto estaba vivo y muy bien. La odisea de obtener la ma-
yoría de edad mutó en localizar y encontrarme con algunos de mis
otros héroes intelectuales clave. Después de recibir finalmente mi
doctorado en la Universidad de California de Berkeley en 1977, envié
copias de mi tesis sobre el estrés a varios científicos que eran mis
mentores intelectuales. Esta lista incluía a Nikolaas Tinbergen, Ray-
mond Dart, Cari Richter, Hans Selye, Emst Gellhorn, Paul MacLean y el
mismo Yakovlev. Yo estaba en camino...
El laboratorio de Yakovlev estaba en el sótano de un oscuro edificio
cavernoso que pertenecía (creo) a los Institutos Nacionales de Salud.
Avancé hacia la puerta que me había indicado la recepcionista. Estaba
apenas entreabierta. Al introducir mi cabeza, me asusté ante la visión
panorámica de estante tras estante ocupado con botellas conteniendo
cerebros en salmuera. Una picara figura me llamó, invitándome a
acercarme a su escritorio. Este octogenario de estatura pequeña tenía
una presencia tranquila y suave que disimulaba su carácter verdade-
ramente expansivo. Con refulgentes ojos azules y entusiasmo ge-
nuino, Yakovlev me invitó cálidamente a tomar asiento. Procedió a
preguntarme acerca de mis intereses y sintió curiosidad acerca de por
qué podría haber elegido viajar tan lejos para visitarlo.
Cuando le conté sobre mi interés en los instintos y acerca de mis
ideas concernientes a la sanación mente-cuerpo, el estrés y la autorre-
gulación, se puso de pie de un salto, me tomó del brazo con excitación
y me llevó de frasco en frasco compartiendo conmigo la inmensa va-
riedad de especímenes que demostraban los bloques de construcción
anatómicos básicos del cerebro. Desde allí me llevó nuevamente a su
escritorio y al microscopio; juntos miramos las diapositivas de tajadas
infinitamente finas de tejido cerebral. Me relató esta inspección, mez-
clando la lírica en su elaborado razonamiento, así como yo imaginaba
que lo podría haber hecho Darwin en su laboratorio apenas cien años
antes o algo así. Para mí la emoción era tan intensa que sentía que no
podía retener mi urgente necesidad de saltar gritando “¡Sí!”. Sabía que
me encontraba en el camino correcto, que nosotros realmente somos
hasta nuestra última neurona, sólo un puñado de animales... y eso
realmente no está tan mal.
Figura 11.1 Funciones básicas de los niveles reptiliano (tronco cerebral), palio mamí-
fero (límbico) y primate (neocórtex).
3 Para una biografía autorizada, véase M. Macmilan “Restoring Phineas Gage: A isoth
Retrospectiva” (Restaurando a Phineas Gage: Una retrospectiva) Journal ofthe History
of the Neurosciences (2000), 9,42-62.
estrategia de alto riesgo-alta ganancia (con una pérdida total proba-
ble) a riesgo moderado/ganancia moderada (con ganancia final),
Elliot era incapaz de aprender y sostener la transición. Al igual que el
resultado total de su vida, Elliot era un fracaso despreciable; simple-
mente no podía aprender cuando algo era de importancia. Damasio
especuló que su paciente era incapaz de experimentar emocional-
mente las consecuencias de sus decisiones o actos. Podía razonar per-
fectamente bien, excepto cuando algo importante estaba en juego.
Esencialmente Damasio razonó que Elliot había perdido la capacidad
de sentir y de interesarse. Por lo tanto, era incapaz de hacer (e) valua-
ciones, integrarlas a consecuencias significativas y luego actuar de
acuerdo con ellas. Emocionalmente había perdido el timón.
Damasio consideró perplejo la posibilidad de que Elliot fuese un
Phineas Gage contemporáneo. Ambos médicos, Harlow y Damasio, a
pesar de estar separados por más de un siglo, especularon que sus pa-
cientes habían perdido la capacidad de equilibrar el instinto y el inte-
lecto. Sin embargo, en lugar de ponderar inútilmente esa posibilidad,
Damasio y su mujer, Hannah, emprendieron una expedición arqueo-
lógica con orientación médica. Ubicaron la calavera preservada de
Gage, que ignominiosamente estaba juntando polvo en el estante de
un oscuro museo en la Facultad de Medicina de Harvard. En un estu-
dio más parecido a una intrigante investigación de la escena del cri-
men en la televisión, repleta de dramáticos análisis forenses, que a un
pesado experimento académico, los Damasio pudieron pedir prestada
la calavera perforada y someterla a sofisticados análisis manejados
por computadora. Usando poderosas técnicas de imagen, pudieron
predecir con precisión dónde el díscolo proyectil habría desgarrado
su cerebro, arrojándolo al suelo y mutilando su personalidad para
siempre. Con asombrosa previsión, el resucitado “cerebro virtual” de
Gage reveló la destrucción devastadora de la misma región de células
nerviosas que las que estaban funcionando defectuosamente en el ce-
rebro de Elliot. ¡El misterio había sido resuelto! El corte del pasaje ce-
rebral entre los circuitos emocionales y la razón, a pesar de que en un
caso había sido extremo y aparentemente más sutil en el otro, era ex-
tremadamente dañino para con las funciones y el espíritu de la per-
sona, transformándolas en vagabundos. Sus cerebros ya no eran triu-
nos sino tripartitos, cercenados de las redes de comunicación vital que
unen los cerebros para formar un todo coherente.
Insertada entre los lóbulos frontales y las regiones límbicas adya-
centes (el lugar de la violenta lobotomía de Gage y también de las neu-
ronas disfuncionales de Elliot) se encuentra una estructura plegada
llamada giro cingulado. Esta región es fundamental en la integración
de pensamiento y sentimiento. (129) Dicho de otra manera, es la es-
tructura que conecta el bajo abdomen primitivo, rudo, tosco e instin-
tivo, con los lóbulos más complejos, refinados computarizados del
neocórtex. El giro cingulado y sus estructuras asociadas, tales como la
ínsula, son los que pueden tener la clave para ser un animal total-
mente humano -de una mente, a pesar de tener tres cerebros.
Tanto a Gage como a Elliot les faltaba una conexión que funcionara
entre su cerebro instintivo y su cerebro racional. Como consecuencia,
ambos estaban perdidos. Sin instinto y razón (urdimbre y trama) en-
tretejidos en el telar encantado del cerebro, carecían de lo que signi-
fica ser un ser humano completo.
La imagen de Gage, pintada por Harlow, era la de un hombre escla-
vizado por sus caprichos instintivos, “al mismo tiempo tanto animal
como infantil”. Luego, en 1879, un neurólogo llamado David Ferrier
agregó una perspectiva experimental a esta condición quitando los ló-
bulos frontales de los monos. Descubrió que “en lugar de mostrar in-
terés y de explorar activamente sus entornos (como lo hacían previa-
mente), husmeando curiosos todo lo que estaba en el campo de su ob-
servación, permanecieron apáticos, aburridos, o adormecidos”. (130)
Desafortunadamente, la investigación primaria de Ferrier no fue
tenida en cuenta por el neurólogo portugués Egas Moniz, quien más
tarde diseñó una operación similar en humanos, que llamó leucotomía
prefrontal. Con el advenimiento de ese procedimiento, nació el escan-
daloso campo de la “psicocirugía”. Sin embargo, esas “curas” en gene-
ral eran peores, mucho peores, que la “enfermedad”. Y ese procedi-
miento creó multitudes de zombis irreversibles. Moniz, como men-
cioné antes, compartió el Premio Nobel por su horrendo y manifiesta-
mente pseudocientífico y estrafalario trabajo que “docilizó” a decenas
de miles de pacientes en todo el mundo. El procedimiento tuvo mucha
popularidad en los Estados Unidos de Norteamérica, donde Walter
Freeman (irónicamente el padre de uno de mis consejeros de gradua-
ción, Walter B. Freeman Jr.) inventó un procedimiento llamado lobo-
tomía prefrontal. De manera bizarra, su tratamiento, de acuerdo con
el mayor de los Freeman, “era lo suficientemente sencillo como para
ser realizado en el consultorio de cualquier médico clínico”. Básica-
mente, en sus propias palabras, su método consistía en “ponerlos a
ellos fuera de combate con un shock eléctrico” y luego (en un “proce-
dimiento médico” que recuerda la lobotomía accidental de Phineas
Gage por una varilla de hierro de punta aguda) “incrustando un pun-
zón para romper hielo en el pliegue del párpado y adentro del lóbulo
frontal del cerebro y realizando el corte lateral moviendo la cosa de
un lado a otro... un procedimiento fácil, pero definitivamente desagra-
dable de ver”. (Nótese el empleo curioso e insensible de Freeman ha-
blando de “ellos” y “cosa” así como su elección del “instrumento qui-
rúrgico”: ¡un punzón para romper hielo!)
Puede parecer contradictorio que este procedimiento pueda pro-
ducir, como en el caso de Phineas Gage, “un individuo tanto animal
como infantil”; si bien los monos de Ferrier carecían de curiosidad y
exploración; y, con el paciente de Damasio, Elliot, la capacidad de ha-
cer valuaciones y de elegir opciones apropiadas fue destruida de
manera permanente. Desafortunadamente, la tendencia que siguió
creó un grupo tipo Frankenstein de decenas de miles de pacientes lo-
botomizados (y cientos de miles más que quedaron fuera de combate
por prescripción médica de thorazina y hadol). Sin el animal en el hu-
mano y sin el humano en el animal, hay poco que podamos reconocer
como una persona vivaz y comprometida con la vida. Es interesante
que muchas personas que luchan con el síndrome de dé-ficit de aten-
ción/hiperactividad (ADHD=attention-deftcit/hyperactivity disorder),
así como también muchos delincuentes violentos, parecen exhibir una
hipoactivación en sus cerebros instintivos, junto con un apagado de
su córtex prefrontal. En ese aspecto, los comportamientos de inadap-
tación asociados con ambos pueden ser intentos para estimularse con
el fin de sentirse más humanos. Desafortunadamente, el costo de estos
trastornos impulsivos puede ser desastroso tanto para el individuo
como para la sociedad.
Por el otro lado, las personas que quedan crónicamente inunda-das
por erupciones emocionales pueden tener las mismas limitaciones en
la vida. Sin bien son menos inhumanas (como los zombis “secuestra-
dores de cuerpos” tipo Gage-Elliot), sus explosiones pue-den ser igual-
mente corrosivas para el mantenimiento de relaciones íntimas y pro-
fesionales y -se entiende sin decirlo- para un sentido coherente del
self (sí mismo). Los individuos traumatizados están realmente prisio-
neros con lo peor de ambos mundos. En cierto momento, se ven inun-
dados por emociones intrusivas como terror, rabia y vergüenza, mien-
tras que, alternadamente, están apagados, quedando enajenados del
enraizamiento instintivo basado en los sentimientos, volviéndose in-
capaces de un sentido de propósito e ineptos para encontrar una di-
rección. Estos pueden ser nuestros clientes, parientes, amigos o cono-
cidos que se encuentran atrapados en cualquiera de los dos extremos,
alternando sin fin entre la convulsión emocional y el coma (indiferen-
cia/apagado). Como tales, son incapaces de usar su inteligencia emo-
cional. Hasta cierto punto representan, cuando estamos bajo la in-
fluencia de estrés crónico o trauma, el Phineas Gage dentro de todos
nosotros.
COMPLETITUD COMO EQUILIBRIO
Somos más que animales parlantes; somos criaturas del lenguaje. Sin
embargo, que estemos confinados por la tiranía del lenguaje, o libera-
dos por él, es una cuestión disponible y abierta. Cómo usamos, o abu-
samos, del lenguaje tiene mucho que ver con cómo vivimos nuestras
vidas. Las palabras, en sí mismas y por sí mismas, tienen poca impor-
tancia para un niño pequeño cuando está molesto. El lenguaje debe
ser acompañado por apaciguamiento físico cercano en la forma de
sostener, acunar y emitir suaves sonidos tales como arrullos y mur-
mullos. Es nuestro uso de tonos no verbales y cadencias lo que da al
lenguaje su poder para calmar y endulzar las molestias de un bebé. A
medida que los niños se van desarrollando, comienzan a comprender
las verdaderas palabras y también son tranquilizados por el modo en
que son expresadas.
Sin embargo, las palabras deben seguir teniendo un contexto físico
para que sean sanadoras y saludables. Pueden recordar al pequeño
llamado Elian González que se convirtió en el rehén de una batalla po-
lítica atroz en el estado de Florida. Los primos lejanos de Elian (exilia-
dos cubanos que vivían en Miami), supuestamente preocupados por
el bienestar del niño, lucharon con vehemencia contra el propio padre
de Elian (que estaba viviendo en Cuba) por la custodia del pequeño.
Al igual que en la obra de Bertolt Brecht El círculo de tiza caucasiano,
estaban literalmente despedazando a ese confundido niño de seis
años. Finalmente, la Corte Suprema intercedió y bloqueó los esfuerzos
del Gobernador Jeb Bush para retener a Elian en los Estados Unidos
de Norteamérica como un “ciudadano anti-Castro modelo” y lo devol-
vió a la custodia de su padre.
Se instruyó a soldados de la Guardia Nacional para retirar y salva-
guardar a Elian ante una multitud hostil que mostraba pancartas,
cuando una agente federal femenina se lo quitó a los primos y espec-
tadores enojados, sosteniéndolo seguro contra su cuerpo. Claramente,
ese abrazo inesperado y no buscado por parte de una desconocida ate-
rrorizó al niño que ya estaba asustado, desorientado y con el lavado
de cerebro realizado. Pero luego sucedió algo muy extraordinario. La
agente lo sostenía con la firmeza suficiente como para que la multitud
enojada no se lo arrebatase, pero a la vez lo suficientemente suave
como para que su abrazo coincidiera con las palabras en español que
le decía con calma: “Elian, esto te puede parecer muy alarmante ahora,
pero pronto estará mejor. Te llevamos para que veas a tu papá... No te
llevarán de regreso a Cuba (cosa que en ese momento era cierto) ... No
te pondrán en un barco otra vez (había sido llevado a Miami en un
engañoso viaje en barco). Estás con personas que te quieren y que te
van a cuidar”.
Estas palabras eran un guion cuidadosamente confeccionado,
como habrán sospechado, por un psiquiatra de niños que sabía acerca
de la historia y el compromiso de Elian. Estaban diseñadas para aliviar
la incertidumbre y el terror del niño. Funcionaron. Sin embargo, las
palabras solas no habrían sido suficientes sin lo que era obviamente
el lenguaje corporal, la presencia y el tono de la agente femenina del
FBI. O bien ella sabía instintivamente (y/o tal vez fue entrenada) cómo
sostener a Elian sólo con la firmeza necesaria para protegerlo y lo su-
ficientemente suelto como para que no se sintiera atrapado. Mecién-
dolo con mucha suavidad, con un breve contacto visual y un suave y
calmo equilibrio habló -con una voz- ai cerebro reptiliano, emocional
y frontal de Elian, todo al mismo tiempo. Esta unidad de voz y sostén
muy probablemente ayudó a evitar una traumatización excesiva y a
marcar la psique delicada y vulnerable del niño. De diferentes mane-
ras y de variadas formas, esto es lo que hace una buena terapia de
trauma, tal como vimos en el Capítulo 8.
Hace algunos años, fui testigo de otro ejemplo de uso instintivo del
contacto humano con palabras calmas para aliviar sufrimiento. Estaba
en Copenhague en el apartamento de mi amigo, Inger Agger. Inger ha-
bía sido el jefe del servicio psicosocial de la Unión Europea durante la
matanza en la antigua Yugoeslavia y no era novato con respecto a
trauma y catástrofe humana. De manera que, cuando el noticiero BBC
World News, que estaba como telón de fondo, anunció la cobertura de
la conflagración de Timor del Este, giramos para ver las imágenes de
los refugiados claramente aturdidos y desorientados ingresando sin
rumbo en un campo de refugiados. Apostado en la entrada del campo
había un grupo de redondas monjas portuguesas que vestían hábitos
blancos.
Quedaba claro tanto para Inger como para mí que las monjas aler-
tas estaban sondeando y “tanteando” a aquellos refugiados, en parti-
cular los niños, que eran los más desorientados y que se hallaban en
estado de shock. La monja que más cerca se encontraba de esa per-
sona se movía rápidamente, pero sin ser invasiva, hacia ese individuo
aturdido y lo abrazaba. Mirábamos, con las lágrimas corriéndonos por
las mejillas, mientras las monjas sostenían y acunaban a cada uno,
aparentemente murmurando algo en sus oídos. Y nos imaginamos lo
que podrían estar diciendo, muy probablemente algo similar a lo que
la agente del FBI había dicho a Elian. Sin embargo, en total contraste
con lo que mostraban esas imágenes, el comentarista de la BBC decla-
raba que “esas almas desafortunadas quedarían marcadas de por
vida”, implicando que estarían sentenciadas a vivir para siempre con
su experiencia traumática. No estaban comprendiendo lo que
mostraba el lenguaje corporal de las monjas y los refugiados que te-
nían la suerte de verse rodeados por la bondad de esas compasivas
mujeres.
Esta poderosa escena ilustra precisamente qué es lo que se re-
quiere para ayudar a las personas a descongelarse, a salir del estado
de shock y regresar a la vida, ponerlas en su camino para recuperarse
y poder manejar su mala suerte. El trabajo de mi organización sin fi-
nes de lucro, la Foundation for Human Enrichment (Fundación para el
enriquecimiento humano), cuyos voluntarios respondieron en las se-
cuelas del devastador tsunami en el sudeste asiático y los huracanes
Katrina y Rita en los Estados Unidos de Norteamérica, fue un ejemplo
más inmediato y personal. (131) Aquí nuevamente fue el entretejido
del contacto físico más inmediato y directo junto con las palabras más
simples dichas en el momento oportuno lo que ayudó a las personas a
salir del shock y el terror como para poder retener su sentido del self,
comenzando de esa manera el proceso de ocuparse de sus terribles
pérdidas.
En todos estos ejemplos, las necesidades reptilianas y rítmicas del
tronco cerebral, la necesidad del sistema límbico de conexión emocio-
nal y la necesidad del neocórtex de escuchar palabras tranquilizado-
ras y coherentes que converjan fueron todas tenidas en cuenta. Nos
dan la seguridad de que lo que sea que estemos sintiendo ahora, pa-
sará.
Un ejemplo opuesto quedó claramente ilustrado cuando el mundo
vio las imágenes gráficas de docenas de cuerpos muertos y mutilados
de mujeres y niños que eran retirados de los edificios bombardeados
de Beirut en la terrible guerra entre Israel y Hezbollah en 2006, Des-
pués de las fotos televisadas, la Secretaria de Estado de los Estados
Unidos de Norteamérica, Condolezza Rice, habló mecánicamente en
legalista en lugar de expresar palabras de compasión y pena, sólo
agravando un informe de por sí ya terrible. Con esas imágenes visua-
les y auditivas, queda lanzada una púa metálica metafórica que mar-
chita el giro cingulado, dividiendo al cerebro (alguna vez) triuno en
fragmentos contradictorios que recuerdan a Phineas Gage. Qué pena,
cuando podrían haber sido ofrecidas en su lugar palabras suaves, bon-
dadosas, dando un sentido de esperanza y ayuda sin par ya en camino.
Todos los capítulos que preceden han estado rondando alrededor
del fenómeno del instinto. Sin embargo, en este capítulo, ya no descui-
damos esta estrella guía, finalmente concediendo al instinto lo mere-
cido.
Levine, P. (2013). De abajo hacia arriba. En Levine, P., En una voz no hablada (págs.
301-322). Argentina: Alma Lpeik.