Las Tres Preguntas-Tolstoi Leon

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

LAS TRES PREGUNTAS

LEÓN TOLSTÓI

1885

ORIGEN: EN.WIKISOURCE.ORG
TRADUCCIÓN: ELEJANDRÍA

LIBRO DESCARGADO EN WWW.ELEJANDRIA.COM, TU SITIO WEB DE OBRAS DE


DOMINIO PÚBLICO
¡ESPERAMOS QUE LO DISFRUTÉIS!
LAS TRES PREGUNTAS

A un rey se le ocurrió una vez que, si supiera siempre el momento opor-


tuno para empezar todo, si supiera a quiénes debía escuchar y a quiénes de-
bía evitar, y, sobre todo, si supiera siempre qué era lo más importante que
debía hacer, nunca fracasaría en nada que emprendiera.
Y habiéndosele ocurrido este pensamiento, hizo proclamar por todo su
reino que daría una gran recompensa a cualquiera que le enseñara cuál era
el momento adecuado para cada acción, y quiénes eran las personas más ne-
cesarias, y cómo podría saber qué era lo más importante que había que
hacer.
Y acudieron al Rey hombres eruditos, pero todos respondieron a sus pre-
guntas de manera diferente.
En respuesta a la primera pregunta, algunos dijeron que para conocer el
momento adecuado para cada acción, uno debe elaborar de antemano, una
tabla de días, meses y años, y debe vivir estrictamente de acuerdo con ella.
Sólo así, decían, se podía hacer todo en su momento. Otros declaraban que
era imposible decidir de antemano el momento adecuado para cada acción;
pero que, sin dejarse absorber por los pasatiempos ociosos, había que estar
siempre atento a todo lo que ocurría, y hacer entonces lo más necesario.
Otros decían que, por muy atento que estuviera el rey a lo que ocurría, era
imposible que un solo hombre decidiera correctamente el momento adecua-
do para cada acción, sino que debía contar con un consejo de sabios que le
ayudara a fijar el momento adecuado para todo.
Pero, además, otros decían que había cosas que no podían esperar a ser
expuestas ante un Consejo, sino que había que decidir de inmediato si se
emprendían o no. Pero para decidir eso, uno debe saber de antemano lo que
va a suceder. Sólo los magos lo saben; y, por lo tanto, para conocer el mo-
mento adecuado para cada acción, hay que consultar a los magos.
Igualmente variadas fueron las respuestas a la segunda pregunta. Algunos
dijeron que las personas que más necesitaba el rey eran sus consejeros;
otros, los sacerdotes; otros, los médicos; mientras que algunos dijeron que
los guerreros eran los más necesarios.
A la tercera pregunta, sobre cuál era la ocupación más importante: algu-
nos respondieron que lo más importante del mundo era la ciencia. Otros di-
jeron que era la habilidad en la guerra; y otros, de nuevo, que era el culto
religioso.
Como todas las respuestas eran diferentes, el Rey no estuvo de acuerdo
con ninguna de ellas y no dio la recompensa a ninguna. Pero aún deseando
encontrar las respuestas correctas a sus preguntas, decidió consultar a un
ermitaño, ampliamente conocido por su sabiduría.
El ermitaño vivía en un bosque que no abandonaba nunca, y no recibía
más que a la gente común. El rey se vistió con ropas sencillas y, antes de
llegar a la celda del ermitaño, desmontó de su caballo y, dejando atrás a su
guardia, siguió solo.
Cuando el Rey se acercó, el ermitaño estaba cavando la tierra delante de
su cabaña. Al ver al Rey, lo saludó y siguió cavando. El ermitaño era frágil
y débil, y cada vez que clavaba la pala en el suelo y removía un poco de tie-
rra, respiraba con dificultad.
El Rey se acercó a él y le dijo: "He venido a ti, sabio ermitaño, para pe-
dirte que respondas a tres preguntas: ¿Cómo puedo aprender a hacer lo co-
rrecto en el momento adecuado? ¿Quiénes son las personas que más necesi-
to y a las que, por tanto, debo prestar más atención que al resto? Y, ¿qué
asuntos son los más importantes y necesitan mi primera atención?".
El ermitaño escuchó al Rey, pero no respondió nada. Se limitó a escupir
en su mano y a volver a cavar.
"Estás cansado", dijo el Rey, "déjame coger la pala y trabajar un rato para
ti".
"Gracias", dijo el ermitaño y, dándole la pala al Rey, se sentó en el suelo.
Cuando hubo cavado dos camas, el Rey se detuvo y repitió sus preguntas.
El ermitaño no respondió, pero se levantó, extendió la mano para coger la
pala y dijo
"Ahora descansa un poco y déjame trabajar un poco".
Pero el Rey no le dio la pala y siguió cavando. Pasó una hora y otra. El
sol comenzó a ocultarse tras los árboles, y el Rey, por fin, clavó la pala en la
tierra y dijo
"He acudido a ti, sabio, en busca de una respuesta a mis preguntas. Si no
puedes darme ninguna, dímelo y volveré a casa".
"Aquí viene alguien corriendo", dijo el ermitaño, "veamos quién es".
El rey se volvió y vio a un hombre con barba que salía corriendo del bos-
que. El hombre tenía las manos apretadas contra su estómago, y la sangre
fluía por debajo de ellas. Cuando llegó al Rey, cayó desmayado en el suelo
gimiendo débilmente. El rey y el ermitaño le desprendieron la ropa. Tenía
una gran herida en el estómago. El Rey la lavó como pudo y la vendó con
su pañuelo y con una toalla que tenía el ermitaño. Pero la sangre no dejaba
de fluir, y el Rey retiraba una y otra vez la venda empapada de sangre ca-
liente, y lavaba y volvía a vendar la herida. Cuando por fin dejó de manar
sangre, el hombre revivió y pidió algo de beber. El Rey trajo agua fresca y
se la dio. Mientras tanto, el sol se había puesto y había refrescado. El rey,
con la ayuda del ermitaño, llevó al herido a la cabaña y lo acostó en la
cama. Tumbado en la cama, el hombre cerró los ojos y se quedó quieto;
pero el Rey estaba tan cansado de su paseo y del trabajo que había hecho,
que se agachó en el umbral y también se quedó dormido, tan profundamente
que durmió toda la corta noche de verano. Cuando se despertó por la maña-
na, pasó mucho tiempo antes de que pudiera recordar dónde estaba, o quién
era el extraño hombre con barba que estaba acostado en la cama y lo miraba
atentamente con ojos brillantes.
"¡Perdóname!", dijo el barbudo con voz débil, cuando vio que el Rey es-
taba despierto y lo miraba.
"No te conozco, y no tengo nada que perdonarte", dijo el Rey.
"Tú no me conoces, pero yo sí te conozco. Soy ese enemigo tuyo que
juró vengarse de ti, porque ejecutaste a su hermano y te apoderaste de sus
bienes. Sabía que habías ido solo a ver al ermitaño, y resolví matarte a tu
regreso. Pero pasó el día y no volviste. Así que salí de mi emboscada para
encontrarte, y me topé con tu escolta, que me reconoció y me hirió. Escapé
de ellos, pero habría muerto desangrado si no hubieras curado mi herida.
Deseaba matarte, y tú me has salvado la vida. Ahora, si vivo, y si tú lo
deseas, te serviré como tu más fiel esclavo, y ordenaré a mis hijos que ha-
gan lo mismo. Perdóname".
El Rey se alegró mucho de haber hecho las paces con su enemigo con
tanta facilidad, y de haberle ganado como amigo, y no sólo le perdonó, sino
que dijo que enviaría a sus criados y a su propio médico para que le atendie-
ran, y prometió devolverle sus bienes.
Después de despedirse del herido, el Rey salió al pórtico y buscó al ermi-
taño. Antes de marcharse, quiso pedir una vez más una respuesta a las pre-
guntas que había formulado. El ermitaño estaba fuera, de rodillas, sembran-
do semillas en los lechos que habían sido cavados el día anterior.
El Rey se acercó a él y le dijo:
"Por última vez, te ruego que respondas a mis preguntas, sabio".
"¡Ya te han contestado!", dijo el ermitaño todavía agachado sobre sus
delgadas piernas, y mirando al Rey, que estaba de pie ante él.
"¿Cómo se ha respondido? ¿Qué quieres decir?", preguntó el Rey.
"¿No ves?", respondió el ermitaño. "Si ayer no te hubieras compadecido
de mi debilidad, y no hubieras cavado esos lechos para mí, sino que hubie-
ras seguido tu camino, ese hombre te habría atacado, y te habrías arrepenti-
do de no haberte quedado conmigo. Así que el momento más importante era
cuando cavabas los lechos; y yo era el hombre más importante; y hacerme
el bien era tu asunto más importante. Después, cuando aquel hombre corrió
hacia nosotros, el momento más importante fue cuando le atendisteis, pues
si no le hubierais vendado las heridas habría muerto sin haber hecho las pa-
ces con vosotros. Así que él era el hombre más importante, y lo que hicis-
teis por él fue vuestro asunto más importante. Recuerda, pues, que sólo hay
un momento importante: ¡ahora! Es el momento más importante porque es
el único en el que tenemos algún poder. El hombre más necesario es aquel
con el que te encuentras, pues nadie sabe si alguna vez tendrá trato con al-
gún otro: y el asunto más importante es, hacerle el bien, ¡porque sólo para
eso fue enviado el hombre a esta vida!"
¡GRACIAS POR LEER ESTE LIBRO DE
WWW.ELEJANDRIA.COM!

DESCUBRE NUESTRA COLECCIÓN DE OBRAS DE DOMINIO


PÚBLICO EN CASTELLANO EN NUESTRA WEB

También podría gustarte