Feminismo en La Dramaturgia Del Xxi
Feminismo en La Dramaturgia Del Xxi
Feminismo en La Dramaturgia Del Xxi
esta parcela, a Valeria Maria Rita Lo Porto y Anita Viola (Jiménez Aguilar,
2014: 496).
Las dramaturgas también son objeto de estudio por parte de la sección
del citado Centro de Investigación dedicada a la escritura autobiográfica3,
como se puede ver en trabajos como: “De la historia a la memoria: recursos
mitológicos y autobiográficos en algunas dramaturgas del exilio” (Romera
Castillo, 2008).
Por otro lado, cabe destacar el número 21 (2012) de Signa, cuyo
“Estado de la cuestión 1” versa “Sobre lo grotesco en autoras teatrales
de los siglos xx y xxi”; así como el 28 de Acotaciones (2012), con una
sección dedicada a las dramaturgas emergentes: “Siete textos breves de
siete dramaturgas jóvenes. Imágenes de una sociedad violenta” (Pérez
Rasilla, 2012).
el mundo del teatro (donde se puede incluir, el mundo del arte, en general)
y la violencia.
Sobre figuras femeninas históricas hablan J.A. Hormigón y M. Fox
en El personaje teatral: la mujer en las dramaturgias masculinas en los
inicios del siglo xxi (Romera Castillo, ed., 2009); concretamente, M. Fox
se centra en Clara Campoamor y Victoria Kent, objeto de revisión por parte
de Jerónimo López Mozo en Las raíces cortadas (2011). Del mismo modo,
podríamos citar La excelente señora (2002), de Antonio Ballesteros, donde
Juana la Beltraneja se reivindica como reina; Nefertiti y PII (2016), de
Beatriz Cabur o Zahra, favorita de Al-Ándalus (2005), de Antonia Bueno,
de las que trataré a continuación.
La relevancia de los personajes femeninos es tal que incluso
contamos con un grupo de obras protagonizadas por actrices y dramaturgas,
quienes manifiestan problemas específicos de la profesión teatral ligados
a su sexo4. Así, por ejemplo, en cuanto a actrices, contamos con La puta
enamorada (2000), de Chema Cardeña; Bel la Bella (2013), de Antonia
Bueno; o Proyecto Bruckner (2010), de Laura Rubio Galletero, ejemplos a
los que se pueden sumar, si miramos a los últimos años del siglo xx, E.R.
(1995), de Josep Maria Benet i Jornet; o Interpretación (1999), de María
José Ragué-Arias. Por otra parte, en lo que se refiere a dramaturgas, cabría
mencionar Juicio a una dramaturga (2004) y Caídos del cielo (2009),
ambas de Paloma Pedrero; Nefertiti y PIII (2016), de Beatriz Cabur; o Y yo
sin enterarme (2015), de Antonia Bueno.
Dentro del tema de la violencia, específicamente, la que se ejerce
contra las mujeres y las niñas, Virtudes Serrano (2016: 52) señala textos
de autores hacia finales del siglo xx (siguiendo la estela de feministas
como Lidia Falcón con No moleste, calle y pague, señora, de 1984), como
Comisaría espacial para mujeres (1994), de Alberto Miralles y Solo para
Paquita (1991), de Ernesto Caballero, quien además escribe, ya en este
siglo, Sentido del deber (2005), estudiada por Javier Huerta Calvo (2009),
como un caso de violencia de género.
En realidad, la atención a las agresiones machistas forma parte de
una tendencia en el teatro de este siglo (procedente de la anterior centuria)
4. Estos textos pueden revisarse en las páginas correspondientes de Metateatro español en el umbral
del siglo xxi: el mundo del teatro y el teatro del mundo (2016), M.P. Jódar Peinado y de “El metateatro como
testimonio del quehacer dramatúrgico y escénico en siete textos teatrales del siglo xxi” (2016), M. P. Jódar
Peinado.
3. TEATRO FEMINISTA
Como ya señaló César Oliva (2002: 321), los últimos años del siglo
xx significaron el afianzamiento de la dramaturgia femenina en España:
5. Mientras reviso estas páginas, se anuncia en la propia página de la AAT, un cambio de nombre
por el que, sin afectar a las siglas, pasa a llamarse Autoras y Autores de Teatro, a instancias de las propias
dramaturgas y para promover su visibilización (https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=1402770
516411711&id=132205430134899 [19/04/2017]).
según la autora Vanesa Sotelo (Gutiérrez Carbajo, 2014: 398) que encauce
las preocupaciones de estas dramaturgas sobre la situación de las mujeres
en el mundo. Esta relación del feminismo con el teatro la establece ya
Gutiérrez Carbajo en la introducción a su antología (ed., 2014).
El feminismo del que se hacen eco nuestras autoras puede definirse
como “una ideología filosófica, un movimiento social y un programa
político”, según Lidia Falcón (2014: 212). No obstante, además de
las reivindicaciones que caracterizan el feminismo actual, nuestras
dramaturgas recogen problemas mundiales derivados de la crisis global:
“El feminismo contiene en su ideología y en su práctica, la denuncia de
todas las opresiones y la defensa de todos los oprimidos” (Falcón, 2014:
213). Se pretende, así, que las mujeres también realicemos aportaciones
para la conformación de un mundo más justo. Este feminismo universalista
es asimismo señalado por Amelia Valcárcel: “El feminismo es, por
descontado y por su raíz ilustrada, un universalismo” (Valcárcel, 2006:
13). Esta filósofa, además, conecta con la idea de Celia Amorós (2005:
29) acerca de la infrarrepresentación femenina, con su teoría de la cruel
dinámica de las excepciones, según la cual, una mujer que acceda a la elite
pensante, no redimirá a sus congéneres, sino que será tratada como una
excepción:
Para ilustrar estas dificultades con las que se encuentran las mujeres
en el mundo globalizado, he pretendido rastrear elementos feministas en
las obras escritas por mujeres, para lo cual, he escogido quince obras,
estrenadas o publicadas en el siglo xxi, pertenecientes a dramaturgas
reconocidas nacional e internacionalmente con diversos galardones y que
trabajan en la creación teatral comprometidas con el contexto inmediato
y con la investigación artística. Por supuesto, no aparecen todas las
dramaturgas que deberían, ya que este trabajo pretende tan solo establecer
unas líneas temáticas a partir de las cuales se pueda profundizar en el
feminismo implícito y explícito de nuestro teatro contemporáneo.
derechos.
Abogado.— Mira, chaval. ¿Quieres que te hable de la
administración pública, de la mayoría simple y de la
jurisprudencia o de un decreto ley? […]. Aunque todo lo
que cuentas fuera verdad, te van a sacar la pasta, y no te va
a servir de nada (Montfort, 2012: 147).
que realiza ablaciones y poder, así, tener una nueva vida. Fadouma vive en
Inglaterra y, como método de subsistencia, se dedica a practicar ablaciones,
pero estas no son tales sino unos pequeños cortes para simular la extirpación
del clítoris. La protagonista se ve empujada a este trabajo como único
medio de subsistencia, “único trabajo de prestigio que podía ejercer una
mujer africana” (Escudé i Gallès, 2014: 246) dada la marginalidad a la que
se vio abocada una vez establecida en Europa.
Así que, cuando la televisión británica irrumpe en la clínica de
Fadouma para denunciar las prácticas ablatorias, lo que descubren es un
fraude que se realiza en aras de salvaguardar la vida: “Y, por todo ello, así
me declaro, Señorías: culpable” (Escudé i Gallès, 2014: 248).
Llama la atención que tanto Fadouma como Paqui hablen directamente
al público, ficcionalizado en el tribunal que le acusa de regentar una clínica
ilegal y en los espectadores del programa televisivo, respectivamente.
Fadouma y Paqui son personajes metaficcionales en la medida en que se
dirigen al público rompiendo la cuarta pared, traspasando las fronteras de
la ficción para, así, implicar a la audiencia y hacerla partícipe y cómplice
de su situación.
tienes que estar depilada, que si las uñas, que si la ropa… ¿Tú sabes la
cantidad de tiempo que lleva eso? Y no me vengas con que son cinco
minutitos porque lleva mogollón de tiempo y ese tiempo sería fantástico si
se invirtiese en leer a Foucault” (Sotelo, 2014: 415).
Del mismo modo, la Miranda shakespeariana de Lola Blasco (2014),
en Ni mar ni tierra firme (Tres monólogos sobre La tempestad) ―quien ha
vuelto a la isla de su destierro cargando con el cadáver de su padre, para
enterrarlo allí y cumplir la última voluntad de este― es emisora de algunas
de las peticiones feministas más importantes. Por ejemplo, se queja a
su padre muerto de la imposición violenta del mito de la belleza: “Las
princesas poseen su belleza, ese es su valor durante un tiempo. Después
liftings, liftings hasta la saciedad” (Blasco, 2014: 155).
Frente a la obligatoriedad de la belleza, las dramaturgas prefieren
hablar de la menstruación, que parece ser un tema tabú, aportándole una
dimensión mítica y trascendente, como hace el personaje de Ribeta en Mi
agravio mudó mi ser (2016), de Laura Rubio Galletero: “Mis ovarios son
dos granadas. Cada ciclo lunar es un parto fallido, una explosión en el eje
de la vida donde mana la sangre para limpiar mis pecados” 6. Otro intento
de luchar contra este tema tabú lo constituye Sancha, reina de Hispania
(2005a), de Antonia Bueno, donde la primera menstruación de la reina es
objeto de un ritual celta: “Siti.— Esta sangre, sangre de vida es. Mientras
tu sangre fluya, fluirá tu vida. (Sombría). Esta no es sangre derramada... no
es sangre de muerte” (Bueno, 2005a: 12).
La sexualidad femenina tampoco parece ser un tema usual y de eso
se aprovecha Fadouma, de El impronunciable jardín de Chiswick (2014),
para realizar sus falsas ablaciones. Como forma de liberarse de las posibles
represalias, Fadouma decide simular este tipo de mutilaciones ya que en su
clínica “podía NO hacer lo que NO quisiera” (Escudé i Gallès, 2014: 247),
aprovechándose del desconocimiento y falta de interés por la sexualidad
femenina:
Ningún hombre iba a hurgar entre el sexo de su hija, esposa
o amante. […]. No constatarían si realmente habían sido
extirpados los labios superiores. Aún menos utilizarían los
castos dedos de su mano derecha para separar y comprobar
6. Esta obra fue estrenada por la Compañía de Creación Escénica, en el Festival Clásicos Luchana,
Teatros Luchana, Madrid, 2016. Está inédita, de manera que no incluyo números de página porque el texto en
el que me he basado no está publicado, sino que es una aportación personal de la autora.
dile que siempre le tendrás preparada una comida deliciosa para cuando él
regrese del trabajo […] pero cariño también le dirás que nunca… nunca te
quedarás embarazada” (Campos Gallego, 2007: 171).
La subversión del papel de la familia como un entorno protector
continúa en la segunda parte de esta obra, “Control Room”, donde Lynndie,
madre, enseña a Jessica, su hija, técnicas de tortura y dominación que
luego esta practicará con su marido, Ramón, en lo que parece un ajuste de
cuentas por no compartir las responsabilidades en la pareja: “¿No sabes
que hay que coger el teléfono cuando te llaman? / ¿Eh? ¿No sabes que la
basura hay que bajarla todos los días?” (Campos Gallego, 2007: 192-193),
grita Jessica mientras le sujeta el cuello con una cuerda. La subversión
del papel de madre y esposa abnegada se realiza, por tanto, mediante el
ejercicio de la violencia que hace a las mujeres reapropiarse de su espacio,
de su cuerpo.
Isabelle Reck (2007) vincula a Pilar Campos Gallego con Angélica
Liddell por realizar un tipo de teatro cercano al tema de la perversidad y en
el que también se representa ese rechazo a la maternidad. La denominada
narradora épica (Reck, 2007: 174) de Lesiones incompatibles con la vida
(2011), de Angélica Liddell, considera la oposición a la maternidad como
una posición ideológica frente al sistema capitalista, su forma de protestar,
como repite varias veces a lo largo del texto: “No quiero tener hijos. / […]
/ Mi cuerpo es mi protesta” (Liddell, 2011: 161); “No quiero aportar nada
al mundo, salvo mi profundo horror por el mundo” (Liddell, 2011: 162).
La autora arremete contra la falsa idea de que nuestro aporte
obligatorio a la humanidad en forma de descendencia siempre será positivo
y esperanzador: “Los adultos saltan por encima de mi vientre liso agitando
a sus hijos como banderas […] como si fueran insignias de un futuro
mejor” (Liddell, 2011: 161).
El rechazo consciente a la maternidad como postura vital inconformista
contra el mundo también sirve para desmitificar la institucionalización de la
familia: “No quiero formar una familia. Nunca me fiaría de una institución
que es fomentada, ensalzada, vitoreada, incluso premiada por el poder.
[…]. No puedo fiarme de algo que es impuesto desde el poder. No puedo
fiarme de algo que es impuesto desde la religión” (Liddell, 2011: 64).
Precisamente, el alegato más importante de la Miranda de Lola
Blasco (2014) es contra la imposición de la maternidad:
cara su silencio y Julia responde que lo hizo por el honor: “Tenía que
resguardar mi reputación y la de todos. […]. A eso nos enseñaron, Adela:
a guardar las formas, a establecer distancias, a decir sonriendo que todo va
bien. […]. A eso nos enseñaron, Adela: a callar” (Resino, 2007: 49). Julia,
para desentenderse de su crimen, culpabiliza a su propia hija del incesto:
“¡Tenías que haber visto cómo se insinuaba, cómo coqueteaba con él!”
(Resino, 2007: 49).
Finalmente, Teo y Helena, que representan la relación incestuosa
entre padre e hija, también reproducen los roles típicos del hombre
condescendiente, el maestro que guía a la mujer inexperta, de hecho, así la
califica: “Teo.— Yo te liberé de ser una hembrita equivocada y estúpida”
(Resino, 2007: 56).
4. CONCLUSIONES
Podemos afirmar que el teatro del siglo xxi escrito por mujeres
cuenta con una importante presencia de temas y motivos feministas, a la
luz de un rápido repaso por algunas de sus producciones. Este tipo de
teatro feminista que se consolida a finales de los ochenta y, plenamente,
en los noventa, con las aportaciones de Lidia Faldón, Paloma Pedrero,
Ana Diosdado, Carmen Resino o Antonia Bueno, por nombrar a algunas,
encuentra su continuidad en las dramaturgas emergentes, de entre las que
podríamos citar a Lola Blasco, Beatriz Cabur, Diana I. Luque, Laura Rubio
Galletero o Vanesa Sotelo.
Este feminismo que se ejerce de manera consciente, como bien
afirman estas dramaturgas, es una forma de procurar la normalización de la
presencia de mujeres en la escena española y de incorporar la perspectiva
femenina a los problemas derivados de la globalización, tomando como
referencia un feminismo universalista e integrador. El sustrato feminista
que se observa en las obras de nuestras dramaturgas no solo aporta un
ámbito de denuncia sino un análisis de las causas de la violencia de
género y la desigualdad, que son los temas preponderantes. Por tanto, este
feminismo no pretende relegar a las mujeres a la marginalidad por tratar
unos temas que afectan exclusivamente a sus congéneres, sino concienciar
de los asuntos que afectan a la mitad de la humanidad.
Lo que podríamos llamar teatro feminista o teatro con referencias
feministas recoge y actualiza tendencias que están en el teatro de nuestro
siglo para actualizarlas en un discurso integrador con voluntad de
trascender el ámbito estrictamente escénico e influir en la capacidad crítica
del público. Los temas y motivos feministas, por tanto, insertan a nuestras
dramaturgas en las preocupaciones generales del teatro contemporáneo,
fundamentalmente, a través de dos vías: la violencia (abusos, torturas,
xenofobia, asesinatos machistas) y la atención a los personajes femeninos,
temas, ambos, por los que se apreciaba un interés, ya en el siglo anterior,
también por parte de los dramaturgos. No obstante, este tipo de teatro,
además de recoger estas tendencias que están en nuestro teatro, las
actualiza articulándolas en un discurso universalista para la reivindicación
y la trascendencia extraescénica. Esto es, nuestras dramaturgas recogen el
tema de la violencia y lo concretan en la violencia de género aportándole
un discurso que permita analizar las causas; por otro lado, se hacen eco
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Madrid: Cátedra.
FALCÓN, L. (2014). “Feminismo en tiempos de crisis”. En Miradas
multidisciplinares para un mundo en igualdad. Ponencias de la I
Reunión Científica sobre la Igualdad y Género, M.J. Clavo, y M.A.
Goicoechea (coords.), 205-215. Logroño: Universidad de La Rioj.
También en https://dialnet.unirioja.es/descarga/libro/435630.pdf
[11/04/2017].
FLOECK, W. et al. (eds.). Dramaturgias femeninas en el teatro español
contemporáneo: entre pasado y presente. Hildesheim (Alemania):
Olms.
FOX, M. (2009). “Victoria Kent y Clara Campoamor en Las raíces
cortadas, de Jerónimo López Mozo”. En El personaje teatral: la
mujer en las dramaturgias masculinas en los inicios del siglo XXI, J.
Romera Castillo (ed.), 186-198. Madrid: Visor Libros.
GABRIELE, J. P. (1994). “Metateatro y feminismo en El color de agosto,
de Paloma Pedrero”. En Actas del XI Congreso de la Asociación
Internacional de Hispanistas. La mujer y su representación en las
literaturas hispánicas, J. Villegas (coord.), vol. 2, 158-64. California:
University. También en http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/11/
aih_11_2_019.pdf [27/02/2017].
GARCÍA PASCUAL, R. (ed.) (2011). Dramaturgas españolas en la escena
actual. Madrid: Castalia.
GOENAGA, A. (2014). Invisible. En Dramaturgas del siglo XXI, F.
Gutiérrez Carbajo (ed.), 271-284. Madrid: Cátedra.
GUTIÉRREZ CARBAJO, F. (ed.) (2014). Dramaturgas del siglo XXI.
Madrid: Cátedra.
HORMIGÓN, J. A. (2009). “Algunas reflexiones sobre el personaje
femenino en el teatro del siglo XXI”. En El personaje teatral: la
mujer en las dramaturgias masculinas en los inicios del siglo XXI, J.
Romera Castillo (ed.), 91-101. Madrid: Visor Libros.
HUERTA CALVO, J. (2009). “De doña Mencía de Acuña a Mencía la
guardia civil: actualidad y actualización de la tragedia de honor”. En
El personaje teatral: la mujer en las dramaturgias masculinas en
los inicios del siglo XXI, J. Romera Castillo (ed.), 101-113. Madrid:
Visor Libros.
JIMÉNEZ AGUILAR, M.Á. (2014). “Puestas en escena de obras de
dramaturgas en la cartelera de Málaga (2000-2003)”. Signa. Revista