Investigación Historia de Honduras

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 28

Introducción

Honduras ha sido habitada por muchos pueblos aborígenes desde hace más de once mil
años, el occidente fue habitado por los mayas, el oriente, la parte suroccidental fue habitada
por los lencas, la parte norte por los tolupanes y el territorio noroccidental por los Pech,
todos estos grupos sociales mantenían relaciones comerciales entre sí y con otras
poblaciones tan distantes como México y Panamá. Cuando los conquistadores españoles
llegaron en el siglo XVI comenzó una mezcla de culturas, posteriormente la independencia
de Centroamérica y la formación del estado de Honduras.
Antes de la Conquista española, Honduras estaba habitada por pueblos que se
caracterizaban por dos tipos culturales diferentes, formado como producto de las
migraciones que poblaron el continente americano, en la época precolombina.
Las culturas Maya y Azteca, estaban regidas por el llamado "modo de producción asiático",
cuya característica más sobresaliente era la existencia de una economía "sedentaria", basada
en la producción agrícola, con relaciones de producción de carácter colectivo centralizadas
en un poder único que era ejercido por un conjunto de funcionarios civiles, religiosos y
militares. Por lo tanto, no eran sociedades igualitarias. La división de clases se establecía
entre los que ejercían el poder y la mayoría del pueblo.
Estas culturas alcanzaron grandes progresos en los diversos campos del conocimiento
humano, impulsados por el desarrollo de una variada agricultura (frijol, cacao, chile, etc.) y
contaban con grandes sistemas de riego. De esta manera garantizaban una alimentación
adecuada para sus numerosas poblaciones. Además, aplicaron técnicas de gran perfección
en los tejidos y la cerámica. Desarrollaron un intenso y variado comercio. Alcanzaron un
alto desarrollo científico en las matemáticas y la astronomía; además de la arquitectura y la
escultura, que emplearon en la construcción de grandes ciudades.
En la sección nor-occidental de Honduras, predominaban los pueblos con influencia azteca,
como los náhuatl, que habitaban en el valle de Naco y Trujillo; los Chortís grupo mayense
localizado en Cortés, Copán y Ocotepeque y los lencas, que se extendían por los
departamentos de Santa Bárbara, Lempira, Intibucá, La Paz Comayagua Francisco Morazán
y Valle y parte de lo que hoy comprende el territorio de El Salvador.
El resto del territorio hondureño estaba habitado por pueblos provenientes del sur del
continente, con una cultura nómada y semi-nómada, regidos por relaciones de producción
comunal primitivas. Entre estos pueblos se encontraban Xicaques, Pechs Tawahkas y
misquitos que, en su conjunto, formaban la mayoría de la población del país.
Fue hasta después de la segunda mitad de 1700 que se conformaron otros grupos étnicos, a
lo largo de la zona costera del litoral Caribe: los garífunas y los negros de habla inglesa.
La Reforma Liberal
En 1871 triunfó la revolución guatemalteca que puso punto final al denominado “Régimen
de los Treinta Años”. Durante este periodo Rafael Carrera no sólo consolidó la
desintegración de la república federal, sino que logró, sobre todo, extender su influencia
conservadora a los distintos países de la región a través de una larga sucesión de guerras
civiles y enfrentamientos que siempre cristalizaron en las instalaciones de gobiernos adictos
a Guatemala.
A la muerte de Carrera en 1865, le sucedió su fiel colaborador Vicente Cerna. Se inició
entonces un periodo de descomposición del régimen que culminó con la revolución liberal
de 1871 y que llevó al poder, en primer término, a Miguel García Granados, y después a
Justo Rufino Barrios.
Dos hondureños acompañaron este movimiento desde sus inicios, Marco Aurelio Soto y
Ramón Rosa, quienes ocuparon destacados puestos en la administración liberal
guatemalteca. El primero fue secretario de Gobernación, Justicia y Negocios Eclesiásticos;
más tarde, se hizo cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, puesto en el que se
desempeñaba Ramón Rosa.
La consolidación del gobierno liberal de Benito Juárez en México, luego de la derrota de
Maximiliano, fortaleció e influyó en los liberales guatemaltecos que pronto iniciaron
profundo plan de reformas institucionales y económicas como la separación de la Iglesia y
el Estado, la secularización de las propiedades eclesiásticas, la promoción de producciones
agrícolas para la exportación y el fomento a la educación declarada laica, gratuita y
obligatoria.
Una vez más el influjo de Guatemala se dejó sentir sobre los destinos centroamericanos,
fundamentalmente en El Salvador y Honduras. De esta forma dieron inicio una serie de
enfrentamientos armados y diplomáticos en donde guatemaltecos, salvadoreños y
hondureños midieron sus fuerzas en una disputa cuyo sustrato era deseo de Guatemala por
hacer valer sus intereses.
Honduras, con su precaria organización económica y una debilidad crónica en sus sectores
dirigentes, se vio envuelta en los acontecimientos guatemaltecos, por lo que puede
afirmarse que la reforma liberal hondureña fue una consecuencia directa de la que triunfó
en Guatemala en 1871.
En aquel año el país estaba gobernado por el general José María Medina, quien llevó
adelante una campaña militar contra El Salvador, debido a que el gobierno de este país,
presidido por Francisco Dueñas, auxiliaba tropas de Florencio Xatruch, ex general del
Ejército Aliado Centroamericano, contra los filibusteros de Walker. Xatruch se proclamó
presidente en Nacaome, pero las fuerzas de Medina obtuvieron la victoria y Santiago
González, jefe del ejército medianista, ocupó la presidencia salvadoreña.
La llegada al poder de los liberales guatemaltecos modificó la correlación de fuerzas, y
Medina, antiguo aliado de Carrera, se convirtió en blanco de ataque del liberalismo
victorioso. González, no obstante, el apoyo del presidente hondureño, se volvió contra él
propiciando su caída. Con ayuda salvadoreña y guatemalteca, el líder liberal Celeo Arias
invadió Honduras, aprehendió a Medina y se proclamó presidente en mayo de 1872.
El gobierno de Arias no logró estabilizar el convulsionado escenario político nacional,
situación que preocupó a los mandatarios de Guatemala y El Salvador. Ante ello, Justo
Rufino Barrios y Santiago González se reunieron en Chingo, el 2 de noviembre de 1873,
donde suscribieron un acuerdo comprometiéndose a apoyar a Ponciano Leiva, otro jefe
liberal, con el fin de que ocupara la presidencia y así encauzar a Honduras por los mismos
derroteros políticos que sus dos vecinos.
El acuerdo se llevó a cabo; fuerzas guatemaltecas y salvadoreñas sitiaron Comayagua que,
después de una férrea defensa, capituló en enero de 1874. Leiva había inaugurado un
gobierno provisional a finales del año anterior y después de la rendición de Arias fue
elegido presidente constitucional.
Ponciano Leiva, en cumplimiento de lo pactado en Chingo, dejó en libertad a Medina, y
éste, aprovechando las desavenencias surgidas entre Barrios y González, se levantó en
armas contra el gobierno en diciembre de 1875.
La anarquía reinante en Honduras preocupó de nuevo al presidente guatemalteco que
convocó a otra conferencia en Chingo. Allí, además de Barrios, asistieron Andrés Valle,
flamante mandatario salvadoreño que sustituyó a González, y Marco Aurelio Soto. El 15 de
febrero de 1876 este último capituló en la localidad de Cedros. Se sucedieron en el
Ejecutivo primero, Marcelino Mejía, después, Crescencio Gómez, y el 12 de agosto Medina
volvió a ocupar la primera magistratura.
Mientras tanto, Justo Rufino Barrios informaba a Medina e su decisión de apoyar a Marco
A. Soto. La presión guatemalteca fue en aumento hasta que el 21 de agosto el presidente
hondureño aceptó entregar la jefatura del gobierno a Soto, quien seis días más tarde
inauguró su gobierno provisional en el puerto de Amapala y, al año siguiente, el 30 de
mayo de 1877, tomó posesión de la presidencia constitucionalmente.
De esta forma comenzó en Honduras la reforma liberal. Soto, de manera rápida, ganó un
amplio consenso en el orden nacional y la convulsión política empezó a ceder; situación
que también propició un contexto internacional favorable ya que Barrios en Guatemala y
Rafael Zaldívar en el gobierno salvadoreño, configuraron el necesario entorno liberal que
benefició al presidente hondureño, permitiéndole iniciar la obra reformista.
En su gestión Soto estuvo auxiliado por Ramón Rosa, a quien nombró secretario general de
Gobierno. El desempeño de estos dos personajes en la administración pública guatemalteca
les permitió adquirir una importante experiencia en el manejo de los asuntos de gobierno,
que dio sus frutos cuando asumieron la dirección del Estado de Honduras.
Desde un principio imprimieron un nuevo estilo en la conducción política. Asegurar la paz
y la estabilidad eran requisitos indispensables para impulsar el desarrollo económico en
forma continua, por lo que buscaron la adhesión de los caudillos militares que dominaban
las distintas regiones del país, situándose posteriormente por encima de las pugnas
personalistas. En su concepción, el provincianismo debía ser superado; sólo así podría
desaparecer la anarquía.
El nuevo presidente demostró ser un hábil diplomático. Evito persecuciones y medidas
violentas, se negó a aceptar el apoyo militar de los países vecinos y finalmente logro que
los caudillos depusieran las armas.
Soto y Rosa se convirtieron en los líderes del movimiento liberal en Honduras. Alejados de
cualquier sectarismo, preconizaron el respeto a las garantías ciudadanas de seguridad,
libertad, y propiedad y postularon la imperiosa necesidad de unir la actuación de las
autoridades gubernamentales en sus distintas instancias, dese el supremo gobierno hasta los
niveles municipales, para así asegurar el cumplimento de la ley.
La idea central consistió en estructurar un gobierno para todos los hondureños, sin
distinción de credos políticos. Una de las primeras medidas tomadas fue lanza un llamado a
todos los exiliados políticos, ofreciéndoles seguridad y protección. Rosa sostuvo, en una
circular enviada a los jefes departamentales a los pocos meses de inaugurado el gobierno,
que ni éste ni las autoridades podían apoyarse en una fracción exclusiva puesto que se
despertaría el descrédito de aquellos que ejercían funciones administrativas y de mando: “si
las autoridades siguen la línea recta del deber, y no las sendas tortuosas adonde conducen el
egoísmo y los intereses del partido, recibirán el respaldo de la nación entera”. Se trata,
decía Rosa, de ser “verdaderamente liberal, consistiendo en la manifestación pacífica de las
ideas, de las opiniones y ejerciendo la autoridad sobre actos que tengan un carácter punible
por atentar contra los derechos de los particulares o alterar el orden”.
Junto a esta postura liberal, amplia y tolerante, el gobierno proclamó “el cumplimiento de
los principios de una política estricta y serenamente represiva”, que debía castigar con
eficacia cualquier falta o delito, sin tomar en cuenta ni la posición social, ni los nombres de
las personalidades, ni las banderías políticas. Se pretendía conciliar el imperio de la justicia
aplicando los castigos más ejemplares. Fue así que, cuando en 1877 el general Medina
reinició sus actividades conspirativas en el departamento de Copán, fue capturado y
juzgado por un consejo de guerra que lo condenó a la pena capital. Un pelotón de
fusilamiento terminó con la vida del expresidente el 8 de febrero de 1878. Igual suerte
corrió Calixto Vázquez, apodado “el corta cabezas” por la ferocidad de sus acciones
insurreccionales en la región de la Paz. Vázquez, después de su captura y de su juicio, fue
fusilado en septiembre de 1879.
Las Transformaciones Económicas
Un periodo de auge en el comercio internacional, sin precedentes en la historia de la
humanidad, dio comienzo en las últimas décadas del siglo XIX. El crecimiento de este
intercambio respondió a la plena expansión de las economías de los países industrializados
que al experimentar la segunda revolución industrial se lanzaron a la búsqueda y conquista
de nuevos mercados en donde colocar, además de su producción manufacturera, los
excedentes de capital.
En los países latinoamericanos repercutieron significativamente los cambios operados por
la coyuntura económica mundial. La revolución en los transportes redujo el costo de los
fletes, las innovaciones tecnológicas ampliaron el número de las materias primas
demandadas, y las mejoras en las condiciones de vida de amplias capas de trabajadores
europeos y norteamericanos abrieron el camino para el consumo masivo de productos
alimenticios como el café, el cacao y el banano.
El volumen de las inversiones de capital fue en aumento. La mayoría de éstas se canalizó
hacia el sector de servicios: transporte, comunicaciones, bancos y actividad comercial;
aunque también, se orientaron hacia la esfera productiva como en los casos de la minería y
la plantación bananera.
Las economías latinoamericanas crecieron de manera rápida al insertarse en el mercado
mundial en calidad de exportadoras de materias primas; la matriz mono exportadora de
estas sociedades se perfiló así con mayor nitidez. Quedaron integradas a un nuevo sistema
de dominio mundial, cuya hegemonía estuvo en manos de los países avanzados: Inglaterra,
hasta las primeras décadas de este siglo, y los Estados Unidos, en los años subsecuentes.
A través de la producción cafetalera, Costa Rica, Guatemala, El Salvador, y en menor
medida Nicaragua, se vincularon en forma definitiva a las corrientes del comercio
internacional. El surgimiento y expansión de la cafeticultora otorgó sustento y contenido a
la acción del reformismo liberal que, con modalidades específicas, se abocó a la
transformación de las respectivas realidades sociales para adecuarlas a este nuevo contexto
internacional. Las sociedades fueron reorganizadas. Cambios sustanciales en el orden
interno permitieron la consolidación de un sector oligárquico en el aparato estatal que,
vinculado al negocio del café, fue capaz de orientar la esfera productiva dando dinamismo a
una agotada economía colonial.
El Proyecto Agrícola
Cuando Soto asumió la presidencia, la situación económica en Honduras no podía ser más
desastrosa. A la devastación, producto de una prolongada guerra civil, se sumaban las
debilidades de una estructura económica replegada sobre sí misma, sin desarrollar, con una
agricultura de subsistencia o, en el mejor de los casos, orientada hacia el mercado regional.
La minería estaba en bancarrota, la producción ganadera de Olancho y los “cortes” de
madera en la costa norte eran las únicas actividades productivas que vinculaban al país con
el exterior. La falta de artículos de exportación se reflejó en un comercio exterior
deficitario. La deuda interna y externa resultaba insostenible, la inflación exorbitante y el
descrédito internacional hacía difícil la llegada de capitales extranjeros.
Frente a este panorama, la administración de Soto emprendió la tarea de promover el
desarrollo económico y social de la nación hondureña. Para ello se esforzó en impulsar la
producción agrícola, al considerarla como una opción capaz de articular una vigorosa
economía de exportación.
En abril de 1877 el gobierno promulgó una ley que tenía por objeto promover la
agricultura, particularmente en productos como el café, la caña de azúcar, el tabaco y el
cacao, dada la abundancia de tierras aptas para estos cultivos y su demanda internacional.
El nuevo estatuto legal se concentró en eliminar todas las trabas que obstaculizaban la
implantación y difusión de una agricultura basada en cultivos comerciales. Todas las tierras
idóneas debían incorporarse a la producción sin importar su carácter nacional, ejidal,
comunal o eclesiástico. Se otorgaron a los agricultores todas las facilidades a fin de
convertirlos en dinámicos productores.
La Ley de Agricultura significó el inicio de una política de reasignación de la tierra de
acuerdo con fines productivos específicos; de esta forma se rompía el patrón tradicional de
tenencia de la tierra caracterizado por mantener grandes extensiones incultas o dedicadas
sólo a cultivos temporales de subsistencia. Quedó establecido que toda persona dispuesta a
formar una finca en tierras nacionales podía solicitarlas al gobierno y éste extendería
gratuitamente los títulos de propiedad correspondientes. Si se trataba de tierras comunales o
ejidales que estuvieran ociosas o destinadas a siembras temporales, era obligación de las
municipalidades venderlas a precios justos, o arrendarlas si la venta no podía verificarse.
Las heredades de los conventos y las asociaciones monásticas fueron afectadas y el diezmo
quedó abolido por constituir un factor de desaliento a la producción y capitalización de la
agricultura.
De acuerdo con la ley los productores quedaban exceptuados de cumplir el servicio militar
y del pago de derechos sobre herramienta, maquinaria, abonos, semillas y materiales para la
construcción que importasen por los diferentes puertos del país.
Los beneficiarios de esta legislación debían inscribirse en registro confeccionados por los
gobernadores políticos y cada seis meses estas autoridades debían enviar un informe al
gobierno central en el que estuviera expresado el número y las condiciones de las personas
inscritas, las cantidades de tierras cultivadas y las clases y calidades de las plantaciones.
El conjunto de prerrogativas establecidas en esta ley se acompañaba de ciertas obligaciones
para los agricultores. Se exigió cierto ritmo de producción y utilización de la tierra para
evitar el acaparamiento de tierras ociosas o improductivas. Si al término de un año los
nuevos propietarios no habían emprendido labores de cultivo, los derechos adquiridos
caducaban y las propiedades volvían a manos del Estado o de las municipalidades.
La reforma liberal asumió también la responsabilidad de garantizar la disponibilidad de
mano de obra para la nueva empresa agrícola. Si bien no se implantó un programa de
trabajos forzados, como el que Justo Rufino Barrios estableció para las masas rurales
guatemaltecas; se establecieron disposiciones que comprendían registros de individuos
aptos para el servicio de jornaleros, a fin de que las autoridades locales proporcionaran a los
productores el número de trabajadores que requieran sus fincas. También se dispuso, como
medida tendiente a atraer campesinos, que aquellos con permanencia diaria y constante en
el ámbito de las plantaciones quedarían exceptuados del servicio militar.
La escasez de trabajadores en Honduras impidió la puesta en marcha de medidas más
coactivas y, por otro lado, la falta de capitales de los mismos propietarios determinó que los
pagos de los salarios no siempre se hicieron en dinero. Por el contrario, se convirtió en una
forma de pago que combinaba jornales con ciertas cantidades de artículos o alimentos.
Sobre estas bases, en la década de 1870 Honduras intentó unirse al negocio cafetalero, que
ya en los demás países centroamericanos estaba reportando importantes utilidades gracias a
la demanda mundial y a la tendencia ascendente de los precios. En consecuencia, el cultivo
del café se incrementó en las tierras altas de los departamentos de Santa Bárbaras,
Comayagua, Copán, El Paraíso, Choluteca y Tegucigalpa.
Hacia 1880 Ramón Rosa efectuó un cálculo aproximado de la cantidad de cafetos
existentes. El estudio arrojó una cifra superior a los siete millones. A partir de este dato, el
secretario general de gobierno elaboró una serie de proyectos sobre el desarrollo del café,
que suponían un crecimiento sostenido de la producción. El objetivo sería exportarla en su
totalidad. Según los estudios de Rosa, en 1885 Honduras podía estar en condiciones de
exportar 207 687 quintales, cantidad inferior al promedio anual de Guatemala que, entre
1880 y 1884, alcanzó los 324 313 quintales de café y que representaban para 1880 el 92 por
ciento del valor total de sus exportaciones.
Sin embargo, ninguno de estos proyectos se cumplió porque, a pesar de las condiciones
propicias que existían en el país para el cultivo y de las políticas que el gobierno
instrumentó para favorecerlo, la situación geográfica resultaba desfavorable. La orografía
hondureña limitaba el acceso y la comunicación entre las zonas productoras y los puertos.
Los costos del transporte eran elevados y, en consecuencia, reducían las posibilidades de
competir en el mercado mundial, frente a los precios de los demás exportadores
centroamericanos. De hecho, para 1887-1888 este producto representó solo el 0.5 por
ciento del valor total de las exportaciones hondureñas.
La administración liberal impulsó también otras producciones. En la costa norte comenzó la
explotación del banano, el coco y distintas fibras vegetales.
El desarrollo de estos cultivos no sólo fue favorecido por el apoyo gubernamental sino
también por las facilidades de acceso fluvial y marítimo del litoral atlántico y por la
proximidad del mercado exterior, que, en este caso, fue Estados Unidos.
Rosa calculó el valor de este negocio en aproximadamente 400 mil pesos anuales y el
gobierno, con el objeto de satisfacer una mayor demanda de medios de transporte,
subvenciono con 2 mil pesos anuales al vapor norteamericano E.B. Ward para que realizara
el transporte de los productos entre los puertos hondureños y los norteamericanos.
Ya para finales de la década de 1880 los cultivadores nacionales de banano habían obtenido
un apreciable volumen de producción. Las exportaciones de plátano estaban alcanzando un
nivel que se había creído destinado al café, pues en 1887-1888 representaron el 26% del
valor total exportado.
La creación del departamento de Colón, en 1881, respondió precisamente a la necesidad de
administrar mejor los recursos que encerraba el litoral caribeño de Honduras. Allí, junto a
la producción de banano, cobró auge la de coco, que dio lugar a la instalación de
maquinaria apropiada para la extracción de aceite y para las diversas clases de copra, de
gran demanda comercial. En 1885 el aceite de coco generó ingresos superiores a los 100
mil pesos.
La abundancia de fibras vegetales de uso industrial despertó el interés de empresas
extranjeras. El gobierno otorgó concesiones a dos compañías norteamericanas para que
efectuaran cultivos y procesaran plantas fibrosas en un área cercana a Puerto Cortés y en el
departamento de Colón. A finales de 1882 ya se había instalado maquinaria y una planta
entró en operación.
Ente la diversidad de estas fibras destacaron la pita y el junco o paja de Panamá. Por su
resistencia y calidad la pita tenía una gran demanda como materia prima en la fabricación
de lazos y hamacas y también porque, mediante un proceso de reducción que permitía
obtener hilos más finos, podía ser combinada con algodón o lana para la elaboración de
determinados tipos de telas. El junco, por su parte, gozaba de un considerable aprecio,
sobre todo en la confección de sombreros y artesanías, actividades muy difundidas en los
departamentos de Santa Bárbara, Olancho y Comayagua.
El Enclave Minero
Los dirigentes hondureños, a la par del empeño que pusieron en el fomento de la
producción agrícola, dirigieron sus pasos a revitalizar la actividad extractora del oro y plata,
un rubro de exportación de raíces coloniales que se vio radicalmente transformado a partir
de la afluencia del capital extranjero.
Hacia 1865 un grupo de empresarios nacionales, a través de diversas concesiones, obtuvo
un buen número de yacimientos mineros, sin que ello significara que hayan sido puestos en
actividad. En aquel entonces, las expectativas gubernamentales se vieron limitadas por la
carencia del capital necesario, de técnicas indispensables y de la experiencia y contactos
internacionales acerca del modo de operar, en forma productiva, la industria de la
explotación y exportación de minerales.
Desde esta perspectiva, se encuentra una explicación al hecho de que la reactivación y el
inicio de un nuevo ciclo minero en la octava década del siglo pasado pasara a depender del
grado de participación del capital foráneo. De ahí el empeño de la generación liberal por
estimular a cualquier precio la entrada de estas inversiones, pues se consideraba que la
modernización del sector minero acarrearía importantes cambios en la economía nacional.
La apertura a las inversiones extranjeras constituyó uno de los pilares del proyecto liberal.
En la Constitución de 1880, entre las muchas funciones que se otorgaban al Estado estaba
la de promover este tipo de inversiones para que, mediante una legislación apropiada y un
régimen de concesiones, se garantizara la explotación de los recursos naturales. También en
el texto constitucional se equipararon los derechos de los ciudadanos extranjeros a los de
los hondureños permitiéndoles a aquellos poseer cualquier tipo de propiedad.
La reforma estableció los marcos legales específicos para favorecer la producción minera,
plasmados en el Código de Minería emitido en agosto de 1880 y en las leyes de Fomento de
1882 y 1883. Sobre esta base se estableció un amplio régimen de concesiones y privilegios
a particulares y a empresas nacionales y extranjeras que se dedicaban formalmente a la
explotación minera. El régimen comprendía la exoneración de derechos sobre la
exportación de oro, plata, cobre y otros minerales. Los mineros y las compañías podían
introducir, libre de gravámenes e impuestos de cualquier naturaleza, la maquinaria, el
equipo y todos los materiales indispensables para la explotación minera y además tenían
derecho a hacer uso de todas las maderas y aguas que existían en los terrenos nacionales o
ejidales. Hacia 1880 comenzaron a ponerse en ejecución estos mecanismos concesionarios
que tenían una duración promedio de veinte años con posibilidad de renovarlos.
Al amparo de esta legislación, Honduras vivió boom minero. Las concesiones se
multiplicaron y decenas de compañías iniciaron, por lo menos, labores de exploración. Los
altos costos de producción, la baja en el precio de la plata y la propia riqueza de las vetas,
no siempre tan abundante, determinaron, entre otros factores, que sólo unas cuantas
empresas sobrevivieron y monopolizaran la producción. La región de Tegucigalpa emergió
como el centro de esta actividad y una empresa, la Rosario Mining Co., pronto consolidó su
hegemonía en el sector de la extracción.
El efecto final de esta política gubernamental fue que los empresarios locales, primero
asociados con capitales extranjeros, resultaran desplazados posteriormente, dado el enorme
poderío financiero y la capacidad tecnológica de aquellas compañías. De este modo, el
avance de la actividad extractiva de exportación terminó por desnacionalizar a la misma, a
partir de la implantación de un sector productivo que, en función de su elevada densidad de
capital y del uso de modernas técnicas, tendió a aislarse comportándose como una unidad
productiva relativamente independiente de la economía nacional.
Surgió así el enclave minero, modalidad especifica de incorporación de un país al mercado
mundial, como presencia en un sector moderno asentado en la territorialidad de una nación
controlada por otra. “Un Estado dentro de otro” que funciona como extensión financiera y
tecnológica de una nación en cuestión, y en el caso hondureño de la norteamericana.
El enclave minero se convirtió en el eje alrededor del cual giró la actividad económica de la
zona central del país, pues concentró en sus manos no sólo la producción de lo que fue el
principal rubro de exportación, sino también la infraestructura, el equipo y los servicios
necesarios para su comercialización.
Como prolongación de esta política liberal, años más tarde, y de una manera más amplia,
surgió un enclave bananero en la costa norte. En las primeras décadas de nuestro siglo
confluyeron estos dos ciclos: el minero y el bananero; pero la fortaleza del último otorgó al
país su fisonomía definitiva.
En consecuencia, la economía hondureña quedó claramente deformada por el predominio
de un solo producto dirigido al mercado exterior, sin que los ingresos provenientes de esa
actividad generalizan efectos transformadores sobre el conjunto de la organización
económica nacional; los extranjeros controlaban el sector más importante del comercio
exterior, los impuestos de importación no existían y los de exportación eran sumamente
bajos comparados con las ganancias obtenidas y reexportadas por las compañías.
Formación De Los Partidos Políticos
En 1933 Tiburcio Carías Andino, fundador del Partido Nacional, fue nombrado presidente,
pero antes de concluir su mandato realizó varias reformas constitucionales que le
permitieron instaurar una dictadura hasta 1948 que puso fin al desorden político que había
caracterizado la política hondureña. Tras ser cesado, la elite militar, poseedora de la tierra
dominó el país, se resistió a la modernización de las estructuras políticas, sociales y
económicas, y se plegó a los intereses estadounidenses. En 1957, el liberal Ramón Villeda
y Morales fue elegido presidente constitucional; durante su gobierno, Honduras entró en el
Mercado Común Centroamericano e inició programas para la Reforma agraria y la
ampliación de la educación. Su política provocó la desconfianza de la oligarquía hondureña
que, alarmada por el triunfo del comunismo en Cuba, apoyó en 1963 un golpe de Estado
dirigido por el coronel Osvaldo López Arellano que derrocó al liberal Villeda.
López Arellano gobernó el país desde 1965 hasta 1975. La frágil economía hondureña se
debilitó aún más durante su régimen debido a una breve, pero onerosa guerra con El
Salvador, conocida como guerra del Fútbol; la fuerte emigración de salvadoreños, más de
300.000, que se habían instalado en Honduras, aumentaron el desempleo que sufría el país.
En 1974 López Arellano fue acusado de estar implicado en un soborno de la United Brand
(sucesora de la United Fruit), por lo que las Fuerzas Armadas apoyaron al coronel Juan
Alberto Melgar Castro a dar un golpe de Estado y tomar el poder. Melgar Castro inició un
ambicioso programa de reformas, pero tres años más tarde fue derrocado por otro golpe de
Estado, dirigido esta vez por el general Policarpo Paz García.
A finales de la década de 1970 y durante 1980, el problema principal del país fue la
inestabilidad política de sus países vecinos. El 30 de octubre de 1980 Honduras firmó en
Lima un tratado de paz con El Salvador que puso fin a once años de hostilidades. En las
elecciones celebradas en noviembre de 1981, el candidato del Partido Liberal, Roberto
Suazo Córdova, obtuvo la presidencia y tomó posesión de su cargo en enero de 1982; sin
embargo, los militares mantuvieron su influencia en la vida política. Honduras se convirtió
en la base de operaciones del Ejército estadounidense y de la guerrilla antisandinista (la
contra nicaragüense), que luchaban contra el gobierno sandinista de Nicaragua.
En 1990, el conservador Rafael Leonardo Callejas fue elegido presidente; su gobierno
estuvo caracterizado por frecuentes huelgas y enfrentamientos políticos, además el país
sufrió graves problemas financieros. En las elecciones celebradas en noviembre de 1993, el
liberal Carlos Roberto Reina, destacado defensor de los derechos humanos, triunfó en los
comicios. Su política estuvo orientada a disminuir la influencia del Ejército en la vida
nacional; para ello, redujo los presupuestos de Defensa, nombró a civiles en los altos
mandos de la policía y suprimió el servicio militar obligatorio. En el terreno económico,
mantuvo una política de ajuste para reducir la fuerte inflación del país.
A finales de noviembre de 1997 se celebraron elecciones presidenciales que fueron ganadas
por el candidato del Partido Liberal, Carlos Roberto Flores. Por vez primera, los partidos de
izquierda se presentaron a unos comicios unidos bajo las siglas del Partido de Unificación
Democrática (PUD).
En septiembre de 1998, una reforma constitucional convirtió al presidente de la República
en comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Flores nombró ministro de Defensa a un
civil (Edgardo Dumas), por vez primera en la historia hondureña. Lo que en julio de 1999
pareció el inicio de un golpe de Estado se convirtió en la confirmación del poder civil sobre
el militar, cuando Flores destituyó a cuatro altos cargos castrenses para poner fin a una
crisis interna en las Fuerzas Armadas.
El 7 de febrero de 2000, el gobierno de Flores llegó a un compromiso con el presidente
nicaragüense, Arnoldo Alemán, para la creación de una zona de distensión militar en el mar
Caribe hasta que el Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas, con sede en La
Haya, realizara un dictamen sobre el litigio territorial que enfrentaba a los dos países
centroamericanos.
En las elecciones presidenciales celebradas el 25 de noviembre de 2001 el candidato del
Partido Nacional, Ricardo Maduro, derrotó al presentado por el Partido Liberal, Rafael
Pineda. Asimismo, el Partido Nacional también ganó los comicios legislativos que tuvieron
lugar ese mismo día, al lograr 61 escaños en el Congreso Nacional (por 55 que obtuvieron
los liberales). Maduro sucedió a Flores en la jefatura del Estado el 27 de enero de 2002.
El mismo día del traspaso de poderes presidenciales, Honduras restableció sus relaciones
bilaterales con Cuba, después de 41 años de ruptura diplomática. En la agenda política del
nuevo presidente, la lucha contra la delincuencia ocupó un primer plano.
En otro orden de cosas, Honduras anunció, en abril de 2004, la retirada inmediata del
contingente que había enviado un año antes a Irak en el marco de la coalición liderada por
Estados Unidos. También en lo referente a la política exterior, cabe destacar que el
Congreso Nacional aprobó el llamado Tratado de Libre Comercio de América Central
(TLC o CAFTA, sus siglas en inglés) con Estados Unidos, el 3 de marzo de 2005.
Honduras se convertía así en el segundo país centroamericano, tras El Salvador, que
ratificaba dicho acuerdo comercial entre Estados Unidos y los países centroamericanos,
incluida la República Dominicana. La entrada en vigor del tratado se produciría cuando
todos los países firmantes lo sancionaran.
El 27 de noviembre de 2005 tuvieron lugar comicios legislativos y presidenciales. En los
primeros, la victoria fue para el Partido Liberal, que consiguió 62 escaños, por 55 del
Nacional, 5 del Partido de Unificación Democrática, 4 del Partido Demócrata Cristiano y 2
del Partido de Innovación y Unidad-Social Democracia. En los segundos, el candidato
liberal, Manuel Zelaya, se impuso al del Partido Nacional, Porfirio Lobo. El 27 de enero de
2006, Zelaya sustituyó a Maduro al frente del Estado.
PARTIDOS POLITICOS DE HONDURAS
Partido Nacional De Honduras (PNH)
Historia y Fundación
Historia
Los ideales del general José Trinidad Cabañas, contribuyeron a la creación del Partido
Nacional de Honduras.                                                                     

Este prócer, siendo presidente de la República en 1854 al dirigirse a las dos cámaras del
Poder Legislativo y desacreditó la imposición de feudos partidistas y llamó a la
hondureñidad a la conciliación. Expresó que las administraciones de los gobiernos deberían
estar libres de nepotismos y de intereses parciales, reconoció en esta ocasión que las
facciones que responden a intereses particulares compiten por el poder han impedido darle
un gobierno ordenado y de leyes al país. Hizo énfasis en que "hechos nacionales, más bien
que personales debían caracterizar a todos los gobiernos", estableciendo así uno de los
principios básicos en que se fundamenta la doctrina del Partido Nacional.

La idea del general José Trinidad Cabañas, de conformar una nueva opción política, fue
propuesta en 1874 por   el general Ponciano Leiva logrando agrupar varias segmentaciones
políticas que respaldaban su idea de formar una nueva organización política, sin lograr en
esta ocasión establecer un partido permanente.

Luís Bográn, Luís Bográn, retoma la idea de Leiva y en 1890 en una reunión del Congreso
de la República celebrada en la ciudad de Santa Bárbara planteó la conveniencia de fundar
un nuevo partido político de base amplia y representativa, que permitiera la adhesión de
todos los estratos sociales de la hondureñidad.

Una vez logrado el acuerdo, se firmó el acta constitutiva, reconociendo como jefe
provisional al general Bográn. El acta estableció las bases generales del partido y fijó la
fecha del 30 de enero de 1891 para reunirse en la ciudad de Tegucigalpa y aprobar los
estatutos, el programa de acción y hacer la postulación del candidato a la presidencia de la
República, honor con que se distinguió al general Ponciano Leiva. 

En esta ocasión se aprobó participar con el nombre de "Movimiento Nacional Progresista".


Aquí comienza el primer intento de crear una nueva opción política en Honduras. En este
proceso electoral la tendencia liberal nominó como candidato a la presidencia de la
República a Policarpo Bonilla y el resultado fue el siguiente: Movimiento
Nacional Progresista 34 mil votos y los liberales 15 mil votos. Después del triunfo
electoral los opositores, no aceptaron el resultado obligando al general Leiva mantenerse
firme en el mandato que le había otorgado el pueblo hondureño y asumió el poder de la
nación el 30 de noviembre de 1891.
Posteriormente los Progresistas sufren un desgaste interno, sin embargo, el general
Ponciano Leiva gobernó por 14 meses en medio de una guerra civil. Esta ocasión se aprobó
participar con el nombre de "Partido Progresista". Aquí comienza el primer intento de crear
una nueva opción política en Honduras. En este proceso electoral los liberales nominaron
como candidato a la presidencia de la República a Policarpo Bonilla y el resultado fue el
siguiente: Partido Progresista 34 mil votos y los liberales 15 mil votos. Después del triunfo
electoral los opositores, no aceptaron el resultado obligando al general Leiva mantenerse
firme en el mandato que le había otorgado el pueblo hondureño y asumió el poder de la
nación el 30 de noviembre de 1891. Posteriormente el Partido Progresista sufre un desgaste
interno, sin embargo, el general Ponciano Leiva gobernó por 14 meses en medio de una
guerra civil.

 
PARTIDO LIBERAL DE HONDURAS (PLH)
Partido Liberal de Honduras es el principal partido político de Honduras, durante toda su
historia republicana, ha compartido un bipartidismo durante el siglo XIX y principios del
XX con el Partido Conservador y después con su sustituto el Partido Nacional de
Honduras.

Es junto con el Partido Liberal Colombiano las únicas organizaciones liberales surgida
después de la independencia de los países latinoamericanos que han perdurado, sin
embargo, mientras que el colombiano se ha deslizado recientemente hacia una postura
socialdemócrata, el PLH mantiene en esencia su ideología liberal progresista, en la centro-
derecha del espectro político.

Historia del PLH


Todas las elecciones democráticas en Honduras han sido disputadas entre el PLH y el PNH.
Aunque los liberales ganaron la reñida elección presidencial del 2005, los nacionalistas
lograron una mayoría en el Congreso Nacional aliándose al Partido Demócrata Cristiano de
Honduras.

Miembros del Central Ejecutivo del Partido Liberal de


Honduras
PRESIDENTA: PATRICIA ISABEL RODAS BACA VIKA MARTELL.

SUPLENTE DE LA PRESIDENCIA: OSCAR OVIDIO BUESO.

SECRETARIA GENERAL: MARCO ANTONIO ANDINO.

SECRETARIA DE ORGANIZACIÓN Y PROPAGANDA: DANIA VEGA.

SECRETARIA DE ASUNTOS JUVENILES: GABRIELA NUÑEZ.

SECRETARIA DE ASUNTOS FEMENINOS Y SOCIALES: JORGE ABUDOJ


FRIXIONE.

SECRETARIA DE CAPACITACION POLITICA: GLORIA GUADALUPE


OQUELI.

En las elecciones legislativa del noviembre del 2001, el partido obtuvo el 40% de los votos,
consiguiendo 55 de los 128 escaños parlamentarios, aunque su candidato Rafael Pineda fue
derrotado por el nacionalista Ricardo Maduro. En las presidenciales del 2005, Manuel
Zelaya, candidato del PLH derrotó al nacionalista Porfirio Pepe Lobo. Actualmente tiene
62 congresistas nacionales y 11 diputados centroamericanos.
En el 2008, el presidente Zelaya sorprendió a la escena nacional e internacional con sus
intenciones de suscribir el ALBA, iniciativa comercial liderada por Venezuela que, aunque
tiene respaldo de la izquierda y ciertos sectores liberales, encuentra la oposición de la
derecha hondureña.

PARTIDO DEMÓCRATA CRISTIANO 

El Partido Demócrata Cristiano de Honduras, conocido simplemente como DC, es un


partido demócrata-cristiano que obtuvo el 3.7% de votos en las elecciones legislativas del
2001 (con tres asientos parlamentarios), siendo su candidato presidencial Marco Orlando
Iriarte.

En las legislativas del 2005, ganó 4 escaños parlamentarios y su candidato fue Juan Ramón
Martínez. Tiene un diputado en el Parlacen. Es miembro de la Internacional Demócrata
Cristiana y de su variante regional, la Organización Demócrata Cristiana de América, así
como del Grupo de Centro Democrático en el Parlacen.

Actualmente el Candidato a la presidencia del Partido Demócrata cristiano es Felicito Ávila


PARTIDO INNOVACIÓN Y UNIDAD

El Partido Innovación y Unidad (PINU) es un partido político socialdemócrata de


Honduras, fundado en 1970 por Miguel Andoine Fernández alternativo a los dos partidos
derechistas durante el régimen militar.

En las elecciones del 2001 el PINU obtuvo 4 escaños en el Congreso Nacional de un total
de 128, y su candidato presidencial Olban Valladares obtuvo el tercer lugar de los cinco
candidatos, con 1.5% de los votos, este fue el tercer intento de Valladares tras las
candidaturas de 1993 y 1997.

En las elecciones legislativas del 2005, obtuvo 2 diputados, y su candidato Carlos Sosa
Coello consiguió el 1% de los votos. Actualmente tiene un diputado en el Parlacen y es
miembro del Grupo de Centro Democrático de éste parlamento.

Aunque se define socialdemócrata, no es miembro de la Internacional Socialista.


UNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA

Unificación Democrática (UD) es un partido político de Honduras, de izquierda, fundado el


29 de setiembre de 1992.

Historia
El partido nació de la fusión de los siguientes partidos izquierdistas clandestinos:

Partido para la Transformación de Honduras.

Partido Revolucionario Hondureño.

Partido Morazanista de Liberación Nacional.

Partido Renovación Democrática (antiguo Partido Comunista de Honduras).

En el decreto No. 189-93 del Congreso Nacional de Honduras, el Estado reconoció


legalmente a UD, poco después del Tratado de Esquipulas, que daba a las guerrillas
centroamericanas estatus de partidos políticos legales. Seguido de esto, el Tribunal
Nacional de Elecciones lo reconoció como la quinta formación política del país.

En 1997 obtuvo el 1% de los votos presidenciales, 2% legislativos y 1% municipales,


consiguiendo sólo un diputado del Congreso Nacional y un diputado del Parlacen, un
alcalde y 21 concejales. En el 2001 consiguió el 1% de votos presidenciales, 4% de los
escrutinios parlamentarios y el 2% de apoyo municipal, consiguiendo cinco diputados
nacionales, uno centroamericano y 26 concejales. En las elecciones del año 2005, su
candidato presidencial, Juan Ángel Almendrares, tuvo el 1%, con cinco diputados
nacionales.

Estructura
El lema del partido es "UD marca la diferencia", y sus pilares son ética, democracia,
criticismo, propuesta y lucha. La Unificación Democrática se caracteriza por los colores
rojo y amarillo que simbolizan la sangre de los mártires y el nuevo amanecer,
respectivamente.

Su máxima autoridad es la Asamblea Nacional, que elige la Junta Directiva Nacional, con
asambleas y juntas departamentales y municipales, y los colectivos de base.
El Papel De Honduras En La Guerra Fría
No bien hubo terminado la segunda contienda mundial, en 1945, comenzó la llamada
guerra fría entre las dos superpotencias: Estados Unidos como defensores del sistema
democrático, Unión Soviética como impulsora del sistema comunista.
En el área del dólar y del canal de Panamá los efectos de la guerra fría fueron nocivos para
el desarrollo social y la lucha contra la pobreza. Los Estados Unidos supeditaron las
aspiraciones a favor de la democratización de la región, a sus intereses estratégicos.
Armaron copiosamente a los ejércitos y en sus instalaciones de la Zona del Canal los
adoctrinaron bajo inflexibles supuestos de un anticomunismo furioso.
Exigir aumentos salariales, debatir sobre ideas socialistas, organizar sindicatos, criticar las
empresas transnacionales, asistir a congresos de intelectuales y artistas, todo cabía dentro
del cajón muy grande de las actividades subversivas.
El hombre fuerte de los norteamericanos en Centro América, en evidente contradicción con
el sistema que se alegaba defender, era el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza
Debayle, sucesor de su padre, el también dictador Anastasio Somoza García.
Típicas operaciones de la guerra fría en la región fueron el derrocamiento de Jacobo Arbenz
en 1954, y el violento desembarco de marines en República Dominicana en 1965.
En medio de estos hechos, el acontecimiento crucial que mantenía en un hilo, en el área, la
confrontación entre las potencias era, desde 1959, el triunfo de la revolución cubana y la
existencia, a las puertas de Miami, del régimen comunista de Fidel Castro, con fuerte apoyo
de la URSS.
Guatemala era el país más polarizado, entre gobiernos militares inclementes y focos
guerrilleros en las montañas. Del Ejército de Panamá surgió un carismático líder, el General
Omar Torrijos, cuyo propósito no era, dijo, entrar en la Historia, sino entrar en el Canal con
la bandera de su país.
Torrijos logró en las Naciones Unidas el apoyo de los Países No Alineados, encontró
seguidores entre militares populistas centroamericanos y forzó al gobierno de los Estados
Unidos a reconocer la soberanía panameña sobre el Canal, a partir del año 2000. Luego del
terremoto de 1972, la golpeada población nicaragüense fue coincidiendo en que la causa de
los males de la nación radicaba en la tiranía somocista.
En 1979, bajo el liderazgo del Frente Sandinista de Liberación Nacional, el pueblo de
Nicaragua expulsó a Somoza. El triunfo sandinista hizo albergar prontas esperanzas de
triunfo a la guerrilla salvadoreña del Frente Farabundo Martí.
Carías, Lozano Díaz, Villeda Morales dictaron leyes anticomunistas. La existente libertad
de prensa tenía la grave limitación de que no permitía la circulación o debate público de
ideas "exóticas".

No se permitía, asimismo, la existencia legal de partidos políticos de orientación marxista.


Claramente se establecía que los sindicatos tenían que ser organizaciones a-políticas.
Pero a pesar de las limitaciones impuestas por las exigencias de la guerra fría, el
movimiento popular hondureño de obreros, campesinos, maestros y universitarios logró
abrirse espacios, sin entrar en choque con el sistema. Medidas desarrollistas y de contenido
social, de Gálvez a Villeda y al populismo de los militares habían, a la vez, beneficiado a
los sectores populares.
Honduras era el país menos desarrollado del istmo junto con Nicaragua, pero, con respecto
a sus tres países vecinos, era con mucho el más democrático. Y eso le evitó la sangría de las
confrontaciones revolucionarias que hubo alrededor de sus fronteras.
El triunfo sandinista puso caliente la guerra fría en el istmo. Los comandantes
revolucionarios se proclamaron marxistas aliados de Castro y del bloque soviético. Fue una
provocación que les ganó el repudio de los Estados Unidos y contribuyó a aislarlos de los
otros países centroamericanos.
El Presidente Reagan les declaró la guerra, dispuesto a no permitir un cáncer comunista en
su propio patio trasero. El territorio hondureño se convirtió en santuario de los
contrarrevolucionarios que, financiados por EUA, llevaron la guerra contra los sandinistas.
En Comayagua, la base norteamericana de Palmerola fue centro de operaciones para apoyar
el ataque de los rebeldes contra el gobierno de Nicaragua y para apoyar, desde la
retaguardia, al gobierno de El Salvador contra las guerrillas revolucionarias.
Fue preciso evitar cualquier movimiento pro-izquierdista en Honduras. En 1980 los
militares, agotado su fugaz populismo, decidieron volver a los cuarteles.
Hubo el consabido proceso para retornar a la constitucionalidad. Elecciones, instalación de
una Asamblea Nacional Constituyente, nueva Constitución Política, elecciones
presidenciales y victoria del Partido Liberal.
Pero el retorno a la vida constitucional quedó empañado al coincidir con la ejecución de la
Doctrina de Seguridad Nacional, necesaria para asegurar a Honduras como baluarte del
anticomunismo.
La logística la diseñaron las agencias de inteligencia norteamericanas junto con militares
argentinos especializados en "guerra sucia". La puesta en escena corrió a cargo del
autoritario y fanático anticomunista general Gustavo Álvarez Martínez, que contó con la
anuencia y colaboración del gobierno liberal de Roberto Suazo Córdova.
Las operaciones comenzaron con la intervención contra organizaciones populares, sobre
todo las magisteriales, y la neutralización de los sindicatos más beligerantes.
La derecha tomó el poder en la Universidad Nacional, al final con un espaldarazo de la
Corte Suprema de Justicia. Una fría y metódica selección de objetivos incluyó asesinatos
políticos, secuestros, torturas y desapariciones en perjuicio de unos doscientos ciudadanos y
ciudadanas de Honduras y de otros países.
Hubo secuestro de industriales, bombas terroristas con víctimas civiles, asaltos a
instituciones bancarias. Guerrilleros salvadoreños o grupos izquierdistas del país afines a
ellos se adjudicaron la autoría.
La tesis era la de que había que procurar el triunfo revolucionario en El Salvador; el
Farabundo Martí había anunciado desde 1980 que se aprestaba para la batalla final. Que no
llegó. La insurrección se empantanó en Guatemala y El Salvador y los contendientes
tuvieron que sentarse en la mesa de negociaciones.
En un accidente, en el que se sospechó mano política criminal, pereció, en 1981 Omar
Torrijos. Los sandinistas se vieron obligados a dar elecciones y las perdieron.
Los propios gobiernos centroamericanos y países amigos del contexto iberoamericano, más
que las grandes potencias o el gobierno norteamericano, fueron los gestores principales del
camino hacia la paz.
Entre tanto la guerra fría llegaba a su fin. Cayó el muro de Berlín, se desmembró la Unión
Soviética, el marxismo-leninismo dejó de ser la doctrina básica de innumerables partidos de
izquierda, la ilusión de llegar a la justicia mediante la lucha de clases y una revolución
violenta perdió viabilidad.
Tomó toda una década, la de los ochenta, para que Centro América retornara a la paz. En
Honduras, sin embargo, se sigue culpando a la "guerra fría", como confrontación entre la
derecha y la izquierda, por los desmanes propios de la doctrina de seguridad nacional.
Las organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales no han cesado de
acusar lo que aquello real y fundamentalmente fue, o sea terrorismo de Estado. Aún siguen
por aclararse la mayoría de los crímenes y el destino de los desaparecidos.
Perspectivas a la vuelta de un Milenio
Todo posible augurio apocalíptico de fin de milenio habría empalidecido al compararlo con
la destrucción real que desató sobre Honduras el huracán Mitch, en octubre de 1998.
Entre la perplejidad y la crisis y desde un fondo de desolación, la sociedad hondureña está
en la obligación de recapacitar sobre sí misma.
Ha venido siendo una constante, en los últimos años, afirmar que por su naturaleza
Honduras no es un país agrícola o pecuario, sino que es un país de vocación forestal.
Está conciencia se adquiría en momentos en que era a todas luces apreciable la incontenible
pérdida de los bosques y los recursos hídricos.
Ajustarse con la naturaleza, en este fin de siglo, ha supuesto también tomar conciencia de
que lejos de ser un país al margen de los desastres naturales, estos pueden ocurrir, y no cada
veinte años sino con lamentable insistencia.
Honduras está expuesta a ellos, tanto por fallas tectónicas como por ocurrencia de
huracanes. La sociedad hondureña percibe ahora que, de cara al futuro, se hace necesario
incentivar una cultura de conocimiento científico de la naturaleza, respeto ambiental y
prevención.
Más de una crisis presiona actualmente a la población hondureña. Una se refiere al tránsito
histórico desde la sociedad tradicional, de perfiles rurales, hacia la sociedad moderna, de
perfiles urbanos, en un contexto de subdesarrollo.
Esto, a diferencia de otros países, le ha acontecido a Honduras con retraso, en momentos en
que el modelo capitalista de vida urbana pasó a ser cuestionado como representación ideal
de la calidad de la vida. En Honduras ha sido a partir de 1975 que esta tendencia se ha
venido acelerando, las condiciones de vida citadinas en lugar de mejorar se deterioran, la
marginalidad ha aumentado y con ella todos los problemas del hacinamiento y la
delincuencia.
Otra es la crisis general en el mundo de hoy, en cuanto a la postergación de esperanzas de
renovación social, sacrificadas ante la santificación de la tecnología y el consumo.
El triunfo del capitalismo sobre el comunismo coincidió con el abandono del modelo
keynesiano del Estado de bienestar, en favor de un modelo neoliberal. Es la receta que,
auspiciada por los organismos internacionales de crédito, como vía para solventar su deuda
externa, se les ha propuesto a los países subdesarrollados.
Y de pronto se empiezan a anotar favorables resultados. Al Estado, en lo macroeconómico,
le iba bien antes del Mitch, lo mismo al sector financiero y empresarial. Esa era parte de la
receta. Reforzar la economía de los sectores poderosos para, luego de ello, comenzar a
distribuir la riqueza.
Pero la hora de la distribución se pierde en lontananza; en la última década en Honduras se
ha ahondado la brecha entre ricos y pobres y el país se está convirtiendo en uno de los de
mayor concentración de riqueza en unas pocas manos.

Los partidos políticos tienen gastado su discurso.


Ya no hay ideales revolucionarios o reformistas encaminados a cambiar la nación y la
sociedad humana. Se abandonó la Teología de la Liberación y un pietismo escapista
domina las manifestaciones religiosas. El gremialismo ha socavado a sindicatos y
organizaciones populares que gustan más de ver hacia atrás que hacia lo que pueda estar al
otro lado del neoliberalismo.
Se acrecienta la globalización y la formación de bloques económicos regionales, pero se
tiene la sensación de que en Honduras ni los políticos, los empresarios, el sistema educativo
o las organizaciones populares están en condiciones de competir externamente.
Lo que se teme, con pesimismo, es la pérdida de la propia identidad, sustituida por los
aspectos más rampantes y consumistas de la cultura global.
La historia, sin embargo, no se detiene y es de la dificultad de los retos de donde,
usualmente, han surgido las más creativas soluciones.
Hoy, en momentos en que la región se prepara para conmemorar 200 años de su
emancipación, se profundiza la discusión sobre el devenir de América Latina y el Caribe,
no solo por la distancia entre los logros de la modernización y los problemas recurrentes en
la política y la economía, sino también por el cuestionamiento a algunas «verdades» que, de
una u otra forma, están siendo puestas en dudas. En ese sentido, la llamada «crisis
hondureña» no es más que el reflejo de esas contradicciones. Constituye un punto de
partida interesante para iniciar un debate público sobre nuestra configuración como región
y nuestra participación en la estructura internacional. Si bien es cierto que muchos de los
temas regionales se relacionan y se nutren de los temas globales (democracia, derechos
humanos, integración, cooperación, ambiente, medios de comunicación, combate contra el
narcotráfico y el terrorismo), es posible también identificar unos cuantos temas propios,
tales como el futuro de la Revolución Cubana y el de las relaciones hemisféricas, el papel
mundial de Brasil, la cuestión migratoria, el impacto del Socialismo del Siglo XXI, la
relación entre desigualdad social e instabilidad política, el paquete ideológico venezolano,
los acuerdos del ALBA, el rol de la OEA y el retorno de los temas duros a la agenda
regional (la seguridad estatal, los conflictos fronterizos, el armamentismo, la cuestión
nuclear, las alianzas militares).
Desde un punto de vista hemisférico, ya está claro, como se señaló más arriba, que han
desaparecido las ilusiones de un Obama muy distinto del anterior presidente
estadounidense, menos imperial. La verdad es que la política militar y antiterrorista sigue
siendo la prioridad de Washington, seguida por el combate contra el narcotráfico y, en
tercer lugar, por la cuestión de la democracia. De hecho, EEUU está impulsando en la
región los temas «duros», promociona ofertas electorales de centro y centroderecha y
estimula los TLC bilaterales. Todo esto tendrá como consecuencia una reducción del papel
de los países del ALBA y de la proyección de Brasil, que ha querido estar, ciertamente sin
éxito, en una posición equidistante.
En este contexto, cabe destacar la potenciación del pensamiento radical de izquierda y del
pensamiento conservador, desplazando las posiciones centristas, tal como se está viendo en
el caso de Chile. Cabe destacar también el crecimiento de las tensiones políticas regionales,
en la medida en que se hace más difícil promover consensos, generar confianza y resolver
conflictos entre gobiernos.
Honduras y La Globalización

También podría gustarte