DEONTOLOGIA
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concretos. No es un saber por el saber mismo, sino un saber para la práctica que nace de la
práctica misma (M. Herrán, y J. Restrepo, 1998, p. 17)
La ética profesional no sólo incluye deberes (como en la deontología) sino también recomendaciones,
metas, ideales y virtudes, apela a la conciencia del profesional y se espera de forma voluntaria una
adecuada actuación; se ocupa de que los profesionales sean responsables en el trabajo; también está
referida a reflexionar cuáles son las destrezas y competencias en la actuación profesional. Se centra en
analizar sobre qué es bueno hacer, al servicio de cuáles bienes está su profesión, y qué finalidad
busca.
Ética, según la RAE (2014), se define como el “conjunto de normas morales que rigen la
conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida. Ética profesional, cívica, deportiva”.
También es entendida como “parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus
valores”. Según Cortina (1994), la ética se considera un tipo de saber orientativo a la acción
humana dentro de la lógica y la razón. La ética es por esencia un saber para la actuación
racional.
Se requiere contar con docentes con alto grado de compromiso, acompañado de una
preparación sólida como baluarte de desempeño integral, desde lo más sencillo hasta lo más
complejo, en la cual el docente sea poseedor de conocimientos sustantivos con pensamiento
reflexivo, acompañados de la pedagogía y didáctica como facilitadores de la ruta a seguir. El
conjunto, involucra pensar antes de actuar, analizar desde la lógica crítica y analítica, dominar
los contenidos sustantivos para poder facilitar procesos de calidad y excelencia.
La naturaleza educativa del quehacer del docente exige la comprensión de una praxis cada vez más
compleja que demanda el análisis multidimensional de la realidad. De este carácter emerge el
reconocimiento de lo personal, lo disciplinar y lo pedagógico como referentes de su formación y
desempeño. Esta distinción supone dejar claro que la selección de los docentes y de la superación
profesional no puede limitarse a uno u otro aspecto, sino constituirse como resultado de la interrelación
entre ellos.
De ahí que la dinámica de los cambios que se producen en el desempeño de los docentes se traduce
en retos concretos asociados a la elevación de la calidad de los procesos que se llevan a cabo en la
educación. Esta concepción se refuerza en la siguiente idea: “el profesor es miembro integrante de una
institución educativa, por lo cual su desarrollo y mejora profesional incide en la mejora
institucional.” (Sánchez, 1996: 64)
Desde esta ideala prioridad en el desempeño se convierte en el núcleo de cualquier sistema de
superación pues en este se expresa la impronta de su trabajo en la calidad del proceso que dirige. Así,
cualquier acción que se diseñe para lograr calidad debe orientarse primero a perfeccionar el
desempeño del docente; con ello la calidad de todo el Sistema Nacional de Enseñanza.
Con este perfeccionamiento profesional se asciende al desarrollo social, el cual exige de procesos
continuos de creación, difusión, transferencia, adaptación y aplicación de conocimientos. El saber,
vinculado a la práctica, es una fuerza social transformadora que se debe fomentar de forma
permanente para promover el desarrollo sostenible de la sociedad. Tal idea explica que el
perfeccionamiento organizativo del proceso de superación de los profesores parta de la concepción del
docente como un profesional que requiere elevar su preparación para el desarrollo de la docencia.
Para ello se asume como superación profesional: “El conjunto de procesos de enseñanza-aprendizaje
que posibilita a los graduados universitarios la adquisición y el perfeccionamiento, continuo de los
conocimientos y habilidades requeridas para un mejor desempeño de sus responsabilidades y
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Los sistemas educativos se materializan como organizaciones dinámicas cuya misión es dar
respuesta a las necesidades de formación de la población. Siendo estas necesidades variables, han de
producirse cambios en las estrategias institucionales si se quiere dar respuesta a la sociedad que se
pretende servir. Al interno del sistema, los responsables de conducir la innovación han de aceptar que
el cambio es inevitable y, por consiguiente, debe entenderse que la resistencia también lo es (Caruth y
Caruth, 2013).
Por lo tanto, en una sociedad en la cual los cambios se suceden cada vez de manera más veloz,
éstos constituyen una parte del proceso organizacional y ocurren debido a la convicción de que hay
una necesidad de expandir, mejorar y transformar el sistema (Kezar, 2001). Este cambio cuya
necesidad se manifiesta transversalmente en las instituciones educativas es ubicuo, continuo y ocurre
a diario (Boyce, 2003), afectando todas las áreas y no simplemente aquellas que están relacionadas
con las tecnologías.
Por tanto, si la realidad social es dinámica, la velocidad de los cambios es creciente y el sistema
educativo en su conjunto debe asumir como misión dar respuesta a las necesidades formativas de la
sociedad en la que se encuentra inmerso; el cambio resulta tan inevitable como la resistencia de los
docentes a éste. Han de encontrarse entonces estrategias y vías de incentivo para hacer que este
cambio sea posible. A este respecto, Palmer, Dunford y Akin (2009) encontraron que no todas las
personas de la organización lo resisten y que existen también incentivos para motivarlo, como la
seguridad, la remuneración, la autoridad, el estatus, la responsabilidad, las condiciones de trabajo, la
auto satisfacción y la disponibilidad de tiempo y esfuerzo necesarios. Serán éstas las áreas potenciales
a las que los gestores del cambio deberán prestar especial atención, toda vez que el progreso de las
transformaciones en las instituciones educativas está afectado, hasta un cierto grado, por las actitudes
de resistencia que prevalecen en los cuerpos docentes (Ibrahim, Al-Kaabi y El-Zaatrani, 2013).