Textos 98 Bueno
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EN SUS TEXTOS
REPERTORIO DE TEMAS
1. . CRÍTICA SOCIAL
2. . LOS PAISAJES NACIONALES
3. . VISIÓN CRÍTICA DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
4. . RECUPERACIÓN DE LA TRADICIÓN LITERARIA ESPAÑOLA
5. . AGNOST ICISM O RELIGIOSO, VISIÓN ESCÉPTICA DEL MUNDO
1. .
CRÍTICA
SOCIAL
Arrastra España su existencia deleznable1, cerrando los ojos al caminar del tiem-
po, evocando en obsesión perenne glorias añejas2, figurándose siempre ser aquella
patria que describe la Historia. Este país de obispos gordos, de generales tontos,
de políticos usureros, enredadores y «analfabetos», no quiere verse en esas yermas3
llanuras sin árboles, de suelo arenoso, en el que apenas si se destacan cabañas de
barro, donde viven vida animal doce millones de gusanos, que doblan el cuerpo, al
surcar la tierra con aquel arado que importaron los árabes al conquistar Iberia; no
se ve en esas provincias anchurosas, tan despobladas como estepas4 rusas; no se
ve en esas fábricas catalanas, edificadas en el aire, sin materia prima, sin máquinas
inventadas por nosotros, sostenidas merced al artificio de protectores aranceles5;
no se ve en esas minas de Vizcaya, de donde salen toneladas de hierro, que pagan
los ingleses a cuatro o cinco duros6, para devolvérnoslas en máquinas, cuyas to-
neladas pagamos nosotros en millares de pesetas; no se ve en esos vinos, que para
que encuentren compradores han de filtrarse por los alambiques de Burdeos; no
se ve en esas Universidades de profesores interinos; en este Madrid hambriento;
en esa prensa de palabras hueras7; mírase siempre en la leyenda, donde se encuen-
tra grande y aprieta los párpados para no verse tan pequeña.
Si ella se viera tal como es, el posible desastre no la sorprendería tanto. Sirven
las colonias a pueblos apiñados, que necesitan hallar sus alimentos en tierras más
fecundas que la suya; con fortunas menesterosas de colocación; no a pueblos po-
bres, sin nada que ofrecer a los frutos del trópico, sin manufacturas que compitan
con las extrañas; de población escasa que aún no ha trabajado el patrio terruño8;
tal vez sin capitales para las propias empresas. Nosotros no teníamos para Améri-
ca y Asia sino ladronzuelos de la política y órdenes religiosas. Eso enviamos; ¡así
nos lo pagan!
Muy triste, muy triste el desastre que amaga; pero si él nos sirviera para recon-
centrarnos en nosotros mismos, para meditar por un momento, y obrar en conse-
cuencia, removiendo con decidido espíritu los obstáculos que a nuestro bienestar
se opongan… ¡bienvenido el Sedán9 doloroso!… Dentro de varios lustros ¡algo
habría en el mundo que se llamara España!
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CUESTIONES
3
1. .
CRÍTICA
SOCIAL
Los del 98
Estos jóvenes —Mairena aludía a los que hoy llamamos veteranos del 98— son,
acaso, la primera generación española que no sestea ya a la sombra de la iglesia.
Son españoles españolísimos, que despiertan más o menos malhumorados al grito
de: ¡sálvese quien pueda!
Y ellos se salvarán, porque no carecen de pies ligeros ni de plumas recias. Pero
vosotros tendréis que defender su obra del doble Index Librorum Prohibitorum 1 que
la espera: del eclesiástico, indefectible2 y… del otro. Del otro también, porque,
frente a los que sestean a la sombra de la iglesia están los que duermen al sol,
sin miedo a la congestión cerebral, los cuales llevan también el lápiz rojo en el
bolsillo.
La patria grande
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CUESTIONES
ACOMODADAS
Embebido en estos pensamientos oyó, al pasar por la calle de Alcalá, que le llama-
ban repetidas veces. Eran la Mellá y la Rabanitos, acurrucadas en un portal.
—¿Qué queréis? —las dijo.
—Na, hombre, hablarte. ¿Has heredado?
—No; ¿qué hacéis?
—Aquí filando1 —contestó la Mellá.
—¿Pues qué pasa?
—Que hay recogida, y ese morral2 de ispetor, a pesar de que le pagamos, nos
quie llevar a la delega3. ¡Acompáñanos!
Manuel las acompañó un rato; pero una y otra se fueron con unos señores y él
quedó solo. Volvió a la Puerta del Sol.
La noche le pareció interminable: dio vueltas y más vueltas; apagaron la luz
eléctrica, los tranvías cesaron de pasar, la plaza quedó a oscuras.
Entre la calle de la Montera y la de Alcalá iban y venían delante de un café, con
las ventanas iluminadas, mujeres de trajes claros y pañuelos de crespón, cantando,
parando a los noctámbulos: unos cuantos chulos, agazapados tras de los faroles,
las vigilaban y charlaban con ellas, dándoles órdenes…
Luego fueron desfilando busconas, chulos y celestinas. Todo el Madrid parási-
to, holgazán, alegre, abandonaba en aquellas horas las tabernas, los garitos, las ca-
sas de juego, las madrigueras y los refugios del vicio, y por en medio de la miseria
que palpitaba en las calles, pasaban los trasnochadores con el cigarro encendido,
hablando, riendo, bromeando con las busconas, indiferentes a las agonías de tanto
miserable desharrapado4, sin pan y sin techo, que se refugiaba temblando de frío
en los quicios de las puertas. [...]
Tardó mucho en aclarar el cielo; aún de noche se armaron puestos de café; los
cocheros y los golfos se acercaron a tomar su vaso o su copa. Se apagaron los
faroles de gas.
Danzaban las claridades de las linternas de los serenos5 en el suelo gris, alum-
brado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos
se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. To-
davía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba si-
niestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros…
El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria.
Aquella transición del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranqui-
la de la mañana hizo pensar a Manuel largamente. Comprendía que eran las de los
noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un mo-
mento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros,
el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía de ser de éstos, de los
que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.
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CUESTIONES
este barranco un nacimiento tal como éstos; largo rato hemos contemplado sus
aguas; después, con un vago pesar, hemos escalado la vertiente de la cañada y
hemos vuelto a empapar nuestros ojos con la austeridad ancha del paisaje ya vis-
to. Y caminábamos, caminábamos, caminábamos. Nuestras cabalgaduras tuercen,
tornan a torcer, a la derecha, a la izquierda, entre cimas, entre chaparros, sobre
lomas negras. Suenan las esquilas12 de un ganado; aparecen diseminadas acá y allá
las cabras negras, rojas, blancas, que nos miran un instante atónitas, curiosas, con
sus ojos brillantes.
La ruta de don Quijote, ed. José M.ª Martínez Cachero,
Madrid: Cátedra, 1995, pp. 126–128.
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CUESTIONES
1. ¿ Cuál de las que podríamos llamar «constantes» del 98 vemos en este texto de
Azorín?
2. Azorín hace uso especial del presente de indicativo: ¿ qué sensación transmite
el empleo de ese tiempo verbal? A ello también ayuda el uso de la estructuras
impersonales ( se sale, se oye, se respira…).
3. ¿ Qué rasgos de estilo propios de este autor se aprecian en el fragmento, aparte
los vistos en la cuestión anterior?
4. El paisaje «natural» suele ir unido al paisaje «humano». Así, ¿ cómo han de ser
las gentes de estas tierras manchegas que aquí nos presenta Azorín?
5. En su rechazo de la literatura realista, Martínez Ruiz tiende a abandonar algunas
de las constantes de la narrativa de aquellos autores y se centra en cuestiones
más «novedosas». ¿ Qué tiene de innovador, frente a la novela realista, el he-
cho de centrarse en el paisaje del campo? ¿ Y el narrador, en qué difiere del
realista?
3. LA HISTORIA DE ESPAÑA: CRÍTICA
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CUESTIONES
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3 . LA HISTORIA DE ESPAÑA: INTRAHISTORIA
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EL 98 EN SUS TEXTOS
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CUESTIONES
1. ¿ Qué idea intenta transmitir Unamuno? Conéctala con las cuestiones generales
del 98. ¿ Qué otras ideas noventayochistas se ven en el texto?
2. ¿ Qué es lo que los españoles aún tienen que descubrir de España?
3. Explica el concepto de intrahistoria.
4. ¿ Qué acarrea el no fijarse en lo intrahistórico y centrarse exclusivamente en lo
histórico?
5. ¿ Cómo, según el autor, se conseguirá una auténtica europeización de las clases
dominantes?
6. ¿ Qué género sirve a Unamuno de modelo para expresar sus ideas? ¿ Qué carac-
terísticas de éste se aprecian en el fragmento?
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4 . AGNOSTICISMO RELIGIOSO, ESCEPTICISMO
Había salido del hospital el día de Corpus Christi, y volvía, envejecida y macilen-
ta1, pero ya curada, a casa de su ama, a seguir nuevamente su vida miserable, su
vida miserable de prostituta. En su rostro, todas las miserias; en su corazón, todas
la ignominias2.
Ni una idea cruzaba su cerebro; tenía solamente un deseo de acabar, de des-
cansar para siempre sus huesos enfermos. Quizá hubiera preferido morir en aquel
hospital inmundo, en donde se concrecionaban los detritus3 del vicio, que volver
a la vida.
Llevaba en la mano un fardelillo4 con sus pobres ropas, unos cuantos harapos
para adornarse. Sus ojos, acostumbrados a la semioscuridad, estaban turbados por
la luz del día.
El sol amargo brillaba inexorable5 en el cielo azul.
De pronto, la mujer se encontró rodeada de gente, y se detuvo a ver la proce-
sión que pasaba por la calle. ¡Hacía tanto tiempo que no la había visto! ¡Allá en el
pueblo, cuando era joven y tenía alegría y no era despreciada! ¡Pero aquello estaba
tan lejos!…
Veía la procesión que pasaba por la calle, cuando un hombre, a quien no mo-
lestaba, la insultó y le dio un codazo; otros, que estaban cerca, la llenaron también
de improperios6 y de burlas.
Ella trató de buscar, para responder a los insultos, su antigua sonrisa, y no
pudo más que crispar sus labios con una dolorosa mueca, y echó a andar con la
cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas.
En su rostro, todas las miserias; en su corazón, todas las ignominias.
Y el sol amargo brillaba inexorablemente en el cielo azul.
En la procesión, bajo el sol brillante, lanzaban destellos los mantos de las vír-
genes bordados en oro, las cruces de plata, las piedras preciosas de los estandartes
de terciopelo. Y luego venían los sacerdotes con sus casullas7, los magnates, los
guerreros de uniforme brillante, todos los grandes de la tierra, y venían andando
al compás de una música majestuosa, rodeados y vigilados por bayonetas, espadas
y sables.
Y la mujer trataba de huir; los chicos la seguían, gritando, acosándola, y trope-
zaba y sentía desmayarse; y, herida y destrozada por todos, seguía andando con la
cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas.
En su rostro, todas las miserias; en su corazón, todas las ignominias.
De repente, la mujer sintió en su alma una dulzura infinita, y se volvió y quedó
deslumbrada, y vio luego una sombra banca y majestuosa que la seguía y que lle-
vaba fuera del pecho el corazón herido y traspasado por espinas.
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