Monografía, Mansilla
Monografía, Mansilla
Monografía, Mansilla
Mansilla
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hecho, una de las peculiaridades de la escritura que resultaban más atractivas para aquel
público es el diálogo constante que el autor entabla con el lector: “aquí, entre nos”;
“Supongo que usted me está leyendo”; “lector incrédulo y curioso”; “¿convendrá usted
conmigo, doctor Pellegrini, y el lector también? (todas las citas corresponden a ¿POR
QUÉ…?). Sin embargo, es posible entrever que la interpelación por parte de Mansilla al
lector resulta recíproca: en efecto, la mirada del Otro despierta el interés del causeur que,
en diversas ocasiones, hace hincapié en la opinión ajena respecto a su imagen. Dueño de
mil poses, Mansilla “goza de la exhibición” (Molloy, 1980: 746) y destaca la extrañeza que
su imagen provoca: en “Los siete platos de arroz con leche” se narra que, al llegar a Buenos
Aires luego de su viaje por Europa, su “vestimenta a la francesa” genera inquietud: “los
pocos curiosos que estaban en la playa me miraron y me siguieron, como si hubiera
desembarcado un animal raro1” (p. 60). De este modo, el narrador vuelca en las causeries
las impresiones del Otro: “Mi apostura, mi continente, mi esplendor juvenil, llamaron la
atención”, “Romántico, o poeta, o estrafalario, o algo por el estilo, algo de eso, o todo eso,
quiso implicar y no otra cosa” (“De cómo el hambre me hizo escritor”, 74). La
representación de una imagen exacerbada alberga el afán de generar un efecto en el lector:
es decir, el lector es espectador de los matices que desprende ese yo extraordinario. Así, con
una actitud efectista, Mansilla interpela al lector y, a su vez, anhela conocer las lecturas que
el público realiza en torno a la proyección de esa imagen.
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escritura dedicada a aquellos con los que comparte “la imagen grotesca”: se trata del
público amplio, la multitud, los lectores curiosos; el consumidor anónimo y voraz.
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en la escritura, el narrador recrea mil poses y facetas de sí mismo, creando una sensación de
“falta de la composición básica de la voz que enuncia, un notable desencuentro” (Molloy,
1980: 753). Mansilla es un apasionado del escándalo: si bien pretende defender su
reputación de la calumnia, a su vez, se deleita con la exhibición y los dichos en torno a su
figura. Y, en efecto, su intención es seducir al lector que se interesa por la fama del escritor.
Ahora bien, Mansilla le hace un guiño al lector: la representación de mil facetas exageradas
son puro artificio, ficción. En la causerie “¿Si dicto o escribo?” se pone en juego un
desdoblamiento que expresa la calidad del artificio ficcional: Mansilla presenta a su
secretario, suerte de “artificio inmejorable” (Contreras, 2010: 213). Si bien es sabido que el
secretario fue real, el narrador pone en cuestión esta existencia: “mi secretario, que es mi
alter ego”; haciendo dudar al lector “Porque ustedes no creen que yo tengo un secretario”
(¿Si dicto o escribo?: 127). Así, se pone en evidencia el carácter ficcional que emerge en las
causeries: creer o no creer; el narrador interpela, simula, esconde y evidencia la
ficcionalización de su figura.
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inaugurando un “género de uno” (Contreras, 2010: 199) Mansilla se permite usar
deliberadamente los rasgos de los distintos géneros que aborda: precisamente, las causeries
presentan una escritura autobiográfica un tanto particular. En principio, las memorias de su
infancia, la historia familiar y la mirada nostálgica de un pasado lejano nos coloca en una
narrativa propiamente autobiográfica. Sin embargo, tal estructura resulta anómala: no se
proyecta un yo cohesivo, sino que “Mansilla se empeña en fragmentar a ese yo que habría
de ser el hilo conductor, diseminándolo por el texto” (Molloy, 1980: 749). No sólo la
carencia de un yo coherente y unívoco permiten poner en cuestión la escritura
autobiográfica: el lector asiste a una narración que linda entre la verdad y la ficción:
“probablemente sea Mansilla quien más lejos hizo ir el concepto de ficción en el 80: con
conciencia de verosimilitud pero, a la vez, con conciencia de la intrínseca relación entre
ficcionalidad y sustrato real” (Contreras, 2010: 208).
Desde esta perspectiva, retomamos lo expuesto por Gusdorf acerca del aspecto
literario que alberga toda autobiografía: “Toda autobiografía es una obra de arte, y, al
mismo tiempo, una obra de edificación; no nos presenta al personaje visto desde afuera, en
su comportamiento visible, sino la persona en su intimidad, no tal como fue, o tal como es,
sino como cree y quiere ser y haber sido” (Gusdorf, 1991: 14). En efecto, es posible argüir
que Mansilla apela al matiz artístico de toda autobiografía y cruza los límites: de este modo,
novela e imagina, exagera y vuelve ficción los relatos de vida que se narran en las
causeries. Convierte los episodios de su vida en material para narrar: novela sus
experiencias, y las vuelve ficción mediante la literatura. Asimismo, se impone un yo
desordenado, contradictorio y crítico propio del causeur chismoso; como también vuelve
objeto de ficción al yo, alejándose del yo coherente, lógico y objetivo que reina en la
autobiografía clásica.
A modo de conclusión:
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representa un diálogo – escrito, leído y dictado – que logra despertar la curiosidad del
lector.
BIBLIOGRAFÍA
MANSIILA, Lucio V. causeries (1888 – 1891; selección: “¿Por qué…?; “De cómo
el hambre me hizo escritor”, “Los siete platos de arroz con leche”, “Si dicto o escribo”,
“Impaciencia y curiosidad”, “¿Indiscreción, digresión?”, “El dedo de Rosas”, “Cuadro para
una novela”, “Cara larga”).
PAULS, Alan, “Una causa perdida. Sobre las causeries de Mansilla”, en Lecturas
Críticas, 2, Buenos Aires, 1984.