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Monografía, Mansilla

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La construcción ficcional del yo en las causeries de Lucio V.

Mansilla

La puesta en escena del yo múltiple y el guiño al lector

En la escritura de las causeries mansilleanas se entrevé uno de los rasgos


característicos que conciernen al género de la conversación escrita: se trata, en efecto, de la
variedad de temas que se ponen en escena en la narración. Así, Mansilla-causeur propone
en cada causerie relatar un suceso específico que, sin embargo, demora en concluir: así, el
lector, sumido en un inevitable suspenso, debe asistir al sinfín de digresiones que atraviesan
la narrativa y dilatan la finalización del relato principal. Ahora bien, mediante el recurso de
las digresiones - que, dicho sea de paso, constituye “la marca más notable de ese estilo”
(Contreras, 2010: 210), Mansilla conversa: refiere una anécdota familiar o un recuerdo de
sus viajes; o bien mantiene un diálogo constante con el lector; reconstruye la escenificación
de su escritura; y, asimismo, manifiesta un particular interés por su imagen y despliega
reflexiones acerca del yo. Sin dudas, esta última instancia cobra gran relevancia: “La
preocupación de Mansilla por su figura es conocida” (Molloy, 1980: 745); el autor es dueño
de una imagen que le fascina y, a su vez, perturba: a raíz de esta contradicción, se esbozan
diversas facetas de sí mismo; se crean una suerte de yoes que afloran en la narración de las
causeries.

Sin dudas, el autor en consiente de la puesta en escena de su imagen de raro y el


interés que esta figura extraordinaria suscita en el lector. Por ello, Mansilla apuesta,
mediante la literatura, a una construcción ficticia de su yo multifacético: de esta manera, el
autor se convierte a sí mismo en personaje; se vuelve artificio creado y creador. Ahora bien,
la pone en juego una construcción ficcional del yo que, sin embargo, expresa su artificio: la
narración revela el carácter ficcional que subyace en las múltiples facetas que se
representan en las causeries. En definitiva, se trata de una configuración ficcional del yo
que pretende interpelar al lector y mantenerlo expectante: el autor coquetea con el lector y
lo induce a descifrar el artificio que revisten las figuraciones de su imagen.

El espejo hecho añicos: el yo fragmentario

Las causeries, publicadas entre 1888 y 1890 en el diario Sud – América,


presentaban una originalidad narrativa que cautivaron al público lector de la época. Y, de

1
hecho, una de las peculiaridades de la escritura que resultaban más atractivas para aquel
público es el diálogo constante que el autor entabla con el lector: “aquí, entre nos”;
“Supongo que usted me está leyendo”; “lector incrédulo y curioso”; “¿convendrá usted
conmigo, doctor Pellegrini, y el lector también? (todas las citas corresponden a ¿POR
QUÉ…?). Sin embargo, es posible entrever que la interpelación por parte de Mansilla al
lector resulta recíproca: en efecto, la mirada del Otro despierta el interés del causeur que,
en diversas ocasiones, hace hincapié en la opinión ajena respecto a su imagen. Dueño de
mil poses, Mansilla “goza de la exhibición” (Molloy, 1980: 746) y destaca la extrañeza que
su imagen provoca: en “Los siete platos de arroz con leche” se narra que, al llegar a Buenos
Aires luego de su viaje por Europa, su “vestimenta a la francesa” genera inquietud: “los
pocos curiosos que estaban en la playa me miraron y me siguieron, como si hubiera
desembarcado un animal raro1” (p. 60). De este modo, el narrador vuelca en las causeries
las impresiones del Otro: “Mi apostura, mi continente, mi esplendor juvenil, llamaron la
atención”, “Romántico, o poeta, o estrafalario, o algo por el estilo, algo de eso, o todo eso,
quiso implicar y no otra cosa” (“De cómo el hambre me hizo escritor”, 74). La
representación de una imagen exacerbada alberga el afán de generar un efecto en el lector:
es decir, el lector es espectador de los matices que desprende ese yo extraordinario. Así, con
una actitud efectista, Mansilla interpela al lector y, a su vez, anhela conocer las lecturas que
el público realiza en torno a la proyección de esa imagen.

Ahora bien, la cuestión de la imagen se complejiza a medida que Mansilla se


convierte en escritor. Tal como sostiene Silvia Molloy: “Esa contemplación del otro y de sí
mismo – de la figura en el espejo – coincide curiosamente con los comienzos de Mansilla
como escritor” (1980:745). La autora destaca la significativa metáfora que Mansilla recrea
para explicitar su impresión al presentársele la oportunidad de ser escritor: “Me paseaba
agitado por el cuarto: iba, venía, en una de esas me miré en el espejo turbio (…) y mi cara
me pareció grotesca” (p. 77). En efecto, la idea de la doble faceta radica en los dos modos
de escritura que debe dedicar a un público heterogéneo: por un lado, el círculo íntimo de la
elite a la que el autor pertenece, aquel “destinatario predestinado” (Pauls, 1984:5); para
quienes brinda la escritura multilingüe y cultural y las constantes referencias a los
miembros de la “gran familia” (Viñas, 1982: 133). Y, por otra parte, se vislumbra la
1
El subrayado es mío.

2
escritura dedicada a aquellos con los que comparte “la imagen grotesca”: se trata del
público amplio, la multitud, los lectores curiosos; el consumidor anónimo y voraz.

Es interesante destacar que, Mansilla, a lo largo de las causeries, apunta a enfatizar


y trastocar tal imagen distorsionada que le ofrece al “lector glotón” (Pauls, 1984:5). Imagen
que exagera, que contradice, que se vuelve fragmentaria: al contemplar su rostro, el espejo
se quiebra y se hace añicos; dispersos los restos, el espejo no podrá reconstruirse.
Asimismo, sus yoes aparecen diseminados y dispersos en la escritura de las causeries.

En efecto, el desdoblamiento se expande, se intensifica, y se multiplica: “Se dice


que el hombre es doble. Yo sostengo que es múltiple” (¿Por qué…?: 26). En esta última
cita se pone de manifiesto la estrategia narrativa que el autor hilvana para construir su
imagen: no se trata de un yo cohesivo (clásico de la escritura autobiográfica) ni de un mero
desdoblamiento; sino que se configuran una multiplicidad de yoes. Es interesante cómo esta
constante mutabilidad del yo produce un efecto, una incomodidad en lector: el yo no logra
ser capturado, no se permite asir. De hecho, en la causerie “Impaciencia y curiosidad”
Mansilla cita “la carta del Sr. Curioso” en la que este lector alude a cierta particularidad que
caracteriza la narrativa mansilleana: “quien no se sabe lo que es, porque usted mismo lo
ignora” (p. 160). El narrador cuestiona: ¿cuál de todos estos yoes me pertenece?

Sin embargo, el yo multifacético responde a una construcción ficcional: a través de


la ironía, el humor, la exageración, y el tono jocoso; se revela que se trata de un artificio.
Mansilla –narrador, autor y “personaje espectacular” (Contreras, 2010: 121) – pretende que
el lector pueda leer entre líneas y descubrir el carácter ficcional que subyace en sus diversas
facetas. Por eso mismo, la narración hace explícito el artificio: a través de distintos
procedimientos, damos cuenta de la ficción literaria que estructura la narración de las
causeries.

Leer entre líneas: desenmascarar el artificio

Como se ha aludido anteriormente, el gesto dramático por excelencia que sostienen


todas las causeries es la puesta en escena del yo: “Aquí se presenta una dificultad, la
persona, el yo, que es causa y efecto a la vez” (¿Por qué…?: 40). De este modo, Mansilla se
construye a sí mismo como personaje: es objeto y sujeto de la enunciación. Ya inmiscuido

3
en la escritura, el narrador recrea mil poses y facetas de sí mismo, creando una sensación de
“falta de la composición básica de la voz que enuncia, un notable desencuentro” (Molloy,
1980: 753). Mansilla es un apasionado del escándalo: si bien pretende defender su
reputación de la calumnia, a su vez, se deleita con la exhibición y los dichos en torno a su
figura. Y, en efecto, su intención es seducir al lector que se interesa por la fama del escritor.
Ahora bien, Mansilla le hace un guiño al lector: la representación de mil facetas exageradas
son puro artificio, ficción. En la causerie “¿Si dicto o escribo?” se pone en juego un
desdoblamiento que expresa la calidad del artificio ficcional: Mansilla presenta a su
secretario, suerte de “artificio inmejorable” (Contreras, 2010: 213). Si bien es sabido que el
secretario fue real, el narrador pone en cuestión esta existencia: “mi secretario, que es mi
alter ego”; haciendo dudar al lector “Porque ustedes no creen que yo tengo un secretario”
(¿Si dicto o escribo?: 127). Así, se pone en evidencia el carácter ficcional que emerge en las
causeries: creer o no creer; el narrador interpela, simula, esconde y evidencia la
ficcionalización de su figura.

Asimismo, en “Cara larga” se pone de manifiesto el procedimiento de enmascararse


frente al lector: con un tono jocoso, conversacional y humorístico, el narrador traza una
reflexión acerca del mundo de las apariencias y fisonomías al cual debemos enfrentar con
diferentes caras. Nuevamente, Mansilla-causeur interpela: Mírese el lector en el espejo,
obsérvese, estúdiese, confiésese o pregúntele a otro: ¿yo, cara de qué tengo?” (p 59). El
artificio ficcional que recorre las causeries, emerge y se descubre: “De lo que vamos a
platicar no es de la cara que uno tiene, sino de la cara que uno debe tener o poner” (p. 60).
En efecto, autor-narrador y personaje explicita su recurso: le muestra al lector curioso y
expectante el sinfín de rostros que puede representar a través del plano del artificio que le
brinda la literatura.

Ambivalencia entre la verdad y la ficción: ¿autobiografía?

En primera instancia, la escritura de las causeries de Mansilla responde a una


narrativa heterogénea que sostiene una “consistencia híbrida que se alimenta
indiscriminadamente de una multiplicidad de recursos vecinos: el periodismo, el folletín, la
autobiografía, el retrato, el relato de viajes. Pero su materia fundamental es la voz, y el
espacio en el que ella se despliega: el circuito conversacional” (Pauls, 1984: 5). Así,

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inaugurando un “género de uno” (Contreras, 2010: 199) Mansilla se permite usar
deliberadamente los rasgos de los distintos géneros que aborda: precisamente, las causeries
presentan una escritura autobiográfica un tanto particular. En principio, las memorias de su
infancia, la historia familiar y la mirada nostálgica de un pasado lejano nos coloca en una
narrativa propiamente autobiográfica. Sin embargo, tal estructura resulta anómala: no se
proyecta un yo cohesivo, sino que “Mansilla se empeña en fragmentar a ese yo que habría
de ser el hilo conductor, diseminándolo por el texto” (Molloy, 1980: 749). No sólo la
carencia de un yo coherente y unívoco permiten poner en cuestión la escritura
autobiográfica: el lector asiste a una narración que linda entre la verdad y la ficción:
“probablemente sea Mansilla quien más lejos hizo ir el concepto de ficción en el 80: con
conciencia de verosimilitud pero, a la vez, con conciencia de la intrínseca relación entre
ficcionalidad y sustrato real” (Contreras, 2010: 208).

Desde esta perspectiva, retomamos lo expuesto por Gusdorf acerca del aspecto
literario que alberga toda autobiografía: “Toda autobiografía es una obra de arte, y, al
mismo tiempo, una obra de edificación; no nos presenta al personaje visto desde afuera, en
su comportamiento visible, sino la persona en su intimidad, no tal como fue, o tal como es,
sino como cree y quiere ser y haber sido” (Gusdorf, 1991: 14). En efecto, es posible argüir
que Mansilla apela al matiz artístico de toda autobiografía y cruza los límites: de este modo,
novela e imagina, exagera y vuelve ficción los relatos de vida que se narran en las
causeries. Convierte los episodios de su vida en material para narrar: novela sus
experiencias, y las vuelve ficción mediante la literatura. Asimismo, se impone un yo
desordenado, contradictorio y crítico propio del causeur chismoso; como también vuelve
objeto de ficción al yo, alejándose del yo coherente, lógico y objetivo que reina en la
autobiografía clásica.

A modo de conclusión:

La escritura de Mansilla revela una sensibilidad moderna: consciente de su


materialidad, su circulación y sus efectos. El autor, con dosis equiparable de puño y letra,
delinea una escritura que expresa todas las instancias de construcción del artificio: recrea la
escena originaria, muestra las facetas de un yo distorsionado; y construye una narración que

5
representa un diálogo – escrito, leído y dictado – que logra despertar la curiosidad del
lector.

BIBLIOGRAFÍA

MANSIILA, Lucio V. causeries (1888 – 1891; selección: “¿Por qué…?; “De cómo
el hambre me hizo escritor”, “Los siete platos de arroz con leche”, “Si dicto o escribo”,
“Impaciencia y curiosidad”, “¿Indiscreción, digresión?”, “El dedo de Rosas”, “Cuadro para
una novela”, “Cara larga”).

CONTRERAS, Sandra, “Lucio V. Mansilla, cuestiones de método” en Alejandra


Laera (dir.) El brote de los géneros, vol. III de la Historia crítica de la literatura argentina
(dir. Gral. Noé Jitrik), Buenos Aires, Emecé, 2010.

GUSDORF, Georges, “Condiciones y límites de la autobiografía” (1948), en La


autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e investigación documental, Suplementos,
Athropos, nro. 29, 1991, pp 9-18.

MOLLOY, Silvia, “Imagen de Mansilla”, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo


(comps.), La argentina del Ochenta del Centenario, Buenos Aires, Sudamericana, 1980.

PAULS, Alan, “Una causa perdida. Sobre las causeries de Mansilla”, en Lecturas
Críticas, 2, Buenos Aires, 1984.

VIÑAS, David, “Mansilla: clase social, público y clientela”, Literatura argentina y


realidad política (1964), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982.

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