Nuñez Baquero - Homenaje Al Libro Y Al Escritor
Nuñez Baquero - Homenaje Al Libro Y Al Escritor
Nuñez Baquero - Homenaje Al Libro Y Al Escritor
Homenaje al libro
y al escritor
HOMENAJE AL LIBRO
Y AL ESCRITOR
Fabián Núñez Baquero
Homenaje al libro
y al escritor
(DE LECTORES, LECTURAS, LIBRERÍAS Y EDITORIALES)
Publicado por Ediciones del Sur, Córdoba, Rep. Argentina.
Mayo de 2003.
Distribución gratuita.
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tura. Es necesario reiterar, insistir, releer, repensar, re-
pasar los textos en estudio para poder reflexionar, asi-
milar y reconstruir los desarrollos de la ciencia. Es un
proceso imposible de llevar a cabo sin el libro. La trama
audiovisual puede ayudar o motivar para el entendimien-
to de las leyes científicas, pero no para su comprensión
y dominio. La copia fotostática o Xerox es un auxiliar
importante para copiar páginas o libros enteros, pero
jamás puede remplazar el trabajo de la lectura y el es-
tudio, el uso de la escritura y la ficha nemotécnica. Nin-
guna película, por muy buena que sea, sobre Stephen
Hawking o sobre Einstein puede sustituir a la lectura y
comprensión de la Historia del Tiempo o las ocho pági-
nas de la Memoria sobre la Teoría de la Relatividad Res-
tringida, publicada en una revista científica.
El libro es el nivel máximo alcanzado por el homo
sapiens en todos estos milenios. El ordenador puede abar-
car todas las bibliotecas del mundo y es un logro excep-
cional de la técnica electrónica, pero no supera al libro.
Éste no ha necesitado ni necesita de la computadora para
vivir y pervivir. Pero aquella no ha podido surgir sin éste.
Como en la novela Farenheit 451, cada hombre es, debe
ser, un libro, para salvar a la civilización humana de los
vesánicos trogloditas de la técnica y el mecanicismo.
En Madrid, en mayo, estarán presentes todas las ver-
daderas voces de los veraces apóstoles de la palabra y el
concepto, de la creación sensorial, el pensamiento filo-
sófico y científico.
Un conocido periodista de la televisión ha repetido
hasta la saciedad que quien no sabe computación no es
más que un analfabeto contemporáneo, un hombre incul-
to. Pero nosotros decimos: puede haber sabios en compu-
tación, pero si son incultos, si no leen y no asimilan los
alcances más significativos de la cultura y la ciencia, son
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un poco más que analfabetos. Y decimos más. En defi-
nitiva, la computadora no es más que una cohorte de
secretarias y artesanos, que hacen fácil la tarea de escri-
bir y coleccionar datos, pero lo más importante y deci-
sivo es el cerebro del hombre que piensa, oprime sus
comandos y programa sus necesidades de conocimien-
to, el hombre que se entrenó con y a través del libro para
alcanzar el nivel en donde está ahora.
Gracias, Madrid, por este homenaje al polo magnéti-
co y vital de la tierra, al libro y a los que lo hacen; escri-
tores, poetas, científicos, ensayistas, historiadores, sa-
bios, filósofos, pensadores...
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II. PARA UNA HISTORIA DEL LIBRO
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años para el copista que lo reproducía a mano. Hoy pode-
mos conseguir Las mil y una noches completa, con pas-
ta española de lo mejor y hojas con filo en pan de oro,
quizás por menos de cincuenta dólares, y con esta canti-
dad no compramos ni media pared de 10 metros, menos
una casa. Los griegos para conocer a los talentos de la
época debían poseer muchas minas y talentos, las mo-
nedas más altas de ese tiempo, equivalentes a centena-
res de miles de dólares actuales.
Y sin embargo, hubo manos criminales como las de
Alí, u Omar, que pasaron el lanzallamas por bibliotecas
tan extraordinarias como las de Alejandría, que poseía
cerca de 700 mil volúmenes. Ellos lo hicieron fanatizados
por el Corán. Hoy, aunque no lo crean, hay gentes que
quisieran hacer lo mismo, idiotizadas por el fanatismo
bíblico, por el odio a la cultura o por estupidez politiquera.
Esto no significa que no debemos leer esa maravilla li-
teraria que es la Biblia o dejar de estudiar El Príncipe de
Maquiavelo. Menos mal que ahora podemos archivar todos
los libro del mundo en los discos duros de millones de
ordenadores.
Nadie puede negar que el libro se ha mesocratizado
así como la economía se ha lumpenizado. Burguesía y
clase media compran (o compraban al menos antes de
la etiopización del Ecuador) los libros por metros (sic!),
para rellenar los estantes de sus oficinas o casas. Hay
tantos libros ahora, y tan poca lectura, mejor, tan esca-
sos lectores de verdad, que el mundo mismo se está con-
virtiendo en menos lecturable y el hombre en ilegible.
Pero el libro está ahí, a disposición de todos. Para tener
adecuado acceso a él la sociedad necesita más ocio, más
recursos económicos así como voluntad de conocer. Antes,
como lo cuenta Humberto Eco, en su novela policial, El
nombre de la rosa, los hombres usaban pergaminos o
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libros que ahora se llaman incunables para poner vene-
no y matar a través de sus hojas. Hoy los hombres no
tienen ese peligro, tienen libros pero se envenenan o
matan porque no los usan, es decir, porque no los leen
y asimilan.
Y esto acontece en toda la escala social: desde los
profesores, pasando por los periodistas y los mismos
escritores, burócratas y gobernantes, diputados y pro-
fesionales de alto rango, hasta culminar en el hombre
común y corriente. Para bien o para mal el libro es la
herramienta más refinada que posee el hombre para su
desarrollo. Aun el libro más malo tiene algo que enseñar.
Pero hay hombres que por vanidad o por odio personal
citan a libros y autores con desprecio y mala fe, sin co-
nocerlos, sólo para poner de su parte a la razón o, me-
jor, a su interés inconfesable, o para pedantear y ganar
el ascenso social o económico que necesitan en la lucha
por la vida.
Y aun desde esta perspectiva pedestre, el libro iner-
me e inocente, intacto e inefable, está ahí para proclamar
al mundo que la humanidad sólo puede hacerse cons-
ciente de la bondad o maldad, de su excelencia o demé-
rito, a través de la sapiencia, la luz del saber que él lo
refleja.
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III. EL LIBRO Y EL LECTOR
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con que se brinde en dichas fechas la mejor producción
editorial, para todos los gustos y aficiones, aunque sólo
sea una minoría de personas la que pueda adquirirlos.
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IV. DE LECTORES Y LECTURAS
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libro, pero, además, no citaba cuál había sido. El lector
de un solo libro tiene varios niveles: aquel que ha leído
El Corán o la Biblia, quien de inmediato se lanza a fo-
mentar el proselitismo de tal o cual secta religiosa, no
puede reconocer que el libro que difunde es uno más
entre otros y que está sujeto a limitaciones y a crítica.
Pero hay otros que, por ejemplo, han estudiado de ver-
dad El Capital de Marx y que, por ese tan solo hecho,
pueden saber tanto de economía como no lo saben aque-
llos que andan picando de un tema a otro sin consolidar
el conocimiento de una sola escuela de economía. En
general, el que ha leído un solo libro es peligroso en va-
rios sentidos: si por estrechez de conocimiento, se pue-
de volver fanático militante, pero si por profundidad en
una materia o en asunto, puede en realidad dar cátedra
y cuestionar con contundencia a los diletantes. En cual-
quier caso, el lector de un solo libro es preferible de aquel
que no lee nunca o que nunca ha leído un solo libro.
Los más leen sólo para ganar un título académico o
para cumplir con un examen. Estos lectores son acadé-
mico-pragmáticos y, por lo regular, son los que a futu-
ro copan los puestos burocráticos, se convierten en co-
merciantes o logreros de la sociedad. Su lectura es, por
lo tanto, superficial y sólo les agrada, en lo posible, trans-
cribir o hacer copias fotostáticas de conceptos y de co-
sas. Yo diría que son los lectores-tipo, la mayoría de la
sociedad.
Hay lectores rápidos, que son aquellos que casi siem-
pre citan fuera de contexto a autores que jamás han leí-
do. Son los apologistas del método de la lectura rápida
y que cuando leen lo hacen con tanto apuro como si se
atrasaran al último tren de la vida.
Hay otros que sólo leen obras de su «especialidad»:
son aquellos que se ponen anteojeras de caballo o ven-
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das de restricción para sólo funcionar en el punto o en
la línea y jamás alcanzar la superficie, menos el conoci-
miento multidimensional y esférico.
Hay los lectores «económicos», que leen todo en ver-
sión reducida, en textos de mil o dos mil palabras por-
que no «tienen tiempo». Así conocen a Gengis Khan o un
discurso repulsivo de Hitler.
Tampoco deja de haber los hombres que leen para
reafirmar su odio personal o para dar rienda suelta a sus
complejos de superioridad-inferioridad.
Hay lectores-ovnis, de los cuales se habla mucho (so-
bre todo en las estadísticas), pero no se sabe dónde mis-
mo se encuentran.
Para resumir, hay lectores que leen por placer, y cuya
lectura rendirá frutos sólidos y sabrosos, aunque se de-
moren en madurar, y otros que leen por necesidades
empíricas o por obligación. Estos últimos en realidad
sacarán poco provecho de la lectura, aunque, a pesar de
ser obligados en la niñez o juventud, muchos por lo me-
nos recordarán, en la aridez y sequedad adulta, que, aun-
que a la fuerza, lograron leer un libro que ahora no sólo
les enorgullece haberlo leído sino que les trae frescas y
cálidas remembranzas del pasado...
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V. EL LIBRO, TELEVISOR GIGANTE
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Sólo si, en realidad, hay agua en Marte y vamos allá,
acabaremos por aniquilar del todo la posibilidad de vida
en ese planeta, tal como ahora desperdiciamos el agua
y destruimos el hábitat de la tierra. Eso me dice ese gran
televisor del cosmos llamado libro. No puedo tener esta
visión sin haber dialogado directamente con sabios como
Sagan. Puedo, incluso, haber visto toda esa serie televisiva,
basada en su libro, y titulados ambos Cosmos, pero ja-
más saber, en realidad, todo el viaje maravilloso que
significó la vida y su dedicación a la cosmografía, biolo-
gía, física y astrofísica por parte de ese extraordinario
hombre de ciencia.
Creo que Borges buscaba —en alguno de esos cuen-
tos francamente estrafalarios y pedantes— el Nombre y
Todos los Nombres de las cosas y los seres y él sabía que
ese afán era un truco literario bien provisto de informa-
ción. Pero él también conocía que había sólo un artefacto
para descubrir aquello: el satélite teledirigido del libro,
todos los libros que reposan en las estanterías de todas
las bibliotecas del mundo y, en fin, todos los libros, lí-
neas e ideas metidas en ellos y que esperan unos ojos y
una inteligencia que sepan comprender y divulgar su
mensaje. Telever significa ver desde lejos y hacia la leja-
nía, y ningún televisor puede ser más eficaz que el libro.
Con él y a través de él conocemos el universo, la huma-
nidad y sus infinitas formas de ser. Y conocemos a los
genios, a los superhombres, quienes nos hacen sentir, en
el más elevado sentido, ser parte de la familia del homo
sapiens .Tal vez por eso es que Sagan refiere, con satis-
facción y orgullo, haciendo memoria de sus estudios en
la Universidad de Chicago: Se consideraba impensable
que un aspirante a físico no conociera a Platón, Aristóteles,
Bach, Shakespeare, Gibbon, Malinowsky, Freud... entre
otros. (Sagan: El Mundo y sus Demonios, pág. 15). Lo mis-
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mo podríamos decir al poeta, al pintor y a cualquier hom-
bre de cualquier especialidad en la tierra. Y este es un
homenaje de un navegante del conocimiento, al mayor
satélite televisivo de todas las épocas: el libro.
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VI. EL LIBRO ESTÁ EN ESPAÑA
Y EN TODAS PARTES
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embarcados en la espeluznante y monocorde tarea de
hacer dinero aunque pisen sobre cadáveres?
En España el libro cumple su labor desnuda y solita-
ria. Las editoriales lo venden pero él no se entrega sólo
por dinero. Sólo cede ante aquel que lo persigue, que lo
cultiva, que insiste, estudia y persevera. Que lo ama. Des-
tinar un tiempo a la lectura y a la reflexión, olvidarse del
negociado y la politiquería, del pragmatismo ciego de la
época, es mejorar la estructura de nuestras células y abrir
el mejor camino para que el rascacielos de nuestro ce-
rebro se consolide, abra surcos benéficos, duraderos, en
esta cinta electromagnética de nuestras circunvoluciones
internas.
La lectura nos lleva a pensar, a diferenciar y dominar
el orbe. Como el Pensador de Rodin toda nuestra mus-
culatura se concentra en la espiral multimillonaria de
nuestras neuronas. Como ya lo sabía ese viejo y extraor-
dinario filósofo hispano-holandés, llamado Baruch Espi-
nosa, el hombre piensa —cuando piensa de verdad— con
todo su cuerpo. Hoy la gente tiene miedo de pensar, de
estar sola. Y ésta es la única manera de conocer las gala-
xias, la especie y no el chisme del barrio o saber del últi-
mo modelo de vehículo que compró el millonario famo-
so. Y en España y Europa se lee en el metro, en el auto-
bús, los ferrocarriles y el café. Si España posee acaso la
cultura más adelantada de Europa, es por su pasión por
el libro. Hay una tradición que se remonta a las épocas
del hambre cuando se escribieron las inmortales obras
de la picaresca como El Lazarillo de Tormes, el Guzmán
de Alfarache o el Diablo Cojuelo. Cervantes mismo leía
—con pobreza y todo— hasta los papeles que encontra-
ba en la calle. Las más grandes obras de España son pro-
ducto de épocas de hambruna: la conquista, El mal de-
nominado Siglo de Oro, que en realidad fueron dos, la
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literatura del 98, la primera república, la dictadura de
Primo de Rivera , la guerra civil que costó mas de un
millón de muertos en 1936-39, la dictadura terrible de
Franco.
Fueron épocas negras cuando los hambrientos espa-
ñoles salieron a todos los puntos cardinales del mundo,
en especial América, en busca de pan. Por eso ahora resul-
ta insólito y vergonzante, inhumano, lo que ellos —no
todos, por supuesto-— hacen con los emigrantes latinos
y marroquíes a quienes explotan y maltratan por el único
delito de no tener pan ni empleo ni papeles para garan-
tizar el trabajo de sus manos. ¡Y recuerden la época del
Terror en la Revolución Francesa!
Ojalá el libro en España les haga recordar que los
pueblos tienen rachas y resacas, bajamares y pleamares,
caídas y subidas y que el hambre y el sufrimiento nos
lleva a la cima; que nos enseña a leer, a pensar el mun-
do, a producir y escribir libros que describen nuestro
triunfo a través del espino y la ortiga.
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VII. LIBROS DE LA CHOZA
Y LIBROS DEL CASTILLO
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London me llama a la tundra, a la nevada del Yukón. Karl
Marx, el gigante hecatonquira, es el guerrero que me
enseña las leyes del hombre y del mundo, y que están
ahí, por siempre, aunque todos lo nieguen.
León Trotsky, con irrepetible sonrisa judía, me dice
que cada uno muere en su trinchera y que el planeta será
socialista a pesar del sangriento Stalin y su burda poli-
tiquería nacionalista. Carl Sagan me muestra su Cosmos
más amplio que el de Humboldt y Stephen Hawking sus
hoyos negros, su particular Historia del Tiempo, como si
se deleitaran mostrándome muñecos de peluche.
Tengo en mis manos a Madrid a través de la bola má-
gica del Diablo Cojuelo y la carcajada de azufre de Vélez
de Guevara. Pero ¿dónde está todo esto? ¿Quién posee
tanta maravilla? No son inventos o simples efectos de
cámara o los trucos fáciles de cineastas faltos de ideas:
están ahí tras de la portada de un libro, en el umbral del
árbol de la vida, del árbol del bien y del mal que consti-
tuye cada libro, cada página oculta o abierta.
Pero no definitivamente en cualquier libro. Esas ma-
ravillas están en los libros de la choza y no del castillo.
En éste se encuentran los floreos y voces destempladas
de bufones de coyuntura y el baile de esclavas sin gra-
cia y sin alegría; el concurso de quién habla más y con
cuántas muecas y contorsiones; la burda disputa acicala-
da, con oro, comisiones y flamantes limusinas y compu-
tadoras sin pensamiento. En el castillo vive y muere el
oropel, el joven o adulto que jamás podrán entender la
metáfora de la Cábala: el hombre sólo se transforma en
lo que es.
Los libros del castillo no me interesan, jamás me han
interesado. Sólo son sombras de seres sesgos que nun-
ca alcanzaron la estatura de duendes, de diábolos que
vencen el cieno y las tinieblas.
32
VIII. LIBRO ELECTRÓNICO
Y LIBRO DE CARNE Y HUESO
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puedo poseer docenas de correos electrónicos pero sólo
pondré en su buzón chatarra y aserrín. Sin amor, sin
respeto, sin visión del mundo, los jóvenes acéfalos de
ahora chatean (otro término inglés que significa conver-
sar con otras personas conectadas a Internet), poniendo
o deponiendo bascosidades, lenguaje de albañal en la
línea de Internet.
Los hombres usan los mejores inventos del mundo
para remitir estiércol vía satélite. A mí me hace falta
papel y lápiz, el libro, las manos que construyen la escri-
tura y la argamasa, que copian, retratan el mundo de las
letras, las letras del mundo, para caminar y comprender
el camino. No descarto el milagro del microchip, este
artilugio tecnológico que nos viene a resolver un mon-
tón de problemas teóricos y prácticos. Sólo insisto en
que el libro de carne y hueso y el arte jamás morirán.
Porque si la poesía deja de ser, si el libro de carne y hue-
so no existe más, entonces los hombres y el planeta mis-
mo se convertirán en objeto plástico, en algo tan liviano
y leve que terminará por caer sin que nadie lo note en
medio de un cosmos que reiniciará el proceso de nuevos
cielos y nuevas tierras.
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IX. EXISTENCIA DE LIBROS INEXISTENTES
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realidad, no existen. Me explico con ejemplos: Los can-
tos de Ossián, Fingal y Temora , que alguien pretendió
descubrir, y que se publicitó como un hallazgo de la cul-
tura gaélica y que levantó tanta polvareda en su época.
Después de todo no era para menos, si los poemas eran
sonoros, brillantes, cándidamente primitivos. Pero a la
vuelta de la esquina se descubrió que era un camelo: el
autor de esta imitación era un excelente poeta escocés de
la misma época que quiso jugar una buena pasada —como
lo hizo— a sus congéneres y paisanos: ¡era nada más y
nada menos que el hijo de vecina Macpherson!
El Ecuador, que nunca se ha quedado atrás en nada,
también tuvo el lujo de encontrar un libro inexistente:
el Dr. Descalzi sacó a luz, como primicia, en su obra Histo-
ria del teatro ecuatoriano, un drama escrito en quechua
llamado Los Quillacos, bajo la autorizada traducción de
don Manuel del Pino. Era la confirmación no sólo de la
solidez de una cultura auténticamente ecuatoriana sino,
acaso, la reafirmación de tantos sueños de grandeza cul-
tural ensoñados y escritos por el Inca Garcilaso de la
Vega o Guamán Poma. No era, pues, que de la Vega tras-
ladaba conquistas culturales hispánicas a los indígenas
o que pretendía transpolar abusivamente formas exclu-
sivas de la cultura europea a costumbres y cultura indí-
genas: me refiero sobre todo a la existencia de dramatur-
gos, actores y aravicos, sabios y amautas, poetas; ni qué
Cortes de Provenza, ni qué cantores cátaros, ni qué Esqui-
los o Sófocles, ni qué López de Vega, aquí en el Ecuador
estaba la constatación, en el mismísimo quechua moliente
y sonante de nuestros antepasados, ¡aquí estaban nada
menos que en Los Quillacos!
Pero como el sueño de los pobres dura poco, algún
agencioso —creo que fue un erudito de origen italiano
llamado Ricardi— descubrió que el verdadero autor de
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este drama era el mismísimo «traductor», el profesor don
Manuel del Pino, maestro y literato que dominaba, casi
como lengua materna, el idioma vernáculo indígena.
Recuerdo perfectamente a don Manuel, su soltura y
solvencia de ideas y su carácter propenso a la invención,
a la creatividad. Creo que, a pesar de todo, debía habérsele
premiado y reconocido su talento literario en lugar de
escarnecerle como se hizo. Pero lo que recuerdo más son
las escenas de burla, las solemnes carcajadas y festejos
que el gran Sergio Núñez Santamaría, en plena Plaza Gran-
de de Quito, compartía con don Manuel, entre pelanduz-
cas y jubilados, reconstruyendo el memorial de Los Qui-
llacos y de su inteligente traductor y autor. Macpherson
en Escocia habrá hecho otro tanto.
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X. EDITORIALES, LIBROS Y PROCESO SOCIAL
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miento de varias disciplinas, como la historia, la filoso-
fía, arqueología, antropología, el pensamiento estético,
literatura, matemática, poesía. Era, como decía su lema,
llevar la universidad al hogar, al contrario de lo que su-
cede ahora que maestros y estudiantes llevan el hogar
a la universidad. Y la mayoría pasan por ella aun cuan-
do ella nunca ha pasado por ellos. Lo mismo podemos
decir, en cuanto a editoriales, de la famosa Colección
Austral, la que formó y cimentó la base de conocimien-
tos de muchos de nosotros.
Pero en este mini-homenaje a las casas editoras dé-
jenme nombrar, al vuelo, a las que se me vienen espontá-
neamente a la memoria: Alemany Bouloffer y sus obras
indostánicas; Kier y sus libros espiritistas; Kraft y sus
ensoñaciones poéticas orientales; Emecé, en la que apa-
reció Eureka y la Filosofía de la composición de Edgar
Allan Poe y las obras de Jorge Luis Borges; Pablos edito-
res, quienes han editado algunas de las obras del incom-
parable pensador revolucionario, León Trotsky; Siglo XXI
y Akal, editoras que han dado a luz las acaso más atilda-
das versiones de El capital de Marx; Grijalbo y sus edicio-
nes casi totales de los clásicos del marxismo y sus co-
mentaristas; Colección Joya y Crisol, el pequeño libro
elegante, con los mejores autores de la literatura univer-
sal; Claridad... y tantas otras. No olvido, por supuesto a
la Editorial Cajica de México que publicó las obras de
Montalvo y muchas de autores ecuatorianos.
En nuestro entorno no olvidaré de ninguna manera
la labor pionera de Editorial El Conejo, creada por el so-
ciólogo cariñosamente apodado «el Conejo Velasco», así
como la actual editora Libresa, ambas entusiastas divulga-
doras de obras de autores nacionales.
No sé si sea un abuso mecanicista afirmar que la déca-
da del 60 del siglo pasado fue filosófica, tal vez por eso
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publiqué en el Diario El Heraldo de la ciudad de Ambato
mis ensayos sobre Emerson y Schopenhauer (todavía
recuerdo la hermosa y voluminosa edición en dos tomos
de las obras filosóficas completas de este maestro no sé
si editadas en la colección Aguilar o Ateneo). En las déca-
das del 70 y el 80 hubo una tendencia más definida a leer
marxismo (economía e historia, sobre todo), no a los
clásicos, sino a través de comentaristas y politólogos que
editaban sus obras en la Editorial Progreso de Moscú o
en Ediciones en Lenguas Extranjeras de China.
Son líneas maestras que condensan modas o formas
esenciales de preocupación lectora aunque existan tan-
gentes de especialización o interés particular. Los últi-
mos años de la década del 90 y los que inician este nuevo
siglo y milenio, a mi entender, marcan dos vertientes:
computación y marqueting y la metafísica barata de cómo
hacerse rico o ser eficaz en los negocios, con Mandino y
Cuatémoc Sánchez. En lo literario, el paradigma del des-
concierto modernizado y hasta cibernetizado está en
Benítez y su ultrafamoso Caballo de Troya...
Como muchos creen, con el notable —a lo Eróstrato—
Fujiyama, que las ideologías, el pensamiento y el marxis-
mo han muerto y proclaman, con él, el supuesto fin de
la historia, entonces, en la tierra de los ciegos...
Y, para concluir, asistimos en estos últimos días a la
confusión espectacular a través de modernismo y posmo-
dernismo, las últimas versiones del liberalismo —cuya
muestra más palmaria es esta monstruosa guerra genoci-
da por el petróleo de Irak llevada a delante por los im-
perialistas con George Bush a la cabeza— que son las
últimas versiones de la degeneración del pensamiento,
como reflejo de la crisis sin salida del modo de produc-
ción capitalista y de la corrupción global en todo el pla-
neta.
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XI. EL ESCRITOR, LOS LIBREROS
Y LAS LIBRERÍAS
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ratos, sin pagar ningún derecho de autor , y con la subli-
me «explicación» y «cuestionario» de la maestra que,
además, pone su nombre como autora del supuesto «li-
bro», sale a la venta, y es la misma maestra quien ven-
de «su» libraco, producto del robo del trabajo ajeno.
En resumen, los mercachifles de libros se enriquecen
y poco les importa el valor esencial de ellos. Con la rique-
za adquirida jamás hacen concursos literarios o contri-
buyen para alguna fundación de ayuda social ni siquie-
ra piensan en cómo mejorar la verdadera cultura del entor-
no. El libro es para ellos fuente de riqueza, de plusvalía,
de confort personal y no el motor para el desarrollo del
pueblo.
Estas gentes hacen todo lo posible para que no se
conozca al autor nacional, y cuando venden —en un año
o dos— los pocos ejemplares dejados por el espartano
creador, le hacen ir a éste varias veces y, al fin, cuando
se deciden a pagarle, le piden registro de contribuyen-
tes y le tratan al pobre literato como si fuera una indus-
tria o un centro comercial cinco estrellas.
«Escribir en España es llorar», decía Mariano José de
Larra. Escribir en el Ecuador es morir y morir a plazos,
a pedacitos. Y que no se rebaje a queja o a exageración
lo que ha constatado mi experiencia personal y la de otros:
sólo es un hecho con todo lo que implica o genera. Por
eso cuando se acercan jóvenes que desean seguir la «carre-
ra» de escritor, les quedo mirando como a astronautas y
les pregunto, con la mayor delicadeza que me es posible:
¿Saben ya, a ciencia cierta, las reglas de juego, lo que de
veras tienen que pagar por serlo?
Y ahora el pobre escritor tiene que pasar por la ofi-
cina de patentes, por la dirección de derechos de autor
para pagar la inscripción de su libro que antes no costa-
ba nada. Y luego tiene que soportar una «cátedra» de
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literatura por parte del encargado de la Cámara de Libro,
quien, para que el autor inscriba su ISBN, le «explica» al
escritor qué significa cuento, narración, poesía, literatu-
ra, ensayo, que es como decir al carpintero para qué sir-
ve el formón o el serrucho. O como las «razones» que
dan los seudo-literatos que lideran industrias editoria-
les comerciales —y a quienes uno ha enseñado los ele-
mentos de la preceptiva literaria— para no publicar un
libro, del cual ni siquiera le van a reconocer derechos de
autor. Por eso les repito a los más jóvenes que desean ser
escritores, «¿saben cuánto tienen que pagar por serlo?».
Pero el que tiene vocación pasa la cancha de obstá-
culos y se ríe de las librerías y de las oficinas de paten-
tes y escribe y publica y da recitales y da conferencias y
vende él mismo sus libros y él mismo es una institución
cultural. Esto no significa, de ningún modo, que las libre-
rías estén de más. De ninguna manera: ellas juegan su
papel, sobre todo con libros y escritores extranjeros.
Deberían comprar aunque sea un libro a escritores nacio-
nales, pero nadie les puede exigir ni siquiera decretando
una ley para que lo hagan. Menos aún cuando ahora se
están convirtiendo en verdaderos monopolios familiares
con sucursales en todo el país. El monopolio capitalista
opera en todo, y el libro es una mercancía más sujeto a
las leyes del mercado.
Desde luego que, por lo menos antes, había excepcio-
nes, como la señora Teresa de Wong, quien era propie-
taria de la Librería Universitaria, y no sólo compraba
libros a los escritores, sino que al mismo gran Sergio
Núñez le ayudó a publicar su obra Los 100 mejores poe-
mas ecuatorianos. Hay núcleos de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, como el de Tungurahua, que son generosos
en ediciones, a pesar de sus escasos recursos, pero que
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con voluntad hacen una importante labor editorial, a lo
mejor como ni la misma matriz lo lleva a cabo.
En otras latitudes, como España, verbigracia, los au-
tores tienen facilidades publicitarias, van y reciben el
homenaje de su público, charlan con él, conceden autó-
grafos, hablan de su trayectoria, de preocupaciones lite-
rarias, filosóficas o políticas. Allí, como en EE.UU. y Euro-
pa, las librerías son verdaderos centros nerviosos de la
cultura. En el Ecuador, en cambio... Mejor le pido a este
emigrante, que toma el avión en este momento, que me
haga el favor más grande, y no a mí, sino a los escrito-
res, al país y a él mismo: lleve, por Dios, un librito ecua-
toriano a donde él vaya, sólo uno...
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