Acerca de Los Deberes
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Cicerón –sobra decirlo– fue una de las figuras más grandes que Roma
ha dado a la posteridad: ingeniero de la República y arquitecto de su pensa-
miento, sin él, la defensa de las instituciones romanas republicanas hubiera
quedado sin portavoz o, al menos, sin una de las voces más admirables de la
historia. Escribió este tratado un año antes de morir, cuando contaba con sesen-
ta y tres años de edad; vejez para los romanos, madurez hoy: pleno ejercicio
de facultades mentales y espirituales. El orador sabía que iba a morir, por
eso deja testimonio: “Es mi destino que no puedan vencerme, ni yo pueda
vencer, sin la República”. La figura de Cicerón ha sido motivo de controversia 241
siempre; sin embargo, más allá de las opiniones que cada uno pueda guardar
al respecto, a nadie extrañará la categórica afirmación cuando se dice que
representa uno de los más acabados paradigmas de la romanidad y de sus
valores; encarnación de la humanitas y del hombre hondamente republicano;
modelo, en fin, de la cosmovisión de su época y de la actividad política e intelec-
tual de su tiempo.
Fue calificado por sus contemporáneos como “hombre nuevo”, con un
dejo de desprecio por parte de quienes lo detestaban; sin embargo otros, los
más, lo admiraban sinceramente; es Cicerón lo que hoy llamaríamos un hombre
que se ha hecho a sí mismo: cumplió con el cursus honorum de manera notable
y llegó al consulado, durante el cual consiguió sofocar la conjuración de aquel
patricio venido a menos, Catilina, y de su esbirro Clodio. Algunos desaprue-
ban el papel que desempeñó como político; son poco objetivos: si recordamos
el contexto, fue una de las épocas más convulsas de la historia de Roma, urbe
que llevaba décadas y décadas empapada en baños de sangre: Mario; Sila;
RESEÑAS
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