Conducta Tipica
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TÍPICA, ANTIJURÍDICA
Y CULPABLE. UNA MIRADA AL
CONCEPTO DEL HECHO CON
SENTIDO DELICTIVO COMO
FUNDAMENTO DEL DELITO
David Alonso Osorio Gallego*
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homicidio, aunque entendido de otra forma —una perspectiva animista 2—, estaba
presente en las sociedades más primitivas y era reprimido, por ejemplo, por medio
del tabú. Algunos autores3 aseveran, incluso, que con mucha antelación al Código
de Hammurabi, en la sociedad paleolítica ya existía la figura del talión como una
respuesta al delito y que era impartida “por la ley del más hábil o del depositario
de la autoridad divina”4. Al respecto, y entratándose de las características del
derecho primitivo. Bernal Gómez expone:
2 Fernando Velásquez Velásquez. Fundamentos de derecho penal parte general (Bogotá: Ediciones
Jurídicas Andrés Morales, 2017), 223 y 224.
3 En este sentido, G ómez Pavajeau indica: “Por tanto la sociedad del tótem implicaba la ‘absor-
ción de la individualidad por la sustancia material de la comunidad’, por ello la imputación era
meramente física y objetiva, y la responsabilidad puede entenderse solamente como imputable
al colectivo. La venganza no es individual sino grupal, social, se practica entre grupos humanos
o diferentes tótems, esto es, comunidades de sangre que representan su estirpe a través de las
figuras de animales o cosas” […] “‘los principios por los que se castiga el delito son muy vagos,
que los métodos de llevar a cabo su justo castigo son impredecibles y variables, gobernados por
el azar y la pasión personal más que por cualquier sistema de instituciones fijas’, esto es, por
ende se está sometido al ‘poder del jefe’, la magia, las consecuencias sobrenaturales de los ta-
búes y actos de venganza personal’”. Neurociencias y Derecho. Reflexiones sobre la cognición
social, el libre albedrío, la dignidad humana, la culpabilidad y la prueba novel 2.ª ed. (Bogotá:
Universidad Externado de Colombia, 2017), 136-137. Igualmente Z ambrana Moral reseña: “al
margen de las luchas tribales, en los pueblos primitivos los actos de un miembro de la tribu con-
tra otro integrante de la misma normalmente se castigaban con penas corporales. La presencia
de este tipo de penas a lo largo de la historia ha sido una constante. Por ejemplo, el primitivo
derecho penal chino, caracterizado por la severidad, establecía penas de mutilación o de marcas
en los casos de delitos de menor gravedad. También existían las mutilaciones corporales en una
segunda etapa del derecho de la antigua Persia a partir de la recepción del islamismo; así como
en el Código de Hammurabi. En la legislación de la India contenida en el Código o Libro de
Manú, había excepciones en la aplicación de las penas corporales a favor de las personas de casta
superior, aumentándose las pecuniarias, como compensación en estos casos, porque se suponía
en el condenado una mayor aptitud para conocer las consecuencias de sus actos. Esto revela un
principio de individualización penal. También, es de suponer que los primitivos pobladores de
la Península aplicaban las penas de mutilación y degollación”. Rasgos generales de la evolución
histórica de la tipología de las penas corporales, Revista de Estudios Histórico Jurídicos, xxvii
n.º 17 (2005): 197-229.
4 Juan C. F ernández Lecchini. La concepción del delito de la antigüedad a la actualidad. Líneas
generales (Uruguay: Universidad De la República, 2017). En fder.edu.uy
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De igual modo, Merkel, con respecto al concepto histórico del delito refiere:
En los pueblos que llevan una vida común ya más desarrollada, la impor-
tancia que los hechos de referencia tienen, por sus efectos inmediatos,
para la comunidad y para la marcha del pueblo, se hace valer de diversas
maneras, y da ocasión para que, junto a los intereses inmediatamente
lesionados, tomen partido los intereses comunes, tendiendo a lograr una
ordenada compensación de lo acontecido.
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7 Carlos A rturo G ómez Pavajeau. Fundamentos liberales y sociales del derecho penal 2.ª ed.
(Bogotá: Ediciones Nueva Jurídica, 2018), 207 y ss.
8 Yagüe Rodríguez. 2004, pp. 108 y ss.
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9 Carlos A rturo G ómez Pavajeau. La dogmática jurídica como ciencia del derecho. Sus espe-
cies penal y disciplinaria. Necesidad, semejanzas y diferencias. 2.ª ed. (Universidad Externado
de Colombia, 2017), 47.
10 Apud. (G ómez Pavajeau) en Carlos A rturo G ómez Pavajeau. La dogmática jurídica como
ciencia del derecho. Sus especies penal y disciplinaria. Necesidad, semejanzas y diferencias.
2.ª ed. (Universidad Externado de Colombia, 2017), 47.
11 En este sentido, Roxin, quien asegura que la ciencia jurídica no puede contraerse exclusivamente
a las normas legales, sino que esta parte de los principios constitucionales como manifestación
propia de los fines en un Estado democrático de derecho.
12 Norma en sentido amplio. No se trata únicamente de las reglas jurídicas previstas en determinado
compendio legal o procesal, sino de los axiomas y principios que irradian todo el ordenamiento
jurídico.
13 Wolfgang F risch. “Dogmática jurídico penal afortunada y dogmática jurídico penal sin con-
secuencias”, en La ciencia del derecho penal ante el nuevo milenio. Francisco Muñoz Conde
(Valencia: Tirant lo Blanch, 2004), 20.
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14 En este sentido C ristina Rodríguez Yagüe (coord.). Curso de derecho penal. Parte general
1.ª ed. (Barcelona: Ediciones Experiencia S. L., 2004) 181. Así mismo, M anuel Jaén Vallejo.
El concepto de acción en la dogmática penal (Madrid: Colex), 11-15. Sobre el punto Maurach
(1994) refería: “Una acción es el fundamento común de todo delito, sin consideración de sus
formas de aparición. Ella sirve de base tanto al delito doloso como al hecho punible culposo. Si
bien la acción es un concepto previo al tipo delictivo, que sirve a la construcción de éste, no por
ello es un concepto prejurídico o, incluso, externo al derecho penal. En un principio, la acción,
el pilar esencial de la construcción en cuanto concepto jurídico (ver cap. 14, n.º 16), también
debe ser considerada desde el punto de vista del derecho” (p. 236).
15 Roxin, 2008, op. cit., p. 234.
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con una función limitadora. En virtud de esta última permite excluir “los sucesos
causados por animales, los actos de las personas jurídicas, los meros pensamientos
y actitudes internas” y, en el más puro sentido psicologicista, las “modificaciones
del mundo exterior no sometidas al control y dirección del aparato psíquico”16. En
ese orden de ideas, se han estructurado múltiples requisitos con miras a definir qué
es una acción relevante para el derecho penal a partir de diversos entendimientos
teóricos de la dogmática jurídico-penal. Empero, como el mismo Roxin lo reco-
noce, no ha sido posible encontrar un concepto que permita conglobar todas las
características que se le han querido otorgar. Al respecto, precisó:
el delito es acción. Todo lo que por lo demás se afirma del delito son solo
predicados que se añade a la acción en cuanto sujeto. Por ello, el concepto
de acción ha de ser la firme osamenta que determine la estructuración de
la teoría del delito.18
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inclusión de la cláusula “no evitación de una modificación”, así pues, acción era
tanto la modificación del mundo exterior o la evitación de que se produjera tal
transformación, siempre a partir de la voluntad del agente.
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Esa evidente subjetivación del injusto llevó a Welzel a una concepción dualista del
delito (una para los dolosos y otra para los culposos) que desconoce la necesidad
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Así, se aduce —no sólo bajo el hecho sugestivo de la palabra “final”— que
la teoría se ajusta sólo a los hechos intencionales, una objeción que el pro-
pio Welzel había provocado al insistir en la actividad final, pues en puridad
no puede afirmarse que las meras consecuencias secundarias se realicen
finalmente. De todos modos, también existe una acción final cuando la
finalidad no se extiende hasta las consecuencias, pues la ejecución de la
acción, en tanto que concurre una acción voluntaria consciente, siempre es
intencional, lo sean o no las consecuencias. Cuando las consecuencias no son
intencionales, pero sí conocidas por el autor, la ejecución final de la acción
es también “expresión de sentido” para esas consecuencias secundarias, y
lo es en la medida en que sobre su evitación ha prevalecido el interés en
ejecutar la acción. Claro que entonces el acento de la relevancia jurídica
de la acción se desplaza de lo perseguido intencionalmente a lo meramente
asumido (in-Kauf-genommen). Lo intencional no interesa por su contenido,
sino porque el autor, así como puede ejecutar lo intencional, también podría
no hacerlo, evitando de este modo las consecuencias secundarias. Dicho
de otro modo, lo final interesa sólo como elemento indiciario de que eran
evitables las consecuencias secundarias conocidas. 25
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Otro tanto sucede con el concepto negativo de acción. De acuerdo con algunos de
los exponentes de esta noción 27, “la acción del derecho penal es el no evitar evi-
table en posición de garante”. Es decir, el autor del injusto es quien no evita algo
estando inmerso en una responsabilidad especial por su determinada posición. Se
trata de una concepción estructurada a partir de la evitabilidad individual. Algún
sector de la doctrina penal ha fundado sus críticas al concepto negativo de la acción
en un retorno al topos de voluntariedad, esencialmente porque vuelve la mirada
a realidades psíquicas que resisten las mismas críticas formuladas a las anterio-
res categorías expuestas. Se añade a este concepto el reproche de que bajo esta
perspectiva, la concepción de acción incluye el tipo, no le antecede. Esta última,
no parece ser, en mi opinión, una verdadera crítica. En realidad, la sociedad está
compuesta por un número infinito de actos humanos que no necesariamente son
relevantes para el derecho penal. La estructura normativa de la sociedad permite
la asunción de ciertos riesgos precisamente para reducir la complejidad de los
sistemas que la integran y su correcta interacción. Por ese motivo no todos los
hechos —vistos subjetiva o socialmente— pueden ser considerados como accio-
nes para el derecho penal, pues para este solo pueden ser trascendentes los que
comunicativamente ponen en duda la identidad social y cuestionan la vigencia
normativa del conglomerado.
Bajo tal intelección el hecho de concebir una definición de acción penal que con-
fluya con el tipo, es más, que pueda ser absorbida por este, no necesariamente des-
conoce la coherencia sistémica de la teoría del delito. Nada obsta para que cuando
un comportamiento humano no revele un sentido delictivo no se le considere una
acción en términos penales. Igual sucede con las denominadas acciones positivas
o neutras. En verdad que nada aporta para la ciencia penal determinar que ingerir
un alimento es un acto humano —voluntario o no es irrelevante— cuando este no
ha tenido una interferencia significativa en el sistema con un sentido delictual. En
mi criterio, resulta plenamente válido concluir que no existe acción normativa.
Que los padres del asesino lo hayan concebido no significa que hayan matado, no
porque esta sea causa del resultado o fuera la finalidad de aquellos que su descen-
diente se convirtiera en un homicida, sino porque su hecho, socialmente evaluado,
no representa un acto con significado contrario al derecho y en esa conclusión
nada impide que la noción de acción se diluya o no en el tipo.
27 Cfr. Roxin. Derecho penal, p. 247. En similar sentido H erzberg, Die Unterlassung im Strafrechts
un das Garantenprinzip, 1972, p. 177 y K ahrs. Das Vermeidbarkeitsprinzip un die condicio
sine qua non Formel im Strafrechts, 1968, p. 36.
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32 Ibíd., p. 257.
33 Ídem, p. 265.
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La sociedad actual se caracteriza por los riesgos que le son inherentes por su
contingencia y complejidad. Diariamente se crean y modifican relaciones inter-
subjetivas en los más impensables ámbitos. Ese escenario comprende una red ex-
tremadamente compleja y en constante evolución, que pone a prueba los postulados
de las ciencias sociales, especialmente de la sociología y el derecho. Los últimos
desarrollos de la sociología apuntan a un entendimiento puntual, la sociedad ya no
puede entenderse como un objeto, no se trata de un “ente” ubicado en el espacio,
sino de relaciones y, más que relaciones, de comunicación y sus formas. Este nue-
vo paradigma epistemológico, encabezado en gran medida por Niklas Luhmann,
propugna por una intelección social fundamentada en dos conceptos esenciales:
i) los sistemas y ii) su entorno. A partir de estas nociones es posible un razona-
miento que trasciende las barreras de lo puramente ontológico y que construye la
definición de la sociedad a partir del sentido comunicativo de las relaciones entre
los sujetos y no de estos “humanamente” considerados. Lo anterior no significa
que una visión sistémica de la sociedad desconozca la naturaleza del ser humano,
simplemente lo entiende —adecuadamente— como parte del entorno del sistema
“sociedad” y esto reevalúa, por completo, el entendimiento meramente causal de
los procesos que la “conforman”.
34 Al respecto: Niklas Luhmann. Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. Silvia
Pappe y Brunhilde Erker (trad.) bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, 2.ª ed. (Barce-
lona: Anthropos, 1998).
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indefectiblemente, por una naturaleza contingente, de tal manera, que todo desa-
rrollo epistémico está supeditado a esa característica y por ello mismo la teoría
de sistemas “no puede ser presentada como un conjunto consolidado de conceptos
básicos, de axiomas y de afirmaciones coherentemente deducidos”35. Reconocer
estas circunstancias hará más fácil entender por qué razón el sistema del derecho,
más concretamente, del derecho penal, no puede pervivir afincado en nociones
que aunque otrora reportaron una gran utilidad, en la actualidad resultan insufi-
cientes para explicarlo coherentemente, es decir, de una forma dogmática, bien
sea porque continúan aferrados a la tradición causalista —aun cuando se definan
como finalistas—, ora porque a pesar de un supuesto entendimiento normativista
continúan poniendo su acento en un velado subjetivismo que desconoce el sentido
comunicativo de la sociedad.
Como el sistema del derecho penal no puede ser una rueda suelta dentro de la
sociedad, sino que su existencia está supeditada a la configuración normativa de
esta y a su interrelación comunicativa, el vínculo que los une emerge incontes-
table. La ciencia penal, y especialmente la dogmática jurídica, ha de tener como
sustrato la realidad social y ello implica admitir que los riesgos actuales desbordan
las concepciones tradicionales del delito, así como que la complejidad y contin-
gencia de la sociedad claman por una teoría jurídico penal normativista que, sin
desconocer que el sujeto en sí mismo considerado es parte de esta, admite que la
visión debe dirigirse a lo que comunicativamente expresa a los demás, a lo social.
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De tal forma, que la relación entre la sociedad actual y la ciencia penal no se re-
duce a la simple configuración de categorías ontológicas. Tal vínculo debe partir
de un acento en la imputación de hechos con sentido delictivo y, en este orden
de ideas, el nivel de análisis cognitivo no puede reducirse a si el autor despliega
una acción u omite hacerlo, si este modifica el “mundo externo” y si se represen-
tó como un fin la comisión del delito. La acción no es hacer o no hacer, sino un
concepto valorativo que ha de construirse a partir de la configuración normativa
de la sociedad con miras a permitir que la persona sea considerada como sujeto
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38 Ibíd., p. 23.
39 P erdomo, 2006, p. 47.
40 Quintero, 2007, p. 164.
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De esta manera, solo será acción, en términos del derecho penal, el acto que co-
municativamente expresa un sentido delictivo ínsito que pone en duda la vigencia
normativa de la sociedad y, de contera, desconoce —cuando menos— el deber
general de fidelidad al ordenamiento jurídico. Tal noción se ha de establecer a
partir de las expectativas y normas sociales, de los roles del autor —que también
se establecen normativamente— y, por ende, de las posiciones de garantía que
surgen de los deberes negativos y positivos propios.
Tal intelección permite excluir, como acciones relevantes para el derecho penal,
los actos reflejos, los casos de cursos naturales insuperables —fuerza mayor o ca-
so fortuito— y, en general, aquellos eventos en los cuales no puede considerarse
que ha existido una conducta penal. Ciertamente el individuo que obra mediante
un acto reflejo, generando la muerte de otro no despliega un comportamiento que
comunicativamente pueda entenderse como delictivo; por tanto, no puede hablar-
se ni siquiera de la existencia de una acción. Si el derecho penal solo se ocupa
de los “comportamientos” que lesionan o efectivamente ponen en peligro bienes
jurídicos —asumiendo que existen bienes distintos a la vigencia de la norma—,
no resulta lógico que se encargue de hechos que no ostentan ningún sentido de-
lictivo, por la sencilla razón de que el agente no está expresando una rebeldía a
la configuración normativa de la sociedad. Menos aún es posible entender que
en términos normativos existió una acción. En otras palabras, no puede hablarse
de una acción porque, aunque fortuitamente el acto reflejo ocasionó el curso que
deriva en el resultado, esta no es una condición determinante que pueda ubicarse
en el contexto de acciones socialmente relevantes.
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De igual modo, la perspectiva desde la que se viene haciendo alusión resulta más
lógico y jurídicamente coherente la explicación de la omisión penalmente rele-
vante. Es más, el concepto personal de acción de Roxin debe admitir que para
la construcción de la omisión es necesario acudir a un elemento normativo: “la
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expectativa de acción”. Esa necesidad surge del hecho incontestable de que una
omisión nunca podrá ser una manifestación de la personalidad del autor, por la
potísima razón de que se caracteriza porque no existe expresión “anímica” alguna.
En contraste, la omisión puede ser perfectamente clasificada como un hecho con
sentido delictivo individualmente evitable por la posición de garantía del autor.
Así pues, “actúa” omisivamente quien de acuerdo con su rol y las expectativas y
deberes que surgen de este, deja de hacer el acto “esperado” con independencia
de su voluntad personal. Emerge palmario, entonces, que lo que Roxin ha esta-
blecido como acción personal al momento de definir la omisión no es una cosa
diferente que un acto comunicativamente delictivo y allí nada tiene que ver el
centro anímico del ser humano.
En verdad que no tiene sentido hablar de una acción personal para luego verse en
la imperiosa necesidad de acudir a criterios normativos como las expectativas y las
posiciones de garantía para explicar la omisión. Tal situación deja en evidencia la
inconsistencia de la teoría personal de la acción, por lo menos, como elemento de
enlace o unión de la teoría del delito. Pero más trascendente aún, como se precisó
al inicio de este trabajo, la dogmática jurídico penal no puede seguir aferrada a una
noción individualista de la acción. El ser humano, individualmente considerado,
expresa su razón de ser en la sociedad, en los actos que despliega con un sentido
comunicativo, y por ello, al derecho penal solo deben interesar los hechos a través
de los cuales cuestiona la configuración social.
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En efecto, una concepción, como la que se expone en estas breves páginas, reco-
noce que el ser humano tiene, en sus manos, el gran don de la libertad. Se acepta
al hombre libre. Ello implica admitir, también, la existencia de deberes que per-
miten estructurar las expectativas —normativas— que los demás pueden esperar
de él y, de contera, las normas vigentes de la sociedad. Perdomo Torres lo explica
adecuadamente en los siguientes términos:
44 K ant. La metafísica de las costumbres (trads. Adela Cortina y Jesús Conill Sancho) (Madrid:
2002).
45 Carlos P érez del Valle. Estudios de filosofía política y del derecho penal (Bogotá: 2004), 15.
46 Jorge F ernando P erdomo Torres. La problemática de la posición de garante en los delitos
de comisión por omisión, pp. 82 y ss.; Sánchez-Vera. Delito de infracción de deber y parti-
cipación delictiva (Madrid: 2002), 83 y ss.; Jakobs. Acción y omisión en derecho penal (trads.
Luís Carlos Rey y Javier Sánchez-Vera) (Bogotá: 2000), 13; ÍD. Injerencia y dominio del hecho
(trad. Manuel Cancio Meliá) (Bogotá: 2001), 9 y ss.
47 P erdomo Torres, 2009, pp. 40 y ss.
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Por otra parte, algunos autores48 aseguran que razonar en el sentido en que se
viene haciendo significa integrar a la acción elementos ajenos a esta —entiéndase
la culpabilidad—, empero, en realidad esto no trastoca la coherencia lógica del
concepto. Si el ser humano solo puede responder penalmente por la atribución
de actos cometidos con culpabilidad, es necesario concluir que lo que interesa al
derecho penal es una acción culpable y esto debe establecerse desde los primeros
fundamentos de la teoría del delito. Para evitar las disquisiciones de si quien se
comporta inculpablemente —inimputable o el inmerso en un error de prohibición
insuperable— ha actuado, Jakobs acude a un razonamiento de gran lucidez:
Bajo tal intelección, la acción no puede ser un mero concepto vacío, sino que
debe integrarse adecuadamente con la capacidad de culpabilidad del individuo,
48 C laus Roxin. Problemas básicos del derecho penal (trad. Diego Manuel Luzón Peña) (Madrid:
Ed. Reus, 1985), 200. En el mismo sentido, Joaquín C uello Contreras. El derecho penal es-
pañol. Parte General, 3.ª (Madrid: Ed. Dykinson, 2002), 909.
49 Jakobs Günther. El concepto jurídico penal de acción (trad. Manuel Cancio Meliá) (Bogotá:
1998), 44 a 48.
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50 Bernd Schünemann. “El propio sistema de la teoría del delito”, Revista InDret 1/2008 (2008): 14
y 15. De igual modo, C ésar A. Sandoval Molina. “El delito: mera tipicidad y antijuridicidad”,
Revista Criterio Jurídico, vol. 10, n.° 1 (2010): 115-152. Santiago M ir P uig. Derecho penal.
Parte general. 8.ª ed. (Barcelona: 2006), 138-152. Juan Bustos R amírez. Manual de derecho
penal. Parte general. 3.ª ed. (Barcelona: Ariel, 1989), 155. Jesús M aría Silva Sánchez. Apro-
ximación al derecho penal contemporáneo. 2.ª ed. (Buenos Aires: Editorial BdeF, 2012), 374.
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3.5. Epílogo
A esta última conclusión teórica solo es posible arribar una vez se entiende que el
hecho “enviar un mensaje” expresaba, en un sentido comunicativo, precisamente
“matar”. Esto es así, porque la libertad de Carter le imponía, primeramente, el
deber de fidelidad al derecho y, luego, el de no lesionar los derechos de los de-
más. Para concluir que actuó de forma penalmente culpable basta con acudir a
la expectativa de comportamiento —socialmente regulada— que le era exigible
cuando su compañero sentimental, asustado, la llamó para decirle que dudaba sobre
su decisión de suicidarse. Allí cobra especial relevancia la posición de garantía
en cabeza de Carter, debido a sus deberes positivos y, especialmente, la rebeldía
contra la norma de “no ser culpable”.
Todos estos elementos integran el sentido delictivo del “mero hecho” de enviar
un mensaje de texto y, por esta razón, no es posible catalogarlo como un “acto”
sin relevancia penal. Allí no bastan consideraciones psíquicas sobre la voluntad
de la procesada ni si la conciencia colectiva dictaba un mandato de evitabilidad
individual, pues visto su comportamiento desde la configuración normativa de
una sociedad que impide matar, no es el medio seleccionado lo que determina
la acción, sino la manifestación clara de la displicencia por la vida del otro y la
afirmación de que la norma no rige su comportamiento porque ella concibe una
realidad social en la que matar es permitido.
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Si no se percibe ese hecho como una comunicación con sentido delictivo, solamen-
te puede colegirse que Michelle Carter envío un mensaje que no guarda relación
causal con el resultado muerte, pues este estaba supeditado a la voluntad de la
víctima. Esto no es lo que dicta la justicia material, que en cierto modo también
debe guiar los desarrollos de la dogmática jurídica. Establecida la relevancia penal
de ese hecho, posteriormente, criterios como la creación de riesgos desaprobados,
la prohibición de regreso, el principio de confianza, la responsabilidad penal por
injerencia, etc., todos colmados de expresiones normativas, permiten atribuirle la
responsabilidad por ese hecho comunicativo, es decir, imputarle un homicidio a
una persona que “lo único que hizo fue enviar un mensaje de texto”.
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