Conducta Tipica

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 29

¿ACCIÓN?

TÍPICA, ANTIJURÍDICA
Y CULPABLE. UNA MIRADA AL
CONCEPTO DEL HECHO CON
SENTIDO DELICTIVO COMO
FUNDAMENTO DEL DELITO
David Alonso Osorio Gallego*

Resumen: A lo largo de su existencia, la ciencia penal ha intentado cons-


truir una estructura sistemática en torno al delito y los elementos que lo
componen. Esa ha sido quizás su principal finalidad: explicar racionalmente
qué es un delito y por qué el Estado tiene la legitimidad para imponer una
pena a quien lo ha cometido. En el marco de esa necesidad dogmática, el
concepto de acción tuvo, y sigue desempeñando, en un amplio sector de la
doctrina, un papel preponderante. Empero, el panorama ha cambiado, hoy
en día nos enfrentamos a una sociedad riesgosa, contingente, en constante
y vertiginoso avance, por este motivo muchos de los paradigmas teóricos

* Abogado de la Universidad de Caldas. Especialista en Derecho Procesal Penal de la Universi-


dad Externado de Colombia. Candidato a magíster en Ciencias Penales y Criminológicas de la
Universidad Externado de Colombia. Correo-e: david.osorio77@est.uexternado.edu.co. Fecha de
recepción: 29 de octubre de 2020. Fecha de aceptación: 12 de abril de 2021. Para citar el artículo:
David A lonso Osorio. “¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del
hecho con sentido delictivo como fundamento del delito”, Revista Derecho Penal y Criminología,
vol. 42, n.° 112, enero-junio de 2021, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, pp. 169-197.
doi: https://doi.org/10.18601/ 01210483.v42n112.05

169
170 David Alonso Osorio Gallego

otrora trascendentales, se han visto revaluados. A la luz de los desarrollos


sociológicos actuales, la acción no es relevante por sí misma, sino por su
sentido delictivo, por la comunicación que transmite. El delito, entonces,
debe erigirse a partir de lo que un hecho significa para el sistema del dere-
cho penal y para la estructura normativa de la sociedad, no del acto en sí
mismo considerado ni de la intención del agente cuando lo realizó.

Palabras clave: acción, dogmática jurídica, normativismo, sistemas so-


ciales, comunicación, sentido delictivo, significado, sociedad riesgosa,
teorías del delito.

ACTION? TYPICAL, UNLEGAL AND GUILTY.


A LOOK AT THE CONCEPT OF THE CRIMINAL
FACT AS THE FOUNDATION OF THE CRIME

Abstract: Throughout its existence, criminal science has attempted to build


a systematic structure around crime and its constituent elements. That has
perhaps been its main purpose: to rationally explain what a crime is and
why the State has the legitimacy to impose a penalty on whoever committed
it. Within the framework of this dogmatic necessity, the concept of action
had, and continues to have, in a wide sector of doctrine, a preponderant
role. However, the outlook has changed, today we face a risky, contingent
society in constant and vertiginous advance, for this reason many of the
once transcendental theoretical paradigms, have been re-evaluated. In the
light of current sociological developments, the action is not relevant by
itself, but by its criminal sense, by the communication it transmits. The
crime, then, must be established from what a fact means for the criminal
law system and for the normative structure of society, not from the act
itself considered or from the intention of the agent when it was carried out.

Keywords: Action, normativism, social systems, communication, criminal


sense, meaning, risky society, theories of crime.

1. LA FUNCIÓN DE LA DOGMÁTICA JURÍDICO PENAL

El delito ha acompañado al hombre desde sus inicios. El paradigma creacionista


da cuenta de ello. Según el libro del Génesis1, Caín asesinó a su hermano Abel
—ambos de los primeros hombres en poblar la tierra—, “ensañado en gran ma-
nera” por el agrado que la ofrenda de este le produjo a Dios y recibió un castigo
severo por su “acto”. La mirada del paradigma evolucionista no es diferente, el

1 La Biblia. Edición Reina Valera 1960, capítulo 4, versículos 1-13.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 171

homicidio, aunque entendido de otra forma —una perspectiva animista 2—, estaba
presente en las sociedades más primitivas y era reprimido, por ejemplo, por medio
del tabú. Algunos autores3 aseveran, incluso, que con mucha antelación al Código
de Hammurabi, en la sociedad paleolítica ya existía la figura del talión como una
respuesta al delito y que era impartida “por la ley del más hábil o del depositario
de la autoridad divina”4. Al respecto, y entratándose de las características del
derecho primitivo. Bernal Gómez expone:

Primero, la indiferenciación de la norma, al estar entremezcladas las normas


jurídicas con las religiosas, las morales y las del trato social; segundo su
carácter consuetudinario, basado en la repetición de los usos seguidos por
la comunidad; tercero su heterogeneidad o falta de uniformidad, esto es,
su ámbito cerrado, que se traduce en el establecimiento, según su diverso
grado de desarrollo, de un derecho específico para cada comunidad”.

“[…] Así como a un derecho penal, también incipiente, en la medida en


que la comunidad, representada por el juez o el sacerdote, en una época

2 Fernando Velásquez Velásquez. Fundamentos de derecho penal parte general (Bogotá: Ediciones
Jurídicas Andrés Morales, 2017), 223 y 224.
3 En este sentido, G ómez Pavajeau indica: “Por tanto la sociedad del tótem implicaba la ‘absor-
ción de la individualidad por la sustancia material de la comunidad’, por ello la imputación era
meramente física y objetiva, y la responsabilidad puede entenderse solamente como imputable
al colectivo. La venganza no es individual sino grupal, social, se practica entre grupos humanos
o diferentes tótems, esto es, comunidades de sangre que representan su estirpe a través de las
figuras de animales o cosas” […] “‘los principios por los que se castiga el delito son muy vagos,
que los métodos de llevar a cabo su justo castigo son impredecibles y variables, gobernados por
el azar y la pasión personal más que por cualquier sistema de instituciones fijas’, esto es, por
ende se está sometido al ‘poder del jefe’, la magia, las consecuencias sobrenaturales de los ta-
búes y actos de venganza personal’”. Neurociencias y Derecho. Reflexiones sobre la cognición
social, el libre albedrío, la dignidad humana, la culpabilidad y la prueba novel 2.ª ed. (Bogotá:
Universidad Externado de Colombia, 2017), 136-137. Igualmente Z ambrana Moral reseña: “al
margen de las luchas tribales, en los pueblos primitivos los actos de un miembro de la tribu con-
tra otro integrante de la misma normalmente se castigaban con penas corporales. La presencia
de este tipo de penas a lo largo de la historia ha sido una constante. Por ejemplo, el primitivo
derecho penal chino, caracterizado por la severidad, establecía penas de mutilación o de marcas
en los casos de delitos de menor gravedad. También existían las mutilaciones corporales en una
segunda etapa del derecho de la antigua Persia a partir de la recepción del islamismo; así como
en el Código de Hammurabi. En la legislación de la India contenida en el Código o Libro de
Manú, había excepciones en la aplicación de las penas corporales a favor de las personas de casta
superior, aumentándose las pecuniarias, como compensación en estos casos, porque se suponía
en el condenado una mayor aptitud para conocer las consecuencias de sus actos. Esto revela un
principio de individualización penal. También, es de suponer que los primitivos pobladores de
la Península aplicaban las penas de mutilación y degollación”. Rasgos generales de la evolución
histórica de la tipología de las penas corporales, Revista de Estudios Histórico Jurídicos, xxvii
n.º 17 (2005): 197-229.
4 Juan C. F ernández Lecchini. La concepción del delito de la antigüedad a la actualidad. Líneas
generales (Uruguay: Universidad De la República, 2017). En fder.edu.uy

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
172 David Alonso Osorio Gallego

en que el delito aparece confundido con el pecado, pueden sancionar las


conductas que resultan lesivas al grupo o tribu. En consecuencia, se puede
asegurar que en esta edad primitiva existen en embrión gran parte de las
instituciones jurídicas que se desarrollarán con posterioridad. 5

De igual modo, Merkel, con respecto al concepto histórico del delito refiere:

En los pueblos primitivos, aquellos hechos malos que no afectaran inme-


diatamente a los bienes comunes, como afectaba, por ejemplo, la traición
durante la guerra, eran considerados como actos de hostilidad realizados
contra las personas inmediatamente lesionadas y contra sus parientes
consanguíneos, es decir, como daños ofensivos causados a sus bienes y a
la consideración que se les debía; tales hechos provocaban la ejecución de
otras acciones de análogo carácter -actos de venganza- contra el agresor
y contra su grupo de parientes. La colectividad popular se mostraba en
tales casos neutral, salvo el exigir la observancia de ciertas reglas para la
venganza […]

En los pueblos que llevan una vida común ya más desarrollada, la impor-
tancia que los hechos de referencia tienen, por sus efectos inmediatos,
para la comunidad y para la marcha del pueblo, se hace valer de diversas
maneras, y da ocasión para que, junto a los intereses inmediatamente
lesionados, tomen partido los intereses comunes, tendiendo a lograr una
ordenada compensación de lo acontecido.

El acto de hostilidad viene así a ponerse en relación con el delito, y respecto


de este último se forman determinadas apreciaciones y juicios que vienen
a tener su expresión en lo tocante a la especie y medida de su castigo.6

Con independencia de las consideraciones teológicas o científicas, lo cierto es que


la historia de la humanidad arrastra consigo, también, la historia del delito. Esto
explica por qué razón siempre ha sido una preocupación humana determinar, de
acuerdo con los momentos históricos, qué es el delito, cuáles son sus elementos,
quién puede ser considerado como “delincuente”, qué es el castigo, por qué se
justifica sancionar el delito y quién está legitimado para imponer la pena. Existe
cierto consenso en que dichas temáticas componen, en su conjunto, la ciencia
penal, esto es: la teoría del delito o dogmática jurídica, la teoría de la pena y más
recientemente la criminología y la política criminal.

5 Bernal G ómez. 2010, pp. 23 y ss.


6 M erkel. 1906, pp. 44-45.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 173

De estas ramas del conocimiento jurídico, el presente trabajo se centra en la dog-


mática jurídico-penal, pues en su contexto se han desarrollado las teorías sobre la
acción, en sus diferentes concepciones, como elemento fundante del delito. Así,
pues, la dogmática surge en el seno del positivismo jurídico7, como una respuesta
a la pregunta sobre el carácter científico del estudio del derecho y, posteriormente,
del derecho penal. Se concibió como una actividad con carácter de ciencia cuyo
objeto de estudio era la norma como precepto positivo del ordenamiento jurídico.
Más allá de las discusiones que se suscitaron en torno a su verdadero carácter
científico en un momento histórico presidido por una epistemología construida
a partir de las explicaciones empíricas y causalistas, se trató, en sus inicios, de
un análisis de las reglas jurídicas previstas en la ley y sus consecuencias. Fue,
en esencia, una búsqueda por otorgar al análisis del derecho penal un estatus
científico, en una realidad que reservaba tal calidad a los estudios exactos. Así lo
explica Rodríguez Yagüe:

La concurrencia en la segunda mitad del siglo pasado de un nuevo concepto


de Ciencia, unido a la variación del carácter del Estado, produjo un profun-
do cambio de orientación en los estudios del Derecho. El gran desarrollo
alcanzado en el siglo xix por las ciencias de la naturaleza provocaba un
ambiente científico entendiendo por tal como expone Latorre “la actitud
mental que veía en las ciencias el camino para resolver los problemas hu-
manos y sociales del mundo, de la fe en que la ciencia es no sólo un método
de conocimiento y de dominio de la naturaleza y del hombre, sino también
un saber de salvación que redimirá a la humanidad de sus miserias y la
conducirá a la felicidad”. Tal dirección de pensamiento, progresivamente
acrecentada por el desarrollo de la filosofía positivista, llevaba a reservar
el carácter de Ciencias a las Ciencias de la Naturaleza y a las Matemáticas,
pues sólo en ellas concurrían los rasgos de exactitud y de posibilidad de
percepción por los sentidos, sólo ellas progresaban y sólo ellas utilizaban
el método empírico, característico del concepto positivista de ciencia. 8

En fin, en su pretensión científica busca la aplicación de un método sistemático


que permita la organización, clasificación y definición de las estructuras propias
del derecho y, en lo que ahora nos interesa, del derecho penal. Tal método no se
circunscribe al ámbito teórico, por cuanto debe extenderse a los campos prácticos
de la ciencia jurídica; por esta razón, Pavajeau afirma que “la dogmática como
ciencia desde un principio mostró su vocación teorética, pero no descuidó su

7 Carlos A rturo G ómez Pavajeau. Fundamentos liberales y sociales del derecho penal 2.ª ed.
(Bogotá: Ediciones Nueva Jurídica, 2018), 207 y ss.
8 Yagüe Rodríguez. 2004, pp. 108 y ss.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
174 David Alonso Osorio Gallego

importancia práctica” 9 y agrega, citando a Zitelmann: “el jurista, por antonomasia


el juez, debe tener ‘conocimientos de leyes positivas; ello es indispensable; pero
debe añadirse también un amplio conocimiento de la vida y un claro sentido de la
realidad […]’”10. En verdad que, tratándose de una construcción teórica con efectos
pragmáticos, cuya existencia depende en gran medida de las normas jurídicas y los
principios constitucionales vigentes11 en determinado momento histórico, puede
concluirse que su principal característica no es otra que la ductilidad.

No es posible pensar en una dogmática jurídica aferrada a los conceptos estructura-


dos de antaño sino que, ante el cambio inherente a la sociedad y a la configuración
normativa de esta, indefectiblemente también ha de transformarse, siempre con
criterios razonables de interpretación y sistematización del orden jurídico. Ello
explica el porqué de los diversos entendimientos de la acción (natural, causal, final,
social, etc.), cada uno apegado a lo que en su momento reflejaba la realidad social,
pero hoy, insuficientes para mantener una estructura sistemática y debidamente
clasificada del delito. Entender que la función de la dogmática jurídico-penal se
materializa en una construcción científica que no puede escindirse de la realidad
—porque a partir de ella nace la norma12 como su objeto de estudio— permite
comprender que en una sociedad riesgosa, compleja y contingente como la actual,
los conceptos otrora indispensables pueden no serlo, o al menos, no suficientemente.

Si la función de la dogmática es dotar de coherencia y razonabilidad al derecho,


a través del empleo de métodos científicos en su interpretación, las categorías
creadas por esta no pueden ser ajenas a los sistemas sociales, sino que debe in-
dagarlos a profundidad, en aras de dotarlos de uniformidad lógica y racional. A
partir de esto establecer la responsabilidad penal del individuo, en términos de
Frisch (2004), a través de “la realización de categorías básicas del hecho punible
absolutamente determinadas”13, pero no por ello inalterables. En este orden de
ideas, la construcción de un concepto de acción —y su relevancia— debe respon-

9 Carlos A rturo G ómez Pavajeau. La dogmática jurídica como ciencia del derecho. Sus espe-
cies penal y disciplinaria. Necesidad, semejanzas y diferencias. 2.ª ed. (Universidad Externado
de Colombia, 2017), 47.
10 Apud. (G ómez Pavajeau) en Carlos A rturo G ómez Pavajeau. La dogmática jurídica como
ciencia del derecho. Sus especies penal y disciplinaria. Necesidad, semejanzas y diferencias.
2.ª ed. (Universidad Externado de Colombia, 2017), 47.
11 En este sentido, Roxin, quien asegura que la ciencia jurídica no puede contraerse exclusivamente
a las normas legales, sino que esta parte de los principios constitucionales como manifestación
propia de los fines en un Estado democrático de derecho.
12 Norma en sentido amplio. No se trata únicamente de las reglas jurídicas previstas en determinado
compendio legal o procesal, sino de los axiomas y principios que irradian todo el ordenamiento
jurídico.
13 Wolfgang F risch. “Dogmática jurídico penal afortunada y dogmática jurídico penal sin con-
secuencias”, en La ciencia del derecho penal ante el nuevo milenio. Francisco Muñoz Conde
(Valencia: Tirant lo Blanch, 2004), 20.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 175

der a criterios teóricos concebidos desde un entendimiento de la sociedad que


actualmente, vale la pena indicarlo, aunque en momento alguno prescinde del
individuo, no se centra en este, sino en sus relaciones comunicativas, es decir, en
los hechos que emite dotados de sentido y significado social.

Como ya se dijo, la realización de la función científica atribuida a la dogmática


jurídica ha desembocado en el desarrollo de múltiples teorías del delito, cada una
fundamentada en diversas categorías o subcategorías y cuyo contenido, igualmen-
te diverso, ha evolucionado con el pasar de las épocas. Bajo tal intelección, para
los efectos de este trabajo, es imperativo analizar brevemente tales postulados
teóricos, en lo que al concepto de acción respecta.

2. EL CONCEPTO DE ACCIÓN EN LA TEORÍA DEL DELITO

De manera general se le atribuye al concepto de acción un carácter central en la


teoría del delito, no solo por su trascendencia sino además porque tradicionalmente
ha sido el punto de partida para establecer la existencia de una conducta punible.
Algunos autores14 consideran que la acción es transversal a las demás categorías
del delito y, en ese sentido, aunque debe ser neutral, ha de poseer un contenido
con la fuerza expresiva suficiente para soportar los fundamentos de la tipicidad,
la antijuridicidad y la culpabilidad. Sobre la temática Roxin asegura lo siguiente:

La acción debe vincular o enlazar entre sí a todas las concretas categorías


del delito, volviendo a introducirse en cada elemento de la estructura del
delito y experimentando una caracterización cada vez más exacta median-
te atributos adicionales. Así pues, en primer lugar la acción se determina
como tal y después se dota de predicados valorativos cada vez más ricos
en contenido como acción típica, antijurídica, culpable y punible. De ese
modo, el concepto de acción debe atravesar todo el sistema jurídicopenal
y constituir en cierto modo su columna vertebral.15

Incluso se la entiende, también, como una categoría capaz de suministrar un supra


concepto básico para todas las formas de manifestación de la conducta punible

14 En este sentido C ristina Rodríguez Yagüe (coord.). Curso de derecho penal. Parte general
1.ª ed. (Barcelona: Ediciones Experiencia S. L., 2004) 181. Así mismo, M anuel Jaén Vallejo.
El concepto de acción en la dogmática penal (Madrid: Colex), 11-15. Sobre el punto Maurach
(1994) refería: “Una acción es el fundamento común de todo delito, sin consideración de sus
formas de aparición. Ella sirve de base tanto al delito doloso como al hecho punible culposo. Si
bien la acción es un concepto previo al tipo delictivo, que sirve a la construcción de éste, no por
ello es un concepto prejurídico o, incluso, externo al derecho penal. En un principio, la acción,
el pilar esencial de la construcción en cuanto concepto jurídico (ver cap. 14, n.º 16), también
debe ser considerada desde el punto de vista del derecho” (p. 236).
15 Roxin, 2008, op. cit., p. 234.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
176 David Alonso Osorio Gallego

con una función limitadora. En virtud de esta última permite excluir “los sucesos
causados por animales, los actos de las personas jurídicas, los meros pensamientos
y actitudes internas” y, en el más puro sentido psicologicista, las “modificaciones
del mundo exterior no sometidas al control y dirección del aparato psíquico”16. En
ese orden de ideas, se han estructurado múltiples requisitos con miras a definir qué
es una acción relevante para el derecho penal a partir de diversos entendimientos
teóricos de la dogmática jurídico-penal. Empero, como el mismo Roxin lo reco-
noce, no ha sido posible encontrar un concepto que permita conglobar todas las
características que se le han querido otorgar. Al respecto, precisó:

Hasta el momento no se ha hallado un concepto de acción que pueda sa-


tisfacer de modo uniforme todos los exigentes requisitos descritos en los
nm. 1-4 [fungir como elemento básico, de enlace y límite]. No obstante, en
los esfuerzos por precisar un concepto de acción, incluso en los que han
terminado en una resignada renuncia al mismo, se refleja toda la evolución
de la reciente dogmática del derecho penal.17

Partiendo de esa insuficiencia teórica ya reconocida, es pertinente hacer alusión


a los contenidos de la categoría iteradamente mencionada. En ese orden de ideas,
con antelación a los postulados del esquema clásico del delito ya se iba perfilando
el concepto de acción, empero estructurada a la par de la imputación del hecho y
sin unos límites claramente diferenciables respecto de esta última. Se le atribuye
a Berner haber otorgado un carácter estructural al concepto de acción a partir de
su afirmación de que

el delito es acción. Todo lo que por lo demás se afirma del delito son solo
predicados que se añade a la acción en cuanto sujeto. Por ello, el concepto
de acción ha de ser la firme osamenta que determine la estructuración de
la teoría del delito.18

A partir de esos primeros pasos, la ciencia penal se inclinó hacia el perfecciona-


miento del concepto de acción. En tal perspectiva, el sistema clásico del delito vio
nacer el concepto natural o causal de la acción. Acción es, entonces, “la producción,
reconducible a una voluntad humana, de una modificación en el mundo exterior”19;
esa fue la definición de Liszt. Tal y como lo reconoce Roxin, esta primigenia
concepción resultaba insuficiente para explicar la omisión, precisamente porque
esta es “no causar nada”. Ello implicó una resignificación de la categoría, dada la

16 Cfr. Ibíd., p. 235.


17 Ibíd., p. 235.
18 Berner, Lehrbuch des Deutschen Strafrecths, 1857, p. 108, en Roxin C laus, op. cit., p. 236 (No
abusar de las citas indirectas).
19 Roxin, op. cit., V. Liszt, Strafrechts, 1891, p. 128.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 177

inclusión de la cláusula “no evitación de una modificación”, así pues, acción era
tanto la modificación del mundo exterior o la evitación de que se produjera tal
transformación, siempre a partir de la voluntad del agente.

Las problemáticas de la noción no se hicieron esperar. Ese criterio de volunta-


riedad emergía insuficiente para dotar de coherencia al sistema del delito. La
imposibilidad de demostrarlo a partir de las inervaciones musculares o nerviosas
en la conducta, pero más aún, la ausencia total de voluntad en los casos de im-
prudencia inconsciente, fueron las bases del resquebrajamiento de este concepto
de acción, esencialmente, porque a pesar de disfrazarse tras criterios ontológicos,
el fundamento de la categoría estaba dirigido por la voluntad del autor, aún in-
demostrable al interior del proceso penal. Ese paradigma meramente naturalista
intentó explicar la acción como un fenómeno perceptible, pero dejó de lado la
coherencia de sus postulaciones, se insiste, en tratándose de la omisión y la culpa
inconsciente, precisamente porque se soslayó que la acción penalmente relevante
no es una noción empírica sino valorativa. Debe reconocerse que en el marco de la
teoría psicológica de la culpabilidad el concepto causal de acción reportó ciertos
rendimientos. Sin embargo, como sucedió con el simple vínculo psicológico entre
el hecho y el autor para establecer su culpabilidad, resultó insuficiente frente a las
necesidades científicas de la teoría del delito.

A partir de tales problemas teóricos, Welzel inició sus consideraciones sobre la


definición de lo que es acción en el derecho penal. De acuerdo con este autor,
la acción no ha de ser causal sino final, ese carácter final se sustenta en que “el
hombre, gracias a su saber causal, puede prever en cierta medida las posibles
consecuencias de su actuación, fijarse por ello diversos objetivos y dirigir pla-
nificadamente su actuación a la consecución de esos objetivos” 20. Se trata de un
acto a partir del cual el agente puede elegir los procesos causales necesarios para
la consecución de un fin y “poner las condiciones necesarias para el desarrollo
de los procesos” 21. El despliegue de ese plan, se materializa en dos etapas, una de
ideación o “anticipación del fin” y una de ejecución propiamente dicha en la que
nuevamente la acción retoma un carácter causal. Welzel definió la acción relevante
para el derecho penal, en los siguientes términos:

Toda vida social se estructura sobre la actividad finalista de los miembros


de la comunidad. Presupone que el hombre puede proponerse fines, vale
decir, objetivos futuros, elegir los medios necesarios para su obtención, y
ponerlos en actividad. Este primer presupuesto de la vida social es, también,

20 Cfr. Roxin, op. cit., p. 239.


21 Günther Jakobs. Derecho penal. Parte general. Fundamentos y teoría de la imputación, (trads.
Joaquín Cuello Contreras y José Luis Serrano González de Murillo), 2.ª ed. (Madrid: Marcial
Pons, 1997), 162.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
178 David Alonso Osorio Gallego

el primer criterio del actuar humano en general. El acontecer puro de la


naturaleza es ciego en su causalidad, o, en la naturaleza viva, ante todo en
el reino animal, en el mejor de los casos, inconcientemente adecuado al
fin (instintivo). El hombre puede prever el futuro consiente del objetivo;
concretar, sobre la base de experiencias causales, las más diversas clases
de propósitos, según la forma planeada.

También el derecho penal se ocupa de acciones únicamente en el sentido


de esta actividad finalista. Donde el hombre interviene de modo puramente
causal, sea que actúe como mera masa mecánica (en un desmayo repentino),
o que ejecute movimientos reflejos adecuados o contrarios al objetivo (en
ataques de calambre o en reacciones indominables de susto), ahí puede,
bajo ciertas circunstancias, entrar en consideración como objeto de un in-
tervenir jurídico (p. ej.: como motivo de una intervención policial); pero
su comportamiento queda excluido del derecho penal.

Como son acciones finalistas las que estructuran la vida de la comunidad,


así también lo son las que la lesionan. Acciones que se mueven dentro
del orden de la vida social, son valoradas positivamente por el orden de
la comunidad, como “adecuadas al derecho”. En cambio, acciones que lo
lesionan son valoradas como “contrarias al derecho. 22

Se le adeuda a las brillantes ideas de Welzel la configuración de un injusto personal,


y en esa tónica, la inclusión del dolo y la culpa en el tipo. La acción configura el
injusto por cuanto ha de entenderse que “sobre ella recae ya, en tanto que acción
prohibida, el juicio de antijuricidad”23 y no se reduce a simples cuestiones natura-
lísticas y causales. Algunos autores finalistas24 afirman que la definición de acción
final permitía explicar suficientemente los hechos comisivos y omisivos, dolosos
o culposos. El argumento es simple, consideran que ontológicamente ambas for-
mas de conducta son idénticas. A ello se llega desde un entendimiento potencial
de la finalidad, de manera que, en realidad lo que fundamenta el concepto es la
“capacidad finalística de acción”, actuar con dolo es actuar con una finalidad, con
independencia de cuál sea esta.

Esa evidente subjetivación del injusto llevó a Welzel a una concepción dualista del
delito (una para los dolosos y otra para los culposos) que desconoce la necesidad

22 Welzel, 1956, pp. 35 y 36.


23 Cfr. Jakobs, op. cit., p. 164.
24 Sobre el punto Z affaroni, Eugenio R aúl. Acerca del concepto finalista de la conducta en la
teoría general del delito. Nuevo Foro Penal12 (16), pp. 979-994, recuperado a partir de https://
publicaciones.eafit.edu.co/index.php/nuevo-foro-penal/article/view/4521. De igual forma, refiere
K indhäuser. Acerca del concepto jurídico penal de acción. Cuadernos de Derecho Penal, n.°
7 (2012): 11-41.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 179

de un concepto de acción integral, y promovió quizás a una de las críticas más


fuertes al concepto final de acción, así lo refiere con acierto Jakobs:

Así, se aduce —no sólo bajo el hecho sugestivo de la palabra “final”— que
la teoría se ajusta sólo a los hechos intencionales, una objeción que el pro-
pio Welzel había provocado al insistir en la actividad final, pues en puridad
no puede afirmarse que las meras consecuencias secundarias se realicen
finalmente. De todos modos, también existe una acción final cuando la
finalidad no se extiende hasta las consecuencias, pues la ejecución de la
acción, en tanto que concurre una acción voluntaria consciente, siempre es
intencional, lo sean o no las consecuencias. Cuando las consecuencias no son
intencionales, pero sí conocidas por el autor, la ejecución final de la acción
es también “expresión de sentido” para esas consecuencias secundarias, y
lo es en la medida en que sobre su evitación ha prevalecido el interés en
ejecutar la acción. Claro que entonces el acento de la relevancia jurídica
de la acción se desplaza de lo perseguido intencionalmente a lo meramente
asumido (in-Kauf-genommen). Lo intencional no interesa por su contenido,
sino porque el autor, así como puede ejecutar lo intencional, también podría
no hacerlo, evitando de este modo las consecuencias secundarias. Dicho
de otro modo, lo final interesa sólo como elemento indiciario de que eran
evitables las consecuencias secundarias conocidas. 25

En realidad, a pesar de los ingentes esfuerzos de Welzel, su definición de acción


final no puede conglobar los delitos imprudentes, pues en ellos nunca podrá hablarse
de una intencionalidad del autor en la comisión del injusto, en otras palabras, un
autor imprudente, no obra finalmente. Este fue el talón de Aquiles de la concep-
ción final de la acción, pues nunca pudo explicar —como noción integradora—
los delitos culposos, muy a pesar de que trató de incorporar definiciones como
la “finalidad potencial”. Tal problemática surge del hecho de que los finalistas
estructuraban la noción atendiendo al objetivo perseguido por el agente y no al
resultado producido. Roxin razona críticamente en un sentido similar a Jakobs,
incluso advera que el “concepto final acaba regresando al concepto natural de ac-
ción: sólo importa si el agente ha querido algo, cualquier cosa; el contenido de su
voluntad es indiferente” 26. La objeción tampoco se superó con las modificaciones
lingüísticas propuestas por el mismo Welzel en sus ulteriores desarrollos. La lla-
mada acción “cibernética” que redirige el fundamento hacia el suceso controlado
por la voluntad, incurre en las mismas objeciones, se trate de control real o debido.

25 Jakobs, 1997, p. 165.


26 Cfr. Roxin, Derecho penal…, p. 241.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
180 David Alonso Osorio Gallego

Otro tanto sucede con el concepto negativo de acción. De acuerdo con algunos de
los exponentes de esta noción 27, “la acción del derecho penal es el no evitar evi-
table en posición de garante”. Es decir, el autor del injusto es quien no evita algo
estando inmerso en una responsabilidad especial por su determinada posición. Se
trata de una concepción estructurada a partir de la evitabilidad individual. Algún
sector de la doctrina penal ha fundado sus críticas al concepto negativo de la acción
en un retorno al topos de voluntariedad, esencialmente porque vuelve la mirada
a realidades psíquicas que resisten las mismas críticas formuladas a las anterio-
res categorías expuestas. Se añade a este concepto el reproche de que bajo esta
perspectiva, la concepción de acción incluye el tipo, no le antecede. Esta última,
no parece ser, en mi opinión, una verdadera crítica. En realidad, la sociedad está
compuesta por un número infinito de actos humanos que no necesariamente son
relevantes para el derecho penal. La estructura normativa de la sociedad permite
la asunción de ciertos riesgos precisamente para reducir la complejidad de los
sistemas que la integran y su correcta interacción. Por ese motivo no todos los
hechos —vistos subjetiva o socialmente— pueden ser considerados como accio-
nes para el derecho penal, pues para este solo pueden ser trascendentes los que
comunicativamente ponen en duda la identidad social y cuestionan la vigencia
normativa del conglomerado.

Bajo tal intelección el hecho de concebir una definición de acción penal que con-
fluya con el tipo, es más, que pueda ser absorbida por este, no necesariamente des-
conoce la coherencia sistémica de la teoría del delito. Nada obsta para que cuando
un comportamiento humano no revele un sentido delictivo no se le considere una
acción en términos penales. Igual sucede con las denominadas acciones positivas
o neutras. En verdad que nada aporta para la ciencia penal determinar que ingerir
un alimento es un acto humano —voluntario o no es irrelevante— cuando este no
ha tenido una interferencia significativa en el sistema con un sentido delictual. En
mi criterio, resulta plenamente válido concluir que no existe acción normativa.
Que los padres del asesino lo hayan concebido no significa que hayan matado, no
porque esta sea causa del resultado o fuera la finalidad de aquellos que su descen-
diente se convirtiera en un homicida, sino porque su hecho, socialmente evaluado,
no representa un acto con significado contrario al derecho y en esa conclusión
nada impide que la noción de acción se diluya o no en el tipo.

Pienso que la verdadera crítica al concepto negativo de acción es la dirección,


sin distingos, a la comisión por omisión. Este “énfasis” desconoce que la noción
de acción debe servir como elemento básico en la teoría del delito y esto implica
que abarque los supuestos delictivos en su integridad, es decir, comportamientos

27 Cfr. Roxin. Derecho penal, p. 247. En similar sentido H erzberg, Die Unterlassung im Strafrechts
un das Garantenprinzip, 1972, p. 177 y K ahrs. Das Vermeidbarkeitsprinzip un die condicio
sine qua non Formel im Strafrechts, 1968, p. 36.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 181

dolosos, imprudentes, activos u omisivos, etc. Aún ante la evidente dificultad de


lograr dicho propósito, la pretensión científica no puede ser otra distinta y, por
ello, persistir en la idea de configurar la categoría en sede de acto ontológico u
óntico —en este caso una omisión— desconociendo la relevancia que el proceso
de imputación devela incluso para los incipientes estadios de delimitación de la
conducta, en mi sentir, impide obtener los mayores rendimientos a la concepción
negativa de la acción.

Finalmente, Claus Roxin ha propugnado por un concepto personal de la acción.


Sobre la definición de esta concepción, el citado autor afirma:

Un concepto de acción ajustado a su función se produce si se entiende la


acción como “manifestación de la personalidad”, lo que significa lo siguiente:
En primer lugar es acción todo lo que se puede atribuir a un ser humano
como centro anímico-espiritual de acción 28, y eso falta en caso de efectos
que parten únicamente de la esfera corporal (“somática” 29) del hombre o
“del ámbito material, vital y animal del ser”30, sin estar sometidos al control
del “yo”, de la instancia conductora anímico-espiritual del ser humano. Si
un sujeto es empujado con fuerza irresistible contra la luna de una ventana,
o si durante el sueño, o en un delirio o en un ataque convulsivo, el mismo
golpea en torno suyo, o si reacciona de modo puramente reflejo, todas éstas
son manifestaciones que no son dominadas o dominables por la voluntad y
la conciencia y por tanto no pueden ser calificadas como manifestaciones
de la personalidad, ni imputadas a la capa anímico-espiritual de la “perso-
na”. Por otra parte, es evidente que los pensamientos y los impulsos de la
voluntad pertenecen a la esfera espiritual-anímica de la persona, pero en
tanto permanecen encerrados en lo interno y no se ponen en relación con
los sucesos del mundos exterior, no son manifestaciones de la personalidad
y por tanto no son acciones. 31

Para salvar su concepto del relacionamiento con nociones como la voluntariedad o


finalidad (ya desestimadas) Roxin afirma que circunstancias como la causalidad,
la finalidad, el resultado o la relevancia social no pertenecen a la acción salvo
que se la entienda primeramente como una manifestación de la personalidad,
luego de lo cual, sí es procedente analizar tales cuestiones en sede del injusto o

28 Así ya, casi textualmente, mi definición en Radbruch-GS, 1968, 262.


29 Maiwald, ZStW 86 (1974), 635.
30 Arth. K aufmann, H. M ayers-FS, 1966, 106. En cambio, M ichaelowa, 1968, 82, califica como
acción “toda manifestación humana del ser”, aunque se trate de un mero producto corporal sin
participación psíquica; pero con ello se coloca la acción al mismo nivel que los efectos de la
naturaleza y ya no puede cumplir su función de delimitación y de enlace.
31 C laus Roxin, 2008, p. 252.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
182 David Alonso Osorio Gallego

la culpabilidad. De igual modo, descarta la pertenencia del resultado a la acción,


por cuanto los resultados extrajurídicos no interesan al derecho penal, en tanto
los jurídicos, solo serán trascendentes en la imputación al tipo. No obstante, ter-
mina admitiendo que “en parte de las omisiones no son separables acción y tipo,
de tal modo que la comprobación de la acción ha de adentrarse en el tipo”32, sin
que ello “prive de valor al criterio de la manifestación de la personalidad” como
elemento de enlace de la teoría del delito.

En todo caso, el denotado autor asegura que el concepto personal de acción es


normativo porque “el criterio de la manifestación de la personalidad designa de
antemano el aspecto valorativo decisivo, que es el que cuenta jurídicamente pa-
ra el examen de la acción”33. Esto no es más que una remisión a la imputación
como elemento de trascendencia para determinar cuándo se realiza una acción
jurídico-penalmente relevante. En efecto, rehuir a la voluntariedad, la corporalidad
o la finalidad por cuanto estas únicamente tienen como elemento común que “se
pueden imputar a la esfera anímico-espiritual del ser humano”, nos hace pregun-
tarnos cuál es el verdadero sustrato de la acción. Por un momento pareciera que
este se encuentra en la posibilidad de que sea imputada al autor, más allá de las
consideraciones sobre su naturaleza causal, naturalista o final.

3. LA SOCIEDAD DEL RIESGO: ¿UN NUEVO


PANORAMA PARA EL CONCEPTO DE ACCIÓN?

3.1. Excurso: el caso Michelle Carter

En julio de 2014, Conrad Roy iii se “suicidó” inhalando monóxido de carbono al


interior de su vehículo en el estacionamiento de un supermercado en Fairhaven,
Massachusetts. En el curso del proceso tramitado ante una corte juvenil de ese
Estado se demostró que Conrad tenía tendencias suicidas y que en varias oca-
siones le había manifestado a la procesada —con quien sostenía una relación
sentimental— que quería quitarse la vida, pero en realidad no materializaba esas
“amenazas”. El día de su muerte, la víctima sostuvo conversaciones telefónicas y
mediante chat con Michelle Carter indicándole que iba a suicidarse, pero llegado
el momento dudó sobre su plan y salió del automotor cuando este comenzó a lle-
narse de humo. Carter le envió un mensaje ordenándole que volviera al automó-
vil, expresándole que “era el momento adecuado”, “que estaba listo” y que “solo
tenía que hacerlo”. Conrad ingresó de nuevo al rodante donde inhaló la sustancia
química hasta que falleció.

32 Ibíd., p. 257.
33 Ídem, p. 265.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 183

La teoría de la defensa de Michelle Carter durante el proceso —e incluso en la


apelación que luego fue negada— se cimentó en que esta no desplegó acción alguna
que produjera el deceso de Conrad Roy iii, pues aun cuando hubiese enviado los
mensajes de texto, la decisión de suicidarse únicamente correspondía a este último,
quien en últimas decidió hacerlo voluntariamente y allí, en ese proceso psíquico
que generó el resultado, nada tenía que ver la prenombrada. Michelle Carter fue
condenada por el homicidio de su novio, pues a pesar del conocimiento sobre la
situación anímica de la víctima, creó un riesgo para su vida, el cual, en lugar de
disminuir o retrotraer, incrementó. Ese riesgo le era imputable aun cuando Con-
rad Roy iii fue quien en últimas terminó con su vida por lo que, en palabras de la
fiscalía, “mató a través de un mensaje de texto”.

3.2. La sociedad moderna y su relación con el derecho penal

La sociedad actual se caracteriza por los riesgos que le son inherentes por su
contingencia y complejidad. Diariamente se crean y modifican relaciones inter-
subjetivas en los más impensables ámbitos. Ese escenario comprende una red ex-
tremadamente compleja y en constante evolución, que pone a prueba los postulados
de las ciencias sociales, especialmente de la sociología y el derecho. Los últimos
desarrollos de la sociología apuntan a un entendimiento puntual, la sociedad ya no
puede entenderse como un objeto, no se trata de un “ente” ubicado en el espacio,
sino de relaciones y, más que relaciones, de comunicación y sus formas. Este nue-
vo paradigma epistemológico, encabezado en gran medida por Niklas Luhmann,
propugna por una intelección social fundamentada en dos conceptos esenciales:
i) los sistemas y ii) su entorno. A partir de estas nociones es posible un razona-
miento que trasciende las barreras de lo puramente ontológico y que construye la
definición de la sociedad a partir del sentido comunicativo de las relaciones entre
los sujetos y no de estos “humanamente” considerados. Lo anterior no significa
que una visión sistémica de la sociedad desconozca la naturaleza del ser humano,
simplemente lo entiende —adecuadamente— como parte del entorno del sistema
“sociedad” y esto reevalúa, por completo, el entendimiento meramente causal de
los procesos que la “conforman”.

Una tal noción de la sociedad resulta necesaria desde el posmodernismo, pues la


realidad social demanda la “construcción de conceptos” que permitan reducir la
alta complejidad que le es inherente y que faciliten su comprensión, y esto solo
es posible por medio de una visión que la caracterice como un todo intrasisté-
mico guiado por la autorreferenciación y la autopoiesis34. Estas consideracio-
nes pueden aceptarse con mayor facilidad si se asimila que la sociedad se rige,

34 Al respecto: Niklas Luhmann. Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. Silvia
Pappe y Brunhilde Erker (trad.) bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, 2.ª ed. (Barce-
lona: Anthropos, 1998).

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
184 David Alonso Osorio Gallego

indefectiblemente, por una naturaleza contingente, de tal manera, que todo desa-
rrollo epistémico está supeditado a esa característica y por ello mismo la teoría
de sistemas “no puede ser presentada como un conjunto consolidado de conceptos
básicos, de axiomas y de afirmaciones coherentemente deducidos”35. Reconocer
estas circunstancias hará más fácil entender por qué razón el sistema del derecho,
más concretamente, del derecho penal, no puede pervivir afincado en nociones
que aunque otrora reportaron una gran utilidad, en la actualidad resultan insufi-
cientes para explicarlo coherentemente, es decir, de una forma dogmática, bien
sea porque continúan aferrados a la tradición causalista —aun cuando se definan
como finalistas—, ora porque a pesar de un supuesto entendimiento normativista
continúan poniendo su acento en un velado subjetivismo que desconoce el sentido
comunicativo de la sociedad.

Como el sistema del derecho penal no puede ser una rueda suelta dentro de la
sociedad, sino que su existencia está supeditada a la configuración normativa de
esta y a su interrelación comunicativa, el vínculo que los une emerge incontes-
table. La ciencia penal, y especialmente la dogmática jurídica, ha de tener como
sustrato la realidad social y ello implica admitir que los riesgos actuales desbordan
las concepciones tradicionales del delito, así como que la complejidad y contin-
gencia de la sociedad claman por una teoría jurídico penal normativista que, sin
desconocer que el sujeto en sí mismo considerado es parte de esta, admite que la
visión debe dirigirse a lo que comunicativamente expresa a los demás, a lo social.

Esta concepción sociológica no es novedosa. En realidad, la teoría de la acción


comunicativa como sustrato del relacionamiento social y manifestación de actos
intersubjetivos, que según afirmó Luhmann superó, fue expuesta por Habermas
de la siguiente forma:

Si partimos de que la especie humana se mantiene a través de las actividades


socialmente coordinadas de sus miembros y de que esta coordinación tiene
que establecerse por medio de la comunicación, y en los ámbitos centrales,
por medio de una comunicación tendente a un acuerdo, entonces la repro-
ducción de la especie exige también el cumplimiento de las condiciones
de la racionalidad inmanente a la acción comunicativa. Estas condiciones
se tornan accesibles en la modernidad -es decir, con la decentración de la
comprensión del mundo y la diferenciación de distintos aspectos univer-
sales de validez- […] (p. 506)

La subjetividad definida por la razón comunicativa se resiste a toda desna-


turalización del “si mismo” (Selbst) en aras de la autoconservación. A dife-
rencia de la razón instrumental, la razón comunicativa no puede subsumirse

35 Cfr. Luhmann, op. cit, p. 40.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 185

sin resistencias bajo una autoconservación enceguecida. Se refiere no a un


sujeto que se conserva relacionándose con objetos en su actividad repre-
sentativa y en su acción, no a un sistema que mantiene su consistencia o
patrimonio deslindándose frente a un entorno, sino a un mundo de la vida
simbólicamente estructurado que se constituye en las aportaciones inter-
pretativas de los que a él pertenecen y que sólo se reproduce a través de la
acción comunicativa. 36

Es preciso señalar que los desarrollos de la sociología en términos de la teoría


de los sistemas y de la acción comunicativa redundaron en la ciencia penal. La
mirada se volvió al concepto social del delito y para ello era necesario no sólo
desligarse de la subjetivación de la dogmática jurídico penal, sino, además, esta-
blecer criterios objetivo-valorativos adecuados para definir los comportamientos
relevantes para el derecho penal.

Jakobs comprendió esa necesidad imperiosa de redirigir la estructura de la dog-


mática jurídico penal, de manera que construyó su teoría a partir de un entendi-
miento normativista de la sociedad y la persona. Con gran maestría concibió que
“se debe encontrar un fundamento teórico para que el individuo sea explicado a
través de lo social, esto es, para que el sujeto pueda ser construido socialmente
y no entendido como ente que proyecta en derecho una subjetividad”37. De esta
manera, es claramente explicable por qué el derecho penal actual no puede orien-
tarse a la psicología del individuo o su conciencia, sino al sentido comunicativo
de la persona —entendida como el destinatario de expectativas y, por tanto, titu-
lar de deberes y derechos— y de su comportamiento. Solo de esta manera podrá
concretar al individuo como un sujeto de imputación, establecer las expectativas
adecuadas a su rol y predeterminadas por la configuración normativa de la socie-
dad, y en caso de que las infrinja, su acto puede considerarse una acción, por ser
comunicativamente relevante para el derecho penal.

De tal forma, que la relación entre la sociedad actual y la ciencia penal no se re-
duce a la simple configuración de categorías ontológicas. Tal vínculo debe partir
de un acento en la imputación de hechos con sentido delictivo y, en este orden
de ideas, el nivel de análisis cognitivo no puede reducirse a si el autor despliega
una acción u omite hacerlo, si este modifica el “mundo externo” y si se represen-
tó como un fin la comisión del delito. La acción no es hacer o no hacer, sino un
concepto valorativo que ha de construirse a partir de la configuración normativa
de la sociedad con miras a permitir que la persona sea considerada como sujeto

36 H abermas, 1998, p. 507.


37 Eduardo Montealegre Lynett y Jorge F ernando P erdomo Torres. Funcionalismo y norma-
tivismo penal. Una introducción a la obra de Günther Jakobs (Bogotá: Universidad Externado
de Colombia, 2006), 9.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
186 David Alonso Osorio Gallego

de imputación y concretar posteriormente “en un segundo momento, un juicio de


imputación”38.

Ese juicio de imputación, se insiste, surge de la estructura normativa de la socie-


dad, es decir, de la forma en que los individuos se interrelacionan a través de un
lenguaje comunicacional basado en expectativas generalizadas. En ese sentido, el
concepto de acción se nutre de la propia imputación de los hechos con sentido, que
pueden desplegar las “personas”. Sobre el tema Montealegre y Perdomo aseguran:

La elaboración del concepto de acción con base en la comunicación implica


que es relevante el esquema social de interpretación del suceso, porque si
las normas son “estructuras reflexivas”, la relación de comunicación siem-
pre se define por el contexto. Las conductas se determinan de acuerdo a la
expectativa de expectativas, es decir, sobre expectativas recíprocas: yo rea-
lizo mi conducta de acuerdo a lo que los otros esperan de mí. Esto significa
que si la representación del sujeto, que considera ilícita una determinada
conducta, no coincide con la concepción racional que la sociedad le da a
la misma, esta no es objeto de imputación objetiva. 39

En tal sentido, se insiste, el acento se dirige hacia la imputación en la medida


que únicamente los comportamientos que expresan un significado contrario a la
configuración normativa de la sociedad son imputables objetivamente y, por en-
de, penalmente relevantes. Se trata de hechos con un sentido delictual definido a
partir de las expectativas socialmente aceptadas, los roles y deberes que competen
a las personas individualmente consideradas. Ese ejercicio de imputación no es
otra cosa que comunicación y es en ese contexto que debe definirse la acción. Al
respecto Quintero refiere:

Presentadas todas estas conclusiones, si queremos ser coherentes con lo antes


señalado, no podemos sino afirmar que el delito es comunicación. Es decir,
el delito no es un suceso natural, un acontecer disvalioso entre seres huma-
nos, entre sistemas psicofísicos; tampoco es “acción social” —en el sentido
de la sociología clásica—. El delito es un proceso de comunicación entre
personas, una expresión de sentido que se da entre estructuras normativas
y en un determinado contexto social. El delito es una expresión de sentido
que importa una perturbación social y una contradicción a la norma.40

38 Ibíd., p. 23.
39 P erdomo, 2006, p. 47.
40 Quintero, 2007, p. 164.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 187

3.3. La acción como un hecho con sentido delictivo

Si como se ha dicho, la realidad social y el derecho penal están vinculados estre-


chamente a manera de entorno-sistema y la dogmática jurídico penal no puede ser
ajena a esa relación ni desconocerla, debemos abandonar los criterios ontológicos
y causales para definir el concepto de acción en la ciencia penal. De igual modo,
replantear la idea arraigada de que solo puede llamarse acción a lo que proviene
de la psique del autor como una manifestación de su personalidad.

Es incontrovertible que el derecho penal solo puede sancionar conductas come-


tidas con culpabilidad, pero ese no es el argumento central para definir cuándo
un determinado comportamiento puede considerarse acción para la dogmática
jurídico penal. La perspectiva social, funcional y normativista de la más reciente
y autorizada ciencia del derecho penal permite explicar la acción sin necesidad
de acudir a nociones puramente subjetivistas. En efecto, si la sociedad no es un
objeto ni una aglomeración de individuos, sino una “red” de actos comunicativos
con un sentido específico, la ciencia jurídica no puede tener un sustrato diferente
para la definición de la conducta que la propia comunicación sistémica.

De esta manera, solo será acción, en términos del derecho penal, el acto que co-
municativamente expresa un sentido delictivo ínsito que pone en duda la vigencia
normativa de la sociedad y, de contera, desconoce —cuando menos— el deber
general de fidelidad al ordenamiento jurídico. Tal noción se ha de establecer a
partir de las expectativas y normas sociales, de los roles del autor —que también
se establecen normativamente— y, por ende, de las posiciones de garantía que
surgen de los deberes negativos y positivos propios.

Tal intelección permite excluir, como acciones relevantes para el derecho penal,
los actos reflejos, los casos de cursos naturales insuperables —fuerza mayor o ca-
so fortuito— y, en general, aquellos eventos en los cuales no puede considerarse
que ha existido una conducta penal. Ciertamente el individuo que obra mediante
un acto reflejo, generando la muerte de otro no despliega un comportamiento que
comunicativamente pueda entenderse como delictivo; por tanto, no puede hablar-
se ni siquiera de la existencia de una acción. Si el derecho penal solo se ocupa
de los “comportamientos” que lesionan o efectivamente ponen en peligro bienes
jurídicos —asumiendo que existen bienes distintos a la vigencia de la norma—,
no resulta lógico que se encargue de hechos que no ostentan ningún sentido de-
lictivo, por la sencilla razón de que el agente no está expresando una rebeldía a
la configuración normativa de la sociedad. Menos aún es posible entender que
en términos normativos existió una acción. En otras palabras, no puede hablarse
de una acción porque, aunque fortuitamente el acto reflejo ocasionó el curso que
deriva en el resultado, esta no es una condición determinante que pueda ubicarse
en el contexto de acciones socialmente relevantes.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
188 David Alonso Osorio Gallego

En este nivel de análisis cobran importancia, como se ha expuesto a lo largo del


texto, las expectativas generalizadas por la configuración normativa de la socie-
dad en la medida que estas constituyen la estructura de lo que es una acción con
significación delictual para determinado sistema intersubjetivo. En este sentido,
Polaino Navarrete señala:

Si la polémica entre ontologismo y funcionalismo ya no se encuentra en


un primer plano de la discusión en torno al concepto de acción, entonces
cabe preguntarse, como indica el título de esta disertación, ¿qué es lo que
queda del concepto de acción en la moderna Dogmática jurídico penal? La
respuesta a este interrogante la constituye otro debate doctrinal, que puede
resumirse en la diatriba “protección de expectativas” frente a “orientación
de conductas”, planteada por el sociólogo Luhmann en uno de sus más
conocidos trabajos a principios de los años 70, e importada al debate penal,
con sugerentes aportaciones propias por el profesor Jakobs41.

En efecto Luhmann y Jakobs han tratado de oponer, de manera más o me-


nos decidida, una función de la norma cifrada en la institucionalización
de las expectativas sociales a otra función de la norma cifrada en la orien-
tación de conductas. A mi juicio, dicha contraposición no es plenamente
convincente, pero el debate generado en torno a ella resulta interesante y
se encuentra en primer plano de la actualidad. En mi concepción, la norma
no es un mecanismo imperativo para imponer conductas (y en esa pérdida
del imperativismo creo que a la concepción funcionalista le asiste plena
razón), sino un instrumento que constituye un modelo de orientación social,
al plasmarse en él las expectativas socialmente protegibles […]

[…] Yo defiendo personalmente un concepto funcional-social de acción,


en el que la naturaleza ontológica o normativa se halla en un segundo pla-
no, y en el que el aspecto de la socialidad es plenamente constitutivo. Si
un sujeto viviera aislado de manera absoluta del mundo social, en una isla
perdida, y cometiera un delito, por ejemplo, de hurto, no sería necesario
combatir esa conducta. El delito contra la propiedad (el hurto o el robo)
exige la existencia del derecho de propiedad, y éste es un derecho social,

41 Exhaustiva información al respecto en Jesús-M aría Silva Sánchez. “¿Directivas de conducta o


expectativas institucionalizadas? Aspectos de la discusión actual sobre la teoría de las normas”,
en Modernas tendencias en la ciencia del derecho penal y la criminología (Madrid: uned, 2001),
559 y ss. (también en ÍD. Normas y acciones en derecho penal, Buenos Aires, Hammurabi y
Depalma, 2003, pp. 15 y ss.); ÍD. “¿Qué queda de la discusión tradicional sobre el concepto de
acción?”, en José Luis Díez R ipollés, Carlos M aría Romeo Casabona, Luis Gracia M artín
y Juan F elipe H iguera Guimerá (eds.). La ciencia del derecho penal ante el nuevo siglo. Libro
homenaje al profesor Dr. Don José Cerezo Mir (Madrid: Tecnos, 2002), 977 y ss. (también en
ÍD. Normas y acciones en derecho penal, cit., 2003, pp. 43 y ss.).

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 189

o por mejor decir personal-social: esto es interpersonal. Ello quiere decir


que ese derecho lo disfruta una persona, pero existe por convención social.
La acción penalmente relevante es un atentado contra esa convección.42

Por manera que, el concepto de acción en la ciencia penal actual no se encuentra


ligado al sujeto, a su intención o a su centro anímico-espiritual, sino a la estructura
social. El enfoque parte de la regulación generalizada de lo que es “conforme al
derecho” en determinado contexto sociológico, de acuerdo con lo que los sujetos
esperan comunicativamente de los demás. La expresión del sentido de sus actos
se pone de relieve en cuanto se entrelaza con su entorno colectivo y lo que es “im-
portante” para este. La acción cobra valor porque es imputable objetivamente en
la medida que pone en entredicho el discurso comunicacional de su entorno, de su
ambiente y de los sistemas sociales. Es irrelevante que el hecho esté sometido al
control del “yo” o que solo sea una expresión del centro “somático” del individuo,
porque su significación delictual no surge de las condiciones individuales de la
persona; por el contrario, emerge de la expresión del sentido a través del prisma de
las expectativas dignas de protección según considere el conglomerado. Un acto
reflejo que produce un resultado lesivo no expresa nada en términos del derecho
penal, pues no pone en entredicho la vigencia de la norma como estabilizadora
de expectativas sociales.

Nótese que, como lo indica Jakobs, en esta disquisición no se acude a la psicolo-


gía ni a la conciencia colectiva, por cuanto la acción surge de la configuración de
la sociedad. En este orden de ideas, un concepto personal de acción, como “ma-
nifestación de la personalidad” del autor se desvanece ante la esencia social del
ser humano. En verdad que llamar acción a lo que puede atribuirse al individuo
como “centro anímico-espiritual” no es necesario para desestimar los casos de
hechos de la naturaleza o de la esfera “somática” del autor. Como lo refieren al-
gunos autores43, la acción no debe buscarse “antes” de la sociedad sino “dentro”
de esta. Tampoco en casos de meros pensamientos puede hablarse de una acción
y ello se explica fácilmente en la ausencia de expresión comunicativa de estos sin
que deba acudirse a posturas psicologicistas para explicar la ausencia de acción.

De igual modo, la perspectiva desde la que se viene haciendo alusión resulta más
lógico y jurídicamente coherente la explicación de la omisión penalmente rele-
vante. Es más, el concepto personal de acción de Roxin debe admitir que para
la construcción de la omisión es necesario acudir a un elemento normativo: “la

42 Polaino Navarrete, 2007, pp. 223-225.


43 En este sentido Monteallegre Lynett y P erdomo Torres. Funcionalismo y normativismo penal.
Una introducción a la obra de Günther Jakobs (Bogotá: Universidad Externado de Colombia,
2006), 47. Asímismo, Günther Jakobs. Derecho penal. Parte general. Fundamentos y teoría
de la imputación (trad. Joaquín Cuello Contreras y José Luis Serrano González de Murillo), 2.ª
ed., (Madrid: Marcial Pons, 1997), 156 y ss.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
190 David Alonso Osorio Gallego

expectativa de acción”. Esa necesidad surge del hecho incontestable de que una
omisión nunca podrá ser una manifestación de la personalidad del autor, por la
potísima razón de que se caracteriza porque no existe expresión “anímica” alguna.
En contraste, la omisión puede ser perfectamente clasificada como un hecho con
sentido delictivo individualmente evitable por la posición de garantía del autor.
Así pues, “actúa” omisivamente quien de acuerdo con su rol y las expectativas y
deberes que surgen de este, deja de hacer el acto “esperado” con independencia
de su voluntad personal. Emerge palmario, entonces, que lo que Roxin ha esta-
blecido como acción personal al momento de definir la omisión no es una cosa
diferente que un acto comunicativamente delictivo y allí nada tiene que ver el
centro anímico del ser humano.

En verdad que no tiene sentido hablar de una acción personal para luego verse en
la imperiosa necesidad de acudir a criterios normativos como las expectativas y las
posiciones de garantía para explicar la omisión. Tal situación deja en evidencia la
inconsistencia de la teoría personal de la acción, por lo menos, como elemento de
enlace o unión de la teoría del delito. Pero más trascendente aún, como se precisó
al inicio de este trabajo, la dogmática jurídico penal no puede seguir aferrada a una
noción individualista de la acción. El ser humano, individualmente considerado,
expresa su razón de ser en la sociedad, en los actos que despliega con un sentido
comunicativo, y por ello, al derecho penal solo deben interesar los hechos a través
de los cuales cuestiona la configuración social.

En algún momento, esto implica desconocer al individuo en su humanidad. Quienes


critican una concepción normativista de la acción aseguran que la “objetivización”
de la acción desconoce que el hombre solo puede ser penalmente responsable de
las acciones que le pueden ser atribuidas porque las realiza de forma voluntaria.
Cuando no se razona de esta forma, se dice, se desconoce el fundamento del dere-
cho penal de acto y el principio de culpabilidad. Tales asertos surgen del indebido
entendimiento de lo que es una estructura sistémica de la sociedad. Figurarse una
realidad social configurada a partir de los actos con sentido comunicativo no es
desconocer que el individuo hace parte del entorno del sistema social, sino com-
prender que como este es un sistema cerrado no se configura a partir del individuo,
pero, en todo caso, lo tiene en cuenta y no puede desconocerlo.

Lo subjetivo es lo relativo al sujeto, no a la psique o el alma de este. Ciertamente


debe reconocerse que la acción parte de la reivindicación del ser humano, pero
ello se logra a partir de una resignificación del concepto de persona como titu-
lar de deberes y derechos y por ello, pasible de imputación. En esa tónica, si el
sistema de derecho penal solo se ocupa de los hechos o actos con un significado
y un sentido relevantes para este, porque pretenden modificar la configuración
normativa de la sociedad, no puede hablarse de una concepción que entronice en
mayor medida al ser humano. Se le dota de la capacidad de comunicar, pero no de

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 191

comunicar de cualquier manera, sino a través de un código que resalta el sentido


de sus actos, es decir, su libertad.

En efecto, una concepción, como la que se expone en estas breves páginas, reco-
noce que el ser humano tiene, en sus manos, el gran don de la libertad. Se acepta
al hombre libre. Ello implica admitir, también, la existencia de deberes que per-
miten estructurar las expectativas —normativas— que los demás pueden esperar
de él y, de contera, las normas vigentes de la sociedad. Perdomo Torres lo explica
adecuadamente en los siguientes términos:

En la actualidad, se reconoce como uno de los pilares fundamentales de la


idea de derecho, la libertad que tiene la persona para desarrollarse y moverse
en sociedad, libertad de configurar su ámbito de actuación siempre que no
dañe a los demás. Es la concreción de significado negativo de la definición
de derecho de Kant44, quien aceptó de las Instituciones de Justiniano, el
precepto del derecho alterum non laede, pero bajo la redacción neminem
laede45, que hace relación al principio del derecho romano de no causar daño
a los otros. Esto se manifiesta en Hegel, en el p. 36 de los Fundamentos de
la Filosofía del derecho. Todos, por ser personas en derecho, esto es, por ser
portadores de deberes y derechos, debemos respetar a los demás también
como titulares de éstos. De esta manera, el deber negativo, el deber de no
entrometerse en las esferas ajenas, de no lesionar los derechos ajenos, im-
plica, a su vez, algo positivo, el reconocimiento del otro como persona46.
De igual forma, ese respeto que exige el filósofo alemán, debe entenderse
acorde con la libertad como principio básico del derecho; lo que está en
juego es la posibilidad del ejercicio de libertad normativa, es decir, aquella
limitada por los intereses jurídicos de los demás.47

Que la configuración de la acción en sentido penal se estructure a partir de expec-


tativas de comportamiento en lugar de difuminar la importancia del ser humano,
la acentúa, pues lo que es relevante para el derecho penal se establece a partir de
lo que la persona “debe ser” en perspectiva de su rol y el ejercicio de su libertad.
De igual modo, no acudir a criterios psíquicos individuales para establecer la
existencia de la acción no significa desechar la importancia del individuo, sino

44 K ant. La metafísica de las costumbres (trads. Adela Cortina y Jesús Conill Sancho) (Madrid:
2002).
45 Carlos P érez del Valle. Estudios de filosofía política y del derecho penal (Bogotá: 2004), 15.
46 Jorge F ernando P erdomo Torres. La problemática de la posición de garante en los delitos
de comisión por omisión, pp. 82 y ss.; Sánchez-Vera. Delito de infracción de deber y parti-
cipación delictiva (Madrid: 2002), 83 y ss.; Jakobs. Acción y omisión en derecho penal (trads.
Luís Carlos Rey y Javier Sánchez-Vera) (Bogotá: 2000), 13; ÍD. Injerencia y dominio del hecho
(trad. Manuel Cancio Meliá) (Bogotá: 2001), 9 y ss.
47 P erdomo Torres, 2009, pp. 40 y ss.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
192 David Alonso Osorio Gallego

integrarla coherentemente a lo que de él esperan los demás, la sociedad. Ese ejer-


cicio solo es posible, se insiste, desde la determinación de la configuración de cada
sociedad y los códigos de comunicación significativa que la rigen.

Aunado a lo anterior, pensar en un hecho con sentido comunicativo-delictivo


como fundamento de la acción cumple, también, con la función de ser elemento
básico de la teoría del delito. Así pues, engloba explicación racional tanto para
los comportamientos dolosos como los imprudentes, los de acción y omisión y
sirve de filtro, como ya se indicó, para los que ni siquiera pueden considerarse
acciones para el derecho penal. En realidad, esta concepción podría entenderse
como la unión entre la teoría social y negativa de la acción que ya fueron expues-
tas. Se trata de una noción que surge al interior de la sociedad y, a su vez, como
manifestación de la libertad normativa del individuo. Favorece la construcción
de una dogmática adecuada a la realidad social actual y con ello cumple con las
finalidades y pretensiones científicas de esta. Así mismo, deja atrás conceptos
ontológicos, causalistas y subjetivistas que no permiten explicar a cabalidad el
delito desde una perspectiva de la sociedad de una sociedad riesgosa y contingente.

Por otra parte, algunos autores48 aseguran que razonar en el sentido en que se
viene haciendo significa integrar a la acción elementos ajenos a esta —entiéndase
la culpabilidad—, empero, en realidad esto no trastoca la coherencia lógica del
concepto. Si el ser humano solo puede responder penalmente por la atribución
de actos cometidos con culpabilidad, es necesario concluir que lo que interesa al
derecho penal es una acción culpable y esto debe establecerse desde los primeros
fundamentos de la teoría del delito. Para evitar las disquisiciones de si quien se
comporta inculpablemente —inimputable o el inmerso en un error de prohibición
insuperable— ha actuado, Jakobs acude a un razonamiento de gran lucidez:

detrás de la norma de comportamiento hay otra norma (ésta, sin embargo,


no tiene que ser cognoscible) con el siguiente tenor: ¡no seas culpable! Só-
lo quien vulnera la norma de comportamiento siendo responsable, esto es,
siendo culpable, vulnera esta norma, y en esta vulneración de la norma es
en donde cristaliza la finalidad de la pena, porque es esta vulneración de
la norma la que constituye la lesión de la vigencia de la norma. 49

Bajo tal intelección, la acción no puede ser un mero concepto vacío, sino que
debe integrarse adecuadamente con la capacidad de culpabilidad del individuo,

48 C laus Roxin. Problemas básicos del derecho penal (trad. Diego Manuel Luzón Peña) (Madrid:
Ed. Reus, 1985), 200. En el mismo sentido, Joaquín C uello Contreras. El derecho penal es-
pañol. Parte General, 3.ª (Madrid: Ed. Dykinson, 2002), 909.
49 Jakobs Günther. El concepto jurídico penal de acción (trad. Manuel Cancio Meliá) (Bogotá:
1998), 44 a 48.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 193

no de otra forma se reconoce su libertad. En ese orden de ideas el inimputable


que no obra responsablemente, no actúa para efectos penales, pues no desconoce
la norma —no cognoscible— que le impone no ser culpable, en otras palabras,
no produce un hecho comunicativamente delictivo que cuestione la vigencia de
la norma. Esto se explica porque su proceder estará vinculado a situaciones cog-
nitivas —no normativas— que no comunican en sentido delictual. El enfermo
mental no actúa de forma penalmente relevante porque su enfermedad excluye la
existencia de sentido comunicativo en su actuación. Igual sucede en los casos del
error de prohibición invencible, porque el que obra con la convicción de que su
comportamiento es ajustado, no lesiona la denotada norma tácita y si no la lesio-
na no puede comunicar su intención de configurar una realidad social diferente
a la que lo supedita.

La acción como hecho comunicativamente culpable estremece los rudimentos


tradicionales de la teoría del delito, pero ello no significa que esa mera situación
revele una incoherencia dogmática o sistémica. El delito es uno. Aunque la ciencia
jurídica se ha esforzado por establecer un esquema que permita su análisis racio-
nal, esto no implica que el estudio “escalonado”, que hasta hace poco se aceptaba,
sea inamovible y menos aún puede caerse en el error de que la conducta punible
ostenta esa naturaleza compartimentada. El estado actual de la sociedad deman-
da una redirección de la ciencia penal y ello solo es posible entendiendo que la
dogmática jurídico-penal ha de ser dúctil y que los postulados que sustentan el
análisis del delito no pueden ser pétreos. Por ese motivo, es imperativo volver la
vista a los desarrollos normativistas y sistémicos que la doctrina ha venido desa-
rrollando para dotar de un mayor cariz científico a la dogmática jurídica.

3.4. Brevísima reflexión final: ¿acción o imputación?

El concepto de acción expuesto a lo largo de este trabajo plantea un interrogan-


te de suma transcendencia: ¿el énfasis de la dogmática jurídica puede continuar
puesto en la noción de acción? Si la doctrina ha venido estableciendo cierto con-
senso en que la teoría del delito se estructura a partir de criterios normativos y
no ónticos ni causales, vale la pena pensar si estos nos redirigen a los esquemas
de imputación como piedra angular del comportamiento delictual. No sobra re-
flexionar sobre la posibilidad de que el juicio de imputación englobe muchas de
las categorías que hasta ahora consagra la teoría del delito. Algunos autores50 han
propuesto la construcción de una teoría bipartita del delito, precisamente, porque

50 Bernd Schünemann. “El propio sistema de la teoría del delito”, Revista InDret 1/2008 (2008): 14
y 15. De igual modo, C ésar A. Sandoval Molina. “El delito: mera tipicidad y antijuridicidad”,
Revista Criterio Jurídico, vol. 10, n.° 1 (2010): 115-152. Santiago M ir P uig. Derecho penal.
Parte general. 8.ª ed. (Barcelona: 2006), 138-152. Juan Bustos R amírez. Manual de derecho
penal. Parte general. 3.ª ed. (Barcelona: Ariel, 1989), 155. Jesús M aría Silva Sánchez. Apro-
ximación al derecho penal contemporáneo. 2.ª ed. (Buenos Aires: Editorial BdeF, 2012), 374.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
194 David Alonso Osorio Gallego

la imputación objetiva —y sus desarrollos teóricos— permiten explicar suficiente


y coherentemente el acto penalmente relevante.

El debate es actual y no existen posturas pacíficas, empero el entendimiento de


la acción como un concepto normativo configurado por el sentido comunicativo
de un hecho, apuntalado en la libertad del individuo y por tanto en sus deberes, y
pasible de culpabilidad podría permitir un avance en el desarrollo de esta cardinal
cuestión teórica. No es el objeto del presente trabajo, por lo que solo se trata de un
llamado a la discusión teórica que enriquezca nuestra propia dogmática jurídica.

3.5. Epílogo

Enviar un mensaje de texto no es “matar”. Los entendimientos tradicionales de


la teoría del delito no permiten resolver el caso de Michelle Carter, por cuanto
aquella en momento alguno desplegó una acción final o personal para terminar
con la vida de su novio; más aún, la decisión de volver a su automóvil y aspirar
monóxido de carbono hasta su fallecimiento “únicamente” recaía en la víctima.
Carter no envió el mensaje de datos como una acción dirigida finalmente a la
muerte de Conrad III y si así lo fuera los medios seleccionados dejan mucho que
pensar. Su proceder puede catalogarse como una expresión de su personalidad
anímica, pero ello no basta para concluir por qué mandar un texto es una acción
penalmente relevante.

A esta última conclusión teórica solo es posible arribar una vez se entiende que el
hecho “enviar un mensaje” expresaba, en un sentido comunicativo, precisamente
“matar”. Esto es así, porque la libertad de Carter le imponía, primeramente, el
deber de fidelidad al derecho y, luego, el de no lesionar los derechos de los de-
más. Para concluir que actuó de forma penalmente culpable basta con acudir a
la expectativa de comportamiento —socialmente regulada— que le era exigible
cuando su compañero sentimental, asustado, la llamó para decirle que dudaba sobre
su decisión de suicidarse. Allí cobra especial relevancia la posición de garantía
en cabeza de Carter, debido a sus deberes positivos y, especialmente, la rebeldía
contra la norma de “no ser culpable”.

Todos estos elementos integran el sentido delictivo del “mero hecho” de enviar
un mensaje de texto y, por esta razón, no es posible catalogarlo como un “acto”
sin relevancia penal. Allí no bastan consideraciones psíquicas sobre la voluntad
de la procesada ni si la conciencia colectiva dictaba un mandato de evitabilidad
individual, pues visto su comportamiento desde la configuración normativa de
una sociedad que impide matar, no es el medio seleccionado lo que determina
la acción, sino la manifestación clara de la displicencia por la vida del otro y la
afirmación de que la norma no rige su comportamiento porque ella concibe una
realidad social en la que matar es permitido.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 195

Si no se percibe ese hecho como una comunicación con sentido delictivo, solamen-
te puede colegirse que Michelle Carter envío un mensaje que no guarda relación
causal con el resultado muerte, pues este estaba supeditado a la voluntad de la
víctima. Esto no es lo que dicta la justicia material, que en cierto modo también
debe guiar los desarrollos de la dogmática jurídica. Establecida la relevancia penal
de ese hecho, posteriormente, criterios como la creación de riesgos desaprobados,
la prohibición de regreso, el principio de confianza, la responsabilidad penal por
injerencia, etc., todos colmados de expresiones normativas, permiten atribuirle la
responsabilidad por ese hecho comunicativo, es decir, imputarle un homicidio a
una persona que “lo único que hizo fue enviar un mensaje de texto”.

BIBLIOGRAFÍA

Bernal G ómez, Beatriz. Historia del derecho. 1ª ed., México, D.F., Nostra Edi-
ciones, 2010.

Bustos R amírez, Juan. Manual de derecho penal. Parte General. 3.ª ed., Bar-
celona, Ediciones Ariel, 1989.

Cuello Contreras, Joaquín. El derecho penal español. Parte general. 3.ª ed.
Madrid, Dykinson, 2002, p. 909.

F ernández Lecchini, Juan C. La concepción del delito de la antigüedad a la


actualidad. Líneas generales. Uruguay, Universidad de la República, 2017.

F risch, Wolfgang. “Dogmática jurídico penal afortunada y dogmática jurídico


penal sin consecuencias”, en La ciencia del derecho penal ante el nuevo milenio.
Francisco Muñoz Conde (coord. Versión española), Valencia, Tirant lo Blanch, 2004.

Gómez Pavajeau, Carlos A rturo. Fundamentos liberales y sociales del derecho


Penal. 2ª ed., Bogotá, Ediciones Nueva Jurídica, 2018.

G oméz Pavajeau, Carlos A rturo. La dogmática jurídica como ciencia del de-
recho. Sus especies penal y disciplinaria. Necesidad, semejanzas y diferencias.
2.ª ed., Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2017.

G ómez Pavajeau, Carlos A rturo. Neurociencias y derecho. Reflexiones sobre


la cognición social, el libre albedrío, la dignidad humana, la culpabilidad y la
prueba novel. 2.ª ed., Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2017.

H abermas, Jürgen. Teoría de la acción comunicativa 1. Racionalidad de la ac-


ción y racionalización social, Manuel Jiménez Redondo (trad.), España, Editorial
Taurus Humanidades, 1998.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
196 David Alonso Osorio Gallego

Jaén Vallejo, M anuel. El concepto de acción en la dogmática penal, Madrid,


Editorial Colex, 1994.

Jakobs, Günther. Derecho penal. Parte general. Fundamentos y teoría de la


imputación. Joaquín Cuello Contreras y José Luis Serrano González de Murillo
(trad.), 2.ª ed., Madrid, Marcial Pons, 1997.

Jakobs, Günther. El concepto jurídico penal de acción, Manuel Cancio Meliá


(trad.), Bogotá, 1998.

K indhäuser, Urs. Acerca del concepto jurídico penal de acción. Cuadernos de


Derecho Penal, n.° 7 (2012), pp. 11-41.

La Biblia. Edición Reina Valera 1960, capítulo 4, versículos 1-13.

Luhmann, Niklas. Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general.


Silvia Pappe y Brunhilde Erker (trad.), bajo la coordinación de Javier Torres Na-
farrate, 2.ª ed., Barcelona, Editorial Anthropos, 1998.

M aurach, R einhart. Derecho penal parte general 1. Teoría general del derecho
penal y estructura del hecho punible. Jorge Bofill Genzsch y Enrique Aimone
Gibson (trads.), traducción de la 7.ª edición alemana, Buenos Aires, Editorial
Astrea, 1994.

M erkel, A dolf. Derecho penal. Tomo primero, P. Dorado (trad.), Madrid, Edi-
torial La España Moderna, 1906.

M ir P uig, Santiago. Derecho penal. Parte general. 8.ª ed., Barcelona, Editorial
Reppertor, 2006.

Montealegre Lynett, Eduardo y P erdomo Torres, Jorge F ernando. Funcio-


nalismo y normativismo penal. Una introducción a la obra de Günther Jakobs,
Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006.

P erdomo Torres, Jorge F ernando. Estudios penales a partir de libertad y so-


lidaridad, Bogotá Universidad Externado de Colombia, 2009.

P erdomo Torres, Jorge F ernando. La problemática de la posición de garante


en los delitos de comisión por omisión, Bogotá, Universidad Externado de Co-
lombia, 2013.

Polaino Navarrete, M iguel. ¿Qué queda del concepto jurídico-penal de acción


en la dogmática actual? Derecho penal y sociedad, estudios sobre las obras de

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197
¿Acción? típica, antijurídica y culpable. Una mirada al concepto del hecho con sentido… 197

Günther Jakobs y Claus Roxin, y sobre las estructuras modernas de la imputación.


Tomo I, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2007.

Quintero, M aría Eloísa. Acción, comunicación e injusto penal. Derecho penal


y sociedad, estudios sobre las obras de Günther Jakobs y Claus Roxin, y sobre las
estructuras modernas de la imputación. Tomo i, Bogotá Universidad Externado
de Colombia, 2007.

Rodríguez Yagüe, Cristina (coord.). Curso de derecho penal. Parte general, 1.ª
ed., Barcelona, Ediciones Experiencia S.L, 2004.

Roxin Claus. Derecho penal parte general. Tomo i, Diego Manuel Luzón Peña,
Miguel Díaz y García Conlledo y Javier de Vicente Remesal (trad. y notas), Ma-
drid, Civitas Ediciones, 2008.

Roxin, Claus. Problemas básicos del derecho penal. Diego Manuel Luzón Peña
(trad.), Madrid, Ed. Reus, 1985.

Sandoval Molina, César A., “El delito: mera tipicidad y antijuridicidad”, Revista
Criterio Jurídico, vol. 10, n.° 1, 2010.

Schünemann, Bernd. “El propio sistema de la teoría del delito”, Revista InDret
1/2008, Barcelona, 2008.

Silva Sánchez, Jesús M aría. Aproximación al derecho penal contemporáneo.


2.ª ed., Buenos Aires, Editorial BdeF, 2012.

Velásquez Velásquez, F ernando. Fundamentos de derecho penal. Parte gene-


ral, Bogotá, Ediciones Jurídicas Andrés Morales, 2017.

Welzel, H ans. Derecho penal. Parte general, Carlos Fontán Balestra (trad.),
Buenos Aires, Roque de Palma (ed.), 1956.

Z affaroni, Eugenio R aúl. “Acerca del concepto finalista de la conducta en la


teoría general del delito”, Nuevo Foro Penal 12 (16), pp. 979-994, https://publica-
ciones.eafit.edu.co/index.php/nuevo-foro-penal/article/view/4521.

Z ambrana Moral, Patricia. “Rasgos generales de la evolución histórica de la


tipología de las penas corporales”, Revista de Estudios Histórico Jurídicos, xxvii
n.° 17, 2005, pp. 197-229.

Revista Derecho Penal y Criminología • volumen xlii - número 112 - enero-junio de 2021 • pp. 169-197

También podría gustarte