Totalmente Imperfectos - de Un Fiel Escritor
Totalmente Imperfectos - de Un Fiel Escritor
Totalmente Imperfectos - de Un Fiel Escritor
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en
cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por ley.
Para Germán, Erik y César, mi universo perfecto.
«No hay nada más mágico que dos personas totalmente opuestas que en un momento de su vida se
encuentran. El amor es eso, hacer de lo imperfecto, algo perfecto».
Yanira García
Índice
Índice
Prólogo
1.Cucaracha demasiadas cosas
2. Matemáticas
3. Espero que sepas jugar al parchís, rubito
4. Para esto nací
5. Mi peor pesadilla
6. ¿Qué excusa me pondrá mañana?
7. Así soy yo… Todo glamur
8. La loca del Tinder
9. La peor madre postiza del universo
10. El italianini de las narices
11. ¿Nunca has visto a una chica semidesnuda?
12. Por lo menos no ha dicho «mono»
13: Posible muerte por combustión espontánea
14: ¡La madre que la parió!
15: La gran Marti: uno. Ángel, el demonio terrenal: cero
16: Aguafiestas
17: No estoy preparada
18: Es buena tía
19: Vuelta a la normalidad
20: ¿Qué habré hecho tan mal en este mundo para merecerme esto?
21: Asco
22: ¿Qué cojones haces?
23: La gente guapa también puede dar asco.
24: Imperfecta
25: Su talón de Aquiles
26: ¡Cree que soy gay!
27: Calor
28: Yoga
29: No es mi tipo.
30: No me cuentes milongas
31: Cosas que pasan
32: El puto nirvana
33: Fuego
34: No soy gay
35: Pero ¿yo no le daba asco?
36: Mi lugar
37: Es domingo y te he hecho hacer ejercicio
38: Es una larga historia
39: Te está bien empleado
40: No me llames
41: No quiero volver a darme asco
42: Yo elegí vivir.
43: Odio los putos lunes
44: Tortosa
45: Iceberg a la vista
46: Nati
47: ¿Cómo me ha llamado la so cerda esta?
48: Cosas que solucionar
49: Tema que tema
50: Quema, duele, pero también cura
51: Locas de atar.
52: Imperfecto
53: Ángel sí, Ángel no.
54: Regreso
55: Si esto no es amor, nada lo es.
56: ¿Y ahora qué?
57: Hablando del rey de Roma
58: Preparado para el linchamiento
59: Si te hace daño no es bueno para ti
60: El rumbo adecuado
61: El primer día de mi nueva vida
Epílogo
Agradecimientos
Biografía
Prólogo
Me llamo Martina y odio las resacas con todo mi ser… Bueno, creo que
igual esa no es la mejor forma de comenzar esta historia; pero es así, real
como la vida misma.
Me llamo Martina y odio salir de fiesta, los tacones de aguja que me dejan
los tobillos como dos balones de baloncesto y las faldas entalladas con las
que no me puedo sentar cómoda en ningún momento de la noche. Salgo
mucho, sí, y lo hago, básicamente, porque mi trabajo me lo exige —ya te
hablaré de él más adelante—. Siempre me digo: «Marti, cariño, esta noche
deja el Puerto de Indias tranquilito y te tomas un par de cervecitas o una
clarita»; pero, claro, al final siempre por una cosa o por otra termina
cayendo el primer gin-tonic y ya estoy perdida.
En fin…, que odio la resaca; odio el puñetero dolor de cabeza
martilleando como si no hubiera un mañana; odio a los hijos de mi vecina
que están desde las siete de la mañana dando por saco, gritando por todo y
haciendo perder los nervios de su madre —son dos niños rubios, de ojos
azules y sonrisa angelical, debe de ser una evolución de su especie (los
demonios), para que la gente no quiera matarlos—.
Y tú me dirás: «pues, chica, deja de trabajar de noche y búscate otro
curro». ¿Y yo qué respondería? Primero, que no tienes sentimientos. Llevas
dos minutos aguantando mis quejas y ya te crees con derecho a manipularme
para que cambie mi vida y, segundo, precisamente me busqué este trabajo
porque hasta hace dos años siempre había odiado los lunes, mucho, mucho
más de lo normal, hasta el límite de querer llorar al escuchar el despertador
y empecé a odiar a todo el mundo. A los simpáticos que sonreían y me daban
los buenos días, y a los que estaban de mal humor, como yo, y no soltaban ni
un bufido cuando pasabas por su lado. Odiaba que me hablaran mientras me
tomaba el café en el office y terminé comprándome una cafetera de cápsulas
que instalé en la estantería trasera de la mesa de mi despacho para así dejar
de soportar a las personas. Luego empecé a odiar a los que se paseaban por
los pasillos con esas tazas llenas de infusiones nauseabundas que me
provocaban ganas de vomitar y, un día, me cansé de oír eso de: «chica, si no
eres feliz, cambia de trabajo». Hasta que tuve esta oportunidad, era el
trabajo ideal para mí. No tendría que madrugar y los días laborales eran de
jueves a domingo… Era una buena solución para dejar de odiar los lunes.
Fui un poco loca, pero me apetecía cambiar de vida y lo hice y ahora… lo
odio.
Mi amiga Carolina me dice que utilizo demasiado la palabra odio, pero es
que ella es pura dulzura, es la positividad hecha persona humana, da asco, a
veces la odio un poco también, pero no se lo digo porque entonces me llevo
una colleja. Suelo utilizar tanto esa palabra en mi día a día que Carol me ha
hecho prometer que no la voy a decir más —al menos en su presencia— y
que la voy a sustituir por otra palabra. Así que ahora «cucaracha» muchas
cosas.
Cucaracha las resacas.
Cucaracha salir de noche.
Cucaracha los tacones de aguja y las faldas ajustadas.
Cucaracha a la gente que es feliz sin café.
Cucaracha a los hijos de Carolina —mi vecina y mejor amiga—.
¿He empezado demasiado mal esta historia?
1.Cucaracha demasiadas cosas
Martina
—Podías haber llamado más suave a la puerta, Carol, por Dios, que se
me va a estallar la cabeza.
—Perdone, su preciosa majestad, por haber tocado dos veces con los
nudillos a tu puerta a las doce de la mañana.
A mi amiga no se le da bien el sarcasmo ni otras muchas cosas como
utilizar la lengua española, no se puede usar el «su» y el «tu» en una misma
frase, pero no tengo energía para corregirla.
Refunfuño por respuesta y la dejo pasar. Me sigue hasta la cocina y ella
va, feliz y saltarina, abriendo las persianas de mis ventanas. Mientras yo le
sirvo una taza de café solo, ella busca la leche en la nevera. La miro con el
ceño fruncido. Está rara, sonríe de forma nerviosa y diría que hasta le sudan
las palmas de las manos porque parece un poco torpe. No sé, todo esto me
resulta familiar, es como un dejà vu, pero no logro localizarlo en mi mente.
Espero pacientemente a que dé un par de sorbos a su taza antes de hablar.
—Necesito un favor —dice al fin con su cara más angelical y el aleteo de
pestañas más espectacular que haya visto en la vida.
—Oh, oh… —gruño—, oh…, oh… —Se me enciende la bombilla—. No.
No. No. No. No. No. Imposible. No. —Agito la cabeza de un lado a otro
hasta que me da mareo.
—Vamos a ver, Martina, ni siquiera te he dicho qué quiero. —Se le
empieza a enfurruñar el entrecejo.
—Ya, pero no —respondo tajante.
—¿Quién te ayudó a pagar el alquiler el día que decidiste largarte del
trabajo diciéndole a tu jefe que lo cucaracha con todo tu ser y te descontaron
los quince días de preaviso de la nómina del mes?
—Ya empezamos… —protesto.
Los ojos celestes de mi amiga me fulminan, mientras con sus finos dedos
me señala, ¿dónde habrá conseguido que le hagan esa manicura tan bonita?
Mi amiga, que es un desastre y no se ha limado una uña en la vida, lleva las
manos perfectas, las uñas largas —supongo que naturales no son— y
pintadas. Creo que no es el momento de preguntarle, pero ¡qué diablos! ¡A
chamusquina me huele todo esto!
—¿Quién te hizo una compra cuando te dejaste la cartera en aquel bar de
Barcelona y te desvalijaron hasta el último céntimo? No hubieras podido
comer en muchos días —continúa con su perorata.
—Lo hiciste por no soportarme llorando porque sabes lo mucho que
cucaracha tener hambre —protesto cruzándome de brazos.
—Los motivos no importan. ¿Quién levantó a sus hijos de la cama un
viernes a las tres de la mañana porque estabas tan borracha que no
recordabas ni tu dirección para decírsela al taxista?
—Venga, suéltalo ya, antes de que te cucaracha aún más.
—Me tengo que ir a Sevilla dos días y necesito que te quedes con Óliver
y Ruimán. —Empiezo a hiperventilar pensando rápidamente en razones de
peso por las que puedo negarme—. Tengo el juicio por la venta de las
propiedades de Dani, por el tema de la herencia. Me tengo que enfrentar a mi
suegra y a la inútil de mi cuñada y no me puedo llevar a los niños. No puedo,
Martina, si no lo haría.
—Pero es que yo trabajo de noche, ¿qué hago con ellos? —La intento
engañar.
—Martina, somos amigas y vecinas, sé perfectamente que no trabajas
hasta el jueves. El miércoles estaré aquí. —«¡Mierda!», no cuela.
—¡Carol! Pero es que no puedo, es que odio… —La mirada reprobatoria
de mi amiga me hace respirar hondo—. Sabes que cucaracha mucho a los
niños en general y a los tuyos en especial.
—Me tengo que ir en media hora. —Me lanza las llaves de su casa que
cojo por el aire—. Tienes que recogerlos del colegio a las tres y llevarlos a
fútbol. Óliver tiene examen de Mates mañana, así que tienes que repasar con
él.
—Odio las Mates. —Mi gesto de fastidio es más que evidente, estoy entre
la espada y la pared, mi vida va a terminar, lo veo venir... «¡Ay! ¡Mísera de
mí! ¡Ay, infelice!»[1].
—¿Hay algo en esta vida que no odies? —me reprocha como suele hacer.
—A Chris Hemsworth.
Oye, automático, es pensar en ese hombre y babear, babear, babear… Mi
mente divaga… Chris sin camiseta… Chris preparándome café sin camiseta
—lo siento, a esta hora y con mi estado catatónico al borde de la muerte en
lo único en lo que puedo pensar con un sex symbol como él es en que me
haga café... ¡No me juzgues!—. Sonrisa, sonrisa tonta…
Carol suelta una carcajada y viene hasta mí para besarme en la frente e,
ignorando el tremendo puchero desolador que inunda mi rostro, se va. Así,
sin más, ni instrucciones de cómo se manejan esas cosas, qué comen o
cuántas veces al día tengo que sacarlos para hacer sus necesidades… Vale,
me estoy pasando, ya lo sé.
Me siento en un taburete frente a la barra americana de mi cocina y me
tomo cuatro cafés y dos ibuprofenos antes de poder levantarme.
Mi móvil suena. Maca. Mi jefa.
—¡Buenos días! —respondo con fingida alegría.
Me tiro de espaldas en mi sofá amarillo —sí, amarillo he dicho… Lo vi,
me enamoré y lo compré, nada más que añadir—. Esta conversación va para
largo y más me vale ponerme cómoda.
—Buenos días, Marti. ¿Qué tal se dio la noche? —pregunta con voz
cantarina.
—Bien, muy bien. Con éxito, la verdad. Repartí tarjetas de la boutique a
más de quince chicas que se interesaron mucho.
Creo que es el momento de hablaros de mi trabajo. Resulta que soy un
maniquí. Un maniquí andante. Mi jefa dice que soy modelo…, ya, modelo, ni
que desfilara en Cibeles… Llevo ropa puesta que tengo que intentar vender,
así que soy un maniquí, pero eso tampoco se lo digo a ella porque es un poco
estirada —una perra de fuego para ser más exactos— y paso de que me
suelte un sermón.
—Bien. Genial. Te voy a pasar un correo con unas cuantas despedidas de
soltera que mis contactos me han informado que tendrán lugar el próximo fin
de semana. Son varios grupos de chicas, tienes que ir a por ellas.
—Vale, sí, estupendo.
Enciendo la tele —mi tele nueva de setenta y dos pulgadas que me costó
un riñón— y paso un par de canales mientras mi jefa me habla de las dos
próximas líneas que tenemos que promocionar y de un acuerdo con una
empresa de cosmética, una especie de patrocinio… Ella me suelta todo el
rollo, y yo solo entiendo maquillaje y cremas gratis: pues mola.
—Martina, tenemos que hablar de algo. —Y me suena tan seria que hasta
apago el televisor a pesar de que están poniendo un anuncio de David Gandy
que grabaría para ver en bucle hasta el fin de mis días mientras muero
ahogada en mis propias babas—. ¿Has bajado de peso?
—¿Eh? Pues no creo. —Carraspeo nerviosa—. Gramillo arriba y gramillo
abajo, siempre me mantengo igual —titubeo.
—Has bajado de peso —afirma con rotundidad—. He visto las fotos que
Luka hizo anoche, la falda se te arrugaba a la altura de las caderas.
—Para nada, sería la postura.
Intento desviar el tema, camino hasta el espejo de la entrada y me miro de
frente y de perfil. No puede notarse ya, ¿no? No debería. Yo me veo igual
que siempre.
—No puedes bajar de peso, es importante que te mantengas. Es la clave
para este trabajo —me recrimina.
—Ya, Maca… Bueno, igual he bajado un poco porque mi médico dice…
En un ataque de sensatez pienso que entenderá que no puedo seguir así
toda la vida, que comprenderá que igual estoy cuidando un poquitín la
alimentación —que, sinceramente, he supuesto desde el primer momento que
lo compensaría por los litros de alcohol en vena que consumo— y un pelín
de ejercicio —solo el que mi entrenador personal me exige—.
—¿Tu médico paga tus facturas? —me interrumpe.
—No. Claro que no —respondo.
Si es que soy imbécil…, que Maca y yo no somos amigas, solo es mi jefa,
le importa un imperdible si la grasa de mi cuerpo bloquea mis arterias y me
da un conato de infarto.
—Pues no hay más que hablar. ¿Entendido?
—Entendido.
—Adiós. —Y me cuelga. La muy cerda me cuelga el teléfono.
—No sabes cómo te cucaracha en este momento.
Le suelto al aparato con mi mirada de la muerte. Sí, tengo una mirada de
la muerte y es muy útil cuando los borrachos y babosos intentan darme el
coñazo para que les dé mi número de teléfono. También tengo una patada
voladora ensayada que me enseñaron en una clase de defensa personal a la
que asistí —bueno, igual no era una clase y menos de defensa personal,
éramos un grupo de cuatro amigas borrachas y muertas de risa haciendo el
gilipollas en la azotea de mi edificio, pero ¿y qué? Seguro que funciona igual
—.
Y, ahora que ya te he contado la conversación tan surrealista que acabo de
tener con mi jefa, te explico un poco más, porque seguro que estás más
perdida que un pulpo en un garaje. Mido uno setenta y dos y peso noventa y
cuatro kilos con trescientos gramos. Mi médico me ha echado un rezado al
ver la última analítica —con mi horario de trabajo mi alimentación no es
muy variada y equilibrada y el consumo de alcohol supongo que no ayuda—,
mi peso, mi estatura y mis treinta y cuatro años han sido la clave por la que
el doctor ha decidido hablarme de todos los tipos de muerte y enfermedades
que provocan el sobrepeso, el exceso de azúcar, grasas, alcohol y demás. Y,
sí, tal cual estás pensando, soy un maniquí de ropa talla XXL. Vamos a ver,
soy gorda, sí, pero tengo cuerpazo: pecho grande, abdomen bonito y caderas
y culo prominente; mi jefa, cuando me vio, se enamoró de mis curvas.
La clave de mi trabajo es que las chicas que son entradas en carne, como
yo, piensen: «Mira, esa chica está gorda y está guapísima. ¿Dónde habrá
comprado ese modelito que le sienta tan bien?». Y ahí entra en juego mi
labia, mi saber estar, mi simpatía, mi sonrisa y mis bromas —o mi arte de
fingir todo eso más bien—, me voy acercando a ellas poco a poco en los
bares y discotecas y hablo hasta que me preguntan en dónde he comprado mi
ropa y, entonces… ¡Zas!, casualmente tengo una tarjeta en mi cartera de
mano en la que apenas me cabe el móvil y poco más: «Belle extreme es mi
tienda de ropa favorita del mundo mundial, ropa para chicas jóvenes como
nosotras, ropa sexi, ropa divertida, ropa para las mujeres de hoy…», suelto
mi perorata, y normalmente la mayoría no tarda en pasarse por la tienda.
Ventajas de mi trabajo:
Alcohol gratis.
Ropa nueva prácticamente cada fin de semana.
Taxis pagados, con lo cual no tengo que conducir.
He conocido a gente muy simpática.
Inconvenientes de mi trabajo:
No puedo bajar un gramo, subirlo tampoco está aconsejado. Según mi jefa
tengo el cuerpo perfecto —hay que tener narices para cucaracha a alguien
que te dice algo así—.
Mi médico no está de acuerdo.
Las escaleras de mi piso cada vez se me hacen más cuesta arriba.
Hace unas semanas fue mi cumpleaños, mi treinta y cuatro cumpleaños
para ser más exactos, y resulta que Carol, Emma y Evelyn —mis mejores
amigas, casi mis hermanas de alcohol, por eso de todas las juergas que nos
hemos corrido juntas en nuestra época universitaria y no universitaria
también—, después de reproducirles la charla que me había dado mi
médico, decidieron que el mejor regalo que me podían hacer era un año de
entrenamiento. Pero no se conformaron con ir a un gimnasio y pagar la
anualidad, para que yo pudiera ir tres días o acudiera regularmente para
deleitarme en la piscina con jacuzzi o en la sauna, no… Decidieron que la
única forma de atajar mi problema sería con alguien que me ayudara a
tomármelo en serio y, claro, aquí entra Ángel en juego… Ángel es…, pues su
nombre no le pega nada, es un puñetero demonio con cuerpo fibroso y
bastante atractivo, lo cual supongo que es parte del regalo.
Así que llevo cuatro semanas realizando un entrenamiento que me hace
sudar la gota gorda y no solo por la caña que me doy, sino por él, por mi
demonio particular. En fin… Fue bonito mientras duró, pero nuestra relación
debe acabar. Tengo que llamarlo y romper con él…
Necesito retrasar ese momento porque no solo tengo que decirle a Ángel
que todo terminó, sino también a mis amigas, las cuales han tirado un año de
entrenamiento a la basura que supongo que barato no ha sido… Miro la hora,
son las dos y cuarto de la tarde y me quedo traspuesta unos segundos
pensando que yo algo tenía que hacer hasta que doy un respingo
acordándome de mis vecinos. Tengo que recogerlos en el colegio. «¡Ostras!
—Pego otro respingo—. ¿Y en qué colegio estudian esas bestias?».
Cojo el móvil y tecleo rápidamente, gracias al cielo y al universo, aunque
sé que mi amiga estará conduciendo, también sé que un señor muy majo
inventó los dispositivos bluethooh y podrá contestarme.
—¿Ya has dejado de lloriquear? —responde de forma guasona.
Se escucha el botón del elevalunas y la escandalera por el viento deja de
sonar. Casi puedo imaginármela con los labios pintados de rosa —como
siempre— y su sonrisa de dientes perfectos, sus pecas por encima de la nariz
y esos ojos celestes rasgados por el gesto, con el cabello rubio ondeando, a
lo loco. Le iba a borrar yo esa sonrisa de un plumazo.
—Muy graciosa. A ver, simpática, ¿en qué colegio estudian tus hijos?
—¡Dios bendito! Bendita mi paciencia, de verdad… ¡Qué cruz más
grande! —refunfuña al otro lado del aparato.
—Si quieres podemos estar toda la tarde al teléfono, ¿eh, bonita? No es a
mí a la que van a llevar presa por abandonar a sus hijos, menores de edad, a
su suerte. Prometo pagarte un gigoló dos veces al año para el bis a bis.
—Serás rata…
—Pobre…, lo que soy es pobre —resuelvo encogiéndome de hombros
como si mi amiga pudiera verme.
Suelto el móvil un segundo para cambiarme la camiseta del pijama por un
top de manga larga y cuello en pico. Vuelvo a coger el aparato escuchando la
risa de Carol y me lo coloco entre la oreja y el cuello para terminar de
cambiarme, porque al final se me hará tarde y verás que la vamos a tener.
—Y dale con esa palabra… Te he dicho muchas veces que no está bien
que digas eso. Hay familias que son pobres de verdad y que no tienen dinero
para comida, para pagar un techo… —Me duele la cabeza de nuevo, no
aguanto más a esta plasta.
—Carol, mi amor —interrumpo de mal humor—. O me dices ya el colegio
de esos dos bichos o me pongo el pijama y me meto en la cama de nuevo,
porque apenas he dormido y te aseguro que me apetece más lo segundo que
lo primero.
La escucho gruñir al otro lado y me da el nombre del colegio antes de
colgar. Busco en Google Maps y veo que no está lejos. Me calzo las
Converse antes de salir.
Desde hace unos días no para de llover, pero hoy, milagrosamente, el
cielo está completamente despejado. Se nota que estamos entrando en junio y
el verano está a la vuelta de la esquina. Me gusta el sol, me encanta el sol —
¿ves? Mi amiga Carol no tiene razón cuando dice que odio todo de este
mundo. No, no es cierto—. Me coloco mis gafas de sol de Gucci, grandes,
redondas y de un color rosa azucarado —que, por cierto, también adoro—.
Obviamente, fue un regalo de la empresa. Una cosa muy buena que tiene mi
trabajo es que no solo me regalan ropa bonita, sino también complementos y,
en ocasiones, cae algo como esto; de marca, hipermoderno, que yo no podría
permitirme con mi sueldo y que me encanta. A cambio, solo tengo que subir
algunas fotos a mi perfil de Instagram, Facebook y al blog de la empresa.
Emma dice que a eso se le llama ser influencer, y yo me parto de risa,
influencer, dice… En fin, qué tontería más grande le ha dado ahora al mundo
con las redes sociales.
Decido ir caminando hasta el colegio, quiero disfrutar de tan precioso día
y estoy segura de que a los niños les sentará bien un paseo para cansarse.
—¡Tía Martiiiiiiiiii! ¡Marti! ¡Marti! ¡Marti! ¡Tía Martiiiii!
Ese es Ruimán que se ha puesto a chillar como un loco en cuanto me ha
visto aparecer por la puerta. Me muero de la vergüenza, pero nadie parece
prestarle la menor atención. Está todo el mundo preocupado de sus propios
piojos chillones, llenos de mocos, suciedad y bacterias que corretean camino
a la puerta de salida.
—Hola, cielo. —Fuerzo una sonrisa—. ¿Cómo está el niño más lindo de
toda la ciudad? —Sé que sueno falsa, pero eso no es mentira, es lindo,
guapo, guapo a rabiar. Lo que pasa que es un poco cabroncete y muy
hiperactivo y eso lo descompensa todo.
La criaturilla se abalanza sobre mí que, teniendo en cuenta que tiene siete
años y es uno de los niños más altos de la clase, casi tiene fuerza para
tirarme. Sus manos mugrientas tiran de mí para que me agache y me suelta un
abrazo, un beso, me pasa las manos por el pelo, y yo tengo ganas de llorar.
—¿Qué has comido, bonito, estofado de nubes de azúcar?
El peque suelta una carcajada y se agarra a mi mano… Está pegajoso, a
saber dónde ha metido esas manos antes y lo peor es que sale del comedor y
veo mugre por todas partes. ¿Estos niños no se lavan las manos antes de
comer? Deben de tener bacterias en las bacterias.
Sale Óliver algo más tranquilo, arrastrando los pies y con un puchero.
—Hola —gruñe. Este salió a mí, sin duda, y eso que Carol y yo no
compartimos sangre.
—¿Esa es forma de saludar a tu tía? —El pequeño depresivo
preadolescente se acerca, me da un rápido beso en la mejilla, y lo atravieso
con la mirada—. ¿Te duele algo? —Entro en pánico, lo que me faltaba es
que se me pusiera malo alguno de los dos niños ahora que Carol no está. No,
no, no… No tenía que haberme quedado con ellos—. ¿Estás bien? ¿Te duele
la cabeza? No habrás bebido alcohol, ¿no? Óliver Serrano, te lo digo muy en
serio, como yo me entere… —Óliver sigue caminando, pasa por mi lado y
me ignora—. ¡Óliver! Óliver, ¡para ahora mismo! —Me ignora—. ¡Óliver
Serrano!
—Soriano —me corrige Ruimán.
—A callar, criatura infernal… ¡Óliver Soriano! Como no te pares ahora
mismo te castigo. Voy a contar hasta tres… A la de una, a la de dos… —
¡Mierda! ¿Qué se hace en estos casos en los que llegas a dos y pasan de tu
culo?—. A la de dos y cuartoooooo, dos y mediaaaaaa…
Ruimán se carcajea, y un padre que está cerca me mira raro con el ceño
fruncido. Me cago en la puñetera maternidad obligada de las narices. En
momentos como este pienso en que la amistad está sobrevalorada.
Corro, arrastrando a Ruimán conmigo, y me pongo a la altura de Óliver,
que camina rápido y veloz con la cabeza gacha. Lo agarro del brazo, y se
para, pero no levanta la cabeza.
—Óliveeer, cariño mío. ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Estás enfermo?
¿Quieres ir al médico?
—Déjame en paz.
—¿Te ha pegado alguien? Ay, Óliver, dime si alguien te ha pegado.
Que a mí los niños no me gustan y los de Carol, menos; pero a mis
sobrinos postizos no me los toca nadie o le arranco la cabeza a quien se
atreva.
Ruimán lleva rato tirando de mi camiseta, y yo rato ignorándolo, el
preadolescente de metro y medio que tengo delante de mí ocupa toda mi
atención en este momento.
—Tía Martina —llama mi atención Ruimán por enésima vez.
—Dime, piojo.
—Jolín, no me llames piojo, los piojos dan asco, yo no… ¿A que yo no te
doy asco, tía Marti?
—No, mi amor, claro que no. Si eres todo dulzura, te comería enterito…,
cuando te duches, hijo, porque en este momento sí que das un pelín de
asquete. —Ruimán pone un puchero—. Que es bromaaaa. Dime, ¿qué
quieres?
Tira de mí para que me agache y me susurra al oído.
—Su novia le ha dado calabazas.
—¡Noelia no es mi novia, imbécil! —grita Óliver.
¡Aaaah! Con que esto es un asunto de faldaaaas. Pues a buena se han
vuelto a arrimar estos dos…
—Óliver —digo muy seria—, no está bien que insultes a tu hermano. Si
vuelves a decir palabras feas, como esa, te va a nacer una cucaracha gigante
del tamaño de un balón de futbol en la barriga y la vas a vomitar. Te va a dar
tanto asco que te vas a desmayar.
Exagero, porque sí, si hay que educar, educo… que para eso Carol y yo
nos hicimos amiga-hermanas de sangre y alcohol durante el octavo cubata en
la tercera fiesta universitaria en la que coincidimos.
—Martina, ¿crees que soy un crío? ¿Por qué me dices esas gilipolleces?
Es lo más absurdo que he oído en toda mi vida.
El niño me deja sin respuestas… Es lo que tiene tener doce años y creer
que lo sabes todo y, por ende, lo que tiene tener treinta y cuatro años y tener
idea de crianza cero; ni pajolera idea, vamos. Decido dejar el tema, porque
ya no se me ocurre qué otra cosa contestarle.
Por la broma de no traer el coche tenemos que caminar más de media hora
hasta el entrenamiento de fútbol del que me había olvidado por completo.
Termino arrastrando la mochila de Ruimán, que me ha hecho escuchar por
trigésima vez la canción que le ha enseñado un profesor de música muy
simpático al que mi amiga Carolina debería aplastar la cabeza cual bicho
asqueroso y repugnante. Odio esa jodida canción… Bueno, mejor dicho,
cucaracha esa dichosa canción.
Mientras aquellas dos fieras juegan al fútbol, reviso el libro de Óliver
para ver qué están dando en Matemáticas, porque yo soy de letras. A mí eso
de los números nunca se me ha dado bien; pero es primaria, no puede ser tan
difícil, ¿no?
—¡La madre del cordero! —grito cuando abro el libro y lo primero que
veo es una raíz cuadrada. Levanto la cabeza cuando noto que las personas a
mi alrededor me miran desconcertadas por mi alarido—. Perdón —me
disculpo.
¿Raíces cuadradas? Esto me parece una puñetera pesadilla, tiemblo,
sudo… No recuerdo cómo se hacía esto, ni siquiera recuerdo si alguna vez
aprendí a hacerlas. Paso páginas y veo potencias, fracciones y no sé qué más
cosas infernales… Óliver, cariño mío, lo siento; pero, si depende de la tía
Martina, mañana vas a suspender Matemáticas de todas, todas.
Suena mi móvil y miro la pantalla de forma distraída. Ángel. ¡Ostras,
Ángel! Compruebo la hora… Me va a matar.
—¿Dónde estás, chica maniquí? —Hemos tenido muchas horas de
entrenamiento en las que le he contado cuáles son los principales aspectos
que caracterizan mi día a día, entre ellos, mi trabajo—. Espero que no me
contestes que soltando bilis por la boca como ayer porque voy a tu casa y te
arrastro de la cama.
—¡Ángel! Ángel, cielo, tengo un problema muy gordo.
—¿Estás en la cárcel? —La urgencia en mi voz debe de ser grave.
—No… Ostras, no… Estoy condenada, eso sí —lloriqueo.
—Venga, Martina, cielo, que te estoy esperando hace rato y no tengo toda
la tarde.
—¿Tú sabes Matemáticas? Matemáticas en plan difícil, me refiero.
—¿A qué te refieres exactamente? ¿Derivadas? ¿Integrales? ¿Cálculo
diferencial? —Me hace más preguntas, pero mi cerebro desconecta
automáticamente—. Soy de letras, cariño, hay cosas que se me escapan.
—Raíces cuadradas.
—Eeee… Algo sé, sí… —Noto una risa de burla contenida, pero ahora no
tengo tiempo de mandarlo al infierno.
—¿Podríamos utilizar mi hora y media de entrenamiento de hoy para que
me ayudes a repasar Matemáticas de sexto de primaria para un examen?
—Eeee… —Supongo que está fuera de juego.
—Tengo dos críos en casa hoy… ¡Dos! Odio a los críos. —Los padres
que están alrededor me miran escandalizados—. Bueno, no a todos, ¿eh?
Estos son más buenos… Súper lindos los dos, te los comerías.
—Tú y la comida. De verdad, Martina, tienes un problema.
—Digo metafóricamente, so bestia. ¿Me ayudas o qué?
—Si me dejas revisar tu despensa y vamos juntos luego a la compra.
Gruño. Gruño mucho. Porque me lo ha pedido muchas veces, y siempre le
doy largas en plan: mi casa no está visible hoy; está todo muy desordenado;
bufff, qué va, qué va, otro día… Al final acepto el trato.
Cucaracha a Carolina.
Cucaracha a los hijos de Carolina.
Cucaracha las Matemáticas.
Y cucaracha a mi demonio particular.
2. Matemáticas
Ángel
Mi vida ha dado un vuelco en el último año, ha sido jodido, ha sido lo
más jodido que he tenido que hacer nunca. Pero no pasa nada, no pasa
absolutamente nada. Es lo que hay y hace mucho que me puse por lema esa
estrofa de Así es la vida del grupo Efecto Pasillo:
Así es la vida, así son las cosas.
Un día te ríes y otro día lloras.
Y, así es, no queda otra. La vida está llena de etapas y hay que aprender a
pasarlas y superarlas.
Si hay vida, hay que vivirla hoy
con lo que traiga la marea
con lo que pida el corazón.
¿Demasiado dramático?
Empiezo de nuevo:
Soy Ángel, nací en Tortosa, en Tarragona, hace treinta y siete años.
Siempre he llevado una vida bastante tranquila rodeado de mi familia y
digamos que, después de la hecatombe, decidí alejarme de todo; decidí que
aquellas calles en las que había correteado de pequeño ya no me hacían
feliz, que aquella gente que me vio crecer ya no era mi gente, que me
ahogaba y necesitaba escapar. Nunca pensé que podría vivir sin ver, a cada
paso, el gran Ebro extendiéndose frente a mí. Pues no, no lo pensé. Pero, ya
ves, así fue.
Hace casi un año decidí coger todos mis bártulos, los ahorros que tenía en
mi cuenta y moverme. No tenía claro a dónde ir, no tenía claro qué sería de
mí, con quién viviría, no tenía claro absolutamente nada, solo que tenía que
alejarme de todo y de todos.
Con una lista hecha en la parte trasera de un tique de restaurante, una
moneda de un euro que lanzaba al aire y una tarde de aburrimiento; fui
desechando destinos en el sofá de mi amigo Juanjo, donde llevaba
durmiendo diecisiete noches sin una sola mala cara, sin un solo «no puedes
seguir así», sin un solo «tienes que irte». Él y María José, su mujer, se
volcaron completamente en hacerme sentir bien, hacerme sentir en casa. Me
dieron el margen que necesitaba para recuperarme del golpe y tomar, sin
presiones, la decisión que necesitara. Total, que finalmente Valencia fue el
lugar elegido.
No me costó demasiado tiempo encontrar piso y trabajo; lo primero,
porque el dinero que tenía ahorrado ejercía de aval y, lo segundo, pues…
pura suerte, me imagino. En el gimnasio estuve unos cuatro meses, pero con
los contactos que hice pronto pude dedicarme de lleno al entrenamiento
personal que era lo que siempre me había gustado.
¿Por qué? ¿Te preguntarás? ¿Por qué mejor ser autónomo —en un país
como el nuestro en el que se paga hasta por respirar— en lugar de trabajar
para una empresa privada con sus vacaciones, sus pagas dobles y ese largo
etcétera de ventajas? Pues porque a mí no me llenaba estar encerrado entre
esas cuatro paredes y me dije que, ya que había decidido dejarlo todo atrás,
al menos que el cambio me hiciera sentir cómodo y a gusto. A mí me gustaba
motivar y hacer que las personas dirigiesen su vida a un lugar donde se
sintieran felices de verdad.
Mi madre siempre me llamaba loco, loco como una puñetera cabra,
cuando después de Psicología decidí seguir estudiando Educación Física.
Ella no lo entendió, tampoco me extrañaba, nunca entendía nada de lo que yo
hacía ni tampoco se molestaba en preguntar lo que me motivaba a hacerlo.
Simplemente pensó que quería quedarme más tiempo estudiando en
Barcelona, por tener libertad y vivir unos años más a costa de mis padres,
como si para ellos supusiera algún sacrificio y, como realmente no lo
suponía, al final aceptó.
Barcelona molaba y la independencia siendo tan joven aún más; pero, no,
ese no era el motivo. Desde siempre pensé que mi meta en la vida era ayudar
a otras personas, por eso las deciciones que tomé con respecto a mis
estudios; pero, quién me lo iba a decir, al final me olvidé de mí mismo y eso
es lo más triste que me ha pasado nunca.
Al comenzar mi andadura en solitario me fui haciendo con mi cartera de
clientes, los cuales me permitieron una estabilidad económica y afrontar los
pagos estipulados. Me dediqué cada día de mi vida a hacer mi trabajo más
allá de mandar una hora de tablas de ejercicios y el boca a boca hizo lo
demás. Si hace dos años me llegan a decir que me iba a dedicar a esto, me
hubiera partido de la risa.
En definitiva, no me enrollo más. Resulta que hace poco más de un mes
me contactaron un grupo de chicas, y flipé en colores.
Te pongo en situación. Un martes cualquiera, después de entrenar a los
clientes de la mañana, volví a casa a almorzar y, cuando me estaba
preparando la comida, mi móvil emitió un pitido. No le hice mucho caso
porque sabía que era un wasap, nada importante ni urgente llega nunca por
wasap. Sería algún cliente posponiendo una cita, anulando otra… Lo típico,
ya lo miraría más tarde.
La cuestión fue que aquella cosa de pronto empezó a volverse loca y
emitió un pitido tras otro, uno tras otro. Conté muchos antes de poder
lavarme las manos y secármelas con una servilleta para alcanzar el móvil y
ver qué estaba ocurriendo.
De pronto me vi en un grupo de wasap que se llamaba: «Regalo Martina»
y lo primero que pensé fue que se habían equivocado al incluirme porque,
que yo supiera, no había conocido a ninguna Martina en toda mi vida. Mi
primera intención era salirme sin más, sin dar mayor explicación, pero algo
me hizo detenerme, ir hasta el principio de la conversación y leer.
NÚMERO DESCONOCIDO 1:
Hola, Ángel, disculpa que te abordemos de esta forma. Me ha dado tu teléfono Nataniel, mi
pareja, y me ha dicho que seguro que no te importaba que te escribiera. Tenemos una misión
para ti. ¿Podríamos reunirnos esta tarde?
NÚMERO DESCONOCIDO 2:
Pero ¿qué has hecho, Eve? ¿Lo has metido en el grupo? ¿Sabes que esto podría acarrear
problemas legales? Por la ley de protección de datos y demás. Chica, hay que pensar antes de
hacer las cosas que esto es grave. Las multas son desorbitadas.
Ruego disculpe a mi amiga, señor.
NÚMERO DESCONOCIDO 3:
Madre de Dios, estás loca. Se va a pirar en cuanto se dé cuenta de esto.
NÚMERO DESCONOCIDO 1:
¿Qué señor ni qué señor? Es trabajo, ¿cómo se va a pirar? Que no, hacedme caso, que
Nataniel me dijo que es un chico muy simpático. Además, si hay algún problema legal tenemos
abogada, ¿no, Carol?
NÚMERO DESCONOCIDO 2:
A mí no me metas en tus cosas. Disculpe esta intromisión, Ángel. Solo queremos saber si
podemos reunirnos personalmente para hacerle una proposición.
NÚMERO DESCONOCIDO 3:
Una proposición de trabajo, no vaya a pensar mal usted.
NÚMERO DESCONOCIDO 2:
¡Claro que de trabajo, Emma, por Dios! Pero ¡qué dices!
NÚMERO DESCONOCIDO 1:
Ja, ja, ja, igual te apetece también otro tipo de proposición, Ángel, pero esa mejor en
persona. Carol es muy guapa y está soltera.
NÚMERO DESCONOCIDO 3:
Ya, soltera… Te olvidas de que van incluidos dos niños en el pack.
NÚMERO DESCONOCIDO 2:
Ya te vale, Emma, lo dices como si fuera algo malo.
NÚMERO DESCONOCIDO 1:
«Como si fuera», dice… Ángel, ¿podemos vernos esta tarde en el Sturbucks de Carrer Sant
Vicente Màrtir sobre las ocho?
NÚMERO DESCONOCIDO 2:
A mí me viene bien a esa hora, seguro que mis padres se quedan con los niños.
NÚMERO DESCONOCIDO 3:
Ok. A las ocho.
NÚMERO DESCONOCIDO 1:
Esperad a que conteste él, manada de marujonas.
«¡Menuda panda de locas!», pensé y me reí, me reí un montón.
Fui hasta el número de Nataniel y escribí.
ÁNGEL:
Oye, tío, ¿sabes algo de tres locas de atar que quieren verme luego en el Sturbucks? No
será una broma de las tuyas, ¿verdad?, que nos conocemos. Una ha dicho que es tu chica, pero
no me fío.
NATANIEL:
Soy inocente, me convencieron con artimañas… caseras. Ya has visto a Eve alguna vez,
parece seria y modosita, pero está loca, es verdad. Sin embargo, te va a interesar, es para curro.
Lo pensé un rato.
Lo cierto era que me hacía falta reírme un rato y otra cosa no, pero
suponía que las risas iban a estar aseguradas con esas tres.
Finalmente contesté.
ÁNGEL:
Hola, chicas. Ok, a las ocho en el Sturbucks, me va bien. Hasta luego.
NÚMERO DESCONOCIDO 1:
¿Veis, so tontas? Ángel es muy simpático y tiene otras cualidades de las que ya os daréis
cuenta después, es perfecto para lo que necesitamos.
Lo primero que pensé entonces fue: «Pero ¿estas tías para qué me
quieren? ¿Para una despedida de soltera o qué? ¡Ay, madre!», y seguí riendo
un buen rato más porque ellas continuaron hablando como si no hubiera un
mañana.
Finalmente silencié el grupo y me desconecté, ya no solo porque me
estuvieran volviendo loco, sino porque tenía que comer con cierta urgencia
para poder llegar a tiempo al siguiente entrenamiento.
Estuve toda la tarde riendo con las cosas de esas tres, de vez en cuando
entraba a leer porque tenía muchísimos wasaps. No callaban, parecía que
habían olvidado que yo seguía allí, porque menudas perlitas estaban
soltando.
Tras una ducha, me vestí cómodo y sencillo; camiseta, vaqueros y
deportivas. Había tenido un día bastante ajetreado y lo último que me
apetecía era arreglarme demasiado.
Con cierto miedo, acudí a la reunión. Allí, frente a aquellas tres chicas de
más o menos mi edad, Evelyn tomó el mando, al menos hasta que las otras
dos perdieron un poco la timidez, se notaba que estaban cohibidas con mi
presencia. Total, que me hablaron de una amiga suya, la cuarta en discordia;
Martina. Obviamente, Martina, la del «regalo».
Creo que me contaron un poco más de la cuenta, pero las escuché —soy
psicólogo tanto como entrenador personal, ya te lo he dicho—, y despertaron
en mí una absoluta curiosidad. Me mostraron fotografías que Martina había
mandado a sus amigas de las analíticas y también me pusieron al día de su
estado físico y cómo estaba desfasando cada vez que salía a trabajar. Bebía,
bebía muchísimo y estaban preocupadas. Temían que aquella vida que
llevaba le pasara factura pronto.
También me enseñaron una foto de Martina, la verdad es que me esperaba
otra cosa, ¡era guapísima! Que sí, que le sobraban kilos, pero tantos como
desparpajo. Tenía una sonrisa increíble, unos labios carnosos de infarto,
dientes de esos de anuncio y ninguna vergüenza o al menos eso es lo que
aparentaba en las poses de aquellas fotografías. Un cabello largo y bien
cuidado, de ese que incita a tirar en ciertos momentos… Bueno, que me
desvío del tema. Martina tenía un cuerpo muy bonito, aunque me abstuve de
hacer comentario alguno sobre eso, porque en realidad para mí era más
importante mejorar esas analíticas que conseguir una figura delgada.
—Nuestra propuesta es un año, un año completo, Ángel; pero no va a ser
fácil. Va a ser duro. Para empezar, Martina nunca ha dado señales de tener el
menor interés en hacer ejercicio y suponemos que se mostrará reticente —me
explicó Evelyn.
—Puede que al principio se entusiasme con la idea. —Esa fue Carol, la
cual tomó la palabra en ese momento—. Y que aguante bien los primeros
días, dos semanas o incluso un mes, pero luego intentará librarse de ti de
todas las formas habidas y por haber. No habrá excusas en la tierra que no te
suelte para perderte de vista.
—Nataniel le contó a Evelyn que tú no solo eres entrenador personal, sino
que también eres algo así como un coach de esos que se usan tanto ahora, ¿es
así? —me preguntó Emma. No quise hablar aún, simplemente asentí.
—Pues este es el panorama. —Retomó de nuevo la palabra Eve—. Te
pagaremos los entrenamientos de todo un año con el plus que exijas para el
caso concreto que te exponemos. Pero tienes que firmarnos un acuerdo por el
cual te comprometes a no rendirte con Marti, a motivarla, a animarla a
continuar con los ejercicios; a educarla en temas de alimentación porque
come muy mal y no solo por lo que ingiere, sino por los horarios que tiene.
Igual te puede desayunar a las tres de la tarde que cenar a las siete.
Dependiendo de su jornada y lo mucho que haya desfasado la noche antes.
»A ver, a nosotras nos saldría mucho más económico ir al gimnasio que
quede más cerca de su casa, pagar el abono anual y dedicarnos a darle el
peñazo para que vaya, pero necesitamos a alguien que la anime…, que sepa
cómo motivarla. Nataniel nos dijo que conocía a la persona perfecta, que tú
lo eras, y que confiaba plenamente en que podrías conseguirlo. Si no te vas a
comprometer, preferimos que nos lo digas abiertamente.
—Es un reto —dije al fin.
Sí, era un reto y lo cierto es que no lo pensé mucho, acepté y aquí estoy
ahora, de camino a casa de Martina con la excusa más surrealista que me ha
dado nunca nadie para no hacer ejercicio. Matemáticas, dice… Matemáticas
las de Carolina al calcular cuánto tardaría en tratar de darme esquinazo. No
sabe esta mujer con quién se enfrenta. No tiene ni la más remota idea.
Sonrío de forma malévola.
No podrás conmigo, Martina, cariño… Lo siento.
3. Espero que sepas jugar al parchís, rubito
Martina
Mi casa, como es habitual, luce reluciente. Soy bastante maniática con el
orden y la limpieza, otra de las razones por las que no me gusta tener niños
aquí: porque limpios, limpios, no son y ordenados, menos.
Abro la despensa a ver qué tengo para darles de merienda y saco un bote
de zumo y un paquete de galletas de chocolate que les acerco, y Ángel, que
ha llegado hace un rato, me mira como si hubiera cometido un delito.
—Ya sabes lo que tú y yo vamos a hacer después, ¿verdad? —insinúa
reprobatorio.
—¿Estáis hablando de sexo? —Óliver nos mira curioso levantando una
ceja, y yo me aguanto la risa mientras Ángel se queda colorado.
—Calla, niño, y cómete eso para que te pongas ya a estudiar para el
examen —lo reprendo.
Me siento con ellos, pero a los dos minutos me aburro como una ostra, y
Ruimán me está volviendo loca, en serio, no ha parado de hablar desde que
salió del colegio.
—Oye, cielo, ¿dónde está tu maquinita? Esa con la que te encanta jugar.
—¿La Nintendo? —Asiento—. En casa, mamá no me deja usarla entre
semana.
—Bueno, mamá no está y a mí no me dijo nada de eso. —Al niño se le
ilumina la cara, y Ángel vuelve a soltarme una mirada reprobatoria—. ¿Qué?
¡Cuando tengamos hijos ya los educaremos poniéndonos de acuerdo! —
bromeo.
—¿Otra vez estáis hablando de sexo? —En serio, ¿con doce años cómo se
puede tener una mente tan pervertida? No lo entiendo.
Ángel y yo lo ignoramos, y los dejo solos un momento en la mesa comedor
de mi salón; corrijo…, en la inmaculada mesa comedor de mi salón que me
ha costado una pasta y que espero, por el bien de estos dos, que no me
ensucien con lápiz, bolis, colores o nada parecido, porque se la comen.
Voy con Ruimán a su casa a buscar la consola. Aprovecho para visitar la
despensa de mi amiga y me llevo algunas cosas que yo en casa no tengo,
como cacao, cereales, leche entera. Veo una tableta gigante de chocolate con
almendras y recuerdo el sermón de Maca, así que robo algunos cuadritos y le
doy a Ruimán también, que me mira como si no hubiese roto un plato en la
vida.
Me preparo un café en la Nesspreso y le echo leche condensada como si
no la hubiera probado en la vida, lo degusto tranquilamente mordisqueando
unas galletas, en lo que Ruimán rescata unos pijamas para él y su hermano.
En realidad, no he almorzado, pero no pienso decírselo a Ángel, paso de que
me dé la charla. «Cinco comidas, bla, bla, bla… Alimentación sana, variada,
equilibrada, bla, bla, bla…». Lo de siempre.
Volvemos a casa, y Óliver y Ángel terminan rápido el repaso.
—Este niño es un hacha, lo tiene controlado al dedillo —me dice mi
entrenador/salvador, y yo sonrío orgullosa, en realidad no sé por qué, porque
a mí estos niños me la traen al pairo, que paso de críos y de exámenes—.
Bueno, ahora quiero mi parte del trato —dispone Ángel. Óliver se tapa las
orejas. Tengo que hablar con Carol de esta obsesión de su hijo. Me he dado
cuenta de que esta vez nos hemos enrojecido los dos.
—Oye, Ángel… —Decido que es buen momento para cortar nuestra
relación—. Tenemos que hablar.
—Oh, oh… —suelta Óliver.
—Oh, oh… —repite Ruimán cual lorito mientras da volteretas sobre mi
sofá desarmándome los cojines que, en los cinco minutos que lleva sentado,
ya he colocado dos veces.
Ángel levanta una ceja divertido, y no puedo dejar de fijarme en esa
sonrisa que intenta esconder, pero que es fácil averiguar. Debo decir que
nunca me han gustado demasiado los rubios —excepto Chris Hemsworth—,
yo soy más de machotes morenos —Momoa, grrrr, te hacía un lavado de
arriba abajo con la lengua—, también soy más del chico de andar por casa y
menos del que se pone en el escaparte para lucir tienda… No sé si me
entiendes. Pero Ángel no solo es alto, rubio, de ojos claros y aspecto
fibroso, sino que tiene una cara de pillo que no puede con ella, es simpático
y bastante cabezota.
Se levanta de su asiento y me sigue hasta mi dormitorio, cuando me giro
tiene las cejas alzadas en señal de sorpresa. No es que yo piense hacer nada
con él en mi cama de dos metros. Bueno, como pensar, pensar… sí; pero
nada más, que una es realista.
—Tenemos que dejar lo nuestro —suelto a bocajarro sin querer retrasar
más el momento, ni siquiera le ofrezco asiento, es mejor atajar por lo sano.
—¿Eh?
—Perdona, quiero decir que tenemos que dejar los entrenamientos.
Puedo ver cómo la desconfianza se apodera de su mirada y luego algo
entre enfado y no sé qué otra cosa.
—De eso nada, me han pagado por pasar contigo hora y media todas las
tardes durante un año y no te vas a librar de mí, lo siento, pero no.
—Emm… Cielo, pues quiero cancelar el servicio. Le devuelves a mis
amigas el dinero y sanseacabó.
—No se admiten reembolsos, lo siento. —Respiro hondo y me siento en la
cama frustrada. Esto no va a ser fácil—. Mira, sé que es difícil, que es duro.
Cambiar de vida nunca fue sencillo para nadie, para mí tampoco cuando lo
decidí. Yo pesaba noventa kilos hace unos años, antes de decidir que lo iba a
cambiar todo. —¡Dios! Otra vez la charla de «yo he estado en tu lugar», no
se la cree ni él, pufffff—. Tú necesitabas un empujón y lo estás haciendo
bien, te esfuerzas y no parece que te cueste pasar conmigo esa hora y media.
«No, si es que a mí se me hacen cortas para babear», pienso, pero no lo
digo, claro, porque se está poniendo en modo superintenso y no es plan.
—No es eso, Ángel. No me cuesta tanto seguir el ritmo de los
entrenamientos. Bueno, la primera semana me quería morir, pero ya voy
mucho mejor. Sin embargo…
—Ya sé lo que me vas a decir. Me pasa continuamente —dice frustrado
sentándose a mi lado, y yo levanto las cejas sin entender.
—¿Te pasa mucho? ¿En serio? Yo pensaba que no había muchas
situaciones así, como la mía. Bueno, está bien saberlo.
—Pero tienes que enfrentarte a ello, cielo.
—Es que tú no lo entiendes, Ángel, me puedo ir a la mierda por esto —
intento explicarle mis miedos.
Me coge una mano, tiene la piel suave, más suave que yo; pero, lo
alucinante no es eso, lo que me ha hecho flipar en colores es la descarga que
he sentido por toda la columna vertebral con ese simple roce.
—Somos amigos, Martina, voy a estar a tu lado. No estás enamorada, solo
ves un cuerpo sexi cerca de ti. Es normal que te sientas atraída; pero no
debes abandonar por ello.
Lo juro, lo intento, lo intento de verdad, no obstante, el factor sorpresa me
coge desprevenida y no puedo controlar soltar una tremenda carcajada.
Estallar en risas, tirarme hacia atrás en la cama hasta casi llorar. Vamos a
ver, que a mí Ángel me pone cachonda como para fundirme las bragas cada
vez que está cerca; pero que lo flipa este tío si cree que voy a reconocerlo y,
por supuesto, enamorada de él, pues va a ser que no… Creo que no podría
estarlo de una persona que utiliza más cremas, cera y gomina que yo.
—Ay, ay… ¡Que me parto! —Como noto que Ángel me mira raro intento
serenarme e incorporarme—. Ay, cielo mío, que estás muy bien y todo eso,
eres mono.
—¿Mono? —me interrumpe.
—Mono —repito—, pero que no eres mi tipo para nada. Vamos, ni de
lejos. Quisieras tú que me enganchara a ti, chaval, porque para todo soy
igual de perseverante e intensa… —Ángel se pone rojo, no sabe ni a dónde
mirar, y yo no puedo parar de reír. Él está serio, y no quiero que se moleste
conmigo, pero es que me ha hecho mucha gracia—. Mira, cielo, te falta un
poco de color en la piel, un corte de pelo, un afeitado apurado y, en general,
un aspecto de persona normal para que yo me enamore de ti…
»En fin, que mi problema es que mi jefa me ha amenazado con perder mi
puesto de trabajo si adelgazo y solo llevo cuatro semanas entrenando, y ya se
ha dado cuenta de que he perdido peso.
—¡Eso está muy bien! —exclama feliz.
—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? —le reprocho enfadada.
—¿Vais a tardar mucho más en eso que estáis haciendo? Necesito ir un
momento a casa para coger mi teléfono móvil.
Como si tuviera un resorte me levanto cuando escucho a Óliver gritar al
otro lado de la puerta de mi dormitorio. Sí, la he cerrado, ya sé lo que estás
pensando…, tenía que intentarlo.
—¿Son tus sobrinos? —me pregunta Ángel.
—Algo así —asiento.
—Es clavadito a ti —se mofa conteniendo una risilla.
Le suelto una patada en toda la canilla y me doy cuenta de que me he
pasado cuando veo que se ha quedado blanco y se lleva la mano a la zona,
parece que no respira y me lanzo a disculparme. Le paso la mano por donde
le he dado y no se me ocurre qué hacer para compensarle, así que decido
estarme quieta. Lo de cantar el Sana-Sana a un hombre de más de treinta y
cinco años, que son los que debe de rondar, va a ser que no, ¿verdad?
—¿Entiendes por qué tengo que dejar de entrenar? —pregunto con voz
suplicante. Necesito zanjar esto de una vez y pasar a otra cosa, mariposa. Me
está pasando factura el cansancio por las pocas horas que he dormido.
—Lo que tienes que hacer es cambiar de trabajo —refunfuña—. Lo siento,
pero no hay trato. Hora y media al día todos los días durante un año… Lo
que hay —sentencia, porque sí, porque a mí me gusta entrenar con él, sin
embargo, eso me suena más a condena que a un servicio pagado y disfrutado.
—Pues espero que sepas jugar al parchís, rubito, porque se acabaron los
entrenamientos.
—Eso ya lo veremos.
4. Para esto nací
Ángel
¿Mono? ¡Mono, dice! Joder, pues no sé si me ha dolido más eso o la
patada en la canilla que me ha soltado así, porque sí, la muy so bruta.
Carolina tenía razón, intentaría darme esquinazo de muchas formas. No me
ha servido ni mi mentira piadosa de yo pesaba noventa kilos hace años,
nada. La tía no es tonta.
Saco el móvil y tecleo rápidamente en el grupo. Sí, aún sigo ahí, entre
otras cosas para ir informándolas de lo que pasa o no con Marti y que me
echen una mano si así lo necesitara, también porque lo paso bien con ellas,
para qué negarlo.
ÁNGEL:
Primer y segundo intento en el mismo día.
CAROL:
¿Excusas?
ÁNGEL:
Primero, las Matemáticas. Quiero decir, el examen de Mates de tu hijo Óliver.
CAROL:
Ya, eso es culpa mía, lo siento.
EVE:
Bueno, que tenga a los niños en su casa no es una excusa para no hacer ejercicio. Para eso
tiene un entrenador personal, ¿no? Si no puedes ir al gimnasio, el gimnasio viene a ti, entre otras
cosas.
EMMA:
Cierto.
CAROL:
Cierto.
ÁNGEL:
Sí, no me rendí con esas.
Segundo, luego me dijo que debíamos acabar con los entrenamientos, que no podíamos
seguir más, que os devolviera el dinero y me olvidara del tema.
EVE:
Ostras, ¿ya?
EMMA:
Está estresada, por los niños y eso, no le hagas caso.
ÁNGEL:
Me ha soltado una patada, una patada voladora en la canilla, la muy bestia. Me las va a
pagar.
EMMA:
¿Que qué? Ay, madre. Ja, ja, ja.
CAROL:
Ostras, Ángel. Eso tienes que contarlo con más detalle.
ÁNGEL:
En otro momento, ahora tengo que dejaros.
¡Y meneo de caderas! Toma por aquí, toma por allá... Que una estará
gordita, pero estas caderas se mueven que es una delicia.
—¡Marti! Chica, ¿qué haces? —me pregunta Ángel alucinando con mi
arte, si es que te lo he dicho, no me haces caso. Soy una diosa del baile.
—Ehm..., nada, nada... Que hoy me ha faltado el ejercicio y estaba
haciendo un poco de estiramiento.
—Ostras, tienes razón. Ni había caído que con el repaso de Matemáticas
hoy no te has movido. Deberías usar la elíptica media hora.
—¿Eliquéééé? —pregunto flipando.
—Eso que tienes ahí.
Miro un aparato que recuerdo vagamente haber comprado en algún
momento de hace unos cinco años y que utilizo para colgar los bolsos…
Tengo tantos y son tan bonitos… y gratis. De repente me han entrado ganas
de conservar mi trabajo y comerme una tableta de chocolate con almendras.
No sé qué problema tiene Ángel con mi perchero, pero intuyo que no me
voy a ir de rositas.
Decidido, se acerca al aparato infernal, ahora que ya ha logrado descolgar
todos los bolsos y lo está arrastrando al centro de mi salón. De pronto,
recuerdo por qué solo lo utilicé una vez, estuve a punto de morir. Lo
visualizo como si fuera ayer; cinco minutos aguanté y tenía la sensación de
que los pulmones se me iban a salir por la boca. ¡Yo ahí no me subo! Ea, ¡he
dicho! Me quedo clavada en el sitio, miro alrededor, buscando alguna cosa a
la que poder aferrarme y que no me arrastre hasta allí.
Se sube, comprueba que funciona perfectamente y le da a un pie, a otro,
coge ritmo con los brazos en los manillares esos que giran, se le marcan los
músculos en los bíceps. Rostro serio, coge velocidad. Se le marcan también
los músculos de las piernas; porque no te lo he dicho, pero lleva unos
pantalones deportivos que le llegan por las rodillas y se le adhieren a la piel
con cada movimiento, y yo babeo, babeo, babeo… Muerte por combustión
espontánea en tres, dos…
—¿Puedo usarla yo un rato antes de ducharme? —pregunta Óliver.
Mi demonic personal training se baja del aparato rompiendo toda la
magia del momento. Lo cierto es que prefiero morir por combustión interna
que por echar los pulmones por la boca. «¡No me pienso subir ahí! ¡He
dicho!».
—No, hoy no. Es tarde —Ángel mira la hora—. Ve a ducharte ya.
Deberías acostarte temprano que mañana tienes el examen de Mates.
—Ángel, bonito, ¿no deberías marcharte a tu casa? Porque tienes una
casa, me imagino, ¿no? Igual tu mujer y tus hijos te esperan —suelto
exasperada.
—No tengo mujer ni hijos —responde sin siquiera mirarme ayudando a
Óliver a guardar los libros en la mochila.
«Claro, bonito, no tienes hijos ni mujer y has decidido montar
campamento en mi casa. Si lo sé no te dejo entrar», eso lo pienso, pero no lo
digo, obvio.
Me alucina que Óliver le haya hecho caso a la primera, la última vez que
lo mandé a duchar el drama duró media hora; pero, vamos, por mis ovarios
que un niño maloliente no tocaba las sábanas de mi cuarto de invitados y, al
final, logré que se metiera en la bañera. Sin embargo, ahí está, diligente.
Sonríe a Ángel. Ruimán está recogiendo también sus cosas. ¿Cómo es
posible? ¿Cómo lo hace?
—¿Tu perro? No es sano que no lo saques a hacer sus necesidades —
intento rebatir, a ver si logro echar a este hombre de mi casa de una vez por
todas.
—Vivo solo —¡Vaya, por Dios!
Me mira, sonríe y me guiña un ojo. ¡Ostras! Me ha saltado la pepitilla.
¿Demasiado sincera? Pues me ha pasado..., lo que hay. No se va a ir, lo sé,
va a ser una pesadilla. Voy a tener que llamar a la Policía Local, a la
Nacional y a la Guardia Civil —hasta a un exorcista, ya verás— para que
este señor abandone mi casa. Creo que ha cambiado de táctica, ahora quiere
ser simpático, «ya te diré yo cómo ser simpático conmigo, rubito». Le sale
un hoyuelo al sonreír. ¿Un hoyuelo? ¿De dónde ha salido eso? Es la primera
vez que lo veo. ¡Puñetero demonio! ¿Por qué está tan bueno?
Me señala el dormitorio y quisiera yo que fuera para otra cosa, pero sé
exactamente lo que quiere, aunque Óliver, que rebusca entre la ropa que
Ruimán y yo trajimos de su casa, como si tuviera un puñetero imán; levanta
la cabeza y abre los ojos como platos. ¡Menuda obsesión!
—Te prometo que si haces treinta minutos de elíptica os preparo la cena y
me marcho. Tú no cocinas, y yo consigo que hagas deporte que es para lo
que me han pagado. ¿Trato hecho?
Sonrío, agarro mi móvil y tecleo rápidamente.
MARTINA:
Carolina, amor, te cucaracha con todo mi corazón por los siglos de los siglos.
CAROLINA:
Amén.
¡Arpía!
¡Ah! No era una pesadilla… Real, como la vida misma, por si no te habías
dado cuenta aún.
6. ¿Qué excusa me pondrá mañana?
Ángel
Ha sido un día agotador, ha sido el día más extenuante desde que llevo
trabajando de entrenador personal. ¡Madre mía! Y, hablando de madre, igual
es hora de que llame a la mía. Hace por lo menos un mes que no sé nada de
mi familia. Ganas no tengo, ninguna, porque sé cómo será la conversación y
no me apetece nada enfrentarme a ella, pero tengo que hacerlo.
Lo mejor es que me prepare una infusión primero, soy adicto a las
infusiones, me encantan. Enciendo el hervidor de agua, abro el armario
superior de la cocina y reviso un rato hasta que me decido por una melisa
que me sirvo con un chorro de miel y me llevo la taza al salón, donde me
siento en mi sofá antes de buscar el número de mi madre en la agenda.
—Hola, hijo —contesta como si hubiéramos hablado ayer.
—Hola, mamá, ¿cómo estás? ¿Qué tal todo por ahí? —Intento sonar
entusiasmado, a ver si así evito lo habitual.
—Bueno, como siempre. ¿Ya se te ha quitado la tontería? ¿Cuándo piensas
volver?
«Nunca», pienso, pero no lo digo. No así, porque a pesar de que no me
apoye en la decisión que he tomado —como siempre, nada nuevo—, es mi
madre y la quiero. ¿Por qué? Puf, ni idea, la sangre tira, supongo. Lo cierto
es que no quiero disgustarla más. Suspiro antes de volver a hablar.
—Mamá, he montado un negocio aquí, ya lo sabes, tengo mi cartera de
clientes y me va bien. Me va muy bien, de hecho —explico por millonésima
vez. Ya puso el grito en el cielo cuando se enteró de que iba a empezar a
trabajar como entrenador personal, como si eso fuera degradante, como si
fuera de una clase inferior por hacerlo. Claro, para ella siempre fue mejor lo
de: «te presento a Ángel Aranda, mi hijo, es psicólogo» y no esto que soy
ahora, aunque a mí me haga más feliz—. ¿Cómo está papá? —Cambio de
tema.
—Enfermo, pero, claro, eso a ti no te importa porque tú no lo ves cada día
sufrir. Algún día morirá, y tú te lo habrás perdido. —Suspiro y pongo los
ojos en blanco.
—Déjate de dramas, mamá, que solo tiene diabetes.
—Diabetes tipo uno —dice quebrándosele la voz por el llanto. Y luego
me pregunta por qué la llamo tan poco, ¡me exaspera!—. Morirá.
—Todos moriremos, mamá —contesto con paciencia.
—No sé cómo puedes ser así de frívolo con esto.
—Porque la diabetes es una enfermedad, por desgracia, muy común y si se
cuida bien, tiene una buena alimentación y hace ejercicio puede llevar una
vida completamente normal —intento animarla.
—¡Está tu padre para hacer ejercicio con sesenta y cinco años y con la
depresión que tiene! ¡Que lo vais a matar! ¡Un día lo vais a matar!
—Yo tengo un cliente que ronda los ochenta. Solo hay que tener ganas, no
te digo que salga a correr la maratón de su vida. Pero que camine todos los
días media hora.
—Habló el médico de la familia.
—No, ese no soy yo, yo soy el sensato, por lo que parece.
Odio discutir con mi madre, lo odio, pero siempre, sin excepción,
terminamos como el rosario de la aurora.
—El sensato, dice…, el egoísta.
—Perdona que intente mirar por mi felicidad por una vez en la vida —
murmuro—. Tengo que dejarte. Adiós, mamá. Buenas noches. Dale un beso a
papá de mi parte.
—¿Y a tu her…
Corto antes de que pueda seguir hablando.
Esta mujer me agota. Me crispa. Tengo sentimientos encontrados con ella.
La quiero, joder, claro que la quiero, es mi madre. Pero no puedo con todo
ese drama que se ha montado porque no quiere que esté lejos. Nada de lo
que me recrimina tiene sentido.
Sí, cuando estaba en Tortosa intenté siempre ser el hijo ejemplar, escuché
a mis padres, hice lo que ellos me pidieron, trabajé como psicólogo, aunque
no me apetecía hacerlo. ¿Cómo iba a rechazar la oportunidad de trabajar en
el gabinete de Servando, el amigo de mi padre? Servando fue siempre como
un tío para mí, que le tengo cariño, ojo…, aunque después de lo ocurrido y
su reacción, tampoco sé qué decirte al respecto. Lo que está claro es que no
era la vida que yo quería, era la que ellos querían para mí. Mi padre, mi
madre, Servando, todos…
Desde que me vine a vivir a Valencia mi padre no me habla, supongo que
por eso mi madre arma tanto drama alrededor de él, porque quiere que vaya,
que cumpla mi cometido como hijo, que acate sus deseos, que me disculpe
por algo que no debo disculparme. Pero eso no va a suceder. He intentado
explicárselo, pero no logro que lo entienda y, sí, soy psicólogo y la
paciencia es una «asignatura» indispensable para dedicarte a ello, pero con
mi madre no la tengo, no puedo tenerla. Resoplo. La llamaré en un par de
días, ahora me siento mal por haberle cortado el teléfono.
Menudo día llevo, menos mal que mañana tengo programada una jornada
tranquila, solo un entrenamiento antes de almorzar y nada más que hacer.
Pienso en Marti, en toda la tarde que hemos pasado juntos, en lo agotador
que ha sido convencerla para hacer media hora de ejercicio, pero lo
conseguí. Y lo seguiré consiguiendo, ¿qué excusa me pondrá mañana? Pienso
con una sonrisa tonta.
Cuando me levanto veo que Lucía, la única chica que tenía hoy para
entrenar, me ha cancelado la cita porque está enferma. Es muy temprano, no
tengo mucho que hacer y tengo la comida preparada en la nevera, así que
decido dar un paseo y tomarme un café.
Voy hasta la cafetería de siempre, soy un hombre de costumbres, me gusta
ir a los mismos lugares, sentarme en los mismos sitios, tomarme el café
ojeando el periódico. Lo normal. La camarera es un poco rarita, pero está
buena y, en fin, a nadie le amarga un dulce, ¿no?
Entro y veo a Montse detrás de la barra que se acerca rápidamente en
cuanto me acomodo en una mesa, la misma de siempre.
—¡Buenos días, Ángel! ¿Solo, como siempre?
—Espero que te refieras al café, porque si no esa afirmación es
deprimente —bromeo con una sonrisa tímida.
Montse es bonita, pero eso de ligar a mí se me ha olvidado cómo se hacía.
La chica suelta una carcajada y se coloca un mechón de pelo tras la oreja,
se muerde el labio.
—Ya sabes que tenemos el mejor servicio de la ciudad, así que, si quieres
un café solo, en compañía, no hay problema. —Montse se gira antes de que
pueda responder y llama a Julio, que está colocando tazas, para que se haga
cargo—. ¡Julio! —El joven levanta la cabeza de lo que está haciendo—. Dos
cafés, uno solo y otro con azúcar, por favor —le pide.
Julio es un chico joven de unos diecinueve años, muy trabajador y
diligente, que Monste ha puesto a trabajar para ella hace unas semanas.
La cafetería es suya y me gusta el ambiente que hay dentro, por eso
siempre vuelvo. Es bonita, tiene mucha luz, se escucha una música de fondo
suave y muy de mi estilo y el personal es simpático.
Me mira de nuevo con esos ojos oscuros y vuelve a morderse los labios
rojos, sé lo que hace, está coqueteando, es evidente, y yo no puedo negar que
me atrae, otras partes de mi cuerpo tampoco, pues brincan de felicidad.
Le echo un vistazo rápido. Es preciosa, guapísima, tiene un cuerpazo de
infarto, a pesar de haberme confesado en varias ocasiones que no practica
ningún tipo de ejercicio. De hecho, ha hecho mucho hincapié en eso de
«ningún» para que me quede claro que se refiere a en cualquier área de su
vida. Tiene un pecho enorme que casi no le cabe en el uniforme de trabajo
que, como la cafetería es suya, supongo que ha elegido así a propósito. Es
una blusa negra muy ajustada y con el logotipo por un lado, varios botones
abiertos que muestran un amplio escote y lleva una minifalda del mismo
color que enseña unas piernas interminables. Es guapa. Es sexi. Y sonríe
maliciosamente porque sabe que la estoy examinando.
—¿Puedo sentarme? —pregunta al fin, y afirmo.
No tengo nada mejor que hacer, y Montse es agradable, me gusta hablar
con ella, aunque no es para nada el tipo de chica con el que estoy
acostumbrado a tratar, eso también debo reconocerlo, no sabría decirte
exactamente el porqué. Hay algo en ella que me produce cierto rechazo o
igual estoy equivocado y solo es timidez, sea lo que sea, está ahí.
Se sienta frente a mí.
—¿Qué tal tu mañana? —le pregunto.
Intento ser agradable, aunque me siento algo cohibido por la forma en que
me mira. Creo que es la primera vez desde que la conozco, hace un par de
meses, que está tan lanzada conmigo.
Pone su mano en mi brazo y sonríe mucho, lo cierto es que no me termina
de agradar ese contacto tan forzado. Sin embargo, no digo nada ni la aparto.
—Ha hecho un calor terrible. Aquí adentro no se puede ni respirar. Se nos
ha roto el aire acondicionado, ya he llamado a los técnicos, y me han dicho
que hasta la próxima semana no se pueden pasar. Nos vamos a morir de
calor aquí, así que hoy he venido fresquita a trabajar. —Ya. Fresquita…,
medio en bolas, diría yo; pero, oye, que estoy a favor del movimiento
naturista, así que yo, chitón—. ¿Y tú, cielo? ¿Qué tal tu mañana?
—Esta mañana no trabajo, me han cancelado el entrenamiento, así que me
lo tomo con calma. Me apetecía dar un paseo y tomar algo.
—¿Te apetecería…?
Julio nos trae los cafés, y Montse se queda en silencio.
—Gracias, Julio —le digo.
Es un chico timidillo, pero muy agradable, no me importaría que se
sentara a hablar con nosotros, porque hoy ella está más lanzada que de
costumbre y me resulta una chica simpática, sí, pero no sé si ese cambio de
actitud termina de agradarme.
El muchacho carraspea antes de irse cuando pone el café frente a ella.
—¿Qué pasa? —le pregunta Montse con amabilidad.
—Ha llegado Andreu, está en la trastienda.
Aparta la mano de mi brazo y sonríe.
—Gracias, Julio, en seguida voy. —Se me levantan las cejas sin querer
porque le ha cambiado el semblante. Igual es su jefe, aunque ella me ha
dicho en alguna ocasión que es la dueña del local. Tampoco le doy mayor
importancia. Cuando Julio ya se ha marchado sigue hablando—. Oye, Ángel,
he estado pensando en que igual necesito hacer algún tipo de entrenamiento,
algo suave, ¿me entiendes?
—Sí, algo suave —repito.
—Sí, ¿me das tu teléfono y hablamos cuando salga del trabajo?
Asiento, ella me tiende una libretilla que se saca del bolsillo del delantal
y un boli. Anoto mi número. Supongo que sé por dónde van los tiros y estoy
seguro de que no se refiere a nada deportivo, pero… hace tanto tiempo que
no estoy con nadie que casi que me apetece, aunque su forma de ser me
intimide bastante, parece dispuesta a pasar un buen rato, y yo…, yo debería
estar dispuesto también.
Montse se levanta cuando le tiendo la libretilla. Se escuchan pasos que se
acercan desde la trastienda.
—Llámame cuando quieras. —Le guiño un ojo.
Venga, Ángel, ¡muy bien!, no te cuesta nada ponérselo un poco fácil.
—¿Podríamos… —dice y mira hacia atrás para comprobar que nadie nos
escucha—, ¿podríamos entrenar en tu casa? Ya sabes, soy un poco tímida
para matarme a abdominales en la calle.
—Podríamos —respondo.
Montse sonríe y vuelve a la barra.
La observo con curiosidad porque ignoro por qué se porta así, supongo
que para ligar conmigo me ha dicho lo de que la cafetería es suya, y su jefe
está a punto de entrar, si no, no lo entiendo. Sonrío. ¡Menuda mujer rara!
Montse va con diligencia a atender otra mesa y me doy cuenta de que se ha
abrochado un par de botones de la camisa y ha bajado un poco la minifalda,
y que el tal Andreu por fin ha salido de la trastienda. Miro divertido la
situación, el hombre anda arrastrando una carretilla con unas cajas que
coloca por un lado. Cuando Montse llega a la altura de la barra la saluda. No
puedo escuchar lo que le dice desde donde estoy, pero me quedo
completamente alucinado cuando le da un beso en los labios y le sonríe, le
toca con cariño el cabello que ella lleva suelto, supongo que le dice que está
guapa o algo así porque ella sonríe de nuevo y le da otro beso. En cuanto él
se da la vuelta, se le esfuma la sonrisa y mira en mi dirección, y de pronto
me he cabreado.
¿En serio?
¿Esto era necesario?
Odio estas puñeteras cosas. Las odio. Mucho.
Suelto un par de monedas encima de la mesa y, sin mediar palabra,
abandono la cafetería, molesto.
Que es cierto que Montse no me hace tilín, que es atractiva, sexi y tal y
supongo que lograría ponérmela dura, no te digo que no, que no pensaba que
entre nosotros pudiera haber más que un rollete, un polvo o yo qué sé, esas
cosas que se hacen y de las que yo perdí la pista hace muchos años; pero
obviamente nunca pensé en ella como algo serio.
Sin embargo, me ha tocado mucho los huevos. ¿Es su pareja? Estaba
coqueteando conmigo con todo el puñetero morro cuando su marido, novio o
lo que fuera estaba en la trastienda y supongo que es algo habitual o tan
descarado que hasta Julio se dio cuenta por dónde iba.
Me frustro, porque nunca voy a entender al ser humano y me frustro más
aún cuando pienso que me encantaba esa cafetería y que ya no pienso volver
por allí. Que cada uno sea feliz como quiera, como pueda, como le dejen;
pero, para estas cosas, conmigo que no cuenten.
7. Así soy yo… Todo glamur
Martina
Me despierto con el sonido de mis tripas o eso pienso en un principio,
porque lo cierto es que escucho unas risas, unas risas infantiles. Tardo unos
minutos en recordar que tengo en casa a los niños de mi amiga —o examiga,
aún me lo estoy pensando: contrata a un demonio okupa más pesado que una
vaca en brazos para que me torture durante un año, me suelta a sus hijos y se
pira a otra ciudad… Mal, Carol, mal—. No paran de cotorrear. Supongo que
tengo que llevarlos al colegio, sí, sería lo normal y de pronto me pego con la
mano en la frente y me doy cuenta de que no me puse el despertador. ¡Ostras,
menudo desastre!
Miro la hora, son las nueve menos diez.
Me levanto de un brinco, me he desperezado del golpe.
—Por fin te levantas, se nos va a hacer tarde.
Protesta Óliver ya vestido, tirado en el sofá con la cabeza metida en el
móvil tecleando sin parar, ¿con quién diantres habla un niño de doce años a
estas horas intempestivas? Ya me plantearé más tarde este tipo de cuestiones,
ahora tengo que correr.
—Ya os vale, me podríais haber despertado. ¡Menudo desastre! No
llegamos, no llegamos. ¡Vamooooos! —grito mientras me coloco las
primeras deportivas que pillo en el zapatero.
—Tía Marti, estoy en pijama. —Ruimán me mira con los ojos como
platos.
—Pero ¿qué haces así todavía? ¡Madre de Dios!
Lo ayudo a vestirse rápidamente, hoy no hay tiempo de peinarse ni de
lavarse los dientes, lo arrastro de la mano.
—¡Vamos! ¡Vamos! Óliver coge tu mochila, venga, vamos que llegamos
tarde.
—¡Tía Marti! Si no he desayunado.
¡Niño del demonio! Madre del amor hermoso, corro hasta la cocina, abro
y cierro muebles, y Ángel, mi demonio particular, ha vaciado toda la
despensa de posible comida rápida. Alcanzo unos plátanos y le doy uno a
Ruimán, otro a Óliver y meto uno más en cada mochila.
—Venga, hoy desayunáis fruta, que es muy sano.
Las dos pequeñas bestias protestan mientras los arrastro por la puerta. Me
pongo una sudadera encima del pijama pues no me da tiempo a cambiarme.
Como es lógico, se nos hace tarde, a las nueve y veinte he llegado. He
cogido todos los puñeteros semáforos en rojo hasta el colegio, mejor
hubiéramos ido caminando, la verdad. Pero es lo que hay. Cuando llegamos
la puerta está cerrada, así que no me queda otra opción que dar vueltas para
buscar aparcamiento, cosa imposible a esa hora de un día laboral, así que
rezo lo que no está escrito para que no se lleve la grúa mi coche mientras lo
dejo en una zona amarilla.
Óliver está histérico porque tiene el examen y no recuerda si era a
primera hora, Ruimán no para de decirme que, total, para entrar media hora
tarde al cole y que le castiguen mejor se queda en casa jugando a la Nintendo
y los dos me tienen de los nervios.
Entro con ellos al colegio y paso a la Secretaría con mi pantalón corto de
pijama de nubecitas verdes y mi sudadera violeta…, lo sé, esto es una
pérdida de glamur total, mi jefa podría echarme a la calle si me viera de esta
guisa, ni siquiera me he mirado al espejo, no sé qué aspecto tendrá mi pelo o
mi cara; pero supongo que muy bueno no debe de ser porque cuando entro en
la Secretaría del centro la señora que está tras el mostrador me mira como si
se le hubiera aparecido un zombi de The Walking Dead que ha raptado a dos
niños.
—Óliver, Ruimán, ¿qué os ha pasado hoy? —pregunta.
Me mira de arriba abajo, y suelto a los niños, no vaya a pensar que me los
voy a comer y me dispare con un dardo tranquilizante o algo. Estoy segura de
que en los colegios tienen de eso.
—Mi madre está de viaje —explica Óliver—, y mi tía Martina ha
olvidado que tenía que traernos al colegio.
—¡Qué dices, niño! —le reprendo—. No lo olvidé, pero… Vamos,
imagínese qué jaleo, yo, que no estoy acostumbrada a tener niños en casa,
y…
—Se quedó dormida —sentencia con cara de circunstancias la mujer.
—Sí.
¿Para qué darle más vueltas? Al final lo único que voy a conseguir es que
lleguen más tarde a clase los niños.
—Vale, no se preocupe, rellene este documento y firme aquí. —Me tiende
un papel.
—¿Tendré que hablar con la tutora de Óliver? Creo que tenía un examen a
primera hora.
La mujer alza una ceja con expresión divertida, eso va a ser que sí, ya
verás.
En fin, te lo he dicho, un sí en toda regla. La veo contener la sonrisa y con
todo su morro me acompaña al aula de Óliver. Le pide a la profesora que
salga, la cual me mira de la misma forma que lo había hecho antes la de la
Secretaría, y soy sincera, esperaba contarle toda mi vida, en plan, es que
trabajo de noche y no estoy acostumbrada a madrugar y tal, pero, vamos, que
me ha interrumpido para decirme que no me preocupe, que Óliver nunca
llega tarde y que es un niño muy bueno y aplicado, el examen había dado
comienzo a las nueve, pero que no hay problema. ¡Ay, mi niño! ¡Qué
orgullosa estoy de él! Es un hacha, seguro que aprueba.
Y así, feliz como una perdiz, me dirijo de nuevo a mi coche. Voy pensando
en mis cosas por el camino y me detengo a observar a un portento que se ha
parado al lado de mi vehículo. Dios, ¡está buenísimo! Ese hombre debe de
medir al menos dos metros y su espalda es el doble que la mía. Un morenazo
de campeonato con ojos oscuros… ¡Ostras! Va uniformado. ¡Ostras! Me está
poniendo una multa. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
—¡Agente! Disculpe, señor agente, no me multe, por favor. He venido a
traer a mis sobrinos al cole, me he quedado dormida y he llegado tarde y,
mire usted, es que el mayor tenía un examen y tuve que entrar con él porque
ya sabe cómo son los profesores y, el pobre, ha estudiado un montón.
El hombre me mira de arriba abajo, y yo suelto mi perorata sin respirar,
cierro los ojos fuerte, como esperando el golpe. Me va a caer una multa sí o
sí.
—¿Martina? —Escucho, abro los ojos, ¿por qué sabe mi nombre?
—Eeeee. —Intento arrancar, te lo prometo, pero me he quedado fuera de
juego.
El policía me sonríe. ¡Qué sonrisa! ¡Bragas volatilizadas! Y… ¡por fin
veo la luz! Sonrío de forma falsa, porque si no lo recuerdas estoy en pijama,
con una combinación de lo más ridícula, sin peinar ni me he lavado la cara.
Viene a mi cabeza vagamente una conversación.
—Soy policía local, morena. —Sonrisa, sonrisa, sonrisa…, sorbo a su
copa.
—Está bien saberlo, «moreno» —recalco—, si necesito que me quiten una
multa, te llamaré.
—¡Hecho! Apunta mi número.
Agito la cabeza volviendo a la realidad.
—¿Diego? —Asiente—. ¡Ostras, Diego! No te reconocí.
—Lo cierto es que no sé cómo te he reconocido yo a ti.
—Ya. —Miro hacia abajo mientras los colores suben a mi cara—. Es una
larga historia.
—Te quedaste dormida —sentencia.
—Básicamente.
No sé ni dónde meterme de la vergüenza que siento en este momento.
¿Dónde queda mi glamur? Y encima estoy aquí, parada, en mitad de una
calle muy transitada, la gente se me queda mirando raro. ¿Me podría tragar
la tierra ya, por favor?
—Pues no era tan larga —se burla, se está cachondeando de mí el tío, se
ríe.
—¿Me vas a multar? —Pongo un puchero considerable que me da pena
hasta a mí.
—Pues, ya la he puesto y tengo que tramitarla. —¿Y si lloro? Vamos,
Marti, unas lagrimitas para el amigo Diego que el fin de semana bien que
vaciló contigo con el hecho de ser policía. Fuerzo los párpados para no
cerrarlos y cuando me empiezan a escocer los ojos continúa hablando—. Si
me dejas que te invite a un café te quito la multa.
Mis ojos se abren como platos, está bromeando, ¿no? No puedo hablar,
me he quedado sin palabras, Diego sigue riendo, espero a que rectifique o
me diga que en otro momento. Claro, en otro momento le diría que sí.
Moreno, café, risas, lengua y… ¿esposas? ¡Calor, calor, calor! Céntrate,
Marti, deja de pensar guarradas que está esperando a que contestes.
—¿En pijama? —pregunto horrorizada.
—A mí no me importa. —Se encoge de hombros.
¡Claro! No me jodas, la que hace el ridículo del siglo soy yo, no él.
Asiento, ¿qué otra cosa puedo hacer? Me dice que deje el coche ahí y
coloca la multa en el limpiaparabrisas, para que no venga otro compañero
suyo y repita la operación. Me da que es más para recordarme que, si no le
sigo el rollo, me la como sí o sí. Como venga una grúa y se lleve el coche,
muero, muero de verdad. Insiste en que no me preocupe, su moto está
aparcada justo detrás, no pasará nada. Así que al final lo sigo y entramos en
una cafetería que hay justo al lado.
La mañana se me ha hecho larga, que Diego está bueno un rato y tiene un
polvo, pero el tema conversación no es lo suyo. ¡Menudo aburrimiento de
hombre! Yo aguanto el tipo pensando en la multa enganchada al
limpiaparabrisas de mi coche. Menos mal que está buenísimo y cuando me
cuenta los ocho mil chistes malos que se le ocurren, así de primeras, yo me
recreo en sus bíceps, tríceps, cuádriceps y todo lo que acabe en «ceps» con
una sonrisa perenne.
Al final se apiada de mí y me deja marchar un par de horas más tarde y al
fin puedo ir a casa a darme una ducha y a cambiarme de ropa. Cuando estoy
terminando de vestirme suena el teléfono.
—¡Carol! Carol, por Dios, ¿cuánto queda para que regreses? Muero,
amiga, muero.
—Exagerada. —Ríe.
—Carolina del Toboso, te odio —suelto con rencor.
—¿Cómo están las fieras? ¿Iba muy nervioso Óliver esta mañana para el
examen? Se pone hecho un manojo de nervios, seguro que fue repasando
todo el camino en el coche y te volvió loca —dice sin respirar.
—¿Eh? No, no…, súper bien. Lo tenía todo controlado.
—Bien, me alegro. Hoy no tienen actividades extraescolares, el profesor
de inglés está de viaje estos días.
—Vale. —Sigue hablando cosas de madre de las que desconecto sobre
cepillarse bien los dientes y lavarse tras las orejas. ¡Qué pesada! ¡Qué
controladora! Qué pena más grande que en nuestra época universitaria no
hubiera tenido móvil con cámara para grabarla potando hasta la primera
papilla con el cabello amarrado con las bragas para no ensuciárselo de
vómito (sin comentarios). Hubiera sido un buen método para hacerle
chantaje y evitar estas torturas—. ¿Qué tal por ahí?
—Buf. —Suelta un quejido—. Nunca me he llevado demasiado bien con
la familia de Dani. Me ha tocado pelear. Menos mal que me he traído a un
buen abogado del bufete que me está ayudando. Solo quiero lo que es de mis
hijos y ya está. Me cuesta mucho volver aquí sin él, es duro.
—Lo sé, cielo, pero eres fuerte y te toca seguir adelante, él lo querría así.
Dani murió, como es evidente, hace ya dos años. Iba en su moto de camino
al trabajo un día lluvioso y se lo llevó por delante un coche que venía como
loco y no lo vio. Murió en el acto y fue un golpe muy, muy jodido. No quiero
ni acordarme.
Después de eso, Carolina decidió volver a Valencia, mediante unos
contactos de su madre comenzó a trabajar en un bufete de abogados. En
Sevilla vivían muy bien, trabajaba con Dani, tenía su propio despacho, una
pedazo de casa preciosa y todas las comodidades habidas y por haber; pero
allí no le quedaba nada que no fuese material, pues no tenía buena relación
con su familia política.
En un principio se vino a casa de sus padres, sin embargo, desde que supo
que había quedado un piso libre en mi edificio no dudó en mudarse, desde
entonces, vive a mi lado. Parecemos hermanas, nos queremos a rabiar y
peleamos a todas horas, pero no podemos vivir la una sin la otra. Es lo
mejor que me ha pasado jamás en la vida, y la querría aún más, si no fuera
por esa manía suya de traer niños al mundo y endosármelos cada vez que
tiene que irse.
—Bueno, lo único que quiero es terminar aquí cuanto antes y volver a
casa. Este viernes te acompaño al trabajo, y tú y yo nos tomamos un Puerto
de Indias juntas. —Lo bueno de que una parte de mi trabajo consista en estar
guapa y salir de fiesta es que te puedes llevar a tus amigas y a quien te dé la
gana.
—Uf, no me hables de alcohol.
—Ya, ya comprobé el deplorable estado en el que te encontrabas ayer por
la mañana —se mofa.
—Porque no me viste hoy —refunfuño por lo bajini.
—¡¿Cómo?! —Ostras, se me ha escapado en alto—. ¡Martina Lorente
Nadal!
—No estoy borracha ni de resaca, no empieces ahora a echarme el sermón
que tengo mil cosas que hacer, bonita. Es muy largo de contar, ya te explicaré
con calma.
—Te quedaste dormida —afirma con un gruñido y parece que puedo verla
con sus ojos azul cielo rasgados a más no poder, las cejas enfurruñadas, las
mejillas rojas y los brazos cruzados.
¡Madre del amor hermoso! ¿Qué le pasa a todo el mundo? ¿Me leen la
mente o qué?
—Básicamente —murmuro arrepentida—, pero, no te agobies, que la
profesora de Óliver me ha dicho que le iba a dejar hacer el examen, que no
pasaba nada.
—Ya hablaremos tú y yo.
Escucho una voz de hombre susurrando de fondo y doy un respingo:
—Carol, me voy a la ducha, ¿te espero?
Mi amiga tapa el auricular. ¡Ha tapado el auricular! ¡A mí! ¡A su mejor
amiga del alma le está tapando el auricular para que no me entere de la
conversación! ¡Ah, no, no, no! ¡De eso nada!
—¡Carolina del Toboso! ¿Quién, cómo, dónde y cuándo? No te habrás ido
de borrachera y te has llevado al hotel a cualquiera, que yo entiendo que la
situación es tensa y te quieres relajar…, pero ¡joder! ¿Cómo se te ocurre?
—Per…
—No, no, no puede ser, Carol, ¡no! —la interrumpo—. Habrás usado
precaución, ¿verdad? Ay, Dios, como vengas embarazada de Sevilla me
mudo, te juro que me mudo. Me mudo de piso, de ciudad y de país.
—¡Calla, histérica! Es mi compañero del bufete, no pasa nada, ya te
contaré. Tengo que dejarte, adiós.
Y me cuelga… ¡La muy zorrasca del infierno me cuelga! No me lo puedo
creer. Ya hablaremos, ya.
MARTINA:
¡Zorrasca! Con pelos y señales, este viernes no te libras.
CAROLINA:
Calla, perra del infierno.
Si se cree que se va a ir de rositas lo tiene claro. Suelto el móvil y me tiro
para atrás en la cama, tengo que ponerme a preparar la entrada del blog,
pero necesito relajarme dos minutos.
Cuando Maca se enteró de que estudié Periodismo y que lo de escribir se
me da más o menos bien, se le ocurrió la idea de que un par de veces a la
semana actualizara el blog de Belle Extreme con recomendaciones de
nuestros patrocinadores, informando de las últimas novedades que han
entrado en la tienda, con fotos y demás que Luka me hace. Luka es un italiano
escultural que se ha ligado mi jefa, debe de tener como quince años menos
que ella y está para hacerle un barrido de arriba abajo lengua incluida. Es
muy buen chico, me parece súper sensual todo en él; la forma de hablar, de
sonreír, de caminar, de pestañear, de respirar, de vivir…, que está para
mojar pan, vamos. Es simpático, aunque un poco tímido, pero cuando está
tras el objetivo siempre me dice cosas bonitas, me lanza unos piropos de la
leche, supongo que con la intención de que sonría de forma natural, tendría
que quedar con él esta semana para las fotos nuevas, luego tengo que
llamarlo.
Mi móvil vuelve a sonar sacándome de mi letargo. A ver qué otro insulto
se le ha ocurrido a Carol ahora.
DIEGO:
Multa quitada, bella. Me debes una copa.
MARTINA:
Gracias, moreno. Eso está hecho, la próxima te invito a un gin-tonic.
JUANJO:
¡Hola! Bien, no he parado desde las siete de la mañana. María José me tiene de reformas,
aprovechando que hoy libro en el curro, y todavía no son las diez y media y ya me estoy
arrastrando.
ÁNGEL:
¿De reformas? ¿Por qué no esperas a las vacaciones? ¡Qué prisas! Esta mujer.
JUANJO:
Ya sabes cómo es.
ÁNGEL:
¿Y qué estás reformando?
JUANJO:
La habitación del bebé.
ÁNGEL:
¿¡Cómo!? ¿Qué bebé?
JUANJO:
Vamos a ser padres.
ÁNGEL:
¡Hostia, Juanjo! ¡Felicidades! Eso tenemos que celebrarlo.
JUANJO:
Gracias, amigo… Me hubiera gustado contártelo en persona, pero no puedo viajar a
Valencia si la loca hormonada de mi señora, respetada y adorada esposa (se acaba de asomar a
mi móvil, dice que hola y que esta noche duermo en el sofá, eso también) me obliga a pintar la
habitación de un bebé al que le quedan como mínimo entre siete u ocho meses por nacer.
Me río de nuevo con las cosas de mi amigo. Estoy feliz por ellos, de
verdad. Realmente no estamos tan lejos, a dos horas de coche, pero no me
planteo ir a Tortosa, no en este momento. Más adelante ya veremos.
Escucho el móvil de nuevo y me saca de mi letargo, me he quedado
traspuesto pensando en mis cosas un rato.
JUANJO:
¿Y tú qué tal? ¿Ligue al canto?
ÁNGEL:
Nada. Cero.
JUANJO:
¿En serio? Ángel, ¿cuánto llevas sin quedar con una chica?
ÁNGEL:
No he quedado con ninguna chica desde que vivo aquí.
JUANJO:
¡La leche! ¡Un Tinder! ¡Ya!
Me río.
Están locos.
Hacen una pareja increíble y ahora van a ser padres.
ÁNGEL:
Felicidades de nuevo, queda pendiente una celebración. Un beso para María José y otro
para ti.
ÁNGEL:
Sé dónde vives.
9. La peor madre postiza del universo
Martina
Hacía un mes que no veía a Emma, está pasando un período de arresto
domiciliario voluntario. Es decir, se está preparando unas oposiciones al
tiempo que echa horas sin ton ni son en el restaurante de sus suegros. Así que
te puedes imaginar, nos sentamos en la cafetería; bollo va, bollo viene, un
café, luego dos…, tres no nos harán daño y paliqueamos hasta que nos duele
la mandíbula de tanto moverla.
—¿Qué tal los entrenamientos? Qué suerte tienes, yo no tengo tiempo de
moverme y me estoy oxidando, parezco una señora de la tercera edad cada
vez que me siento y me levanto.
—Suerte, dices. No me hables, no me hables. ¡Qué tío más pesado!
—¡Y qué bueno está!
Emma babea, la dejo, porque su marido es una bellísima persona y la
cuida como a una reina, pero es feo, feo… que duele al mirarlo y calvo, muy
trabajador, oye…, pero no hay por dónde cogerlo. Si mi amiga pudiera
escuchar mis pensamientos me rajaría, seguro.
—Buenísimo, eso sí.
Le relato con pelos y señales el desastre de mi día anterior, también le
cuento que Carol nos está ocultando algo que pienso sonsacarle el viernes
por la noche y después de rogar, suplicar, mirar la hora que se me hace tarde
para recoger a los niños en el cole y seguir rogando; por fin logro
convencerla de que una salida de un par de horas, una copa y menear un
poco las caderas no le va a sentar mal, despejarse es indispensable para
rendir en los estudios.
Tengo un poder de convicción que no me lo creo ni yo, con razón he
terminado como comercial, porque al final mi trabajo no es otro que ese,
vender, y tengo labia, se me da bien hablar. Mi madre siempre me dice: «Si
te pagaran por hablar, serías rica» y, sí, ahora me pagan por hablar, aunque
no soy rica, aún no, todo se andará.
Una vez acepta, llamamos a Eve con el manos libres y, después de
decirnos muchas burradas y reírnos como locas las tres, le pedimos que se
apunte; pero, la muy perra, nos da largas. Tiene algún compromiso con
Nataniel. Es una pena, porque Eve es el tabasco de nuestra piña de amigas.
La más picantona, nos reímos con ella lo que no está escrito porque no tiene
pelos en la lengua para hablar claramente de sexo —de sexo ni de cualquier
otra cosa—.
A las tres menos cuarto salgo corriendo camino al colegio, paso del
coche, ya tuve bastante con la multa de esta mañana y el mal rato, así que
camino deprisa y me sorprendo pensando que estoy quemando demasiadas
calorías. No, si al final seré una obsesiva de esas del peso que controlan
hasta la última caloría que ingieren. ¡Hay que joderse! Con mis noventa y
cuatro kilos y mis treinta y cuatro años que esté yo así. Temo que Maca, en
cualquier momento, me ponga un reloj de esos que controla dónde estás y
cuánto caminas, porque más de una colleja me llevaría, seguro.
Llegando al colegio suena un mensaje en mi móvil.
ÁNGEL:
Sé dónde vives.
MARTINA:
Ese mensaje suena a amenaza y puedo presentarlo a la Guardia Civil como prueba para que
te pongan una orden de alejamiento.
ÁNGEL:
Le diré a mi abogado que presente la factura de los entrenamientos por un año y la analítica
de tu médico, será suficiente. Paso luego, sobre las cuatro, y te marco unos ejercicios para que
hagas en casa porque supongo que sigues con los niños.
MARTINA:
Vale, sí, ok.
¡Lo que tú digas, pesado! Eso me lo guardo para mí, bloqueo la pantalla
del teléfono y lo tiro dentro de mi bolso antes de recoger a las criaturas que
tardan un siglo en salir.
Primero sale Ruimán y se pone a revolotear a mi alrededor contándome no
sé qué que le ha pasado a un niño de su clase en la hora del recreo.
Desconecto, porque me queda mucha tarde con él y me va a volver loca,
terminaré con dolor de cabeza asegurado.
Óliver tarda casi quince minutos en salir y no puede disimular la sonrisa.
Estaba enfadada de tanto esperarlo, pero después de ver su cara me olvido
de todo. ¡Seguro que ha aprobado el examen!
—¡Óliver! ¡Cuchiflusquiiiii! ¡Vamos, amor! —grito mientras doy saltitos y
palmas deseando que llegue y me diga que ha sacado un diez para
restregárselo a mi amiga por la cara. ¡Ja!
—Martina, por Dios, me das vergüenza ajena, deja de dar saltos que eres
peor que Ruimán —suelta el preadolescente. ¡Zasca!
Me detengo, me pongo seria y carraspeo, escucho las risitas de unos niños
que caminan junto a Óliver, y a este se le borra la sonrisa y pone los ojos en
blanco. Ups, acabo de avergonzar a un crío preadolescente en la puerta del
colegio delante de sus amigos… ¡Que se aguante!
—¿Te han dado la nota del examen? —pregunto esta vez con semblante
serio, como un adulto normal.
—No.
—¿Y por qué estás tan contento?
—¡Se ha besado con su novia! Por eso ha tardado tanto.
Ruimán se lleva una pedazo de colleja que se desplaza medio metro, llora,
moquea, el otro se enfada y sigue refunfuñando que lo estamos avergonzando.
¡Jodida maternidad obligada! ¿Os he dicho ya que odio a los niños?
—Venga, vamos. Solo me queda un día de tortura. ¡Dios! ¡Qué pesadilla!
¿Os apetece merendar pizza?
—¡Sí! —gritan los dos al unísono, y parece que oigo a mi demonio
particular gritarme que los niños acaban de comer no hace ni una hora y que
soy la peor madre postiza del universo. ¡Se siente!
Justo en la Avinguda de Peris i Valero, a un par de calles, hay un local de
pizzas americanas, de esas a las que le ponen mucha masa, mucha salsa
barbacoa, mucho queso… Vamos, lo que necesito ahora mismo. Hace mucho
tiempo que no voy, así que me apetece un montón y, de paso, le daré
esquinazo un buen rato a Ángel.
Ángel, mi entrenador personal.
Ángel, mi demonio particular.
Ángel, my demonic personal training.
¡Buf! Como Bitelchus, igualito. Ha sido nombrarlo tres veces y aparecer.
Estoy comiendo con los niños tranquilamente mientras Ruimán no calla, y
Óliver no suelta prenda de nada, degustando mi segundo refresco con la
tercera porción de pizza que, ¡madre mía!, está buenísima y he notado que un
ser se ha parado frente a la puerta, proyectando una sombra en el suelo a la
que no presto atención. De pronto, los pelos de la nuca se me han puesto
como escarpias y, cuando veo a los niños abrir los ojos como platos
mientras miran en dirección al «ser terrorífico», me giro y, ¡puf!, allí está,
con los brazos en jarras y el ceño fruncido; Ángel.
—Ey, demonio, ¿qué tal? —No puedo hacer otra cosa que disimular.
—Son casi las cuatro, iba camino a tu casa.
—¿Cómo me has encontrado? ¿Me pusiste un chip como a los perros, y no
me he enterado?
—Vivo en este edificio, acabo de salir del portal, tengo mi bicicleta aquí
mismo aparcada. —Me señala el artefacto de dos ruedas apostado junto a
una farola—. Y, al ir a quitar la cadena, he creído oír tu voz. He mirado
hacia dentro y me ha parecido verte. ¡Y debo de estar soñando! Dime que
esto es un jodido espejismo y que no has echado por tierra el esfuerzo que
hice ayer al limpiar tu despensa de basura.
—¿Quieres una Coca-Cola? —pregunto tranquilamente, Ángel me fulmina
con la mirada con esos ojos azules que al rasgarse parece que quieran
traspasarme—. ¿Zero? ¿Light? ¿Agua? Bah, paso de ti.
Se sienta con nosotros, obvio, si iba hacia mi casa, y yo no estoy allí, se
va a quedar haciendo guardia. Se me han quitado las ganas de comer más, y
los niños hace rato que no prueban bocado, así que enfilamos el camino de
vuelta.
Óliver y Ángel no paran de hablar, está visto que entre los demonios se
entienden, porque llevo casi una hora con los niños y no he podido
arrancarle más que noes y síes.
—¿Puedo ir a casa? Tengo que estudiar y no me puedo concentrar si este
enano no se calla la boca.
—¿Necesitas que Ángel te ayude? —Intento endosárselo, pero Óliver
niega con la cabeza.
Ruimán está enfurruñado y empieza a protestar porque no entiende por qué
su hermano se mete con él, hijo, es que no calla, no calla nunca.
Al final acepto y le abro la puerta del piso a Óliver, lo entiendo, está más
cómodo en su entorno y en silencio, y yo estoy en la puerta de al lado, no le
va a pasar nada.
Después de convencer a Ruimán de que tiene que estar un rato callado, sin
Nintendo y sin ver la tele porque tiene que hacer los deberes, me enfrento a
Ángel. No entiendo cómo alguien vestido con unas deportivas, un pantalón
corto y una camiseta de lo más simple está tan tremendamente sexi. Si yo me
pusiera esa ropa parecería… parecería de todo menos deportista y, menos
aún, sexi.
Babeo, babeo, babeo…, y creo que Ángel algo nota, porque levanta una
ceja, socarrón, y sonríe de medio lado.
—Pensaba que no te gustaba.
—No me gustas, engreído.
—¿Cómo dijiste? ¿Mono?
—Jum…, sí…, mono —contesto con desgana quitándole importancia al
hecho de que mis bragas están a punto de desaparecer por combustión
espontánea.
Ángel se acerca sosteniéndome la mirada, trago fuerte, piel de gallina,
calor. Esos labios, qué ganas de probarlos, ¡madre mía! ¡Maldito demonio!
—Odio a los mentirosos —murmura Ángel.
—No se dice odio, se dice cucaracha —suelta Ruimán, que está haciendo
los deberes a dos metros. Ese crío tiene un radar o algo, no sé cómo ha sido
capaz de escuchar lo que me ha dicho, si casi no lo he oído ni yo.
—¿Cucaracha? —me pregunta con una mirada entre extraña y divertida.
—Cucaracha… —afirmo sin decir nada más.
No puedo hablar, cada vez está más cerca. Apenas nos separan unos cinco
centímetros, puedo notar el calor que desprende su piel, puedo oler su
perfume, cierro los ojos y me deleito, sintiendo un poco de mareo, porque
me estoy conteniendo, más que nada porque sé que lo hace para molestarme.
—Y, dime, Martina —murmulla acercando sus labios a los míos—.
¿Sigues pensando que no soy tu tipo?
Trago con fuerza, me da vergüenza abrir la boca por si puede oír mi
corazón pegando golpetazos contra mi pecho, porque yo no escucho otra
cosa que eso. Pum-pum-pum.
—Te… te… te… —tartamudeo, ¡Dios, Marti!, recomponte—. Te
cucaracha con todo mi ser.
Sonrío.
Se acerca. Cuatro centímetros. Tres centímetros.
—¿Seguro? —susurra.
Dos centímetros. Muevo la cabeza afirmativamente, no con demasiado
brío porque no quiero darle. Me muerdo el labio, me clavo las uñas en las
piernas para obligarme a no llevar mis manos a su cuerpo. «Te está
vacilando, Martina, no caigas».
Sonríe con malicia. Se muerde el labio inferior. ¡Fuego! ¡Calor! Pupilas
dilatadas. ¿En serio? Se le han dilatado las pupilas.
Un centímetro. Entreabro la boca esperándolo, aceptándolo al fin.
Medio centímetro. Paso la lengua por mis labios, me arde, me arde la
saliva, la boca, la piel, las manos, el pecho y mis partes más íntimas,
tiemblo.
—Bueno, pues qué pena. —Y se separa, se va, se aleja de mí.
¡Capullo! ¡Cerdo! ¡Asqueroso! ¡Eso es jugar sucio! ¡Recomponte! No le
muestres que te has quedado a cuadros.
Sonrío —falsamente, y lo sabe, porque él lo hace más ampliamente— y
me encojo de hombros.
—Tú te lo pierdes, rubito.
Ángel se parte de risa; Ruimán, no sé por qué diantres, también se ríe, y
yo intento seguirles el juego, sonreír, reír, articular palabra, moverme, no
parecer lela en mitad del salón con la piel ardiendo, los pezones erizados —
gracias, señor diseñador de los sujetadores con relleno por hacer que no sea
tan descarado mi hundimiento como el Titanic—. No quiero ni contarte cómo
está mi sexo en este momento, parece un tablao flamenco, me late todo.
Carraspeo.
Muevo el dedo meñique de la mano derecha, vale, soy capaz. Respiro con
normalidad. Vale. Y me muevo al fin, sonrío. ¡Bien, Marti! Casi has sabido
disimular y, cuando estoy a punto de abrir la boca para soltar improperios y
echar al petardo ese de mi casa, mi edificio y, a poder ser, de mi barrio —
cosa que dudo que consiga porque es el mismo que el suyo—; suena el
timbre de casa.
10. El italianini de las narices
Ángel
¡Hostias! ¡Hostias! ¡Hostias! Si lo que no consiga Martina no lo consigue
nadie, he estado a punto de perder el control. ¡Madre de Dios! ¿Y por qué
con ella si es que la tengo al filo del odio? Creo que no conozco a otra
persona que me saque tanto de mis casillas como ella, que me enfade como
ella, que me exaspere como ella… y que me la ponga dura como ella, eso
también lo tengo que reconocer; pero entre tú y yo, a ella no le pienso decir
ni «mu».
No era… ¿mono? Pues toma monería, nena.
Tengo el corazón a mil por hora, pero disimulo con una sonrisa chulesca,
porque, Martina, bonita; para chula tú, chulo yo. Y punto.
¿Cómo es posible que huela tan condenadamente bien? ¿Por qué me he
tenido que contener tanto para no acariciarle el cabello y devorarla? ¡Bah!
Paso de pensar más en todo esto, solo hay una explicación posible:
necesidad. Es lo que hay, demasiado tiempo sin tocar piel ajena, es así y,
vale, ella no es una opción, pero soy humano, necesito un poco de diversión.
¡No se va a divertir solo ella!
¿De qué se reirá el chiquillo lorito este? Parecen familia de sangre de
verdad, porque el pobre está medio pirado. Lo miro, y ha dejado de escribir,
me mira fijamente con el lápiz entre las manos, algo está maquinando, pero
vete a saber. Lo de los críos no lo controlo, la verdad.
Acaba de sonar el timbre, reconozco que me ha venido bien para
disimular, porque no entiendo cómo Martina no se ha dado cuenta de mi más
que evidente erección, eso es porque tiene menos vergüenza que yo y me
miraba a los ojos que, oye, ella tiene unos ojos oscuros que quitan el sentido,
pero prefiero mirar esos dos pezones que no paran de señalarme, como si me
llamaran. Igual ella cree que no se nota. Pues sí, se nota y me encanta.
¡Joder! ¡Me muero de ganas de arrastrarla hasta la cama en este momento!
«Ángel, colega, qué mal llevas el celibato».
Quizás es hora de que admita que, por mucho que me niegue a
reconocerlo, Martina me hace tilín, que, ¡la leche!, jamás en la vida me había
atraído nadie como ella. Si es que… solo tengo que mirar para atrás, ver mi
pasado, ver quién era hace un año y pensar, ¿en serio, Ángel?
También reconozco que, de todas mis clientas, Martina es la más
diferente; no tiene un cuerpo perfecto y su personalidad es bastante
surrealista, pero hay algo en ella que me llama y me produce rechazo a
partes iguales. Quien lo entienda que me lo explique.
¿Y este ahora quién cojones es? Veo entrar a un chico de unos veintitantos
que, ¡joder!, se ha dado cuenta, tanto como yo, de los pezones en punta de
Marti y la mira desconcertado, se le ha secado la boca, se le nota.
El chico mira en mi dirección, luego mira a Ruimán y vuelve a observarla
a ella. Está flipando. ¿Esta mujer no habrá organizado una cita para librarse
del entrenamiento y endosarme a los niños? No me extrañaría un pelo.
Pues hasta ahora no había pensado en la posibilidad de que Martina
tuviera novio o estuviera liada con alguien. Pero el puto guaperas este quién
se cree que es, espero que se vaya por donde ha venido porque tengo mucha
tarde y mucho juego por delante y que trabajar…, eso también tengo.
—Di… di… disculpa, me ha mandado Maca porque hoy hay que subir
fotos nuevas a las redes sociales, sí o sí.
¿Eh? No entiendo nada, no entiendo absolutamente nada.
Me vibra el móvil en el bolsillo trasero del pantalón.
VÍCTOR:
Tenemos que hablar.
Esa maldita frase otra vez. ¿Otra vez? ¡Joder! ¡Otra vez! Esto es una puta
pesadilla que no acaba nunca. Salgo del mensaje sin contestar y abro el
grupo de las chicas.
ÁNGEL:
Niñato de pelo largo y moreno con pinta de guaperas entrometido acaba de entrar en casa
de Marti. Habla raro y me mira flipando. ¿Es una nueva estratagema para librarse del
entrenamiento?
EMMA:
Luka.
EVE:
El italiano que está para mojar pan, para ser más exactas.
Vale, pues esto no me aclara nada.
11. ¿Nunca has visto a una chica semidesnuda?
Martina
Cuando veo que Ruimán se levanta, ni me muevo, supongo que es Óliver
para coger algo que se le haya quedado, pero no, en la puerta de mi casa está
Luka, el italiano, el ligue del momento de mi jefa, Maca. Me mira de forma
desorbitada, luego a Ángel y por último a Ruimán.
—Di… di… disculpa, me ha mandado Maca porque hoy hay que subir
fotos nuevas a las redes sociales, sí o sí. —Supongo que repite su frase tal
cual porque eso me suena mucho a ella.
—No te preocupes, pasa. —Se mete en casa y mira otra vez a Ángel, no
hay que ser muy avispado para saber que está avergonzado, no esperaba
encontrar tanta gente en mi casa. Arrastra una pequeña maleta de mano,
donde supongo que lleva las prendas que me debo poner para la sesión—.
¿Te importa que hagamos las fotos en mi casa? Hoy tengo un poco de jaleo,
esta mañana he pensado en llamarte, pero luego se me ha pasado totalmente
—le pido. Escucho un molesto ruido que ignoro—. Mi salón es bastante
luminoso, mi dormitorio igual y, si traes alguna prenda íntima —continúo a
pesar del incesante carraspeo que Ángel hace a mi espalda que me está
sacando de quicio—, si lo crees necesario mi baño es bonito, grande y
luminoso, alguna foto chula se podrá hacer. Ángel, este es Luka, un
compañero de trabajo —digo antes de que se deje la garganta—. Y, Luka,
este es… este es un puñetero demonio okupa que no se quiere ir de mi casa.
Ambos abren los ojos como platos.
A Ángel se le suben los colores.
Luka está la mar de incómodo, a lo mejor se piensa que es mi exmarido,
controlador y celoso, que me ha dejado por estar tan condenadamente sexi
desde que trabajo en Belle Extreme. ¡Vale! ¡Deja de reírte! Ya sé que no me
lo creo ni yo, pero no le puedo decir que es mi entrenador personal, sería mi
muerte laboral.
—Encantado. —Luka extiende la mano, y Ángel responde al saludo.
—Luka, ¿me disculpas un segundo? —El italiano veinteañero asiente y
sonríe. Le señalo el sofá y se dirige hacia él. Como no traiga algo que
conjunte con el amarillo me voy a llevar una señora bronca de Maca, lo sé
—. Ven un momentito, Ángel, mi amor.
A Ángel se le enfurruñan las cejas y me sigue hasta mi dormitorio.
—¿Quién es ese y por qué te tiene miedo? —pregunta. Casi que me gusta
esta escena de celos tan peliculera.
—No me tiene miedo a mí, te tiene miedo a ti, en todo caso. —Río y,
como sé que está enfadado por lo que le he soltado a Luka, continúo—.
Disculpa por no decirle quién eres, no quiero que le vaya con el cuento a
Maca. Por favor, Ángel, necesito que te vayas una hora con Ruimán para
poder hacer la sesión de fotos lo más rápido posible.
—¿¡Una hora de fotos!?
—No, hombre, es que hay que planchar las prendas, buscar la luz
adecuada, cambiarme, maquillarme de acuerdo a cada conjunto…, ya sabes.
—No, no sé, y estás como una puta cabra. ¿Por qué te dedicas a esto si
eres periodista?
—Dios, ¿tenemos que tener esta conversación ahora? Mira, vete a casa de
Carol, allí tienes televisor, videojuegos y yo qué sé qué más, os podréis
entretener un rato y así me dejas trabajar.
—No, mejor me lo llevo al parque un rato, así se despeja.
—Venga, perfecto. Toma las llaves. —Y en cuanto se las doy me
arrepiento, ¿hará una copia? ¡Dios mío! Hará una copia, llamará a una
empresa de mudanzas y se instalará en mi casa para martirizarme la vida de
los próximos meses que me quedan de entrenamientos pagados. Él descubre
el terror en mi cara y sonríe—. Venga, bonito, bueno, adiós.
Lo giro, ya nada puedo hacer, igual mañana tengo que llamar a un
profesional para que me cambie la cerradura, pero hoy necesito que se pire
porque, como no hagamos las fotos antes de que se vaya la luz natural, Maca
me va a matar o, peor, me va a despedir. Y, te preguntarás, ¿cómo puede ser
peor un despido antes que la muerte? ¡Yo qué sé! ¿Te crees que tengo tiempo
ahora de ponerme a analizar mi lista de prioridades? Lo empujo, lo empujo,
se resiste, casi estamos en la puerta de mi dormitorio.
—Perooo —dice. Si ya sabía yo…
—A ver. Suelta por esa boquita.
—Me desaparezco con Ruimán un rato si luego, cuando ellos se acuesten,
hacemos un entrenamiento intensivo por todo lo que no has hecho estos días.
Mi clítoris palpita y, lo sé, yo sé que no habla de sexo, pero mi cuerpo es
así, va por libre y casi que me enfado. Refunfuño, protesto. Estoy agotada,
esto de ser madre no me gusta nada. No pienso traer hijos al mundo jamás en
la vida.
—Jolín, de acuerdo, pero lárgate de una vez. Ángel, mi jefa me va a
despedir si no subo en un rato unas fotos decentes —lloriqueo.
—Y, además —continúa. No, si esto me va a salir caro, caro…—, mañana
vengo a buscarte a las diez de la mañana y nos vamos a correr un rato. —De
nuevo mi clítoris baila la macarena, se me suben los colores y, ¡hostias!, me
he mordido el labio inferior sin querer. ¡Me cago en todo! Ángel suelta una
carcajada. ¡Maldito demonio embaucador!—. Supongo que eso es un sí. —
Asiento rezando para que no me pida nada más.
Sale, se va. Habla con Ruimán y le dice que va a llevarlo a un parque que
hay a un par de manzanas de casa. El niño sale feliz y contento de poder
dejar los deberes para más tarde.
Al fin Luka y yo nos quedamos solos, lo veo tan tímido, tan guapo, allí, en
mi sofá. Mira que es sexi el jodido. Ahora sonríe de verdad, como siempre
que estamos solos.
—No sabía que estabas casada —dice al fin mientras yo voy recogiendo
los cuadernos tirados en mi mesa comedor y colocándolos en la mochila de
Ruimán para ocultarla por ahí y que no salga en las fotos.
—No estoy casada —respondo sin más explicaciones, aún intento que mi
entrepierna deje de contraerse de forma involuntaria.
Necesito un polvo. Uno de forma muy urgente. ¿Hace cuánto que no follo?,
pienso… Debe de hacer algunos meses, lo cierto es que no soy de irme con
cualquiera a la cama. Follo de vez en cuando con mi mejor amigo, Julián,
nos conocemos de toda la vida, su madre era vecina de la mía, y él es guapo,
bastante guapo, tanto como tímido, además. Tiene una empresa de piezas
hidráulicas que sirven para algo importante, te juro que alguna vez me lo ha
contado y también te juro que alguna vez le he prestado atención; pero,
vamos, que ahora mismo no sé qué decirte. Si no me equivoco, la última vez
que follamos, mientras nos tomábamos un café postcoital, me comentó algo
de unas piernas para corredores de paraolímpica; pero, bueno, que no viene
al caso. Julián está bueno, sano, me llevo bien con él y no tiene tiempo para
ligar, así que cuando uno u otro quiere desahogarse nos llamamos y listo.
Ahora que lo pienso, ¿cómo es posible que hayan pasado al menos dos
meses y no me haya llamado? Normalmente suele caer antes que yo. Tendré
que averiguarlo en otro momento porque Luka me está hablando y no me
estoy enterando un carajo de lo que me está contando. Me quedo mirando
como una lela para él, en plan, no te he escuchado nada de nada, y me repite.
—¿Divorciada? Debe de ser duro, con el niño y eso, pero tú vales mucho,
Martina. No dejes que te amargue la vida.
—¿Eh? No, no… Oye, mejor empezamos a trabajar y dejamos la cháchara
para otro momento, cielo, porque en un rato empezará a anochecer.
El primer conjunto que saca Luka de la maleta es un vestido color rosa
chicle que queda precioso puesto, como vamos a hacer las fotos en mi sofá
amarillo decido ponerme unos tacones que tengo del mismo tono rosado que
la prenda y me siento. Como siempre, al principio es evidente que estoy un
poco incómoda, pero Luka, pronto, con la cámara frente a la cara, como si
escondiéndose detrás de ella se liberara de su timidez, me empieza a
piropear de esa forma tan sensual que él tiene, haciéndome sonrojar y
sonreír. Me tiene ganada. Es tan fácil trabajar con él.
Me ha pedido probar algo nuevo y he tenido que repetirme diez veces que
es el ligue de mi jefa —y también que debo llamar a Julián hoy mismo—.
Me mira, mira el sofá, mira alrededor y se queda pensativo. Abre la mochila
y veo que tira sobre la mesa algunos paquetes que parecen chicles y me lanza
dos con el envoltorio amarillo. Levanto las cejas y él sonríe. Bragas
volatilizadas. No gano para bragas. Me tiende unas gafas de sol en forma de
corazones y me pide que me las ponga y que mastique los chicles e intente
hacer alguna pompa grande.
La verdad es que nunca he sido muy buena con las pompas,
principalmente, porque no soy muy amiga de los chicles. Cuando estaba en el
cole mi profesora me dijo que si supiera la cantidad de bacterias que
acumulaban esas cosas en la boca jamás me comería uno, así que, como yo
soy muy escrupulosa, no me hizo falta verlo para dejar de masticarlos.
Nos partimos de risa, Luka está que lo borda, me ha dicho algún chiste
incluso. No sé si piensa que estoy triste por mi reciente divorcio imaginario;
pero, total, no tengo que darle explicaciones, así que no lo hago.
En la cama probamos con un atuendo deportivo, con el que me lanza
algunas fotos saltando por los aires sobre el colchón, han quedado
divertidísimas y lo siguiente que saca de la maleta es un conjunto de lencería
que, ¡madre del amor hermoso!, es precioso, quita el hipo. Es tan descarado
que hasta me pongo roja como un tomate, que, vamos a ver, Luka ya,
pobrecito mío, me ha visto todo, porque me ha hecho fotos con todo tipo de
bikinis y ropa interior que mucho no dejan a la imaginación, pero esto ya…
se lleva la palma.
Un picardías en forma de vestido negro totalmente transparente, con un
lazo negro que queda justo bajo el pecho y la parte de abajo son unas
braguitas con unos lazos negros a los lados. Es precioso, creo que no me he
puesto nada tan bonito en mi vida. Mi triste vida de maniquí. Hay que
joderse, para una vez que me voy a poner algo tan sexi es para que este
hombre me haga fotos. Me coloco unos taconazos negros de vértigo de mi
zapatera.
Obviamente, sobra decir que le pido que las fotos deben ser lo más
discretas posible, porque, vamos, las tetas no es que se intuyan, es que se
ven por completo y tengo los pezones como dos diamantes de duros, dicho
sea de paso, la madre que me parió. Luka me pide agua y disimula una
erección. ¡Hostia! Lo que me faltaba era poner cachondo al novio de mi jefa.
¡Ay, señor! ¡Qué cruz!
12. Por lo menos no ha dicho «mono»
Ángel
Tengo una sensación de vértigo que no la entiendo ni yo, lo reconozco.
Como si en dos simples días me hubiera pasado de todo, que hasta hace unas
semanas me aburría como una ostra; pero, desde que ha aparecido Martina
en la ecuación, eso se ha esfumado.
Ruimán camina a mi lado feliz, bueno, eso de caminar es un decir porque
no para de saltar y de hablar, en serio, no para de cotorrear. Su tema de
conversación de esta tarde es sobre las aventuras y desventuras de un niño
de siete años con Minecraft, que alguna vez he jugado, le sigo un poco, le
contesto a alguna pregunta, le recomiendo alguna estrategia, pero a los cinco
minutos me aburro y mi cabeza se evade, dejo de escucharlo mientras asiento
de cuando en cuando.
Pienso en Martina, ¿por qué no deja de intentar huir? ¿Y por qué no me la
puedo quitar de la cabeza? Soy cabezota, es así, me gusta cumplir mi
palabra, me gusta ir a por las cosas difíciles y los retos, y Martina, sin duda,
es el mayor reto que he asumido en mi vida, ni los casos que trataba en el
gabinete psicológico, donde conocía temas duros, gente que estaba mal;
pero, al final, eran ellos los que acudían a por mi ayuda, es decir, el primer
paso ya lo habían dado que era reconocer que tenían un problema. Lo de
Marti…, pues ella es consciente de que la salud es importante y la tiene
tocada, pero le da más importancia a otras cosas antes que a sentirse bien
consigo misma.
Cuando llegamos al parque, doy gracias al cielo porque Ruimán encuentra
a un amigo del cole y juegan. Miro el móvil, sin dejar de vigilarlo, leo los
mensajes de las chicas.
CAROL:
¿Cómo vas, Ángel? ¿Qué ha pasado con Luka?
EVE:
¿Qué va a pasar con Luka si es el novio de la petarda esa de Maca?
CAROL:
Mujer, me refiero a que si le sirvió de excusa a Martina para no entrenar.
EMMA:
Evidentemente, sí. Marti nunca le dice que no a Maca y, por ende, no le dice que no a Luka.
EVE:
No me extraña, yo no le diría que no nunca a ese italiano. ¡Madre de Dios! ¡Qué bueno
está! Me lo merendaba.
CAROL:
Anda que eres bruta.
Me río, las chicas y sus desvaríos, como siempre.
ÁNGEL:
Italiano sexi: uno.
Entrenador personal: cero.
Me han echado de casa.
CAROL:
¿Y los niños?
EVE:
No te pongas nerviosa, Carol, que te conocemos. No vayas corriendo a llamar a la Guardia
Civil que seguro que están perfectamente bien.
ÁNGEL:
Óliver tenía que estudiar para un examen y le ha pedido permiso a Martina para quedarse
en tu casa un rato solo, Carol, y a Ruimán me lo han endosado para llevármelo al parque.
Por cierto, ¿qué come este crío? No para de hablar, nunca, no calla jamás.
CAROL:
Ya, es un amor. Ja, ja.
EVE:
Amor, dice…, pues a mí no me quieras así, dándome dolores de cabeza.
A mí quiéreme como mi Nataniel que esta mañana me llevó al archivo y ordenamos todo el
dos mil catorce, carpetas por aquí, carpetas por allá.
ÁNGEL:
Mira que sois raros los contables.
EMMA:
Está hablando de sexo, Ángel, cariño. Y da gracias a que utiliza eufemismos.
ÁNGEL:
Am. Vale. Bueno, pues que sepáis que el italiano ese habrá logrado que Marti me eche de
casa; pero, que no se libra del ejercicio, no se libra. Me he llevado el niño al parque con la
condición de que hagamos luego un entrenamiento intensivo y que mañana salgamos a correr por
la mañana.
EVE:
Ángel, ¿seguro que se lo explicaste con esas palabras?
Porque conociéndola como la conozco…
EMMA:
Por favor, Eve, calla.
ÁNGEL:
Sí, aceptó. Así que…
CAROL:
Entrenador guaperas: uno.
MARTINA: cero.
EVE:
¿Guaperas?
EMMA:
¿Guaperas?
Río, me parto de la risa con ellas. Están a la que saltan. Bueno, por lo
menos no ha dicho «mono», vale, sí, ya dejo el tema… Dolió, ¿te lo he dicho
ya?
Busco con la mirada a Ruimán que sigue a lo suyo. Se lo está pasando
bien, si es que los niños tienen que salir más al parque —y así volver locos
a sus propios amigos no a mí—.
Vuelvo la vista al móvil.
CAROL:
Que es guapo, ya lo sabe; tonto no es.
EVE:
Uuuuuuuhhhh.
EMMA:
Se os va, chicas, se os va mucho la pinza.
Cada vez que hablan estas mujeres es que no puedo parar de reír, he de
reconocer que todas me caen bien. He hablado varias veces por privado con
Carol, no por nada en especial, me escribió un día ella para decirme lo de
que le iba a endosar los niños a Martina, y hemos ido cogiendo confianza.
Me parece buena tía. Me habla un montón de Marti, en realidad, si supiera la
cantidad de cosas que su amiga me ha contado de ella la mataba, seguro.
—¡Tío Ángel! ¡Tío Ángel! —Levanto la cabeza flipando en colores y no
soy capaz de contestar, me he quedado fuera de juego, ¿tío Ángel? ¿De dónde
ha sacado este renacuajo que yo soy su tío?—. ¿Podemos ir a buscar las
bicis?
De pronto salgo de mi letargo y me parece una idea cojonuda, una
superidea. Porque no sé cuánto tiempo ha pasado exactamente, pero creo que
ya es hora de volver y continuar con mi plan para Marti. Me refiero a los
entrenamientos, por supuesto, no vayas a pensar mal.
Me suena el móvil. Ruimán camina al lado de su amigo y el padre, que por
lo visto son unos fanáticos del videojuego ese que tiene al niño loco, y no
paran de hablar con un entusiasmo increíble.
Miro la pantalla y no puedo creerlo, es incansable, inagotable.
—¿Qué quieres? —contesto secamente.
—Tienes que volver a casa —contesta Víctor al otro lado.
—Tío, ¿por qué no haces tu vida y me dejas en paz? Me agobias, me
saturas. Déjame vivir, por favor.
—Sabes que no puedo. Necesito que vengas, resolver las cosas de frente,
que hablemos.
—¿Por qué? ¡Déjame vivir tranquilo y feliz! —Intento no elevar el tono de
voz para que no me escuche Ruimán—. Solo pido que respetes mi decisión,
no soporto hablar contigo, no te soporto, Víctor, asúmelo. Eso no va a
cambiar.
—Ángel… Escúchame.
No puedo, no puedo… Por una vez en la vida solo quiero pensar en mí y
que me dejen vivir en paz. Cuelgo la llamada, sin dar opción a réplica.
Apago el teléfono, no quiero que me vuelva a llamar, no en este momento.
Hemos llegado al portal, los tres hablan entusiasmados, y yo sigo sumido
en mis pensamientos, de pronto me noto agotado. Espero que cuando suba ya
no esté el italiano ese, porque necesito que Martina haga los entrenamientos
sin protestar demasiado y marcharme a mi casa.
13: Posible muerte por combustión espontánea
Martina
—¡Marti! —Ángel de repente irrumpe en casa abriendo la puerta de par
en par, ni he escuchado las llaves. Vamos, que Luka pensará que ha sido una
estratagema de mi exmarido, celoso a más no poder, para ver si nos
estábamos revolcando en el sofá—. Necesito las lla… —Y mucho habla,
alma de cántaro, no puede seguir en cuanto me ve tumbada allí de esa guisa
—. Marti…, yo…, llaves…, bici…
—¿Qué te pasa, Tarzán? ¿Nunca has visto a una chica semidesnuda?
—Semidesnuda, dice —murmura.
—Donde hubo cenizas, fuego queda. —Ese que acaba de hablar es el
tontaina de Luka, porque no puede tener otro nombre. Mira que abre poco la
boca el tío y menos delante de desconocidos; pues, para una vez que lo hace,
se luce.
—¿Qué cenizas? ¿De qué habla? —Ángel ha recuperado el habla y no
deja de mirarme. No, si tonto no es.
—¿Dónde está el niño? —Me levantó del sofá preocupada, primero,
porque si entra en casa y me ve con esta indumentaria voy a tener que darle
muchas explicaciones que no me corresponden a mí y, segundo, básicamente
porque no lo veo entrar en casa.
—Abajo, he subido a coger su bici. Me está esperando en el portal.
—¿¡Has dejado al niño solo?! —vocifero.
—Bueno, chicos, yo me voy ya. —Sin darnos cuenta, Luka ha recogido
todo a la velocidad de la luz y ha salido sin esperar a que le contestase.
—Está abajo, en el portal, con un amigo del cole y su padre, pensaban
hacer una carrera con las bicicletas, pero si quieres le digo que suba.
—Mierda, Ángel, deja de mirarme así.
Sonríe de medio lado y se acerca. No, no, no… Mala idea.
—¿Por qué? Si te estás haciendo fotos para subir a las redes sociales con
esas pintas por qué te avergüenza que te vea yo. —Y lo de «esas pintas» me
suena a que estoy haciendo el ridículo del siglo y no me sienta muy bien, a
decir verdad, me sienta como el culo y yo, que soy transparente, no puedo
disimularlo. Mi cara es un poema—. Perdona, no quería decir que… que no
te quede bien —me dice leyendo en mi cara claramente que ha metido la pata
y acercándose aún más. ¿Por qué te acercas? ¿Por qué demonios te estás
acercando tanto? Y, lo que es más importante, ¿por qué no soy capaz de
pronunciar palabra?—. Estás preciosa —continúa colocando una mano en mi
brazo. ¡Saltan todas las alarmas! Las bragas están a punto de arder, mis
pezones no pueden estar más erizados, mi boca entreabierta es una puta
chivata. Ángel se acerca más y más. ¿Otra vez me está tomando el pelo?
Pues ni puta gracia la broma ya—. Pensé que no te gustaba, Martina —
murmura.
Esta vez no veo rastro de esa jocosidad que unas horas atrás se advertía
en su mirada, cosa que no sé si me gusta, me asusta o ambas cosas. En ese
instante, escucho el timbre, lo empujo con fuerza hacia atrás y corro a
esconderme a mi cuarto.
—¡Abre, por favor! —le pido.
Lo escucho soltar un improperio no sé si por el susto del estridente
sonido, porque lo he empujado o porque se ha quedado con las ganas de más
—déjame soñar, que es gratis—.
Es Ruimán que dice que su amigo tenía que irse ya y que mejor dejan las
carreras para otro día porque tenía que ir a casa a terminar los deberes.
Pregunta por mí, y Ángel le pide que vaya a buscar a su hermano para
preparar la cena, que ya es hora.
Como no he olvidado mi promesa, me enfundo ropa interior cómoda, unos
leggins y un top, las deportivas y me estoy haciendo una cola alta cuando
Ángel, el demonio, llama con los nudillos a mi puerta. Noto su cara de
decepción cuando me ve y carraspeo. No soy imbécil, supongo que esperaba
encontrarme con «las pintas» de antes.
—¿Por qué me miras así? Un trato es un trato. Si quieres matarme a
ejercicios, pues allá que voy, me has salvado la vida.
—Matarte —repite.
—Matarme —repito sin saber bien por qué.
Noqueada total. Mi demonio particular me gana por goleada. Evitando que
vuelva a tomarme el pelo y se rompa esa tensión incómoda que se ha
instalado de pronto entre ambos, con paso decidido, salgo del dormitorio y
abro la puerta para que entren los niños que ya los escucho reír en el rellano.
—¡Juliááán! ¡Julianín! —digo con voz cantarina, lo he llamado
aprovechando que Ángel se ha metido en la cocina. En serio, necesito
solucionar esto hoy mismo porque voy a estallar. ¿Ha muerto alguien alguna
vez de un calentón?
—No puedo —responde al otro lado.
—Vale, so borde. —Me cago en toda la puñetera estirpe masculina sobre
la faz de la tierra.
—En serio, Marti, estoy en Madrid. Llevo dos semanas aquí haciendo
unas pruebas de unos productos y me quedan como mínimo dos semanas más.
—Más de dos meses, Julián —refunfuño haciendo referencia al tiempo
que llevo de escasez sexual, lloriqueo, expongo mi mal.
—Lo sé, Marti, pero es que he estado… No he podido.
—¡Tú tienes novia! —suelto con alegría y horror al mismo tiempo (oh, oh,
se fulmina mi posibilidad de cómodo desahogo).
—Ummm… Bueno, novia no, pero algo hay, ya te contaré porque estoy
hasta arriba de curro.
—Muy bien, petardo.
—Lo demás, ¿todo bien? —Obviamente se refiere a todo lo que no es
sexual.
—Sí, bien… Lo de siempre.
Como lo conozco y sé que es muy educado, también sé que me está
preguntando por compromiso porque tiene prisa, así que no me alargo en mi
explicación, porque podría hablarle del infierno que estoy viviendo estos
dos últimos días de mi vida. No es el momento. Ya habrá ocasión.
—Bueno, morenaza, te dejo que tengo lío. —¿Ves? Tiene prisa, si es que
podría decir que somos como hermanos, pero en este caso… casi mejor que
no hago esa comparación—. Por cierto —murmura como si pudiera
escucharle alguien que no debiera—, me flipan las últimas fotos que habéis
subido a las redes sociales de Belle Extreme. Chica, estás guapísima y súper
sexi —«Pues deja que veas las de hoy, chato», pienso, pero no lo digo—.
Alguna… —continúa bajando aún más el tono—, alguna paja me he tocado
con ellas.
—¡Me cago en tu madre, Julián! Que estoy en sequía. —Rompe a reír a
carcajadas—. Adiós, y me debes un café y muchas horas de conversación
para contarme cosas sobre tu nueva conquista.
—Hecho. Un beso, Marti.
¿Qué pasa, Dios mío? ¿La primavera que la sangre altera? «Primero Carol
y ahora Julián. Siempre caen los buenos…», me digo a mí misma. Resoplo.
Necesito desahogo. Lloriqueo; total, nadie me ve. Ángel y los niños están en
la cocina, y yo me he escapado al salón.
Mi entrepierna sigue contrayéndose cada pocos segundos, el calor que
siento no es natural, me quema. Algo tira de mí, se me nubla la razón, tengo
ganas de llorar.
Sopeso mis opciones. El calentón que llevo no se calma con mi vibrador,
con ninguno de mis vibradores, de hecho.
Compruebo la lista de los últimos wasaps recibidos y veo el de Diego, un
puchero inunda mi cara. No es la mejor opción, pero está bueno, es sexi, la
conversación es una mierda; pero parecía dispuesto y eso ya es un paso
ganado que, Marti, a ti eso de ligar no se te da nada bien. Además, es
policía, así que supongo que está limpio, no tendrá enfermedades venéreas ni
infecciones que me pueda contagiar, ¿verdad? Intento no pensar que ser poli
no te impide ser un guarro, despreocupado y metepicha por doquier.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Ha ocurrido algo? —me pregunta alertado
Ángel cuando ve mi cara de apio pocho.
—No. Nada.
—Vale, qué susto. Estabas con esa cara ahí con el teléfono en la mano y
pensé que habías recibido alguna mala noticia —insiste.
Niego con la cabeza.
—Muero —digo como única protesta.
—Venga, exagerada, prometo no ser muy duro contigo.
Levanto una ceja y lo miro. ¡Mierda! No me acordaba del entrenamiento.
¿Algo más?
Se me enciende una bombilla.
Igual aún logro espantarlo.
—Oye, Ángel. ¿Te acuerdas cuando ayer hablamos en mi cuarto y te
expliqué los motivos por lo que debía dejar el entrenamiento? —Ángel, al
ver que me he puesto seria, se sienta a mi lado y me presta atención—. ¿Y
recuerdas que te dije que solo me pareces mono? —asiente—. Es mentira.
Porque, resulta que…
Me quedo callada. De pronto esta artimaña me parece la peor idea del
mundo porque, aunque le diga que me gusta y que me quiero casar con él y
traer al mundo quince hijos —cosa que no es cierta, por si no lo has notado
—, no se va a ir de mi casa. No me voy a librar de él de ninguna forma, haga
lo que haga y me desespera, necesito que se vaya de mi casa de una vez.
—Ya. Ya lo había notado.
¡Maldito chulo prepotente!
—¡Engreído!
—Pero ¿a ti qué te pasa, so loca?
—¡Aunque fueras el último hombre sobre la faz de la tierra! ¿Me oyes?
¡Ni así, me liaría contigo!
Maldito demonio chulo, engreído, déspota y prepotente. ¡Aaagg! ¡Cómo lo
odio!
Ángel sonríe de medio lado, me da un par de golpecitos en el muslo y se
levanta.
—Venga, vamos a acostar a los niños que tú y yo tenemos que entrenar.
Pues no, no me ha servido de nada y, no, tampoco me he librado del
entrenamiento.
Cuando logro apoyar la cabeza en la almohada, después de comer una
triste —y mísera— ensalada, darme una ducha y lograr echar al dichoso
entrenador de las narices de mi casa, ya ni siquiera tengo ganas de correrme.
Hoy he aprendido algo: el deporte mata la libido.
O no, porque dos horas más tarde me despierto y no soy capaz de pegar
ojo hasta que saco el vibrador de mi cajón —a Momoa; el más potente,
grande, duro y multivibración que había en la tienda— y me corro, me
vuelvo a correr y vuelvo. Venga, vale, ahora ya puedo dormir. Otra hora más
tarde me despierto y recuerdo que no me he puesto el despertador, doy un
respingo y pongo la alarma en mi móvil. Son las cuatro. Maldita sea mi
estampa, mis cambios horarios y toda mi estirpe, porque de pronto me
espabilo y hasta las siete no caigo tiesa. El despertador suena una hora
después.
¡Qué noche más mala! ¡Qué dolor de agujetas! Me cuesta la vida
levantarme de la cama y un mundo despertar a los niños. Pero, al fin, a las
nueve en punto logro dejarlos en la puerta del colegio. Esta vez voy
maquillada, vestida para la ocasión —la ocasión de encontrarme con un poli
buenorro que cubra mis necesidades vitales— y peinada. Los niños llevan
hasta colonia, han desayunado y les he preparado un bocadillo para el
recreo. ¡Ay, qué orgullosa estoy de mí! Ya estoy preparada para ser madre —
si quisiera—.
Me espero en la puerta a que ellos entren y miro disimuladamente en todas
direcciones, no hay rastro del poli buenorro de dos metros. Los padres se
van marchando de forma paulatina, y yo, que no me quiero rendir aún, me
meto en la cafetería donde ayer nos tomamos un café juntos. En las películas
americanas los polis siempre toman café en el mismo sitio y a la misma hora,
¿no?
Pues no, no aparece. Me pido un café y un sándwich que mastico
despacio, alargando el momento de marcharme. A las diez menos cuarto
enfilo el camino hasta mi casa, le prometí a Ángel que a las diez estaría allí
y no quiero faltar a mi palabra. Me quedan muchísimos días por delante para
aguantarlo, seguramente no será la última ocasión en la que necesite un favor,
así que es bueno que confíe en mí, al menos por el momento.
Voy concentrada en mi teléfono móvil, en realidad compruebo que todo
funciona bien. No tengo wasaps de nadie, ni siquiera de Carol, para ver
cómo están los críos. Esa folladora se está dejando la piel en la habitación
de hotel en la que se queda con su compañero de bufete y tiene la sangre tan
concentrada en la entrepierna que no le llega el riego para recordar que tiene
dos vástagos en el mundo. No hay noticias de Diego tampoco. Fin de la lista
de personas que se pueden interesar por mí. ¡Ah! Mi madre tampoco me ha
escrito y eso que llevo sin hablar con ella tres días. Puf, estoy de bajón.
—Joder —Escucho a mi lado. Acabo de llegar al portal de mi edificio.
Levanto la cabeza del móvil, y Ángel me mira con una expresión que no
logro descifrar. ¿Lo habré dejado extasiado con mi look mañanero?—. En mi
vida he conocido a una tía tan pirada como tú.
—Hombre, gracias, yo también te deseo buenos días, demonio de
pacotilla —refunfuño.
Introduzco la llave en el portal y entro, sin darle opción a réplica.
Logra acceder detrás de mí antes de que se cierre la puerta y me sigue
escaleras arriba. Por una vez no voy a coger el ascensor con tal de no
aguantar al plasta este. Mierda, necesito chocolate o me voy a cargar a la
humanidad en breve.
—Martina —me llama antes de que le cierre la puerta de mi casa en las
narices.
Respiro hondo. Recuerdo mi promesa y la dejo abierta. Pasa detrás de mí.
—Te voy a decir una cosa, Ángel, y quiero que te lo tomes en serio.
Necesito chocolate, ya, no estoy bromeando. Chocolate o mato a alguien, y tú
eres el que queda más cerca.
Me giro cuando cierra la puerta para enfrentarme a él, que me mire a los
ojos y entienda la urgencia y veracidad de mis palabras.
Ángel me mira alucinado —o asustado, todavía no sé definirlo con
exactitud— y durante unos instantes no pronunciamos palabra. Finalmente,
agarra mi mano, tira de ella con fuerza y me gira, hasta dejarme con la
espalda pegada a la puerta y su cara a un palmo de la mía. ¿Qué pasa aquí?
Se acerca. Me coloca un cabello rebelde tras la oreja. Mira a mis ojos y
luego a mis labios, agarra mi mentón con suavidad, cierra los ojos, aspira mi
olor… —huelo bien, ya lo sé, este perfume me ha costado un ojo de la cara,
no es ningún regalo de la empresa, con él pretendía embaucar al policía que
pensaba que iba a cubrir mis necesidades y que no apareció por ninguna
parte—, se acerca, se acerca más. No entiendo nada de nada, pero mi
corazón bombea a todo trapo, a ver si ahora por la tontería de este hombre
me da un infarto o algo. Abre los ojos y mira los míos. En serio, se me va a
salir el corazón por la boca. Ostras, me estoy poniendo cardíaca y me está
cabreando a partes iguales.
Me ha dejado de hacer gracia toda esta mierda de «pensé que no te
gustaba».
No estoy para jueguecitos.
Juro que no.
Se acerca y, joder, por su madre, no me puedo contener. Cuando se
dispone a besarme (o, al menos, se acerca tanto como para poder hacerlo),
aquí mi amigo, el ángel más demoniaco que he conocido nunca; se lleva una
leve, minúscula, efímera patada en los huevos con mi rodilla. Bueno, igual
no ha sido tan suave, porque se inclina sobre sí mismo y lo escucho
maldecir.
—¡Joder! ¡Joder! ¡Mierda! —blasfemo mientras me tapo los ojos. ¿Está
llorando? Me los destapo—. ¡Hostias!
—Grñññññ umm grññ. —Más claro, el agua.
Dejo a un lado mi mal humor porque no quiero ir a la cárcel. Mi vida
entera pasa delante de mis ojos y, de pronto, me veo sentada en el banquillo
de un juzgado mientras Ángel me señala con el dedo y le dice al juez que le
agredí y no solo eso, sino que soy la peor tía del universo; que no sé ni hacer
una raíz cuadrada y que estaba dispuesta a alimentar a mis sobrinos postizos
a base de porras con chocolate y pizzas americanas, ¿eso es un delito? Pues,
a saber, pero no es el momento para averiguarlo.
—¡Ay, Ángel! Perdóname. —Se ha quedado en silencio y no sé si intenta
recuperar la respiración. Me agacho hasta quedar a la altura de sus ojos—.
¿Te duele mucho? ¿Quieres hielo? Lo siento, Ángel, me ha salido innato, es
que me lo enseñaron en las clases de defensa personal. —No es momento
tampoco para explicarle lo de las clases en mi azotea, en un estado de
embriaguez bastante deplorable, borracha hasta el culo, vamos—. Y, no sé,
te vi acercarte tanto que…, y yo… lo siento —digo al fin, porque intuyo que
no me está escuchando.
Prefiero no decir nada más porque no ha levantado la cabeza del suelo,
está respirando hondo e ignoro si es para controlar el dolor, la ira o ambos,
pero en lo que lo descubro más me vale ser amable. Voy hasta la cocina y le
sirvo un vaso de agua, cuando vuelvo al salón lo veo sentado en mi sofá, ha
ido recuperando el color en las mejillas y le tiendo el vaso con la mejor cara
de arrepentimiento que se me ocurre poner.
—No pensarás ir a correr de esa guisa, ¿verdad? —logra decir al fin, creo
que no quiere hablar sobre lo que ha sucedido, y yo secundo la moción, me
parece fantástico.
Niego con la cabeza y me retiro a mi dormitorio a cambiarme de ropa. Me
recojo el cabello en dos moños altos, uno a cada lado (por eso de avivar mi
aspecto angelical) y me enfundo la ropa deportiva que me trajo ayer Luka,
esta no es de regalo, mi jefa solo me deja quedarme con algunos conjuntos
con los que salgo de fiesta, pero la pagaré, no importa, más que nada porque
no tengo demasiada ropa deportiva y esta semana no he tenido tiempo de
poner lavadoras porque tengo una amiga que me odia con todo su ser y ha
decidido exterminarme de la faz de la tierra regalándome un
entrenador/acosador personal y dos hijos.
Ángel está cabreado. Muy cabreado. Lo sé. Lo noto… ¿Sabes la canción
esa? «Se te nota en la mirada, que vives enamorada…», pues igual, pero
encabronado en vez de enamorado. Dios mío, si las miradas matasen,
yacería ya bajo sepultura.
—¿Qué vas? ¿A correr o a la pasarela Cibeles?
Sigo maquillada, lo sé, y mis deportivas nuevas a juego con mi top verde
y amarillo fosforito muy de andar por casa no son. Igual lo dice por el
peinado o porque he cogido unas gafas de sol a juego (las amarillas, no te
creas que tengo muchas). Odio que me dé el sol en los ojos, así que prefiero
llevarlas que lamentarlo luego.
—Lo siento —es lo único que logro articular por respuesta.
Pero, Ángel, que tiene el modo demonio activado, pasa de mí, de mis
disculpas y de mi ropa conjuntada con mis deportivas y mis gafas de sol, y
simplemente grita.
—¡Vamos! Que no tengo todo el día.
«Pues cualquiera lo diría, chato, que pasas más tiempo en mi casa que en
la tuya». Eso no se lo digo, claro. Bastante mosqueado está ya.
Si pensáis que Ángel tiene intención de vengarse haciéndome correr la
maratón a la velocidad hipersónica de la luz hasta que me desmaye a punto
de la lipotimia…, pues tenéis razón.
Mi orgullo y yo, malheridos, nos lamentamos: al final, ni sexo con el
policía sexi ni chocolate ni beso.
Mal, Marti, Mal.
Cuando logro subir el último escalón que me lleva hasta casa y saco
fuerzas para abrir la cerradura, me hinco de rodillas en el suelo y me
arrastro al interior. Miro la hora en mi móvil. Son las doce y media. Tengo
dos horas para recuperarme antes de ir a recoger a los niños.
Cierro con un pie y me tumbo allí mismo, en el suelo, está frío y duro, lo
sé; pero no estoy para remilgos —para una cosa dura que me toca tampoco
me voy a poner quisquillosa—.
Miro el móvil. Abro el grupo de wasap de las chicas.
MARTINA:
Os odio a todas.
CAROL:
Eres una exagerada, siempre lo mismo. Bla, bla, bla. Bla, bla, bla —no termino de leer su
perorata, por si no lo pilláis—.
EMMA:
Ay, mi pobre chiqui. Iría contigo a tomar café y bollos, pero hoy no puedo.
EVE:
Te he dicho cientos de veces que te tires a Luka y verás cómo dejas de odiarlo todo.
Ya, que sea el novio de mi jefa no será una buena causa para no hacerlo,
¿verdad? Madre de Dios.
Saco energías suficientes para mover los dedos hasta el despertador y
ponerlo a las dos en punto.
14: ¡La madre que la parió!
Ángel
¡La madre que la parió! No va y me arrea una patada en toda la huevera.
¡Dios! Aún me duele. ¿Tendré que ir al médico? ¡Joder, joder, joder! Pero
¿qué puñetera manía violenta tiene esta mujer con las jodidas patadas? Pero
¿a Martina le gusto o no le gusto?
Ha dolido.
Ha dolido mucho.
Ha dolido casi tanto como ayer cuando la vi con aquella minúscula y
transparente prenda de ropa y tuve que contener las ganas de girarla,
empotrarla contra el sofá y, por decirlo sin mucha floritura y ser claro y
directo, follármela.
Vale, me estoy pasando. Lo sé, joder, lo sé…
A ver…, que me explico. Ayer, después del terrible dolor de cabeza por
el pequeño niñoloro, lo que menos esperaba encontrar era aquella estampa.
Martina estaba sexi, Martina estaba arrebatadoramente sexi. Martina me dejó
con la boca seca y me costó muchísimo disimularlo. Tartamudeé, todavía
siento vergüenza. No entendí un carajo de lo que dijo el italiano ese, ni papa;
pero tampoco estaba concentrado en él, porque, ¿qué quieres que te diga?
Con la imagen que tenía frente a mí como para mirar al muchacho ese que
estaba con ella y que decía cosas de lo más extrañas.
Intuyo que hice bastante el ridículo, porque Marti me pegó un buen
empujón para apartarme, no me extraña, porque hacía unas horas la había
vacilado. Tampoco es que quisiera reírme de ella, solo estaba jugando un
poquito.
Vale, tengo que admitirlo.
Martina me pone. Martina me gusta. Martina me saca de quicio. A veces
la odio un poco, también. Y ahora mismo tengo un batiburrillo de ideas en la
cabeza que lo único que me dan ganas es de mandar a tomar por saco el
entrenamiento con ella, mi paciencia, el pastizal que me están pagando sus
amigas y mi reto.
En serio, solo me apetece perderla de vista y no volver a verla más.
No como anoche, que lo primero que hice nada más llegar a casa fue
meterme en la ducha y agarrar mi polla con fuerza visualizando a Martina
con aquella extravagante indumentaria. Hacía tiempo que no me masturbaba,
mi libido quedó medio muerta después de lo ocurrido meses atrás, pero esta
mujer despierta en mí de todo, hasta las ganas de correrme.
Ya ayer llegué muerto de cansancio a casa después del entrenamiento,
pero es que hoy sigo igual de agotado. Es como si Martina chupara toda mi
energía, para mí es imprevisible saber lo que ocurrirá, porque cada nuevo
día a su lado es una «aventura».
Llego a casa y me caliento el almuerzo, como poco, más juego con el
tenedor que otra cosa. Estoy refunfuñando, no logro que se me pase el enfado
y eso que se me ha aliviado bastante el dolor —el del ego, obvio, el físico
poco duró—.
Trasteo con el móvil por entretenerme un rato.
Abro el grupo de las chicas.
EVE:
Ángel, cielo, ¿qué le has hecho a Martina?
EMMA:
Su trabajo, ya sabemos cómo es, dramática como ella sola. Tendrá agujetas o a saber.
Me río.
Paso por el cuarto de baño y ahí está; mi báscula. Tengo que hacerlo,
tengo que pesarme, hace muchísimos días que no lo hago. Noventa y un kilos
con novecientos gramos. ¡Mierda! ¡He bajado de peso! ¡Maca me mata!
Voy hasta la cocina y me sirvo un café en mi monodosis, en realidad me
sirvo uno extralargo, necesito cafeína. Me tomo el zumo de naranja de un
trago, me meto en la ducha y me enfundo una sudadera, vaqueros y unas
Converse antes de enfilarme a la primera churrería que encuentre por el
camino.
El resto de la mañana transcurre tranquila, por fin puedo sentarme
delante del ordenador y escribir un artículo de los que tenía pendientes para
el blog de Belle Extreme. Le echo un vistazo al correo electrónico y repaso
las redes sociales, por norma general tengo cientos de likes en las fotos que
subo, pero las de esta semana se llevan la palma, han salido fantásticas, son
divertidas y, aunque las del conjunto de lencería me daban una vergüenza
atroz, he de confesar que han quedado bastante bonitas y sensuales. Para mi
desgracia, se ve todo y flipo, flipo mucho cuando veo que tengo más de dos
mil likes y cientos de comentarios. Contesto a las preguntas de algunas
chicas sobre el material, tallas, colores, precio y demás de la prenda. Obvio
los hirientes y despectivos en referencia a la grasa que me sobra, que
siempre los hay, y también ignoro los típicos de: «Me mola tu rollo, quiero
mojar el churro». Dos horas me ha llevado ponerme al día con las redes
sociales y, cuando estoy a punto de salir de Instagram, me llega una
notificación de alguien nuevo que me sigue y al instante un comentario de esa
cuenta. Quizá en otro momento hubiera salido de la aplicación y ya
contestaría la próxima vez, pero me quedo clavada en el sitio mirando el
nombre de usuario de la persona que acaba de comentar:
«angeldemonio_ep».
Entorno los ojos, estoy obsesionada, no puede ser él. Es imposible que
sea él, más que nada, porque no le he dado mis datos para localizarme ni me
los ha preguntado si quiera.
Leo con atención el mensaje que me ha dejado:
Este conjunto es de los que te dejan sin respiración y la boca seca, casi tanto como esos
arrebatos que aprendiste en defensa personal. Estás preciosa (con esto y con cualquier pijama
viejo).
Se me abre la boca.
Se me abre la boca mucho.
¿Cómo cojones…?
Estoy intentando recuperar el aliento, que sí, que sé que estoy a años luz
de Ángel, que no tengo nada que hacer y, con toda probabilidad, ya no solo
por el hecho de pesar veinte kilos más que él, sino porque después de la
conversación que escuché ayer sé que es gay, pero ¿a qué ha venido esto?
¿Es para subirme la autoestima? ¿Cómo me ha encontrado?
Se me enciende una lucecilla.
Cojo el teléfono y marco un número.
—¡Hola!
—Carol… Carol, por Dios, necesito preguntarte algo y necesito que seas
sincera —suelto a bocajarro, no tengo tiempo para andarme por las ramas.
—Espera un segundo, cielo, que estoy recogiendo a los niños del cole. —
Noto cómo aparta el aparato y saluda a Ruimán y a Óliver, pregunta qué tal
el examen. Le pide a Ruimán que guarde silencio, para variar ha salido
hablando por los codos, como es habitual—. Ya estoy contigo.
—Espera… —Se me enciende otra lucecita—. Hazme un favor, mira a tu
alrededor y dime si ves a algún policía cerca.
—No… ningún agente de la ley a la vista —responde extrañada—, ¿por
qué? ¿Necesitas ayuda? ¿Te están robando?
—No, no… Cosas mías. —Me quedo en silencio. Al final me quedaré sin
polvo, voy a tener que dejar de andarme por las ramas y mandarle un wasap
directamente a Diego proponiéndole que alivie mis necesidades.
—Te tengo que dejar, en un rato tengo que estar en inglés con estos dos.
—¡No, no! Espera… —De pronto recuerdo para qué la he llamado.
—Dime —carraspea.
—Se lo diste, ¿verdad? —Se queda en silencio, aunque la conozco tan
bien que sé que sabe perfectamente de lo que estoy hablando. Carraspea de
nuevo. Maldita arpía de tres al cuarto—. Carolina del Toboso, ¿le diste a
Ángel mis datos para encontrarme en Instagram?
—Resulta que esta mañana, antes de que se marchara a su casa, le envié
un mensaje para comprobar si estaba bien, por la llamada esa que
escuchamos, ya sabes… Me dijo que estaba a punto de marcharse a su casa,
y lo invité a desayunar. Total, que vino, nos tomamos un café juntos y me
contó lo del chico ese que vino a hacerte unas fotos, Luka, supongo, y le
expliqué que parte de tu trabajo consiste en ser influencer.
—¡Qué influencer ni qué ocho cuartos! La madre que te parió. Ángel odia
mi trabajo, como me extorsione y suelte algo de los entrenamientos me quedo
en el paro, Carol, ¿en qué estabas pensando?
—Mujer, no seas así, me pidió ver tu cuenta y supongo que se quedó con
tus datos.
—Te…
—Me cucarachas, ya, ya me lo has dicho. —Me interrumpe—. Tengo
prisa. Hablamos luego.
Y me cuelga.
Me salen notificaciones nuevas en Instagram y veo que Ángel le ha dado a
like a tropecientas fotografías. Me ha dejado más comentarios, pero paso de
leerlos. Me niego. Pillo el bolso y voy hasta el restaurante de los suegros de
Emma para almorzar, necesito algo grasiento, tengo que recuperar los kilos
que he perdido antes de que Maca se dé cuenta y me despida.
18: Es buena tía
Ángel
Tengo un par de horas libres antes de mi primer entrenamiento de hoy y
tengo mil cosas que hacer, pasando por las típicas tareas del hogar; limpiar,
hacer la colada, la compra, preparar comidas que pueda congelar para la
próxima semana. Hasta poner al día la contabilidad del negocio… Mil
cosas, ¿y por cuál me he decidido? Te preguntarás. ¿Lo dudas?
Las siguientes dos horas las paso tirado en mi sofá observando decenas de
fotografías de Martina, en todas las posturas habidas y por haber. Le pongo
comentarios, me he abierto una cuenta con la que no pueda dudar ni un
instante que el que está al otro lado soy yo. Me río, porque me gustaría ver
su cara. Seguro que le molesta. Seguro que incluso piensa que la voy a
extorsionar de alguna forma.
Lo que Marti no logra entender es que yo no estoy en contra de su trabajo,
me parece bien, lo entiendo y más después de hablar con Carol sobre todo lo
que ha supuesto para ella. De lo que estoy en contra es de los excesos que
comete, de que sus analíticas sean alarmantes, de que coma mal, a deshoras,
que se harte a azúcares y calorías vacías que no la ayudan. Pero eso lo
iremos trabajando de forma progresiva.
Llevamos relativamente poco tiempo con los entrenamientos y esto es un
proceso, es duro cambiar de hábitos, pero yo la ayudaré, para eso me pagan
sus amigas.
Me paro cuando veo las fotografías de su casa, no hay muchas. Reconozco
su sofá, su baño, su dormitorio… Son preciosas, sobre todo, esas en las que
sale con ese camisón o como se le llame a eso. Me encanta esa fotografía. La
guardo en mi teléfono. Si Martina se entera me denuncia por acoso o, peor,
me suelta otra patada en forma voladora. ¡Qué mujer!
Vuelvo a observar la fotografía y sonrío, mi corazón palpita más fuerte y
mi polla está dando brincos, tal cual. ¡Joder! ¿Por qué? ¿Por qué narices me
he tenido que colgar de ella? Necesito quitármela de la cabeza, porque esto
no es sano. No lo es.
Pienso en mis posibilidades. ¿Tinder? ¡¡No, gracias!! Todavía no le he
contado a Juanjo mi sufrimiento con esa aplicación del demonio, estoy por
hacer un testimonio anónimo y ponerlo por las redes sociales. No hay nada
peor para la salud que meterte en ese lugar. La carne se me pone de gallina
al acordarme de la psicópata.
Como sigo con el móvil en la mano, aprovecho para investigar un poco a
través de la red sobre opiniones de Meetic, de la otra que me habló mi
amigo ni me acuerdo. Me desanimo, parece un rollo más para buscar una
esposa y madre de mis hijos que un lío.
Suena la alarma de mi móvil, eso quiere decir que es hora de dirigirme a
la zona donde he quedado con Nataniel. Llevamos un par de semanas sin
vernos porque él tenía vacaciones, pero hoy hay que retomar. Empezaremos
suave.
Me apetece hacer algo de ejercicio a mí también, así que, después de
saludarlo y charlar un rato con él, le propongo empezar dando unas cuantas
vueltas al parque corriendo y lo hacemos juntos.
—Y… —Carraspea—. ¿Cómo llevas lo de Marti?
—¡Es cabezota la tía! Pero la voy conociendo y por ahora va cumpliendo
objetivo. No le he hecho aún el control de peso porque, sinceramente, no
quiero que se obsesione con eso. Lo que me interesa es que adquiera hábitos
saludables y conseguir que entrene todos los días.
—Ya —contesta con una sonrisa.
—¿Y esa sonrisa?
—Es una tía rara de cojones, yo lo sé, pero es Marti, es así y, cuando la
conoces, es estupenda. Es buena tía.
—Está buena, sí, está buena —mascullo, y Nataniel suelta una carcajada.
—¡Lo sabía! Mira que tenía la mosca detrás de la oreja con algunos
comentarios que me había hecho Eve, pero solo me ha hecho falta verte, que
no es que nos conozcamos de toda la vida, pero llevamos muchos meses
pasando algunas horas juntos a diario y tienes otra cara.
—¿Y qué cara tengo? —refunfuño.
—De estar conteniendo muchas ganas en los huevos.
—¡Qué simpático te has vuelto! ¿Subimos el ritmo? —Empiezo a correr
más rápido obligándolo a acelerar, pero el muy capullo sigue a mi lado
soltando carcajadas.
—Es buena tía —repite cuando deja de reír.
—Sí, es buena tía.
—Está un poco loca —reconoce.
—Está como una puñetera cabra, lo de «un poco» se queda corto, amigo.
—Pero no tiene maldad ninguna.
—Dos patadas me he llevado ya de ella… Tres, mejor dicho. Es violenta.
Se le va la pinza. Pasa de mis consejos. Puedo pillarla zampándose una
pizza familiar en el restaurante de debajo de mi casa y ni tiembla, le importa
todo un bledo… —Me enervo pensando en todo eso, en realidad no entiendo
cómo me hace tilín.
—Pero te gusta.
—Me gusta —afirmo.
—Te pone palote.
—Me gusta —repito.
Reímos.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —me pregunta, y recapacito un poco.
—Ya he intentado acercarme a ella y no he tenido buen resultado. No soy
su tipo. Igual le pongo físicamente, pero está claro que no le intereso.
Supongo que no tiene necesidad de liarse conmigo, al que ve cada día y que
luego pueda suponer sentirse incómoda, cuando sale de fiesta prácticamente
cada noche y se liará con quien le dé la gana. Yo creo que Martina es de las
que si le apetece se lo pasa bien y no da explicaciones ni se ata a nadie. Es
feliz así.
—Creo que no conoces una mierda a Martina. —Nataniel vuelve a reír, y
a mí no me hace gracia.
—Pues no, no la conozco mucho, pero qué quieres que te diga, creo que
intentar algo con ella me va a traer más quebraderos de cabeza que otra
cosa. Paso, en serio, yo paso. De hecho, hace unos días empecé a entrenar a
una chica nueva. Se llama Pili, es timidilla y… en realidad parece todo lo
contrario a Martina, pero cada vez que me mira se sonroja. Siempre pensé
que liarme con una clienta no era buena opción, pero dado que no tengo
muchas más opciones… no lo descarto.
—Oye, tío, ¿cambiamos de actividad? Me estás dando una caña del
demonio, que llevo dos semanas sin entrenar —me pide.
—Perdona, no me di cuenta. Sí.
Le marco unas tablas de sentadillas y me siento en el césped a observarlo
mientras medito.
—Deberías salir por ahí, conocer chicas nuevas, ver variedad, divertirte
un poco.
—De hecho, he quedado con ellas para cenar este viernes. Me ha invitado
Carol, no pienses que ha sido Marti. No le ha gustado un pelo, me ha arreado
una patada, otra, tres. Pero me apetece salir.
—Ya. No era exactamente a lo que me refería —agrega—. Ya me contó
algo Eve de esa salida, pero nosotros no podemos ir, tenemos un cumpleaños
familiar. —Sigue con sus ejercicios durante un rato en silencio, y yo
continúo sumido en mis pensamientos—. Si te sirve de algo —añade cuando
acaba, ni me he enterado de que ha terminado, se sienta a mi lado en el
césped—. Creo que a Marti le gustas.
—Paso de Martina. Es lo mejor.
—Vale.
—¿Sabes que he intentado ligar por una de esas aplicaciones extrañas?
—¿Qué aplicaciones extrañas?
—Tinder.
—Ay, mi madre —dice echándose las manos a la cabeza.
—Sí, si piensas que Martina está loca es porque no conociste a la
psicópata del Tinder. ¡Qué miedo pasé, amigo! Horrible, horripilante, no lo
he pasado peor en mi vida.
—¿Tan fea era? —Nataniel ríe.
—Ponte a hacer abdominales, anda, que aún te quedan quince minutos de
entrenamiento y te estás escaqueando. —Se tumba frente a mí y empieza a
hacer los ejercicios.
—¿Fea? —repite.
—No, no era fea. Pero estaba loca.
—Tendrás un imán o algo. —Ríe.
—Todavía se lo digo a Martina, así las próximas patadas te las da a ti en
vez de a mí.
—¡Capullo!
—Tú lo has tenido fácil, te pasas el día ordenando archivos antiguos de
contabilidad —suelto.
Y Nataniel deja de hacer abdominales y se descojona.
—Esta Eve, no se puede estar callada.
—Soy una más en su grupo de amigas, me cuentan muchas cosas —
bromeo.
Acabo el entrenamiento con Nataniel y de camino a casa voy
recapacitando en todo lo que hemos hablado. Paso. Tengo que pasar de
Martina. Es lo mejor para mi salud mental y física.
19: Vuelta a la normalidad
Martina
Acudo a mi entrenamiento diario como hubiera hecho hace unos días,
antes de mi momento madre postiza, y me hago la tonta, no le comento nada a
Ángel de su mensajito en Instagram, aún estoy decidiendo si sentirme
halagada o humillada. Así que prefiero ignorarlo.
No sé si es el medio kilo de patatas que he comido en el almuerzo, pero
hoy me cuesta la vida el entrenamiento, aún me duelen las agujetas. Sin
embargo, no me quejo, casi no hablo, no pronuncio palabra. Ángel ha venido
en son de paz y tampoco se mete conmigo, me manda la tabla habitual y, una
vez concluido el entrenamiento, me despido rápidamente con la excusa de
que tengo prisa, que no es mentira. Hoy trabajo, así que más me vale
ponerme las pilas.
Me ducho y voy directa a Belle Extreme. Maca está de buen humor, según
entro por la puerta me sirve un café, y nos sentamos en su despacho. Me
muestra fotos de algunas propuestas para conjuntar esta semana laboral,
hablamos de peinados, maquillaje, accesorios… En mi trabajo todo tiene
que ser perfecto, calculado al milímetro, todo tiene que conjuntar. Me tiende
un bombón, luego otro. Me está cebando, lo sé, pero están ricos, así que
acepto. Me siento como un cerdo de estos que engordan para la cena de
Navidad.
Hoy ha amanecido el día bastante bueno, hace calor. Voy a ir a una zona de
terrazas cerca de la playa donde hay una despedida de soltera y una reserva
para un cumpleaños de casi treinta mujeres. Así que nos hemos decidido por
un vestido amarillo estilo boho con estampado de hojas cruzado por delante,
manga media, con un escote bastante prominente y la parte inferior llega
hasta las rodillas. Unas sandalias con tiras blancas y tacón vertiginoso —
precioso a la par que doloroso, estoy segura— y un bolso de mano del
mismo color.
Me peino en casa con la plancha, dejando ondas en las puntas de mi
cabello, que lo llevo bastante largo, me maquillo de forma sutil como me ha
recomendado mi jefa y me coloco la bisutería que me ha dado para la
ocasión, unos aros bonitos, no son de mi estilo y por norma general no es lo
que yo elegiría, pero Maca paga, Maca manda.
Por fin comienza mi jornada laboral.
Espero en el portal a que llegue mi taxi, hace buen tiempo, da gusto. Algo
raro capta mi atención, pero no logro descifrar qué es, estoy entretenida con
el móvil recolocando las últimas fotos que me ha hecho Luka, por si tengo
opción de enseñárselas a las chicas que me pregunten.
Levanto la cabeza y no veo mi taxi.
Algo vuelve a llamar mi atención unos minutos después. Al levantar la
vista del aparato, me encuentro con Diego frente a mí, que ha aparcado la
moto en la puerta de mi edificio —en medio de un paso de cebra, para ser
más exactos— y se ha quitado el casco. Me observa de arriba abajo y de
abajo arriba. Guardo el móvil en el bolso porque sé que se ha acabado el
rato de estudio. Diego ha caído del cielo. Veamos cómo están mis dotes
ligatorias.
—Vaya, vaya… Me ha costado reconocerte. —Suelta guasón.
«Ya», reprimo mis ganas de soltarle una patada en los huevos, no quiero
terminar en el calabozo, hoy no me viene bien.
—¡Qué gracioso! —ironizo.
—Estás preciosa —suelta devorándome con la mirada.
—Gracias, tú estás espectacular con ese uniforme. —Diego sonríe de
medio lado, y yo no puedo evitar que mi imaginación vuele… ¿Por qué me
pondrá tan perraca el hecho de que tenga unas esposas a la vista? A saber
—. ¿Has acabado tu turno?
Pienso en la posibilidad de pedirle a mi taxi que me espere una hora o que
vuelva más tarde, lo preciso. Sé que no debo, pero es que lo necesito. Maca
me mata, sí, si lo sé. Cómo se nota que ella no pasa necesidad, que Luka
tiene cara de bueno, pero mi jefa sonríe mucho, mucho, desde que ha
empezado a salir con él.
—No, qué va, me quedan algunas horas. Voy a la comisaría a rellenar
papeleo. ¿Te acerco a alguna parte?
—No, gracias. Mi taxi tiene que estar al caer.
—Bueno, preciosa, me alegra haberte visto. —Da un paso hacia atrás,
como si lo hubiera rechazado y va a colocarse el casco de nuevo. «¡A dónde
demonios crees que vas! No he acabado contigo, chaval».
—¡Diego! —Se gira para mirarme con una sonrisa en los labios, como si
le sorprendiera que me haya aprendido su nombre—. ¿Nos podemos ver más
tarde? Por ahí o aquí, vivo aquí mismo…
Señalo mi piso y una vez más pienso que soy una inconsciente por decir
más de la cuenta, pero recuerdo que es poli, no me pasará nada malo.
—No puedo, lo siento. ¿Mañana?
—¡Claro! Genial.
Sonrió, y él lo hace también con una hilera de dientes perfectos que me
constriñen el estómago. Vale, vale… Me constriñen más abajo, pero suena
demasiado vulgar hasta para mí.
—Mañana solo trabajo de mañana, ya sabes, multando a chicas en pijama
que dejan el coche aparcado en zona amarilla cerca de los colegios. —Me
ruborizo, qué poca gracia tiene el jodido y qué bueno está. «Cállate, Marti,
por Dios, que si no te quedas a dos velas». Solo sonrío—. Pensaba salir con
un amigo a tomar unas copas, va en busca y captura, ya me entiendes.
—Entiendo, no como tú que sales para…
—Para divertirme, bailar, verte… y tomarnos la última en tu piso. —
Señala a la puerta de mi portal—. O en el mío, si te apetece.
Sonrío, vale, ahora sí me ha hecho gracia, me lo está poniendo fácil. Me
gusta.
Mi taxi para frente a nosotros.
—Pues he quedado con unas amigas, todas comprometidas, y un amigo gay
que acaba de salir de una relación jodida, así que con nosotros tiene pocas
opciones tu amigo. —A Diego se le ilumina la mirada, supongo que porque
ni he hecho el amago de ponerme como una opción, que si está más bueno
que Diego y es más simpático no lo descarto, pero no me parece decoroso
decirlo abiertamente—. Tengo que irme, me espera mi taxi.
Diego se acerca y me da dos besos, huele a ángeles divinos del cielo.
Babeo…
—Dile a tu amigo que se ponga sexi, Saulo es lo mejor de lo mejor;
guapo, sexi, divertido, simpático… y gay.
Anda, mira por dónde, si al final le voy a hacer un favor a mi entrenador
personal. Pongo un puchero que obviamente Diego no entiende, pero
tampoco me paro a explicárselo. Cómo pica que mis posibilidades con
Ángel sean nulas después de esto. «Ya eran nulas antes», dice mi lado
realista y me subo al taxi refunfuñando.
La noche no se da mal, he dado con chicas muy simpáticas, la verdad es
que el vestido es precioso y me queda estupendo. Eso sí, tengo que
anestesiar mis pies a base de gin-tonic, pero no en plan: una copita, Marti,
que si no se te traba la lengua, sino en plan a beber, a beber como si fuera el
último día de la existencia de la humanidad. Total, que cuando llego a casa
me pego dos horas con la cabeza metida dentro del váter vomitando hasta la
primera papilla y solo puedo pensar que devolver tanto no puede ser bueno,
que voy a seguir bajando de peso. Estoy obsesionada, lo sé. Pienso que
debería comer algo hipercalórico y poto de nuevo hasta que las lágrimas me
salen por los ojos, primero por el esfuerzo de la bilis saliendo por mi boca
y, segundo, porque veo que he manchado mi vestido nuevo, es precioso, me
encanta y es uno de los más caros de nuestro catálogo. «¡Joder, Marti! ¡Te
has lucido, chata!».
Me arrastro hasta la cama y logro deshacerme de mi ropa antes de tirarme
en el colchón en pelota picada; tocada y hundida.
20: ¿Qué habré hecho tan mal en este mundo
para merecerme esto?
Ángel
Parece mentira que las cosas hayan vuelto por fin a su cauce. Suelto un
suspiro de alivio y me alegro…, me alegro mucho al ver cómo Martina se
presenta al entrenamiento pactado, a la hora acordada, con aspecto fresco y
vestida con su habitual —y poco sexi— indumentaria deportiva. Me parece
genial, me parece fabuloso, me parece cojonudo, porque eso significa que
vuelve a tomarse esto en serio y que va a dejar de ponerme excusas, al
menos por unos días. Sin embargo, nada hará que se me quite de la cabeza
las fotografías que vi en su perfil de Instagram. ¿Qué puedo decir? Sexi,
desinhibida, sensual, arrebatadora… y, sí, sé que a Martina le sobran unos
kilos —por salud—, pero físicamente cada curva de su cuerpo es perfecta.
Hoy parece que le ha costado seguir el ritmo, pero es lógico. Lo normal es
establecer un hábito y unas rutinas, con los días que ha tenido eso ha sido
imposible, lo que se traduce en esto; todo se le hace cuesta arriba. Sin
embargo, no pierde la sonrisa. ¡Qué orgulloso estoy de ella!
La hora y media se me pasa volando, además llevo rato dándole vueltas a
la idea de invitarla a un café y charlar un poco, pero no tengo ocasión. En
cuanto Martina ve que es la hora, sale por piernas despidiéndose
rápidamente de mí.
Me suena el móvil, no conozco el número, pero puede ser para curro, así
que contesto de forma automática. Sí, ya sé que tendría que haber separado
mi línea personal de la del trabajo, pero no lo hice y a veces es así, un poco
caos. Tampoco me importa demasiado.
—Buenos días —contesto feliz. Me siento raro, como eufórico y no sé por
qué.
—Cielo…, ¿qué tal la mañana? Se acaba de ir tu clienta, ¿no?
El caso es que me suena esa voz, pero ahora mismo no tengo claro quién
es, ¿será alguna de las amigas locas de Martina?
—Emm, sí —opto por responder sin más.
—Bien, en dos minutos estoy ahí, no te muevas. —¿Ahí dónde? Si yo no le
he dicho dónde estoy.
El caso es que espero y, ¡joder!, demasiado tarde para correr. Veo doblar
la esquina a la psicópata esa del Tinder. ¿Cómo se llamaba? ¡Leches, ni me
acuerdo! ¿Cómo tiene mi número?, ¿cómo sabe dónde estoy? Alucino
mientras ella corre en mi dirección, y yo me siento atrapado por tener que
aguantarla un rato, porque no sirvo para decirle simplemente «déjame en
paz».
—Ay, ¡¡cielito!! ¡Qué bien te sienta la ropa deportiva! Que me he puesto
cachonda solo de verte desde lejos.
—¿Cómo? —Atontado, de esta me quedo atontado—. ¿Cómo es…?
¿Quién…?
Se lanza a mis brazos y me abraza. Me planta un pedazo de beso en la
boca que flipo aún más, enroscando sus piernas alrededor de mi cintura y
obligándome a agarrarla por el culo para no caernos los dos.
—Ay, amor… ¡Qué ganas tenía de volver a verte! Pero mejor que aquí no,
¿vale? Porque soy muy tímida y me da miedo que pase papi y me vea
contigo, ¿te imaginas? ¡Qué bochorno! Te corta el pirulí.
—¿Papi?
«¿Papi? —me repito mentalmente—, ¿pirulí? Pero ¿esta mujer de dónde
ha salido? ¿Del país de las hadas?».
—¡Ay, Ángel! Cielo, ¡cómo eres! Es que me parto contigo, mira qué cara
me pones. Ja, ja, ja… Tranquilo, te voy a presentar a papi, pero si puede ser
sin que te esté montando.
—¿Qué? —Esto es una broma, ¿no? ¿Una cámara oculta?
—He quedado con él en dos horas para comer, ¡y con mami, claro! Ay, te
van a encantar. No tenías más entrenamientos ahora, ¿no?
—Eeee… no, digo, sí… Estooo, perdona, no me acuerdo de tu nombre,
«cielito» —digo haciendo retintín en el mote cariñoso.
—Susi, tonto. —Se parte, se parte el culo. Al fin se baja de mis caderas y
se sacude la ropa, porque ve que al final nos caemos y nos partimos la
cabeza allí—. No sabía que eras tan bromista, me gusta.
Sonríe de forma angelical, pero a mí me está tocando las pelotas.
—Susi, ¿cómo has conseguido mi número? —pregunto serio, no me está
haciendo ni puñetera gracia todo este rollo.
—¡En San Google! No hay muchos entrenadores con tu nombre y apellidos
en esta zona de Valencia. Sabía que te iba a sorprender. —Pestañea
exageradamente.
—Pero… ¿cómo… cómo sabías que iba a estar aquí y… todo lo demás?
—titubeo.
Está loca, está jodidamente loca, y me veo siendo secuestrado y
amordazado por esta psicópata.
—Pero… ¡Ángel! Me lo contaste, me dijiste que hoy tenías entrenamiento
por aquí con… ¿Martina? —Asiento—. Por cierto, la vi antes, no quise
interrumpirte porque estabas trabajando. ¡Qué mal futuro le auguro a esa
chica! No tengo nada en contra de las personas…, ya sabes, obesas… Es una
enfermedad como otra cualquiera; pero, entre tú y yo, es que me da mucho
asco verlos saltar y moverse; sudar así, como gorrinos… No sé, deberían
plantearse hacer ejercicio en un lugar cerrado, porque, cielo, la gente
normal, como yo, no tenemos por qué ver esas cosas…
—¿Se puede saber qué demonios quieres? —La interrumpo cabreado, me
está tocando los cojones la loca esta y estoy a punto de llamar a la policía.
Normal, dice… Sí, claro.
—¡Te lo acabo de decir, cielito! He venido a avisarte de que hemos
quedado con papi y mami, aquí mismo, dos calles más atrás. Creo que me
dijiste que vivías cerca, ¿verdad? Eso no he podido encontrarlo en Google.
Ay, por cierto, no me gusta nada de nada la fotografía que tienes en tu web.
—Levanto las cejas sorprendido, no calla, habla cada vez más deprisa con
esa voz chillona de pito, pero estoy tan flipado que soy incapaz de
reaccionar—. ¿Qué vendes? ¿Servicios deportivos o sexuales? No hace falta
que te pongas esa ropa tan marcada en las abdominales, chico. A saber
cuántas se han masturbado con eso… Por cierto, que yo lo hice… ¡Ay, Dios!
¡Qué orgasmo más rico, cielito! Orgasmos, en realidad. —Me pinchan y no
sangro—. Solo podía imaginarme cómo sería nuestra primera vez, con vino y
velitas, y… ese momento en el que colaras dentro de mí tu… —Si dice
«pirulí», me lanzo por un puente—. Ya sabes. ¡Que me muero de ganas! Por
eso he venido dos horas antes. Yo… Ángel, cielito, quiero que vengas a mi
casa. Lo tengo todo listo, amor… Esto es muy importante para mí, yo…
quiero que me hagas tuya.
—Sara…, estás como una cabra.
—¡Susi, tonto! —Echa la cabeza para atrás de forma exagerada y ríe a
carcajadas.
Veo que se acerca a lo lejos mi cita del próximo entrenamiento, miro la
hora, apenas me quedan cinco minutos.
—Susi, tengo que trabajar. Lo siento, pero creo que confundiste los
términos y que, cuando te dije el otro día que no me apetecía dar un paso
más, no lo entendiste del todo. Eso quiere decir…
—¡Ya! Jolín, ya sé que quieres ir despacio. Lo entiendo. Viste a una mujer
como yo y encima simpática y te colgaste, y yo lo entiendo; pero es que tengo
necesidades que cubrir y desde que te conozco se me han acumulado…
—Susi, no —la interrumpo y pienso en si va a estar tan loca como para
sacar un cuchillo y rajarme de arriba abajo si la hago sentir mal.
—¡Vaaale! —Susi ve que se acerca Samuel, mi siguiente entrenamiento, y
que se nos queda mirando—. Entendido, tienes que trabajar. Te recojo en una
hora para presentarte a mis papis. Te quierooo.
¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué? ¡Ay, Dios! ¿Dónde está la cámara? Dime que hay una
cámara… No me da tiempo a rechistar; se va pegando brinquitos cual
Caperucita Roja en busca de la abuelita. ¿Qué habré hecho yo? ¿Qué habré
hecho tan mal en este mundo para merecerme esto? ¿Cómo me la quito de
encima si no me deja hablar?
¡Qué horror, madre mía! Y lo peor es que la cosa no mejora.
Le pido a Samuel trasladarnos a otra zona para entrenar. Como tengo
cierta confianza con él, y es un chico joven, le cuento mi aventura con
Tinder, y el tío se mea de la risa, ya me las cobraré luego subiéndole el
número de abdominales, ya.
Finalmente, entiende que estoy en un lío, me da su más sentido pésame y
proseguimos con lo nuestro.
Las once de la noche y este, sin lugar a dudas, es el peor día de mi vida.
Ni cuando sucedió todo lo de hace un año me sentí tan desamparado,
indefenso, no sé cómo expresarlo. Susi, alias la puta loca psicópata del
Tinder, me ha mandado un total de treinta wasaps antes de proceder a
bloquearla. Tras lo cual, me llamó unas diez veces. Tengo mensajes de lo
más variopintos en mi buzón de voz que, por el momento, opto por no borrar,
quién sabe si tendré que denunciarla. Mejor guardar todo.
En definitiva, parece que le ha sentado bastante mal que no acudiera al
almuerzo con «los papis» y ha montado un drama digno de película. He ido
bloqueando número a número de todos con los que me ha llamado —yo conté
ocho, espero que no haya ningún cliente potencial entre ellos—.
Mi tarde ha sido una pesadilla y, hasta hace diez minutos, lo ha intentado
de nuevo. Mi buzón de voz está lleno hasta los topes, por lo que no puede
dejar más mensajes. Me tomo un vaso de leche y me meto en la cama. No me
gusta poner el móvil en silencio porque, vamos a ver, vivo solo en el culo
del mundo, mi familia está lejos y a saber lo que puede pasar. No me gusta
estar incomunicado, llámame maniático, pero no me ha quedado más
remedio que silenciar el aparato para poder dormir.
Me levanto de mal humor y ni miro la pantalla del teléfono. Tras una
ducha, me tomo un café con leche y un sándwich y enfilo el camino, sonrío
un poco al pensar que en un rato veré a Martina. Me apetece un montón,
parece que ha pasado un siglo desde el último entrenamiento y no
veinticuatro horas. Espero cinco minutos desde la hora estipulada, y Martina
no aparece. Es raro, porque ella suele ser puntual. Puede ser que se haya
quedado dormida, no sería la primera vez. Niego con la cabeza y me dirijo a
su piso.
Me empiezo a preocupar cuando toco y toco y no obtengo respuesta.
¿Dónde se ha metido? ¿Le habrá pasado algo? ¿Se habrá ido a casa de
alguno anoche? No sé por qué, esta última posibilidad pica…, pica bastante.
Saco el móvil, compruebo que entre las veinte notificaciones que tengo
ninguna es suya y la llamo.
Insisto y por fin lo coge.
21: Asco
Martina
Mi teléfono suena, lo sé, lo estoy escuchando, pero soy incapaz de saber
por qué carajo no le quité el sonido anoche. Ah, ya, porque estaba tan
borracha que no fui capaz ni de ponerme unas bragas. Estornudo. ¡Nooo!
Estornudo de nuevo. Tengo un frío del carajo, escalofríos, dolor de cabeza.
Toso. Mocos… Si es que todavía no está el tiempo para dormir en bolas y
sin taparse con la manta.
El teléfono suena de nuevo. No puedo. No puedoooo. Al final lo alcanzo,
porque no sé qué hora es y pienso que puede ser Maca. Ni me esfuerzo en
intentar leer la pantalla, en mi estado no es aconsejable ni abrir los ojos.
—¿Sí? —murmuro.
—¡Marti! ¡Por fin! Te espero abajo, ¿me abres? —contesta con tono
cantarín.
—No puedo, Ángel, no puedo.
Gimoteo y no figuradamente. Lloro. Lloro a moco tendido porque me
encuentro fatal y no tengo fuerzas para luchar contra ese demonio y el sermón
que sé que me va a caer.
—Martina, ábreme la puerta. ¡Ahora! —exige. Gruño. Gruño mucho. Pero
¿quién se ha creído este hombre que es para darme órdenes?—. Como tenga
que pedirle a Carol que me vuelva a abrir lo vas a lamentar. No quiero que
luego digas que no te lo advertí.
Ángel mosqueado se traduce en agujetas aseguradas durante una semana.
Obviamente, no puedo entrenar en mi estado, es imposible, pero más me vale
mover el culo hasta el portero automático y dejar que vea con sus propios
ojos lo mal que estoy.
Le cuelgo el teléfono. Cojo la sábana de mi cama y me envuelvo en ella,
no tengo tiempo de buscar ropa que ponerme. Me arrastro hasta el portero y
abro. Estoy mareada, me encuentro fatal. Se me nubla la vista. Me froto los
ojos con las manos y casi me estoy quedando dormida de nuevo apoyada en
la pared con la mano bien aferrada a la sábana —menos mal que mi
subconsciente es listo un rato— cuando Ángel aparece en la puerta de mi
casa.
—No puedo. —Estornudo y me llevo la mano libre a la sien, me va a
estallar la cabeza.
—Venga, vístete, tienes que desayunar algo.
Y es oír la palabra desayuno y no puedo evitar salir por piernas hasta el
cuarto de baño para volver a vomitar. Me abrazo a mi váter; él me entiende,
no me juzga, está ahí siempre abierto para mí. Vuelvo a estornudar. Mocos.
Me provoco y de nuevo poto.
—No sé si das asco o pena.
Escucho detrás de mí y tengo la cordura y el ímpetu suficiente de volver a
coger la sábana del suelo, que se me ha ido resbalando, para cubrirme. Bien,
Marti, le acabas de enseñar el culo gordo a tu entrenador. Lloro. Estoy
sensible y me ha dolido lo que me ha dicho.
Yo sé que está enfadado, porque siempre se la estoy jugando, apenas nos
conocemos y ya le he armado unas cuantas escenas de lo más ridículas, pero
yo no tengo la culpa de que mis amigas lo contrataran sin contar con mi
opinión. Al principio acepté, está claro, porque estaba asustada por las
exageraciones —claramente lo eran— de mi médico, y porque Ángel está de
buen ver y me hacía gracia hacer algo distinto, ponerme un poco en forma.
Nunca pensé que corriera peligro mi trabajo. Tampoco pensé que de pronto
iba a empezar a perder el control con el alcohol. «Asco… Asco… —
retumba en mi cabeza—. Pues sí, Marti, le das asco».
Cuando logro dejar de vomitar me giro para mirarlo, pero ya no está.
Unos minutos más tarde aparece Carol en mi baño, y no hay rastro de mi
demonio particular.
—Marti. ¡Joder, Marti! Qué susto, qué mal aspecto tienes. Vamos, a la
ducha.
—Solo necesito dormir —murmuro. Me siento bastante mareada de
nuevo.
—Eso es porque no puedes oler lo que yo huelo, seguro.
Carol me despoja de la sábana, me mete en la ducha y me ayuda a
bañarme con agua tibia. Me enjabona el pelo, y se lo agradezco, no sé si más
tarde tendré la fuerza suficiente para hacerlo y no puedo salir esta noche con
el pelo lleno de pota.
Habla, habla todo el tiempo en un tono suave, pero no soy capaz de
escucharla. Me ayuda a ponerme un pijama y me lleva hasta el sofá, doy
cabezadas hasta que aparece con una infusión y un vaso con un calmante
efervescente. Sigue hablando un rato más y, en cuanto se marcha, me quedo
dormida.
Cuando me despierto son más de las cinco de la tarde, me encuentro mejor
y veo una nota pegada al mando de mi televisor:
Cuando te despiertes, llámame. Carol.
JULIÁN:
Estás como una puñetera regadera. ¿Cómo que «y a ti»? Tengo ganas de verte, te echo de
menos.
Me doy cuenta de que me ha adjuntado una foto y es la última en lencería
que subimos a Instagram. Pongo los ojos en blanco.
JULIÁN:
Uf, le voy a sacar mucho partido a esta foto.
Suelto una carcajada, está como una cabra. ¡Capullo! Se va durante meses
a Madrid, me deja a dos velas, se echa una medio novia y encima me suelta
estas perlas. Es para darle.
—¿De qué te ríes? —Aparece Ángel en el salón con un pantalón corto
deportivo, descalzo y sin camiseta.
Muero. Muero. Muero.
Me he quedado sin palabras y eso es difícil, que a mí me encanta hablar,
hablo hasta por los codos, hablo hasta cuando estoy sola. Una pena que con
toda probabilidad le guste tanto Momoa como a mí.
Carraspeo.
—Mi mejor amigo, que es muy simpático, me ha mandado una foto que le
gusta mucho.
—¿Qué foto?
Ángel se acerca al sofá y se sienta a mi lado con las piernas cruzadas con
la clara intención de que le muestre la imagen de la que hablo. Me deleito
con su olor. Me tiemblan las manos. ¿Por qué me provoca así? ¡Maldito!
—Esa que tanto te gustó ayer de mi Instagram —suelto sin más.
A Ángel se le tiñen las mejillas de rojo.
Giro el móvil para que quede cara a él.
—¿Qué quiere decir con que le va a sacar mucho partido a la foto? —
pregunta elevando las cejas de forma divertida.
—¿Tú qué crees? —Tonto no es, seguro, uno más uno…—. Él es así, la
confianza da asco.
—¿Te quedas con esa ropa con la que posas en las fotografías? —me
pregunta y juraría que se le ha secado la boca.
—Maca solo me deja quedarme con algunas prendas con las que salgo de
fiesta y accesorios y piezas que nos dan a modo de patrocinio. Las demás las
devuelvo o, si me gustan mucho, me las compro. Si no en el momento en el
que sale a la venta, me suelo adelantar en las rebajas, también se lo digo a
Maca, si me interesa y si quedan el día antes del comienzo de los
descuentos, me las aparta para mí. Sabe cómo tenerme contenta.
—Ya. —Algo en su mirada no me gusta, me está volviendo a juzgar, y eso
me mosquea.
—Bueno, creo que dentro de tus labores como entrenador personal no
están contempladas las de comprender las decisiones que toman tus clientes,
su forma de vida y sus puestos de trabajo —zanjo de forma radical, como me
vuelva a tocar el temita de que tengo que dejar el trabajo, lo rajo.
—¿Qué hiciste con esta prenda?
—Es condenadamente cara y mis posibilidades de utilizarla son
prácticamente nulas, así que se la devolví a mi jefa. Que, con toda esa ropa
que ya hemos usado para fotos, salir de fiesta o lo que sea… y que no puede
vender como de primera mano; la utiliza bien para decorar los maniquís de
la tienda, para alguna exposición de moda que concierta o, incluso, tiene
apalabrado un servicio de préstamo para teatro y cine con una productora.
En Belle Extreme se le saca rendimiento a todo.
—¿Te gusta tu trabajo?
—¿Qué pasa? ¿Que también estás pensando en cambiar tu negocio en el
que haces sufrir a la gente por el de periodista? ¿A qué vienen tantas
preguntas? ¿Entrenamos o me voy a almorzar?, porque tengo un hambre de
muerte. —Cambio de tema deliberadamente, no le concierne saber más de lo
que le he contado.
—Valeeee. —Pone las manos en alto protegiéndose de mi ataque—.
Bueno, ¿estás mejor? —Asiento—. ¿Te parece bien si hoy practicamos un
poco de yoga para hacer la clase más suave?
¡La madre del cordero! Yoga, dice, si yo no he hecho eso en mi vida. Sin
embargo, entre hacer el pato mareado en la intimidad de su casa, que será lo
que consiga, e irme a correr una maratón a la calle, pues yoga se ha dicho.
No estaba preparada para todo lo que nos íbamos a reír esa tarde. Dios
mío, tengo menos equilibrio que un elefante en la cuerda floja.
28: Yoga
Ángel
—Vamos, Martina, ¿me estás vacilando? ¡Deja de moverte!
Martina se parte de risa, en serio, se parte. Intento que haga la postura del
árbol, la más básica y tras largo rato logro que ponga la pierna derecha
levantada, flexionada, apoyando la planta en la pantorrilla izquierda y las
manos en el pecho como si estuviera rezando una plegaria, pero es incapaz
de mantenerse quieta, parece que está bailando.
—Es que esto es muy difícil —protesta.
—Deja de reírte —la amonesto serio a ver si me hace caso de una vez.
Me coloco a su espalda y presiono su abdomen. Martina se queda inmóvil
y en silencio sobre la marcha, y yo trago con fuerza. Noto el calor de su
espalda en mi pecho y de sus nalgas en mi pelvis y solo me apetece
presionar. Me acerco más, hasta que logro que se apoye en mí.
—Vale, dejo de reírme —masculla—. Jodido demonio —escupe aún más
bajo, como si yo no pudiera oírla.
—¿Y qué he hecho yo ahora? ¿No quieres que te enseñe la postura? —
pregunto y en mi mente retumba: «otra postura quiero enseñarte yo», pero
intento ser profesional, lo juro. Cierro los ojos, pretendiendo concentrarme,
pero solo capto su olor, ese maravilloso olor a la ducha que se ha dado antes
de salir de casa. Por un momento ha dejado de dar brinquitos y, cuando
intento apartarme un poco, pierde el equilibrio y su culo impacta con mi
polla, que ha dado un respingo de felicidad—. ¡Madre de Dios! —protesto
—. Mejor cambiamos.
Intento que haga bien el guerrero o el perro boca abajo, que no son
complicadas, pero sin demasiado éxito, y ya cuando le muestro cómo debe
hacer el plano lateral inclinado me mira como si estuviera loco, abre los
ojos como platos, traga con fuerza y clava la vista en mi abdomen.
—Tú flipas, demonio. Bah, me voy a casa. Paso de tu rollo hippie.
—¡Qué hippie ni qué ocho cuartos! Hippie tú, que menudo temita de
conversación has sacado en medio de la cafetería esta mañana. —Río y me
siento en el suelo con las piernas cruzadas. Me rindo, no voy a lograr que
haga yoga, a ver si logro que haga otra cosa…
—Momoa, delicioso. ¿Te lo presto? —Martina se tira en el suelo delante
de mí de forma descuidada, con las piernas algo abiertas, y de pronto estoy
sudando, me la imagino mojada, empapada, paseando al tal Momoa ese por
sus pliegues hasta que se penetra con él—. ¡Ángel! ¿Dónde estás, chico? ¿Te
apetece ver Aquaman y nos hacemos unas pajillas… sin mariconeos?
Martina se tira para atrás en el suelo y se carcajea. No para de reírse.
—Muy graciosa, pero… yo… En realidad…
—¡Si me dices que prefieres a Chris me corro ahora mismo! —suelta.
—¿Has bebido a escondidas, Marti? ¿Quién cojones es Chris?
—Hemsworth.
—Ah, el superhéroe.
—El del martillo; sí, señor.
Vuelve a tirarse para atrás y se ríe. El pecho le sube y le baja con las
convulsiones, y me tengo que contener mucho para no tumbarme encima de
ella y mostrarle que, para martillo, el mío.
Estoy empalmado de nuevo, me pongo de pie e intento disimularlo, paso
de que me suelte otra de sus magníficas perlas.
—¿Te quedas a comer? —le pregunto, mientras cojo una camiseta que he
dejado tirada en el sofá y me la coloco. Me mira con cara de decepción,
tiene un puchero incluso—. ¿Qué? Prometo no darte alfalfa.
—Ya, sí… ¿A quién pretendes engañar?
—Te prometo que estará rico.
—Bueno, vale —dice al fin encogiéndose de hombros.
Se piensa que soy tonto, que ya vi que le ponía ojitos a la pizzería de
debajo de mi casa. No, no, no. De eso nada. De pizza nada, hoy come sano
como que me llamo Ángel.
—¿Sales con alguien? —le pregunto por romper el hielo.
Se ha sentado en la mesa de la cocina, me ve trastear con el horno y está
muy callada, demasiado. Resopla.
—No, hace tiempo que no salgo con nadie, de hecho. Prefiero no
complicarme la vida, no sé si me entiendes.
—Aquí te pillo, aquí te mato.
—Algo así.
Normal, obvio. Es preciosa, se puede llevar al que quiera. ¿Por qué no va
a hacerlo? Trabaja de noche, en un ambiente distendido, cuya labor principal
consiste en ser simpática, sonreír, bailar, estar guapa, dar conversación a las
personas a su alrededor. Me la imagino yéndose cada fin de semana con uno
diferente y no me gusta, pero tampoco soy quién para juzgarla. Igual yo
debería hacer lo mismo, quizás así otro gallo cantaría.
Comemos tranquilos, hablando de todo y nada y, cuando me levanto para
preparar el café, suelta:
—¿Y tú? ¿Sales con alguien?
Bien, ¡por fin! Mi oportunidad para decirle que no soy gay ha llegado.
—No, hace un año rompimos. Fue bastante jodido y me he quedado muy
tocado con el tema. No es que me apetezca volver a colgarme por…
—¿Un año ya? ¡Pensé que hacía menos! —me interrumpe. Niego
confundido, por qué lo piensa, no lo entiendo.
—Martina, yo…
Me quedo en silencio. ¿Y si me lo callo un poco más? Está muy abierta y
receptiva conmigo, y me encanta que sea así. En algún momento debería
decírselo, pero igual este no es el adecuado.
—¡Venga! Se acabó el tema, te has puesto demasiado serio, y yo me tengo
que ir a casa a prepararme para trabajar.
Me cuenta sus planes para esta noche, y se me enciende una bombilla.
29: No es mi tipo
Martina
Después de almorzar juntos una lasaña vegetal que saca del congelador y
que jura y perjura que la ha preparado él con sus dos manitas a base de
verduras e ingredientes bajos en grasas, que he de reconocer que está para
chuparse los dedos, y alargar la tarde un poco más tomándonos un café, le
cuento mi planning para esta noche.
Me toca visitar una zona de ambiente lésbico que casualmente se
encuentra a una calle de la casa de Ángel, me gusta el sitio, ponen buena
música y el personal es súper simpático. Jaime, uno de los camareros,
prepara unos cócteles que quitan el sentido, aunque mi cuerpo no está
preparado todavía para meterle alcohol a tropel, alguno caerá, seguro.
Cuando apenas me quedan unas horas de esparcimiento me retiro a casa,
necesito echarme una siesta de una horita antes de empezar con la chapa y
pintura, en caso contrario, no aguantaré el ritmo de la noche.
Ángel me acompaña a la puerta.
—Bueno, nos vemos el lunes —me despido.
Mañana es domingo, lo que quiere decir, básicamente, que me libro del
entrenamiento y me pasaré el día durmiendo, viendo a Momoa —el actor—,
satisfaciendo mis necesidades con Momoa —mi vibrador— y comiendo mil
mierdas a domicilio que pienso comprar.
—Hasta el lunes. Pásalo bien esta noche —me dice apoyado en el quicio
de la puerta con los brazos cruzados.
Intento no bizquear porque la imagen bien lo merece. Esos bíceps, por
Dios.
—Gracias. —respondo escuetamente.
Se queda en la puerta esperando a que llegue el ascensor al que acabo de
llamar y transcurren unos segundos de silencio, en los que él me observa con
una sonrisa traviesa, y yo le miro pensando en que lo violaría, pero, más allá
de ello, recapacitando sobre que parece que hemos enterrado el hacha de
guerra. Después del día que hemos pasado juraría incluso que le caigo bien,
que nos hemos divertido. Creo que mi demonio particular, en el fondo, me
tiene un poco menos de asco que hace un par de días.
—Oye, Marti. —Me llama justo cuando me meto dentro, asomo la
cabecita y me quedo obnubilada viendo cómo se le marcan los hoyuelos.
Sonríe con gesto descarado—. ¿No me has dicho si pudiste escuchar mis
ruiditos? —bromea levantando las cejas de forma divertida.
No puedo hacer otra cosa que soltar una carcajada y, sin decir nada,
vuelvo al interior del ascensor. Madre del amor hermoso, ¡cómo me gusta
este hombre! ¡Qué repaso le daba!
«En fin…, probabilidades de ligar esta noche: cero. Al menos con un
hombre. Así que más me vale satisfacer mis necesidades antes de meterme
en la ducha también», pienso antes de que el ascensor suelte el pitido
característico que anuncia que he llegado a mi planta.
No tardo en llegar a casa y necesito, antes que nada, cumplir otra de mis
necesidades fisiológicas. Necesito comer. Comer algo contundente, a poder
ser. Más, si tengo intención de beber alcohol esta noche, que la tengo.
Ni corta ni perezosa llamo a la pizzería vecina de mi entrenador personal,
y me traen una pizza, patatas, alitas de pollo, refresco y helado de postre.
Hasta el mismísimo culo me pongo y me sienta de vicio, ha vuelto el color a
mis mejillas, para que luego digan que las grasas son malas. Después de
descansar un poco empieza mi rutina laboral.
Mi jefa ha elegido para esta noche un mono con un escote espectacular, no
puedo ponerme sujetador con esto, madre mía, es precioso. Me lo enfundo
con cierta reticencia, porque no sé si me quedará bien, pero Maca tenía
razón cuando me pidió que confiara en ella, puesto es más bonito aún que en
la percha.
Me recojo el cabello en un moño alto y como maquillaje, sobre todo,
rímel y labios rojos, como me recalcó mi jefa, y cumplo su orden con
exactitud. Manicura a conjunto y ¡voilá! Lista para triunfar. Elijo unos
zapatos de tacón rojos de mi zapatero que le vienen que ni pintados y agarro
mi móvil.
MARTINA:
Luka, ¿puedes pasarte esta noche por Planet? El modelito de hoy es espectacular,
deberíamos sacar algunas fotos para la web y las redes sociales.
LUKA:
Hecho, llegaré temprano.
Que un chico gay te diga que estás preciosa, es un poco como si te lo dice
tu mejor amiga o tu madre, no cuenta, ¿no? Pongo un mohín. Mierda. Quiero
que él me vea preciosa de verdad y es una putada muy grande estar tan
colgada de un tipo que sabes que jamás de los jamases se fijará en ti.
Mi nivel de necesidad aumenta por días y, sinceramente, Diego ha dejado
de ser una opción. Me ha seguido escribiendo, pero, cuanto más me habla,
menos ganas tengo de verlo, automático. Si hay algo que tengo claro es que
no haré una cosa que no me apetece hacer, por mucho que los demás lo
esperen de mí, y él estoy segura de que espera que caiga a sus pies.
Vuelve a vibrar mi móvil.
ÁNGEL:
¿Y ese puchero?
ÁNGEL:
Ya. Un juicio. Ahora lo llaman así. ¿En dónde dices que vas a prepararlo?
CAROL:
En una casa preciosa que tiene en la playa, con piscina y jacuzzi.
ÁNGEL:
Por un momento casi me ha dado pena de que tuvieras que madrugar un domingo para ir a
trabajar.
CAROL:
Ja, ja, ja. Bueno, ¿se lo dijiste o no?
ÁNGEL:
No. Cuando me atreví a abrir la boca, se quedó dormida.
Intenté despertarla, que conste en acta.
CAROL:
Cobarde.
ÁNGEL:
Es que… me da miedo.
CAROL:
Cobarde.
ÁNGEL:
Sé que me voy a envalentonar y ya le voy a soltar todo, que yo el único rabo que toco es el
mío y que la única que me desquicia es ella, pero también es a la única que me apetece… bueno,
esas cosas, que no es plan de poner aquí una confesión por escrito que pueda ser utilizada en mi
contra.
CAROL:
Yo nunca me inmiscuiría. Es asunto vuestro.
ÁNGEL:
Me va a dar calabazas. Con suerte no me meterá otra patada en la canilla, o en los huevos,
vete a saber.
CAROL:
Le gustas.
ÁNGEL:
No sé, no lo parece. Bueno, me caigo de sueño, voy a dormir un rato. Hasta mañana. Que
lo pases bien en tu día de «trabajo».
Me río, ahí está ella, es única. No entiendo un carajo lo que quiere decir,
pero me río por el tono de su voz y por la forma en la que suelta el
comentario. ¿Esto da pie a una llamada? No estoy seguro.
No pienso.
Solo actúo.
Le doy a la tecla de llamar y espero.
Escucho su voz al otro lado, contesta como si llevara esperando por mi
llamada días, horas…, quizás un año. Sí, no he llamado a Martina, he
llamado a mi hermano.
Antes de volver, tengo cosas que solucionar.
49: Tema que tema
Martina
—¿Alguna quiere otra cerveza?
Sí, he salido.
No, no estoy trabajando, obvio, si lo has pensado es que no te has
enterado un carajo de todo lo que ha pasado en mi vida últimamente.
—¡Yo! —gritan todas al unísono.
Me acerco a la barra.
—Hola —le digo al camarero mojabragas, como lo hemos bautizado las
chicas y yo hace un rato—, ¿me pones cuatro cervezas y algo de picar?
—Claro, y lo que quieras, morena.
A cuadros. Me quedo a cuadros. Sonrío, pero no digo nada, no es por
estúpida ni por hacerme la dura. Es que me ha dejado sin palabras el armario
de cuatro puertas que tengo frente a mí, que tiene músculos en los músculos,
piel morena con menos vello que yo, ojos verdes y sonrisa de anuncio.
Cuando vuelvo a la mesa, las arpías que tengo por amigas están
descojonadas, porque lo han oído a él, y no me han oído a mí. Me conocen lo
suficiente para saber que me he quedado traspuesta.
—¡¡Uuuuuhhhhhh!! ¡¡Aquí hay temaaaa!! —grita Eve y de pronto canturrea
como una loca—. ¡¡Tema que tema, que tema tema, que tema!! —entona a
voz en grito, y la voy a perdonar, porque lleva como cuatro cervezas y cuatro
chupitos de tequila.
El resto se ríe a carcajadas, y a mí se me suben los colores.
Emma le sigue el rollo a Eve y mira que mi Emma es muy timidilla, pero
se une con esta y no tiene remedio.
—¡¡Tema que tema, que tema tema, que tema, que tema tema, que tema…!!
El camarero se acerca y deja las cervezas y una nueva ronda de chupitos
de tequila.
—A esta invito yo, chicas —dice poniendo la bandeja de tequilas que
obviamente no he pedido en la mesa.
Ellas siguen a lo suyo, cantando y palmeando. Carol me mira. Yo miro a
Carol y no sé qué otra cosa hacer que hundir mi cara entre las manos.
—¡¡Gracias, moreeenoooo!! —grita Eve— Chicaaaaaas, chupitoooooo.
¡Vamos, Marti, que este es para ti!
—No, gracias, yo paso de tequila. —Después de mi momento abrazaváter
intento controlarme, por no volver a perder los papeles y eso.
Me destapo la cara, pensando que el camarero se ha marchado, pero sigue
aquí, a nuestro lado, muerto de la risa con las cosas de mis amigas.
Miro a Carol y la he perdido, está partida de risa, viendo cómo el
camarero toma su mano, pasa una rodaja de limón sobre ella y luego
espolvorea sal. Le tiende el vaso que ella coge con la otra mano y nos espera
al resto, para poder brindar.
Emma le tiende su mano incluso antes de que termine con Carol, poco más
y se la envuelve para regalo. Se mea, se mea de risa, y el camarero sonríe
divertido. Hace lo mismo con ella.
Eve sigue tarareando, pero en voz más baja el Tema que tema al ritmo de
Toma que toma, por si no lo habías pillado. Yo niego con la cabeza, pero me
río también. El camarero me mira a los ojos mientras repite el proceso con
Eve y me enseña el limón que tiene en la mano a modo de pregunta.
Yo niego.
Tequila, no.
Que me toque un maromo quemabragas de dos metros que me va a derretir
ipsofacto, mejor que tampoco.
—¡¡Anda que no!! —grita Eve—. ¡Trae aquí eso! —Mi amiga le arrebata
el limón al maromo y, cuando pienso que va a coger mi mano, me va a untar
sí o sí del mejunje sal y limón y me va a obligar a beber. Coge la mano del
camarero y hace lo propio, pero con él—. Es que mi amiga es muy
tiquismiquis y a ella eso de ensuciarse…, pues depende de para qué.
¿Verdad, Marti? —Abro los ojos como platos porque la veo venir—. A ti no
te importa que mi amiga te chupe un poco, ¿verdad que no? —El camarero
suelta una carcajada y niega con la cabeza—. Y ya te digo yo que Martina
necesita el tequila, la sal, el limón y esas manos tuyas morenas.
«Que acabe ya este momento. Que me parta un rayo o que me trague la
tierra», pienso. Pero no, ni el momento pasa desapercibido ni me parte un
rayo ni nada. El camarero me coge de la mano, hace que me levante, se
coloca en mi sitio y me sienta encima de él, en sus rodillas. «¡Ay, Dios! ¡Ay,
Dios!».
Emma me tiende el vaso y me guiña un ojo.
Mira la Emmita, que las mata callando, si parece mojigata y me da veinte
vueltas. He de reconocer que echaba de menos esto, no al hombre de dos
metros que está justo debajo de mi culo, obviamente, porque a él no lo
conocía hasta hoy. Pero sí el poder salir con mis amigas, con todas ellas, sin
trabajo de por medio y sin hombres a la vista que nos amarguen la noche,
salvo el que quiere que le chupe un poco, pero ese no cuenta.
Al final, claudico, porque a nadie le amarga un dulce y porque, llegados a
este punto, ¿por qué no lo voy a disfrutar sin más?
—¡Venga, chicas! Arribaaa, abajoooo, al centroooo y paaara dentrooooo.
Esa que grita como una jodida loca sigue siendo Evelyn.
Todas se chupan el dorso de la mano, y yo observo al hombre bajo mis
posaderas que me está devorando con la mirada. Le tomo la mano y paso la
lengua, limpiando todo rastro de sal de su piel y bebo el tequila de una vez.
Me tiende el limón cuando he tragado y, según lo saco de mi boca, lo
escucho hablar.
—Joder, me encanta el tequila.
Masculla y, sin más, agarra mi cara con las dos manos y me planta un
morreo, un morreo de película, con lengua y todo, joder, que hasta ahí parece
tener músculos. ¡¡Madre de Dios!!
Me dejo llevar, porque sí, porque necesito divertirme, porque Ángel viene
a mi cabeza, pero también pienso en que hace dos semanas que desapareció
de mi vida y no he vuelto a tener noticias suyas y, básicamente, porque mi
cuerpo pide salsa.
El beso se alarga, mucho, demasiado. Noto la presión en los pantalones de
este hombre y me pongo mala, me pongo muy mala.
Se aparta, y respiro. Cojo aire, boqueo, muero calcinada.
—Tengo que volver al trabajo, nena; pero, si me esperas, luego te empotro
contra la puerta del almacén.
Y ha dicho «puerta» y toda mi libido se ha venido abajo. Ángel, el puto
demonio, vuelve a mi cabeza. ¡Me cago en todo! ¡Qué puta tortura de
hombre! Asiento y me levanto para que vuelva a la barra ese dios griego.
El tío ni disimula la erección, trago con fuerza, y mis amigas rompen en un
aplauso atronador que hace que todo el bar mire en nuestra dirección o igual
ya miraban antes, no lo sé.
—Esta noche, mojas —me codea Emma.
—Ya…, sí…, no sé.
Miro a Carol y no dice nada, pero me sonríe de esa forma en la que solo
ella sabe decirme que está completamente segura de lo que pasa por mi
cabeza; me lee, te juro que la tía me lee. Creo que es un superpoder que dan
cuando te haces madre.
—¿Ángel? —vocaliza sin pronunciar, pero lo he entendido a la
perfección.
Asiento, ¿qué otra cosa voy a hacer? ¿Mentirle? ¿Que si me gustaría que
el adonis de dos metros me follara encajando mi cuerpo entre la pared y su
polla? Pues sí, para qué engañarte, ¿lo haré? Pues probablemente no, porque
soy así de tonta.
50: Quema, duele, pero también cura
Ángel
Víctor y yo estamos en la misma barra del mismo bar que hace un año.
Me ha costado llegar hasta aquí, me ha costado tomar esta decisión, pero
tengo que pasar página y esta es la mejor forma. Se ha mantenido en silencio,
no ha dicho nada, simplemente lo cité a una hora y aquí estaba como un reloj.
Cuando el camarero nos tiende la cerveza y se marcha, me decido a
hablar.
—He visto a Nati —comienzo, y él asiente—. Ya tengo los papeles del
divorcio.
—Lo sé, me lo dijo.
—¿Os vais a… casar? —Me viene de pronto a la cabeza. Mi hermano
suspira, resopla y se pasa ambas manos por la cara.
—No lo sé, Ángel, no lo sé. Yo solo sé que la quiero.
—Yo también la quiero, a pesar de todo —formulo y el gesto de Víctor se
vuelve más triste aún de lo que ya era—, pero llevo un par de días
reflexionando sobre algo que ella me dijo. —Paro, intentando poner en
orden mis ideas. Mi hermano no dice nada, no sabe a qué atenerse conmigo,
lo sé, porque nunca habíamos peleado, nunca habíamos discutido, nunca nos
habíamos dejado de hablar…, pero es que nunca me había traicionado, y
para mí también es nuevo todo esto—. Me habló de algo que nunca había
tenido presente: me habló de chispas, de amor, de pasión, de sonrisas
furtivas, de ganas de besar…, y yo pensé…, Víctor, te lo juro que siempre
había pensado que Nati era el amor de mi vida. Nos criamos juntos, me vino
como de serie, esa es la realidad, y yo no concebía la vida de otra forma que
junto a ella, porque siempre estuvo conmigo. Nos sentábamos juntos en el
colegio, hacíamos los deberes juntos, merendábamos juntos y descubrimos
juntos el mundo. Crecimos juntos. Fue así, Víctor. Nunca me paré a
reflexionar sobre qué era eso que sentía, hasta dónde llegaba. Yo solo sabía
que me gustaba verla feliz y, de hecho, me sigue gustando ver que lo es.
»Un día decidimos casarnos, ni siquiera recuerdo exactamente cómo
empezó la conversación, quizás como una broma, no lo sé. Y, para cuando
nos dimos cuenta, estábamos pasando por la iglesia a firmar los papeles que
aseguraban que, aunque llevábamos toda la vida juntos, pasaríamos el resto
que nos quedara igual. Y yo me aferré a esa promesa, a esa tranquilidad de
saber que siempre la iba a tener a ella, porque tenía la sensación de que sin
ella no sabría ser yo, porque éramos uña y carne, porque nunca nos habíamos
separado más de un día y creí que yo no sabría estar con nadie que no fuese
ella, porque era lo obvio, porque era lo lógico. Como si ella me hubiera sido
asignada al nacer o algo así, no lo sé.
»Fue un golpe, fue un batacazo. ¿Un año juntos a mis espaldas? Eso es
traición, Víctor, aquí y donde sea. No sé cómo lo hubiera hecho yo, quiero
pensar que jamás me hubiera enamorado de tu mujer, que nunca la hubiera
mirado con lascivia, que nunca la hubiera percibido como una opción. Pero
lo cierto es que no me puedo poner en tu lugar, porque no lo sé. Supongo que
esperasteis el tiempo oportuno para saber que lo vuestro era fuerte y grande,
irrompible… y solo entonces decidisteis que era yo el que sobraba en la
ecuación.
»Ahora que lo pienso, tanto tiempo después, no te voy a decir que no
duele, porque sí que lo hace, pero también te puedo decir que he visto que
Nati tenía razón. No era amor. Lo nuestro no era amor, solo una amistad
llevada al extremo.
Mi hermano sonríe en un gesto lleno de añoranza, lleno de dolor, lleno de
muchas cosas que ganó y otras tantas que perdió. Y es jodido, sé que es
jodido, que para ser feliz en su vida con la persona que amaba tuviera que
pasar todo lo que pasó, lo es.
Víctor agarra mi mano con fuerza, y solo recuerdo esos cientos de veces
que me caí haciéndome daño, y él hacía lo mismo; se sentaba a mi lado, me
ayudaba a curar mis heridas y me consolaba con ese simple gesto. Siempre
estuvo para mí. Duele que no sea capaz de perdonarlo.
—Te quiero, Ángel —pronuncia y está llorando.
Me levanto y lo abrazo, porque ahora él también tiene heridas, porque no
sé qué se supone que debo hacer y decido actuar con el corazón, y mi
corazón me pide que me deje llevar.
—Te quiero, Víctor. No puedo perdonarte ahora, todavía no, pero lo
entiendo, al menos ya lo entiendo. Dame tiempo.
—Todo el del mundo.
Y al oír esas palabras sonrío y las recuerdo; cuando era pequeño y yo lo
abrazaba al curarme las heridas y le decía: «gracias, Víctor, gracias por
quedarte conmigo tanto tiempo hasta que me he sentido mejor», y él siempre
me respondía: «me quedaré a tu lado todo el tiempo del mundo, Ángel».
Lo vuelvo a abrazar. Quema, duele, pero también cura.
Las sensaciones me sobrepasan y sé que ha llegado el momento, ha
llegado la hora de volver a casa. No de huir, ahora no, ahora ya no se trata
de eso. Ahora, como decía Carol, se trata simplemente de encontrar mi
camino.
—Sé feliz, Víctor.
Me levanto y me encamino a casa.
51: Locas de atar
Martina
¿Te estarás preguntando qué fue lo que hice en ese bar, después de ese
morreo que me dejó temblando y tras dar con la dura realidad de que no era
ese tipo quien yo quería que me empotrase contra una puerta? ¡¡Cotilla!! Ya
sé que te lo estás preguntando, en fin, que salí por piernas.
Literalmente. En serio, cogí el bolso, tras escuchar cómo Eve y Emma
entonaban el Tema que tema de nuevo prácticamente a voz en grito… —
¡¡manada de borrachas!!—, miré a Carol, que reía a carcajadas, la cual
asintió en cuanto averiguó mis intenciones, y salí huyendo del bar como alma
que lleva al diablo sin mirar a los lados por si de pronto veía al maromo y
me arrepentía —no sabía ni su nombre—.
Y, ahora, aquí estoy, volviendo a mi piso en un taxi como hice tantas y
tantas noches durante el tiempo que trabajé en Belle Extreme. Caliente. Tan
caliente que estoy pensando en Momoa y la caña que pienso darle esta
noche, que lleva muchos, muchos días relegado al olvido en mi cajón.
Sabía que no tenía que ponerme este mono, si ya cuando me lo puse para
ir a Planet fue la rehostia, que ligué con una chica y, sin yo saberlo, con mi
demonio… —voy a obviar que he pensado eso—. Pero me lo puse, porque
me siento súper guapa con él y esta noche quería sentirme segura y, la
verdad…, ¡no ha estado mal!
Me río sola por el camino con las cosas de Eve, mi Eve, hacía mucho que
no nos cuadraba vernos, la muy so puerca, solo hace fornicar y fornicar con
Nataniel y nos tiene abandonadas. Pero me alegro de haber quedado con
ellas hoy, me siento bien, me siento muy bien después de las risas que nos
hemos echado.
Llego al portal de mi casa y, antes de meter las llaves en la cerradura, las
chicas se bajan de otro taxi justo detrás de mí. Pongo los ojos en blanco y
río. No me he podido librar de ellas, pero al menos no han secuestrado al
camarero.
—¡¡Martiiiii!! —canturrea Eve—. Martiiii, estás fatallll. Si llego a ser
yo… —Sé perfectamente de lo que habla, como todas.
—Ya, si llegas a ser tú, te lo follas en el archivo. ¡Ah, no, perdona! ¡Que
eso ya se lo haces a Nataniel! —me burlo—. Anda, subid.
Carol y yo las chistamos porque Emma y ella están que se salen, se ríen
mucho, cuchichean a voz en grito —lo juro, se puede, ellas lo hacen—. Por
una vez hago una excepción y llamo al ascensor, porque si no el presidente
de la comunidad llama a la policía para que me echen del edificio.
—¿Por qué te fuiste, chica? —me pregunta Emma una vez ya hemos
entrado en casa y nos apostamos en el sofá.
Y yo me encojo de hombros porque no me apetece que se burlen de mí.
—Porque es tonnntaaaa de remateee. —Eve alarga las palabras al hablar,
está borracha.
Es lo que pasa cuando tu cuerpo ha perdido la costumbre de salir y beber
que, por poco que tomes, te pones como una cuba.
—Dejadla en paz, no seáis pesadas —suelta Carol entre risas.
—¡Yo sé! ¡Yo sé por qué! —grita Eve.
Me echan. Al final me echan del edificio, ya verás qué risas cuando me
tenga que acoplar en su piso/picadero. De pronto veo que se acerca de nuevo
a la puerta de salida y pienso que se ha vuelto tarumba y que se va en busca
del maromo. Esta lo trae a mi casa, lo veo venir.
—¿A dónde vas, so loca? —mascullo.
Pero en lugar de abrir y salir, que es lo que creía que iba a hacer, se pone
a morrearse con mi puerta, sobándose toda de arriba abajo con ella.
—¡Oh! ¡Sí! ¡Sí! —gime a voz en grito, Emma se parte el culo, y Carol y yo
abrimos la boca hasta el piso—. ¡Dámelo, dámelo todo! ¡Mi Ángel!
¡Tómame en mi puerta para que no pueda evitar ponerme cachonda cada vez
que entre o salga de mi casa!
Rompo a reír a carcajadas, ¿qué otra cosa puedo hacer? La culpa es mía
por habérselo contado.
—Dios mío —masculla Carol, porque Eve sigue gimiendo como si
estuviera fingiendo el mejor orgasmo del mundo.
—¡Jolines! Pues yo me estoy poniendo mucho al imaginarte, Marti —dice
Emma completamente colorada.
—¡Ay, Dios! —protesto y me quedo en silencio, esperando a que Eve deje
de hacer el gilipollas, básicamente.
Eve se carcajea y viene hasta donde estoy, se sienta a mi lado, y me da
dos golpecitos en la pierna.
—Andaaaa…, ponme algo de beber —me pide la muy petarda. Me quedo
mirándola sin responder, ¿y qué le voy a poner si por no tener no tengo ni
refrescos?—. ¿¡Qué!? ¿Era en esa puerta o no? —Asiento sonriendo—. Lo
sabía, se nota, se respira el sexo ahí.
—Estás bonita. Ahí no se respira nada que lo he limpiado todo con lejía.
—Río.
—El aura, amiga mía, el aura mágica que deja un buen polvo no se quita
con eso.
Reímos.
Emma y ella van hasta mi cocina. Carol se queda conmigo porque es mi
vecina, sabe que ahí, básicamente, solo quedan productos dietéticos.
—¡Joder! —grita Eve.
—Ostras, tía, ni una cerveza —delira la otra.
—Ni una cerveza, ¡ni una puñetera Coca-Cola! Joder, Marti, ¿estás en la
ruina? —Eve y Emma vuelven al salón con las manos vacías y un mohín en
la cara. Yo niego con la cabeza, pero no respondo—. Chica, si no tienes
dinero para cosas básicas, nos lo tienes que pedir.
—¿Qué cosas básicas? —pregunto riendo.
—¡Cerveza!
—Jolines. —Emma se tapa los ojos, fingiendo que llora—. Ni una
cerveza.
—Anda, so petardas, id a mi nevera, algo hay por ahí.
Carol le lanza las llaves de su piso a Eve que las pilla por el aire.
—¡Oh, Dios! ¡Síííí! —Eve grita y salta de felicidad.
—¿Qué has hecho, amiga? ¿Qué has hecho? —mascullo.
Nos reímos.
Dos minutos después aparecen cargadas con todas las cervezas que había
en la nevera de mi amiga, con la Coca-Cola y hasta con el zumo de
melocotón de los niños. Lo peor, estas tías son lo peor. Emma trae, además,
un par de bolsas de patatas.
—Me habéis desvalijado, eso es delito —protesta Carol, y las otras la
ignoran.
—Bueno, nena, ¿y cuándo piensas volver a llamarlo? —me pregunta
Emma tendiéndome una cerveza que acaba de abrir. Mejor unirme, porque
esta guerra la tengo perdida. Agarro la lata y doy un buen trago antes de que
continúe hablando—. Tienes que seguir con los entrenamientos que ya están
pagados.
—Ya, chicas, pero es que… no me cogió el teléfono y tampoco me abrió
su puerta. Os devolveré el dinero —murmuro con tristeza.
—¡Qué nos vas a devolver! Si no tienes ni para cervezas —refunfuña Eve.
Las dos borrachas rompen a reír, y Carol sonríe mirándome. Tengo que
reírme, no me queda más remedio que hacerlo.
—Pues tienes que intentarlo de nuevo —insiste Emma.
—Ya, sí… —De pronto me viene un flash de la petarda esa psicópata del
parque—. No, la verdad es que paso.
Si algo tengo claro es que no me voy a arrastrar más —si obviamos que
hace nada lo llamé para dejarle un recado en el contestador que volvió a
ignorar—.
—Por mucho que vayas hasta su casa no te va a abrir —suelta Carol y
luego bebe, bebe media lata de una vez como para evitar seguir hablando.
—¿Cómo? —pregunto mirándola—. ¿Qué sabes tú que yo no sé?
Carol suspira, y Eve, Emma y yo nos quedamos en silencio escrutándola,
esperando a que se arranque a hablar.
—Está en Tortosa.
—¡Hostias! —mascullo.
—Me cago en la puta. —Eve, sin duda.
—Jolines. —La princesita Emma.
Nos quedamos en silencio.
¿Se ha ido? ¿Se ha marchado a Tortosa de nuevo y no se ha despedido de
mí? ¿Y su novia, la loca esa del parque? No entiendo nada. Nada de nada.
Lo cierto es que con Ángel no dejo de sorprenderme, no es nada de lo que
pensaba que era. No sé si estoy decepcionada o enfadada. Pero al menos
decirme «me voy», un mensaje, algo… Y, por supuesto, devolver el dinero a
mis amigas.
Me enfado. Sin remedio me enfado y tengo claro que mañana lo voy a
llamar hasta que se caiga la línea abajo. Este me coge el teléfono sí o sí,
como que me llamo Martina, porque estoy en el paro, no tengo nada mejor
que hacer y, como lo apague, juro que pillo el primer tren con destino a
Tortosa y lo encuentro, yo a ese lo encuentro y se va a enterar.
Mi móvil, que está frente a mí en la mesa del salón, suena con un mensaje.
Me extraña porque es muy, pero que muy tarde, y tiemblo. ¿A que las hijas
de perra estas le han dado mi número de teléfono al maromo del bar?
—¡Ay, Dios! ¿Qué habéis hecho? —les pregunto antes de coger el aparato.
Emma y Eve se miran y niegan con la cabeza.
Emma levanta una mano y coloca la otra a la altura de su corazón, como
en un juramento.
—Nada de nada —dice.
Miro a Carol. Y ella niega con la cabeza.
—A mí no me mires —reitera.
—Bueeeno… —continúa Eve—. Ay, nena, no te enfades, pero igual sí que
le he dado tu número y no me acuerdo con exactitud.
—¿¡Cómo!? Ay, Eve, yo te mato. Si no sé ni cómo se llama.
—Ojitos verdeeeees, ojitos verdeees y polla gordaaa se llama.
Me llevo una mano a la frente, se me ha secado la garganta, porque no hay
descripción más acertada que esa. Me río a carcajadas cuando me tiende un
trozo de servilleta donde hay escrito un número de teléfono y reconozco
perfectamente la letra de mi amiga donde pone precisamente eso: «ojitos
verdes y polla gorda».
—Ay, ay… —titubeo, básicamente porque me he quedado sin palabras.
Saco el móvil del bolso y lo desbloqueo.
Tengo un wasap nuevo.
Flipo.
Flipo mucho.
ÁNGEL:
Cada vez estás más loca.
Seguido de un guiño.
¿Esto qué es? ¿Esto qué cojones es?
Levanto la cabeza y, antes de que pueda decir nada, suena otro wasap en
el móvil de Carol, que lo tiene en la mano. Siempre que está lejos de los
niños lo lleva así, como un complemento más. Lo desbloquea y lee. Levanta
la cabeza y me mira.
—Es Ángel —decimos las dos al mismo tiempo.
52: Imperfecto
Ángel
Pues sí, soy imbécil. ¿Qué demonios pensaba que me iba a contestar?
Algún rollo de esos de los de ella en plan: «y tú eres un demonio y me
derrito con tu calor» o alguna pollada de esas —igual no es del todo
acertado, pero, bueno, os hacéis una idea—.
Releo su respuesta una vez más.
MARTINA:
Ángel, me alegro de que te hayas pirado a Tortosa, porque eso quiere decir que no volveré a
verte el pelo jamás en la puñetera vida. Y espero que le devuelvas el dinero a las chicas.
Leo.
Releo.
¿Qué querrá decir «hoy menos que nunca»? He bebido algo y estoy
agotado como para pensar en todo esto. Lo mejor es que me acueste y me lo
explique en otro momento de mayor lucidez.
Me quito la ropa y me quedo en boxers antes de tumbarme en la cama.
Evidentemente no he vuelto a casa de Juanjo y María José, básicamente,
porque quiero demasiado a mi cuello y ella es capaz de rajármelo si
aparezco a estas horas por ahí, son casi las tres de la madrugada.
He venido con Víctor hasta casa de mis padres. Supongo que para él
también es tarde para volver a casa, porque se ha acostado a dormir en su
antigua habitación, ¿dónde vivirán estos dos? Por mi mente pasa la idea de
que lo hacen en la casa donde Nati y yo vivíamos juntos, que duermen en la
misma cama, bajo las mismas sábanas…, pero sé que no es así, al menos eso
me dijo mi abogado.
Doy vueltas en mi antigua cama, mirando al techo y dándole vueltas a la
cabeza. Me siento más tranquilo después de haber hablado con Nati y
también con Víctor, después de ayudar a Servando con el gabinete, es como
si me hubiera quitado un peso de encima. Sin embargo, las palabras de
Natalia retumban en mi cabeza y pienso de nuevo en Martina y en lo mucho
que la he jodido al desaparecer sin contarle primero lo que sucedía.
Como no me puedo quedar dormido, decido contestarle a Carol, por si
tengo suerte y sigue despierta.
ÁNGEL:
¿Qué quiere decir eso de «hoy menos que nunca»?
CAROL:
Que se ha dado el lote con uno que te da mil vueltas y ha salido huyendo… por ti.
Pues sí, sigue despierta y parece que estaba deseando soltarlo porque ha
tardado cinco segundos en enviarme su respuesta.
Tengo muchas dudas, ¿qué quiere decir exactamente que se ha dado el
lote? Y, lo que es más importante, ¿qué quiere decir que me da mil vueltas?
¿Y que salió huyendo? ¿Y por mí?
ÁNGEL:
No entiendo nada de nada.
ÁNGEL:
No te disculpes por nada. A ti no te faltaba razón, pero yo necesitaba de esto. ¿Te parece
bien si mañana hablamos? Buenas noches.
EVE:
A mí no me parece mala idea, démosle espacio a Martina, igual así se tira antes al camarero
buenorro de dos metros y con la polla más grande que mi muslo. MÁS GRANDE QUE MI
MUSLO, por si no lo has entendido, Ángel.
CAROL:
Ay, madre mía, qué bestia eres, Eve. Ángel tenía cosas que solucionar.
EMMA:
Sí, ya. Lo de meterla en mitad de un triángulo amoroso mejor lo obviamos, ¿no?
Hasta ese momento no había intervenido demasiado por miedo a que me
apedrearan, ¿se puede apedrear por wasap? No lo sé, pero tampoco lo
quiero descubrir. Pero leo lo que dice Emma y necesito defenderme. ¿Qué
triángulo ni qué ocho cuartos? Si el que estaba en medio de un triángulo era
yo.
ÁNGEL:
No tienes ni idea de lo que dices, Emma.
EVE:
Porque haces que mi marido tenga el cuerpo perfecto para cogerme en peso, nene, porque
si no te rajaba.
Suelto una carcajada, me ha hecho gracia, hasta para soltar una amenaza
esta mujer piensa siempre en lo mismo, pero no se lo digo, que no está el
horno para bollos.
CAROL:
Chicas, no os metáis en esto, es cosa de ellos dos.
EVE:
Y de mis puños, de esos también. Con lo bueno que estás y lo capullo que eres.
EMMA:
Como todos.
EVE:
Todos los tíos son unos putos cerdos. Menos mi Nataniel, ese no. Bueno, un poco cerdo sí,
pero solo en la cama, y en el archivo, y en la mesa del comedor, y… Ya me entendéis.
CAROL:
Eve, cariño, no tienes remedio.
EVE:
Sí, sí que tengo, el antídoto está entre las piernas de mi hombre.
Río de nuevo, ¿estos chascarrillos significan que me perdonan un poco?
Me encojo de hombros.
EMMA:
Puestos a ser cerdos y a joderla, pero bien jodida, que lo haga el guaperas de los ojos claros.
Pero ¿esta mujer no era la que no decía palabrotas?
ÁNGEL:
¿Te refieres a mí?
CAROL:
Tú hazlo ya, porque esta misma tarde la llamo para ver cómo está.
EVE:
Y te juro por lo más sagrado que si esta noche no te has atrevido a llamarla o ir a verla,
secuestro al camarero de atributos perfectos y lo arrastro hasta allí.
Siguen escribiendo, una tras otra, amenaza tras amenaza, sueltan chistes,
luego se ponen más serias, luego me presionan. Lo mejor que puedo hacer es
pasar de ellas.
Me sudan las manos, me tiembla el pulso y, no me preguntes por qué, pero
no me atrevo a llamar. En lugar de eso, voy dando un paseo, camino sin
rumbo, casi… porque mi subconsciente me dice que igual puedo
encontrármela cerca del trabajo, así que me acerco a Belle Extreme.
Me quedo clavado en el sitio cuando llego.
El escaparate está empapelado.
Cuelga un cartel que pone: «Se traspasa».
La puerta está abierta y veo gente dentro.
¿Qué ha pasado aquí?
Me quedo un rato allí delante de la puerta como un idiota sin saber qué
hacer hasta que noto que alguien me mira demasiado, allí veo al italiano ese
que le hizo las fotos a Martina para las redes sociales de la tienda que me
mira con el ceño fruncido. ¿Le habrá contado Marti lo ocurrido? Capaz que
me manda a sus primos de la mafia o algo.
Se acerca a mí, supongo que porque me he quedado atontado mirando para
él y no lo saludo ni me voy ni me acerco… Como un pasmarote, me he
quedado como un pasmarote.
—Hola, Ángel, ¿verdad? —Me tiende la mano.
—Sí —correspondo al saludo—. Disculpa, no recuerdo tu nombre.
—Luka. ¿Buscas algo por aquí?
—Esperaba encontrarme con Martina. —Decido ser sincero, porque no se
me ocurre ninguna excusa creíble.
—No trabaja aquí desde hace un par de semanas. Bueno, de hecho…,
estamos cerrando. —Me escruta con mirada felina, y no logro captar por qué
—. ¿Quieres pasar? —No sé para qué demonios querría yo entrar en una
boutique de ropa talla XXL que está a medio cerrar y sin Martina dentro,
que es lo que me interesa, pero Luka insiste con su gesto, y al final asiento,
tampoco tengo nada mejor que hacer; como tener, tener, sí, pero no me
atrevo, así que me dejo llevar—. Maca, este es el amigo de Marti, el chico
del que te hablé.
¿Y por qué este hombre le ha hablado de mí a esta tía que no conozco de
nada?
—Ay, hola. —Se acerca y me da dos besos—. Yo era la jefa de Marti.
—¿Por qué ya no trabaja aquí? —Me mira como si fuera tonto—. Bueno,
mejor dicho, ¿cómo es que cerráis el negocio? —reformulo la pregunta.
Luka y ella me cuentan los planes que tienen y que han decidido posponer
la mudanza algunas semanas hasta que logren traspasar el negocio, hay
varias personas interesadas con las que se han entrevistado, han ido
tanteando precios y demás.
—¿Ya tenéis toda la mercancía empaquetada? —pregunto cambiado de
tema porque me satura un poco el mundo de la moda en Italia, vamos, que me
importa un carajo.
—No, qué va, el almacén no hemos podido tocarlo, a la espera del
inminente traspaso y si están interesados o no en quedarse con nuestra
mercancía, si no, nos la llevaremos.
Cuando les cuento lo que quiero se parten de risa en mi cara porque saben
que es para Martina. Pero a mí no me importa que se rían, recuperarla es
importante y haré lo que esté en mi mano para ello. Después de mucho rato,
al fin, parece que he conseguido mi objetivo, he necesitado tirar un poco de
pena y les he contado todo lo que ha pasado… Sí, hasta ahí he llegado.
—¡Lo sabía! Se lo dije, y no me hizo ni puñetero caso, Maca, se lo dije.
—Ya, amor, ya… Es que por norma general los tíos no tenéis ni puñetera
idea de nada, así que no la culpes por no hacerte caso.
—Yo sí tengo idea, yo sé de esto, se me da bien —protesta ofendido. Y yo
espero a que terminen de desvariar.
El caso es que he conseguido lo que quería.
Le escribo a Carol, esta vez por privado, paso del grupo de locas ese que
me satura.
ÁNGEL:
Carol, ¿no se te olvidó contarme que Marti se había quedado sin curro?
CAROL:
¡Has hablado con ella, por fin!
ÁNGEL:
No, en realidad no. Volved a lo vuestro, pero mantén a Eve a raya, que esa la obliga a
fornicar con el tipo ese del bar. Necesito un par de días más.
CAROL:
Uf, la has cagado. Te digo yo que Eve se lo lleva.
55: Si esto no es amor, nada lo es
Martina
Cuando llevo unos días enclaustrada en mi casa y pienso que estoy a
punto de volverme loca y que si vuelvo a pasarle lejía a alguna parte de mi
hogar directamente se va a caer, llaman al timbre. Debo admitir que voy
corriendo hasta la puerta, quizás porque espero verla a ella, incluso ver a
alguno de los niños o puede que verlo a él. Todo, menos encontrarme con un
mensajero con un paquete para mí.
Viene sin nota ni remitente. No sé quién lo envía.
Cuando lo abro me encuentro con el picardías de Belle Extreme que
subimos a Instagram empaquetado en una caja preciosa. ¿Y esto? Esto es
chantaje de Maca para que acepte la oferta de empleo. Pero ¿esta mujer se
piensa que yo me vendo por un picardías? Por muy caro y bonito que sea…
Vamos, que es un camisón para follar, no es más.
Niego con la cabeza y tecleo un mensaje.
MARTINA:
Muchísimas gracias, me encantó este camisón. Me podrías haber llamado y nos hubiéramos
tomado la última para brindar antes de tu despedida.
MACA:
¿Eh?
Pues sí, cuando quiere es de pocas palabras la mujer. Intuyo que no es
cosa suya. ¿Me lo habrá mandado Luka? ¡Joder! ¿Y si me lo ha mandado
Luka? Se puso palote con esto. Me tapo la cara, porque Luka está bueno,
pero ahora es un hombre prometido. No estaría bien.
Se me enciende una bombillita y escribo.
MARTINA:
Juliáááán, Julianín… No me habías dicho nada de que habías roto con tu chica. ¿Buscando
tema?
MARTINA:
SOS, por Dios, Carol, necesito tu ayuda. ¡Ya! ¡Te necesito en mi casa!
No me he puesto nada que sea demasiado sexi; unos vaqueros cortos y una
camiseta limpia, hace un montón de calor, o eso me parece, sobre todo desde
que sé que viene ese hombre en dirección a mi casa. Me he recogido el pelo
en una cola de caballo y me he maquillado, eso sí. Que no necesite que sea
una opción en este momento no quiere decir que no quiera que nunca lo sea.
Cuando abro la puerta vuelvo a pasar por las cinco fases antes incluso de
abrir la boca: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
—Hola —me saluda el camarero. Eve no está, obviamente. Es guapo, no
puedo negarlo, pero para mí que, con cervezas, tequila y menos luz; daba
más morbo.
—Hola —contesto y me aparto a un lado—. Anda, pasa. No sé tu nombre.
—Ni yo el tuyo, cuando la amiga esa loca que tienes me pidió mi número
y me dio el tuyo, me dijo que estaba prohibido dar nombres, que yo soy
ojitos verdes, y que tú eres…, prefiero no decir lo que me ha dicho.
—Algo de mis tetas, seguro.
—Seguro —afirma. Al menos no le ha dicho su «apellido» postizo.
—¿Quieres café?
¿Qué otra cosa voy a contestar a eso? El maromo sin nombre acepta.
Preparo un par de tazas, y nos acomodamos en el sofá.
—Bueno, cuéntame por qué tienes unas amigas que están empeñadas en
que hagas nuevos… amigos.
Pues ha sido elegante, nunca lo hubiera dicho, porque me estoy
imaginando a Eve hablando con él y lo que menos se me pasa por la cabeza
es que le dijera eso exactamente.
—Ya, sí, amigos…
Le cuento de forma esquemática lo que ha ocurrido porque mi intención es
que se vaya cuanto antes de mi casa. Es guapo, es sexi, está bueno…, pero
no estoy de humor, no me apetece, no lo conozco de nada. Y, ahora que le
hablo de Ángel, me apetece aún menos.
—Vaya, lo siento, chica sin nombre. —Sonrío—. Y, dime, ¿te apetece
olvidarte del hombre ese durante un rato?
El maromo coge mi mano, y yo tiemblo. Me noto arder las mejillas.
—No sé qué responder a eso.
Me sincero, porque es la verdad. Una parte de mí me dice que le dé
alegría al cuerpo y la otra que para qué cojones me voy a follar a este tío si
en realidad no me apetece.
—Vale, yo te ayudo a decidir.
Tira de mi mano para que me incorpore y me insta a sentarme sobre él a
horcajadas. Está duro, como una piedra. Me observa, y yo a él, pero por el
momento no da un paso más, y yo…, yo me conformo con respirar sin morir
calcinada.
El chico sin nombre acaricia desde mis rodillas a mis muslos, rodea mis
caderas y llega a mi culo, aferrándose a él y presionándome contra su
erección. Trago con fuerza. Sube por la espalda, colando los dedos por
dentro de mi camiseta, hasta llegar a mis hombros, donde se vuelve a aferrar
presionando nuevamente. Acaricia mis pómulos, mis labios, mi cuello, tira
de mi coletero hasta dejar mi cabello suelto y mete los dedos entre la maraña
que aún se encuentra húmeda por la ducha acariciando de forma que logra
que ronronee. Se acerca a mis labios y justo en ese instante suena el timbre.
—Joder, me cago en todo —mascullo.
—Ignóralo —me pide y me come la boca tal y como hizo en el bar.
Tengo que reconocer que no hay chispas como con Ángel, pero es una
solución a mi problema más inmediato, no veo un motivo para negarme. Se
desprende de mi camiseta y en un segundo me ha quitado el sostén. Clava los
dientes en mis pezones, me ha dolido y me dan ganas de arrearle una hostia,
protesto.
—¡Coño! ¡Cuidado, joder, me haces daño!
—Lo siento —masculla—. Joder, necesito enterrarme dentro de ti.
Esas cinco palabras que forman una frase que con Ángel me hubiera
derretido, con este tío me pone cardíaca y me produce sentimientos
contradictorios de ganas de continuar y rechazo al mismo tiempo.
El timbre vuelve a sonar, se quita su propia camiseta y agarrándome con
fuerza se incorpora y hace que me tumbe en el sofá, dándome sin querer con
la cabeza en la madera del brazo.
—¡Au! ¡Joder! ¡Ten más cuidado! Tengo que abrir —digo, pero no me
muevo porque tengo su boca camino a mi ombligo y he perdido la razón,
gimo, gimo sin control.
Cierro los ojos. El timbre vuelve a sonar y desabrocha mis pantalones
cortos, tirando de ellos hacia abajo y dejándome solo con las braguitas, que
rueda a un lado, cuela un par de dedos y me los clava, pero no me los clava
en plan se desliza en mi interior suavemente mientras siento las
contracciones de mi sexo alrededor de ellos, no, me los clava como si fuera
el ginecólogo comprobando cuántos centímetros he dilatado antes de dar a
luz, que yo no he dado a luz ni nada, pero Carol lo explica todo muy bien.
Vamos, que me ha dolido, pero soy incapaz de protestar cuando escucho una
voz al otro lado de la puerta.
—¡Marti! ¡Joder, Marti, soy yo! Voy a abrir con mi llave porque estoy
preocupada, ¿vale?
—¡Hostias! —suelto. La lengua del moreno juega con mi clítoris durante
escasos segundos. ¡Dios! ¡Dios!
Se oye la cerradura, la puerta abrirse y cerrarse.
—Me la suda, que nos vea follar, igual se quiere unir a la fiesta.
Se está sacando la polla, juro por Dios que se está sacando la polla. Me
cago en Eve y en toda su estirpe, se me seca la boca al ver esa tranca y lo
empujo, me incorporo y me pongo la camiseta.
El sinnombre, al ver que ya no tiene nada que hacer, guarda todo lo que
tiene que guardar, coge su camiseta y se la pone, agarra el sujetador del
suelo y se levanta, se acerca a Carol que está parada frente a nosotros con la
boca abierta, y se lo da antes de marcharse.
—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
—Lo ha dicho —contesto—, lo ha dicho —reitero cuando el camarero
sexi ha cerrado la puerta. Agarro los pantalones cortos y me los pongo.
—¿Te he jodido el polvo?
—Para eso te pedí ayuda, ¿no? —La pregunta creo que es para mí, no para
ella. Pero en realidad sé la respuesta, me hubiera arrepentido, lo sé.
—Necesitas a Momoa —se burla Carol.
—Necesito, necesito. —Mi amiga se acerca y me abraza muerta de la risa
—. No tienes polla, Carol, no me vales. ¿Cómo cojones se os ocurrió lo de
ese puto camisón? ¿Y cómo dejáis a Eve que me traiga a ese tío a mi casa?
¿Y si es un psicópata que me quiere violar?
—Perdona, nena, yo no sé si era su intención violarte o no, pero, por lo
poco que vi, tú no estabas poniendo mucha resistencia. ¿Qué camisón?
Hostias, ¿cómo que qué camisón? ¿No han sido ellas? Un nombre viene a
mi cabeza, retumba, resuena, hay letreros luminosos que forman un nombre,
pero ignoro todo eso.
—Ya. ¿Y los demonios? —Cambio de tema.
—Tía, te he dicho que no los llames así. Con los abuelos, salí por piernas
cuando vi tu mensaje.
La miro de arriba abajo y me doy cuenta de que va más arreglada de lo
habitual, está incluso maquillada.
—Oh, mierda —suelto. Se ha planchado el pelo. Me fijo en que tiene los
labios como hinchados y sin mediar palabra le subo la camiseta hasta ver sus
tetas—. ¿No llevas sujetador? —Niega y ríe—. Apuesto a que bragas
tampoco. —Mi amiga repite el gesto—. Vale, yo también te he jodido el
polvo a ti.
Rompe a reír a carcajadas mientras asiente.
—Si esto no es amor, Marti, nada lo es.
56: ¿Y ahora qué?
Ángel
CAROL:
Mierda, Ángel, te lo dije, la has cagado.
Trago, trago con fuerza.
Un sudor frío inunda la palma de mis manos.
ÁNGEL:
¿Eve y el camarero buenorro?
CAROL:
Casi.
Suelto el aire que contenía, aliviado, jodidamente aliviado.
ÁNGEL:
Bien.
CAROL:
Solo el camarero, Eve lo llevó hasta su portal, pero no subió.
¡¡Me cago en todo!! Joder, joder, joder. Puñeteras mujeres vengativas. ¿En
serio le llevó al tío ese que no conoce de nada? Ni siquiera sé su nombre.
¿Lo sabrá ella? Pica, duele, jode. Pero me lo merezco, porque soy gilipollas,
lo sé. ¿Si llamo a Nataniel para rogarle que deje a Eve amarrada a la pata de
la cama en los próximos dos o tres meses perderé a otro cliente?
La tenía que haber llamado antes, mucho antes, pero así han salido las
cosas y poco más puedo hacer más que intentar solucionarlo.
Pienso en Martina.
Pienso en los ojos de Martina, en sus labios, en su sonrisa, en su manera
de besarme, de tocarme, de entregarse a mí. En su forma de gemir, de
arquear la espalda de puro placer, de pedirme más, de deshacerse, de gritar
mi nombre.
CAROL:
Te lo advirtió, Ángel.
ÁNGEL:
Joder, pero necesito tiempo.
CAROL:
Cada minuto que pasa es un minuto que pierdes.
ÁNGEL:
Qué audaz, ¿eso te lo enseñaron en primero de primaria?
Una peineta.
La tía me ha enviado una peineta y se queda tan pancha.
ÁNGEL:
Vale, me lo merezco, por gilipollas.
CAROL:
Cierto.
ÁNGEL:
La he cagado. La he cagado mucho. Joder, Carol.
Pues sí, he metido la pata hasta el fondo, es lo que hay. Tampoco puedo
reprocharle nada a Martina, ni se me ocurriría, me puedo imaginar la patada
voladora que me llevaría si osara echarle en cara que se ha liado con uno…,
¿cómo dijo Carol? ¿Que me daba mil vueltas? ¡Aaaaggg!
No puedo dormir, me está costando lo de pegar ojo, me he tomado ya tres
infusiones, he leído tres párrafos de uno de los libros que estaban en mi
mesa de noche y los he releído de nuevo como quince veces porque no me
estaba enterando de nada, he pasado pantallas y pantallas del Netflix sin
decidirme. Apago la tele. La enciendo. Busco algo de música. La quito.
Voy hasta el móvil y sin pensarlo mucho pincho en el icono de Instagram,
sé lo que busco, creo que me he vuelto loco, me he vuelto completamente
loco, esto va incluso en contra de mis propios principios, ¿no? No lo tengo
muy claro.
Las últimas fotos que hay en la cuenta de Martina son las del club Planet,
me encantan esas fotografías, me acuerdo de Daenerys y le mandó un wasap
para preguntarle si se ha pensando lo de los entrenamientos y rememoro su
tez llena de pecas, sus labios carnosos sonriendo y sus ojos devorando a
Martina, como me apetecía hacer a mí. Lo pasé bien ese día, muy bien.
Sonrío.
Es tarde, es condenadamente tarde, pero ¿sirve de algo retrasar más este
momento? Necesito intentarlo. Me va a soltar alguna perla de las suyas, lo
sé, pero al menos no me podrá pegar una hostia telefónica. Aunque nada le
impedirá venir hasta mi casa para dármela en vivo y en directo.
Busco su número y marco. El tono suena muchas veces y me permito el
lujo de reírme pensando en la barbaridad que me va a soltar por la boca,
aunque se me pasa rápido, trago con fuerza y pienso que está mosqueada,
muy mosqueada conmigo. Parece que estoy loco, lo sé, pero son los nervios
que se me acumulan y de alguna forma tienen que salir.
El teléfono da la señal muchísimas veces antes de cortarse y lo intento dos
veces más sin éxito.
«No va a contestar. Asúmelo», me digo.
Vale.
¿Y ahora qué?
¿Me habré equivocado? Más, quiero decir.
Me levanto y voy hasta el ordenador, necesito ocupar mi mente con algo y
me centro en las cuentas. La del banco tiembla, mucho. Necesito recuperar
algo de capital lo más rápido posible.
¿Y si me he equivocado? ¿Y si he metido la pata? Resoplo. No tengo ni
idea de qué va a ocurrir.
Tengo la agenda a medio rendimiento, así que este mes no voy a ingresar
demasiado. Trago con fuerza al recordar que tengo que devolverle el dinero
de los entrenamientos a Carol, Emma y Eve. Es lo justo. Pase lo que pase,
debería ser así. Es mucho dinero.
Aprovecho un par de horas para investigar formas de publicitarme, tanto a
través de las redes sociales, como por otros medios. No sé cómo lo voy a
hacer, no tengo ni la más remota idea, pero tengo que remontar. No pienso
volver a Tortosa.
Entra un wasap en mi móvil y doy un respingo. Es tardísimo, cerca de la
una de la madrugada. ¿Habrá visto mi llamada?
Es Carol, de nuevo, como si no me hubiera amargado suficiente la
existencia.
CAROL:
Como soy una buena persona te diré que llegué a su casa antes de que pasara algo. Buenas
noches.
Se me ha despertado el instinto asesino y tengo ganas de matar a Carol, a
Eve, a Martina, incluso a Nataniel, por meterme en este berenjenal.
57: Hablando del rey de Roma
Martina
No sé qué hora es, me he despertado un par de veces, pero me he dado la
vuelta y he seguido durmiendo, a pesar de que los rayos de sol están
empeñados en colarse por las rendijas de mi persiana. No me importa. No
tengo nada mejor que hacer y decido descansar. Estaré como esté, pero
ojeras no voy a tener.
Mi teléfono vibra sobre la mesa de noche, le desactivé el sonido antes de
meterme en la cama, como suelo hacer cada noche. Miro la pantalla y es
Maca, esta mujer no me deja en paz ni aunque haya dejado de trabajar para
ella hace semanas.
Descuelgo.
—Buenos días, Maca —suelto sin más, sin chascarrillos, sin hacerme la
graciosa, sin hacerme la simpática. Paso.
—Martiiii, Marti, cielo. ¿Estabas durmiendo?
—No, qué va, qué voy a estar durmiendo a… estas horas —digo, porque
no tengo ni idea de qué hora es—. Estaba poniendo una lavadora.
—Ah. Pues tienes voz de dormida. —¿Y esta mujer para qué ha llamado?,
¿para tocarme la moral?—. Oye, Martina, ¿podemos vernos?
—¿Es para intentar convencerme de que me vaya contigo y Luka a Italia a
entregarnos al fornicio en forma de triángulo?
—¡No! —Maca suelta una carcajada, y yo sonrío un poquito—. Las ganas
tuyas, chavala, porque si tú supieras lo que esconde este hombre bajo esa
sonrisa inocente.
—Ya, bajo su sonrisa, dice… Más abajo, diría yo. —Suelto sin pensar.
Escucho una risilla de fondo e imagino que Luka está cerca. Me pongo la
mano en la frente, espero que no me haya escuchado—. Saluda a Luka de mi
parte.
—Hola, Marti —suelta el susodicho.
Mierda, Maca tiene el altavoz puesto, me ha escuchado.
—Bueno, ¿puedes estar en la tienda en media hora? Necesito hablar
contigo —reitera Maca sin hacer mención a lo que acaba de ocurrir, pero
conteniendo la risa burlona, si la conoceré yo.
—Vale, en un rato estoy ahí.
Cuelgo la llamada, en mi teléfono aparecen varias notificaciones, pero no
tengo tiempo de mirarlas. Corro hasta la ducha. Media hora, dice, esta flipa.
Intento no parecer una indigente, porque no quiero que Maca piense que me
ha hecho polvo cerrando la tienda. Cojo uno de mis vestidos favoritos,
tacones, me recojo el pelo y me maquillo lo más rápido que puedo antes de
salir por piernas.
Cuando llego al portal y busco el móvil para llamar a un taxi que me
recoja, me doy cuenta de que me lo he dejado en casa, pero en ese momento
pasa uno por delante y lo paro. No creo que tarde demasiado, no voy a morir
por separarme del móvil un par de horas.
Llego a la tienda. No media hora después, obvio, sino bastante más tarde.
Me entristece mucho ver el escaparate empapelado, es como el ataúd de
los negocios y es deprimente. Me gustaba mucho Belle Extreme, es la
verdad. Lo sentí desde el primer momento como parte de mí, porque Maca
era mi jefa y desde que la conozco siempre ha sido un poco huevona, pero
me dejó involucrarme mucho.
No sé qué querrá de mí, pero tampoco tengo demasiado que hacer, así que
no pierdo nada por escucharla.
Maca y Luka me saludan en cuanto entro, están hablando apoyados en el
mostrador, que sigue tal como siempre, la verdad es que me esperaba verlo
todo desvalijado y me trasmite cierta tranquilidad ver que por dentro sigue
más o menos igual.
Luka me tiende un café en un vaso de poliestireno cerrado con una tapa de
plástico.
—Dios, Luka, te quiero. ¿Te quieres casar conmigo? —bromeo.
—De eso nada, monada —interviene Maca—. Este macho es solo mío.
Luka sonríe y se ruboriza.
—Bueno, yo os dejo solas un rato, tengo gestiones que hacer.
—Y, bien, ¿de qué se trata esta vez? ¿Qué ha pasado por tu loca cabecita?
—le pregunto una vez Luka le ha dado un besazo de esos con lengua que
quitan el sentido.
Maca se encoje de hombros y sonríe.
—¿Estás buscando trabajo?
—Estoy.
Mentira, obvio. Ni siquiera he encendido el ordenador para actualizar mi
currículum. Estoy en fase de estudiar mis próximos movimientos… Bueno,
igual eso también es un poco mentira. Que he pasado de todo, vaya.
—¿Cuántos currículums has entregado?
Perra. Perra. Perra. Sonrío.
—No sé decirte ahora mismo.
—¿Lo has actualizado más que sea?
—A ti te ha llamado mi madre y te ha pagado para que investigues,
¿verdad? Dile que puede estar tranquila, que aún no rozo la indigencia ni
nada por el estilo. —Maca ríe—. ¿A dónde quieres llegar, Maca? No pienso
irme a Italia, ya te lo dije. No se me ha perdido nada allí. Ahora mismo me
siento un poco perdida, es verdad. Porque…, no sé, porque siempre me
estaba quejando del trabajo, pero en realidad me gustaba. Me gustaba
mucho; no solo mis funciones en sí: el salir por las noches, el ser simpática,
conocer a un montón de gente y hablar de un producto. No es eso. Es que
creía en Belle Extreme. Sigo creyendo en esto, a pesar de estar… así, medio
muerto que da pena. A mí me cambió, Maca. Este trabajo a mí me ayudó a
liberarme de mis piedras. El único secreto para el éxito del trabajo
comercial que hemos obtenido durante todo este tiempo es que yo creía
mucho en lo que vendía.
—Lo sé. No quiero que te vengas a Italia.
—¿No? —pregunto extrañada, porque ya me veía venir una charla de
media hora sobre oportunidades de negocio y salir de la zona de confort.
—No, que tú estás frita por hincarle el diente a mi Luka. Paso.
Suelto una carcajada. Egoísta, la tía.
—Entonces, ¿qué necesitas de mí?
—A ver… Hemos traspasado la tienda, al fin. Teníamos varias ofertas,
porque como bien dices este es un buen negocio, contamos con el respaldo
de grandes marcas que nos patrocinan, las ventas han sido increíblemente
buenas en los últimos meses. Yo no quería cerrar la tienda porque fuese mal,
yo solo quiero seguir a mi instinto y a mi corazón, y este me dice que mi
tiempo en Belle Extreme terminó.
Sonrío con tristeza.
—Si tu corazón así lo piensa, es que así es. Tu tiempo en Belle Extreme
terminó —reitero.
—Pero el tuyo no —me dice.
—¿Cómo? —Un pequeño rayo de esperanza me invade.
—Contábamos con unas cuantas ofertas. Buf, estas semanas han sido una
locura impresionante; de comparar precios, de hacer cálculos, de reuniones.
Una jodida locura. Pero ¿sabes qué, Marti? Una vez más…, una vez más me
he dejado llevar por mi corazón. Igual no le saco todo el rendimiento que
hubiera podido, teníamos a empresas muy grandes detrás del negocio, pero
me he decidido a apostar por alguien que cree en esto.
—Bien, me alegro, son buenas noticias.
No sé qué pinto yo en esto, pero sinceramente dudo de que cualquier otra
persona pueda llevar esta boutique con la pasión y la entrega con la que ella
lo hacía, porque era su idea, su negocio, su inversión, su bebé, como ella
muchas veces lo llamaba.
Tiene un comprador para el negocio. Me alegro. Me alegro de verdad.
Aunque me entristece pensar que será alguien dispuesto a cambiarle el
nombre, la imagen, que hará las cosas de otra forma. No me extrañaría
incluso que dejara de ofertar ropa talla XXL y se convirtiera en una tienda
más de ropa bonita. No sé si quiero formar parte de eso, la verdad, porque
ya sé por dónde van los tiros.
—Sí, lo son. He estado hablando largo y tendido con el comprador, y le
gustaría contar contigo —me explica lo que ya imaginaba.
—No sé, Maca… Es que… no sé si estoy preparada para ver cómo
cambian esto. Yo lo siento parte de mí, lo vi crecer, me involucré, porque tú
me dejaste. Apareciste como salida de una lámpara mágica cuando
necesitaba un cambio en mi vida, y he sido muy feliz aquí, contigo, pero
igual… Maca, igual ha llegado la hora de volver a dedicarme a lo mío.
—¿A escribir artículos sobre malversación económica?
Arrugo el gesto, qué aburrimiento, por Dios. Qué puñetero asco, no quiero
volver a escribir sobre política en la vida, no al menos ese tipo de noticias.
—¿Crees que alguna revista me dará un par de páginas completas para una
sección sexual? Podría llamarse… «Momoa: la solución a todos tus
problemas». Igual puedo conseguir que me patrocine un sex shop.
—No quiero saber qué es Momoa.
—Créeme, tú no lo necesitas —respondo con la clara imagen de Luka
empalmado en mi casa mientras me hacía fotos ligeras de ropa, prefiero no
decírselo abiertamente tampoco, que no tenemos tanta confianza.
—Dale una oportunidad, Marti —me pide—. En principio te contrataría
para llevar la tienda, porque le he dicho que no hay nadie en Valencia, ni en
el resto de España, que conozca Belle Extreme mejor que tú, pero yo te
recomendaría seguir con las redes sociales, la web, el blog. La parte
comercial es importante, ya lo sabes, tener a los patrocinadores contentos. Y
tú lo has hecho muy bien por las noches y estoy segura de que lo puedes
hacer incluso mejor de día, sin ginebra de por medio.
—No sé qué insinúas. —La miro con ojos rasgados, pero sonriendo,
sonriendo mucho, porque me gusta lo que me cuenta. Maca suelta una
carcajada—. Pero me gusta —verbalizo lo que ronda mi cabeza—. Me gusta
mucho, Maca. —¿Qué pierdo por probar? Podría intentarlo y, si no congenio
con el nuevo dueño, pues bye bye y a otra cosa, mariposa—. Acepto.
Aplaude feliz y la veo sacar de una carpeta una documentación que parece
un contrato con un montón de páginas y muchas copias.
—Además, yo puedo seguir apoyándoos desde Italia, puedo buscaros
nuevos conciertos, nuevas firmas que apuesten por esto. Le he planteado al
nuevo dueño incluso la posibilidad de lanzar Belle Extreme al mercado
internacional. Hoy en día es tan sencillo vender por Internet. Luka y yo ya
habíamos estudiado esa opción antes de decidir mudarnos y lo tenemos muy
controlado, yo puedo llevar esa parte desde Italia, Luka me ayudaría, seguro.
Así no me desvincularía del todo de la boutique, conseguiría unos ingresos
extras y, al mismo tiempo, os ayudaría a crecer.
—Es buena idea. —Maca toma un bolígrafo y me lo tiende, lo cojo.
—Belle Extreme puede seguir siendo así, tal como es: con el mismo
nombre, la misma imagen, el mismo objetivo… Dependería de ti,
básicamente. —Lee por encima la página que tiene delante y me lo pone
delante, señalando dónde tengo que firmar.
—Bueno, más bien del comprador, ¿no?
—Digamos que… Sé que lo va a dejar en tus manos.
La miro extrañada sin entender exactamente lo que quiere decir, insiste
dando pequeños golpecitos en el área destinada a la firma. Leo muy por
encima lo que veo a primera vista, la palabra «indefinido» parece que da
una tranquilidad considerable.
Es un contrato de trabajo, para un sitio que me encanta, no tendría que
trabajar de noche, en contra, tendría que volver a madrugar los lunes, pero
me ilusiona la idea de poder llevar la batuta de todo esto.
No me lo pienso mucho y firmo. Maca me va señalando todas las páginas
en donde tengo que hacerlo y lo hago, sin más, dándole vueltas a su última
frase.
—¿Quién sería el jodido loco de comprar un negocio y dejarlo en manos
de una persona que ni siquiera conoce?
—Alguien que confía en que llevas mucho tiempo aquí y que esto ha ido
bien —pronuncia Maca fijando la mirada a mi espalda—. Hablando del rey
de Roma…
Me vuelvo y mi corazón da un vuelco.
—¿Cómo que rey? ¿Qué rey ni qué ocho cuartos? —Estoy demasiado
flipada incluso para enfadarme, en shock, básicamente—. ¿Es una broma? —
pregunto mirando para Maca, que niega con la cabeza—. ¿Tú no estabas en
Tortosa? —Ángel repite el mismo gesto.
Bajo la cabeza mirando los papeles que acabo de firmar, ni siquiera me
molesté en leer los datos de los contratantes. Maca los coge rápidamente,
antes de que pueda hacerlo yo y romperlos o prenderles fuego o vete a saber
qué otro arrebato espera que tenga.
Ángel pasa hasta donde estamos nosotras y le tiende la mano a Maca.
—Oficialmente, Belle Extreme ya es tuyo —declara mi exjefa. Que le
tiende mi contrato a Ángel, un bolígrafo, y él lo firma.
—No…, no… —No carburo, permitidme este momento de tartamudeo.
Luka me coge de la mano. Ni siquiera me había dado cuenta de que había
entrado detrás de Ángel. Esto es una emboscada en toda regla y me
sorprende y me cabrea a partes iguales. «Pero ¿desde cuándo estos dos se
ponen de acuerdo para manejarme a su antojo?», he pensado esta pregunta y
automáticamente me he imaginado en la cama con los dos. Estoy enferma, lo
sé. Me paso las manos por la cara, frotándome los ojos. Esto debe de ser un
sueño, una coña, lo que sea, menos lo que parece que es en realidad.
¿Ángel es mi nuevo jefe?
A ver, a ver, a ver… Piensa, Martina, piensa. Obviamente estás soñado,
chica.
Ángel, el mismo que me dijo que debería cambiar de trabajo, que era una
locura que siendo periodista me dedicase a…, a esto que no sé definir, ¿ha
comprado Belle Extreme?
¿Qué pinta Ángel, un entrenador personal cuyo objetivo en la vida es
conseguir cuerpos esculturales, como dueño en una tienda de talla XXL?
No entiendo nada.
—No… entiendo nada —verbalizo.
Maca y Ángel están hablando, han pasado de mi culo, de mi reacción, de
mi opinión y están hablando de contactos. Mi exjefa le tiende una agenda a
mi exentrenador personal y nuevo jefe.
Muero.
En serio, yo muero.
—No pasa nada, Marti. Todo va a salir bien. —Ese que habla es Luka,
obvio, porque los otros dos no me prestan atención.
—Tengo miedo. —Suelta Ángel y mira en mi dirección, sigo con la boca
abierta, soy lenta en reflejos, estoy perdiendo facultades. Carraspea y
continúa—. Yo no tengo ni idea de todo esto, pero sé que Martina lo sacará
adelante y que podré contar con vosotros, aunque estéis lejos.
—Mucha suerte, Ángel. —Maca vuelve a tenderle la mano y se pone de
pie, la veo recoger sus cosas.
No, no, no puede irse.
—No puedes irte —mascullo.
No estoy preparada para esto.
Luka me da un beso en la mejilla y me abraza.
—Te llamaremos y trabajaremos mucho en equipo. Ya he hablado con los
directivos de la revista en la que comienzo a principios del próximo mes,
tienen contactos en España y vendrán a hacer un reportaje del local cuando
ya lo tengáis en funcionamiento.
Maca se acerca y me abraza.
Me dice algo, pero debo admitir que no la escucho, tengo la vista clavada
en Ángel, que me mira con cara de cordero degollado, y yo estoy cada vez
más enfadada.
Nos quedamos solos, y Maca cierra la puerta al salir.
—¿Y tú eres psicólogo? —pregunto. Ángel asiente—. ¿Eres psicólogo y
cambiaste el gabinete por los entrenamientos personales y ahora cambias los
entrenamientos personales por una boutique de ropa talla XXL?
—Algo así.
—Pues háztelo mirar. No cuentes conmigo, Ángel. Sé que acabo de firmar,
pero no es justo, me has engañado.
—Yo nunca te he engañado.
—¿Nunca? —pregunto alterada—. ¿¡Nunca, Ángel!?
Ángel se queda en silencio pensativo.
—¿Recuerdas cuando entraste en el ascensor de mi piso y te pregunté si
habías escuchado mis ruiditos pajilleros? —me pregunta. ¿Se lo está
tomando a coña? En serio, este tío me toma por gilipollas o algo. No
respondo. No río. Ni sonrío como hace él, porque no me hace puta gracia.
Carraspea y se pone serio de nuevo—. Pues ni ahí te engañé.
—Tan solo se te olvidó mencionarme que estabas casado, prometido, que
te ibas a pirar de la ciudad durante semanas y que no me ibas a volver a
llamar más después de pasar por mi cama.
—Tú me pediste que no te llamase. —Vuelve a sonreír.
—¡Deja de tomártelo a broma porque lo estás empeorando, Ángel!
¿Tienes idea de cómo me siento?
—Frustrada.
—¡Sí! ¡Joder, sí, frustrada! Te acuestas conmigo, acto seguido le dices a tu
mujer que la quieres, desapareces del mapa, y luego me cruzo con esa… esa
loca de las narices que dice que se va a casar contigo. Puñetera psicópata
esa. Joder, Ángel, ¿por qué me preguntaste qué había sido aquello si no
tenías intención de nada más? Si vas follándote a todo lo que se pone por
delante, si estás casado, prometido, te lías con unas en el baño y con otras…
—Martina, yo no… —me interrumpe.
—¿Y ahora esto? ¡Ángel! Estoy frustrada, sí, pero es que me doy asco de
nuevo. Asco. He querido negármelo desde hace unas semanas, pero es así
justamente como me siento. Asco, ¿sabes lo que supone eso para mí? ¡No!
No tienes ni puta idea…
—Martina —me vuelve a interrumpir—. Joder, Martina, escúchame.
—Escúchame tú a mí, Ángel, porque quiero que entiendas lo que no va a
pasar. No va a pasar que yo trabaje para ti, no puedo, Ángel, no puedo
porque… ¡joder! No puedo.
—¿Quieres tranquilizarte? —me pregunta con voz suave mientras me
limpio las lágrimas a manotazos.
—Ya me di asco una vez, hace mucho, me hicieron sentir igual. Como si
yo no importase, como si todo valiese. Lo siento, no vale todo. Igual quieres
que ahora quedemos como amiguitos guais, para no tener que devolver a las
chicas once meses de entrenamiento, pero ¿sabes qué, Ángel? No hace falta,
yo se los pagaré, buscaré la manera de hacerlo, pero no te quiero cerca de
mí, porque me haces daño. Yo solo quiero irme a casa.
Lloro, lloro a mares y me odio y me doy un poco más de asco por no
poder controlarlo. Porque me duela tanto que este hombre que creí que era
diferente, especial, sea un puñetero picaflor, igual pensó: «¿cómo será follar
con una gorda?» y de pronto vio los cielos abiertos, porque sí, porque soy
gilipollas y se notaba que se me carbonizaban las bragas con tan solo una
mirada suya. Por mi cabeza pasan mil cosas y todas, absolutamente todas, me
decepcionan.
Ángel me agarra por el brazo antes de que pueda salir.
—¡Joder! ¡Calla de una vez! ¡No callas, no callas nunca! —grita. Dejo de
llorar y lo miro con la boca abierta. ¿En serio me ha chillado?—. No quiero
que te vayas de aquí hasta que me escuches, Martina, porque está bien que te
hagas la mártir y todo eso, pero no tienes puta idea de nada.
—¿La mártir, Ángel? ¿En serio me hago la mártir? Por favor, déjame en
paz.
Me acerco a la puerta y, cuando tengo el pomo en la mano, Ángel habla, y
me detengo, no sé ni por qué, pero lo hago y escucho lo que tiene que
decirme.
—Yo no soy Nico, Martina. —Abro la boca y me siento más
decepcionada aún. ¿Carol? ¿Carol le ha hablado de Nico? Me tiembla el
pulso y giro el pomo—. No sé cómo ha pasado, creo que somos las dos
personas más incompatibles del universo, que poco tenemos que ver tú y yo,
pero pasó. Me prendé de ti antes incluso de verte, cuando tus amigas me
hablaban de ti contándome cómo eras. Quise negarlo, obvio. ¿Quién
demonios cree en los flechazos? Pues yo no sé si fue un flechazo o no,
Martina, pero te vi y me colgué, me colgué hasta las trancas.
»No soy quien crees. Al menos quien crees ahora que soy. No soy un
picaflor. No me voy liando con unas y con otras. Y estaba casado, sí, y por
eso volví a Tortosa, porque necesitaba solucionarlo antes de involucrarme
contigo, eso pensé entonces, menuda estupidez, ¿antes de involucrarme?
¿Más? ¡Joder, Martina! —Agacho la cabeza porque sus palabras no me
reconfortan, me están haciendo más daño. Estoy llena de dudas. No sé si me
las dice de verdad o porque sin mí está perdido en Belle Extreme y habrá
comprado un negocio que no tiene ni pajolera idea de administrar—. He
logrado que Nati me firme los papeles del divorcio y hablando con ella he
entendido muchas cosas, sobre todo que no la quiero, no a ella, no con ese
tipo de amor.
—Necesito irme y pensar —mascullo, tranquila, pero más confundida que
nunca.
—¿Sabes por qué es imposible que quiera a Nati? ¿Tienes idea de por
qué? —Niego con la cabeza sin girarme—. Porque te quiero a ti, Martina. Te
quiero.
Estoy llorando de nuevo y me limpio las lágrimas con las manos.
—No puedo.
Y me voy. No puedo. No estoy preparada. No me creo nada de esto. Me
siento igual…, igual que cuando me daba asco.
58: Preparado para el linchamiento
Ángel
Se ha ido.
Me he abierto en canal y se ha marchado.
Rememoro todo lo que me ha dicho, lo que me ha soltado sin más. Se
piensa que he ido follando de flor en flor y que estoy prometido, pero ¿de
dónde habrá sacado tremenda estupidez?
Resoplo.
Estoy preparado para el linchamiento, a peor no puede ir esto.
Abro el grupo de wasap donde están las chicas.
ÁNGEL:
A las seis, en el Sturbucks de la primera vez. Con las tres, por favor.
CAROL:
Vale.
EMMA:
Vale.
EVE:
Vale.
Me sorprende que Eve no suelte alguna de las suyas, eso es que están más
enfadadas de lo que pienso.
Las horas se me hacen interminables hasta las seis. Por el momento no he
sido capaz de hacer mucho más que encender el ordenador de la tienda,
hacer un cartel cuyo texto reza: «Cerrado por reformas» y me he ido a casa.
Hoy no tengo entrenamientos, había despejado la agenda para poder
programar el trabajo de la boutique y para hacer las paces con Martina, para
eso también. Me arruino, de esta me arruino. Ni gabinete ni entrenamientos
ni tienda de moda femenina talla XXL, que digo yo, ¿por qué femenina solo?
Si Martina me llega a perdonar y no tengo que cerrar el negocio y
traspasarlo le propondré hacer una línea para hombre.
Pero los balones mejor pararlos de uno en uno.
Suena el timbre.
Tiemblo. No espero a nadie. ¿Será Martina? O, peor, ¿será Carol? ¿Eve
con un cuchillo jamonero? Nadie más sabe dónde vivo.
Abro la puerta y me quedo boquiabierto cuando veo a Juanjo al otro lado,
a mi Juanjo.
—¡Eh! ¿Qué haces tú aquí? —Me asusto. Me asusto mucho. ¿Habrá
pasado algo con María José o con el bebé?
Se lanza a mis brazos.
—¡Finde de solteros! —grita.
—Pero ¿qué solteros ni qué ocho cuartos? Si tú llevas casado con María
José desde hace años. ¿Y qué finde si hoy es miércoles?
Juanjo suelta una carcajada, al menos eso es señal de que no ha ocurrido
nada malo. Respiro más tranquilo y respondo al segundo abrazo.
—Reconozco que hay algunos flecos en mi plan. Tenía que verte.
—¿Tenías que verme? —Lo escruto—. ¿O tenías que huir de tu mujer
encinta?
—Dejémoslo en tenía…, simplemente tenía.
Reímos los dos.
Juanjo pasa, y le sirvo un café, yo me hago otra infusión, no tengo el
cuerpo yo para cosas que me alteren más.
—He hecho una locura, Juanjo, una locura muy grande —le explico una
vez me siento a su lado, clavando la vista en las hondas que provoca la
cuchara al girar en el líquido ambarino.
—Hostias… —masculla y para la taza de camino a la boca—. ¿Has
dejado preñada a la chica esa que te trae de cabeza?
—¿Qué? ¡No! Joder con María José, no se puede estar callada. —Juanjo
se ríe—. Peor.
—¿Peor que dejar embarazada a una tía? —¿Y este es el que va a ser
padre y debería ver la posibilidad de un embarazado como algo
maravilloso? Pongo los ojos en blanco.
—Soy tan subnormal que, por intentar acércame a la chica que me tiene
loco, he comprado un negocio que no tengo ni idea de llevar, para ser su jefe
y que no le quedase más remedio que hablar conmigo. Y me ha mandado a la
mierda, básicamente.
—Ostras, pues sí que eres subnormal, sí, pensé que era algo más retórico.
—Gracias, Juanjo —protesto con ironía.
—De nada, colega, de nada. Para eso están los amigos.
Le hago un resumen de lo ocurrido con Martina antes, durante y después
de mi visita a Tortosa.
—Le he dicho que la quiero, ¿sabes lo que me ha costado? —Juanjo me
mira con la boca abierta—. Pues entiendo que te quedes así, pero es lo que
sentía, estoy harto de guardarme todo por miedo a hacer las cosas mal, si ya
las estoy haciendo mal de por sí, al menos quería ir con la verdad por
delante. Se le ha metido en la cabeza que me voy a casar… Ahora que lo
pienso, me ha dicho que una loca se le acercó en el parque. No sé por qué,
pero me huelo yo qué loca puede ser. ¡Ay, madre, Juanjo! Que, como sea la
loca del Tinder, Martina no me perdona en la vida.
—No se te puede dejar solo, tío.
—Ya, ¿es lo único que se te ocurre decir para animarme? —Se encoge de
hombros—. Bueno, he quedado con sus amigas en un rato en una cafetería,
vente conmigo y así serás testigo del linchamiento. Necesito hablar con ellas
y devolverles el dinero.
—Eso está hecho, haré de guardaespaldas, cuando vean mis musculacos
se reprimirán —alega palmeándose la prominente barriga. Me río. Está fatal.
Y mi amigo se echa encima de mí y me abraza—. No te preocupes, dale
tiempo, la cogiste por sorpresa, su reacción me parece de lo más normal del
mundo.
Asiento y enfilamos el camino hasta Sturbucks.
Me siento triste, decepcionado por cómo ha salido todo, por verme
hundido. Lo cierto es que me alegro de que Juanjo esté aquí, conmigo, en
este momento. Siempre ha estado en los momentos más jodidos y lo sigue
haciendo. Tengo mucha suerte.
—Oye, ¿y cómo se ha tomado María José que hayas venido sin ella?
—Muy bien, me ha dicho que le vendría bien no oler mis pedos esta
noche. —Niego con la cabeza. Únicos. Mis amigos son únicos—. Además,
era necesario que viniera hasta aquí, porque necesito decirte algo.
Me paro en mitad de la acera y mi amigo se gira hacia mí, me da miedo lo
que tenga que decirme, espero que no sean noticias que tengan que ver con
Víctor y Nati, porque ahora mismo no estoy preparado.
—¿Qué tienes que decirme? —le pregunto porque veo que no arranca.
—María José y yo lo hemos estado hablando mucho y, Ángel, nos
gustaría… ¿Querrías ser el padrino de nuestro bebé?
Hostias.
Me quedo a cuadros. No me lo esperaba. Me lanzo a abrazarlo. Me
emociono, porque Juanjo es mi familia, no de sangre, pero no es necesario
que sea así, ha estado para mí siempre, y yo para él también y ahora lo
seguiré estando.
—¡Por supuesto que sí!
Estoy feliz, jodidamente feliz.
Pero sé que se me va a pasar dentro de poco, justamente en diez segundos,
los que tardemos en acomodarnos frente a las chicas, que ya nos esperan
apostadas en una mesa de la cafetería.
Me miran con cara de odio y al mismo tiempo observan a Juanjo con
curiosidad.
—¿Te has traído guardaespaldas para que no te machaquemos? —Eve.
—¿Un abogado? —insinúa Carol.
—¿Un nuevo ligue para quitarle las penas a Martina? —Esa es Emma.
Juanjo levanta las cejas sorprendido.
—Madre mía, te van a hacer polvo. —Se ríe, el muy capullo se ríe—. Yo
soy un mero espectador —se defiende levantando las manos y mostrándoles
las palmas.
—Es Juanjo, ha venido desde Tortosa para pasar un fin de semana de
solteros —explico sin más.
—Pero si hoy es miércoles —suelta Carol.
—Y no estoy soltero. —Mi amigo se encoge de hombros—. Ya le dije a
Ángel que mi plan tenía algunos flecos. He venido a ver a mi amigo,
porque…, bueno, porque sí.
Pedimos unos cafés y esta vez tiro de cafeína, porque intuyo que Juanjo
mucho no me va a dejar dormir esta noche. Y empiezo a hablar. Me abro de
nuevo en canal con el miedo pintado en mi cara, lo sé, pero solo espero que
ellas puedan entenderme un poco más y que me dejen explicar por qué tenía
que irme. Les hablo de lo ocurrido hace un año, de Nati, de Víctor, de
Juanjo, de María José, de mi aventura con una moneda y un pedazo de papel
viejo de donde surgió mi destino. Se hacen las duras, pero las veo soltar
lágrimas cuando les hablo de mi charla con Víctor y con mi padre. Y les
explico que me di cuenta de que estoy enamorado de Martina, hasta las
trancas, tras la conversación con Nati.
—Pero aquí hay algo que no me cuadra —interviene Emma cuando todos
nos quedamos en silencio—. ¿Y tu novia?
—No tengo novia, no he salido con nadie desde que pasó lo de Nati y
Víctor, ni siquiera he…, bueno, ya me entendéis.
—¿¡En un año!? ¡Júralo! —Esa es Eve, que los ojos están a punto de
salírsele de las órbitas.
—Tuve un pequeño intento en el baño de una cafetería hace algunas
semanas, pero ya estaba colgado de Martina y digamos que… tuve un
gatillazo y me fui por piernas.
—Pero ¿y esa chica del parque quién es?
—No estoy seguro, pero me hago una idea y esa mujer existe en mi vida
por culpa del cenutrio este.
—Eh, eh, eh… Yo solo te recomendé que abrieras un Tinder, no te dije
nada de que quedaras con la primera loca que se te cruzara en el camino.
—Ya, si la culpa es mía por hacerte caso, que cuando tú podías ligar ni
siquiera se usaba aún el chat de Terra.
—Cierto —dice él.
Carol se echa la mano a la frente, y Emma se tapa la cara.
—Ahora he comprado Belle Extreme. Fue un puñetero impulso, os lo juro.
Pasé por allí, vi el cartelito de marras, entré, me contaron lo que ocurría, y
pensé en Martina, en cómo le brillaban los ojos el día que me presenté en
Planet mientras hablaba de la boutique, en cómo defendía a capa y espada su
trabajo, en cómo se implicaba, y luego Maca me habló de todo lo demás. De
cuando empezó allí, de cómo floreció, me habló de Nico.
—¡Ostras! ¿Te habló de Nico? —Emma se tapa la boca sorprendida.
—Joder, ahora entiendo su mensaje. He intentado llamarla un par de veces
y no me ha cogido el móvil y luego me ha mandado un wasap. —Carol saca
el móvil y lee—. Cuando no creía que pudiera decepcionarme más, me he
dado cuenta de lo equivocada que estaba. Sí, es posible decepcionarse más y
lo estoy, mucho, muchísimo. No entiendo por qué lo has hecho, pero no pasa
nada. Se me pasará. Necesito estar unos días sola y tranquilidad, sobre todo
necesito tranquilidad. Por favor, no me mandéis a más maromos de bar. Al
menos por el momento. Te quiero, pero no quiero hablar con nadie ahora
mismo.
—Está hecha mierda. —Eve resume la situación.
—Lo está. Piensa que he sido yo la que le ha hablado de Nico, pero nunca
se me hubiera ocurrido.
Nos quedamos todos en silencio, ya no queda mucho más que hablar. Yo
he metido la pata, y ellas no pueden ayudarme, es algo que tengo que intentar
solucionar por mi cuenta.
Le tiendo a Carol un cheque por el valor de los entrenamientos y soy
consciente de que mañana tengo que abrir la tienda si no quiero terminar en
la más absoluta ruina.
De camino a casa, mientras Juanjo no para de contarme chistes malos,
malos, malos de esos que más que ganas de reír me dan ganas de mudarme
de país donde nadie me encuentre, sigo reflexionando y se me ocurre una
idea, no sé si servirá de algo, no sé si me ayudará, pero es lo único que se
me ocurre.
Saco el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón y busco su número en la
agenda. Al menos tendré que probar suerte.
Dos horas más tarde he bebido muchas más cervezas de las que mi cuerpo
está acostumbrado a digerir y he tenido un deja vù. Juanjo, una moneda y un
trozo de papel viejo. ¿Tendré que empezar de nuevo de cero?
59: Si te hace daño no es bueno para ti
Martina
¿Soy idiota o estoy haciendo lo correcto? «Si te hace daño no es bueno
para ti, si te hace daño no es bueno para ti…», me repito cual mantra. Te
quiero. Me ha dicho te quiero y estoy hecha un puto cacao porque no
entiendo nada, ¿hasta hace quince días no quería a su mujer? ¿Y la loca del
parque? ¿Y por qué Carol le contó lo de Nico? ¡Joder!
Voy hasta el baño con la intención de hacer pis e igual no estaría de más
lavarme los dientes, no sé ni cuándo lo hice por última vez, en realidad no sé
ni qué día es hoy. En cuanto volví de Belle Extreme, cerré las persianas de
mi piso y aquí no ha entrado más luz que la del pasillo del edificio cuando le
he abierto al repartidor de pizza, del chino, de la hamburguesería…, solo sé
que cada vez me miran más raro. ¿Será porque no me he cambiado el
pijama?
Voy hasta el cuarto de baño y por una vez le doy al interruptor, los ojos se
me achinan de forma instantánea, parezco un jodido vampiro y me pego un
susto de la leche cuando levanto la cabeza y me miro en el espejo. ¡¡Madre
de Dios!! ¿Esta soy yo? ¿Debajo de toda esta capa de grasa, kétchup,
chocolate, restos de patatas y algo verde bastante sospechoso que prefiero
no pararme a pensar qué es estoy yo?
—Pero ¿qué cojones haces, Martina? A ver, tía, que es un puto tío más, un
puto demonio y un trabajo…, eso también y una amiga que me ha
traicionado…
Mascullo.
Si había algún momento en el que pensaba que me había vuelto a dar asco
este sería el instante idóneo porque, la leche, lo que refleja el espejo no es
normal. Levanto un brazo, huelo.
—¡Puag! ¡Puag, joder, qué asco! —Repito operación con el otro y me
mareo, pero me mareo de verdad, creo que me he quedado un poco amarilla.
Me aguanto las ganas de potar—. Se acabó, esto se acabó.
Me despego el pijama podrido que llevaba puesto, esto ni lo lavo, mejor
lo quemo. Me meto en la ducha, dejo que el agua caliente corra a cascadas
por mi cabeza, cierro los ojos, me deleito con el olor de mi champú y allí me
quedo un buen rato, hasta que toda la suciedad se ha ido por el desagüe.
Me seco, miro de reojo a mi báscula y decido pesarme. Noventa y cuatro
kilos doscientos, suspiro. Maca estaría contenta, seguro, pero de pronto
rompo a reír a carcajadas pensando en si mi actual jefe estaría contento por
mantenerme en el peso idóneo para trabajar en la tienda o enfadado por
haber subido de peso echando por tierra todo el esfuerzo de los
entrenamientos. Loco. Está como una puta cabra. Peor que yo. Bienvenido al
club. ¿Esto es lo que le provoco a la gente que se acerca a mí? No puedo
parar de reír, en serio, creo que de aquí me mandan al manicomio, fijo.
Me paso el secador un poco y me dejo el cabello suelto y cuando llego a
mi dormitorio para vestirme me quedo mirando el cajón donde lo he
guardado, en la misma caja en la que me vino hace unos días o quizás hace
más tiempo, ¿quién sabe? Hoy estoy más segura que nunca de que esto es un
regalo de Ángel, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿con qué intención?, ¿en qué
momento decidió que era una buena forma de enterrar el hacha de guerra?
Pues no sé responder a ninguna de esas preguntas.
Me lo pongo y me coloco unos tacones altísimos de mi cajonera, joder,
estoy sexi, estoy guapa, me encanta esta puñetera prenda de ropa, cierro los
ojos y recuerdo la boca de Ángel en mi cuello, deslizándose hacia mis
pechos, devorando mis pezones, sus manos acariciando cada resquicio de mi
piel, arrancándome un gemido tras otro. Y, vale, no quiero pensar en él, en
realidad es la última persona del planeta en la que quiero hacerlo, pero es
inevitable, porque, contra todo pronóstico, cuando estaba segura de que no
era más que el tío que me hacía pegar brincos y me ponía berraca, me
colgué, me enamoré de su forma de tomarme el pelo, de su manera de
escucharme, de la forma en que me miraba, me enamoré de su sonrisa, de su
hoyuelo —el puto hoyuelo—, de sus cejas fruncidas cuando me pillaba
saltándome la dieta, de sus celos delante de Luka, de la excitación palpable
tras verme con este mismo camisón.
Me maquillo un poco, no mucho, algo sutil, un poco de fondo, rímel,
labios rojos y hago el gilipollas delante del espejo de mi cuarto un rato hasta
que me siento de mucho mejor humor.
—Deja de pensar estupideces, Marti, cariño, porque estás cañón aun con
tus noventa y cuatro kilos.
Me observo fijamente a los ojos. A ver, que sí, mi vida es un caos, se ha
venido todo abajo de repente, pero tengo que dejar de ser tan dramática.
Me tiro hacia atrás en la cama y pienso en mi lista de prioridades
inmediata para acabar de una vez con esta mierda de autocompasión que no
va nada conmigo: cargar el móvil; Momoa, necesito a Momoa; ¿seguiré
teniendo trabajo o estaré desempleada o qué será de mi vida laboral? ¿Sí?
¿No? ¿Tendré que hacer el currículum? ¿A qué huelen las nubes? ¿Será
momento de comprarme un succionador de clítoris y cinco gatos? Me pierdo,
ya sé que me pierdo.
Agito la cabeza y enchufo el móvil que continúa apagado mientras lo
cargo, miro golosona a Momoa y mantenemos una pequeña charla de unos
minutos, quien dice charla dice correrse como una loca y quien dice minutos
dice segundos… en fin, ya me entiendes.
Soy otra. Me siento otra. Me visto, pero en plan conjuntar colores y todo:
top color mostaza con hombros al aire, vaqueros ajustadísimos y sandalias
de tacón del color del top. Pendientes y bolso a juego.
Seguro que hace una noche perfecta para ir a pasear, pedirme una cerveza,
llamar a mis amigas y todo eso.
Lo de limpiar mi piso es urgente también, pero mejor lo dejo para cuando
vuelva.
Tacones. Nunca pensé que los iba a echar tanto de menos, lo que dan por
saco y la seguridad que proveen los muy hijos de perra. Me sorprendo
cuando llego a la calle y veo que es de día y que hace un sol que raja las
piedras. Yo que pensaba que eran al menos las diez de la noche. No sé qué
hora es porque he dejado el móvil enchufado, pero tampoco necesito
saberlo.
Simplemente ando, camino, un pie delante del otro y canto, canto bajito
meneando las caderas, a Juan Magán, que siempre me anima. Me siento
como la Cenicienta cuando el hada madrina le pasa la varita y sus harapos se
convierten en un precioso vestido, pero haciéndolo todo yo sola, ni hada
madrina ni varita ni ratones puestos de a saber qué —que saben coser y
cantar al mismo tiempo— ni leches… La cruel realidad es que en este
mundo si no te transformas tú nadie lo va a hacer por ti.
Camino sin rumbo o al menos eso pensaba, porque cuando levanto la
cabeza ahí veo el cartel de Belle Extreme y siento un alivio indescriptible
cuando compruebo que ese papel marrón horroroso que cubría el escaparate
ya no existe, hay algunas prendas nuevas en los maniquís y la decoración
está algo diferente, más primaveral, más alegre. No sé si esto que siento es
alivio porque Ángel haya podido apañarse sin mí estos días, pero en el
fondo me alegro.
La puerta está abierta. Y a mi cabeza vuelve esa firma que estampé en un
contrato, es imprescindible averiguar qué ha pasado con eso para saber si he
perdido la opción a cobrar la prestación por desempleo o no. Me sudan las
manos, me tiemblan, trago con fuerza, porque mis pies van solos hasta allí,
porque en el fondo me muero de ganas por volver a verlo, por hablar con él,
por aclarar las cosas, porque me haga correr cuatro manzanas y luego haga
que me corra como una loca y, sí, sé que no es lo más adecuado, pero mi
mente va por libre, no me pide permiso. Desea lo que le da la puta gana,
aunque en el fondo me haga daño… Es como eso de comer chocolate, sé que
no está bien hacerlo a todas horas, pero no puedo evitarlo. Solo sé que es
momento de afrontar las cosas.
Entro y veo cómo levanta la cabeza, sonríe y me escruta sin decir nada.
60: El rumbo adecuado
Ángel
—Vamos a ver, tío, ¿me puedes decir qué cojones se te ha perdido a ti en
Tenerife? —Me encojo de hombros, no respondo y sigo metiendo mis cosas
de forma ordenada en cajas. O lo más ordenada posible teniendo en cuenta
que llevo horas bebiendo sin parar.
—La primera vez que hice esto me apoyaste y funcionó, ¿por qué ahora
no?
—La primera vez que hiciste esto necesitabas perderte de Tortosa. Es
irónico, lo sé, pero necesitabas perderte para volver a encontrarte.
—Necesitabas perderte para volver a encontrarte —le remedo—, no me
lo tengas en cuenta, estoy borracho.
—Ángel, joder, quieres estarte quieto, me está dando dolor de cabeza.
—Solo intento tomar el rumbo adecuado.
—No lo vas a hallar en una isla perdida en medio del Atlántico a miles de
kilómetros de aquí. Te va a costar una fortuna llevarte todo eso, tendrás que
coger uno o varios aviones para ir, y trasladarte a Tortosa cada vez que
quieras volver para ver a tu familia va a ser una puñetera odisea.
—Eso es lo de menos, necesito volver a encontrarme.
—Tú ya te has encontrado. —Está serio, muy serio—. ¡Joder! ¡Siéntate
ya! —grita y paro lo que estoy haciendo—. Ven aquí, por favor. —Le hago
caso y me siento a su lado en el sofá—. Ángel, entiendo que lo has pasado
muy mal en los últimos tiempos y que lo de Martina, pues ha sido jodido, ni
siquiera creo que la hayas perdido, simplemente la muchacha está tomándose
un tiempo para reflexionar porque ella lucha contra sus propios demonios,
como todo el puto mundo. Lo que no es lógico, ni medianamente normal, es
que cada vez que te encuentres con un inconveniente quieras lanzar una
moneda al aire y cambiar tu rumbo.
»Ahora no puedes irte. Has decidido tu nueva vida. Tienes una empresa,
en realidad, tienes dos. No sé qué va a pasar con esa tienda, no tengo ni idea.
Igual te sale bien la jugada, ¿quién sabe? Pero tienes tus clientes, aquí has
encontrado una tranquilidad, una estabilidad, por primera vez en tu vida
estás haciendo eso que siempre soñaste hacer.
—¿Poner en forma a la gente?
—Ayudar a la gente, Ángel, ayudar a la gente. Tú sabes, tan bien como yo,
que esto que haces va más allá de mandar una tabla de ejercicios.
Asiento y sé que tiene razón. Es verdad que no tengo demasiados amigos y
sé que, en parte, es culpa mía, porque me he cerrado en banda y estas chicas
llegaron y la complicidad con Carol, la química con Martina, las risas con
Eve y Emma me han dado la vida. Pero tengo miedo a cruzármela y ver en
sus ojos de nuevo todo ese odio, toda esa decepción, toda esa tristeza, y he
fracasado, es lo que más me duele, yo me lo propuse, hice una promesa,
firmé un compromiso y no lo cumplí y me temo que ya no tengo ninguna
posibilidad. Estoy medio en la ruina y no sé si podré solucionar las cosas
con esta idea que se me ha ocurrido, que igual es absurda, muy absurda.
Resoplo.
—¿Me traes otra cerveza? —le pido a Juanjo que se ha levantado y va
hacia la cocina.
—Mejor te hago un café, ya es de día.
Miro el reloj, van a dar las ocho de la mañana. Mi corazón se acelera,
¿funcionará mi plan?
En lo que Juanjo prepara el café, me tiro hacia atrás en el sofá, cierro los
ojos, tan solo un instante, tan solo un momento. Me despierta un ruido, el
salón está a oscuras completamente y tengo una manta por encima. No sé
cuánto he dormido y me cuesta unos instantes identificar ese sonido que he
escuchado, hasta que vuelve a tronar el timbre de la puerta.
Escucho a Juanjo maldecir, seguramente desde mi dormitorio, apenas son
las doce de la mañana, mucho no hemos dormido. Me arrastro hasta la
entrada, y Luka está al otro lado, sonriente.
—¡Hola! —le saludo sorprendido—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has sabido
dónde vivo?
—Lo pone el contrato.
—Ah, ya, claro. Esto…, pasa, pasa. Perdona, me quedé traspuesto. —
Luka entra detrás de mí y le señalo el sofá para que se siente, estoy nervioso,
muy nervioso. Me tiembla el pulso, me sudan las palmas de las manos, pero
logro abrir las persianas y un poco las ventanas para que se airee la
habitación—. ¿Un… Esto… Te apetece… un… café?
—Ha aceptado. —Me giro y lo miro, siento el tremendo peso que se ha
quitado de encima de mis hombros. Sonrío. Sonrío de verdad.
—Joder —mascullo—. ¡Joder! ¿Cómo? ¿Cuándo?
—La verdad es que Maca y yo nos sentimos imbéciles por no haber
pensado en esta alternativa antes, no sé cómo no se nos ocurrió. Lo hicimos
mal, Ángel, lo hicimos muy mal por querer zanjarlo lo antes posible. Y
ahora… ahora todo está en su sitio. —Asiento y me desplomo en el sofá
junto a Luka, aliviado, tremendamente aliviado y no puedo más que darle la
razón al italianini de las narices que me ha salvado la vida: ahora está todo
en su lugar—. No tuve que llamarla, no sé si te buscaba a ti o qué hacía allí
precisamente esta mañana, pero a la hora de abrir la tienda se presentó.
Anoche le dimos muchas vueltas al asunto y me desvelé de madrugada, ya no
podía dormir y desde que amaneció fui a la boutique. No había hecho
mucho, quité el papel marrón del escaparate y, como no me podía estar
quieto y aún era demasiado temprano para llamarla, modifiqué la
decoración, a los maniquís y todo eso. Acababa de terminar y estaba
preparando todo para llamar al asesor cuando apareció por la puerta.
»No esperaba verme allí. Le ofrecí que entrara y le tendí un café,
charlamos de cosas banales durante un rato, no me preguntó por ti, la verdad,
no me preguntó ni qué hacía yo allí. Solo me preguntó por Maca y cosas de
la boda, de mi nuevo trabajo.
»Un rato más tarde apareció mi asesor financiero y cerramos el local para
reunirnos. Le hablé de tu propuesta, y mi asesor le explicó que no se había
tramitado el contrato, que sabíamos, además, que no había comenzado a
cobrar la prestación por desempleo, porque tenía que disfrutar de las
vacaciones pendientes primero y, cuando nos confirmó que ni siquiera había
tramitado con el servicio de empleo la documentación, él le informó que
podía cobrar por anticipado todo el importe de la prestación y que con eso y
unos pocos ahorros podría hacerse con el negocio.
»Aceptó, Ángel, y no te puedes imaginar cuál fue su cara de felicidad.
»Tienes que esperar unos días a que pueda gestionar toda la
documentación tanto del servicio de empleo como del traspaso, pero mi
asesor se hará cargo de todo, se pondrá en contacto contigo para las firmas
pertinentes y listo.
—Gracias, Luka. Gracias. —No se me ocurre nada más que decirle. Ella
es feliz, y para mí eso es lo más importante. Belle Extreme es su sitio.
—Tengo que irme, he retrasado el pasaje en tres ocasiones y voy a perder
mi propio empleo si no me incorporo en unos días. Maca está nerviosa,
porque estamos con todo el rollo de la mudanza y la boda y se acumula el
trabajo.
—No te molestaremos más.
—Podéis llamarme para cualquier cosa, ¿vale? —Me tiende la mano, y se
la estrecho—. Y espero veros en mi boda… juntos.
Sonrío con tristeza y asiento.
Luka se va, y Juanjo viene al salón, tiene unas ojeras marcadas, pero está
muy despierto, supongo que ha escuchado todo.
—Tu sitio está aquí, Ángel —me repite.
—Sí, mi sitio está aquí.
Tengo que intentarlo, por última vez, tengo que intentarlo.
61: El primer día de mi nueva vida
Martina
Suena el despertador y lo paro, abro los ojos, miro al techo y sonrío.
Tengo que ir a trabajar. Todo esto me parece como un sueño extraño, me
siento como si hubiera estado perdida y de pronto hubiese encontrado mi
camino. Tengo cita a primera hora en las oficinas de empleo para empezar
todos los trámites, pero después tengo que ir a Belle Extreme. La tienda no
puede seguir cerrada ni un minuto más, hay muchas cosas que hacer.
Pongo música mientras me ducho, canto, tarareo y me visto. Es muy
temprano, no han dado las ocho aún, ni siquiera he tomado café, pero estoy
contenta, estoy pletórica. Me enfundo uno de mis mejores vestidos; tacones
cómodos, pero bonitos, y me peino y maquillo como se merece este día; el
primero de mi nueva vida. Cuando salgo de casa me acuerdo de la
conversación con Luka de ayer, miro el reloj, todavía hay tiempo.
Llamo al timbre de Carol, hoy más que nunca necesito ver a mi amiga.
—¡Tía Marti! ¡Tía Marti! ¡Tía Marti! —El pequeño renacuajo se lanza
hacia mí y me besuquea por todas partes y correspondo a su abrazo con
cariño, solo espero que no tenga las manos pegajosas de nada porque si no
me lo cargo. ¿Te he dicho ya que odio a los niños? Bueno, quizás es hora de
que me sincere y te confiese que a estos no, que a Óliver y a Ruimán los
quiero con toda mi alma, por si no lo habías deducido—. Mami se está
vistiendo, pasa.
Saludo al preadolescente también, que apenas levanta la cabeza del móvil,
pero sonríe, sonríe mucho. ¿Qué estarán tramando estos? ¿El fin del mundo?
Río.
Llamo a la puerta de su dormitorio y paso antes de que me dé permiso y
ahí está mi Carol, aunque no parece ella. ¿Cuándo ha dejado de usar la ropa
interior de algodón y ha empezado a usar esas cosas llenas de encajes por
todas partes? La muy zorrona está en ropa interior y tacones maquillándose
en su tocador.
—¡Marti!
Se levanta, se acerca a mí, y me echo a sus brazos.
—Lo siento, Carol, lo siento… Di por hecho… Yo…
—No pasa nada, lo entiendo —me interrumpe correspondiendo a mi
abrazo.
—¡Joder! —grito separándome un poco de ella.
—¿Qué pasa? —pregunta asustada.
—¡Que estás buena, leches! Me has puesto cachonda.
—¿Qué es cachonda, tía Marti? —pregunta Ruimán a mi espalda, y doy un
brinco.
—Oh, mierda, niño del demonio. Deberías ponerle un cascabel o algo.
Vete con tu hermano, bonito, que mami y tía Marti tienen que hablar. —Miro
el reloj, Carol ríe y se tapa los ojos. Sé que al renacuajo no se le va a
olvidar fácilmente la palabra y va a tener que explicárselo más tarde, cuando
yo no esté. ¡Se siente! No haber traído hijos al mundo—. Venga, que solo
tengo cinco minutos.
Ruimán me hace caso.
—Estás preciosa —dice Carol, que acaba de colocarse un vestido y se
gira para que la ayude a subirse la cremallera.
—Y lo perro que se va a poner Adrián cuando te la vuelva a bajar… —
Carol se ríe—. Belle Extreme es mío. Bueno, en realidad aún no, pero lo
será, pronto —le explico.
Carol se gira y me sonríe. Ya lo sabía, lo veo en sus ojos.
—Lo sé —confirma mis sospechas—. Me alegro muchísimo.
—¿Cómo está… Ángel? —titubeo, porque es evidente que ellos son
amigos y hablan mucho.
—Bien, está bien. Contento por haber solucionado esto. Él, bueno,
supongo que lo sabes…, pero él compró Belle Extreme por ti. Entiendo que
eres lo suficiente lista como para saber que no se levantó un día y dijo: «el
sueño de mi vida es tener una boutique de moda, de moda de mujer, de moda
de mujer talla XXL». No sé si quieres oírlo o no, pero es mi obligación
decírtelo —añade cuando comprueba que mi sonrisa se ha desvanecido—. Y
no sé cómo se le ocurrió esto, y por qué a Maca no le vino a la cabeza antes
o a nosotras pensar que podías hacerlo, pero…, ahora, ahora simplemente
cada cual está donde tiene que estar. —Asiento, dándole la razón, en eso
estamos de acuerdo. No podía volver a Belle Extreme con Ángel como mi
jefe, no era buena idea, no iba a salir bien para nada. Ahora todo es diferente
—. Solo espero… —continúa sacándome de mis pensamientos—, solo
espero que ahora que nada os ata podáis hablar y aclarar las cosas.
—No sé si queda nada que aclarar.
—Por supuesto que sí. —Carol coloca un mechón rebelde de mi cabello y
me acaricia la mejilla—. Ángel se equivocó en algunas cosas, no te voy a
decir que no. Es buen tío, aunque no es perfecto —masculla y viene a mí su
imagen, frente a mi puerta, mirándome con toda esa adoración, ese deseo,
esas ganas y recuerdo su frase.
—No. No lo es. Ambos somos… imperfectos.
—Imperfectos —repite mi amiga, asiente y me da un beso—. Venga, se te
hace tarde. Tenemos que celebrar esto con las chicas.
—Vale, pero nada de camareros de dos metros con pollabrazo y ganas de
empotrarme.
—Prometido —responde levantando la mano.
—Ya, no eres tú la que tiene que darme su palabra. —La abrazo una vez
más y salgo de su casa despidiéndome de los niños.
—¡Tía Marti! —Óliver corre hasta el rellano donde ya espero al
ascensor.
—¿Qué pasa, cariño?
—Tenías razón…
—Mmmm, ¿podrías repetirlo de nuevo? No estoy acostumbrada a que un
preadolescente con las hormonas revolucionadas me diga tal cosa, aunque no
tenga ni idea de qué me estás hablando.
Óliver suelta una carcajada.
—A Noelia le encantó mi carta. Es…, es mi novia.
Me abraza.
—Madre mía, qué orgullosa estoy de ti. La tecnología mola, pero lo
tradicional siempre funciona para conquistar el corazón, eso y abrirse en
canal —le repito lo que le comenté ese día en el que me dijo con toda la
cara del mundo que yo no tenía ni idea de mujeres.
—En unos meses vamos a empezar en el mismo instituto y, no sé, estoy
contento por saber que inicio una nueva etapa, que me da miedo, pero que lo
haré junto a ella y eso hace que me sienta más fuerte, más valiente, más
seguro.
Se me escapan las lágrimas.
—Joder, qué mayor te estás haciendo. —Lo achucho. Llega el ascensor—.
Tengo que irme. Pórtate bien, ya tendremos una charla sobre métodos
anticonceptivos.
—Ostras, tía Marti, ¿no es un poco pronto para eso?
—Anda que no sabes tú ni nada…, pronto, dice. Venga, entra en casa y
pórtate bien.
Óliver vuelve a abrazarme, y me voy camino a la oficina de empleo.
Reconozco que me he mantenido en tensión hasta que me han explicado
todo, aún estaba en plazo para solicitar el cobro anticipado de la prestación
y puedo hacerlo, puedo tener mi negocio, puedo ser dueña de Belle Extreme.
Unos minutos después de hablar con el asesor de Luka para explicarle que
tenemos que firmar el traspaso, me informa de que ha quedado un par de
horas después en casa de Ángel para que firme los papeles y que luego irá
por la tienda para que lo haga yo también.
Sonrío.
Camino en silencio con la cabeza a mil por hora, apenas faltan unas horas
para que Belle Extreme sea mío. Necesito reactivar las redes sociales,
pensar en alguna forma para atraer de nuevo a nuestra clientela, contratar a
alguien que me supla por las noches como comercial, inventario, reactivar
los conciertos con las empresas, el blog, tengo pendiente el artículo sobre
Planet. Tengo lío, mucho lío. Pero antes… necesito hacer algo.
Me desvío.
El corazón late con fuerza.
No quiero posponerlo más.
Llamo al portero y me abre directamente, no sé si espera a otra persona
porque no ha preguntado quién es, y lo agradezco, porque ignoro si voy a ser
capaz de hablar y sonar como una persona cuerda y normal.
Está apoyado en el quicio de la puerta, parece que estaba listo para salir,
está vestido con su ropa de entrenamiento, pantalones cortos con pantorrillas
al aire incluidas. Babeo, está jodidamente sexi.
—Marti —masculla cuando me ve salir del ascensor.
Me paro frente a él, quiero decirle tantas cosas, primero que es un puto
capullo por soltarle ese «te quiero» a otra cuando acababa de follar
conmigo, joder, le daría una patada en los huevos, ahora que lo tengo
delante. También quiero chillarle que es un puto inconsciente por haber
comprado Belle Extreme. ¿A quién cojones se le ocurre? ¡Que es entrenador
personal! Le diría que me jodió la vida que se marchase y no me llamara ni
una sola vez, que no respondiera a mis mensajes, que me ignorase, que se
fuera a Tortosa sin decirme ni «mu» y que me hiciera echarlo tanto de menos.
Le explicaría que lo odio con todas mis ganas por haber pensado en él cada
puñetero día desde aquel en el que me levanté de su cama. Que me hizo
sentir aún peor cuando me tendió una emboscada en Belle Extreme y, no
sé…, quiero decirle muchas cosas. Sin embargo…, ahora mismo retumba en
mi cabeza sus palabras cuando nos vimos la última vez: «te quiero» y me
lanzo, me lanzo y lo beso, porque sí. Hoy es el primer día de mi nueva vida,
ahora, como me explicó Luka en la boutique cuando me contó su plan y
acepté, todo está como tiene que estar. Ya nada nos une, no es mi jefe ni
tampoco mi entrenador personal, ya nada dice que tenemos que vernos cada
día, ahora… ahora simplemente lo haremos si nos apetece y, sí, a mí me
apetece.
Ángel responde a mi beso y me estrecha en sus brazos. Se me escapa un
jadeo cuando noto su erección. Sin separarnos me atrae hasta el interior de
su casa y cierra la puerta, aprisionándome contra ella.
Muerde mi labio y cuela los dedos entre mi cabello. Se dirige a mi cuello
y al fin cojo resuello.
—Lo tuyo con las puertas no es normal —murmuro, y reímos.
Ángel se aparta y me mira a los ojos.
—Lo siento, por todo, tenía que haberte explicado la situación desde el
principio, no debí apartarte, debí apoyarme en ti. Marti, necesitaba ir a
Tortosa, no porque quisiera a Nati, no fue por eso, fue porque tenía mucho
que solucionar para poder empezar de cero. Y lo hice todo mal, joder, no lo
pude hacer peor, porque…, porque soy un puto gilipollas y porque…
porque…
—Porque eres imperfecto —lo interrumpo, abre los ojos, sorprendido por
mis palabras y sonríe.
—Sí, lo soy.
—Yo también lo soy.
—Ambos… imperfectos, totalmente imperfectos.
—Totalmente imperfectos.
Epílogo
—Ejem, ejem. —Pego un brinco del carajo cuando escucho una tos
detrás de nosotros.
—Joder, ¿no te podías quedar dentro un ratito? —masculla Ángel, con su
erección pegada a mi abdomen.
—No, la verdad es que no.
—¡La leche! Menudo susto me ha metido este tío. Por un momento hasta he
pensado que era Jaime —espeto, así, sin filtro ni nada, como soy yo.
—¿Jaime? —Ángel suelta una carcajada—. Menuda manía la tuya de
pensar que soy gay, ya te vale.
—A ver, a ver… Que corra el aire un poquito, Ángel, colega, porque se
está caldeando el ambiente. Soy Juanjo, su mejor amigo.
—O examigo —masculla y se aparta de mí.
—Así que tú eres Martina. —Se acerca a mí y me da dos besos, yo
simplemente asiento, porque todavía estoy tratando de recuperar el aliento
—. Encantado de conocerte al fin. Oye, Marti, ¿puedo llamarte Marti? —
Muevo la cabeza de arriba abajo—. Tengo que hablar contigo.
—¿Con… conmigo? —pregunto flipando.
—¿Qué tienes tú que hablar con Marti?
—Tú a callar, déjame a mí. ¿Pasamos al salón?
—Sí, hombre, tú tranquilo, como en tu casa —ironiza Ángel. Juanjo se ríe
y le da un par de golpes en la espalda, empujándolo para moverlo hasta allí.
Yo voy tras ellos y me siento en el sofá.
—He conocido a tus amigas. —Lo miro extrañada—. Sí, a Carol, Emma y
Evelyn, se llaman así, ¿verdad?
—Ay, madre. —Me tapo la cara con las manos. A ver en qué lío me han
metido ahora. Juanjo se ríe.
—Tranquila, me parecieron buenas tías y no te conozco casi, solo lo que
me han contado ellas, Ángel y María José.
—¿Quién es María José? —pregunto extrañada.
—Mi mujer.
—Mi mejor amiga —responde Ángel para que pueda entender de lo que
habla.
—La madre de tu futuro ahijado o ahijada —suelta Juanjo.
—¿Eh? —No me entero, no me entero de nada. Miro hacia Ángel, pero
parece tan perdido como yo.
—Mi mujer me ha pedido que viniera a Valencia para hablar con Ángel y
contigo, porque él va a ser el padrino de mi bebé y, como comprenderás, no
nos fiamos mucho de él, porque es un poco patoso y está medio ido. Necesita
a una mujer cuerda a su lado, con la cabeza bien amueblada, sensata, que lo
ayude a llevar a cabo esa labor. —Ambos lo miramos boquiabiertos.
—Lo siento, yo… me temo que no soy esa mujer. Soy la tía menos cuerda
que hayas podido conocer nunca —confieso.
—Lo confirmo —suelta Ángel con una sonrisa, menos mal que está lejos,
porque si no la patada se la lleva.
—Bah, nos conformamos contigo.
Nos echamos a reír. Está como una jodida regadera, si ni siquiera me
conocen, podría ser una asesina en serie, una psicópata…
Pasamos un par de horas riendo, Juanjo me cuenta cosas de Ángel y de su
mujer, del bebé que está en camino, de Tortosa y me hace prometer que
iremos juntos cuando nazca el pequeño. ¡Menudo panorama!
FIN
Agradecimientos
Martina y Ángel me han acompañado durante muchísimos, muchísimos
meses desde que empecé a teclear esta historia. Prácticamente durante un
año y tengo tantísimo que agradecerles a ellos. Han pasado muchas cosas en
mi vida durante los últimos trescientos sesenta y cinco días y, cuando quería
evadirme de lo que fuera —bueno, malo o peor—, ellos siempre estaban ahí
para mí. Quizás las personas que no escriban no puedan entender lo que se
siente, pero es algo así como darle al interruptor que te lleva a otra vida, a
otro cuerpo, a otra historia, a las risas, a la emoción, al cariño y al amor en
los cuerpos de otras personas. Ellos me han ayudado a superar momentos
muy duros y me han acompañado en los buenos, así que Martina, Ángel,
gracias por todo lo que me habéis dado. Ha llegado el momento de dejaros
volar. Hasta siempre.
Si reflexiono sobre todas las personas que me han ayudado a que este
libro que tienes en tus manos sea real, la primera que me viene a la mente es
Yanira, mi Yani, con su «escribe» a todas horas. «¿Qué haces? Ponte a
escribir. Deja eso, ponte a escribir. Pasa de todo, ponte a escribir. No
duermas, escribe…». Gracias, amiga, no solo por animarme a escribir y
empujarme a hacerlo, sino por haber pasado «a mi lado» esos momentos tan
difíciles, tan duros, tan dolorosos y haberme arrancado siempre una sonrisa,
una risa, una carcajada con nuestros desvaríos. Por apoyarme en mi nuevo
negocio, si no fuera por ti me hubiera hundido antes de empezar. Y también
por compartir lo bueno. ¿Qué sería de mí sin tus audios de diez minutos cada
mañana? ¡Te quiero, Yanira!
Sole. Últimamente casi no nos vemos. Pero ¿qué más da? Nuestra amistad
es más fuerte que todo, nuestra confianza, el cariño, el amor… lo siento
presente, aunque nos cueste sacar un rato para estar juntas. Tú también
siempre me dices lo mismo: «escribe, escribe, escribe». Pensé que no lo
conseguiría, pero aquí está, otra historia, otro pedacito de mi alma y me
siento tan, tan agradecida porque tú has sido la que ha confiado en mí
siempre, desde el primer momento en que me senté delante de un ordenador
a escribir y lo sigues haciendo. Siempre. Te quiero.
Bárbara. Todavía me acuerdo de nuestras charlas en la puerta del cole y
mi… «He empezado algo, pero no estoy muy segura» y, cómo no, de tus
palabras en ese momento, las que necesitaba, justo las que necesitaba para
arrancarme a teclear. Gracias.
Mi Patri linda. Te he tenido muy, muy abandonada este año, yo lo sé, tú lo
sabes, pero también sabes que te quiero muchísimo. Han pasado muchas
cosas que me han absorbido por completo, pero siempre estás ahí, al otro
lado del teléfono, con tus «incisos» y tus locuras para arrancarme una
sonrisa.
Lorena, mi Lorenita linda. Gracias por todo lo que haces por mí. Por
enamorarte de cada nueva historia que escribo. Por recomendarme a todo el
mundo. Por mover cielo y tierra para hacer todo lo que está en tu mano para
que la gente me lea y disfrute de cada novela. Ojalá esta la disfrutes tanto
como las demás. Un día me escribiste como lectora y ¿quién nos iba a decir,
tiempo después, que nos íbamos a convertir en tan buenas amigas? ¡Te
quiero mucho, nena! ¡Que nada nunca logre apagar tu risa!
Jossy, ¿qué decirte? ¿Qué sería de mi día a día sin escuchar alguno de tus
audios locos de alienígena? Gracias por todo tu apoyo y no solo a nivel
literario, sino también en los momentos jodidos que he pasado y has estado
ahí y también por confiar en mi trabajo como correctora. Gracias.
A mi madre. Mamá, este año me has enseñado muchas cosas. Me has
enseñado a ser fuerte, a ser valiente, a luchar, a sonreír pese al miedo. Eres
el mejor ejemplo que puedo seguir, eres la tía más fuerte que conozco y te
quiero, te quiero tanto que no te puedes hacer una idea, aunque me cueste
mucho decírtelo, no puedo imaginar una vida en la que no estés conmigo. Y
siempre, siempre, estaré a tu lado para luchar juntas contra cualquier
demonio, para reírnos de tonterías, para irnos a desayunar o de compras,
para lo que sea.
Germán, Erik, César… Mi vida, mi familia, mi tabla de salvación.
Gracias por darme tanto, tanto amor, tanto cariño, risas, fuerza, confianza.
Porque sé que siempre encontraré el arrojo que necesito solo con miraros.
Os quiero.
A todos los demás miembros de mi familia; que confiáis en mí, que me
apoyáis, que siempre estáis esperando algo nuevo, en primera fila, listos
para vitorearme. Con mención especial a Dácil, que se apunta a cualquier
sarao con tal de echarme una mano.
A Marien, por darle a esta novela la cara que merecía.
A ti, lector, por disfrutarla.
A todos los que comparten mis publicaciones, que me leen, que me
recomiendan, que se toman un rato para dejar una reseña o escribirme un
mensaje. ¡Gracias por estar ahí! Sin vosotros no sería posible.
¡Gracias!
Biografía
Bibliografía:
- Totalmente imperfectos. Febrero 2020.
- No me soples el diente de león. Febrero 2019.
- Tus increíbles besos de albaricoque. Septiembre 2018.
- Amor, sexo y otras movidas. Junio 2018.
- Tropezando en el amor. Diciembre 2017.
- Te encontraré. Abril 2017.
- Besos sabor a café. Diciembre 2016. Publicada en español, inglés
e italiano.
- ¡A otra con ese cuento! 2014. Publicada en español e italiano.
- Redes de Pasión. 2012. Reedición ampliada en septiembre de
2019 como Redes.
- Las tarántulas venenosas no siempre devoran a los dioses
griegos. 2011. Publicada en español y portugués.