!despeinate! - Tamara Marin PDF
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Tamara Marín
¡Despéinate!
Octubre 2019
© de la obra Tamara Marín
tamaramarin0403@gmail.com
Instagram: @tamaramarin04
Twitter:@tamaramarin04
Facebook: Tamara Marín
Edita: Rubric
www.rubric.es
C/ María Díaz de Haro, 13 1ºa
48920 Portugalete
944 06 37 46
Corrección: Rubric y Elisa Mayo
Diseño de cubierta y maquetación:
Nerea Pérez Expósito de www.imagina-designs.com
ISBN:978-84-120713-1-3
No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni
su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros
métodos, sin el permiso previo y por escrito de su autor. La infracción de los derechos mencionados puede
ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal)
A ti, mamá,
porque si no me hubieras transmitido el amor por los libros,
seguramente, yo no existiría como tal.
Gracias por animarme a salir, a viajar… Gracias por darme alas.
Gracias por educarme lo mejor que has sabido y podido. No puedo admirarte más de lo que lo hago.
Gracias por estar siempre.
Gracias por las decisiones tomadas.
Gracias por hacer mi vida más fácil a costa de sacrificar muchas partes de la tuya.
Gracias por hacerme entender que las mujeres podemos valernos por nosotras mismas.
No supe comprenderte del todo hasta que fui madre, pero ahora entiendo tantas cosas… que cada día
que pasa te quiero más.
Me has transmitido algo muy importante durante toda mi vida y yo haré igual con mis hijas; has dejado
en mí lo mejor que puedo entregarles: el amor.
De un tiempo a esta parte he aprendido lo importante que es crear recuerdos nuevos junto a ti. Así que
vamos a por ellos.
Hubiera cambiado un montón de cosas de esta dedicatoria, pero tú la leíste y te emocionaste tal y como
está, por lo que he querido mantenerla.
No sabes el vacío tan grande que me has dejado, mamá.
Te voy a querer y a recordar todos los días de mi vida.
Vives en mí, así que estarás conmigo, siempre.
Tus manos.
¡Cómo me gustaban tus manos!
Esas manos que consolaban, acariciaban, daban fuerza, guiaban, protegían…
Esas manos que a ti no te gustaban nada, porque habían empezado a salirte manchas, como a las de
yayo.
Hoy he visto una mancha en las mías y he sabido con certeza que siempre estarás conmigo.
Has dejado tantas cosas en mí, en mi hermano, en mi padre y en las niñas que sé que nos acompañarás
el resto de nuestras vidas.
Así que voy a reír, a escribir, a salir, voy a viajar… y lo voy a hacer por ti, porque no querrías que fuera
de otra manera.
Me agarraré a otras manos, que, aunque no son las tuyas, también me darán fuerza y caminaré por la
vida tal y como tú me has enseñado.
Te quiero, siempre.
Tu hija
Índice
1. Mi padre
2. Más problemas
3. Cambios
4. Mi familia
5. Una mala temporada
6. Una chica en casa de Bruno
7. Sofía
8. ¡Tengo trabajo!
9. Nos llevamos bastantes aňos
10. Una noche muy larga
11. La boca del lobo
12. ¿Me habrías dejado continuar?
13. Hay que despeinarse de vez en cuando
14. Bruno, Thiago y yo
15. Aceptar su proposición
16. ¡¿En serio?!
17. Una conversación entre hermanos
18. Acepto el trato
19. Una conversación con Sofía
20. Conociéndonos
21. Despeinarse y vivir
22. Es la hermana de un amigo
23. Demasiado cómodo
24. Antiguas relaciones
25. Esto
26. Celos
27. Sofía y Bruno
28. Salir a correr
29. Ella
30. Con mi cuerpo hago lo que quiero, que para eso es mío
31. Una relación formal
32. Su fuerza y mi miedo
33. Una conversación pendiente
34. Su historia
35. No son cosas tuyas
36. ¿Qué ha pasado?
37. Sabes que te quiero muchísimo
38. ¿Te vas?
39. El gran día
40. El novio
41. De lo más intrigada
42. Felicidad casi plena
43. Demasiado rápido
44. Una cena tensa
45. La verdad de mi hermano
46. Solo había una cosa que tenía clara
47. Mi suerte
48. Ángela
49. Todo
50. No te la mereces
51. Querer nuestras diferencias
Epílogo
Diez aňos después
Nota de la autora
Agradecimientos
2. Más problemas
1. Mi padre
Nunca me había sentido tan incómoda en presencia de mi padre. Hacía dos días
que no me hablaba y, por lo visto, no tenía ninguna intención de hacerlo.
—¿Vas a querer café?
—Mmm…
Deduje que eso quería decir que sí, por lo que me puse uno para mí y otro para
él. Volví a sentarme en el mismo sitio. Inhalé el aroma del café y cerré los ojos.
Me encantaba ese olor.
Al abrirlos vi cómo me miraba y volví a agachar la cabeza. Me fijé en el
mantel y observé que estaba bastante desgastado; si me daba tiempo, al día
siguiente, iría a comprar uno nuevo. Son ese tipo de cosas absurdas que pienso
para mantener la cabeza ocupada en momentos tensos como aquel.
Pero tenía que moverme, no podía estar sentada en esa silla toda la noche, así
que me puse en pie y dejé el vaso en la pila.
—Me voy a trabajar, papá. Buenas noches.
No me atreví a darle un beso y, por supuesto, no recibí contestación por su
parte.
Me fui hacia mi cuarto, arrastrando ligeramente los pies. Me encantaba hablar,
por lo que era un inconveniente que la única persona con la que vivía no
intercambiara conmigo ni un saludo.
Me maquillé y me peiné un poco. Hacía dos días que había pasado por la
peluquería, me había cortado flequillo y me gustaba mucho cómo me quedaba.
Mi pelo era tan negro que me dejaba pocas opciones de cambiarlo, aunque tenía
que reconocer que me encantaba mi color natural. Llevaba puestos unos tejanos
con un top y no tenía ganas de cambiarme. De manera que pensé que esa ropa ya
estaba bien para ir a trabajar.
Miré el reloj y decidí bajar a esperar a Pedro al portal. No podía soportar
volver a cruzarme con mi padre. Cerré la puerta suavemente y solté el aire que
no sabía que retenía.
Todo había empezado hacía dos días. Normalmente, en época de verano,
trabajo todas las noches, pero había acumulado tantas horas extras que mi jefe
me había prohibido ir durante los dos siguientes turnos, por lo que aproveché
para salir de fiesta con una amiga. Iba a ser una noche tranquila, por lo menos
eso decidimos antes de salir, aunque en cuanto vi el ritmo de beber que llevaba
Vanesa supe que no sería así. Le tocaba conducir a ella, por lo tanto no debía
beber; se lo dije un par de veces, pero no me hizo ni caso. Yo me había tomado
dos o tres cervezas y dejé de beber en cuanto vi que ella no iba a hacerlo.
Sabiendo que, al final, me tocaría llevar el coche a mí.
Pasada una media hora, Vanesa insistió en que quería ir a otro local. No
conseguí que cambiara de idea, pero sí la convencí para ser yo quien cogiera el
coche.
Pensaba que no daría positivo, pero ese día no había comido mucho y, en
cuanto soplé y vi la cara del policía, fui consciente de que la había cagado.
Blanes es un pueblo pequeño. En verano se llena de turistas, pero en invierno
nos conocemos todos. Además, Juan, el jefe de policía, era amigo de la infancia
de mi padre. Vamos, que le faltó tiempo para llamarlo y explicarle lo que había
pasado.
Después de un sermón de la hostia, mi padre había dejado de hablarme. Casi
ni me miraba, por mucho que yo había intentado defenderme. Él fue tajante: si
habíamos bebido, debíamos haber pedido un taxi. Lo peor era que tenía toda la
razón del mundo.
Este era un tema muy delicado en mi casa, así que tenía claro que la había
cagado. Solo esperaba que mi padre no le dijera nada a mi hermano.
Después de esto, mi querido papá no me dejaba coger su coche, y aún menos
mi moto, así que ahora tenía que depender de que alguien me llevara al bar de
copas donde trabajaba.
Pedro se había ofrecido voluntario. Quizá pensaba que luego acabaríamos en
su casa. No era ni de lejos mi intención. Me había liado con Pedro alguna vez,
pero no era el tipo de chico que me gustaba. Demasiado problemático.
Parecía que lo había llamado con el pensamiento. Vi cómo paraba el coche
frente a mí. Lo saludé al entrar y él se acercó como si fuera a darme un beso, giré
la cara y comprendí que no iba nada desencaminada al pensar que él querría algo
más.
El trayecto de apenas diez minutos se me hizo eterno.
3. Cambios
Llevaba un rato despierta, pero no quería ni moverme. Sabía que mi padre estaba
en casa, y tarde o temprano tendría que enfrentarme a él.
Me levanté despacio y me vestí con calma, abrí la puerta y me dirigí a la
cocina, arrastrando ligeramente los pies. Al asomarme, lo vi sentado frente a una
taza de lo que seguramente era café. Su cara reflejaba, perfectamente, el enfado
que tenía. Ni siquiera me habló, hizo un gesto con la cabeza para que me sentara
en la silla que quedaba a su lado. Lo hice.
—Esto no puede seguir así.
—Pero, papá…
—¡Se terminó! Acabo de hablar con tu hermano y vas a ir una temporada a
vivir con él. Deseo que alejándote de aquí te comportes mejor. Y, sobre todo,
espero que no le des quebraderos de cabeza a Bruno, él ya tiene bastante con lo
suyo.
Me entraron ganas de estamparle la taza en la cabeza, y ese pensamiento me
asustó; que era mi padre, ¡joder!, pero es que había veces que no podía con él.
¿Por qué tenía que ser tan autoritario? Había decidido cambiar mi vida por
completo, sin contar conmigo para nada. Y ni siquiera había dejado que me
explicase.
Me levanté de la mesa, lo miré con rabia e hice lo que siempre hacía en esas
ocasiones: llamé por teléfono a Héctor y quedé con él esa misma tarde.
Mi visita a Héctor fue rápida y en veinte minutos estaba fuera, por lo que me
di una vuelta por el paseo y me senté en la arena de la playa. Era tarde, pero aún
había gente bañándose.
Ya me estaba haciendo a la idea de que me iría; total, no podía discutir nada
con mi padre, él siempre tenía la última palabra. Por eso me empapé de las vistas
del mar. Echaría mucho de menos aquella playa. En Barcelona también había,
pero es que la de Blanes siempre me había encantado. Decidí subir hasta Sa
Palomera, que era una piedra enorme desde donde había unas vistas preciosas.
Me picaba la nariz, pero no me toqué, estaba segura de que la tendría roja e
hinchada. Cada vez que discutía con mi padre me iba al estudio de Héctor y me
hacía un piercing o un tatuaje; era mi modo de rebelarme contra él. Acababa de
hacerme uno en la nariz y picaba como el demonio.
Paseé durante mucho rato por la playa y cuando quise darme cuenta ya se
había hecho de noche. Al coger el móvil vi que tenía tres llamadas perdidas de
mi hermano. Se dibujó una sonrisa en mi cara y lo llamé. Contestó al segundo
tono.
—Hola, hermanita. Madre mía, la que has liado, no veas cómo está papá.
—Bueno, ya sabes cómo es.
—Ya, ya, qué vas a contarme. Piensa en la parte buena, te vienes con tu
sobrino y conmigo durante una temporada. —Estaba tan entusiasmado que no
pude evitar sonreír.
—Sí, pero no pienses que te voy a hacer de canguro siempre que quieras.
—¿Ah, no? Pues vaya bajón; creía que para eso habías estudiado…
—No he estudiado Educación Infantil para hacer de canguro de mi sobrino
siempre que mi hermano quiera salir de fiesta. Además, ya sabes que solo estoy
bromeando, me quedaré encantada con mi peque siempre que quieras.
—Lo sé, y ya sabes que yo no salgo mucho, pero con los horarios que tengo
me vendrá genial poder contar contigo en momentos puntuales.
Una parte de mí era reacia a irse; debía dejar mi vida en Blanes y a mis
amigos, pero mudarme a casa de mi hermano tenía cosas buenas. Desde que
Bruno se fue a vivir a Barcelona lo echaba muchísimo de menos, aunque
hablábamos casi a diario.
Le dije adiós a mi hermano con una sonrisa en los labios y me dirigí a casa de
Vanesa; quería despedirme de ella. Intentaría verla bastante a menudo, ya que
apenas estaríamos a una hora de distancia. Añoraría nuestras charlas, hablar con
ella siempre me aportó calma.
Las dos sabíamos que tarde o temprano eso pasaría, y ya nos habíamos hecho
a la idea. Vanesa se iría a trabajar fuera, ya que, en Blanes, al ser un pueblo
pequeño, no encontraba trabajo de lo suyo; pero la cabezonería de mi padre
había precipitado la despedida.
Al final me quedé a cenar en casa de mi amiga, su madre insistió tanto que fui
incapaz de negarme. Eso sin contar que la madre de Vanesa cocinaba de muerte
y yo no estaba acostumbrada a comer tan bien. Avisé a mi padre con un wasap
(pasaba de llamarlo) y me guardé el móvil para no ver su contestación.
Mi amiga y yo nos dijimos adiós con lágrimas en los ojos y la promesa de
llamarnos a menudo y de intentar vernos de vez en cuando. Aunque, en cuanto
Vanesa se fuera de Blanes, iba a ser muy difícil y las dos lo sabíamos, pero las
despedidas siempre se hacen menos duras si las llenas de promesas.
4. Mi familia
Dos días más tarde, iba camino de Barcelona cargada con tres enormes maletas.
Había reservado una para llenarla de libros. El resto los dejé en casa de mi padre,
pero me había resultado imposible no llevarme mis preferidos, y eran tantos que
llené una maleta entera.
Aún era agosto y mi padre había insistido en que me esperara a septiembre
para marcharme a casa de Bruno, pero estaba tan enfadada con él que quería
irme cuanto antes. Jamás me comportaba con nadie como lo hacía con mi padre.
Mi hermano me decía que tenía la mecha corta, y era verdad, saltaba a la
mínima, aunque luego me arrepintiera y me tocara pedir perdón, pero a mi padre
le consentía cosas que con otra persona ni me las habría planteado.
Era mi padre y le debía un respeto, eso estaba clarísimo, pero tenía veintitrés
años, colaboraba en la economía de casa y jamás le había dado quebraderos de
cabeza hasta algunas semanas atrás. Exceptuando los tatuajes y piercings, que no
le hacían ninguna gracia.
Pero él era así, estaba acostumbrado a que lo obedeciéramos en todo, sin
rechistar. Y aunque mi hermano se mudó a Barcelona por una bronca que
tuvieron, no le sirvió de mucho, porque seguía comportándose de la misma
manera.
Aparté mis pensamientos y busqué sitio en el tren. Me senté junto a una señora
que estaba medio dormida; me vendría genial, porque quería acabar un libro del
que ya me quedaba poco y en una hora, más o menos, que era lo que duraba el
trayecto, seguro que lo terminaba.
Cerré el libro medio emocionada por un final pletórico y, al levantar la vista,
noté que el tren estaba parando en mi estación, no me habría salido mejor ni
queriendo.
Cuando miré al arcén, vi a mi hermano y mi sobrino. Bruno había insistido en
venir a buscarme hasta Blanes, pero lo encontré una tontería cuando en tren se
iba tan bien. Aunque fui incapaz de convencerlo para que me esperara en casa.
Nada más bajar me fundí en un abrazo con él. Mi hermano hacía que se
borraran todas mis preocupaciones. Bruno y yo nos llevábamos casi nueve años
y, contra todo pronóstico, nos entendíamos a la perfección.
Miré hacia abajo y vi a Thiago. Era la cosita más bonita del mundo.
—Madre mía, pero quién es este niño tan grande.
Iba a ver a Thiago con bastante regularidad, pero es que mi sobrino crecía por
días.
Fuimos bromeando hasta el coche y nos dirigimos hacia el piso de mi
hermano, que a partir de ese momento sería también el mío.
Nada más llegar, Bruno sacó un par de cervezas de la nevera y nos sentamos
en el sofá. Por fin pude explicar a alguien lo que había pasado la noche en la que
Pedro me había metido la dichosa bolsita en el bolsillo.
Bruno me creyó a pies juntillas y no dudó de mi versión ni un segundo. Iba a
ser fácil vivir con él.
Pasado un rato nos dirigimos a mi cuarto. Cargamos entre los dos las tres
enormes maletas y al entrar me enterneció ver cómo Bruno había adaptado la
habitación que a partir de ese momento sería mía.
La cama ya estaba, porque de vez en cuando yo pasaba algunos días allí, pero
había comprado cortinas y una colcha de un color morado precioso, aunque era
agosto y no iba a necesitarla, me encantó. También había puesto una mesita de
noche, un armario en el que no cabría ni la mitad de mis cosas y unas estanterías.
Mientras las miraba, mi hermano me dijo:
—Sabía que traerías algunos libros y he pensado que te gustaría tener un sitio
donde colocarlos, ¿me equivoco?
—No, no te equivocas.
Se me hizo un nudo en la garganta, y es que desde que pasó lo de mi madre
estaba muy poco acostumbrada a que cuidaran de mí.
Me giré y abracé a mi hermano y a Thiago, ya que este se encontraba en
brazos de Bruno. Y supe con seguridad que allí me sentiría más en casa que en
cualquier otro lugar. Para mí, el hogar lo forman las personas, y en ese piso
estaban las dos que más quería en el mundo.
Vaya racha de mierda llevaba. Menos mal que parecía que esa semana se estaba
arreglando algo.
Hacía exactamente un mes que mi novia, bueno, ahora mi ex, me había
dejado. Según ella, sus sentimientos hacia mí eran más de amigo que de pareja,
una frase de mierda, pero es que dijo otra: «Quizá me he precipitado al empezar
una relación contigo, estando tan reciente mi divorcio». ¡¡Toma ya!! Esa fue
para rematarme.
Llevábamos muy poco tiempo juntos, y era verdad que ninguno teníamos unos
sentimientos demasiado fuertes por el otro, pero me había acostumbrado a estar
en pareja. En realidad, a mí, al contrario que a la mayoría de mis amigos, me
gustaba la vida en pareja. Me daba seguridad, tranquilidad y me hacía sentir
bien.
Total, que por si no fuera suficiente que tu pareja te dejara, mi casero había
decidido que subiría el alquiler de mi piso hasta hacerlo impagable. Así que
gracias a este iluminado me había pasado unas semanas de locura intentando
encontrar un alquiler que pudiera pagar sin necesidad de donar un riñón.
Quería uno que estuviera más o menos por la misma zona, pero por lo visto se
había puesto de moda y los precios habían subido tanto que me resultaban
imposibles de pagar. Y después de un montón de días con un agobio
impresionante, en los que me veía durmiendo en la calle o, lo que era aún peor,
teniendo que volver a casa de mis padres, por fin tuve algo de suerte. Mi mejor
amigo y compañero de trabajo, Bruno, me avisó de que en su edificio había
quedado libre un piso. Ese mismo día salí del trabajo sin comer y, antes de una
hora, me hice con él.
Era grande, luminoso y mucho más espacioso de lo que en realidad
necesitaba para mí solo; el único inconveniente era que tendría que arreglar
algunas cosas y, aunque no era un manitas, me veía capaz de hacerlo. Además,
el precio estaba bastante bien y era lo único que tenía.
Entonces tocó hacer la mudanza, esa maravillosa actividad en la que no
tienes ni puta idea de todo lo que acumulas en casa hasta que te toca meterlo en
cajas.
Habían sido unos días de no parar, había dormido poquísimas horas, pero por
fin estaba sentado en el sofá de mi nuevo piso. Acababa de vaciar una caja con
cosas de la cocina. Ya solo me quedaban otras seis o siete y eso era todo un
logro, por lo que me había sentado a celebrarlo con una cerveza. Cuando apuré
el último trago, decidí salir de allí, llevaba encerrado un montón de tiempo,
colocando cosas, y necesitaba despejarme.
En un principio, pensé en salir a la calle a que me diera un poco el aire, pero
finalmente decidí subir a casa de Bruno. Achuchar a Thiago se había convertido
en algo que me encantaba hacer.
Volví a entrar en casa y cogí un paquete de cervezas y una bolsa de patatas
por si ponían algo interesante en la tele y nos apetecía verlo. Llamé al timbre
pensando en todo lo que aún me quedaba por colocar.
7. Sofía
8. ¡Tengo trabajo!
Esa mañana me había levantado mucho más pronto de lo que debía. Me sobraba
tanto tiempo que pensé en salir a correr, pero al final me dio pereza.
Aquel era mi primer día de trabajo y estaba lista más de una hora antes de
empezar, por lo que decidí ir en transporte público, ya que aún no tenía mi moto.
Nunca había cogido el metro, en hora punta, en Barcelona. Comprendí al
momento que necesitaba esa moto con urgencia.
Llegué con tiempo de sobra para desayunar tranquilamente. Llevaba más de
un cuarto de hora en el bar cuando vi entrar a Sofía. Al igual que yo, llevaba
ropa cómoda y una sonrisa plantada en la cara; esto último parecía formar parte
de ella, siempre sonreía.
—Hola, Eli. Veo que ya casi has terminado tu café, ¿te apetece otro?
—Pues nunca le digo que no a un café.
Estuvimos hablando un poco de en qué consistiría mi trabajo. Como ya me
había mandado un e-mail explicándome las condiciones, sueldo, etcétera, nos
limitamos a charlar de las niñas y los niños de la clase.
Fue una mañana distendida. Sofía me presentó a todas las chicas que formaban
el equipo. Me parecieron todas muy majas y trabajamos entre charlas y risas.
El tiempo se me pasó volando. Sofía me ayudó y me enseñó un montón de
cosas, aunque estaba casi segura de que al día siguiente tendría que volver a
repetirme muchas de ellas. Era lo malo de empezar en un trabajo, los días que
pasaban hasta que conseguías dominarlo todo.
Estaba tan concentrada en todo lo que me decía y en todo lo que tenía que
hacer que se me pasó el tiempo volando y advertí, con sorpresa, que había
llegado mi hora de salir. Llamé a José para hablar de mi nueva moto. Después de
concretar la venta, nos fuimos a tomar algo a un bar cercano y quedamos para el
día siguiente. José era muy guapo, pero no me atraía en absoluto, supongo que
por eso me sentía tan cómoda con él.
Me fui hacia casa de mi hermano con una sonrisa en la cara, había sido un día
redondo. El trabajo me encantaba y en breve podría conducir la moto de mis
sueños, ¿qué más quería?
Subí las escaleras corriendo; como siempre que lo necesitas con urgencia, el
ascensor estaba ocupado. Me estaba haciendo pipí desde hacía mucho rato y ya
no aguantaba más. Cuando llegué a la puerta del baño oí el agua correr. Pensé
que Bruno se estaría duchando. No había pestillo en el lavabo, en nuestra casa
tampoco hubo nunca. Aunque intentábamos respetar la intimidad de cada uno,
aquello era una urgencia y Bruno lo entendería.
Abrí la puerta de golpe y me quedé parada en el marco, prácticamente, sin
poder respirar. Max estaba frente a mí, con cara de sorpresa y totalmente
desnudo; claro que no hay otra forma de ducharse que sin ropa. Me quedé
mucho más tiempo del necesario mirándolo, hasta que vi que sus labios se
curvaban en una sonrisa de lo más pícara y cerré la puerta, tartamudeando un
«perdón».
Se me había pasado hasta el pipí. Sabía que Max tendría buen cuerpo, tanto él
como mi hermano eran bomberos y se mantenían en forma, pero no estaba
preparada para verlo desnudo.
Me había subido un calor tan intenso que me obligó a pensar en cuánto tiempo
hacía que no me acostaba con un tío. Demasiado. Eso estaba claro. Estaba tan
concentrada en mis pensamientos que no oí salir a Max del baño.
—Mi caldera se ha roto y Bruno me ha dejado ducharme aquí. Espero que no
te importe. —Había acompañado la última frase de una sonrisa muy seductora.
¿Estaba coqueteando conmigo?
—No, si yo estoy encantada, no todos los días se puede ver a un tío como tú
en bolas. —Igual se pensaba que iba a quedarme cortada.
—Pues espero que disfrutaras de las vistas. —Me guiñó un ojo, y yo tuve claro
lo que tenía que decir.
—Mucho, gracias. Si quieres puedes acompañarme ahora a mí. —Sabía que
estaba tensando demasiado la cuerda, pero quería saber hasta dónde era capaz de
llegar Max. Como ya suponía, se puso serio de golpe.
—Vale, ya está bien. Solo bromeaba. Eres la hermana pequeña de mi mejor
amigo, eso sin contar que tienes once años menos que yo. Jamás tendría nada
contigo.
—Para ser un viejo tienes muchos prejuicios, ¿no?
—Joder, tengo treinta y cuatro años, estoy lejos de ser un viejo.
—No sé, tal y como estás hablando me ha parecido que eras excesivamente
viejo para mí.
—Excesivamente no, pero desde luego nos llevamos bastantes años.
Ya le había dado bastante tregua; tenía ganas de hacérselo pasar mal, además
de que aún no se me había pasado el calentón de verlo desnudo.
Me acerqué a él poco a poco y, cuando nuestros cuerpos se rozaron, pasé una
mano por su pecho. Él se tensó, pero no se apartó. Me puse de puntillas y rocé
sus labios con los míos; fue eso, un roce, pero él se dio media vuelta y pegó tal
portazo al salir que me dio la sensación de que se había enfadado bastante.
No tenía ni idea de qué era lo que quería probar. Max me atraía bastante más
de lo que lo habían hecho otros tíos, pero, además, al decir que nunca se liaría
conmigo, había hecho que yo me lo tomara como un reto, y puedo ser muy
competitiva cuando me lo propongo.
Y de esa manera tan tonta, Max se convirtió en mi próximo objetivo.
De lo que no tenía ni idea por aquel entonces era de las vueltas que puede dar
todo. Tampoco sabía que lo que empieza siendo un juego puede convertirse en
algo mucho más serio.
Llevaba un rato dando vueltas por la puerta del trabajo de mi hermano. Me había
despertado pronto, y tal y como habíamos quedado la noche anterior por
teléfono, fui a buscarlo.
La puerta se abrió y por ella asomó Bruno. Tenía ojeras y no pude evitar
pensar en todas las cosas que llevaba él solo y en lo mal que lo había pasado de
un tiempo a esa parte.
—Hola, preciosa. Tienes a mis compañeros revolucionados. Quieren que te los
presente, ¿te apetece?
—¿Quién dice que no a conocer a un montón de bomberos? Desde luego no
seré yo.
Mi hermano se acercó sonriendo hasta donde yo estaba, me rodeó los hombros
con su brazo y me metió en la boca del lobo. ¡¡Bendito lobo!!
Cuando llegué a la sala, Bruno aún no me había soltado. Me fijé bien en todos
los chicos que había allí, y no pude evitar que mis pulsaciones se dispararan al
ver a tanto hombre de uniforme. Pensé que, seguramente, esa era la fantasía
sexual de más de una mujer; por otra parte, no me extrañaba en absoluto. A mí
solo me faltaba babear, y eso que me sentía bastante familiarizada con el
uniforme, pero estaba claro que no era lo mismo vérselo puesto a tu hermano
que a un montón de tíos guapos.
Había un total de ocho bomberos contando a mi hermano y a Max, que se
mantuvo en todo momento pegado a la pared y apartado del resto de sus
compañeros.
Bruno me los presentó a todos. Se mostraron muy agradables conmigo e
incluso gastamos unas cuantas bromas, aunque con la tontería salí de allí con el
número de teléfono de dos de ellos. Nos despedimos de Max en la puerta. Este
parecía más serio de lo normal, y eso ya era difícil. Quizá me había pasado el día
anterior al besarlo, si es que a aquello se le podía llamar beso. Pero decidí no
darle más vueltas, ya se le pasaría.
Había quedado con mi hermano para ir a hablar con Sofía antes de que
Lourdes tuviera que irse. Bruno me había llamado la noche anterior y yo le
mandé un wasap a Sofía, quien me dijo que no habría problema en que mi
sobrino comenzara cuando mi hermano quisiera. Ahora solo faltaba que a Bruno
le gustara la escuela.
Me llevé mi recién estrenada moto, y aunque mi hermano se mostró bastante
reacio, al final se subió detrás. Dejamos su coche en el parque de bomberos. Más
tarde pasaríamos a buscarlo.
Llegamos en tiempo récord y aparqué en la puerta de mi trabajo, era estupendo
ir en moto. Mi hermano no pensaba lo mismo y, nada más quitarse el casco, casi
gritó:
—¡¡¿Tú estás loca o qué te pasa?!! No puedes correr tanto, joder.
—En realidad sí que puedo, ya que no he sobrepasado ningún límite de
velocidad. Y no seas abuelo, por favor, Bruno.
—No me jodas, Eli. No debes conducir así, dime que no correrás tanto con la
moto, por favor.
—Pero si no he corrido. —No pude evitar ver la preocupación en sus ojos. La
siguiente pregunta salió de mis labios sin que yo pudiera pararla—. ¿Todo esto
es por ella?
—No, no es por ella, es por ti. —Sus ojos eran una mezcla de enfado y
preocupación, de manera que opté por decirle una mentirijilla piadosa.
—Vale, intentaré ir más despacio. —No se me pasó por alto que no me creyó.
Tener esa moto y no poder correr era una mierda, pero también entendía a mi
hermano.
Hacía casi un año que Isa, mi cuñada, había muerto en un accidente de tráfico.
Bueno, mejor dicho, la había matado un conductor borracho. De ahí el cabreo
colosal de mi padre cuando di positivo en el control de la policía.
Bruno jamás sacaba el tema y tanto mi padre como yo lo respetábamos. No
tenía ni idea de cómo se sentía al respecto porque no quería hablar con nadie,
pero me imaginaba que había debido de ser durísimo para él. Por si no fuera
suficiente que tu pareja se matara de esa manera tan repentina, Bruno se había
quedado con un bebé de apenas dos meses al que atender solo. Aunque jamás lo
oí quejarse de eso.
Así que agaché la cabeza y me dirigí hacia mi lugar de trabajo, con mi
hermano pisándome los talones. Abrió la puerta Sofía. Como siempre una
sonrisa iluminaba su rostro. Habíamos quedado antes de que entraran mis
compañeras para que pudieran hablar tranquilamente y Sofía pudiera enseñarle y
explicarle todo a Bruno.
—Hola, Sofía. Te presento a mi hermano, Bruno.
—Encantada.
—Igualmente. —Una sonrisa iluminó el rostro de mi hermano, y yo pensé que
era el «efecto Sofía». Su sonrisa era contagiosa.
Hubo un momento tenso en el que no sabían si darse la mano o dos besos; al
final ganaron los besos.
—Sentaos aquí, si queréis, y así os explico un poco todo antes de enseñaros las
clases.
Sofía se puso a comentarle a Bruno un montón de cosas que yo ya sabía, así
que me fijé con más detenimiento en el comportamiento de ambos.
Sofía evitaba mirar a mi hermano a la cara y Bruno, al contrario, no despegaba
los ojos de ella. Me recliné en la silla, ya que todo iba perfectamente, pero me
incorporé de golpe en el momento en el que vi palidecer a mi hermano. Y es que
Sofía había hecho la complicada pregunta que, aunque sabía que tarde o
temprano llegaría, parecía que nunca estaba preparada para oír.
—¿Y la mamá de Thiago?
—No está. —El tono de voz de mi hermano había cambiado por completo. Se
había vuelto frío.
—¿Se encuentra de viaje?
—No, ella está muerta.
Qué sutileza, qué tacto, qué sensibilidad la de mi hermano… Hacía eso muy a
menudo. Contestaba como si el tema no fuera con él y no le afectara lo más
mínimo, y aunque yo estaba acostumbrada, el resto de gente no.
Sofía no sabía dónde meterse; debería habérselo dicho yo antes, pero no me
gustaba meterme en ese tema.
—Lo siento mucho. —La pobre no podía estar más roja.
—Gracias. ¿Seguimos?
—Sí, claro.
A partir de ese momento Sofía no dio pie con bola, la pobre se atrancaba al
hablar y se equivocó en varias cosas que le explicaba. Aun así, a mi hermano le
encantó el centro y firmó allí mismo los papeles de la matrícula.
Todavía me quedaba más de una hora para entrar, por lo que acompañé a
Bruno a buscar su coche y desayunamos juntos. Estábamos sentados en una
cafetería con un café y un bocadillo cada uno, cuando de la boca de mi hermano
salieron unas palabras que me dejaron perpleja.
—No me habías dicho que tu compañera de trabajo era tan guapa.
—Tampoco me habías preguntado.
Le di una contestación algo borde porque no esperaba su comentario. Bruno
antes no era así. Él era muy extrovertido y nunca había tenido problemas para
relacionarse con las mujeres (que fuera jodidamente guapo también ayudaba).
Había salido con unas cuantas chicas antes de conocer a mi cuñada, pero desde
que Isa murió jamás lo había visto mirar a ninguna, y mucho menos hacer un
comentario como ese. Por lo que intenté sonsacarle algo más.
—Sofía es muy guapa, y, además, acaba de divorciarse. Pero no deberías
haberle contestado así.
—¿Así cómo?
—Como haces normalmente. La gente se queda algo cortada cuando hablas de
Isa como si no te afectara nada.
—Yo no hablo de Isa.
—Ya me has entendido.
—De acuerdo. Mañana cuando lleve a Thiago me disculparé.
Al final conseguí convencer a mi hermano de que, aunque él llevara a Thiago
la primera semana y en sus días de fiesta, el resto de los días lo llevaría yo, era
una tontería que contratara a alguien cuando los dos íbamos al mismo sitio. Esos
días tendría que prescindir de mi moto e ir en transporte público, pero no me
importaba en absoluto si se trataba de echarle una mano a mi hermano.
Sabía que Bruno no estaba acostumbrado a delegar en nadie la crianza de mi
sobrino y que lo hacía para no agobiarme con responsabilidades que, según él,
no me tocaban, pero me encantaba estar con Thiago, lo adoraba, y, además, mi
hermano tenía que aprender a contar conmigo.
Esa noche no subí a casa de Bruno. Estaba hecho polvo, pero la razón principal
de no hacerlo era que quería mantener las distancias con Eli. La noche anterior
había sido la gota que colmó el vaso. Aún me costaba entender que, en mitad de
una cena, y estando Bruno delante, hubiera hecho aquello. Esa chica me traía
loco. Era tan diferente a todas las mujeres con las que normalmente me
relacionaba que no acababa de saber si eso era bueno o no.
Lo que tenía claro era que no podía haber nada entre nosotros, y si para eso
tenía que subir menos a casa de Bruno, pues lo haría. Por mucho que me negara
a admitirlo, Eli me atraía. No sabía por qué, ya que había un montón de cosas
en ella que no me gustaban, pero me había sorprendido a mí mismo, en muchas
ocasiones, pensando en cómo sabrían sus labios, o si llevaría tatuajes y
pendientes en otras partes de su cuerpo. Por esos pensamientos precisamente
era por lo que había decidido quedarme en casa.
Estaba tan cansado que acababa de despertarme en el sofá. Había sido un día
de trabajo muy duro. Nos tocó acudir a un accidente de tráfico, y aunque estaba
acostumbrado a hacerlo, era incapaz de mantenerme al margen cuando había
niños de por medio. En el coche viajaba una familia de cuatro miembros.
Después de horas intentando sacarlos, no habíamos podido hacer nada ni por el
padre ni por el bebé de apenas un año. Jamás me acostumbraría a eso.
Era la noche del viernes y decidí acabar de ver una serie que tenía pendiente;
pensaba que de esa manera lograría quitarme la cara del bebé de la cabeza,
pero había pasado tanta tensión y estaba tan reventado que no llegué a terminar
ni el primer capítulo. No me gustaba dormirme en el sofá porque luego me dolía
todo, exactamente lo que me pasaba en esos momentos, pero había sido incapaz
de mantenerme despierto.
Me había despertado aturdido y no advertí, hasta que volvió a sonar, de que lo
que me había despertado había sido el timbre. Eran más de las dos de la
madrugada y me asusté.
Cuando abrí la puerta me encontré con la última persona que quería ver,
menos, en mi casa y a esas horas.
—¿Qué haces aquí, Eli?
—He salidoo a tomarr algo y no quiero que Brunoo me vea asíí. —Estaba
borracha. Estupendo.
—Pasa, que te preparo un café.
—¿Tambiénn te planchas el pijamaa?
—¿Qué?
—Me parecee increíbble que te planches el pijamaaa. —Le dio la risa floja y
yo me fui a la cocina a prepararle un café doble.
Cuando volví al salón, Eli estaba sentada en el sofá, se había quitado la
chaqueta. Llevaba una camiseta con tanto escote que sin querer mis ojos se
posaron en él.
—No me miraas como un viejo.
—Es que no soy viejo, joder.
—No séé, yo repito lo que tú diceess.
—Yo no he dicho que fuera viejo, lo que dije es que eras muy joven para mí.
—Te planchass hasta el pijamaa; créeme, eres un viejooo.
Joder con la niña de los cojones. Intentaba verla como a alguien por quien no
puedes sentirte atraído, pero Eli me miraba y se comportaba de una manera que
hacía que mantener los ojos apartados de ella me costara mucho más esfuerzo
del que me hubiera gustado.
Se tomó el café con arcadas incluidas. Me hicieron gracia las caras que ponía
mientras se lo bebía.
—No te preocupes, que en cuanto me beba el café seguro que me despejooo un
poco y me voooy.
—Yo no he dicho nada.
—No lo has dicho, pero desde que he entrado por la puerta pareceee que te
han metido un palo por el cuulo.
Se levantó del sofá, dejó el vaso vacío encima de la mesa y se acercó hasta
donde yo estaba, caminando despacio. Me quedé absorto mirándola, no pude
evitar comparar su manera de moverse con la de un felino. Por lo visto yo era la
presa.
—Agacha la cabeza. —Le hice caso sin rechistar
Enredó sus dedos en mi pelo y me lo alborotó.
—Mucho mejor. En la vida hay que despeinarse de vez en cuando.
Me quedé embobado mirando su boca. Tenía unos labios tan apetecibles que
me abalancé sobre ellos, así, sin pensármelo y sin darle vueltas a nada. Cuando
nuestras bocas se juntaron, Eli se enlazó a mí, enredando sus piernas en mi
cuerpo. La agarré por el culo y la pegué contra la pared.
Soy un tío bastante comedido, solo en una faceta de mi vida me dejo llevar y
muchas veces pierdo ese control sobre mí que tanto me esfuerzo en tener. En el
sexo dejo de pensar y simplemente siento y actúo. Pero en esos momentos una
alarma resonaba en mi cabeza. Eli era la hermana de Bruno, y yo jamás tenía
rollos con mujeres con las que no había salido antes. Bueno, en realidad, yo no
era tío de tener rollos. Eso sin tener en cuenta que Eli y yo no pegábamos ni con
cola. Aunque ese beso me hacía pensar que, quizá, en la cama nos
entenderíamos a la perfección.
Con mucho más esfuerzo del que me gustaría y quería reconocer, me despegué
de ella. Nuestras respiraciones se habían acelerado tanto que tardamos un rato
en volver a tomar aire con normalidad. Antes de que Eli bajara los pies al suelo
le di un beso corto en los labios.
Joder, qué boca tenía. Podría perderme en ella. La solté con un gruñido
incluido.
—Eli, estás borracha y eres la hermana de Bruno, eso obviando que nos
llevamos un montón de años, que no quiere decir que yo sea viejo, sino que tú
eres muy joven. Esto no puede volver a pasar.
—Ya no estoy tan borracha, y deja de repetir siempre lo mismo, por favor, te
he oído y entendido desde la primera vez. Además, has sido tú quien ha
empezado. —Levantó las manos a modo de disculpa y puso cara de no haber
roto nunca un plato, una cara que no iba nada con ella—. ¿Me puedes explicar
qué es exactamente lo que te preocupa?
—No me preocupa nada; simplemente que no puede volver a pasar.
—Lo único que te preocupa es el qué dirán. Es triste, pero es así. Si yo te
propusiera un rollo sin salir de estas cuatro paredes, solos tú y yo, bueno, y la
cama, el sofá, la ducha… —la expresión de su rostro había cambiado por
completo y me miró de una manera que tuve que hacer un esfuerzo para no
volver a besarla—, estoy segura de que dirías que sí. De manera que piénsatelo
Antes de salir por la puerta se acercó a mí y volvió besarme. Fue un beso
corto, pero intenso; esta vez fue ella la que lo cortó.
Estaba convencido de que no debía tener nada con Eli. Había un montón de
cosas por las que sabía que no era lo correcto, pero en esos momentos no me
venía ninguna a la cabeza.
Mientras caminaba hacia la puerta no pude evitar clavar mis ojos en su culo.
Qué desperdicio de noche. A ver quién tenía cojones de dormir ahora.
Me despertaron unos golpes en la puerta. Me dio miedo abrir los ojos, ya que
pensaba que el dolor de cabeza caería sobre mí, aunque no fue el caso; me dolía,
pero era totalmente soportable.
Oí un balbuceo a través de la puerta y supe que quien estaba golpeándola era
Thiago.
—¿Quieres dejar dormir a la tata, enano?
—Pasa, Bruno, estoy despierta.
—No me extraña que lo estés, Thiago no para de aporrear tu puerta.
Mi hermano entró en mi cuarto con Thiago en brazos. Cuando me miró, sus
labios se curvaron en una sonrisa pícara.
—Vaya, veo que la noche ha sido interesante, ni siquiera te has puesto el
pijama.
—Sí, bueno, no estuvo mal.
—¿Quedaste con el mecánico?
—Sí, pero no pongas esa cara, que solo somos amigos.
—Ya…
Mi sobrino no nos dejó continuar, ya que quiso bajar de los brazos de mi
hermano y meterse en la cama conmigo. Se lo agradecí con un buen achuchón.
Bruno y yo nos lo contábamos casi todo. Digo «casi» porque yo estaba segura de
que él me ocultaba algo de su relación con Isa, pero nunca lo presioné para que
me lo dijera.
Aunque yo sabía que si Max fuera cualquier otro ya le habría dicho a Bruno
que había un tío que me gustaba.
Odio tener secretos, así que continuaba sin entender por qué le había
propuesto a Max vernos sin que nadie se enterara, yo no tenía que esconderme
de nada. Pero me gustaba, y tuve claro que esa era la única manera de acercarme
a él.
Max aún no había aceptado, pero, tal y como me besó la noche anterior, estaba
casi segura de que diría que sí. No me esperaba para nada ese beso, me pilló
totalmente por sorpresa. Además de pensar que no le gustaba, Max era tan
correcto que ni en un millón de años imaginé que me besaría como lo hizo. No
solo fue lo impulsivo que se mostró, sino el beso en sí. Había despertado cosas
en mí que ni siquiera sabía que existían, eso sin tener en cuenta cómo me puso
en cuestión de minutos. Necesité más de media hora para que mis latidos
volvieran a su ritmo normal.
Por primera vez en mi vida había juzgado mal a una persona. Max era mucho
más pasional de lo que podía parecer a simple vista. Aparté mis pensamientos a
un lado y me centré en mi sobrino, que había llenado mi cara de babas.
Mi hermano me miraba raro, por lo que deduje que quería decirme algo y no
sabía cómo soltarlo. Le eché una mano, pobrecito mío, no fuera a hacerse daño
pensando.
—Suéltalo de una vez, Bruno.
—No tengo ni idea de cómo lo haces; ¿cómo sabes que quiero decirte algo?
Bueno, da igual, el caso es que ha llamado papá para saber cómo estabas.
—¿Y no puede llamarme a mí?
—Yo solo te transmito la información. —Levantó los dos brazos a modo de
defensa.
—Una información que has suavizado en exceso. Ha llamado para saber si me
he metido en algún lío. Como si le hubiera dado muchos quebraderos de
cabeza… Se podrá quejar.
—La verdad es que para como podíamos haber salido somos bastante
normalitos.
Bruno cambió de conversación; yo sabía que no le gustaba profundizar en
ciertos temas y lo respetaba. Me estuvo explicando que en un mes se iría a la
despedida de soltero de un compañero de trabajo. No le apetecía mucho, pero yo
lo animé a que lo hiciera. Insistí en quedarme con Thiago, pero Bruno no cedió
lo más mínimo. Lourdes se iría poco después y ya tendría que contar conmigo
cuando le tocaran las guardias.
Mi hermano se había acostumbrado tanto a llevarlo todo él solo que le costaba
mucho recibir ayuda o pedir favores. Intentaría que eso cambiara mientras yo
viviera con él. Era demasiado joven, tenía que salir y despejarse. En algún
momento tendría que rehacer su vida, aunque él no quisiera ni oír hablar del
tema.
Me levanté con Thiago en brazos y me tomé un café con un ibuprofeno. No
era lo mismo pasar las resacas en la cama, tranquila, que con un niño de poco
más de un año.
Esa noche había quedado con Sofía. Yo acababa de mudarme y ella, después
del divorcio, no tenía muchas amigas que pudieran quedar un sábado por la
noche.
Pasé todo el día en casa, jugando con mi sobrino y hablando con mi hermano.
Mientras vivía con mi padre lo único que me apetecía era salir de casa. Con
Bruno y Thiago estuve a punto de llamar a Sofía para vernos otro día.
Al final no quise dejarla tirada y cuando llegó la hora de salir me puse unos
tejanos negros con un top del mismo color y unas botas, también negras. Hay
que ver lo que me gusta ese color para vestir. Me maquillé bastante y me alisé el
pelo. Salí del lavabo a despedirme de Bruno y Thiago.
—Madre mía, qué tata más preciosa tienes, Thiago.
—Gracias, hermano.
—Una verdad como un templo. Estás guapísima, ¿vuelves a salir con el
mecánico?
—¿Desde cuándo eres tan cotilla?
—Desde que no tengo vida personal ni sexual.
—Ya sabes que eso tiene solución.
—Lo sé.
—En realidad salgo con Sofía. Me cae muy bien y, además, yo acabo de llegar
y ella se ha divorciado hace poco. Así que… la noche es joven.
—Pasadlo bien y tened cuidado.
—Sí, papá.
Oí su carcajada mientras cerraba la puerta. Bajé las escaleras corriendo,
mientras miraba el móvil, ya que iba un poco tarde y quería avisar a Sofía. Abrí
el bolso para guardarlo y choqué con algo duro, haciendo que todo lo que
llevaba en él cayera por el suelo. Levanté la cabeza y ahí estaba Max.
Perfectamente peinado y pulcramente vestido. Yo creo que ese tío se arreglaba
hasta para bajar a comprar una barra de pan.
—Perdona, no te he visto.
—No pasa nada, ¿te has hecho daño?
—No, qué va.
Nos agachamos a recoger lo que había por el suelo. Cuando ya pensaba que lo
tenía todo, Max me dio algo plateado. Al cogerlo vi que ya no sonreía; era un
condón.
—¿Vas a salir?
—Eso es obvio, ¿no?, hemos chocado en la puerta de la calle.
Me acercó hacia donde estaba él, rodeó mi cintura con su brazo y me dio un
pequeño beso en los labios, dejándome completamente perpleja.
—Pásatelo bien.
¿Qué había sido eso? Odio a la gente posesiva, y daba la sensación de que
Max estaba marcando terreno. No me gustó.
—Bien me lo voy a pasar seguro. —Di media vuelta y salí de allí.
No conocía mucho a Max, pero me sentía muy atraída por él sin tener claro
por qué, ya que no nos parecíamos en nada. Era demasiado comedido, y aunque
para mí la diferencia de edad no era un problema en absoluto, estaba claro que
para él sí.
Parecía que yo también le gustaba, pero era como si se avergonzara de mí.
Estaba claro que era un poco complicado, por lo que decidí no darle más
vueltas e ir a pasármelo bien con Sofía.
¿Por qué me había sentado tan mal que Eli llevara un preservativo? Coño, era
una chica joven y libre, que, además, se preocupaba por su salud. Me estaba
convirtiendo en una persona que ni comía ni dejaba comer.
¿Y por qué cojones la había besado? A eso no encontraba explicación ni yo
mismo. Yo jamás me comportaba como lo estaba haciendo últimamente con Eli.
Me fui hacia mi casa, pero cuando vi que mi humor no iba a cambiar, decidí
subir a casa de Bruno a ver si me animaba. Cuando este me abrió la puerta
llevaba a Thiago en brazos. El pequeño se lanzó hacia mí nada más verme,
ofreciéndome su mejor sonrisa. Aquel niño me tenía el corazón robado.
Me acababa de sentar en el sofá cuando las palabras salieron de mi boca
antes de que pudiera pararlas.
—Acabo de ver a Eli. Parece que la relación con el mecánico se está haciendo
más seria. —Bruno me miró raro, pero yo me puse a jugar con Thiago.
—No ha salido con el mecánico, ha salido con una rubia preciosa, así que
miedo me dan las dos. —Respiré tan aliviado que hasta yo mismo me sorprendí.
El alivio me duró poco—. Con el mecánico salió ayer, y debió de pasarlo bien,
porque durmió hasta con la ropa puesta.
La escena del beso en mi casa pasó por mi cabeza una y otra vez. No podía
decirle nada a Bruno, aunque parecía que no era excesivamente protector con
su hermana; no quería arriesgarme, yo era su mejor amigo y estaba seguro de
que eso era diferente. Tampoco pude evitar pensar si Eli había besado antes al
mecánico y después a mí, todo en la misma noche. Un pensamiento que me
causó tanto malestar que preferí apartarlo.
Cuando pasó un rato me percaté de una cosa que con mi mente centrada en
Eli me había pasado totalmente desapercibida.
—Oye, Bruno, ¿has dicho que Eli salía con una rubia preciosa?
—Espectacular.
—Pero, tú, ¿desde cuándo te fijas en las mujeres?
—Desde que la vi a ella. —Me quedé sin palabras.
Conocía a Bruno desde hacía bastantes años, exactamente desde que
empezamos a trabajar juntos. Incluso había coincidido con Isa en alguna
ocasión, pero nuestra relación se estrechó cuando ella faltó.
Bruno nunca hablaba de Isa y yo lo respetaba; tuvo que ser un palo de los
grandes perder así a su pareja, y encima con un bebé tan pequeño al que criar
solo. Aunque no oí a Bruno quejarse jamás, tampoco lo vi excesivamente
abatido. Al principio me sorprendió; era verdad que estaba triste, pero no como
yo imaginé que estaría.
Una vez, poco tiempo después del accidente, intenté hablar de Isa. Bruno me
cortó de manera tajante y me advirtió que él jamás hablaría de ella. Nunca más
volví a pronunciar su nombre.
Pero ni una sola vez en los doce meses que hacía que ella había muerto lo
había oído hablar así de ninguna mujer.
Decidí seguir indagando.
—¿Y tú de qué la conoces?
—Es la profesora de Thiago.
—Vaya, entones la ves a menudo.
—Menos de lo que me gustaría, pero sí, casi cada día.
—¿Has pensado en salir con ella? —Sabía que empezaba a pisar terreno
peligroso, pero me había salido mi vena chafardera y quería saber más cosas.
—La verdad es que no lo sé. No quiero un rollo y ya está, yo llevo una mochila
importante a mis espaldas y no sé si empezar algo con alguien es una buena
idea.
—¿Y qué piensas hacer, estar toda la vida solo?
—No estoy solo, tengo a Thiago.
—Ya me has entendido.
—Hace tanto que no salgo con una mujer que ya no me acuerdo ni de cómo se
hace.
—Perdona si me meto donde no me llaman, pero desde lo de Isa no has estado
con nadie. —Bruno jamás me había comentado que estuviera saliendo con
alguien, así que estaba casi seguro de que la respuesta sería que no, aunque
quise salir de dudas.
—No. —Lo sabía.
—Joder, eso es mucho tiempo.
—Demasiado. Y aunque parezca mentira, el sexo no es lo que más echo de
menos… —Nos quedamos unos segundos sin decir nada. Estaba casi seguro de
que Bruno cortaría aquella conversación en breve—. ¿Max?
—¿Qué?
—¿Una cerveza?
No me había equivocado. Sabía que cuando Bruno acababa así una
conversación ya no le sacaría nada más, así que pedimos unas pizzas y nos
pusimos a ver una serie.
Me fui a las tres de la mañana de su casa y Eli aún no había llegado. Preferí
no pensar en eso.
Cuando me metí en la cama empecé a darle vueltas a todo. No soy de tener
rollos, simplemente no me gustan, prefiero salir con alguien y conocer un poco a
la persona con la que me acuesto. Pero cuando mi cabeza estaba a punto de
explotar y después de estar más de tres horas sin poder dormir, comprendí que
era imposible sacarme a Eli de la cabeza, por lo que me levanté de la cama y me
fui al sofá; quizá viendo la tele me entraba el sueño. No fue el caso.
Cuando casi estaba amaneciendo supe que tenía que aceptar la proposición
que Eli me había hecho. Aunque, claro estaba, con matices.
Cuando llegué, Sofía ya me estaba esperando. La había visto con la ropa del
trabajo y sin maquillar; si ya era guapa así, en esos momentos estaba preciosa.
Aunque no pude evitar pensar cómo se nos veía juntas. Sofía tenía una belleza
dulce, iba maquillada muy discreta y su ropa era bonita, pero lo que yo llamaría
algo pija. Yo iba de negro con los ojos ahumados en ese mismo color, un montón
de piercings y no menos tatuajes. Contra todo pronóstico y siendo tan diferentes,
nos llevábamos de maravilla.
Decidimos empezar por unas cervezas y ya veríamos dónde acabábamos. Nos
pusimos a charlar sin parar y antes de darnos cuenta nos habíamos bebido cinco
cada una. Se nos habían pasado las horas volando.
Con todo lo que había bebido de más se me soltó la lengua y hablé con Sofía
de Max. No pronuncié su nombre, pero le pedí su opinión. Me sirvió de poco,
porque ya estábamos algo borrachas y todo nos hacía demasiada gracia como
para llegar a una conclusión que pudiera aprovechar para algo.
Nos fuimos a un local donde ponían música en directo y allí terminamos la
noche. El resumen es que acabamos borrachas como cubas; tanto, que Sofía se
vino a dormir a mi casa porque fuimos incapaces de encontrar las llaves de la
suya.
***
No tenía el teléfono de Eli, por lo tanto, no podía decirle que me gustaría verla.
Tampoco quería subir a casa de Bruno. Esa mañana había sido algo surrealista,
y quería dejar pasar unos días.
Me sorprendió mucho que la rubia por la que Bruno parecía tener tanto
interés fuera, en realidad, Sofía. Y no mentí cuando le dije que no me importaba
en absoluto que saliera con ella, tenía muy superada esa ruptura. Supongo que
no fue una relación que me marcase, y desde luego ni yo había tenido
sentimientos por Sofía muy profundos ni ella por mí. Estaba claro que el mundo
era un puñetero pañuelo.
Pues así había pasado un buen rato, pensando en las casualidades de la vida
y dando vueltas por el piso, esperando que Eli hubiera pillado mi indirecta y
bajara a verme.
Cuando ya pensé que no vendría y casi me había quedado dormido en el sofá
(menos mal que no me gustaba, al final se iba a convertir en una costumbre),
sonó el timbre.
Al abrir la puerta, ahí estaba ella. Cuanto más la miraba, más bonita me
parecía, pero también era más consciente de todas las cosas que nos separaban:
era joven, demasiado para mi gusto, estaba totalmente tatuada y su manera de
vestir contrastaba totalmente con la mía; pero si, incluso, acababa de
comprarse una moto… Éramos la noche y el día. Aunque no podía evitar sentir
una atracción hacia ella que me veía incapaz de controlar.
Ni siquiera la invité a pasar, entró nada más abrir la puerta. También tenía
que decir que muchas veces me ponía de los nervios.
—Pensaba que no habías entendido la indirecta de antes. Tendrías que darme
tu número de teléfono, quería hablar contigo y no sabía cómo hacerlo.
—Soy joven, pero no tonta, lo he pillado a la primera. Lo de darte el número,
ya veremos, todo depende de cómo transcurra la noche.
—¿Cómo sigue Bruno? —No pasé por alto lo del «transcurso de la noche».
Eso quería decir que pensaba quedarse. Me puse duro al momento, pero intenté
cambiar de tema para tranquilizarme.
—Bueno…, ya lo conoces. Pero si quieres saberlo puedes subir y preguntarle
a él; aunque a veces lo parezca, no muerde. Además, creo que no me has hecho
bajar para hablar de Bruno, ¿verdad?
—Tienes razón… Y qué me dices de ti, ¿te ha sentado mal lo de Sofía?
—¡¿A mí?! —Puso cara de ofendida y se tocó el pecho con las dos manos—.
Tú y yo no somos nada, así que puedes hacer con tu vida lo que te dé la gana.
—De eso quería hablarte. He decidido aceptar tu propuesta. Nos conoceremos
dentro de mi casa; aún no sé por qué, pero acepto.
—En realidad yo no dije nada de conocernos, yo propuse sexo, si no recuerdo
mal.
—Sí, bueno… verás… acepto, pero con matices. Mientras estemos «juntos» —
recalqué esa palabra con los dedos, para que no hubiera malentendidos—, me
gustaría que no saliéramos con nadie más.
—Vamos a ver, Max —puso una de sus manos sobre el puente de su nariz y el
tono que utilizó me recordó al de una profesora hablando con un niño—, esto no
es una relación, tú te has encargado de dejarlo claro al no querer salir de aquí,
por lo tanto, yo saldré con quien me apetezca, tú haz lo que quieras.
Por primera vez me percaté de que aquello sonaba fatal. Yo quería conocer a
Eli, pero tal como ella lo planteaba parecía algo sórdido, y lo peor de todo era
que tenía razón.
—Así que vas a seguir viendo al mecánico.
—Voy a ver a quien me salga de las narices, y tú no vas a meterte en mi vida,
porque no quieres una relación conmigo, solo sientes curiosidad por mí. Y
aunque quisieras una relación, yo soy libre de quedar a tomar algo con quien
me dé la gana.
—No hablo de quedar a tomar algo, y lo sabes. —Resopló como si el niño con
el que estaba hablando no se enterara de nada.
—Mira, Max, soy muy diferente al estilo de chica con el que estás
acostumbrado a salir, solo tienes que mirar a Sofía. Y encima soy la hermana
pequeña de tu mejor amigo. Debo de ser para ti algo así como la fruta
prohibida. El chico bueno y formal que está rompiendo todas sus reglas…
Me acerqué a ella y la besé. No quería que siguiera hablando. Había mucha
verdad en sus palabras, pero Eli también me atraía mucho; no obstante, eso no
estaba dispuesto a decírselo.
Como nos pasó la primera vez, el beso se descontroló. Nos quitamos la ropa
rápido y sin delicadeza. Quería llevarla a mi cama, pero sabía que no íbamos a
llegar, así que la tumbé en el sofá. Cuando solo llevaba puestas las bragas me
fijé en sus tetas, no sé por qué pensé que tendría algún piercing en los pezones,
pero sus pechos estaban libres de pendientes, y yo me recreé saboreándolos.
Una parte de mí quería ir despacio y tomarse su tiempo, pero la otra estaba
demasiado ansiosa por estar dentro de ella.
Fui bajando por su estómago hasta quitarle las bragas, y ahora sí, Eli volvió
a dejarme sin palabras.
—Joder, Eli, ¿¡ahí!?
—No te quejes, que luego te gustará. Aunque, claro, más me gustará a mí.
Cerré los ojos. Pensé en lo que debe de doler hacerse un piercing ahí abajo;
sin embargo, tenía que reconocer que me estaba poniendo a cien.
Enredé mi lengua en su pendiente y cuando oí a Eli gemir tuve que parar.
Respiré hondo y subí por su cuerpo hasta llegar a su boca. Lo que estaba
intentando al besarla era serenarme un poco, pero Eli tenía una manera de
besar que estaba muy lejos de hacer que me tranquilizara.
El sexo con Eli fue tal y como a mí me gusta, duro y descontrolado. Había
sido un ingenuo al pensar que, al ser más joven, podría enseñarle muchas
cosas… si me descuido me las enseña ella a mí.
Disfruté de cada momento con Eli, y posiblemente tuve el orgasmo más
espectacular de mi vida, pero eso tampoco iba a decírselo.
Aún estaba encima de ella cuando noté que se movía. Igual la estaba
aplastando, así que me incorporé. Eli se levantó del sofá, pensé que quizá quería
ir al lavabo, pero me sorprendió que empezara a vestirse. No entendía por qué
se ponía la ropa, cuando aquello no había hecho más que empezar. Vi cómo se
dirigía a la puerta y entonces sí que me tensé.
—¿Adónde vas?
—Pues a mi casa.
—¿No vas a quedarte?
—Vamos a ver, Max, te repito que esto no es una relación. Yo vengo, me
acuesto contigo y me voy, sin más.
Antes de que pudiera contestarle se había ido. Era verdad que no quería una
relación con ella. Estaba claro que no funcionaría, pero tampoco quería eso. Me
sentía como su semental. Me hubiera gustado que se quedara, que me explicara
algo de su vida, y claro está, repetir. A ser posible más de una vez.
Ahora tocaba esperar hasta que la niñata quisiera volver a acostarse
conmigo. Mandaba cojones estar así con mi edad.
20. Conociéndonos
***
Abrí un ojo y me costó un rato situarme, hasta que advertí que estaba en la
habitación de Max. Luego un montón de imágenes invadieron mi cabeza.
Cuando Max me dijo que íbamos a tener un maratón de sexo iba muy en serio.
Me giré y lo vi profundamente dormido. Max era muy guapo, pero mientras
dormía parecía mucho más relajado, su ceño no estaba fruncido y eso le daba un
aspecto incluso vulnerable. Aunque me apenó no poder verle los ojos. Era una
de las partes que más me gustaban de él, ya que muchas cosas que no decía se
podían leer en ellos a la perfección. Todo eso me enterneció. Demasiado para mi
gusto, por lo que recogí mi ropa, me la puse en el salón y salí de allí lo antes
posible.
Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había imaginado en un
principio.
Era jueves y Eli había bajado todas las noches de las dos últimas semanas. Me
estaba acostumbrando, demasiado rápido para mi gusto, a verla por mi casa.
Ese día había llegado antes; no quise preguntarle por qué, ya que yo estaba
encantado e igual ella se lo tomaba mal.
Llevábamos toda la tarde en mi casa, nos habíamos acostado unas cuantas
veces y estábamos viendo una peli. Notaba a Eli algo tensa y sabía que tardaría
poco en hacerme una proposición. Esperaba que fuera algo a lo que pudiera
decirle que sí. Conté mentalmente de diez a cero y, cuando iba por el siete, ella
saltó.
—¿Tenemos que pasarnos toda la tarde aquí metidos? ¿Por qué no hacemos
algo?
—¿Qué quieres hacer?
—¿Y si te llevo a un sitio precioso?
—Eli…
—Te prometo que no nos verá nadie. Está apartado, y puedes ir en tu coche y
yo en la moto.
—Tampoco se trata de eso, pero me gustaría saber más cosas.
—¿No te gustan las sorpresas? —Estaba poniendo morritos y no sabía cuánto
sería capaz de aguantar sin volver a llevármela a la cama.
—No. En realidad, no me gustan nada.
—No sé por qué no me sorprende en absoluto. Nunca te dejas llevar. ¿Sabes
que de vez en cuando es estupendo despeinarse y vivir?
—Despéinate tú, yo estoy genial así.
—Yo vivo despeinada, eres tú el que tienes un problema con la vida y con
querer tenerlo todo bajo control.
—Y todo esto venía porque querías llevarme a…
—A un mirador, Max. De verdad, qué hombre… —Se cruzó de brazos y puso
los ojos en blanco, me hizo gracia la expresión de su cara.
—Pues me parece genial. —Me levanté del sofá y le tendí la mano.
Pude ver su cara de sorpresa, no esperaba que dijera que sí. Sentí un
pinchazo de culpabilidad al no darle lo que ella quería: otro tipo de relación. Si
nos lleváramos menos años y fuéramos más parecidos…
Al final nos fuimos con mi coche y Eli estaba muy animada, hablando sin
parar y haciendo planes que ella misma sabía que no íbamos a cumplir.
Cuando aparqué el coche en el mirador, los dos bajamos de él. Las vistas eran
una maravilla. Se veía toda Barcelona y el mar de fondo. Estuvimos un buen
rato sin hablar. Hasta que Eli rompió el silencio.
—Me encanta el mar.
—La montaña también tiene su encanto.
—Sí, también, pero el mar…
Me dio la risa. Hablaba del mar con una devoción que me hizo reír, pero lo
que de verdad me hizo gracia fue que ni siquiera nos parecíamos en eso.
—¿Qué te parece tan divertido?
—Nada, solo pensaba en las pocas cosas que tenemos en común.
—¿Tú no sabes que los polos opuestos se atraen? Además, todo nos irá mucho
mejor el día que te sueltes un poco. Déjate llevar, de vez en cuando va genial, de
verdad.
—¿Tú siempre te dejas llevar? ¿Nunca piensas las cosas antes de hacerlas?
—Claro que las pienso, durante dos minutos. Es broma. Sí que las pienso,
pero no le doy tantas vueltas a todo como tú y, desde luego, me importa bien
poco lo que la gente piense de mí.
—Creo que nos hemos criado en ambientes muy diferentes.
—Supongo que sí… ¿Vamos a dejar ya de hablar? Te he traído al mirador
para acostarme contigo, no para pasarme la tarde hablando. Las vistas son
perfectas.
—¿¡Aquí!? ¿Tú estás loca?
La vi acercarse con esa sonrisa suya con la que podría conseguir casi todo de
mí. Me besó el cuello despacio y me puse duro casi con el primer contacto.
Cuando llegó a mis labios le devolví el beso, y lo que empezó siendo un roce sin
importancia se transformó en un beso que me desbordó. La metí en la parte
trasera del coche sin despegar mi boca de la suya. En esos momentos no
pensaba mucho, pero soy un tío grande y el espacio era bastante reducido, a ver
cómo lo hacíamos.
No me había acostado nunca con nadie en un coche. Ese simple hecho decía
mucho de lo que Eli estaba consiguiendo de mí. Ella no era consciente, pero con
Eli me dejaba llevar mucho más de lo que lo había hecho nunca con nadie.
Se colocó a horcajadas encima de mí. Tenía claro que no iba a desnudarla,
nos encontrábamos en la calle y a plena luz del día, pero saber que estábamos
haciendo algo que no debíamos me puso a mil.
Normalmente me gusta tomarme mi tiempo antes de entrar en una mujer, pero
Eli me ponía tanto y tan rápido que muchas veces era incapaz de esperar.
Aunque, casi siempre, ella tenía menos paciencia que yo.
Ya me había puesto el condón y antes de darme cuenta estaba dentro. Cuando
la oí gemir tuve una mezcla de sentimientos que no encajaban ni con la
situación ni con el lugar. Quise tenerla siempre así, encima y que gimiera
conmigo y por mí. Fue extraño, pero me entraron unas ganas enormes de
abrazarla y mantenerla conmigo siempre.
Eli empezó a moverse y se me olvidó hasta mi nombre; ¿cómo era posible que
supiera lo que quería en cada momento? Cada movimiento, cada beso… todo en
el momento exacto.
Cuando se desplomó sobre mí y la abracé, me di cuenta de que empezaba a
sentir cosas por ella que no quería y no debía sentir.
Me cagué de miedo.
Alguna cosa había cambiado en Max. No sabría decir lo que era, pero percibí
algo en la manera de mirarme que antes no estaba. Había sido un polvo raro, y
eso que se suponía que tenía que ser salvaje y alocado. Decidí hablar para aflojar
la tensión que se había instalado entre nosotros.
—Despeinarse de vez en cuando no está tan mal, ¿eh?
—No, la verdad es que intentaré hacerlo más a menudo.
Nada, no había manera, estaba raro y decidí callar lo que quedaba de camino.
Antes de llegar a casa nos paramos en una gasolinera. Bajamos los dos del
coche, ya que me apetecía mucho una bolsa de chuches.
—¿Ves como eres una cría? ¿Chuches?
—¿Qué pasa? No me estarás diciendo en serio que no te gustan.
—Sí, pero nunca compro.
—¿Ves como el rarito eres tú?
Me detuve delante de la sección de dulces y, aunque no había mucha variedad,
compré tres bolsas.
Cuando me dirigí hacia la caja, vi a Max saludando a un chico. No supe qué
hacer, pero decidí que yo no tenía que esconderme de nadie. Nada más llegar
noté la incomodidad de Max.
—Hola. —Ante todo educación.
—Eli, este es Eric, él y yo coincidimos casi siempre en el gimnasio.
—Vaya, Max, no sabía que tenías pareja. —Max se tensó y yo esperé su
respuesta con impaciencia.
—No es mi pareja, es la hermana de un amigo.
Parecía que había elegido todas las palabras que más daño podían hacerme.
Tenía claro que entre Max y yo no había nada serio, pero no sé, podría haberme
presentado, simplemente, como a una amiga. Pues ni siquiera eso.
Presentándome como la hermana de un amigo parecía que estaba cuidándome o
algo así. No quería que notase que su comentario me había afectado, por lo que
les dije adiós y fui a pagar a la caja que estaba en el otro extremo.
Mientras me alejaba, oí como Eric le preguntaba a Max si podría darle mi
número de teléfono. Definitivamente, los tíos son gilipollas.
El resto del viaje hasta llegar a casa lo hicimos en silencio. Me resultó difícil
porque quería decirle muchas cosas, pero preferí callar. Por morderme la lengua
me comí las tres bolsas de chuches enteras. Esa era la manera más segura de
mantener la boca cerrada.
Ni Max ni yo cogíamos el ascensor, preferíamos subir por las escaleras. Casi
habíamos llegado a su piso cuando él rompió el silencio.
—¿Te apetece que pidamos una pizza?
—No voy a quedarme a cenar. Me voy a casa.
No quería seguir estando con él en un momento en el que la tensión entre
nosotros podía cortarse con un cuchillo.
—¿Seguro? —Me agarró por detrás y me dio un beso justo debajo de la oreja
que hizo que mi corazón se acelerara.
En el momento en que iba a darme otro, se oyó como se cerraba una puerta de
algún piso y Max dio un paso atrás. Por supuesto, no podía permitir que alguien
nos viera en actitud cariñosa. ¿Qué diría? Y si encima ese alguien era Bruno,
imaginad el shock en el que podría entrar Max.
En fin… Cuando llegamos a la puerta de su casa me despedí con un simple
adiós y continúe subiendo escaleras hasta llegar a casa de Bruno.
Mi hermano se había vuelto a quedar dormido en el sofá y yo preferí no
despertarlo. Me fui a mi cuarto, me puse el pijama e intenté leer. Cuando me
percaté de que había leído la misma página tres veces dejé el libro encima de la
mesita de noche, apagué la luz y traté de dormir.
No quería darle muchas vueltas a lo que había pasado durante aquella jornada.
Al día siguiente seguro que vería las cosas de otra manera. Me costó más de dos
horas conciliar el sueño.
Eli llevaba dos días sin bajar a mi casa y me sentía raro. No sabía qué hacer. Le
había mandado algunos wasaps, pero sus contestaciones fueron escuetas y
secas. Era extraño, pero la echaba de menos.
Decidí bajar a desayunar a la cafetería de la esquina. No me gustaba romper
mis rutinas y mucho menos desayunar solo en un bar, pero no tenía café y me
apetecía uno.
Contra todo pronóstico, me sentí a gusto y el café estaba buenísimo, por lo
que me tomé mi tiempo. Cuando subí al cabo de un rato, me quedé parado en la
escalera. Una sonrisa asomó a mi boca sin ni siquiera ser consciente.
—No te rías, a mí no me hace ninguna gracia.
Borré la sonrisa de golpe, pero no pude evitar sentirme eufórico. Ella estaba
allí y ni siquiera era de noche.
No tenía ni idea de en qué me había equivocado el día del mirador. Supongo
que no le sentó bien que no la presentara como a mi pareja, pero es que no lo
éramos. Sin embargo, nada más abrir la puerta entendí que Eli no quería
hablar. Nuestros labios se pegaron y las siguientes horas las pasamos en
posición horizontal, aunque también lo hicimos en la cocina y eso fue más bien
en posición vertical.
Estábamos tumbados en el suelo del salón, totalmente exhaustos, y esperé el
momento en el que Eli decidiera irse, pero me sorprendió cuando se sentó en el
sofá y me dijo que eligiéramos una peli. En un primer momento pensé que
saldría corriendo.
No hablamos de lo que pasó el día del mirador ni de esos días que habíamos
estado sin vernos. Volvimos a actuar como si nada de aquello hubiera pasado.
Tenía claro que así no se solucionan las cosas, pero me sentía demasiado
contento por volver a tenerla en mi casa como para estropearlo hablando.
Eli me había preguntado algo, aunque estaba tan concentrado en mis
pensamientos que ni me enteré.
—¿Perdón?
—Te decía que el otro día me explicaste que tus padres tienen unas creencias
que no compartes, ¿son budistas o algo así?
—No, son católicos.
—Católicos, ¿cómo? ¿De los que creen en Dios y van a misa todos los
domingos?
—Sí, y de los que creen a pies juntillas todo lo que dice la Iglesia.
—Mmm… Ahora entiendo que seas tan rarito.
—¡Oye!
La siguiente media hora la pasamos luchando con los cojines del sofá. Eli reía
a carcajadas y yo creo que no había hecho eso ni cuando era niño.
Preparamos la comida entre los dos; aún estaba alucinando con que ella
hubiera aceptado quedarse a comer. Aunque no tardó en decirme que todo
aquello era una excepción y que no me acostumbrara.
Eli se había puesto una camiseta mía que le llegaba casi por las rodillas; yo
sabía que no llevaba nada debajo y tuve que concentrarme muchísimo en no
rebanarme un dedo mientras cortaba la ensalada, que mi mente se centrara solo
en eso y no en el hecho de que debajo de esa camiseta estaba desnuda.
Me fijé en lo mucho que Eli disfrutaba cocinando y en lo bien que se le daba.
Yo tardé más en pelar y cortar las zanahorias que ella en preparar toda la
comida.
Comimos hablando un poco de todo y me sentí muy cómodo. Demasiado
cómodo. Cuando acabamos, me tocó a mí recoger la mesa, ya que Eli dijo que
no había ayudado en nada. Tuve que recordarle lo de las zanahorias, pero no lo
aceptó como trabajo y no me quedó más remedio que recoger y fregar los platos.
Nos sentamos a acabar la peli que habíamos dejado a medias, y no habían
pasado ni diez minutos cuando Eli ya estaba durmiendo. Se había quedado frita
apoyada en mí. La miré y le aparté un mechón de pelo negro que le caía por la
cara. Sentí tal arrebato de ternura que me levanté con cuidado para no
despertarla y me fui a la cocina.
Me apoyé en la encimera y respiré profundamente ¿Qué me estaba pasando?
No hacía tanto que la conocía como para sentir tantas cosas por ella. Tenía que
serenarme. Lo mío con Eli no podía ser. No llevaba ni cinco minutos en la
cocina cuando unos brazos me agarraron por detrás, y supe una cosa con
claridad. No podía ser, era una locura, pero Eli, en poco tiempo, me hacía sentir
cosas que no había sentido nunca, por mucho que me costara aceptarlo.
Era muy consciente de que me estaba acostumbrando a estar con Max. Esperaba
ese momento del día incluso con ansia. Y el sexo, aunque seguía siendo
increíble, no era la única razón por la que quería verlo. No tenía ni idea de hacia
dónde nos llevaría aquella relación, pero prefería no anticipar nada y vivir el día
a día. Así que sacudí la cabeza para sacar todos esos pensamientos de ella y
continué caminando.
Acababa de salir de la cafetería e iba camino de casa de Max. Esa había sido
una de las mañanas en las que Bruno me había pedido que me llevara a Thiago,
por lo que había cogido el metro. Mi hermano había ido a recogerlo hacía más de
una hora. Insistió en esperarme para que me fuera con ellos, pero decidí volver
dando un paseo.
Después de un buen rato caminando, y cuando ya casi había llegado, pasé por
delante del escaparte de una pastelería y me paré: había un pastel de queso que
tenía una pinta estupenda. Además, me acordé de que Max me había comentado
en alguna ocasión que le encantaban ese tipo de pasteles.
Al llamar al timbre me sentí algo ridícula con el pastel en las manos, pero ya
estaba hecho. Max abrió la puerta y una sonrisa iluminó su cara.
—Hola.
—Buenas, ¿ha pedido un pastel a domicilio?
—¿De qué es?
—De queso.
—Eres la mujer de mi vida.
—Lo sé.
Sabía que era una conversación en broma y, precisamente por eso, me dio
rabia que no pudiera ser real.
Max me recibió con un beso que hizo que se me olvidara todo lo que había
estado pensando durante la tarde. Nos sentamos a cenar y nos pusimos a hablar,
como cualquier pareja normal, con la salvedad de que nosotros no lo éramos.
—Por cierto, Eli, hace tiempo que quiero preguntarte algo.
—Dime.
—¿Has tenido alguna vez una pareja formal? —No pude evitar que me diera
la risa.
—Pero, tú, ¿de qué época eres? ¿Pareja formal? ¿Eso qué es? No serás un
vampiro del siglo pasado, ¿verdad?
—Pero ¿qué dices?
—Era una broma.
—No te cachondees de mí. Ya me has entendido. —Se puso serio y yo intenté
aguantarme la risa.
—No, no he tenido una relación formal. Lo máximo que estado con alguien
han sido seis meses, pero diré en mi defensa que no soy tan vieja como tú.
—Estás muy graciosilla hoy, ¿no?
—¿Verdad que sí? Y tú, ¿alguna relación formal? —No podía evitar sonreír
mientras decía esas palabras, me parecían tan anticuadas…
—¿Puedes dejar de decirlo con tanto retintín?
—Puedo, pero no quiero. —Le lancé un beso, y él me devolvió una sonrisa
que me dejó momentáneamente sin palabras.
—Pues salí con alguien durante más de diez años.
—¡¡Diez años!! Definitivamente, eres muy viejo.
—En mi defensa diré que empezamos muy jóvenes, yo apenas tenía dieciséis
años.
Nos quedamos callados un rato. Yo procesando la información y él supongo
que perdido en sus propios recuerdos. Diez años era mucho tiempo; preferí no
preguntarle por qué lo dejaron y decidí cambiar de tema. Estaba siendo cobarde,
pero para mí una década junto a alguien era demasiado.
—Y después de esa, ¿alguna otra pareja formal?
—Bueno, en realidad soy tío de tener relaciones largas, pero ninguna tan larga
como esa. Salí con otras dos chicas durante un año, más o menos, y…
—¿Saliste con las dos a la vez? —Sabía que no, pero me encantaba picarlo.
—No, mujer, no, lo que quería decir es que tuve dos relaciones, en diferente
franja de tiempo, con dos chicas distintas, pero la duración de ambas relaciones
fue de un año. ¿Ha quedado claro ahora?
—Clarísimo. Y luego está Sofía.
—Sí, pero con Sofía fue menos tiempo y…
—No quiero saber detalles, gracias.
Nos quedamos un momento en silencio hasta que Max volvió a hablar.
—¿Todos los chicos con los que has salido eran como tú?
—No sé a qué te refieres. —Lo sabía perfectamente.
—Bueno… si llevaban tatuajes, si…
—Si lo que quieres saber es si se planchaban el pijama, la respuesta es no.
Hasta ahora no había estado con ningún viejo.
Max dio un salto de la silla, se acercó hasta donde yo estaba y pasó su mano
por mi nuca haciendo una suave presión y acercándome hacia él. Cuando juntó
sus labios con los míos la piel se me erizó. Sabía que estaba demostrándome que
no era ningún viejo. Cosa que yo ya sabía, pero que, por lo visto, a él le
preocupaba en exceso.
* * *
Nos habíamos quedado dormidos en el sofá. Miré el móvil y marcaba las tres
de la mañana. Por un momento me tentó la idea de dar media vuelta y volver a
dormirme. Max me tenía medio abrazada y no había un sitio donde prefiriera
estar que ahí. Pero, justo antes de volver a dormirme, fui consciente de que
despertaría junto a él. Nunca nos habíamos levantado juntos, y aunque la idea
me tentaba en exceso, decidí que lo mejor era irme a casa. Así que recogí mis
cosas en silencio, me vestí y me dirigí hacia la puerta.
Antes de salir, me giré para mirarlo. Creo que llegados a ese punto tenía tantos
sentimientos hacia él que no sabía muy bien qué hacer con ellos. Sentí
muchísima rabia de que las cosas no pudieran ser diferentes entre nosotros.
25. Esto
26. Celos
Iba subida en el taxi, camino a casa de Bruno, y pensé que de un momento a otro
escupiría fuego por la boca. No podía ser verdad, el señor mayor y adulto se
había comportado como un auténtico gilipollas inmaduro.
Edu y yo habíamos bromeado e, incluso, al percatarme de que Max estaba
mirando, alargué más de lo necesario el tonteo. Incauta de mí, pensé que quizá
eso haría reaccionar a Max y destaparía nuestra relación. Lo dicho, una ingenua.
Ahora estaba tan mosqueada que me iba apartando las lágrimas a medida que
iban cayendo. Me negaba, después de todo, a llorar por él.
Tan ofuscada me encontraba con el tema que, al llegar a casa de Bruno y
entrar en la cocina, tardé más de la cuenta en entender lo que estaba viendo.
—¿Sofía?
—Hola, Eli. Teníamos hambre y he venido a buscar algo de comer, espero que
no te importe. —A medida que hablaba se iba poniendo más roja, incluso con la
oscuridad que había en la cocina podía verlo.
—Qué me va a importar, solo que estoy muy sorprendida de que Bruno te
haya metido en casa.
—Ya… no sé… yo estoy alucinando con todo. —Una sonrisa de lo más tonta
se dibujó en su cara, y yo pasé de hacer preguntas.
Sofía llevaba puesta una camiseta de mi hermano, me fijé más detenidamente
en ella. Había sido novia de Max y ya sabemos que las comparaciones son
odiosas; cuando estaba a punto de hiperventilar, mi hermano apareció por la
puerta.
—¿Qué hacéis aquí a oscuras y tan calladas?
—Yo comparando el cuerpo de Sofía con el mío. —Mi hermano se atragantó
con el agua que estaba bebiendo.
—Eli, era una pregunta retórica. ¿Te he dicho alguna vez lo guapa que estás
callada?
—Sí, lástima que me pase tus comentarios por el forro. Por cierto, si vais a
continuar haciendo guarradas, mejor sin mucho ruido, que quiero dormir.
Sofía se puso tan roja que pensé que explotaría; pobre, lo había dicho para
chinchar a mi hermano, no para que ella se sintiera incómoda.
Una hora después, entendí que, por muy molesta que se sintiera Sofía, no iba a
tener mi comentario en cuenta. En esa casa era imposible dormir. Menos mal que
Thiago se había quedado a pasar la noche en casa de Lourdes. Bueno, también
era verdad que si Thiago estuviera en casa, seguramente, no hubieran hecho
tanto ruido.
Cuando me levanté a la mañana siguiente, no había nadie en casa. Así que me
preparé un desayuno digno de una reina y estuve debajo de la ducha mucho más
tiempo del que acostumbro.
Era tarde, como me había costado tanto dormirme, se me habían pegado las
sábanas, pero me extrañó no ver por allí a los amantes incansables. Quizá Bruno
había llevado a Sofía a su casa.
Salí a dar una vuelta y me paré a tomar algo. No entiendo mucho a quien no le
gusta sentarse solo en un bar, a mí me encanta. Estuve un buen rato
contemplando a la gente. En Blanes nos conocemos todos y siempre te cruzas
con las mismas personas, en Barcelona cruzarse con un conocido es mucho más
difícil.
Me tomé una cerveza y una ración de patatas bravas. Estaban tan buenas que
me las comí como si no hubiera un mañana, y eso que no hacía tanto que había
desayunado.
Cuando llegué a casa, continuaba estando sola. Había alargado el vermú y ya
no tenía nada de hambre, así que me puse cómoda y me eché en el sofá. No
llevaba ni cinco minutos tumbada cuando me levanté.
No quería hacerlo, no quería estar pendiente del móvil, pero aun así lo miré.
Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. Suspiré y decidí volver a salir. Si
continuaba allí estaría mirando el teléfono cada dos minutos. Así que me fui a
dar una vuelta con la moto. Iría a la playa; ya no hacía tiempo para bañarse, pero
me encantaba pasear por la orilla del mar.
Pasé allí bastante tiempo. Me había dejado el móvil en casa para no estar
pendiente de él. Lo único que cogí fue un libro. Me senté en la arena a leer y me
enganché tanto que cuando me percaté era bastante tarde.
Al llegar a casa, Bruno y Thiago ya estaban allí.
—Hola, preciosa, ¿estás bien?
—Perfectamente. No voy a hacerte yo esa pregunta porque tu cara lo dice
todo.
—Digamos que… ha valido la pena esperar.
Me guiñó un ojo y yo casi salí corriendo a mi cuarto. Necesitaba mirar el
móvil. Cuando lo cogí, intenté no hacerme ilusiones; pero, al desbloquearlo, algo
en mí se rompió. No en plan el corazón, fue más bien una reafirmación de lo que
le dije la noche anterior. Fue una confirmación de que yo no iba a estar con
alguien con quien tuviera que vivir una relación a escondidas porque no se
sintiera orgulloso de mí. Yo era así, a quien le gustara bien, y a quien no, tenía
que sacarlo de mi vida. Y eso era exactamente lo que iba a hacer. No pensaba
cambiar ni por él ni por nadie. Nunca.
29. Ella
Sabía que Eli estaba enfadada y también sabía que, si no me veía teniendo una
relación con ella, aquel era el momento de dejarlo correr. Pero al bajar a la
panadería y verla junto al mecánico algo en mí se rebeló. Claro que lo que no
podía hacer era no querer tener nada serio con Eli y no dejar que ella estuviera
con nadie; era absurdo, además de imposible. Y, sobre todo, sabía que las cosas
se arreglarían si empezara con ella una relación. A Eli, como a cualquier
persona, no le sentaba bien que la presentara como lo hacía.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas. No estaba seguro de si lo nuestro
funcionaría siendo pareja. Lo que estaba claro era que Eli me había dado
puerta y no tenía ninguna intención de volver a lo que teníamos antes.
Esperé durante días para ver si me mandaba algún wasap o bajaba a mi casa
para hablar, pero, al no hacer ninguna de las dos cosas, supe que para ella se
había acabado lo que fuera que teníamos.
En un principio, vi mejor dejarle algo de espacio, pero luego entendí que era
el momento perfecto para apartarme; si no quería una relación con ella, tenía
que dejar las cosas como estaban. Aunque había algo que no encajaba. Si
estaba tan seguro de que lo nuestro no iba a funcionar, ¿por qué me estaba
costando tanto sacarla de mi cabeza? ¿Y por qué la echaba tanto de menos?
Continué dándole vueltas a todo hasta que llegué a casa de mis padres.
Entonces pensé que la cabeza me explotaría, pero mi día no había hecho más
que empezar.
Nada más abrir la puerta, por la cara que tenía mi madre, supe que algo
tramaba.
—Ya era hora, hijo, últimamente no hay quien te vea.
—Ya sabes que trabajo y que no vivís precisamente a la vuelta de la esquina.
—Recuerda que fuiste tú el que te quisiste ir, dándome un disgusto que casi me
lleva al hospital.
Mi madre era así, todo dramas. Decidí callarme o la cosa se alargaría hasta
que fuera la hora de irme.
—¿Y papá?
—Está dentro. Verás, es que no te lo vas a creer. —Se me pusieron los pelos de
punta—. ¿A que no sabes quién ha venido a vernos?
—Ni idea, mamá. —Lo sabía perfectamente, solo había una persona que
conseguía que mi madre estuviera de tan buen humor.
—Pues pasa y echa un vistazo.
Efectivamente, cuando llegué al salón mi padre estaba acompañado de la
última persona a la que quería ver en esos momentos.
—Hola, Max.
—Hola, Ángela. ¿Qué tal?
Estaba igual que siempre: preciosa. En cierta manera, Ángela me recordaba a
Sofía; las dos eran rubias, altas, guapas y con una belleza que no llamaba
excesivamente la atención.
Ángela y yo habíamos sido novios desde que acabamos el colegio. Estuvimos
tanto tiempo saliendo juntos que todo el mundo pensó que íbamos a casarnos.
Cuando digo todo el mundo también la incluyo a ella. En esos momentos,
mientras la miraba, no tuve claro cuál fue la razón para romper con ella.
Puse la excusa de que iba a irme fuera, pero yo soy de los que si quiero a una
persona de verdad no la dejo por un trabajo. Se habla y se decide qué hacer,
pero entre los dos.
Alguien carraspeó y comprendí que llevaba mucho rato mirándola.
—Hijo, Ángela te está hablando.
—Nada, solo te decía que estaba bien.
Me entraron ganas de decirle que ya me había dado cuenta de que estaba
bien, pero me callé. Entonces una morena de pelo negro y brazos tatuados pasó
por mi cabeza, a ella sí le hubiera hecho ese comentario. Moví ligeramente la
cabeza para sacarla de ahí. Como si fuera así de fácil.
Pasamos un día agradable. Después de tantos años saliendo juntos, la
relación de Ángela con mis padres era estupenda. Además, ellos habían
continuado viéndose, por lo menos, una vez a la semana, cuando coincidían en
misa los domingos.
Mi madre era muy poco sutil, y aunque no soportaba todos los intentos por
hacer de celestina, lo dejé correr; para un día que iba a verlos… Cuando ya
casi era la hora de irme, mi madre dio pie a que se soltara la bomba.
—Vamos, díselo, Ángela. —La sonrisa en la cara de mi progenitora no
presagiaba nada bueno.
—Anda, Concha, vamos a dejar a los chicos solos.
Mi padre la agarró de la mano para hacerla salir, pero ella no se fue nada
convencida. Cuando por fin cerraron la puerta, me giré hacia Ángela.
—Pues, tú dirás.
—Que conste que ha sido idea de tu madre, ya sabes cómo es ella y cuánto me
aprecia. Yo lo encuentro una locura y no lo acabo de ver. Si no lo ves bien solo
tienes que decirlo. —¿Por qué le daba tantas vueltas? ¿Por qué no lo decía de
una vez?
—Vamos, suéltalo. —Por lo visto, no estaba acostumbrada a que le hablara
así, porque abrió los ojos como platos.
—Pues he encontrado trabajo en Barcelona. Empiezo mañana, pero no tendré
las llaves del piso de alquiler en el que voy a vivir hasta dentro de una semana,
por lo que tu madre ha sugerido que podría vivir contigo.
—¡¡¿Mi madre?!! ¿La mujer más católica que conozco, que no está de
acuerdo con las relaciones antes del matrimonio, te ha dicho que vivamos
juntos?
—Ha dicho que tenías más de una habitación. —Ángela se ruborizó, y a mí me
sorprendió que a una mujer adulta, con la que además ya me había acostado, le
subieran los colores por esa tontería. Una morena que no se sonrojaba jamás
volvió a pasar por mi cabeza, me levanté de la silla para despejarme y sacarla
de ahí.
Fui en busca de mi madre; si me hubieran pinchado en ese momento, no creo
que hubiese reaccionado. La encontré en la cocina.
—¿En serio le has dicho a Ángela que puede vivir conmigo? —Mi madre se
sobresaltó al oírme, pero se dio la vuelta y me miró con una sonrisa plantada en
la cara.
—A ver, hijo, solo durante una semana.
—¿Me estás diciendo que aceptas que me acueste con ella?
—Pero ¿¡qué dices!? Tienes tres habitaciones, podéis dormir cada uno en
una. —Alzó la vista y me miró con cara de enfado.
—Lo cual no quita que estaremos viviendo en la misma casa. ¿Eso no es
pecado o algo así?
—Vamos a ver, hijo. Te estás haciendo mayor y es hora de que sientes la
cabeza; debes tener hijos ya, o a la mujer que elijas se le pasará el arroz.
—Mamá, hablamos de mujeres, no de paellas. —Cada vez que iba a visitar a
mis padres, mejor idea me parecía la decisión que tomé al irme.
—Tú ya me entiendes. Ya es hora de que te cases…
—No, no te entiendo, pero vamos a dejarlo o discutiremos como siempre. Así
que, según tú, nadie mejor que Ángela para ocupar ese puesto.
—Ángela es perfecta para ti, es una mujer estupenda y hacíais muy buena
pareja.
—Tú lo has dicho, mamá: hacíamos. Ya no estamos juntos. No quiero que
organices mi vida, fue precisamente por eso por lo que me fui. Yo no comparto
vuestras creencias y no puedes inculcarme lo que tú crees ni lo que tú quieres.
—No se trata de mis creencias, y haz el favor de no hablar así. Sabes que no
me gusta que te acuestes con cualquiera, aunque ahí no puedo hacer nada y está
claro que en un hombre no está tan mal visto como en una mujer. Aunque
deberías escoger bien a la persona con la que quieres compartir el resto de tu
vida.
—Me encanta la vara de doble rasero que utilizas para todo, mamá. Ser
machista debe de venir como asignatura obligatoria en todas las religiones. —
Mi madre y yo siempre acabábamos discutiendo, por ese motivo no iba más a
menudo a verlos—. Además, tú sabes que existe el divorcio, ¿verdad?
—No entiendo a la juventud de hoy día, que aún no se ha casado y ya está
pensando en divorciarse.
—Mamá, no he venido a discutir contigo. Yo respeto tus creencias, pero no las
comparto. —Empezaba a dolerme la cabeza y quería salir de allí lo antes
posible.
—¿Has conocido a alguien? ¿Es eso? —Por una fracción de segundo dudé.
Quizá si le decía que sí, mi madre me dejaría en paz. Luego la escena de mi
madre conociendo a Eli pasó por mi cabeza y casi me dio la risa. Mi beatísima
progenitora entraría en shock.
—No es eso, mamá. Está bien, tú ganas… Ángela podrá pasar una semana en
mi casa, pero solo una semana.
—Claro, hijo, voy a decírselo.
Mi madre salió corriendo hasta el salón, donde estaba Ángela, y, antes de que
me diera tiempo a reaccionar, mi padre había entrado en la cocina.
—Hijo, no entiendo por qué cedes siempre con ella. ¿Tú sabes dónde te estás
metiendo?
—En realidad, no tengo ni idea.
Mi padre tenía más razón que un santo. Me lo dije a mí mismo cuando
cargaba las maletas de Ángela en mi coche y mientras hacía el viaje con ella a
mi lado. Pero ¿dónde coño me había metido?
Quizá había sido demasiado impulsiva, como siempre. Estuve dándole vueltas
durante mucho tiempo y, al final, el domingo por la noche decidí bajar a su casa.
No quería arreglar las cosas ni nada por el estilo. Max no aceptaría tener una
relación conmigo, y yo me negaba a volver con él para no salir de su piso. Pero
mi hermano y él eran amigos y Max no había subido a su casa desde hacía días.
Tenía que hablar con él para decirle que, por lo menos, nuestra relación fuera
cordial; total, tampoco había pasado nada entre nosotros para que no lo fuera.
Me puse lo primero que encontré por casa y, después de dar más vueltas de las
necesarias, llamé al timbre de Max.
Podría haberme imaginado mil situaciones, pero, desde luego, que me abriera
la puerta una rubia preciosa no era una de ellas. Me quedé tan cortada que tardé
un rato en reaccionar.
—Mmm... Esto, soy Eli, ¿está Max?
—Sí, un momento. —Se dio media vuelta y su siguiente comentario me sentó
como una patada en el estómago—: Max, hay una jovencita que pregunta por ti.
¿En serio? ¿Una jovencita? Vale que no me había maquillado y que,
posiblemente, con la ropa que llevaba parecía más joven de lo que en realidad
era, pero por si no había sido bastante humillación encontrarme a una tía en casa
de Max, ahora yo no era una mujer, era una jovencita. Y, además, ¡quién leche
dice hoy en día la palabra «jovencita»!
Max apareció en la puerta poco después y por su cara de sorpresa supe que no
me esperaba.
—¿Qué haces aquí, Eli? —«Por lo visto, el idiota».
—Pues ahora mismo no lo sé ni yo. Venía a decirte que puedes subir a casa de
Bruno cuando quieras. Prometo comportarme. —Sonreí, pero con una sonrisa
tan falsa que hasta Max se dio cuenta.
—Luego subiré. Verás, es que Ángela va a quedarse varios días y no me
pareció apropiado subir con ella, estando tú…
—Tú y yo no somos nada, así que puedes hacer lo que quieras.
—Antes quería explicarte quién es Ángela…
—No hace falta. Es tu estilo de chica y, tal y como eres, no meterías a una
desconocida en tu casa. Uniendo eso a que alguna vez me habías dicho que tu ex
se llama Ángela, pues blanco y en botella. —Su cara de sorpresa me confirmó
que había acertado de pleno—. Bueno, quizá ya no tan ex…
No obtuve respuesta porque Ángela llamó a Max y yo di media vuelta y me
fui sin ni siquiera decir adiós.
Estaba tan impactada que no podía sentirme ni triste. No es que tuviéramos
una relación formal, como diría Max. Incluso, al empezar lo que fuera que
tuviéramos, habíamos quedado en que podríamos estar con otras personas. Todo
eso sin contar que ya no estábamos juntos, pero por la manera de ser de él,
simplemente, no lo esperaba.
Me metí en la ducha y acabé sentada en ella llorando a moco tendido. Me
prometí a mí misma que sería el único sitio donde me permitiría llorar. No quería
que Bruno me preguntara cosas que no podría responder y, aún menos, convertir
aquello en un drama. Eso sí, tendría que coger fuerzas, porque ver a Max con
otra no me iba a resultar fácil.
Estuve mucho más tiempo del necesario dentro del lavabo. Por mucho que
intentara hacerme la fuerte, la escena me había afectado más de lo que quería
reconocer.
Cogí aire y salí al salón. Allí estaban mi hermano y Sofía. Por lo visto,
quitarse las manos de encima se tornaba como algo que no eran capaces de
hacer.
—Hola, Sofía.
—Hola, Eli. ¿Qué tal?
—Perfectamente. —Le hice una mueca, ya que mi hermano acababa de
levantarse, estaba empezando a preparar la cena y no nos veía. Ella me preguntó
con los hombros y yo le respondí con las manos. Parecía mentira lo bien que nos
entendíamos sin hablar.
—Por cierto, chicas, viene a cenar Max, y por lo que me ha dicho trae
compañía. —Antes de contestarle, Sofía estaba a mi lado. Esa chica era lista y
había encajado las piezas a la primera.
—¿Qué tipo de compañía? —Sofía lo estaba preguntando por mí, pero mi
hermano se giró con el ceño fruncido.
—¿Y a ti qué más te da?
—A mí no me importa en absoluto, pero quiero saber con quién voy a cenar.
—Ah… Pues, por lo visto, su ex ha venido una temporada a vivir con él. Creo
que me ha dicho que se llama Ángela.
No advertí que me había encogido ligeramente hasta que Sofía pasó su brazo
por mis hombros. Una cosa era estar casi segura de que era su ex y otra oír la
confirmación en boca de mi hermano. Tuve que hacer un esfuerzo por no
echarme a llorar. Me senté en el suelo y me puse a jugar con Thiago. Él siempre
conseguía que me olvidara de todo.
Una hora después, llamaron al timbre. Yo cogí aire con fuerza e intenté no
pensar que de las tres mujeres que cenábamos esa noche Max se había acostado
con todas. Estaba casi segura de que sería incapaz de sacar esa imagen de mi
cabeza.
Max fue el encargado de hacer las presentaciones, estaba más tenso de lo
habitual. No me dio ninguna pena.
Cuando me presentó a Ángela me fijé mejor en ella. Era muy guapa, y
totalmente del estilo de Max. No pude evitar que me invadiera la pena. No por el
hecho de que yo no fuera su estilo, yo era así, si le gustaba bien y si no siempre
podía volver con su ex, que era exactamente lo que había hecho. Me dio pena el
hecho de que los prejuicios pesaran más que otras cosas.
—Ah, tú eres la chica que ha venido antes. —Agradecí que Bruno estuviera en
la cocina. No pasaba nada por ir a casa de Max, pero prefería no tener que dar
explicaciones.
—La misma. —No quise entablar conversación con ella. Sabía que Ángela no
tenía culpa de nada, pero no me apetecía.
Nos sentamos a la mesa, y prácticamente no abrí la boca en toda la cena.
Bruno me miraba raro, porque no soy precisamente de las que mantienen la boca
cerrada durante mucho tiempo.
Me quedé de piedra cuando Max se levantó a buscar una botella de vino, y
Ángela le cortó la carne. No pude evitarlo y me eché a reír.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Nada. Simplemente no sabía que Max era un crío al que hay que cortarle
hasta la carne. —No era mi intención ridiculizar a Ángela, pero Max se las daba
de tan adulto que eso me repateó. En aquel momento entendí que, hasta
entonces, Max no había tenido parejas, había estado con mujeres que ocupaban
el papel de madre. Y luego resultaba que la «jovencita» era yo.
Max puso cara de mosqueo y miró a Ángela algo mal, aunque a esta pareció
darle exactamente igual.
Ya casi habíamos acabado, y estaba a punto de levantarme cuando Ángela se
dirigió a mí.
—Y tú, Eli, ¿no tienes pareja? —Max casi se atragantó con el vino.
—Pareja no, salgo con algunos, pero ninguno fijo.
—¿Qué quieres decir, que sales con más de un chico?
—Exactamente. —Arrugó la boca como si hubiera olido algo desagradable.
—Ah… —Estuvo unos segundos callada, pero por su expresión supe que no
había acabado de preguntar—. ¿Y no te dicen nada por llevar tantos tatuajes? —
Esa tía debía de caerles muy bien a los padres de Max. Por lo que me había
explicado este, compartía con ellos su manera de pensar.
—Lo que diga un tío acerca de mí o de mi cuerpo me la resbala bastante. Hago
con él lo que me da la gana, que para eso es mío. —Vi por el rabillo del ojo
sonreír a Bruno.
—No, si tienes razón, pero no sé, eres tan mona…
—Ya, pero es que los tatuajes y los piercings no hacen que sea menos «mona»
—dije esa última palabra con todo el retintín que pude—. Y, por cierto, hasta el
momento ninguno se ha quejado, lo que más les gusta es el piercing que tengo
ahí abajo.
Vi la cara, primero de sorpresa y luego de horror, de Ángela y estuve a punto
de acabar la frase diciéndole que a Max lo volvía loco, pero me levanté de la
silla y llevé mi plato a la cocina.
Oí a mi hermano reír y a Max toser. Antes de salir de la cocina, Sofía estaba a
mi lado.
—¿Estás bien?
—He estado mejor.
—No creo que lo haya dicho con mala intención, pero desde luego estaba
fuera de lugar.
—Igual me he pasado, a veces soy algo burra.
—Ya, pero es que tú eres así. A quien le guste bien, y a quien no… Y, por
cierto, a mí me encantas. —Me lanzó un beso desde la puerta y se fue.
Yo me despedí de todos desde la puerta con un adiós y salí de allí lo más
rápido que pude. Cogí la moto y deseé que el aire y la velocidad borraran la
tristeza que sentía. Una pena que las cosas no fueran tan fáciles.
La cena había sido tensa y deseé que se acabara desde el momento en que
llegué a casa de Bruno. Sabía que lo sería, pero no podía estar rehuyendo a Eli
siempre, aunque, desde luego, ir a cenar no había sido buena idea.
Llegamos a mi casa, y Ángela se disculpó para cambiarse de ropa. Al verla
salir con el pijama puesto, una sonrisa asomó a mis labios. Era blanco y con
puntilla. Me vinieron a la cabeza las vírgenes del siglo pasado y sin ser
consciente pensé en Eli y en lo cómoda que se paseaba desnuda por mi casa. Me
bebí un vaso de agua helada, porque me había puesto cachondo solo con ese
pensamiento.
—Qué chica más rara, ¿verdad? —Me giré despacio. No estaba dispuesto a
hablar con ella de Eli—. La hermana de Bruno, digo.
—Ya sé quién dices. Me parece una mujer normal. —Puse especial énfasis en
la palabra «mujer».
—No sé, será que yo estoy más chapada a la antigua.
—Será eso. Buenas noches, Ángela.
Con el paso de los días fui consciente de que compartir piso con Ángela era
cómodo y me hacía la vida mucho más fácil. Era un pensamiento egoísta, pero
habíamos dividido las tareas de la casa y ahora tenía la mitad de faena. Esto me
costó una buena bronca con ella, cosa rara, porque Ángela no discutía nunca,
pero no entendía que hiciéramos las cosas a medias cuando yo trabajaba fuera
de casa más horas y podía hacerlas todas ella sola. Por ahí si que no pasé. Pero
al final ella hacía mucho más de lo que le tocaba, lo cual provocaba que yo me
enfadara siempre y que, a la vez, fuera consciente de que mi vida era mucho más
agradable ahora que Ángela vivía conmigo. Y no me refiero solo a compartir las
tareas domésticas, era bonito llegar a casa y que te esperara alguien en ella.
Cuando la semana se acabó, pensé que Ángela se iría a su piso y yo podría
volver a mi vida normal. Pero resultó que eso no iba a ser así. Por lo visto,
habían surgido un par de imprevistos en el piso y tardarían en dárselo otras dos
semanas, mínimo. Eso fue lo que me dijo Ángela; también me comentó que
podía pasar esas dos semanas en un hotel, pero no lo vi necesario. Me estaba
acostumbrando a tenerla en casa. A mí nunca me ha gustado vivir solo y la
convivencia con ella no era complicada.
Cenábamos cada día juntos y poco a poco recordé por qué en su día me
enamoré de ella. Ángela era muy parecida a mí, a los dos nos gustaban las
mismas cosas y los temas de conversación se alargaban hasta altas horas de la
noche. No quise pensar en que Ángela me daba la razón en casi todo y que
jamás decía una palabra fuera de lugar; en realidad, eso era algo que me
gustaba, pero echaba de menos la manera que tenía Eli de retarme, aunque no
tenía sentido pensar en eso, lo que fuera que tenía con ella había acabado y yo
debía avanzar. Así que, casi sin darme cuenta, Ángela y yo empezamos lo que yo
llamo una relación formal.
Recordaba a Eli muchas veces a lo largo del día. Me esforzaba en sacarla de
mi cabeza lo más rápido posible, pero cuando más presente estaba era en el
momento en que compartía cama con Ángela. Ahí era incapaz de no acordarme
de ella; por mucho que lo intentara, no podía, y me parecía asqueroso tenerla en
la mente mientras me acostaba con Ángela.
Eli en la cama era activa, participativa, comunicativa y muchas veces algo
mandona, aunque en pocas ocasiones dejaba que fuera ella quien tomara el
mando, ya que mientras me acuesto con alguien me gusta tenerlo a mí. Pero con
Ángela no tenía que luchar por tener el control, era totalmente pasiva.
Cuando intentaba hablar con ella del tema me rehuía, o simplemente me decía
que las mujeres utilizaban el sexo para ser madres, no para obtener placer.
¡Tócate los cojones! El daño que pueden hacer unas creencias en algunas
personas… Con el tiempo conseguí hacerla gemir y que fuera algo más
participativa, pero nada que ver con las sesiones de sexo que había tenido con
Eli.
Habían pasado más de dos semanas desde que Ángela y yo empezamos a salir,
y ella llevaba tiempo insistiendo en que se lo contara a mis padres, así que
decidí llamar a mi madre para decírselo. Poco faltó para que le diera un infarto
de la alegría. Y aunque ya sabía que a mi madre le entusiasmaría la noticia, me
vi sonriendo mientras la oía hablar; bueno, más bien gritar.
Sabía que estaba haciendo lo correcto; Ángela era la persona ideal para mí,
por eso no lograba entender por qué no conseguía dejar de pensar en cierta
morena cubierta de tatuajes. Quizá con el tiempo todo volvería a la normalidad
y Eli solo formaría parte de mi pasado. Por lo menos, estaba dispuesto a
intentarlo.
Hacía varias semanas que intentaba evitar a Max. Sabía que estaba saliendo con
Ángela y no me apetecía nada verlos juntos. Así que mi vida se limitaba a ir de
mis trabajos a casa. Los días que me tocaba cuidar a Thiago eran los que llevaba
mejor. El resto intentaba pasarlos y ya está.
Max había elegido a Ángela y una parte de mí pensaba que era lo mejor para
los dos, pero otra pedía que luchara por lo que quería. Entre las dos me estaban
volviendo loca.
Esa tarde estaba trabajando en la cafetería y casi era la hora de cerrar. Tenía
muchas ganas de llegar a casa y dormir, últimamente solo me apetecía dormir.
Pero en la mesa nueve había un chico que, por lo visto, no tenía ninguna prisa
por irse. Lo había visto en otras ocasiones, y aunque era simpático y muy
amable, incluso demasiado para mi gusto, había algo en él que no me gustaba.
Acabé de recoger los vasos de las otras mesas y me fui para dentro a arreglar
la cocina. Nada más entrar, noté que alguien lo hacía tras de mí. Me giré
sobresaltada, y ahí estaba el chico que, apenas un minuto antes, se estaba
tomando un café en su mesa.
—No puedes estar aquí, si si quieres algo, ahora te te lo llevovo. —Había algo
en su mirada que hizo que tartamudeara al hablar. Tenía miedo, y yo no era
precisamente de las que se asustaban con facilidad.
—Sí que quiero algo, pero aquí me lo servirás mejor.
Cuando sus manos alcanzaron mis pechos yo dejé de pensar. Me estaba
haciendo daño y quería decírselo, pero sin entender por qué sabía que eso no lo
haría parar, incluso podía ser que lo alentara más.
Oí cómo se bajaba la cremallera del pantalón. Un ruido tan insignificante en
otro contexto hizo que en ese momento mi cabeza empezara a dar vueltas.
—Agáchate.
Quería hacerlo, estaba tan cagada de miedo que quería hacer todo lo que él me
dijera, pero mi cuerpo no me respondía y no era capaz de moverme.
Me agarró del pelo; yo intenté echar la cabeza hacia delante porque me estaba
haciendo daño, pero él tiró hacía atrás con tanta fuerza que me golpeé con la
encimera de la cocina. Y todo se volvió oscuro.
* * *
Oía un ruido de fondo, pero estaba tan bien, tan tranquila, que no quería abrir
los ojos. Hasta que recordé, y los abrí de golpe.
Una chica vestida de policía me hablaba con una voz muy suave. Lo único que
hice fue asentir a todo lo que me decía. Diez minutos más tarde, estaba dentro de
una ambulancia camino del hospital.
—Hola, Eli, mi nombre es Andrea. ¿Quieres que llamemos a alguien? —Era la
policía que había estado conmigo desde que abrí los ojos.
Tardé en contestar a esa pregunta. Andrea, que se encontraba conmigo dentro
de la ambulancia, me miraba como si formara parte de mi estado de shock, pero
en realidad estaba debatiendo conmigo misma a quién llamar. Quería telefonear
a una persona, me apetecía mucho verla en esos momentos, aunque deseché la
idea. Tardaría demasiado.
—A mi hermano.
No fui consciente de que ella tenía mis cosas hasta que llamó a Bruno. Quería
decirle que podía hacerlo yo, mi hermano iba a llevarse un susto de muerte. Pero
no me apetecía dar ningún tipo de explicación, no quería revivir nada, prefería
no pensar.
Cuando la policía se giró y me dio un pañuelo, fue cuando advertí que estaba
llorando.
No tengo ni idea de lo que tardamos en llegar al hospital. Hacía rato que había
perdido la noción del tiempo. Me llevaron a un cuarto y me presentaron a la
enfermera que estaría conmigo. No recuerdo su nombre. Después de eso me
hicieron un reconocimiento y un montón de preguntas que fui incapaz de
contestar.
Lo que más me desconcertaba era que no sabía lo que había pasado después de
perder el conocimiento. No sabía lo que él le había hecho a mi cuerpo. No sabía
nada. Una parte de mí lo agradecía profundamente, pero era incapaz de
responder a ninguna de las preguntas que me hacían y eso era de lo más
angustioso.
Mientras me vestía después del reconocimiento, la enfermera que me había
acompañado durante todo el tiempo me dijo:
—Vamos, bonita, ya está. Ya has pasado una vez por esto, es difícil que te
vuelva a ocurrir.
Su voz era dulce y su mirada también, y sabía que lo decía con la mejor de las
intenciones, pero sus palabras me sorprendieron y me ofendieron. Estábamos tan
acostumbradas a que nos pasaran estas cosas que las habíamos normalizado, era
como si fuera una especie de peaje que le tienes que pagar a la vida por ser
mujer. Era asqueroso.
Cuando salí a la sala de espera, vi a mi hermano sentado en una de las sillas
del hospital. Se le veía muy grande y muy solo en medio de la sala. Sin saber por
qué, me dolió que estuviera solo. Esperaba de una manera absurda que Max lo
acompañara.
En cuanto me vio, salió corriendo hasta mí y me dio un abrazo que yo no sabía
que necesitaba tantísimo. Aunque fui incapaz de llorar. Se me había escapado
alguna lágrima durante el trayecto con la policía, pero no podía llorar.
Cuando subimos al coche de Bruno noté que estaba perdiendo los efectos de
los medicamentos que me habían dado, y la cabeza empezaba a dolerme
bastante. Toqué la parte en la que me había golpeado y noté el chichón, que cada
vez parecía más grande.
El silencio del coche se rompió cuando mi hermano empezó a explicarme lo
que poco antes ya me había contado la doctora que me había atendido. Preferí no
interrumpirlo y decirle que ya me habían informado de lo que me estaba
diciendo, parecía que hablar le hacía estar más relajado.
Ana, la dueña de la peluquería que está al lado de la cafetería, había entrado
para llevarme los vasos sucios del café que se había llevado por la mañana, para
ella y sus trabajadoras. Se extrañó cuando no me vio y gritó mi nombre. Él se
asustó y salió corriendo. Ana me encontró inconsciente en el suelo.
Si ella no hubiera entrado, seguramente la doctora no me habría dicho que no
presentaba signos de penetración, ni vaginal, ni anal, ni oral.
Ella no me dijo que había tenido suerte, solo faltaría, pero sabía que en el
fondo lo pensaba, al igual que lo haría mucha gente con el transcurso de los días.
Para mí, suerte habría sido que un tío al que no conocía de nada y que no quería
que me tocara no hubiera utilizado su fuerza y mi miedo para hacerlo.
Saqué todos esos pensamientos de mi cabeza y envié un wasap a una persona
que, contra todo pronóstico, quería que estuviera conmigo en esos momentos.
Sabía que a mi hermano no le haría ninguna gracia, pero yo la necesitaba a mi
lado.
Me estaba quedando dormida. Lo primero que hice nada más llegar a casa fue
ducharme. Dos veces. Aunque continuaba sintiéndome sucia. Después me tumbé
en el sofá y parecía que por fin me había entrado sueño.
Sabía que Bruno estaba preocupado porque no le había dicho una palabra
desde que regresamos del hospital. No tenía ni idea de dónde estaba Thiago,
pero no me apetecía preguntar.
Oí el timbre seguido de los pasos de mi hermano, empezaba a percibirlo todo
como de fondo, me estaba venciendo el sueño. Hasta que sentí gritar a Bruno y
me despejé de golpe. Supe que la persona a la que le había enviado el wasap
había llegado.
—Bruno, le he pedido yo que venga. Déjala pasar, por favor.
Mi hermano se giró hacia mí y pude ver sorpresa y rechazo en su mirada.
Sabía que iba a dolerle, pero por una vez en mi vida me había comportado de
manera egoísta con ese tema. La necesitaba.
—Hola, Eli, cariño.
—Hola, mamá.
Se sentó a mi lado en el sofá y yo me incorporé. Me percaté de que ella
actuaba con cautela. Sabía que no lo hacía por mí, ya que nosotras no habíamos
perdido el contacto, pero estar en casa de Bruno no le permitía estar cómoda
precisamente.
Me abrazó, un poco esperando mi respuesta o mi rechazo. Yo me enganché a
ella como si fuera mi salvavidas y lloré todo lo que no había llorado hasta ese
momento.
Pasado un rato, vi por el rabillo del ojo como Bruno se ponía la chaqueta, iba a
irse, y yo sabía que, aunque estaba cansada y lo único que quería era dormir, no
habría un momento como ese para que habláramos los tres.
—Bruno, no te vayas, por favor.
No estaba jugando limpio, pero mi hermano y mi madre hacía mucho que no
se hablaban e iba a utilizar todo lo que estuviera en mi mano, por lo menos, para
que se sentaran a intentar conversar.
—Creo que no es el momento de ponerme a discutir con ella. No contigo en
este estado.
—No quiero que discutáis, solo quiero que habléis. Creo que necesitas la otra
versión de la misma historia.
—Solo hay una versión, ella se fue y nos dejó. Fin. —Era un tema muy difícil
para Bruno. Lo evitaba siempre que podía, pero, a pesar de que yo no quería que
lo pasara mal, él tenía que escuchar a mamá.
—Eso no fue así, vosotros decidisteis quedaros con vuestro padre. —Mi
madre hablaba bajito, casi entre susurros.
—No pretenderías que lo dejáramos nosotros también, ¿no? Además, ¿nos
íbamos contigo y con tu novio? ¡¡No me jodas!! Destrozaste a papá y te
olvidaste de que tenías dos hijos. —Bruno había alzado bastante la voz, y
aunque hacía unos instantes casi no me dolía la cabeza, ahora parecía que iba a
explotarme. Supongo que para mí no era el mejor momento para pasar por
aquello, pero tenía claro que, si no era entonces, no sería jamás.
—Nunca has querido ni he podido hablar de este tema contigo. Eli me ha
escuchado y entendido, pero tú me condenaste en cuanto salí por la puerta. —
Parecía que mi madre iba a echarse a llorar en cualquier momento; sin embargo,
su voz sonaba con mucha más fuerza que momentos antes.
—No miraste atrás… ¿Sabes que mi mujer se mató en un accidente? ¡¡Ni
siquiera te dignaste a venir al entierro!! —Me agarré la cabeza con las manos
porque a cada chillido de mi hermano parecía que iba a estallarme. Es curioso
cómo se ven de diferentes las cosas cuando escuchas las dos partes.
—Bruno, mamá sí que vino, fue papá quien la echó de casa y la amenazó si se
presentaba en el entierro. —Mi voz sonó débil, pero miré a mi hermano y pude
ver la sorpresa reflejada en su cara.
Mi madre lloraba a lágrima viva. Le cogí la mano para darle fuerzas. No pude
evitar pensar que hacía apenas una hora era yo la que necesitaba que me las
dieran a mí.
—Deja que sea ella quien te cuente su historia. Hay veces que ni los buenos
son tan buenos ni los malos tan malos. Solo es que existen dos maneras de vivir
una misma situación.
—Eli, ella abandonó a papá por otro tío. No hay mucho más que explicar.
—Vale, pues entonces siéntate y escucha, no tienes nada que perder. —Parecía
mentira, pero al final iba a creerme eso de que era mucho más madura que los
hombres de mi alrededor.
Bruno volvió a sentarse y poco a poco se quitó la chaqueta. Por lo menos,
estaba dispuesto a escucharla.
—Pues verás… esto empezó… cuando… —Mi madre estaba tan nerviosa que
no sabía ni por dónde empezar.
—Mamá, respira hondo y explica tu historia, sin más. —La pobre lo estaba
pasando fatal.
Mi madre agarró mi mano con fuerza y tomó aire profundamente antes de
volver a hablar. Me giré hacia mi hermano. Bruno parecía interesado en lo que
iba a explicar nuestra madre, pero estaba tan tenso que podía oír el crujir de sus
dientes desde donde yo me encontraba.
34. Su historia
Mi madre se giró para mirarme, apartó con delicadeza un mechón de pelo que
tenía en la cara y sonrió. Era una sonrisa tensa pero dulce. Sus ojos estaban
llenos de amor. Le devolví la sonrisa y ella comenzó a explicar lo que había
pasado, hacía ya unos cuantos años.
—Pues todo empezó cuando Bruno tenía once años y tú, Eli, apenas, dos. La
primera vez que vi a Alberto fue en el trabajo; en un principio era un compañero
más, yo no buscaba nada con nadie, pero pasábamos muchas horas juntos y
empezamos a conocernos mejor. Por aquel entonces vuestro padre y yo no
pasábamos un buen momento como pareja. Acababa de enterarme de que él me
había engañado con una conocida nuestra, y aunque decidí perdonarlo y darnos
una segunda oportunidad no estábamos demasiado bien. —Mi madre y yo
habíamos hablado de todo lo que pasó, pero cada vez que la oía más rabia me
daba que nuestro padre nos hubiera vendido la infidelidad de ella como algo
inaceptable, y resultaba que él también lo había hecho.
—Eso te lo estás inventando para no quedar como la mala, papá no te engañó
jamás. —Bruno se había incorporado en la silla y parecía que iba a levantarse.
—Puedes preguntarle a él directamente, no creo que tenga los cojones de
negar también eso. —Vi a mi hermano agrandar los ojos. Mi madre nunca decía
palabrotas y jamás me había hablado mal de mi padre; no podíamos decir lo
mismo de él, siempre habíamos pensado que nuestro padre había sido la víctima
de la relación—. Bueno… voy a continuar. Yo no quería engañar a vuestro
padre, yo quería que nuestra relación se arreglara. Es verdad que con el tiempo
he entendido que nunca he estado enamorada de él. Nos casamos cuando me
quedé embarazada de ti (se refería a Bruno, claro) y, pese a que la convivencia
no fue difícil, no ha sido un amor significativo para ninguno de los dos.
—A papá lo destrozaste cuando te fuiste. —Mi hermano hablaba con rabia,
pero por lo menos la estaba escuchando. Era más de lo que esperaba en un
primer momento.
—A tu padre lo destrozó su ego, no pudo soportar que su mujer lo dejara, pero
te aseguro que eso no tiene nada que ver con el amor.
—Vale, entonces, según tu historia, si conociste a Alberto cuando nosotros
éramos pequeños, ¿por qué te fuiste de casa cuando yo ya tenía casi veinticinco
y Eli dieciséis? —Parecía mentira que a Bruno le hubiera afectado tanto que mi
madre se marchara, cuando él ya era todo un hombre, pero una madre siempre es
una madre…
—Esto solo es el principio de mi historia. Yo conocí a Alberto por aquel
entonces y, aunque nos enamoramos profundamente, yo estaba casada, y
vosotros erais muy pequeños, así que decidimos dejar de vernos.
»Pedí un traslado en mi puesto de trabajo y durante mucho tiempo dejé de ser
yo, solo me mantenía a flote porque vosotros me necesitabais. Me encerré en mí
misma. Alberto y yo nos escribíamos una sola carta al año, los dos habíamos
decidido que más nos harían daño. Pactamos no contarnos mucho, simplemente
si estábamos bien y cómo nos iba todo, muy por encima. Esperaba esa carta con
tanta ansiedad... —Por un momento, mi madre se perdió en sus recuerdos, pero
rápidamente continuó explicando su historia, que también era la nuestra—. Los
años fueron pasando y por una de sus cartas supe que lo habían ascendido. Se
convirtió en mi jefe directo. Así que de vez en cuando se pasaba por la oficina
donde yo estaba y poco a poco reanudamos nuestra amistad.
»Por aquel entonces, vosotros ya erais mayores y no me necesitabais tanto,
pensé que si me separaba de vuestro padre no os haría mucho daño. Con lo que
no contaba era con la reacción de él. Cuando le propuse el divorcio, vuestro
padre me lo negó y me amenazó con muchas cosas, pero la que más me dolió fue
que me dijo que si me iba no volvería a veros. Una parte de mí quería
entenderlo, vuestro padre era un hombre de otra generación, lo que yo le estaba
planteando le venía demasiado grande, pero no quería que os convirtiera a
vosotros en una moneda de cambio.
»Alberto y yo sopesamos las posibilidades, no estábamos dispuestos a volver a
separarnos. Él ni siquiera se había casado nunca, porque me quería demasiado
para hacerlo con alguien que no fuera yo. Después de pensarlo mucho,
finalmente, di el paso y le pedí el divorcio a vuestro padre. Él cumplió cada una
de sus amenazas.
»Eli aún era menor de edad, pero yo no iba a llevármela en contra de su
voluntad; además, tenía claro que ella se quedaría donde estuvieras tú. —Mi
madre miró a Bruno con los ojos llenos de lágrimas—. Vuestro padre me echó
de casa y yo no estaba dispuesta a empezar una lucha legal por quedarme con el
que hasta ese momento también era mi hogar, por lo que me vi en la calle con lo
puesto. Nunca he dejado de trabajar, pero le debo mucho a Alberto, también en
este aspecto.
»Jamás me diste la oportunidad de explicarme. Te llamé muchísimas veces.
Los primeros meses fui a verte, pero no quisiste hablar conmigo. Nunca me has
dejado acercarme a ti. Pero si vamos a ser sinceros, lo seremos del todo. Lourdes
es una muy buena amiga mía, así que a Thiago sí que lo he visto casi a diario. —
Mi hermano abrió la boca y volvió a cerrarla, por lo que mi madre continuó—.
Es una larga historia, pero veo a Thiago desde que Lourdes empezó a cuidarlo.
No me sentía con fuerzas de perder también a mi único nieto.
»Bruno, fui a casa (bueno, a casa de vuestro padre) en cuanto me enteré de lo
de Isa. Él me echó de allí y me amenazó, como bien ha dicho Eli, pero vuestro
padre demostró conocerme muy poco si pensó que una amenaza suya iba a
amilanarme. Fui al entierro, pero me mantuve en segundo plano y en cuanto
acabó me fui. Había tantísima gente que era imposible que me vierais. Y no
quería acercarme a ti y hacerte pasar un mal momento. No era ni el día ni el
lugar.
»No creo que divorciarme de vuestro padre haya sido una cosa tan grave, pero
es verdad que no he sabido hacer las cosas de otra manera. Pensé que el tiempo
pondría todo en su lugar, aunque debí forzar antes una conversación con los dos.
Os he echado muchísimo de menos. Aunque doy gracias por haber recuperado a
Eli, hace ya algún tiempo. —Me miró con una dulzura infinita en sus ojos—.
Siento de corazón haberos hecho daño, no fue ni mucho menos mi intención,
pero durante mucho tiempo renuncié a muchas cosas por vosotros, no quería
seguir renunciando a más, o al final me perdería a mí misma.
Nos quedamos en silencio. Mi hermano se levantó, cogió su chaqueta y se fue
sin decir palabra.
Sofía se había ido hacía apenas dos horas. Y aunque tenía claro que estaba muy
lejos de superarlo, haberlo hablado me había ayudado bastante.
Llamé a José por teléfono y le expliqué, un poco por encima, todo lo que me
había pasado en los últimos días. Quedamos para tomar un café por la mañana y
hablar tranquilamente. Normalmente salíamos un par de veces a la semana a
correr, pero preferí tomármelo con calma esos días, así que simplemente
quedamos para desayunar.
En dos días iría a pedir el alta médica y me incorporaría al trabajo, necesitaba
volver a la normalidad y mantener la mente ocupada, por lo que regresar a la
escuela me vendría muy bien.
Había hablado con Rosa, la dueña de la cafetería, y le expliqué que había
decidido no volver. No estaba preparada para entrar en la cocina donde había
pasado todo. Rosa lo entendió perfectamente y me mandó mucha fuerza.
Me dio rabia dejar un trabajo que no estaba mal por culpa de lo que pasó, pero
había hablado con Sofía y seguramente en unas semanas podría hacer más horas
en la escuela, ya que una de mis compañeras estaba embarazada y cogería la baja
por maternidad.
Me entretuve mirando la tele, pero no hacían nada interesante y empezó a
entrarme sueño. Quería esperar despierta a Bruno. Teníamos que hablar sobre
mis padres. La noche en la que estuvo mi madre no pudimos hacerlo, y después
vino Sofía, y a Bruno le tocaba trabajar, así que el momento perfecto sería ese,
cuando llegara. Aunque pensé que no aguantaría, finalmente vencí al sueño.
Cuando Bruno entró, me percaté de que parecía estar muy cansado.
—¿Has cenado?
—Sí, he comido algo en el trabajo.
—Vale, pues siéntate, que quiero hablar contigo. —Pensaba que protestaría,
pero se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y se sentó a mi lado—. Primero
de todo, me gustaría decirte que quiero poder hablar contigo, siempre que lo
necesite, sobre lo que me pasó. —Nada más acabar de hablar, noté cómo se
tensaba. Lo cogí de la mano—. Bruno, no hablar de ello no hace que no haya
pasado, y hacer como si nada hubiera sucedido no me ayuda.
—Lo siento, Eli. No tengo ni idea de cómo actuar, esta situación me
sobrepasa.
—Es lógico y lo entiendo, pero necesito poder hablarlo contigo.
—Pues ya sabes que aquí estaré, siempre.
Estuvimos un rato abrazados. Me había apoyado en su pecho y me estaba
entrando sueño, de manera que decidí, por muy a gusto que estuviera,
incorporarme y sacar el otro tema.
—Bruno, ¿cómo estás con el tema de los papás?
—Bueno… Esta tarde he llamado a papá para hablar con él; ¿sabes que no me
ha negado lo de su infidelidad?
—Lo sé, yo también se lo pregunté en su momento.
—¿Por qué nunca me dijiste nada?
—Porque estabas muy ocupado odiándola.
—Eso también es verdad. Me parece increíble que las cosas fueran así, quiero
decir, mamá no hizo las cosas bien con nosotros, pero nada que ver con lo que yo
tenía en la cabeza hasta ahora.
—Todos tenemos derecho a equivocarnos y siempre es importante escuchar
las dos partes. Papá tampoco actuó de la mejor manera.
—Lo sé. Gracias por devolverme a mamá.
—En realidad, ella siempre estuvo ahí. Solo tenías que escucharla.
—A veces pareces tú la mayor.
—¿A veces? Soy mil veces más madura que tú.
Los dos sonreímos. Sabía que a partir de ese momento las cosas con mi madre
iban a cambiar. Y no podía estar más feliz por ella. La pobre lo había pasado
fatal y, aunque podía haber hecho las cosas de otra manera, no se merecía el trato
que había tenido por parte nuestra.
—¿Eli?
—¿Qué?
—Sabes que te quiero muchísimo, ¿verdad? —Siempre lo había tenido claro,
pero Bruno no me lo decía casi nunca.
—Lo sé, aunque seguro que no tanto como yo a ti.
—Lo dudo.
Las últimas palabras de Bruno me llegaron algo amortiguadas y antes de
darme cuenta me había quedado dormida.
Ya hacía dos meses que aquel cabrón me agredió. En ese tiempo habían pasado
muchas cosas. La más destacable, y de la que me había enterado la semana
anterior, era que Max y Ángela iban a casarse. Pensaba que lo había superado,
pero cuando vi el anillo en el dedo de ella me entraron ganas de levantarme y
darle tal bofetón a Max que le hiciera reaccionar de una vez.
Durante esa última semana había estado pensando que no estaba preparada
para cruzarme con ellos cada vez que saliera de casa, así que hablé con Sofía y
tomamos una decisión que nos entusiasmaba a las dos. Ahora solo faltaba
decírselo a mi hermano y que no le sentara mal.
Le había preparado su cena favorita para allanar el terreno. Cuando Thiago se
durmió y nos sentamos a la mesa, fui directa al grano.
—Bruno, quiero decirte algo. Verás, estoy muy bien aquí, ya lo sabes, pero he
pensado en mudarme a casa de Sofía. Por favor, no te lo tomes a mal, sabes que
me encanta vivir contigo y con Thiago, pero…
—Pero no puedes soportar la idea de cruzarte con él ahora que sabes que va a
casarse. —Me quedé con la cuchara a medio camino de la boca—. Me he hecho
el tonto, y sabes que no me meto en tu vida, pero soy tu hermano y Max es mi
mejor amigo, os conozco demasiado bien a los dos. No tengo ni idea de lo que
ha pasado entre vosotros y no me interesa saberlo, pero si Max te ha hecho daño
de alguna manera le arrancaré las pelotas.
—Pues no sé a qué esperas. —Los dos sonreímos.
—No sabes lo que me jode que te vayas por su culpa.
—No sé si es por culpa suya, pero necesito empezar de cero, rehacer mi vida,
y me da la sensación de que viéndolo cada día no voy a ser capaz.
—Haz lo que tengas que hacer, yo voy a apoyarte siempre, y estaré aquí para
todo lo que necesites. Y por supuesto, ya sabes que puedes volver siempre que
quieras. —¿Qué había hecho yo para merecer un hermano como ese?
El resto de la cena estuvimos hablando de los planes que tenía y decidimos
que sería Bruno quien iría a verme a casa de Sofía, siempre que fuera posible,
claro. Tampoco iba a esconderme, pero sí evitaría a Max todo lo que pudiera.
En cuanto acabó de cenar, Bruno se fue a dormir a casa de Sofía y yo me
quedé de canguro de Thiago mientras hacía maletas y guardaba cosas.
A las diez de la mañana llamaron al timbre. Estaba en la alfombra del salón,
jugando con Thiago. Me levanté y abrí sin pensarlo. Me quedé con la boca
abierta.
Hacía tiempo que no lo veía solo. Exactamente desde el día siguiente a mi
agresión, que se pasó por casa, para ver cómo estaba. Ese día hablamos solo de
lo que había ocurrido y, aunque Max estaba muy tenso, me escuchó y preguntó
cómo lo habían hecho Sofía y mi madre. Se lo agradecí. Aunque el encuentro fue
frío y no pude evitar echar de menos un beso o un abrazo, era consciente de que
él estaba con Ángela y que había ido a verme solo en calidad de amigo.
Estaba parado en la puerta y me fijé bien en él. Max, lejos de parecer feliz,
parecía cansado.
—¿Está Bruno?
—No, qué va, está en casa de Sofía. Pero entra, no te quedes en la puerta.
Pasó no muy convencido y me fijé en que lo primero que vio al entrar en el
salón fueron mis maletas.
—¿Te vas?
—Sí. Me voy a vivir con Sofía.
—¿Por qué?
—¿Quieres que sea sincera o prefieres la parte falsa?
—¿Desde cuándo tú no eres sincera?
—Mira, Max, me voy porque no quiero cruzarme contigo cada día. Necesito
poner distancia y sacarte de mi cabeza. Para ti ha sido fácil, pero a mí me está
costando un poco más.
—No des tantas cosas por supuestas. —Habló muy bajito y no acabé de
entender lo que quería decir—. La verdad es que no sé qué decirte.
—No hace falta que digas nada. Todo ha quedado claro entre nosotros, pero
¿sabes lo que más me jode?
—¿Qué?
—Estoy segura de que lo nuestro habría funcionado. Solo te ha faltado el valor
de intentarlo. —Mientras hablaba lo fui acompañando a la puerta—. Espero que
seas muy feliz, Max. De verdad.
—Gracias, Eli, yo también te deseo lo mismo.
Me acerqué a él y le di un pequeño beso en los labios; sabía que después
dolería, pero en ese momento quería disfrutarlo.
Cuando cerré la puerta, las lágrimas acudieron a mis ojos ya sin ningún tipo de
control. Las dejé salir hasta que me quedé sin ninguna.
40. El novio
* * *
Caminaba del brazo de mi madre hacia el altar y no tenía claro si el nudo que
sentía en el estómago se debía a los nervios o a que una parte de mí quería salir
corriendo de allí.
Miré a mi madre y una enorme sonrisa cruzaba su rostro, sonreí casi sin
darme cuenta.
Saludé a Bruno, que me esperaba en el altar, y me cachondeé de lo guapo que
estaba con traje y de que debería ponérselo más a menudo. Mientras hablaba
con él, sonó una música y me di la vuelta.
Ángela entraba en ese momento del brazo de su padre. No podía estar más
guapa. Siempre había sido una belleza, pero con ese vestido de novia estaba
espectacular.
Esperé durante un rato a que me diera un vuelco el corazón o a emocionarme
al ver a la mujer que amaba vestida de novia. No me sucedió ninguna de las dos
cosas y empecé a pensar seriamente que aquello no acababa de encajar.
Habían pasado tres días desde que Sofía me esperara en casa de Bruno para
darme la noticia.
Esa mañana me levanté y me puse mi mejor traje, que en realidad no era un
traje, pero, vaya, iba vestida lo más formal que mi armario me permitía. No pude
desayunar, pues tenía el estómago totalmente cerrado. No recordaba estar tan
nerviosa desde hacía bastante tiempo.
Sofía se había quedado a dormir en casa de Bruno, por lo que nos citamos en
un punto que a las dos nos iba bien. Llegué mucho antes de la hora, pero sonreí
al ver que ella también estaba allí.
—Hemos llegado un poco pronto.
—Sí, lo sé, pero mis nervios andan disparados y ya no sabía qué hacer, y
estaba volviendo loco a tu hermano. Incluso ha llegado a decirme que podía
haber dormido hoy en mi piso, contigo, y así compartir los nervios.
—Qué delicadeza la de Bruno.
Nos quedamos en silencio sin saber bien qué hacer.
—Vamos a tomar algo y hacemos tiempo hasta que sea la hora.
—¿Una tila?
—Que sean dos.
Nos sentamos en un bar que había cerca y pedimos dos tilas. Estábamos tan
alteradas que ni siquiera hablábamos.
—¿Traes todo el papeleo?
—Sí. Ya me ha dicho Bruno que entre tu padre y tu madre te dejaron lo que
faltaba.
—Sí. He prometido devolverlo, pero con lo que tenía ahorrado no llegaba,
incluso vendiendo la moto me faltaba un poco, pero ya está arreglado. —Aún no
podía creerme que hubiera vendido mi maravillosa moto.
Una hora más tarde, salíamos del banco con mucho menos dinero en las
cuentas y con una sonrisa que no nos cabía en la cara.
—Bueno, pues esto hay que celebrarlo.
—Ahora que está todo arreglado, no te digo que no a nada.
Sofía y yo acabábamos de convertirnos en socias. Ella había hablado conmigo
hacía unos días porque nuestra jefa (bueno, ahora exjefa) tenía intención de
traspasar la escuela. Sofía sabía que lo hacía más por un tema de tiempo que
porque el negocio no fuera bien, se informó y pensó en mí para embarcarnos en
esa aventura.
Yo tuve que tirar de todos mis ahorros, vender la moto y pedir algo prestado a
mis padres. Me había quedado sin nada, pero era la dueña, junto con Sofía, de
una escuela infantil. No nos había dado tiempo a pensarlo mucho, pero ¿desde
cuándo pensaba demasiado las cosas?
Mientras firmaba los papeles, fui consciente de que estaba haciendo realidad
un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Fue una sensación extraña y sumamente
gratificante. Tanto Sofía como yo éramos conscientes de que nos tocaría trabajar
más, pero las dos estábamos muy felices.
Íbamos hablando sin parar. Poniendo en común todos los proyectos que
teníamos y que ya habíamos comentado un millón de veces, pero que no nos
cansábamos de repetir. Cuando llegamos a la esquina, alguien nos llamó. Al
girarnos, vimos a Bruno. Nos paramos para que llegara hasta nosotras. Llevaba
dos ramos de flores, no pude evitar emocionarme.
—Esto es para mis chicas, no todos los días se tiene una hermana y una novia
empresarias.
A Sofía y a mí nos dio la risa floja, más de nervios que por otra cosa.
Cogimos nuestros ramos y Bruno nos dio una mano a cada una. Nos iba a
invitar a comer en un restaurante que nos encantaba. Fue uno de esos momentos
de la vida en los que la felicidad es casi plena. Casi.
Aquel día me había tocado doblar el turno; bueno, más bien, me había
presentado voluntario yo mismo, y es que últimamente alargaba mis días en el
trabajo todo lo que podía. Había hecho más guardias en esos últimos meses que
en toda mi vida. Simplemente no quería llegar a casa.
Me bastaron tres meses casado con Ángela para comprender que aquello
había sido un error.
La misma noche de la boda ya hablaba de hijos. Me daba la sensación de que
Ángela quería ir demasiado rápido, y eso solo hacía que cada día nos
distanciáramos más.
Mi madre era la única persona con la que había hablado cómo me sentía. Ella
me decía que los principios eran difíciles y que costaba un tiempo adaptarse el
uno al otro, que tuviera paciencia. Yo sabía que ese no era el problema. Durante
los meses que llevábamos casados recordé a la perfección por qué dejé a Ángela
cuando éramos jóvenes.
Al principio pensé que ella y yo teníamos muchas cosas en común y que era
por eso precisamente por lo que nos llevábamos tan bien, pero no tardé mucho
entender que la cosa no iba por ahí. Lo que pasaba era que Ángela se amoldaba
siempre a todo lo que yo quería y eso, lejos de gustarme, me irritaba cada día
más.
Preguntas tan simples como qué película le apetecía ver siempre se
encontraban con la misma respuesta: «la que tú quieras». ¡Coño, que te estoy
preguntando a ti!
Ni siquiera tenía claro si se acostaba conmigo porque le apetecía a ella o si lo
hacía por mí. Y, joder, eso era tan triste que dejé de hacerlo con ella a la semana
de casarnos.
Claro que no discutía jamás con ella, si es que nunca me llevaba la contraria
en nada.
Me había equivocado al casarme con Ángela, pero no tenía ni idea de cómo
solucionarlo. Quizá si dejaba pasar un poco más de tiempo…
Volvía andando del trabajo, cabizbajo y pensando en todo aquello y en que
antes de ir a mi casa me pasaría por la de Bruno para tomar una cerveza con él.
Bueno, eso si lo encontraba, últimamente nunca estaba.
Cuando yo entraba en el portal, Eli salía. No nos habíamos vuelto a ver desde
que ella se fue a vivir con Sofía. Me quedé tan impactado que ni siquiera
reaccioné.
—Hola, Max. ¿Qué tal?
—Mmm… Bien.
—Hacía mucho que no nos veíamos.
—Sí, demasiado. ¿Todo bien?
—No me puedo quejar, supongo que ya te habrá contado Bruno que ahora soy
empresaria y dueña de una escuela infantil. —¡¡Dios!! Qué bonita estaba.
—Bruno no me habla de ti, pero si te apetece podemos tomar un café en el bar
de la esquina.
—Sabes que soy incapaz de decir que no a un café.
Me puse nervioso como un adolescente. Tenía tan claro que iba a darme una
negativa por respuesta que me dio un vuelco el corazón cuando aceptó. No
estaba seguro de si eso era bueno o malo.
Nos sentamos en una mesa apartada, y Eli me estuvo explicando que entre
ella y Sofía habían comprado la escuela infantil en la que trabajaban. Se habían
endeudado hasta las cejas, pero estaban muy contentas. Se le veía en la cara.
Resplandecía.
—Y tú, ¿qué tal? ¿Cómo te va la vida de casado?
—Bien. —Sabía que era una respuesta escueta, pero no me apetecía nada
ponerme a hablar con ella de mi vida con Ángela. Prefería saber cosas suyas—.
Y tú, ¿tienes pareja?
—Pues ahora mismo estoy saliendo con alguien que parece interesante,
aunque claro, es un viejo. ¿Puedes creerte que tiene dos años más que tú? Un
vejestorio, vamos.
Eli sonreía, y yo me cagué en mis muertos. A ese seguramente no le importaba
la diferencia de edad como me había pasado a mí. ¿Cómo era posible que
después de tanto tiempo Eli siguiera afectándome de esa manera?
—Creo que coincidiremos el mes que viene. Bruno quiere hacer una cena en
su casa y nos ha invitado a todos, así que si no pasa nada nos volveremos a ver
en dos semanas.
—Cuando dices todos, ¿quieres decir con parejas?
—Claro, tú estás casado, ¿no pretenderás dejar a Ángela en casa?
—¿Y tú?
—¿Sabes, Max?, estás muy raro. Yo iré con Cristian.
Estupendo, tenía el mismo nombre que el de las putas sombras de Grey.
Aquello mejoraba por momentos.
—Bueno, Max, tengo que irme, me están esperando. Nos vemos en un par de
semanas.
Me levanté, al igual que ella, y la cogí de la cintura, le di dos besos mucho
más despacio de lo que debería. Ella olía como siempre y yo me moría por
perderme en ese olor.
¿Qué cojones había hecho? ¿Cómo había podido dejar escapar a Eli?
Iba de camino a casa de mi hermano. Sabía que estaba mucho más callada de lo
que era habitual en mí. Cristian me miró y se rio por quinta vez ese día.
—Vamos a ver, ¿quieres hacer el favor de tranquilizarte? Todo irá bien.
Cristian sabía lo que sentía por Max. Él y yo manteníamos una relación muy
atípica. Éramos lo que comúnmente se llama «follamigos», o por lo menos lo
éramos al principio.
Exageré bastante cuando Max me preguntó si estaba con alguien, pero es que
me puse muy nerviosa… Hacía tanto que no lo veía que me dio la sensación de
que no daba pie con bola. Así que metí a Cristian por medio. Él y yo nos
llevábamos muy bien y, aunque habíamos empezado compartiendo cama,
finalmente, decidimos que lo mejor era conservar la amistad, que por otra parte
era maravillosa, por lo que preferimos dejar de acostarnos.
—Me siento absurda. Está casado, joder.
—Y tú te vas a presentar con un tío que está buenísimo y que, además, te saca
trece años, hecho que le joderá en demasía.
—Yo creo que le dará exactamente igual; por si no lo sabes, está casado con la
perfecta de Ángela.
—Seguro que le huelen los pies, o la chupa fatal o ronca como un rinoceronte,
algún defecto deberá tener, ¿no?
—No lo tengo claro.
A medida que iba acercándome a mi destino más nerviosa me iba poniendo.
Al bajar del coche, Cristian apretó mi mano para infundirme valor. Me dio
pena que la cosas con él no hubieran funcionado, nos parecíamos mucho y a su
lado todo era fácil. Me trató muy bien y tuvo una paciencia infinita conmigo
cuando, al conocernos, me costó tanto acostarme con él. Hasta que le expliqué lo
que me había pasado y me hizo sentir tan cómoda que todo fluyó. Pero con el
tiempo entendimos que lo nuestro no funcionaba como pareja, así que nos
quedamos con la parte que sí funcionaba; teníamos una estupenda amistad.
Saqué esos pensamientos de mi cabeza; bueno, esos y todos, en el momento en
que Max abrió la puerta. Cristian volvió a apretarme la mano y eso me hizo
reaccionar. No me pasó desapercibido que lo primero que Max miró fue nuestras
manos entrelazadas.
—¿Podemos pasar o nos vas a tener en la puerta toda la noche?
—Sí, perdón, pasad.
Entramos en el salón y allí ya estaban todos, por lo visto, llegábamos algo
tarde. Le di a Bruno la botella de vino que habíamos llevado e hice las
presentaciones.
Mi hermano y Sofía ya lo conocían, por lo que presenté a Cristian a Max y
Ángela.
La mesa ya estaba puesta, así que nos sentamos a cenar. Mientras comía,
notaba los ojos de Max fijos en mí. Lo tenía justo enfrente. Sabía que aquella
cena no iba a ser fácil para mí.
Una cosa era saber que Max se había casado y otra era verlo. Intenté cenar sin
pensar mucho, la comida estaba realmente buena. Mientras me llevaba el tenedor
a la boca no pude evitar mirar a Ángela. En ese momento, estaba cogiendo un
trozo de queso del centro de la mesa y dándoselo a Max, que, digo yo, era una
cosa que podía hacer perfectamente él solo; pero lo que, de verdad, llamó mi
atención fue su manicura, era de un color rosa palo. No pude evitar compararla
con la mía; yo llevaba las uñas pintadas de negro. Ese simple detalle decía
mucho de nuestras diferencias.
Intenté no pensar más en eso; ya sabía que Ángela y yo éramos diferentes, de
ahí que la hubiera elegido a ella. Eran la pareja perfecta.
Continué comiendo. Pasados unos minutos, Cristian me dijo algo, no sé
exactamente qué fue, pero cuando le contesté, me sacó la lengua. Y Ángela sacó
un tema que, por lo visto, le apasionaba.
—¿Llevas un pendiente en la lengua?
—Sí, entre otros sitios.
—¿Y no te molesta? —En esos momentos, a Ángela se le puso cara de asco.
Esa chica tenía un problema con los tatuajes y los piercings.
—No, la verdad es que no. El único inconveniente es cuando se queda
enganchado al de Eli. —Mi hermano escupió el vino que estaba bebiendo.
—Pero si Eli no lleva ningún pendiente en la lengua…
Que alguien la hiciera callar, por favor.
—No, en la lengua, no.
Tuve que aguantarme para no reír, qué burro era Cristian. Jamás nos habíamos
quedado enganchados, pero había conseguido callar a Ángela, que en esos
momentos estaba tan roja que parecía que iba a explotar.
Max retiró la silla y se fue a la cocina. Me levanté y lo seguí. Notó mi
presencia antes de darse la vuelta, y lo primero que me soltó lo hizo con rabia.
—Muy graciosillo Cristian.
—La culpa es de tu mujer, que pregunta demasiado. —Enfaticé todo lo que
pude la palabra «mujer».
—Hay cosas que se guardan para uno.
—Cristian no tiene filtro, al igual que yo, es algo que me encanta de él.
No tenía ganas de discutir, así que cogí otra botella de vino y me di media
vuelta. Max venía justo pegado a mí, por lo que chocó conmigo cuando me paré
en el quicio de la puerta. Y es que la pregunta que acababa de hacer Ángela me
había dejado sin respiración.
—No, no estoy divorciado, Ángela. La madre de Thiago está muerta. —Desde
luego la chica estaba sembrada con las preguntas.
Era curioso que después de tanto tiempo nadie le hubiera explicado nada a
Ángela de la situación de mi hermano, preferí pensar que no lo sabía y que esa
pregunta era fruto de la ignorancia y no de la maldad.
Noté la mano de Max presionando mi cintura. Estaba casi segura de que no lo
hacía para infundirme fuerzas, sino para que me moviera de la salida de la
puerta. Pero no pude evitar que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo.
A la primera persona que miré fue a Sofía. Se le habían puesto los ojos
sospechosamente transparentes, por lo que sus siguientes palabras no me
sorprendieron en absoluto.
—Además, Ángela, él nunca habla de Isa. —Lo dijo con algo de retintín, pero
sin un ápice de malicia.
—No, Sofía, nunca hablo de ella y me gustaría que siguiera siendo así.
—Pero ¡es la madre de tu hijo!
Sofía había alzado la voz, y todo se quedó en silencio. Nunca la había visto
así. Sabía que no llevaba bien el tema de Isa, pero no pensaba que le afectaba
tanto.
—¡¡He dicho que se acabó!!
Mi hermano se levantó de la silla, echando chispas por los ojos. Lo miré para
que se tranquilizara, pero supe que lo mejor era dejarlo un rato solo.
Sofía también se levantó de la mesa y se fue al baño. Pensé que lo mejor era
darle su espacio, eso y que me daba miedo dejar a Cristian solo, con Ángela y
Max, a saber qué les soltaba.
—Pues era mucho más apasionante el tema de los piercings.
Miré a Cristian y ahora sí que me reí. Estaba nerviosa y sabía que Cristian lo
estaba haciendo para que me sintiera más cómoda y para destensar el ambiente.
Era una persona encantadora. Di las gracias a la vida por ponerlo en mi camino,
había ganado un amigo estupendo.
Me acerqué a darle un beso. Fue un beso insignificante, de estos picos que se
dan entre amigos, pero Max retiró la silla y dijo que se iban.
Ángela estaba tan impactada con todo que lo siguió sin abrir la boca. Aunque
tampoco habría dicho nada, creo que era de esas personas que hacen caso a todo
lo que se les dice. Vamos, igualita que yo.
Yo entré en la cocina y le pregunté a mi hermano si podíamos quedarnos a
dormir allí. Sabía que no era el mejor momento, pero habíamos bebido bastante,
y si pedíamos un taxi, al día siguiente nos tocaría volver a por el coche.
Mi hermano me dijo que sí al momento. Las palabras salieron de mi boca
antes de que pudiera pararlas.
—Bruno, no seas tan duro con ella, es difícil competir con un fantasma.
Además, Sofía vale la pena, es una tía estupenda. Pero eso tú ya lo sabes.
Cristian y yo nos metimos en la cama vestidos y, antes de apoyar la cabeza,
nos quedamos dormidos.
Mi último pensamiento, como cada puñetera noche, lo protagonizó Max. Para
llevar tan poco tiempo casado, no parecía muy feliz. Lo que más rabia me dio
fue que aún siguiera importándome tanto su felicidad.
Nada más abrir los ojos miré a Cristian, que me hizo un gesto con el dedo para
que callara. Nos había despertado lo mismo. Y es que Sofía y Bruno hablaban en
el salón, y aunque no gritaban, sí habían alzado la voz. Podíamos oírlos tan bien
que Cristian y yo seguimos con interés cada palabra de la conversación que
tenían entre ellos.
—Lo siento, Bruno, pero no puedo vivir con la sombra constante de ella. Eres
incapaz de hablar de Isa y lo único que consigues con eso es que mi cabeza no
pare de dar vueltas. Sigues enamorado de ella, por ese motivo jamás te he oído
ni siquiera nombrarla, y en cierta manera lo entiendo. Pero no puedo continuar
así; por mucho que me duela, no quiero mantener una relación con una persona
que sigue enamorada de otra, aunque ella esté muerta.
—No tienes ni puñetera idea de lo que dices.
—¡¡Pues explícamelo!!
—No quiero seguir hablando del tema.
—Pues lo nuestro se acaba aquí.
—¿Hablas en serio? ¿Vas a dejarme solo porque no te hablo de mi mujer
muerta?
—Voy a dejarte porque no puedo competir con ella.
—Esto no es una puñetera competición.
—Lo sé, pero no puedo, lo siento.
—¡¡Deja de decir gilipolleces!! ¿Quieres que te hable de ella? Pues siéntate
ahí y escúchame bien, porque no pienso volver a repetírtelo. La odio, y es
asqueroso decir eso de una persona que ya no está, pero la sigo odiando a pesar
de que hace más de un año que se murió.
Cristian y yo nos miramos con los ojos como platos. Mi hermano había
hablado entre gritos, pero cuando volvió a hacerlo su voz sonó mucho más
calmada; tampoco pasé por alto que había cierta tristeza en ella.
—Te lo voy a explicar todo y nunca más hablaré del tema, Isa es la madre de
mi hijo y no quiero que él sepa lo que siento por ella, ¿de acuerdo?
—Vale. —La voz de Sofía fue apenas un susurro.
—Le había pedido el divorcio. Últimamente no hacíamos más que discutir y
yo ya no sentía lo mismo por ella. Pero se lo tomó muy mal, empezó a chillarme
y discutimos como no lo habíamos hecho hasta el momento. Cuando
conseguimos calmarnos, los dos llorábamos. Ella me pidió una segunda
oportunidad y yo decidí dársela. Durante un tiempo pareció que estábamos
mejor; yo seguía sin sentir lo mismo, pero, por lo menos, no discutíamos tanto.
Hasta que se desató el infierno…
»Una noche, mientras cenábamos, me dio una buenísima noticia (según ella,
claro). Isa estaba embarazada. Me costó muchísimo reaccionar, hasta que mi
cabeza empezó a encajar piezas. Isa siempre había tomado la píldora, pero la
dejó para quedarse embarazada sin consultármelo. Ella llevaba mucho tiempo
insistiendo con el tema, pero yo no creía, tal y como estaban las cosas, que fuera
el momento de tener hijos. Aunque Isa había hecho oídos sordos y me había
engañado.
»Esa misma noche me fui a dormir a un hotel. No estaba preparado para
enfrentarme a ella. Después de lo de mi madre, odio el engaño con todas mis
fuerzas. Yo pensé que Isa se había comportado de manera infantil al creer que un
hijo nos uniría. Pero la unión entre nosotros no era lo que ella quería. Lo que de
verdad quería Isa era ser madre y me utilizó para ello.
»A partir de ahí todo fue de mal en peor. Ella empezó a ignorarme por
completo y yo me fui a vivir a un piso de alquiler. Había conseguido su objetivo
y allí yo estaba de más. A ojos del resto de la gente hacíamos ver que
continuábamos siendo pareja, aunque estábamos a años luz de serlo. No dije
nada de todo esto, ni siquiera a mi familia.
»Cuando nació Thiago, mi odio se suavizó y volví a mi casa para estar con él,
pero en apenas unos pocos días comprendí que era imposible que pudiéramos
criarlo juntos. Isa lo trataba como si el niño fuera de su propiedad y no me
dejaba intervenir en ninguna de las decisiones que tomaba respecto a él.
Convivimos como pudimos durante casi dos meses. Las cosas cada vez estaban
peor y yo había hablado con mi abogado, quien ya tenía listos los papeles del
divorcio; en ellos le pedía la custodia compartida de Thiago. Sabía que sería un
camino largo y complejo, ya que Isa no iba a ponérmelo fácil. No hizo falta.
Cuando Thiago apenas tenía dos meses, Isa cogió el coche para ir a la farmacia a
comprarle leche. Nunca volvió. Un conductor borracho se saltó un stop. —
Durante un momento reinó el silencio, supongo que Bruno estaba recordando
cosas que dolían y Sofía intentaba asimilar toda la información—. Y ahora que
ya sabes la parte de la historia que faltaba, no quiero que volvamos a hablar del
tema. No sigo enamorado de ella, simplemente, no he conseguido perdonarla, y
eso me hace ser una de las personas más horribles que conozco.
Pude oír el sollozo de Sofía desde la habitación. Me incorporé en la cama,
quería hablar con Bruno. No tenía ni idea de nada de aquello, había debido
pasarlo fatal, pero Cristian me paró y me susurró al oído que no era el momento.
Tenía razón. Pensaba que no lo haría, pero Bruno volvió a hablar, esta vez con su
voz llena de dulzura.
—Y otra cosa, Sofía. Es imposible que puedas rivalizar ni con ella ni con
nadie, no hay competición posible, ya que jamás he querido a nadie como te
quiero a ti.
El sollozo de Sofía se intensificó. No me percaté de que yo también estaba
llorando hasta que Cristian me limpio las lágrimas.
Eran las cinco de la tarde. Ángela había salido a comer con unas amigas y
llegaría bien entrada la noche. Y yo llevaba todo el día viendo series sin
enterarme realmente de nada.
La cena del otro día había sido extraña. Tenía claro que no sería cómoda,
pero fue mucho más que eso, por lo menos para mí. Hacía tiempo que no estaba
bien con Ángela; en realidad, no debí haberme casado con ella, pero durante la
cena fui consciente de que lo había hecho estando enamorado de Eli, y eso era
hacer muy mal las cosas.
Ángela era una persona estupenda, aunque estaba claro que no era para mí.
Eli me hacía sentir tantas cosas solo con su presencia que me dejaba totalmente
fuera de juego. Pero yo no quería divorciarme, quiero decir, crecí en una casa
en la que una persona lucha por el matrimonio y no se divorcia a la primera de
cambio. Y aunque mis padres me inculcaron muchas creencias que no sigo, esta,
sin saber por qué, estaba grabada a fuego en mí.
Saqué todos aquellos pensamientos de mi cabeza, apagué la tele y subí a casa
de Bruno. Era eso o volverme loco.
Cuando llamé al timbre advertí que quizá no era el mejor momento para
pasarme por allí. Ya no subía tanto como lo hacía antes y podía ser que Bruno
estuviera con Sofía. Antes de que pudiera dar media vuelta, Bruno abrió la
puerta. Llevaba a Thiago en brazos y no tenía muy buena cara.
—No veas si has tardado en subir, estaba a punto de bajar yo.
—Pensé que quizá no era el momento.
—Deja de pensar tanto las cosas, colega, hay veces en las que es mejor
actuar. Anda, ven y siéntate en el sofá, tenemos que hablar.
—Eso ha sonado como si fueras mi pareja y quisieras dejarme.
—No voy a dejarte, pero voy a soltarte un buen discurso, cariño.
Los dos sonreímos, aunque yo sabía que Bruno no hablaba en broma y la
conversación iba a ser seria.
Me senté en el sofá, pero fui incapaz de sentirme cómodo. Bruno puso a
Thiago en una alfombra y lo rodeó de juguetes, imagino que con la esperanza de
que nos dejara hablar tranquilos.
—La otra noche hice lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo, por fin
siento que he liberado una parte importante de mí. Sofía tuvo que tensar tanto la
cuerda que no me quedó otra que explotar, y le doy las gracias por ello.
—Pues en aquel momento no se te veía muy agradecido, estabas que echabas
humo.
—Sí, me faltó muy poco para mandarlo todo a la mierda, pero hablé con Sofía
y he aclarado muchos puntos de mi vida.
Bruno empezó a explicarme todo lo que había sucedido con Isa. No podía
salir de mi asombro. Al igual que Sofía, siempre pensé que Bruno era incapaz de
hablar de ella por el daño que esto le producía.
Cuando terminó, suspiró y los dos nos quedamos en silencio.
—Te he soltado todo este rollo para que entiendas que estar metido en un
matrimonio en el que no quieres estar, al final, pasa factura. Esto no quiere
decir que no quisiera a Isa; la quise, al principio, pero tenía que haber puesto
fin a lo nuestro en el momento en el que me percaté de que había dejado de
quererla.
—Entonces no tendrías a Thiago.
—Eso es verdad. No cambio nada de lo que he hecho porque no sería yo si lo
hiciera, pero estar con alguien a quien no quieres es una puta mierda.
—¿Y con Sofía?
—A Sofía la quiero como no he querido nunca a nadie, y te aseguro que estar
con la persona que quieres es maravilloso. Pero no hablo de Sofía en este
momento, sino de Eli.
—¿Eli? ¿Qué tiene que ver ella en esta conversación?
—Eli es la conversación. Si te he explicado todo esto es porque necesito que
entiendas que si sigues con Ángela, queriendo a Eli, tarde o temprano tu vida se
convertirá en un infierno. Eso si no lo ha hecho ya, porque no creo que sea muy
agradable ver a la mujer de la que estás enamorado con otro.
—¿Desde cuándo sabes que estoy enamorado de tu hermana?
—Casi desde el principio.
—No me has dicho nada.
—Tú a mí tampoco.
Estuvimos callados unos segundos, mientras yo escogía las siguientes
palabras.
—Somos tan diferentes…
—Sí, lo sois, ¿y qué?
—¿Crees que funcionaría?
—No tengo ni puta idea. Ni tú tampoco, ni siquiera lo sabe Eli, pero si no lo
intentas nunca lo sabrás.
—Y tú, ¿desde cuándo das consejos?
—Esto no es un consejo, esto es una patada en el culo. Y otra cosita: Eli es
una de las personas a las que más quiero en el mundo, ni se te ocurra hacerle
daño.
—No tengo ni puñetera idea de cómo arreglar esto sin hacer daño a nadie.
—Va a ser complicado, pero intenta tomar la decisión que creas correcta para
ti; al fin y al cabo, es tu vida.
Esa noche no pude conciliar el sueño. Mi cabeza no paraba de dar vueltas.
Cuando me levanté por la mañana tenía un montón de dudas; no sabía si Eli
volvería a aceptarme, no sabía si nos llevaríamos bien con lo diferentes que
éramos, no tenía ni idea de cómo hacer que me perdonara y creyera que quería
estar con ella de verdad.
Solo había una cosa que tenía clara: quería el divorcio.
47. Mi suerte
48. Ángela
49. Todo
50. No te la mereces
La noche siguiente a que Max hiciera lo que hizo, cené con mi hermano y Sofía.
Bruno no pudo callarse, así que cuando aún no había acabado la primera copa de
vino, vi una sonrisa en su cara con la que tuve claro que no estaba pensando
nada bueno.
—Eli, ¿le has contado a Sofía lo que hizo ayer Max?
—Hemos tenido mucho trabajo hoy, y cuando puedo hablar con ella resulta
que tiene un novio de lo más pesado, que no la deja ni a sol ni a sombra.
—Te jodes. Venga, cuéntaselo, que tengo ganas de reírme un rato.
—Bruno, cuando te lo propones eres muy imbécil.
Sofía, que ya estaba acostumbrada a estos piques entre nosotros, me miró con
cara de preocupación, y empecé a hablar.
—Pues, en realidad, no es nada. Max se presentó ayer en casa de Bruno con la
finalidad de pedirle que le diera su consentimiento para salir conmigo. —Noté
que me estaba poniendo roja, era una mezcla entre vergüenza y rabia. Las
carcajadas de mi hermano no ayudaron lo más mínimo. Vi cómo Sofía se giraba
hacia él con cara de mosqueo.
—No entiendo qué te hace tanta gracia, la verdad. —A mi hermano se le cortó
la risa de golpe y yo le saqué la lengua—. Max ha sido criado en una familia
muy católica, y aunque él no comparta casi ninguna de esas creencias, hay otras
que se han arraigado tanto que es difícil luchar contra ellas. —Ahora Sofía se
giró hacia mí. Tragué saliva—. Sé que te lo has tomado como una ofensa
personal, pero creo que lo mejor es que hables con él, creo firmemente que lo ha
hecho con la mejor de las intenciones.
—Estoy segura de eso, pero, joder, Sofía, que esas cosas me las tiene que
preguntar a mí, no al tonto de mi hermano.
—¡¡Eh!! Que estoy aquí.
—Lo sé, por eso lo he dicho.
—Tienes razón, Eli, son cosas que tiene que preguntarte a ti, pero al igual que
tú siempre dices que no vas a cambiar por nadie, tienes que respetar que Max
quizá tiene otra manera de actuar, aunque a ti no te guste. Házselo saber, pero no
dejes que el orgullo te venza, hay cosas por las que vale la pena tragárselo. —
Sofía me guiñó un ojo, y yo miré a Bruno.
—No te la mereces ni de coña, te da veinte mil vueltas.
—Lo sé, aún no entiendo qué hace conmigo. —Bruno se encogió de hombros
y puso su mejor cara de niño bueno.
Se miraron con tanto amor que tuve clarísimo que estaban hechos el uno para
el otro.
Esa noche, cuando me metí en la cama, repasé mentalmente todo lo que me
había dicho Sofía. Tenía razón. No podía dejar que el orgullo ganara.
Tendríamos que aprender, por lo menos, a respetar nuestras diferencias, o lo
nuestro no funcionaría.
Tenía que hablar con Max, pero iba a esperar uno poco. Él se había casado con
otra y yo lo había pasado fatal, así que se lo haría pasar mal a él, aunque solo
fueran unos pocos días.
Vale, quizá me había comportado como esperaban mis padres que lo hiciera y
no pensé que para Eli sería una ofensa.
Después de aquel beso en la escalera, estuve pensando la mejor manera de
empezar con buen pie con ella y no precipitarme, pero estaba claro que la había
cagado.
Durante toda esa semana le mandé flores al trabajo disculpándome sin
obtener respuesta alguna. La había llamado por teléfono y, aunque pensé que no
me lo cogería, pude pedirle perdón por ahí. Se mostró seca pero dialogante.
Hablé con Bruno y me dijo que no me preocupara, que el día que fui a su casa
a hablar con él, Eli estaba muy enfadada, pero que, a medida que pasaban los
días, incluso se habían reído de la situación. No quería pensar que se estaban
descojonando a mi costa.
Esa semana también me sirvió para pensar en alguna cosa que le gustara de
verdad a Eli y la hiciera reaccionar. Me costó lo mío, pero por fin había
encontrado algo. Así que esa misma tarde fui a buscarla a su trabajo. Esperaba
que aquello funcionara.
Salió con cara de enfadada, pero al mirarme aflojó un poco su expresión.
—Me gustaría hablar contigo.
—Te escucho.
—Vale, verás, no sé qué hacer para que me creas. Quiero estar contigo, Eli.
Quiero intentarlo, de verdad. Me hizo falta muy poco tiempo con Ángela para
entender que a quien de verdad quiero es a ti. Necesito que me creas. Necesito
que sepas que quiero estar contigo. Por eso he cogido hora en un estudio para
hacerme un tatuaje. Espero que esto sirva para que te des cuenta de lo mucho
que te quiero, ya que odio las agujas.
—De verdad, Max, pareces jodidamente tonto. —No se me pasó por alto que
le salió una media sonrisa y eso me dio algo de esperanza.
—¿Qué he hecho mal esta vez?
—¿No lo entiendes, Max? Yo no quiero que cambies por mí, al igual que yo no
pienso hacerlo por ti. Me ha sentado fatal que hablaras con mi hermano en
lugar de hacerlo conmigo, pero comprendo que tienes una manera de ser muy
distinta a la mía y esto hará que nos enfademos continuamente; no obstante,
aunque somos diferentes, nos tenemos que querer precisamente por esas
diferencias. Yo te quiero así; responsable, contenido y planchándote hasta el
pijama, y si tú no me quieres como soy, no pienso cambiar nada por ti, así que
ahora es el momento de planteártelo.
—¿En qué momento te has convertido en la adulta de esta relación?
—Lo he sido desde el principio, lo que pasa es que has tardado mucho en
comprenderlo. Pero hablo en serio, Max. Piénsatelo bien, porque yo no voy a
cambiar ni por ti ni por nadie.
—Me lo he pensado mucho más de lo que lo hago habitualmente, que ya es
decir, y a pesar de que me ha costado mucho aceptarlo, estoy loco por ti, casi
desde la primera vez que te vi. Sé que no va a ser fácil, somos muy diferentes,
pero merecerá la pena intentarlo. Eli, cuando finalmente acepté que me había
enamorado de ti y decidí que quería empezar una relación contigo, supe que te
quiero tal y como eres y que no cambiaría absolutamente nada en ti.
Nos quedamos unos instantes en silencio y cuando pensé que Eli no iba a
decir nada por fin contestó, haciendo que un suspiro de alivio saliera por mi
boca.
—Cuando me enamoré de ti lo hice con todas nuestras diferencias. Por lo que,
por muy difícil que sea, no quiero que cambies nada. Eso sí, no pienso tolerar
que te comportes como lo hiciste el otro día en casa de Bruno. Si quieres algo de
mí, soy yo la que decido, tengo edad suficiente como para tomar mis propias
decisiones y en eso no aflojaré un ápice. —Eli me miró y volvió a sonreír
mientras me cogía del brazo—. Así que, por favor, no te hagas ese tatuaje.
—Menos mal, porque, a diferencia del Grey ese, no llevo bien el dolor, y
menos, si no es necesario.
Desde que un compañero llevara esos libros al trabajo y los leyéramos todos
durante las horas muertas en las que no teníamos faena, nos habíamos
convertido en un puto club de lectura. Desde luego, el libro había dado para
horas de debate entre nosotros.
Saqué al jodido Grey de mi cabeza (no tenía ni idea de qué hacía ahí) y atraje
a Eli hasta mí. Nos fundimos en un beso al que fuimos incapaces de poner fin
hasta que alguien carraspeó cerca de nosotros y nos percatamos de que se nos
había ido de las manos.
—Te quiero, pequeña.
—Y yo a ti, vejestorio.
Los dos sonreímos y una imagen pasó por mi cabeza. No pude evitar sonreír
de nuevo.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Hay una cosa a la que tendrás que enfrentarte en breve, y que no me
perdería por nada del mundo.
—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber qué es?
—Me muero de ganas de presentarte a mi madre.
Eli puso una cara con la que fui incapaz de no reír. A mi madre le iba a costar
aceptarla, lo sabía con certeza, pero estaba seguro de mi amor por ella y nadie
iba a cambiar eso. Ya no.
Eso sí, el día en cuestión iba a ser una batalla de titanes, con la que estaba
seguro de que Eli iba a sacarme los colores y más de una sonrisa.
Epílogo
Hacía un par de meses que me había mudado a casa de Max. La verdad era que
estaba encantada, porque Sofía también se había ido a vivir con Bruno y había
alquilado su piso, por lo que pasaba bastante tiempo con ellos y Thiago.
El mes anterior, mi hermano y Sofía se habían casado, por lo civil, en una
boda muy sencilla a la que asistimos unos pocos invitados.
Tanto Bruno como yo sufríamos porque mis padres volverían a verse, después
de muchos años, y, además, mi madre iba a asistir acompañada de Alberto. Pero
nos sorprendieron a todos comportándose como dos personas adultas. Incluso se
saludaron cortésmente.
Mi hermano me eligió para abrir el brindis y para leer un pequeño discurso.
Me lo preparé y me quedó precioso, pero fui incapaz de pronunciar una sola
palabra, porque inexplicablemente no podía parar de llorar. Max acudió en mi
ayuda y entre los dos hicimos lo que pudimos.
La convivencia con Max era tal y como los dos esperábamos que fuera:
complicada. Él era tan organizado y ordenado, y yo era tan desastre… Sin lugar
a duda, lo mejor de discutir tanto eran las reconciliaciones. De momento,
estábamos muy bien, aunque con nuestras eternas diferencias.
El único contrapunto era la madre de Max. No teníamos lo que se dice una
buena relación. Ella me culpaba de que su hijo se hubiera divorciado de Ángela.
Bueno, me culpaba de eso y de casi todos los males del mundo.
La cara que puso la primera vez que me vio se quedará grabada en mi cabeza
para siempre. Y es que, durante un momento, me planteé ir vestida tapando mis
tatuajes; luego pensé que era absurdo, ya que tarde o temprano los vería, y,
además, yo era así y no tenía que esconderme de nadie. Aunque cuando mi
suegra me vio estuvo a punto de darle un infarto. No paraba de pasear su vista de
mis brazos a los pendientes de mi cara. Miraba a Max como preguntándole de
dónde me había sacado.
Por el contrario, mi suegro se mostró muy tolerante con mi aspecto e, incluso,
lo vi sonreír en alguna ocasión en la que lo pillé mirando a Max mientras este me
miraba a mí.
El único momento bonito que viví en casa de mis suegros fue cuando nos
pusimos a recoger la mesa (el padre de Max no movió un dedo, a eso también
me costaría acostumbrarme) y, mientras Max y su madre estaban en la cocina, su
padre me cogió suavemente de la muñeca y, con una enorme sonrisa en la cara,
me dijo:
—Gracias por enseñarle a mi hijo lo que es el amor.
Estuve a punto de decirle que eso lo había aprendido él solito, pero me callé,
sonreí y me quedé con que era una frase bonita y que, por lo visto, contaba con
un aliado en casa del enemigo.
Más tarde, cuando llegamos a casa, Max incluso me sacó alguna sonrisa
recordando los momentos más tensos vividos durante esa noche. Intentaba que
no me afectara, pero no me gustaba que mi relación con su madre fuera tan
tirante. Max decía que con el tiempo se le pasaría, yo no estaba tan segura de
eso.
A Sofía y a mí el negocio nos iba viento en popa, y es que no hay nada mejor
que trabajar en lo que te gusta y ponerle tanta ilusión a todo.
Me quité el pijama y lo coloqué bien doblado encima de la cama. Max se
empeñaba en planchar también el mío, y si lo dejaba de cualquier manera se
arrugaría, y no tenía ganas de oírlo.
Cuando estaba acabando de arreglarme, Max entró al dormitorio.
—¿Dónde vas tan guapa? —Llevaba tejanos con una camiseta blanca y unas
Converse de ese mismo color.
—Al mismo sitio que tú, ¿de verdad es necesario que te pongas traje?
—Es negro, elegante y pega con el sitio.
—No estoy de acuerdo, pero vale. Estás guapísimo, como siempre.
Se acercó a mí por detrás y me besó justo debajo de la oreja. Era ese punto que
él sabía que me volvía loca. Me di la vuelta y lo besé con ganas. Max casi me
arrancó la camiseta. Me agarró por el culo y caminó hasta que mi espalda quedó
pegada a la pared. Continuó besándome como si fuera la última vez que lo hacía.
Me encendí tanto y tan rápido que nuestras ropas volaron. Cuando entró en mí,
jadeé, había sido demasiado brusco y profundo. Ya sabía lo que me gustaba. Nos
miramos a los ojos y supe exactamente lo que quería: que lo mirara mientras un
orgasmo interminable me pilló completamente por sorpresa.
Aunque pareciera mentira, el sexo con Max cada vez era mejor. Y eso era
mucho decir.
Me volví a meter en la ducha y obligué a Max a ducharse después o al final
llegaríamos tarde. Nos vestimos otra vez y, cuando estuvimos listos, nos
preparamos un desayuno ligero, consistente en tostada y café; una vez más, el
líquido mágico me recargó de energía. A continuación, cogí el ramo que había
dejado en la entrada y subimos a casa de Bruno. Lo vi mucho más serio de lo
habitual, pero se fue relajando a medida que Sofía le iba hablando.
Hicimos el camino todos en el mismo coche y en absoluto silencio. Incluso
Thiago estaba más callado de lo normal.
Cuando llegamos, nos bajamos del coche, mirando los cinco al mismo sitio.
En un principio, pensé que lo adecuado era que fueran ellos tres solos, pero mi
hermano insistió tanto que decidimos acompañarlos.
—Mira, Thiago, cariño. Ahí, de alguna manera, está tu mamá.
No pude evitar mirar a Sofía, que me devolvió la mirada acompañada de una
tímida sonrisa.
Sofía había conseguido que mi hermano se reconciliara con él mismo y con su
pasado, perdonando con ello a Isa.
Ahora mi sobrino tenía una foto de su madre en su cuarto, y tanto Sofía como
Bruno le hablaban de Isa de manera natural. Ese era el mejor regalo que podían
hacerle a Thiago; regalarle su propia historia, sin mentiras y sin rencor.
Noté la mano de Max enredarse a la mía y lo miré algo emocionada. La vida
nos había dado un poco de todo. Yo aún era incapaz de oír a Max bajarse una
cremallera cuando estábamos en un momento íntimo, y él se había comprado
todos los pantalones con botones.
Me había reconciliado con mis padres y con su historia. Y, luego, la vida
también me había dado a Sofía, a mi hermano, a Thiago y a Max, haciendo que
todo lo malo se diluyera y dejándome con una sensación de felicidad difícil de
explicar.
Fin
Nota de la autora
Agradecimientos
A mi madre, te voy a echar de menos cada día de mi vida, pero espero que allá
donde te encuentres estés siempre orgullosa de mí. Tuve a la mejor maestra.
A mis hijas, intentaré educaros para que jamás tengáis prejuicios hacia nadie.
A mi padre, por ser un pilar fundamental en mi vida y por demostrarnos su
amor de tantas maneras diferentes.
A mi hermano, qué lástima me da el resto del mundo, porque solo yo tengo la
suerte de tener un hermano como tú.
A mi pareja, porque nuestras diferencias nos unan siempre.
A todas las personas que han perdido a un ser querido en un accidente de
tráfico. En especial a mis tíos. No creo que haya nada más duro que perder a un
hijo y más en esas circunstancias. Gracias por estar siempre.
A mis primas Raquel y Tatiana, por todos los momentos vividos juntas en un
pueblo llamado Blanes (ji, ji).
A Nere, por esta maravillosa portada. Por todo lo que ha costado y lo bien que
ha quedado.
A José Manuel y Taira, de Rubric, que además de ser unos grandes
profesionales son unas personas maravillosas.
A mis compañeras de trabajo, por acompañarme y consolarme en el año más
duro de mi vida. Este libro también es un poco vuestro y de todas las educadoras
infantiles que disfrutamos con nuestro trabajo y a quienes nos encantan los
peques, aunque lleguemos a casa agotadas.
A María José y Noelia, por todo lo que hacéis por los autores, en especial por
hacerme madrina de vuestro segundo evento literario. Mil gracias.
La agresión, la contestación de la enfermera, todo lo saqué de un testimonio
real. Me pareció increíble. Como si tuviéramos que pasar por ello, como una
especie de peaje que hay que pagar por ser mujer. En fin… cuando lo escuché,
supe que tenía que escribirlo. Aunque está claro que esto es un caso aislado que
llamó mi atención, por lo que quiero dar las gracias a los equipos de médicos y
enfermeras que se encargan de las mujeres agredidas y que estoy segura de que
lo hacen con una delicadeza y una profesionalidad exquisita.
A todos los que empezasteis con Haz que ocurra, a los que os enganchasteis
en No soy una princesa, a los que preferisteis Me quiero más a mí y a los que os
enamorasteis de Yo no soy de nadie. Gracias de corazón por acompañarme en
este maravilloso camino y por vuestras infinitas muestras de cariño. GRACIAS.
A ti, que acabas de terminar esta historia. Deseo que hayas disfrutado mucho
con ella.