Historia de San Torcuato
Historia de San Torcuato
Historia de San Torcuato
Varones Apostólicos
Para entender mejor la historia de los Siete Varones Apostólicos, nos
remontamos unos años atrás cuando el Apóstol Santiago, conocido también
como Santiago el Mayor o “el del Zebedeo”, y hermano de San Juan
Evangelista, uno de los “boanerges” o “hijos del trueno”, como los llamaba
Jesús por su vehemente carácter, viene a Hispania a Evangelizar,
consiguiendo convertir tan sólo a nueve gentiles, llamados Atanasio,
Teodoro, Torcuato, Segundo, Indalecio, Tesifonte, Eufrasio, Cecilio y
Hesiquio, en tierras del norte de España, situando este hecho quizás en
tierras gallegas o asturianas. Entendiendo por sus nombres que los recién
convertidos salvo alguno, eran de familia romana. Sobre el año 40, no dando
más fruto su deseo de expansión de la buena nueva de Jesucristo,
desesperado y estando a orillas del río Ebro en Zaragoza y en compañía de
estos nueve discípulos orando a Dios, se le apareció “en carne mortal” la
Santísima Virgen al grupo sobre una columna de jaspe, sobre el famoso
“pilar” que ha dado nombre a su advocación como “la Virgen del Pilar”,
dándole ánimos para que perseveraran pese al aparente fracaso
evangelizador, y le dijo a Santiago que lo que él no había logrado lo lograrían
sus discípulos. La Virgen le indicó que edificara un templo en su honor,
siendo el primero en erigirse en el mundo en vida de la Reina de los Ángeles,
llamada así porque fue trasladada por ángeles desde Jerusalén en carne y
hueso. Tras iniciar su construcción dejó en el encargo y cuidado a Atanasio
y Teodoro, llevando consigo al resto de sus discípulos a Jerusalén. En este
tiempo tendría lugar la dormición o tránsito y asunción de la Virgen, por lo
que Santiago y sus discípulos recibirían antes de este suceso la bendición
de la Santísima Virgen, ya que para el tránsito de Nuestra Señora los
Apóstoles permanecieron todos juntos, con lo que Santiago ya se
encontraría de nuevo con sus discípulos en Jerusalén. Mientras durante el
viaje, Santiago seguiría su tarea evangelizadora y tras la conversión de
algunos judíos, en particular la de Hermógenes, se presentó la población
judía ante Santiago y sus siete discípulos, y alborotada, les increparon y
trataron de impedir que siguieran predicando la doctrina de Cristo. Santiago,
recurriendo a las Escrituras, les demostró como en Jesús se habían
cumplido todas las profecías que en ella se contenían acerca del nacimiento
y sacrificio del Mesías, y probó estas verdades con tal claridad que muchos
de los judíos se convirtieron. Esto provocó tan enorme indignación en
Abiatar, a quien correspondía el ejercicio del pontificado aquel año, que
sublevó al pueblo contra el apóstol. Algunos de los amotinados lograron
apoderarse de él y lo condujeron en presencia de Herodes Agripa y
consiguieron que éste lo condenara a muerte siendo decapitado, pasando a
ser el primer mártir de los Apóstoles. No se pudo enterrar sus restos ya que
fueron echados fuera de la ciudad para que las alimañas se lo comieran. Sus
discípulos encabezados por San Torcuato, por ser al parecer el primero que
convirtió Santiago y por ser el de mayor edad, se hicieron con su cuerpo y
cabeza y milagrosamente embarcaron llegando en poco tiempo de nuevo a
Hispania para enterrar a Santiago. No sin antes pasar por grandes
sufrimientos y calamidades, lograron por fin dar sepultura al Apóstol
Santiago. Quedaron en custodia de su sepultura los discípulos que se habían
quedado en Zaragoza y que tras estos años de ausencia de Santiago en
España habían regresado a Galicia, Atanasio y Teodoro. Parece que Santiago
ordenó se le enterrase en tierras gallegas, quizás por el afán de llevar la fe de
Cristo hasta los confines de la Tierra, y hasta ese momento se consideraba a
Finisterre como el fin del mundo.
Los sietes discípulos de Santiago viajan hasta Roma donde son ordenados
Obispos por San Pedro y San Pablo, y los mandan de nuevo volver a
Hispania ya siendo prelados por conocer el terreno y costumbres de los
gentiles para intentar implantar el cristianismo de una vez en la Península
Ibérica, y ya como los Siete Varones Apostólicos.
En el siglo I la colonia romana "Julia Gemela Acci", era uno de los centros
religiosos paganos más importantes de occidente, a este lugar, según la
tradición, los Apóstoles San Pedro y San Pablo enviaron a San Torcuato y a
seis compañeros: San Segundo, San Indalecio, San Tesifonte, San Eufrasio,
San Cecilio y San Hesiquio, para predicar el cristianismo y evangelizar la
zona. El Papa Juan Pablo II en su primer viaje a España del año 1982
pronunció las siguientes palabras refiriéndose a España: “...fue conquistada
para la fe por el afán misionero de los Siete Varones Apostólicos”.
San Rosendo nació el 26 de noviembre del año 907, hijo del conde Gutierre
Menéndez e Ilduara Eiriz. Fue obispo de San Martiño de Mondoñedo (Foz) e
Iria (Santiago de Compostela). Fundó el Monasterio de Celanova en Ourense,
donde fallecería el 1 de marzo del 977. Desde el primer momento le animó a
llevar adelante esta fundación su madre, la cual, al quedar viuda, ingresó en
la vida religiosa. Fue Ilduara una mujer virtuosa y santa, cuyo nombre figura
en el Santoral de la Iglesia. Se celebra su fiesta el 20 de diciembre. Esta
abadía fue centro de referencia para más de cincuenta monasterios y
prioratos de toda España. Nombrado obispo lo primero que quiso y pidió al
Señor para su Iglesia fue la paz. Para conseguirla, comenzó a reconstruir los
monasterios e iglesias que lo precisaban. Con esto aquietó y conquistó a los
abades de toda Galicia, que era, por aquel tiempo, gran parte de la nobleza
gallega. Sufrió mucho ante los abusos del fenómeno de la esclavitud, que
todavía se daba entre muchos señores que se tenían por cristianos y entre
los mismos obispos. Trabajó duro por su abolición, comenzando por su
propia casa, dando la libertad a sus siervos y aconsejándoles a los nobles
que hiciesen lo mismo. Se convirtió así en la esperanza de todos aquellos
que buscaban la libertad. Habiendo renunciado como obispo de Mondoñedo
para retirarse al monasterio que había fundado en Celanova y estando feliz
en su vida monacal, el rey de León, Ordoño III, le nombra virrey de Galicia
cuyas tierras, que en aquel momento pertenecían al reino de León, había que
defender, en las fronteras terrestres, frente a los árabes y, en las marítimas,
frente a los normandos (vikingos). En el año 968 éstos invadieron Galicia,
saqueando y destruyendo cuanto hallaban a su paso. El virrey Rosendo fue
reuniendo y armando tropas que puso a las órdenes del valeroso conde Don
Gonzalo, quien venció a los invasores y los expulsó de Galicia. Hallándose
vacante la sede iriense-compostelana, se llama a San Rosendo para que se
haga cargo de la misma. El nombramiento fue recibido con gran regocijo por
el clero y el pueblo al que acababa de liberar del peligro. No le apetecía a San
Rosendo la encomienda, pero ante la aclamación popular termina aceptando,
si bien solo como Obispo Administrador Diocesano, hasta que se encuentre
un obispo titular. Se retira definitivamente a Celanova donde murió y fue
sepultado. Beatificado por el cardenal Jacinto, legado pontificio en España,
en 1172. El mismo cardenal, ya Papa con el nombre de Celestino III, lo
canonizó más tarde.
San Rosendo, movido por su devoción hacia San Torcuato, debido a que las
tierras de Santa Comba pertenecían a su familia al igual que muchas tierras
de su alrededor, tuvo que pasar mucho tiempo orando ante el primero de los
Varones Apostólicos, y bien llevado por su devoción y también por
engrandecer el Monasterio que había fundado con presencia de un hombre
santo, trasladó el Cuerpo de San Torcuato hasta el Monasterio. Más tarde ya
en el siglo XII, de nuevo se trasladó el cuerpo de San Torcuato, pero esta vez
dentro del propio Monasterio de Celanova para ubicar juntos los sepulcros
de San Torcuato y el del propio San Rosendo.
Tras su llegada a Guadix el Obispo las enseñó a los presentes para que las
veneraran encendiendo muchas luces en su honor. Esa noche quedaron en
custodia de algunos eclesiásticos, ya que al día siguiente serían trasladadas
y recibidas en la Catedral. El domingo 28 de febrero salieron en procesión a
las nueve de la mañana el Cabildo Eclesiástico y Secular, todo el Clero, las
Cruces de las parroquias del Obispado, las Cofradías con sus Insignias, los
pendones de los oficios, muchas danzas, música y soldados. Una vez llegada
la comitiva a la Ermita de San Lázaro, el Prelado extrajo la canilla y el hueso,
que pertenecen al brazo derecho de San Torcuato y las colocó en el hueco de
un brazo sobredorado labrado con primor realizado expresamente para la
ocasión, poniéndose este en unas andas con cuatro columnas de plata,
comenzando la procesión con gran entusiasmo y alegría, viniendo por el
camino de Granada hasta la puerta de BaÇamarín que tras su paso por ella
se llamó desde entonces Puerta de San Torcuato. En el camino se alzaron
tres Altares ricamente adornados y engalanados, entrando la procesión en la
Santa Catedral a las cuatro de la tarde. Ya el lunes 29 de febrero se celebró
Misa Pontifical de San Torcuato con procesión claustral, y a la semana
siguiente se dio a adorar el Santo Brazo. En octubre de ese año de 1593 se
colocó la Reliquia en el Altar Mayor, al lado del Evangelio en un nicho de
mármol con reja dorada.
En 1627 la reliquia del hueso del dedo de San Torcuato es dada a la Abadía
del Sacromonte de Granada a cambio de otras reliquias en forma de cenizas
de San Cecilio y los santos mártires.
Se sigue potenciando el Santuario de Face-Retama, donde fue martirizado y
sepultado San Torcuato. Este lugar no pasó al olvido puesto que incluso en
tiempo de la invasión árabe se tenía como un lugar sagrado, debido a los
prodigios del olivo milagroso. En 1635 se construye la Hospedería para el
servicio de los peregrinos que hasta allí llegaban.
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