Identidad Sacerdotal

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Amar y servir

hasta la muerte
“Identidad Sacerdotal y
configuración con Cristo”
Resumen

Pbro.Harold Jesús Campos


Kanashiro.
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

IDENTIDAD SACERDOTAL Y CONFIGURACIÓN CON CRISTO


P. JAIME EMILIO GONZALES MAGAÑA

 INTRODUCCIÓN

El ¿por qué? del libro

De su título, en la contemplación para alcanzar amor, Ignacio dice,


en todo amar y servir, es la invitación a descubrir la voluntad de Dios en la
vida. En todo amar y servir hasta la muerte. El sacerdocio no se puede
cancelar. Es hasta la muerte. Quien desee buscar el sacerdocio, no es un
contrato, no es un voluntariado, ni un tiempo de servicio, es la donación
total de sí mismo.
El sacerdote que desee formarse para el pueblo de Dios debe tener
presente esta idea.

Hoy en día, uno de los problemas es que tiene una identidad pobre o
débil. De modo tal que algunos sacerdotes se sienten en desventaja respecto
a los profesionales civiles. El sacerdote se siente pequeño, esto ha
ocasionado problemas o crisis. Sacerdotes que no saben cuál es el sentido
del ministerio ordenado. De allí el subtítulo “identidad sacerdotal”. Es un
tema constante a lo largo del libro. Esa identidad sacerdotal la otorga solo
Cristo, no la da ninguna filosofía, teología. Viene de la configuración con
Cristo.
El presente libro quiere ser instrumento como para dar pistas para
comprender la espiritualidad sacerdotal.

Espiritualidad: en algunos lugares se utiliza la palabra teología


espiritual, estudia la experiencia de Dios en el cristiano. No tanto los
conceptos de teología fundamental, sino los elementos de la experiencia de
Dios. Cuando se habla de espiritualidad uno puede pensar que ella es la
causante de frutos de una vida devota o virtuosa.

La espiritualidad es la que nos nutre, porque ella se centra en Dios,


una familiaridad con Dios, basada, en el silencio, el sacrificio, la oración, el
discernimiento. Espiritualidad es una forma de entender, como el cristiano
esta alimentado por Dios, la experiencia de Dios y ella hace producir, la
espiritualidad motiva a dar frutos. Si tenemos una espiritualidad sólida y
rica, centrada en Dios dará fruto.

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Espiritualidad sacerdotal, que es el modo como relacionarse con Dios


para ser sacerdote y ejercer el ministerio como sacerdote, uniéndose a la
iglesia, vivir un carisma y vivir en Dios, espiritualidad propia del sacerdote.
Un sacerdote tiene una espiritualidad respecto a su carisma. El tema de la
identidad sacerdotal esta a la base de estas reflexiones.
El libro tiene 5 capítulos, el primero, elementos fundantes de la
identidad, comunión con Dios, configuración con Dios, formación a la
madurez afectiva. Identidad sacerdotal desde el ser hombre, afectividad,
sexualidad. El tema de la sexualidad y afectividad hoy por hoy es débil. La
madurez afectivo sexual no es tan sólida. Soledad, aislamiento del
presbiterio, infelicidad. Desequilibrio que llevan a buscar compensaciones
que equilibren aquel vacío, masturbación, pornografía, dependencia de las
redes sociales.
El segundo capítulo, “fidelidad de Cristo y del sacerdote”, dirección
espiritual y discernimiento, ¿cómo formarnos para la dirección espiritual y
el discernimiento para mantenerse fieles?
Tercer capítulo, Santidad, testimonio y profecía, muchas veces se
olvida mantener la llama encendida, el amor de la vocación se desgasta, se
escapa del horizonte el deseo de donar la propia vida. Se aborda el tema de
los consejos evangélicos, pobreza, castidad y obediencia. ¿para qué los
consejos evangélicos? Una trampa de la vida diocesana es pensar que los
consejos no afectan al ministerio. Es la base para que un sacerdote sea
testigo y profeta.
El cuarto capítulo, habla de la fraternidad, comunión y misión, se
aborda el tema del presbiterio, es un elemento de espiritualidad sacerdotal,
unidad en el presbiterio, parte de los corazones animados por la caridad.
Diferentes modos de actuar en un presbiterio.
Quinto capítulo, “llamados a abrazar la cruz, testimonio alegre en
fidelidad” el tema de la cruz, en el ministerio no se debe evitar la cruz, en
el ministerio si un sacerdote afronta la cruz es la mejor forma de proponer
el arte de promover vocaciones. Se aborda también el tema del sacerdocio y
los jóvenes.
La configuración con Cristo, presupuesto de toda reflexión sobre la
identidad sacerdotal. Basado en el discurso del Papa Benedicto XVI, “El
obispo cuando ordena santifica en la verdad”.
¿De dónde vienen las crisis? ¿Los escándalos en la vida ministerial?

4 causas de crisis de identidad:

1. Naturaleza social

Nos podemos remontar al concilio vaticano II, convocado por el


Papa Juan XXIII, ve que se debe cambiar la imagen del sacerdocio. Una

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imagen heredada del concilio de Trento. (Trento solo insiste en el


rubricismo) el concilio vaticano II renueva la imagen sacerdotal. Un
sacerdocio más cultural, volcado hacia el pueblo. Con este cambio hubo
muchos católicos que no estuvieron de acuerdo. Comienzan en esta época
los cambios sociales, las grandes ciudades comienzan a crecer más, las
familias ya no creían en la figura del sacerdote. Surgen laicos que no
estaban de acuerdo con el modo de ser del sacerdote, se alejan de la
vivencia de la fe. La fe se resquebraja, se critica a la Iglesia. Se duda de la
fe de la Iglesia. El sacerdocio entra en una crisis de fe. ¿Tiene sentido lo
que se hace? crisis de identidad de naturaleza social. Esto hace que el
sacerdote busque otro tenor de vida. El sacerdote en la época moderna, ya
no era bien tenido como gente preparada. Entre en el ámbito de la iglesia,
la pedagogía, la psicología. Descuido del pueblo por parte del sacerdote.
Confusión doctrinal. Entre conservadores y progresistas.

2. Histórico cultural

Filosofía que rechaza la teología. El ateísmo, teología de la muerte


de Dios. Secularización, por parte del clero y los laicos. Negación de lo
sagrado en la sociedad. Iluminismo, ateísmo, y las corrientes filosóficas
contemporáneas. El hombre ocupa el lugar de Dios. Negación o desprecio
de la religiosidad popular. Negación de la existencia de Dios.

3. Psicológico espiritual

Toca el tema de la identidad sacerdotal. ¿cómo superar el tema del


aislamiento? el tema de la identidad relacionado con el tema de la crisis
social, relacionado también con la crisis familiar. Erikson comienza a
estudiar el tema de la identidad. Con distintas palabras. Donde
comenzamos a ver el tema de la falta de identidad en un presbítero.
Algunas causas se encuentran en la baja autoestima, percibiendo una falta
de sentido de realización. O una falta de sentido de pertenencia. Libertad de
ser uno mismo. Consideración de sí, cuando alguien es duro consigo mismo
es perfeccionista. Depende de la opinión de los demás. Sensación de
pesimismo. Capacidad de autodefinición. Perseverar en el compromiso.
Identidad, es una experiencia subjetiva. Se adquiere también con el grupo,
el grupo ayuda. La identidad no se define jamás de una vez por todas, se va
desarrollando.

4. Causas teológicas

Origen en la poca conciencia entre la claridad del sacerdocio común


y el ministerial. Algunos niegan el carácter sacramental. El sacramento

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

ordenado agrega algo nuevo. El celibato, se asume una teología protestante,


que es una invención. Dificultad, entre iglesia institucional e iglesia
carismática, se ataca a la jerarquía. ¿Dónde está la identidad del sacerdote?
1967 “sacerdotalis celibatus” el celibato es válido, sus razones teológicas,
su conveniencia. 1971 “Sínodo de los obispos” no se soluciona el
problema. 1990 “sínodo de los obispos” se analiza el problema en aumento.
1992 “Pastores dabo vobis” por primera vez se reconocen causas psico
espirituales, no solo las causas anteriores, como originarias de la crisis de
identidad. Recomienda reforzar 4 dimensiones, en primer lugar, la
dimensión humana. ¿Se está preparado para asumir la figura del
sacerdocio? Sin una dimensión humana sólida la dimensión espiritual
queda debilitada. Luego la espiritual, y en tercer lugar la intelectual, la
dimensión pastoral. Algunos agregan la dimensión comunitaria. La
comunión con el obispo, el presbiterio y el pueblo de Dios.

¿Quién es el sacerdote? ¿Qué busca? ¿Qué tipo de sacerdote se


quiere ser? Pastores dabo vobis, es el inicio de una serie de reflexiones para
profundizar la identidad sacerdotal. ¿Cómo va la madurez afectiva? Son
preguntas que se responderán paulatinamente.

CAPÍTULO I
En comunión con Dios y a la búsqueda de Cristo
Urgencia de una formación de la auténtica identidad sacerdotal

¿Cual es el significado de la formación?

Ha sido después del Concilio Vaticano II cuando se ha tomado una


mayor conciencia de la centralidad de la persona en la formación,
ciertamente, es de vital importancia en nuestros días.

El formador de los seminaristas debe ser bien consciente que su


preparación personal a este ministerio tiene que continuar durante todo el
tiempo que dure su servicio. Tiene que estudiar la psicología de los
alumnos, tiene que estar con los ojos abiertos sobre el mundo que los
circunda debe aprender de la vida. Pero también tiene que aprender de los
libros, del estudio, de las experiencias de los hermanos y del progreso de
las ciencias pedagógicas.

No podemos esconder que se han cometido y se siguen cometiendo


muchos errores en el campo educativo, con la fácil excusa de que para
discernir las vocaciones y formarlas oportunamente, bastan el sentido
común, el ojo clínico y, sobre todo, la experiencia.

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A los jóvenes de hoy les gusta vivir relaciones superficiales, frágiles,


virtuales. Otros tipos de relación dan miedo, aun cuando, al final, la gente
vive aislada y deprimida, sin la posibilidad de dar y recibir un afecto
personalizado. Vivimos inmersos en una terrible fragmentación interior que
se manifiesta en una tensión continua entre el deseo y la acción entre la
dificultad de ser fiel a la misma voluntad y las decisiones que tomamos.

Los deseos de las personas que quieren ser amadas y la inmadurez


afectiva que se presenta por doquier, presenta situaciones en las que
hombres y mujeres viven con el continuo miedo de ser ellos mismos. Se da
también un creciente pluralismo religioso en el que muchos piensan que la
religión católica no es la única, mucho menos la verdadera. Se están
viviendo muchos fenómenos religiosos que se expresan claramente de
modo individualista e intimista.

Llama mucho la atencin el fenmeno llamado new age, o nueva era,


cada vez más conocido y que va ganando más adeptos como un sistema
espiritualista y metafísico, casi teológico, en el que la gente pretende
encontrar la paz y la tranquilidad, si no es que la solución; en nuestra
sociedad estamos viviendo situaciones de pluralidad cultural que van más
allá de las culturas tradicionales donde el elemento religioso está muy
presente. Se vive un clima de una cultura secularizada donde Dios, la
Iglesia y los símbolos religiosos ya no tienen significado en la vida de las
personas.

Como un intento de respuesta a ello, san Juan Pablo II mencion la


urgencia de una nueva evangelización y Benedicto XVI nos hizo una
invitación para que volvamos a lo esencial, es decir, al amor.

La formación espiritual, por otra parte, debe enfrentar el problema de


una sobreabundancia en estimulaciones de todo tipo. Vivimos en el mundo
de la informática en el que todo tipo de información está al alcance de la
mano con solo un clic.

El uso popular de Internet red mundial de computadoras se ha


generalizado de un modo increble a tal grado que hoy no se puede pensar
en la comunicación si no es con estos medios sofisticados. El acceso a esta
red y el uso comercial de la misma llamado World Wide Web (www) se ha
extendido exponencialmente. Millones de personas tienen acceso a este
medio de comunicación presenta opciones crecientes para solicitar
información, escuchar todo tipo de música, ver películas de diverso género,
intercambiar fotografías e imágenes, etctera.

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

El acceso a la red es relativamente barato y casi siempre disponible y


al alcance de todos. Es un hecho que sus ventajas son múltiples, pero se
está cayendo en un aislamiento cada vez mayor. Fácilmente se puede llegar
a una abstracción total de la realidad y, mientras su uso es susceptible de
crear adicción, en demasiados casos ha llevado a muchas personas a la
depresión y, desafortunadamente, al suicidio.

Algunas plataformas de Internet llevan al juego, a las compras, a la


comercialización de los productos más variados, a la investigación
científica y académica, etctera. todo muy positivo, en realidad, sin
embargo, también facilitan el acceso a la pornografa, a los encuentros
sexuales explícitos o al intercambio de materiales y citas a travs de las
recientes cámaras web.

Ante los retos de la fragmentación de la conciencia y la voluntad,


hay otros factores que hacen urgente la necesidad de plantear una profunda
formación espiritual que sirva de fundamento a nuestra identidad
sacerdotal. Muchos seminaristas y sacerdotes son percibidos como frágiles
y con pocos o nulos ideales.

Cuando algunos jóvenes sacerdotes inician su ministerio se dan


cuenta de que los problemas los rebasan. Descubren que, una vez pasada la
euforia de la ordenación especialmente si esta se ha esperado como la meta,
vienen los momentos de la desilusión y, en muchas ocasiones, el deseo de
abandonarlo todo. No es raro que se planteen las preguntas Para qué ser
sacerdote si puedo servir a la Iglesia como laico sin tener que renunciar a
muchas cosas.

Por qué debo sacrificar una vida familiar o una estabilidad econmica
y profesional cuando hay muchos laicos que hacen las mismas cosas que yo
hago.

En muchos países, la ausencia de sacerdotes está haciendo que la


carga de trabajo para estos sea excesiva. El promedio de edad es cada día
más elevado y por mucho amor que se tenga al ministerio, muchos
sacerdotes ven disminuida su salud fsica y espiritual delante de muchas
cosas que tienen que hacer.

Otros pierden el sentido de su sacerdocio cuando no encuentran


tiempo para ellos mismos, cuando todo está planificado.

Ante el vacío espiritual y existencial, la vida se vuelve montona,


rutinaria y se dan cuenta de que viven cansados y agobiados ante los

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muchos compromisos que tienen por resolver. El problema se hace más


grande cuando en el día a día no experimentan ni paz, ni tranquilidad,
mucho menos alegría y esperanza en lo que hacen.

Es muy común que se deje a un lado la oración ante las crecientes


demandas del pueblo y el deseo de responder con generosidad. Si a esto
añadimos la poca respuesta de la gente, la reducida participación en los
actos de culto, que poco a poco ha venido a ser casi exclusivamente
patrimonio de los ancianos, el peso de la misión resulta agobiante. No
pocos sacerdotes viven momentos de tristeza, desolación y hasta depresión.

Resulta fácil comprender como, cuando no hay solidez en la vida


espiritual, el sacerdote pierde de vista que, si verdaderamente queremos
seguir a Jesús, habrá momentos de soledad, incomprensión, humillaciones
y muerte. El riesgo está en que al confundir lo esencial en nuestra misión,
que es precisamente nuestra conformación con Cristo, caigamos en un
activismo que se disfrace de falsos mesianismos, de tentaciones
protagónicas, del hacer carrera o, simplemente, caemos en el
individualismo, en el narcisismo y un egoísmo craso, supuestamente por el
Reino.

Para enfrentar los criterios del mundo radicalmente opuestos a los de


Cristo, necesitamos tener la certeza de conocer qué buscamos y a quien
estamos siguiendo. Si queremos ser portadores de esperanza para tantos
hermanos que sufren, necesitamos pedir un conocimiento interno del Señor,
de modo tal que lo podamos seguir solo a Él en la realizacin del designio
del Padre.

Es cuando la petición de los Ejercicios Espirituales adquiere más


sentido para pedir la gracia de conocerlo más, para más amarlo y cumplir
su proyecto comprometidamente, hasta las últimas consecuencias. Nos
basta asumir conscientemente que hemos entendido el significado de optar
por la Bandera de Jesús, que tenemos la voluntad del tercer binario y que
pedimos tener, al menos los deseos de desear vivir nuestro ministerio según
la tercera manera de humildad.

En un tiempo se insistía excesivamente en la pureza haciéndola el


centro de las preocupaciones de la formación y, no raras veces, era el factor
decisivo para las decisiones en el proceso de discernimiento vocacional.
Nuestra sociedad está cada vez más erotizada, por lo que es sumamente
difícil vivir la castidad. Lejos de representar un valor, el celibato se
presenta como un atentado a los derechos humanos del sacerdote que tiene

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derecho a una familia y hasta la posibilidad de defender una determinada


identidad sexual.

Se valora muy poco la castidad y la decisión libre de vivir una vida


de entrega absoluta al Señor. La elección de una vida célibe antes tan
alabada y apoyada, es hoy motivo de crítica y, muchas veces, de sospecha
de la propia identidad sexual de los sacerdotes. Se han enfatizado
excesivamente los errores de algunos hermanos nuestros y, sin tomar en
cuenta el testimonio de una vida completamente entregada al servicio de la
mayoría, se subraya solamente lo negativo.

En estas circunstancias, es urgente formar con la conciencia de que el


celibato es un don que hay que pedir, que es una cuestión de fe que
asumimos con la certeza de que hay que trabajar el aspecto de la capacidad
de amor y de oblación, la oferta de toda la persona que nos libera de
necesidades egoístas.

Del mismo modo, es imprescindible formar en el celibato sin


descuidar la maduracin afectivo-sexual para lo cual no hay que tener miedo
al uso de la psicología según las indicaciones recientemente publicadas por
la Santa Sede.

He aquí el sentido de una auténtica formación espiritual profundizar


la propia identidad como sacramento de Cristo Pastor que nos exige ser un
reflejo en lo que somos, decimos y hacemos, de los mismos rasgos que
definen la Persona de Jesús, como Pastor Bueno, cercano a todos, sin
excepción.

Esto implica renovar continuamente la vivencia de la caridad


pastoral que se traduce en los ms mínimos detalles en los que la gente
puede reconocer los rasgos del Señor, ya sea desde un escritorio en un
despacho parroquial, con nuestra presencia cotidiana en todos los lugares
en los que nos movemos y, desde luego, en la celebración de los
sacramentos, especialmente en la Eucarista. Nuestras comunidades no se
merecen nuestras caras de tristeza, amargura o frustración esperan que
seamos testigos creíbles que hablamos de lo que hemos visto y oído del
Señor mediante una vida de oración, disciplina y sacrificio. Necesitan que
les hablemos de nuestra familiaridad con el Señor pues no buscan solo
profesionales sabios que dicen saberlo todo de todo sino se trata de un
saber que no es puramente ciencia, sino honda experiencia de vida, capaz
de hacernos comprender y discernir, vivir y actuar, apoyados en recursos
que superan los de la pura sabidura humana.

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Nuestro pueblo quiere que transmitamos la experiencia que nos da el


contacto íntimo, apasionado con Jesús y que nos hace capaces de ser
hombres de esperanza, alegres, dispuestos a compartirlo todo, aun los
sufrimientos, tenindolo sólo a Él en el centro e intentando hacer vida los
consejos evanglicos.

El modo como nos relacionamos entre nuestros hermanos sacerdotes es


también decisivo. De ahí la conveniencia de procurar que, desde la
formación inicial, se insista en ser hombres de Iglesia que sentimos y
pensamos en, desde y con la Iglesia. Nos ha afectado mucho el hecho de
que la gente nos vea divididos, que no nos amemos entre nosotros o que no
perdamos oportunidad para hablar mal unos de otros, para expresar
públicamente nuestras diferencias y debilidades.

Es común escuchar severas crticas a la envidia entre nosotros, así como del
poco reconocimiento que hacemos del éxito de nuestros hermanos en el
sacerdocio. En este aspecto tenemos que crecer mucho más y pedir perdón
por el dato que nos hemos hecho. Será hermoso que aprendiéramos a
colaborar entre generaciones de los ms ancianos y los más jóvenes y
apoyarnos en la experiencia de los primeros y la generosidad y entusiasmo
de los segundos.

CAPÍTULO II
Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote
La dirección espiritual y el discernimiento de espíritus, instrumentos
para fortalecer la identidad sacerdotal

Muchos hermanos han descubierto que el psicólogo no es la panacea


y han vuelto al sacerdote y, crecientemente, a religiosas e incluso a laicos y
laicas para pedir ayuda a nivel espiritual y caminar juntos en la búsqueda
de la voluntad de Dios.

Este ministerio fue fuertemente criticado y aun atacado por algunos


que pensaban que abrir la conciencia, o al menos, algunos aspectos íntimos
a otra persona y, especialmente si se trataba de los sacerdotes, era contrario
a la libertad y a los derechos inalienables de los hombres.

Con el auge de la antropología, la pedagogía y sobre todo de la


psicología se pensó que no era necesario y mucho menos obligatorio que
seminaristas y religiosos en formación acudieran al director espiritual. Por
otra parte, cada vez eran menos los sacerdotes que se dedicaban a este
ministerio, ya fuese por un deseo laudatorio de dedicarse a la pastoral
directa entre pobres y marginados o, porque se pensaba que era una

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

actividad que favorezca el individualismo, la dependencia enfermiza de


otras personas o, simplemente, no era una práctica que daba brillo y
prestigio al ministerio.

La práctica cayó en desuso también hay que decirlo por la


inadecuada formación de quienes prestaban este servicio. La obligatoriedad
de acudir a un sacerdote poco preparado o que había recibido esta misión
como imposición de los superiores en las casas de formación le hizo un
flaco favor.

Si en otros tiempos era bien visto tener un director espiritual, hasta


hace muy poco tiempo se viva la situación contraria y quien lo tenía era
considerado como una persona débil y sin carácter y, consecuentemente,
necesitaba depender de otros. Se criticó acérrimamente el término de
director, que para algunos era sinónimo de un atentado contra la libertad y
el derecho a decidir por sí mismos, etcétera. Pero mucho más grave fue el
hecho constatable de la indiscreción de algunos sacerdotes que intervenían
en escrutinios o encuentros decisorios de admisión a las órdenes sagradas o
a los votos religiosos.

No solo hubo poca prudencia sino, más aún, llegó a haber algunos
casos de infidelidad al sigilo que deban haber observado los directores
espirituales. Esta situación hizo que muchos se alejaran y aun rechazaran
con toda razón abrir su corazón y su vida a un acompañante. En muchos
casos, esta práctica fundamental, se limitó a ser observada casi tolerada en
las casas de formación, pero sin hacer nada por corregir la situación. La
crisis se agravó aún más por el profundo cambio de época que estamos
viviendo, por el desarrollo acelerado de una nueva visión del hombre, de
mundo y de Dios.

Hoy ha cambiado esta cosmovisión gracias al progreso en el saber


científico y humanstico en la filosofía, la psicología, la sociología, la
bioética, la antropología, la economía, la psiquiatría, la informática y, por
supuesto, la teología. La visión del mundo y del hombre es notablemente
más compleja y plural. Estamos ante un mundo globalizado con todos sus
aspectos negativos, pero también con la enorme posibilidad de aprovechar
sus potencialidades. El mundo de hoy es diverso, la humanidad se mueve
por el mundo con toda naturalidad. El intercambio entre culturas es enorme
y se favorece la diversidad.

Los conflictos y tensiones son diversos y, por lo tanto, la visión del


hombre es mucho más complicada. Aun cuando se conoce mucho más, no
se pueden reducir las dimensiones del ser humano a una visión simplista e

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

indiferente con una visión del mundo y del hombre que, tal vez, funcionaba
en el pasado cuando pertenecer a una sociedad cristiana indicaba el todo de
una persona.

A todo esto, se debe añadir el producto de una extraña paradoja por


una parte, todo parece indicar que el hombre no tiene necesidad de Dios y,
por otra, es evidente su sed de interioridad, de diálogo y de una vida
espiritual profunda. Muchos han tenido que buscar el sentido de su vida y
la respuesta a sus inquietudes en otras religiones o en teorías que ofrecen
una desconcertante pluralidad de posibles normas de vida.

Afortunadamente, también es posible constatar una revaluación de la


vivencia del sacramento de la reconciliación. La dirección espiritual, el
acompañamiento personal, la consulta pastoral y, desde luego, la confesión,
buscan promover un crecimiento integral de la persona. Se trata de
acompañar a otros en su camino de crecimiento y maduración y en la
asunción libre del deseo de seguir a Jesús lo más cercana y radicalmente
posible.

Cada día crece también la certeza de que la vivencia y la asiduidad a


este ministerio serán ayuda eficaz para evitar que muchos jóvenes
abandonen las casas de formación. Asimismo, también se ha podido
comprobar que una direccin espiritual bien llevada por sacerdotes,
religiosas y laicos bien preparados y capacitados para ofrecer este servicio,
ha ayudado a que disminuyan las solicitudes de reducción al estado laical
de muchos sacerdotes.

Esto se ha observado, especialmente, en aquellos que, en un plazo


muy corto después de la ordenación, viven momentos de tibieza en su vida
espiritual, de crisis afectiva o sexual o simplemente de desilusión al
encontrarse con una realidad presbiteral que, poco a poco, los van
empujando a dejar el ministerio. El reto sigue siendo favorecer la
preparación de buenos y santos directores que lleven a cabo la misión de
una dirección espiritual que sea capaz de abrirse a la complejidad de los
hombres y mujeres de nuestros días.

Por dirección espiritual o acompañamiento espiritual, entendemos la


puesta en práctica de un ministerio recibido de la Iglesia para ayudar a las
personas que sientan la necesidad de un salto cualitativo en su vida y que
estén dispuestas a buscar, hallar y sentir la voluntad de Dios.

Es el tipo de relación que se establece cuando una persona está


dispuesta a dejarse ayudar por otra porque quiere dejarse llevar por el

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Espritu de Dios en la búsqueda incesante de la vida verdadera, la paz, la


plenitud con plena conciencia de sus dones y limitaciones, con el firme
deseo de vivir intensamente cada instante y esté dispuesta, asimismo, a
intentar al menos descubrir sus afecciones desordenadas, sus apegos y el
pecado que le impiden vivir su vocación, cualquiera que ésta sea.

Cuando una segunda persona ofrece su experiencia, sus


conocimientos al igual que sus defectos y límites y está dispuesta,
asimismo, a acompañar a la persona que ha pedido la ayuda. Nos estamos
refiriendo a un acompañamiento que una persona está dispuesta a ofrecer
con tal de ayudar a entender el mundo conflictivo y conflictuado que nos
rodea con apertura consciente a la cultura de la diversidad, a la complejidad
de las relaciones humanas una dirección espiritual que ayude a buscar a
Dios en todas las cosas y que sea posible de descubrir a todas las cosas en
el que se coloque en un contexto ecuménico, respetando las diversas
confesiones religiosas, sin negociar jamás lo que debe ser central en nuestra
fe cristiana y en nuestros valores eclesiales.

Hablamos de dirección espiritual cuando dos personas están


dispuestas a favorecer un diálogo profundo. Cuando la persona que
acompaña es capaz de comprender a las demás personas sin querer imponer
su voluntad. Una dirección espiritual que permita entender y aceptar los
aportes especficos de las ciencias humanas, evitando todo tipo de
reduccionismos llámense psicologismos o espiritualismos.

Hablamos de dirección espiritual, cuando el creyente se sitúa en un


ámbito de fe y desde el punto de vista del sujeto que se educa en la
búsqueda de la plenitud de la vida cristiana. Se tiene dirección espiritual
cundo se supera el nivel moral del que hay de malo y de una simple
confrontación con la ley y se entra en el que es lo mejor que hay que hacer
y se recibe una ayuda espiritual. Esta comporta una cierta pasividad
escogida para encomendarse a uno de quien quiere ser ayudado.

Acompañar espiritualmente es ponerse con admiración ante el


misterio del hombre y el misterio de Dios unidos en el hontanar de la
persona humana para ayudar a la persona a crecer en su vocación
escatológica. Y hacerlo sacerdotalmente significa con la autoridad del
Señor por el envío de la Iglesia, como referente de la fe de la comunidad y
con la mayor implicación de la propia personal.

De este modo, el director, el acompañante, el padre espiritual, o


como se le quiera llamar, debe ocupar siempre un puesto secundario pues el
primer actor de este ministerio es el Espritu Santo que se comunica

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

teniendo a Jesús como referente fundamental. Es el mismo Señor quien se


comunica a la persona que pide la ayuda a través del acompañante y que
ocupa un lugar relevante y esencial.

Bernard afirma que entre las acepciones usadas para indicar a aquel
que recibe la misión de guiar a otros en la vida espiritual, la más antigua y
la más adaptada sigue siendo aquella de padre espiritual. Esta expresión es
la que más evoca la relación interpersonal y vital uniendo la persona sabia
y experimentada a aquel que llamamos dirigido en la vida.

El acompañante se compromete con una persona que le pide su


ayuda acepta iniciar un camino de búsqueda en el que se involucra con ella
y sus procesos internos más personales y decisivos para salir al encuentro
de una vida más plena y feliz, comprometida con lo que Dios quiere que
sea y haga.

Los dos acuerdan caminar juntos durante un tiempo determinado con


la única y principal finalidad de conocer lo que Dios espera, lo que le es
grato, lo que puede ayudar más para ser y hacer lo que está llamado a ser y
a hacer. De este modo, en un seminario casa de formación religiosa que
prepara a los candidatos al sacerdocio, la figura del acompañante espiritual
es fundamental.

El director espiritual debe ser consciente de que uno de sus


principales desafíos ser el de introducir a los jóvenes que se preparan al
sacerdocio como una respuesta especfica de su seguimiento al Señor.
Mucho más que un simple controlador de oraciones más o menos bien
hechas o quien verifica la asistencia del formando en las actividades
litúrgicas, el padre espiritual es quien está llamado a escuchar, entender y
discernir cuáles son los movimientos interiores que el Espritu de Dios
suscita en la vida de los jóvenes.

Está obligado a reconocer también aquellos espíritus y mociones que


vienen del maligno y que hará de todo para obstaculizar que se descubra y
viva cuál es la voluntad de Dios. La expresión director spiritus aparece por
vez primera en las orientaciones para los seminarios en el siglo XVII, que
gracias a la obra de figuras como san Francisco de Sales y san Vicente de
Paul dio una gran importancia y atención a la dirección espiritual, sobre
todo en los seminarios.

El Concilio de Trento que reglamentó lo que debía ser la formación


de quienes se preparaban para recibir el sacramento del Orden, no habla
explcitamente de la figura del padre espiritual. No obstante, bien pronto se

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

asumió la exigencia de fundar verdaderos centros de formación humana y


espiritual para los futuros presbíteros. Ya desde el siglo XIII algunas casas
de formación religiosa de la Orden de Frailes Menores y de la Orden de
Predicadores estipulaban la presencia de un acompañante o superior rector
o prior, para los estudiantes religiosos que tuviese competencia tanto en el
fuero interno como en el fuero externo.

Partiendo de la experiencia fundante de discernimiento en los


Ejercicios Espirituales que Ignacio de Loyola y los primeros compañeros
jesuitas habían vivido, se buscaba dar a los formandos una sólida
formación humana, religiosa y cultural que respondiera a las necesidades
de una Iglesia herida por el cisma y urgentemente necesitada de una acción
transformadora.

Obviamente, la formación espiritual era fundamental por lo que la


misión del magister rerum spiritualium fue estipulado clara y explcitamente
en sus constituciones que establecan que además de los confesores, deben
existir en los colegios, maestros de vida espiritual, en grado de transmitir,
antes de todo, la piedad a los nuevos alumnos, y también a todos los demás.

La figura de padre espiritual descrita por Ignacio de Loyola


solamente se puede comprender a la luz de su experiencia personal y
heredada a la Iglesia en los Ejercicios Espirituales. Su método para llegar a
la conversión personal y discernir la voluntad de Dios en el seguimiento de
Cristo, en y desde la Iglesia, consiste en una propuesta de vivir la propia
experiencia con la ayuda de un guía, de quien da modo y orden. Quien ha
sido conocido tradicionalmente como director de Ejercicios debe optar por
una relación interpersonal por el diálogo con la persona que hace los
Ejercicios y, sobre todo, desde una escucha discreta y paternal que al
momento justo y, con las oportunas orientaciones, ayudar a discernir lo que
Dios quiere para ella en el momento concreto de su vida.

CAPÍTULO III
Santidad, testimonio y profecía
El amor y servicio hasta la muerte en el ministerio de la vocación
sacerdotal

Hoy no es fácil hablar de santidad, mucho menos a sacerdotes,


religiosos y seminaristas. El Papa Benedicto XVI decía a los sacerdotes de
la Diócesis de Roma el viernes 13 de mayo de 2005 en la Basilica de San
Juan de Letrán, cuando afirmaba que “Ante el desierto espiritual que aflige
a la humanidad, los sacerdotes no estan llamados a anunciarse a sí mismos
o sus opiniones personales, sino a Cristo”. Hemos dejado a nuestras

14
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

espaldas el tiempo de aquella crisis de identidad que ha afectado a muchos


sacerdotes.

Sin embargo, siguen presentes esas causas de desierto espiritual que


afligen a la humanidad de nuestro tiempo y que por consecuencia minan
también a la Iglesia que vive en esta humanidad . Por tanto, es
indispensable volver siempre a la raíz de nuestro sacerdocio. Esta raíz,
como bien sabemos, sólo es una: Jesucristo, Señor.

En realidad, todo lo que constituye nuestro ministerio no puede ser el


producto de nuestras capacidades humanas. No se nos ha encargado decir
muchas palabras, sino hacernos eco y ser portadores de una sola Palabra,
que es el Verbo de Dios hecho carne por nuestra salvación. El Señor nos
llama amigos, nos hace sus amigos, confía en nosotros, nos confía su
cuerpo en la Eucaristía, nos confía su Iglesia. Por eso, la santa misa es de
manera absoluta el centro de mi vida y de cada una de mis jornadas.

El hecho de que el Santo Padre haya convocado el Año sacerdotal


para toda la Iglesia no es para nada accidental. Mas aun el hecho de que
haya nombrado a san Juan María Vianney, el pobre y sencillo cura de Ars,
como patrono de todos los sacerdotes, pone de manifiesto una clara
intencionalidad. Es evidente que hay una gran preocupación en el Pastor
universal por el modo coma estamos viviendo nuestro sacerdocio y, en la
carta que escribió con este motivo, manifiesta su propósito de contribuir a
promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes,
para que su testimonio evangelico en el mundo de hoy sea más intenso e
incisivo.

En sus ultimas intervenciones, el Papa no deja de mencionar el hecho


de que el pueblo de Dios ha dejado de mirarnos como hombres de Dios y
simplemente observa que desarrollamos nuestra función sacerdotal, como
una profesión más. Pareciera que nos estemos acostumbrando a lo que nos
decía el entonces Cardenal Ratzinger aquel memorable lunes 18 de abril, en
la Misa previa al inicio del Conclave. La pequeña barca del pensamiento de
muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas,
zarandeada de un extremo al otro del marxismo al liberalismo, hasta el
libertinaje del colectivismo al individualismo radical del ateísmo a un vago
misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo, etcetera.

Cada dia nacen nuevas sectas . . Tener una fe clara, segun el Credo
de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo.
Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse zarandear por cual quier
viento de doctrina, parece ser la unica actitud que esta de moda. . Se va

15
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como


definitivo y que solo deja como última medida el propio yo y sus ganas.

Los cristianos tenemos otra medida, el Hijo de Dios, el verdadero


hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. Adulta no es una fe que
sigue las olas de la moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe
profundamente arraigada en la amistad con Cristo.

Tenemos que madurar en esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta
fe al rebaño de Cristo. Y esta fe, solo la fe, crea unidad y tiene lugar en la
caridad. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra
auténtica libertad, la alegría de ser redimidos.

Es innegable que estamos viviendo un proceso de cambio que


algunos han denominado como un cambio de época que abarca aspectos
muy diversos pero que, en general, se manifiesta como una trasformación y
casi desaparición en la escala de valores, incluyendo los cristianos.

Lo que antes era considerado como un valor en sí mismo, hoy no es


asumido coma tal al contrario, cada persona determina si el dato concreto
es o no, un valor en sí. Este movimiento es consecuencia, principalmente,
del nacimiento del materialismo a mediados del siglo XIX, el cual
constituyó Ia verdadera revolución de la época y que ha sido trasmitida
hasta nuestros días y produjo severos cambios en todos los ámbitos
humanos, de los que, el aspecto religioso no es la excepción.

Se han acentuado fenómenos coma la globalización, el relativismo,


la secularización, el agnosticismo y el pluralismo religioso como lo hemos
señalado antes a propósito de Ia famosa homilía del entonces Cardenal
Joseph Ratzinger. Para Ios obispos latinoamericanos reunidos en la
Asamblea de Aparecida, la globalización es considerada coma un factor
determinante en los cambios que vive la sociedad actual porque con su
capacidad de crear una red de comunicaciones de alcance mundial, tanto
pública como privada, para interactuar en tiempo real, es decir, con
simultaneidad, no obstante las distancias geograficas.

Por otra parte y aun cuando es verdad que la globalización ha


producido una mayor integración de los pueblos, una mayor riqueza,
creatividad, oferta e intercambio cultural, también esta encerrando al
hombre en criterios cada vez más egoístas y lo esta llevando a ignorar los
valores universales que dan dignidad al hombre y a la sociedad, creando en
el, egoísmo, frustración, exclusión y muerte.

16
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

Este proceso está determinando la dinámica del mercado a través de


la absolutización de la eficacia y la productividad como valores regulares
de todas las relaciones humanas. Este peculiar carácter hace de la
globalización un proceso promotor de iniquidades e injusticias multiples.

La globalización, tal y como esta configurada actualmente, no es


capaz de interpretar y reaccionar en función de valores objetivos que se
encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más importante de la
vida humana la verdad, la justicia, el amor, y muy especialmente, la
dignidad y los derechos de todos, aun aquellos que viven al margen del
propio mercado.

Nuestra sociedad esta produciendo nuevos vinculos económicos y


políticos que favorecen el encuentro entre naciones e individuos, pero
principalmente esta gestando manipulación del poder, de la información y
de los recursos y favoreciendo la distribución injusta de las riquezas del
mundo y una cierta manipulación de la autoridad y de las leyes.

Muchos filósofos y pensadores han buscado dar respuesta a los


grandes interrogantes de la humanidad a través de diversas propuestas de
pensamiento. Intentan responder a la continua necesidad del hombre para
conocer la verdad de su vida y fundar en ella sus esperanzas. Sin embargo,
muchos de estos pensadores han desarrollado sus ideas exclusivamente con
criterios científicos, matemáticos y humanos y han dejado a un lado el
aspecto de la trascendencia han negado la posibilidad del hombre para
alcanzar la verdad fundamental y fundacional, que da sentido a su
existencia y a la historia.

Al ignorar el dato religioso, se ignora la verdad trascendente que es


fuente y motor de todo lo que existe y, como ha afirmado el Papa en esto
consiste precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el
último siglo.

Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la


realidad y solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas
destructivas.

Cuando el mundo actual se cierra a la presencia de lo trascendente,


se le está condenando a un eterno egoísmo y a una simple temporalidad.

Al ignorar la presencia de Dios en este mundo se niega lo que ha


afirmado el Catecismo de la Iglesia católica que nos recuerda que el

17
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

hombre ha de admitir que la razón más alta de la dignidad humana consiste


en la vocación del hombre a la comunión con Dios.

El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento lo


que afirmaba el Concilio Vaticano II a propósito de que el hombre, por si
mismo, no logra comprender y descubrir todo su misterio, sino solo en la
apertura y comunión con la Gracia que se ha revelado plenamente en Cristo
porque realmente, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado.

Solo cuando el hombre logra comprender que es un misterio y que


este solo se desvela en Cristo, la humanidad vivirá su verdadera vocación
de creatura.

Asi lo recordaba el Papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural de


la XII Asamblea General del Sinodo de los Obispos, cuando expresaba que
cuando el hombre no comprende esta realidad de ser un misterio y de
encontrar la comprension del mismo, en Cristo, Palabra encarnada, cae en
una errada seguridad de creer que solo la materia, las cosas sólidas, aquello
que se puede tocar, son la única y definitiva verdad, la razón de ser del
hombre.

Quitándole de esta forma, la complejidad que el mismo ser humano


tiene en si. De un modo muy especial, durante el siglo XX, en su afán por
encontrar la verdad, el progreso, la libertad, el hombre se dejó envolver en
la trampa del poder y del prestigio y demostró que al estar distante de
cualquier referenda moral o religiosa, solo obtuvo resultados nefastos.

Se acentuó la desigualdad, la pobreza y la injusticia y se ha


demostrado que en vez de lograr crear progreso y liberación, condujeron la
humanidad a tragedias inauditas, nunca antes imaginadas, fueron la
Revolución Francesa, la Revolución Comunista en Rusia, las dos guerras
mundiales con todos los horrores del nazismo, del fascismo y luego del
comunismo, sin olvidar las terribles guerras locales en Vietnam, en
Camboya, en Corea, en muchas nuevas naciones de África, en el Mediano
Oriente y, actualmente, el terrorismo.

Se ha llegado, también a la exacerbación del relativismo como un


elemento central y definitivo en la nueva modernidad en la que el hombre y
sus criterios han llegado a ser la medida absoluta de todas las cosas. No
solo se excluyen los valores y verdades absolutas, sino a la exclusión de
Dios en la vida y que hacer de la humanidad. El Cardenal Carlo Maria
Martini no ha cesado de denunciar que una mentalidad posmoderna puede

18
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

ser descrita en terminos de oposiciones una atmósfera y un movimiento de


pensamiento que se opone al mundo como lo habiamos conocido hasta
ahora.

En nuestro mundo posmoderno hay una preferencia espontánea por


el sentimiento más que la voluntad, de las impresiones más que de la
inteligencia, por una lógica arbitraria y la búsqueda del placer en lugar de
una ascesis o de una moralidad prohibitiva.

Este es un mundo en que la sensibilidad, la emoción y el momento


presente tienen prioridad. La existencia humana, por lo tanto, es un lugar
donde se encuentra libertad sin restricción, en la cual una persona ejerce, o
se cree capaz de ejercer, su imperio personal y su creatividad. Al mismo
tiempo, este movimiento es también una revolución contra la mentalidad
excesivamente racional.

Por su parte, en 2005 el entonces Cardenal Joseph Ratzinger


declaraba que el rechazo de la referenda a Dios, no es expresión de una
tolerancia que quiere proteger las religiones no teísticas y la dignidad de los
ateos y los agnósticos, sino, sobre todo, expresión de una conciencia que
quiere ver a Dios borrado definitivamente de la vida pública de la
humanidad y arrinconado en el ámbito subjetivo de residuales culturas del
pasado.

El relativismo, que constituye el punto de partida de todo eso, se


convierte así en un dogmatismo que se cree en posesión del definitivo
conocimiento de la razón, y en el derecho de considerar todo el resto
solamente como un estadio de la humanidad en el fondo superado y que
puede ser adecuadamente relativizado.

El relativismo ha llevado, asimismo, a una apatía y rechazo


generalizado a todo tipo de institución civil o eclesiástica que proponga
dichas normas o leyes específicas, porque, para algunos, obstaculizan el
crecimiento y la expresión de la libertad humana.

Obviamente, la situación de la sociedad ha afectado tanto a laicos


como a los ministros ordenados en la Iglesia. El presbítero es consciente de
que cada vez, con mayor frecuencia, parece que nadie o, al menos muy
pocos, escuchan su mensaje y asume que el Evangelio ya no es norma de
vida para muchos.

Comprueba que una buena parte de los fieles se han alejado de la


Iglesia, o que se confiesan abiertamente como no practicantes. Las nuevas

19
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

tendencias, al ser mas permisivas y laxistas, los atraen mucho más y, al


menos aparentemente, les dan mayor felicidad.

CAPÍTULO IV
Fraternidad, comunión y misión
La comunión fraterna sacerdotal que parte de los corazones animados
por la caridad

 ¿Es realmente posible la fraternidad sacerdotal?

Desde la ordenación sacerdotal, el sacerdote queda inserto a un


presbiterio, está llamado a vivir plenamente su incardinación a una Iglesia
local. En el caso de los sacerdotes religiosos, se debería afianzar el sentido
de pertenencia a la Orden o Congregación a la que pertenecen. Este, en
todos los casos, debería ser el signo más claro de la comunión eclesial,
como un testimonio vivo para toda la Iglesia, a ejemplo de las primeras
comunidades cristianas. En el Concilio Vaticano II, cuando se reflexionaba
sobre la identidad y la vida de los presbíteros, encontramos un énfasis
claro y explícito sobre la centralidad de la fraternidad sacerdotal. Desde
entonces, este tema ha sido un elemento clave para entender el significado
de la caridad pastoral. De aquí la necesidad de reflexionar sobre la
importancia de concebir nuestra misión sacerdotal común haciendo
incluyendo las relaciones humanas como un elemento esencial en nuestra
pastoral como sacerdotes. Constituye, asimismo, una oportunidad para
asumir que, en última instancia, el tema de la fraternidad está
estrechamente relacionado con la madurez humana sacerdotal.

¿cómo se vive la fraternidad en el mundo sacerdotal, sea diocesano


que religioso?, ¿la fraternidad sacerdotal es un hecho real o es algo
verdaderamente imposible?, ¿qué impide u obstaculiza que seamos
verdaderamente hermanos en la vida sacerdotal?

 Algunas debilidades humanas que impiden la fraternidad


sacerdotal

Quizá pueda resultarnos de alguna utilidad identificar algunos “tipos


comunitarios” que impiden una auténtica vida fraterna. Son, simple- mente,
algunos modos de conducta que podrían ayudar para situarnos delante del
fenómeno relacional y que parecen ser más o menos frecuentes entre los
sacerdotes de hoy. Soy consciente de que no son tipos puros, más aún,
existe el riesgo de presentar los aspectos más negativos y no insistir en los
positivos que, ciertamente existen. Presen- taré algunos aspectos que
podrían requerir un poco más de atención y quizá hasta de conversión y
20
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

que, muy posiblemente, tuvieron que haber sido evidentes desde la


formación, antes de llegar al sacerdocio.
 Los enemigos declarados

Esta situación se puede presentar desde el seminario o casa de


formación religiosa como una marcada incompatibilidad entre dos o más
compañeros. Se trata de situaciones en las que se vive la realidad cotidiana
envuelta en una situación de aversión hacia un compañero. Podríamos decir
que estamos ante casos de una verdadera enemistad. Seminaristas o
sacerdotes que no se saludan nunca o evitan todo tipo de situaciones en
las que puedan coincidir. El rechazo mutuo llega a ser tan evidente que
evitan intercambiarse la señal de la paz en la celebración de la Eucaristía.
Esta enemistad se justifica por errores cometidos y padecidos por ambas
partes en años pasados; muchas veces desde tiempos que se remontan al
inicio de la forma- ción. La relación se vio envuelta en calumnias,
ataques, sospechas o comentarios que nunca han sido aclarados. El
rechazo mutuo se hace elocuente en divergencias ideológicas
irreconciliables que atañen

 Los que hurgan en la vida ajena

Se trata de personas que tienen una especial capacidad para espiar e


indagar la vida de los demás y su máxima complacencia es llegar a
descubrir los errores del otro. Justifican su actitud con la convicción que
ellos han asumido la misión de vigilar el buen funcionamiento de la casa
formativa, la diócesis o la congregación pues se consideran los vigilantes
del buen nombre de la comunidad eclesial. De ahí que desarrollen una
actitud de desconfianza hacia los demás y se dediquen a confirmar sus
sospechas de la culpabilidad ajena. Es obvio que nadie les ha encargado
esta misión. Normalmente tampoco informan al superior inmediato y
unilateralmente asumen la responsabilidad de mantener informado al
obispo o al superior religioso de la conducta de sus compañeros. En
opinión de Cencini se trata de “personas que se especializan en este género
de actividad: ir a hurgar en la vida ajena, espiar por la llave de la cerradura,
tratar de descubrir al otro en error, concebir y confirmar sospechas, recoger
a lo mejor las pruebas y luego exhibirlas como un trofeo de batalla... El
daño que hacen a la comunidad es muy grave, pero muy raramente son
conscientes de ello. Son los auténticos destructores de la fraternidad que,
en cambio, se sienten extrañamente héroes y bienhechores incomprendidos
de la comunidad”.

 Los especialistas en el “hay rumores”, “se dice por ahí”

21
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

Estas personas tienen una extraordinaria capacidad para conocer y


difundir noticias oficiales, por supuesto antes de ser publicadas. Son
especialistas en el conocer las últimas novedades de todos y de todo.
Siempre tienen informaciones recientes que referir, contar o criticar y, por
supuesto, afirman que son noticias reservadas y aun secretas. Sus
comentarios comienzan con expresiones como “hay rumores de que... “;
“¿te has enterado de lo que le ha sucedido a...?”; “he oído decir que..?; “me
han contado que...” “sabías que tal o cual va a esta parroquia...” “¿se dice
que cambiarán a fulano...?”; “se comenta que tal o cual han tenido un lío
de...”. Obviamente saben algo y una parte de las noticias que cuentan es
verdadera, sin embargo, la dicen con deformaciones, exageraciones, con
interpretación errada y a veces maliciosa al grado de distorsionar
seriamente la realidad. Es fácil darse cuenta del placer que muestran
cuando comentan las noticias con abundancia de deta- lles. Aunque
parezca extraño, no siempre se trata de personas malévolas sino que su gran
problema es que son demasiado fáciles y propensas a las habladurías y a
un estilo de comentarios que pueden convertirse en corrosivos y con ello,
ciertamente, hacen daño a los demás.

 Los líderes antagónicos

Estos casos se presentan cuando en un grupo humano existen dos


personas que luchan para demostrar que son los mejores. El
comportamiento entre ellos es frío, formal, elegante pero es evidente que
no se soportan y mucho menos se aprecian. Generalmente, tienen un
carácter fuerte, son hombres dotados de talentos especiales y, casi siempre,
cada uno tiene un grupo que los sustenta, apoya y alaba. Su antagonismo
hace difícil la consideración recíproca, mientras que los vuelve
especialmente sensibles para detectar los “puntos flacos” y los errores del
otro. Aun cuando pudieran complementarse, la colaboración entre ellos es
prácticamente imposible. Esta situación puede descubrirse fácilmente en el
campo del apostolado, cuando los dos trabajan con otros compañeros
igualmente cualificados o con laicos que saben reconocer sus capacidades.

Normalmente se dan facciones o grupos opuestos cuya intención es


demostrar que cada uno es mejor que el otro porque su líder es más
calificado, más santo, mejor orga- nizado, mejor predicador, etcétera. Esta
situación de división suele transportarse al ámbito del seminario o la
comunidad e involucran a los jóvenes en formación quienes participan ya
de las luchas y forman partidos, aunque no siempre lo hacen en forma
abierta y manifiesta. A simple vista, la relación entre los líderes es cordial,
se tratan con un aparente respeto y precisamente por esto, resulta más

22
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

difícil conocer la verdad de la relación. Su relación es muy artificiosa, fría;


tienden a vivir con un cierto control de distancia, de seguridad.

 Los jueces supremos

Son aquellas personas especializadas en el juicio universal de todo


y de todos. Todo lo comentan con un sentido negativo y más que contar
una experiencia vivida, se critica y juzga con increíble facilidad.
Encuentran siempre un motivo para hacer notar lo que los demás han hecho
mal o han dejado de hacer; por supuesto que poniendo énfasis en que
ellos pudieron hacerlo mucho mejor. Difícilmente encuentran una cualidad
o una virtud en los otros y, en términos generales, para ellos todo es caos,
angustia, oscuridad, agendas encubiertas, conspiraciones, etcétera.

Según ellos, nada funciona bien. La Iglesia, la congregación


religiosa, la diócesis, está en manos ineptas, de gente incapaz, inadecuada,
tonta, loca, etcétera. Las instituciones, los conocimientos, las iniciativas, las
propuestas, las decisiones... todo, es analizado desde su juicio personal y
desde su seguridad y prepotencia es o negro o blanco, sin ningún matiz o
consideración. Suelen afirmar “la economía de la diócesis y del seminario
está al borde de la quiebra porque está en manos de gente inepta que no
tiene la formación técnica adecuada a los tiempos”.

Es obvio que no son capaces de decir abiertamente las cosas, sino


que usan expresiones como “me parece que...” “tengo la impresión de
que...”,”me parece entender que...” Obviamente les cuesta tomar una
posición y dicen: “no sabría decirlo”, “no sé pronunciarme”, “no, no soy
capaz de expresar un juicio, pero...” Sus expresiones tienen una buena
carga de despecho, amargura y frustración; casi como si fuera una
manifestación de una venganza escondida.

 Los especialistas en la negatividad

Para estas personas no hay nada positivo, sólo ven los aspectos más
negativos. Desde el primer momento en que inician una conversa- ción,
encuentran un motivo para empezar a hablar mal de los otros. Usan este
tipo de expresiones: “el obispo (o el superior) tiene buena voluntad, pero es
un inepto, no sabe gobernar”; “desde hace mucho tiempo el trabajo pastoral
del seminario no tiene ninguna creati- vidad”; “la comunidad ignora el
sentido de lo que es una verdadera fraternidad”; “la liturgia no es tan
cuidada como debería”.

 Los que se sienten mejor fuera del ambiente sacerdotal

23
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

Las personas de este grupo siempre están fuera de la comunidad o


del presbiterio y están convencidas de que se vive mucho mejor así. Como
no se sienten parte de la comunidad o de la diócesis y, mucho menos como
su casa y su familia, buscan entre los laicos el cariño que dicen necesitar
para sobrevivir. Sus puntos de referencia están fuera del ambiente
sacerdotal, sus relaciones significativas, sus amigos, todo lo que es
realmente valioso para ellos se encuentra en otros ambientes.

En términos generales, este tipo de personas no tienen buenas


relaciones con otros sacerdotes; es raro que tengan un amigo en la
comunidad eclesial sacerdotal y su mundo afectivo está entre laicos ya que,
según ellos, es mucho mejor. Es muy celoso de sus relaciones y,
obviamente, casi nunca las comparte, más aún, las mantiene ocultas. El
contraste de su actitud entre dentro y fuera de la comunidad eclesial aunque
sutil resulta evidente, de ahí que resulte fácil reconocer dónde ha puesto su
corazón. Cuando esta situación se alarga, puede tener efectos negativos
sobre su fidelidad a la comunidad eclesial, a su vocación y hasta la misma
Iglesia. Una forma fácil de reconocer este tipo de sacerdotes es cuando
podemos constatar sus salidas continuas con sus amigos laicos o laicas a
comer, a eventos sociales y la frecuencia con la que realizan viajes juntos.

 Los calculadores

Estas personas no hablan cuando tienen que hacerlo, pero lo critican


todo. Por ejemplo, en un encuentro diocesano o comunitario, en la revisión
del proyecto personal de vida o en la evaluación de los planes pastorales, la
persona escucha y calla; sin embargo, cuando termina la reunión, se pone
locuaz, hace notar la incongruencia de las propuestas, la parcialidad de
quien ha coordinado el encuentro, la incoherencia de quien ha expresado
sus juicios, la manera confusa en que se ha desarrollado la reunión. Se
muestra taciturno en el aula y se dedica al “cotilleo” y al “chisme” en
los pasillos.

Normalmente dicen que no hablan por timidez y que tienen miedo


de exponerse, que no han sido formados para expresarse en público, que su
formación no los ha hecho capaces de comunicarse abiertamente. De
hecho, también éste es un modo de negarse de tomar parte activa en la vida
de la comunidad.

 Los vengativos y rencorosos

24
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

Estas personas recuerdan el pasado con una facilidad extraordinaria


y, muy especialmente, aquellos hechos que los han hecho sufrir. Viven
atadas a todo tipo de recuerdo doloroso y esperan la primera oportunidad
para devolver en la misma medida a quien los ha hecho sufrir o a quien,
según ellas, deben el hecho de haber cometido una terrible equivocación.

En cierta forma, eligen este modo de castigar a algunas personas,


quienes, la mayoría de las veces ni siquiera son conscientes de que les han
herido o hecho algún mal. Esperan la oportunidad para vengarse de quienes
los han hecho sufrir, sin importar si ha sido involuntariamente. En términos
generales, las personas “castigadas” son aquellos obispos o superiores a
quienes han tenido que obedecer o con quienes no se ha estado de acuerdo
en alguna decisión tomada.

 Los violentos con apariencia de bondad

El autor P. G. Cabra afirma que: “algunos observadores externos se


han asombrado a veces del nivel de violencia, muy elegantemente
revestida, que existe en algunas comunidades religiosas. Violencia de
parte de los superiores que imponen sus puntos de vista personales, que
favorecen la creación de un clima conformista al grado de que sólo quién se
conforma es considerado bueno.

Violencia de parte de hermanos y hermanas que acusan a la


autoridad que quiere ser fraterna y que por lo tanto es considerada como
débil, agrediéndola con respuestas cortantes y destructivas que llegan a
desarrollar una especie de terrorismo psicológico. Violencia entre los
hermanos y las hermanas, a través de la agresividad verbal, la ironía
malévola y destructiva, la sistemática interpretación negativa de las
intenciones ajenas, el hablar mal de otros con los mismos hermanos y
hermanas.

Los hermosos discursos sobre la caridad que, muy a menudo se


estacionan sobre las playas de la agresividad no domada, que se
transforma en la mayoría de los casos en violencia verbal”.

 Los gerentes generales del universo

Es aquel sacerdote que está convencido de que es la persona más


lista, la más adecuada para hacer todo y es, desde luego, indispensable.
25
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

Según él, se ha hecho solo, ha tenido la mejor formación y es la persona


con más experiencia: quizá hasta ha hecho un favor a la Iglesia al entrar
en el seminario o en la vida religiosa, porque —según él— lo ha tenido
todo y cree ser “el gerente general del universo”.

Este tipo de sacerdote no se fía jamás de los otros; considera que los
ancianos deben hacerse a un lado porque ellos ya han vivido su vida, no
entienden la modernidad, no saben reaccionar ni hacer nada de acuerdo con
la informática y las ciencias modernas. Estamos hablando de trata
personas tristes que han vivido siempre solos o no han tenido relaciones
satisfactorias, ni en su familia, ni antes de entrar en el seminario o la
comunidad religiosa.

 Los dictadores

Las personas que caracterizan este grupo normalmente ocasionan


situaciones problemáticas en los grupos humanos, sobre todo para aquellos
miembros que se integran recientemente en el grupo. Se trata de
sacerdotes que repiten las mismas situaciones, orden y costumbres,
tradiciones que han sido seguidas y observadas siempre de una determinada
forma y que se asumen de modo absoluto porque afirman: “esto siempre
se ha hecho así”.

En ocasiones se trata de cuestiones tan simples como la decoración


de la capilla, el estilo de la oración comunitaria, los hora- rios, la
distribución de las cosas comunes, etcétera. En otros casos, se empeñan en
imponer reglas, usos y costumbres obsoletas o anticuadas pero que no
hay manera de cambiarlas o adecuarlas a los tiempos actuales en
beneficio de los grupos humanos.

 Los vigilantes de la ortodoxia eclesiástica

Ese grupo tiene características muy semejantes al anterior, pero


presenta algunos rasgos particulares más difíciles. Es el tipo de persona que
quiere imponer sus ideas, sus formas de pensar, las reglas de la más pura
ortodoxia, obviamente desde su propia mentalidad. Sueñan con una
Iglesia que se caracteriza por la más completa observancia en la
fidelidad y defienden sus ideas desde una concepción personal de una
institución a la que no se le puede cambiar nada porque todo puede ser
peligroso.

Repiten Siempre las mismas cosas y basan las relaciones humanas


desde el cumplimiento ciego de la ley y la estructura. No soportan la
26
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

diversidad y, cuando alguno disiente de su forma de ser y pensar, no


dudan en acusarlo de heterodoxo y, por lo tanto, peligroso, por lo que es
sometido a un juicio desde sus propios cánones.

 Los de doble cara

Qué difícil es tener una relación seria con este tipo de personas. No
se sabe nunca qué piensan o qué es lo que desean en realidad. A primera
vista, estas personas son simpáticas, sonrientes, se puede confiar en ellos
porque, aparentemente, se relacionan con todos. Muy tarde nos damos
cuenta de que les falta dos elementos esenciales para construir una
verdadera comunidad: la sinceridad y la lealtad.

Una vez que hemos puesto nuestra confianza en este tipo de


personas, nos damos cuenta de que hablan mal de nosotros, que cuentan a
otros los que uno creía había sido compartido con ellos por su discreción y
la confianza que nos habían inspirado. Generalmente comentan nuestras
debilidades y defectos fuera del ambiente comunitario y, con mucha
superficialidad, usan el sarcasmo, la ironía y la burla.
Tienen una habilidad especial para desacreditar a los hermanos,
especialmente con la gente que todavía no los conoce bien y dan como
verdaderos sus juicios sobre otras personas. Con enorme facilidad y
ligereza expresan juicios demoledores sobre aquel hermano que diez
minutos antes habían saludado con calurosos abrazos y con expresiones de
cariño, falso, por supuesto.

Este tipo de personas representa una amenaza para la vida sacerdotal


fraterna, especialmente cuando su presencia no ayuda a corregir a quienes
han cometido algún error o se han equivocado en alguna decisión.

 Los francotiradores

Este tipo de personas asumen diversas formas de caracterización,


según les conviene, como fingir que les gusta pertenecer a los grupos
humanos y simulan querer bien a todos sus hermanos. Aparentemente, no
tienden a evadir la vida de la comunidad o el presbiterio ni a construirse
una red de amistades externas.

Afirma encontrarse bien, o al menos suficientemente bien en el


presbiterio, de modo que aparenta participar activamente en la vida
eclesial. Desarrolla normalmente su rol sacerdotal y hace bien todo lo que
le piden pero, sin embargo, actúa solo y, en la práctica, no desarrolla su
misión como debería.
27
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

 Los envidiosos

La envidia y los celos son dos elementos que destruyen los


fundamentos de cualquier comunidad y, obviamente, los sacerdotes no
estamos exentos de ellos. A muchos les resulta sumamente difícil aceptar
que los hermanos tengan éxito y que sean reconocidos.

Muchas veces la envidia y los celos se presentan con apariencia


de alabanza, pero, con un tono que presenta sus dudas de si el
reconocimiento dado al hermano es merecido justamente. Usan
expresiones como: “¿Por qué a él si es así?”; “Hay otros hermanos que
lo habrían merecido más que él...” “Claro, es que es amigo del superior, o
del rector, o es que pertenece a una familia que tiene dinero y está muy
cercana al obispo o al provincial”.

Sienten envidia cuando escuchan alabanzas a lo que otros han


hecho después de que han dejado una determinada misión. Con frecuencia
experimentan contrariedad y aun desilusión e, incluso, hasta una irritación
cuando conocen los éxitos de los demás. Se apresuran en hacer presentes
los límites de quien, en su opinión, está siendo es demasiado alabado con el
pretexto de “ayudar a ser más objetivo”, o “por amor de verdad”. Y, al
contrario, sienten una intensa satisfacción cuando saben que su sucesor
no está a la altura de su tarea y que ellos son añorados.

CAPÍTULO V
Testimonio alegre en fidelidad
Llamados a abrazar el misterio de la cruz y a comprometernos, aún
más, en la búsqueda de la santidad

Nuestra sociedad se encuentra cada vez más problematizada y


vive aparentemente sin rumbo, a pesar de los importantes avances en la
ciencia. Se han desarrollado nuevas tecnologías, se han logrado
trascendentales descubrimientos científicos q redundan en beneficio de la
prolongación de la vida humana y, sin embargo, nos seguimos
enfrentando a nuevos misterios y muchas preguntas continúan sin
respuesta.

La inmensa mayoría de la humanidad sigue sufriendo los efectos de


la pobreza, el hambre, la injusticia y las guerras absurdas que ocasionan
el aumento de refugiados políticos o simplemente hermanos nuestros que
afrontan el peligro de la migración ilegal con la esperanza de encontrar
posibilidades de una vida mejor y más digna. La carrera armamentista ha
28
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

alcanzado cotas alarmantes en la que, sin ningún control, los países ricos
venden armas a los países pobres que sufren la violencia generalizada por
conflictos raciales, políticos, sociales o de tráfico de drogas que nadie ha
podido —o querido— detener.

Parece que nos hemos ya acostumbrado a lo que, con voz


clarividente, dijo el entonces Cardenal Joseph Ratzinger: «La pequeña
barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado
agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al
liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical;
del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al
sincretismo, etcétera».

O cuando añadía «cada día nacen nuevas sectas [...]. Tener una fe
clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como
fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar
«zarandear por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud
que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no
reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el
propio yo y sus ganas», subrayó. Los cristianos «tenemos otra medida»,
recordó, «el Hijo de Dios, el verdadero hombre. El es la medida del
verdadero humanismo». ««Adulta» no es una fe que sigue las olas de la
moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente
arraigada en la amistad con Cristo», indicó. «Tenemos que madurar en esta
fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe,
sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad

El mundo es un lugar de salvación, pero al mismo tiempo irrupción


de idólatras o falsos absolutos que desfiguran su rostro humano. Con una
parte con la ciencia y la técnica «se desvanece una única imagen del mundo
que ofrezca orientación para la vida cotidiana»; el mundo no es la
expresión directa y manifiesta de Dios, pues lo vamos construyendo los
seres humanos. Por otro lado, no es oro todo lo que reluce; urge discernir
«con una postura crítica lo que en esa nueva cultura es fruto de la
imitación humana y del pecado»

El hombre continúa en su necia tentación de ocupar el puesto de Dios


y de decidir su propio destino, sin tener presente cuál es su voluntad sobre
nosotros. Ha llegado a pretender la creación de la vida en una probeta; tal
vez, se podría jactar de haber prolongado algunos años su existencia, pero
no ha encontrado la respuesta a muchas enfermedades que nos aquejan,
menos aún la anhelada eterna juventud y, definitivamente, no está en
grado de vencer la muerte. Ha obtenido —quizá— algunas respuestas

29
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

sobre la vida y sus misterios pero solamente se puede fiar de los datos que
le ofrecen los instrumentos de alta tecnología, siempre sujetos a fallos
humanos porque cierta- mente son dependientes de la mano del hombre,
que es completamente falible. Es un hecho que no ha podido responder al
misterio de la vida y del alma y menos aún del misterio de la vida después
de la muerte y la vida eterna.

Las nuevas ideologías, modas y los nuevos estilos de vida, buscan


arrancar de la vida del hombre los valores más auténticos, las buenas
costumbres, la moralidad, la fe y la espiritualidad con el pretexto de hacerlo
«libre» sin querer darse cuenta de que lo único que han logrado es
conducirlo a formas de esclavitud cada vez más sofisticadas con apariencia
de desarrollo y bienestar. En el lugar que corresponde sólo a Dios, se ha
puesto al hombre, pero éste no es la respuesta última a sí mismo, por lo que
permanece como simple creatura, con sus innumerables defectos y
debilidades a lo que se añade una sensación permanente de frustración y
amargura.

El mundo se resiste cada vez más a aceptar la presencia y la


necesidad de Dios e insiste en dar su lugar a innumerables ídolos e
ideologías. En los tiempos pasados hemos visto cuántos males puede sufrir
el hombre cuando cancela a Dios y ocupa su puesto con la ilusión de ser él
el último o el único punto de referencia.

Son muchos los ídolos que han arruinado la vida y el destino de


personas y pueblos enteros. Bastaría con recordar el fascismo, el nazismo,
el comunismo y muchas doctrinas que pretendieron decidir sobre la vida, el
destino y la muerte de la humanidad. Las guerras, el odio, la subyugación
de enteras poblaciones, los campos de concen tración, el exterminio de
razas y culturas en nombre de una absurda y falsa supremacía de una
supuesta “raza pura” y su dominio sobre las otras.

La prueba más evidente de la falacia de estas doctrinas es que, con el


paso del tiempo, la mayor parte de estas ideologías han desaparecido y sólo
han dejado a su paso y dolor, odio, divisiones y profundos deseos de
venganza. A pesar de todo, y precisamente por todo esto, la Iglesia
continúa comunicando el mensaje de amor a Cristo y se esfuerza por ser
fiel a su mensaje, en medio de una sociedad que cada día le resulta más
hostil. Envuelta en una innegable crisis, se fortalece y se presenta al mundo
como una institución creíble y luminosa que, a pesar de errores y
escándalos, está abierta a dar su testimonio y se transforma en una
esperanza creíble de auténtica conversión que se basa en la misericordia.

30
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

En su esfuerzo por ser fiel, ha sufrido y sigue sufriendo, a pesar de


persecuciones abiertas o veladas y ve con no poco dolor cómo muchos de
sus hijos son perseguidos y aun martirizados. Muchos han derramado su
sangre en el nombre de Cristo, su Evangelio y la misión de la Iglesia. A
pesar de que los medios de comunicación se obstinan en hacer públicos
sólo los aspectos negativos; los escándalos o el antitestimonio de algunos
sacerdotes, es un hecho innegable que son muchos más quienes no han
tenido miedo ni se han dejado amilanar, mucho menos derrotar ante las
amenazas de nuestros enemigos. Muchos han confirmado su deseo de
donación total a Dios y se siguen abandonando en las manos del Amor,
desde su amor incondicional al servicio de los hermanos.

Un testigo creíble y muy cercano a nosotros lo ha sido Juan Pablo


II a quien la Iglesia ha reconocido como santo precisamente por su
testimonio de alegría y fidelidad a su sacerdocio. Desde su juventud, vivió
los horrores de la Segunda Guerra Mundial; su fe y esperanza, en medio
a las dificultades, le permitieron ser plenamente consciente de que el
testimonio ofrecido desde una vida auténticamente cristiana, es el signo
más fuerte de frente al odio y la violencia. Su testimonio se basó en la
fuerza de una vida congruente con lo que predicaba y jamás dejó de pedir a
quienes han tenido el valor de responder a la llamada divina desde la
vocación al ministerio sacerdotal, a decidirse y ser testigos fieles en, con
y desde la Iglesia y de frente al mundo. Desde el inicio de su pontificado
afirmaba: «como cristianos, miembros del Pueblo de Dios y,
sucesivamente, como sacerdotes, partícipes del orden jerárquico, nuestro
origen está en el conjunto de la misión y de la función de Nuestro
Maestro que es Profeta, Sacerdote y Rey, para dar un testimonio
particular en la Iglesia y ante el mundo».

El mundo no ceja en su intento de seducir con alegrías pasajeras, la


euforia de las drogas que destruyen la identidad, la libertad y la
voluntad, dejándonos solamente la esclavitud a bienes superfluos y
aparentes; nos abandona a merced de lo que es relativo y produce hastío y
una sensación de ruido que sólo deja vacío y sin sentido. Se proclama el
valor aparente y falaz del amor libre, sin ninguna responsabilidad, mucho
menos compromiso con el otro.

Se hacen intentos indecibles por destruir la familia tradicional y los


valores que desde ella siempre hemos defendido. Se asesina la vida humana
con diabólicas figuras legaloides de un supuesto derecho a decidir sobre el
propio cuerpo y la vida personal en una exacerbación del más cruel de los
egoísmos. Sin ningún empacho se afirma que el niño indefenso en el

31
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

vientre de su madre no es sino un simple cúmulo de célutas, un feto o


embrión vacío.

Obviamente, no hay ningún pudor para defender el aborto al que


pretenden definir como una simple intervención quirúrgica. Con argucias
legales intentan suavizar la conciencia de quien lo comete y de mil formas
engañan con la falacia de que no se trata de un real asesinato. Razones y
argucias semejantes se defienden ante otras formas que atentan contra la
vida de ancianos y enfermos quienes son considerados como un estorbo,
como alguien que ya ha cumplido su misión, o argumentos con apariencia
de bien que pretenden dolerse de las personas que sufren.

Se insiste excesivamente en un hedonismo vulgar que exalta el


culto al cuerpo; se absolutizan ciertos paradigmas y estereotipos de una
sociedad que basa su desarrollo en el consumismo. Sin un proyecto claro
se cae en el egocentrismo y el narcicismo que exalta un estilo de vida
obsesionada por el ejercicio físico o innumerables dietas para alcanzar los
cánones y estereotipos absurdos de la moda. Hay una clara tendencia a
dejarse seducir por marcas de ropa, por ciertas formas de hablar y
comportarse al grado tal que, se considera que quien está fuera de estas
pautas es considerado anticuado y pusilánime que no es capaz de progresar
en la vida ya que se acostumbra a vivir en el anonimato. Es en este mundo
caótico en donde el presbí- tero está llamado a identificarse como una
persona que, habiendo sido llamada por Dios para donar la vida en servicio
de los hermanos, no se avergüenza ni tiene miedo a testimoniar el amor y la
fidelidad de Dios, el único Absoluto. El presbítero, en virtud del
sacramento del Orden, es llamado a promulgar la verdad y la dignidad
humana; la alegría de la salvación, la esperanza y la fe, aun cuando el
viento le sea contrario. Esta es la consecuencia de la evangelización, de
proclamar la Palabra que es vida y ayuda conquistar la verdadera libertad,
rompiendo con esquemas superfluos y llevando a la experiencia del amor
verdadero, pues no debemos olvidar que: En el día de la ordenación
presbiteral, en virtud de una singular efusión del Paráclito, el Resucitado ha
renovado en cada uno de nosotros lo que realizó con sus discípulos en la
tarde de la Pascua, y nos ha cons- tituido en continuadores de su misión en
el mundo (cfr. Jn 20, 21-23). Este don del Espíritu, con su misteriosa fuerza
santificadora, es fuente y raíz de la especial tarea de evangelización y
santificación que se nos ha confiado.

San Juan Pablo II ha sido reconocido por su cultura, su capacidad


de reflexión teológica pero, de modo particular, por su testimonio,
autenticidad y coherencia como pastor y testigo de Cristo. Fue un hombre
actualizado y consciente de los problemas que aquejan al hombre de

32
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

nuestro tiempo, de sus alegrías y tristezas, del dolor e injusticia del


mundo. Continuamente trabajó por la paz, llevó el amor y la
esperanza a los lugares más alejados y a aquellos en los que el
sufrimiento, la miseria y el hambre se dejaban ver de una forma
impactante.

Con palabras claras y decididas, siempre avaladas por su testimonio


de vida personal, se dirigió a los sacer- dotes pidiendo congruencia y
decisión; les exigió ser mensajeros de la consolación en la fe y en el amor
eficaz de Dios quien, en Jesucristo, conoce nuestras desdichas y dolores,
producto del pecado y que hizo suyas por medio de su Encarnación. Dijo
a los sacerdotes que no estaban solos, sino que en la fuerza y presencia de
Cristo que lo transforma todo, lo crea todo nuevo con su presencia eficaz,
de un modo especial en la Eucaristía, encontrarían el valor y la decisión
de ser sus discípulos, especialmente en los momentos de prueba y
confusión.

Haciendo referencia a san Juan Crisóstomo precisaba: «¿Deseas


honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres
desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda,
si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo:
«esto es mi cuerpo», y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó
también: «Tuve hambre y no me disteis de comer», y más adelante:
«Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en
persona lo dejasteis de hacer» [...] ¿De qué serviría adornar la mesa de
Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da
primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la
mesa de Cristo».

En otro momento enfatizaba: Muchos son los problemas que


oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de
trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en
las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana desde su
concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de las tantas
contradicciones de un mundo «globalizado», donde los más débiles, los
más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En
este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana.

También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la


Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de
una humanidad renovada por su amor. Es significativo que el evangelio de
Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía,
propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del «lavatorio de

33
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

los pies», en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cfr. Jn


13, 1-20).

El apóstol Pablo, por su parte, califica como «indigno» de una comu-


nidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un
contexto de división e indiferencia hacia los pobres (cfr. 1 Cor 11, 17. 22.
27. 34). Anunciar la muerte del Señor «hasta que venga» (1 Cor 11, 26),
comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de
transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo
«eucarística».

Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el


compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen
resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de
toda la vida cristiana: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc 22, 20).

PREGUNTAS

 Capítulo I

1. ¿Cuáles son los presupuestos fundamentales de la obra?

De su título, en la contemplación para alcanzar amor, Ignacio dice,


en todo amar y servir, es la invitación a descubrir la voluntad de Dios en la
vida. En todo amar y servir hasta la muerte. El sacerdocio no se puede
cancelar. Es hasta la muerte. Quien desee buscar el sacerdocio, no es un
contrato, no es un voluntariado, ni un tiempo de servicio, es la donación
total de sí mismo.
El sacerdote que desee formarse para el pueblo de Dios debe tener
presente esta idea.

Hoy en día, uno de los problemas es que tiene una identidad pobre o
débil. De modo tal que algunos sacerdotes se sienten en desventaja respecto
34
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

a los profesionales civiles. El sacerdote se siente pequeño, esto ha


ocasionado problemas o crisis. Sacerdotes que no saben cuál es el sentido
del ministerio ordenado. De allí el subtítulo “identidad sacerdotal”. Es un
tema constante a lo largo del libro. Esa identidad sacerdotal la otorga solo
Cristo, no la da ninguna filosofía, teología. Viene de la configuración con
Cristo.
El presente libro quiere ser instrumento como para dar pistas para
comprender la espiritualidad sacerdotal.

Espiritualidad: en algunos lugares se utiliza la palabra teología


espiritual, estudia la experiencia de Dios en el cristiano. No tanto los
conceptos de teología fundamental, sino los elementos de la experiencia de
Dios. Cuando se habla de espiritualidad uno puede pensar que ella es la
causante de frutos de una vida devota o virtuosa.

La espiritualidad es la que nos nutre, porque ella se centra en Dios,


una familiaridad con Dios, basada, en el silencio, el sacrificio, la oración, el
discernimiento. Espiritualidad es una forma de entender, como el cristiano
esta alimentado por Dios, la experiencia de Dios y ella hace producir, la
espiritualidad motiva a dar frutos. Si tenemos una espiritualidad sólida y
rica, centrada en Dios dará fruto.

Espiritualidad sacerdotal, que es el modo como relacionarse con Dios


para ser sacerdote y ejercer el ministerio como sacerdote, uniéndose a la
iglesia, vivir un carisma y vivir en Dios, espiritualidad propia del sacerdote.
Un sacerdote tiene una espiritualidad respecto a su carisma. El tema de la
identidad sacerdotal está a la base de estas reflexiones.

2. ¿Por qué se afirma que la configuración con Cristo, es


presupuesto de toda reflexión sobre la identidad sacerdotal?

La configuración con Cristo, presupuesto de toda reflexión sobre la


identidad sacerdotal. Basado en el discurso del Papa Benedicto XVI, el
Obispo, por la imposición de las manos y la oración, nos introdujo en el
sacerdocio de Jesucristo, de forma que fuéramos «santificados en la
verdad» (Jn 17,19), como Jesús había pedido al Padre para nosotros en la
oración sacerdotal. Él mismo es la verdad. Nos ha consagrado, es decir,
entregado para siempre a Dios, para que pudiéramos servir a los hombres
partiendo de Dios y por él. Se requiere un vínculo interior, más aún, una
configuración con Cristo y, con ello, la necesidad de una superación de
nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan

35
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

invocada autorrealización. Se pide que nosotros, que yo, no reclame mi


vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo. 

3. De acuerdo con lo planteado por el autor, ¿cuáles son los aspectos de


la formación que más me han ayudado en el ejercicio de mi
ministerio sacerdotal? ¿Cuáles tendria que reforzar más?

El Papa enumera un itinerario espiritual para que los presbíteros


podamos arraigarnos más en la identidad de Cristo Sacerdote. La formación
de la identidad sacerdotal, para definir un estilo de vida particular, de tal
manera que el estilo de vida exprese una identidad propia, la de testimoniar
a Cristo Buen Pastor. El «cultivar la vida teologal, a través de la oración de
la liturgía de las horas, la meditación del Evangelio, el constante
discernimiento; avivar la relación comunitaria eclesial, con el presbiterio,
con los fieles; afinar el discernimiento en la vida, por el consejo, por los
signos de Dios expresados en la vida; mantener la visión clara de los
objetivos sacerdotales; asegurar la capacidad de decisión; superar las
autojustificaciones; vigilar los protagonismos; admitir la pobreza de los
propios límites; caminar con pasos nuevos, no cerrando la vida a la
novedad de Dios.

 Capítulo II

1. ¿Cómo puedo definir la Dirección Espiritual según el Magisterio


de la Iglesia?

La Ratio recuerda que la dirección espiritual es un instrumento


privilegiado para el crecimiento integral de la persona (cf. n. 107). La
integralidad es uno de los conceptos clave de la Ratio, dado que tanto la
formación inicial (en el Seminario), como la formación permanente (una
vez ordenados sacerdotes) ha de abarcar las cuatro dimensiones
fundamentales del sacerdote: humana, espiritual, intelectual y pastoral.

También la dirección o el acompañamiento espiritual ha de tener en


cuenta integralmente a la persona del seminarista y del sacerdote, ya que la
vida espiritual no se reduce a las prácticas religiosas, comunitarias y
36
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

personales; la vida espiritual es la vida misma, en toda su complejidad,


iluminada por la luz del Espíritu y animada por su fuerza. No se trata de
que el director espiritual deba hacerlo todo, pero sí es deseable que esté
atento a todo, para ayudar a descubrir la presencia y la llamada divina en el
encuentro con el Señor y también en las experiencias pastorales, en su
existencia humana cotidiana y en la formación intelectual.

2. De acuerdo a mi experiencia ministerial, ¿he sido humilde para pedir


ayuda a un director espiritual? ¿He ofrecido mi disponibilidad a ser
director espiritual de otros? Si. No. ¿Por qué?

Es necesaria la dirección espiritual para poder anclar bien las bases


de la identidad sacerdotal, para construirla y encarnar la identidad de Cristo
buen Pastor en la comunidad. Los fieles siempre buscan orientación para
crecer en la fe y la agradecen cuando el sacerdote esta disponible.

3. ¿Por qué se afirma que el Discernimiento es central en la


Dirección Espiritual?

La Ratio recuerda que la dirección espiritual es un instrumento


privilegiado para el crecimiento integral de la persona (cf. n. 107). La
integralidad es uno de los conceptos clave de la Ratio, dado que tanto la
formación inicial (en el Seminario), como la formación permanente (una
vez ordenados sacerdotes) ha de abarcar las cuatro dimensiones
fundamentales del sacerdote: humana, espiritual, intelectual y pastoral.

También la dirección o el acompañamiento espiritual ha de tener en


cuenta integralmente a la persona del seminarista y del sacerdote, ya que la
vida espiritual no se reduce a las prácticas religiosas, comunitarias y
personales; la vida espiritual es la vida misma, en toda su complejidad,
iluminada por la luz del Espíritu y animada por su fuerza. No se trata de
que el director espiritual deba hacerlo todo, pero sí es deseable que esté
atento a todo, para ayudar a descubrir la presencia y la llamada divina en el
encuentro con el Señor y también en las experiencias pastorales, en su
existencia humana cotidiana y en la formación intelectual.
Para la elección del estado de vida uno debe discernir, algunos
acompañarán la elección del estado de vida. Otros ayudarán a la reforma
del estado de vida, ayuda a vivir en plenitud el camino de la conversión.

El haber elegido un estado de vida no asegura que todo vaya bien. Se


necesita discernir si la vida que llevamos esta yendo según la voluntad de
Dios.

37
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

Se puede hacer discernimiento espiritual por 3 razones:

 Poner la ley al centro de la vida. Con esto impido la formación de la


conciencia. La ley indicará el camino a seguir.
 Decir que uno discierne para evitar la vivencia de la obediencia,
decimos que discernimos para imponer nuestros planes.
 Ejercitar la capacidad y la sensibilidad de encontrar la voluntad de
Dios. Ello es muy difícil. La importancia del discernimiento, ponerse
delante al Señor y pedirle lo que desea.

 Capítulo III

1. Explique brevemente tres elementos centrales de la


Espiritualidad Sacerdotal Diocesana.

 Sacramentalidad

Al hablar de la Sacramentalidad estamos aludiendo a la naturaleza


del ministerio presbiteral, a su esencia y origen. Y la afirmación central en
orden a esta dimensión es que, por el sacramento del Orden, el Presbítero
Diocesano es representación de Cristo Cabeza y Pastor, siendo
característica fundamental de esta representación la vinculación personal y
sacramental del Presbítero con Cristo.

Desde su condición de representante de Cristo, el Sacerdote


diocesano ha de considerarse como el instrumento personal de Cristo; el
nexo humano y frágil que liga a la comunidad con el Señor. A partir de esto
podemos decir que sobre presbítero pesa la responsabilidad de hacer que
Cristo y su salvación lleguen a todos; de ahí que su tarea fundamental sea
la de servir a los hombres por amor a Jesús; y esto ha de hacerlo como
dispensador de los misterios de Cristo, lo que conlleva la exigencia de
fidelidad a Cristo, de cuya autoridad el Presbítero participa, pero sólo en
calidad de representante. Además, cabe aclarar que lo decisivo de su
ministerio está en que el sacerdocio proviene de Dios y actúa siempre en
representación de Cristo.

 Ministerialidad

Esta dimensión nos remite a la esfera de la misión, del actuar del


Sacerdote diocesano. En este sentido, la afirmación central es que el
Presbítero es constituido y enviado para los hombres. Por la ministerialidad
el ministro prolonga la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Es Cristo
38
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

quien, en virtud de su llamado y envío, lo hace partícipe de su misión; la


misma que en el Presbítero reviste características especiales: por su ser
“Sacerdote”, el Presbítero renueva y presenta el sacrificio eucarístico como
el eje y núcleo de toda la acción santificadora de la Iglesia; por su ser
“profeta”el Presbítero se hace oyente y portavoz de la palabra de salvación;
y por su ser “rey” el Presbítero se asume como servidor a la manera de
Jesús (Lc 22,24-27). En tal sentido, cabe resaltar que es el mismo Cristo
quien actúa en la realización ministerial del Presbítero; a través de cuya
representación él hace partícipe al pueblo de su vida (Jn 10,10).

El ser representante de Cristo constituye el objetivo final del


ministerio sacerdotal, cuya legitimación está en el hecho de ser una
mediación que participa de la capitalidad de Cristo respecto a los miembros
de su Cuerpo, la Iglesia y, por consiguiente, mediador entre el Padre y los
suyos. Es esto lo que hace del sacerdocio ministerial una prolongación de la
misión de Cristo obrada a favor de los hombres.

 Diocesaneidad

Esta dimensión nos sitúa ante la consideración corporativa del


ministerio presbiteral, en tanto que marcado por las relaciones orgánicas
entre los Presbíteros y el Obispo (sacerdotes y obispos formando un solo
cuerpo presbiteral) y como manifestación de la doctrina del Cuerpo Místico
de Cristo. La afirmación central, aquí, es que el ministerio de los
Presbíteros es comunión y colaboración responsable con el ministerio del
Obispo.

El ministerio presbiteral al ser comunión y colaboración con el


ministerio del Obispo, se desprende de ello la solicitud por la Iglesia
universal y por cada una de las iglesias particulares. A partir de esto, el
ministro sólo puede concebirse como co- presbítero, marcado a la vez por
el carácter eclesial y el presbiteral. Son estas notas las que le dan al
ministerio un carácter corporativo; en tal sentido, el Obispo se inserta como
signo de unidad, pues es en torno a él que los Sacerdotes constituyen un
verdadero cuerpo presbiteral. Estos elementos son los que configuran la
identidad del Sacerdote Diocesano y la dinámica de su espiritualidad de
comunión.

Habría que presentar el sentido de la incardinación a la que está


llamado todo Presbítero diocesano. Por la incardinación el Presbítero
diocesano se constituye como tal en el marco de una Iglesia particular. Tras
esto se desprende la certeza de que el Presbítero diocesano no es ordenado

39
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

de modo “absoluto” sino en “relación a”; y esto porque su ministerio sólo


hallará sentido en el seno de una comunidad.

Todo sacerdocio es relativo a una Iglesia-comunidad particular, a un


presbiterio y, fundamentalmente, a Cristo que es el que legitima la acción
del Presbítero diocesano. Desde esto se puede afirmar que el ministerio
presbiteral sólo se puede vivir y ejercer como tarea colectiva en virtud de la
comunión sacramental.

2. ¿Cómo podemos definir la caridad pastoral diocesana?

Según el Concilio, el presbítero que quiera conformarse al buen


Pastor y reproducir en sí mismo su caridad hacia sus hermanos, deberá
esmerarse en algunos puntos que hoy tienen igual o mayor importancia que
en otros tiempos: conocer su ovejas (cf. Presbyterorum ordinis, 3),
especialmente con los contactos, las visitas, las relaciones de amistad, los
encuentros programado su ocasionales, etc., siempre con finalidad y
espíritu de buen pastor; acoger como Jesús a la gente que se dirige a él,
estando dispuesto a escuchar, deseoso de comprender, abierto y sencillo en
la benevolencia, esforzándose en las obras y en las iniciativas de ayuda a
los pobres y a los desafortunados; cultivar y practicar las "virtudes que con
razón se aprecian en el trato social, como son la bondad de corazón, la
sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación de
la justicia, la urbanidad y otras cualidades", y también la paciencia, la
disposición a perdonar con prontitud y generosidad, la afabilidad, la
sociabilidad, la capacidad de ser disponibles y serviciales, sin considerarse
a si mismo como un bienhechor.

Es una gama de virtudes humanas y pastorales, que la fragancia de la


caridad de Cristo puede y debe hacer realidad en la conducta del presbítero
(cf. Pastores dabo vobis, 23). 

Sostenido por la caridad, el presbítero puede seguir, en el desarrollo


de su ministerio, el ejemplo de Cristo, cuyo alimento consistía en hacer la
voluntad del Padre. En la adhesión amorosa a esa voluntad, el presbítero
hallará el principio y la fuente de unidad de su vida. Lo afirma el Concilio:
los presbíteros deben unirse a Cristo, descubriendo la voluntad del Padre...
Así, representado al Buen Pastor en el ejercicio de la actividad pastoral
encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que realizará la unidad
en su vida y en su actividad 

40
AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

La gracia y la caridad del altar se extienden, de este modo, hacia el


ambón, el confesonario, el archivo parroquial, la escuela, el oratorio, las
casas y las calles, los hospitales, los medios de transporte y los medios de
comunicación social; es decir, hacia todos los lugares donde el presbítero
tiene la posibilidad de realizar su labor pastoral. En todo caso, su misa se
difunde; su unión espiritual con Cristo sacerdote y hostia .como decía san
Ignacio de Antioquía. lo convierte en "trigo de Dios para ser hallado como
pan puro de Cristo" (cf. Epist. ad Romanos, IV, I), para el bien de sus
hermanos.

3. ¿Cómo deben vivirse los consejos evangélicos desde una


Espiritualidad Sacerdotal Diocesana?

Para todos los cristianos, sin excepciones, el radicalismo evangélico


es una exigencia fundamental e irrenunciable, que brota de la llamada de
Cristo a seguirlo e imitarlo, en virtud de la íntima comunión de vida con él,
realizada por el Espíritu (cf. Mt 8, 18ss; 10, 37ss; Mc 8, 34-38; 10, 17-
21; Lc 9, 57ss). Esta misma exigencia se presenta a los sacerdotes, no sólo
porque están «en» la Iglesia, sino también porque están «al frente» de ella,
al estar configurados con Cristo, Cabeza y Pastor, capacitados y
comprometidos para el ministerio ordenado, vivificados por la caridad
pastoral. Ahora bien, dentro del radicalismo evangélico y como
manifestación del mismo se encuentra un rico florecimiento de múltiples
virtudes y exigencias éticas, que son decisivas para la vida pastoral y
espiritual del sacerdote, como, por ejemplo, la fe, la humildad ante el
misterio de Dios, la misericordia, la prudencia. Expresión privilegiada del
radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el
Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente
relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza: el sacerdote está
llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el
significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la
expresan.
 Capítulo IV

1. En el caso de que usted considere que los "casos problemáticos"


de fraternidad fuesen ciertos y se presentaran en la Diócesis de
Huacho, ¿a qué cree usted que se deba?

Hay algunas señales que pueden evidenciar problemas en los presbíteros:

1. Aislamiento de la vida del presbiterio.


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2. Preferir amistades laicas antes que los compañeros scerdotes.


3. Celebra la liturgia con descuido, o solo como escenario para su
propio protagonismo.
4. Manifiesta gusto progresivo por ser muy bien acogido en los medios
de comunicación ajenos a la Iglesia. Engaña o se engaña diciendo
que eso es evangelización.
5. Se le ve entusiasmado por el dinero, la moda, o en general el tipo de
vida de las élites económicas o políticas.
6. No manifiesta amor a la Iglesia ni a su consagración o su comunidad.
7. Sus posturas teológicas son inseguras, relativistas, mudables o en
perpetua adaptación a la que hoy se dice o es popular.
8. Se muestra “audaz” en asuntos morales discutidos de actualidad, y
presenta su “audacia” como si fuera un pionero de lo que “un día la
Iglesia aceptará”. 
9. Cultiva una vida privada que deja muchos interrogantes, incluso para
su propios hermanos de sacerdocio o de comunidad, aislándose del
presbiterio.

2. ¿Cómo podría reforzar los elementos de una fraternidad sacerdotal?

Lo más valioso de la fraternidad sacerdotal es la invitación a


compartir con los hermanos la identidad vocacional y acompañarse en la
misión. Lo más importante es abrirse a los hermanos, sentir la importancia
del hermano para acompañarse en la vida ministerial y crecer no solo sino
con los hermanos presbíteros, atendiendo la diversidad etaria de los
hermanos y sabiendo ser todo con todos.

3. En el contexto de la "sinodalidad", ¿cómo definiria una


Espiritualidad Sacerdotal de Comunión?

La comunión sacerdotal está enraizada profundamente también en el


sacramento del orden, en el que la negación de si mismo se hace una
participación espiritual aún más íntima en el sacrificio de la cruz. El
sacramento del orden implica la respuesta libre de cada uno a la llamada
que se le ha dirigido personalmente. La respuesta es asimismo personal.
Pero en la consagración, la acción soberana de Cristo, que actúa en la
ordenación mediante el Espíritu Santo, crea casi una personalidad nueva,
transfiriendo a la comunidad sacerdotal, además de la esfera de la finalidad
individual, mentalidad, conciencia e intereses de quien recibe el
sacramento. Es un hecho psicológico que deriva del reconocimiento del
vinculo ontológico de cada presbítero con todos los demás. El sacerdocio
conferido a cada uno deberá ejercerse en el ámbito ontológico, psicológico
y espiritual de esa comunidad. Entonces se tendrá verdaderamente la

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

comunión sacerdotal, don del Espíritu Santo, pero también fruto de la


respuesta generosa del presbítero.
 
En particular la gracia del orden establece un vinculo especial entre
los obispos y los sacerdotes, porque del obispo se recibe la ordenación
sacerdotal, de él se propaga el sacerdocio, es él el que hace entrar a los
nuevos ordenados en la comunidad sacerdotal, de la que él mismo es
miembro.
 
La comunión sacerdotal supone y comporta la adhesión de todos,
obispos y presbíteros, a la persona de Cristo. Narra el evangelio de Marcos
que cuando Jesús quiso hacer participes a los Doce de su misión mesiánica,
los llamó y constituyó "para que estuvieran con él" (Mc 3, 14). En la última
cena se dirigió a ellos como a quienes habían perseverado con él en las
pruebas (cf. Lc 22, 28), y les recomendó la unidad y pidió al Padre por ella.
Permaneciendo todos unidos en Cristo, permanecían unidos entre sí (cf. Jn
15,4.11). La conciencia de esa unidad y comunión en Cristo siguió viva en
los Apóstoles durante la predicación que los llevó desde Jerusalén hacia las
diversas regiones del mundo entonces conocido, bajo la acción impelente y,
al mismo tiempo, unificadora del Espíritu de Pentecostés. Dicha conciencia
se transparenta en sus cartas, en los evangelios y en el libro de los Hechos.
 
Jesucristo, al llamar a los nuevos presbíteros al sacerdocio, les pide
también que entreguen su vid su persona, porque de esa forma quiere
unirlos entre sí gracias a un vinculo especial de comunión con él. ésa es la
fuente verdadera del acuerdo profundo de la mente y el corazón, que une a
los presbíteros y a los obispos en la comunión sacerdotal.
 
Esa comunión se alimenta de la colaboración en una misma obra: la
edificación espiritual de la comunidad de salvación. Desde luego cada
presbítero tiene un campo personal de actividad, en el que puede empeñar
todas sus facultades y cualidades, pero ese campo forma parte del cuadro
de la obra mucho más grande con la que cada Iglesia local tiende a
desarrollar el reino de Cristo. La obra es esencialmente comunitaria, de
suerte que cada uno debe actuar en cooperación con los demás obreros del
mismo Reino.
 Capítulo V

1. ¿Por qué se afirma que el sacerdote está llamado a ser testigo


creíble de alegría y fidelidad?

El Papa Francisco en su homilía del jueves Santo del año 2014


afirmó que la alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino
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también para todo el pueblo fiel de Dios: ese pueblo fiel del cual es
llamado el sacerdote para ser ungido y al que es enviado para ungir”.

Asimismo explicó que la “alegría sacerdotal tiene su fuente en el


Amor del Padre, y el Señor desea que la alegría de este Amor ‘esté en
nosotros’ y ‘sea plena’”. Luego, el Papa Francisco subrayó la importancia
que tiene el vivir la humildad en el sacerdocio pues éste es “el más inútil
siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no
lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos
si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño”.

El Santo Padre continuó destacando “tres rasgos significativos en


nuestra alegría sacerdotal: es una alegría que nos unge (no que nos unta y
nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es una alegría
incorruptible y es una alegría misionera que irradia y atrae a todos,
comenzando al revés: por los más lejanos”.

“Una alegría que nos unge”, decía el Papa, que “penetró en lo íntimo
de nuestro corazón, lo configuró y lo fortaleció sacramentalmente. Una
alegría incorruptible a la que nadie puede quitar ni agregar nada y es fuente
incesante de alegría.” Sobre la “alegría misionera”, el Papa Francisco
recalcó que “la alegría del sacerdote está en íntima relación con el santo
pueblo fiel de Dios porque se trata de una alegría eminentemente
misionera”.

El Santo Padre concluyó sus palabras pidiendo “al Señor Jesús que
haga descubrir a muchos jóvenes ese ardor del corazón que enciende la
alegría apenas uno tiene la audacia feliz de responder con prontitud a su
llamado”.

2. ¿Por qué se dice que el principal promotor de vocaciones es el


sacerdote, el párroco, el vicario?

Benedicto XVI dirigió a los sacerdotes en la catedral de


Varsovia el 25 de mayo de 2006: "Creed en la fuerza de vuestro
sacerdocio" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2
de junio de 2006, p. 5). Obviamente, estas palabras, dirigidas a los
sacerdotes, valen también para una promoción eficaz de las
vocaciones sacerdotales. Para promover con empeño y convicción
las vocaciones sacerdotales, para orar con perseverancia por las
vocaciones sacerdotales, es preciso ante todo creer en la fuerza del
sacerdocio ministerial. Se trata de un presupuesto necesario.

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

El Santo Padre prosiguió luego poniendo de relieve esta fuerza


del sacerdocio para la vida de los cristianos, es decir, para la
realización de la vida consagrada o del apostolado laical: "En virtud
del sacramento habéis recibido todo lo que sois. Cuando pronunciáis
las palabras "yo" o "mío" ("Yo te absuelvo... Esto es mi Cuerpo..."),
no lo hacéis en vuestro nombre, sino en nombre de Cristo, "in
persona Christi", que quiere servirse de vuestros labios y de vuestras
manos, de vuestro espíritu de sacrificio y de vuestro talento. (...)
Cuando vuestras manos fueron ungidas con el óleo, signo del
Espíritu Santo, fueron destinadas a servir al Señor como sus manos
en el mundo de hoy".

Para explicar mejor aún la misión propia, específica, del


sacerdote, Benedicto XVI, en ese mismo discurso, afirmó: "Los
fieles esperan de los sacerdotes solamente una cosa: que sean
especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Al
sacerdote no se le pide que sea experto en economía, en ingeniería o
en política. De él se espera que sea experto en la vida espiritual. (...)
Ante las tentaciones del relativismo o del permisivismo, no es
necesario que el sacerdote conozca todas las corrientes actuales de
pensamiento, que van cambiando; lo que los fieles esperan de él es
que sea testigo de la sabiduría eterna, contenida en la palabra
revelada"

3. ¿Cómo puedo arraigar en mi ministerio una espiritualidad


diocesana de configuración con Cristo?

Existen dos documentos interesantes de la congregación del clero


que proponen también al sacerdote un itinerario concreto para cultivar la
santidad sacerdotal: “El presbítero, Pastor y guía de la comunidad
parroquial” y “El presbitero, Maestro de la palabra, Ministro de los
sacramentos y guia de la comunidad, Ante el tercer milenio cristiano.

 Cultivar la identidad del presbitero

La identidad del sacerdote debe meditarse en el contexto de la


voluntad divina a favor de la salvación, puesto que es fruto de la acción
sacramental del Espíritu Santo, participación de la acción salvífica de
Cristo, y puesto que se orienta plenamente al servicio de tal acción en la
Iglesia, en su continuo desarrollo a lo largo de la historia. Se trata de una
identidad tridimensional: pneumatológica, cristológica y eclesiólogica. No
ha de perderse de vista esta arquitectura teológica primordial en el misterio
del sacerdote, llamado a ser ministro de la salvación, para poder aclarar

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AMAR Y SERVIR HASTA LA MUERTE

después, de modo adecuado, el significado de su concreto ministerio


pastoral en la parroquia.

 Cultivar la unidad de vida

La configuración sacramental con Jesucristo impone al sacerdote un


nuevo motivo para alcanzar la santidad, a causa del ministerio que le ha
sido confiado, que es en sí mismo santo. Esto no significa que la santidad, a
la cual son llamados los sacerdotes, sea subjetivamente mayor que la
santidad a la que son llamados todos los fieles cristianos por motivo del
bautismo. La santidad es siempre la misma, si bien con diversas
expresiones, pero el sacerdote debe tender a ella por un nuevo motivo:
corresponder a la nueva gracia que le ha conformado para representar a la
persona de Cristo, Cabeza y Pastor, como instrumento vivo en la obra de la
salvación.
En el cumplimiento de su ministerio, por tanto, aquel que es
“sacerdos in aeternum”, debe esforzarse por seguir en todo el ejemplo del
Señor, uniéndose a Él «en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el
don de sí mismos por el rebaño». Sobre este fundamento de amor a la
voluntad divina y de caridad pastoral se construye la unidad de vida, es
decir, la unidad interior entre la vida espiritual y la actividad ministerial. El
crecimiento de esta unidad de vida se fundamente en la caridad pastoral
nutrida por una sólida vida de oración, de manera que el presbítero ha de
ser inseparablemente testimonio vivo de caridad y maestro de vida interior.

 Cultivar un camino específico hacia la santidad

La profundización en la «conciencia de ser ministro» es, por tanto,


de gran importancia para la vida espiritual del sacerdote y para la eficacia
de su ministerio mismo.

La relación ministerial con Jesucristo «instaura y exige en el


sacerdote una posterior relación que procede de la “intención”, es decir, de
la voluntad consciente y libre de hacer, mediante los gestos ministeriales, lo
que quiere hacer la Iglesia». La expresión «tener la intención de hacer lo
que hace la Iglesia» ilumina la vida espiritual del ministro sagrado,
invitándole a reconocer la personal instrumentalidad al servicio de Cristo y
de su Esposa, y a ponerla en práctica en las concretas acciones
ministeriales. La «intención», en este sentido, contiene necesariamente una
relación con el actuar de Cristo Cabeza en y a través de la Iglesia,
adecuación a su voluntad, fidelidad a sus disposiciones, docilidad a sus
gestos: el quehacer ministerial es instrumento del obrar de Cristo y de la
Iglesia, que es su Cuerpo.
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Se trata de una voluntad personal permanente: «Semejante relación


tiende, por su propia naturaleza, a hacerse lo más profunda posible,
implicando la mente, los sentimientos, la vida, o sea, una serie de
disposiciones morales y espirituales correspondientes a los gestos
ministeriales que el sacerdote realiza»

 Fidelidad a la disciplina eclesiástica

La «conciencia de ser ministro» comporta también la conciencia del


actuar orgánico del cuerpo de Cristo. De hecho, la vida y la misión de la
Iglesia, para poder desarrollarse, exigen un ordenamiento, unas reglas y
unas leyes de conducta, es decir, un orden disciplinar. Es preciso superar
cualquier prejuicio frente a la disciplina eclesiástica, comenzando por la
expresión misma, y superar también cualquier temor o complejo a la hora
de referirse a ella o de solicitar oportunamente su cumplimiento. Cuando se
observan las normas y los criterios que constituyen la disciplina
eclesiástica, se evitan las tensiones que, de otro modo, comprometerían el
esfuerzo pastoral unitario del cual la Iglesia tiene necesidad para cumplir
eficazmente su misión evangelizadora. La asunción madura del propio
empeño ministerial comprende la certeza de que la Iglesia «necesita unas
normas que pongan de manifiesto su estructura jerárquica y orgánica, y que
ordenen debidamente el ejercicio de los poderes confiados a ella por Dios,
especialmente el de la potestad sagrada y el de la administración de los
sacramentos».

Además, la conciencia de ser ministro de Cristo y de su Cuerpo


místico implica el empeño por cumplir fielmente la voluntad de la Iglesia,
que se expresa concretamente en las normas. La legislación de la Iglesia
tiene como fin una mayor perfección de la vida cristiana, para un mejor
cumplimiento de la misión salvífica, y por tanto, es preciso vivirla con
ánimo sincero y buena voluntad.

 Cultivar la comunión eclesial

En la medida en que los presbíteros son signos vivos y al mismo


tiempo servidores de la comunión eclesial, se integran en la unidad viviente
de la Iglesia prolongada en el tiempo, que es la sagrada Tradición, de la que
el Magisterio es custodio y garante. La fecunda referencia a la Tradición
concede al ministerio del presbítero la solidez y la objetividad del
testimonio de la Verdad, que en Cristo se ha revelado en la historia. Esto le
ayuda a huir del prurito de novedad, que daña la comunión y vacía de
profundidad y de credibilidad el ejercicio del ministerio sacerdotal.
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De modo especial el párroco debe promover pacientemente la


comunión de la propia parroquia con su Iglesia particular y con la Iglesia
universal. Por lo mismo, debe ser también verdadero modelo de adhesión al
Magisterio perenne de la Iglesia y a su disciplina.

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