TEM A 2 DOC DE La Catedra Al Bacillerato-Puelles
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1
Federico Sanz Díaz, La segunda enseñanza oficial en el siglo XIX (1834-1874), Madrid, Ministerio de
Educación y Ciencia, 1985, p. 176.
2
Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, Año IV, núm. 87 (1880), p. 141.
reafirmaba con estas palabras: “En el sistema reinante, la segunda enseñanza
no sólo se halla separada de la primera bruscamente, sino que, por su origen,
como un desprendimiento de la antigua Facultad de Artes (más tarde, de
Filosofía) ha conservado su filiación esencialmente universitaria, en su sentido,
su estructura, su organización pedagógica, sus métodos y, hasta muchas
veces (entre nosotros, por ejemplo) en la formación de su profesorado.”3 Esta
“dependencia” del modelo universitario pasará a formar parte de la cultura
profesional de los catedráticos de instituto y condicionará su propia formación.
3
Francisco Giner de los Ríos, “Los grados naturales de la educción”, en Obras completas, Madrid,
Espasa-Calpe, 1924, tomo X, p. 17 (los paréntesis son del original).
4
Patricio de Blas Zabaleta ha dedicado varias páginas a esta atracción en “El bachillerato en busca de su
identidad”, Participación Educativa, 17 (2011), pp. 22-25; la cita en la página 23.
Poco duró este experimento. La escuela fue suprimida en 1852 sin que pudiera
siquiera salir la primera hornada de profesores, debido “al giro que experimentó
la política educativa hacia posiciones más reaccionarias en el gabinete de
Bravo Murillo”5.
El segundo intento nos remite al primer tercio del siglo XX, un periodo
que ha sido llamado, con razón, la edad de plata de la cultura española, y que,
desde nuestra perspectiva, podríamos llamar también la edad de plata de la
renovación pedagógica. Es en este marco cuando se produce lo que el
profesor Viñao ha llamado un modelo de reforma educativa, aplicado por la
Institución Libre de Enseñanza (ILE)6.
Distingue Viñao tres momentos distintos en este proceso de reforma:
una primera fase, previa a la constitución de la ILE, que se remonta al sexenio
democrático (1868‐1874), en que se experimenta una reforma educativa desde
el poder, saldada con un notable fracaso26; una segunda, de 1876 a 1918, en
que se elabora un nuevo discurso educativo sobre la naturaleza, objetivos,
estructura y características de la segunda enseñanza; finalmente, una tercera,
que comienza con la creación del Instituto‐Escuela en 1918, de
experimentación primero, de difusión después, que se interrumpe con la guerra
civil en 1936.
En la tercera fase citada, de experimentación y difusión, ocupó un lugar
fundamental la reforma de la formación del profesorado mediante la fórmula del
aspirantado dentro del marco del Instituto‐Escuela. La formación de los
aspirantes a profesores de segunda enseñanza contaba con prestigiosos
catedráticos y profesores bajo cuya tutela se colocaba al aspirante. Si además
se aspiraba a ingresar en la función publica docente, el aspirante debía hacer
las correspondientes oposiciones. ¿Cuál era, en definitiva, esta fórmula del
aspirantado? Aunque resulte un poco larga la cita, dicha formación comprendía
varios pasos: “a) prácticas de enseñanza durante dos años, en régimen de
media jornada, asistiendo a las clases y encargándose directamente de la
enseñanza bajo la dirección del catedrático correspondiente; b) estudio de dos
lenguas modernas a elegir entre francés, inglés o alemán, mediante clases de
dos o tres horas semanales a cargo de profesores nativos; c) trabajos de
laboratorio, por lo general en alguno de los [centros] dependientes de la JAE
(Centro de Estudios Históricos, Instituto Nacional de Ciencias, Residencia de
Estudiantes); d) estudios pedagógicos y filosóficos, mediante lecturas y la
asistencia a las cátedras de filosofía y pedagogía de la Universidad Central y la
Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, o a las enseñanzas que sobre
estas cuestiones se impartían en el mismo Instituto‐Escuela; e) envío al
extranjero, becados por la JAE, de ‘algunos de los mejores’, un aspecto que,
también a través de la Junta, había desempeñado un importante papel en la
formación científica y pedagógica de buena parte de los responsables y
profesores del Instituto‐Escuela.”. Ciertamente, era un modelo de reforma lenta
y gradual, pero, si se hubiera consolidado y generalizado, habría logrado un
buen sistema de formación del profesorado de educación secundaria.
5
Carmen Benso Calvo, “Ser profesor de Bachillerato. Los inicios de la profesión docente (1836-1868)”,
Revista de Educación, nº 329 (2000), p. 293.
6
Antonio Viñao Frago, “Un modelo de reforma educativa: los institutos-escuelas (1918-1936)”, Boletín
de la Institución Libre de Enseñanza, IIª época, nº 39 (2000), pp. 86-87.
Este modelo, implantado en el Instituto‐Escuela por el Gobierno liberal
en 1918, no hubiera podido llevarse a cabo sin la experiencia previa realizada
en las aulas de la ILE, creada en 1876. Muy tempranamente, ya en el curso
1880‐1881, en el importante discurso de Giner ya citado, se dio a conocer lo
que sería el proyecto educativo de la ILE, con profunda incidencia en la
educación secundaria. En ese discurso, se afirmaba el propósito, formulado
con anterioridad en 1878, de “fundir, hasta donde fuese posible la primera
enseñanza y la segunda bajo la idea capital de que la una no es más que
continuación y desarrollo de la otra; y de que las dos juntas deben formar, en
consecuencia, un grado único y continuo de educación –el de la educación
general–, del cual son ambos momentos tan sólo diferentes en la amplitud que
recibe en cada cual de ellos esa obra, una misma en los dos casos, como unos
mismos son también los objetos de estudio y los procedimientos educadores”
29. Esta fue la concepción de la educación secundaria que puso en práctica en
las aulas públicas el Instituto‐Escuela.
7
Manuel B. Cossío, De su jornada, Madrid, Aguilar, 1966, pp. 44-45. También en Historia de la
educación…, op. cit., vol. III.
secundaria en un solo nivel educativo. Fue el primer paso para abrir la
educación secundaria a toda la población. Pero en lo que en mi opinión fue un
progreso –abrir la educación secundaria a toda la población‐, incrementó
notablemente, como veremos, el grado de problematicidad de la educación
secundaria. Utilizando un sencillo símil, podríamos decir que la ley del 70 fue
como la boa que devora un animal de excesivo tamaño para su estómago,
dando lugar a una difícil y laboriosa digestión que, en nuestro caso, llega hasta
nuestros días. En mi opinión, la LOGSE, al ampliar la escolaridad obligatoria, y
con ella la escuela comprensiva, hasta los dieciséis años, subestimó también
las dificultades de esta empresa, benemérita desde la perspectiva de la
equidad social pero que presentaba innegables dificultades que aún no hemos
superado.
6. Los profesores ante la universalización de la educación secundaria
9
Álvaro Marchesi, Controversias en la educación española, Madrid, Alianza, 2000, p. 114.
10
33 Juan Yanes González, “La formación de profesores de educación secundaria: un espacio desolado”,
Revista de Educación, nº 317 (1998), p. 68.
11
34 José Gimeno Sacristán, La educación obligatoria: su sentido educativo y social, Madrid, Morata,
2005, 3ª ed., p. 80.
tuviera problemas en el tercer ciclo de la EGB, el tramo 12‐14 sustraído a la
educación secundaria, y que la reforma de 1990 los tuviera también en la
educación secundaria obligatoria, esto es, en el mismo tramo anterior sólo que
prolongado ahora hasta los 16 años. No es casual tampoco que los profesores
de bachillerato clamaran entonces contra la ley de 1970 alegando la
“egebeización” de la secundaria, ni que esos mismos profesores clamen hoy
contra la ESO y contra la pérdida de identidad del bachillerato. En ambos casos
se tropezó con la cultura escolar, ese conjunto de hábitos, prácticas, saberes y
mentalidades sedimentados a lo largo del tiempo que, en el supuesto de los
profesores de secundaria, está ligada con la cultura profesional específica de
este grupo. El cambio nominal de Institutos de Bachillerato a Institutos de
Educación Secundaria (IES) no fue sólo un cambio formal, sino también la
expresión de una profunda transformación de la naturaleza de la vieja
educación secundaria que chocó con la cultura profesional de este colectivo,
dotado de “una historia, unos valores, unos intereses materiales y fines”12 muy
determinados.
Por último, es obvio que la cultura escolar de los profesores de secundaria
sigue anclada mayoritariamente en una concepción del bachillerato como nivel
propedéutico, lo que tiene poco que ver con la formación general que debe
darse hoy a la totalidad de la población escolar, y en consecuencia pugna con
la concepción de una secundaria obligatoria como prolongación de la primaria
que, hoy por hoy, parece irreversible: “la educación secundaria obligatoria, por
su carácter comprensivo y obligatorio, comparte con la educación primaria más
aspectos y similitudes que con el bachillerato o la formación profesional.”13 Es
obvio también, por otra parte, que la formación de los profesores de secundaria
sigue siendo una formación especializada y académica ‐de contenidos‐,
suministrada por la universidad, y que esa formación tiene poco que ver con
una secundaria obligatoria que exige una formación centrada no en disciplinas
concretas sino en áreas de conocimiento (la universidad, por ejemplo, prepara
biólogos, geólogos o químicos, pero no prepara profesores para el área de
ciencias de la naturaleza). Que la LOGSE se adentrara en este complejo
terreno sin tener una política clara para el profesorado ‐a corto, medio y largo
plazo‐ explica buena parte de los problemas que hemos heredado hasta el
momento. Que no se preparara al profesorado en 1970 y 1990 para las
transformaciones de la educación secundaria, explica la otra parte del
problema.
12
Antonio Bolivar, La identidad profesional del profesorado de secundaria: crisis y reconstrucción,
Málaga, Aljibe, 2006, p. 94
13
Antonio Viñao Frago, “Del bachillerato de elite a la educación secundaria para todos (España, siglo
XX)”, en Guillermo Vicente y Guerrero (coordinador), Historia de la Enseñanza Media en Aragón,
Zaragoza, Institución “Fernando el Católico” (CSIC), 2011, p. 466.