Correccion Politica Zizek

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Fue una escena lamentablemente conocida.

La policía infiltró algunos de sus


agentes en una marcha pacífica para provocar disturbios y, plantada la excusa,
comenzó a reprimir, detener y lastimar gente.

En medio de las corridas, arrestos y desmanes, entre el humo y la sangre, unos


fuertes gritos empezaron a resonar contra la policía: "¡milicos de mierda!", "¡hijos
de puta!", "¡Putos!", y demás epítetos coloquiales que suelen escandalizar a
señoras de Barrio Norte. Nada de esto llamaría la atención, si no fuera porque en
el lugar de los acontecimientos, el blanco y ya no inmaculado Cabildo mostraba
uno de los graffittis más confusos de los últimos tiempos: "Macri Hetero".

Tal era la extrañeza de semejante frase que otro manifestante escribió un gigante
signo de interrogación abajo. Tal era su absurdo mensaje que, en medio de una
concentración a punto de desbarrancarse en los brazos de la violencia, alguien se
tomó el tiempo de cuestionar esa afirmación.

La explicación vino unos días después. Al parecer, era una estrategia de los
militantes del llamado "lenguaje inclusivo" (los mismos de 'todxs' y 'todes' ).
Gente que pretende cambiar el español actual de manera estética así como
resignificar palabras para que no sean discriminatorias. En este caso, querían
reemplazar el uso de la homosexualidad como elemento peyorativo y dar un trago
de su propia medicina a los que utilizan eso como insulto. Lo mismo hacen con
quizás la madre de todas las palabrotas, "hijo de puta", a la que quieren desplazar
en favor de "hijo de yuta", término cercano foneticamente y más coherente con la
realidad, pero a fin de cuentas ridículo y debilucho.

Más de una vez hablé del lenguaje inclusivo y la corrección política, y siempre dije
lo mismo: que me parece una gran patraña. Más allá de los años de estudios
semióticos y comunicacionales, creo que basta un poco de sentido común y
sociabilidad para darse cuenta. Pero lo que pasó el 2 de septiembre me achispó
una vez más, y a eso se sumó haber descubierto una interesantísima entrevista al
filósofo esloveno Slavoj Žižek, que reproduzco editada a continuación:

"En una entrevista me preguntaron cómo combatir al racismo reaccionario. ¿Qué


respondí? “Con racismo progresista”. Por supuesto que los chistes racistas pueden
ser extremadamente opresivos, humillantes y demás. Pero creo que la solución es
crear una cierta atmósfera, hacer estos chistes de tal manera que realmente
funcionen como esa pizca de contacto obsceno que funde una verdadera cercanía
entre nosotros. Y me refiero a mi propia experiencia política en la ex-Yugoslavia.
Recuerdo cuando de joven conocí a gente de otras repúblicas ex yugoslavas:
serbios, croatas, bosnios, etc. Pasábamos todo el tiempo haciéndonos chistes
vulgares sobre cada uno de nosotros. Pero no tanto contra el otro, sino –de un
modo maravilloso– compitiendo para ver quién podía hacer el chiste más sucio
sobre nosotros mismos. ¿Sabías que cuando estalló en Yugoslavia la guerra civil
las primeras víctimas fueron los chistes? Desaparecieron de inmediato. Ése es mi
problema con la corrección política. Es una forma de autodisciplinamiento que no
permite verdaderamente superar el racismo. No es más que racismo oprimido y
controlado.

Hace un año estaba en una librería firmando ejemplares de uno de mis libros
cuando se acercaron dos muchachos negros. No me gusta el término
“afroamericanos”. A mis amigos negros tampoco les gusta. Pero el punto es que
me pidieron que les firmase un libro, y no más verlos ahí no pude contener mi
comentario racista, cuando les devolvía los libros, les dije: “Bueno, no sé cuál es
para cuál, imagínense, ustedes como los chinos parecen todos iguales”. Fue
entonces que me dieron un abrazo y me dijeron: “Tú puedes llamarnos ‘nigga’.
Cuando te dicen algo así significa: “Realmente nos sentimos cercanos”. Ellos
automáticamente lo comprendieron.

No soy idiota. Sé muy bien que esto no significa que tengamos que estar
corriendo unos atrás de otros humillándonos continuamente. Es un gran arte
saber cómo hacerlo. Sólo estoy postulando esta hipótesis: que sin una pizca de
mutua obscenidad amigable no es posible tener un contacto real con el otro.
Permanece ese frío respeto. Necesitamos una pizca para establecer un verdadero
contacto. Eso es de lo que carece para mí la corrección política. Yo nunca me creí
todas esas situaciones de: No son “niggas”, son “nigros”. No son “nigros”, son
“negros”. No son “negros", son “afroamericanos”.
Cuando estaba en Missoula, Montana, me puse a conversar muy amigablemente
con unos “Nativos Americanos” [la forma políticamente correcta de decir
“indios”]. Ellos detestan ese término, y me han dado una maravillosa razón. Me
dijeron: ¿“Nativo Americanos”? … ¿y los otros qué son, “Cultural Americanos”?
¿Entonces qué? ¿Nosotros seríamos una parte de la naturaleza? Me dijeron:
“Preferimos mucho más que nos llamen ‘indios’. Al menos nuestro nombre es un
monumento a la estupidez blanca, por creer que estaban en la India”. Y tenían
una maravillosa intuición sobre esta mierda “new age”: Los blancos ejercen una
explotación tecnológica sobre la naturaleza, mientras que los nativos se relacionan
con la naturaleza de un modo “dialógico”, “holístico”: antes de cavar la Tierra, le
piden permiso a la montaña, bla, bla… Uno de ellos me dijo brutalmente que, en
un breve texto que escribió demuestra, que los nativos mataron más búfalos y
quemaron más bosques que todos los blancos juntos. Éste es el punto: Que lo
más racista es que condescendientemente se les pusiera en ese pedestal de lo
primitivo, orgánico, vida comunitaria en el seno de la madre naturaleza, etc. ¡No!,
me dijo que "también podemos ser malos; también podemos ser horribles". Su
derecho fundamental es poder ser malvados también. Si nosotros podemos serlo,
¿por qué ellos no?".

Las palabras de Žižek no tiene desperdicio y son una contundente muestra de lo


que siempre ha sido, en el fondo, el humor: una forma de aliviarnos de nuestro
dolor, de hacer más tolerable al mundo. Hacerlo politicamente correcto es
quitarle buena parte de su función y su poder. Por supuesto que hay temas
sensibles con los que es imposible bromear (los Desaparecidos, por ejemplo),
pero reírse de los defectos, las desgracias o las injusticias, siempre y cuando sepas
cómo hacerlo, es la mejor solución para aliviar tensiones y hermanarse. El
problema con los chistes es su calidad, no sus protagonistas.

Lo mismo pasa con los insultos. Apenas la furia estalla, apenas la violencia se hace
presente, toda esa careteada de la corrección política se va al tacho. Los instintos
primigéneos del hombre se desatan y ya nadie se cuida de decir "puta" "puto"
"negro" "milico" o lo que sea. Se dice lo que se siente, y lo que se siente es eso.
Los cultores de esta corrección política del lenguaje tampoco parecen entender la
mecánica del insulto. Los insultos pretenden agraviar desde basicamente dos
frentes: uno es destacar peyorativamente alguna característica del aludido (su
apariencia física, sus manerismos, alguna incapacidad, su ideología política, etc.) y
otro es decir lo que el insultado no es y no quiere ser. Por eso se le dice "puta" a
una mujer que no ejerce la prostitución, "puto" a un heterosexual, especialmente
si tiene tintes homofóbicos, "tarado", "cretino" o "mogólico" a una persona que
claramente no presenta esas enfermedades, etc. Y es precisamente por eso que
decirle "yuta" a un policía no le va a hacer mella. Lo son. Se enorgullecen de serlo.
Decirle "hijo de yuta", menos. Lo más probable es que también lo sean. A fin de
cuentas, sólo hay cuatro razones para ser milico: que tus padres lo sean y quieras
seguir la tradición familiar, que te hayas tragado el verso de servir a la Patria y la
comunidad, que simplemente necesites un trabajo o que busques una forma de
asesinar legalmente.

Pero tampoco funciona decírselo a alguien que no es policía ni quiere serlo, por el
simple motivo de que términos como "hijo de puta" ya tienen la categoría de ser
frases hechas. Nadie está significando literalmente que la madre de alguien sea
una puta. Es una frase que, si hablás español, escuchás y entendés su intención
sin pensar por una fracción de segundo en su literalidad. Tratar de modificar eso
de forma forzada, en lugar de que suceda de manera espontánea, sólo produce
resultados graciosos por su ridiculez, como cuando Mafalda y sus amigos
adoptaban "sopa" como una mala palabra.

Entendiendo esto, ¿cómo funciona 'Macri Hetero' ? ¿Cuál es el agravio para


alguien que afirmó que "la homosexualidad es una enfermedad, no es una
persona ciento por ciento sana", que le digan que es exactamente lo opuesto a lo
que considera erróneo, a lo que considera malo? ¿cuál es el insulto en decirle a
alguien lo que es y se enorgullece de ser, aunque sea de forma despectiva? La
excelente web Eameo! lo resumió magistralmente con un montaje que cambiaba
el graffitti por un "Macri Caucásico".

Por el contrario, en el caso de las parodias peyorativas, como "peroncho", "zurdo",


"marica", "bostero", "gallina", "canalla", y hasta el mismo "puta", el accionar es
ser reapropiadas por los propios insultados para neutralizarlas. Es una estrategia
que se aprende en la primaria. Cuando alguno de tus compañeros te quería
insultar, tomabas ese insulto, le decías que es cierto e incluso lo exagerabas, y el
matón se quedaba de piedra, porque lo habías desarmado. "Tu mamá es una vieja
puta", "Eh, pará... vieja sí, pero puta también". Listo. Le cerraste el pico. Caer en
otra cosa, enojarte, lloriquear, decirle a la maestra que los obligue a no decirlo
más, no hacía más que aumentar el problema. Porque sabían que te habían
lastimado, que te habían hecho enojar. Y el que se enoja, pierde.

Como en ocasiones anteriores, la conclusión es la misma: intentar cambiar la


sociedad por medio de modificar el lenguaje es construir la casa empezando por
el techo. Hay que cambiar la sociedad de raíz. El lenguaje, después, va a cambiar
solo, si es que hace falta.

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