Stan Tatkin - Conectados para El Amor
Stan Tatkin - Conectados para El Amor
Stan Tatkin - Conectados para El Amor
HARVILLE HENDRIX
La unión en pareja ha sido, desde los albores de la historia humana, la estructura social primordial de
nuestra especie, que dio origen a estructuras familiares, comunales, sociales y culturales de mayor
tamaño. Sin embargo, el interés en ayudar a las parejas a mejorar la calidad de su relación es un
fenómeno muy reciente. La ayuda que recibían las parejas en el pasado provenía de sus familias o
instituciones sociales, principalmente religiosas. No obstante, debido a que lo que sucede en el hogar
determina lo que sucede en la sociedad, y dada la permanente presencia de conflictos y violencia entre
parejas, grupos y culturas, podemos concluir que dicha ayuda no ha sido muy útil. Si asumimos la
premisa lógica de que las parejas sanas son esenciales para una sociedad sana y viceversa, entonces
“ayudar a las parejas” debería pasar de ser un sentimiento romántico —y una carrera profesional— a un
valor social primordial. Lo mejor que la sociedad puede hacer para sí misma es promover y apoyar
parejas sanas, y lo mejor que los compañeros pueden hacer para sí mismos, sus hijos y sociedades es
¡tener una relación sana! Este libro apunta en esa dirección al describir y brindar orientación concreta
hacia la visión de una relación de pareja íntima, que puede ayudarles a cambiar su enfoque de
necesidades centradas en uno mismo hacia las necesidades de su relación y, por consecuencia, a la
transformación de la sociedad.
Esta posición radical —si se transforma la pareja, se transforma la sociedad— ha estado gestándose
sólo durante el último cuarto de siglo, aproximadamente. Me gustaría hacer un breve recuento del
surgimiento de la pareja y de las nociones cambiantes de “ayuda” para éstas, para que las parejas que
lean este espléndido libro puedan conocer su lugar en la historia de esta relación primaria. Asimismo, me
gustaría poner Conectados para el amor en contexto.
Contamos con poca información sobre cómo se escogían las parejas prehistóricas y cómo se
relacionaban entre ellas; sin embargo, la proyección fundamentada de la antropóloga cultural Helen
Fisher nos ofrece algunas pistas de que, hace más de 11 000 años, las parejas formaban un “vínculo
doble” con propósitos de procreación y supervivencia física. Ella cree que dicha unión estaba basada en
una ética implícita de “compartir”, la cual servía para necesidades e intereses mutuos. Sus papeles dentro
de la unión eran específicos: la mujer juntaba leña para el fuego, cuidaba a los niños y recolectaba frutas,
bayas, nueces y raíces que compartía con el hombre. El hombre cazaba y compartía sus presas con la
mujer y los niños, a quienes también protegía de otros hombres y animales. A pesar de que esas parejas
eran claramente sexuales, no duraban mucho tiempo y es probable que no fueran muy íntimas. Se estima
que duraban aproximadamente tres años en promedio, o hasta que los niños pudieran desplazarse. Ambos
sexos solían buscar y consumar otras relaciones. Las mujeres daban a luz varios niños de diferentes
padres, y éstos engendraban varios niños, con los cuales seguramente pasaban muy poco tiempo y raras
veces los reconocían como su progenie. La mayoría de los niños era criada por madres solas y padres
eventuales.
Todo eso cambió hace cerca de 11 000 años cuando, de acuerdo con las mismas investigaciones, los
cazadores y recolectores aprendieron cómo cultivar alimentos y criar animales de corral. Una vez que no
tuvieron que buscar comida, se asentaron en pequeñas comunidades y aldeas, y así surgió el concepto de
una “propiedad” que tenía que ser protegida. En un principio, quizá este concepto podría haberse
aplicado sólo a animales y cosechas; sin embargo, ya que los niños y mujeres también necesitaban
protección, el concepto se expandió para incluirlos también. Los grupos sociales pequeños evolucionaron
en aldeas, ciudades e incluso imperios, donde las relaciones sociales cobraron más importancia. El
concepto de propiedad y posesión dio origen a la economía, y saber de quién eran los niños y con quién
contraían matrimonio se volvieron componentes esenciales de las estructuras sociales y económicas. De
esta forma nació la segunda versión de la pareja, el “matrimonio arreglado”. No tenía nada que ver con la
atracción romántica, necesidades personales o amor maduro, y sí con el estatus social, seguridad
económica e intereses políticos. Así que los padres colaboraban con otros padres para seleccionar
esposos para sus hijos e hijas —por lo general sin tomar en consideración las preferencias de éstos— y
así mejorar o mantener el estatus socioeconómico de la familia. Se prestaba poca o nula atención a la
calidad de la relación de la pareja. Se esperaba que ésta honrara los valores familiares y la etiqueta
social, independientemente de sus sentimientos, y si alguno cometía alguna falta —abandono, infidelidad
u otra conducta deshonrosa— el infractor era aconsejado, amonestado o castigado por la familia y los
líderes de la comunidad: padre, hermanos, ancianos, oficiales religiosos. Las herramientas de análisis,
comprensión y empatía no habían sido inventadas aún.
La siguiente encarnación del matrimonio comenzó en el siglo XVIII con el ascenso de las instituciones
democráticas en Europa, las cuales planteaban que todos tenían libertad personal y, por extensión, la
libertad para casarse con la persona de su elección. La puerta hacia el matrimonio era, cada vez más, el
amor romántico en lugar de los mandatos de los padres, y este cambio dio origen al matrimonio personal
o psicológico, diseñado para satisfacer las necesidades personales y psicológicas más que las
socioeconómicas. Sin embargo, hasta antes de que Sigmund Freud descubriera el inconsciente y fundara
el psicoanálisis, era muy poco conocido que nuestra mente inconsciente está muy involucrada en nuestras
elecciones personales y que las experiencias interpersonales pasadas tienen un impacto profundo en las
relaciones adultas actuales. Este descubrimiento condujo al entendimiento de que nuestra elección de
pareja, si es una elección romántica, está más influida por nuestra mente inconsciente que por las
preferencias racionales. La pareja que elegimos inconscientemente guarda un parecido sobrecogedor —
con todo y sus defectos, sobre todo los defectos— con los tutores que nos criaron; por lo tanto, las
necesidades que queremos satisfacer en nuestra relación íntima adulta —las que no se cubrieron en la
infancia— se plantean a personas tristemente similares a aquéllas que no las cumplieron cuando fuimos
niños. El descontento que nace de esta cruel incompatibilidad terminó por contribuir al alza de la tasa de
divorcios. Aunque hasta hace poco el divorcio era prácticamente prohibido en el matrimonio arreglado y
muy desalentado en el matrimonio romántico, el aumento en el número de divorcios —en especial
después de la explosión demográfica que siguió a la Segunda Guerra Mundial en los años cincuenta—
dio origen a la consejería matrimonial y la terapia conyugal como profesiones. La ayuda para las parejas
se extendió de las fuentes tradicionales (religiosa, familiar) a una profesión emergente de salud mental,
cuyos miembros contaban con distintos grados de capacitación y competencias.
Los primeros modelos de consejería matrimonial se basaban en la suposición de que una pareja
estaba conformada por dos personas independientes y autónomas, quienes podían utilizar su capacidad de
aprendizaje y habilidades cognitivas para resolver sus diferencias, al regular el conflicto sobre éstas.
Esta suposición transformó la ayuda, que pasó del consejo, instrucción y amonestación —el método de
los padres y profesionales religiosos antes del desarrollo de la consejería profesional y la psicoterapia
— a la resolución de conflictos, negociación y solución de problemas. Esto fue útil para algunas parejas
cuyos problemas no eran tan complicados; sin embargo, para otras el proceso de resolución de
problemas fue un fracaso. A las parejas con problemas más serios se les aconsejaba empezar una
psicoterapia más profunda para trabajar sus problemas personales de toda la vida, independientes de su
relación, y separarse del otro bajo la suposición de que cuando volvieran a unirse, libres de sus neurosis,
podrían satisfacer las necesidades actuales y pasadas del otro, y crear una relación gratificante y
maravillosa.
Este modelo no funcionó muy bien. La mayor parte los cónyuges que tuvieron éxito en su psicoterapia
privada tendía a divorciarse en lugar de reconciliarse. La tasa de divorcio alcanzó cerca de 50%, y ahí
se ha mantenido estable desde hace 60 años. Las estadísticas del éxito de la terapia matrimonial se han
mantenido estables, alrededor de 30%; no es un éxito abrumador para esta novel profesión.
En años recientes, hemos descubierto que el principal problema con este modelo es su enfoque en el
“individuo” como unidad fundamental de la sociedad y en la satisfacción de necesidades personales
como meta del matrimonio. Ya que la democracia dio realidad política al concepto de individuo, y Freud
iluminó la arquitectura del interior del ser, esta perspectiva tiene sentido. Esto condujo a Freud a
localizar el problema humano dentro del individuo y crear la psicoterapia como una cura para las
enfermedades del ser. Así, debido a que la consejería matrimonial y la terapia de pareja son las siervas
de la psicoterapia, era de esperarse que la consejería matrimonial se centrara en sanar a los individuos
como precondición para una relación satisfactoria. También era de esperarse que los terapeutas
asumieran que el problema eran las necesidades insatisfechas “al interior” del individuo, y que las
relaciones existían para satisfacer dichas necesidades. Todo lo anterior dio origen a esta narrativa del
matrimonio: si tu relación no satisface tus necesidades, estás casado con la persona incorrecta. Tienes
derecho a la satisfacción de tus necesidades en una relación, y si eso no sucede, debes cambiar de pareja
y volver a intentar cumplir esas necesidades con una persona distinta. Para ponerlo en términos más
simples, el matrimonio se trata de “ti” y tus necesidades, y si no te satisface, su disolución es justificable,
sin importar las consecuencias para los demás, incluso los niños.
Esta narrativa ha engendrado el fenómeno de los matrimonios múltiples, familias con un solo padre,
niños destrozados, matrimonio de “principiantes” y la cohabitación como sustituto del matrimonio, así
como una tendencia a postergar el matrimonio. Ya que, como lo dijimos anteriormente, una sociedad
refleja la calidad de las relaciones de pareja, este enfoque individualista también ha reflejado y
alimentado a una sociedad de abuso y violencia, la cual va desde la negatividad habitual hasta la
violencia doméstica, adicciones de todo tipo, crimen, pobreza y guerra. Estos grandes problemas
sociales no pueden abordarse hasta que surja una narrativa distinta sobre cómo debemos ser en una
relación íntima.
Me parece que en el último cuarto del siglo XX comenzó a emerger una nueva narrativa que cambió el
enfoque de la necesidad de satisfacción personal y del ser a una relación. En los años setenta, una nueva
visión del ser como intrínsecamente relacional e interdependiente empezó a cuestionar la visión reinante
del ser como autónomo, independiente y autosuficiente. Este cambio de paradigma fue impulsado por
psicólogos del desarrollo que empezaron a describir al recién nacido como “social”, en lugar de pensar
que se volvía social en etapas posteriores. Los seres humanos empezaron a decir, son inherentemente
relacionales y dependen de las relaciones. Al mismo tiempo, otros estudiantes de la relación hijo-padre
empezaron a decir que no hay tal cosa como “un individuo”: sólo existe una relación madre-hijo, y por
tanto la relación, y no el individuo, es fundamental. El ser aislado y autónomo fue expuesto como un mito.
El origen del problema humano fue reubicado, del interior del ser, a la falla de una relación “entre” los
tutores y su hijo infante. Estas relaciones fallidas, según los nuevos investigadores, son la causa de
sufrimiento en el alma, y su sanación requiere participación en una relación que es la antítesis del drama
padre-hijo temprano. Debido a que estos estudiantes de la situación humana solían ser terapeutas,
asumían que la relación correctiva óptima era con un terapeuta.
Durante los últimos 20 años, estas visiones se han convertido en tema de una nueva narrativa
matrimonial y la cuarta encarnación del matrimonio, a la que me refiero como “asociación consciente”.
En esta nueva narrativa, el compromiso es con las necesidades de la relación en lugar de con las
necesidades del ser. Es algo como esto: tu matrimonio no se trata de ti. Tu matrimonio se trata de sí
mismo; es una tercera realidad de la cual eres responsable, y sólo al honrar dicha responsabilidad podrás
satisfacer tus necesidades de la infancia y actuales. Cuando pones en primer lugar tu relación y en
segundo tus necesidades, produces el efecto paradójico de satisfacer tus necesidades en maneras que
nunca serían posibles si las pusieras en primer lugar. Lo que sucede no se relaciona con la sanación de
heridas de la infancia —las cuales, de hecho, podrían ser incurables—, sino con la creación de una
relación en la que dos personas estén constante y oportunamente presentes el uno para el otro, de manera
empática. Este nuevo entorno emocional desarrolla nuevas vías neurales adornadas con una presencia
amorosa, que reemplazan las antiguas vías tóxicas que estaban llenas de los restos del sufrimiento de la
infancia. La relación de pareja se vuelve el contenedor de la alegría del ser, que es una relación
conectada. Y, ya que la calidad de la relación de pareja determina el tenor del tejido social, la expansión
de esa alegría de lo local a lo global podría sanar casi todo el sufrimiento humano.
Desde mi punto de vista, Conectados para el amor, de Stan Tatkin, es más que una simple adición a
la vasta bibliografía dirigida a parejas. Es más que una integración brillante de las investigaciones
recientes en neurociencias con los puntos de vista de la teoría del apego. Es una instancia de una
literatura emergente que expresa un nuevo paradigma de la relación de pareja. No es un logro menor: este
libro ayudará a las parejas a florecer en su relación y asistirá a los profesionales que quieren ayudar a
las parejas a ser más eficaces. Ya que el autor ha brindado una extensa guía para los que se encuentran en
la jornada del amor duradero, no es necesario hacer un resumen. El libro habla por sí mismo y te
recomiendo que empieces a leerlo ahora mismo. Tu visión de cómo debes ser en una relación íntima, y el
potencial del matrimonio para la sanación social y personal, ¡cambiará para siempre!
INTRODUCCIÓN
Crear una burbuja de pareja que permita a los compañeros mantenerse mutuamente sanos y salvos.
La pareja puede hacer el amor y evitar la guerra cuando las partes del cerebro que buscan
seguridad se relajan.
Los compañeros pueden relacionarse con el otro principalmente como anclas (apego seguro), islas
(inseguro evasivo) u olas (ambivalente inseguro).
Los compañeros que son expertos en el otro saben cómo complacerse y calmarse entre sí.
Los compañeros con vidas ocupadas deben crear y usar los rituales nocturnos y matutinos, así como
rituales de reuniones, para mantenerse conectados.
Los compañeros deben servir como la principal persona a quien recurrir del otro.
Los compañeros deben evitar convertirse en un estorbo cuando se relacionan con alguien externo.
Los compañeros que quieren permanecer juntos deben aprender a pelear bien.
Los compañeros pueden reavivar su amor en cualquier momento a través del contacto visual.
Los compañeros pueden minimizar el estrés del otro y optimizar su salud.
Estos principios están basados en la ciencia de vanguardia, pero deja que lo repita una vez más: no
tienes que comprender los tecnicismos de la ciencia para comprender estos principios. Yo lo hice por ti.
De hecho, hice mi mayor esfuerzo para volverlos divertidos y agradables. Prometo que no te aburriré con
jerga científica. Como dije antes, la vida ya es muy compleja en sí. Si hay un distintivo para esta era,
quizá sea nuestra capacidad de tomar los complejos resultados de los descubrimientos científicos y
aplicarlos efectiva y fácilmente en nuestra vida diaria, para entendernos mejor y amar con más plenitud.
Cada capítulo incluye ejercicios para aplicar los principios ahí descritos. Puedes hacer la mayoría de
los ejercicios por ti mismo o puedes hacerlos con tu pareja. De hecho, aquí hay una cierta ironía: una
premisa importante en este libro es que las parejas felices comparten un alto grado de cercanía y
cohesión; sin embargo, la mayoría de la gente tiende a leer libros sola —incluso libros sobre relaciones
—. Así que te invito a sacudirte esta tendencia. Comparte lo que hay en este libro con tu pareja. Los dos
le sacarán aún más provecho.
CAPÍTULO 1
LA BURBUJA DE PAREJA:
CÓMO PUEDEN MANTENERSE
SEGUROS Y ESTABLES
¿Quién entre nosotros no quiere sentirse amado? Ser, a fin de cuentas, capaces de ser nosotros
mismos, sentirnos apreciados, valorados y protegidos: éste ha sido el objetivo de la humanidad desde
que se tiene registro. Somos animales sociales. Dependemos de los otros. Necesitamos a otras personas.
Algunos contamos con padres, hermanos, primos u otros familiares para darnos alivio. Algunos
recurrimos a amigos o colegas, y algunos a las drogas, el alcohol u otras sustancias o actividades que nos
hacen sentir vivos, deseados, satisfechos, consolados o calmados. Algunos recurrimos a los seminarios
de crecimiento personal o incluso buscamos tratamiento psicológico. Algunos nos volcamos a nuestro
trabajo o pasatiempos. De una forma u otra —a través de medios sanos u otros menos saludables—
buscamos nuestra zona de seguridad.
Este deseo por una zona segura es una de las razones por las que formamos parejas. Sin embargo, los
compañeros —ya sea en una relación amorosa o amistad comprometida— suelen fracasar al usarse el
uno al otro como abogados y aliados contra fuerzas hostiles. No ven las oportunidades de crear un hogar
para ellos, un lugar seguro en donde puedan relajarse y sentirse aceptados, deseados, protegidos y
cuidados. Con frecuencia, observo esto en parejas que buscan terapia. Esto suele ser la razón por la que
buscan ayuda profesional.
LA RELACIÓN ES PRIMERO
Jenny y Bradley estaban a punto de separarse. Ninguno quería terminar la relación, pero seguían
ocurriendo eventos desafortunados y se culpaban entre sí. Empezaron a salir en su primer año de
universidad y ahora estaban a punto de graduarse. Ambos querían casarse y formar una familia.
La familia de Jenny vivía en la costa este de Estados Unidos, cerca de la universidad. Disfrutaba los
lazos cercanos con ellos, en particular con su madre, con quien hablaba diario. Bradley provenía de la
costa oeste, donde vivía su familia. Debido a la distancia, sólo hacía un viaje al año y en cada ocasión
invitaba a Jenny. Ella solía sentirse olvidada en esos viajes, a pesar de que adoraba al padre de Bradley.
A Bradley le gustaba ir a fiestas y juntarse con sus amigos, de tal forma que Jenny tenía que defenderse
de los avances de otros hombres y de lo que consideraba pláticas aburridas con las novias de los amigos.
Parecía que Bradley nunca percibía el descontento de Jenny durante estos eventos; no obstante, después
sentía su distanciamiento iracundo.
Sus conversaciones eran parecidas a ésta:
—¡Siempre haces lo mismo! —decía—. Me traes a estas reuniones y me dejas parada ahí como si no
existiera. ¡No sé siquiera por qué me invitas!
La respuesta de Bradley era defensiva:
—Estoy cansado de tener estas pláticas. Estás exagerando. ¡Yo no hice nada malo!
Para argumentar a su favor, Jenny mencionaba al amigo de Bradley, Tommy, quien, según decía, se
portaba de manera inadecuada con ella:
—Se emborracha y va conmigo y ni siquiera lo notas. No siento que me protejas.
La respuesta de Bradley, una vez más, era displicente:
—Sólo bromea.
Al final de estas conversaciones, Jenny solía retirarse a sollozar y Bradley se sentía castigado. Las
cosas tampoco mejoraban cuando pasaba al revés. Jenny solía visitar a su familia y quería que Bradley la
acompañara. Bradley se quejaba de que desaparecía con su madre y hermanas, y lo obligaba a “pasar el
tiempo” con su padre, con quien tenía poco en común. Cuando la pareja estaba a solas, sus
conversaciones se escuchaban muy parecidas a la anterior:
—No soporto venir aquí —se quejaba Bradley.
—¿Por qué? —decía Jenny sorprendida.
—Haces que me la pase con tu padre. Me siento como una cucaracha porque piensa que no soy lo
suficientemente bueno para ti ¡y en la cena actúas como si estuvieras de acuerdo con él! —Bradley
levantaba la voz, enojado.
—Shh —respondía Jenny—, no grites.
Bradley se detenía, mordiéndose los labios y bajando la cabeza.
—No entiendo —decía en voz baja.
—No entiendes ¿qué?
—Por qué me invitas. La verdad, me siento mal aquí —decía, sin alzar la cabeza ni mirarla.
Jenny se tranquilizaba y se acercaba con actitud amorosa.
—Mi familia te quiere —decía—. Mi madre y mis hermanas siempre lo dicen. A mi padre también le
agradas, sólo es... sólo es así.
El rostro de Bradley se asomaba enrojecido, con lágrimas en los ojos.
—¡No es cierto! Si tu familia “me quiere” —decía haciendo comillas con los dedos—, entonces, ¿por
qué no lo escucho de ellos? Si tu padre es tan cariñoso, ¿por qué no te sientas tú con él y me dejas pasar
tiempo con tu madre?
—Ahora estás exagerando —respondía Jenny conforme se dirigía a la puerta—. ¡Sólo olvídalo!
—Y, ¿sabes qué más? —continuaba Bradley con la esperanza de que lo escuchara—. Eres igual que
tu padre. Siempre me haces menos frente a los demás.
Jenny salía de la habitación azotando la puerta tras de sí.
Cuando empezamos una relación, queremos ser importantes para nuestra pareja, ser visibles y
valiosos. Al igual que en el caso de Jenny y Bradley, quizá no sepamos cómo lograrlo, pero lo deseamos
con tanto ahínco que moldea mucho de lo que hacemos y decimos al otro. Queremos saber que nuestros
esfuerzos son percibidos y apreciados. Queremos saber que nuestra pareja considera importante nuestra
relación y no la relegará a un segundo o tercer plano por causa de un competidor, una tarea o alguna otra
cosa.
No siempre ha sido así. Si comparamos las relaciones amorosas de hoy en día con las del pasado,
podríamos decepcionarnos gravemente. Hace siglos, rara vez las parejas se formaban porque se amaban.
Los matrimonios eran arreglados con propósitos políticos, religiosos o económicos. Los maridos y
esposas permanecían juntos para brindar seguridad a sus familias. Al mismo tiempo, el deber y la
obligación —para ambas partes— favorecían un contrato social con beneficios para el hombre. La
seguridad y certidumbre cobraban un precio emocional; aunque nadie se quejaba, porque nadie esperaba
algo distinto.
En nuestra cultura occidental moderna, el matrimonio por amor suele ser la norma. Esperamos que
nos muevan el tapete, o sentirnos enteros, o creer que encontramos nuestra alma gemela, y esperamos que
esta profunda conexión sostenga nuestra relación. Nada parece ser más importante. Sin embargo, estos
sentimientos e ideales suelen pasar una factura si nosotros, como pareja, somos incapaces de brindar al
otro un nivel satisfactorio de seguridad. La verdad es que incluso si una pareja sí cuenta con una profunda
conexión, sólo se trata del principio de la relación. Lo que a final de cuentas importa en la vida en pareja
es lo que sucede después del cortejo, amorío o fase de encaprichamiento. Lo que importa es su capacidad
de estar ahí para el otro, sin importar qué suceda.
Veamos otra pareja, Greta y Bram, ambos de 30 años. Al casarse hacía un año, alquilaron un
departamento en la ciudad, donde Greta tenía un empleo estable como maestra de escuela. La familia de
Bram vivía en un poblado rural cercano, adonde se dirigía a trabajar en el negocio agrícola de la familia.
Año con año, Greta tenía que asistir a una gala para recaudar fondos para su escuela. No era el tipo
de evento al que estuviera acostumbrado Bram, quien prefería vestir overol en lugar de camisa, corbata y
saco. Él solía sentirse abrumado e incluso se le trababa la lengua, en especial con personas que no
conocía. Greta, por otra parte, se desenvolvía bien en ambientes con extraños. Sin embargo, a pesar de
sus diferencias, Bram se preparaba para una noche con Greta al brazo.
Las conversaciones que tenían mientras se vestían eran algo como esto:
—No eres tú, ¿sabes? —decía Bram con rostro preocupado, mientras trataba por tercera ocasión de
anudarse la corbata—. Es sólo que no me gusta estar rodeado de toda esa gente que no conozco.
—Ya sé —respondía Greta, mirando hacia el frente mientras se ponía el delineador—. Aprecio que
aun así quieras ir. En cuanto quieras irte, nos vamos. ¿Está bien?
—Está bien —decía Bram, quien finalmente había podido anudarse la corbata.
Después de estacionar su automóvil, Greta se tornaba hacia Bram y encendía la luz.
—¿Cómo me veo? —preguntaba, retocándose los labios.
—Hermosa como siempre —respondía Bram mirándola a los ojos.
Ella le devolvía la mirada y así pasaba un momento en el que ambos disfrutaban una muestra
recíproca de emoción.
—Hagamos lo siguiente —decía con suavidad—. Tú me llevas del brazo cuando entremos y tal vez
vea a alguien que conozco. No me dejes, ¿sí? Quiero presentarte.
—Está bien —respondía Bram con una sonrisa ansiosa—. Pero, ¿qué hay si tengo que ir al sanitario?
—bromeaba.
—Puedes ir sin mí —respondía Greta, también en broma—, pero después de eso, quiero que regreses
tu hermoso trasero al lado de tu bella esposa.
Se sonreían y se besaban.
—Este trabajo es importante —decía Greta conforme descendían del automóvil—, pero no tan
importante como tú lo eres para mí.
Como puedes ver, Jenny y Bradley y Greta y Bram tienen maneras muy distintas de manejar las
situaciones como pareja. Quizá sea obvio cuál relación funciona mejor, se siente mejor y merece
mostrarse como ejemplo. Sin embargo, observemos con más detalle ambas parejas para ver si podemos
comprender por qué funcionan como lo hacen y cómo es que llegaron a su estado actual.
“Nunca te dejaré.”
“Nunca te asustaré adrede.”
“Cuando te sientas incómodo, yo te calmaré, aun cuando sea yo quien está causándote la
incomodidad.”
“Nuestra relación es más importante que mi necesidad de tener la razón, tu desempeño, apariencia,
lo que piensen o quieran los demás o cualquier otro valor competitivo.”
“Tú serás el primero en escuchar algo que tenga que decir y no el segundo, tercero o cuarto al que
se lo cuente.”
Digo “implícitamente”; sin embargo, las parejas pueden y suelen hacer acuerdos explícitos sobre
algunos o todos los elementos que constituyen la burbuja de pareja.
Ejercicio: ¿Qué tan cercanos son?
La sensación de cercanía es subjetiva; es decir, qué tan cercano te sientes a tu pareja y cuán seguros se sienten
ambos son factores internos. Quizá te sientas muy cercano a tu pareja, pero no es probable que él o ella sepa cómo te
sientes a menos de que se lo digas, y lo mismo sucede con la forma en que él o ella se siente contigo.
Ahora descubre algunas maneras en las que puedes ofrecer cercanía a tu pareja.
1) En la sección previa enlisté algunas garantías que las parejas se dan; por ejemplo, decir: “Nunca te dejaré”. ¿Qué
tipo de garantías has dado a tu pareja?
2) ¿Qué tipo de garantías te gustaría dar?
3) ¿Qué tipo de garantías te gustaría recibir?
4) No tienes que recibir una garantía de tu pareja antes de ofrecer una. Busca momentos en los que puedas expresar
tus sentimientos de cercanía y promete seguridad.
Además de nuestro moderno énfasis occidental sobre la autonomía, observamos evidencia creciente
sobre la soledad dentro y fuera de los matrimonios; una creciente incidencia de violencia y alienación, y
tasas de divorcio que, aunque quizá estén disminuyendo, permanecen por encima de lo ideal. Al igual que
Jenny y Bradley, las parejas con dificultades suelen recurrir a soluciones que pueden resumirse como:
“Tú haz lo tuyo, y yo hago lo mío” o “Cuídate tú solo y yo me cuido a mí”. Escuchamos pronunciamientos
psicológicos populares como: “No estoy listo para estar en una relación” y “Tienes que amarte a ti
mismo antes de que alguien pueda amarte”.
¿Algo de esto es verdadero? ¿Realmente es posible amarte a ti mismo antes de que alguien te ame?
Piensa en ello. ¿Cómo podría ser verdad? Si fuera cierto, los bebés ya llegarían a este mundo
amándose u odiándose. Y sabemos que no lo hacen. De hecho, los humanos empiezan sin pensar nada,
bueno ni malo, con respecto de sí mismos. Aprendemos a amarnos precisamente porque hemos
experimentado la sensación de ser amados por alguien. Aprendemos a cuidar de nosotros porque alguien
ha cuidado de nosotros. Nuestra autoestima y amor propio también se desarrollan debido a otras
personas.
Si no estás de acuerdo con lo que sugiero, investígalo. Piensa en el tiempo en que eras joven y tus
padres no te creían por alguna razón. ¿Aun así podías creer en ti mismo? Tal vez sí podías; pero, de ser
así, ¿cómo lo hacías? ¿De dónde o de quién obtenías tu creencia? O piensa en una ex pareja romántica
que no creía o confiaba en ti. ¿Eras capaz de creer o confiar en ti, a pesar de lo anterior? ¿De dónde
sacabas esa creencia y confianza? En cada uno de estos casos, es muy probable que, si confiabas en ti,
esa creencia haya tenido su origen en alguien importante para ti. Así es como llegamos a ser lo que
somos: todas nuestras interacciones y relaciones previas han modelado la persona que somos hoy en día.
En la actualidad, muchas parejas comparten ideales sobre las relaciones amorosas, aunque sus
relaciones amorosas previas no correspondan con esos ideales. Ése es el problema, porque el meollo de
la historia personal siempre anula los ideales. Así estamos conectados. Si, por ejemplo, no observamos
devoción en el matrimonio de nuestros padres, no tendremos modelos positivos para amar sobre los
cuales basarnos en nuestra vida adulta. Si nunca observamos interés recíproco, sensibilidad ni sanación
en el matrimonio de nuestros padres, es posible que esos valores nos eludan.
Nuestras dos parejas ilustran claramente este principio. Ni Bradley ni Jenny hacen nada radicalmente
distinto de lo que experimentaron como niños. Por ejemplo, la madre de Jenny solía abandonar al padre
de Jenny en las situaciones sociales, justo como Jenny abandona a Bradley. Jenny nunca experimentó a
sus padres como amorosos o cercanos. Al contrario, solían utilizar a los niños en sus discusiones. La
madre de Jenny se quejaba de que su esposo se fuera con sus amigos al bar y dejara que ella se las
arreglara sola. Los padres de Bradley solían estar muy ocupados en sus asuntos como para pasar tiempo
con sus niños. Era conocido que su madre echaba de la casa a su padre a causa de sus críticas, algo que
Bradley también resiente cuando es el blanco de las críticas de Jenny.
Ni Bram ni Greta consideran que sus padres sean perfectos, pero los dos sintieron, cuando eran niños,
que sus padres se amaban y respetaban. Ambos tienen recuerdos de cómo sus padres se disculpaban y
arreglaban enseguida los desaguisados que surgían entre ellos. La madre de Greta era muy hábil para
manejar a su esposo, quien a veces se tornaba gruñón y difícil. Debido a que ella había aprendido de su
madre cómo responder —de la mejor manera, por cierto—, Greta nunca sintió miedo de acercarse a su
padre. A pesar de su naturaleza irascible, sabía que su padre buscaba la felicidad y el bienestar de su
madre.
Bram tuvo una historia similar, sólo que a la inversa. Su madre era muy nerviosa, lo cual, en algunas
ocasiones, causaba problemas fuera de casa. Su padre, por el contrario, era muy sensato y no tenía
problemas para responder a su esposa de la manera más adecuada. El padre de Bram amaba la vivacidad
y energía de su esposa, y ella amaba la tranquilidad y ecuanimidad de él. Cuando me refiero a responder
a la pareja “de la manera más adecuada”, aludo a una forma que funcione bien y se sienta bien para los
dos.
Tal vez estés preguntándote si el tipo de compromiso que sugiero es el que quieres realizar. De hecho,
esto da pie a la pregunta: ¿por qué debería formar una pareja?
Formar una pareja no es intrínsecamente mejor que estar soltero. Este libro no trata sobre qué es
mejor, un estilo de vida célibe o en matrimonio. Conozco varios solteros muy felices que no sienten la
necesidad de evitar el compromiso ni se quejan por su falta de pareja. Estos individuos están a gusto con
su vida: si se da una relación, será maravilloso, y si no, también está bien. Asimismo, investigaciones
sobre los méritos relativos de las relaciones no han mostrado resultados concluyentes que confirmen o
desmientan lo anterior. Algunos datos —incluyendo estadísticas popularizadas por autores como Linda
Waite y Maggie Gallagher en su libro The Case for Marriage (2000)— sugieren que las personas
casadas son más felices y saludables que los que no están casados. Sin embargo, otros autores —entre
ellos Alois Stutzer y Bruno Frey (2003) en Alemania, y Richard Lucas y Andrew Clark (2006) en
Estados Unidos— han reportado que las personas que se casan tienden a ser más felices de antemano que
los que no se casan. Janice Kiecolt-Glaser y sus colegas (2005) descubrieron que los individuos casados
e infelices eran más proclives a la enfermedad que aquellos solteros y felices.
Una razón obvia por la que las personas forman una pareja es la procreación. Este instinto está
arraigado en nuestro ADN para asegurar la supervivencia de nuestra especie. Sin embargo, formar una
pareja para este propósito no necesariamente se traduce en la necesidad de una relación comprometida a
largo plazo. No existe evidencia segura, al menos concerniente a nuestra especie, de que la monogamia
sea mandato de la naturaleza. Me parece interesante que algunos mamíferos, como los lobos y los ratones
de pradera (Microtus ochrogaster ), sí forman parejas de por vida. De hecho, los neurobiólogos que
estudian dichos roedores reportan que el Microtus ochrogaster (que forma parejas de por vida) y el
Microtus pennsylvanicus (que forma parejas temporales) tienen diferencias genéticas identificables.
Quizá algún día los científicos identifiquen los genes humanos que expliquen por qué sí o por qué no
decidimos formar parejas.
Mientras tanto, para entender el propósito de formar una pareja con otro ser humano, podemos pensar
sobre lo que le sucede a un bebé. Idealmente, todos los bebés cuentan con un padre o cuidador cuya
relación con el infante es lo más importante. El bebé se siente seguro y amado, y el adulto también
disfruta la sensación de sentirse amado, estar con el bebé y cuidar de él. Los dos se encuentran juntos en
el mismo barco. A esto lo llamamos una relación primaria de apego, ya que el bebé y el cuidador están
unidos o apegados el uno con el otro. Podría decirse que esto es una burbuja de bebé, muy parecida a la
burbuja de pareja, salvo que ocurre durante la infancia.
Esta burbuja de bebé sienta las bases para desarrollar relaciones satisfactorias en las etapas
posteriores. Si a una edad temprana experimentamos seguridad y un amor en el que podíamos confiar,
llevamos esto con nosotros. Ya como adultos, somos capaces de formar nuevas relaciones primarias de
apego. Nos sentimos capaces de ser fuertes, amorosos y seguros. Por otra parte, si en una etapa temprana
nuestra relación con los cuidadores no fue segura, y el cuidador parecía no valorar su relación con
nosotros sobre todas las cosas, es posible que tengamos miedo o nos preocupe empezar una relación.
(Hablaremos con más detalle sobre el apego en el siguiente capítulo.)
Resulta obvio que no podemos cambiar lo que nos sucedió cuando niños. Sin embargo, si esas influencias
tempranas afectan cómo nos sentimos ahora con las relaciones, y si socavan nuestra habilidad para
formar los tipos de lazos que queremos en la vida en estos momentos, podemos trabajar para resolverlas.
Para algunas parejas, la terapia es útil para este tipo de reconexión. Otras son capaces de discutir y
trabajar sus problemas juntos, con una influencia externa mínima.
Veamos lo que se necesita para crear una burbuja de pareja en la que ustedes, como compañeros, se
mantengan sanos y salvos.
HACER EL PACTO
La burbuja de pareja es un acuerdo para anteponer la relación antes que todos y todo. Significa colocar el
bienestar, autoestima y alivio de tu pareja primero, y también significa que tu pareja hace lo mismo. Por
lo tanto, entre ustedes se dicen: “Nosotros somos primero”. De esta forma cimientas tu relación. Es
parecido a formar un pacto, hacer un juramento o reforzar uno que ya habías hecho.
A veces las personas dicen: “No quiero comprometerme hasta que este problema que me preocupa de
ti no sea un problema”. He escuchado variantes de hombres y mujeres en mis años como terapeuta de
pareja. Las gotas más comunes que derraman el vaso incluyen: religión, dinero, niños, tiempo y
sexualidad. No hay mejor manera de ahuyentar una pareja en potencia que sugerir que es inadecuada con
respecto de alguno de esos temas, o insistir en que se pruebe a sí misma antes de garantizar la seguridad.
Este tipo de acercamiento está destinado al fracaso.
Las parejas que celebren un acuerdo de burbuja de pareja tienen que creerlo y poseerlo para
apreciarlo en su totalidad. Tienen que estar comprometidos en todo momento. Cuando los compañeros no
honran la burbuja de pareja y se quejan de que no están siendo bien cuidados, la razón suele ser que
reciben justo lo que están dando. Paga sólo una parte y recibirás sólo esa parte. Ahora bien, puedes estar
pensando: “Stan, ¿cómo puedes decir que tengo que comprarlo(a) completo(a) para saber si en realidad
él/ella es lo suficientemente bueno(a)?” Mi respuesta es que si él o ella dista de ser lo suficientemente
bueno para ti, entonces ni siquiera debería ser una opción. Sin embargo, esto no suele ser el caso. Por lo
general veo parejas que se han elegido cuidadosa y selectivamente, pero temen que los problemas que
surjan después de conocerse mejor sean los causantes del fin de su relación. Por lo general estos
problemas incluyen los rasgos positivos que escogen en el otro, los cuales, ahora se dan cuenta, presentan
elementos no deseables. Por ejemplo, adorabas su sentido del humor, pero ahora te molesta cuando hace
bromas y tú quieres que se comporte con más propiedad. O solías admirar su talento musical, pero ahora
te molestas cuando quiere practicar piano en lugar de hablar contigo.
Algunos compañeros en esta situación quieren negociar: “¿Puedo quedarme únicamente con lo que me
gusta de ti y lo demás acordamos guardarlo?”
Lo siento, esto no es un expendio de hamburguesas donde pides tu orden sin pepinillos ni lechuga. La
quieres y la compras tal como es o la dejas. Sé que esto puede parecer severo, pero así se lo he dicho a
las parejas, y por lo general responden tomando cartas en el asunto. Reconocen el precio que su
ambivalencia está cobrando a su relación. Entonces es cuando pueden moverse en una dirección u otra.
¿ESTAMOS LISTOS?
No sugiero que trates de formar una burbuja de pareja prematuramente. Algunas veces las parejas
descubren que se formó una burbuja al principio de su relación, sin ningún esfuerzo de su parte. Un buen
ejemplo de esto sucede en Amor sin barreras, cuando los amantes desventurados, Tony y María, llegan al
baile. Su amor recién descubierto se representa cuando un reflector proyecta su luz sobre ellos y al fondo
todo se desvanece. Claro, nunca sabremos qué habría sucedido si la tragedia no se hubiera cernido sobre
ellos. Quizá habrían tenido que trabajar para mantener su burbuja de pareja.
Es importante recordar que las citas y la fase de cortejo son diferentes a una relación que se dirige o
tiene tintes de convertirse en una relación con sentido de permanencia. Al principio de la relación nos
enamoramos perdidamente y nos cautiva la maravillosa esperanza y admiración mutua que sentimos.
Nuestro cerebro se inunda de dopamina y noradrenalina, dos químicos que aumentan la emoción,
concentración y atención. Cuando salimos de la órbita del otro, nuestro cerebro batalla debido a la
disminución de serotonina, un químico que suele calmar la ansiedad y la obsesión. Entonces nos ponemos
a pensar: “¿Cuándo volveré a verlo?”, o “¿Debería llamarla mañana?”, y otros pensamientos que nos
mantienen conectados a ese pez en un mar social repleto de ellos.
Es cierto, este festival amoroso impide ver el hecho de que no nos conocemos bien en realidad. En el
momento, ¿qué importa, no es así? Nos parecemos un poco a un cohete que ha sido lanzado con suficiente
aceleración para llegar al límite del espacio exterior, pero tendríamos que descartar su propulsor y
utilizar un propelente más potente para llegar más lejos. En una nueva relación, estamos muy
emocionados apuntando hacia las estrellas, y asumimos que resolveremos todo una vez que lleguemos.
No obstante, si queremos que la relación tenga posibilidades de llegar a su destino, éste es el momento
justo en que debemos resolverlo.
MANTENIENDO EL ACUERDO
El acuerdo de la burbuja de pareja es un pacto entre compañeros en el que el quid pro quo es echarse a
cuestas las tareas de devoción y cuidado de la seguridad y bienestar del otro. Esta carga mutua determina
el nivel de gratitud y valoración que ambos pueden experimentar. Si piensas en ello, cuando el camino se
torna difícil, la burbuja de pareja es lo único en lo que puedes confiar para mantener tu relación.
Esto no significa que no cometerás errores en el camino o que no se lastimarán entre ustedes
accidentalmente. No quiere decir que nunca puedas tomar una decisión que te coloque delante de la
relación, ni que nunca debas hacerlo. Estos eventos sucederán, sin importar qué hagas. Sin embargo, esto
sí quiere decir que los dos mantendrán el acuerdo fundamental de “Nosotros somos primero”.
Así pues, cuando alguno cometa un error, el otro emitirá un recordatorio amable: “Oye, creí que esto
es lo que habíamos acordado hacer por el otro”. La parte transgresora puede decir: “Sí, lo siento”, y
arreglar el problema de inmediato.
1) Durante la siguiente semana, observa el nivel de cercanía que sientes con tu pareja. Claro, la cercanía sufrirá un
poco de estira y afloja. Lo que debes hacer es estar alerta para darte cuenta si el estira es demasiado serio como
para hacer sonar la alarma.
2) Presta atención especial a los momentos difíciles. ¿Qué sucede? ¿Qué sientes y qué siente tu pareja? ¿Qué se
dicen entre sí? Por ejemplo, quizá notes que tú te vas y dejas a tu pareja sola en esos momentos. Entonces esto es
una señal para tu medidor.
3) Haz una lista de las señales que identifiques. Compártela con tu pareja. Hablen sobre cómo pueden volver a hacer la
burbuja y refuércenla para prevenir posibles incidentes estresantes. Recuerda: ¡la burbuja protege a los dos! Es
suya, así que manténganla limpia y brillante día con día.
El primer principio de este libro es que crear una burbuja de pareja permite a los compañeros
mantenerse sanos y salvos. Juntos, tú y tu pareja pueden crear y mantener su burbuja. Accedes a hacer
cosas por el otro que nadie más estaría dispuesto a hacer, al menos no sin recibir paga. De hecho —esto
es importante, así que pon atención—, cualquier persona que, sin tener una relación firme contigo, se
ofrezca para hacer algo que los miembros de una pareja suelen hacer el uno por el otro, es muy probable
que quiera algo a cambio (por ejemplo, sexo, dinero, compromiso). Si estás en una relación y alguien
más parece querer sustituir a tu pareja, ¡ten cuidado! Como dice el dicho, nada es gratis en esta vida.
Así pues, la burbuja de pareja es algo en lo que los dos trabajan; pero también recuerda que eres
responsable de una mitad del acuerdo. Lo mantienes porque crees en el principio, no únicamente porque
tu pareja esté o no dispuesta a hacer lo mismo. Sólo funciona cuando los dos operan en un mismo nivel y
no a nivel de “Tú primero”.
Éstos son algunos principios para guiarte:
1) Vuélcate al sentido de seguridad de tu pareja y no sólo a tu idea de lo que debería ser. Lo que
podría hacerte sentir sano y salvo quizá no sea lo que tu pareja requiera de ti. Tu trabajo es saber
lo que importa a tu pareja y cómo hacerla sentir sana y salva.
2) No revientes la burbuja. Ya que la burbuja de pareja tiene como base una sensación implícita y
absoluta de seguridad y certidumbre, ninguno de los dos debería preocuparse por la posibilidad de
que la burbuja reviente. Actuar de manera ambivalente, o tomar una postura que esté con un pie
adentro y otro afuera de la burbuja, socava la seguridad que han creado. Si dejan que esto continúe,
uno o los dos se verán forzados a adquirir un puesto de evaluador y perderán todos los beneficios
de la burbuja que han construido arduamente.
3) Asegúrate de que la burbuja sea mantenida y honrada por los dos. Toma en cuenta que esto no es
codependencia. Las parejas codependientes viven a través del otro o para el otro, ignorando sus
propias necesidades y deseos, lo que conduce al resentimiento y a la angustia emocional. En
contraste, cuando las parejas forman una burbuja de pareja, ambos acuerdan los principios y se
rigen por ellos. Por ejemplo, puedo decir que mi pareja debería estar disponible para mí siempre
que la necesite, pero yo también debo estar disponible para ella cuando lo necesite, sin esperar que
ella dé el primer paso. Entonces, si mi pareja no cumple los principios conforme al acuerdo,
tenemos que hablar. Si alguno de los dos continúa incumpliendo los principios, uno de los dos
seguramente será despedido.
4) Programen usar su burbuja. Brinda un lugar seguro en el que ustedes siempre pueden pedirse ayuda,
confiar en el otro y compartir sus debilidades. Es su principal medio de apoyo y protección. Por
ejemplo, siempre que tú y tu pareja enfrenten situaciones sociales, en especial en las que haya
personas difíciles, pueden planear con antelación para asegurarse de que los dos estarán a salvo en
la burbuja. Al igual que Greta y Bram, trabajen juntos para que puedan estar tomados de la mano
(metafóricamente) durante todo el evento. Por tomarse de la mano me refiero a permanecer en
contacto con el otro, saber dónde está y estar disponible de inmediato. Confíen en el contacto
visual y físico, susurros, señales con las manos, señales de humo... ¡lo que sea! Conspiren juntos
sobre cómo tratar personas difíciles; quizá literalmente tengan que tomarse de la mano o sentarse
juntos en su presencia. Discutiremos más sobre cómo proteger la burbuja en el capítulo 7. Mientras
tanto, recuerda que separarse para tratar con personas difíciles los hace vulnerables. Juntos pueden
ser verdaderamente extraordinarios.
CAPÍTULO 2
EL CEREBRO AFECTUOSO/BELICOSO:
CÓMO PUEDEN MANTENER
VIVO EL AMOR
— ¿U na burbuja de pareja, eh? —dijo Shenice a su esposo mientras conducía a casa después de una
sesión de terapia.
—Buena idea —respondió él, concentrado al volante.
Shenice prosiguió:
—Pero, ¿cómo podemos crear una burbuja si sólo uno está interesado?
Dirigió una mirada dura a Darius, quien, a su vez, puso los ojos en blanco.
—¡No me veas así! —respondió ella con enojo—. Quizá te interese, pero no puedes hacerlo —
continuó—. O, ¿qué tal si yo no puedo? Quiero decir... se trata de gente real con vida real.
Darius y Shenice, casados por siete años, con dos hijos pequeños, se adoran y han estado juntos
desde el bachillerato. Sin embargo, a pesar de su afecto profundo, juntos son como fuegos artificiales:
uno enciende al otro, por lo general sin advertencia.
—¡No me culpes a mí! —respondió Darius, y ahora Shenice fue quien puso los ojos en blanco—. Sí
me interesa —dijo él—, pero estabas en lo correcto cuando dijiste que no podías hacer eso de la burbuja.
Yo no soy quien te olvida cuando salimos con tus amigos.
—¿Otra vez sales con lo mismo? —dijo Shenice y echó la cabeza hacia atrás, exasperada.
La familia y los amigos de la pareja están acostumbrados a su temperamento explosivo y a las
escenas que suelen protagonizar dentro y fuera de su hogar, solos o acompañados. Siempre que se ponen
así, sus palabras y frases son similares, al igual que los recuerdos de traición y dolor.
Darius y Shenice peleaban en relaciones anteriores, y eso se remonta hasta sus familias originales. En
momentos tranquilos, hablan suavemente; sus pláticas son frescas, no recordatorios de viejas peleas, y su
tono es más juguetón. Es muy probable que se encuentren anidados en su burbuja de pareja en esos
momentos. Sin embargo, cuando alguno percibe un dejo de amenaza del otro —que puede ser un
movimiento de ojos, una pausa en el habla, echar los ojos hacia arriba o una exhalación profunda— el
amor se convierte en guerra en un parpadeo. Rostros enrojecidos, ojos dilatados, voces alteradas, las
extremidades se tensan, los labios se aprietan, señal de una boca seca. Ya no parecen amantes, ni amigos
siquiera, sino depredadores o enemigos. El tono juguetón se ha ido, así como la disposición y amistad y
la frescura de su conversación. En su lugar, su plática se centra en viejas rencillas, preguntas sin
responder sobre la relación, acusaciones familiares y un contraataque a éstas.
¿Por qué sucede todo esto?
Darius y Shenice, como el resto de nosotros, tienen cerebros que se especializan en la percepción de
amenazas y su respuesta a éstas. Por desgracia, nuestra herencia biológica no garantiza automáticamente
una burbuja de pareja para todos. Sin embargo, sí brinda mecanismos para lidiar con lo que amenaza
nuestra supervivencia. Esto no quiere decir que todo el cerebro esté diseñado para tener un
comportamiento beligerante; de hecho, sólo una parte de éste se ocupa de la percepción de amenazas y la
respuesta a ellas. Otras partes nos ayudan a ser individuos más cariñosos y amables y, sí, nos ayudan a
crear una burbuja de pareja.
En este capítulo observaremos con detenimiento nuestra herencia biológica y lo que puede enseñarnos
sobre prevenir, minimizar y recuperarnos de las situaciones conflictivas que surgen en las mejores
relaciones y las peores.
Durante el cortejo, las parejas están predispuestas a creer que sus mejores deseos se volverán realidad.
Conforme la relación progresa y se vuelven más cercanos e independientes, quizá se forme una burbuja
de pareja y surja la percepción de permanencia. Claro que esto es lo que esperan, aunque, algunas veces,
junto con la seguridad también llega su opuesto. Los miedos y las expectativas que datan de experiencias
de dependencia previas, pero que no emergieron durante el cortejo o las citas, se activan conforme
aumenta el compromiso con la relación. Como resultado, las parejas empiezan a anticipar lo peor, no lo
mejor, de su relación. La anticipación de lo peor no tiene sentido lógico, ni tampoco emerge
necesariamente de la conciencia, porque este tipo de anticipación reside en la parte profunda e inefable
del cerebro.
Mucho de lo que hacemos como pareja se relaciona en lo fundamental con la supervivencia y nuestro
ser salvaje e instintivo. De hecho, podría decirse que la especie humana ha sobrevivido por miles de
años debido al simple mandamiento: “No dejarás que te maten”. El amor y la guerra son condiciones de
nuestro cerebro humano, aunque quizá el cerebro esté conectado principalmente para la guerra, más que
para el amor. Su función primordial es asegurar la supervivencia como individuo y como especie, y en
esto es muy, muy capaz.
Desafortunadamente, las partes de nuestro cerebro que son buenas para impedir que nos maten
también son muy estúpidas. “Primero dispara y después averigua” es el credo primordial. Por ejemplo, si
estuvieras parado en las vías del tren, y un tren se dirigiera hacia ti, no estarías preguntándote: “Eh, ¿a
qué velocidad irá el tren? ¿Cuántos pasajeros llevará? ¿De dónde salió? ¿Cuándo llegará a su destino?”
Si lo hicieras, probablemente morirías muy pronto. El peligro requiere acción inmediata y, a la parte del
cerebro que se ocupa de las decisiones inmediatas, no le importan los detalles, cálculos u otros factores
que consuman tiempo. Su trabajo es evitar que nos maten. Punto.
Entonces, ¿el cerebro es bueno para mantenernos con vida? Definitivamente. Pero, ¿es malo en el
amor? ¡Puedes apostarlo! Las habilidades de supervivencia del cerebro pueden ser contrarias al amor y
las relaciones. Las cosas que hacemos para evitar ser asesinados son exactamente las cosas que nos
alejan de empezar o mantener una relación.
Recientemente, en la psicología popular se ha escrito mucho sobre las diferencias entre el cerebro
del hombre y el de la mujer. Por ejemplo, gracias a la investigación de Bente Pakkenberg y Hans Jurgen
Gundersen (1997), sabemos que los hombres, al nacer, tienen más células cerebrales que las mujeres. Sin
embargo, el neurólogo Paul MacLean (1996) descubrió que el cerebro femenino tiende a tener más
simetría y conectividad que el masculino. Desde un punto de vista evolutivo, el cerebro masculino está
muy interconectado para reaccionar ante amenazas. En ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?, Robert
Sapolsky (2004) reportó que es más probable que los hombres actúen con rapidez cuando se les amenaza,
y permanecen en alerta más tiempo que las mujeres. Las mujeres, por otra parte, tienden a estar
conectadas para recoger a aquellos que requieren seguridad. A pesar de las pequeñas diferencias entre
los cerebros y sistemas nerviosos del hombre y la mujer, como humanos compartimos el impulso de
supervivencia y de relacionarnos. Los mecanismos fundamentales de nuestros cerebros son los mismos.
PRIMITIVOS Y EMBAJADORES
Las partes del cerebro humano que se especializan en la supervivencia han existido por mucho tiempo; de
hecho, desde el origen de nuestra especie. Me gusta llamar a las partes conflictivas nuestros
“primitivos”. Puedes imaginar a tus primitivos como las bestias que llevas dentro. Actúan sin tu permiso.
Son los primeros en la línea de mando con respecto de los reflejos de supervivencia, y su función es
invalidar todas tus otras necesidades y deseos. Son agentes de guerra (pelear y huir) y derrota (rendirse y
hacerse el muerto).
Afortunadamente para nosotros, también contamos con una parte del cerebro más evolucionada y
social. Contrario a nuestro cerebro bélico, ésta funciona como nuestro cerebro amoroso. Podemos decir
con seguridad que ha sido conectado para amar. Me gusta imaginar a esta parte del cerebro como
“embajadores”. A diferencia de los primitivos, los embajadores interactúan con otros cerebros de forma
refinada y civilizada. Puedes imaginar a tus embajadores como los diplomáticos que llevas en tu interior.
En realidad, algunos primitivos actúan a veces como embajadores, y viceversa; pero para comprender el
comportamiento de las parejas, es útil simplificarlos un poco y verlos como polos opuestos. Veamos con
más detalle.
LOS PRIMITIVOS
Por naturaleza, nuestros primitivos están listos para hacer la guerra. Sin importar si se trata de una batalla
grande o pequeña, están listos para defendernos, cueste lo que cueste. Nos permiten sentir, percibir y
reaccionar, y suelen ser los primeros receptores de información dentro y fuera del cuerpo. Esto los
vuelve ágiles para identificar peligros y amenazas, y oportunos cuando lidian con ellos. De hecho,
nuestros primitivos cuentan con las ventajas que dan millones de años de evolución, como integración,
eficiencia y velocidad. Fueron los primeros en llegar a la fiesta y es muy probable que sean los que
aguanten hasta el final (la muerte).
Así que, ¿cómo funcionan exactamente nuestros primitivos (tabla 2.1)? Y, aún más importante, ¿cómo
puedes identificar cuando actúan en tu relación?
LAS SECUELAS
Pelear puede ser muy estresante para las parejas, sin importar cuán antigua o reciente sea la relación. A
menudo, los primitivos se quedan a cargo de uno o de los dos por un tiempo después de que la batalla
obvia termina.
El día después de la discusión, Leia quería hablar con Franklin, para tratar de calmar las aguas. Sus
embajadores estaban listos para reivindicarse. Sin embargo, Franklin no la llamó por teléfono ni fue a
verla después del trabajo. Ella ha aprendido que siempre que pelean, él se retira por varios días. Él fue a
su departamento después del trabajo y se encerró con las luces apagadas, apagó su teléfono y vio la
televisión hasta altas horas de la noche. Leia no sabía cómo contactarlo y se sentía abandonada. Después
de unos días, él saldría de su depresión y la llamaría.
El primitivo que dice cómo responder es el llamado vago bobo. En términos científicos, se conoce
como complejo motor vagal dorsal, pero los científicos suelen llamarlo vago bobo porque no es
refinado ni sutil en su respuesta ante una amenaza. Si nos cortan, nos acuchillan o lastiman físicamente de
cualquier manera, el vago bobo nos protege al disminuir el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, además
d e indicar al hipotálamo que libere analgésicos (beta-endorfinas, nuestros opiáceos naturales) en el
torrente sanguíneo. Cuando te sacan sangre, ¿te mareas o te aturdes? Si es así, se trata de tu vago bobo
que trata de evitar que te desangres. Claro, no corres riesgo, pero esa sobrerreacción es la razón por la
que lo llaman vago bobo. También es útil si estamos por ser devorados por un león y no podemos huir o
pelear.
Además del daño físico, el vago bobo puede ser detonado por daños y amenazas emocionales.
Responde de igual manera: desconectándose. La sangre deja nuestro rostro, los músculos pierden su tono,
nos zumban los oídos y nos duele el estómago. Nos desplomamos, caemos, nos derrumbamos e incluso,
algunas veces, nos desmayamos. Adiós a nuestro sentido del humor, perspectiva y energía vital.
Descendemos al valle de las tinieblas, donde parece que nadie, ni siquiera nosotros mismos, puede
lastimarnos. Eso es lo que le sucede a Franklin después de una pelea con Leia. Repleto de sus opiáceos
naturales, su cuerpo y su cerebro deprimidos entran en un estado de conservación de energía, y se quedan
ahí hasta que sus embajadores lo sacan.
1) Asegúrense de estar sentados o de pie frente a frente para que puedan observarse mutuamente.
2) Observa si reconoces alguna de las etapas que acabo de describir. Por ejemplo, ¿hay evidencia de una alerta roja?
¿Las tropas están alistándose?
3) En algún punto, quizá quieras releer la descripción de las etapas para que conozcas bien las señales específicas de
cada etapa. Por ejemplo, quizá incluyan el enrojecimiento de la piel, entrecerrar los ojos, la dilatación de las pupilas,
alzar la voz y expresiones verbales de amenaza e ira. Hasta cierto punto, estas señales son universales; sin
embargo, estoy seguro de que encontrarás algunas exclusivas de ti y tu pareja.
4) Consulta la tabla 2.1 para identificar cuáles primitivos has pillado en acción.
5) Después, cuando la situación se haya calmado, habla con tu pareja sobre los primitivos de cada uno. Si quieres
aligerar las cosas, puedes ponerles un nombre a tus primitivos. Por ejemplo, me gusta pensar en la amígdala como
el detector de amenazas y en el hipotálamo como el sargento instructor. Anímate y escoge tus propios nombres. Si
así lo desean, ustedes pueden llamar a sus respectivas amígdalas Fred y Ginger.
LOS EMBAJADORES
Los embajadores son la parte racional, social y muy civilizada de nuestro cerebro. No es que no estén
interesados en la supervivencia; están al mismo nivel que los primitivos cuando de sobrevivir se trata.
Como ya lo mencionamos, siempre que se detecta una amenaza, ellos son los encargados de analizar una
y otra vez toda la información relevante para tener certeza. Sin embargo, nuestros embajadores prefieren
usar su inteligencia para mantener la paz y fomentar armonía social y relaciones duraderas. Por
naturaleza son tranquilos, ecuánimes y recatados; les gusta sopesar las opciones y planear a futuro.
Favorecen la complejidad y novedad y aprenden rápidamente.
A no ser por nuestros embajadores, no tendríamos amigos, estaríamos solos o incluso en prisión. Nos
permiten estar en una relación con más propósitos que la procreación y supervivencia de la especie.
Como embajadores reales, nos representan ante el mundo. Con una diplomacia adecuada y hábil, calman
temores y enfrían enojos, ya sea dentro de nosotros o de otros.
Ahora bien, no quiero dar a entender que los embajadores siempre son más valiosos o mejores que
los primitivos. No lo son. En algunos casos (como veremos en el siguiente capítulo) pueden ser muy
molestos, en especial cuando los primitivos se apoderan de ellos. Quizá por esa razón Rick Hanson, en
El cerebro de Buda (2009), se refiere a los embajadores como “lobos del amor” (comparados con los
“lobos del odio”, los primitivos). No obstante, en circunstancias normales, es decir, circunstancias libres
de estrés, nuestros embajadores hacen su mayor esfuerzo para ayudarnos a mantener vivo el amor.
Conozcamos a los embajadores y veamos cómo pueden ayudarnos no sólo a evitar la guerra, sino
también a mantener la paz y el amor en las relaciones (tabla 2.2).
1) Modulan su voz (más alta y más baja; más lenta y más rápida).
2) Se susurran el uno al otro (¿pueden hacerlo?).
3) Respiran profundamente cada vez antes de hablar.
4) Se preguntan mutuamente qué tonos les agradan y cuáles desatan a sus primitivos.
PERMANECIENDO CONECTADO:
EL CEREBRO DERECHO
Comandados por el presidente de nuestro cerebro, nuestros embajadores se concentran en mantenernos
conectados con los otros, en especial con nuestra pareja y familia. El embajador que toma la iniciativa en
esta función es el hemisferio derecho del cerebro o, para darle un nombre más sencillo, cerebro derecho.
El cerebro derecho se ocupa de nuestra imaginación, creatividad e ingenio y sentido general de las
cosas. Es mudo, aunque se comunica con elegancia de otras maneras. Una gran porción de nuestra
humanidad, empatía y capacidad de conectarnos viene de este embajador. Es, por mucho, el experto en
los asuntos sociales, incluyendo la lectura de expresiones faciales, tonos de voz y lenguaje corporal.
Si los cerebros derechos de Franklin y Leia hubieran entrado en acción, quizá no habrían terminado
en guerra en primer lugar. Uno u otro tal vez habría sugerido que orillaran el automóvil y hablaran cara a
cara mirándose a los ojos, o quizá habrían usado una caricia bien dirigida para indicar amistad y cariño.
El uso inteligente del tono de voz, contacto visual directo y el tacto son los oficios del cerebro
derecho. Este embajador es superior para percibir signos sociales de aflicción y responder a ellos de
manera eficaz, en particular a través de acciones o interacciones no verbales que transmiten amistad y
calidez. Para las parejas, estas cualidades son el mejor antídoto contra la guerra.
Quizá también trates de que tu cerebro derecho interactúe con el cerebro derecho de tu pareja. Después, deja que
sus cerebros izquierdos interactúen. Después cambien.
Algunos ejemplos que pueden usar son la elección de un menú en un restaurante (tabla 2.3), sacar a caminar al
perro o colgar un cuadro en la sala.
Tú: Creo que voy a tener que pedir una ensalada si quiero seguir la dieta.
Pareja: ¿Estás seguro? Podemos ir a otro lugar.
Tú: Gracias por la oferta, pero estoy babeando por todas las cosas que no puedo pedir.
Pareja: Qué mal. Espero no antojarte más si pido un filete.
¿Qué diferencias notas en las distintas interacciones? Conforme se familiaricen con las voces de sus primitivos y
embajadores, puedes hacer este ejercicio con temas más importantes.
1) Identificar a tus primitivos es útil para mantenerlos a raya. Ahora que sabes quiénes son y cómo
operan, observa si puedes agarrarlos con las manos en la masa. Por ejemplo, cuando suena una
alarma, ¿puedes reconocerla? No sugiero que sabrás automáticamente cómo apagarla en el instante.
En primer lugar, simplemente aprende a reconocer que tu amígdala está sonando la alarma. Esta
alarma puede ser tu corazón agitado, manos sudorosas, rostro encendido o músculos en tensión, o
quizá notes que de pronto te sientes débil, alicaído, mareado, desfallecido o desconectado. En
capítulos posteriores hablaré de técnicas más específicas que tú y tu pareja pueden usar cuando sus
primitivos quieran dirigir el espectáculo.
Claro, identificar a tus primitivos es trabajo exclusivo de... tus embajadores; en específico, tu
hipocampo. Por definición, si eres capaz de notar a tus primitivos en acción, no pueden haber
ganado la ventaja. Si ya la ganaron, es muy tarde; mejor suerte para la próxima. Y puedes estar
seguro de que habrá otra ocasión.
2) Siempre es útil reconocer lo que funciona bien, además de lo que no. Por esta razón, también
recomiendo identificar a los embajadores. Observa cuando den un paso al frente para apoyar tu
relación; dales el crédito cuando lo merezcan, y llámalos siempre que necesites su calor, sabiduría
y calma.
Si permites que los primitivos se salgan con la suya —como a veces sucede— no tendrán
clemencia cuando aceche el peligro. Tu vida se llenará de una crisis tras otra, conforme hagas
disparos ciegos sin pensar en las consecuencias; pero cuando la relación está en juego, quieres
evitar jalar el gatillo. Así que llama a tus embajadores para distender conflictos.
3) Identifica a los embajadores y primitivos de tu pareja en acción. Algunas veces, en especial si los
primitivos de tu pareja son grandes y están atacando, quizá puedas identificarlos antes de que ella
lo haga. Asimismo, quizá tu pareja identifique a los tuyos antes de que tú puedas hacerlo.
Encuentren maneras sin riesgos para darse a conocer lo que han descubierto. De ser posible, no
dejen pasar mucho tiempo después del incidente.
Aprender a reconocer a los primitivos y embajadores de tu pareja brinda a los dos una
herramienta con la cual pueden comprenderse mejor. Este entendimiento es un ingrediente
importante de la burbuja de pareja. En el siguiente capítulo, veremos con más detalle lo que
realmente significa conocer a tu pareja.
CAPÍTULO 3
CONOCE A TU PAREJA:
¿CÓMO FUNCIONA ÉL/ELLA EN REALIDAD?
Q
¿ uiénes somos como compañeros en una relación? ¿Cómo nos acercamos y nos alejamos (literal y
metafóricamente) de quienes dependemos? Siempre me sorprende que las parejas puedan estar juntas
durante 15, 20 o incluso 30 años y aun así sientan que no se conocen. En muchos sentidos, no saben cómo
funcionan.
Como vimos en el capítulo 2, familiarizarnos con nuestros primitivos y embajadores nos ayuda a
contestar estas preguntas hasta cierto punto; sin embargo, no todos responden de la misma manera en una
relación. El balance de poder dentro y entre los campos de embajadores y primitivos es diferente en cada
persona. Por ejemplo, no todos los embajadores en las personas pueden dominar a sus primitivos con la
misma rapidez. De hecho, debido a la variación en sus cerebros, tu pareja y tú podrían experimentar
diferentes interacciones entre sus primitivos y embajadores.
Así que todos llegamos a la mesa con un estilo diferente de relacionarnos. Quizá podamos reconocer
el estilo de nuestra pareja, pero por lo general no es a un nivel consciente. Las parejas infelices suelen
clamar ignorancia (“De haber sabido que eras así, nunca me habría casado contigo”) y mantienen estos
reclamos (“No sé en qué planeta vives”) durante la relación. En este capítulo exploramos por qué puede
ocurrir esta mistificación y qué puedes hacer para superarla en tu relación.
Como terapeuta de parejas, he descubierto que tales afirmaciones de ignorancia son básicamente
falsas, aun cuando puedan parecer verdaderas para las personas que las dicen. Son falsas porque todos
tenemos un estilo de relacionarnos que permanece muy estable a través del tiempo. Al crecer, el estilo de
relacionarse de nuestros padres o cuidadores estableció el estándar por el cual aprendimos a adaptarnos.
Dicho de otro modo, como lo vimos en el capítulo 2, nuestro cableado social se tiende a una edad
temprana. A pesar de nuestra inteligencia y exposición a nuevas ideas, este cableado permanece
prácticamente sin cambios conforme maduramos. Por ejemplo, suelo escuchar que los nuevos padres
dicen: “Nunca haré lo que mis padres me hicieron”, y, aun a pesar de sus más ardientes deseos de no
repetir los errores de sus padres, en periodos de aflicción hacen exactamente lo mismo. No emito un
juicio; sólo es cuestión de biología y naturaleza.
La mayoría de los individuos audicionan para sus relaciones sin saber quiénes son y cómo están
conectados para relacionarse en el universo del compromiso de pareja. Como en todas las audiciones, se
empeñan en acaparar el mejor reflector. No tendría mucho sentido para alguien decir en la primera cita:
“Pasé mucho tiempo solo cuando niño y todavía lo hago. No me gusta que me quiten mi tiempo a solas.
Te voy a buscar cuando esté listo, y no te molestes en buscarme, porque quizá piense que quieres algo de
mí y eso no me gusta”. Una forma parecida de hacer que una cita salga corriendo sería decir: “Suelo ser
demandante y enojarme cuando me siento abandonado. Odio los silencios y ser ignorado. Siempre quiero
más de las personas y aun así no me gustan los cumplidos porque no creo que la gente sea sincera, así que
suelo rechazar la amabilidad”. Durante la fase inicial de la relación, las parejas quizá se den pistas sobre
sus predilecciones básicas con respecto de la proximidad física, intimidad emocional y preocupaciones
que tienen que ver con la seguridad. Sin embargo, sólo cuando la relación se vuelve estable en la mente
de uno, o ambos, estas predilecciones realmente se vuelven realidad.
Mucho de lo que hacemos, lo realizamos automáticamente y sin pensar. Esto es en gran medida obra
de nuestros primitivos. En las relaciones, algo que las parejas suelen ignorar es cómo se acercan y alejan
físicamente del otro. La reacción de nuestro cerebro a la proximidad física y duración de la proximidad
se establece en la infancia temprana e influye aspectos tales como dónde elegimos pararnos o sentarnos
en relación con el otro, cómo ajustamos la distancia entre nosotros, cómo nos abrazamos, cómo hacemos
el amor, y casi todo lo que hagamos que involucre movimiento y espacio físico estático. Ya que por lo
general operamos en piloto automático, mantenemos en el olvido toda la dimensión de nuestras
interacciones. Es más, abordamos de manera diferente la proximidad física durante el cortejo que en
fases más comprometidas de la relación. Por ejemplo, muchas parejas se acarician con más frecuencia
cuando salen a una cita, pero la frecuencia con la que se acarician desciende dramáticamente después de
que pactan un compromiso. Esto puede resultar muy confuso y hacer que las parejas se pregunten:
“¿Todavía sé quién eres?”
“¿QUIÉN ERES?”
A nadie le gusta que lo clasifiquen; sin embargo, tendemos a clasificar a las personas y cosas a nuestro
alrededor porque nuestro cerebro, por naturaleza, organiza, escoge y compara información y experiencia.
De hecho, la gente ha estado definiendo la condición humana durante siglos, y continúa formando nuevas
maneras de hacerlo. Somos liberales o conservadores, geeks o góticos, ateos o fanáticos religiosos,
Escorpión o Capricornio, somos de Venus o Marte. Siempre y cuando no usemos estas categorías para
denostar o deshumanizar a alguien, éstas pueden ayudarnos para comprendernos.
Una premisa clave de este libro es que las parejas pueden beneficiarse de contar con un manual de
usuario de su compañero y su relación. Una función importante de este manual es que te permite definir,
describir y, en última instancia, etiquetar las predilecciones y estilo de relación de tu pareja. Si son
capaces de reconocer y comprender los estilos del otro, es más sencillo trabajar juntos y resolver
problemas conforme aparezcan. Tener la sensación de “Sé quién eres” hace más fácil perdonar y brindar
apoyo sincero.
Los estilos que aquí presento no son nuevos ni los inventé. Están conformados por descubrimientos
científicos, al principio popularizados por John Bowlby (1969) y Mary Ainsworth y sus colegas (1971)
hace casi medio siglo, que explican cómo los infantes forman lazos de apego. Al pasar los años, he
observado que la mayoría de las parejas encajan en uno de tres estilos de relación. Te los ofrezco con un
par de advertencias.
En primer lugar, si no puedes decidir qué estilo se adapta mejor a tu pareja o a ti, no trates de
forzarlo. He presentado los estilos en su forma más pura; en realidad, “el kilometraje” que obtienes de
esta información puede variar. Aunque la gran mayoría de las personas sí se identifica con uno de estos
tres estilos, no todos lo hacen. De hecho, la gente puede ser una mezcla de estilos diferentes, lo cual
algunas veces hace difícil elegir el más notorio. Si éste es tu caso, no te preocupes. Puedes considerar
ambos y usar el que mejor se adapte a ti en una determinada situación.
En segundo lugar, mi propósito al describir estos estilos es inspirar respeto y comprensión para lo
que considero rasgos humanos. Por favor no los consideres defectos de carácter ni los conviertas en
municiones contra tu pareja. En lugar de eso, comprende que estos estilos representan las adaptaciones
naturales y necesarias que hacemos conforme desarrollamos nuestra adultez.
Como lo he planteado, nuestro cableado social se establece en una edad temprana. Que crezcamos
sintiéndonos básicamente seguros o inseguros se determina por cómo se relacionan nuestros padres o
cuidadores con nosotros y con el mundo. Los padres que dan prioridad a la relación tienden a hacer más
por proteger a sus seres amados que los padres que valoran más otros asuntos. Los primeros suelen pasar
más tiempo cara a cara y piel con piel con sus niños, tener más curiosidad y estar más interesados en la
mente de su niño, estar más concentrados, atentos y en sintonía con las necesidades de sus infantes y, por
lo general, están más motivados para corregir errores o heridas, porque quieren restaurar lo bueno de la
relación. De esta manera, crean un entorno seguro para el niño.
Las dinámicas de esta relación temprana dejan su huella a un nivel psicológico. Los neurólogos han
observado que los niños que reciben mucha atención positiva de los adultos tienden a desarrollar más
redes neuronales que los niños privados de interacción con cerebros adultos. Los primitivos y
embajadores de los niños seguros tienden a estar bien integrados y, de esta manera, suelen ser capaces de
controlar sus emociones e impulsos. Sus amígdalas no están sobrecargadas y sus hipotálamos realizan
operaciones normales y se comunican constantemente con la pituitaria y las glándulas suprarrenales, los
otros engranes en la rueda de los peligros y amenazas, que encienden y apagan ese sistema conforme sea
necesario. Su vago bobo y vago sagaz están equilibrados.
Gracias a las buenas relaciones en etapas tempranas de la vida, los niños seguros tienden a contar con
una ínsula y un cerebro derecho bien desarrollados, así que son hábiles para leer expresiones faciales,
voces, emociones y sensaciones corporales, así como captar lo esencial de las cosas. En particular, su
corteza orbitofrontal está bien desarrollada con conexiones neuronales que brindan retroalimentación a
sus otros embajadores y primitivos. Comparados con niños inseguros, tienden a tener más empatía, mejor
juicio moral, mayor control sobre sus impulsos y un manejo de la frustración más estable. En general, los
niños seguros son más resistentes a las agresiones del estrés socioemocional y se desempeñan mejor en
situaciones sociales.
Una relación segura se caracteriza por contar con jocosidad, interacción, flexibilidad y sensibilidad.
Predominan las buenas sensaciones porque cualquier sentimiento malo que aparezca se alivia pronto. ¡Es
un gran sitio para estar! Es un lugar donde podemos esperar diversión, emoción y originalidad; sin
embargo, también podemos encontrar comodidad y refugio. Cuando experimentamos este tipo de soporte
seguro como niños, lo llevamos con nosotros a la adultez. Nos convertimos en lo que llamaré “ancla”.
Sin embargo, durante nuestra niñez temprana no todos tuvimos relaciones que se sintieran seguras.
Quizá tuvimos varios cuidadores temporales, sin uno que fuera constante para darnos su apoyo y
presencia. O quizá tuvimos uno o más cuidadores que valoraban más otras cosas que la relación, como la
autopreservación, belleza, juventud, desempeño, inteligencia, talento, dinero o reputación. Quizá uno o
más cuidadores ponían énfasis en la lealtad, privacidad, independencia y autosuficiencia sobre la
fidelidad de la relación. Casi cualquier cosa puede suplantar el valor de una relación, y por lo general,
cuando esto sucede, no es por elección. Una enfermedad mental o física del cuidador, un trauma o
pérdida sin resolver, inmadurez o cosas por el estilo pueden interferir con el sentido de seguridad de un
niño. Si esto nos sucede, entonces, como adultos, llegamos a las relaciones con una inseguridad
subyacente. Esto puede provocar que seamos reservados y evitemos demasiado contacto, viéndonos a
nosotros mismos como una isla en el océano de la humanidad. O puede conducirnos a una ambivalencia
sobre la conexión con los otros, en cuyo caso nos convertimos en algo más parecido a una ola.
Antes de ir más lejos, quiero dejar claro que esta foto de tu infancia no indica si tus padres te amaron
o no. No quiero dejar la impresión de que hablo de amor. Lo que describo está menos relacionado con el
amor y más con la seguridad y las actitudes subyacentes que llevamos a la relación.
Conforme leas sobre las tres parejas en este capítulo y aprendas más sobre los tres estilos, observa
cuál estilo refleja mejor los de tu pareja y tú.
Mary y Pierce han estado juntos durante 25 años. Criaron dos niños, quienes ahora están fuera de casa. En
estos momentos, Mary y Pierce pasan más tiempo con sus padres avejentados, que resolviendo problemas
relacionados con sus hijos. Cuando la madre viuda de Pierce fue diagnosticada con la enfermedad de
Alzheimer, la pareja se vio obligada a lidiar con varias opciones. Ambos cuentan con carreras
gratificantes pero muy demandantes en el ámbito legal, y por más que hubieran deseado llevar a la madre
de Pierce a su hogar para cuidarla, tuvieron que admitir que no sería factible.
Sus conversaciones durante el proceso de tomar la decisión de encontrar una institución de salud para
la madre de Pierce fueron parecidas a lo que a continuación muestro.
—Quiero que me digas cómo te sientes exactamente —dijo Mary, mirando con resolución a Pierce,
para no perder el más mínimo detalle de la comunicación reflejada en su rostro.
—Sí, claro, sabes que siempre lo hago —dijo Pierce—. A decir verdad, desde que tuvimos esa larga
charla la otra noche, tengo que admitir que siento un poco de alivio.
—¿Te refieres a cuando decidimos mudar a tu mamá?
—Así es —hizo una pausa, mirando profundamente en los ojos de Mary, sin esconder el dolor aún
debajo de su alivio—. Creo que se me ha quitado una carga de encima al darme cuenta de que si se
quedara aquí no sería lo mejor para su vida.
—¿Sabes?, tenía miedo de que te enojaras conmigo cuando dije por primera vez lo que pensaba que
sería lo mejor —dijo Mary con rapidez—. No estaba segura de que estuviéramos en el mismo canal. Mis
papás todavía están sanos, así que no es la misma situación para mí.
Pierce sonrió.
—Sí, admito que al principio estaba muy enojado. Pero pensé en ello. Supe que estabas tratando de
descifrar qué sería lo mejor para todos... tú, yo y mi madre.
—Exacto —dijo Mary—. Si fuera mi mamá, esperaría lo mismo de ti. No se trata de salirme con la
mía. Se trata de nosotros, juntos. Si creyeras fervientemente en buscar una manera de traer a tu mamá
aquí, al menos por un tiempo, te apoyaría para hacerlo. Quizá no me parezca del todo, pero no pelearía
contigo.
—Gracias —dijo Pierce—. Y gracias por no reaccionar exageradamente cuando empecé a enojarme
un poco.
—Cariño, tenía una idea bastante clara de lo que te estaba pasando —dijo Mary amablemente;
después hizo una pausa y continuó con un brillo en sus ojos—. ¿Sabes?, después de todos estos años,
tengo un manual sobre ti.
Pierce le devolvió la sonrisa.
—Sí que lo tienes, y me da gusto; aun si es un manual muy largo, con todos mis pelos y señales.
Mary soltó una leve risotada.
—Sabes que no te tendría de otra manera. Además, el manual que tienes sobre mí no es exactamente
la versión condensada.
Pierce hizo una pausa y respiró profundamente.
—Cuando lo pienso fríamente, resulta obvio que no habría funcionado traerla aquí.
—Cariño, si unimos nuestras cabezas, podemos encontrar formas para salir bien librados. Por
ejemplo, llevar a tu mamá a un lugar que esté cerca y arreglar nuestros horarios para poder visitarla tanto
como nos sea posible... —Mary se detuvo porque vio a Pierce asentir con la cabeza y sus ojos llenarse
de lágrimas.
—Y traerla aquí para comer siempre que podamos —dijo él, empezando donde Mary se había
detenido. Mary secó una lágrima de la mejilla de Pierce y él tomó su mano y la besó—. De hecho, creo
que me sentiré mejor una vez que vea que cuidan bien a mi mamá y está en una ambiente adecuado.
—Sé que lo harás —dijo Mary—. Y seguiremos hablando. Surja lo que surja, lo solucionaremos.
Como siempre lo hemos hecho, ¿sí?
—Sí. ¿Sabes? —añadió Pierce, mientras la abrazaba—, en verdad aprecio poder hablar contigo
sobre todo esto. Hacemos un buen equipo.
• “Estoy bien solo, pero prefiero las concesiones y beneficios mutuos de una relación cercana.”
• “Valoro mis relaciones cercanas y haré lo que sea necesario para mantenerlas en buen estado.”
• “Me llevo bien con una amplia variedad de personas.”
• “Amo a las personas, y las personas suelen amarme.”
• “Mis relaciones cercanas no son frágiles.”
• “Me parece bien tener mucho contacto físico y afecto.”
• “Estoy igual de relajado cuando estoy con mi pareja o solo.”
• “Si mis seres queridos me interrumpen, no me molesto.”
Chiana y Carlos, ambos profesionistas a principios de sus cuarenta, decidieron, en una etapa de su
matrimonio, no tener hijos y, en su lugar, adornar su relación con viajes y aventuras. Chiana había
pospuesto contraer matrimonio porque sentía que su carrera como periodista no le daba el tiempo
suficiente para dedicarse a otra persona; pero entonces conoció a Carlos, quien parecía ser su alma
gemela. Después de la boda, construyeron una casa que contaba con áreas separadas: la de él y la de ella.
Carlos tenía su propio cuarto de música, con una cama pequeña para las noches que decidiera irse a
dormir tarde. Chiana diseñó una oficina donde podía escribir y ver la televisión sin ser molestada. Su
recámara principal contaba con una conexión a internet de alta velocidad que ambos podían usar en los
respectivos lados de su enorme cama king size.
Los problemas surgieron poco después de haberse casado. El interés de Chiana por el sexo empezó a
menguar. Carlos estaba acostumbrado a turnarse para iniciar el sexo, pero Chiana dejó de empezar los
juegos y a rechazar sus avances. El intenso contacto visual que solían tener a menudo y disfrutaban en el
cortejo fue reemplazado por programas de televisión, películas y conversaciones de un extremo del
cuarto a otro. Aunque Carlos fue el primero en quejarse por sentirse solo, su comportamiento no era muy
distinto al de ella.
Las discusiones sobre su falta de intimidad eran parecidas a esto:
—Todavía te amo —explicaba Chiana después de haber llegado del trabajo y después de rechazar un
avance amoroso de Carlos—. Sólo que estamos muy ocupados. Además sabes lo que pienso sobre
mantenerme en forma.
El rostro de Carlos se tornó rojo.
—¿Así que a mí me culpas por no tener sexo? ¿Es mi culpa porque no he hecho ejercicio? ¿Es lo que
estás diciendo?
—No inventes cosas que no he dicho. Dije que los dos estamos ocupados.
—No, te escuché claramente decir que no quieres sexo porque estoy fuera de forma. ¡Es ridículo!
Estoy en gran forma y lo sabes. Si te dijera algo parecido, nunca volverías a dirigirme la palabra.
—Escucha —dijo Chiana con impaciencia—, hablemos después. Tengo una entrega y no puedo lidiar
con esto ahora —recogió su computadora portátil y se dirigió rápidamente a su oficina al fondo del
vestíbulo.
Más tarde esa misma noche, Carlos arregló los últimos detalles de la cena que había preparado.
Llamó a Chiana pero no hubo respuesta, así que se dirigió a su oficina y abrió la puerta.
Chiana, de espaldas, espetó:
—¡Ahora no!
Sabiendo que odiaba que la interrumpieran, Carlos se quedó en la entrada.
—¿No quieres probar la cena que preparé para nosotros?
Hubo un largo silencio, durante el cual Carlos se irritó más.
—¡Chiana! —dijo tajantemente tratando de atraer su atención, pero temeroso de acercarse más.
—¿Qué quieres? —gritó ella, dando la vuelta y golpeando sus manos contra las piernas—. ¡Te dije
que ahora no! —mientras giraba de nuevo a su computadora.
Carlos suspiró profundamente.
—¿A qué hora puedo esperarte?
—Voy en cuanto pueda. Quince minutos, ¿está bien?
Con esa respuesta, Carlos se alejó, pero regresó veinte minutos después.
Chiana, quien aún trabajaba arduamente, sintió su presencia.
—Ésos no fueron quince minutos —dijo con brusquedad.
—Tienes razón, fueron veinte —dijo Carlos con calma.
—No, no fueron —respondió ella.
Deprimido, Carlos dio la vuelta una vez más para irse. Sin embargo, su irritación crecía.
—¿Cuánto voy a tener que soportar? —masculló.
Chiana azotó una carpeta en su escritorio, dio la vuelta y gritó:
—Dices que quieres que tenga éxito, ¡pero me saboteas!
Después de un intercambio de miradas, Carlos se calmó.
—¡Está bien! Prepara tu propia cena. ¡Ya me voy! —se alejó azotando la puerta tras de sí.
Es hora de conocer otra pareja. Casados durante 17 años, Jaden y Kaylee tenían dos niños pequeños y
vivían en una modesta casa de dos habitaciones en los suburbios. Kaylee era ama de casa y Jaden tenía
un trabajo de nueve a cinco.
Cuando finalmente buscaron terapia para resolver sus problemas, Kaylee se quejaba de que Jaden
solía enfadarse por cualquier cosa: “Está enojado conmigo, con los niños, con su jefe... es como si nada
de lo que hacemos fuera suficiente, y me estoy hartando de tener que lidiar con sus rabietas”.
Jaden pensaba que Kaylee no reconocía las razones por las que él se sentía enojado. Como era
incapaz de sentarse en silencio y escucharla incluso por algunos minutos, él se expresaba con gruñidos y
gemidos y expresiones faciales de sorpresa y asombro.
Su diálogo en la terapia de pareja era algo parecido a esto:
—Estuve esperando todo el día para verte, pero creo que ni siquiera me extrañas. Te llamo o envío
un mensaje y no respondes. Parece que te molestara o algo por el estilo. ¿Sabes cuántas esposas darían su
brazo derecho por un esposo que las extraña durante el día, que realmente quiere conectarse? —dijo
Jaden con una expresión de perplejidad.
—¡Pero me llamas todo el tiempo! —respondió Kaylee con unos ojos bien abiertos que sugerían que
él no se daba cuenta de eso—. No me das la oportunidad de extrañarte. Y, si me extrañas tanto, ¿por qué
llegas a casa tan enojado y huraño?
—Yo... yo no... ¿Crees que soy huraño? —se rió Jaden—. No creo que sea huraño.
Kaylee lo miró como si esperara que reflexionara sobre ello.
—Tienes razón —admitió él después de un momento—. Me enojo cuando veo a los niños fuera de
control y la casa hecha un desastre. Llego exhausto del trabajo y siento que sólo me ignoras.
—Eso no es cierto —lo interrumpió Kaylee—. Suelo acercarme a ti y sólo me gritas. Si digo algo
amable, tú me dices algo malo como respuesta.
—No digo nada malo —reviró Jaden para defenderse—. No soy una mala persona. Debes estar
hablando de ti. A veces eres fría y lo has admitido. Yo soy lo opuesto. Cuando te llamo durante el día o
te pido tiempo para estar juntos por las noches, siempre estás ocupada, como si no tuvieras tiempo para
mí. Además, nunca me dices cosas bonitas.
Kaylee, exasperada, respiró profundamente y dijo:
—Es que no recuerdas las cosas bonitas que te digo. O me las regresas y dices que no soy sincera. En
serio, Jaden, eso hace que no quiera estar cerca de ti. Y no sólo soy yo; si alguno de los niños no te pone
atención, te pones furioso y lo tomas personal.
Jaden respondió lanzando sus piernas hacia adelante y poniendo sus brazos encima de su cabeza, con
los ojos mirando hacia el cielo.
—En verdad me siento incomprendido. Yo no soy el malo de la película. ¿Te das cuenta de que cada
vez que hay una ocasión especial, como nuestro aniversario, yo tengo que planearlo? ¿Crees que alguna
vez podrías tomar la iniciativa? Ni siquiera recuerdas el Día del Padre —y empezó a contar con los
dedos—: no sabes qué comprarme para mi cumpleaños... Veamos, ¡ni siquiera quieres tener sexo
conmigo, por el amor de Dios!
Kaylee miró al suelo y dijo:
—No se puede contigo.
—Ya sé. Siempre has pensado que no se puede conmigo. Doy muchos problemas. ¿Por qué no me
dejas, si así te sientes? Lamentas haberte casado conmigo, ¿no es verdad?
Kaylee siguió viendo hacia el suelo con los brazos cruzados y agitando la cabeza.
Cualquiera que sea tu estilo —ancla, isla u ola—, tu pareja y tú podrían asumir, por lo que han leído
hasta ahora, que pueden confiar en sus embajadores para mantener la armonía entre ustedes. Esto es casi
totalmente cierto. Sin embargo, como lo mencioné en el capítulo 2, a pesar de sus buenas cualidades e
intenciones, los embajadores pueden ser muy molestos en algunas ocasiones. Es cierto: los embajadores
pueden enloquecer —o debilitarse o comportarse extrañamente— en todos nosotros, sin excepción.
Las anclas suelen tener los embajadores más equilibrados. En las raras ocasiones en que sus
embajadores se vuelven locos, las anclas cuentan con otros embajadores que acorralan a los caprichosos
con rapidez. Las islas y las olas, por otra parte, suelen batallar con disparidades más graves de los
embajadores. Durante los momentos de angustia, las islas y olas tienen algo en común: ambas cuentan con
una corteza orbitofrontal inútil. La corteza orbitofrontal, has de recordar, es quien dirige a los
embajadores y primitivos. En última instancia, es la que determina si debemos o no ir a la guerra. Por
esta razón, las islas y las olas corren más riesgo de ir a la guerra si sus embajadores enloquecen o no
acatan las órdenes.
LA ISLA SALVAJE
Las islas suelen tener primitivos y embajadores aumentados. Si tu pareja es una isla, quizá confíe mucho
en hablar para solucionar los problemas. Esto suele ser una consecuencia de ser incapaces de conectarse
fácilmente a un nivel no verbal. Es cierto, este desequilibrio es natural en una isla y quizá en general no
conduzca a quejas en escenarios distintos a las relaciones amorosas. Cuando la relación tiene problemas,
un cerebro izquierdo vuelto loco puede colocar a tu pareja en terreno peligroso si parece demasiado
lógica, racional, arrogante, indiferente, inexpresiva o insuficientemente empática. Bajo estrés, una isla
puede ser muy escueta, displicente e irreflexiva, muy callada o muy tranquila.
Durante un conflicto, una isla tiende a concentrase en el futuro y olvidar el presente y el pasado. “El
pasado es pasado. ¿Por qué no podemos seguir adelante?”, es una perspectiva común de las islas. En una
guerra total, el cerebro izquierdo de una isla es secuestrado por los primitivos y puede volverse
amenazante al ordenar un ataque o retirada. Ya que es inútil para las causas sociales o creativas, usa
palabras (o retiene palabras) como armas. Aún suena como un embajador, pero actúa como primitivo: su
único interés es la supervivencia.
Dos cerebros izquierdos en guerra pueden ser espeluznantes. Para evitarlo, idealmente tienes que
lanzarte al rescate y sobrevivir mostrando amistad verbal. Siempre y cuando tu cerebro izquierdo no haya
enloquecido, trata de calmar a tu pareja por medio del habla. Tranquilízala, cálmala y sé racional (“Creo
que lo que dices tiene sentido” o “Tienes razón en eso” o “Ése es un muy buen punto”).
Una isla alocada suele estar poco consciente de lo que siente y es muy poco capaz de expresar
sentimientos o percibir los sentimientos de su pareja. El compañero de una isla quizá también tenga
problemas para hacer esto, sin importar si también es una isla o no.
LA OLA SALVAJE
Si tu pareja es una ola, quizá insista demasiado en refuerzos verbales de amor y seguridad. Es lo
contrario de lo que observamos con una isla, quien es menos proclive a buscar o siquiera dar importancia
a tales refuerzos. Si el cerebro derecho de tu pareja ha enloquecido, quizá esté demasiado preocupado
por estos refuerzos y parezca demasiado expresivo, dramático, emocional, tangencial, irracional y
enojado. Bajo estrés, una ola puede ser implacable, cruel, inflexible e indiferente.
Durante el conflicto, una ola suele concentrarse en el pasado y evitar el presente y el futuro. “No
puedo seguir adelante hasta que no resuelva lo que sucedió” es un dicho común entre las olas. En una
guerra total, el cerebro derecho de la ola es secuestrado por los primitivos y puede volverse amenazante
al buscar con terquedad una resolución ¡inmediata! En esta situación, el conector usa armas conectivas
físicas y emocionales. Una vez más suena como un embajador, pero actúa como primitivo.
Para evitar la explosividad de dos cerebros derechos en guerra, trata de llegar a tu pareja sin
palabras. Si tu propio cerebro derecho no ha enloquecido, desarma a tu pareja a través de amistad no
verbal. Acaríciala suavemente, brinda una presencia relajante. Y cuando hables, sé tranquilizador y trata
de calmarla.
El tercer principio rector de este libro es que las parejas se relacionan principalmente como anclas,
islas u olas. Tu pareja y tú deberían familiarizarse con los estilos de relacionarse de cada uno.
Nos proponemos conocer por completo a nuestras parejas para volvernos administradores
competentes de ellas, en el mejor sentido. Cuando me refiero a administradores competentes, quiero
decir compañeros que son expertos en el otro y saben cómo mover, cambiar, motivar, influir, tranquilizar
e inspirarse entre sí. Por el contrario, las parejas que no son expertas entre sí tienden a crear una
sensación mutua de amenaza e inseguridad. No disfrutan una burbuja de pareja. Estas parejas también
suelen desear que el otro cambiara, las escuchara o hiciera las cosas como lo desean, y a la larga sienten
que se juntaron con la persona equivocada. Por desgracia, estas parejas únicamente recrean la
insensibilidad, injusticia e inseguridad de su infancia, sin nunca saber realmente lo que estaría a su
alcance “si tan sólo...”
Para varias personas, la cercanía trae consigo la promesa de seguridad y la amenaza que ésta
conlleva. Esto da pie a la pregunta: ¿cómo obtienes lo que quieres y necesitas de una relación evitando
que tus temores se vuelvan realidad? Este dilema es similar a robar miel de un panal de abejas sin salir
picado. La intensidad con la que debemos trabajar para conseguir la miel, evitando ser picados, en las
relaciones íntimas es proporcional a la inseguridad fundamental que sentimos. Pero éste es el problema:
si sentimos inseguridad en las relaciones, no hay forma de volvernos más seguros sin estar en una
relación. Ningún libro o audiolibro, taller o religión puede modificar la sensación de seguridad en una
relación. En otras palabras, en cuanto a relaciones se refiere, somos lastimados por personas; sin
embargo, también podemos ser sanados por éstas.
Y ésas son buenas noticias. Es muy posible volverse un ancla si pasamos tiempo en una relación
estable, cercana y confiable con otra persona. Esa persona puede ser un terapeuta o puede ser un
compañero romántico que es un ancla o está por convertirse en una. A pesar de que el propósito principal
del libro no es convertir a tu pareja o a ti en anclas, sus principios los guiarán hacia una relación más
estable. Permanece el tiempo necesario en una relación estable y ¡te convertirás en ancla!
Éstos son algunos principios para guiarte:
1) Descubre a tu pareja. Con los ejemplos que presentamos en este capítulo, descubre lo que quizá
aún desconoces de tu pareja. ¿Qué estilo de relación se adapta mejor a tu pareja? Y, ya que estás
en eso, ¿cuál se adapta mejor a ti? Como dije antes, por favor, resiste la tentación de usar esta
tipología como munición. Como cualquier herramienta poderosa, puede causar daño si se usa
inadecuadamente, así que úsala con compasión en tu relación.
2) Vive sin reservas. Nuestra misión en una relación comprometida no es cambiar ni volvernos
alguien diferente. Por el contrario: nuestra tarea es ser nosotros mismos. El hogar no es un lugar
para sentir vergüenza crónica o pretender ser algo que no somos. En lugar de esto, podemos ser
nosotros mismos y además mantener nuestro sentido de responsabilidad con los demás y con
nosotros. Y, a la par que nos mostramos como somos, debemos alentar a nuestra pareja para que
también lo haga. De esta manera, nos ofrecemos mutuamente aceptación incondicional.
Es cierto, vivir siendo nosotros mismos no significa que debamos ser imprudentes o insensibles al tratar a los demás, ni que usemos
esto como excusa para mostrar lo peor de nosotros. Por ejemplo, si tu pareja es infiel o te lastima de alguna manera, no puede decir
simplemente: “Mala suerte. Así es como soy. Sólo acéptalo”. No. Aquí es cuando se necesita una disculpa. De hecho, siempre que
percibas lastimada a tu pareja, necesitas concentrarte menos en ser tú mismo y atender más las necesidades y preocupaciones del otro.
Recuerda el primer principio: crear una burbuja de pareja que permita a los compañeros mantenerse mutuamente sanos y salvos .
Tu mandato es ser tú mismo, siempre y cuando mantengas a tu pareja a salvo.
3) No trates de hacer cambiar a tu pareja. Podría decirse que todos cambiamos y también que nunca
cambiamos. Ambas cosas son ciertas, y por esto es que la aceptación es tan importante. Somos
capaces de cambiar nuestras actitudes, conductas e incluso nuestro cerebro con el paso del tiempo,
y lo hacemos. Sin embargo, las conexiones fundamentales que ocurren en nuestras experiencias más
tempranas se quedan con nosotros de la cuna a la tumba. Claro, podemos cambiar estas conexiones
de manera asombrosa a través de relaciones correctivas. En algún momento estos cambios
transforman todo excepto los últimos remanentes de nuestros miedos y heridas registrados. Sin
embargo, esto no tiene que ser el objetivo de una relación de pareja. Nadie cambia de
principalmente inseguro a principalmente seguro bajo condiciones de miedo, intimidación,
desaprobación o amenaza de abandono. Te garantizo que eso no sucederá. Sólo a través de
aceptación, alta estima, respeto, devoción y seguridad alguien puede volverse más seguro con el
paso del tiempo.
CAPÍTULO 4
Cuando veo parejas que cuentan con una burbuja de pareja bien cuidada, una característica
sobresaliente es su habilidad de preocuparse, influir y gestionar al otro: algo muy parecido a lo que
hacen los padres expertos con sus hijos. Ambos compañeros parecen haber leído y estudiado
cuidadosamente el manual de usuario de su relación y el de su ser amado. Cada uno está familiarizado
con los detalles operativos que nadie fuera de la burbuja parece conocer.
Por ejemplo, estos compañeros saben qué tiene la suficiente fuerza como para tocar una cuerda
sensible del otro. Cuando uno se siente mal, el otro puede percibir la causa de inmediato. No sólo eso,
sino también saben cómo arreglar la situación. Conocen las palabras adecuadas para decir, o acciones a
realizar, que tienen el poder de elevar, aliviar, emocionar, tranquilizar o sanar al otro. Desde un punto de
vista neurológico, estos compañeros cuentan con una corteza orbitofrontal poderosa, hemisferios
cerebrales bien balanceados, un sistema del vago sagaz bien desarrollado, un control vocal y respiratorio
bien regulado y habilidades comunicativas bien afinadas que mantienen cerca el amor, y la guerra a la
distancia.
¿Cómo lograron ser tan hábiles? ¿Quizá cuentan con un cromosoma del compañero perfecto? Créeme,
no. ¿Tienen algún tipo de superpoder secreto que les permite manejar emocionalmente a su pareja?
Bueno, quizá sí. Como dije anteriormente, algunos tenemos un mejor comienzo en la vida que otros, con
varias interacciones positivas con adultos que sentían interés y curiosidad por nosotros. Todos llegamos
a la mesa con primitivos que no quieren que nos lastimen, y embajadores que algunas veces son molestos.
La verdad es que podemos ser, todos nosotros, un dolor de muelas. Cuando recitamos los votos de
nuestra relación, quizá deberíamos decir: “Te acepto como mi dolor de muelas, con toda tu historia y
experiencias, y me responsabilizo de todas las injusticias anteriores que sufriste a manos de aquellos que
nunca conocí, porque ahora estás a mi cuidado”.
Mmm. ¿Cuántos se atreverían a presentar esos votos? Y, aun así, en mi práctica e investigación, eso
es exactamente lo que veo hacer a parejas en una relación estable. Es una decisión consciente. Aceptan al
otro “como es” y se responsabilizan de cuidarlo. Como expertos que comprenden a su compañero, hacen
lo necesario para aliviar su malestar o amplificar su bienestar. Para varios compañeros que se encuentran
a merced del estado de ánimo del otro, este tipo de pericia realmente podría ser un tipo de superpoder
por el que harían lo que fuera.
El papel de un compañero primordial es uno muy importante: implica cuidar bien a otro dolor de
muelas humano. Y la única forma de que esto funcione es ser completamente recíprocos. Ambos
compañeros necesitan convertirse en expertos en el otro. Con este tipo de arreglo, nadie sale perdiendo
realmente, y todo mundo sale ganando en verdad. Puedes imaginar esto como una versión romántica de
paga-por-jugar, y es, no lo dudes, una inversión en tu futuro.
De hecho, todos tenemos algunos asuntos con la capacidad especial de hacernos sentir mal. Estos asuntos
suelen originarse durante la niñez, y los llevamos a nuestras relaciones.
Por ejemplo, quizá te molestaban cuando eras niño, así que sigues sintiéndote vulnerable cuando
alguien trata de provocarte. Hasta el día de hoy sigue afectándote. Quizá alguien en tu niñez temprana
siempre quería tener la razón y por omisión siempre hacía que pareciera que tú estabas equivocado. Hoy
en día sigues sintiendo resquemor con las situaciones de acertado/equivocado.
He aquí otra situación. Digamos que durante tu infancia experimentaste un gran caos o
desorganización de uno o ambos padres; así que la falta de orden te enfada hoy en día, y te desagradan las
personas que son descuidadas y desordenadas.
¿Cuántos problemas realmente tiene cada uno de nosotros? ¿Se pueden contar en decenas? ¿O incluso
más? Las parejas suelen tener la ilusión de que tienen todo un almacén de problemas con los cuales
lidiar. Sin embargo, en mi experiencia como especialista, esto suele ser falso. Si realmente destilamos
nuestros problemas hasta su esencia, apostaría que la mayoría de nosotros sólo podríamos identificar dos
o tres capaces de hacernos sentir mal. Creo que únicamente dos o tres debilidades nos perturban a lo
largo de nuestra vida.
La tabla 4.1 enlista algunas de las principales debilidades que he notado en las islas y olas. Observa
que no incluí las anclas en la lista. Esto no quiere decir que no tengan debilidades ni que sea innecesario
tranquilizar y complacer a un ancla; sin embargo, en la vida cotidiana, estos compañeros son estables y
sus debilidades están menos acentuadas.
1) Escoge un lugar donde puedas tener un tiempo a solas y piensa en los problemas que te han afectado
profundamente. Desde que tengas memoria hasta el día de hoy, ¿qué te sigue atormentando?
2) Quizá sea útil recordar incidentes específicos. Por ejemplo, una discusión con tu pareja en la que te enojaste
demasiado; un periodo en el que te sentiste deprimido, solo o rechazado. En cada incidente, ¿qué fue lo que te
condujo a sentirte vulnerable?
3) Consigue lápiz y papel (o tu tableta electrónica) y anota todos los incidentes y problemas que te vengan a la mente.
No te censures.
4) Cuando hayas completado la lista, revísala y busca semejanzas. Por ejemplo, supongamos que recordaste haber
discutido con tu pareja y que dijo algo privado de ustedes a otra pareja, o recuerdas haberte enojado como
adolescente cuando, sentados a la mesa, tu madre habló de asuntos que habías compartido sólo con ella. Si
observamos los sucesos, puedes notar que el problema principal fue sentirte traicionado. Revisa si puedes reducir tu
lista a dos o tres debilidades específicas.
5) Centrarte en tus debilidades quizá no sea la experiencia más agradable. Así que, cuando termines, ¡consiéntete (y a
tu pareja)!
1) Siéntate y piensa en los problemas que afectan profundamente a tu pareja. Quizá no la conociste durante su niñez,
pero, ¿qué te ha compartido sobre esa etapa de su vida?
2) Recuerda incidentes específicos en tu relación durante los cuales se molestó tu pareja. En cada caso, ¿qué fue lo
que la hizo sentir vulnerable?
3) Anota todos los incidentes y problemas que te vengan a la mente. No te censures.
4) Cuando termines la lista, revísala y busca semejanzas. Revisa si puedes reducir tu lista a dos o tres debilidades
específicas.
5) Como paso final, quizá quieras revisarla con tu pareja: descubre las dos o tres cosas que ella considera que la
hacen sentir mal. Observa las expresiones faciales y busca en su tono de voz señales de que esto, en verdad, le
representa un gran problema.
Recuerda que te he sugerido realizar estos dos ejercicios (la identificación de las vulnerabilidades de los dos) por ti
mismo. De manera alternativa, pueden realizar estos procesos juntos.
¿Cuántos realmente saben cómo hacer de manera espontánea que sus parejas se sientan felices y amadas?
Me refiero a una frase, un acto o una expresión dirigida específicamente a un compañero para levantarle
los ánimos. He visto parejas casadas por 30 años que se quedan atónitas cuando se les pide que animen,
conmuevan, encanten o enamoren a su compañero; aun cuando esta habilidad de mejorar o cambiar
espontánea y certeramente el estado de ánimo del otro es un aspecto fundamental de ser un experto en la
pareja.
En mi trabajo con parejas, he notado que la mayoría de las personas en realidad no quiere que cambie
su pareja. Básicamente se aprecian de la forma en que son. Pero lo que la gente sí quiere es saber cómo
influir, motivar y tener un efecto positivo en su pareja. Quieren evitar tocar las cuerdas sensibles del
otro. Pero eso no es suficiente. También quieren saber qué antídoto usar cuando las cosas se complican.
Quieren tener conocimiento sobre cuándo y dónde su pareja tiene comezón, para que puedan rascarla por
ella.
De esta manera, las parejas buscan convertirse en administradores competentes del otro. De hecho, su
competencia como compañeros no es diferente a la competencia como padres que quieren aliviar los
sentimientos dolorosos de sus hijos y cultivar sentimientos positivos. También puede compararse al
papel de un regulador. Los compañeros que son administradores competentes son capaces de ayudar a
regular los estados de ánimo y niveles de energía del otro. Como reguladores, cada uno monitorea
constantemente al otro y sabe cuándo debe entrar en acción y presionar un interruptor para ayudar a
restaurar el equilibrio en dirección de las cosas que hacen sentir mejor a la pareja.
Más que un entorno seguro, la burbuja de pareja es un lugar para que las parejas sientan emoción,
enriquecimiento y, más importante aún, atracción. No me refiero a la atracción física. En vez de eso, me
refiero al tipo de atracción que sirve como pegamento para unir la relación. Desafortunadamente, el
miedo suele ser el pegamento que mantiene a las parejas unidas. El miedo podría ser útil para tener a una
pareja a raya; sin embargo, es lo opuesto a la burbuja de pareja. Tenemos que desear estar en la burbuja;
no deberíamos sentir que tenemos que estar ahí. Queremos estar con nuestra pareja porque no hay otro
lugar en el mundo en el que quisiéramos estar. Nuestra atracción se basa en lo que hacemos por el otro y
nadie más querría hacerlo. Las parejas que no usan este tipo de atracción como pegamento están
destinadas a fracasar tarde o temprano.
1) Quizá te sea útil empezar con la lista de vulnerabilidades que escribiste anteriormente. Para cada una de las dos o
tres cosas que hacen sentir mal a tu pareja, quizá puedas encontrar algo que modifique esa sensación. Por ejemplo,
si mi historia me hace dudar que sea un buen padre, mi compañero puede ciertamente mejorar mi ánimo al decirme
espontáneamente: “Eres un buen padre”, directo a los ojos.
2) Revisa la lista que hiciste contra los antídotos mostrados en la tabla 4.2, la cual quizá te dé más ideas.
3) Asimismo, quizá quieras crear una lista de las cosas que tu pareja puede hacer (y hace) que te animan y satisfacen.
Si hacen los ejercicios juntos, pueden hacer listas separadas para cada uno y comparar notas.
1) Di o haz algo para que tu pareja sonría de alegría. Revisando el conocimiento de tu pareja, trata de anticipar lo que la
hará sonreír y observa si funciona. Por ejemplo, puedes masajear su espalda o hablar sobre un recuerdo compartido.
2) Ahora, di algo más sobre tu pareja que la conmueva sobremanera. Sabrás que has acertado si observas lágrimas en
sus ojos. No me refiero a lágrimas de tristeza, sino las lágrimas que salen cuando nos sentimos muy conmovidos.
Los discursos largos y prefabricados no sirven. Evita añadir calificaciones. Por ejemplo, quizá tu pareja se sienta
conmovida si dices: “Eres la persona más confiable que conozco”, pero es poco probable que decir “Eres una
persona muy confiable... la mayor parte del tiempo” produzca el efecto deseado. Tampoco lo hará un cumplido
mediocre como “Sabes que me encanta cómo cocinas”. No es muy conmovedor si sólo repites lo que tu pareja ya
sabe. Y no siempre esperes resultados inmediatos. Si tu pareja no responde a un cumplido, considéralo información
sobre lo que la afecta y prueba algo distinto.
3) Por último, haz o di algo que emocione a tu pareja. Puedes ver la emoción en sus ojos: sus pupilas se dilatarán o
abrirá más sus ojos, aunque sea por un instante. Quizá el rostro de tu pareja se enrojezca o el tono de su voz
cambie un poco.
4) En cada caso (ya sea que trates de hacer que sonría, le hagas un cumplido o trates de emocionarla), si están
jugando juntos, no preguntes lo que funcionaría. Tu trabajo como experto es encontrarlo. Tampoco preguntes a tu
pareja si lo que dijiste o hiciste funcionó. Busca pistas; observa la reacción de tu compañero. A través de este
proceso, adquieres experiencia y tu pareja también. Ambos disfrutarán los beneficios. Recuerda, ¡están
interconectados!
Los dos pueden jugar el juego de las emociones cuando quieran. Experimenten con diferentes efectos positivos:
haz que tu pareja se relaje, hazla reír o lo que se te ocurra.
El cuarto principio en este libro es que las parejas que son expertas en el otro saben cómo complacer y
calmar a su compañero. Eso significa que tendrás que familiarizarte con las principales vulnerabilidades
de tu pareja y conocer los antídotos que son efectivos para cada uno. La tabla 4.2 resume algunas de las
vulnerabilidades comunes para las islas y olas que hemos visto en este capítulo, y ofrece sugerencias
para ayudar a tu pareja a minimizarlas cuando aparezcan. Una vez más, no he incluido a las anclas porque
suelen ser estables y necesitan menos antídotos.
Islas
Se siente invadida Acércate silenciosamente, en lugar de llamarla por su nombre.
Si tu pareja está ocupada, dile: “Necesito hablar contigo en un momento”, después vete. “Dime cuando estés lista.
Si es en más de___minutos, yo empiezo y tú puedes unirte.”
Se siente atrapada, “Necesito unos minutos de tu tiempo y después puedes regresar a lo que estabas haciendo.”
fuera “Ya vi que has tenido suficiente. Déjalo pasar y hablamos después.”
de control “Éstas son un par de opciones.”
Pon atención al nivel de intimidad con el que tu pareja se siente cómoda. Acércate poco a poco.
Siente miedo de
“¿Quieres que me detenga?”
demasiada intimidad
“¿Esto te molesta?”
“Aprecio mucho lo que hiciste, pero esta vez te pasaste de la raya.”
Miedo de sentirse
“Entiendo por qué hiciste lo que hiciste. Tu corazón estaba en el lugar indicado.”
inculpada
“Mira, no es [toda] tu culpa. Y si así lo fuera, eso no me importaría.”
Olas
“No te preocupes, no me voy a ninguna parte. No podrías deshacerte de mí aunque lo quisieras.”
Miedo de que la
“Por favor, permanece a mi lado. Quiero que estemos juntos hoy.”
abandones
“Tú eres mi rienda.”
Usa la tecnología, como mensajes de texto. Nada elaborado, sólo “Hola” o “Te amo” o “Diablos,
Estar separado de ti
la junta salió mal”, o cualquier mensaje conciso que sugiera “Pienso en ti”.
Malestar por estar sola
“Estoy ansioso por nuestra cena. No puedo esperar para saber cómo fue tu día.”
demasiado tiempo
“Llámame si necesitas hablar.”
“Te prometo que te llamaré en cuanto aterricemos, aun si es tarde.”
“No eres una carga más de lo que yo lo soy para ti.”
Sentirse una carga “Me encanta que sepamos qué hacer exactamente para cuidarnos el uno al otro.”
“Tú eres una carga que me encanta llevar.”
1) Aprende a reparar con rapidez los daños. Ser un experto en tu pareja conlleva la responsabilidad
de permanecer alerta para monitorear sus estados de ánimo y sensaciones. Si se siente molesta, lo
sabes de inmediato. No importa si le molesta algo entre ustedes o algo fuera de la relación. En
cada caso, tienes la suficiente experiencia para deducir rápidamente la cuerda sensible que ha sido
tocada. No hay ninguna razón para dejar que los problemas se agraven. Ver a tu pareja en
dificultades debería ser la señal para “detener las prensas” antes de continuar con lo que sea.
Por ejemplo, si crees que lastimaste a tu pareja, quizá puedas decir: “¿Eso no salió muy bien, o
sí?”, o “Lo siento. ¿Eso te dolió?” Lo peor que puedes hacer es ignorar lo que notas en su rostro o
en su voz. Haz saber a tu pareja que puede contar contigo para reponerse, y di o haz lo que sea
necesario para reparar el daño.
Y lo mismo se aplica para ti. Puedes confiar en tu pareja para que esté ahí para ti; para que
conozca tus vulnerabilidades y te tranquilice cuando lo necesites. Es como si, cuando formaron su
relación, tú hubieras firmado una póliza que aseguraría tu comodidad y, ahora, dado que has
cumplido las primas (es decir, has estado ahí para tu pareja), puedes relajarte y cobrar el seguro
cuando algo parezca haberse salido de control.
2) Más vale prevenir que lamentar. Saber cómo reparar los daños es útil, pero es aún mejor
anticiparlos y evitar dificultades. Claro, no será posible evitar todos los retos. La vida no funciona
de esa manera. Sin embargo, como expertos, hay varias cosas que ustedes pueden hacer para
complacerse y mantenerse felices. En lugar de esperar hasta ver que los problemas están
gestándose, sé proactivo con tu pareja. Créate el hábito de decir y hacer cosas que la hagan sentir
bien. No asumas que tu pareja ya sabe cuánto la amas; no supongas que ya has expresado
correctamente todo lo que aprecias de tu pareja. Encuentra nuevas y creativas formas de expresar
las dos o tres cosas que la hacen sentir bien. De esta manera, realizas depósitos que puedes retirar
cuando las cosas se pongan color de hormiga.
3) Quizá te preguntes lo siguiente: “¿Qué pasa si mi pareja y yo no estamos de acuerdo en cuáles son
las dos o tres cosas malas y buenas?” La respuesta es que no importa realmente. No es crucial que
sepan identificar sus dos o tres problemas, o sepan cómo aliviar la comezón del otro. Lo
importante es que sepan cómo hacer esas cosas con su pareja y viceversa.
Así que, ¿cómo puedes darte cuenta si lo que has mencionado realmente funciona? La prueba,
por así decirlo, está en el postre. La evidencia siempre será visible en el rostro de tu pareja,
audible en su voz, o notoria en su cambio de humor repentino.
No hay necesidad de entrar en un debate con tu pareja para saber cuáles son las dos o tres cosas
(buenas o malas). Por eso me referí a esta cualidad como un superpoder “secreto”. Simplemente
responde de acuerdo con lo que entiendas que son estas buenas y malas cosas, después siéntate y observa
los resultados. Si resulta que no obtienes los resultados deseados, es probable que aún no estés aliviando
la comezón adecuada. En ese caso, es tiempo de regresar a los planos y aprender más sobre tu pareja. A
través del proceso de experimentación, de ensayo y error, puedes convertirte en un mejor especialista.
CAPÍTULO 5
Desayuno en la cama. La emoción de las mañanas de cumpleaños y Navidad. Canciones para despertar.
Besos para despertar. Quizá éstos sean algunos recuerdos de los rituales matutinos de tu infancia.
Historias para irse a la cama. Canciones de cuna. Informes diarios. Ser arropado en la cama por las
noches. Oraciones. Besos en la frente. Todos éstos son rituales nocturnos.
Desde nuestros comienzos en la vida adulta, debemos hacer la transición del sueño a la vigilia y de la
vigilia al sueño. Debemos despegar por las mañanas y aterrizar por las noches. Aprendimos esto durante
la niñez y los hábitos que formamos suelen quedarse con nosotros. La forma en que estamos
acostumbrados a pasar de la conciencia a la inconsciencia tiene importantes consecuencias para nuestra
salud física y mental, así como para la salud de nuestra relación.
De hecho, varias personas, solteras y casadas, tienen problemas con las mañanas y las noches. Las
personas con depresión suelen estar más deprimidas cuando se despiertan. Al enfrentar un nuevo día, en
especial después de una noche de sueños perturbadores o pesadillas, alguien deprimido podría sentirse
sin motivación, temeroso y aterrado de levantarse. La gente ansiosa algunas veces siente más ansiedad
por las noches. Mientras están en la cama, pensamientos inquietantes, imágenes y recuerdos tienden a
llenar su mente con un irritante parloteo interno. La transición entre la vigilia y el sueño puede ser tan
dolorosa para algunas personas, que simplemente prefieren tirarse en la cama y desmayarse para no tener
que lidiar con eso.
Si tu pareja presenta alguno de estos problemas, quizá ya haya buscado alivio con algún
medicamento, y para algunos esto resulta eficaz. Sin embargo, los medicamentos para dormir pueden
causar adicción o acarrear efectos negativos: dificultad para despertar, depresión, aturdimiento al día
siguiente, rebote de insomnio, e incluso un comportamiento errático y fuera de control. Aún peor, quizá tu
pareja sienta la necesidad de buscar alivio a través de actividades y sustancias autoprescritas como
pornografía, salas de charla en línea, póker en línea, televisión a altas horas de la noche, alcohol,
comida, mariguana o una combinación de las anteriores.
Entonces, ¿por qué he incluido un capítulo sobre los rituales matutinos y nocturnos como parte de este
manual de usuario para tu pareja? Porque tú puedes y debes ser el mejor agente antidepresivo y
ansiolítico para tu pareja. Y lo mejor es que ¡no necesitas reembolso del seguro!
Como vimos en el capítulo 4, ser un experto en tu pareja significa que sabes cómo complacerla y
tranquilizarla cuando se necesite. Durante la infancia, espero que esta relajación te la haya dado tu
cuidador principal. Si tu pareja es un ancla, contó con una base segura desde donde puede explorar el
entorno y regresar cuando necesite consuelo y recargar combustible. Sin embargo, si tu pareja es una isla,
la base segura no estuvo disponible con regularidad, y ahora quizá tu pareja niegue o desestime la
necesidad de que un compañero la tranquilice y esté ahí como fuente de consuelo. Después de todo, ¿por
qué consideramos importante tal seguridad si, en primer lugar, nunca estuvo disponible?
Algunos estudios sobre niños en kibutz israelíes, donde las características de la vida comunal
incluían la separación de su madre temprano por la mañana y en las noches, nos hicieron comprender
algo al respecto. El teórico del apego John Bowlby (1969) predijo que los niños en tales situaciones
serían más inseguros, y existen investigadores que han documentado que esto es verdad. Por ejemplo,
Abraham Sagi y sus colegas (1994), quienes compararon a niños que dormían en casa con niños que
dormían separados de sus padres, descubrieron que si el padre no estaba disponible regularmente a la
hora de irse a la cama, era más probable que el niño se volviera inseguro. Más recientemente, Liat
Tikozsky y su equipo (2010) reportaron que los padres que experimentaron la vida comunal en su
infancia solían reportar preocupaciones sobre las perturbaciones en el sueño de sus hijos. Sin embargo,
su estudio mostró un rayo de esperanza: era más común que estos padres tranquilizaran a sus hijos a la
hora de dormir.
Ya sea que tu pareja, en su niñez, hiciera una transición tranquila a la hora de despertarse o irse a la
cama o no, éstas son las buenas noticias: tiene la oportunidad perfecta de contar con esa base segura una
vez más, o por primera vez ¡contigo!
Noah e Isabella, ambos a mediados de sus treinta, están criando dos pequeños además de trabajar
arduamente en su profesión. En los primeros años de matrimonio, solían salir juntos y desvelarse. Ahora,
con los deberes de los niños y una carga financiera creciente, ambos están muy ocupados y exhaustos.
Han reclutado a varios miembros de la familia para ayudarlos a cuidar a los niños, y cuentan con una
niñera para cuidarlos cuando tienen que trabajar hasta tarde.
Cuando puede, Isabella prefiere irse a la cama a las 9:00 p.m., en cuanto los niños se duermen. Noah
siempre ha sido una lechuza y permanece despierto al menos hasta la medianoche. Isabella es la única
que se despierta lo suficientemente temprano como para preparar el desayuno de los niños. Después de
eso, se apresura al gimnasio y después al trabajo. Noah suele despertar una hora después de que ella se
ha ido de casa. También mantienen sus patrones asimétricos de sueño y vigilia los fines de semana.
Noah e Isabella han dejado de ser felices como pareja. Ambos culpan a los niños, el trabajo y las
preocupaciones financieras por su insatisfacción. Noah está cada día más deprimido y angustiado, e
Isabella siente resentimiento por sus quejas. Ninguno considera que la falta de tiempo juntos en la cama
al irse a dormir y al despertar sea un problema. Sin embargo, los dos se quejan de falta de energía,
agotamiento y una creciente sensación de desesperanza sobre su matrimonio.
¿Qué efecto crees que ejerza en Noah que Isabella se acueste temprano? ¿Qué efecto puede tener que
Isabella vea el lecho vacío aunque sea por un breve instante a la 1:00 a.m.? ¿Qué efecto tiene despertarse
solos por las mañanas para esta pareja?
Cuando vivimos solos, quizá no nos perturbe la vista de una cama vacía. Sin embargo, cuando
vivimos en pareja, nos acostumbramos a tener a alguien al lado, de preferencia despierto cuando nosotros
estamos despiertos y dormido cuando nosotros dormimos. Estemos conscientes o no, podemos reaccionar
a una cama vacía cuando esperamos que alguien esté ahí. Incluso si sabemos que es una separación
temporal, la experiencia de que nuestra pareja nos ha dejado puede ser perturbadora. Isabella tiene
características de isla y aprecia su tiempo a solas, aunque a veces tiene dificultades para volver a
dormirse cuando nota que Noah aún está despierto. Y Noah, quien tiene características de ola, algunas
veces se siente abandonado cuando Isabella se va a la cama antes que él, a pesar de que él es una lechuza
por naturaleza.
Para complicar las cosas, sus respectivos géneros podrían influir en la experiencia de sueño de Noah
e Isabella. De hecho, varios estudios han mostrado que los hombres y las mujeres no sólo tienen patrones
de sueño distintos, sino que perciben su experiencia de forma diferente. Por ejemplo, John Dittami y sus
colegas (2007) compararon a parejas cuando dormían solas y acompañadas durante un periodo de 28
noches. Hallaron que las mujeres tenían más interrupciones en el sueño cuando dormían con su pareja que
cuando dormían solas, y observaron que los hombres disfrutan más dormir cuando lo hacen con alguien.
Wendy Troxel (2010) señaló una paradoja que emergía de este campo de investigación. Por una
parte, las mediciones de los cambios biofisiológicos que ocurren durante el sueño (por ejemplo, alcanzar
el nivel más alto de descanso en el sueño, llamado fase 4, en la que se presentan menos movimientos
corporales) indican que, en general, las parejas duermen mejor solas. Por otra parte, las parejas reportan
subjetivamente que duermen mejor cuando están acompañadas. Troxel supone que, para hombres y
mujeres, la necesidad de sentirse seguros por la noche se sobrepone a cualquier perturbación en el sueño
que pudiera estar relacionada con dormir acompañado. Esto explicaría, por ejemplo, por qué Isabella se
despierta sobresaltada cuando se encuentra sola en la cama. También respalda lo que he resaltado en los
principios rectores de este libro: la importancia de mantener a tu pareja sana y salva.
También es posible que Isabella y Noah estén influidos por sus respectivos ciclos circadianos (el
ciclo biológico diario que determina cuando un individuo quiere comer, dormir o realizar otras
actividades). Las investigaciones han mostrado que las parejas con ciclos distintos, como las lechuzas
unidas con pájaros madrugadores, pueden experimentar inestabilidad en su relación. Por ejemplo, Jeffry
Larson y su equipo (1991) encontraron que las parejas con orientaciones matutinas y nocturnas distintas
solían discutir más que las parejas con orientaciones similares, además de pasar menos tiempo de
calidad juntos. En realidad, es común que las parejas tengan ritmos diarios distintos, aunque creo que es
posible, e incluso saludable, que esas parejas adopten el mismo tiempo de sueño, o al menos busquen
maneras de empezar y terminar los días juntos. Puedes mejorar tu relación si haces el esfuerzo de
coordinar los patrones de dormir/ despertar con tu pareja.
En mi experiencia como terapeuta de parejas, aquellas que suelen hacer planes para encontrarse en la
cama por las noches o acostar al otro (ya sea que duerman juntos o no) y que suelen despertar juntas
reportan mucha más satisfacción en su relación que las que no lo hacen. Veamos algunos ejemplos de
cómo puede funcionar esto.
TRANSICIÓN EN SINCRONÍA
Rebecca y Vince están a mediados de sus treinta y tienen dos niños pequeños. Al igual que Noah e
Isabella, ambos trabajan arduamente y cuentan con un ingreso doble para pagar la hipoteca, enormes
primas de seguros de salud y otros gastos que los mantienen preocupados sobre el futuro. A diferencia de
Isabella y Noah, ellos no cuentan con una familia extendida que los ayude, y no pueden pagar guarderías
ni niñeras. Rebecca trabaja en casa y Vince trabaja seis de cada siete días. Antes de casarse, Rebecca
parecía más una ola y Vince una isla. Sin embargo, a los pocos años de matrimonio, gracias a que
pudieron relacionarse de una manera hábil y segura, ambos se convirtieron en anclas.
A pesar de sus estresantes vidas, la pareja tiene bien definidos sus rituales matutinos y nocturnos,
para los niños y para sí mismos. Trabajan juntos para llevar a los niños a la cama y después disfrutan un
tiempo viendo televisión, hablando sobre el día o haciendo el amor. A pesar de que Rebecca suele estar
tentada a ir a su oficina en casa y revisar correos electrónicos por las noches, se resiste a menos de que
haya una crisis en el trabajo. Cuando esto sucede, Vince es comprensivo y suele ganarse unos puntos
esperándola despierto. Aproximadamente una vez por semana, Vince tiene que despertarse más temprano
para asistir a una junta de su trabajo. A Rebecca le gusta despertarse con él, aunque no tenga que hacerlo
ni se lo pida, para que puedan compartir una taza de café antes de que él se vaya. Ella aprecia poder
empezar temprano su día laboral. Algunas veces, ella olvida el café y vuelve a la cama otra hora después
de que él se va.
Rebecca y Vince suelen yacer en silencio en la cama antes de dormir, viéndose a los ojos mientras
los dos se quedan dormidos. En otras ocasiones, suelen turnarse para leerse entre sí y alternan la
selección de libros que disfrutarán. Asimismo, gustan de crear y experimentar nuevos rituales al irse a la
cama. Por ejemplo, durante algún tiempo acordaron expresar su gratitud al otro cuando apagaban las
luces. Pensaban en todas las personas vivas y muertas que habían influido sus vidas, y nombraban a cada
uno y le daban las gracias. Algunas veces, Vince o Rebecca se quedaban dormidos antes de terminar la
lista. No importaba. Ambos veían esa lista como una transición hacia el sueño y les gustaba porque los
hacía sentirse conectados no sólo con el otro, sino con la gente en sus vidas.
La pareja se despierta al mismo tiempo y se asegura de permanecer un tiempo junta en la cama antes
de empezar sus labores matutinas, incluyendo despertar a los niños. Algunas veces se ven a los ojos al
despertar, justo como lo hacen a la hora de dormir. A pesar de que sus días están muy ocupados, ambos
sienten que su tiempo juntos los llena de energía en estos periodos cruciales de transición, y se sienten
conectados y esperanzados sobre el día que les espera. Despegan juntos por las mañanas y aterrizan
juntos por las noches.
1) Puedes escoger cualquier semana del año como tu semana de ritual. Sin embargo, quizá quieras evitar la semana
cuando tienen un viaje de negocios programado u otro evento atípico que pudiera intervenir. La elección de una
semana cualquiera facilitará la puesta en marcha de tus descubrimientos.
2) Durante la semana, despeguen y aterricen juntos. Piensa en lo que podría disfrutar tu pareja. Quizá puedas incluir
algunas actividades que sean nuevas para ustedes como pareja. En este capítulo he sugerido una serie de rituales
que quizá te gustaría probar; pero, por favor, no te limites a mis sugerencias: sean creativos.
3) Deja que cada ritual sea una sorpresa para tu pareja. Algunas veces el elemento sorpresa añade regocijo y emoción
a una relación.
4) Al final de cada semana de ritual, comparen sus experiencias. ¿Cuáles rituales les agradaron más? ¿Por qué? ¿Qué
aprendieron de ustedes y su pareja? Decidan qué rituales les gustaría incorporar regularmente a su relación.
Considera esto un experimento, pero sin criticarse entre ustedes. Presta atención a cómo los afecta cada ritual.
¿Duermen mejor? ¿Tienen mejores sueños? ¿Tienen un mejor día?
SEPARACIONES Y REUNIONES:
OTRO TIPO DE DESPEGUE Y ATERRIZAJE
Además del acto de despertar cada mañana, separarte de tu pareja —ya sea que vayas al trabajo, escuela,
etc.— puede concebirse como un tipo de despegue. Tu pareja y tú despegan, se separan de la relación y
se dirigen al mundo de las no relaciones. La forma en que lo hagas afecta la cantidad de energía,
confianza y apoyo que sientes mientras estás alejado lidiando con tus padres, compañeros de trabajo,
hijos, una entrevista de empleo, un examen final, etcétera.
De manera similar, al igual que irse a la cama, reunirte con tu pareja después de una separación,
incluso si es breve, es un tipo de aterrizaje. Recuerda, la burbuja de pareja es el hogar. El hogar es la
asociación. La forma en que despegues y aterrices afecta la burbuja de pareja y el bienestar de cada uno
en casa.
¿Cómo manejan los despegues y aterrizajes en su relación? Al momento de separarse, ¿abrazas por
más de un segundo a tu pareja? ¿La miras a los ojos? O quizá simplemente sales por la puerta. Después
de separarse, cuando se reúnen, ¿la abrazas y la miras un instante a los ojos? ¿O das por sentada la
relación y sigues como si no se hubieran separado?
¿Recuerdas a Noah e Isabella, quienes no compartían los rituales matutinos ni nocturnos? Ya que ella
es una isla, Isabella no siente que haya olvidado algo cuando sale de casa por las mañanas, sin el ritual
de despegue apropiado. Noah, por otra parte, se queja de sentirse apático en el trabajo y le falta
seguridad para interactuar con los demás.
Cuando Noah recoge a Isabella en el aeropuerto, él carga su equipaje y se apresura al auto; después,
regresan rápidamente a casa. Él no hace un esfuerzo para pasar un tiempo cara a cara con su pareja.
Quizá su avión haya aterrizado, pero el de ella y él no. Dado que esta pareja no se reúne adecuadamente,
siempre pelean en el automóvil. No importa por qué pelean; la verdad es que es una consecuencia de no
sincronizarse uno con el otro cuando se reúnen. Podrías argumentar que tienen algo por lo cual discutir y
por eso pelean; pero te recuerdo que nuestros primitivos responden a las señales de amenaza más deprisa
de lo que podemos determinar si la amenaza es real o no. En ese caso, la amenaza es simplemente la
incapacidad de darse un tiempo para volver a sincronizarse después de una separación. No hablamos de
periodos prolongados de tiempo. Si Noah quisiera iniciar unos minutos de tiempo juntos, te garantizo que
podrían ahorrarse horas de peleas.
Ahora bien, recuerda a Vince y Rebecca, quienes disfrutan los rituales matutinos y nocturnos. Los dos
prestan atención especial a sus separaciones y reuniones. Por ejemplo, ellos realizan lo que llamo el
“ritual de bienvenida a casa”. Cuando alguno de los dos regresa a casa, sin importar si es de día o de
noche, ambos se buscan antes de hacer cualquier otra actividad. Se dan la bienvenida antes que a los
niños, mascotas o invitados en la casa. Se abrazan y se mantienen así hasta que cada uno se siente
relajado. Toda vez que es más sencillo percibir el estrés en el cuerpo de alguien más que en el propio,
usan esto como ventaja. Rebecca hace saber a Vince los lugares tensos que detecta cuando lo saluda y, de
esta manera, él puede hacer un esfuerzo para relajarse. Vince hace lo mismo por ella. Sólo después de
haber completado su ritual de bienvenida, siguen con su rutina. No sólo ellos se benefician por su re-
sincronización, sino toda la casa.
He visto a varias parejas distender o resolver conflictos simplemente con el hecho de tomarse en
serio la necesidad de tener un ritual de despegue y aterrizaje. Damos por sentado muchas cosas respecto
de las separaciones y reuniones, y pagamos el precio por no comprender el imperativo natural humano de
establecer y reestablecer conexiones seguras con nuestros seres más importantes. No me creas. Revisa
tus propios despegues y aterrizajes. Juega con ellos. Llévalos a cabo adecuadamente y después hazlos
mal o no los hagas. Compara las diferencias. Experiméntalas en primera persona.
El quinto principio rector de este libro es que las parejas con vidas ocupadas deben crear y usar
rituales matutinos y nocturnos, así como los rituales de reunión, para permanecer conectadas.
Como he dicho, este libro tiene menos que ver con ayudarte a ti mismo y más con ayudar a tu pareja.
Claro, en una relación verdaderamente recíproca, tus necesidades también se cumplirán porque los dos
se cuidarán entre ustedes. Sin embargo, la responsabilidad para encontrar oportunidades de cuidar a tu
pareja es sólo tuya. Hay dos de esas oportunidades día con día: una a la hora de irse a la cama y otra al
despertar por las mañanas.
Éstos son algunos principios de apoyo para guiarte conforme desarrollas tus propios rituales de
despegue y aterrizaje.
1) Ambos se benefician cuando arropas a tu pareja en la cama. Aunque ir a dormir juntos día con día
sería agradable, no siempre es posible. Quizá uno de ustedes tenga trabajo que hacer una
determinada noche. O, como lo hemos hablado, uno de los dos sea una lechuza. Sin embargo,
puedes encontrar el tiempo para arropar a tu pareja. Haz de esto un hábito y tomen turnos para que
los dos tengan la experiencia de ser arropados una noche.
2) La variedad es el condimento del ritual. Creen varios rituales para irse a la cama y despertar. Por
ejemplo, algunas veces quizá quieran ver un programa de televisión o una película juntos, como
una forma de relajarse. Claro, esto puede volverse fácilmente una actividad aislante (islas, hablo
de ustedes). No dejes que esto suceda. Asegúrate de tener contacto en intervalos regulares durante
el programa o la película. Habla sobre ella (no están en una sala de cine, así que no se preocupen
por molestar a alguien más). Observa a tu pareja durante los momentos emotivos, graciosos o
tontos. Tómense de las manos.
Otras sugerencias para rituales a la hora de irse a la cama incluyen:
a) Prepara el desayuno (en la cama o no) para tu pareja. Otra opción es que salgan por el
desayuno o acudan a su cafetería preferida.
b) Permanezcan acostados en la cama y mírense a los ojos. Saluda a tu pareja con un amoroso
“¡Buenos días!”
c) Hablen en voz baja sobre su día y lo que harán, a lo que se enfrentarán o qué lograrán. Usa
este tiempo para recordarle las tareas, citas y acuerdos que tienen ese día en particular.
Hagan planes para la noche. Acuerden encontrarse en la cama en algún momento.
d) Dense orgasmos entre sí. Esto puede funcionar especialmente bien como parte de sus
rituales matutinos y nocturnos, si ustedes tienen patrones de excitación sexual opuestos
(“Quiero tener sexo en las noches y él por la mañana”). Así cada quien obtendrá lo que
desea.
3) Dondequiera que uno vaya, el otro también. Para parejas que comparten una burbuja, esto es muy
emotivo, incluso cuando no es el caso físico. Es parecido a participar en una carrera de tres
piernas: si una persona se cae, la otra no puede ir a ningún lugar. Así que deben trabajar como
equipo y apoyarse mutuamente. Cuando estén separados, ya sea por el día o un periodo más largo,
asegúrate de despedir de manera adecuada a tu pareja. Haz contacto visual, abrázala, haz
comentarios reafirmantes sobre tus sentimientos hacia ella, y haz lo que sea necesario para llenar
el tanque de tu pareja hasta que casi se desborde. Quieres que se desempeñe de la mejor manera
posible.
CAPÍTULO 6
Marsha y Brian han estado juntos durante 12 años. Ya que decidieron no tener hijos, se enfocaron en
sus carreras y en ser los mejores padres sustitutos para sus sobrinos y sobrinas cuando fuera necesario.
Desde donde se mire, Marsha y Brian están muy enamorados. Pero un problema ha estado gestándose
desde que se conocieron: Marsha y Brian obtienen sus propios consejos a través de amigos, colegas e
incluso, algunas veces, de psicoterapeutas distintos. Ambos suelen acudir a otros fuera de su burbuja de
pareja para compartir detalles íntimos sobre sí mismos, y ninguno sirve como la persona a quien acudir
para su pareja. Ambos han tenido sus secretos y ambos han compartido información sobre la cual el otro
no tenía conocimiento. Ninguno siente que esto sea un problema.
Una noche, mientras se sentaban para cenar, Marsha giró hacia su marido y dijo:
—¿Quién es la chica con la que saliste en esa red social?
Brian alzó la mirada, sorprendido.
—¿Cuál chica?
Marsha dio dos bocados a su ensalada antes de responder.
—Vi una foto tuya en la que te etiquetaron con una mujer en el perfil de mi amiga —dijo con
indiferencia—. Traías un vaso de plástico verde en una mano y estabas abrazándola. Mira, no me
importa, sólo quiero saber.
Brian dejó su tenedor.
—Ni siquiera sabía que te gustaran las redes sociales. ¿Revisaste el perfil de tu amiga? Eso significa
que tienes un perfil en ese sitio.
—Sí, tengo uno —admitió Marsha—. No tienes que saber todo sobre mí, ¿o sí?
—No —dijo Brian—. Tienes razón. No tengo por qué.
Siguieron comiendo en silencio por algunos momentos.
—Entonces —dijo Marsha—, ¿quién es esa mujer?
Brian dio una breve risotada.
—Tú tampoco tienes que saber todo sobre mí —dijo—, ¿o sí?
Por un momento, Marsha pareció sorprendida. Después empezó a reírse. Y el asunto quedó ahí... al
menos por un tiempo.
LO MÁS IMPORTANTE
Para reafirmar, la mayoría de nosotros se da cuenta de la necesidad de estar atado a alguien, si bien no en
nuestras primeras etapas de la vida, sí cuando vamos acercándonos a la muerte. Un mentor me dijo una
vez que las personas cercanas a la muerte nunca hablan sobre sus deseos de haber visitado tal o cual
lugar o haber logrado amasar tal cantidad de dinero. Su arrepentimiento, si lo hay, es sobre sus
relaciones. Varios desean haber podido disculparse, decir que amaban a alguien o, simplemente, haber
podido sentirse más cercanos. Así que si te encuentras entre los escépticos cuando de relaciones
comprometidas se trata, te reto a entrevistar gente mayor o incluso visitar sus tumbas. Pregúntales qué es
lo que importa más en la vida.
Los filósofos han escrito extensamente sobre las preguntas básicas que enfrenta todo ser humano:
¿Quién soy? ¿De dónde vengo y a dónde iré después de la muerte? ¿La vida tiene un significado? ¿A final
de cuentas me encuentro solo?
¿Cómo lidiamos con esas preguntas? Históricamente, las personas se han basado en creencias
filosóficas, míticas y religiosas para encontrar respuestas ante la incertidumbre fundamental. Más
recientemente, hemos puesto nuestra mirada en la psiquiatría, psicología y farmacología en busca de
respuestas o, por lo menos, para sentirnos mejor aunque sea por un momento. Los saunas, la meditación,
escalar montañas y atravesar el Polo Norte son algunos de los medios utilizados por los que buscan esa
verdad.
Sin embargo, ¿con qué contamos realmente para sustentarnos conforme la vida se vuelve más
compleja y pierde fundamentos como consecuencia natural de vivir más tiempo? Quizá sea al estar atado
con alguien más, alguien que siempre esté al pie del cañón; una persona con la que nos conectemos,
seamos capaces de tocar y que, a su vez, pueda tocarnos. Te informo que el sostén más poderoso del que
disponemos es otra persona que esté interesada en nosotros y nos cuide. Ella o él actúa como nuestra
persona a quien recurrir, el individuo en el que siempre podemos confiar que esté ahí. Estar disponible
de esta forma es quizá el regalo más valioso que puedes dar a tu pareja.
En la niñez temprana, nuestra persona a quien acudir fue, con suerte, nuestro cuidador principal. En la
adultez, dicha persona debería ser nuestro principal compañero. A diferencia de nuestros cuidadores
tempranos, nuestro compañero adulto confía en los beneficios de estar atado de la misma manera en que
nosotros lo hacemos; es decir, de manera recíproca y equitativa. En otras palabras, mientras nuestra
conexión temprana era unívoca o asimétrica, nuestra conexión adulta debe ser simétrica.
Si eres un ancla, ya sabes todo esto, así que tenme paciencia. Si eres una isla o una ola —en especial
si eres lo que llamé isla u ola salvaje en el capítulo 3— tenemos mucho de qué hablar. ¿La idea de atarte
a alguien te causa problemas, no es así? Si eres una isla, quizá no creas mucho en amarrarte. Después de
todo, estás bien tú solo y los demás pueden ser muy molestos. Si eres una ola, crees en amarrarte a
alguien, pero es una forma muy infantil y unilateral. Quieres que te amarren, pero sientes que 1) no te
amarrarán, o 2) tú no estás dispuesto a hacerlo.
1) Pregúntate: ¿a quién recurría cuando era niño? ¿Por qué razón? Date un tiempo para pensar en las personas a
quienes recurrías cuando eras niño. Remóntate hasta donde tu memoria te lo permita. ¿A quién acudías corriendo (o
incluso gateando)? Si era uno de tus padres, ¿cuál fue?
2) Observa si puedes recordar algunos incidentes específicos, por más insignificantes que sean. Quizá hayas tenido
una pesadilla y llamado a tu madre. Quizá te llevó un vaso de leche tibia, o quizá te lastimaste en el jardín de niños y
la maestra te llevó a la enfermería y te puso un ungüento.
3) Conforme recuerdes estos incidentes, observa si también puedes recordar el grado de seguridad que sentías con
esas personas a quienes recurrir. ¿Puedes enumerarlas? ¿O hubo ocasiones en las que dichas personas te
decepcionaron? ¿Quizá alguien en particular solía decepcionarte? Si es así, ¿fuiste capaz de encontrar alguien
nuevo a quien recurrir y con quien te sentías más seguro?
4) Por último, pregúntate qué es de tu relación actual con las personas más importantes a las que recurrías en tu
infancia. ¿Aún están en contacto? ¿Aún recurres a ellas por alguna razón?
La niñez no es opcional. Nosotros no escogemos nuestras relaciones más tempranas y no decidimos cómo
funcionan. No podemos pedir que sean justas, imparciales y sensibles a nuestras necesidades. No
podemos pedir a nuestras relaciones más tempranas que incluyan cuidadores que sepan quiénes somos y
todo sobre nosotros. Sin embargo, en la adultez sí es posible elegir nuestras relaciones, al menos para la
mayoría en el mundo occidental. Podemos elegir a nuestras parejas y cómo se desarrolla nuestra relación.
Podemos pedir que estas relaciones sean justas y que nuestras parejas entiendan lo que necesitamos.
Asimismo, podemos esperar que nuestros compañeros quieran saber quiénes somos y todo sobre
nosotros. Pero éste es el problema: ¿realmente queremos que alguien conozca todo sobre nosotros?
Si eres una isla, quizá estés pensando igual que Brian: “¿Algunas cuestiones no deberían permanecer
en privado?” En una relación estable, la respuesta automática debería ser sí. Tendría sentido guardarte
aquellas cosas que podrían causar problemas con tu pareja o poner en riesgo la sensación de poder hacer
lo que desees, con quien desees, cuando lo desees. Por ejemplo, aunque Brian es completamente fiel a
Marsha, le guarda algunos secretos sobre su amistad con otras mujeres. Tiene miedo de que no confíe en
él lo suficiente, y, por lo tanto, tenga que terminar esas amistades —por más inofensivas que sean— si
ella descubre cuánto las disfruta.
En una relación estable, mantener compartimientos secretos —ya sean concernientes al dinero,
sexualidad, eventos penosos o incluso cualquier amenaza imaginable para la pareja— es
contraproducente. Los compañeros en una relación basada en la reciprocidad concuerdan en que se
sienten más sanos y salvos si conocen por completo al otro. Su objetivo es que los dos estén dentro de la
relación. Incluso si no es posible en el mundo exterior, entre ellos pueden ser quienes realmente son. Se
acogen el uno al otro y se permiten compartir todo lo que piensan, sin reservas. En este sentido, ellos
cuentan con lo que llamo una mente que conozca la mía, y aceptan ser la persona a quien recurrir del
otro.
Las islas y olas, por otra parte, suelen extenderse entre varias personas. Nadie sabe todo sobre ellos
(excepto quizá en el caso de una ola que escoja a alguien distinto a su pareja como confidente y le cuente
todo). ¿Por qué hacen esto las islas y las olas? Porque, desde su punto de vista, colocar a alguien en el
nivel primario de apego vuelve a esa persona peligrosa. A la menor provocación de esa pareja, la
amígdala enloquece, y claro que quieren evitar algo así.
Por el contrario, echemos un vistazo a una pareja que ha acordado contarse todo, sin importar lo
difícil que pueda ser, y sin importar si puede meterlos en problemas.
TE CONTARÉ TODO
Eden y David hicieron el juramento de “Te contaré todo”. Naturalmente, haber hecho ese juramento no lo
hace fácil ni garantiza que siempre lo hagan. Sin embargo, sí significa que ambos se apegarán al
juramento, porque ambos saben que eso los beneficia. Y esto quiere decir que no contarán nada a nadie si
no lo hacen antes a su pareja. Ninguno acude a un terapeuta individual para contar cosas de las que el
otro no está enterado. Ninguno acude con su familia, amigos o conocidos para contar algo que su pareja
no sepa.
—Hoy tuve una experiencia rara y me da miedo que me haga parecer una mala persona —decía Eden
mientras estaba sentada en el excusado con la puerta abierta hablando con David, quien peinaba su
cabello.
Ya sé que esto puede parecer extraño e incluso un poco desagradable; sin embargo, en mi experiencia
como terapeuta de parejas, he observado que las parejas que temen —¿cómo decirlo con delicadeza?—
ir al baño enfrente de su compañero también temen contarse todo entre ellos. No hice ninguna
investigación rigurosa al respecto, simplemente es evidencia anecdótica. Es cierto, varias parejas que no
se cuentan todo no tienen estas inhibiciones; sin embargo, lo contrario parece ser verdad. También he
descubierto que ocurre lo mismo con las parejas que temen respirar muy cerca del otro o de cualquier
cosa que se sienta demasiado íntima. Pero regresemos a nuestra pareja.
—¿Sí? Cuéntame al respecto —dijo David, interesado.
—Estaba en la fila del supermercado, detrás de una anciana que en verdad estaba muy desaliñada.
Apestaba. Entonces pensé: “¿Cómo alguien puede descuidarse así?” En verdad era desagradable. Estuve
a punto de cambiarme de fila para alejarme de ella, pero de pronto se volvió y sonrió amablemente
mientras colocaba un separador entre sus compras y las mías. Me di pena. Fue tan dulce. ¿Te ha sucedido
algo así?
—Nop —respondió David con displicencia—. Pero mi día fue muy tranquilo. Sólo me masturbé y
esperé que llegaras a casa.
Ambos se echaron a reír.
—Eres tan extraño —dijo Eden.
—Sí, pero soy tu extraño —respondió él—. Y que no se te olvide.
—Me encanta que podamos contarnos cosas como éstas —dijo Eden.
En otra ocasión, después de llegar del trabajo, Eden contó a David que un compañero de trabajo se le
había insinuado en la oficina. No mencionó su nombre; no porque quisiera esconder información, sino
porque sabía que David no le daría mucha importancia.
De hecho, él saltó directamente a otra pregunta:
—Y ¿qué hiciste al respecto?
—Le dije que estaba felizmente casada —respondió Eden y lo besó.
—Qué extraño —prosiguió David—. ¿Va a ser un problema?
—No —respondió Eden—. No te preocupes, puedo manejarlo.
Gracias a que esta pareja está acostumbrada a contarse todo, no malgastan su tiempo en celos o
problemas de confianza. Son capaces de ir directo al grano, lo cual funciona para el nivel de comodidad
de Eden. En lugar de reaccionar contra las amenazas, David se preocupa únicamente por la seguridad de
Eden.
CEREBROS AUXILIARES
Una forma de concebir una mente que entienda la mía es la siguiente: mi pareja y yo solemos
representar dos cerebros distintos. Sin embargo, yo suelo beneficiarme de contar con un cerebro
adicional en el que mis pensamientos pueden expandirse, una especie de cerebro auxiliar que me ayuda a
comprender mejor las cosas. De esta manera, puedo utilizar el cerebro dispuesto de mi compañero como
una extensión del mío para encontrar soluciones creativas a los problemas cuya solución quizá no
encontraría si dependiera únicamente de mi propio cerebro sobrecargado.
Esta noción de expandirse dentro de la mente de otro no es nueva. Por ejemplo, Donald Winnicott
(1957), psicoanalista, creía en la importancia de brindar un espacio mental compartido a sus pacientes,
un espacio que él comparaba con el espacio psíquico compartido del infante y la madre. Este espacio
mental compartido era valioso para la terapia y es un extra importante para las parejas que tienen su
burbuja de pareja.
En pocas palabras, dos cerebros piensan mejor que uno. Las parejas atadas pueden, de hecho, prestar
y pedir prestado el cerebro y el sistema nervioso de su compañero y, por lo tanto, volverse más, aunque
sea por un momento, y tener la capacidad de lograr más de lo que uno solo podría con un cerebro y un
sistema nervioso. Esto también es útil cuando actúan como administradores competentes del otro.
¿Qué te parece?
Observa el ejemplo de Zane y Bobby, una pareja del mismo sexo de treinta y tantos años que tiende a
discutir sobre la adicción de Zane al tabaco. Una tarde Zane llegó a casa apestando a cigarrillo.
—¿Fumaste de nuevo? —preguntó Bobby.
—Sí, fumé de nuevo —respondió Zane con vergüenza.
—¡Zane! —exclamó Bobby.
—Sí, ya sé que apesto —dijo Zane.
—Pensé que ya no lo ibas a hacer —dijo Bobby con dolor.
—No, nunca dije eso. Tú fuiste el que lo dijo; yo nunca acepté —reprochó Zane—. Yo dije que
trataría de no hacerlo cerca de ti y no mentirte cuando lo hiciera. Ése fue nuestro acuerdo.
—Ya, ya —masculló Bobby.
A pesar de que esto puede no parecer una buena solución, el hecho de que Zane no dudará en admitir
lo que hizo cumple con su acuerdo de decirse siempre la verdad. Les da una base desde la cual pueden
trabajar juntos, en un espacio mental compartido, para que Zane deje de fumar; si eso es, de hecho, lo que
desea.
Observa el siguiente ejemplo:
Charlotte y Toby, una pareja a finales de su quinta década, cada vez tienen más responsabilidades ya
que deben cuidar a sus respectivos padres de edad avanzada. Una vez, a altas horas de la noche y
después de haberse ido a la cama, Charlotte recibió una llamada de su padre para decirle que su madre
se había caído en el baño y ahora estaba de camino a la sala de emergencias, con una posible fractura de
cadera.
Charlotte se vistió y despertó a Toby.
—Tengo que ir con mi mamá —dijo, y le explicó que iría al hospital.
Le dio un beso de despedida, pero Toby sacó los pies de la cama.
—Voy contigo.
—¿En verdad? —preguntó ella—. Creí que mañana tenías una junta en la mañana.
—No te preocupes, llamo a la oficina si veo que me retraso —dijo David—. Ya tendrás bastante
trabajo con tu papá en el hospital, en especial si tu mamá necesita cirugía.
—Ah —dijo Charlotte—, papá todavía está en casa.
—¿En casa? —repitió Toby, viéndola con una mirada que decía: “¿En qué piensas?”
—Una ambulancia llevó a mi mamá —explicó Charlotte—. Sería demasiado para mi papá ir en
ambulancia con su andadera.
—Entonces yo me encargo de eso —dijo Toby, mientras se ponía su chaqueta.
—¿Qué? —preguntó Charlotte—. ¿Vas a ir a dónde?
—Voy a tomar la llave de repuesto de tu casa para entrar. No voy a molestarlo. Pero si está
despierto, o cuando despierte, voy a ver que se haya tomado sus medicamentos y coma algo. Después lo
llevaré al hospital.
—Sí —dijo Charlotte, a quien el plan de inmediato le pareció aceptable—. Sería de gran ayuda. Y si
hay alguna noticia de mi mamá, te escribo enseguida.
—Voy a recostarme en el sofá si tu papá está dormido.
Entonces Charlotte buscó en su bolso y le entregó la llave de repuesto.
—¿Qué haría sin ti? —dijo meneando la cabeza—. Pensé que mi papá tendría que arreglárselas solo
hasta que pudiera ir a verlo. Así está mucho mejor.
1) Acuerda con tu compañero que preguntarás, en el momento menos esperado, “¿En qué piensas?”
2) El otro debe responder sin dudar. Responder “Nada” no es válido. Y no te preocupes por la profundidad de los
pensamientos. Si estás pensando en atar tus agujetas, dilo. Si estás pensando en un pan quemado, también dilo.
3) Practiquen hasta que puedan responderse sin pensar lo que dicen.
¿Por qué hacer esto? Porque tener una mente abierta con tu pareja significa que no depende de ti decidir lo que es
importante compartir. Si sueles soltar la sopa con asuntos menores, será más sencillo comunicarte abiertamente
cuando suceda algo importante.
EL ACUERDO 24/7
Como vimos en el capítulo 1, los que deciden crear una burbuja de pareja celebran un acuerdo para
poner la relación antes que cualquier cosa. Aceptan regirse por el principio “Nosotros somos primero”.
Uno de los acuerdos específicos que pueden hacer para cumplir con ese punto es actuar como persona a
quien recurrir. Otro punto del acuerdo es que deben estar disponibles para el otro las 24 horas del día,
los siete días de la semana.
Cuando hablo de 24/7, lo digo literalmente. Cada compañero debe disfrutar una línea directa con el
otro. En otras palabras, si un compañero quiere hablar al otro a mediodía simplemente para reportar
comezón en la nariz, su contraparte debe responder con alegría, como: “¡Es grandioso saber de ti!” Este
privilegio puede ser disfrutado por la pareja cuando lo deseen. Así que, por ejemplo, si fueras mi pareja
y estuviéramos en la cama y no pudiera dormir porque siento ansiedad por el día, yo podría despertarte y
tú deberías ayudarme sin sentir ningún tipo de resentimiento. ¿Por qué? Porque yo debo hacer lo mismo
por ti, si no en esa situación, en otras circunstancias en las que es probable que sea desfavorable para mí.
Ése es nuestro acuerdo. Es nuestra póliza que asegura que no estaremos solos, que nos tenemos para
atarnos. Lo hacemos por nosotros porque es lo que queremos. Lo hacemos porque somos capaces. Y
porque apreciamos cuán amados y seguros nos hace sentir. No se lo pediríamos a nadie más ni nadie más
lo haría por nosotros.
Entonces, ¿esto quiere decir que todos deberían poder contactar instantáneamente a su pareja cada
vez que lo desean? Claro que no. Si sientes comezón en la nariz y tu pareja se encuentra sobrevolando el
Atlántico por un viaje de negocios, es poco probable que llames a la aerolínea. Sin embargo, el punto es
que las personas deberían sentirse tranquilas sabiendo que pueden hablar con su pareja en cualquier
momento y lugar, y que estará dispuesta a escucharlas. Sobra decir que esta disponibilidad funciona en
ambos sentidos.
1) Durante la semana, escribe una nota cada vez que uno de los dos acuda con su “confidente”. Anota la razón por la
que lo hicieron. Puede ser algo trascendental para su relación o simplemente algo que parezca importante en el
momento. Por ejemplo, podría ser que te quejaras del ruido que provoca la música del hijo adolescente del vecino y
decidieras ir a hablar con sus padres; quizá vayas para recibir un masaje para tus hombros tensos y adoloridos o
para compartir la vista de una puesta de sol carmesí por la ventana de la cocina. Mi lista incluiría varios momentos en
los que mi esposa y yo nos acercamos para comentar alguna (a veces ridícula) experiencia.
2) Claro, incluso si han acordado ser la primera persona a quien recurrir, también irán con otras personas durante la
semana. Haz notas sobre tus interacciones con las personas secundarias a quienes recurrir, así como las razones
por las que acudes a ellas. Si estás haciendo este ejercicio solo, quizá tengas información limitada sobre las
personas a las que recurre tu pareja en segunda instancia.
3) Puedes elegir registrar (o resumir) la información de las personas a quienes recurrir en una gráfica que ilustre tu red
de apoyo.
Si están haciendo este ejercicio como pareja, pueden tomar cada uno una hoja de papel y hacer un gran círculo
en el medio para representarlos. Ahora, dibuja a tu pareja con respecto de ti. ¿Los dos están en el círculo? Añade a
más personas a las que pedirías ayuda, con las que chismeas, sales a divertirte, etc. ¿En dónde se encuentran en
relación contigo y tu pareja? ¿Compiten con tu pareja? Comparen sus gráficas y observa si apareces como la
primera persona a la que se dirigiría. Si no es así, hablen al respecto y vuelvan a dibujar su gráfica para que tu lugar
como la primera persona a la que recurriría quede bien claro.
4) Al final de la semana, siéntate y compara tu experiencia, ya sea en solitario o en pareja. ¿Tu pareja realmente se
acercó a ti tan seguido como lo esperabas? ¿Hubo momentos en los que quisiste acudir con tu pareja, pero no lo
hiciste? Si es así, ¿por qué no recurriste a ella?
¿Notas algo sobre las personas con las que irías en segunda instancia? Por ejemplo, cuando una pareja comparó
sus gráficas, ella observó que él había ido con su madre varias veces para organizar la fiesta de cumpleaños de su
papá, lo cual hizo sin mencionárselo. Él se disculpó por su descuido y prometió mantenerla más informada sobre
esa parte de su familia de ahora en adelante. Después él dijo, con una sonrisa en el rostro, que podría haber
reparado la tarja taponada si ella se lo hubiera pedido antes de llamar al plomero.
El sexto principio rector de este libro es que los miembros de una pareja deben fungir como la primera
persona a la que recurriría el otro . He observado que las parejas que crean y mantienen ataduras,
experimentan más seguridad y certidumbre, tienen más energía, toman más riesgos y, en general,
experimentan menos estrés que las parejas que no lo hacen. Cuando te comprometes a ser la persona a
quien recurrir de tu pareja, abres la puerta para que ella haga lo mismo por ti. Entonces ambos pueden
disfrutar un acceso libre y sin restricciones al otro, en términos de tiempo y mente. De esta forma,
construyen sinergia en su relación, de modo que son capaces de funcionar juntos mejor que si lo hicieran
separados.
Si recuerdas, la noción de “dos son mejor que uno” fue la descripción de un ancla en el capítulo 3.
Nuestra pareja ancla, Mary y Pierce, actuaban como las personas a quienes recurrir entre sí, y dijeron
explícitamente que podían acudir al otro para contarle lo que fuera. De manera similar, al acordar
convertirse en las personas a las que recurrirían, ustedes pueden dar un enorme salto para asegurar que se
conviertan en sus anclas.
Éstos son algunos principios de apoyo para guiarlos:
1) Celebra un acuerdo formal para estar disponible para tu pareja 24/7. Las parejas suelen descubrir
que si formalizan su acuerdo, eso les da más bríos. En un momento de tensión, es más sencillo
regirse por un acuerdo cuando se ha realizado explícitamente y los dos han acordado respetarlo.
Esto también te da una oportunidad de expresar cualquier resistencia, duda o temor. Si uno de
ustedes es una isla u ola, quizá deban discutir sobre lo que piensan de estar atado al otro. Observen
lo que los atemoriza y cuál es su postura sobre los beneficios de esta unión. Sugieran maneras para
manejar las situaciones en las que sientan la tentación de reservarse cosas.
Verbalizar su acuerdo constantemente puede servir como refuerzo mutuo. ¿Recuerdas el juego
de las emociones? Decir algo como “Siempre estoy aquí para ti, cariño”, “Puedes hablarme de lo
que sea cuando sea”, o “Soy todo tuyo 24/7” puede conmover a tu pareja.
2) Establece señales a las cuales recurrir con tu pareja. En especial al inicio, quizá les sea útil
designar maneras de hacer saber al otro que necesitan contactarlo. Si tu pareja es una isla, por
ejemplo, tal vez aprecie una señal que le ayude a estar completamente disponible. Podrías decir:
“Escucha, ya sé que estás en medio de algo importante, pero necesito unos minutos para hablar
de...”
Las señales no tienen que ser verbales. Puedes hacer cierta mirada o gesto para comunicar a tu
pareja que cuenta con toda tu atención. Por ejemplo, tomar las manos de tu pareja con las tuyas
puede ser una indicación de que todo lo demás debe hacerse a un lado para que se concentren en el
otro y las necesidades del momento.
3) Acepta que necesitas atarte. Al principio, la idea de depender de una persona puede parecer
amenazante. Quizá pienses que entre más personas tengas para apoyarte, te sentirás más seguro.
Después de todo, en comparación con la relación con tu pareja, relacionarse con otros es un paseo
por el parque, ¿no es así?
Podría parecer de esa manera. Pero no te engañes. Sí, claro, ninguna otra relación tiene las
mismas presiones de expectativas, dependencia y necesidad que la que tienes con tu pareja. Sin
embargo, ahí yace la gracia redentora. Las expectativas que tienen como pareja pueden ser más
altas, pero así también son las recompensas.
A veces, pienso, no nos damos el tiempo para dilucidar las expectativas que tenemos sobre nuestra
pareja. No especificamos lo que deseamos de nuestro compañero. Sí, quieres que tu pareja te haga sentir
sano y salvo, amado y cuidado. Pero ¿cómo? ¿Qué es lo que necesitas en realidad de tu persona a quien
recurrir?
Ésta es una pregunta que no puedo ni quiero responder por ti. Debes hacerlo por ti mismo, o con tu
pareja, para que la respuesta sea muy significativa. Sin embargo, puedo reportar lo que he observado
entre parejas felizmente atadas. Estas personas están ahí para las necesidades emotivas profundas de su
pareja. Esto quiere decir que son capaces de compartir y hablar sobre sus sentimientos, preocupaciones y
dudas, así como todas las alegrías y picos emotivos. También significa compartir viejos secretos y
recuerdos. Implica revelar amores, caprichos y fantasías. Al mismo tiempo, estas parejas son capaces de
estar disponibles entre sí 24/7 para cosas que parecerían triviales o sin importancia para los que están
afuera de esa relación. Cosas que van desde la forma en que está creciendo nuestra uña del dedo del pie,
pasando por el ruido que hace el congelador, hasta la última broma que alguien te mandó por correo.
CAPÍTULO 7
Algunas ocasiones, los humanos podemos parecer animales que se desplazan en manada; sin embargo,
somos criaturas que suelen estar en pareja. Empezamos como un dúo con nuestra madre biológica y nos
expandimos a otros dúos. Si otro adulto, como nuestro padre, compite por la atención de nuestra madre,
aprendemos, a una edad temprana, cómo hacernos a un lado y ser desplazados de nuestra relación
exclusiva por un momento. En esos momentos es un fastidio, sí. Pero también nos prepara para los tríos,
cuartetos y lo que venga. Aprendemos cómo ser el tercero en discordia cuando estamos con nuestros
padres, y esta habilidad de permanecer tras bambalinas nos permite formar otros dúos, además de
comprender el valor y la necesidad de ser exclusivos.
Este asunto de dúos y tríos es un aspecto muy importante del manual de usuario de tu relación. Como
hemos dicho, nuestra seguridad depende de la destreza para estar atados a otra persona. Escogemos una
persona con la cual formar una sociedad adulta, de la misma manera en que los niños pequeños aprenden
a reconocer a quién pueden acudir si se encuentran asustados o emocionados. En este dúo adulto,
buscamos a nuestra pareja por encima de los demás para encontrar seguridad y cuidado inmediatos.
Sin embargo, como parejas no estamos solos en este mundo. Quizá seamos dos, pero siempre hay un
tercero por hallar. Por tercero me refiero a una tercera persona, tercer objeto, tercera tarea o lo que sea
que pudiera inmiscuirse en una burbuja de pareja o dificultar su creación. Por ejemplo, las terceras
personas pueden incluir niños, parientes, miembros de la familia extendida, compañeros de negocios y
jefes o incluso extraños. Las terceras cosas pueden ser el trabajo, pasatiempos, videojuegos, programas
de televisión... y la lista puede seguir y seguir. Algunas veces puede admitirse un tercero en la burbuja de
pareja. Por ejemplo, si tu pareja y tú disfrutan observar aves, incorporarán naturalmente este pasatiempo
a su vida. Pero si a uno le gusta observar aves y otro prefiere ver futbol, es probable que eso represente
un mayor reto para incorporar sus terceros a la relación.
En este capítulo nos enfocaremos en cómo pueden las parejas manejar sus terceros. En específico,
nos concentraremos en cómo pueden manejar cuatro de los tipos más importantes de terceros: parientes,
niños, drogas y alcohol e infidelidades.
Las parejas que saben manejar muy bien sus terceros suelen hacerlo incluso antes de que empiece su
relación. Un buen terapeuta de parejas puede descubrir este patrón de inmediato al notar la forma en que
la pareja habla de los demás, y, aún más sorprendente, cómo hablan uno del otro frente al terapeuta. Estos
individuos suelen marginar a su principal compañero. Se traicionan entre sí al formar lazos exclusivos y
excluyentes con otras personas y cosas. Por ejemplo, un compañero puede ponerse del lado de su
hermana en lugar del de su pareja, mientras el otro tiene más devoción por su copa de vino que por su
cónyuge. Ambos forman alianzas profanas con sus niños. Ninguno sirve como la persona a quien recurrir
del otro ni está dedicado a brindarle seguridad. Son incapaces de formar o mantener una verdadera
burbuja de pareja.
Quiero dejar bien claro que éstas no son malas personas. De hecho, son personas comunes y
corrientes, quienes simplemente nunca desarrollaron formas productivas de relacionarse con los
foráneos, es decir, personas o cosas fuera de su dúo. No están conectados para el amor estable. Estos
compañeros suelen ser islas u olas, o quizá simplemente sean jóvenes e inexpertos. Quizá sus padres
algunas veces rompían su burbuja de pareja e inadecuadamente dejaban entrar a sus niños, lo cual allanó
el camino para una confusión posterior.
1) Otros miembros de la familia, como hijos o parientes, son terceros naturales. Quizá no pienses en ellos como
foráneos porque todos son familia, pero sí son terceros con respecto de su dúo.
2) Algunos otros terceros comunes son los amigos con los que te relacionas socialmente. Cuando ustedes como
pareja socializan con otra pareja, ésta cuenta como un tercero.
3) Y no olvides a los terceros que no son personas. ¿Qué actividades realizan que actúen como terceros?
Conforme apuntas tu primera lista de terceros, observa cuáles están realmente introducidos en tu relación. ¿Cómo
te sientes en presencia de estos terceros? Desde tu posición estratégica en la burbuja de pareja, ¿qué es lo que hace
sencillo incluirlas?
Para la mayoría de las parejas, los parientes vienen junto con la relación. Al principio, únicamente son
los suegros y cuñados, pero después podrían incluir yernos y nueras. Los ejemplos que brindo aquí son
del primer tipo, pero el principio se aplica para los dos.
Las parejas que suelen manejar mal los terceros de un tipo, lo hacen igual de mal con otro. Cómo incluir
a sus hijos en la relación es un punto crítico para las parejas.
MARGINADO
Los niños de Suzanne y Klaus son Brian, de nueve años, y Tammy, de seis. Ahora ambos niños acuden a
la escuela y Suzanne puede trabajar medio tiempo sin tener que pedir frecuentemente a su padre que actúe
como niñera. Debido al horario de trabajo de Klaus, éste puede involucrarse menos con el cuidado de los
niños que Suzanne.
Por lo general, Klaus llega tarde a casa y quiere ver a los niños antes de hacer cualquier otra cosa.
Como está la situación, él siente que pasa muy poco tiempo con los niños y trata de ser juguetón cuando
lo hace. Esto irrita a Suzanne, quien no sólo quiere que los niños se tranquilicen por las noches, sino que
también reprocha que no obtenga el mismo saludo y atención que Klaus tiene con los niños. Una noche,
mientras estaba cómodamente acostado en la cama con su laptop en el regazo, Klaus escuchó voces
agudas que interferían con la música que escuchaba en sus audífonos. Conforme el tono fue volviéndose
perturbador, se dio cuenta de que Suzanne discutía con Tammy. Reacio a dejar la cama, rastreó las voces
y las ubicó en la sala en la planta baja.
—¡Apaga la televisión! —gritaba Suzanne, mostrando toda la autoridad que podía—. Te di cinco
minutos para que lo hicieras y me ignoraste. Apaga esa tele ¡ahora mismo!
—¿Por qué? —refunfuñó Tammy—. ¡Papi, dile que me deje ver la tele!
—¿Qué sucede? —le preguntó Klaus a Suzanne.
—Le dije que la apagara hace cinco minutos para que se fuera a preparar para dormir. ¡Estoy cansada
de tener que hacer esto noche con noche! Ya debería estar dormida.
—¡No tengo sueño! —gritó Tammy—. Y no me dijo cinco minutos.
—No le dijo —dijo Brian, inmiscuyéndose en la conversación—. Tammy tiene razón.
—¡No es justo! —arguyó Tammy mientras el tono de su voz seguía subiendo y exponía su caso a
Klaus.
—Quizá no escucharon la advertencia —dijo Klaus con calma a Suzanne.
Suzanne abrió los ojos y dilató las fosas nasales.
—¿Qué? —dijo con incredulidad.
—Quizá no te escucharon, es todo lo que dije —Klaus veía con desdén mientras Suzanne hacía un
gesto desafiante—. Oye, tranquilízate un poco.
—Está bien, ¡entonces tú arréglatelas! ¡Esta noche tú los acuestas!
Entonces Klaus vio con impotencia cómo su esposa tomaba su bolso y las llaves del auto y salía por
la puerta. En ese instante, ella pudo haber sido la que se iba, pero ambos padres sintieron que habían
perdido la batalla. Los dos se dejaron marginados. En los momentos en que deberían unirse como fuerza
común ante los ojos de sus hijos —los terceros en su relación—, son estos últimos los que llevan la
batuta y confrontan a sus padres, lo cual convierte a mamá y papá en los terceros.
Para intentar calmarse, Klaus se sentó en el sofá. Aparentemente, los niños estaban acostumbrados a
que su madre saliera de repente, así que Tammy y Brian subieron al regazo de papá y vieron la televisión
durante 15 minutos más.
Varias parejas tratan sus adicciones o comportamientos compulsivos como terceros. Por lo general, estas
adicciones son drogas o alcohol. Otras incluyen sexo y pornografía, redes sociales, compras y gastos,
limpieza o acumulación obsesiva, necesidad compulsiva de soledad, de socializar y varias cosas más.
A MIS ESPALDAS
Klaus proviene de una familia de consumidores de alcohol. Hasta cierto punto, esto refleja su
ascendencia alemana, la cual consiente grandes cantidades de consumo de vino y cerveza. Sin embargo,
de acuerdo con Klaus, su padre sobrepasó la norma de su cultura y es un alcohólico confeso hasta el día
de hoy. Suzanne se queja de que Klaus está siguiendo el mismo camino. Lo acusa de esconder bebidas, y
está preocupada de que si no reduce su consumo, sus hijos estarán expuestos a su comportamiento
inadecuado. Esto es una fuente de constantes peleas que van en ascenso.
—No creas que no me doy cuenta cuando has bebido —le dijo ella—. Te conviertes en una persona
diferente cuando bebes.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Klaus—. ¿Cómo?
—Te pones de payaso y descuidado. Ya no eres mi Klaus.
—Pensé que te gustaba cuando me volvía un payaso y descuidado. Dices que soy gracioso y divertido
—respondió Klaus en su defensa.
—Es cierto que cuando salimos con amigos, puedes ser gracioso —admitió Suzanne—. Pero algunas
veces siento vergüenza por tu culpa. Dices cosas que te hacen ver... no sé... briago y tonto. Además,
cuentas cosas privadas sobre mí y me avergüenzas. ¡Odio cuando lo haces! —dijo Suzanne, enojada al
recordar un incidente reciente.
—¿Cuándo he dicho cosas privadas? —respondió Klaus, cuyo tono de voz iba en ascenso.
Suzanne se cubrió la boca con la mano y los ojos se le cristalizaron. Se quedó de pie pensando
profundamente, como si estuviera recordando una película perturbadora.
El tiempo transcurría en silencio.
—Estoy preguntándote —repitió Klaus—, ¿cuándo he dicho algo privado de ti en público?
—No quiero decirte —dijo con pesar, sacudiendo la cabeza—. Vas a negarlo porque no te acuerdas.
—Pruébame.
—Habíamos salido con tu compañero de negocios y su esposa.
—En ese nuevo restaurante italiano —añadió él.
—Cierto. Y habías bebido unos tragos. Empezamos a hablar sobre dormir lo suficiente, y les contaste
que tomo una pastilla para dormir cada noche...
—¿Y? ¿Qué tiene de malo? —interrumpió Klaus.
—¡Espera! —dijo tajantemente Suzanne mientras alzaba la mano—. No me dejaste terminar. Dijiste
que tomo una pastilla cada noche, lo cual no te incumbe. Y después empezaste a dar detalles de cómo me
pongo después. Dijiste que asalto el refrigerador y no lo recuerdo en la mañana. Eso fue humillante. No
tenían por qué enterarse de eso.
—No recuerdo haber dicho algo por el estilo —respondió Klaus a la defensiva.
—Sé que no recuerdas —dijo Suzanne—. Es lo que acabo de decir. Eso es lo que lo hace humillante.
Yo estaba ahí, con ese borracho molesto al que no le importaba lo que sentía. ¡Y con tus amigos! —
Suzanne empezó a desmoronarse.
—Tienes muchas agallas para decirme eso, porque tú tomas pastillas para dormir y en la mañana no
recuerdas que tuvimos sexo —dijo Klaus con enojo.
—Eso es diferente —dijo Suzanne, tragándose las lágrimas—. Yo no te avergüenzo en público.
—No —respondió Klaus—, tú dices que no necesitas esas pastillas. Pero entonces veo cómo
arrastras las palabras y te atolondras. Temo que un día de éstos no tengas la delicadeza de esperar a que
llegue a casa para automedicarte y los niños te vean así de descuidada. Incluso la semana pasada tuve que
esconderte las llaves del automóvil para evitar que fueras a la tienda. ¿Te acuerdas? ¿Cómo crees que me
hace sentir todo esto? No sólo tengo un problema de alcohol; encima, tú no estás aquí, conmigo, cada
noche.
Después de un largo silencio habló Suzanne.
—Creo que ambos dejamos que algo se interpusiera entre nosotros... yo con mis pastillas y tú con la
bebida.
—Sí, creo que sí —suspiró Klaus.
YO TE CUBRO
A Landa y Perry les gusta tomar. Ninguno ve el alcohol como una amenaza para su relación. En su lugar,
perciben la bebida como una fuente de diversión compartida. Incluso, en algunas ocasiones fuman
marihuana con sus amigos cuando los niños ya están dormidos. Sin embargo, si alguno de los dos se
incomoda con esta costumbre, el otro respeta su decisión y se abstiene de hacerlo.
Cuando salen a cenar con amigos, ambos beben vino. Ambos acuerdan con anterioridad monitorear el
consumo de alcohol del otro, porque saben que es difícil autocontrolarse. Si uno percibe en el otro un
cambio de conducta atribuible a los efectos del vino —o cualquier otra cosa en ese terreno—, el otro le
dirá al oído: “Ya es suficiente”. Y eso se toma como una señal para dejar de beber.
Si uno de los dos empieza a tener una conversación potencialmente desastrosa con otros, un apretón
en la pierna manda el mensaje de “procede con cuidado”.
Landa y Perry aprecian este servicio especial que ambos se brindan. No sólo los ayuda a mantenerse
sanos y salvos en su burbuja de pareja, sino que también los mantiene así con otras personas. Ambos se
perciben como el cuidador y regulador del otro en público, y ambos han salvado al otro en situaciones
sociales, donde algo que pudo haberse dicho o hecho con facilidad podría haber dañado una relación
importante.
Ellos se cubren entre ellos.
1) Haz un inventario de tus señales. Es probable que ya utilices señales con tu pareja, incluso si no estás consciente
de ello. La próxima ocasión que estén con un tercero, observen las formas no verbales en las que ustedes se
comunican. Observen también con cuánta rapidez y precisión captan sus señales entre sí.
2) Desarrollen nuevas señales. Contar con un idioma privado puede ser muy efectivo y divertido. Los niños lo hacen y
les encanta cuando no pueden descifrar su código secreto. Habla con tu pareja cómo podrían comunicarse en
situaciones peligrosas con terceros, como en presencia de parientes o en una situación pública. ¿Cuáles son
específicamente las señales que tienen que intercambiar en estas situaciones?
Recuerda que las señales tienen que ser discretas y adecuarse a la sensibilidad de tu pareja. Por ejemplo, podría
ser contraproducente si tu pareja percibe tu señal como amenaza en lugar de una señal amistosa para ayudarlo.
Asimismo, es poco recomendable adoptar una señal muy visible que, digamos, haga que tu cuñado se dé cuenta de
que ésta era para excluirlo.
3) Practiquen sus nuevas señales la próxima vez que haya una oportunidad y observen cuán efectivas son. ¡Primero
asegúrense de ordenarlas!
Los deslices amorosos y sexuales quizá constituyan la forma más obvia que pueden adoptar los terceros.
En mi experiencia, la infidelidad se encuentra entre las principales causas por la que las parejas acuden a
terapia. La buena noticia es que comprender cómo proteger la burbuja de pareja puede ayudar a las
parejas a salvar su relación incluso si uno o los dos la han dañado siendo infieles.
Quizá estés preguntándote qué tan común es la infidelidad. Es difícil decirlo. Depende de las
estadísticas que consultes y cómo definas la infidelidad. La definición tradicional se centra en relaciones
sexuales extramaritales, ya sea que se trate de una aventura de una noche o una relación más prolongada.
Usando esta definición, en 2006, un estudio realizado en 10 000 adultos por Tom Smith, del Centro
Nacional de Investigación de Opinión de la Universidad de Chicago, reportó que 22% de hombres
casados y 15% de mujeres casadas habían cometido adulterio al menos una vez. Sin embargo, mucha
gente define los deslices de manera más general. Una encuesta (Weaver 2007) realizada a más de 70 000
adultos mostró que 44% de los hombres y 36% de las mujeres había sido infiel, y apoyaba la noción de
una definición más amplia.
Me gustaría que consideraras la fidelidad en términos de lo que significa para tu burbuja de pareja.
Porque la seguridad de ustedes —su propia supervivencia— depende de su conservación recíproca,
puedes considerar la fidelidad como un sinónimo de burbuja de pareja. La infidelidad sexual es una clara
violación a la fidelidad. Pero también lo son las siguientes formas de infidelidad:
2 + 1 = CERO
¿Conoces la expresión: “Dos es compañía, tres es multitud”? Para las parejas que no sepan cómo incluir
foráneos, tres no sólo no es multitud, es un completo cero. Con eso me refiero a que la incapacidad de
formar tríos seguros (o más) puede terminar destruyendo lo que tienen como pareja. Volvamos con Klaus
y Suzanne una vez más.
La infidelidad ha sido una amenaza constante para su relación. Anteriormente, Klaus tuvo un intenso
pero corto romance con alguien de su oficina. El asunto terminó después de que Suzanne descubrió
correos electrónicos comprometedores y le dio un ultimátum a Klaus. Éste le aseguró que eso nunca se
habría vuelto algo serio y que no debería sentirse amenazada. Sin embargo, 10 años después Suzanne aún
piensa en ello.
Cuando Klaus se queda muy tarde en la oficina, discuten o Suzanne se siente intranquila sin razón
aparente; sus conversaciones se parecen a esto:
—¿Cómo estuvo tu almuerzo? —preguntó Suzanne la mañana siguiente, un sábado, mientras se
sentaban a la mesa para tomar café.
—Ah, bien —dijo Klaus encogiendo los hombros—. Ya sabrás, la pasta y ensalada de siempre. Pero
dieron un buen postre. Chocolate...
—Entonces, ¿te sentaste junto a Crystal? —interrumpió Suzanne.
—¿Crystal? —frunció el rostro Klaus—. Sí. ¿Qué hay con eso?
—¿Por qué no lo mencionaste? ¿Crees que puedes hablar de la comida y yo ignoraré...?
Esta vez Klaus la interrumpió.
—No hay nada que decir. Me senté junto a Crystal y Dave estaba al otro lado. ¡Tranquilízate!
¿Cuántas veces tengo que repetirlo? ¡No pasa absolutamente nada entre Crystal y yo!
Suzanne no estaba convencida.
—Eso es lo que dices. Pero he visto cómo te ve. En la fiesta de Navidad de la oficina, pasaste más
tiempo hablando con ella que conmigo. ¿Cómo puedo estar tranquila si me das motivos para no estarlo?
—¡Caramba! ¿Cuántas veces tengo que explicarlo? —la irritación de Klaus se incrementaba; nada de
lo que decía para defenderse parecía tranquilizar a Suzanne—. Hablábamos de un reporte que teníamos
que entregar el 1 de enero y no teníamos tiempo de trabajarlo durante las vacaciones. A decir verdad, me
arruinó la fiesta. Pero ya me disculpé por eso. La pregunta es, ¿cuándo vas a olvidarlo?
Suzanne se detuvo para considerarlo. De hecho, anhelaba dejar atrás sus inseguridades, sólo que no
sabía cómo hacerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar el desliz de Klaus de hacía 10 años.
—Quizá cuando dejes de compararme con otras mujeres —dijo después de unos momentos.
Su honestidad conmovió a Klaus. Quería acercarse, abrazarla y asegurarle que la amaba. Al mismo
tiempo, sintió una punzada de culpa. A pesar de que ama a Suzanne, suele sentirse atraído por otras
mujeres. Él se dice que sólo es una de esas cosas naturales entre hombres y mujeres. Crystal, por
ejemplo, es una profesionista inteligente y con estilo, y él disfruta trabajar con ella. A él le gusta
permanecer un poco más siendo el objeto de esa gran sonrisa. Después de todo, ese tipo de coqueteo es
inofensivo.
Klaus se detuvo. ¿Por qué sentirse culpable de algo tan inofensivo? Pensaba que confesar a Suzanne
que algunas veces se sentía atraído por otras mujeres reduciría su culpa.
Pero entonces se preocupaba de lo que tendría que sacrificar. Quizá también perdería la amistad de
Crystal. Se sentía apenado de cuánto anhelaba verla el lunes por la mañana. De pronto, en lugar de hacer
una confesión, espetó:
—¡Por todos los cielos, nunca te comparo con otras mujeres! Deja de ser paranoica. ¿Sabes que eso
es muy poco atractivo?
Quizá hayas catalogado a Klaus y Suzanne como olas. Ambos son ambivalentes para conectarse. Usan
terceros, en forma de deslices, para alimentar su ambivalencia. Para Klaus, esto significa dejar abiertas
sus posibilidades para amortiguar los peligros potenciales en casa a través de un tercero. Para Suzanne,
significa vivir con tanto miedo de una infidelidad —real o imaginaria— que no puede comprometerse
por completo con su matrimonio.
Las islas tienen deslices por razones un poco diferentes. Para ellas, el tercero suele ofrecer una
válvula de escape en la relación. Una aventura es vista como una reafirmación de independencia. Algunas
islas construyen argumentos filosóficos o psicológicos a favor de la poliamoría (múltiples compañeros
amorosos). Quizá motiven a su pareja a hacer lo mismo y sostienen que los celos no serán un factor con
las partes involucradas. La legitimidad de esta perspectiva no la discutiremos aquí. Baste decir que
cuando se trata de proteger la burbuja de pareja, cualquier infidelidad será un factor de ruptura.
2 + 1 = NO HAY PROBLEMA
Las aventuras no se limitan a islas y olas. Las anclas también tienen deslices. Durante el primer año de su
relación con Perry, mientras salían regularmente pero no vivían juntos, Landa fue a cenar con un antiguo
novio de la preparatoria. Ella se lo dijo a Perry con antelación y lo invitó a que los acompañara. Sin
embargo, como Perry confiaba en Landa y sabía que era su ex, a quien no había visto en años, declinó la
invitación.
Landa y su ex bebieron unos tragos y después él le dio un beso de buenas noches; terminaron
besuqueándose en su automóvil.
Lo primero que hizo Landa la mañana siguiente fue hablar con Perry. Dijo que tenían que hablar de
inmediato.
—Tengo que decirte algo que desearía no tener que decir —dijo mientras se sentaban—. Estoy muy
avergonzada de lo que hice y tienes todo el derecho de sentirte furioso.
Perry la veía.
—¿De qué hablas? ¿Qué puede ser tan malo?
—El hecho de que confíes en mí implícitamente sólo lo hace peor —gimió Landa. Entonces explicó
exactamente lo que había sucedido la noche anterior. Dio a Perry una oportunidad de conocer más
detalles y terminó diciendo—: No quiero nada más que estar contigo. Significas todo para mí. Pero no te
culpo si decides terminar nuestra relación.
Perry estaba sorprendido y necesitaba tiempo para procesar lo que había sucedido. Pero en los
siguientes días observó que el antiguo novio no representaba una amenaza para la relación. Apreció que
Landa fuera honesta al admitir su error, uno que nunca quería volver a repetir. Ni lo hizo.
De hecho, en parte gracias a ese incidente, desarrollaron el método para monitorear la forma de
beber del otro. Ahora, años después, algunas veces bromean sobre lo sucedido.
—No me dejes sola con tu apuesto jefe —bromea Landa al respecto.
—Ah, voy a estar pegadito a ti —responde Perry—. Quizá me despidan por conducta lasciva.
Gracias a que ahora saben sin ninguna duda cuán fuerte es su burbuja de pareja, pueden reírse
libremente.
El séptimo principio rector en este libro es que los compañeros deben evitar que el otro se convierta en
un tercero en discordia cuando se relacionen con foráneos . Toda pareja interactuará con otra gente, así
que tu mejor opción es confiar en una burbuja de pareja resistente e intacta. Cuando son constantes el uno
con el otro, la presencia de terceros puede, de hecho, amplificar los aspectos positivos de su relación.
Ya hemos visto cómo lo hicieron Landa y Perry.
Éstos son algunos principios para guiarte:
1) Siempre considera a tu pareja la número uno. Di y realiza acciones —grandes y pequeñas— que se
lo recuerden. Si tu pareja siente que para ti es la número uno, será mucho más difícil que los
terceros representen una amenaza. El problema está en que solemos dar por sentado que nuestra
pareja ya sabe que es la número uno y no necesita recordatorios. Pero ¿ya sabes lo que pasa
cuando asumes algo, verdad? ¡Los dos quedan como tontos!
2) No te escondas de los terceros. Quizá una razón obvia sea que si los terceros pueden causar
problemas en tu relación, es mejor permanecer alejados de ellos. Obviamente esto no funcionaría
en el caso de los parientes e hijos. Sin embargo, tampoco sirve con los terceros foráneos. Nuestros
amigos y actividades enriquecen enormemente nuestra vida. La clave es no evitarlos ni minimizar
el contacto, sino hallar una manera sana de incorporarlos a su dúo.
Quizá te preguntes, ¿qué sucede si mi compañero y yo no compartimos el mismo nivel de
interés en un tercero en particular? De hecho, es muy posible que suceda. A excepción de sus hijos,
la mayoría de los terceros, personas o intereses, quizá estén más relacionados con uno que con el
otro. Pero no importa. Recuerda: como vimos en el capítulo 6, has acordado estar ahí para tu
pareja. Eso significa que tendrás que asistir a la más que aburrida fiesta anual de la oficina;
también tendrás que ir al cine a ver la película que consideras boba, aburrida o muy violenta. O
tendrás que asistir al juego de futbol, basquetbol o hockey. ¿Por qué? Porque —a riesgo de parecer
como ese viejo disco rayado— lo haces por tu pareja. Y tu pareja hace lo mismo por ti.
Y si aún no puedes hallar cómo disfrutar la fiesta, amigo, película o juego, entonces concéntrate
en tu pareja y en disfrutar su disfrute.
3) Date cuenta de que ustedes como pareja tienen poder. En los cuentos de hadas, siempre se dice que
la reina y el rey viven felices, y por lo tanto todo está bien en el reino. Si están molestos entre
ellos, inevitablemente habrá sufrimiento en el reino. El mismo principio se aplica en su hogar. Si
ustedes se encuentran unidos y seguros, sus hijos, familia extendida, huéspedes e incluso mascotas
se sintonizarán con ustedes. El aura que ustedes emanen se transmitirá a ellos. Ustedes dos serán,
sin ningún tercero, quienes lleven la batuta cuando todos estén reunidos. Todos se benefician de
una pareja que se encuentra segura en su burbuja.
CAPÍTULO 8
PELEAR ADECUADAMENTE:
CÓMO GANAR DEJANDO
QUE TU PAREJA GANE... TAMBIÉN
En el capítulo 2 planteé que el cerebro está conectado única y exclusivamente para la guerra. Hay que
reconocer que es una propuesta atemorizante, pero se trata de una que es justo decir que la ciencia apoya.
El hecho es que todos tenemos primitivos, y nuestros primitivos suelen ansiar una pelea.
El balance que tu pareja y tú logren en el día a día —incluso segundo a segundo— entre sus
primitivos y embajadores desempeña un papel importante para determinar si permanecen amorosos entre
ustedes o van a la guerra. Quizá sea tentador pensar que si logras alcanzar un balance, todo será miel
sobre hojuelas. Vivirás en un perpetuo estado de armonía: sin disputas, peleas, animadversión ni
escaramuzas.
Siento decepcionarte, pero eso no es realista. De hecho, si una pareja me dice que nunca ha peleado,
huelo algo sospechoso de inmediato. Es verdad que las parejas que han creado una burbuja de pareja
quizá peleen con menos frecuencia o intensidad porque saben la importancia de colocar su relación antes
que cualquier otro asunto. Estos últimos pueden incluir terceros, como los que mencionamos en el
capítulo anterior, así como una amplia gama de intereses personales, tales como tener la razón o verse
bien a los ojos de los demás. Aunque no hay nada inherentemente malo con estos intereses personales,
éstos pueden competir con los intereses de la relación. Incluso una burbuja de pareja fuerte no creará
inmunidad total contra la discordia.
Así que una sociedad exitosa no indica que una pareja haya resuelto cómo evitar peleas; en lugar de
eso, muestra que han llevado a cabo las reconexiones necesarias y se han vuelto adeptos en el arte de
pelear adecuadamente.
Esto parece una paradoja. Y lo es. Puedo decir con honestidad que si aprendes a pelear de manera
adecuada, tu pareja y tú estarán más felices juntos y su relación se sentirá más estable. En lugar de
destruir su burbuja de pareja, saber pelear la fortalecerá. De todos los aspectos tratados en el manual de
usuario de tu relación, quizá éste sea ¡la clave para su supervivencia!
En este capítulo tratamos varias técnicas para pelear adecuadamente, que incluyen ondear la bandera
de la amistad en el momento pertinente, mantenerse en la zona de juego, ser hábil para leer al compañero,
no esconder nada bajo la alfombra y, en general, pelear con inteligencia.
Antes de que consideremos cómo pelear adecuadamente, quizá deberíamos considerar lo que se necesita
para evitarlo. Como acabo de decir, no es importante evitar todas las peleas. Aun así, no tiene nada de
malo arrancar desde la raíz las innecesarias.
1) Habla con antelación con tu pareja y acuerden que uno o el otro sorprenderá al bla, bla, bla y hará las correcciones
pertinentes. Es importante que se pongan de acuerdo con anterioridad y cada uno se comprometa a cambiar su
comportamiento, y no sólo se dedique a señalarlo.
2) Cuando ocurra una pelea, pon atención en la forma en la que se hablan. Si descubres que están peleando sobre
quién dijo qué en dónde; cómo era uno o el otro hacía años y no ha cambiado, o cómo alguien más concuerda en
que el otro compañero es un pen...sativo (alias bruto), entonces están en medio de una refriega bla, bla, bla. Hora de
parar.
3) Ahora hagan las correcciones pertinentes. Por ejemplo, podrías ondear la bandera de la amistad (“Lo admito, no
estoy contribuyendo en nada”). O acércate y acaricia a tu pareja y di: “Lo siento. Estoy empeorando la situación” o
“Te amo y no debería estar trayendo esto a colación”.
4) Una vez que se hayan corregido, no empiecen de nuevo con el bla, bla, bla. En su lugar, condensen su argumento
principal y expónganlo en una oración corta. ¿Por qué? Porque los primitivos no pueden procesar oraciones
complejas, y los embajadores aún no están en casa. Así que mantengan la comunicación verbal corta y dulce (en
especial lo dulce). Recuerda tratar lo que funciona para tu pareja y ¡no sólo lo que funciona contigo!
En mi trabajo con parejas, observo que varios compañeros que no saben pelear de forma adecuada no
aprendieron cómo jugar juegos bruscos durante su niñez. Dichos juegos son muy importantes tanto para
niños como para niñas.
Todos los mamíferos usan juegos bruscos, en especial a una edad muy temprana. Los humanos somos
únicos porque nuestros primeros juegos se dan con el cuidador, cuerpo a cuerpo, usando nuestros ojos y
nuestra voz. Las madres y los bebés pueden jugar interminablemente, charlar, hacer gestos y otros
sonidos, además de mantener una mirada mutua. Los ratones, gatitos y cachorros no lo hacen. Sólo juegan
bruscamente. Puede parecer que siempre estén peleando, pero todo es sana diversión, sin ningún ganador
o perdedor.
Los juegos bruscos para humanos suelen darse después, por lo general con un hermano que nos ayuda
a descubrir nuestra fuerza y el impacto que tenemos en el cuerpo del otro. Aprendemos cuán fuerte
debemos empujar y tirar, cómo decir al otro que no tire o empuje tan fuerte y cosas por el estilo. Quizá
esté presente un cierto grado de competitividad, pero sigue siendo esparcimiento saludable. Cuando
jóvenes, las anclas suelen ser más libres en sus juegos que las islas y olas, quienes tienden a limitarse a
causa de sus inseguridades. Por lo general este patrón se repite a lo largo de su vida.
1) Encuentra un lugar seguro donde ambos puedan moverse con libertad y no corran riesgos de lastimarse. Un jardín,
una cama king-size, un lugar alfombrado o incluso un gran tapete para ejercitarse pueden funcionar.
2) Establezcan algunas reglas antes de comenzar. Por ejemplo, si alguno grita: “¡Tiempo fuera!”, ambos deben
detenerse de inmediato. Si hay algo con lo que no se sientan cómodos o seguros —por ejemplo, ser cargado de los
pies—, acuerden antes de empezar que no lo harán.
3) Suban a la cama (tapete, alfombra o césped) y empiecen a pelear. Puedes jalar y empujar, rodar y hacerte bolita.
Haz todos los sonidos que quieras, pero trata de no hablar porque eso te distraerá de prestar atención a la actividad
física. Pueden analizar los resultados después, si lo necesitan.
LEER A TU COMPAÑERO
Uno de los elementos clave de pelear adecuadamente es poder leer a tu compañero, poder saber en
cualquier momento lo que está sintiendo, pensando y tratando. Quizá no estemos conscientes cuando haya
un problema; sin embargo, lo percibimos con nuestro cuerpo. Hay algo que se siente extraño. Sin
embargo, la forma más confiable de leer a nuestro compañero quizá sea usando nuestra agudeza visual.
Cuando observamos a nuestra pareja, nuestros ojos recopilan información rápida y continuamente: la
humedad en sus ojos, un leve estremecimiento, una ligera sonrisa o gestos con los labios. Incluso las
señas más sutiles se recopilan y transmiten: primero a los primitivos y después a los embajadores. La
amígdala, como vimos en el capítulo 2, desempeña un papel vital en este proceso.
Las parejas en disputa suelen evitar la mirada del otro. Es un gran error. La pérdida de contacto
visual continuo desfasa el monitoreo en tiempo real del otro y los cambia a un estado más interno,
estático y retrospectivo. Evitar verse a los ojos priva de información vital a los embajadores y permite
que los primitivos tomen el control. Cuando esto sucede, los dos se separan —incluso si no es
físicamente— y adquieren un estado de alerta elevada. Otras veces, el error se debe simplemente a una
posición corporal deficiente. Cuando las parejas no se encuentran cara a cara en una posición
relativamente cercana (a no más de un metro), es más difícil leer con precisión al otro. Un asunto menor
pronto puede convertirse en uno mayor; por ejemplo, cuando hablan mientras uno conduce o caminan lado
a lado. (Lo observamos con Leia y Franklin, quienes tuvieron una pelea en el automóvil en el capítulo 2.)
Por esta razón, no recomiendo a las parejas que hablen de asuntos importantes o emocionales a menos
que puedan mantener contacto visual y percibir las señales del otro. ¿Por qué darle poder innecesario a la
amígdala?
Por supuesto, puede ser tentador contestar el teléfono cuando quieras arreglar algo con tu pareja. No
quieres tener que esperar hasta volver a reunirse. No puedo dejar de repetirlo: ¡es una mala idea!
Escuchar hablar a tu pareja sin el beneficio de la vista puede ser muy engañoso. Si los primitivos de
alguno de los dos avanzan a alerta máxima, podría darse un deseo de ir a la guerra temprano, lo cual
podría haberse prevenido si uno de los dos hubiera leído un mensaje más cariñoso en el rostro del otro.
Las voces, y en especial las palabras, pueden ser insuficientes cuando los primitivos están en pie de
guerra.
Debido a que Carol pensó que Jill estaba deshaciéndose de ella, terminó faltando a su cita para
cenar. En su mente, ella estaba esperando a que Jill aclarara lo que había dicho en el mensaje. Sin
embargo, dado que es fácil malinterpretar o pasar por alto emociones transmitidas por correos
electrónicos o textos, Jill no se dio cuenta de que había molestado a su compañera y, por consiguiente,
olvidó todo el intercambio. Para cuando estuvieron cara a cara más tarde esa noche, sus primitivos
estaban cargados, enfadados y listos para disparar.
Carol y Jill podrían evitar estas peleas si dependieran menos de enviar mensajes. Si siguen
enviándose textos, necesitan comprender la importancia de mandar inmediatamente un mensaje claro de
amistad, ya sea por medio de un mensaje de texto, llamada o agendar una cita para verse lo más pronto
posible.
Ejercicio: Léeme
Este ejercicio es parecido al juego de las emociones del capítulo 4, sólo que ahora toman turnos para leer las
emociones del otro.
1) Pide a tu pareja que elija una emoción y la “actúe”, pero sin decir nada y recreándola lo mejor posible. El trabajo de tu
pareja es transmitir la emoción a través de la expresión de su cara, su postura o sus gesticulaciones. Nada más.
2) Tu trabajo es leer la emoción de tu pareja. Descubre cuán cerca puedes estar de descubrir la emoción.
3) Intercambien papeles. Escoge una emoción y represéntala; tu pareja tendrá que adivinarla.
4) Quizá quieras empezar con emociones simples: enojo, felicidad, tristeza, miedo, sorpresa. Si quieres un juego más
difícil, prueba emociones más sutiles o complejas: por ejemplo, decepción, rechazo, alivio, desdén, celos, culpa,
pena, desesperanza, confianza.
Hasta ahora hemos hablado sobre cómo saber pelear bien involucra estar seguros de que nuestros
embajadores estén dirigiendo a nuestros primitivos. Si puedes hacer esto —en verdad hacerlo, sin
importar si tu pareja está haciéndolo en el momento o no—, las posibilidades de que tu relación perdure
son altas.
Pero mereces más que simple resistencia: mereces una relación que prospere. Por esta razón, los
compañeros en una relación basada en reciprocidad también tienen que hacerse responsables de gestionar
los primitivos del otro. ¿Recuerdas al vago bobo y al vago sagaz? El sagaz permite que mantengamos
contacto con la sociedad y el bobo no. Cada compañero tiene que asegurarse de que el vago sagaz del
otro funcione adecuadamente, junto con el resto de los embajadores. Asegúrate de respirar, de relajar tus
músculos, y ten en cuenta tu tono de voz. En efecto, aprovechas los recursos de tus embajadores. Si
alguno está teniendo un mal día, el otro ayuda. Cada uno monitorea el estado de ánimo del otro. En una
disputa acalorada, debes poner atención a cuánto es cuánto y qué tan largo es qué tan largo. Debes
aprender cuándo renunciar, cambiar de tema o distraer al otro. A veces es mejor dejar descansar la
situación para que ambos tengan un momento para serenarse. Sin embargo, no sólo dejes la habitación,
cuelgues el teléfono o le des la espalda. Si lo haces, tu pareja podría interpretar tus acciones como
desdeñosas. En su lugar, asegúrate de que la pausa sea aceptable para los dos —20 o 30 minutos para
calmarse— y no sólo para uno. Responsabilizarse de esta manera es lo que llamo pelear con inteligencia.
Las peleas inteligentes son de los embajadores, entre embajadores y para los embajadores. Eso
asegura que estén presentes hasta el final. Recuerda, únicamente los embajadores pueden ser influidos,
persuadidos, engatusados o seducidos. A los primitivos no les interesa mantener relaciones; todo lo que
les importa es no ser asesinados. Por lo tanto, es mejor que sus primitivos no sean los que queden de pie
al final de una batalla.
Las parejas que pelean con inteligencia buscan una resolución que permita a ambos salir ganando.
También se dicen entre sí: “Los dos tenemos que sentirnos bien sobre el asunto”, “Sólo seré feliz si tú
eres feliz” o “Estamos juntos en esto”. Asimismo, no tienen miedo de decir al otro: “Estamos bien, pero
lo que acaba de suceder no”, “Eres un primor, pero me voy a salir con la mía esta vez”, “Te adoro, pero
hoy estás siendo un dolor de muelas y creo que lo sabes”. Pueden decirse todo esto porque sus
embajadores saben cómo ondear la bandera de la amistad y cómo asegurarse de que ninguno quede
marginado de la zona de juego.
En mi práctica profesional veo a muchas parejas que llegan con las expectativas de que cada compañero
debería conocer algunas cosas sobre cómo deberían funcionar las relaciones. Es casi como si las parejas
esperaran que el otro llegara a la mesa sabiendo cómo usar los cubiertos. No les cae el veinte de que
deben entrenarse uno al otro, hacer cosas o seguir criando al otro en aspectos en los que sus padres
verdaderos fallaron. Esperar que tu pareja comparta tus valores todo el tiempo, en todas las formas
posibles, da como resultado una gran decepción, desilusión y enojo.
“¡Deberías querer hacer esto por mí!”, un compañero explica a otro para tratar de persuadirlo.
“¡Pero nadie lo hace!”, señala otro compañero en un intento de disuadir al otro de hacer esto o
aquello.
“¡No me casé contigo para esto!”, dice otro más, con el propósito de corregir la brújula moral del
otro.
En todos estos casos, los compañeros están tratando de reafirmar su voluntad para hacer que el otro
haga lo que él o ella quiere que haga. Hablan como si en realidad estuviera operando un acuerdo mutuo.
Pero si escuchas detenidamente, no es difícil descubrir que en realidad están expresando intereses
propios disfrazados de lo que debería ser bueno para la relación. Por lo general, esto se encuentra a un
paso de ser acoso.
Existe una mejor forma de hacerlo. En lugar de usar el miedo o amenazas para manipularse para
hacer o no hacer algo, pueden usar la influencia positiva. Recuerda, el manual de usuario de la relación te
brinda una gran cantidad de información sobre las preferencias de tu pareja. Puedes usar esta información
de la mejor manera: para hacer el bien, no el mal. En este caso, el bien significa algo que sea benéfico
para los dos. Los intereses propios aún existirán, pero incorporados al bien superior de la relación, de tal
forma que, cuando ocurra una pelea, nadie pierda y todo mundo gane.
Examinemos cómo podría funcionar esto para una pareja.
Situación 2
Donna nota el descontento de Sean ante su invitación. Está cansada de todo el esfuerzo que conlleva
hacer que la acompañe, así que esta vez dice:
—¿Sabes? Hoy en la noche tengo que ir a esa reunión. Puedo ir sola. Haz lo que quieras.
Sean la ve sorprendido.
—¿En serio? ¿Es verdad? ¡Perfecto! —dice.
Más tarde, mientras Donna está por irse al evento, ve que Sean está plácidamente instalado en el sofá,
viendo su programa de televisión favorito. Él se encuentra feliz, pero es evidente que ella no.
—Bueno, después nos vemos —dice abruptamente, sin darle un abrazo o beso.
—¡Adiós! —responde él, desdeñando las claras señales de infelicidad de su esposa—. ¡Diviértete!
Aquí te espero.
Aunque está feliz de haberse librado del asunto, Sean no puede dejar de sentir que después lo pagará.
Situación 3
Sean expresa claramente:
—En serio, en serio, en serio no quiero ir a esa cosa esta noche.
—Lo entiendo, en verdad lo sé —responde Donna—. Pero es muy importante para mí.
—Siempre es importante para ti, Donna —contraataca Sean—. ¿Qué hay de mí? ¿No te importan mis
sentimientos?
—Claro que sí —dice Donna—. Está bien, ¿cómo puedo hacer que esto sea más fácil para ti?
—¿Qué quieres decir? —pregunta con sorpresa Sean.
Donna se sienta al lado de Sean para poder verlo a los ojos.
—¿Qué te parece lo siguiente? Si me acompañas hoy en la noche, mañana vamos al cine a ver la
película de acción que querías ver.
Sean piensa un momento, arquea las cejas para señalar que considera la oferta.
—Eso está muy bien, pero creo que necesito algo más —responde.
Ahora es el turno de pensar de Donna.
—Está bien —dice después de un momento—. ¿Qué te parece esto? Hoy dejamos la fiesta cuando
quieras, siempre y cuando pueda hacer acto de presencia para no levantar sospechas. Y cuando volvamos
a casa, te acaricio la espalda veinte minutos.
—¿Veinte minutos completos? —responde Sean con una gran sonrisa—. ¡Es un trato!
Donna sonríe como respuesta.
—Pero —dice con el dedo índice levantado— no puedes quejarte en toda la velada. ¿Aún tenemos un
trato?
—¡Trato hecho! —responde Sean, quien entonces la besa y la jala hacia el sofá con él.
Ambos acuden al evento sintiéndose felices y ninguno sentirá que eso es un mal trato.
A LA LARGA
Algunos problemas entre pareja pueden resolverse, si bien no inmediatamente, sí con el tiempo. Quizá
otras cuestiones jamás se resuelvan y otras muchas sean una amenaza latente. De hecho, debido a que no
hay dos cerebros iguales, la posibilidad de que dos personas concuerden en todo es casi nula. Por esta
razón, John Gottman, investigador y experto en matrimonios, cree que las parejas no necesitan resolver
todos sus conflictos irresueltos, pero sí tienen que tratarlos adecuadamente (Gottman y Silver 2004). Y
yo concuerdo. Las parejas que tienen una relación duradera saben cómo jugar y pelear adecuadamente,
siempre confían en la resistencia de su relación, y no tratan de evitar el conflicto.
El octavo principio rector en este libro es que las parejas que quieran permanecer unidas deben
aprender a pelear adecuadamente. Cuando tu pareja y tú se relacionan dentro de una burbuja de pareja
fuerte y segura, las peleas no amenazan su sociedad. Son capaces de percibir las señales de disgusto en el
otro y atenderlas después de la fase de conflicto. No ignoran los problemas ni permiten que se agraven.
En lugar de eso, rápidamente corrigen el error, lo reparan u ondean la bandera de la amistad.
Éstos son algunos principios de apoyo para guiarlos:
1) Perder no está permitido. Es obvio, nadie quiere perder. Estoy seguro de que ustedes no son la
excepción. Algunas veces podría ser tentador imponer tu voluntad, para tratar de acumular algunas
victorias para ti. Pero, honestamente, ¿qué valor tendrán tus intereses personales si una pelea da
como resultado que tu pareja termine noqueada, humillada o sin salud mental?
Así pues, tienen que contenerse. Tienen que reconectar sus formas de pelear. Piensen en
términos de distender un conflicto que podría tornarse peligroso, en lugar de tener que resolverlo
por completo. Más importante, cuando pelean, ambos tienen que ganar... o los dos perderán. Y eso
no es un resultado aceptable.
2) Darse por vencido tampoco está permitido. Tengo que dejarlo bien claro: en las peleas inteligentes
el objetivo no es abdicar tu posición ni renunciar a tus intereses personales. Se trata de luchar con
tu pareja, hacerlo sin tener dudas ni tratar de evitarlo y, al mismo tiempo, estar dispuestos a relajar
la postura de los dos. Ambos estiran y aflojan hasta que a los dos se les ocurre algo que es bueno
para ambos. Los dos ponen lo que poseen sobre la mesa y, con eso, crean algo nuevo que les
brinda alivio y satisfacción mutuos.
3) Cada pelea trae consigo un nuevo día. Al pedir que peleen adecuadamente, estoy pidiendo a sus
embajadores que dominen a sus primitivos. Todos sabemos que puede ser difícil, y aún más en
medio de la batalla. Así que no esperes tener 100% de éxito al comienzo. Si la conversación se
sobrecalienta y olvidas todo lo que he dicho, no te rindas. Intenta de nuevo mañana.
CAPÍTULO 9
EL AMOR ES DE CERCA:
CÓMO REAVIVAR EL AMOR A TRAVÉS
DEL CONTACTO VISUAL
En el capítulo anterior observamos lo que se necesita para pelear adecuadamente y evitar que vayas a la
guerra con tu pareja. Las parejas que saben cómo hacerlo se encuentran en un estado de alerta elevada no
sólo durante las peleas, sino, algunas veces, mucho después de que la batalla haya terminado.
Verbalmente, quizá hayan pedido tregua; sin embargo, a escondidas, sus amígdalas se encuentran más que
listas y dispuestas para actuar en cualquier momento. Es como si estuvieran conectadas siempre para la
guerra, sin esperanza de recalibrarse. Quizá otras parejas hayan aprendido a pelear de manera que ambos
compañeros sigan de pie al final de la lucha. Saben cómo leerse entre sí, cómo ondear la bandera de la
amistad y cuándo volver a llamar a las tropas. Todo esto sirve para mantenerlos en relativo equilibrio.
Pero, a fin de cuentas, estas parejas también se quedarán cortas si su amor toca fondo y no saben cómo
reavivarlo. Una cosa es saber pelear adecuadamente y otra cosa es amar bien en general.
En este capítulo descubriremos cómo usar tus embajadores y primitivos para hacer el amor y no la
guerra. Ésta es la reconexión primordial. Y no es tan difícil como podrías pensar. Después de todo,
ustedes ya saben lo que es sentirse conectados íntimamente. Muy probablemente lo que los unió fue esa
brillante chispa de amor en primer lugar. Todo lo que necesitan es conocer maneras para reavivar el
fuego cuando empiece a extinguirse, o incluso antes.
LA LUJURIA ES DE LEJOS
Suelo decir a las parejas que luchan por recrear y mantener una conexión más íntima, que la lujuria es de
lejos pero el amor es de cerca. Les recomiendo que no los confundan ni dependan de la lujuria para
reavivar su romance.
VOLVERSE EXTRAÑOS
Veamos a Viktor y Tatiana, ambos de 50 años. Sus dos hijos, gemelos, acababan de partir a la
universidad, y la pareja entonces tuvo más tiempo a solas de lo que había tenido en años. Al principio
Tatiana esperaba las vacaciones románticas que se habían prometido. Sin embargo, después de unas
pocas semanas, el entusiasmo que sentía fue reemplazado por una ansiedad inexplicable. De alguna
forma, cuando sus hijos estaban ahí día con día, ella no había notado la distancia que se había creado
entre ella y Viktor. Las conversaciones en la mesa giraban en torno a las actividades escolares, deportes
y tareas. Era sencillo pasar por alto el insignificante papel que desempeñaba su esposo en esas
interacciones. Además, él siempre estaba preocupado por el trabajo: era difícil imaginarlo sin un
teléfono celular pegado a su oreja, incluso en la mesa del comedor.
Sólo hasta ese momento, cuando únicamente estaban los dos en casa, Tatiana se dio cuenta del grado
de falta de intimidad que sufrían. No peleaban ni discutían. No había algo “evidentemente” malo. Bueno,
excepto quizá la poca frecuencia con la que tenían sexo. Pero incluso eso nunca había sido reconocido
como un problema para ellos. De hecho, Viktor solía declarar su amor mandando flores y regalos
costosos a su mujer, algo que había hecho durante todo su matrimonio porque quería que ella sintiera que
siempre lo había atraído.
Tatiana decidió hablar con Viktor para ver si podían planear unas vacaciones para reavivar el
romance en su relación. Debido a que ella sabía que él estaba emocionado por su próximo viaje y lo veía
como algo romántico, ella no quería dar la impresión de ser muy crítica o desdeñosa.
—¿Has pensado mejor a dónde deberíamos ir? —preguntó tímidamente una noche, mientras se
paraban de la mesa y después de haber intercambiado pocas palabras durante la cena.
El rostro de Viktor se iluminó mientras volteaba a verla y colocaba su teléfono en su bolsillo.
—Creo que deberíamos rentar un penthouse en el centro de Manhattan. Siempre hemos hablado de
estar en el centro de la acción. Podríamos ir al teatro por la tarde, bailar en la noche, los mejores
restaurantes, museos...
Tatiana lo detuvo.
—Sí, ya hemos hablado al respecto y parece maravilloso —dijo—. Pero también hemos hablado de
Maine y de una cabaña con chimenea. ¿Qué piensas de algo más íntimo como eso?
Viktor frunció la cara.
—Cariño —exclamó—, es nuestro viaje, sin reparar en gastos. ¡Hemos llevado a los muchachos a
varias cabañas! —rió y después la tomó para bailar un vals a través de la sala—. Sólo espera, ¡voy a
darte la mejor aventura de tu vida!
Tatiana sintió el genuino entusiasmo de su marido y no quiso decepcionarlo. Se dijo a sí misma que
un tranquilo retiro en Maine podría acarrear desastres, si la distancia entre ellos únicamente se
acentuaba. Al mismo tiempo, no podía dejar de pensar que unas vacaciones extravagantes sin un minuto
para descansar no eran lo que necesitaban para volver a sintonizarse.
Ésta es una pareja incapaz de reavivar su amor. Ni siquiera está claro para ellos si se ha extinguido
el fuego del amor, y mucho menos por qué. Se tratan casi como extraños. Viktor incluso se atreve a
cultivar un sentido de desconocimiento, creyendo que eso tiene el poder de generar lujuria y brindar
cierta emoción. Sí, esta pareja ha logrado estar junta durante 20 años sin considerar el divorcio. Sin
embargo, cualquier emoción que sienten estos días se siente tibia porque está basada en un amor que sólo
existe en la distancia. Ellos se han conformado con eso porque no saben lo que se necesita para mantener
el amor cerca.
EL AMOR ES DE CERCA
Entonces, ¿qué es lo que sucede exactamente cuando dos personas están cerca? ¿Qué es lo que hace volar
chispas —y no me refiero a chispas de lujuria—? Me parece que vale la pena examinar la dinámica
neurobiológica que entra en acción cuando nos enamoramos al principio, porque los mismos procesos
son la clave para reavivar el amor durante la relación.
1) Permanezcan de pie o sentados a corta distancia, a no más de un metro. Pregunta a tu pareja cómo estuvo su día.
Conforme escuchas y haces preguntas para saber más, presta atención a sus ojos. ¿Qué señales puedes observar
en ellos? Observa si puedes escuchar y mirar sus ojos al mismo tiempo. ¡No te quedes mirando! Mantente
escaneando los ojos de tu pareja para buscar información.
2) Después de unos minutos, antes de que tu pareja termine de hablar, sepárense. Si es posible, al menos cinco
metros. Una vez más, observa los ojos de tu pareja. ¿Te sientes tan conectado como antes?
3) Por último, terminen la conversación a una distancia corta. Esta vez, sin embargo, mantengan los ojos cerrados y
sólo utilicen otros sentidos de proximidad, como el olfato y el tacto y, por supuesto, el oído.
4) Cambien papeles y repitan los pasos 1 al 3. Esta vez tu pareja pregunta por tu día.
5) Comparen sus anotaciones. ¿En qué difirió la experiencia cercana de la lejana (con los ojos cerrados y abiertos)?
¿En qué momento se sintieron más conectados?
Algunas personas, en especial las islas y las olas, tienen problemas de cercanía. Quizá no perciban
señales importantes en sus parejas, simplemente no lo hagan con suficiente rapidez, o no sepan cómo
reparar con prontitud errores de atención. Sin embargo, no todo está perdido, porque si la pareja de las
olas o islas es lo que he llamado un administrador competente del otro, quizá pueda compensar las
carencias del otro. No es imprescindible que los dos sean administradores competentes; sin embargo, si
uno es en particular malo en ese rubro, el otro tiene que ser muy bueno.
El noveno principio rector de este libro es que las parejas pueden reavivar su amor en cualquier
momento a través del contacto visual. Esto se logra llamando a sus primitivos y embajadores para
conectarse conscientemente como lo hacían al principio, cuando estaban enamorados. Esto podría
parecer demasiado simple, pero sus resultados pueden ser profundos. Lo que haces equivale a causar un
corto circuito en la predisposición a la guerra de tu cerebro. Si no has intentado reconectarte así con
anterioridad, te sugiero que reserves tu opinión hasta que lo hayas intentado honestamente.
Mientras tanto, éstos son algunos principios de apoyo para guiarte:
1) No seas tímido. Algunas personas son naturalmente tímidas cuando alguien —incluso alguien
querido— las ve a los ojos. Esto es muy cierto en las islas; sin embargo, algunas anclas y olas
tampoco están acostumbradas al contacto visual prolongado. Al mismo tiempo, dense un tiempo
para acostumbrarse a verse a los ojos, si alguno de los dos siente timidez para hacerlo. Si persiste
la incomodidad, investiguen qué es lo que les impide sentirse sanos y salvos entre ustedes.
2) Varíen de propuestas. Yo destaco el contacto visual por su gran potencial para reavivar el amor.
Sin embargo, los otros sentidos cercanos también son poderosos. Tal vez quieras convertir el
ejercicio Te Veo en Te Acaricio, o incluso tratar con los sentidos del olfato y el gusto.
3) No esperes. Si esperas para tratar de reavivar su amor a través del contacto visual hasta que surja
una disputa con tu pareja, quizá sea muy tarde, al menos para ese caso. Debes practicar con
antelación, cuando hay pocas tensiones. El punto es encontrar maneras de reconectarse para que
sus embajadores estén predispuestos a entrar en acción antes de que sus primitivos lo hagan. Así,
cuando surjan tensiones, podrás dar una respuesta más amorosa de manera espontánea.
CAPÍTULO 10
Imagina que las tuberías de tu casa tienen una ligera gotera y no has revisado tus facturas mensuales del
agua en, digamos, 30 años. Ahora las miras ¡y quedas anonadado! No es sólo que hayas dejado que la
fuga continuara por tanto tiempo, sino que la cantidad de agua que has desperdiciado es enorme.
Ahora supón que fuera posible medir de manera similar el uso de energía en tu cuerpo. Imagina que,
desde tu niñez, no has revisado tu sistema de estrés para ver cuánta energía has gastado al adaptarte a las
diversas tensiones de la vida. Además, toma en cuenta que una parte de esta energía no es renovable; es
decir, que se ha agotado con el tiempo debido al estrés y, como el agua de esos caños goteantes, ya no
puedes recuperarla.
La “factura” que recibes por tu gasto total de estrés es lo que Bruce McEwen (2000) y otros
científicos llaman carga alostática, o el precio que pagamos por las adaptaciones que requerimos a lo
largo de nuestra vida. La carga alostática involucra cuatro grandes sistemas fisiológicos: cardiovascular,
autoinmune, inflamatorio y metabólico. Con el tiempo, si acumulamos una carga alostática pesada,
podemos contraer enfermedades en alguno de estos sistemas, o en todos; por ejemplo, padecimientos
cardiacos, diabetes, artritis y fibromialgia.
Nuestras relaciones con los demás, y sobre todo nuestra relación comprometida primaria, influyen de
manera considerable en nuestra carga alostática, ya sea reduciéndola o aumentándola. Sí, funciona en
ambos sentidos, y depende en gran parte de ti en qué sentido funcione en tu caso. Algunos individuos —
por ejemplo las islas, pero también muchas olas— eligen evitar las relaciones, al menos las
primordiales, en favor de la soledad, porque las relaciones comprometidas les parecen demasiado
estresantes. Quizá eviten así el estrés, pero también evitan la cercanía. Otros buscan relaciones con
avidez, sólo para convertirse en víctimas de abuso, negligencia o algún otro tipo de decepción por las
realidades de su matrimonio o unión. El estrés que enfrentan en su relación los pone en riesgo de
enfermarse. Otros más se encuentran en relaciones que los ayudan a prosperar, energizarse y
desestresarse.
Este capítulo se enfoca en los riesgos y beneficios para la salud que conlleva una relación primaria.
Al leerlo, considera lo que puedes hacer para asegurar que tu relación mitigue el estrés y siempre
contribuya a tu salud y felicidad.
Si pides a una pareja que identifique las principales fuentes de estrés en sus vidas, es probable que no
señalen su relación. En muchos casos, esa respuesta es correcta. Sin embargo, para algunas parejas esto
representa un punto ciego. Aunque pueden estar alerta al estrés en otros ámbitos de sus vidas, como el
que es causado por su jefe en el trabajo o las dificultades financieras, niegan todo lo referente al estrés en
su relación.
Ralph y Lorraine han estado juntos por más de 30 años. A la mitad de su matrimonio, ambos
sugirieron, de manera tanto implícita como explícita, que la existencia misma de su relación estaba
continuamente en entredicho. Por ejemplo, cuando peleaban, Ralph decía: “¡Si no dejas de gritar, pronto
ya no tendrás a quien gritarle!” Más tarde decía: “No sé, tal vez no estoy hecho para esto del
matrimonio”.
Cuando Lorraine se enojaba, decía: “¡Si vuelves a salir con esa basura patética, te juro que me voy!”
Durante ese tiempo, dos de sus tres hijos comenzaron a mostrar síntomas de depresión y ansiedad.
Lorraine empezó a manifestar síntomas físicos de una variedad de enfermedades inexplicables. Su
sistema inmune estaba afectado, y también ella se deprimió. Ralph, que tenía un historial familiar de
enfermedades cardiacas, empezó a frecuentar la sala de emergencias, quejándose de taquicardias.
Por fortuna, Ralph y Lorraine pudieron llegar, en terapias, al fondo de lo que los enfermaba. La vida
ya era difícil, pero se dificultaba aún más porque cada uno vivía bajo constantes amenazas a la relación y
a su identidad propia. Aunque esto puede parecer obvio, para ellos no lo era. Estaban tan afianzados en
sus hábitos que no se daban cuenta de los efectos de su comportamiento en toda la familia. No reconocían
que estaban aumentando mutuamente su carga alostástica. Además de las amenazas abiertas, se trataban
uno al otro con desdén y aversión.
Ralph y Lorraine acordaron poner un alto a sus amenazas, y cuando lo hicieron ocurrió algo
milagroso: la salud de Lorraine mejoró casi de inmediato, al igual que su depresión; Ralph dejó de sufrir
taquicardias y los niños parecían más felices y mejor adaptados en casa, en la escuela y en su vida social.
Lorraine y Ralph aún discutían y se quejaban uno del otro, pero ya no se amenazaban mutuamente ni a la
relación.
Arranques de furia.
Golpes u otras formas de violencia.
Amenazas a la relación.
Amenazas a la persona.
Amenazas a personas importantes para tu pareja.
Aferrarse a algo por mucho tiempo y no dejarlo ir.
Rehusarse a corregir una afrenta.
Alejarse por periodos mayores de una o dos horas.
Nunca disculparse.
Comportarse habitualmente de manera injusta.
Dar más importancia a intereses personales sobre la relación la mayor parte del tiempo.
Expresar desdén (menosprecio; por ejemplo, “eres un idiota”).
Expresar aversión (asco o repulsión; por ejemplo, “me das asco”).
Lynn Katz y John Gottman (1993) estudiaron los efectos nocivos de las expresiones de desdén de las
parejas, y descubrieron que esta conducta no sólo pone en riesgo la relación, sino que también tiene una
influencia perturbadora en la conducta de los hijos. Gottman (1994) considera el desdén —cuya
definición incluye la aversión, la falta de respeto, la condescendencia y el sarcasmo— el principal
indicador de divorcio.
Si cualquiera de las conductas antes mencionadas se aplica a tu relación, tú o tu pareja son una
amenaza y, en última instancia, un elemento destructivo para su deseo común de permanecer seguros.
Recuerda: las parejas están interconectadas: donde va uno, va el otro. Si eres amenazante o tu pareja se
siente amenazada, o viceversa, esto no puede ser bueno para nadie. Su relación merece que eliminen de
inmediato toda conducta amenazante. Si esto significa buscar la ayuda de un terapeuta, como en el caso
de Ralph y Lorraine, no creo que haya una mejor inversión que puedan hacer para su relación.
1) ¿Tú o los miembros de tu familia padecen aflicciones físicas frecuentes e inexplicables, como problemas digestivos,
insomnio, dolor crónico, fatiga crónica o alergias? ¿Algún problema autoinmune o inflamatorio?
2) ¿Tú o alguien de tu familia sufren depresión, ansiedad o sobrecarga emocional?
3) ¿Tú o tu pareja dicen o hacen cosas que podrían parecer amenazantes?
4) ¿Tú y tu pareja pelean con frecuencia?
Sé que quizá sean preguntas difíciles; pero si no preguntas, te arriesgas a perder no sólo tu relación, sino también
tu salud y bienestar.
No basta reducir el estrés en el hogar al mínimo: tu relación puede y debe ser la mayor fuerza para tu
salud y bienestar. Veamos cómo manejó este asunto una pareja.
Susi y Tamara provenían de familias que no les daban mucho contacto físico o cariño. Ninguna de las
dos recordaba haber sido abrazada, arrullada o besada en su niñez. Como pareja adulta, eran buenas
amigas y cada una tenía una buena opinión de la otra en la relación. Tenían discusiones ocasionales, pero
nunca se amenazaban. Básicamente, vivían vidas paralelas y raras veces tenían contacto físico. Dormían
en diferentes cuartos y no eran muy afectuosas físicamente.
Ambas se quejaban de ansiedad casi continua, pero ninguna parecía ser buena para calmar a la otra.
Nunca se les ocurrió que su distancia y falta de intimidad física tuvieran un precio. Susi tenía numerosos
problemas de salud, como síndrome de colon irritable, diabetes, obesidad y dolor articular.
Cuando descubrieron, en terapia, que su falta de contacto contribuía a sus problemas de salud, no les
fue fácil cambiar. Puesto que de bebés no las habían cargado ni abrazado, ambas tenían reacciones de
fuerte aversión al contacto físico. Aunque nunca se volvieron tan afectuosas como otras parejas, tomaron
medidas para desarrollar por primera vez una burbuja de pareja. Comenzaron a dormir en el mismo
cuarto y se dieron tiempo para hacerse mimos por la noche. Con sorprendente prontitud, estos cambios
dieron como resultado una reducción de las quejas físicas de ambas.
1) Encuentren un lapso en el que puedan estar a solas por un mínimo de 10 minutos diarios. Puede ser antes de irse a
dormir, o en cualquier otro momento que les convenga.
2) Pasen este tiempo en contacto físico íntimo. ¡Nada de sexo! Pueden mimarse, acariciarse o incluso arrullarse como
lo harían con un bebé. Si eres de los que se sienten incómodos con el contacto físico, hazlo de todos modos y habla
con tu pareja. Es muy probable que siempre hayas tenido aversión al tacto, pero eso no quiere decir que tengas que
quedarte así, ¿verdad? Estamos hablando de tu salud.
3) Observen el efecto que este tiempo tiene en sus niveles de estrés y su salud física. Aunque quizá quieran continuar
después de la semana para obtener un efecto más completo, me sorprendería que no notaran beneficios desde los
primeros días.
1) Manejen mutuamente su estrés. En décadas recientes, las técnicas de reducción de estrés han
ganado popularidad. Quizá ya estés familiarizado con ellas: administración del tiempo, comer con
regularidad, dormir bien, hacer ejercicio y relajarse, por mencionar algunas. Sin embargo, la
mayor parte de los enfoques para manejar el estrés omiten el papel crucial que puede jugar la
pareja. Sugiero que, como expertos en el otro, que entienden cómo funcionan sus cerebros, pueden
añadir la dimensión de la reducción del estrés a su manual de usuario. Saber las tres o cuatro cosas
que hacen sentir mal a tu pareja te da una ventaja para detectar e incluso anticiparte al estrés.
Tú y tu pareja pueden ayudarse mutuamente a reducir el estrés si se aseguran de realizar
actividades saludables y lograr el equilibrio en su modo de vida. Si notas, por ejemplo, que tu
pareja no duerme lo suficiente, intervén para encontrar una solución. Puedes ofrecerte a asumir
algunas tareas domésticas extra hasta que él o ella haya descansado lo necesario. O si tu pareja
tuvo un mal día en el trabajo, quizá esta noche sea buen momento para rentar esa película cómica
que quieren ver.
2) Sé consciente de la experiencia única del estrés. Al ayudar a tu pareja a manejar su estrés, ten en
mente que cada quien lo experimenta de diferente manera. Por ejemplo, tu pareja podría ver una
auditoría fiscal que te quita el sueño como algo insignificante; en este caso, cada quien pone sobre
la mesa una historia y unos sentimientos distintos con respecto de los asuntos financieros, así que
procura no imponerle a tu pareja tu propia evaluación de estrés. Recuerda, eres experto en tu
pareja; así que, cuando le ayudes a reducir el estrés, puedes hacerlo en sus términos. Y, por
supuesto, tu pareja pagará con la misma moneda.
3) Al envejecer... no todas las enfermedades son culpa del estrés, pero éste puede agravar cualquier
dolencia. Conforme tú y tu pareja envejezcan, será inevitable que enfrenten los retos naturales que
se presentan a nuestros cuerpos con el paso de los años. Sepan, sin embargo, que si se aman
plenamente, aprenden a resolver conflictos, toman decisiones en favor de su relación, y no de sí
mismos, y se conectan para el amor, tienen grandes probabilidades de disfrutar una unión feliz,
saludable y satisfactoria.
EPÍLOGO
A fin de cuentas, la mayoría de nosotros hace lo mejor que puede y no se embarca en una relación con
la intención de arruinar las cosas. Hacemos nuestro mejor esfuerzo para amar y ser amados a cambio.
Aun así, a pesar de nuestras mejores intenciones, cuando arruinamos las cosas, es probable que haya sido
porque ignoramos, olvidamos o no conocíamos ninguno de los principios descritos en este libro.
Esto debería dar esperanzas al lector porque, a decir verdad, aún puedes estar conectado para amar,
si bien no en esta relación, sí en la siguiente. Nunca es muy tarde. Y no hay nadie que haya leído este
libro que no pueda hacerlo bien.
Afortunadamente, las relaciones no son como el beisbol, donde al abanicar tres veces quedas fuera.
Las parejas cuentan con más opciones y más recursos a su disposición. El universo sigue enviándonos
nuevas oportunidades para rehacer, reparar y reinventarnos en relación con otra persona, incluso quizá
con la misma. Sólo necesitamos visualizar una razón mejor fundamentada para estar juntos, un propósito
más enriquecedor para nuestra vida y así consagrarnos al otro. Este propósito debe estar basado en
reciprocidad verdadera; en entregarnos por completo a nuestro elegido, y en la disposición de aceptarnos
como somos, con todas nuestras características irritantes.
REFERENCIAS
En primer lugar debo agradecer a mi editora y querida amiga Jude Berman, quien me ha animado a
seguir adelante y escribir aun cuando mi propia elusión y naturaleza aislada me dominan. Sin su
orientación y delicada presión, este libro, con seguridad, no habría sido posible. He tenido varios
mentores en la vida, con quienes tengo una deuda: Allan Schore, Marion Solomon, Stephen Porges, Pat
Ogden, Harville Hendrix, Ellyn Bader, John Bradshaw y John Gottam, sólo por mencionar algunos.
Acerca del autor
Stan Tatkin es experto en terapia de pareja. Su amplia experiencia en consulta privada, y su labor como
profesor asistente en la Universidad de California (UCLA), lo llevaron a fundar, junto con su esposa, el
Instituto PACT. Además de Conectados para el amor, es autor de Your Brain on Love y Love and War in
Intimate Relationships.
El presente volumen fue diseñado para proveer de información precisa y calificada sobre los temas que aborda. Se comercializa bajo el
entendimiento de que la institución emisora no sustituye en caso alguno el consejo psicológico, financiero o legal de un profesional. Para
obtener un diagnóstico integral y una asistencia especializada, el lector deberá buscar el consejo de un especialista.
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ISBN: 978-607-312-795-0
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