No Soy Yo Anabel Gonzalez 1

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 262

Anabel González

2
No soy yo

No soy yo

Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guia para


pacientes y profesionales

Anabel Gonzalez

https://www.facebook.com/SeaOfLetters

Anabel González
DEDICATORIA
Para todos los pacientes que han pasado por el Programa de Trauma y
Disociación del Servicio de Psiquiatria del Hospital de A Coruña
(CHUAC), este libro se ha ido construyendo en base a sus dudas, nuestras
reflexiones conjuntas y las distintas situaciones que se planteaban en sus
procesos terapéuticos.

Para Ruth, María Jesús, Pablo, Belén, Juan José, Inés, Ana, Inma y Adriana,
que en su rotación por el programa me ayudaron a llevar y evaluar el
trabajo en los grupos, y contribuyeron con sus preguntas y aportaciones a
elaborar y estructurar las intervencio-nes.

Para mis compañeras del programa Marisol y Rosa, y muy en particular


para Lula, que fue coterapeuta conmigo en los grupos de pacientes durante
una larga etapa.

Para Luis y Paloma, por su ayuda con el texto.

https://www.facebook.com/SeaOfLetters

No soy yo
INDICE
1. Introducción

2. Cambiar de automática a manual

16

3. Reaprendiendo a sentir

24

4. Recuerdos en la niebla

37

5. Los apellidos del malestar

47

6. Escuchando al cuerpo

59

7. Aprendiendo a regular nuestras emociones 67

8. No soy yo: la identidad fragmentada 75

9. Nuestras voces interiores: hablando con nosotros mismos 83

10. ¿Quién gana en la pelea contra nosotros mismos?

97

11. Me protejo
105

12. Recuperando la flexibilidad y la movilidad 121

13. Poder volver a ser vulnerables

129

14. Poner la responsabilidad en su sitio 136

15. Mi yo adulto conduce el coche

142

16. El que más se equivoca gana

152

17. Romperme los esquemas: lo malo de lo bueno y lo bueno 158

de lo malo

18. Trabajar el músculo más atrofiado: recuperando el equili-168

brio

19. El punto de inflexión

179

20. Mirar el pasado desde el presente

188

21. Nuestras partes internas versión 2.0

198

22. Así fueron las cosas, esto es lo que hay, y ya se verá 209
23. Soy yo, eres tú, somos nosotros

216

Anabel González
AGRADECIMIENTOS
La contribución más importante a este texto procede de los pacientes que he
tratado a lo largo de mi vida profesional, y de sus esfuerzos por recuperarse
de las historias que les había tocado vivir. He podido acompañar a muchas
de estas personas en sus procesos de entenderse a sí mismos y cambiar las
consecuencias de esas experiencias. De sus dudas y dificultades ha ido
surgien-do una manera de entender los problemas psicológicos que se
derivan de experiencias traumáticas, y las áreas a trabajar para resolverlos.

Las áreas teóricas que más peso han tenido en mis planteamientos son las
teorías sobre la disociación y el trauma complejo que, siendo este libro
divulgativo, no he querido pararme a detallar.

Una descripción más pormenorizada, con numerosas referencias a todos los


autores de este campo, esta incluida en otros textos como Trastornos
Disociativos y Trastorno de Identidad Disociativo, así como EMDR y
Disociación, el Abordaje Progresivo, los dos últimas publicados junto a mi
compañera Dolores Mosquera.

La terapia EMDR me abrió a la perspectiva del trauma y la disociación.


Desde esta terapia se entiende que los problemas actuales se derivan de
experiencias adversas que nuestro cerebro no ha podido procesar. Dichas
experiencias no asímiladas continúan condicionando, muchas veces sin
conciencia de ello, nuestro modo de estar en el mundo. Esta idea básica esta
presente en todo el texto, donde estaremos relacionando constantemente los
patrones de funcionamiento presentes con elementos de la historia pasada.

Previamente mi formación se había basado en la terapia de grupo, la terapia


familiar sistémica y la terapia cognitivo-analítica para trastornos de
personalidad. Todos estos enfoques me ense-6

No soy yo

ñaron la importancia de las relaciones tanto en el desarrollo de problemas


psicológicos como en la forma en la que los gestiona-mos.
En los últimos años el campo de la regulación emocional ha venido a
encajar con el trabajo con trauma, apego y disociación.

Con mis compañeras Lucía del Río y Ania Justo, hemos trabajado en la
investigación de la relación entre disociación psicológica y somática,
regulación emocional y psicosis. Las reflexiones sobre estos temas también
han enriquecido este libro.

Anabel González
1. INTRODUCCIÓN
Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una
cosa: la libertad de elegir como responder a esas circunstancias. Viktor
Frankl.

Sara tiene dolores de cabeza, que según los médicos son ten-siónales. Sin
embargo, a ella no le encaja porque no los relaciona con ninguna situación
que la preocupe ni ocurren precisamente cuando se encuentra nerviosa.
Marcos de vez en cuando pierde el control. No es que tenga mal carácter,
pero es cierto que determinadas cosas le hacen saltar como un resorte, y
luego se siente muy mal por lo que ha hecho. Lucía sufre depresiones desde
siempre, pero su estado de ánimo ha empeorado mucho en los últimos años.
Desde que recuerda ha tenido tendencia a ser una persona negativa,
pesimista, y a no valorarse en absoluto. ola empujan a hacer cosas que no
quiere hacer. Josefa es el pilar de su casa, la mujer fuerte de la familia, y
siempre se hace cargo de los problemas de cuantos la rodean. Darío vive en
una angustia permanente, atormentado por recuerdos constantes, que le
hacen sentirse como si estuviera ocurriendo todo otra vez. Pedro no cree
que tenga ningún problema, pero su mujer le recrimina que no es cariñoso
con ella, y que no hay modo de llegar a él.

¿Qué tienen en común todas estas personas? Sus situaciones parecen bien
diferentes, y probablemente si han consultado a un profesional de la salud
mental, hayan sido diagnosticados de patologías muy diversas. Sin
embargo, sus problemas se derivan de experiencias traumáticas, ocurridas
en etapas muy sensibles de sus vidas, que pueden ser prolongadas y graves.
También, como consecuencia de sus historias, la forma en la que regulan
sus emociones esta alterada. Cada uno ha reaccionado ante lo que les ha 8

No soy yo

ocurrido de maneras como vemos muy variadas, muchas de ellas polos


totalmente opuestos. Algunos, como Sara o Pedro, se han desconectado
tanto de sus emociones que ya no las perciben.
Otros, como Sofía o Darío, viven desbordados por las suyas. Ambos
extremos son un problema, porque les impiden entender y modular sus
estados emocionales para qué les ayuden a funcionar mejor en las
situaciones de su vida.

Otro elemento común a todas estas personas es que están en un conflicto


permanente consigo mismos. Lucía se tortura constantemente, Marcos trata
de controlar sus reacciones y se avergüenza de sí mismo cuando se
producen, Darío se pelea con sus recuerdos, Josefa nunca siente que haga lo
suficiente, María y Clara no saben siquiera definir quiénes son... Todos
ellos rechazan aspectos de sí mismos, rasgos de carácter, los recuerdos que
les asaltan, las voces que oyen, sus emociones. Son cosas que no quieren
pensar, que no quieren sentir, que no quieren hacer, partes de su
personalidad con las que no se identifican, que no quieren ser. Este
conflicto consigo mismos está muy presente en sus vidas y consume gran
parte de su energía. Lejos de resolver sus problemas, la pelea interna es una
parte nuclear de ellos.

En lo que veremos mucha diferencia en todos estos casos es en el nivel de


conciencia sobre lo que les ocurre y sobre el origen de sus dificultades.
Probablemente si preguntamos a muchos de ellos, algunos relacionarán sus
síntomas con las circunstancias de su biografía que contribuyeron a que se
desarrollaran, pero muchos no encontraran explicación para lo que les pasa.
Como veíamos, en algún caso la persona ni siquiera cree tener un problema,
son los demás los que lo ven. Es posible que piensen que sus experiencias
no fueron para tanto o que el pasado está totalmente superado. Veremos
todos estos aspectos a lo largo de los distintos capítulos.

Viktor Frankl fue un neurólogo y psiquiatra austriaco que so-brevivió a los


campos de concentración nazis. Como él muchas 9

Anabel González

personas han pasado por experiencias traumáticas que siguen influyendo


profundamente en su relación con los demás, consigo mismos y con el
mundo, aunque esos traumas puedan no ser tan evidentes como los de
Frankl. De hecho, con los grandes conflictos bélicos del pasado siglo, el
estudio del trauma empezó a tener mayor importancia a nivel científico. Se
hizo más evidente cómo podía influir en el desarrollo de problemas
psicológicos, que persistían durante muchos años, y que en muchos casos
no se resolvían por sí solos. Empezaron a desarrollarse así tratamientos
específicos para las situaciones traumáticas, y se ha ido entendiendo cada
vez mejor su papel.

Además del impacto de las guerras, en las últimas décadas ha ido cobrando
también importancia el estudio de la violencia que ocurre dentro de las
familias, sobre todo hacia las mujeres y los niños. Estas son otro tipo de
guerras, muchas veces con bombas que no se oyen y heridas que no se ven,
pero cuyas consecuencias tanto a corto como a largo plazo pueden ser
devastadoras.

Este libro trata sobre las consecuencias psicológicas de todas estas


experiencias, pero fundamentalmente como decía Frankl, sobre nuestra
libertad de elegir lo que hacemos con ellas. Un elemento esencial para
poder tomar decisiones es entender el problema, aumentar nuestra
conciencia de lo que sucede tanto fuera como dentro de nosotros y analizar
las opciones disponibles. Por ello, muchos de los capítulos se centrarán en
la comprensión de las consecuencias de las experiencias adversas en el
funcionamiento mental. Pero además de entender, hemos de implicarnos
activamente en cambiar lo que nos sucede. Las situaciones negativas graves
y mantenidas generan patrones rígidos de funcionamiento que es importante
interrumpir y modificar. Han de romperse de modo intencionado y activo
las inercias que nos tienen estancados en lugares en los que no nos gusta
estar.

10

No soy yo

¿Qué entendemos por trauma?

No existe un consenso entre los profesionales respecto a que tipo de


experiencias han de ser consideradas traumáticas. Está claro que estar a
punto de morir en un accidente grave, sufrir un atraco, o las catástrofes
como perder lo que tenemos en un terre-moto, un incendio o una
inundación, son circunstancias potencialmente traumatizantes. Sin embargo,
estas no son las situaciones más dañinas a nivel psicológico.

El ser humano tiene una asombrosa capacidad de adaptación y de


supervivencia. Pero, a diferencia de otras especies animales, nuestro
afrontamiento de lo que nos sucede tiene mucho que ver con las relaciones.
Sobre todo en el largo periodo que va desde nuestra concepción hasta la
vida adulta, los humanos somos dependientes de nuestros cuidadores. Nos
desarrollamos en el vientre de nuestra madre, y establecemos vínculos de
apego para protegernos del entorno y poder seguir desarrollándonos
emocional y físicamente. Evolutivamente esto nos ha permitido alcanzar
como especie unos niveles de funcionamiento muy elevados. Pero nuestra
mayor fuerza es también nuestra mayor vulnerabilidad, ya que somos
altamente dependientes de las personas que nos cuidan mientras crecemos.
Aún de adultos, los seres humanos nos movemos siempre en el ámbito de
las relaciones. Por ello nada puede traumatizarnos más que otro ser
humano.

Las consecuencias de catástrofes naturales o accidentes pueden ser graves,


pero los traumas de tipo interpersonal son más dañinos, y producen
trastornos más profundos en la identidad y las creencias del individuo.
Estos traumas interpersonales graves, y en especial los que suceden en las
primeras etapas del desarrollo, o los que se generan dentro de las relaciones
de intimidad, dan lugar a cuadros clínicos que han sido englobados en el
concepto de trauma complejo. Aunque este término no existía hasta ahora
como diagnóstico en las clasificaciones internacionales, muchos autores
habían descrito previamente cómo nos afectan 11

Anabel González

este tipo de experiencias (1, 2). De hecho, es la contradicción entre una


realidad que nos hace daño y nuestra tendencia a recurrir a los demás lo que
nos resulta más complejo de asímilar. Señalan algunos autores que el
elemento central del trauma es la traición por parte de aquellos en los que
hemos puesto nuestra confianza (3). Como animales sociales que somos,
crecemos en grupos en los que nos sentimos seguros y protegidos, y
seguimos forman-do parte de redes de apoyo en la vida adulta. El daño que
viene de fuera de esos vínculos entra dentro de lo esperable. Pero que sean
aquellos en los que busquemos cuidado los que nos hieran o nos ignoren,
queda fuera de la programación que la evolución ha dejado en nuestro
cerebro. Por ejemplo, si hemos sufrido un accidente de coche, puede que el
momento que se nos quede más grabado sea la falta de consideración y de
ayuda de la policía al llegar al lugar de los hechos, o vernos en el hospital
tirados en una camilla sin que nadie nos diga lo que pasa. O si un familiar
ingresa en urgencias con un problema grave, nuestra cabeza se queda dando
vueltas a una palabra poco considerada por parte del médico. Cuando
esperamos ayuda de una figura que ocupa un lugar simbólico, sobre todo
cuando estamos en una posición vulnerable, un gesto hostil o la falta de
atención puede hacer que algo en nuestro interior se rompa.

Por todo ello, las historias de maltrato o abandono intrafami-liar suelen


generar traumas más complejos. Se causa un daño a los individuos más
vulnerables del grupo que conforma un hogar, donde se supone que la
persona tiene un refugio frente al mundo.

También experiencias como vivir una guerra, un secuestro o confi-namiento


prolongado, o vivir con una pareja que nos maltrata física o
emocionalmente, pueden dar lugar a cuadros en los que toda la personalidad
se ve afectada. No es solo un recuerdo que no se puede asimilar, es la
ruptura de nuestras creencias sobre nosotros mismos, los demás y el mundo
que nos rodea.

Algunos autores han hablado además de los denominados traumas ocultos


(4). Se trata de pequeñas experiencias cotidia-12

No soy yo

nas, que podríamos considerar de poca importancia, “cosas que pasan” en


todas las familias. Tienen que ver con la falta de reconocimiento, con una
respuesta inadecuada a las emociones del otro, la manipulación, o la
ausencia de apoyo en la sensible etapa de la infancia. Muchas de estas
situaciones se asocian al concepto de apego, que es la búsqueda de
protección en los cuidadores de los que dependemos cuando somos niños, y
que trasladamos en la edad adulta a las personas con las que establecemos
lazos afectivos. El estilo de apego saludable se ha denominado seguro o
autónomo, y se caracteriza por un vínculo sintónico, equilibrado y
coherente entre el niño y el cuidador. Si hay demasiada distancia o excesiva
preocupación, hablaremos de apego inseguro. En el extremo de la
inseguridad aparece el miedo, y el apego se desorganiza. Así como un estilo
de apego seguro nos protege frente a lo que nos venga en la vida, los estilos
inseguros o desorganizados van a interferir en nuestro modo de funcionar
tanto con los demás como con nosotros mismos.

La influencia de estos eventos traumáticos tempranos puede ser diferente,


dependiendo de la etapa en la que se producen (5). Cuando se acumulan
muchas experiencias adversas graves y los vínculos de apego con los
cuidadores son desorganizados, se produce un fenómeno psicológico
denominado disociación (ó). La disociación es un concepto complejo, no
del todo bien definido, que incluye aspectos como la dificultad para
recordar un suceso; la desconexión del cuerpo, las emociones o el entorno;
o síntomas corporales diversos. Para algunos autores, lo más característico
de la disociación es la fragmentación de la personalidad y de la identidad
(7). La persona que ha experimentado graves traumas interpersonales esta
muchas veces en una constante lucha contra sí misma, evitando los
recuerdos de lo sucedido, rechazando aspectos de su personalidad con los
que no se identifica. Puede sentir, pensar o hacer cosas muy distintas de lo
que querría, sentir cierta extrañeza respecto a su forma de funcionar en
algunas situaciones o vivir en una permanente contradicción. No ha desa-13

Anabel González

rrollado una visión integrada de si misma, y muchos aspectos de su


funcionamiento mental no serán aceptados, regulados y modulados
adecuadamente.

La sintomatología disociativa se produciría por tanto en situaciones más


extremas de traumatización compleja y apego desorganizado (8). Pueden
presentarse lagunas de memoria en el día a día o respecto a experiencias
pasadas. Las sensaciones internas o externas se perciben con extrañeza o
distanciamiento, y el comportamiento es vivido como automático o
mecánico. Muchos pensamientos, sentimientos o acciones no se reconocen
como propios, llegando a veces a percibirse en forma de voces. Puede haber
tanto cambios marcados de personalidad como un control rígido de
emociones y conducta. Algunos síntomas son físicos, de tipos muy
diversos, incluyendo parálisis, movimientos involun-tarios, alteraciones de
la sensibilidad, perdida de percepciones como la vista o el oído, y muchos
otros. Algunas personas tienen estas experiencias durante un suceso
traumático. Por ejemplo, se ven desde fuera del cuerpo durante una
agresión, o se les borra parte de la experiencia. Otras veces, los síntomas
reaparecen mucho después de terminado lo que los genera, por ejemplo,
surgen de modo muy limitado en respuestas a situaciones vividas en la
infancia, y se manifiestan más clara e intensamente en la edad adulta.

Estos síntomas se combinan con las manifestaciones más generales del


trauma complejo, como la alteración profunda en las creencias sobre uno
mismo y sobre el mundo, problemas con la regulación emocional y de los
impulsos, conductas autodestruc-tivas, dificultades para llevar bien la
intimidad, alteraciones en la percepción de los demás, idealización de las
personas que causa-ron el daño y problemas médicos.

En cualquiera de sus formas de presentación, es importante que entendamos


la relación entre los problemas actuales y la historia en la que se generaron.
También hemos de comprender por 14

No soy yo

qué, a pesar de que esos problemas nos angustien y queramos cambiarlos,


se mantienen en el tiempo. La sensación de sentirse incomprendidos y la
dificultad para entender lo que les ha tocado vivir, es frecuente en las
personas que han crecido en entornos traumáticos. Por un lado, les ha
faltado el sentirse mirados con la aceptación incondicional que todo niño
necesita. Por otro, el mundo que les rodea ha estado muchas veces plagado
de contradicciones y paradojas, o nadie le ha dado sentido a lo que les
ocurre.

Como resultado de estos aprendizajes, tanto en la infancia como en la edad


adulta, tendrán grandes dificultades para entenderse, aceptarse y dar una
respuesta equilibrada a sus necesidades.

Por todo ello, el objetivo central de este libro es ayudar tanto a pacientes
como a profesionales a comprender por qué se desarrollan y se mantienen
estos problemas. La mirada hacia uno mismo, y la capacidad de conectar
con los demás, configurada inicialmente para adaptarse a un contexto hostil,
ha de reformu-larse por completo. Hemos de aprender a mirarnos con ojos
nuevos. Nuestra perspectiva sobre los demás y sobre el mundo ha de
evolucionar y flexibilizarse. Si conseguimos entender, podremos empezar a
cambiar.

15

Anabel González

2. CAMBIAR DE AUTOMÁTICO A MANUAL

Deberíamos dedicarnos a desaprender gran parte de lo aprendido y


aprender lo que no se nos ha enseñado. Ronald Laing.

Juan consiguió sobrevivir a una guerra que había durado muchos años, de
hecho había empezado mucho antes de que él naciera. Generaciones de sus
antepasados llevaban décadas luchando sin que nadie supiese decir cómo
empezó aquel conflicto ni por qué continuaban peleando. Ese fue el mundo
en el que le tocó crecer, y hasta que se fue a otro país, ni siquiera sabía que
existiese un lugar diferente.

En la guerra desarrolló muchas habilidades. Aprendió a buscar los sitios


menos peligrosos, pero como además ninguno era suficientemente seguro,
adquirió esa habilidad de dormir sin dormir, siempre con su arma junto a él,
y con una alerta mental que le avisaba del más mínimo ruido o movimiento.
También desarrolló un sensor para la gente, detectando cualquier gesto o
actitud sospechosa en ellos. Sin confianza no hay posibilidad de traición.
Esta capacidad le salvó la vida muchas veces.

Juan tuvo que volverse experto en tácticas de combate.

Aprendió a pelear como nadie, y no tenía problema en hacerlo ante la


mínima provocación. Es mejor golpear antes, que darle tiempo al otro para
hacerlo. También sabía correr, y gracias a ello consiguió librarse de un
grupo que le atacó. Se escapó a tal velocidad por el bosque, durante horas,
que los dejó atrás. Su mayor habilidad era que podía quedarse totalmente
inmóvil, congelado como una es-tatua, casi sin respirar. Así pasaban
rozándole sin detectarlo. Una vez se hizo pasar por muerto, y ni siquiera
sintió el dolor cuando le dispararon para comprobar si lo estaba. Cuando le
capturaron y estuvo meses retenido por un grupo armado, consiguió pasar
desapercibido bajando siempre la cabeza y esquivando miradas 16

No soy yo

directas. Obedeció todas las órdenes, e incluso llegó a volverse


imprescindible para sus captores encargándose de otros prisione-ros. Hacía
tareas más allá de lo que le pedían, se comportó como un preso modelo, lo
que le hizo esquivar muchos castigos y pena-lidades. Cuando se confiaron,
logró escapar.

Podía ver todas estas situaciones sin que le afectaran, y fueron tantas que
desarrolló una anestesia permanente. Ya no sentía, ya no había dolor, ni
miedo, ni tristeza. Lo único que ocupaba su mente era cómo sobrevivir a
cada día, a cada momento. El sufrimiento era un lujo que no se podía
permitir.

Juan tenía solo 18 años cuando se subió al barco que le lleva-ría a un país
distinto, dejando la guerra tras de sí. Emocionalmente, sin embargo, se
sentía a la vez como un anciano sin fuerzas, y como un niño que no había
tenido oportunidad de crecer.

Se incorporó a este nuevo mundo, pero todos sus sistemas de adaptación


estaban preparados para el antiguo, y ni siquiera se daba cuenta de que
debía desactivarlos. El motor de los coches le hacía llevar la mano a la
cintura buscando su arma. Cuando oía ruidos fuertes tendía a meterse
instintivamente detrás de algo. No podía relacionarse con nadie, porque
cuando un vecino le saluda-ba en el ascensor, o cualquiera trataba de
establecer conversación con él, reaccionaba de malos modos. Realmente
poca gente se le acercaba, porque su cara siempre reflejaba tensión y
desconfianza. Aunque este nuevo lugar no tenía peligros de tanta
envergadura, ni tan constantes como su país de origen, Juan seguía
reaccionando con las mismas respuestas automáticas que tantas veces le
habían salvado la vida. Una conversación tranquila en una cafete-ría, la
sonrisa de la panadera, el parque en el que la gente paseaba despreocupada,
eran experiencias que no llegaban hasta él. La vida no podía atravesar todas
las corazas que le habían protegido tan eficazmente del daño. La anestesia
seguía ahí tapando todas las sensaciones, impidiéndole sentir la brisa o la
luz del sol en la cara. Solo las cosas que activaban su alerta - que eran
muchas -

17

Anabel González

generaban la única sensación de la que era consciente: la que le avisaba del


peligro. Mirar a los ojos de la gente siempre le producía una incomoda
sensación, como una tensión de fondo que aumen-taba si sostenía la mirada.
Por eso siempre la esquivaba.

En ocasiones venían los recuerdos, con sensaciones intensas, inasumibles,


que a veces se colaban en sus sueños. Casi siempre conseguía controlarlos,
apartarlos, aunque para ello tuviese que mantenerse en una tensión
constante. Eso se había grabado en su mente desde pequeño: relajarte puede
costarte la vida. También había aprendido que los territorios desconocidos
son inciertos, así que repetía sus rutinas de modo rígido y automático.
Había asímilado muchas cosas que fueron vitales durante muchos años, y
que se habían convertido en su modo de funcionamiento. Aunque sabía que
la guerra había terminado, su yo profundo seguía viviendo allí, y su
organismo reaccionaba como si nunca se hubiese alejado de los peligros de
aquel lugar. No se daba cuenta de que estaba en otro sitio, en otras
condiciones, de que las referencias de su antiguo mundo no funcionaban
aquí, de que se estaba perdiendo muchas cosas que no solo no eran dañinas,
sino que eran buenas y valiosas. Juan se estaba ahogando dentro de las
corazas que tanto le habían protegido. Ahora eran esas mismas corazas las
que no le estaban dejando vivir su vida. Caminaba por el nuevo mundo con
los mapas del antiguo, hablando con sus nuevos con-ciudadanos en el
idioma de sus viejos compatriotas. Su anestesia emocional era tan grande
que no le dejaba darse cuenta de que todo esto se estaba produciendo, y el
paso del tiempo no parecía estar mejorando las cosas. Solo podemos
cambiar aquello de lo que somos conscientes.

Mientras estamos atravesando una situación difícil, nuestro sistema se


dedica a superar el problema. Si el problema en cuestión no puede
resolverse con los medios de que disponemos, nos centraremos en salir del
paso. Si las circunstancias se vuelven abrumadoras, nos conformaremos con
seguir en pie y caminar hacia delante. La mayor parte de este
funcionamiento es automá-18

No soy yo

tico, y lo es más aún cuando estamos ante situaciones en la que percibimos


amenaza, porque ahí no hay tiempo para analizar. La supervivencia pasa a
ser lo prioritario, y nos movemos a nivel de reacciones instintivas.

Un soldado en la batalla depende totalmente de esta capacidad básica de


supervivencia. Ha de estar alerta, priorizar la de-tección de amenazas y
afinar sus sistemas defensivos. En medio del peligro hay que actuar antes de
pensar, y hacerlo con acierto.

En estas reacciones no somos muy distintos de otras especies animales, que


en el medio natural han de luchar por mantenerse vivos. De hecho estas
reacciones se ponen en marcha desde las partes más primitivas de nuestro
cerebro, partes que compartimos con especies menos evolucionadas como
los reptiles. Ante la amenaza, esto es lo más rápido, lo más efectivo. El
problema viene cuando estos sistemas automáticos han de mantenerse
mucho tiempo, y se convierten en patrones. Con el tiempo, estos patrones
acaban activándose fuera del contexto para el que fueron diseñados.
Reaccionaremos ante situaciones inofensivas o menores como si
estuviésemos ante una amenaza vital. En este caso, funcionaremos siempre
en modo alerta, agotando nuestros recursos innecesariamente. Esto sería
equivalente a tener una alarma en casa que se disparase cada vez que una
mosca se cuela por la ventana, ¿nos protege bien esta alarma de posibles
ladrones?

La experiencia bélica es una de esas situaciones de trauma interpersonal


grave que pueden dar lugar a los síntomas de la traumatización compleja y
la disociación. Pero esta no es la única guerra en la que los seres humanos
participan. Quizás la más terrible de las batallas es la que lidian muchos
niños que se ven abocados a crecer en un entorno familiar hostil. Estos
contextos adversos no hacen referencia solamente al maltrato físico o al
abuso sexual, sino a cuidadores deprimidos, enfermos o con dificultades
para entender, atender y cuidar a los que dependen de ellos. Cuando una
madre sufre un trauma importante durante los dos primeros años del
nacimiento de su hijo (9), puede alterarse de modo impor-19

Anabel González

tante el vínculo con ese niño, afectando a su desarrollo psicológico


posterior.

Además, las características de la mente humana introducen otros factores de


complejidad. Fijémonos en que el soldado Juan despliega un amplio
abanico de sistemas defensivos. Estos sistemas se van activando según lo
requieren las circunstancias, para ajustarse a las necesidades del momento.
Cuando puede pelear, porque se enfrenta a un enemigo con las mismas
armas, se enfrenta. Si no puede pelear, sale corriendo. En el medio natural,
los animales hacen lo mismo. Un oso y un león pueden luchar porque sus
fuerzas son equiparables. Si tras atacarse mutuamente, el león toma la
delantera, el oso no se avergüenza de salir corriendo. Los seres humanos
probablemente si sentiríamos vergüenza, aunque sepamos que escapar era la
mejor opción de cara a la supervivencia. Nuestras creencias, nuestras
normas sociales y morales, inter-vienen en la elaboración posterior de lo
que ha ocurrido, pudiendo influir en que nos cueste asímilar una situación
en la que no hemos peleado y vencido, y que nos llamemos cobardes y nos
sintamos mal con nosotros mismos.

Pero el instinto de defensa no se acaba en la lucha y la huida.

Estos dos sistemas implican hacer algo, pero ¿qué hacer cuando no se puede
hacer nada?, ¿cómo protegernos cuando nos ataca un depredador y no hay a
dónde escapar? En la naturaleza, de nuevo, todo es mucho más sencillo. En
una manada de leones, todos bajan la cabeza ante el jefe, a menos que
crezcan lo suficiente como para plantarle batalla. Ningún cachorro osaría
intentarlo.

Sin embargo, si siendo niños nos amenaza un profesor, un niño de más edad
o más envergadura, o alguien de nuestra familia, es posible que nos
sintamos mal con nosotros mismos por bajar la cabeza y evitar la mirada,
dos estrategias muy útiles y sensatas para la supervivencia. Nuestro
organismo escoge desde su sabiduría instintiva la reacción que mejor nos
puede proteger en esas circunstancias. Pero nuestros pensamientos no nos
perdonan por ello, y nos dicen que “no hemos hecho lo suficiente”. Esta
creen-20

No soy yo

cia nos puede acompañar toda la vida, e influir posteriormente en


numerosas circunstancias.

Por último, en situaciones sin salida, sin opciones, como cuando un


depredador acorrala a una presa, muchos animales se quedan inmóviles, y
entran en un estado de muerte aparente, que desanima al atacante. Los
depredadores han aprendido de la evolución que las presas que no se
mueven han de ser desechadas, de ese modo no corren el riesgo de ingerir
animales muertos y potencialmente contaminados. Por ello ante la duda,
quedarnos quietos puede ser crucial, y nuestro organismo lo sabe. Al
soldado Juan este instinto de supervivencia le salvó la vida. Pero al igual
que cuando nos sometemos ante los que nos humillan, no reaccionar nos
puede parecer una reacción de segunda categoría. Lo que dicen los cuentos
infantiles y las películas, es que los héroes épicos no son los se quedan
paralizados o agachan la cabeza, sino aquellos que vencen contra todo
pronóstico. O peor aún, las personas admirables son las que mueren en una
batalla que el sentido común decía que estaba perdida de antemano, porque
anteponen sus ideales a la lógica elemental de la supervivencia.

Los seres humanos introducimos cambios en los sistemas naturales que a


veces son escasamente funcionales. Pero la sabiduría de la naturaleza es
mucho más simple. Si leyendo este capítulo nos estamos planteando “es
cierto, aquella vez ¿por qué no peleé para defenderme?”, la respuesta
probablemente será “porque mi organismo sabía mejor que yo lo que tenía
que hacer”. La evolución le ha enseñado a nuestra especie que muchas
veces, no hacer es mejor que hacer; que la defensa más sabia no es un buen
ataque, sino la ausencia de todo movimiento. Entender que no haciendo
nada nos estamos defendiendo resulta muchas veces complejo para las
personas que han vivido situaciones abrumadoras ante las que
experimentaron parálisis o bloqueo.
Como decíamos antes, los recursos necesarios para la supervivencia no son
los que encajan en la vida cotidiana. Cuando hemos tenido que pasar mucho
tiempo centrados en la defensa, 21

Anabel González

no resulta nada fácil reprogramar nuestro sistema. La tendencia a tirar para


adelante, funcionar en automático, y resolver la historia no pensando más
en ella, es muy poderosa. En su momento hacer esto fue como nuestra tabla
de salvación, y no somos conscientes de que una vez salimos del mar
después de un naufragio, esa tabla que nos salvó la vida pasa a ser
innecesaria e incómoda. Si nos vamos con ella a desayunar, a dormir o a
trabajar, dejará de ser una solución y pasará a ser un problema. Trasladar un
sistema que es eficaz en un contexto concreto a todo tipo de situaciones lo
vuelve ineficaz, o puede producir un beneficio a corto plazo y sin embargo
tener consecuencias negativas a la larga. Además, la desconexión que nos
ayuda a mantenernos en pie, hace que nuestra conciencia sobre todo esto
sea incompleta o nula. Es frecuente que más adelante se presenten síntomas
psicológicos o médicos, aparentemente sin relación con la historia previa.
Incluso cuando la persona entiende el origen del problema, se preguntará si
vale la pena embarcarse en un largo proceso de terapia que implique
remover el difícil y doloroso pasado, cuando lo que realmente querría es no
volver a pensar en ello nunca más.

Otra repercusión que tienen las situaciones adversas mantenidas es que


estos sistemas defensivos instintivos, al automatizarse y mantenerse en el
tiempo, acabaran activándose de forma indis-criminada. Por ello, más
adelante podrán aparecer en situaciones en las que ya no encajan tan bien.
Ya tendremos más edad, o estaremos frente a alguien contra quien sí nos
podríamos enfrentar, o tendremos opciones para salir de una situación, pero
nuestro sistema ya no sabrá escoger. Siempre recurrirá a las respuestas que
funcionaron en su momento, pero que ahora no sirven, o puede que incluso
resulten contraproducentes. En cualquier caso, siguen siendo intentos de
reacción, los que nuestro organismo consigue poner en marcha.

Lo cierto es que si no nos paramos en ningún momento a curar nuestras


heridas, continuarán abiertas, y el dolor se quedará dentro de nosotros para
siempre. Nuestro organismo seguirá en 22
No soy yo

estado de alerta, porque la noticia de que el peligro ha pasado no ha llegado


hasta lo más profundo de nosotros. Los sistemas de protección estarán
bloqueados, reaccionarán rígidamente sin adaptarse a las situaciones que
vivimos. La anestesia emocional con la que nos protegimos del dolor, nos
hará pensar que lo tenemos superado o que no fue tan importante. Quizás
pensemos que recuperar un funcionamiento normal es demasiado costoso,
que reconectar con esas emociones y sensaciones profundamente enterradas
supone un sufrimiento innecesario. Pero no hacerlo equivale a saber que
tenemos en el jardín de nuestra casa una mina antipersona. Creemos que
con no pisar por la zona donde está enterrada será suficiente. Un día, sin
embargo, podemos tropezar y caer encima. Y aunque esto no suceda, nunca
podremos disfrutar realmente de nuestro jardín.

23

Anabel González
3. REAPRENDIENDO A SENTIR
Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y com-
prenda la vida, no puedo tocarla. Fernando Pessoa.

Cuando nos hacemos daño muchas veces no nos damos cuenta en el


momento, sino cuando más tarde paramos la actividad que estamos
realizando y redirigimos la atención a observar cómo nos encontramos. Si
el daño es continuado, prestar atención a cómo nos sentimos es un lujo que
no nos podemos permitir y la desconexión pasa a ser un patrón habitual de
funcionamiento.

En los contextos de problemática interpersonal ocurre lo mismo y

- a mayores - es habitual que los que nos rodean no sean capaces de darse
cuenta de cómo nos sentimos ni de ayudarnos a entender nuestras
reacciones. Esta falta de sintonía del entorno refuerza aún más nuestra
desconexión.

Incluso cuando las personas parecen tener emociones intensas y


desbordadas, pueden tener dificultades para acceder o asumir algunas
emociones específicas. Un niño que crece en una familia con altos niveles
de violencia, probablemente no gestionará bien su propia rabia, aunque
puede coger dos rutas opuestas. Una es el descontrol de esa rabia, el
funcionamiento impulsivo, si algo la activa no le ponemos freno. La otra es
un intento de contener o enterrar esa gama de emociones, lo que llevara a
dificultades para decir las cosas de modo firme, para decir que no, o para
pedir lo que necesita. Cuando el cuidador esta deprimido, el niño no puede
manifestar su propia tristeza, y si la nota, la tristeza que ve en su madre o su
padre le recordará la dolorosa distancia que esta crea en su vínculo con esa
figura. Una vergüenza o un asco inconfesa-bles, pueden llevar a una
evitación activa de estas emociones.

No solo las emociones negativas pueden tratar de evitarse o suprimirse.


También el placer o la felicidad pueden temerse o 24
No soy yo

censurarse, bien porque son muy ajenos a la experiencia vital de la persona,


o bien porque esta siente que no los merece. A veces no ha habido
momentos agradables compartidos con los cuidadores en las primeras
etapas de la vida, porque estos no se encontraban bien, o porque ellos
mismos no disfrutaban de las cosas. En este último caso, las sensaciones
positivas se hacen extrañas, y con frecuencia son un recordatorio de algo
que la persona siente que debería haber tenido y que no tuvo.

Las emociones y sensaciones físicas son nuestros sensores.

Atenuarlos nos anula nuestras referencias sobre lo que ocurre y cómo nos
afecta, sobre lo que necesitamos y cómo conseguirlo.

Vamos a ciegas, sin acceso a nuestra intuición y funcionando solo en base al


manual de instrucciones del razonamiento lógico. Un razonamiento que está
además muy distorsionado por las mismas creencias generadas en los
contextos traumáticos que dieron lugar a la desconexión.

Una parte importante del proceso de recuperación es reconciliarnos con


nuestras emociones y darnos cuenta de los recursos que tenemos para
regularlas. Las emociones no son ni buenas ni malas, cada una de ellas tiene
una función sana, y cuando todas trabajan en equipo es cuando mejor
vamos a movernos en las distintas situaciones. A veces puede costarnos
entender para qué sirven determinadas emociones, sobre todo las
desagradables, pero ninguna de ellas existiría si no cumpliera una función
esencial para los seres humanos. Veamos a continuación los distintos tipos
de emociones y sentimientos - elementos algo más complejos que las
emociones - y sus principales funciones.

¿Para qué sirve el miedo?

El miedo nos protege. Gracias al miedo nuestro organismo se activa para


reaccionar ante el peligro. La respuesta de miedo es 25

Anabel González
automática, y nos pone a salvo, nos hace escapar de una amenaza antes aún
de que nos paremos a pensarlo. Cuando el miedo es proporcionado a la
situación que tenemos delante, es un importante recurso.

El miedo se convierte en un problema cuando se activa ante todo y en todo


momento. Esto ocurre a veces porque se nos queda literalmente “el miedo
metido en el cuerpo”. Si estamos ante una situación que nos asusta, pero no
hay posibilidad de salir de ella, tampoco podemos descargar esa reacción de
miedo. Cuando nos llevamos un susto y pasa el peligro, a veces temblamos
o lloramos, nos da un bajón: el cuerpo “suelta” así el miedo, y podemos
pasar a otro estado emocional. En situaciones sin salida, esta descarga no
puede realizarse, y la reacción se queda bloqueada, reac-tivándose en
situaciones parecidas. Puede convertirse también en un estado de alerta
permanente, de hiperactivación, que nos hace estar siempre en tensión, sin
poder relajarnos ni descansar.

¿Para qué sirve la rabia?

La rabia es una emoción que tiene mala prensa, pero en realidad tiene
mucho que ver con nuestro instinto de supervivencia.

Junto con el miedo son además las dos reacciones de protección activa, las
que se ponen en marcha a nivel instintivo en primer lugar. Si nuestro
oponente nos supera en fuerza, esta reacción es bloqueada por el organismo
automáticamente. Un perro puede pelear con un gato, pero saldrá corriendo
ante un león. Esta rabia, una emoción orientada a salir para fuera, a luchar
contra la amenaza, se queda “metida dentro” y se convierte en síntomas.

En no pocos casos, esta rabia bloqueada es además rechazada cuando, por


ejemplo, hemos vivido junto a una persona muy violenta o crítica, en la que
veíamos constantemente una rabia desbocada y mal encauzada, cuyas
consecuencias sufríamos no-26

No soy yo

sotros o personas a las que queríamos. Pensamos que es la rabia en sí - y no


lo que esas personas hicieron con la suya - lo que es malo. Nos decimos “no
quiero ser así”, “no quiero sentir esto”.
Esta rabia que no dejamos salir de un modo sano se nos vuelve en contra y
se convierte en autorreproches o rechazo hacia nosotros mismos. Al no
mostrarla nunca, somos además mucho más vulnerables, incapaces de decir
que no y de pedir lo que necesitamos, lo que alimenta el ciclo del malestar.

¿Para qué sirve el cariño?

El cariño es más un sentimiento complejo que una emoción básica. La


tendencia a establecer una relación afectiva con las demás es innata al ser
humano. Pero cuando nuestros primeros vínculos han sido problemáticos,
han estado teñidos de preocupación o se han caracterizado por la distancia o
la ausencia, querer a alguien puede vivirse como peligroso o hacernos sentir
inseguros. Podemos evitar vincularnos o sentirnos muy mal cuando un
vínculo se hace demasiado estrecho. Podemos sentir siempre la conexión
con los demás como algo angustioso y generador de sufrimiento, o
convencernos de que no necesitamos sentir amor ni afecto por nadie.

Como decíamos antes, sentir emociones en principio “positivas” puede ser a


veces más difícil que notar las “negativas”. Esto también depende de si
tenemos experiencias en la infancia de haber compartido momentos
positivos, de haber disfrutado, jugado, reído, con alguno de nuestros
cuidadores. Estos momentos son la base para que luego podamos disfrutar
en general de las emociones relacionadas con el afecto y con la alegría.
También nos puede pasar que si sentimos la carencia de estas emociones
cuando éramos niños, como adultos experimentemos una necesidad
desesperada de afecto, pidiendo a nuestras relaciones actuales no aquello
que razonablemente nos pueden aportar, sino “todo lo que 27

Anabel González

nos faltó” de pequeños. Esto da lugar a reacciones desproporcionadas y


numerosos problemas en las relaciones.

¿Para qué sirve la tristeza?

Los seres humanos somos por naturaleza animales sociales.


Vivimos en grupos y nos conectamos en redes de relaciones. Los niños
necesitan durante años a sus cuidadores, y por ello los vínculos tempranos
son vitales para que crezcamos de modo sano.

Esta vinculación está además potenciada por una sensación que


experimentamos ante la pérdida de las figuras por las que sentimos afecto:
la tristeza. Si no experimentásemos tristeza cuando perdemos a personas o
situaciones, no tenderíamos a mantenernos apegados a la gente o a las
cosas. Del mismo modo que si no experimentásemos hambre, no
buscaríamos la comida. La tristeza, aunque dolorosa a veces, es importante
para el funcionamiento y la supervivencia de individuos y comunidades.
Sería por decirlo de otro modo, como una especie de “pegamento
relacional”.

Esta emoción se autorregula, como todas, si dejamos que fluya y se integre


con el resto de nuestras emociones. La tristeza funciona como un río que,
sin que nadie lo dirija, sabe llegar al mar.

Si los seres humanos intervenimos, levantando diques y canales, hacemos


más probable que un caudal aumentado por las lluvias pueda acabar
desbordándose y arrasando con todo a su paso. De nada sirve que se cierren
las compuertas de los embalses para evitar el desbordamiento: con esto solo
se complica aún más la situación, acumulándose tal cantidad de agua que
cuando finalmente la presa revienta, el efecto será todavía más destructivo.

Cuando sentimos tristeza y a la vez rabia por sentirla, no dejamos que fluya,
la empujamos hacia adentro de nuevo. Y aquello que no dejamos salir, se
nos queda dentro. Puede que no lo notemos, pero enterrar emociones
siempre nos pasa factura.

28

No soy yo

¿Para qué sirve la alegría?

La alegría es energía, y tiene que ver con la ilusión, con las ganas de hacer
cosas. Tener buenos momentos es alimento emocional, tan necesario como
la comida. Pese a su carácter claramente positivo, no todo el mundo vive
bien esta emoción. Muchas veces el pensamiento de “detrás de algo bueno
siempre viene algo muy malo”, o la idea de “no tengo derecho a ser feliz”
aparece como un fantasma que enturbia los buenos momentos y hace que
generen malestar.

Algunas personas sienten que solo pueden dedicar su tiempo a hacer tareas
útiles o a ocuparse de otras personas. Hacer cosas sin ninguna finalidad, o
simplemente agradables para ellos, es algo que no se permiten, ya que les
genera culpa o incomodidad.

De nuevo, el sistema de supervivencia fue centrarse en hacer las tareas a la


perfección, para sentir control o intentar - generalmente sin éxito -aplacar la
exigencia de los que nos rodean, o dedicarnos a cuidar a los demás ante la
ausencia de cuidados por parte de otros. Como decíamos, nos cuesta
abandonar los viejos patrones.

¿Para qué sirve la culpa?

La culpa es más un sentimiento que una emoción básica, y como todos los
elementos anteriores, tiene también una finalidad sana. La culpa sana se
llama responsabilidad, y es lo que nos permite aprender y corregir nuestros
errores. Para que funcione bien, necesitamos que sea proporcionada a la
situación. Si hemos acumulado demasiada, nos sentiremos culpables en
exceso, incluso en situaciones en las que la responsabilidad les corresponde
a otros en mayor medida que a nosotros. Cuando esto ocurre, en lugar de
aprender de nuestras equivocaciones, nos bloqueamos y nos hundimos.

29

Anabel González

Muchas veces cuando nos culpamos por cosas del pasado hacemos trampas.
No valoramos lo que pudimos hacer teniendo en cuenta lo que sabíamos en
aquel momento, las opciones que estaban a nuestro alcance, nuestro estado
emocional, nuestra edad ... Nos decimos “si ahora volviera a vivir aquello
haría cosas completamente diferentes”, pero resulta que ahora tenemos
claves de las que entonces no disponíamos. En aquel momento no veíamos
el futuro, sabíamos lo que sabíamos, estábamos como estábamos. Hicimos
lo que pudimos con lo que teníamos. Un juicio justo ha de tener esto en
cuenta. También hemos de tomar conciencia de que, mientras no se invente
la maquina del tiempo, por mucho que volvamos sobre nuestros pasos no
podremos cambiar el modo en el que sucedieron las cosas. La culpa sana no
martillea encima de las heridas, simplemente aprende de la experiencia y de
los errores para mejorar las decisiones futuras.

Es importante llevarnos bien con la sensación de culpabilidad, de otro modo


no podremos sopesar todo esto. Si no toleramos esta emoción, podemos
vernos en dos situaciones opuestas, pero ambas problemáticas: nos
sentiremos culpables por todo, o no asumiremos la responsabilidad
adecuada en cada situación.

¿Para qué sirve la vergüenza?

La vergüenza es una emoción que nos ayuda a que nuestras conductas


encajen con las del grupo al que pertenecemos. Sentimos vergüenza cuando
hacemos algo que percibimos como inadecuado o que puede exponernos a
la reprobación de los demás.

Sin ninguna sensación de vergüenza seríamos inadecuados y no mediríamos


el efecto que nuestras conductas pueden tener en los demás. Si nos llevamos
bien con esta emoción, no trataremos de escapar de ella. Cuando, pese a que
algo nos da vergüenza, nos atrevemos a hacerlo, la sensación va
atenuándose hasta desaparecer. En este sentido funciona parecido al miedo
y la ansiedad, 30

No soy yo

que son más intensos ante situaciones nuevas para activar nuestro
organismo, nuestra atención y agudizar nuestra respuesta, y se reducen
cuando la actividad se hace repetida y conocida. La vergüenza surge ante
algo nuevo para que esa nueva conducta encaje con el contexto social en el
que estamos. La complicación viene cuando nos angustiamos por sentirla, o
tratamos de evitarla, porque entonces el proceso de habituación que lleva a
que dismi-nuya y desaparezca no se puede producir. La vergüenza entonces
se acumula, se hace cada vez más intensa, y bloquea y condiciona el
funcionamiento general.

¿Para qué sirve la preocupación?

Anticipar lo que va a pasar y los problemas que nos podemos encontrar nos
ayuda a que no nos coja por sorpresa y a tener preparado un plan.
Dibujamos diversos escenarios posibles e imaginamos soluciones para cada
uno de ellos. Hasta aquí todo está bien y resulta muy útil. El problema viene
cuando solo nos dibujamos los escenarios más adversos, nos creemos que
tenemos una bola de cristal - muy negra, eso sí - y nos convencemos de que
eso es lo que sucederá. Además, nuestra mente no se centra en buscar
soluciones, sino que da por sentado que no habrá ninguna.

Aquí la preocupación deja de servirnos para estar preparados, y solo nos


genera angustia. Si luego ocurre lo peor, todas las vueltas que le hemos
dado a la situación han hecho que lleguemos a ella llenos de ansiedad y
totalmente bloqueados. Nuestro prejuicio de que no podremos afrontarlo,
nos colocara además en una sensación de indefensión (aprendida muchas
veces en nuestra historia). La preocupación deja así de ayudarnos, y sube
tanto de calibre que se convierte en un problema. Además, muchas veces
nos agobiaremos por cosas que nunca llegarán a suceder, lo cual es un
sufrimiento innecesario. Pasada la situación no tomaremos conciencia,
cuando estemos de nuevo viendo negros futuros en 31

Anabel González

nuestra bola de cristal, de que hemos fallado en nuestros pronósticos y de


que no nos ganaríamos la vida como adivinos. Volveremos a estar
convencidos de que ocurrirá lo peor y, como veremos más adelante, las
convicciones intensas suelen - precisamente por esa convicción - ser
erróneas.

La preocupación sana se llama sentido común, y no hemos de renunciar a


ella. Si pensamos que todo va a ir bien, no tendremos un plan de
contingencia preparado, y habremos de improvisarlo sobre la marcha.
Además, el efecto de un revés, si no contamos con él, puede disminuir
mucho nuestra capacidad de reacción.
Cierto grado de preocupación nos ayuda a preparar soluciones, y supone un
recurso valioso.

Cada emoción tiene, como hemos visto, una función sana, pero quizás
nosotros no lo vemos así. Esto va a influir en la regulación emocional,
porque el proceso de regulación de las emociones tiene mucho que ver con
cómo reaccionamos ante ellas (10). No podemos decidir qué sentimos -
aunque a veces lo pretendemos

- pero sí podemos cambiar lo que hacemos con nuestras emociones cuando


surgen. Veamos en más detalle estos temas: 1. Las emociones son nuestros
sensores para entender el mundo y a nosotros mismos. Si las
escuchamos, tomaremos mejores decisiones. Para ello hemos de aprender a
conectar con nuestras emociones y sensaciones, pararnos en ellas y dejarlas
estar ahí. Hemos de recuperar la capacidad de escucharnos a nosotros
mismos. Un ejercicio para poder hacer esto es poner un cronómetro que nos
marque un minuto de tiempo, y durante ese periodo, simplemente observar
nuestro estado emocional y nuestras sensaciones. Generalmente, aunque
vivamos en una montaña rusa emocional, no nos paramos con detenimiento
a observarnos. Al principio los 60 segundos de los que consta un minuto
nos pueden parecer eternos. Puede ocurrir que no notemos nada, y en ese
caso, nos

32

No soy yo

ayudará fijarnos en el cuerpo, y ver cómo es de rápida y profunda nuestra


respiración, que zona está más tensa y cuál más relajada, dónde notamos
más calor y dónde más frío, nuestra postura corporal, etc. En un principio es
mejor hacer esto en momentos de relativa calma, donde nuestras
sensaciones nos resultaran más manejables. Con el tiempo podremos
hacerlo también cuando el malestar sea más intenso.

2. Las emociones nos hablan de una necesidad y de la acción necesaria


para obtenerla. Las emociones no son simplemente un proceso pasivo de
percibir lo que significan para nosotros las cosas, sino que implican una
acción. La rabia nos impulsa a pelear, la tristeza a buscar consuelo, la culpa
a mejorar nuestro funcionamiento. Si nos quedamos bloqueados en la
emoción, pero no nos ayudamos a movernos en busca de lo que
necesitamos, es posible que la emoción se nos quede dentro, diciéndonos a
gritos que hay necesidades insatisfechas, mientras nosotros tratamos de
anestesiarlas, evitarlas o enterrarlas. Es importante que al menos nos demos
cuenta de lo que nuestras emociones nos piden y de que es lo que nos
ayudaría a proporcionárnoslo. Podemos caer en la cuenta de curiosas
paradojas, como por ejemplo que sentimos una profunda soledad pero que,
en lugar de buscar compañía –

que sería lo que esa emoción nos pide - tendemos a aislarnos de los demás,
haciendo nuestra sensación de fondo aún más intensa.

3. Las emociones fluyen. Podemos contenerlas temporalmen-

te, pero no de modo permanente. El control emocional es literalmente pan


para hoy y hambre para mañana. Muchas personas, sintiéndose incapaces
de manejar sus emociones, gastan gran cantidad de energía en mantenerlas
bajo control. Este sistema tarde o temprano claudicará, por ejemplo, cuando
ocurre algo que desborda nuestra capacidad de contención, se juntan varias
circunstancias, o se van acumulando una tras otra a lo largo de los años. El
control como mecanismo psicológico tiene el problema de que cuando
ocurren cosas que 33

Anabel González

se salen de nuestro control - y en la vida siempre se producen este tipo de


situaciones - si este es nuestro único sistema, nos quedamos sin ningún
recurso. Recuperar un funcionamiento emocional en el que dejamos que
fluyan nuestras emociones y nosotros las modulamos y regulamos puede
llevarnos tiempo, pero es muy importante.

4. Las emociones se mezclan. Cuando sentimos rechazo o tratamos de


controlar, podemos bloquear este proceso. A veces, podemos notar una
emoción de modo muy claro, y cambiar luego a otra emoción, por ejemplo
pasar de que alguien nos de pena a odiarlo, de la tristeza a la rabia. Si las
dejamos sueltas, las emociones funcionan como los colores para un pintor.
Cuando se ponen en el lienzo, se van combinando hasta dibujar un paisaje.
Este paisaje representará nuestro estado interno ante una situación, nos dirá
lo que significa para nosotros.

Podemos manejar el pincel, pero no decidir que colores habrá en el cuadro,


porque eso dependerá de los colores reales de la situación (el día es
luminoso, la noche es oscura) y de la paleta de la que disponemos. Cuando
las emociones se mezclan, funcionamos mejor. Por ejemplo, podremos
enfadarnos (rabia) con alguien a quien queremos (cariño). Y mientras
explicamos a esta persona lo que nos molesta, no nos olvidamos de que
hablamos con alguien a quien apreciamos, de modo que escogemos bien las
palabras para no herirle. O podremos sentir tristeza y a la vez apoyarnos en
alguien cercano. No hay mejor cura para la tristeza que un abrazo, el afecto
puede ayudar a diluir el dolor. Muchas personas que han sufrido traumas
interpersonales tienen enormes dificultades para cualquiera de estas cosas.
Nunca se enfadan con la gente a la que quieren, y acaban permitiendo
situaciones negativas demasiado tiempo, lo que complica mucho las
relaciones. Con frecuencia también les cuesta compartir la tristeza, pedir
ayuda y recibir consuelo.

Dando por sentado que todas las relaciones serán como las que sufrieron
previamente, se privan de recursos importantes para regular sus emociones.

34

No soy yo

5. Lo importante no es lo que siento, sino lo que me digo sobre ello, y lo


que hago con ello. Lo que nos decimos por dentro actúa modulando el
volumen y ajustando la respuesta emocional, como si manejáramos los
mandos de una radio.

Podemos funcionar como una caja de resonancia que multipli-que por mil
nuestras emociones, o amortiguarlas haciéndolas más manejables. Por
ejemplo, una palabra que suele hacer que nuestras emociones aumenten es
decirnos “no soporto sentir esto”. Probemos con cualquier sensación que
estemos notando, y mientras la observamos, repitámonos sin parar “no lo
soporto”. Veremos cómo la sensación se incrementa y se vuelve intolerable.
Es como si tratamos de subir 50 peldaños de una escalera diciéndonos todo
el tiempo “que cansancio, no lo soporto, que alta está, nunca llegaré arriba
... “ La escalera se convertirá en una tortura. Si en cambio, dirijo mi mente a
lo que habrá arriba, y aparto mi atención de la dificultad de la subida, será
cansado, pero mucho más llevadero. Tomar conciencia sobre nuestro
diálogo interior e introducir cambios en él es una herramienta de regulación
emocional muy potente.

6. He de darme permiso para sentir. A vece censuro mis respuestas


emocionales por distintos motivos. Si he crecido con una persona con muy
mal genio, puedo tratar de ser diferente, y no permitirme nunca sentir o
expresar rabia. Esto lleva a dos situaciones problemáticas. Puedo acumular
el enfado, y de vez en cuando explotar con una rabia que, al no haber
aprendido a manejarla, sale descontrolada, con lo que es más probable que
tienda a reproducir el modelo que más rechazo. Otra posibilidad es que me
trague esa rabia y que se vuelva contra mí, y acabe diciéndome a mí mismo
cosas muy similares a lo que aquella persona me decía. Como todas las
emociones tienen sentido y aparecen cuando toca, la única alternativa real
es permitirme experimentarlas, y aprender a hacerlas mías, a sentirlas y
expresarlas a mi modo, y no según modelos viejos que no me gustan.

Esto no ocurre solo con la rabia, por supuesto. Puedo no darme permiso
para estar triste porque, habiendo salido adelante 35

Anabel González

tras una dura pelea, creo que si me pongo triste seré débil, y perderé esa
fuerza interna que me mantuvo en pie. También puedo pensar que ser débil
es peligroso, porque si cuando era más pequeño y vulnerable me hicieron
daño, mi mente iguala ser débil a que vuelvan a herirme. Muchas personas
que han sufrido en una relación, no se permiten sentir afecto de nuevo para
no volver a sufrir, o no se ilusionan para no decepcionarse. Si intento
decidir por real decreto que puedo y que no puedo sentir, no va a funcionar.
Nuestro sistema nervioso está diseñado de un modo determinado, y no
podemos imponer-le un funcionamiento distinto, hemos de jugar con sus
reglas.

De otro modo, nuestro organismo se rebelará frente a nuestra


“dictadura emocional”.

7. Las emociones no compiten ni se pelean. Cuando esto ocurre, el


sistema de procesamiento emocional se bloquea.

Decíamos antes que las emociones se mezclan, pero esto no implica que
entren en contradicción. Puedo sentir cosas contradictorias, porque el
mundo es contradictorio, y esa mezcla emocional me ayuda a darme cuenta
de los matices de la situación. El problema viene cuando, por ejemplo, me
enfado por estar triste. La rabia bloqueará la tristeza, que no podrá fluir, y
no podrá marcharse. Da igual cuanto pueda llorar, no será un llanto
liberador, no sentiré alivio sino sufrimiento. Otro ejemplo es asustarme de
estar triste, porque en el pasado estuve muy deprimido y me da miedo
volver a encontrarme así, o porque crecí con una persona depresiva, y eso le
da a mi tristeza una resonancia mayor. En cualquier caso, el miedo
bloqueará el procesamiento de la tristeza, y la tristeza se me quedará dentro.
Cada vez que asome, cerraré la puerta o mi-raré para otro lado. Lo que no
salga por la puerta, lo que no llegue a la conciencia, lo que no deje suelto,
vivirá conmigo para siempre. De ese modo, el pasado seguirá en el
presente, condicionando mis decisiones y llevando a que, paradójicamente,
se sigan repitiendo las cosas que menos me han gus-tado de mi historia.

36

No soy yo
4. RECUERDOS EN LA NIEBLA
Si no conocemos nuestra propia historia, simplemente padeceremos los
mismos errores, los mismos sacrificios, los mismos absurdos una y otra vez.
Aleksandr Solzhenitsyn.

Las situaciones pueden vivirse en distintos estados emocionales, con mayor


o menor intensidad. Una vez que abandonamos la situación, esas emociones
se van y dejan su lugar a las que corresponden al nuevo momento. Muchas
de estas sensaciones no dejaran huella alguna porque el cerebro las
descartará como irrelevantes, mientras que otras se almacenarán y pasarán a
nuestro archivo de recuerdos. De ese modo vamos construyendo un
catálogo de experiencias significativas, que constituirán la base para nuestro
funcionamiento. A ese catálogo iremos a buscar cuando necesitemos
referencias para una situación nueva. Haya sido positivo o negativo lo que
hemos vivido, el conjunto de todo ello constituye nuestro aprendizaje.

Algunas situaciones sobrepasan la experiencia ordinaria, porque son más


intensas, porque nos cogen en un momento vulnerable, porque están
implicadas personas significativas, o por lo que esos hechos representan
para nosotros. Lo que supone una amenaza para la vida o para la integridad
de nuestro cuerpo o nuestra identidad, lo que nos rompe nuestras creencias
sobre nosotros y sobre el mundo, puede exceder la capacidad del sistema
nervioso para procesarlo. Quizás la situación termine y en más o menos
tiempo nos sintamos mejor, pero ese recuerdo no ha quedado bien
archivado. Sigue sin asímilarse del todo.

Si sube aún más el calibre de la situación, y esto no depende solo del tipo de
problema por el que pasamos, sino de lo que representa para nosotros, el
bloqueo se hace más potente. En caso de que nuestra manera de regular las
emociones no esté bien afi-37

Anabel González

nada, puede influir en cómo se produce el procesamiento y al-


macenamiento de recuerdos. Por ejemplo, si tenemos tendencia a evitar
algunas emociones, en caso de que se disparen durante la experiencia,
recurriremos a ese mecanismo. Si generalmente suprimimos y ahogamos
nuestros sentimientos, menos aún dejaremos que estos fluyan cuando se
hacen particularmente intensos e intolerables. Estos recuerdos cuyas
sensaciones evitamos o tratamos de suprimir no desaparecen, pero tampoco
conseguirán pasar al archivo de memorias antiguas. Seguirán ahí, en un
estado particular, conservando parte de los pensamientos, emociones y
sensaciones iniciales.

La tendencia a evitar o a suprimir emociones puede seguir funcionando con


los recuerdos mucho tiempo después de terminada la situación. Tratar de no
pensar en ello, o enterrarlo, nos permite seguir funcionando. Apartamos lo
que ocurrió de nuestra mente y nos centramos en lo que estamos haciendo.
Pero cuando la situación se repite o algo revuelve esas sensaciones, las
emociones y sensaciones relacionadas con ellas vuelven e interfieren en lo
que hacemos. Y siguiendo con nuestro mecanismo de regulación habitual,
lo apartamos o lo empujamos hacia abajo. Estos sistemas de regulación
emocional - la evitación y la supresión - no son del todo eficaces, y facilitan
el desarrollo de distintos problemas psicológicos.

En situaciones extremas y abrumadoras, cuando nos vemos sobrepasados


por lo que está ocurriendo, nuestro sistema nervioso puede llegar a colapsar.
La capacidad de nuestro cerebro para procesar la experiencia se ve
superada, como cuando saltan los plomos con una sobrecarga de la corriente
eléctrica. Esto puede manifestarse de muchas maneras. Puede ocurrir que
veamos lo que ocurre como distanciados, como si le estuviera pasando a
otro, o incluso que nos veamos físicamente desde fuera del cuerpo. Es
posible que el dolor físico o emocional desaparezca de repente.

38

No soy yo

Podemos notarnos embotados, mareados, sin fuerzas, o llegar a perder el


conocimiento. La plena conciencia de lo que está sucediendo puede dejar
paso a una sensación de ir en piloto automático. Podemos notarnos
bloqueados, paralizados, o desorien-tados.
La forma en la que una experiencia se asímila depende también de la
participación de otras personas en ella. Cuanto más pequeños somos, más
imprescindible es la presencia de las otros para regularnos, pero aún de
adultos necesitaremos sentir ese apoyo ante una circunstancia muy grave.
Los demás pueden contribuir enormemente a nuestra recuperación ante un
suceso, no solo en el momento, sino cuando nos dan su apoyo después, o
cuando comentamos con ellos lo ocurrido y compartimos nuestras
emociones. Del mismo modo, los otros pueden empeorar mucho las cosas y
generarnos sensaciones inasumibles. Recordemos que lo que más
traumático nos resulta a los seres humanos es el daño que viene de otro de
nuestra especie. Cuando éste procede de alguien en quien se supone que
podemos confiar, la repercusión será máxima. Y si sucede en la infancia,
cuando somos absolutamente dependientes de esas personas, mil veces más.

Otro hecho que influye en el efecto que tienen sobre nosotros las cosas que
nos ocurren, es que llueva sobre mojado. Por ejemplo, si hemos perdido a
alguien importante de pequeños, una pérdida de mayores nos puede afectar
mucho más que si no hemos tenido esa experiencia en la primera etapa de
nuestra historia. Si ocurren situaciones adversas con frecuencia, el efecto
puede ser acumulativo y sensibilizarnos frente a lo que venga después.
Estas memorias que se conectan no han de ser idénticas, solo compartir
algún elemento común, generar sensaciones similares. Nuestro cerebro va al
archivo a buscar referencias ante una situación nueva, y si la conexión más
clara es un recuerdo bloqueado, es muy probable que nos bloqueemos
también ahora.

39

Anabel González

Siempre que ocurren experiencias que nuestro sistema no puede asímilar,


las sensaciones que experimentamos en esas situaciones no desaparecen del
todo con el paso del tiempo. Al contrario que con los recuerdos que se
procesan, se elaboran y se integran por completo, hay elementos de esas
memorias que siguen activos. Podemos tratar de apartarlos o de no pensar
en ellos, pero están ahí. Si hemos experimentado desconexión, bloqueo,
pérdida de conciencia parcial o total, parálisis o distanciamiento mientras se
producía la situación, podemos sentir cosas similares al recordarla. Nuestro
sistema aprende a asociar la situación a la respuesta de nuestro cerebro, y
cuando más tarde tratemos de evocarla, o algo nos la recuerde, se activará
de nuevo. Si la situación ha sido prolongada o se ha repetido muchas veces,
el condicionamiento de la reacción se hace más fuerte.

Estos bloqueos de la memoria o las sensaciones de desconexión pueden


presentarse, no solo cuando tratamos de pensar en las experiencias pasadas,
sino cuando algo las activa en el día a día. Podemos notar lagunas de
memoria, que se nos borran trozos de lo que hacemos, o que en algunos
momentos nos vemos desde fuera, nos desconectamos emocionalmente, nos
sentimos raros, o vemos extraño y no familiar lo que nos rodea. Algo en lo
que ha ocurrido, que probablemente nos ha pasado desapercibido, co-nectó
a nivel subterráneo con nuestras experiencias antiguas, y todo el
automatismo de respuesta ante ellas se activa. Pero nuestra desconexión es
tan grande que no vemos esas relaciones entre lo que ocurre, el pasado y los
síntomas y no entendemos lo que nos esta ocurriendo.

Otras veces las cosas son más sutiles. No notamos esas sensaciones, pero
tenemos reacciones ante cosas cotidianas que ni nosotros mismos
entendemos. Nuestras respuestas son desproporcionadas o no encajan, no
parecen tener sentido. Le podríamos dar una explicación si, por ejemplo,
acabáramos de tener un golpe con el coche, llegamos al trabajo, se cierra
bruscamente una puerta y saltamos en la silla con un gran sobresalto.
Entenderemos 40

No soy yo

que todavía estamos nerviosos por lo que ha pasado. Se nos ha quedado el


miedo literalmente metido en el cuerpo, y el nivel de alerta no ha bajado.
Sin embargo, este tipo de sensaciones pueden perdurar años o reaparecer
mucho más tarde, y en ese caso ya nos resultará más difícil conectar el
elemento que ha disparado la reacción actual con el recuerdo inicial que se
quedó bloqueado.

Si el bloqueo ha sido grande, y no se han dado las condiciones para que se


resuelva, puede alterarse de modo permanente el acceso a esas memorias.
Es posible que no nos demos cuenta, que echemos un vistazo a lo que pasó
y no notemos nada. Creeremos que lo tenemos superado, que no nos afecta.
Cuanto más pronto ocurre, más prolongada fue la situación, más implicadas
estuvieron las personas más cercanas, más probable será que nos veamos
ante niveles mayores de bloqueo. Con el tiempo la niebla puede cubrirlo
todo. Si miramos hacia atrás, hacia nuestra infancia o hacia una época en
particular, los recuerdos se volverán más borrosos. Puede que lo veamos
todo como cronistas distanciados, que saben lo que sucedió, pero que
aparentemente no sienten nada. Esa memoria parece no generar ninguna
emoción. Quizás notemos como un rechazo a mirar, como si se hiciese
denso, trabajoso o molesto pararnos a pensar sobre esas etapas. Si no
recordamos nada, o nuestros recuerdos están incompletos o poco accesibles,
nuestras claves para entendernos a nosotros mismos o nuestra posición ante
el mundo serán muy pobres. Por lo tanto, tomaremos decisiones a ciegas, o
al menos con una visión muy limitada.

Las experiencias antiguas no procesadas no solo siguen influyendo, sino


que interfieren de modo muy poderoso en lo que vivimos en el presente.
Cuanto menor es nuestra conciencia sobre lo sucedido y la importancia que
tuvo, más grande es su repercusión.

Podemos notar una fuerza centrifuga que nos aparta de ellas, pero a la vez
como una extraña atracción. Nos decimos que el pasado está superado, que
no vale la pena pensar en ello, que no importa o que hay que dejarlo atrás,
pero su influencia en lo que vivimos 41

Anabel González

ahora sigue siendo poderosa. Cuanto más tratamos de apartarlos, más nos
encontramos con que las sensaciones, los bloqueos, o los propios recuerdos,
nos asaltan inesperadamente. Si la niebla es densa podemos no tener noción
alguna de dónde proceden las cosas que nos viene a la cabeza. O si lo
sabemos, quizás nos digamos “esto no puede haber pasado, me lo estoy
imaginando”

o simplemente, lo apartamos una y otra vez porque no queremos pensar en


eso.

La atracción que producen estos recuerdos no superados es proporcional a


nuestra fobia a volver a ellos. Estamos atrapados en un bucle sin fin. Cuanto
más tratamos de seguir adelante, más parece volver todo de nuevo. Es como
si siguiéramos atados a esas experiencias por una banda elástica que tira
más hacia atrás cuanto más avanzamos. Algunas veces conseguimos
mantenerlas enterradas hasta que las circunstancias vitales nos conectan con
ellas, y entonces todo emerge como si estuviera repitiéndose de nuevo la
situación inicial. Esas circunstancias vitales presentes que nos disparan
nuestros recuerdos bloqueados son recordatorios a veces fuera de toda
lógica, situaciones totalmente distintas, pero que generan sensaciones
idénticas de indefensión, bloqueo, impotencia, etc. Como las circunstancias
son aparentemente tan diferentes, no las relacionamos entre sí. Otras veces,
todo se dispara cuando nuestros hijos llegan a la edad en la que nosotros
habíamos vivido una experiencia, o cuando se produce en una relación de
apego adulta algo que se conecta con nuestra historia de apego temprano.

Muchas personas que han crecido en familias disfuncionales, tratan de


hacer su vida autónomamente, lejos de ese contexto, a veces cambiando de
ciudad o de país. Pueden pasar años en los que todo parece ir bien, tener un
trabajo, formar otra familia, pero con cierta frecuencia se produce una
situación paradójica. Aparentemente por azar, las circunstancias cambian, el
trabajo falla, la familia se rompe, y no parece quedarnos otra opción que
volver a la casa en la que crecimos, a ese lugar del que nos fuimos con
intención de no volver.

42

No soy yo

Aunque no necesariamente suceda lo anterior, el hilo que nos une a nuestro


pasado no resuelto no se rompe simplemente por no pensar en el.
Únicamente hacemos como que no esta ahí. A veces nuestra mente
consigue esto de un modo tan eficiente que no recordamos nada en
absoluto, o borramos determinados episodios hasta el punto de no tener
noción de que hayan ocurrido. Pero un día, ese pasado vuelve a buscarnos.
Los recuerdos quieren pasar al archivo con los demás, y se cuelan en
nuestros pensamientos, sensaciones o sueños, porque el modo en que están
almacenados es inestable.
Esta reactivación del pasado no se produce solo cuando ocurren cosas
relacionadas, sino también precisamente cuando todo parece estar bien,
cuando menos lógica tiene que sea así, aunque si lo pensamos, tiene mucho
sentido. Cuando estamos afrontan-do una situación difícil, no podemos
pararnos a notar cómo nos estamos sintiendo, al menos no todo el tiempo.
Nuestra atención y nuestros recursos mentales han de centrarse en superar
el problema. Si éste se alarga, el sistema ha de funcionar así durante mucho
tiempo. Cuando la situación termina, lo natural - si no nos bloqueamos - es
dejar paso a patrones de funcionamiento diferentes. Podemos soltar la
alerta, relajarnos, y ahí nos damos cuenta de la angustia que hemos pasado
o lo cansados que estamos, generalmente mejor que cuando estábamos
inmersos en las circunstancias. Aunque es posible que si hemos vivido en
un contexto adverso mucho tiempo, nuestro sistema no sepa volver al
funcionamiento no defensivo, a veces mantiene esa capacidad de detectar
que ya pasó. Entonces en nuestra mejor etapa vuelve a traernos los
recuerdos, que nos inundan sin razón aparente ¿por qué vuelvo ahora a
pensar en todo esto? Nos sentimos mal cuando mejor nos está yendo todo y
nos preguntamos ¿por qué ahora?

Y esto es así porque nuestro organismo es sabio, y comprende que ahora


nos podemos permitir pararnos a tomar conciencia de nuestras heridas, a
atenderlas y a cuidarlas. La niebla ya no es necesaria y empieza a disiparse.

43

Anabel González

Si en este momento entendemos lo que ocurre, y dedicamos un tiempo a


echar la vista atrás y a entender nuestra historia, muchas cosas podrán
recolocarse. Es importante mirarnos sin juzgarnos, sin recriminarnos nada,
buscando los apoyos necesarios, centrándonos en comprendernos a nosotros
mismos de un modo más profundo y completo.

Cuando los recuerdos no vienen espontáneamente y únicamente tenemos


lagunas, desconexiones o síntomas en la vida cotidiana, es igualmente
importante pararnos a entender lo que ocurre.
Muchas veces nos preguntamos “¿por qué me pasa esto?”, pero sin que esta
pregunta suponga un intento real de comprendernos.

Simplemente nos atormentamos por estar sufriendo el problema, nos


atosigamos para salir de el. La clave para entendernos mejor es detectar los
disparadores. La pregunta importante es: ¿Qué pasó justo antes de que
empezáramos a sentirnos mal, desconectados o extraños? No busquemos
grandes acontecimientos, problemas o conflictos. Los disparadores pueden
ser aparentemente insignificantes, porque solo cobraran sentido cuando
tengamos todas las piezas del puzle. Por ejemplo, podemos notar que nos
desconectamos cuando nos levantamos por la mañana, después de haber
tenido un sueño desagradable, cuyo significado no entendemos. Quizás pase
cuando vemos determinadas películas que nos encantan, pero que también
nos revuelven. Puede que no sea algo que pasa, sino algo que no ocurre
cuando esperábamos que sí, como que nuestra pareja no nos llame, o
nuestra madre no se preocupe por saber cómo estamos. Son circunstancias
normales, muchas esperables, que nos decimos que no deberían afec-tarnos,
pero que quizás sí lo hacen. Identificar estos disparadores, tanto externos
como internos, es una vía para llegar a entender lo que nos ocurre.

Todo esto no quiere decir que nos tengamos que convertir en detectives de
nuestra propia historia. No hemos de hacer explora-ciones en la niebla de
nuestro cerebro tratando de forzar a nuestros recuerdos a venir. Estemos
seguros de que si nuestra mente 44

No soy yo

no deja que esos recuerdos lleguen es porque sabe mejor que nosotros que
no estamos aún preparados para asímilar todo lo que contienen. No es que
un adulto no pueda mirar de frente cualquier experiencia que haya vivido,
por dura que sea. La historia humana deja bien claro las cosas terribles que
las personas conseguimos afrontar. Pero pensemos que si llevamos tiempo
desconectados, no podemos tener conciencia de entrada de lo que supone
recuperar esos recuerdos. Hacerlo es fundamental pero delicado, y ha de
seguir un proceso cuidadoso y gradual.

Recordar las zonas borrosas o que nuestra memoria responda bien en la


actualidad es un objetivo, pero no ha de ser el primero.
Lo esencial es poder funcionar de un modo más adecuado, tener un mayor
bienestar, aprender a relacionarnos. Siendo cierto que para poder hacer esto,
si venimos de una historia compleja, solo tomando conciencia de lo que ha
sido nuestra vida podremos reformular nuestros problemas, también lo es
que meternos en ellos de cabeza puede generar un sufrimiento poco
productivo. Sería como volver a vivirlos, pero sin ser todavía capaces de
resolverlos.

Hay muchos aspectos que es importante abordar antes, como la forma en la


que nos cuidamos, el modo en que regulamos nuestros estados emocionales,
y la comprensión de nuestras reacciones. Cambiar los patrones de
funcionamientos que nos causan problemas hará que nos encontremos más
estables y con más seguridad.

Generalmente, conforme vamos haciendo este proceso de cambio, muchos


recuerdos vienen espontáneamente. Cuando es así, la evolución es más
natural, y tendremos el tiempo necesario para ir encajando las piezas y
entendiendo su significado. Basta que no hayamos asímilado una parte, no
tiene sentido ir a por otra.

Si todo llega en su debido tiempo, evitaremos vernos excesivamente


desbordados. Las emociones y sensaciones asociadas a esas memorias
pueden tener una intensidad parecida a cuando se generaron, y ser más
vívidas de lo que pensábamos inicialmente.

Esos recuerdos llevaban contenidos, encapsulados o aislados mu-45

Anabel González

cho tiempo y es bueno que accedamos a ellos de modo gradual.

Además, antes de que vayamos conectando con nuestra historia, tenemos


que contar con información que nos ayude a entenderla. Hemos de
comprender muchas cosas sobre cómo funciona nuestra mente, las
emociones y las relaciones. Es importante que tomemos conciencia de
nuestras dificultades, y adoptemos una perspectiva realista de cómo
cambiarlas. Por un lado es esencial aprender a aceptarnos como somos, y
por otro, hemos de estar dispuestos a hacer un cambio profundo en nuestros
patrones de funcionamiento, sobre todo en la forma en la que nos cuidamos
y nos relacionamos con las demás. Muchas cosas han de estar en marcha
para que cuando afrontemos nuestros recuerdos lo hagamos sin
desbordarnos, y podamos ayudarnos así a asímilar todo lo que traen
consigo. De este modo, el trabajo de revisar nuestra historia se hace mucho
más sencillo y fluido.

Podríamos pensar que habiendo hecho todos esos cambios, ya no hay


necesidad de hurgar en el pasado, pero si queremos una mejoría estable y
sólida, es importante que no haya ningún área de nuestra biografía que no
podamos mirar con normalidad. Cuando lo hagamos cualquier experiencia,
por muy dura que haya podido ser en su momento, dejará de marcar lo que
somos ahora y lo que seremos el resto de nuestra vida.

La cuestión no es si vale o no la pena mirar atrás, sino encontrar el


momento y el ritmo adecuados. Hemos de encontrar un equilibrio entre
frenarnos por miedo, y forzarnos a hacer cosas para las que no estemos
todavía preparados. De ese modo estaremos aprendiendo algo muy valioso:
a cuidarnos y respetarnos.

46

No soy yo
5. LOS APELLIDOS DEL MALESTAR
No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho. Aristóteles.

Muchas veces estamos mal, pero no entendemos lo que nos pasa, cómo ha
empezado o por qué nos sucede. El malestar nos inunda y no sabemos cómo
salir de él. Nuestras emociones no tienen nombre, se confunden unas con
otras. Tenemos cambios de humor constantes, que nos hacen sentir como si
estuviéramos en una montaña rusa emocional, sin que podamos decidir
cuándo subimos o bajamos o a que velocidad va todo. Vivimos nuestro
estado de ánimo como un clima desapacible y variable, ante el que estamos
expuestos. A veces no entendemos bien la conexión entre nuestro humor
cambiante y las circunstancias que nos rodean. ¿Qué dispara nuestro
malestar?, ¿cómo empieza?, ¿qué circunstancias lo alimentan y lo
mantienen?, ¿qué sensación acabo teniendo?

Las emociones, como veíamos, son nuestros sensores, pero para que
funcionen como tales hemos de pararnos a escuchar-los. Muchas veces, sin
embargo, no nos detenemos a observar de modo reflexivo lo que nos ocurre.
Nos repetimos una y otra vez lo mal que estamos, y nos decimos que no
tenemos por qué sentirnos así, que no hay problemas que justifiquen
nuestro estado de ánimo. Pero con esto no nos sentimos mejor y seguimos
sin entender nada, solo amplificamos el agobio y nos enfadamos con
nosotros mismos por estar mal. Puede que nos preguntemos

¿por qué estoy así?, aunque no lo hacemos con verdadera curiosidad por
entender nuestro problema, sino recriminándonos el tenerlo. Es posible que
nuestras sensaciones internas nos resulten tan desagradables, que por nada
del mundo queremos pararnos a notarlas ni a entenderlas, y tratamos de
controlar lo que sentimos y pensamos, o de hacer cosas que nos impidan
percibirlo, como to-47

Anabel González

mar medicación, tener una actividad incesante, buscar emociones intensas


que nos aparten de las otras, o incluso hacernos daño o pensar en
hacérnoslo ... todo con tal de no mirar para dentro y tomar conciencia de lo
que sentimos. Pero, como decíamos en la introducción, lo que no se
entiende, no se puede cambiar.

Algo esencial para aumentar la comprensión de lo que nos sucede es


pararnos a identificar cuales son sus componentes, sus matices. Por
supuesto que ver distintos aspectos del problema no hace de por sí que este
cambie, pero es básico para poder buscar soluciones realmente eficaces.
Generalmente el malestar no se produce porque sí. Hay, como decíamos,
disparadores que nos activan un primer estado emocional, que sin que nos
demos cuenta resuena con experiencias previas no resueltas, y este da lugar
a la aparición del siguiente, como fichas de domino. Muchas veces solo
somos conscientes de cómo nos sentimos al final, cuando ya se ha
producido la avalancha.

Si tenemos mucha desconexión de nuestros recuerdos, si no somos


conscientes de qué experiencias nos han afectado y de hasta qué punto
siguen influyendo, nos faltara una pieza clave para comprender nuestras
reacciones. Curiosamente, algo parecido puede ocurrir partiendo de la
situación opuesta. Si nuestros recuerdos nos inundan, si nos vienen
constantemente y nos desbordan, es como si los viésemos desde demasiado
cerca como para adquirir perspectiva. De entrada, no nos interésa meternos
de lleno a revivir el pasado; esto es mejor hacerlo de un modo planifi-cado,
como veremos más adelante; para comprender la conexión entre el presente
y el pasado solo necesitamos darnos cuenta del enlace entre las distintas
experiencias. Cuando ocurre algo hoy, nuestro cerebro irá como siempre a
buscar al archivo de experiencias previas, aquellas que nos puedan servir
como referencias para saber qué hacer. Si esos recuerdos no están del todo
asímilados

- lo notemos o no - lo que sentimos ahora va a estar multiplicado por la


resonancia con todo lo anterior, aunque no estemos pensando
conscientemente en esas situaciones. De modo que notaremos 48

No soy yo

reacciones que viviremos como desproporcionadas para lo que está pasando


en este momento, pero que son proporcionadas si miramos nuestra historia
en su conjunto.

El no mirar atrás nos resta información sobre el origen de los problemas que
tenemos ahora. El no mirar hacia adentro nos impide ampliar nuestra
comprensión del problema. La desconexión emocional, el no querer
pararnos a sentir nuestras emociones o el pelearnos con ellas, nos deja sin
claves para entender lo que nos pasa. Esto no siempre es un fenómeno
consciente, a veces simplemente sabemos poco de emociones, porque
hemos crecido en familias en las que no se hablaba mucho de estas cosas, o
con el tiempo nos hemos ido distanciando de lo que sentimos, sin buscarlo
intencionalmente. Hemos de aprender a identificar los distintos ingredientes
que componen el malestar, los matices de nuestras sensaciones. Es
importante que nos paremos a notarnos, a observar de cerca nuestras
emociones, sin escaparnos de ellas y sin juzgarnos por sentirnos así.
También es fundamental poder mirar nuestras sensaciones internas sin
sumergirnos por completo en ellas, verlas con una cierta distancia, con
perspectiva. Si no podemos poner apellidos al malestar, identificar la
secuencia en la que estos distintos elementos se van encadenando, y
reflexionar sobre ello, no podremos parar la avalancha.

Cuando identificamos los disparadores y las secuencias de estados


emocionales que van dando lugar al malestar, podemos introducir cambios.
Que estos procesos sean automáticos, es uno de los factores que hace que se
repitan siempre del mismo modo.

Es como si fuésemos espectadores pasivos de acontecimientos


atmosféricos: nos sentimos igual de capaces de modificar nuestro estado
emocional que de cambiar el clima. Pasar de automático a manual nos
permite coger los mandos. Y aunque nos lleve tiempo aprender a conducir,
podemos empezar a hacer cosas diferentes.

Cuando queremos cambiar un patrón repetitivo que no nos gusta, hacer algo
diferente funcione o no - es un avance.

49

Anabel González
Otra información significativa que podemos sacar de observar nuestras
secuencias de activación es tomar conciencia de un dato curioso. Nuestra
reacción ante el malestar inicial que sentimos, y las sensaciones que vienen
después, acaban llevando muchas veces a empeorar la primera sensación.
Por ejemplo, es muy frecuente que si hemos tenido carencias afectivas en
nuestra infancia, llevemos dentro un sentimiento de profunda soledad. Que
una persona no nos llame, no nos entienda, puede disparar esta sensación,
que activa la rabia contra el mundo, desde la que nos decimos “estoy mejor
solo”. Como no nos paramos detenidamente a notar cómo nos sentimos, no
nos damos cuenta de que aislándonos estamos precisamente alimentando
esa dolorosa sensación de soledad. Al meternos en la habitación y cerrar las
persianas, caemos en el au-toabandono, con lo que nos estamos haciendo lo
mismo que nos hicieron. Nuestro sistema tiende a ir en automático, a ir
hacia los patrones conocidos, pero no nos daremos cuenta de lo que pasa,
sino que nos diremos que no nos apetece salir o que no tenemos ganas de
ver a nadie, sin cuestionarnos nuestros pensamientos.

Como comentaremos más adelante, un punto importante para solucionar


esto es no tomar nuestras creencias como verdades absolutas y aprender a
hacer cambios en las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos. La
cuestión relevante no es si nos apetece o no, sino si nos hace bien o no. Si
queremos mejorar, aprender a cuidarnos ha de ser prioritario.

Vamos a describir ahora algunos de los estados emocionales (11) que se


pueden activar. El ejercicio consiste en quedarnos con aquellos que tienen
más que ver con nosotros. Algunos pueden resultarnos más obvios que
otros, porque nuestro rechazo a sentir algunas cosas, o nuestra tendencia a
desconectarnos de las emociones, puede hacernos creer que no nos
producen ninguna reacción. Por eso es importante que nos paremos a notar,
a observar pausadamente si nos generan sensaciones. Nos fijaremos en si
nuestra respiración se acelera o se hace más difícil, si nuestro estómago se
encoje, si nos tensamos, nos bloqueamos o hay 50

No soy yo

cualquier diferencia en nuestro estado cuando vamos leyendo las distintas


descripciones. Estas sensaciones y creencias pueden resultarnos familiares
porque están ahí constantemente, o porque se activan de vez en cuando. En
cualquier caso, todas las que nos generen una reacción, aunque sea leve,
han de ser tenidas en cuenta. A continuación, se exponen algunos estados y
se explican brevemente.
Abandono
Dentro de mí hay una sensación de profunda soledad que nunca se va.
Siento que me han dejado total y absolutamente solo en el mundo. Incluso
cuando hay gente a mi alrededor, estoy convencido de que las personas
importantes en mi vida no seguirán estando ahí porque sus emociones
pueden cambiar, estarán poco tiempo, morirán o me abandonarán por
alguien mejor. Creo que nadie permanecerá en mi vida, que nadie se va a
quedar conmigo.
Nadie me va a querer
Crea que no hay nadie que pueda quererme, que no puedo despertar el
interés de nadie. Nada de lo que yo soy, me hace merecedor del cariño de
las demás personas, no tengo nada de especial. No le importo a nadie, ni
creo que nunca pueda llegar a despertar el interés de otros.

Todos van a abusar de mi

Estoy convencido de que los demás, si tienen la oportunidad, me usarán


para sus fines egoístas. Siento que siempre acabo sien-51

Anabel González

do engañado o me toca la peor parte. Me siento una víctima.


Soy un fracaso
Creo que voy a fallar en cualquier cosa que haga, que todo me sale mal, que
no doy una. Me siento estúpido, incapaz, sin talento.

No valgo para nada, soy incompetente, soy una decepción para todos, y
sobre todo para mí mismo. Nunca conseguiré nada.
No pertenezco
Me siento aislado de los demás y con la sensación de ser diferente o de no
encajar. No tengo un lugar en el mundo, no siento que forme parte de nada,
ni de ningún grupo. Puedo estar rodeado de gente y seguir teniendo la
misma sensación, independientemente de cómo se comporten los demás.
Me domina la pereza
No tengo autocontrol ni disciplina, me frustro y me pongo excusas para no
hacer las cosas. Evita el esfuerzo, las complicaciones o la responsabilidad.
Cuando noto cansancio, es como si eso fuese razón suficiente para no hacer
nada. Si me digo a mí mismo “no me apetece” creo eso es lo único que
tengo que tener en cuenta.
Necesito aprobación
Conseguir la aprobación o el reconocimiento de los otros me 52

No soy yo

preocupa más que mis propias necesidades. Dependo mucho de las


opiniones y reacciones de los demás, estoy muy pendiente del efecto que
tienen en ellos mis comentarios o mis actos. Si sé que desaprueban algo,
soy incapaz de hacerlo.

No puedo, soy incapaz

No me veo capaz de manejar adecuadamente mis responsabilidades


cotidianas si no cuento con la ayuda de otras personas. No creo que pueda
hacer las cosas por mis propios medios.

Cuando pienso “no puedo”, lo vivo de modo absoluto y literal, sin


cuestionármelo, y ni siquiera lo intento. Recurro a los demás para que se
ocupen, para que resuelvan mis dudas o me guíen, incluso aunque sepa lo
que me van a decir.
Todo va a ir mal
Soy pesimista. Mi atención se centra en lo negativo de la vida, y paso por
alto lo bueno u optimista. De todas las posibles consecuencias, me
convenzo de que ocurrirá lo peor, y veo ese futuro como seguro e
inevitable. No me planteo posibilidades alternativas. Mi expectativa es que
las cosas saldrán mal o empeorarán.
Estoy acelerado
Me siento lleno de energía, como si pudiera con todo. Hago mucho más de
lo habitual, como si no me afectara el cansancio.

Tengo mil ideas y proyectos, y todas me parecen interesantes y posibles.


Estoy eufórico, me siento capaz de comerme el mundo.

En ocasiones noto que estoy pasado de vueltas, excesivamente hiperactivo.

53

Anabel González
Me avergüenzo de mí mismo
Me siento imperfecto, defectuoso, inferior. Creo que si las demás ven cómo
soy realmente, no me querrán. No puedo mostrar lo que hay en mi interior,
tengo que ocultar lo que siento, me repliego y me escondo dentro de mí
mismo.

Soy frágil, vulnerable

No me veo capaz de afrontar la vida. Crea que todo me puede afectar, que
no resistiré ningún golpe. Me siento pequeño, débil.

Vivo la vulnerabilidad en un sentido negativo, como si cualquiera pudiera


destruirme sin esfuerzo, como si cualquier enfermedad fuese a acabar
conmigo.

Estoy desprotegido, desamparado

No tengo barreras, no tengo defensas frente a lo que venga.

Si alguien quiere hacerme daño, no hay nada que yo pueda hacer para
evitarlo. Estoy expuesto al peligro, no tengo modo alguno de defenderme,
ni nadie hará nada para protegerme.
Estoy atrapado
No puedo ir hacia ningún lado, estoy bloqueado en las situaciones, como
preso en una telarañaa. Me siento paralizado, atascado. Puedo ver las
opciones, pero soy incapaz de tomar ninguna.

Mi bloqueo es tan grande que no soy capaz siquiera de ver alternativas o


salidas.

54

No soy yo
Estoy confuso
No sé lo que siento ni lo que opino. Puedo dudar de mí mismo con
facilidad. Mis opiniones cambian de un momento a otro, igual que mis
emociones. Muchas veces no puedo ni pensar, estoy como ido, y no me
entero de nada de lo que pasa alrededor. A veces mi cabeza está hecha un
lío y no sé moverme en ninguna dirección.
Sin otros no soy nada
No puedo ser feliz sin otras personas. Si se alejan de mí es como un abismo,
como si me desintegrase totalmente. No me siento completo, me siento
vacío sin el otro. Es como si no exis-tiera si no hay alguien conmigo, la
soledad me resulta intolerable, angustiosa. Me aferro a la gente
desesperadamente, porque cuando se distancian es como si me sintiera
morir.
Me siento rechazado
Mi percepción es que todos me rechazan, que no gusto a nadie, que hay
algo en mí que hará que nadie me acepte. Soy muy sensible a cualquier
gesto de desprecio o a que me hagan a un lado. Me fijo en las miradas, en
los comentarios, en las actitudes, pendiente de cualquier indicio de este
tipo.

Todos estos estados pueden alternarse en cuestión de segundos, activándose


en secuencias que muchas veces se repiten. Si no les prestamos atención,
podemos darnos cuenta únicamente del estado al que llegamos al final.
Otras veces vemos parte de la secuencia, pero nos sentimos impotentes ante
su desencade-55

Anabel González

namiento, como si observásemos una tormenta ante la que nada se puede


hacer para detenerla. Si tomamos conciencia de estos procesos,
identificamos qué los dispara y qué es lo primero que se activa, podremos
pasar de este automatismo a una actitud reflexiva, desde la que se pueden
hacer cambios.

Por ejemplo, me siento mal, salgo y me pongo a beber hasta aturdirme por
completo. Luego me siento fatal y muy culpable por hacer esto. Pero
¿dónde empieza todo? Ni nos acordamos ... Así que hacemos memoria y
vamos reflexionando. ‘’Veamos, hace dos días estaba más o menos bien,
llevaba tiempo sin un bajón así.

Pero esa noche ... no había pegado ojo ¿Qué había pasado ese día? Nada
especial, la verdad ... Bueno, si, la discusión con mi pareja, pero como
tantas veces”. Nos detenemos un poco a tomar conciencia de este punto,
preguntándonos ¿qué es lo que más se nos ha quedado de esa discusión,
¿qué es lo primero que nos viene a la cabeza al pensar en esto? Nos damos
siempre un tiempo, nos paramos a pensar, a dejar que vengan los recuerdos.
Puede que recordemos la cara de nuestra pareja mientras nos decía:
“eres igual que tu padre”. Si nuestro padre fue un alcohólico que hizo sufrir
toda la vida a nuestra madre, el comentario nos sienta como si nos acusaran
del peor de los delitos, eso es justo lo último que querríamos ser. Los
recuerdos de lo que pasamos de niños se activan dolorosamente, y durante
un momento nos sentimos frágiles y vulnerables. El rechazo de nuestra
pareja dispara también la necesidad de aprobación. Esta empezó a crecer en
nosotros de niños, cuando intentábamos sin éxito conseguir reconocimiento
y afecto - como todos los niños - de un padre que nos humillaba y
despreciaba. Estas emociones activan respuestas protectoras de intensa
rabia y miedo, nuestro sistema quiere pelear ante el dolor que siente, quiere
escapar de esto, y de todo lo vivido anteriormente. Pero la rabia no nos
permitimos sentirla, porque la identificamos con el padre hostil que
tuvimos, y no queremos ser así. El miedo está también bloqueado, ya desde
que oíamos los gritos y las peleas en casa, de donde no podíamos escapar.
Nos 56

No soy yo

sentimos atrapados, como cuando éramos niños, aunque seamos adultos con
más posibilidades. El disparador es la cara de nuestra pareja, y la secuencia
es la sensación de fragilidad, la necesidad de complacer, la rabia y el miedo,
y finalmente el bloqueo. En parte para anestesiar esta sensación, en parte
como castigo por haber generado el rechazo del otro, en parte porque junto
con la rabia han venido los recuerdos de las reacciones de nuestro padre,
recurrimos al alcohol. Con esto la sensación es muy ambigua, hay cierta
disminución de las sensaciones, cuando el alcohol sube en nuestra sangre ya
no notamos nada. Pero después el malestar físico que nos deja el alcohol, la
tormenta emocional y el efecto de una noche sin dormir, se unen a la culpa
infinita por acabar bebiendo, justo - pero no por casualidad - como nuestro
padre lo hacía.

Las secuencias automáticas nos llevan paradójicamente al ultimo lugar al


que querríamos ir.

Si observamos cómo unos estados emocionales y otros se van encadenando,


podremos dejar de juzgarnos y entender que el culpable de la situación es el
automatismo. Martirizarnos porque se produzca el problema no va a
cambiar nada, pero sí podemos adquirir perspectiva y modificar la situación
trabajando en ello.

Para lograrlo, hemos de introducir cambios en la secuencia. Como ahora


somos adultos, podemos permitirnos marcharnos de las situaciones, por
ejemplo, dejar una discusión antes de que suba demasiado la temperatura.
Otra opción es tener una conversación con nuestra pareja en la que le
expliquemos cómo nos sentimos cuando nos dice esas cosas. Si nos lo ha
dicho consciente de que nos hacía daño, procuraremos entender de que se
esta defendiendo, y si tiene que ver con lo que nosotros hacemos - hemos de
ser honestos en esto - o más con sus propias historias. Podemos vacunarnos
de nuestra necesidad de complacer, diciendo más lo que pensamos; y
prevenir las sensaciones de fragilidad, protegién-donos de lo que nos hace
daño, frenando al otro o negándonos a cosas que sentimos que nos
perjudican. Imaginarnos cuidando del niño vulnerable y del que necesitaba
complacer es otra posibi-57

Anabel González

lidad. El tema es atajar las primeras etapas de la secuencia, antes de que


coja velocidad y se salga de nuestro control, introduciendo cambios en ella.
El solo hecho de pararnos a observar lo que se activa en nosotros, y con que
se conecta, está entrenando nuestra capacidad de reflexionar sobre lo que
nos pasa. Si lo hacemos con frecuencia, iremos notando que pasamos poco
a poco de automático a manual. Esta capacidad de autoobservación, de
tomar perspectiva, de ver nuestros cambios de estado mental con cierta
distancia, y con intención de entender sin juzgar, es en sí misma una
poderosa herramienta para regular nuestras emociones. Sus efectos, si
somos constantes en este trabajo, pueden ser muy significativos a medio
plazo.

Las secuencias pueden ser muy diversas, incluso en la misma persona.


Distintos disparadores pueden activarnos unos estados u otros, pero
generalmente habrá algunos más frecuentes o problemáticos, sobre los que
nos interesará trabajar antes. No ha de preocuparnos encontrar la clave del
cambio, lo importante es pararnos a entender con detalle nuestras
reacciones y cómo se van encadenando. Una vez identificada la secuencia,
cualquier variación que introduzcamos en ella es interesante,
independientemente del resultado. Mientras lo que hagamos no sea más de
lo mismo, ya estamos fuera del automatismo. Estamos modificando uno de
los pasos de la coreografía, y los siguientes no podrán ser iguales. Hasta que
pase tiempo, no notaremos cambios de envergadura, pero hemos de
responsabilizarnos de trabajar en ello si queremos mejorar las cosas. Ni
hacer como que no ha pasado o no fue importante, ni lamentarnos después o
enfadarnos con nosotros mismos, evitarán que eso suceda.

58

No soy yo
6. ESCUCHANDO AL CUERPO
Existen en nosotros varias memorias. El cuerpo y el espíritu tienen cada
uno la suya. Honoré de Balzac.

La sabiduría popular ha ido por delante de la neurociencia. Es frecuente


decir que nos duele el corazón cuando sufrimos por alguien, o que lo
sentimos en las entrañas. Durante muchos años los estudios sobre el sistema
nervioso se han centrado en el cerebro, del mismo modo que la psicología
dio primacía a pensamientos o cogniciones frente a otros elementos. Desde
estas teorías, eran nuestras ideas las que generaban nuestras emociones. Y
aunque es cierto que nuestra perspectiva sobre las cosas puede condicio-nar
cómo nos sentimos ante ellas, esto no es más que una pequeña parte de los
procesos que nos llevan a regular nuestros estados internos y a funcionar en
el mundo externo.

Stephen Porges (12) ha defendido la importancia del sistema nervioso


periférico en la regulación de nuestras emociones. Es de la interacción
fluida entre cuerpo y cerebro de donde surge una buena modulación de
nuestros estados emocionales y una reacción adaptativa ante el ambiente
que nos rodea. En este sistema nervioso periférico tendríamos dos áreas: el
corazón y las vísceras, el pecho y el abdomen. De hecho, cada vez se da
más importancia a las estructuras nerviosas asociadas al sistema digestivo y
al corazón, y están empezando a entenderse algunas de sus complejas
funciones.

El sistema digestivo tiene más terminaciones nerviosas que ningún otro


órgano del cuerpo. Muchas personas notan cómo las situaciones tienen
repercusión en su estómago y en su funcionamiento intestinal. Del mismo
modo se esta proponiendo que el aparato digestivo, incluyendo la flora
intestinal que lo puebla, podrían tener influencia en nuestros estados de
ánimo. Una patología 59

Anabel González
muy frecuente, el colon irritable, parece tener que ver con esta conexión
cuerpo-cerebro y sus desajustes (13).

Otro sistema muy relevante es el corazón, también con una gran cantidad de
terminales nerviosas, cuya función parece ir más allá del bombeo de sangre
para los órganos. En concreto la sincro-nía entre corazón y respiración
guarda relación con la regulación del sistema nervioso periférico, y a través
de él, con el cerebro.

Aunque estemos en reposo y nuestro corazón esté latiendo de modo regular,


su frecuencia varía acompasando a nuestra respiración. Si los latidos
cardíacos no tienen esta variación, nuestro estado emocional y físico será
peor. A esto se le denomina varia-bilidad del ritmo cardiaco o HRV (14) y
puede ser entrenada para mejorarlo cuando esta desajustado. El
entrenamiento en HRV está demostrando ser útil en el tratamiento de
muchos problemas médicos y psicológicos (15).

Del mismo modo que prestamos atención a nuestros estados emocionales,


es también importante que escuchemos la información que procede de
nuestro cuerpo. Al igual que una historia adversa temprana o prolongada
puede llevar a una pelea con nuestras emociones o reacciones, también
puede generar distintos tipos de conflicto con nuestro organismo físico y
sus sensaciones.

La ausencia de caricias, de abrazos, de transmisión física del afecto, supone


una escasa relación positiva con el cuerpo. Debido a ello podemos tener una
visión de lo corporal como una fuente de problemas y molestias más que
como algo asociado con placer o bienestar. En ambos casos, prestaremos
más atención a las sensaciones corporales desagradables que a las
agradables, y cuando las notemos no sobremos cómo regularlas o lo
haremos de un modo que resultara contraproducente.

Una de las posibles consecuencias que derivan de lo anterior es que nos


desconectemos del cuerpo porque nunca aprendimos a sentirlo, o porque las
señales que nos enviaba eran tan intensas que se nos hicieron intolerables.
Perdida la conexión, el malestar 60

No soy yo
sigue estando ahí, pero no lo notamos - y por tanto no hacemos nada para
modificarlo - hasta que se convierte en una enfermedad física. Desligarnos
de nuestro cuerpo también puede hacer que sí detectemos el dolor o el
malestar, pero no entendamos la relación entre este y lo que nos ocurre, ni
la conexión con lo que sucedió en el pasado.

Al igual que describíamos anteriormente, las bases para esta relación


cuerpo-cerebro se establecen en nuestros primeros años de vida. Cuando
somos bebés y lloramos, no entendemos lo que nos pasa ni podemos hacer
nada con ello. Dependemos de un adulto que sintonice bien con nuestro
malestar y sepa adivinar-nos. De ese modo nos dirá “venga, a la cama, que
lo que estás es muerto de sueño”, o “este niño tiene hambre, hay que darle
el biberón”. Por supuesto, es fundamental que la mayor parte de las veces
los adultos acierten en sus predicciones. Cuando es así, poco a poco iremos
aprendiendo a detectar lo que nos ocurre y a buscar una solución que se
oriente a satisfacer las verdaderas necesidades que tenemos. También
aprenderemos a demorar esa satisfacción cuando sea necesario, como no
comiendo entre horas y esperando a que sea momento de comer, o
regulando y or-ganizando el tiempo de sueño.

Si los adultos no se entienden a sí mismos, tampoco podrán entendernos a


nosotros. Si funcionan de un modo caótico, nuestro sistema no tendrá de
quién aprender a organizarse. Si interpretan mal nuestras claves,
confundiremos las cosas. Por ejemplo, si siempre que llorábamos nos daban
el biberón para que dejásemos de hacerlo, aprenderemos a que la ansiedad
se calma con comida.

Si la respuesta de los otros ante nuestro malestar cuando éramos niños fue
ignorarlo o minimizarlo, no habremos aprendido cómo se llaman nuestras
sensaciones ni qué quieren decir, y además tenderemos a no prestarles
atención a menos que se vuelvan muy intensas y nos bloqueen por
completo. Si cuando estábamos enfermos nos decían que no debíamos
quejarnos, o nos regañaban o ridiculizaban por hacerlo, probablemente
llevaremos fatal una 61

Anabel González
simple gripe o no nos permitiremos descansar cuando estemos mal. Si los
adultos se angustiaban más que nosotros cuando nos enfermábamos, todo lo
que tenga que ver con enfermedades lo viviremos siempre con gran
preocupación. Si nos desatendían excepto cuando nos enfermábamos
físicamente, tenderemos in-conscientemente a ponernos enfermos cuando
necesitemos emocionalmente a otros. Cada vez que ahora nos vemos en un
estado corporal determinado, nuestro cerebro buscará en el archivo
momentos asociados a situaciones similares, incluyendo cómo reaccionaron
los que nos rodeaban.

En ocasiones, si las cosas que nos pasaron tuvieron que ver con nuestro
cuerpo, podemos desarrollar un rechazo específico a todo lo que tenga que
ver con él. Si hemos sufrido quemadu-ras importantes, con el lento y
doloroso proceso de recuperación que esto implica, podemos haber
necesitado desconectarnos del cuerpo, y con el tiempo no sabremos cómo
recuperar esa capacidad. O si hemos tenido un problema o un defecto que
ha motivado burlas por parte de otros, podemos culpar a nuestro cuerpo por
ser como es. Cuando el cuerpo ha sufrido directamente las agresiones o los
abusos, conectar con él puede llevarnos a conectar con el miedo, el asco o
la vergüenza, o traer consigo los recuerdos de esas situaciones que estamos
tratando de evitar.

Este rechazo al cuerpo puede ser también una manifestación de lo poco que
nos gustamos o nos valoramos. Cuando se desarrollan sentimientos de
inferioridad, de no ser válidos, de ser indig-nos o reprobables, es posible
que no queramos ver nuestra imagen en el espejo, o que no nos guste
vernos. Esto puede ocurrir de modo constante o solo en algunos momentos,
cuando estamos en un determinado estado emocional o vemos en el espejo
una determinada expresión, esa que representa lo que más odiamos ver en
nosotros, la parte de nuestra personalidad que menos nos gusta.

En ocasiones esto puede ser más extremo, y no ser capaces de


reconocemos. Cuando nos miramos decimos “no soy yo” el que está en el
espejo, “no me reconozco”.

62

No soy yo
Otra circunstancia que hemos de tener en cuenta es que nuestro cuerpo
puede enfermarse físicamente a consecuencia de vivir situaciones de gran
impacto emocional, sobre todo cuando nos generan un estado de estrés
crónico. Se han estudiado mucho los efectos del estrés sobre el sistema
nervioso autónomo que inerva los órganos del cuerpo, sobre las hormonas
que regulan diferentes funciones y el sistema inmunitario que nos defiende
de las infecciones. Las situaciones estresantes favorecen que se de-sarrollen
todo tipo de enfermedades, e influyen en cómo evolucionan. Cuando
tenemos problemas físicos y somos reacios a fijarnos en aspectos
emocionales o a reflexionar sobre nuestras vidas y relaciones, puede que
busquemos durante años tratamientos médicos para esos problemas, que
tendrán resultados pobres o poco duraderos. Cuando los médicos, ante la
poca efectividad de los fármacos, plantean que quizás el problema sea “los
nervios”, las personas suelen sentirse ofendidas. Su malestar o su dolor son
muy reales, y cuando los profesionales les dicen que es “psicológico”,
entienden que los están tomando por enfermos imaginarios.

Desafortunadamente, los médicos no siempre entienden bien las


enfermedades psicosomáticas, los trastornos conversivos o las
somatizaciones, problemas todos ellos en los que el componente
psicológico juega un papel importante. No es raro que transmitan a sus
pacientes que “no tienen nada”, lo cual - si lo pensamos bien - es bastante
insultante para alguien que lo está pasando mal.

Los problemas físicos que pueden derivarse de experiencias traumáticas son


muy diversos. Hace unos años se llevó a cabo un estudio con miles de
personas en los que se analizó la influencia de algunas experiencias
infantiles adversas (16) y se vio que entre las personas que habían sufrido 4
o más la probabilidad de tener cáncer o enfermedades cardíacas se
duplicaba. También au-mentaba la presencia de síntomas físicos para los
que no parecía haber ninguna explicación médica, y estos eran más
numerosos cuantas más experiencias traumáticas había sufrido la persona.

Los individuos con más traumas fumaban más, estaban más obe-63

Anabel González
sos y menos activos físicamente, tenían más problemas pulmona-res,
renales, se rompían más huesos ... Las rutas que van desde las experiencias
adversas al desarrollo de estas enfermedades son muy variadas, y
probablemente combinan una influencia directa del estrés con un mal
autocuidado y hábitos menos saludables.

La forma en la que nos cuidamos, como hemos dicho, toma como


referencia el modo en el que fuimos cuidados, e influirá tanto en el cuidado
físico como en los aspectos emocionales.

En todo caso, cuando analizamos lo que nos ocurre, y por qué nos ocurre,
hemos de tener en cuenta nuestras emociones, nuestras creencias, y nuestras
sensaciones físicas. Hemos de entender como un todo tanto nuestros
problemas psicológicos como nuestras enfermedades médicas. El
tratamiento de cualquiera de esos problemas, ha de abarcar lo corporal y lo
mental.

Puede que nunca hayamos llegado a estar en conexión con nuestro cuerpo o
que desconozcamos su lenguaje. Es posible que contenga sensaciones o
emociones que no queremos sentir porque nos recuerdan momentos que
queremos olvidar o partes de nosotros que desearíamos que no estuvieran.
Quizás nos sentimos consumidos por enfermedades físicas debilitantes o
que nos producen sufrimiento. El proceso de reconciliarnos con nosotros
mismos, ha de incluir también una reconexión con nuestro cuerpo, y más
aún en las situaciones anteriores. Hemos de reaprender a sentirlo, a fijarnos
en sus sensaciones y aprender a describirlas.

Tanto las sensaciones positivas como las negativas varían en función de


nuestras emociones y nuestros pensamientos. Incluso las enfermedades
físicas con una causa orgánica más clara pueden precipitarse, empeorar o
llevarse peor, dependiendo de muchos factores vitales o procesos
psicológicos internos.

El primer paso es observar con calma lo que notamos. Puede que nuestro
primer pensamiento sea “no noto nada”, pero paré-monos con más
detenimiento, tomémonos unos minutos. ¿Qué postura tenemos?, ¿dónde se
apoya nuestro cuerpo y cómo lo 64
No soy yo

hace? Notemos la presión de nuestros pies en el suelo. ¿Qué parte del


cuerpo tiene más calor y cual más frío? ¿En qué zona hay más tensión y
cual está más relajada? ¿Cuál pesa más y cuál está más ligera? Describamos
con detalle la sensación más agradable. Seamos conscientes de si hay
malestar y de qué características tiene.

Notemos todas estas sensaciones sin etiquetarlas, sin decidir si son buenas o
malas, o lo que significan. Simplemente dejémoslas sueltas, permitámosles
ser lo que son.

Muchas veces fijarnos de este modo nos hace darnos cuenta de sensaciones
de las que no teníamos conciencia y de ese modo entendemos mejor cuál es
nuestro estado. Muchas veces también observamos que estábamos
conteniendo esas sensaciones, o haciendo movimientos que nos distraen de
ellas, como apretarnos las manos o mover una pierna. Simplemente con
darnos cuenta de que están ahí y dejarlas sueltas muchas veces el malestar
evoluciona, y en ocasiones se atenúa y desaparece. Otras veces veremos
cuántos pensamientos hay en nuestra cabeza, y el efecto que tienen sobre
nuestras sensaciones. Por ejemplo, si nos repetimos constantemente “no
soporto sentir esto, quiero que se me quite esta sensación” o pensamos que
si nos paramos a notarlo nos desbordaremos, observaremos que lejos de
atenuarse, el malestar se incrementa.

Este momento de encuentro con nuestro cuerpo ha de ser una experiencia


continuada y repetida para que pueda producir efectos en nuestro bienestar
y aumentar la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Un ejercicio
que podemos hacer es aprender a estar con nuestras sensaciones. Cuando
notemos malestar, lo localizaremos en un lugar del cuerpo. Colocaremos la
mano sobre esa zona, sin hacer presión, sin tratar de apartar ni de arrancar
la sensación, sino con un gesto de cuidado. Imaginaremos que la sensación
es un perrito, un gatito, un bebé - algo que nos despierte ternura - y que es
él quien la está sintiendo. Veámonos mentalmente cuidando del animalito,
transmitiéndole con paciencia que no está solo y que se va a poner bien.
Sabemos que las 65

Anabel González
sensaciones a veces están ahí mucho tiempo, y simplemente nos quedamos
con ellas sin pedirles que cambien o que se vayan, sin presionarlas ni
atosigarlas, dejándolas ser como son y estar como están. El objetivo del
ejercicio no es la relajación, es aprender a tolerar nuestras sensaciones y a
pensar en ellas desde el cuidado, y no funcionar desde la evitación o la
supresión emocional.

En momentos en que estamos tranquilos y sin aparente malestar, podemos


hacer una variante de este ejercicio colocando nuestra mano sobre el
corazón, y aprendiendo a percibir sus latidos y su ritmo. O ponerla sobre el
pecho y observar nuestra respiración, cómo es de profunda y de rápida. Si
es acelerada y superficial, podemos ayudarnos a variarla de modo
consciente, es interesante que nuestras respiraciones sean lentas, dedican-do
más tiempo a soltar el aire que a inspirar, pero el cambio es importante que
lo hagamos sin prisa, de modo fluido, sin forzar-lo. Colocaremos luego la
mano sobre el abdomen, notaremos las sensaciones que nos transmite, y
observaremos cómo se mueve al ritmo de la respiración.

Las sensaciones de malestar pueden hablarnos también de reacciones ante


lo que ocurre, o ante nuestros procesos internos, de las que no somos
demasiado conscientes. Junto a los estados emocionales que describíamos
en el capítulo anterior, y las reacciones de protección de las que hablaremos
más adelante, pueden articularse en secuencias que van activándose de
modo automático sin que nos demos cuenta, y qué es importante poder
entender en detalle. Cuanto mejor sea nuestra conciencia de lo que nos
ocurre, más capacidad tendremos de poderlo modificar.

66

No soy yo

7. APRENDIENDO A REGULAR NUESTRAS EMOCIONES

Las emociones que no son expresadas, nunca mueren. Son enterradas vivas
y salen más tarde de peores formas. Sigmund Freud

Cuatro niñas juegan y corren, y tropiezan y caen al suelo, ha-ciéndose


arañazos en las rodillas.
Susana tiene 5 años, y al ver sus rodillas sangrando se va llorando para su
casa. Su madre la mira con cariño y le dice: “Pobrecita, te duele ¿no? Ven
aquí, voy a lavarte la herida. ¡Sí, claro que duele! Te pondré una tirita. Ven
y siéntate en mis rodillas un ratito”. En poco tiempo la niña se aburrirá y
querrá salir a jugar. Si la madre le pregunta si su rodilla aún le duele, ella
probablemente le dirá “no”, mientras sale por la puerta.

María se va a su casa y su madre está en la cocina. Lleva todo el día


trabajando y se la ve agotada. María se dice a sí misma que su herida no
tiene importancia, y no quiere molestar a su madre con eso. La madre
ensimismada en su tarea no se da cuenta de que algo le ha pasado a la niña,
y le dice: ‘’Ve a lavarte, es hora de cenar”.

Laura se va llorando desconsolada para casa, y su madre sale corriendo a


buscarla. Ha oído los gritos de las niñas, y lo primero que le viene a la
cabeza es que ha pasado algo grave. Cuando la ve, la agarra fuerte por los
brazos, gritándole angustiada: “¿No te he dicho mil veces que tengas
cuidado? Vas a hacer que me dé algo, anda entra en casa”. Laura esta muy
alterada, y sigue llorando. La madre le dice: “No llores mujer, que eso no es
nada ...

Venga, no l ores más que me vas a poner triste a mi”.

Teresa da una vuelta para ir a casa, se ha asustado mucho con la caída y no


puede parar de llorar. Cuando llega a casa su 67

Anabel González

madre le dice: “¡Para de l orar o te voy a dar un motivo para llorar de


verdad! No haces más que tropezar, eres una torpe, a ver si tienes más
cuidado”.

El tipo de cuidado que recibimos tiene mucho más que ver con estas
pequeñas interacciones cotidianas que con los sucesos extraordinarios. En
el día a día se va configurando, de un modo muchas veces no explícito ni
consciente, cómo nos entendemos a nosotros y al mundo, qué hacemos con
nuestras sensaciones y cómo nos vemos a nosotros mismos (17). La forma
en la que nos miramos por dentro, nuestra perspectiva sobre lo que sentimos
y pensamos, toma como modelo la manera en que fuimos mirados por las
figuras más relevantes de nuestra infancia. Estas primeras relaciones con los
cuidadores son una plantilla base sobre la cual se irán asentando futuras
interacciones con personas significativas de nuestra historia. Cuando estos
cimientos están mal asen-tados, todo el edificio se construye sobre una base
inadecuada.

Por eso es necesario trabajar primero en construir unos cimientos sólidos.


Muchas personas intentan distintos tratamientos y terapias para solucionar
sus problemas, pero no consiguen cambiar en la dirección que desean. En
ocasiones el problema está en que estamos tratando de empezar la casa por
el tejado. El patrón de autocuidado y la forma de regular las emociones han
de estable-cerse, al menos parcialmente, antes de trabajar en otras áreas,
para que pueda conseguirse un avance sólido.

Pero entendamos primero la ruta que va desde la pequeña anécdota de las


niñas de nuestra historia, y su futuro funcionamiento interno.

Susana ha tenido suerte. En la lotería de “en qué tipo familia voy a nacer” le
ha tocado una madre con un estilo de apego seguro. Fijémonos en las
sutilezas de la interacción. En primer lugar, la madre reconoce el malestar
de Susana, se da cuenta de cómo se siente. Quizás por ello Susana se
permite llorar, y que su madre la vea llorar.

68

No soy yo

En segundo lugar, hace un gesto de cuidado y se ocupa tanto de lavar la


herida física, como de atender el sufrimiento emocional.

Las tiritas para los niños son curativas, como lo son las tradiciona-les frases
de “sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanaras mañana”. Se
introduce el juego en la interacción. También se introduce el consuelo:
“pobrecita, ven, siéntate aquí en mis rodil as”. El mimo de la madre va
diluyendo el dolor y el llanto de la niña, hasta que este desaparece.
Aparte de lo que hace la madre de Susana, es también importante tener en
cuenta lo que no hace. No le riñe por caerse, ni le hace ningún reproche. No
se angustia desproporcionadamente, ni está centrada en sus propias
emociones, sino en cómo se siente la niña. No ignora que le está doliendo ni
pasa por encima de su malestar.

Gracias a eso, Susana tiene un modelo desde el que puede aprender a darse
cuenta de cómo se siente, a valorar sus emociones de modo proporcionado,
a prestarles atención y a regularlas.

La regulación emocional se parecerá a lo que describíamos anteriormente.


Sus emociones fluirán, se mezclarán, y ella tendrá recursos para regularlas o
manejarlas. Sea cual sea el temperamento de Susana, sea más sensible,
asustadiza, vergonzosa o impulsiva que la media, irá siendo capaz de
modelar esa materia prima para poder funcionar cada vez mejor. Aunque no
todo depende del ambiente, y sabemos que todos tenemos determinadas
predis-posiciones genéticas, a día de hoy está claro que el entorno tiene
mucho que ver en cómo estas tendencias se van desarrollando y van
configurando nuestra personalidad adulta.

Veamos ahora la historia de María. Fijémonos que su problema no es tanto


que pasen cosas negativas, sino más bien que no se den las circunstancias
positivas que pueden enseñarle una buena regulación. Su madre no le riñe
ni la castiga, simplemente esta demasiado cansada. Y por la respuesta de
María, que ya no entra en casa llorando ni intenta llamar la atención de su
madre, esto pa-69

Anabel González

rece ya un patrón de funcionamiento habitual. Este estilo de apego se ha


denominado distanciante. Tener un mal día no traumatiza a un niño, pero si
no tenemos la energía emocional para poder estar pendientes de cómo se
sienten, hay muchos aprendizajes emocionales que no pueden producirse.
María tenderá a decirse que sus necesidades emocionales no importan, a
hacer como que no están ahí, y a no buscar cómo satisfacerlas. También
aprenderá a ser autosuficiente en su modo de regularse, por lo que no
recurrirá a los demás para recibir consuelo o apoyo. Esto la priva de un
importante recurso psicológico, ya que no siempre podemos resolver las
cosas sin ayuda de nadie. A veces, aunque podamos hacerlo por nosotros
mismos, sería mucho más fácil y gastaríamos menos energía, si nos
dejásemos ayudar. Prescindir siempre de los demás lleva más tarde o más
temprano a una sobrecarga innecesaria, que muchas veces conduce a que se
presenten síntomas psicológicos o físicos. Dado que no disponemos de las
claves para entender lo que sentimos, cuando notamos esos síntomas, no les
encontramos ningún sentido, ni comprendemos de dónde vienen.

Vamos ahora al caso de Laura. Su madre se preocupa por ella, lo cual en


principio podría parecer bueno, pero que esta emoción esté demasiado
presente produce más problemas que beneficios.

En estas familias de apego preocupado, la preocupación se considera


sinónimo de afecto. Esta madre piensa que quiere más cuanto más se
preocupa, y que si no se preocupase significaría que no quiere. Estos
mensajes se envían a veces explícitamente, transmi-tiéndonos que hemos de
estar siempre preocupados y hacernos cargo del bienestar emocional de los
demás. Aunque dichas afir-maciones contienen una parte de verdad, en su
mayoría suponen una importante distorsión del vínculo afectivo.

En primer lugar, la preocupación introduce densidad. Es como una música


de fondo que genera sensación de angustia, que hace las situaciones más
pesadas. Por un lado trataremos de despren-dernos de ese peso, que se hace
excesivo pero, por otro, nos veremos atrapados por las consignas familiares
y la obligación mo-70

No soy yo

ral de preocuparnos por los demás y de resolver sus problemas.

Los vínculos se vuelven ambivalentes y la cercanía puede resultar


irrespirable. La sensación de las personas que crecen en estas familias es
muchas veces la de estar atrapados en un dilema irre-soluble. Si nos
distanciamos somos malos, egoístas, no queremos a los que nos quieren. Si
nos quedamos, nos sentimos asfixiados.

Por otro lado, la preocupación no ayuda a desarrollar seguridad en uno


mismo, cualquier actividad produce temor, explorar nuestras posibilidades
se limita enormemente. Pensemos en Laura la próxima vez que juegue con
sus amigas. Tras la escena con su madre, tendrá mucho cuidado de no
volver a caerse. Le dará miedo aprender a andar en bici, correr por las
rocas, o empezar a moverse sola. No tendría miedo solo por el daño
objetivo que pueda hacerse, sino porque un daño mínimo puede vivirse - a
nivel emocional - como el fin del mundo, y se temerá más allá de lo que
realmente representa. Además, tener un accidente generará también en
Laura la culpa por ser una preocupación más para su madre. Muchas veces
los niños de madres preocupadas tienden a buscar como calmarlas, porque
la desregulación de ellas les resulta muy desasosegante. Como podemos
ver, esta imagen de un niño calmando a un adulto es el mundo al revés.
Cuando crezca, Laura tenderá a hacerse cargo en exceso del malestar de los
demás, lo cual ya no encajará, porque los adultos para funcionar bien han de
autorregularse. Tratar de tirar de alguien que se abandona, o de calmar a
alguien que no hace por calmarse, solo puede conducir a la frustración y la
desesperación.

Estas familias preocupadas no favorecen la autonomía de los niños. La


preocupación es un pegamento potente, y despegarse no es sencillo. Para
adaptarse los niños pueden absorber el sistema, y volverse muy
dependientes. Se sienten muy inseguros haciendo cosas solos, y buscan
siempre al adulto para poderse calmar. Este patrón puede continuar hasta la
vida adulta y teñir todas las relaciones futuras. La persona no se verá como
un ser autónomo, no tolerará la soledad, la distancia o las pérdidas. Sen-71

Anabel González

tirá a los demás como partes de sí misma, y creerá que no es nada sin ellos.
Frases como “sin el no soy nada”, “si me falta me muero”

o “me siento vado sin ella” reflejan esta dependencia emocional.

Ninguna relación funciona bien si no podemos visualizarnos sin la otra


persona. Desde ahí, cualquier problema se vuelve inasumible.

Algunos individuos con este patrón pueden distanciarse, pero no sin un alto
costo emocional. Ante las dificultades para funcionar con aquellos con los
que mantienen un vínculo preocupado en la distancia corta, pueden optar
por poner tierra por medio.

Sin embargo, hay un hilo invisible que les une a estas personas, de las que
reciben mensajes culpabilizadores por no haber llama-do, por no ir más a
visitarles o por no preocuparse por como están. Muchas veces, para evitar
este sentimiento de culpa, ceden a las peticiones del otro, por ejemplo
llamando a la madre cada vez que llegan a casa, mientras despotrican a la
vez por tener que dar cuentas a su madre aún con 40 años. Para poder
funcionar en las relaciones, pueden hacerse hipersensibles a cualquier signo
de que el otro se aferra a ellos, aunque internamente luchan contra su propia
dependencia de la que no son conscientes o que rechazan.

Sin embargo, la consecuencia más problemática puede venir de un


momento de la interacción que en principio podría parecer positivo. La
frase “venga, no l ores, eso no es nada” se entiende como un modo de
ayudar al niño a regular el malestar. Sin embargo, introduce el mensaje
subliminal de que nuestro malestar no es importante, y de que hemos de
pasar por encima. Aquello que no nos paramos a notar, no se procesa, y se
acumulará en nuestro interior. Sin este primer paso de reconocimiento
emocional, el resto del proceso de regulación no puede tener lugar.

Por último, veamos el caso de Teresa. Siente miedo con la caída, porque
probablemente anticipa lo que va a pasar en casa.

La madre de Teresa tiene reacciones que la asustan: donde tendría que


encontrar seguridad, lo que percibe es amenaza. Cuando el miedo se mezcla
con el vínculo con el cuidador, el sistema colapsa 72

No soy yo

porque se ve enfrentado a una paradoja (18). El apego es un sistema


biológico orientado a la protección, porque como decíamos en capítulos
anteriores, la especie humana no se desarrolla autónomamente, sino en
contextos familiares. El niño, sin recursos para protegerse del entorno, se
vincula a un cuidador que ejerce esa función. Pero este sistema no está
diseñado para que el cuidador sea a la vez el protector y la fuente del
peligro. La agresión, no necesariamente física, sino la hostilidad emocional,
no pueden asímilarse. Incluso sin ese componente, un cuidador
atemorizado, no puede ser vista como fuente de protección. Por ello,
aunque en la casa haya más personas aparte de la figura más hostil o
agresiva, si estas no pueden protegernos del daño, no pueden funcionar
como figuras de apego seguro. La necesidad de vinculación no se verá
satisfecha, y la protección quedará siempre asociada a ese vínculo. Las
sensaciones que describíamos en capítulos anteriores estarán presentes
reflejando carencias afectivas de diverso tipo, y estos estados oscilarán con
reacciones de protección que se activarán de modo desajustado ante la
conexión con los otros o con nosotros mismos. Los procesos mentales se
van a disociar, nuestra mente se fragmentará.

Vayamos ahora a cómo estos aprendizajes se reflejan en el modo en el que


nos cuidamos cuando somos mayores. Repasemos si nos identificamos con
algunos de estos factores:

¿Somos autodestructivos? ¿Nos machacamos o criticamos internamente


todo el tiempo? ¿Hacemos cosas aunque sabemos que nos perjudican? ¿Nos
enfadamos con nosotros mismos por estar mal? ¿Nos descuidamos incluso
físicamente? ¿Pedimos ayuda cuando la necesitamos? ¿Cuándo nos la
ofrecen, nos dejamos ayudar? ¿Buscamos actividades o relaciones
positivas? ¿Nos sentimos cómodos cuando nos hacen comentarios
positivos?

¿Nos damos cuenta de lo que necesitamos y le damos la misma importancia


que a las necesidades de los demás? ¿Buscamos cómo satisfacer esas
necesidades? ¿Hay un equilibrio entre cuidar 73

Anabel González

de nosotros y de otras personas? ¿Cuándo cuidamos de otros, muy en el


fondo - aunque no nos lo reconozcamos - esperamos que nos correspondan
o nos lo agradezcan?

Todos estos aspectos tienen que ver con el modo en el que nos cuidamos. Si
vemos que tenemos problemas en muchas de estas cosas, hagámonos la
siguiente reflexión: por mucho que nos angustiemos por lo mal que nos
sentimos ¿cómo puede sentirse mejor una persona que se trata mal a sí
misma? Este es uno de los cimientos que hemos de asentar antes de hacer
nada más: nuestros esfuerzos han de centrarse en aprender, nos cueste lo
que nos cueste, a cuidarnos mejor. El primer paso para solucionar un
problema, es entender - sin juzgarnos - cómo se ha desarrollado. ¿En qué se
parece el modo en el que me trato a cómo me trataron? ¿Quiero seguir
funcionando así? Porque ahora que soy adulto, soy yo quien decide. Esto
no significa que cambiar el modo en que nos cuidamos sea un proceso
sencillo, pero es posible si ponemos en ello nuestra energía. Tomando
conciencia estamos dando el primer paso.

74

No soy yo

8. NO SOY YO: LA IDENTIDAD FRAGMENTADA

Uno no puede pelear consigo mismo, porque esta batalla tendría un solo
perdedor. Mario Vargas Llosa.

Sin crecer con la mirada de otro que vea quienes somos a un nivel
profundo, la forma en la que nos miramos a nosotros mismos va a estar
distorsionada desde la base. Habrá aspectos de nuestra personalidad que no
podremos aceptar, porque fueron ignorados o reprimidos por las personas
con las que nos criamos.

Al hacernos adultos, esos aspectos funcionarán fuera de nuestra conciencia


y no podremos regularlos. Cuando se activen, no nos sentiremos
identificados con ellos, no entenderemos por qué sentimos, pensamos o
hacemos esas cosas. Nuestra percepción en ese momento será: “no soy yo,
esto no tiene que ver conmigo, esto no va con mi carácter”.

La identidad, la definición de quienes sentimos que somos, se aprende en el


espejo de las primeras relaciones, y se va configurando a partir de las
interacciones con las figuras significativas de nuestra historia. Si cuando
manifestamos una emoción vemos rechazo en la cara de las personas con
las que convivimos, inte-riorizaremos ese rechazo. Si esta experiencia es
repetida, cuando esa emoción se active, el rechazo hacia nosotros mismos
también lo hará.
Las partes de nuestra personalidad con los que no nos identificamos pueden
ser diversas, aunque es frecuente que esto ocurra con los aspectos
relacionados con la vulnerabilidad y la rabia.

Veamos algunos ejemplos:

75

Anabel González

¿Por qué no nos gusta sentirnos débiles o vulnerables?

“A veces me siento desamparado, desprotegido, esa es la palabra. No sé por


qué me siento así, si yo soy una persona muy fuerte ... En mi trabajo tengo
que enfrentarme a situaciones difíciles, y lo hago sin problema. Pero en
ocasiones, del modo más absurdo, me siento infinitamente triste. No me
gusta nada sentirme así.”

Si somos niños y nuestra madre está deprimida, no podemos compartir


nuestra tristeza. Tenderemos a ocultarla, a evitarla, a enterrarla o a negarla.
Si nuestra tristeza no recibe reconocimiento ni consuelo, será como un río
cuyo cauce tapiamos con compuertas que no se abren nunca. Como mucho
lloraremos sin que nadie nos vea, pero cuando lo hagamos nuestro cerebro
conectará este estado con la tristeza de nuestra madre. Para un niño ver
tristeza en un cuidador importante es terrible, porque la persona triste no
puede estar volcada emocionalmente en el niño, sino que está ensimismada
en su propio dolor. Esto es así aunque la madre cumpla con sus funciones a
nivel operativo y a ese niño “no le falte de nada”, porque no habrá sintonía
y resonancia con la emoción de su hijo. La tristeza es una emoción que nos
absorbe y nos lleva a retraemos hacia nuestro interior, generando en las
relaciones una sensación de distancia, intolerable para un niño que depende
de esas relaciones para su supervivencia. Si cuando somos niños no
tenemos de quien aprender a integrar, aceptar y regular nuestra tristeza,
trataremos de evitar sentirla o la enterraremos dentro de nosotros. Pero las
emociones que no nos permitimos sentir, mostrar y dejar salir, se quedan en
nuestro interior para siempre. Los recuerdos relacionados con tristeza se
apartarán, desconectarán o bloquearán. Una parte de nosotros se sentirá
infinitamente triste, pero la aislaremos en nuestra mente para no notarla.
Esta parte triste no tendrá oportunidad de evolucionar, de nutrirse con el
resto de nuestras experiencias, de relacionarse con figuras más reguladoras
con las que nos iremos encontrando a lo largo de nuestra vida. Muy dentro
de nosotros siempre estará el niño triste que nos 76

No soy yo

negamos a ser.

Si nuestra desconexión de esta parte de nosotros es muy grande, no


tendremos conciencia de todo esto. Solo notaremos a veces una tristeza que
no entenderemos de dónde viene, que vendrá junto con la sensación de
abandono y soledad que tiñó nuestra infancia. Nos sentiremos
desamparados, como si fuésemos niños sin nadie que les consuele y les
atienda. No nos veremos como los adultos que somos, capaces de hacer
cambios, de tomar decisiones y de buscar lo que necesitamos por nosotros
mismos, nos sentiremos pequeñitos. Seguimos atascados en el allí y
entonces. Solo rescatando a esta parte de nosotros, reintegrándola,
aprendiendo a gestionar de otro modo nuestra tristeza, podremos dejarla
fluir y marcharse, y eso hará que podamos vivir realmente el momento
presente.

El escenario que hemos dibujado no es el único que puede dar lugar a que
no nos guste sentirnos débiles o vulnerables. Es simplemente un ejemplo
entre muchos posibles, de cómo aquellas partes de nosotros que no nos
gustan, tienen sus raíces en nuestra historia. Lo importante es que si nos
sucede algo parecido al ejemplo anterior, nos demos cuenta de cuales son
nuestras propias conexiones.

¿Por qué tenemos arranques de mal genio o no nos gusta enfadarnos?

“Tengo reacciones en las que no me reconozco. Puedo ser muy hiriente,


sobre todo con la gente a la que quiero. Luego me siento fatal, pero es como
un resorte, no puedo evitarlo. Es como si esa rabia me controlara, y cuando
empieza hasta provoco que el otro salte para que todo estalle. Eso no tiene
que ver conmigo, yo odio la violencia porque he vivido mucha violencia”

77
Anabel González

Presenciar violencia física o verbal por parte de figuras significativas, vaya


dirigida hacia nosotros o hacia otras personas, va a modificar nuestro modo
de modular la rabia. Rabia, enfado, ira, son emociones de la misma gama, y
tienen que ver con la respuesta instintiva de lucha cuando nos atacan. Si ese
ataque viene de uno de los cuidadores principales, o de alguien que
represente una figura de apego (padres, parejas, etc.) nuestro sistema
colapsará al activarse la respuesta de apego y la de defensa
simultáneamente.

Ambas respuestas alternarán en las relaciones. A partir de aquí la


personalidad no se va a poder desarrollar de un modo integrado.

Cuando el niño esté centrado en el vínculo con el cuidador, pondrá a un


lado la rabia, porque no puede vincularse desde ahí. En ese momento solo
verá que necesita a esa persona para sobrevivir. En otros momentos puede
sentir la rabia, y en ese estado no tendrá presente que esa figura es
importante afectivamente para él. La respuesta frente al cuidador será doble
y contradictoria: necesito tu protección y me das miedo, te necesito y te
odio. Esta dualidad se convertirá en nuestro modo de experimentar las
relaciones con los demás. Sentiremos una profunda ambivalencia ante la
idea de intimar con otros, y cuanto más cerca estemos, más miedo
sentiremos, y más atacaremos a esa figura, o más aversión nos causara.

La desorganización de los vínculos tendrá matices enormemente complejos.


Por un lado, la necesidad de afecto y protección nunca fue cubierta, ya que
la relación incluso en sus mejores momentos, no fue sana. Una parte de
nosotros sigue fijada en esta necesidad infantil, con la que podemos
identificamos sintiéndonos incapaces de vivir sin nuestros padres o una
pareja, y funcionando de modo dependiente. Puede pasar que tratemos de
anular a esta parte, la rechacemos o nos desconectemos tanto de ella que no
tengamos conciencia de que esta ahí. Negaremos nuestras necesidades
emocionales y nos diremos que no necesitamos a nadie. En cualquiera de
los dos casos, nuestro niño interior necesitado seguirá dentro de nosotros.
Curiosamente, aquello de lo que menos conciencia tenemos, es lo que más
influencia tiene en nuestras de-78
No soy yo

cisiones. Podemos, por ejemplo, elegir nuestras parejas desde esa necesidad
de afecto muy primaria, muy de la infancia, negando los indicadores que
como adultos podemos intuir que la relación va a ir mal. Esto explica por
qué muchas veces nos vinculamos una y otra vez con figuras dañinas, en
ocasiones con perfiles curiosamente similares, como si no aprendiéramos de
la experiencia. De algún modo, es solo nuestro yo adulto el que aprende de
la experiencia. La niña necesitada de afecto que no queremos ver, aislada
del resto de nuestras memorias y de nuestra mente, no ha podido aprender,
no ha podido crecer, no ha podido evolucionar. Si dejamos que sea ella la
que escoja nuestras parejas, lo hará buscando los parámetros que le resultan
familiares, buscando personas que encajen en el primer molde que tenía que
ver con el afecto y los vínculos: el de las personas con las que crecimos.

Por otro lado, nuestra rabia estará conectada con otras redes de memoria.
Desde ahí tendremos conciencia del daño, y de las señales de peligro. Esa
parte nuestra puede sentir un profundo odio y resentimiento hacia la figura
de apego. La rabia tendrá mucho que ver con nuestra capacidad de
protección. Pero no nos llevaremos bien con esa rabia, porque algo en
nuestra reacción nos recordara a la figura de apego agresiva. Probablemente
nos hemos dicho muchas veces que “no queremos ser así”, que lo último
que querríamos sería parecernos a esa persona. Sin embargo, no podemos
decidir cómo funciona nuestro organismo, ni lo que sentimos. Cuando toque
sentir rabia, sentiremos rabia. Y entonces este aspecto se activará en
nosotros, pero no podremos regular la rabia porque la rechazamos, porque
no la sentimos parte de nosotros. La empujaremos hacia adentro, y no
tendremos acceso a ella para ponernos firmes, decir lo que necesitamos, o
pelear por lo que nos importa.

Existe también otra ruta que nuestra mente puede seguir ante figuras
cuidadoras muy contradictorias y amenazantes. Cuando crecemos en un
mundo de extremos, donde solo hay víctimas y agresores, nuestro instinto
de supervivencia puede considerar 79

Anabel González
más seguro el bando del agresor. Ser víctima es entonces lo que
rechazamos, y nos instalamos en la rabia y el resentimiento, en la lucha
contra la injusticia o en ser fuertes por encima de todo. Lo que no nunca nos
permitimos es ser vulnerables, conectar con el dolor o sentir compasión por
nosotros mismos. No queremos depender de nadie, porque desde esta
perspectiva, ese es el único modo de no ser aniquilados emocionalmente.
No confiamos en nadie, no establecemos vínculos de intimidad, y en caso
de que nos relacionemos, lo haremos solo desde la dominación, el poder o
el control.

Partiendo de este escenario de unos primeros vínculos desorganizados, sea


cual sea el lado con el que nos sentirnos más identificados, la fragmentación
en el funcionamiento mental será extrema. La parte más rechazada - sea la
hostilidad o la vulnerabilidad - estará en un segundo plano, pudiendo tener
nosotros más o menos conciencia de que esta ahí. Pero esas partes ocultas,
tanto nuestro niño interior necesitado y desamparado como nuestra rabia
defensiva y protectora, jugarán un papel esencial. Cuando algún proceso
mental se ponga en marcha desde estas partes de nosotros que no
reconocemos, no nos identificaremos con nuestros propios sentimientos,
pensamientos o acciones. Nos diremos cosas como “no soy yo”, “algo me
domina”, “no me reconozco a mí mismo”. Nos diremos que no somos así,
pero lo cierto es que somos nosotros quienes sentimos, pensamos o
actuamos.

Como decíamos, estos aspectos de nosotros mismos que rechazamos, tienen


frecuentemente similitudes con figuras significativas. Por tanto, nuestra
reacción hacia esa parte de nosotros, tendrá también que ver con la que nos
generaban esas personas.

Por ejemplo, podemos rechazar nuestra parte vulnerable porque sentimos


un gran resentimiento hacia una madre que, maltratada por su marido, no
supo proteger a sus hijos de la violencia de su padre. En cierto modo no
diferenciamos nuestro propio dolor, nuestra propia debilidad, nuestra
tristeza, de la persona en quien más vimos representados esos elementos.
También podemos no 80

No soy yo
aceptar nuestra propia rabia, y definirnos como una persona tranquila, a la
que no le gustan nada los conflictos, que está siempre controlándose, pero
que puede estallar de repente de un modo descontrolado. Si esto ocurre,
nuestra rabia nos recuerda demasiado la expresión más atemorizante de
aquella figura de nuestra familia que marcó nuestra infancia, y vernos
actuando igual nos resulta dolorosamente imperdonable.

Estas partes que queremos anular no siempre se manifiestan externamente.


La rabia puede interiorizarse, y convertirse en una crítica interna
despiadada, o incluso en un pensamiento o una voz interior que no nos
parecen nuestras. El nivel de rechazo hacia ellas, el grado de control que
llegan a tomar sobre la conducta, o la complejidad que pueden alcanzar, es
muy variado. En ocasiones podemos sentimos literalmente como si
fuéramos dos personas distintas, incluso no recordar en un estado lo que
pasa en otro. Si el nivel de fragmentación de nuestra personalidad es aún
mayor, podemos oscilar entre muchos estados mentales distintos, estar
desbordados con pensamientos contradictorios muy diversos, o no saber
qué pensamos, sentimos o queremos.

Nuestra vida puede convertirse así en un puzle sin resolver.

Al no encontrar el modo de superar estas contradicciones, que nos resultan


inasumibles, nuestra mente puede optar por dos extremos. El primero de los
cuales es vivir en una montaña rusa emocional, en la que alternamos entre
reacciones emocionales intensas de carácter muy distinto, y generalmente
descontroladas.

Nuestras creencias cambian de modo radical sin que seamos capaces de


definir quiénes somos. Es como si nuestro comportamiento en unos
momentos y en otros fuese tan difícil de encajar, que tanto para los demás
como para nosotros mismos, parece que somos personas diferentes según la
situación. En otra versión, también extrema, podemos contener estas
reacciones hasta tal punto, que no las percibamos, imponiéndonos un
control rígido permanente. Las partes de nuestra personalidad que
encerramos bajo llave pueden empujar hacia afuera, manifestándose como
im-81

Anabel González
pulsos, pensamientos o voces, emociones o sensaciones que no entendemos,
que no sentimos nuestros. Atribuiremos estos síntomas a una enfermedad
causada por factores externos, genéticos o desconocidos, pero no la
relacionaremos - de hecho, nos resistire-mos a ello - a ningún factor
psicológico, no le veremos conexiones con nuestra biografía.

82

No soy yo

9. NUESTRAS VOCES INTERIORES: HABLANDO


CON NOSOTROS MISMOS
Todas tus decisiones las toman cuatro o cinco personas dentro de tu cabeza,
y aunque puedas no hacerles caso si eres demasiado orgulloso para oírlas,
estarán ahí la próxima vez si te molestas en escucharlas. Eric Berne.

Todos tenemos un diálogo interior. Nos decimos cosas sobre lo que va


pasando, sobre lo que sentimos y sobre lo que pensamos. Este discurso
interno tiene mucho que ver con la regulación de nuestros estados
emocionales. De este diálogo entre nuestra parte racional y nuestra parte
emocional, es de donde surgen las mejores decisiones.

Lo que nos decimos internamente aprende en buena medida de lo que nos


dijeron determinadas personas, o de lo que nos dijimos a nosotros mismos
ante lo que los demás hacían o deja-ban de hacer. Tomamos referencias de
las relaciones significativas, empezando por las personas con las que nos
criamos, y conti-nuando con todas las figuras relevantes de nuestra vida.

Recordemos a las niñas que se habían hecho daño en la rodilla.


Visualicémoslas de mayores, habiendo cometido un error importante.

Susana, la que ha crecido en un apego seguro, se dirá a sí misma: “vaya


metedura de pata, me siento fatal, pero bueno, tomé la decisión pensando
que era lo mejor ... Ahora no queda otra que asumir las consecuencias. Lo
acabaré superando. He aprendido una lección importante”.

María quizás se diga que no pasa nada, que no le importa el resultado.


Empezará a sufrir dolores de cabeza cada vez más intensos mientras afronta
las consecuencias negativas de su decisión, pero no lo relacionará con lo
que ha pasado, y tratará de calmarlos con analgésicos.

83

Anabel González

Laura, la hija de la madre preocupada, se angustiará muchí-simo no solo


por lo que va a pasar, sino por muchas otras cosas negativas que podrían
venir a consecuencia de esto, y además por lo mucho que va a hacer sufrir a
otras personas.

Por último, Teresa, se machacará por haber tomado la decisión que tomó, y
se dirá una y otra vez que es un desastre, que no hace nada bien, y que todo
es culpa suya. Por supuesto, no lo co-mentará con ninguna amiga, y si lo
hace neutralizará las palabras de ánimo que esta le diga hasta que pierdan
efecto. No sabrá ayudarse ni dejarse ayudar. Esto producirá muchos más
problemas y mucho más malestar del que inicialmente se había generado. Y,
además, tendrá menos probabilidades de aprender de este error, porque no
tolerará la culpa sana como lo hacía Susana, de modo que puede caer una y
otra vez en el mismo problema.

Como vemos, el modelo interno con el que cada una se habla a sí misma, se
genera a partir de los modelos externos que estaban ahí cuando cometían
errores en el pasado. Si estas niñas sufren además situaciones traumáticas
relevantes, como abuso físico, emocional o sexual, acoso escolar, pérdidas
significativas, etc., las cosas pueden complicarse aún más. En el caso de
Teresa, a quien le ha tocado crecer con vínculos desorganizados, se
producirá la fragmentación mental que describíamos en el capítulo anterior,
que se hará mayor debido al trauma. Su nivel de conflicto interno crecerá
exponencialmente, las partes de la personalidad que se centran en mantener
el vínculo a toda costa y las que se focalizan en defenderse frente a la
agresión serán aún más irrecon-ciliables. El nivel de rechazo hacia algunos
aspectos de la personalidad será mayor. Su parte enfadada puede ponerse
furiosa con su parte débil por permitir el abuso o por buscar el afecto de la
figura abusiva. Esa parte enfadada almacenará toda la rabia, que no pudo
salir hacia el que hacía más daño, sobre todo cuando ese daño venía de la
figura de apego. Si lo hiciera, vincularse sería imposible, y eso no es una
opción viable para un niño. De ese modo, determinadas redes de memoria
no se conectarán entre sí, porque 84

No soy yo

contienen elementos totalmente incompatibles. Que la persona que nos


cuida sea justo la que más daño nos hace, literalmente no nos cabe en la
cabeza. Así que formamos un compartimento para cada cosa. Cuando nos
vinculamos a alguien no vemos lo que tiene de malo, cuando vemos lo
malo, nos olvidamos de que esa persona nos importa.

Al funcionar estas redes de memoria por separado, la mente se desarrollará


también por separado. En un lado guardaremos los momentos de
vinculación con la gente que nos rodea. En el otro la desconfianza hacia los
demás. O estamos en modo “necesito afecto desesperadamente, no soporto
estar solo”, o estamos en modo “me peleo con el mundo, no necesito a
nadie”. Desde una de las orillas, se genera una perspectiva de lo que nos
rodea totalmente distinta que desde la otra. Con algunas personas podemos
relacionarnos más desde un lado y con otras desde el otro, o con la parte
afectiva de una misma persona nos manejamos desde un registro distinto
que con su parte hostil. Es como si sacáramos una parte distinta de nosotros,
un yo diferente, en unos momentos y en otros. De ese modo, estos dos
aspectos de nuestra personalidad, pueden llegar a configurar partes con
mucha autonomía, que constituyen sistemas mentales elaborados, algo que
es casi como tener dos mentes paralelas. Aquel de los aspectos con el que
menos nos identificamos, estará más fuera de nuestro control y de nuestra
conciencia. Como decíamos antes, cada lado puede pasar a controlar la
conducta en un momento determinado, o bien alguno de ellos puede
percibirse solo internamente.

Aunque esto se manifiesta de muchos modos distintos, tomemos el ejemplo


de la rabia defensiva y el caso de la cuarta niña.

Teresa, aparte de la respuesta cotidiana de sus padres ante su malestar, ha


vivido una situación de acoso escolar durante varios años. Por supuesto, no
lo ha comentado en casa, porque si su madre se pone así ante una rozadura
en la rodilla, ni se imagina lo que haría con un tema de más envergadura.
No espera que sus padres la protejan, más bien tiene que protegerse de
ellos. Para ello su or-85

Anabel González

ganismo ha bloqueado su rabia defensiva, y ella aparta activamente esa


reacción cuando surge ante las agresiones que experimenta en su familia y
en el colegio. Este aspecto de su personalidad le da miedo, cuando siente
rabia se ve reaccionando como su madre, y se ha jurado a sí misma que
nunca será como ella. De modo que trata de ser una niña obediente, intenta
hacerlo todo bien, agacha la cabeza cuando le riñen para no provocar al
otro. La rabia se va acumulando, pero está bloqueada, apartada. Los
recuerdos de agresiones se van a almacenar en ese mismo compartimento,
que tiene su propia red de conexiones. De este segmento de la mente de
Teresa, surgen frases o amagos de reacciones, que rápidamen-te aparta y
trata de alejar. Cada vez estos pensamientos, sentimientos y acciones cogen
más presión. Al estar bloqueados de modo instintivo y automático, y al no
permitirse sentirlos cuando aún así aparecen, este estado va configurando
una parte elaborada de la personalidad. Cuando termina la primaria y los
compañeros que la acosaban dejan de estar ahí, Teresa empieza a oír voces
en la cabeza. Estas voces en realidad vienen de ese otro lado de la mente de
Teresa, no son más que sus propios pensamientos. Pero están tan
disociados, le son tan ajenos, se identifica tan poco con ellos, los rechaza de
tal modo, que los experimenta como voces o pensamientos que - se dice -
no son suyos.

Oír voces es un fenómeno más frecuente de lo que podría parecer, y no se


produce solo en pacientes con psicosis o trastornos cerebrales. Por
supuesto, si nos ocurre es importante que acudamos a un psiquiatra para qué
pueda hacer un buen diagnóstico del problema, porque puede haber muchos
factores médicos, neurológicos o patologías psiquiátricas que pueden
producirlas, y el tratamiento de cada uno de ellos es diferente. Pero en
muchos casos, esas posibles causas se habrán descartado, con lo que las
voces pueden ser simplemente una consecuencia de experiencias
traumáticas que hemos vivido. En este tipo de voces, las características
pueden ser muy variadas. Pueden percibirse claramente en forma de voces,
tanto dentro como fuera de la cabeza, o bien 86

No soy yo

como pensamientos que nos parecen nuestros. Podemos ver una relación
clara con las personas de quien aprendimos ese modelo de funcionamiento,
verlas como partes de nuestra mente, o atri-buirlas a entidades ajenas. Por
ejemplo, una voz agresiva, que reproduce el modelo de un padre violento,
puede ser percibida como un monstruo o un demonio que llevamos dentro.
En ocasiones podemos incluso ver una imagen que encaja con esa voz, o
ver a esa parte de nosotros como si estuviera fuera. Nada de esto significa
que estemos locos, simplemente es una prueba de que hemos de empezar un
proceso de reconciliación con todo lo que hay en nuestro interior,
incluyendo el lugar del que proceden esas voces o pensamientos.

Cuando la fragmentación es muy marcada, podemos sentir distintas partes


en nuestro interior, que pueden expresarse o no como voces internas, con
características variadas. Estas partes pueden representarnos a nosotros a
distintas edades, reflejar gamas de emociones, figuras de nuestra vida u
otros elementos. Con frecuencia hay un conflicto entre estos distintos
estados, que consume nuestra energía y nos genera numerosos problemas.
Este conflicto interno entre distintos aspectos de quienes somos es
característico de las personas que han sufrido traumatización compleja. Han
pasado demasiadas cosas, que parecen imposibles de asumir, y menos
cuando las colocamos juntas. Aceptar que las personas que deberían
cuidarnos, a las que deberíamos importar más que a nadie, sean las que nos
hagan daño, es inasumible.

La traición es lo más destructivo para el ser humano, el dolor que procede


precisamente de aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza.
Esto nos rompe por dentro, altera de modo profundo nuestra capacidad para
confiar en el ser humano. Nuestra mente se parte en trozos que no podemos
hacer encajar.

Reunir estas piezas forma parte del proceso de recuperación.

Todas son valiosas. Incluso las voces más hostiles, las partes que
rechazamos más, con las que menos nos identificamos, pueden jugar a
nuestro favor si sabemos ver los recursos que tienen en su 87

Anabel González

interior. Una vez pasada la situación en la que nuestra mente se rompió,


podemos mirar cada pedazo y sacar lo mejor de él. Del conjunto de todos y
cada uno de esos aspectos nacerá una nueva definición de quienes somos,
más completa y más sólida. No nos volveremos como las personas que nos
hicieron daño o no nos atendieron como necesitábamos, al contrario, al
asimilar lo que más rechazamos de nosotros, nos pareceremos menos a
ellos, empezaremos a ser realmente nosotros mismos.

Las partes más hostiles o críticas pueden convertirse en nuestra capacidad


de protección cuando aprendemos a usar la rabia para ponernos firmes,
decir que no, protegernos del exterior y reclamar lo que es importante para
nosotros. Aunque de entrada estas partes puedan haber tomado el modelo
de figuras agresivas, o extremadamente exigentes y controladoras, si las
abrazamos y las integramos, pueden evolucionar y cambiar, expresándose
de un modo que tiene más que ver con nosotros y menos con las personas
que las configuraron inicialmente.

Las partes más pequeñas y vulnerables serán las que, cuando nos vayamos
sintiendo más seguros, serán capaces de conectarse con los demás y sentirse
vinculadas a otros. Es importante que nuestra rabia no se vuelva contra
ellas, recriminándole a nuestros

“niños internos” haber sido vulnerables en la infancia, no haberse protegido


o permitir situaciones abusivas. Esto no es más que reproducir en nuestro
interior la misma obra de teatro de la que formamos parte de niños. Hemos
de cambiar el guion.

Los tipos de partes internas que podemos experimentar pueden ser


variables, si la fragmentación de nuestra mente es grande. Algunas de estas
partes se relacionarán directamente con una etapa, un recuerdo,
reproducirán lo que hacía una persona, lo que querríamos ser, etc. En
cualquier caso, su significado simbólico nos resultará claro. Pero aún en los
casos en los que nos parezca que no tienen relación con nosotros o no las
veamos conectadas con nuestras experiencias, acabarán siempre teniendo
sentido si 88

No soy yo

lo miramos a la luz de nuestra historia. Por ejemplo, podemos tener una


parte niña que representa lo que éramos antes de que nuestra vida cambiara,
en ocasiones nos sentimos como esa niña ilusionada, o escuchamos su voz
en nuestra cabeza. De algún modo nuestra mente preserva ese estado que
nos definió muchos años, y que creemos haber perdido. Puede haber una
parte que niegue que hubiera pasado nada de lo que recordamos o que
defiende que no estamos enfermos ni tenemos problemas. Si tuvimos que
salir adelante en medio de la guerra en la que crecimos, hacer que no pasa
nada, o que no tiene que ver con nosotros, es una reacción adaptativa.
Algunas partes pueden representar distintas edades o momentos de nuestra
vida, debido a que en esos momentos ocurrieron cosas que interrumpieron
nuestra evolución.

Seguimos adelante, pero es como si una parte de nosotros se hubiese


quedado atascada en aquel tiempo. El recuerdo de lo que sucedió, de su
gravedad, o de las emociones asociadas a él, se puede quedar almacenado
en esa red de memoria que se quedó bloqueada, y estar solo accesible
cuando conectamos con ese estado. Sea cual sea la apariencia de las voces,
pensamientos o impulsos de nuestra mente, su aparición tiene un sentido, y
el camino para recuperarnos pasa siempre por reconciliarnos con todo lo
que hay en nuestro interior. Cuanto más extraño, ajeno y aberrante nos
parezca, más relevante es el proceso de reconciliación con esos aspectos.

Claro que encontrar la función sana de cada parte, el sentido de las voces
que escuchamos, de los pensamientos o impulsos que nos vienen, no es
sencillo. Pero hay algunas preguntas que podemos hacernos para ayudarnos.
Veamos algunos ejemplos.

¿A quién se parecen las voces o pensamientos que hay en nuestra


cabeza o las partes que sentimos interiormente? ¿Si dejan ese modelo, y
evolucionan, cómo podrían hacer lo mismo de otra manera?

89

Anabel González

Por ejemplo, puede que oigamos constantemente los insultos de un ex


marido que nos maltrató, una y otra vez. No es solo un recuerdo de las
frases que nos decía, porque a veces esa voz nos dice cosas sobre lo que
estamos haciendo, nos llama inútiles, nos dice que no valemos para nada.
Es una voz fuerte, autoritaria, dura, llena de rabia. Se parece al ex marido,
pero no es él, somos nosotros. Esa dureza, esa rabia tan grande, nos vendría
bien hacerla nuestra para no dejar que nadie vuelva nunca a tratarnos de ese
modo. Probablemente será difícil porque nos asustará escucharla, como nos
asustábamos cuando estábamos con esa persona, pero nos recordaremos que
al estar en nuestra cabeza, esa voz es nuestra, y puede llegar a despegarse
del molde en el que se formó, y adquirir otra forma. Puede pasar a estar de
nuestro lado.

¿Qué emoción es la predominante en esa parte? ¿Para qué tenemos los


humanos esa gama de emociones? ¿Cómo podría sentir y expresar esa
emoción? ¿Qué cambios podría hacer para conseguirlo?

Sentimos un pensamiento que nos dice que nos quitemos de en medio. En


realidad, no queremos hacerlo, de hecho tenemos que luchar contra ese
impulso. Es una sensación como de una niña pequeña y, si tratamos de
imaginarla, la vemos como de 7

años, bajando la cabeza avergonzada. Hacemos memoria y pensamos en


qué pasaba a los 7 años, y recordamos que en esa etapa había habido un por
de incidentes de abuso sexual con un vecino del edificio. Nunca hemos
hablado de ello con nadie, y a día de hoy nos decimos que es un detalle sin
mucha relevancia, pero aún así es importante comprobar si todavía nos
produce sensaciones.

Nos paramos a pensar en aquel suceso y parece neutro, pero miramos un


rato a esa niña de 7 años, observamos que sensaciones vienen. Tras un
minuto empezamos a sentir una sensación de vergüenza, y nuestro primer
impulso es de apartar la mirada. Pero sa-90

No soy yo

bemos que la vergüenza no es mala en si, seguramente en aquella época,


siendo tan pequeña, la niña que fuimos no supo qué hacer, y vivió muy mal
esa sensación. Tuvo que ser muy raro y angustioso tener un secreto así. Es
normal que tratáramos de apartar la vergüenza, y que se quedara asociada a
miedo y a mucho malestar. Ahora que somos adultos podemos
reconectarnos con estas sensaciones y entenderlas, como si por primera vez
alguien enten-diera que le pasaba a esa niña, y le transmitiese que no hay
nada malo en ella, que estuvo mal que aquel hombre hiciera eso pero que no
fue culpa suya. Notamos la vergüenza que va saliendo del recuerdo y
llegando a la conciencia, pero mantenemos la cabeza alta y la mirada de
frente. Al mantener la emoción con nosotros, cuando volvemos al recuerdo
y lo hablamos con otras personas, vamos dejando que el aire del presente
ventile esas memorias antiguas, y de ese modo la sensación ira diluyéndose.
Pueden venir creencias y pensamientos, como una sensación de sentirnos
su-cios, malos o diferentes, pero nos recordamos que formaron parte del
recuerdo, y que es normal que salgan también. Entendemos que desde todas
esas sensaciones que enterramos, salga también un deseo de quitarnos del
medio. Entonces todo cobra sentido, y nos tranquilizamos. En realidad, no
queremos morir, solo que en un momento de nuestra vida en el que una
parte de nosotros se quedó atrapada, sentimos que nos queríamos morir, que
era mejor desaparecer que sentir todo aquello. Por suerte no lo hicimos, y
ahora podemos solucionarlo. Rescataremos a esa parte bloqueada y la
traeremos al momento presente, donde las cosas son diferentes. Aunque
estuviéramos ante situaciones similares, todo cambia porque nuestra
situación es bien distinta: somos adultos, sabemos mucho más y nos
podemos proteger. Y si además empezamos a hablar con normalidad de
todo aquello, con personas que sabemos que nos pueden entender, las viejas
sensaciones se irán disipando cada vez más.

91

Anabel González

¿De qué nos damos cuenta cuando miramos en nuestra mente o


dibujamos en un papel una imagen mental de esa parte, ese
pensamiento o esa voz? ¿Qué sentimos que necesita esa parte? ¿Cómo
podemos darle - y por tanto darnos a nosotros mismos - eso que
necesita?

La voz no tiene forma, solo nos dice que no vamos a poder, nos susurra
“eres un inútil”. Cuando tratamos de hacer algo, siempre esta ahí
bloqueándonos. Pensando en ella cogemos un papel y dibujamos, lo
primero que nos viene a la cabeza. Lo que nos sale es algo así como un
gusano. Pensamos si esa sensación nos es familiar, si nos hemos sentido así
alguna vez ... nuestra mente se va al colegio, a los niños que se metieron
con nosotros durante anos. Aquello nos deja completamente bloqueados, no
dábamos pie con bola y no conseguíamos estudiar. En los exámenes nos
quedábamos en blanco y suspendíamos casi todo. En casa no se dieron
cuenta de lo que pasaba, creían que no nos interesaban los estudios y
reaccionaron metiéndonos más presión. La sensación de ser un inútil, algo
insignificante, un autentico gusano, era constante en aquella etapa.

Luego remontamos, cambiamos de colegio y en el instituto hicimos como


que todo aquello no había pasado. Nos comportamos de un modo
totalmente diferente, cambiamos de tipo de amigos, dimos un giro radical.
Los patrones de comportamiento de aquella etapa quedaron atrás. . . pero no
desaparecieron. Hicimos muchas cosas en la vida, conseguimos muchos
logros, nos sentimos capaces, pero ese pequeño gusano representa una parte
de nosotros que se quedó allí. Es como si esa porción de nuestra mente no
supiera todo lo que hemos conseguido en la vida, el cambio fue demasiado
rápido y no tuvo tiempo de evolucionar. Miramos el dibujo que hemos
hecho, pensamos en la persona que éramos cuando aquellas sensaciones
predominaban, nos recordamos que si podemos hacer muchas cosas, que sí
somos capaces, que no todo en la vida ha sido así. Dibujamos a su alrededor
todas las 92

No soy yo

experiencias y personas que nos transmitieron otras cosas. Poco a poco, el


dibujo se va haciendo diferente, y nuestras sensaciones internas también. Lo
que hubiésemos necesitado en aquella época era precisamente eso, que
alguien pudiese ver más allá, darse cuenta de lo que nos pasaba, y decirnos
que confiaba en nosotros, que sabía que podríamos superar las cosas, que
nos animara y nos protegiera. Aunque no hubiera sucedido entonces,
estamos a tiempo de reparar nuestras sensaciones ahora.

No nos dejamos despistar por la conducta aparente de estas partes.


Puede que nuestros impulsos nos traigan consecuencias negativas, pero
¿qué buscan en el fondo? ¿Cómo podemos conseguir eso mismo sin
causarnos problemas?

Es la peor de nuestras voces, nos grita, nos aturde, nos aterroriza


escucharla. Es como un monstruo interior que nos quiere destruir, que nos
quiere llevar a su lado y empujarnos a que hagamos cosas malas. Pero
sabemos que es una parte de nosotros, no podemos imaginar ni
remotamente que pueda tener algo de bueno, pero sabemos que así ha de
ser, ya que es parte de nuestra mente. Nuestro sistema la ha preservado,
sigue ahí por un motivo.

Llevamos años luchando y cuanto más fuerte es la pelea, peor va todo. Es


necesario afrontar lo que hay detrás, sin dejar que el aspecto terrible de esta
parte nos aturda.

Escuchamos lo que nos dice, dejamos que escriba en nuestro diario, y


vemos que en medio de todos los insultos nos previene contra la pareja con
la que actualmente estamos. La relación tiene problemas, pero sentimos que
es nuestra culpa por tener frecuentes estallidos de ira. Cuando esa parte nos
domina, no podemos controlarnos. A veces le damos a las paredes para no
hacerle daño a nadie. En ese estado solo queremos dominar, aplastar, no
sentimos ningún cariño por la otra persona.

93

Anabel González

Pero pensamos en las secuencias, en que pasa justo antes de que esto surja.
Nos damos cuenta que lo que nos resulta intolerable es que nuestra pareja
nos diga lo que tenemos que hacer.

Siendo honestos, en cierto modo es como si lo provocáramos, porque


dejamos siempre lo que tenemos que hacer para el último momento o nos
“olvidamos” de hacerlo, provocando que el otro nos lo tenga que recordar
muchas veces y cada vez esté más molesto. Habitualmente vemos venir la
avalancha desde mucho antes, pero no hacemos nada por frenarla. ¿Nos son
familiares estas sensaciones?

Lo cierto es que nuestra madre era una mujer enormemente dominante y


ejercía su autoridad con una gran dureza. Cuando nos pegaba, su cara
reflejaba un odio inmenso y estaba completamente fuera de control. Al ir
creciendo, conseguimos enfrentarnos y devolverle los golpes. Solo
conseguíamos parar aquello respon-diendo con la misma violencia. De
algún modo es como si pro-vocásemos a nuestra pareja para que acabase
por ser insistente y brusca, como si la empujásemos a seguir el guion de la
misma historia, y a adoptar el rol complementario. La mente es curiosa y
tiende a las rutas conocidas, como intentando volver sobre nuestros pasos
para poder darle otro final, pero volviendo así paradójicamente a repetirlo.

Nuestra rabia desbordada nos protegió, paró todo aquello de algún modo.
Todo el dolor acumulado hizo surgir una reacción incontrolable, pero por
mucho que la rabia estalle, el dolor no se va.

Nos damos cuenta de ello, nos paramos a tomar conciencia.

Realmente lo más doloroso no fueron las palizas, fue la falta de amor que
sentimos de nuestra madre. Nos agarramos a nuestra rabia, porque era el
únicovínculo que teníamos con ella. Y ahora, con una pareja que nos quiere,
no sabemos estar sin volver a ese patrón, a esa primera plantilla de cómo se
forman los lazos de apego. Entendemos a nuestro monstruo interior,
podemos ver lo que hay dentro, podemos entender el dolor y las carencias
terribles 94

No soy yo

que arrastramos. Entonces es cuando realmente podemos empezar a


cambiarlo, podemos dejar el funcionamiento automático, hacernos
conscientes, y tomar las riendas. El inicio de la secuencia es que no nos
hacemos cargo de nuestras responsabilidades, así que nos centramos en no
demorar lo que tenemos que hacer, para hacer innecesarios los reproches.
Vamos también guiando a nuestra pareja en un modo de decir las cosas que
no nos active tanto, y al que podamos estar más receptivos. Hablamos sobre
las experiencias que vivimos y cómo nos afectaron. Tenemos paciencia el
uno con el otro, y trabajamos hacia el cambio.

Más que tratar de apartar lo que viene a nuestra mente, los pensamientos,
voces o impulsos que nos desbordan, hemos de aprender a escucharnos, a
tenernos en cuenta, a entender cada aspecto y cada matiz de quienes somos.
A veces estamos tan preocupados tratando de controlar lo que notamos o de
apartarlo, que no sabemos pararnos y establecer un dialogo con nosotros
mismos. Para ello es importante que no nos dejemos guiar por las
apariencias, generalmente las cosas no son lo que parecen. Como en
cualquier diálogo que se intenta poner en marcha después de un largo
conflicto, es importante estar abiertos a escuchar y a re-conducir muchas
veces una conversación que puede derivar hacia la discusión de siempre.
Hemos de cambiar nuestros prejuicios, y cuestionarnos muchas cosas que
pensamos. Los mayores enemigos pueden pasar a ser aliados cuando se
convierten en un equipo que colabora en un objetivo común. Aquí la
colaboración es más fácil, porque no olvidemos que todo lo que hay en
nuestra cabeza nos pertenece. Todo, hasta lo que nos resulta ajeno o
desagradable, somos nosotros en el sentido más amplio de la palabra. Un
día todas esas partes comprenderán que estamos en el mismo barco, y que
peleando por el timón solo estamos consiguiendo que el barco de vueltas en
círculos. Nos daremos cuenta de que el objetivo profundo, desconocido
inicialmente, es un objetivo compartido, porque la tendencia del ser
humano es hacia el bienestar y al establecimiento de relaciones
significativas. Hay mucho que hacer, por eso es importante ponernos a ello.

95

Anabel González

Si estamos leyendo este capítulo y nos sentimos muy reconocidos en él, si


tenemos la sensación de que hay muchas partes en nuestro interior peleando
por definir quiénes somos, este proceso que explicamos difícilmente podrá
hacerse sin ayuda de profesionales especializados. Si estamos rodeados de
personas sanas por supuesto serán un apoyo importante, y si nosotros
estamos decididos a cambiar las cosas, contamos con el elemento
fundamental para conseguir el cambio. La psicoterapia es otro recurso más,
que no excluye a los anteriores, pero que suele ser preciso para guiarnos en
el proceso.

96

No soy yo

10. ¿QUIÉN GANA EN LA PELEA CONTRA NOSOTROS


MISMOS?

Yo aprendí a hacer mi mente más grande, como el universo es grande, así


que ahora hay espacio para las contradicciones. Maxine Hong Kingston.
¿Tendría sentido una pelea entre nuestra mano derecha y nuestra mano
izquierda? Es mucho más lo que podemos hacer con dos manos que con una
sola. ¿Por qué limitar nuestras posibilidades? ¿Por qué elegir entre ser
vulnerables o protegernos?

¿Por qué decidir si es mejor nuestra parte racional o nuestra parte


emocional, o quedarnos solo con algunas de nuestras emociones, cuando
podemos tener una paleta de colores más completa? Sin embargo, muchas
veces actuamos así, sin darnos cuenta de que esto no solo es
contraproducente para nosotros, sino de que además es imposible.

No podemos anular una parte de nosotros mismos, precisamente porque


esta ahí y es nuestra. Los intentos de apartar, rechazar, evitar, enterrar o
anestesiar un aspecto de quienes somos, suelen llevar paradójicamente a lo
contrario de lo que buscamos.

Esa parte se quedará dentro de nosotros, y además, le quitaremos la


posibilidad de crecer y evolucionar hacia una versión distinta de sí misma.
Seguirá funcionando rígidamente desde los patrones antiguos, nos
seguiremos bloqueando ante circunstancias que seria esperable que
pudiésemos manejar sin problemas. Es solo a través de recuperar cada
elemento de quienes somos, desblo-quearlos y dejarlos evolucionar, como
conseguiremos el cambio que buscamos.

Como decíamos antes, este rechazo hacia algunos aspectos de nuestra


personalidad, tiene generalmente su origen en la historia de nuestras
relaciones significativas. Nos miramos en gran medida como nos miraron.
Pero una vez que interiorizamos esa 97

Anabel González

mirada, se convierte en nuestra propia perspectiva, y podemos perder la


noción de cómo se desarrolló. Podemos creer simplemente que las cosas
son así y que no es posible sentir otra cosa.

En realidad, este conflicto interno no es más que un dilema (19): una falsa
elección entre opuestos. Por decirlo de otro modo, es como si en lugar de
escribir con todo el alfabeto, nos quedamos bloqueados intentando decidir
si es mejor la A o la Z. Es obvio que necesitamos todas las letras y que no
hay solución posible a la pregunta que nos hacemos. La solución pasa por
cambiar la pregunta.

La nueva pregunta es ¿qué tiene de bueno esta parte de mí que no me gusta?


Por muy imposible que nos resulte pensarlo, siempre hay algo bueno en lo
profundo, siempre hay una función sana para la que esta parte fue diseñada.
Fue el modelado que entre todos fuimos haciendo con ella el que le dio la
forma que tiene ahora. El primer molde fueron las personas externas con las
que convivimos, pero nosotros hemos contribuido a mantener a esa parte
exactamente igual que como se configuró. Es nuestro rechazo hacia ella, el
conflicto que mantenemos con esa faceta de nuestra personalidad, lo que no
la deja desarrollarse. Sin el conflicto que mantenemos con nosotros
mismos, el material del que esa parte está hecho puede ser como plastilina
que cambia de forma por completo. Solo hemos de que ayudarla a
evolucionar.

¿Cómo podemos hacer eso? Es a la vez muy sencillo y muy complejo.


Porque cada parte de nosotros solo necesita lo que todos necesitamos para
crecer, desarrollarnos y dar lo mejor de nosotros: ser mirados con una
mirada de amor incondicional. Lo esencial es que alguien nos vea en el
sentido profundo de la palabra y nos acepte así, con nuestras limitaciones, y
sepa darse cuenta de quienes somos y de quienes podemos llegar a ser. Por
ello cuando podemos mirar a cada parte de nosotros con ojos nuevos,
entendiéndola, cuidándola y aceptándola, hasta lo que nos resulta más ajeno
puede integrarse, y de ese modo empezar a evolucio-98

No soy yo

nar. Cuando nos hacemos adultos, la mirada que realmente cuenta es la


nuestra, la que dirigimos hacia nuestro interior.
Nuestra parte agresiva
Por ejemplo, si tenemos una rabia que no aceptamos, o una parte enfadada
más compleja que a veces nos controla, o una voz agresiva en la cabeza que
nos insulta o que nos empuja a hacer cosas que no sentimos que queramos
hacer, partamos siempre de la base de que eso esta ahí por un buen motivo y
de que es posible entender cómo se ha desarrollado. Podemos mirar atrás y
comprender de qué modelos aprendió esta parte. V eremos también cómo
más adelante se siguió acumulando en nuestro interior, conforme la vida
nos iba poniendo situaciones similares delante, que al estar bloqueados no
pudimos afrontar de otro modo.

Muchas veces las personas que crecieron en entornos complejos se dicen:


“vale, sí, entonces era un niño y no pude hacer nada, pero luego he seguido
reaccionando igual, y eso ya no me lo puedo perdonar”. Lo que olvidamos
es que cuando la rabia no esta asumida e integrada, realmente no nos
protege bien. Tanto si salta sin control como si nos la tragamos y nos
machacamos por dentro, no jugará a nuestro favor, precisamente porque nos
peleamos con ella, porque no somos un equipo. Si tratamos siempre de
controlar la rabia, sea cual sea la situación, incluso cuando sentir enfado
sería lógico y sano, podemos acabar aguantando cosas negativas para
nosotros demasiado tiempo. Puede que intentemos no enfadarnos por miedo
a estallar, o que no solucionemos los problemas porque no toleramos los
conflictos o no sabemos manejarlos, nos asusta la rabia de los demás, y
contenemos la nuestra. Pero esa rabia que no expresamos se va acumulando
día tras día y entonces podemos acabar perdiendo el control, estallan-do y
generando consecuencias que no nos gustan, o creándonos tanta tensión
interna que acabamos enfermando.

99

Anabel González

Para poder cambiar esto necesitamos modelos nuevos. Tomemos como


ejemplo la gente que hemos conocido, que sabe sentir su rabia de otro
modo, personas que pueden ponerse firmes cuando es necesario, sin
alterarse y sin perder el control. Saben decir que no, saben protegerse
cuando los demás les quieren hacer daño. Nuestra rabia puede aprender de
esos estilos de funcionamiento, no tiene que seguir siempre con los
antiguos. Cuando lo haga, estará de nuestro lado y nos protegerá. En
realidad recupe-rará la función protectora para la que fue diseñada, le
sacaremos partido, dará lo mejor de sí.

Será muy distinta de los modelos externos de ira descontrolada o dañina.


Sentiremos nuestra rabia a nuestra manera.
Nuestra parte vulnerable
Del mismo modo podemos reconciliarnos con nuestras partes más
vulnerables, con nuestra tristeza, con el dolor que sentimos en determinados
momentos de nuestra vida. Tuvimos que desconectarnos de esta parte de
nosotros, porque sintiendo todo aquello no hubiéramos podido seguir
adelante. Puede que incluso nuestro dolor nos recuerde al dolor de algunas
personas significativas de nuestra historia, y al verlo en otras personas nos
resulte intolerable. No sabemos cómo manejarlo, que hacer con todo eso.

El mayor problema de apartar esta parte vulnerable, es que nadie podrá


vernos realmente, ni podremos conectar de verdad con los demás. Y aunque
nos digamos que es mejor así, que si no dejamos que nadie nos vea de
verdad, si no establecemos lazos profundos, nadie nos podrá volver a hacer
daño, lo cierto es que nos estamos haciendo nosotros un daño mucho más
terrible del que nos han hecho los demás. Nos estamos privando del aire, y
ahogándonos dentro de los muros que hemos construido para protegernos.
De todas las experiencias que puede vivir una per-100

No soy yo

sona, la más destructiva es sin duda que las personas importantes de nuestra
vida no supieran sintonizar con nosotros, entender nuestras necesidades. La
falta de conexión es el peor de los daños y - de modo absolutamente
paradójico - podemos acabar haciéndonos internamente algo similar,
desconectándonos de nosotros mismos y aislándonos de los demás.

Tomemos de nuevo una referencia saludable. Hay personas que se vinculan,


aún sabiendo que aquellos con los que establecemos lazos afectivos pueden
decepcionarnos. Asumen el dolor que a veces viene con las cosas que la
vida nos va poniendo delante.

Cuidan de su dolor hasta que se va yendo, y siguen adelante. Es cierto que


si nuestro entorno ha sido problemático, no habremos tenido muchos
modelos de este tipo que nos pudieran servir de referencia sana, pero si nos
fijamos bien, encontraremos algún ejemplo entre la gente que conocemos.
De ellos podemos partir para reformular nuestro modo de funcionar, y
nuestra parte vulnerable podrá aprender de ellos.
Nuestra parte cuidadora
Cuando los vínculos en la infancia son desorganizados, los niños tratan de
sentir algún control en las reacciones, ya que estas no son seguras. Pueden
volverse agresivos con sus cuidadores, o al contrario, centrarse en cuidarlos
a ellos. Esto es frecuente cuando los cuidadores están enfermos, ansiosos o
deprimidos de modo continuado, y no están en condiciones de atender las
necesidades de sus hijos. Serán estos entonces los que se preocupen por
ellos. Estos niños pueden seguir vinculándose desde el cuidado,
proyectando el mismo esquema en la mayor parte de sus relaciones.

Si nos sentimos reconocidos en este patrón, probablemente tendremos una


parte cuidadora muy desarrollada. Nos volcare-101

Anabel González

mos en los demás, prestando poca atención a nuestras necesidades. Nos


sentiremos más cómodos cuidando que siendo cuidados, aunque en el fondo
de nosotros siga vivo el anhelo nunca cubierto de todo niño de ser querido,
atendido y satisfecho por los que le rodean. Este cariño y atención
difícilmente llegan, ya que tendemos a rodearnos de personas que encajan
con nuestro rol cuidador y tienden más bien a dejarse cuidar o a reclamar-
nos atención. Además, si alguien trata de ayudarnos o cuidarnos, nuestro
sistema no está preparado para una posición a la que tuvo que renunciar, y
nos sentimos incómodos, desconfiamos o no nos lo permitimos. El
problema de que los vínculos se establezcan a partir del cuidado es que esta
no es una relación plenamente sa-tisfactoria, aunque nos lo pueda parecer,
sino un sucedáneo de una conexión realmente sana con los demás. Al no
haber tenido un vínculo de apego sano, no hemos podido interiorizar un
patrón de autorregulación y autocuidado que nos permita ser autónomos en
la relación con los demás, y sentimos que si dejamos de cuidar nos
quedamos sin nada. Y es cierto que si no trabajamos en restaurar nuestro
sistema interno, así es.

Por lo general en este patrón de funcionamiento, la persona suele


identificarse con su papel de cuidadora, que no suele ser una parte
rechazada. Desde aquí es fácil acabar llegando al agota-miento, tanto por
dar a los demás todo cuanto piden y más, como por ignorar siempre las
propias necesidades o renunciar a satisfacerlas. A nivel emocional gastamos
más de lo que ingresamos.

Podemos darnos cuenta de que algo falla, sentirnos mal en parte por ser así,
y bajar un poco el nivel de implicación con los demás por puro cansancio.
Sin embargo, el patrón continúa estando de fondo, y seguimos sintiendo
como correcta la idea de que hemos de entregarnos a los otros sin límites, y
enfadándonos cuando la gente no funciona de acuerdo con nuestros
esquemas. Este enfado tiene también que ver con toda la rabia que hemos
tenido que enterrar o negar, debido a las múltiples renuncias que supone
nuestra tendencia al sacrificio. Si nos paráramos a notar eso, 102

No soy yo

no podríamos seguir funcionando desde el rol de cuidador, pero esa rabia


subterránea se acaba volviendo resentimiento, amargura e insatisfacción.
Sin darnos cuenta, podemos hacer reproches a las personas de las que
esperamos gratitud, por ejemplo, queján-donos de lo poco que vienen a
vernos cuando lo hacen. Aunque no digamos nada, nuestra expresión
acabara generando en los demás una tendencia a distanciarse de nosotros.
Nuestros gestos, por mucho que tratemos de maquillarlos, les provocaran
una sensación de que no lo están haciendo bien, o de que no hacen lo
suficiente. Esta sensación, sin embargo, no los empujara a reaccionar con
gratitud y cuidado, y si lo hacen no será espontaneo, sino forzado. Todos
estaremos metidos en una telaraña en la que, cuanto más nos movemos, más
nos enredamos.

Si identificamos estas tres partes: agresiva, vulnerable y cuidadora, el


proceso de cambio necesita que las tres se mantengan, pero cambie el modo
en que están orientadas. La rabia ha de dejar de dirigirse hacia el interior, en
forma de exigencia o ataque hacia uno mismo. Dejaremos de insultarnos
por ser vulnerables o débiles, y de obligarnos a volcarnos en los demás.
Esta rabia girará hacia afuera, para cumplir su función de protegernos de los
que nos quieran hacer daño, y de pelear por lo que necesitamos. Nuestra
parte cuidadora, por el contrario, ha de girar hacia adentro. así ayudará a
que nos empecemos a cuidar un poco más a nosotros mismos, a ver nuestras
necesidades y atenderlas. De ese modo, el dolor se irá atenuando, la
sensación de carencia emocional irá dis-minuyendo, y prevendremos
futuros daños al protegernos mejor.

Como vemos, un sistema sano se compone de las mismas piezas, solo que
colocadas de distinto modo.

Todo esto puede tener múltiples matices, podemos notar en nuestro interior
reacciones muy diversas entre partes internas en conflicto, podemos sentir
rechazo, miedo, rabia o vergüenza ante la presencia de algunas de ellas. El
proceso es el mismo: sea cual sea la parte de nosotros que no nos gusta,
siempre esconde una 103

Anabel González

posibilidad por desarrollarse. Sin integrar todo lo que hay en nuestro


interior no estaremos completos, como no lo estaría nuestro cuerpo si
pretendiéramos vivir sin pulmones o sin corazón. Cada órgano tiene una
función vital, que ningún otro puede realizar, y lo mismo ocurre a nivel
psicológico. Poder ver los recursos que hay en nuestro interior, dentro de las
partes más ocultas, más rechazadas, menos reconocidas, es esencial para
estar bien. Unos aspectos no están en contraposición con otros, los
equilibran. Cada uno de los aspectos de nuestra personalidad es un
elemento clave, que combinado con los demás modula nuestro
funcionamiento interno y nuestra forma de movernos por el mundo. Cada
parte es un matiz de la realidad, un trozo de nuestra historia pasada, y un
ingrediente de lo que sucede ahora. En cada una de ellas hay un recurso
valioso. El trabajo es descubrirlo, desbloquearlas, pasar del conflicto a la
colaboración, de la pelea a la negociación, de la competición al equipo. Se
trata de multiplicar fuerzas, energía y recursos, no de dividirlos. Si nos
encontramos una piedra en el camino, y no estamos de acuerdo en cómo
superar el obstáculo, lo que menos sentido tiene es ponernos a empujar en
direcciones contrarias. Lo mejor es sentarnos, hablar sobre nuestras ideas,
dejarnos asesorar si no sabemos cómo hacerlo, pedir ayuda o buscar
instrumentos si nuestras fuerzas son insuficientes, y una vez escogida la
estrategia, empujar todos en la misma dirección. El tiempo dedicado a hacer
esto no es tiempo perdido. El equipo que consigue coordinarse para esto,
podrá funcionar de modo mucho más fluido cuando vuelva a ser necesario.
104

No soy yo
11. ME PROTEJO
Supongo que es tentador tratar todo como si fuera un clavo, si la única
herramienta que se tiene es un martillo. Abraham Maslow.

Cuando ponemos boca arriba a un conejo y a un gato, dejando expuesta su


barriga, veremos dos reacciones muy diferentes.

Un gato que no nos ve como una amenaza, dejará que le acaricie-mos la


barriga, y se mostrará totalmente relajado. Ronroneará y se contorneará ante
nuestras caricias, reaccionará activa y positi-vamente ante el contacto. El
conejo, por el contrario, se quedará inmóvil, con las patas tiesas, los ojos
fijos. Entrará en una especie de estado de trance. Estará inmóvil y rígido,
pero no relajado.

¿Por qué esta diferencia? Los conejos comen vegetales, y en la cadena


alimenticia ellos están en los últimos eslabones: habitualmente son la presa.
Cuando se sienten amenazados, se quedan quietos, porque - como
explicábamos en capítulos anteriores

- hacerse el muerto ayuda a que el depredador deje de interesarse.

Esta reacción se produce muy fácilmente, porque los conejos se sienten


fácilmente amenazados. Gracias a su miedo son cautos y precavidos, y eso
les ha ayudado a sobrevivir. Para un animal como el conejo - que no tiene la
envergadura de un oso ni los dientes de un león - el miedo que le hace
escapar a toda velocidad y la inmovilidad cuando es alcanzado, son eficaces
instintos que han hecho que su especie haya perdurado en la naturaleza. Los
dinosaurios, incluso los más grandes y feroces, no pueden decir lo mismo.

Los felinos por el contrario son depredadores, e incluso cuando viven en un


entorno doméstico, continúan manteniendo las mismas reacciones. El gato
se deja acariciar porque tiene uñas y dientes, y sabe cómo usarlos. Si el que
se acerca no es percibido como seguro, el gato hace ostentación de sus
armas enseñando 105
Anabel González

los dientes y sacando las uñas. Si está con su amo o con personas de la
familia, deja las uñas dentro de unas mullidas almohadillitas que es gustoso
acariciar. Puede cambiar de modo ronroneador a arañar y morder en
milisegundos, de modo que incluso enseñando la barriga se siente
totalmente seguro. Un gato se deja acariciar en esa posición porque sabe
que se puede proteger.

Los humanos somos herederos de todas las especies desde las que hemos
evolucionado. Nuestro cerebro mantiene reacciones similares a las de los
reptiles y otras que están presentes en los mamíferos inferiores y en los
primates. Por ello nuestro repertorio de sistemas de protección abarca un
abanico muy amplio, que nuestro sistema nervioso activa de modo
instintivo, dependiendo de la percepción de la amenaza y de nuestras
posibilidades.

Cuando somos pequeñitos, no nos queda otra que funcionar como conejos.
Como ellos, no tenemos la envergadura de los adultos, ni su fuerza ni su
autoridad. Al igual que los conejos domésticos, dentro de nuestras familias
y colegios, no tenemos a dónde ir, o a quienes recurrir salvo a los que nos
cuidan. Pasará mucho tiempo hasta que seamos autónomos, tanto a nivel de
sub-sistencia como en lo que respecta a nuestro cuidado y a la regulación de
nuestras emociones. Nuestro organismo sabe que ante una agresión dentro
de la familia o en el colegio, las respuestas de inmovilidad, de quedarnos
paralizados, de acatar lo que nos dicen, son las mejores opciones de defensa
posible. ¿Qué sentido tendría que un conejo pelease con un león? Es
impensable, de modo que instintivamente nuestro sistema nervioso descarta
esta opción.

Sin embargo, también hay un gato en nuestro interior, la base de las


reacciones que podremos desplegar siendo adultos está ya asentada en
nuestro sistema nervioso. Por ello la respuesta de lucha se activa, pero
instintivamente se para a veces antes de que nos demos cuenta. Esta es otra
de las razones por la que la rabia se bloquea cuando estamos ante una
situación de hostilidad 106

No soy yo
o agresividad importantes, ya sea física o emocional. También el miedo y la
reacción de escapar se activan y se bloquean. En la infancia, o en
situaciones en las que no hay salida, como cuando estamos atrapados en
guerras tanto abiertas como subterráneas, secuestrados física o
emocionalmente, las reacciones de protección activa no nos son posibles, y
se anulan sin que tenga que entrar en juego una decisión consciente.

Este hecho es importante para muchas personas que se culpan por no


haberse marchado ante una situación adversa, o por no haber peleado. No
somos más débiles por no usar esos sistemas si tenemos todas las de perder,
simplemente estamos actuando guiados por la sabiduría de nuestra especie
y de todas las que nos precedieron. No tiene sentido culparnos por no ser
adultos antes de ser adultos, por no haber crecido antes de tener tiempo para
ello.

Las respuestas de lucha y huida se quedan además muchas veces


bloqueadas de modo permanente. Cuando después de terminada la situación
problemática, nos vemos ante situaciones similares en otras etapas de la
vida, al activarse las respuestas de reacción activa que ahora sí serían
posibles, se activa también el bloqueo. Ya podríamos pelear, decir que no,
ponernos firmes cuando nos dicen cosas que nos molestan, pero no
reaccionaría-mos, o nos asustaría hacerlo. Podríamos cambiar de pareja,
buscar otro trabajo, distanciarnos de nuestros padres, relacionarnos con otra
gente, pero seguiríamos presos en esas relaciones como si fuésemos aún
niños pequeños sin opciones. Podríamos protegernos, pero nos sentiríamos
desprotegidos.

El cerebro humano tiene además muy desarrollada la capacidad de


pensamiento reflexivo, menos presente en otras especies.

Podemos pensar sobre lo que nos pasa y ensayar respuestas más allá de las
programadas instintivamente. Pero en situaciones de amenaza, no hay
tiempo para eso, y recurrimos a las reacciones más primarias y automáticas.
Es cuestión de supervivencia. A ve-107

Anabel González
ces, en situaciones de trauma grave o continuado, nuestra parte racional
puede jugar en contra nuestra, juzgándonos duramente por no haber
reaccionado, culpándonos por permitirlo o presio-nándonos para superar
nuestros bloqueos. Con todo esto, en lugar de deshacer el nudo, se hace más
fuerte. Cuando de mayores hay problemas en las relaciones de apego en la
infancia, la capacidad para reflexionar sobre lo que sentimos y hacemos
estará muy afectada.

Los seres humanos, con nuestro sofisticado sistema nervioso, generamos


además respuestas de protección mucho más elaboradas. Nuestra mente
siempre intenta protegernos de lo que percibe como amenazas, incluso de
las que notamos dentro de nosotros mismos. Cuando hemos crecido o
pasado mucho tiempo en un entorno amenazante u hostil, podemos
desplegar muchos mecanismos para neutralizar el daño, estar
permanentemente a la defensiva, o presentar reacciones bloqueadas que
funcionan rígidamente. En cualquiera de los casos, no nos protegeremos de
una forma adecuada y proporcionada a lo que la situación requiere.

Pero aunque estos sistemas actúan fuera de tiempo, de situación y de


proporción, no dejan de ser sistemas de protección. En su momento fueron
los mejores o los únicos posibles.

Veamos distintas reacciones, que en un sentido amplio, podrían entenderse


como modos en los que nos protegemos. Algunos son nuestras reacciones
defensivas instintivas, bloqueadas, pero que se siguen activando. Otros son
sucedáneos a los que recurrimos cuando no podemos defendernos del
peligro que implica relacionarnos con los demás, o cuando no podemos
enfrentarnos a nuestras propias sensaciones. De nuevo, tratemos de ser más
conscientes de nosotros mismos, y de cómo estas reacciones pueden
activarse ante distintos estados emocionales o disparadores externos. Estas
respuestas defensivas forman parte de las secuencias de las que hablábamos
anteriormente, pero no son esquemas nucleares, sino reacciones ante ellos.
Describimos a continuación algunas de ellas.

108

No soy yo
Soy la única persona que.
Tengo valores que los demás no tienen. Solo yo digo las cosas como son.
Solo yo me preocupo realmente de las cosas o de los demás. Solo a mí me
importa hacer las cosas bien. A veces no me lo digo de este modo - no es
políticamente correcto - pero cuando me digo que la gente es una
interesada, que a nadie le importan los demás, y que la gente no tiene
valores, me estoy considerando implícitamente una excepción y, por tanto,
el único o uno de los pocos en el mundo que si los tiene.
Me lo deben.
El mundo me debe una compensación por todo lo que me ha pasado. La
gente me tiene que entender, me tiene que apoyar.

Tienen que estar ahí cuando los necesito. Tampoco me lo digo re-
conociendo que soy exigente con los demás, me lo cuento como si fuera
una cuestión de justicia, como si la gente con la que me voy encontrando
tuviese la obligación de darme lo que hasta ahora se me ha negado. Me
escucho haciendo a los otros muchos reproches por su comportamiento
conmigo, en voz alta o para mis adentros.
Domino.
Disfruto de la sensación de ganar, de pasar por delante de otros. Me
engancha competir, y en una competición ser el segundo es ser un perdedor.
En las relaciones tengo que ser yo el que tiene el control, el que dirige.
Tener poder es la mejor sensación del mundo. Creo que valgo para dirigir a
otras personas. En algunos sitios ser así se valora, pero otras veces no lo
muestro abiertamen-te, o ni siquiera me lo reconozco a mi mismo.

109

Anabel González
Estoy por encima.
Hay cosas en las que soy mucho mejor que los demás, aunque no siempre
me lo reconocen. A veces la gente me envidia por ello. Me fastidia que me
pase por delante gente que vale mucho menos que yo. De nuevo, puede que
no me diga que yo soy mejor, porque queda feo hacer eso, pero me encargo
de decir todo lo que los demás hacen mal. De ese modo, si todos los que me
rodean hacen las cosas peor, saben menos o no tienen capacidades, yo
destaco entre ellos. Si hay pocas personas a las que no veamos pegas, es
muy probable que sin darnos cuenta estemos mostrando esta tendencia.
Desconfío.
Estoy constantemente esperando que los demás me fallen, me fijo en
cualquier mínimo detalle, y en cuanto lo veo descarto a esa persona por
completo y confirmo mis predicciones. A veces investigo buscando pruebas
de la traición que espero, o pongo a los demás a prueba. Tengo como un
escáner que está constantemente funcionando, nunca me relajo ni bajo la
guardia. Siento que todo el mundo tiene malas intenciones y que en esta
vida no puede uno fiarse de nadie.
Me someto
Claudico ante el control de los demás, o acepto cosas que no quiero, para
evitar conflictos, represalias o abandonos. Ante la exigencia del otro,
siempre cedo yo. Si alguien se impone bajo la cabeza y trato de complacer.
Me digo que no me gusta discutir, así que hago lo que me dicen o apoyo los
argumentos del otro aunque no me las crea. Puedo hasta llegar a dudar de lo
que pienso y adoptar la visión de los demás.

110

No soy yo
Me sacrifico.
Mi prioridad es satisfacer las necesidades de los otros, sacri-ficando las
mías. Lo más importante es que los demás no sufran y estén bien. Si hago
cosas por mí o no me preocupo por los demás me siento egoísta. Haga lo
que sea porque los demás estén felices, creo que su bienestar es mi
responsabilidad, y que lo mío no importa, o que ha de quedar en segundo
plano.
Soy imprescindible
Estoy convencido de que las cosas solo salen adelante cuando soy yo el que
me encargo. Crea que a menos que este encima, todo se hace mal o no se
hace. Tengo que ocuparme yo de todo, porque por muy pendiente que esté,
no sirve de nada. Me da más trabajo preocuparme de que los otros hagan lo
que tienen que hacer, que hacerlo yo mismo.
Me controlo
Tengo que controlar constantemente lo que siento, lo que pienso, O lo que
hago. Lo entierro o me enfado conmigo mismo por sentirlo. Si dejara de
controlarlo todo, sería el caos, me des-bordaría y eso es algo que trato de
evitar a toda costa. Me digo lo que debo y lo que no debo sentir, y no
permito que sea de otro modo. Aplasto mis sentimientos, ahogo mis deseos,
las empujo hacia abajo, hacia adentro. También necesito que todo esté bajo
control, que las cosas sean predecibles, saber a qué atenerme.

Trato de evitar la incertidumbre, la tolero muy mal.

111

Anabel González

Me exijo al 1000%

Me presiono en exceso. No me paso un fallo, tengo que dar al máximo. Lo


que debo hacer está por encima de mis propias necesidades, y tengo que
llegar al máximo nivel posible. He de ser perfecta, y hacerlo todo bien.
Nunca me parece suficiente, siempre se puede hacer mejor, siempre se
puede hacer más. Aunque llegue a agotarme o en algunos momentos sea
inviable mantener esta exigencia, bajar el listón me parece inaceptable.
No soporto la injusticia.
No llevo bien que la gente que comete errores o no hace las cosas bien no
sufra las consecuencias. Me enfurece que la gente no cumpla con lo que
tiene que hacer. No tolero que se hagan las cosas mal. No soporto la
injusticia ni la informalidad, no puedo dejar pasar por alto nunca estas
situaciones. Me alegro cuando alguien hace cosas así y se lleva su
merecido, eso tendría que pasar siempre.
Me encierro en mí mismo.
Para que nadie pueda llegar a dentro y hacerme daño, levanto una muralla
que nadie puede atravesar. Procuro que lo de los demás no me afecte, no
implicarme, ni dejar que lleguen a conocer-me. Mis muros están hechos de
muchos materiales, de rechazo a los demás, de cuestionamiento de sus
intentos de aproximación, o de hacer cosas que sé que los alejaran. Me
cierro ante cualquier pregunta personal o cualquier acercamiento de otra
persona. Mantengo siempre la distancia, mis relaciones son superficiales, y
las corto o me alejo si llegan a un nivel de mayor intimidad.

Veo el mundo desde una distancia, intentando estar al margen.

112

No soy yo
Ataco.
Reacciono agresivamente, salto, ataco. Puedo criticar, insultar, gritar, o
tener reacciones mucho menos aparatosas, como comentarios hirientes o
dejar de hablarle a quien me ha molestado.

En cualquiera de las modalidades, hago daño como respuesta al daño o para


evitar que me lo hagan a mí. A veces ataco de entrada porque anticipo que,
si no lo hago, los demás se aprovecharán. En otras ocasiones, salto ante
cualquier actitud del otro que me resulte molesta o amenazante. Muchas
veces puedo no ser consciente de qué lo dispara porque es una reacción
impulsiva, demasiado rápida.
Me machaco.
Me culpo internamente por estar mal, por hacer las cosas como las hago,
por pensar lo que pienso. A veces incluso me siento culpable por existir. Si
otras personas me culpan o me juzgan no puedo soportarlo, es demasiado,
pero la crítica más despiadada es la mía.
Cuido.
Me vuelco en el cuidado de los demás, me siento bien haciéndolo. Cuido de
la gente porque yo soy así, me surge ocuparme de los demás. En muchas
relaciones este es el papel que yo desem-peño.

Aunque la gente no me lo agradezca o sepa que acabo agotado, no puedo


cambiar esa tendencia. Estar en la otra posición, la de que me cuiden a mí,
se me hace difícil, y cuando es necesario porque no me siento bien o estoy
enfermo, lo llevo muy mal. A ve-113

Anabel González

ces me duele que los demás no valoren todo lo que hago por ellos o que ni
siquiera me lo agradezcan.

Me aferro a lo malo conocido.

Si cuando estoy bajo o molesto los demás tratan de ayudarme o animarme,


me sienta mal porque me parece que no me entienden y que no se dan
cuenta de lo mal que estoy. Si tiran de mí me resisto a ello. No me planteo
hacer cambios porque no puedo cambiar cómo soy, no puedo estar bien
porque con mis circunstancias no es posible estarlo. Estoy convencido de lo
que pienso sobre mí, sobre la gente y sobre el mundo, y aunque esas
creencias me produzcan malestar, no las modifico porque creo que tengo
razón. Si me paro un rato a pensar en lo que sería estar bien, aunque me
gustaría, siento una sensación incómoda. Es como si no me lo pudiera
permitir, me diera miedo o no tuviera derecho a ello. Prefiero no
ilusionarme pensando en una salida, así no me decepcionaré. Aunque
mejorasen las cosas, después de lo bueno siempre viene lo malo.
Aparento.
Mi cara no refleja lo que siento en mi interior. Expreso lo que creo que
tengo que expresar, o lo que imagino que se espera de mí. No dejo que mis
emociones se noten, ni que nadie pueda ver mis intenciones ni mis
necesidades. Actúo para adaptarme a lo que se supone que ha de hacerse, o
simplemente trato de apa-rentar normalidad. A veces no se lo que uno
tendría que sentir, de modo que me guío por conductas que veo en los
demás, para qué no se note.

114

No soy yo
Me quejo.
Mis pensamientos giran alrededor de las cosas malas que me pasan o de lo
que me han hecho en el pasado. Doy vueltas todo el rato a mis problemas,
pero lo hago como en un bucle, sin llegar nunca a ningún sitio. Pienso en
las situaciones difíciles, pero no en las soluciones que podrían tener.
Cuando otra persona me dice o hace algo que me molesta, la situación se
repite constantemente en mi cabeza. Me lamento de mi suerte.
Cargo con todo.
Como soy capaz, me hago cargo de todo. Soy fuerte, nunca me apoyo en los
demás. Funciono de modo autosuficiente en todas las situaciones, no me
gusta pedir ayuda. No importa lo pesada que sea la carga, nunca la
comparto. No necesito de nada ni de nadie.
Idealizo.
Me formo una imagen muy positiva de los demás, de mis capacidades para
solucionar un problema o de cómo soy yo. Veo las cosas o a la gente, o a mí
mismo como me gustaría que fueran.

Con determinadas figuras de mi vida, se me hace difícil reconocer que


puedan tener fallos o defectos. Soluciono la realidad cam-biándola por mi
propia versión. A veces vivo en mi propio planeta, donde todo es como
debe ser. En ese lugar habitan versiones de las personas, pero tal como
querría que se comportaran conmigo.

En ese planeta vive la familia que hubiese querido tener, el trabajo de mis
sueños, mi media naranja y los amigos de verdad. Me paso el día
comparando la realidad con esta referencia. Resuelvo los problemas con
soluciones teóricas que no son aplicables en mi 115

Anabel González

situación y me proyecto en un futuro sin dificultades, donde todo es fácil.


Me anestesio.
No siento cosas que quizás otra gente sentiría ante las mismas situaciones.
A veces noto que mis emociones desaparecen o se apagan. Puedo no notar
el dolor, físico o emocional, o hacerlo desaparecer de repente,
voluntariamente o de modo automático.

En ocasiones es como si no tuviera sentimientos. Cuando no me funciona la


anestesia interior, puedo recurrir a hacer cosas para no sentir, o para anular
mis pensamientos o recuerdos, como tomar alcohol, medicamentos o
drogas, aturdirme haciendo cosas o hacer cosas arriesgadas que absorban mi
atención.
Evito.
Esquivo lo que me molesta, me asusta o creo que no podré manejar. A
veces lo dejo todo hasta el último minuto, hasta que no queda otro remedio.
Me pongo todo tipo de excusas, y aunque son siempre las mismas, y en el
fondo se que me estoy engañando, me sirven como argumentos para no
hacerlo. Me digo que no soy capaz, y sin comprobarlo, me lo creo al pie de
la letra. O

encuentro una cuestión urgentísima a la que doy prioridad, y me parece que


tengo una razón de peso para no afrontar el problema.

Puedo evitar las cosas de modo consciente, o ponerme enfermo mental o


físicamente, y entonces siento que tengo una disculpa oficial para no
hacerlo.

116

No soy yo
Me rindo.
A veces tiro la toalla, me dejo ir, hago cosas que aún me hacen sentir peor,
y aunque me doy cuenta, no lo freno. Cuando empieza la espiral, suelto las
riendas y me dejo arrastrar. Me digo “no puedo” y me lo creo sin
cuestionarlo. Pienso “no me apetece” y aunque sea algo bueno para mí o
necesario, decido que hacer lo que me apetece es lo único posible. Lo que
me apetece no hace que me sienta mejor, pero no me paro a reflexionar, me
dejo llevar.

Me tiro por el tobogán, y suelto las manos. A veces incluso cuando llego al
fondo, sigo escarbando hacia abajo. Pienso que es menos doloroso rendirme
que pelear y no conseguir nada, no vale la pena.

Algunas de estas reacciones son defensas instintivas, como atacar, que tiene
que ver con la defensa de lucha; evitar, que se relaciona con escapar; o
someterse, que es el recurso disponible cuando las respuestas activas no son
viables. En situaciones donde no hay opción alguna, anestesiarnos permite
que las sensaciones dolorosas sean más tolerables: recordemos al conejo y
su estado de trance cuando se ve expuesto. Todas ellas son reacciones
relacionadas con la supervivencia ante la amenaza percibida, y están
presentes en muchas especies animales. La activación de uno u otro de estos
sistemas es generalmente rápida y automática, y ocurre mucho antes de
nuestra reflexión consciente sobre lo que ocurre.

En otros casos, más que medios de protección frente a lo externo, pueden


entenderse mejor como mecanismos para regular las emociones, como el
recurso al control. Otros son sistemas compensatorios frente a la falta de un
vínculo de apego en el que sentirnos protegidos, como el ser nosotros los
que cuidamos. Todos tienen en común que son sistemas que no llevan a una
verdadera regulación interna ni a una relación adaptativa con los demás y
con lo que nos rodea. Como una rueda de repuesto, están bien como
sistemas de emergencia, pero con frecuencia siguen 117

Anabel González
funcionando más allá de la emergencia propiamente dicha, y se convierten
en respuestas automáticas o en patrones estables. Por ejemplo, como
decíamos, escapar es una excelente protección para el conejo cuando tiene
la puerta abierta, pero si se escapa de la persona que le lleva la comida o
que viene a curarle, huir pasa a ser el problema. Del mismo modo, la
evitación es un mecanismo psicológico que hace que cada vez tengamos
más miedo de las dificultades, y estas se vayan haciendo cada vez mayores.

Estas reacciones pueden ser automáticas o bastante conscientes, podemos


identificarnos con ellas o sentirlas como actitudes que nos salen pero que no
nos gustan o no entendemos.

Como comentábamos, la tendencia a cuidar de los demás puede formar


parte de cómo nos definimos como personas, es posible que hasta hayamos
buscado una profesión, o una situación social, en la que ese rol encaja
perfectamente. Además, a nivel cultural, la generosidad y el altruismo
tienen connotación positiva. Nos cos-tara más ser conscientes de que en el
fondo esperamos gratitud o reciprocidad, porque eso significaría que somos
interesados, y ello introduciría un elemento poco aceptable en el modo en el
que nos vemos. Sin embargo, la decepción que sentimos cuando aquellos a
los que cuidamos nos tratan con ingratitud, implica que de algún modo
esperábamos que no fuera así.

Lo mismo puede pasar con algunos de los demás sistemas, en lo que


respecta a su valoración social y moral. Por ejemplo, ser dominante y
competitivo puede ser un valor positivo en algunos entornos empresariales.
Disfrutar quedando por encima puede ser un recurso para un abogado. Si
formamos parte de una pandilla callejera o del grupo de chicos
problemáticos del colegio, ser agresivo nos dará puntos de cara a los
colegas. En un partido político una actitud reivindicativa puede entenderse
como una convicción ideológica. En una congregación religiosa cuidar y
sacrificarse sería considerado un objetivo moral. Nuestras propias
definiciones, o las normas no escritas en las familias, también pueden hacer
que algunos estilos de funcionamiento se nos hagan más difíciles 118

No soy yo
de reconocer y de aceptar. Pero es muy importante que los podamos
identificar en nosotros. Recordemos que aquello que está pero de lo que no
tenemos conciencia, opera de un modo mucho más poderoso que lo que
percibimos con claridad. Solo podemos cambiar las cosas que sabemos que
existen.

¿Cómo identificar entonces estas reacciones si nos estamos engañando a


nosotros mismos? Un indicador indirecto es pensar en aquellas cosas que no
soportamos en los demás. Lógicamente nos gustan más unas formas de
actuar que otras, hasta aquí todo bien. Sin embargo, cuando hay rasgos que
no toleramos en los demás, del mismo modo que cuando hay cosas que no
toleramos en nosotros mismos, eso va a tener mucho que ver con nuestra
historia y con cómo somos. Aquello que rechazamos visceralmente en los
otros, de algún modo va a estar presente en nuestro mundo interno. Por
ejemplo, puede molestarnos mucho cuando la gente critica o descalifica a
otros, hasta el punto de quedarnos dándole vueltas a situaciones de este
tipo. Curiosamente, cuando ocurre esto, es frecuente que nosotros tendamos
a criticarnos internamente diciéndonos: “soy un idiota, no valgo para nada,
lo hago todo mal, soy un desastre ... “ o cosas así. Por eso la crítica de los
demás se multiplica al encontrar en nuestro interior una caja de resonancia.
Tenemos dentro al crítico más despiadado, pero solo somos conscientes de
lo que viene de fuera, lo interno está demasiado cerca, y a la vez demasiado
bloqueado.

En todas las reacciones que se describen en este capítulo, hay un potencial


recurso. Sentirnos por encima podría compen-sar - y probablemente por eso
se desarrolla - un profundo sentimiento de infravaloración. El control está
bien cuando lo aplicamos a situaciones que podemos manejar, aunque nos
da problemas si tratamos de emplearlo con cosas que no funcionan a base
de control, como las emociones, o que no se pueden controlar, como los
imprevistos. Como hemos comentado anteriormente, ninguna reacción
humana es completamente desajustada, y siempre tiene que ver con una
función sana. Encontrar esa función, y modular 119

Anabel González

nuestra respuesta será nuestro objetivo. El problema se da con las


reacciones extremas, no reguladas y fuera de contexto. Los elementos
básicos para ser mentalmente saludables son el equilibrio y la flexibilidad.
Con un repertorio de conducta amplio, versátil y flexible, nuestra capacidad
para enfrentar situaciones de una forma efectiva será siempre mayor.

Por tanto, si vemos en nosotros cualquiera de estos sistemas de protección


hemos de hacernos unas cuantas preguntas: 1. ¿De qué me protejo?

2. ¿Dónde aprendí a protegerme así?

3. ¿De veras me está protegiendo ahora?

4. ¿Qué es lo que más me ayudaría en esta situación?

5. ¿Para qué sirve el sistema que estoy usando, cuál es su sitio, en qué se
puede reconvertir?

Como decíamos al hablar de los distintos estados emocionales, no hay


ninguna reacción humana, que no tenga una función.

Nada es en sí bueno ni malo. Simplemente ha de ser la reacción adecuada,


proporcionada y más eficiente ante la situación que enfrentamos. Si
tenemos un martillo, será lo más eficaz para clavar un clavo, pero no nos
servirá de nada para serrar un tablón. Si un sistema de protección es
desproporcionado, está fuera de lugar, o tiene peores consecuencias que no
hacer nada, hemos de cambiar nuestra reacción automática y planificar
nuestras respuestas de modo reflexivo. Para ello, es preciso pasar por el
proceso de tomar conciencia y adquirir perspectiva. Sobre esta base,
podemos empezar a ensayar cambios.

120

No soy yo

12. RECUPERANDO LA FLEXIBILIDAD Y LA MOVILIDAD

Confía solo en el movimiento. La vida ocurre en el plano de los


acontecimientos, no el de las palabras. Confía en el movimiento. Alfred
Adler.
El pueblo donde vivían los protagonistas de esta historia quedó arrasado por
un incendio, que acabó con el bosque y con las cosechas. Los cuatro
vecinos del pueblo se quedaron sin medios para sobrevivir, manteniéndose a
duras penas con las ayudas del ayuntamiento. Un día una familia con un
niño pasó por allí, y mientras los padres hablaban con los vecinos, el niño
corría de un lado a otro, sin objetivo aparente. Después de un tiempo
apareció con cuatro saquitos de semillas y ramitas y repartió uno a cada
habi-tante del pueblo, diciéndoles que así podrían sembrar de nuevo y tener
plantas otra vez.

Uno de los vecinos tiró el saquito al llegar a su casa pensando que nada
tenía solución, la ocurrencia del niño le recordó aún más su desgracia. Otro
le dio todas las semillas a su pájaro, la única compañía que le quedaba, y lo
único que aún le importaba en esta vida. El tercero se aferró a la idea de que
eso sería la solución, y plantó cada semilla minuciosamente, echándoles
agua sin parar durante los meses siguientes. El cuarto se dijo “¿que puedo
perder?” y en sus ratos libres iba plantando las semil as y regándolas de vez
en cuando. A la vez, buscaba subvenciones o ayudas, con las que fue
arreglando su casa y replantando el bosque.

Al cabo de un tiempo cuando llegó la primavera, algunas de las semillas


germinaron en el huerto del tercer, y sobre todo del cuarto vecino. Los dos
primeros los miraron envidiosos de su suerte, y se lamentaron aún más de
su destino. Las plantas que na-cieron llegaron en algún caso a ser árboles,
pero sobre todo les hicieron sentir esperanza, y empezar a ver crecer algo
donde an-121

Anabel González

tes había destrucción. Eso cambió su estado de ánimo, y su vida volvió


antes a la normalidad. El tercero no lo disfrutó mucho, eso sí, porque no
sintió que lo que había conseguido fuera suficiente, y trabajó tan duro para
conseguir alcanzar sus expectativas, que estaba siempre agotado y ansioso.
Obviamente, el cuarto fue el que sacó más partido de un simple saquito de
semillas.

Las experiencias traumáticas prolongadas nos dejan muchas veces en un


estado que se ha denominado de indefensión aprendida (20). Cuando los
científicos dan con frecuencia a los animales de laboratorio una descarga
eléctrica al salir por la puerta que lleva a la comida, estos optan por no salir.
Aunque la descarga no se produzca más, ya no atravesarán la puerta. Del
mismo modo, en los seres humanos severamente traumatizados, es
frecuente que cuando se ven en situaciones donde la salida está disponible y
hay opciones a su alcance, no sepan recurrir a ellas. Se rinden sin intentarlo,
dando por sentado que no funcionará, o que será peor el remedio que la
enfermedad. Es frecuente la tendencia a presentar respuestas pasivas, a no
explorar nuevas alternativas. El repertorio de conductas se limita, no se
corren riesgos, no se ensayan cambios, y se cae en una especie de
resignación.

La espontaneidad y la creatividad son fruto de la evolución sana. Aunque


tendemos a pensar que ambos aspectos nos vienen dados desde la infancia,
y que los niños son así por naturaleza, la espontaneidad y la creatividad
productivas solo pueden tener lugar en un contexto de apego seguro que
promueve la autonomía. Un niño al que se transmite seguridad y protección,
puede atreverse a explorar el entorno, a inventar y a experimentar. Volverá
de cuando en cuando a la base segura del cuidador y, cargado con esta
sensación, se adentrará interesado en el mundo que le rodea.

El cuidador amplificara sus reacciones de interés compartiendo momentos


de juego y disfrute, y será protector de un modo proporcionado y
consistente cuando sea preciso para que el niño no tenga que ocuparse de
esa parte hasta que esté en condiciones de hacerlo por sí mismo.

122

No soy yo

Si el entorno es hostil pasamos a modo “control de daños”.

Nuestro repertorio de comportamientos se vuelve restringido, volvemos


siempre por los caminos que tenemos controlados, usamos los sistemas que
sentimos que dominamos más. Ponernos creativos es un lujo, que requeriría
una energía de la que no disponemos. Esta energía ha de invertirse en
escanear el entorno para detectar peligros potenciales, y en mantener bajo
control nuestras sensaciones, ante la carencia de mecanismos de regulación
fluidos.

Este funcionamiento mecánico puede vivirse como algo en lo que no


tenemos influencia. Podemos volvernos observadores de nuestras propias
acciones, como si una parte de nosotros se dis-tanciase, mientras otra sigue
adelante con la vida. No hay reflexión sobre si lo que hacemos nos
beneficia o no, ni sobre otras alternativas. No hay toma de decisiones ni
soluciones prácticas. Simplemente vamos con el piloto automático, tal
como fue programado en otro tiempo y en otro lugar.

Cambiar implica recuperar el control manual, y explorar nuevas


alternativas. Sin embargo, esto tiene la misma dificultad que rehabilitar un
músculo contracturado que lleva inmóvil y rígido muchos años. Cada
estiramiento supone ir en contra de la tendencia del cuerpo, cada tabla de
ejercicios implica un cierto nivel de sufrimiento mientras se va recuperando
la función de cada grupo muscular. Las primeras etapas parecen causar más
malestar que beneficios, y solo después de un paciente trabajo durante
meses, podremos empezar a disfrutar de los resultados obtenidos.

Esto que parece una simple cuestión de trabajar paciente-mente hasta


conseguir resultados, lleva consigo muchas dificultades en las personas que
han sufrido situaciones interpersonales adversas. Por un lado, al haber
vivido experiencias que nos han generado mucho sufrimiento, podemos
estar decididos a no volver a pasarlo mal. Aunque el esfuerzo que supone
trabajar hacia un cambio saludable valga la pena, porque con el tiempo
aliviará 123

Anabel González

nuestro malestar de un modo más sólido y definitivo, internamente


podemos no distinguir un sufrimiento de otro, y decirnos que “no vale la
pena”. Además, las veces que tengamos que forzarnos a levantarnos cuando
nos apetecería quedarnos todo el día en la cama, a ir a la terapia, a llevar
adelante las cosas, a relacionarnos, aunque nos sintamos inseguros, este
“forzarnos” va a funcionar como un disparador de todas las veces en que
nos sentimos forzados a hacer cosas que no queríamos hacer, y no
querremos forzarnos a hacer nada (aunque nos haga bien). Por último, si las
personas que nos rodeaban no pudieron dedicarnos la atención o el afecto
que un niño necesita, sea por limitaciones personales, enfermedad o
intencionalidad, es muy probable que hayamos interiorizado la misma
tendencia a ignorar nuestras autenticas necesidades o a no atenderlas.
Aunque la necesidad de afecto siga dentro de nosotros, no la atenderemos, o
la encauzaremos por vías que acaban potenciando el rechazo o el abandono
de los demás.

Faltará un patrón de autocuidado adecuado, y una capacidad para conectar y


regular bien nuestros estados emocionales, porque los modelos más
significativos que nos rodearon no fueron una referencia saludable. Por ello,
cuando podríamos hacer cambios que nos ayudarían, no los consideramos
prioritarios.

Desde este punto de vista, el proceso de superación de nuestros problemas,


cuando hemos vivido en entornos traumatizantes, pasa por ayudarnos a
experimentar. Hemos de saber que esto no suele ocurrir de modo natural, al
principio, hemos de hacerlo de modo forzado. Como cuando empezamos a
ir al gimnasio, nos notaremos oxidados y al principio nos costarán un
mundo los ejercicios. Apenas conseguiremos estirar, y cuando empujemos
un poco sentiremos que el músculo duele. Las primeras semanas tendremos
agujetas y cada clase será agotadora. Si persistimos en el intento, al cabo de
unos meses nos sentiremos realmente mejor, estaremos menos cansados, y
empezaremos a controlar los ejercicios. Se habrán hecho familiares, nos
habremos flexibilizado, y podremos aventurarnos con movimientos más
complicados.

124

No soy yo

Por muy mal que lo pasemos y por mucho que nos lamentemos de nuestra
suerte, si seguimos haciendo lo mismo de siempre, lo más probable es que
nos sigamos sintiendo igual que siempre.

Si algo que hacemos ante una situación no consigue el resultado que


querríamos las primeras 50 veces, no va a funcionar a la 51.
Sin embargo, los seres humanos tenemos una increíble capacidad de
persistir en los mismos errores, o en usar las mismas formas de afrontar una
situación, porque nos decimos que es lo que hay que hacer, o que nosotros
somos así y esa es nuestra manera de responder, ignorando el hecho de que
nuestra solución realmente no funciona para ese problema, y que ya ha
probado muchas veces su ineficacia. Cualquier otra opción que se nos
ocurra tendría más sentido. Por ejemplo, podemos recriminarle a una
persona que nos trate como nos trata, pero vemos que la situación se repite
de idéntica forma la siguiente vez. De modo que hagamos algo, pero no lo
mismo de siempre: probemos cualquier otra alternativa, y observemos qué
resultados produce. Si vamos ensayando, iremos encontrando posibilidades
mejores, o menos malas. No pasa nada si no funciona, cometer errores no es
un problema mientras aprendamos de ellos. Lo importante es no cometer el
mismo error una y otra vez.

Cuando nos propongamos hacer estos cambios, nos podremos llegar a sentir
verdaderamente extraños. Las ideas que trataremos de llevar a la práctica
pueden parecernos absurdas e iló-gicas, pero recordemos que lo esencial no
es su apariencia, sino los resultados a medio y largo plazo. Por supuesto han
de tener un sentido en relación con nuestras dificultades nucleares. Por
ejemplo, si tenemos grandes problemas para tolerar la soledad, podemos
hacer ejercicios de “soledad programada”. Se trataría de hacer solos
pequeñas cosas, de esas que habitualmente hacemos acompañados. Las
personas que no llevan bien la soledad, suelen evitarla a menos que no les
quede otro remedio. Este funcionamiento tiene grandes efectos colaterales.
Por una parte, cuando inevitablemente nos vemos solos, lo llevamos fatal, y
podemos 125

Anabel González

hacer muchas cosas - algunas poco beneficiosas para nosotros

- con tal de no estar en contacto con esa sensación. Por otro, viviremos las
relaciones de un modo más complejo, ya que nos me-teremos una presión
extra para garantizarnos que los demás estén siempre ahí. Si, identificando
estas dificultades, programamos hacer diariamente tareas cotidianas solos,
invertiremos el proceso, y nos daremos la oportunidad de habituarnos y
normalizar la sensación de soledad. Por regla general, cuanto más raros nos
sintamos con una tarea, mejor encaminada estará. Eso significa que estamos
estirando un músculo de los más agarrotados. Podemos por ejemplo ir al
cine solos. Si lo pensamos bien, es una actividad para la que no necesitamos
compañía, estamos la mayor parte del tiempo centrados en la película.
Podemos tomar un café solos, ir a comer solos ... cada día una situación
diferente, pero todas con esa característica. No trataremos de evadirnos de
la sensación, que al principio será incómoda, sino de sentirla plenamente
para acostumbrarnos.

Seguramente nos conectará con momentos de nuestra historia, quizás


temprana, en la que nos sentimos aislados, abandonados o desamparados,
pero la situación actual es totalmente diferente. El adulto que somos puede
entender lo difícil que es para un niño sentirse sin afecto, sin protección o
sin ayuda, pero podrá diferenciarlo de lo positivo que es en la etapa actual
ser autosuficiente para muchas cosas. Estar solos no es en sí mismo algo
negativo, es una sensación de la que en ocasiones se puede llegar a
disfrutar. Para ello hemos de des-asociarla de nuestras primeras o peores
sensaciones de soledad, y relacionarla también con situaciones cotidianas
sin aquella carga negativa. Aunque entendamos lo que supuso para nosotros
en aquellos momentos, nos recordaremos que ahora es una etapa de nuestra
vida totalmente diferente.

Otro ejemplo de tarea surrealista es la de adoptar un calcetín.

Si somos esclavos del control y necesitamos tenerlo todo siempre en orden,


necesitamos poner un calcetín en nuestra vida. Lo 126

No soy yo

pondremos arrugado en un sitio visible, muy fuera de su lugar. Si la sola


idea de pensar en ello nos desasosiega, esta es definitiva-mente una tarea
que nos conviene realizar. Colocaremos a nuestro amigo el calcetín y no lo
moveremos hasta que - mucho tiempo después - ya ni nos demos cuenta de
su presencia. Mientras tanto, todos los días lo saludaremos, lo observaremos
durante unos minutos, y cuando notemos malestar al verlo, nos
recordaremos que nos estamos habituando a una sensación muy necesaria y
liberán-donos un poco de la esclavitud del control. De ese modo, cuando en
la vida algo - como tantas veces ocurre - se salga de nuestros esquemas,
tendremos un poco más de capacidad para asimilarlo.

Si las tareas que nos planteamos son extravagantes y creativas, aunque nos
descoloquen un poco, introduciremos algo de sentido del humor, y
aligeraremos un poco las sensaciones que nos producen. Aún así, es de
esperar que nos generen algunas emociones desagradables, lo mismo que el
estiramiento de un músculo no está funcionando si no molesta un poco. La
clave es no plantearnos tareas irrealizables, demasiado ambiciosas, que
hagamos un día en el que reunimos toda nuestra energía, para abandonarlas
luego durante meses.

Estos experimentos son como las semillas del cuento. Cuantas más
sembremos, más posibilidades tendremos de obtener frutos más adelante.
Los resultados no se verán inmediatamente, porque los cambios tardan su
tiempo en germinar. Si, como algunos de los vecinos, descartamos los
intentos porque nos decimos que no tienen sentido o que no van a
funcionar, nos estaremos negando una posibilidad. Si nos esforzamos
angustiosamente en que den resultado, y nos metemos presión, nos
generaremos un malestar que nos restará energía y hará más fácil que no
funcione.

Cada ensayo cuenta, independientemente del resultado que produzca,


porque todo lo que se sale de las repeticiones patológicas, está aumentando
nuestra flexibilidad.

La rigidez postraumática requiere estiramientos y flexiones, tablas de


ejercicios y constancia, lo mismo que la rigidez física. Si 127

Anabel González

tenemos una sensación interna de que todo depende del destino y de los
elementos, y que nada podemos hacer, no intentaremos nada, y no
conseguiremos nada. Esta es la misma sensación que tenían los ratoncitos
del experimento de la indefensión aprendida, pero la diferencia es que
nosotros no somos animales de laboratorio. Podemos ver lo que ocurre
desde fuera, entender lo que esta pasando, notar nuestras sensaciones, pero
no dejarnos llevar por ellas. Si vemos con nuestra parte reflexiva que hay
opciones disponibles, aunque nuestra intuición nos empuje hacia otro lado,
no la seguiremos. Sabremos que nuestra intuición puede haber sido
programada en otra época, para prevenir situaciones que ahora no están
presentes, o que tienen otros condicionantes.

128

No soy yo

13. PODER VOLVER A SER VULNERABLES

Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó, renunciar
a todos tus sueños solo porque uno de el os no se cumplió. Antonie de
Saint-Exupery.

Recordemos al gato y al conejo, y cómo reaccionan cuando les acariciamos


la barriga. Como decíamos, el gato se deja acariciar y disfruta al máximo de
los mimos, porque sabe que tiene uñas, y podría sacarlas antes de que
pudiéramos reaccionar. Está expuesto, pero a la vez se siente protegido. Se
puede permitir mostrarse vulnerable ante otro individuo, precisamente
porque sabe que se puede proteger.

Recuperar la capacidad de sentir nuestra vulnerabilidad como un recurso de


conexión con los demás, de permitirnos estar ahí sin vivirlo con miedo, sin
ponernos a la defensiva, es un desafío para todo aquel que se haya sentido
dañado en una relación significativa, y más aún si el peligro se quedó
asociado a nuestras primeras experiencias de conexión. Si más adelante
experimentamos daño de nuevo por parte de personas en quienes
depositamos nuestra confianza, podemos preguntarnos para qué volver a
confiar. Parece lógico creer que si no establecemos relaciones profundas,
nos protegemos del daño. Pero muy al contrario, este retraimiento de las
relaciones, es el mayor daño que nos podemos hacer. Y esta vez el daño nos
lo estamos causando nosotros mismos.

Pensemos en que nos apasiona jugar al fútbol, y que hemos sufrido una
lesión en el campo. Una vez recuperados ¿qué hacemos? Si no salimos a
jugar otra vez, no volverá a pasar, pero
¿dejaremos algo que nos gustaba tanto?, ¿prescindiremos para siempre de
las sensaciones positivas que eso nos aportaba? Pongamos otro ejemplo:
nos encanta la tarta de chocolate, pero nos hemos atragantado con un trozo
y lo hemos pasado fatal. Por no 129

Anabel González

volver a pasar por eso ¿dejaremos de tomar nuestra tarta favori-ta?, ¿no
volveremos a comer?

Usando la lógica, realmente ni siquiera nos estamos protegiendo, porque


siempre que salimos a andar, tropezar y caernos es una posibilidad. Aunque
nos encerremos en casa no podemos estar seguros de no tropezar con la
alfombra; pese a que no sal-gamos al campo de fútbol, podemos golpearnos
con una farola; aunque no nos atragantemos con tarta de chocolate, puede
pasarnos con una zanahoria. Más que protección, lo que usamos es un truco
de magia mental, muy poco efectivo. El problema es que nos llegamos a
creer nuestro razonamiento sin cuestionarlo.

Estas reacciones son sin embargo frecuentes, incluso en el sentido literal de


los ejemplos que hemos puesto. Tenemos un accidente de coche y no
volvemos a cogerlo más, nos intoxicamos con una ostra y no volvemos a
comerlas nunca ... Las personas que superan las circunstancias de la vida
son las que vuelven a afrontarlas pese a haber tenido accidentes, las que
cogen el coche en seguida, y que poco a poco recuperan la seguridad en sí
mismos. Si evitamos cosas que nos han hecho daño pero que en sí mismas
son positivas e inofensivas, nos vamos limitando cada vez más.

En ocasiones es más complejo porque nunca llegamos a poder disfrutar de


la posibilidad de sentirnos vulnerables sin que nos hicieran daño, de estar
tranquilos en brazos de alguien, de sentirnos seguros en las relaciones. Si
crecemos en una familia con muchos problemas, donde los que cuidan están
enfermos o traumatizados, son muy caóticos o impredecibles, o hay
problemas muy serios en el apego, ser vulnerables y resultar seriamente
dañados se hacen sinónimos. Pensar en estas circunstancias que ser
vulnerable es bueno y no implica en sí mismo peligro es como un acto de
fe, mientras todas las pruebas que conocemos parecen ir en contra. Sin
embargo, en lo profundo todos los seres humanos tenemos esa necesidad de
conexión, que seguirá influyendo en 130

No soy yo

nuestra conducta lo queramos o no. Decir que no necesitamos de los


vínculos es como decir que no necesitamos respirar. A veces el aire es
tóxico, pero no respirar no es una opción.

La buena noticia es que podemos recuperar la capacidad de mostrarnos


vulnerables con alguien, y sentir a la vez una sensación de seguridad. Para
ello, hemos de curar nuestras heridas, y sentir que nos podemos proteger.
Claro que no es tan simple. Curar nuestras heridas implica saber que están
ahí, y darnos cuenta de que aunque pensemos que “lo tenemos superado”,
aún hay en el fondo mucho dolor sin resolver asociado a nuestros recuerdos.

Es necesario que limpiemos esas heridas y dejemos que les de el aire. Esto
conlleva muchas veces la participación de un profesional que sepa cómo
hacer las curas, cómo minimizar el dolor que esto supone y que pueda
ayudar a que cicatricen. Para sentir que nos podemos proteger hemos de
aprender a recalcular el peligro, desbloquear nuestras reacciones defensivas
instintivas, desmon-tar nuestros sistemas de protección disfuncionales y
ensayar una y otra vez respuestas sanas hasta que las sepamos manejar y se
hagan habituales.

Conseguir hacer esto implica un proceso de cambio. Pero recordemos que


el trauma lleva a la rigidez, y desde ahí la transformación no suele
producirse espontáneamente. Requerirá un esfuerzo continuado y nos
veremos sin referencias y bastante perdidos. Por eso suele ser necesario que
nos impliquemos en un proceso de terapia que generalmente necesita
periodos largos de tiempo, asumiendo muchos altos y bajos hasta conseguir
resultados. Y aquí viene la segunda dificultad. Con un modo de cuidarnos
poco sano y con una desconfianza de los demás y problemas para conectar,
implicarnos en un proceso de terapia nos resultara seguramente difícil. Las
personas que han sufrido traumas, padecen con frecuencia sus
consecuencias durante años sin buscar ayuda, o descartándola enseguida. Se
dicen a sí mismos que no fue tan importante, que ya pasó y que hay que
seguir adelante, porque no le dan relevancia a lo que sienten - recordemos
el “venga, no 131

Anabel González

es nada, no llores” de la herida en la rodil a - y porque están programados


para ir tirando y no mirar atrás. Se dicen que tienen que ser fuertes y
hacerlo por sí mismos porque no tuvieron apoyos, o los apoyos no fueron
de ayuda, y se acostumbraron tanto a no recurrir a nadie, que creen que ha
de ser así siempre. Pueden tener miedo a remover el pasado porque piensan
que solo les hará sentir dolor, pero no servirá de nada. Puede serles
imposible confiar en un terapeuta, encontrándoles pegas a todos los
candidatos, o sintiéndose incomprendidos o mal tratados ante el mínimo
desajuste.

Pueden tener tanto miedo a los cambios o expectativas de futuro tan


negativas, que descarten cualquier método antes de probarlo porque están
convencidos de que no les ayudará. Pueden sentir tanta culpa que no creen
que merezcan estar bien, o tanto miedo a decepcionarse que prefieren no
ilusionarse con salir de su situación. Como los animalitos de la indefensión
aprendida, ya no van a por comida, aunque la puerta esté abierta y nada se
interponga.

Ya no lo intentan, se dan por vencidos antes de empezar.

Cuando se animan a iniciar terapia, las dificultades siguen siendo


frecuentes. Recordemos que la mayor traumatización viene de los vínculos,
y la psicoterapia es un proceso de cambio que se genera a partir del vínculo
entre paciente y terapeuta. Un vínculo además en el que la persona ha de
exponer sus aspectos más vulnerables ante otro ser humano, y depositar su
confianza en él.

Precisamente este es el problema con el que más ayuda necesita la persona,


y paradójicamente ha de superarlo para poder resolverlo. Esto da lugar a
muchas situaciones complejas a lo largo del proceso terapéutico, que hemos
de entender como lógicas en esta situación. Hemos de tener paciencia con
nosotros, y dar a las cosas el tiempo que necesitan.
También es posible que, al contrario, la persona se embarque en una terapia
improductiva durante años. Puede aferrarse a esa relación, significativa,
pero a la vez muy alejada de su vida cotidiana, ante la convicción de que no
podrá establecer ningún vínculo genuino por sí misma. A veces recurre al
terapeuta como testigo 132

No soy yo

de lo mal que se siente, sin mover ficha en ninguna dirección para cambiar
su estado. Es posible que desgaste toda su energía en echar un pulso a los
profesionales, tirando por tierra sus propuestas sin ponerlas a prueba,
transmitiéndole la creencia que lleva dentro de que “nunca es suficiente”,
descartando innumerables terapeutas porque ninguno es “suficientemente
bueno” o insistien-do en que “su caso es demasiado grave y no tiene
solución”. En todos estos casos, el conflicto interno en el que vive el
paciente se traslada a la relación terapéutica, aportándole a la persona una
cierta sensación de control, pero a la vez le aleja de buscar objetivos
productivos, como recuperar el control sobre su propia vida.

Aparte de la implicación en la terapia, las personas que han sufrido traumas


interpersonales pueden sentir miedo a la intimidad en general. Con
frecuencia tienen dificultades para hacer amigos, o para mantenerlos,
porque no se fían de nadie, o porque esperan de ellos una fidelidad a prueba
de fallos, y recibir de esas personas todo lo que no recibieron en su infancia.
Tanto si no perdonamos un fallo, como si esperamos algo que no caracteriza
las relaciones adultas, como la dedicación absoluta e incondicional, y la
generosidad sin límites, establecer lazos afectivos va a ser enormemente
complicado. A mayores, cuando sí se consigue esta cercanía, las alarmas
pueden dispararse, ya que fue en la distancia corta donde nos hicieron el
mayor de los daños. Ahí podemos ser más hipersensibles tanto al rechazo
como al distanciamiento, o bien la propia sensación de haber abierto las
puertas puede llevarnos instintivamente a cerrarlas.

Las relaciones de pareja son otra de las tareas difíciles, más aún que las
relaciones de amistad. Con una pareja el sistema de apego se activa,
trayendo consigo lo aprendido en ese área. Todos los escenarios son
posibles, desde la reticencia a tener pareja; el auto boicot de las relaciones,
sobre todo cuando se hacen más intimas y cercanas; la oscilación entre la
dependencia excesiva y las reacciones de protección desproporcionadas; y
la vinculación extrema y dependiente. Esta última situación puede llevar a
133

Anabel González

que la persona haga todo lo que el otro quiere, sea beneficioso o perjudicial
para ella, o bien que de tanto demandar afecto acabe agotando al otro, ya
que dado que el hueco está en el pasado, haga lo que haga la otra persona,
no podrá colmar esa necesidad desde el presente.

Por último, muchas personas que han tenido infancias difíciles, o


experiencias de pareja traumáticas, descartan tener des-cendencia. No se
sienten capaces de educar a sus posibles hijos, conscientes del daño que se
le puede llegar a hacer a un niño.

Aunque es cierto que el estilo de apego en el que crecimos puede reflejarse


en el que tenemos con nuestros hijos, muchas personas que han tenido
dificultades en su infancia, consiguen cuidar a sus hijos adecuadamente. Lo
que es imposible evitar, es que nuestro cerebro use nuestra experiencia de
niños como referencia para saber que hacer en la crianza. Esta experiencia
nos puede servir como ejemplo en positivo o como muestra de lo que no
queremos hacer. No pocas veces, tratando de diferenciarnos de nuestros
cuidadores, nos vamos como padres al otro extremo, lo que también supone
un problema. Pero si somos conscientes de ello, y trabajamos en cambiarlo,
podremos vincularnos con nuestros hijos de otra manera: a nuestro modo.

Ser conscientes de nuestras dificultades en las relaciones es imprescindible


para poder modificarlas. Que digamos que para estar bien es fundamental
recuperar la capacidad de sentirnos vulnerables con otros seres humanos,
estableciendo vínculos de intimidad con nuestros amigos, nuestras parejas y
nuestros hijos, no significa que minimicemos la complejidad de restaurar el
sistema de conexión con los demás cuando ha sido seriamente dañado.

Mirar nuestros problemas con honestidad y realismo, pero a la vez sin


culparnos por tener unas dificultades que no elegimos, y sin resignarnos a
que siga siendo así, nos hará recuperar la experiencia más excepcional de la
vida, la que nace de la conexión profunda con los demás. Por mucho miedo
que nos produzca esa idea, nada hay que valga más la pena. Cuando
tengamos la experiencia 134

No soy yo

de que nuestras heridas pueden sanarse, también sabremos que podemos


asumir el riesgo de vincularnos de nuevo, y que los daños nunca son
irreparables. Es cierto que si nos exponemos nos pueden volver a herir, pero
si nuestros sistemas de protección funcionan mejor, el daño no será extenso,
ni tardará mucho en curar.

Al tocar nuestras cicatrices sabremos por experiencia que todo dolor acaba
pasando. Si ponemos en una balanza lo que ganamos

- que es más al saber vincularnos mejor - y lo que perdemos - que es menos


al cuidarnos y protegernos mejor - sentiremos que vale la pena intentarlo.

135

Anabel González

14. PONER LA RESPONSABILIDAD EN SU SITIO

Los mejores años de tu vida ocurren cuando decides tener responsabilidad


sobre tus problemas. No culpes por ellos a tu madre, la ecología o el
presidente. Te das cuenta de que controlas tu propio destino. Albert El is.

Una de las ventajas de sentir que no soy yo el que hace, piensa o siente
algunas cosas, es que no asumimos la responsabilidad por esas reacciones.
Podemos culparnos por tenerlas a posteriori, y pagar las consecuencias de
haberlas tenido, pero si no asumimos la responsabilidad de modificarlas es
una culpa improductiva, que solo alimenta el ciclo. Me siento tan mal por
haber tenido una explosión de rabia, que me torturo internamente todo el
tiempo, con lo que mi angustia sube y mi estado de ánimo baja. Esto último
actúa como generador de un malestar que hará más fácil una nueva
explosión.
En ocasiones esta falta de control sobre nuestras reacciones nos sirve para
tratar de minimizar las consecuencias. Les decimos a los demás que no
pretendíamos decir eso, que ya saben que tenemos ese pronto y que no nos
lo tengan en cuenta, porque ya saben cómo es nuestro carácter. Nuestras
intenciones son buenas pero “no podemos evitar” tener esas salidas de tono.
Si bien es cierto que estas reacciones no están integradas y bajo nuestro
control consciente, también lo es que está en nuestra mano trabajar para que
cambien.

Las cosas que hacemos o decimos, aunque sea impulsiva-mente y sin


premeditación, tienen consecuencias, de las que somos responsables. Esto
no significa que tengamos que torturarnos por haberlo hecho, eso no solo no
lo arregla, sino que lo empeora.

La verdadera responsabilidad es hacernos cargo del problema y ponerle


remedio. Si no podemos hacerlo solos, como es esperable, hemos de buscar
ayuda, y por mucho que nos cueste, dejarnos ayudar.

136

No soy yo

Asumir la responsabilidad implica llevarnos mejor con la sensación de


culpa. La culpa implica sufrimiento cuando es desproporcionada, cuando
cargamos con culpas que no nos corresponden. Cuando es la que toca,
cuando la sentimos si realmente cometemos un error, está en su sitio. Es
como si nuestro jefe nos señala respetuosamente que hemos hecho mal
nuestro trabajo.

Si vemos que tiene razón, simplemente tratamos de mejorar. Sin culpa, nos
daría igual el modo en el que hacemos las cosas, y per-sistiríamos en
nuestros errores.

Algunos niños crecen en familias en las que los adultos nunca asumen su
responsabilidad, nunca reconocen que se equivocan, ni aceptan ser
culpables de nada. Esa culpa que flota en el aire es frecuentemente asumida
por los niños, que ya de por sí tienden a relacionar todo lo que ocurre con
ellos. Si además se les culpa explícitamente, esa tendencia se incrementará.
Al hacerse mayores, pueden tender fácilmente a asumir la culpa que los
demás no reconocen. Si tienen una pareja muy crítica, que les acusa
constantemente, no lo cuestionarán.

Estos contextos familiares, sea en la infancia o en la pareja, no tienen que


ver necesariamente con la violencia. Vivir con una persona excesivamente
convencida siempre de tener razón, que expresa esto de un modo
contundente e inapelable, hace que alguien más inseguro se cuestione a sí
mismo. Las personalidades autoritarias, críticas, exigentes o perfeccionistas,
producen efectos similares. En cualquier caso, los demás tienen que asumir
las culpas cuando algo es diferente de como ellos quieren que sea.

Como hemos explicado anteriormente, las situaciones extremas en el


contexto familiar, llevan a mecanismos de adaptación también extremos.
Podemos por un lado asumir culpas que no nos corresponden, y culparnos a
nosotros mismos constantemente.

Pero, por otro lado, podemos no asumir la responsabilidad de solucionar


nuestros problemas, diciendo que no necesitamos a nadie, que no queremos
hablar de nuestras cosas con otra persona, 137

Anabel González

o que lo que nos pasa no tiene solución. Ambos extremos pueden coexistir,
y aunque nos lamentemos constantemente por estar mal, no haremos ningún
cambio para lograr que sea diferente.

Si hemos desarrollado patrones de funcionamiento negativos para nosotros


o para los demás, y con el paso del tiempo no se han modificado, o incluso
han empeorado, está claro que hemos de hacer cosas para que cambien. Lo
que no tiene sentido es seguir haciendo todo como siempre, y esperar que la
situación mejore.

Lo que nos decimos a nosotros mismos puede darnos múltiples excusas y


coartadas para seguir igual. Podemos decirnos que no somos capaces de
cambiar, que no tenemos fuerzas, que nuestras circunstancias no nos dejan
ninguna salida, que son los demás los que deberían cambiar, que ya lo
hemos intentado todo
... La lista de excusas es infinita, y cuando nos las decimos, podemos
vivirlas como si fuesen verdades incuestionables. Uno de los primeros
cambios que hemos de abordar, es cambiar estas frases. En lugar de decir
“no soy capaz” podemos decir “me cuesta”. En lugar de “no puedo”, nos
decimos “no me da la gana”. Si esto último nos plantea dudas pensemos,
por ejemplo, en cuando no salimos de casa porque “no podemos” aunque
luego sí salimos porque hemos de sacar al perro, ir a entregar un papel cuyo
plazo termina hoy, o acudir a una cita médica. Si podemos hacer esas cosas,
también podríamos habernos levantado a una hora concreta para recuperar
una rutina diaria, o bajar al parque junto a nuestra casa un rato para no estar
todo el día metidos en casa.

Quizás no podamos hacer gran cosa si estamos muy bajos de ánimo, pero lo
que hacemos con las baterías que nos quedan es decisión nuestra. Si
empezamos a asumir nuestra responsabilidad, no nos permitiremos decir un
“no puedo” rotundo. En caso de que decidamos no hacer algo, nos lo
contaremos como la opción que escogemos: “no lo hago porque decido no
hacerlo”.

138

No soy yo

Otra forma de no asumir la responsabilidad es dejarnos absorber por la


queja. Si nos quejamos mucho, aunque lo hagamos solo en nuestro interior,
con seguridad estamos en una trampa. Siempre podemos encontrar motivos
para quejarnos si los buscamos con dedicación, incluso cuando nos van bien
las cosas. Basta con escoger los peores momentos, las personas que peor
nos tratan y lo que menos nos gusta de ellos, los fragmentos más terribles
de nuestra historia, y dejar que nuestra mente gire en torno a ellos.

Mientras observamos los aspectos negativos de los demás, no nos


centramos en los nuestros ni en lo que estamos haciendo con ellos. Nos
colocamos además en una situación de indefensión - de nuevo - en lugar de
poner el foco en desarrollar nuestros recursos para afrontarlos. Es una queja
improductiva, que nos genera sentimientos de incomprensión, abuso y
amargura, pero que no cambia ninguna de estas situaciones. Curiosamente
en el fondo de esta actitud puede haber una inmensa culpa que no podemos
tolerar, y de la que puede que no seamos siquiera conscientes. La
proyectamos fuera, y culpamos a los demás o al mundo en general de todos
nuestros males. La cuestión es que si el 100% del problema está fuera,
también dejamos las soluciones lejos de nuestro alcance. Incluso en esas
etapas de la vida en las que realmente coinciden problemas de envergadura
de difícil solución, el tiempo que dedicamos a quejarnos es muchas veces
tiempo perdido. Por supuesto es bueno poder desahogarnos de vez en
cuando, y no es más productivo poner siempre al mal tiempo buena cara.
Recordemos: los extremos suelen ser siempre igualmente negativos.

El no asumir nuestra responsabilidad puede proceder también del


estancamiento en los patrones infantiles. Vivimos en nuestra infancia
mucha indefensión, o no supimos protegernos en una relación, y nos
quedamos en esa sensación, creyendo que porque nos sentimos indefensos,
es que lo estamos. Como no teníamos opciones en aquellas situaciones, no
tomamos decisiones en la actualidad, asumiendo que todo sigue igual. Si
hacemos algún intento, en cuanto se tuerce lo abandonamos y confirmamos
nuestra 139

Anabel González

teoría de que no hay nada que hacer. Es como si nos siguiésemos sintiendo
pequeños, desprotegidos, incapaces de valernos por nosotros mismos. Y si
bien esto es así en las primeras etapas de nuestra vida, cuando nos hacemos
adultos esperar que alguien venga a rescatarnos de nosotros mismos, no
suele funcionar.

Cuando ponemos nuestras esperanzas en otros, sean amigos, parejas o hijos,


que cuiden de nosotros, nos protejan y nos salven de nuestro destino, nos
colocamos en una incongruencia temporal.

Funcionamos como niños cuando ya no lo somos, este patrón en el que


estamos corresponde a otro momento evolutivo, y no va a encajar en este.

Como hemos explicado anteriormente, al crecer interiorizamos los modelos


reguladores y de cuidado que nos han rodeado, y formamos modelos de
autocuidado y autorregulación. Lo que viene de fuera pasa así siempre por
un filtro interno. Si nosotros no nos regulamos bien, si nos desatendemos, si
nos criticamos duramente, nos enfadamos con nosotros mismos, o
simplemente no hacemos nada por regularnos, lo que hagan los demás no
nos llegará dentro. El cuidado de los otros solo puede satisfacer nuestras
necesidades, si nuestro sistema está estructurado hacia el autocuidado. Un
gesto tranquilizador o unas palabras de consuelo no pueden neutralizar que
nos estemos agobiando o machacando a nosotros mismos. Si dejamos
sueltas nuestras emociones, los demás - a diferencia de lo que ocurre con
los bebés - no tienen acceso directo al sistema interno, y no consiguen
calmarnos del todo. Si nuestra rabia esta volcada hacia dentro, aunque
encontremos una figura protectora, el mayor daño nos lo hacemos nosotros
mismos. La llave de este mundo interno solo la tenemos nosotros, y hemos
de participar activamente en su reconfiguración. De ese modo podremos
beneficiarnos a mayores de los recursos externos, que pueden amplificar -
nunca sustituir - el modo en que ges-tionamos nuestros estados
emocionales.

No existe posibilidad de recuperación sin asumir una responsabilidad


personal en conseguirla. No vendrá de un tratamiento 140

No soy yo

que lo solucione todo, de una persona que nos dé cuanto nos faltó, de un
trabajo que nos aporte la motivación que no tenemos o de algo inesperado
que nos rescate. Dejar nuestro futuro en manos del azar no tiene sentido. Es
importante luchar por hacerlo posible, pero sin dirigir la pelea contra
nosotros mismos.

Si lo pensamos, asumir esta responsabilidad es en sí mismo reparador.


Significa que volvemos a tomar las riendas de nuestra vida, se ponga como
se ponga el camino. Ya no estamos, ni queremos estar, en manos de otros,
sino en las nuestras propias. Es normal que esto nos dé miedo, porque por
mucho que entendamos que cometer errores es parte del proceso, asumir la
responsabilidad de nuestras apuestas y decisiones implica que puedan salir
mal. Mientras otros sean los culpables o el destino sea el causante, no hay
posibilidad de fracaso. Estaremos mal, pero no sentiremos que sea por culpa
nuestra, y cuando ya arrastramos mucha culpa que no nos corresponde, es
como si no pudiéramos con una más.
Recordémonos que aquí la culpa es nuestra amiga. No la culpa injusta y
fuera de lugar, sino la culpa proporcionada a los errores cometidos, la que
nos ayuda a mejorar, a intentarlo de un modo cada vez más realista y
eficiente. No es posible el cambio si no nos guiamos por parámetros
realistas, y una culpabilidad sana, que se activa cuando hacemos algo mal
para nosotros o para los demás, nos ayuda a no caer en la autocomplacencia
o en conductas irresponsables. Necesitamos mirar nuestros problemas sin
torturarnos por ellos, pero sí diciéndonos “tengo que hacer algo”. Es
esencial que además de decirlo, esta sensación nos mueva hacia una acción.
No importa si es eficaz o no, porque como sabemos necesitaremos muchos
intentos antes de conseguir un resultado.

141

Anabel González

15. MI YO ADULTO CONDUCE EL COCHE

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Eduar-
do Galeano.

Puede que arrastremos muchas sensaciones desde nuestra infancia o desde


alguna experiencia difícil, es posible que nos hayamos quedado fijados en
determinadas creencias sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Cuando
ocurren cosas en nuestros primeros años de vida, nuestra capacidad para
influir sobre ellas es muy escasa. Estábamos supeditados a que los que nos
criaron se dieran cuenta de lo que nos pasaba y le pusieran remedio. Si no
supieron o quisieron hacerlo, no teníamos elección. Pero ahora somos
adultos, y como adultos siempre tenemos opciones.

Es muy probable que no veamos cuales son esas opciones. A veces porque
las que nos planteamos no son realizables. Buscamos solucionar nuestros
problemas mudándonos a una isla desier-ta donde nadie nos moleste ... pero
claro, no somos millonarios, no tenemos isla a la que irnos, y cuando
caemos en la cuenta de ello nos sumimos aún más en la desesperación. No
nos planteamos soluciones pequeñas, practicas, a medio-largo plazo, que
son las que realmente pueden generar cambios.
Otras veces, aunque las opciones estén ahí y podamos verlas, arrastramos
tanto la sensación de indefensión, de no poder hacer las cosas por nosotros
mismos, de estar atrapados - sensaciones que fueron absolutamente reales
en la infancia - que no nos damos cuenta de que en el aquí y ahora las cosas
no son iguales. Aunque sigamos viviendo con nuestra familia de origen, ya
no somos unos niños, somos adultos. Aunque sigamos en la misma relación
de pareja, no tenemos que sentarnos a esperar que todo cambie sin hacer
nada. Si somos conscientes de que somos adultos y de que somos nosotros
quienes conducimos el coche, la perspectiva da 142

No soy yo

un giro radical. Sabremos que depende de nosotros salir de aquí, cogeremos


las riendas, asumiremos la responsabilidad.

Esta ultima frase puede que nos genere malestar al leerla, pero es
fundamental para conseguir avances. Quizás la leamos y pensemos “No es
justo, ¿cómo que depende de mí? Son los demás los que tendrían que
tratarme mejor ... ¿Cómo voy a estar bien si mis padres, mi marido, mi jefe,
mis hijos ... me tratan así?”.

Y la respuesta es sí, puedo estar mejor, aunque todos ellos sigan siendo
como son. Por suerte, en cada relación, nosotros siempre podemos
modificar nuestro 50%. Eso nos da margen suficiente para mover las cosas.

“¿Cómo?, pensaremos, mi madre sigue tratándome como si fuera un niño”.


Y ahí es donde hemos de recordarnos que ahora somos adultos, que aunque
nos traten como a niños no lo somos.

Si no dejamos que el niño que se quedó bloqueado en nuestro interior hable


con nuestra madre, si el adulto es el que lleva la conversación, aunque
seamos conscientes de que hay muchas sensaciones de la infancia que
siguen ahí, la conversación va a ser muy distinta de cómo venía siendo. Con
el tiempo, si trabajamos con nuestra historia, y vamos resolviendo las
sensaciones que aún tenemos de esa etapa, ni siquiera tendremos ya ese
malestar de fondo, nos sentiremos completamente diferentes. Pero el
cambio empieza antes. Empieza cuando dejamos de estar esperando en
nuestro coche, sentados en el asiento del copiloto, a que venga alguien para
arrancarlo y llevarnos lejos de donde estamos.

En ocasiones, cuando atravesamos situaciones adversas durante tiempo,


soñamos con un rescatador que puede hacer que todo acabe, con un genio
de la lámpara que nos conceda tres deseos. Podemos fantasear con que
descubran que no somos realmente de esta familia y aparezcan nuestros
verdaderos padres, con mudarnos a otro país. La solución de nuestros
problemas será encontrar un amor que nos dará algún día todo lo que hasta
ese momento nos ha sido negado, o tener unos hijos a los que darle todo lo
que a nosotros nos faltó, o que alcancen los sueños que 143

Anabel González

nos fueron negados por la vida. Fantasear es un escape imaginario, y sobre


todo en la infancia, la fantasía es un recurso potente que nos permite
evadirnos de cosas que no podemos cambiar.

Sin embargo, podemos quedarnos anclados en esta posición de esperar que


nos salven de nosotros mismos, incluso cuando sí hay cosas que podemos
hacer para cambiar las cosas. Con seguridad las auténticas soluciones no
vendrán a través de un cambio espectacular como el que soñábamos, no nos
levantaremos una mañana y todo será diferente. Pero sí podemos hacer
algo, algo concreto, quizás diminuto, pero real. Miles de pequeños cambios
mueven el mundo. Para ello, hemos de modificar el planteamiento.

El primer cambio es tomar conciencia de que somos adultos, de que


tomamos nuestras propias decisiones, de que conducimos nuestro coche. El
segundo es tener clara cuál es la ruta hacia la que vamos a dirigirnos.
Aunque la respuesta parezca obvia: “lo que quiero es estar bien y ser feliz”,
no lo es en absoluto. Cuando las personas significativas de nuestra vida no
nos han cuidado del modo más sano, es fácil que sin darnos cuenta
reproduzcamos esos patrones internamente, culpándonos, exigiéndonos o
aban-donándonos. Un modo de identificar esto es fijarnos en nuestra lista
de prioridades. Por lógica, si estamos mal, nuestra prioridad ha de ser estar
bien. Si no nos sentimos bien, mal vamos a poder gestionar el resto de las
cosas. Sin embargo, buscar lo que nos hace bien puede estar muy por
debajo en nuestra lista, y en cambio priorizamos lo que tenemos que hacer,
lo que necesitan los demás, lo que se espera de nosotros ... Por supuesto, a
veces hemos de cumplir con una serie de obligaciones, y es bueno que nos
preocupemos por los demás. Lo que no tiene sentido es que lo que es bueno
para nosotros esté siempre en último lugar, y menos aún si no nos sentimos
bien y queremos mejorar. Lo que es bueno para nosotros ha de subir en la
lista hasta el primer puesto, sobre todo en etapas en las que nos
encontramos mal y hemos de cargar nuestras baterías, aunque sigamos
teniendo en cuenta el resto de las cosas.

144

No soy yo

A veces lo que es bueno para nosotros ni siquiera está en la lista. Podemos


pensar que si buscamos lo que es bueno para nosotros seremos egoístas, y
censurar por completo esa idea. Quizás en el fondo sintamos que no nos
merecemos cosas buenas, o que no vamos a poder tenerlas nunca. Una
versión aún peor, aunque frecuente, es que incluso cuando por azar las
cosas buenas llegan, las neutralizamos, las apartamos o las saboteamos.
¿Cómo vamos a poder estar bien si somos los primeros que no buscamos
cosas buenas para nosotros, o si cuando llegan no las dejamos entrar?

Por tanto, el cambio empieza cambiando la pregunta que nos hacemos ante
las cosas. “No me apetece salir hoy, pero ¿me haría bien?” Y no nos
hacemos trampas, no nos contestamos rápido, sino que nos paramos
reflexivamente a pensar cómo nos hemos sentido al final del día cuando
hemos salido de casa y lo comparamos con los días en que nos quedamos
en la cama, con la persiana bajada, dándole vueltas a la cabeza. Si nos
apetece o no es algo que tenemos en cuenta, pero tiene más importancia si
algo nos puede hacer bien o no. Cuando estamos bajos de ánimo o estamos
agobiados, hacer lo que nos pide el cuerpo no necesariamente mejora las
cosas.

No es que la solución sea hacer cosas. Cuando alguien está deprimido


muchas veces los que le rodean le dicen que se anime, que ponga de su
parte, y que trate de funcionar con normalidad.
Desde este razonamiento, si nos comportamos como si estuviésemos bien,
estaremos bien. En realidad, estos consejos son del estilo del “venga, no l
ores, no pasa nada” del que habíamos hablado, y son poco efectivos a la
hora de mejorar el estado de ánimo. A veces lo mejor para nosotros es
precisamente no hacer.

En ese caso no salimos porque es lo que los demás esperan que hagamos o
lo que se supone que tenemos que hacer, sino que nos quedamos en casa
porque es mejor para nosotros descansar.

Sabemos que es así porque hemos comprobado que cuando nos forzamos a
hacer las cosas como cuando estábamos bien, termi-namos el día agotados,
y a la mañana siguiente aún estamos peor.

145

Anabel González

Teniendo en cuenta esta información, no hacer esa actividad es lo mejor que


podemos hacer para ayudarnos.

La pregunta de si algo nos hace bien o no, es aplicable no solo a las


actividades externas, sino también a lo que nos decimos a nosotros mismos.
Esto último, aunque no se vea, es aún más importante. Nuestra mente no
está nunca inmóvil, aunque a veces no somos consciente del diálogo
constante que mantenemos internamente. Todo el tiempo nos decimos cosas
sobre lo que hacemos, lo que pensamos o lo que sentimos. Este diálogo
interior tiene muchísima importancia en la regulación de nuestras
emociones, y puede funcionar, como explicábamos anteriormente, bien
como un atenuador y modulador de nuestros estados emocionales, o bien
como una caja de resonancia que multiplica su intensidad.

Hacernos conscientes de este diálogo interno e introducir cambios en él es


una de las bases del trabajo que hemos de hacer para cambiar. Hemos de
pasar de automático a manual, y ayudar a nuestra mente a ir de lo que nos
decimos siempre a lo que nos hace bien decirnos.
Para que este cambio se produzca, hemos de reentrenar a nuestra mente.
Entender dónde esta el problema es fundamental, pero es solo el primer
paso. Hemos de plantearnos esto como una tabla de ejercicios que hemos de
repetir regularmente, hasta que la nueva manera de hablarnos a nosotros
mismos este tan interio-rizada que nos salga de modo natural. Durante
tiempo, aún así, tendremos que fijarnos más y estar pendientes para
conseguir que este aprendizaje se mantenga y se consolide.

Esta tabla de ejercicios mental consiste en una secuencia de preguntas.


Tenemos que hacérnoslas siempre en este orden, y aunque sepamos la
respuesta, hemos de contestárnoslas siempre. Si pasamos por estas
preguntas una y otra vez, iremos recon-duciendo nuestra cabeza hacia otra
manera de hacer las cosas, hacia otro modo de vernos, de entendernos y de
cuidarnos por dentro. El potencial de este cambio para mejorar nuestro
bienestar 146

No soy yo

es enorme, aunque solo podremos notarlo después de un tiempo de trabajar


en ello. Veamos ahora estas preguntas que hemos de irnos haciendo.

¿Qué me digo a mí mismo?

Nuestros pensamientos pueden pasarnos desapercibidos si no nos paramos a


notarlos. Podemos pensar que no hay pensamientos, que solo hay malestar,
pero siempre los hay. Siempre nos estamos diciendo algo sobre lo que
estamos experimentando. Podemos pensar, por ejemplo: “no soporto estar
así”, “soy un idiota por permitir esto”, “es todo culpa mía”, “nunca voy a
salir de esto”

o “me quiero morir”. En cualquiera de estos ejemplos, estas frases no son


simples consecuencias de sentirnos mal, sino que van a generarnos en sí
mismas nuevas sensaciones o a empeorar las que ya tenemos. Suele ayudar
escribir esas frases, literalmente como nos las decimos. Verlas escritas en un
papel puede hacernos más conscientes de la cantidad de insultos que nos
soltamos, o de hasta que punto nos autodesanimamos y nos descalificamos
internamente.
¿Dónde lo aprendí?

Muy frecuentemente estas frases reproducen cosas que escuchamos de


figuras significativas de nuestra vida. Nuestros padres, profesores, parejas,
pueden habernos dicho “eres insoportable” “eres un idiota” “todo es culpa
tuya” “no tienes arreglo” o

“no deberías haber nacido”. No es necesariamente así en todos los casos,


pero en muchas ocasiones la manera en la que nos hablamos internamente,
es un reflejo de cómo nos hablaron figuras relevantes de nuestra historia.
Nos miramos como nos miraron, nos tratamos como nos trataron. El tema
es que una vez que inte-147

Anabel González

riorizamos ese modelo, nos lo llevamos puesto. Podemos estar lejos de esas
personas, pueden hasta no formar ya parte de nuestra vida, pero su
influencia sigue ahí. La cuestión es que no podemos alejarnos de nosotros
mismos, aunque lo intentemos de mil maneras. Nuestra cabeza está sobre
nuestros hombros las 24 horas del día. No nos queda otra que
reprogramarla.

¿Me ayudaba cuando esas personas me lo decían?

Aunque es obvio que a nadie le sienta bien que le digan que es insoportable,
idiota, culpable, un desastre o que no vale para nada, es fundamental que
tomemos conciencia de que esas frases no nos hacían bien, que no nos
ayudaban, que nos producían sensaciones negativas desde que empezaron a
estar ahí. Este fue el aire que respiramos en esas relaciones, y si nos
paramos a pensarlo, seguramente nos diremos que esta es una herencia que
no queremos quedarnos.

¿Me ayudaría que los que me rodean ahora me dijeran esas cosas?

Si ahora nos relacionamos con personas diferentes, imaginé-monos que


ellos nos dicen “no vas a aguantar estar así”, “eres un idiota por sentirte de
ese modo”, “estás así por tu culpa”, “no vas a mejorar” o “es mejor que te
mates”. ¿Cómo nos sentiríamos escuchándolo? De nuevo, es obvio que mal,
pero hagámonos la pregunta de todos modos. Puede ayudarnos a tomar
conciencia de lo que implica hacernos nosotros lo mismo, muchas veces de
modo continuado. por eso a veces no ver a nadie o quedarnos en casa no
nos descansa: nosotros podemos ser nuestros peores enemigos.

148

No soy yo

¿Le diría eso a una persona a la que quiero y que me importa?

Visualicémonos haciéndolo. Pensemos en nuestro mejor amigo, en nuestros


hijos, en una persona muy querida. Imaginemos que se están sintiendo
como nosotros nos sentimos y que les decimos entonces “no vas a soportar
sentirte así” “eres un idiota”

“es todo por tu culpa” “nunca te vas a poner bien” “es mejor que te
mueras”. Seguramente nos parecerá aberrante hacer esto, impensable. Es
importante que tomemos conciencia de las barbaridades que podemos llegar
a decirnos. Aunque aún no lo hayamos cambiado, si cada vez que lo
hacemos nos damos cuenta, será como cuando en la televisión suena un
pitido cada vez que se dice un taco ... no nos pasara desapercibido, no
seguirá flotando indefinidamente en nuestra cabeza. Eso ya reduce el
problema, ya supone un cambio.

¿Qué me ayudaría decirme a mi mismo?

Recordemos, lo que es bueno para mi es lo primero de la lista, si estoy


trabajando en mejorar mi estado emocional. Lo que me ayudaría se va a
parecer a lo que ayudaría a cualquier persona, de modo que si pensamos en
lo que le diríamos a alguien a quien queremos, ya tenemos la respuesta.
También podemos pensar en lo que nos ayudaría que alguien nos dijera.
Nos ayudaría decirnos que vamos a poder lidiar con esto, que le puede
pasar a cualquiera, que hicimos lo que pudimos, que todo pasa, que llevara
tiempo y será duro pero que podremos salir adelante, que somos
importantes, que nos merecemos estar bien.
Es muy posible que no nos lo creamos, pero la cuestión de si lo sentimos
cierto o no, no ha de ser lo primero en nuestra lista de prioridades. Si una
persona está acomplejada por su peso no le decimos “¡qué gorda estas!”. Es
algo cierto, pero no le ayuda en absoluto que se lo digamos. Del mismo
modo, recordarnos una y 149

Anabel González

otra vez lo mal que estamos o los errores que hemos cometido, no nos
servirá más que para ahondar en el malestar. Es equivalente a caernos al
suelo, y empezar a excavar hacia abajo. Si queremos estar bien, es
importante que aprendamos a decirnos lo que nos hace bien. Da igual si nos
lo creemos o no, da igual que nos suene raro. Lo normal es que sea así. Si
llevamos toda la vida machacándonos por dentro, tratarnos bien nos
resultara extrañísimo, casi marciano. Pero si lo repetimos una y otra vez,
acabará sonando más natural. En cierto modo es como aprender un nuevo
idioma.

Primera repetimos las palabras mecánicamente, decimos las mismas frases


una y otra vez, hasta que nuestro cerebro empieza a asimilarlas y
recordarlas. No nos saldrá fluido hasta que pase mucho tiempo, así es el
proceso normal de aprendizaje.

Nuestros estados emocionales a veces nos desbordan, lo inundan todo.


Dejamos que sea nuestra desesperación, nuestro desánimo, nuestra angustia,
la que tome las decisiones. Dejamos que las creencias que arrastramos de
antiguo sean nuestra referencia sobre el mundo. Pero las emociones no
piensan, son como bebés, como niños pequeños que simplemente sienten, a
los que hemos de regular, calmar y estimular para que puedan estar bien.

Es importantísimo estar en contacto con nuestras emociones, pero a la vez


es fundamental no dejarnos arrastrar por ellas. Cuando tenemos muchas
sensaciones acumuladas en nuestro interior, podemos sentirnos como en el
momento en el que las experimentamos por primera vez. Funcionaremos
como si no tuviésemos nuestra verdadera edad, como niños indefensos,
desamparados, furiosos, encaprichados, es decir, desregulados. Hemos de
prestar mucha atención a esos niños, pero eso nunca ha de implicar que
dejemos que un niño conduzca el coche. El adulto que hay en nosotros ha
de aprender, a veces desde cero, a cuidar de sus sensaciones, a entender sus
emociones, a darse cuenta de sus necesidades. Cuando un adulto sano cuida
de un niño, percibe si su malestar tiene que ver con que está hambriento,
tiene sueño o está enfermo, y le da lo que verdaderamente necesita, lo que
le 150

No soy yo

hace bien. Aunque este aprendizaje no haya podido venir antes, yo puedo
aprenderlo ahora. El adulto que somos ha de hacerse cargo del proceso. No
tiene que saber hacerlo, simplemente ha de ponerse a ello. Para saber
conducir, en general hemos de pasar por la autoescuela, como es lógico. No
hemos de ser autodidactas cuando es más fácil aprender con ayuda.
Adquiriremos conocimientos de los que carecemos, y practicaremos lo
necesario para adquirir habilidades que aún no tenemos. Pero es
imprescindible que nos pongamos al volante, que tomemos las riendas de
nuestra vida.

151

Anabel González

16. EL QUE MÁS SE EQUIVOCA GANA

Una persona que nunca cometió un error, nunca intentó nada nuevo. Albert
Einstein.

Destin es un ingeniero al que construyeron una bicicleta con el manillar al


revés (21). Al girarlo a la derecha la bicicleta iba a la izquierda, y viceversa.
Aunque el cambio que tenemos que hacer es simple, resulta imposible
conducir esta bicicleta si ya sabemos andar en una bicicleta normal. Sin
embargo, Destin lo consiguió.

Se planteó ese objetivo, y trabajó de modo incansable para conseguirlo. Se


subió a la bicicleta todos los días, durante ocho meses, hasta que empezó a
pillarle el punto. Se cayó una y otra vez en el proceso, se enfrentó a la
sensación de no ser capaz, pero eso no le llevó a abandonar, sino a
intentarlo más y más.
Cada vez que se subía, notaba la tendencia arraigada hacia los viejos
patrones. Todas las veces que en su vida había condu-cido una bicicleta
convencional, habían formado conexiones en su cerebro que configuraban
la memoria del procedimiento para andar en bicicleta. Su mente iba hacia
ahí de modo totalmente automático, aunque a nivel consciente sabía que
tenía que hacer para conducir la bicicleta al revés. Tomar conciencia de lo
que hemos de cambiar no produce de por sí esos cambios, pero es un primer
paso imprescindible. Después de ese paso han de venir muchos otros, y
hemos de darlos en la dirección adecuada.

Conseguir llegar a donde nos lo proponemos, cuando nuestra tendencia nos


lleva en otra dirección, requiere una combinación de esfuerzo mantenido y
de llevarnos un poco la contraria. El esfuerzo y llevarnos la contraria no son
ni buenos ni malos en sí mismos, todo depende de cual sea nuestro objetivo.
Si nos esforzamos para cumplir con nuestros deberes o para complacer a los
demás, ese esfuerzo probablemente nos desgaste, y acabe haciéndonos 152

No soy yo

sentir agotados. Si nos llevamos la contraria no prestando atención a


nuestras verdaderas necesidades, a lo que es importante para nosotros, lo
que hagamos nos perjudicará. Si, por el contrario, ponemos empeño en
mejorar y nos conducimos en contra de nuestra tendencia cuando esta es
negativa para nosotros, el esfuerzo habrá valido la pena.

Otro punto crítico para el cambio es la valoración positiva de los errores. Si


hemos tenido un profesor que nos machacaba cada vez que nos
equivocábamos, es más probable que esa asignatura se nos atasque. Los que
consiguen aprobarla son los que se crecen en la dificultad, los que cuando
se les plantea un desafío, se estimulan para superar el obstáculo. Cuanto
más difícil es la asignatura, con más empeño la estudian. Si por el contrario,
interiorizamos el estilo del profesor, podemos acabar machacándonos
nosotros también por nuestros errores y bloqueándonos por completo.

Esta comprobado que como sistema de enseñanza, el refuerzo positivo


funciona mejor que el refuerzo negativo. Si nos recordamos las veces que
nos sale bien, y cuando algo nos sale mal, no nos lo repetimos más que una
vez, iremos mejorando cómo realizamos la tarea. Reñirle a alguien por
equivocarse, sobre todo de modo potente, descalificador o continuado, tiene
como resultado más probable el bloqueo y suele empeorar el rendimiento.

Del mismo modo, la forma en la que reaccionamos cuando nos


equivocamos, es fundamental para aprender a cambiar un patrón.

El aprendizaje es por ensayo y error, y la parte del error es esencial.

Sin error no hay aprendizaje posible.

Pensemos si no cómo aprendemos a andar. ¿Simplemente nos levantamos


cuando somos bebés y caminamos perfectamente? Nos caemos una y otra
vez, nos agarramos a algo, nos tamba-leamos ... En cada uno de esos
ensayos, nuestro sistema nervioso va aprendiendo algo. Al principio solo
conseguimos dar un par de pasos, y la cara de ilusión de los adultos cuando
lo hacemos, nos 153

Anabel González

anima a seguir intentándolo. Si nos llamaran inútiles por haber ca-minado


solo medio metro, no sería muy estimulante. De pequeños aprendemos a
hacer una torre de bloques tras miles de amagos en los que las piezas no
encajan, no sabemos calcular aún, no acertamos. Nuestro sistema nervioso
está aprendiendo, y lo hace en todos y cada uno de esos errores. Miles de
errores después, empezaremos a poder colocar las piezas con facilidad.

El vecino que plantó más semillas fue el que más frutos obtu-vo. Para que
algunas germinaran, muchas se quedaron en intentos improductivos.
Sabremos que estamos avanzando, cuando el día esté lleno de errores.
Significará que estamos trabajando en cambiar, que estamos aprendiendo.
Pero claro, para eso, es necesario cogerle cariño a cometer errores.

¿Cómo se hace esto? Muy sencillo. Todo lo que se practica, se acaba


aprendiendo. Si la simple idea de cometer un error se nos hace intolerable,
quizás debamos hacer primero una tarea especifica: cometamos errores a
propósito, con premeditación y alevosía. Alguien que no lleva bien
equivocarse probablemente diga: “yo ya cometo muchos errores todos los
días”, pero el ejercicio solo funciona si los errores son intencionados. Son
cosas que podría hacer bien, pero que, para flexibilizar mi mente, elijo
voluntariamente hacer mal. Todos los días trato de hacer alguna cosa mal.
Pueden ser errores insignificantes, inofensivos, sin tras-cendencia, como no
poner el punto al final de la frase, llegar cinco minutos tarde, dejar una
arruga en la cama o ponernos un calcetín de cada color. La cuestión es que
todos los días nos subamos a la bicicleta y nos tambaleemos inestables
sobre ella. El número de veces que nos hemos caído hoy marca la cantidad
de tiempo invertido en conseguir el logro. Llegará un momento en que esta
idea dejará de parecernos una aberración y nos resultará hasta divertida.
Pero hasta llegar ahí, hemos de acostumbrarnos al malestar que
habitualmente se asocia a cometer errores. El sistema nervioso sabe
habituarse a las sensaciones de todo tipo, si las repetimos de modo
continuado. La primera vez que conducimos 154

No soy yo

solos el coche vamos intranquilos, en tensión, pero si lo cogemos todos los


días se vuelve automático y podremos conducir tranquilos. Es importante
que no distraigamos nuestra mente de la sensación a la que queremos
habituarnos. Si nos sentimos mal por llegar tarde o hacer las cosas peor a
propósito, permitámonos notar esa sensación. Nos acostumbraremos a ella y
dejara de estar ahí, si repetimos el proceso el numero suficiente de veces.

Muchos intentos de cambiar las cosas no funcionan porque les falta esta
persistencia, y esta continuidad. Si nos subimos a una bicicleta que aún no
controlamos, y cada vez que nos caemos nos decimos: “es imposible, nunca
lo conseguiré”, y no lo volvemos a intentar hasta un mes después, el cambio
nos llevará bastante más de ocho meses o no llegará a producirse.

Un momento importante en la aventura de Destin con su bicicleta al revés


fue que tras esos ocho meses de práctica diaria, empezó a sentir que podía
manejarlo. Ya no tenía que estar todo el tiempo pendiente, mientras su
cuerpo tiraba hacia el otro lado.

Ahora resultaba fluido conducir la bicicleta. Las conexiones que se habían


formado en su cerebro, empezaban a prevalecer sobre las antiguas. Sin
embargo, era muy fácil perder el equilibrio ante cualquier distracción. El
aprendizaje era aún frágil, las nuevas conexiones no eran sólidas, no eran
suficientemente fuertes. Pasó tiempo de entrenamiento hasta que se
consolidó el nuevo sistema de funcionamiento.

En el aprendizaje de patrones más sanos de autocuidado y autorregulación


ocurre lo mismo. Vamos consiguiéndolo, pero tenemos un disgusto, un
imprevisto, algo que nos descoloca, y nos vemos siguiendo los patrones
antiguos. Podemos sentir que hemos vuelto atrás, pero, por el contrario,
significa que estamos avanzando. Es un momento clave, en el que es
fundamental volver a subirnos enseguida a la bicicleta. Estos baches son
inevitables, pero podemos lograr que sean breves y menos intensos si
retomamos nuestra idea inicial y practicamos de nuevo. Sobre todo, es 155

Anabel González

importante no escarbar hacia abajo. Si al caer nos recriminamos estar así


otra vez, nos decimos que somos unos inútiles, que nunca lo
conseguiremos, que no vale la pena, el bache se hará más profundo, y nos
costará más salir de el.

Aún cuando podamos conducir nuestra bicicleta sana con soltura, no


olvidemos que las conexiones antiguas no se han bo-rrado en nuestro
cerebro, solo han pasado a segundo plano. Destin volvió a intentar conducir
las bicicletas habituales, y aunque durante unas horas fue incapaz, tras poco
tiempo recuperó los viejos circuitos y pudo conducir como antes. Si en
nuestra vida las circunstancias nos empujan hacia los patrones antiguos, es
relativamente fácil que volvamos a ellos. Por ejemplo, si tenemos una
nueva pareja que nos critica en exceso, como ya lo hacían nuestros padres,
podemos empezar a dudar de nosotros mismos y vernos criticándonos
internamente de nuevo. En este tema hemos de vigilarnos y no bajar la
guardia del todo. Pero si trabajamos en ello, la mayor parte del tiempo
cuidarnos bien se habrá vuelto algo natural, que nos saldrá
espontáneamente.

Los patrones de autorregulación se pueden reaprender, como vemos, pero


en las primeras etapas de desarrollo, se establecen con mucha facilidad. El
hijo s de Destin tardó dos semanas en aprender a andar en la bicicleta al
revés, mientras que su padre necesitó 8 meses de trabajo constante. Por eso
para entender las cosas que nos suceden de adultos, es bueno que
exploremos si tienen raíces en la infancia. Es posible que en nuestras
primeras experiencias hayamos interiorizado mensajes o estilos de
funcionamiento, que van a influir en cómo después nos planteamos las
cosas. Estas situaciones pueden ser obvias, o pasarnos inadverti-das si no
nos paramos con detenimiento a entenderlas. Por ejemplo, crecer con un
padre o una madre admirada por todos, que todo lo hacia bien, que siempre
tenía la palabra justa y que sabía siempre las respuestas, puede producir un
efecto más negativo que positivo en los hijos. Ante un padre así, el niño
siente que no está - ni nunca estará – a su altura, y se sentirá inseguro,
imperfec-156

No soy yo

to o inadecuado. La referencia del padre marcará lo que ese niño siente que
debería ser, pero eso no le dejará encontrar lo que realmente es. Este niño
tendrá dificultades para llevar bien los errores, y es posible que se sienta
fracasado consiga lo que consiga. Un padre al que no podemos cuestionar
en nada, en el que no vemos ningún defecto, puede estar rodeado de mucha
idealización, pero frecuentemente tienen claroscuros como todos los seres
humanos. Quizás son personas que no reconocen sus errores, que señalan
con más facilidad los de los demás, que siempre creen tener razón, y no
necesariamente resuenan y empatizan bien con las personas que tienen
delante. Bajar a estos padres del pedestal puede resultarnos difícil, pero es
importante. Esto nos permitirá reconciliarnos también con nuestros propios
puntos fuertes y débiles. Es bueno que si no somos de los que se crecen con
los errores, entendamos de dónde nos viene este modo de funcionar, porque
eso nos puede ayudar a tomar perspectiva.

Podemos conseguir cambiar nuestra forma de ser y nuestro modo de estar


en el mundo. Pero esto no suele suceder como en las películas, por una
revelación puntual. Es importante que seamos realistas con el modo en el
que las cosas pueden llegar a cambiarse: hacen falta muchos errores para
conseguirlo. El que más se equivoca es el que tiene más posibilidades de
ganar el premio.

157

Anabel González
17. ROMPERME LOS ESQUEMAS: LO MALO DE LO

BUENO Y LO BUENO DE LO MALO

Nuestras convicciones más arraigadas, aquel as de las que menos duda-


mos, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros
confines, nuestra prisión. José Ortega y Gasset

Cuando crecemos en un mundo al revés, a veces hasta las palabras tienen


significados distintos u opuestos. En el mundo del apego disfuncional, se
confunde cuidado con preocupación, protección con control, afecto con
obediencia. Si no se atienden nuestras necesidades emocionales, podemos
percibir el necesitar como algo negativo que hay que ignorar o reprimir. Si
se nos penaliza cuando mostramos una emoción, podemos creer que esa
emoción es mala. Puede que las reglas del juego sean contradictorias, o
incluso absurdas, pero son las referencias con las que tenemos que
funcionar. Cuando nos movemos en un entorno caótico o ambivalente, no
sabemos que hacer para poder adaptarnos, de modo que podemos aferrarnos
a cualquier idea que pueda regir nuestro comportamiento, y probablemente
no nos paremos a analizar si es lógica o no.

Muchas veces el entorno se encarga de potenciar esa con-fusión. Si desde


pequeños nos hubiesen dicho que el color rojo se llama verde, y viceversa,
cuando dijésemos verde estaríamos hablando del rojo. De ese modo,
podemos asimilar que expresar nuestro malestar es ser débiles, que querer
cosas es ser egoístas, que buscar afecto es ser mimosos e infantiles, que
enfadarnos es ser caprichosos, malcriados o malos, porque las personas que
nos rodean nos dan ese mensaje cada vez que nos ven en esos estados
emocionales.

Pero que alguien nos diga algo con voz fuerte y con contun-dencia,
aparentando seguridad, no significa que lo que nos dice 158

No soy yo

sea una verdad absoluta. De hecho, cuando alguien dice algo como si fuera
inapelable, precisamente por ese motivo suele ser falso. La convicción es
muy diferente de la seguridad sana, que admite que se la cuestione, y que
puede plantearse cambiar de opinión si el otro le convence con sus
argumentos. En principio, la convicción es siempre patológica, e indica una
necesidad subya-cente muy grande de aferrarse a una idea.

Si alguien le dice a un niño que es un llorón cuando el niño esta triste, es


muy probable que esa persona no sepa que hacer con su propia tristeza. Si
se le dice que es malo cuando se enfada, es muy posible que ese adulto no
tenga una buena gestión de su propia rabia. Probablemente las emociones
que estamos mostrando en esos momentos les resultan incómodas a las
personas que tenemos delante, porque ellos también tienen sus dificultades
para manejarlas. Las personas con las que crecemos no pueden enseñarnos
un lenguaje emocional que les es desconocido, y muchas veces están
atrapados en sus propios automatismos patológicos. Nos dicen esas cosas
debido, no a que sean ciertas, sino a causa de sus propias limitaciones. Con
esos comentarios pueden conseguir además tener control sobre nosotros,
penalizando las conductas con las que se sienten cuestionados o que no
saben cómo manejar. Esto no quiere decir que tengamos que disculpar las
conductas de las personas que nos han podido hacer daño en la vida, sino
que entendamos que sus opiniones proceden de sus propios procesos
mentales, y que es bastante probable que estén muy distorsionadas.

Dado que lo que nos decimos a nosotros mismos procede en gran medida de
estos modelos, es importante que estemos abiertos a cuestionarnos todas
nuestras convicciones. Muchos pensamientos flotan en nuestra cabeza sin
que analicemos nunca si son lógicos o no, simplemente creemos que por el
hecho de pensarlos con tanta fuerza, es que son así. Los sentimos como
verdades inapelables. Precisamente por esta convicción con la que los
pensamos, es que muy probablemente no lo sean.

159

Anabel González

Sin embargo, si hemos crecido en entornos complicados, caóticos o


ambivalentes, las pocas referencias que tenemos sobre que hacer, las
sentimos como esenciales. Sin esas referencias creemos que nos espera de
nuevo el caos, y nos aferramos a ellas.
Estas referencias son nuestras creencias sobre nosotros mismos y sobre el
mundo. Nos decimos que esto nos pasa porque no valemos para nada,
porque todo es culpa nuestra, porque es el destino el que marca nuestro
futuro. Y no solo nos lo decimos, sino que nos aferramos a esa idea, porque
al menos así las cosas tienen una explicación. De ese modo podemos
curiosamente resistirnos a modificar la idea de que somos unos inútiles, y
cuando otras personas nos señalen nuestros logros, les quitaremos
importancia.

Cada vez que nos dicen algo positivo sobre nosotros, le damos al
comentario con nuestra raqueta mental y no lo dejamos entrar.

Cuando algo nos sale mal, por el contrario, abrimos la puerta y permitimos
que ese hecho o la crítica de otros, nos lleguen dentro y resuenen con
nuestra creencia. así la sensación de “soy un inútil”

va creciendo en nuestro interior, inmune a las pruebas que la vida nos va


aportando de que hay cosas que sí hacemos bien, o a las personas que sí nos
valoran.

Por tanto, para cambiar hemos de estar dispuestos a rom-pernos los


esquemas, a cuestionarnos por completo nuestras creencias, a dar por
seguro que por muy fuertes que sean, no son verdades absolutas. Muy
probablemente son simples aprendizajes que recogimos cuando nuestro
cerebro era, como el del hijo de Destin, todavía muy maleable y lo absorbía
todo. Cuando nuestras creencias se tambaleen puede que sintamos
desasosiego, vértigo incluso, y eso indicará que vamos por el buen camino.
Estaremos saliendo de la falsa seguridad que nos clan nuestras
convicciones, y podremos de ese modo cambiar de perspectiva.

Como nos costará tener una referencia objetiva, es importante que nos
fijemos y que usemos como referencia a figuras sanas o que nos dejemos
asesorar por personas que - como los terapeutas - pueden entender nuestro
problema. Hemos de convertirnos 160

No soy yo
en observadores del mundo y de la gente, exploradores que se mueven por
la realidad como si la conocieran por primera vez.

¿Cómo se describe a sí misma una persona que funciona de un modo


saludable? ¿Qué se dice cuando se siente bien? ¿Qué se dice cuando se
siente mal? Lo lógico es que, si queremos estar bien, usemos como
referencia a la gente que creemos que funciona bien. Pero como ya
sabemos, cuando conducimos una bicicleta al revés, la lógica también suele
estar invertida. Así que, si miramos para otras personas que parecen más
felices, podemos usar esa información para compararnos y recriminarnos
por no ser así, en lugar de usarlos como referencias para aprender. También
es fácil que filtremos lo que vemos a través de los cristales de nuestras
creencias previas, y nos digamos que, como no valemos para nada, nosotros
no podremos funcionar así nunca porque nuestro problema se debe a que
somos defectuosos. Cuando el otro nos dice que valemos mucho,
desactivamos el comentario diciéndonos que solo nos lo dice para
animarnos, pero que realmente no lo piensa. Si no vigilamos nuestra mente,
nos hará constantemente estas jugadas, porque está aterrorizada de soltar
sus creencias nucleares. Si suelto las únicas cosas de las que estoy seguro
¿qué me queda?, ¿qué viene después? Puedo sentir que es preferible una
referencia negativa que no tener ninguna.

En este mundo al revés, lo bueno parece malo y lo malo parece bueno.


Aferrarnos a nuestras ideas parece que nos da claves para entendernos a
nosotros mismos o para entender el mundo, pero realmente no estamos
entendiendo nada. Pensamos que la seguridad que nos da el control es la
única seguridad posible, pero es la cárcel que no nos deja hacer cambios.
Podemos creer firmemente que la solución es aislarnos de todos, pero con
eso nos estamos haciendo más daño aún, y nos dejamos sin alimento
emocional. Quizás nos aferramos a una relación dañina, creyendo que
nunca tendremos nada mejor y lo justifiquemos por el hecho de que
queremos a esa persona, como si eso fuese lo único que importase.
Recordemos, lo esencial no es si es cierto o no que 161

Anabel González

nos queremos, sino si esa relación nos hace bien o no. Podemos
imaginarnos a una pareja que nos va a querer más que a nada en el mundo,
y esta idea aparentemente bonita, en realidad no nos deja vivir con la
persona de carne y hueso con la que estamos, que lógicamente tiene
defectos. Si seguimos soñando con los padres que hubiésemos deseado
tener o con la familia que todo niño merece, pensar en la familia en la que
crecimos o la forma en la que nuestros padres funcionan aún con nosotros,
nos genera un constante malestar. Aunque esos sueños parecen preciosos, y
nos digamos a que pensar en ellos nos hace bien, lo cierto es que son
enormemente destructivos.

Estos mundos imaginarios, poblados por las personas tal como soñamos que
fueran, donde todo es como nos gustaría, y todo es posible, nos impiden
vivir a pie de tierra, en el mundo real.

La realidad no es tan brillante, la gente de carne y hueso tiene defectos y


limitaciones; aunque tenemos opciones, estas no son ilimitadas. Cada vez
que comparamos el planeta de los sueños con el mundo real, este último
siempre sale perdiendo. Nuestra sensación solo podrá ser de frustración o
de decepción, al aterrizar una y otra vez, y ver que las cosas no son como en
nuestra fantasía. Las cosas son simplemente como son. Si nos peleamos con
la realidad, como esta es la única que verdaderamente existe, es la realidad
quien va a ganar.

Los seres humanos tenemos una capacidad asombrosa para negar la


realidad. Una película surrealista del director José Luis Cuerda, Amanece,
que no es poco, tiene una escena que puede ilustrar esta idea. Un anciano
vive en un pueblo de la montaña de Albacete con su nieto, un chico
africano, negro, de dos metros.

Todos los días el anciano baja las escaleras y cuando ve al chico, sube
corriendo presa del pánico gritando: “hay un negro en casa, hay un negro en
casa”. El chico le contesta: “¡Abuelo, soy tu nieto, llevo viviendo contigo
desde hace 20 años!” ... La frecuencia de un suceso o su obviedad, no tiene
nada que ver con que estemos dispuestos a asumir que exista. Cuando algo
no nos entra en la 162

No soy yo
cabeza, cuando no está en nuestros esquemas sobre cómo son las cosas,
podemos negarnos a aceptar que sea así. Negar la realidad no hace que deje
de ser como es, al igual que tapar la luna con un dedo no la aparta del cielo.
No aceptar las cosas como son nos bloquea completamente toda posibilidad
de modificarlas.

Entonces ¿qué hacemos con nuestro planeta? ¿dinamitarlo?

No es necesario que renunciemos a ninguno de nuestros sueños.

Simplemente hemos de encarnarlos, darles una forma en el mundo real.


Todo lo que está representado en nuestro mundo ideal son necesidades
legítimas e importantes. Todos necesitamos afecto, aceptación,
reconocirniento, rodearnos de personas con las que nos sintamos bien,
conseguir logros en la vida. Todo eso está a nuestro alcance, pero no en
forma de un príncipe azul perfecto, sino de una persona de carne y hueso
con la que compartir nuestra vida sea agradable. No en modo de hijos que
consiguen en la vida todo lo que a nosotros se nos negó, sino como niños
que buscan sus propias metas y desarrollan sus potencialidades. No como
un trabajo por el que destaquemos a nivel internacional, sino por un entorno
laboral que incluye al pesado de turno, al que no da palo al agua, y al jefe
tocapelotas, pero en el que nos vamos haciendo un grupillo con el que
tomarnos un café y charlar. No nos peleamos con la realidad porque no se
parece a nuestro planeta, sino que aprendemos a identificar los elementos
que formaban parte de nuestro planeta en el mundo que tenemos ante
nosotros, a no dejarlos pasar porque no tengan tanto brillo o no sean el
100% de lo que buscamos. Poquito a poquito, todo lo que buscábamos en
nuestro planeta, estará ahí. Y lo más importante, será de verdad.

Del mismo modo, muchas de las estrategias con las que hemos salido
adelante, no es que sean negativas en sí, pero a día de hoy no nos sirven o
nos causan problemas. Ser fuerte no es un valor en sí, es lo que nos ayudó a
sobrevivir. Olvidar no es una solución, solo es un parche, porque realmente
solo tapamos, la goma de borrar mental no existe. No reaccionar es lo mejor
que podemos hacer cuando no tenemos opciones, pero puede jugar 163

Anabel González
en nuestra contra cuando sí las tenemos.

Ahora que ya sabemos que muchas cosas que creemos son positivas,
realmente no lo son tanto, vayamos con las que parecen negativas y no lo
son. Algunas podemos considerarlas negativas porque nos enseñaron que
así eran, lo cual puede estar potencia-do por las normas morales de la
sociedad en la que vivimos. El altruismo, la generosidad o la idea de que
tenemos que ser buenos, tienen importantes resonancias cristianas. Por el
contrario, el egoísmo y la maldad serán etiquetados como negativos. Pero
ya sabemos que nada es lo que parece, de modo que reflexionemos un poco
más.

Podemos pensar que el egoísmo es malo siempre, pero esto no es así. El


egoísmo es para nuestra mente como el hambre para el cuerpo. Si somos
egoístas priorizamos lo que necesitamos frente a lo que necesitan otros, lo
que es importante para nosotros frente a lo que les importa a los demás.
Esta tendencia nos lleva a intentar equilibrar la balanza a nuestro favor. Si
nos censuramos cualquier tendencia egoísta, sacrificaremos siempre
nuestros intereses en favor de los demás. De ese modo, comeremos menos
de lo que necesitamos, nos desnutriremos emocionalmente. Además, si
tendemos siempre a ser generosos, cuidar de los demás, ser altruistas, no
decir nunca que no y ceder ante lo que nos exigen, es fácil que tendamos a
relacionarnos con figuras que encajen con ello, que pedirán más de lo que
dan, les encantará que les cuiden a ellos y no se preocuparán de lo que
necesitamos nosotros. Para que la balanza esté equilibrada, hemos de poder
ser sanamente egoístas, y que al menos de vez en cuando, lo nuestro
importe más. Nos sentiremos mal por ello, pero recordemos: nuestro
organismo se habituará y con ello las sensaciones cambiarán.

Otra palabra con muy mala prensa es la maldad. Lo más probable es que no
nos definamos como malos, sino como buenas personas. Sin embargo,
todos hacemos cosas malas. Es imposible vivir sin hacer daño a nadie. No
hablamos de un daño innecesario 164

No soy yo

o injustificado, solo por sentirnos poderosos causándoselo a otros, sino del


daño inevitable de que en ocasiones tengamos que luchar por nuestros
derechos en perjuicio de otros. Si nos presentamos a una oposición con
plazas limitadas, y nosotros aprobamos, otros pierden. Si somos totalmente
honestos en una entrevista laboral y no decimos lo que la empresa espera
oír, quizás no consigamos el puesto. Si dejamos el paso a nuestro
contrincante, ganara él.

Siempre que entramos en una competición con otros, aunque sea una pelea
limpia, alguien saldrá peor parado. Si no somos un poco malos en la vida,
las demás no tendrán la misma consideración con nosotros. Sin ser un poco
malos no pelearemos por nuestros derechos, no conseguiremos lo que nos
importa, no prevalecerá lo nuestro. Los que nos rodean no son tampoco
altruistas ni generosos al 100%, y si no esperamos que sea así ni nos
sorprendemos por ello, simplemente funcionaremos de acuerdo con las
reglas del juego. Si leyendo esto nos estamos sintiendo incómodos y en
desacuerdo, probablemente estamos usando como referencia nuestro
planeta imaginario donde existe la justicia y todo el mundo se comporta
como debería hacerlo (22).

Otros conceptos que podemos ver como negativos tienen esa tonalidad
porque nuestra primera experiencia con ellos fue negativa, o se quedó
asociado a una mala experiencia. Ya hemos hablado de cómo la
vulnerabilidad no es de por sí negativa, pero si alguien nos hizo daño
cuando nosotros dejamos en sus manos nuestra parte más vulnerable,
podemos asociar el peligro con la vulnerabilidad. De ese modo no nos
permitimos mostrarnos vulnerables, causándonos así un daño mucho mayor.
Otro ejemplo similar es cómo entendemos el ser débiles. Si sobrevivimos a
nuestra historia siendo fuertes y tirando para delante, podemos sobrevalorar
la importancia de ser fuertes. A mayores, si en nuestra historia ha habido
personas fuertes y dañinas que machacaron a otras débiles y sumisas,
podemos equiparar ser débil con que a uno le hagan daño. Debido a ello,
cuando nos fallen las fuerzas no nos apoyaremos en nadie, y nos privaremos
de recursos que podrían 165

Anabel González

sernos útiles. Trataremos de hacerlo siempre contando solo con nuestros


propios medios, y será mucho más fácil que nos agote-mos. Cuando nos
veamos así, no lo viviremos nada bien, porque tenemos esa visión negativa
de ser débiles, y nos sentiremos mal por estar mal.

Otras sensaciones podemos verlas como negativas simplemente porque son


sensaciones desagradables, y hemos desarrollado una tendencia a evitarlas.
Aquellas sensaciones que evitamos, serán cada vez menos tolerables.
Nuestro organismo no tendrá ocasión de habituarse. Por ejemplo, si
tenemos tendencia a autoabandonarnos, la sensación de esfuerzo nos
parecerá desagradable y agotadora. Si seguimos una disciplina deportiva, el
esfuerzo se entiende como una sensación positiva - no agradable

- porque es la que nos llevara a conseguir mejorar nuestra forma física y a


superarnos. Si evitamos la sensación de esfuerzo, no tendremos esa
oportunidad. Tampoco conseguiremos los resultados a medio y largo plazo
que solo se derivan de un esfuerzo continuado. Al no haber visto nunca que
podemos ganar con el esfuerzo, no nos podremos poner ejemplos mientras
estamos empezando a esforzarnos en algo de por qué vale la pena hacerlo.
Sumidos en la pereza, y en el malestar de la dejadez personal, buscar otra
sensación negativa no parece tener sentido. Al no sentir esfuerzo, al no
buscarlo, no aprenderemos a manejarlo y nuestro organismo no
automatizará.

Otro ejemplo de sensación desagradable muy necesaria es la incertidumbre.


Llevar bien la sensación de incertidumbre es muy importante, ya que los
cambios, las transiciones de una etapa a otra, van siempre asociadas a esa
sensación. Mientras no tenemos algo controlado, sentimos una cierta
inseguridad, no sabemos lo que va a pasar. Recordemos que en algunos
estilos de apego disfuncional, explorar el territorio no resulta fácil. No
tenemos una sensación de seguridad interna, porque no tuvimos una base
segura. De modo que recurrimos a sucedáneos, funcionamos a base de
control. Pero sin exploración no hay aprendizaje, sin in-166

No soy yo

certidumbre no hay evolución. Este es uno de los factores que nos


mantienen en lo malo conocido, por muy malo que resulte. Ir hacia lo bueno
desconocido nos da vértigo, a menos que aprendamos a cogerle cariño a la
incertidumbre. Si la buscamos, si tratamos de hacer las cosas siempre de
una manera diferente, seguir rutas distintas para llegar a los sitios, tomar
café en un local distinto, probar nuevas recetas, hacer cambios, aunque sean
innecesarios de modo habitual, nos reconciliaremos con la sensación de
incertidumbre y podremos disfrutar de ella. Desde ahí podremos improvisar,
inventar, explorar, aventurarnos. Si como veíamos el trauma nos ha llevado
a la rigidez, este es un recurso que vamos a necesitar para cambiar.

Los elementos que hemos de cambiar pueden ser específicos de cada uno.
Son aquellas cosas que nos planteamos desde el

“no soporto sentirme así”. Justo eso que no soportamos, es a lo que nos
tenemos que acostumbrar. Si no podemos ver las cosas descolocadas,
hemos de adaptarnos a desordenar un poco. Si tenemos que hacerlo todo
perfecto, hemos de buscar las imperfec-ciones. Si no podemos llorar delante
de la gente, hemos de aprender a mostrar nuestras emociones. Claro que no
nos sentiremos bien haciéndolo, pero recordemos que la pregunta
importante es

¿es bueno para nosotros?

167

Anabel González

18. TRABAJAR EL MÚSCULO MÁS ATROFIADO:


RECUPERANDO EL EQUILIBRIO

Si abordas una situación como asunto de vida o muerte, morirás muchas


veces. Adam Smith.

La mano derecha no es mejor que la izquierda. Nos damos cuenta de la


importancia de ambas cuando una de ellas está lesio-nada. Es cierto que si
somos diestros, muchas actividades están centralizadas en la derecha, pero
para gran cantidad de actividades necesitamos las dos. Esto también es así
para la mayor parte de funciones psíquicas: precisamos de ambos extremos
para poder alcanzar una reacción equilibrada (23). En unas ocasiones nos
inclinaremos hacia un lado y en otras hacia otro, según la situación lo
precise. Si tenemos tendencia a estar de un lado, o a rechazar el otro, este
equilibrio no se producirá. Algunos músculos estarán atrofiados mientras
que otros serán demasiado voluminosos. Estaremos descompensados.

Para recuperar el equilibrio, hemos de entrenar el musculo más débil, y


dejar descansar al otro, hasta recuperar una proporción adecuada.

A veces toca estar alegres, otras es lógico estar tristes. Si no tenemos


problema con ninguno de los dos estados, disfrutaremos de las alegrías, y
dejaremos fluir la tristeza, ayudándonos en el consuelo de los demás. El
problema viene cuando no nos permitimos disfrutar, porque nos decimos
que hemos de hacer cosas útiles y productivas, y no perder el tiempo. La
tristeza nos es más familiar, pero al no balancearse con momentos de alegría
y disfrute, se hace más honda y pesada. Llegará un momento en que nos
arrastrará.

Podemos creer que tenemos que elegir entre someternos y renunciar a lo


que queremos o tener problemas y conflictos con los 168

No soy yo

demás. El camino lógicamente es aprender a ser firmes, a decir las cosas de


modo claro, no ofensivo, sin alterarnos, pero sin ceder.

¿Nos parece difícil? Practiquemos más. Si se nos da bien ceder, pero lo de


reclamar lo que queremos no se nos da tan bien, es este último músculo el
que tenemos que reforzar. Hemos de aprender, por ejemplo, a decir que no.
Probemos a pronunciar la palabra NO, en voz alta, y varias veces. Si hacer
esto nos produce desasosiego, vamos a tener que trabajarlo mucho.
Repitiendo la palabra “no” 50

veces al día, en poco tiempo nos sonará familiar en nuestra boca.

Luego podemos practicar a decir que no en situaciones intrascen-dentes,


con personas que no nos imponen mucho, y donde las consecuencias sean
irrelevantes. Por ejemplo, podemos decir un

“no” bien claro cuando el camarero nos pregunta si queremos pos-tre, o


cuando nos llaman para ofrecernos una nueva línea telefó-nica. más
adelante iremos subiendo la dificultad de los ejercicios.

Aparte de decir que no, también nos conviene acostumbrarnos a insistir, y


hemos de hacerlo al menos una vez más de lo que haríamos en condiciones
normales. Es importante no ceder si critican nuestra actitud y no caer en
justificaciones ni contraataques. Esta capacidad para ponernos firmes sin
irnos a los extremos de alterarnos o ceder se ha denominado asertividad
(24). Por supuesto, una vez que tengamos desarrollado este músculo, no
tendremos que seguir con estos ejercicios de modo constante, pero sí estar
pendientes de que no se nos olvide. Recordemos que lo normal es volver a
los viejos patrones si no están totalmente consolidados, y que aún así no
hay que confiarse del todo. Cuando este nuevo patrón este automatizado
será más natural ceder solo cuando nos convenzan, o cuando nos convenga
hacerlo, y diremos que no o reclamaremos lo que queremos sin grandes
dificultades.

Los dilemas (19) en los que nos podemos sentir atrapados son múltiples, y
todos se basan en la misma elección falsa: planteamos las dos opciones en
su versión más extrema, y nos debatimos entre ellas.

169

Anabel González

Ya sabemos que los extremos no son buenas soluciones, pero nuestras


convicciones pueden hacer que consideremos que solo uno de los extremos
es el correcto, y movernos un milímetro de ahí lo veremos como si fuera
sinónimo de caer en el otro extremo. Por ejemplo, podemos sobrecargarnos,
haciéndonos cargo de todo, y exigiéndonos hacerlo al 1000%, porque
creemos que eso es lo que debemos hacer o lo que se espera de nosotros, y
decirnos que si dejamos de hacer las cosas de ese modo, nos volveremos
unos irresponsables y seremos un desastre total. Si hemos crecido con unos
padres exigentes, nos tocó ser el hermano mayor y otro de nuestros
hermanos no estudiaba, no parecía preocuparse por nada, y daba muchos
problemas en casa, podemos sobrevalorar la importancia de hacer las cosas
bien: era lo que se nos exigía, y el rol que nos tocó desempeñar. El otro
extremo, ser irresponsable y despreocupado, tendrá por el contrario una
connotación extremadamente negativa, ya que la figura de nuestro hermano
recibía esa valoración en la familia. Reducir nuestra autoexigencia implica
volvernos menos responsables y perfeccionistas. Para ello, hemos de
practicar irresponsabilidad y despreocupación, por mucho que nos
desasosiegue la idea de parecernos remotamente a nuestro hermano. Salir
de un extremo no implica pasarse al otro. De hecho, es muy probable que si
seguimos funcionando en el extremo de la exigencia, acabemos en alguna
etapa de nuestra vida siendo incapaces de asumir ninguna responsabilidad
ni preocupación, al terminar bloqueados por la ansiedad o en un estado
depresivo que no nos deja fuerzas para nada.

Si hemos vivido durante tiempo en ambientes extremos, o nos criamos en


ellos, nuestras respuestas van a tender a ser extremas.

Podemos identificarnos más con una de ellas y rechazar la otra, u oscilar de


un extremo al opuesto. En cualquier caso, las respuestas proporcionadas,
que son las que mejor funcionan, no estarán presentes. Es importante que
entendamos el origen de nuestras reacciones, y que planifiquemos
estrategias que nos lleven a una respuesta más equilibrada.

170

No soy yo

Si por ejemplo, sentimos rechazo por parte de las personas que nos cuidan,
nuestra mente puede tratar de asimilar esto de muchas maneras. Podemos
dedicar toda nuestra energía a encontrar aprobación, lo que suele funcionar
a medias, porque una actitud de rechazo hacia un hijo es un problema de los
padres, no se debe a un defecto de los niños. Hagamos lo que hagamos,
nunca será suficiente, pero un niño no se da cuenta de esto, y nunca
dejaremos de esforzarnos más y más, para conseguir algo que necesitamos
pero que nunca llegará. Por esta ruta nos volveremos exigentes y
perfeccionistas, y la sensación de “nunca es suficiente” estará siempre de
fondo. Otra posibilidad es que nos volvamos hipersensibles a las señales de
rechazo, a la vez que nos rechazaremos a nosotros mismos, y quizás
también a los demás.

Pensaremos que si decimos lo que sentimos, si hacemos lo que queremos, si


nos permitimos rechazar a otros, nos quedaremos solos y nadie nos querrá.
Toda ello configurara una personalidad retraída, tímida, vergonzosa y
complaciente. En cualquiera de los casos, hemos de ser conscientes de las
raíces de nuestro problema. Las cosas funcionaban así en la familia que nos
tocó porque nuestros padres nos dieron una aceptación con condiciones. Es
importante que nos recordemos que las normas vigentes en nuestra familia,
no son las normas que rigen el mundo, y que lo que pasaba en nuestra casa
no ha de repetirse obligatoriamente con todas las personas con las que nos
encontremos.

Si tenemos tendencia a pasar de un extremo al otro, si oscilamos entre


contenernos y explotar, idealizar a las personas y odiarlas, estar hundidos y
estar hiperactivos y eufóricos, abrirnos por completo o estar a la defensiva,
implicarnos y salir corriendo, la solución no esta en escoger cual es la
opción buena, tratar de hacer eso es el verdadero problema. No
conseguimos funcionar en la franja intermedia, pasamos de la A a la Z,
como si no hubiese más letras en el abecedario. Hemos de aprender a
escribir con la G, con la L, con la N ... El momento importante es cuando
notamos una tendencia, la que sea. Si la frenamos y no nos dejamos llevar
171

Anabel González

por completo por ella, iremos funcionando más cerca del punto de
equilibrio.

Par ejemplo, cuando estemos eufóricos podemos ayudarnos a aterrizar, y


pararnos a pensar en las posibles inconvenientes de lo que se nos esta
ocurriendo hacer. Cuando estemos desanima-dos trataremos de hacer lo
contrario, nos recordaremos las cosas positivas que hay en nuestra vida. Al
conocer a alguien, no le contaremos en seguida nuestra vida ni nos
implicaremos inmediatamente en sus cosas. Si vemos detalles que no nos
gustan, trataremos de no tachar a la persona por completo de nuestra lista, y
mantendremos la relación, aunque con un poco más de distancia.

Esto puede ser difícil, porque generalmente cuando tenemos este tipo de
funcionamiento, en un estado es como si se nos borrara la información del
otro lado, como si no estuviese accesible.
Algo que puede ayudarnos es escribirnos una carta cuando estemos en un
extremo, sobre lo que es importante que recordemos en el otro. Por
ejemplo, si nos hemos decepcionado con una persona porque “lo hemos
dado todo” y no hemos sido correspondidos como esperábamos, nos
daremos argumentos para no volcarnos tanto la próxima vez, y dedicar parte
de nuestras energías a cuidarnos nosotros. O si oscilamos entre hacer cosas
irresponsables o perjudiciales, y sentirnos horriblemente culpables por ello,
nos escribimos los motivos por los que hacer eso no nos conviene, y nos
obligamos a leerlo la próxima vez que nos planteemos hacer lo mismo.

Otra posibilidad es observar en qué aspectos nos vamos de un extremo al


otro, y sentarnos a dibujar cómo sería una reacción intermedia, que
contuviera un poco de cada extremo. Por ejemplo, cómo sería ponernos
firmes sin ceder, pero sin alterarnos, o de que hablaríamos si nos abrimos un
poco a otra persona, pero sin mostrarle por completo nuestros aspectos más
privados. Pensa-ríamos qué cosas no haríamos si cuidásemos de las demás,
pero no al máximo nivel de que somos capaces, o de que modo haría-172

No soy yo

mos las cosas si en vez de tratar de dar el 100% nos empezáse-mos a quedar
en un 80%. Hemos de ser concretos en la forma de plantear estas
alternativas, imaginarlas con detalle, visualizarnos haciéndolo, y luego
practicarlas. Nos sentiremos muy incómodos inicialmente, porque la
tendencia de fondo seguirá actuando, pero con el tiempo las sensaciones se
normalizarán.

En cualquier caso, es importante como en todo cambio de nuestros patrones


de funcionamiento, observarlos de entrada sin juicios negativos,
entendiendo cómo hemos llegado al lugar en el que estamos, y en segundo
lugar ponernos a ejercitar durante el tiempo necesario aquello que
normalmente no hacemos o que evitamos o rechazamos hacer. De nuevo,
como comentábamos respecto a Destin y su bicicleta, hemos de hacer mil
ensayos, asumir que saldrán mal una y otra vez, y persistir hasta que
empiece a surgir y consolidarse un patrón nuevo.

El proceso que hemos ido haciendo de reconciliarnos con nosotros mismos,


aceptar los distintos aspectos de nuestra personalidad, ayudarlos a
evolucionar desde los modelos iniciales hasta nuevos estilos, nos ayudara a
encontrar este nuevo equilibrio. Generalmente cuando notamos aspectos
muy diferentes en nuestro interior, cuando tenemos una fuerte pelea interna,
cada parte del conflicto representa una posición extrema. Estas partes de
nuestra personalidad pueden ir dejando de luchar por ver cuál es el extremo
bueno, y pasaran así a unir esfuerzos hacia objetivos comunes.

Cualquier reacción excesivamente intensa ha de reducirse, pero


generalmente en un estado de mucha activación emocional, nos será difícil.
El truco es hacer los cambios antes de que esas reacciones se produzcan.
Por ejemplo, las explosiones de rabia se previenen enfadándonos más y
mejor. Si nos permitimos notar los pequeños enfados cotidianos y hacer
algo con ellos, como decirlo de buenos modos, apartarnos de la situación
que nos molesta, o tomar alguna otra medida, no acumularemos. Al hacerlo
así será menos probable que todo nos salga junto en una explosión in-173

Anabel González

controlada. De otro modo seremos como una olla exprés con la válvula
tapada, todos sabemos lo que acaba pasando. . . hemos de abrir la válvula.
De ese modo la olla cocinará fantásticamente.

Pensemos esto desde un ejemplo. Llamamos a nuestra madre, una mujer


preocupada y siempre angustiada por todo, cada día de la semana. No
queremos llamarla a diario, a nuestra edad no nos parece razonable, pero si
no lo hacemos tenemos que enfrentarnos a sus reproches. Lo cierto es que
cada vez que llama-mos los reproches se producen igual, con lo que
llamarla aún nos apetece menos, pero lo seguimos haciendo. Cuando
hablamos con ella no le decimos lo que pensamos, nos lo vamos tragando.

Hasta que un día, quizás por un detalle insignificante, finalmente


estallamos, le hablamos a nuestra madre de malas maneras, y ella acaba
llorando y diciéndonos que tenemos un carácter imposible como nuestro
padre. Nos sentimos muy mal, decimos que no nos volveremos a poner así
nunca ...

¿Cuál es la solución? Desde luego, torturarnos durante meses por nuestro


comportamiento no soluciona mucho. . . Si hacemos algo productivo con
nuestro enfado desde el principio, podemos introducir un cambio. Notamos
que nos molesta esta dependencia, y nos mantenemos firmes en no llamar
tanto, pese a los mensajes que recibimos de “eres un mal hijo, solo piensas
en ti”. Nos decimos que sí, que ser un poco malos es sano, y que es
importante que pensemos también un poco en nosotros. De otro modo nos
reconcomeremos por dentro, y no solo nos sentiremos mal nosotros, sino
que acabaran pagándolo los que nos rodean. Dejamos estar ahí las
sensaciones de culpa y malestar que nos produce no entrar en el bucle de
siempre, confiando en que nuestro organismo se acabará habituando a ellas.
No nos escapamos de ninguna sensación, pero no dejamos tampoco que
dirijan nuestra vida.

Dejamos que nuestro enfado nos ayude, nos permitimos sentirlo y hacer lo
que nos pide. Con el tiempo -recordemos, unos ocho meses si practicamos a
diario - pese a que los demás no cambien, nosotros nos sentiremos
diferentes. Y a veces, curiosamente, pue-174

No soy yo

den producirse en los demás cambios inesperados. Pero esto va a mayores,


y es importante que no sea nuestro objetivo.

Un punto importante en este aprendizaje de movernos en las zonas


intermedias es entender que durante tiempo nos saldrá todo de un modo un
poco chapucero. Si somos complacientes y tendemos a someternos a los
demás, conseguir enfadarnos bien, con firmeza y autocontrol, con clase y
elegancia, no ocurrirá inmediatamente. Al principio perderemos un poco los
papeles o nos saldrá demasiado tímido, estaremos demasiado nerviosos o no
sabremos cuanto tensar las riendas para que nuestra reacción pueda salir
pero no se desboque. Como estamos ensayando una conducta que llevamos
conteniendo mucho tiempo, puede que sobreactuemos y nos excedamos un
poco en las formas. Es importante que vayamos puliendo estas respuestas,
pero hemos de ser comprensivos con nuestros primeros intentos, y practicar
mucho hasta adquirir cierto dominio. Por ello es bueno ensayar con temas
menores y situaciones poco relevantes, en lugar de ir de cabeza - esto sería
el extremismo de siempre - a por la situación más complicada. En general
suele ser más fácil establecer cambios con las relaciones nuevas que con las
que ya se asocian a determinados hábitos de comportamiento, y lo más
difícil será conseguir nuevas conductas con las personas más asociadas a los
patrones que llevamos puestos, como nuestra familia de origen o las
personas con las que mantenemos vínculos problemáticos.

Si empezamos por lo más sencillo, cuando lleguemos a lo más complejo ya


llevaremos incorporados muchos recursos, y los habremos ensayado lo
suficiente como para tenerlos algo integrados en nuestro repertorio de
funcionamientos.

Otro aspecto a tener en cuenta es que si llevamos mucho tiempo


reprimiendo una forma de ser, de actuar, de pensar o de sentir, y por fin nos
la permitimos, podemos pensar que eso es el final del camino y que ya
estamos bien. En realidad, hemos pasado de un extremo al otro, y no
estamos siendo conscientes de ello. Sobre todo cuando la situación inicial
era un sentimiento desagradable, 175

Anabel González

podemos confundir el nuevo sentimiento de tonalidad positiva con un


estado saludable. Veamos algunos ejemplos.

Si hemos sido siempre apocados, evitando todo conflicto y enfrentamiento,


quizás creamos que ahora que nos peleamos por todo y no pasamos una,
estamos defendiendo nuestros derechos y mostrándonos seguros de
nosotros mismos, pero luchar todas las batallas no tiene sentido, y esa
actitud nos acabará distanciando de los demás. Hay peleas que no luchamos
no porque no tengamos razón, sino porque no vale la pena, o no nos
conviene, y es importante tener también en cuenta estos aspectos.

Si habitualmente no mostrábamos nuestra rabia, y empezamos a permitirnos


sentirla, podemos confundir ser bruscos, hostiles e incluso bordes, con ser
asertivos y firmes. Es importante cuando decimos las cosas con las que no
estamos de acuerdo, o cuando nos enfrentamos a alguien, conseguir
mantener un absoluto respeto hacia la otra persona, incluso cuando el otro
no lo esta haciendo, o nos pondremos a su altura y perderemos la razón que
tenemos. También es necesario escuchar los argumentos del otro, porque,
aunque estemos convencidos de nuestra postura, nosotros también podemos
equivocarnos, y defender nuestras ideas no equivale a no dialogar.
Cuando nos sentimos poca cosa, inferiores, sin valor, y empezamos a
reafirmarnos, podemos empezar a disfrutar de sensaciones que siempre nos
hemos negado como las de destacar, ganar al otro, dominar, sentir poder y
fuerza, sentir control sobre los demás. Estos estados emocionales pueden
ser adictivos, y más aún si nunca nos habíamos permitido experimentarlos.
La sensación interna puede ser de euforia, de un bienestar muy intenso, de
que todos los problemas desaparecen. Podemos no querer volver a sentir lo
de antes, y creer que tenemos derecho a vivir esto después de todo lo que el
mundo nos ha hecho. Lo cierto es que esta no es la mejor versión de
nosotros mismos, solo el otro extremo del estado anterior. Si seguimos en
esta nueva posición, veremos 176

No soy yo

que tiene muchos efectos secundarios. Los demás se defenderán de


nosotros, y nos costará más establecer relaciones y conectar de verdad. Nos
desconectaremos de nuestra vulnerabilidad, con todos los efectos negativos
que ya hemos comentado que eso tiene.

Lo mismo puede ocurrir con todas las tendencias extremas cuando


empezamos a corregirlas. Si éramos tremendamente ver-gonzosos, podemos
empezar a no tener medida. Si no sabíamos expresar nuestras emociones de
tristeza o dolor, nos podemos ver desbordados. Si nos sentíamos
desproporcionadamente seguros, podemos empezar a dudar de todo. Si
tendíamos a saltar ante todo y a ser agresivos, podemos vernos demasiado
frágiles y expuestos cuando mostramos nuestra parte vulnerable. Si dejamos
de funcionar de modo totalmente autosuficiente, podemos sentirnos
extremadamente dependientes de las personas con las que nos hemos
atrevido a vincularnos. Estas sensaciones pueden ser extrañas, se salen del
territorio conocido, nos sentimos sin referencias, y eso significa que vamos
bien. Estamos atreviéndonos a explorar.

En una segunda etapa aprenderemos a familiarizarnos con las sensaciones


nuevas, y a graduar y modelar nuestras respuestas.

Si entendemos todo esto como un periodo de transición, lo mira-remos con


más comprensión, pero también con cierta autocrítica.
Es muy probable que los que nos rodean, acostumbrados a que seamos
complacientes y no nos opongamos a nada, protesten y nos cuestionen por
nuestros cambios, no porque sean malos, sino porque a ellos les rompe unos
esquemas en los que estaban cómodos. Pero en cierto modo, también nos
pueden dar información sobre que hemos de aprender a pulir el estilo y la
manera en la que ponemos límites, nos reafirmamos o expresamos nuestras
emociones.

En algunos casos, la respuesta del entorno nos empujará a volver a los


viejos patrones, con rechazo ante nuestras actitudes, o 177

Anabel González

frases como “estás fatal últimamente” “estás loco” o “no hay quien te
aguante esta temporada”. Sobre todo, cuando algunas de esas personas
contribuyeron a la generación de nuestros patrones internos, sus
comentarios han de ser puestos en cuestión. Por ejemplo, si nos hemos
criado con una madre amargada e insatisfecha, nada de lo que hagamos le
parecerá bien, por eso cuando proteste no significará nada, porque total ya
ha protestado así toda la vida.

O si hemos tenido un padre dominante, penalizará que nos rebe-lemos,


porque solo nuestra sumisión le parecerá aceptable. Los comentarios de
estas personas son los que más nos pueden afectar, porque están muy
enlazados con nuestra historia y nuestros problemas, pero no quiere decir
que sean los más importantes.

Probablemente las opiniones más neutras y valorables son las de las


personas más ajenas a nuestra familia, y en todo caso es importante que las
que no nos dicen nada de particular, o parece que se toman bien nuestra
evolución, también sean tenidos en cuenta.

Si evolucionamos, el entorno ha de ajustarse a nuestros cambios, y este


ajuste a veces es fluido y natural, pero en ocasiones nos encontraremos con
más rigidez, y encajes de piezas que chi-rrían al moverlas de su sitio.
Cualquier movimiento en un sistema puede generar inicialmente una
respuesta de dicho sistema que intenta volver a la homeostasis, al equilibrio
anterior. Pero si nosotros éramos los que pagábamos la factura por aquel
estado de equilibrio, si salíamos perdiendo o nos suponía sufrimiento,
somos los que hemos de encabezar la transición a otro. Si el sistema es
flexible, tras un cierto tiempo se adaptará. Si es muy rígido, necesitaremos
mantener el empuje durante mucho tiempo, o revo-lucionar completamente
el sistema. Recordemos que como adultos, también podemos cambiarnos a
otro sistema, introducir otros elementos en él, o plantearnos distintas
opciones. La única que no tiene sentido, es mantener un equilibrio que nos
hace infelices.

178

No soy yo
19. EL PUNTO DE INFLEXIÓN
Cuando tienes que tomar una decisión y no la tomas, eso ya es una
decisión. William James.

Quizás estemos leyendo este libro y pensando: “sí, tendría que cambiar
muchas cosas”. Pero eso no es lo único que hace falta para llegar a estar
bien, es preciso que tomemos una decisión. Hemos de estar decididos a
cambiar las cosas, a hacer lo que haga falta, a modificar nuestras
perspectivas, a apostar por nosotros. Y hacer esto no es sencillo en el tipo
de problemas de los que estamos hablando.

Muchas personas que han vivido situaciones negativas en sus familias de


origen, con sus parejas o en otras relaciones significativas, se quedan
atrapados, lamentándose de su suerte, pero sin moverse hacia ningún lado.
Lo que vivieron les parece imperdonable, y consideran que debido a ello no
pueden dejar de estar indignados. Se sienten injustamente tratados por el
mundo, se preguntan por qué les tocó a ellos vivir todo eso, se creen
víctimas de la mala suerte o de un destino que se ha puesto de espaldas.

A veces van a terapia, pero no buscando hacer un cambio, sino a alguien


que les escuche, y que entienda todo lo que han sufrido y siguen sufriendo.

Podemos rebelarnos ante la idea de que cuando son los demás los que nos
han hecho daño, seamos nosotros los que tenemos que cambiar. Nos
decimos que “son ellos los que deberían estar aquí”, que si el mundo
funcionara como debería estas cosas no pasarían, que nosotros somos como
somos, que no podemos cambiar ni tenemos por qué hacerlo, y que son los
demás los que solo piensan en sí mismos. Nos sentimos llenos de razón, y
po-siblemente en muchos aspectos la tenemos. Pero tener razón es una de
las trampas en las que podemos vernos enredados y que 179

Anabel González

no nos dejan avanzar. Porque, por mucha razón que tengamos


¿nos sirve de algo darle vueltas una y otra vez a lo injusto que es el mundo
o a cómo es posible que alguna gente haga las cosas que hace?
¿Modificamos las situaciones repitiéndonos lo que los otros tendrían que
cambiar? Nuestros razonamientos no mueven la realidad ni un milímetro.
Es más, dando vueltas a las cosas de este modo, no hacemos más que
empantanarnos en las situaciones y clavar nuestros pies más en el suelo. No
damos pasos en ninguna dirección. Nos quedamos atascados. Nuestra
sensación de impotencia crece.

La impotencia es equivalente a acelerar un coche con el freno de mano


puesto. Cuanto más pisamos el acelerador, más se quema el motor, pero el
coche no se moverá. La sensación nos empuja a cambiar la situación, a
hacer algo, pero como las opciones que nos damos son inviables en el
momento actual, nos cerramos la salida. Nos quedamos tirando del freno,
esperando que la carretera se ponga en la dirección hacia la que se supone
que tenemos que ir, o que las rocas que están cerrando el paso las quite el
ayuntamiento, ya que están ahí por su mala gestión de las comunicaciones.
Nos mortificamos con nuestra suerte. No damos la vuelta y buscamos otro
camino, porque nos decimos que no nos corresponde a nosotros solucionar
el problema. Si además sentimos todo esto con mucha intensidad y
convicción, nos parece que es una verdad incontestable. No abrimos nuestra
perspectiva, de hecho nos resistimos a ello cuando otros tratan de
aportárnosla, aduciendo que no nos entienden, ni comprenden por lo que
hemos pasado. Nos quedamos aferrados a nuestras creencias, in-crustados
en una situación que no nos gusta.

En ocasiones estas sensaciones obedecen a un bloqueo emocional menos


consciente. Las primeras situaciones en las que nos sentimos así, fueron
quizás situaciones en las que no había opciones, en las que no nos podíamos
enfrentar a las personas que las generaban. Tuvimos que contener nuestra
respuesta de lucha o de huida, nuestro instinto de protección, de hacer algo.
Se 180

No soy yo

quedó dentro de nosotros como un amago de respuesta que no llegó a


desarrollarse. Ese bloqueo seguirá asociado a esa respuesta de modo
continuado, aunque estemos ante situaciones en las que sí tenemos
opciones. No seremos capaces de verlas, y si las vemos, por algo en nuestro
interior que no entendemos, no podremos hacer nada con esa sensación.

Por ejemplo, si hemos sufrido agresiones de niños, podemos haber sentido


un grito interno de “para, para” que no l egó a convertirse en palabras.
Puede que soñáramos con irnos lejos, pero en la infancia la opción de
marcharnos de casa y hacer nuestra vida aún no está abierta. Como
decíamos al principio de este libro, un cachorro de león no se enfrenta al
jefe de la manada, la sabiduría de su especie está en su interior y no deja
salir el instinto de lucha que sin duda lleva en sus genes. No es momento
para eso.

Tampoco abandonará el grupo, no puede sobrevivir todavía solo.

Sin duda cuando crezca podrá enfrentarse al que entonces le dominaba, y si


lo hace es muy probable que un león joven pueda con un anciano
desgastado. Simplemente espera su momento y deja que la naturaleza le
guíe. Los humanos complicamos mucho más las cosas. Nuestro recurso más
valioso, que es nuestra capacidad reflexiva, introduce cambios y elabora
pensamientos sobre lo que ocurre, que en algunos casos nos forman un
nudo mental difícil de deshacer. Nos sentimos mal por no haber
reaccionado, por no habernos defendido, por no habernos marchado. El
cachorro de león no se plantea tales cosas, por eso sus sistemas no se
bloquean.

Cuando crezca, no odiará el recuerdo de cómo era de pequeñito, no sentirá


rechazo hacia su pequeño león interior por ser frágil y vulnerable. Seguirá
pudiendo jugar cuando este relajado, y se permitirá estar con otros de su
especie, podrá estar tranquilo con ellos, simplemente disfrutando del
contacto. No se dirá “si no me permito ser vulnerable, no me volverán a
hacer daño”. Simplemente irá dejando que crezcan sus garras y sus dientes,
sentirá desde todas las moléculas de su cuerpo que se puede proteger si hace
falta, que cada vez es más grande y fuerte. Practicará su rugido de adulto.

181

Anabel González
Los humanos a veces tratamos de modificar el orden natural de las cosas.
Contenemos nuestra rabia, y hacemos análisis morales sobre ella. Nos
sentimos malos por sentir rabia, porque nos recuerda a las personas
agresivas que conocimos, nuestros primeros modelos de cómo es eso de
enfadarse. Nuestra mente interioriza a las figuras significativas de nuestra
historia, y establece en base a ello un patrón interno de regulación de
nuestras emociones. Como decíamos, nos cuidamos inicialmente como nos
cuidaron, nos regulamos como nos regularon. Si nuestra rabia se vuelve
contra nosotros, si siempre la metemos hacia dentro, si solo sale cuando se
desborda y explota, no podremos desarrollarnos como el pequeño león en
contacto con nuestra fuerza, practican-do la pelea desde el juego,
enfrentándonos cuando es apropiado.

O bien, si nos identificamos con las figuras agresivas, si vamos atacando a


todo lo que nos rodea, intentaremos ser leones adultos antes de que nuestras
patas sean lo suficientemente sólidas como para sostenernos en la lucha.
Curiosamente, además, cuando hacemos esto no nos protegemos mejor,
porque atacamos a los que podemos controlar fácilmente o a los que tratan
de ayudarnos, pero no a los que más daño nos hacen o, cuando si podemos
enfrentarnos, las consecuencias que tenemos que pagar son más dañinas que
aquello de lo que nos queremos proteger.

El bloqueo de estas reacciones probablemente no se produce solo debido a


lo que pensamos sobre ellas. Al igual que las emociones, la regulación de
nuestras reacciones se produce en buena parte fuera de nuestra conciencia.
Las respuestas activas ante las situaciones dañinas pueden bloquearse de
modo instintivo, porque el sistema intuye -mas rápido de lo que nos damos
cuenta

- que no son las adecuadas para el contexto. Esas tendencias de acción (7)
se quedan en amagos que no llegan a realizarse, pero que tampoco se van.
De algún modo es como si la rabia que estaría en la base de la respuesta de
lucha, se quedase convertida en tensión e impotencia. El miedo que
moviliza la respuesta de huida se quedará metido en el cuerpo, alimentando
una constante 182

No soy yo
inquietud y ansiedad. Ante nuevas situaciones que disparan el instinto de
supervivencia, estas reacciones se activan con su bloqueo puesto. Cuando
tenemos que reaccionar solo sentimos impotencia y salimos huyendo,
cuando realmente estaríamos en situación de poder ponernos firmes y
afrontar las situaciones. Por mucho que nos culpemos por nuestra falta de
fuerza y nuestra cobardía, no podemos desatar esos nudos, de hecho
probablemente al enfadarnos con nosotros mismos, los enmarañemos más
aun.

Esto no quiere decir que no se pueda hacer nada, pero sí que cualquier cosa
que se hagamos ha de partir de la comprensión de lo que ocurre. Como
hemos dicho anteriormente, solo podemos cambiar en nosotros mismos
aquello que aceptamos y entendemos. Pero precisamente porque son
procesos automáticos, y poco o nada conscientes, si los dejamos a su fluir
espontáneo, las cosas no se arreglarán solas. Si nos estamos viendo
entrampados en patrones que no nos gustan, o que no son buenos para
nosotros, hemos de estar decididos a hacer cambios, y a trabajar en
conseguirlos. Sabiendo donde está el problema, hemos de empujar en la
dirección adecuada y salir por la puerta que está abierta y que lleva a donde
realmente necesitamos ir. No pocas veces desperdi-ciamos nuestra energía
empeñándonos en soluciones imposibles, enfadándonos con nosotros
mismos por estar mal, o negándonos a cambiar lo que nos hace daño. Para
poder aprovechar nuestros esfuerzos, han de estar dirigidos a los elementos
claves, y hemos de estar por la labor de modificar nuestras creencias,
nuestra forma de relacionarnos, incluso nuestra definición de quienes
somos.

Todo esto implica una decisión activa, un compromiso con nosotros


mismos, de cara al cambio profundo de esos patrones. Es frecuente que
pasen años de mucho malestar hasta que se produce esta toma de
decisiones, este punto de inflexión en el que nos decimos: “no puedo seguir
así”. La decisión no produce el cambio por sí misma, pero el cambio es
imposible sin esa decisión.

La decisión se toma un día, y ha de mantenerse en un compromiso


constante. Podemos decirnos “hasta aquí hemos llegado, 183

Anabel González
esto tiene que cambiar’’ y convertir esto en una firme determina-ción, que
mantengamos, aunque nos sintamos flaquear, contra viento y marea. O
pensar “tengo que coger las riendas de mi vida”

y a partir de ese momento agarrarlas fuerte, se ponga como se ponga el


camino. De nada sirve un propósito que flota en el aire y no se aterriza. Para
que esta decisión se convierta en un compromiso con nosotros mismos y
con el cambio que nos planteamos, hemos de vacunarnos ante los miles de
dudas, obstáculos y tendencias que nos surgirán a lo largo del proceso. Es
importante que se trate de una decisión reflexiva, teniendo muy en cuenta
las dificultades que arrastramos, los intentos infructuosos que ya hemos
realizado y los factores que tenemos en contra. No desplegamos únicamente
las velas del barco, hemos de navegar sea cual sea el viento y se ponga
como se ponga el tiempo.

Esto implica muchas cosas. Por mucho que tengamos claro que queremos
cambiar, vamos a notar la inercia que nos arrastra a lo de siempre, y
habremos de mantener siempre el “modo manual” en nuestra mente, sin
dejarnos llevar por los automatismos. Si soltamos las riendas, todo volverá
a donde siempre. Esto es especialmente cierto en los momentos en los que
ocurre algo que nos descoloca o cuando nuestro ánimo decae. Ahí nuestros
aprendizajes todavía están cogidos por alfileres, y en medio de la tormenta
nuestro timón puede no mantenerse firme. Como le pasaba a Destin en su
bicicleta, cualquier ruido desbarataba su re-cién aprendida habilidad. Estas
idas y venidas, el que un paso para delante se acompaña a veces de dos para
atrás, forman parte del proceso de aprendizaje - o más bien de re-
aprendizaje - normal.

Nuestra colección de excusas y de creencias disfuncionales pueden en esos


momentos infiltrarse de nuevo y tomar el control.

Puede aparecer en nuestra cabeza el “no puedo” o el “ahora estoy muy


mal”, como si nos dijéramos que por mucho que hayamos aprendido, esta
vez no hay nada que podamos hacer. Nuestra experiencia contradice la
creencia, pero en ese momento es como si se nos borrara todo lo que hemos
aprendido y conseguido. Aquí 184

No soy yo
es donde nos puede ayudar echar mano de esa carta que nos habíamos
escrito cuando estábamos bien, para recordarnos lo que queremos, o los
avances que vamos haciendo. Hemos de tener planes para manejar los
momentos de desánimo, porque los habrá. Una mejoría sólida depende más
de cómo llevemos los momentos bajos que de tener días buenos.

Otra parte de la decisión de ponernos bien es no dejar temas sin resolver. A


veces cuando conseguimos estar mejor, nos decla-ramos “curados” sin que
hayamos trabajado en los orígenes del problema, ni hayamos desmontado
todos los esquemas que nos complican la vida. Simplemente nos sentimos
bien, y no queremos pensar en cosas malas. De nuevo, volvemos a tirar para
delante y hacer como que no pasa nada. No entramos a trabajar nuestros
recuerdos difíciles porque nos sigue asustando entrar ahí. Pero hacer esto es
como construir una nueva casa sin buenos cimientos y con materiales poco
resistentes. Puede que resulte agradable estar en ella, y que comparado con
lo anterior sea un gran avance, pero como en el cuento de los tres cerditos,
una casa de paja no nos protegerá lo suficiente cuando la vida nos traiga
nuevas complicaciones. No podemos mejorar diciéndonos que todo va a ir
bien y que no va a haber problemas. Esto es tan problemático como mirar al
futuro pensando que todo va a ir mal y que se repe-tirá siempre lo mismo
malo que nos sucedió. A lo largo de la vida nos irán pasando todo tipo de
cosas, y eso no será un problema si nuestros recursos para afrontarlas están
bien establecidos. El cambio implica construir una casa bien cimentada, con
materiales solidos, en la que nos sintamos seguros ante las inclemencias del
tiempo, y de la que podamos disfrutar en los días soleados.

Pero no solo la inercia del pasado nos puede frenar en nuestra evolución.
Del futuro pueden venir muchas cosas que nos empujan hacia atrás, que nos
ponen obstáculos en el camino o que nos frenan. Una parte de nosotros
puede creer que no merecemos estar bien, porque sigue sintiendo culpa o
vergüenza por las cosas que nos sucedieron, o por la forma en la que
reaccionamos ante 185

Anabel González

ellas. Podemos estar asustados, porque mejorar lleva consigo entrar en


aspectos de la vida que habíamos abandonado o en los que nunca nos
habíamos atrevido a entrar, como implicarnos en las relaciones, afrontar los
conflictos, pelear por lo que queremos, o dejar atrás muchas cosas. También
implica asumir la responsabilidad sobre nuestra vida, lo cual es algo
fantástico, pero por otro lado podemos sentirlo como un peso que quizás no
nos vemos preparados para llevar.

La decisión de que vamos a trabajar para estar bien, durante el tiempo que
haga falta, y con todo lo que eso implica, hemos de tomarla con todo lo que
hay en nuestro interior. Cada parte de nosotros ha de estar de acuerdo en
esta decisión. Hemos de llegar a un consenso y hacer un pacto con nosotros
mismos. Es mejor dar pasos más cortos, y avanzar llevando con nosotros a
nuestros niños internos, nuestras partes criticas y todo lo que somos. Para
ello hemos de retomar muchas veces el diálogo interno, entender por qué se
reactivan esas creencias profundas, a veces incluso a pesar de haber
trabajado muchos recuerdos que las alimentaban.

Cuando vivimos situaciones adversas muy prolongadas y duras, estas


sensaciones están muy grabadas, e irlas deshaciendo lleva tiempo. Hemos
de tener una paciencia infinita con nosotros mismos, entender lo difícil que
puede ser para nuestro organismo reaprender algo nuevo, soltar del todo los
viejos sistemas. Recordemos que Destin tardó solo dos horas en poder
volver a la bicicleta de siempre, porque los viejos circuitos seguían ahí. Eso
sí, los nuevos también lo están. De modo que si nos vemos un día volviendo
atrás, y nos recordamos nuestra firme decisión de ir hacia adelante,
retomaremos en seguida la ruta que nos habíamos propuesto.

Una decisión realista implica también prever las ayudas que podemos
necesitar para la travesía, las provisiones que hemos de llevar y en qué
puertos hemos de pararnos a repostar. Si durante toda nuestra vida hemos
tratado de funcionar sin pedir ayuda, probablemente nos toque aprender que
muchas cosas se hacen mejor y son más fáciles con apoyo. Hacerlo por la
ruta más difícil 186

No soy yo

solo hará más probable que tengamos que claudicar. Por supuesto hemos de
seleccionar bien a quien pedir ayuda, y hasta que punto recurrir a ella. Lo
que nadie podrá nunca hacer por nosotros es tomar la decisión de la que
estamos hablando, ni marcarse el compromiso que necesitamos con el
cambio. Si nosotros no estamos determinados a modificar las cosas, por
mucha y buena ayuda que tengamos, no nos servirá de nada.

187

Anabel González

20. MIRAR EL PASADO DESDE EL PRESENTE

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Pablo Neruda.

Volvamos de nuevo con los recuerdos. Hemos trabajado en todos los


cambios anteriores, y ya entendemos más de lo que nos ocurre, nos
llevamos mejor con nuestros distintos estados emocionales, con nuestras
partes internas. Algo hemos pensado en nuestra historia y en nuestras
experiencias, pero hay algunas de ellas que todavía producen un dolor
intenso. Se hace duro revivir aquellas situaciones, y al hacerlo se activa de
nuevo el bloqueo que las apartó de nuestra conciencia y de nuestra vida
diaria. Esto puede desanimarnos y llevarnos a apartarlos, pero ya sabemos
que esto no funciona ¿qué podemos hacer?

Pensemos que el miedo o el rechazo que nos producen los recuerdos y sus
sensaciones asociadas son engañosos. Probablemente cuando aquello estaba
sucediendo sentimos que no podíamos soportarlo, que era inasumible. Al
volver a recordarlo, vuelve esa misma idea, aunque ahora, sobre todo si
hemos estado trabajando en reconfigurar nuestro sistema interno, sí que
estamos más preparados. Al menos podremos dejar de escapar de nuestros
recuerdos, y empezar a afrontarlos. Al mirarlos de frente los fantasmas de la
oscuridad resultan ser menos terribles de lo que imaginábamos. Y
recordemos, nuestro organismo puede habituarse a las sensaciones si las
dejamos estar ahí el tiempo suficiente. De hecho, una de las estrategias
terapéuticas que pueden ayudarnos es la exposición progresiva a los
recuerdos de los que llevamos toda la vida escapándonos.

Otras veces, cuando nuestra desconexión es más intensa o profunda,


podemos no ser conscientes de que un recuerdo nos afecta o hasta qué
punto lo hace. Sabemos que pasó, pero no nos damos cuenta de su
significado o su repercusión en lo que nos 188
No soy yo

ocurre ahora. No todos los recuerdos están igual de accesibles, algunos


pueden estar tan bloqueados que ni siquiera sabemos que ocurrieron. En
este caso el proceso precisa de un paso previo, que es llegar y conectar con
esas redes de memorias parcial o totalmente disociadas de nuestra
conciencia.

En ocasiones pararnos detenidamente en los recuerdos puede ayudar a


potenciar la conexión. Si pensamos durante un minuto en una situación que
creemos que tenemos superada, y observamos las sensaciones del cuerpo,
quizás notemos sensaciones residuales que nos habían pasado
desapercibidas. Ha de ser un minuto con sus 60 segundos, hemos de
detenernos a observar nuestro cuerpo de la cabeza a los pies, notar nuestra
respiración, la posición en la que estamos colocados, las zonas de tensión,
el cansancio, el pecho, el abdomen, lo que notamos por dentro.

Muchas veces pasamos por encima de nuestras sensaciones sin darnos


cuenta de que están ahí. Podemos colocar nuestra mano abierta en la zona
donde notemos más malestar. Si hay cualquier mínima diferencia entre lo
que notamos así, y lo que sentimos pensando en cualquier objeto neutro,
esas sensaciones son importantes y hemos de prestarles atención. Si no
notamos nada, colocaremos la mano en el pecho o en el estómago, y
observaremos simplemente nuestra respiración. Mientras lo hacemos,
pensaremos simplemente en cuidar de nuestras sensaciones, sin tratar de
apartarlas, sin presionarlas ni presionarnos. El objetivo de este ejercicio es
simplemente aprender a mirarnos para dentro, a pararnos en nuestras
sensaciones internas, a observarlas pensando en cuidar de ellas y no en
evitarlas o suprimirlas. Al hacerlo podemos no notar nada, notar
sensaciones y ver cómo se van regulando, u observar cómo nuestros
pensamientos interfieren haciendo que nuestras emociones suban, bajen o
cambien. Es importante tener claro que no es un ejercicio de relajación, sino
un momento de autoobservación y de conexión. Solo producirá efecto, si lo
hacemos regularmente, a través de un aprendizaje progresivo y paciente.

Otro elemento importante respecto a los recuerdos que no están totalmente


procesados, es el poder compartir estas expe-189
Anabel González

riencias, de las que muchas veces no hemos hablado con nadie, o al menos
con nadie que pueda entender cómo nos sentimos.

En algunos casos, nuestra tendencia a tirar para delante hizo que no


quisiéramos hablar de todo aquello, para no reactivarlo. Otras veces, nuestra
desconfianza de las demás personas no facilitó que pudiéramos contarlo. Es
posible que alguno de estos recuerdos pueda generarnos sensaciones de
profunda vergüenza o desprecio hacia nosotros mismos, y por tanto nos
cueste desvelarlos. O

quizás nunca hemos tenido con quien compartir nuestra tristeza y nuestro
dolor, y nos cuesta hacerlo ahora. Pero compartir el dolor es el mejor modo
de aliviarlo, permitiéndonos sentir la comprensión y el consuelo del otro.
Para ello, hemos de aprender a hablar desde el dolor, y no desde la rabia con
la que nos protegemos o de las múltiples carcasas que hemos puesto
alrededor.

Algunas terapias pueden ayudarnos de un modo específico, incluso cuando


nuestros recuerdos están bloqueados o cuando exponiéndonos a ellos las
sensaciones no se van disipando. Un ejemplo es la terapia EMDR (25), que
ha mostrado en muchas investigaciones científicas ser eficaz para procesar
los recuerdos traumáticos. Empleando movimientos oculares u otras formas
de estimulación táctil o auditiva alternante del cerebro, el sistema de
procesamiento puede desbloquearse e integrar la experiencia que había
quedado aislada. Este mecanismo parece similar al que se observa durante
una de las fases del sueño, denominada REM

(Movimientos Oculares Rápidos), que se ha relacionado con el al-


macenamiento de los recuerdos emocionales. Esta terapia genera cambios
no solo en nuestra forma de ver la situación, sino también en nuestras
emociones y sensaciones físicas.

El trabajo con recuerdos suele requerir en todo caso de una terapia


específicamente diseñada para trabajar con experiencias traumáticas (26).
Un tratamiento psicoterapéutico genérico puede sernos útil en muchos
aspectos, pero es necesario abordar las situaciones concretas que han
llegado a generar el problema. Es difícil que podamos hacer esto sin ayuda,
sería como pretender 190

No soy yo

operarnos a nosotros mismos. En cierto modo procesar un recuerdo


traumático es como limpiar una herida que lleva infectada mucho tiempo.

Notaremos un gran alivio cuando podamos hacerlo, porque irá pudiendo


cicatrizar, dejará de doler y de consumir nuestra energía. Pero el proceso es
complejo, a veces doloroso y difícil, y suele necesitar de la intervención de
un profesional con conocimientos clínicos. Del mismo modo que decimos
que es importante hacernos cargo del proceso de recuperación, también lo
es dejarnos ayudar cuando esto puede facilitar las cosas.

Los mismos problemas para apoyarnos en otro, para confiar y para


relacionarnos, que describíamos cuando hablábamos de compartir nuestras
experiencias con otras personas, pueden activarse con un terapeuta. La
diferencia es que el terapeuta está preparado para entender nuestras
dificultades y ayudarnos a su-perarlas. El apoyo de un amigo o una persona
cercana y de un profesional es distinto pero complementario. En ambos
casos nos transmitirán una sensación que probablemente no tuvimos cuando
ocurrieron las peores cosas de nuestra vida: que hay otro ser humano que
entiende lo que nos ocurre y que resuena con ello.

Las situaciones en las que tenemos esto, no suelen bloquearse igual y se


asimilan mejor. Es como que el contacto humano con-trarrestase el impacto
negativo de las experiencias. Aunque no lo tuviésemos en aquel momento,
compartirlo ahora puede suponer una experiencia emocional que modifica
el recuerdo de un modo potente. Por ello vale la pena sobreponernos a
nuestros temores y reticencias, y trabajar en superar nuestras dificultades.
Cuando la historia que arrastramos es muy compleja, es especialmente
importante que no tratemos de hacer todo este trabajo nosotros solos.

Pero a la vez, es esencial que nos ayudemos a preparar el camino. Igual de


erróneo que desechar la ayuda profesional porque “no creemos en las
terapias” - muchas veces sin haberlas 191
Anabel González

probado nunca o habiendo ido a un par de consultas sueltas con algún


terapeuta - lo es acudir a el os buscando que “nos quiten”

el malestar. Un terapeuta no tiene poderes mágicos, ni nos puede extirpar


nuestros problemas, si nosotros no tenemos una posición activa respecto al
proceso de cambio. Si entendemos que afrontar nuestras experiencias es
fundamental, y estamos en un momento adecuado para hacerlo, podemos
empezar a ensayar algunos recursos.

Algo que parece obvio, pero que no lo es tanto, es que a la hora de conectar
con nuestros recuerdos, hemos de experimentarlos como tales. Es decir, que
mientras estemos notando todas las sensaciones que todavía nos producen,
nuestra mente no se confunda pensando que esta volviendo a ocurrir.
Algunos recuerdos tienen tal viveza, o llevan encerrados y aislados tanto
tiempo, que cuando vuelven a nosotros parece - literalmente - como si vol-
viéramos a vivir la situación. Hemos de recordarle a nuestra mente, una y
otra vez, que es solo un recuerdo, que por muy desagradable que sea no está
sucediendo de nuevo, que han pasado probablemente años (contemos
cuantos) desde que sucedió aquello.

También hemos de ser conscientes de la diferencia entre aquel momento y


este momento, porque es importante que sepamos que ya pasó y que no
volverá a pasar, o que no podría pasar de la misma manera. Por ejemplo,
algo que nos ocurre de pequeños no puede repetirse de adultos, no porque la
situación no se pueda producir de nuevo, sino porque nosotros ya no
estamos en esa etapa. El peligro de la infancia, donde somos totalmente
dependientes de las personas que nos cuidan, quedó atrás. Claro que para
poder decir esto, hemos tenido que trabajar con la sensación de
desprotección, de ser pequeñitos, que todavía nos asalta, aprender a cuidar
de ella, ensayar nuevos modos de protegernos y trabajar en el cambio de
nuestra estructura interna. Así cuando nos decimos a nosotros mismos: “es
un recuerdo, ahora es distinto, ahora soy adulto, ahora estoy aprendiendo a
protegerme”, nos lo podremos creer.

192
No soy yo

También es importante que no tomemos como literales los pensamientos


que nos asaltan con el recuerdo. Podemos pensar

“me quiero morir” no tanto porque ahora nos planteemos esto, sino porque
era lo que sentíamos en aquella situación. Quizás tengamos la sensación de
que no vamos a poder soportarlo, porque fue lo mismo que pensábamos en
aquellos momentos, y la razón fundamental por la que nuestra mente lo
bloqueó. Creeremos que estamos en peligro, aunque sepamos que no hay
realmente ningún peligro ante nosotros, simplemente porque sentimos
miedo, y nuestro cerebro identifica que tener miedo = hay peligro. Estas
creencias que vienen con el recuerdo pueden ser intensas, como lo es
nuestra memoria emocional y somática, pero son únicamente pensamientos
que quedaron almacenados con la experiencia. Es importante que los
veamos como tales, y no los tomemos como si fueran verdades inapelables.

Si podemos mirar el recuerdo sin olvidarnos de que estamos aquí,


conectando con las sensaciones, emociones y creencias de aquel momento,
y a la vez sabiendo que estamos en otra etapa, que hemos aprendido cosas,
que la situación y sobre todo nosotros somos diferentes, las redes de
memoria pasadas y presentes podrán hablar entre sí, integrarse y ayudarse.
El adulto que somos se reencontrara con el niño que fuimos, la persona que
trabaja en recuperarse podrá cuidar de la que se quedó bloqueada, mirare-
mos el ayer desde la perspectiva del ahora. Nuestra mirada ha de ser de
comprensión, sin juicio alguno, abierta a entender todo lo que sucedió. No
vamos a nuestros recuerdos para mirarnos del mismo modo que nos
miraron. Hacemos este viaje para mirarnos con ojos nuevos, con los
nuestros, más sabios. Rescataremos a nuestro yo del pasado, que se quedó
viviendo por siempre en aquel momento, y lo traeremos al momento
presente, en el que empiezan a abrirse nuevas posibilidades.

El camino para que el pasado deje de influir en el presente es justo al revés


de lo que imaginábamos. No se consigue deján-dolo atrás en seguida,
corriendo para que nuestros recuerdos no 193

Anabel González
nos alcancen, enterrándolos muy adentro de nosotros. Se logra abrazando lo
que somos, reconciliándonos con lo que fuimos en distintas etapas,
entendiendo lo que hicimos y lo que no pudimos hacer. Cuando lo hagamos,
el dolor empezará a marcharse, se irá diluyendo en el resto de nuestra
experiencia, dejará de estar aislado y se hablará con las nuevas vivencias.

Nuestros peores recuerdos pueden dejar de doler, pasar a ser realmente


recuerdos neutros, que no nos afecten. Y podemos conseguir esto sin
esforzarnos en desconectar, sin tener que apartarlos, sin dedicar energía
mental a mantenerlos controlados. Es posible dejar el pasado atrás sin
riesgo de que se reactive ante lo que nos vaya sucediendo. Podemos
desactivar las minas del jardín y disfrutar de él. Algunas personas son
reacias a trabajar a fondo con sus experiencias difíciles, porque no creen
que sea posible borrar el dolor que generaron. Se sienten demasiado
asustadas, o creen que están dañadas para siempre, que el dolor no acabará
nunca. Es importante saber que eso no es así, que hay muchas alternativas
que pueden ayudar a cambiar esa huella emocional que nos han dejado.

Si tenemos experiencias duras en nuestra historia, y no entramos a trabajar


en ellas, no solo estamos dejando que influyan en nuestra vida actual y en
nuestro futuro, sino que en cierto modo estamos dejando al niño que fuimos
o a la persona que éramos mientras se producía todo aquello, atrapada en
las sensaciones de aquel momento. Estamos abandonando a una parte de
nosotros y condenándola a seguir viviendo en esas experiencias. Para que lo
que somos ahora haya podido desconectarse del dolor y seguir adelante, una
parte de nuestra mente tuvo que quedarse allí. Si no la miramos, si no la
abrazamos y la recuperamos, la estaremos dejando a su suerte, no haciendo
nada o culpándola por lo que sucedió, reproduciendo muchas veces lo que
los de alrededor hicieron con nosotros y con el problema mientras se estaba
produciendo. Repetimos internamente lo que vivimos. Además, si no
recuperamos a esa parte, nunca nos sentiremos completos, y 194

No soy yo

corremos el riesgo de que aunque estemos mejor, esa mejoría no sea sólida
y estable. Estamos dejando una mina sin desactivar en nuestro jardín.
Ciertamente hemos de encontrar el momento, y a veces después de un duro
trabajo en cambiar y mejorar las cosas, si empezamos a sentirnos mejor,
podemos - como decíamos anteriormente - tener reticencias a entrar en la
parte dura de nuestra biografía y descolocar lo que tanto nos ha costado
conseguir. Esto es muy razonable y hemos de sentirnos fuertes y estables
para poder hacerlo. Es bueno que podamos tener un periodo de tranquilidad
en el que consolidar nuestros cambios. Y sobre todo, es fundamental
graduar el ritmo y entender que todo proceso tiene etapas.

El trabajo con los elementos más traumáticos ha de producirse sobre una


base segura, disponiendo de un buen colchón emocional. Igual que si
tenemos que hacer una intervención quirúrgica, previamente han de estar
resueltas las infecciones, y la persona ha de estar bien nutrida, fuerte y
estable. Querer ir demasiado deprisa es igual de negativo que dejarnos guiar
únicamente por el miedo.

Decidir cuando es un buen momento para trabajar el trauma no es en


absoluto sencillo, y la mejor receta suele ser graduarlo y espa-ciarlo.
Abordar algunas etapas, dejar tiempo para que asienten, continuar con los
cambios en el día a día, e irnos aproximando gradualmente a los puntos más
complejos o duros, suele ayudar a que la dificultad no sea tan grande.
Además, es un buen modo de respetar nuestras limitaciones y tener en
cuenta nuestras necesidades, sin abandonarnos ni ignorar lo que nos ocurre.

Ir trabajando poco a poco en los recuerdos suele ayudar además mucho a


que podamos hacer cambios. Por ejemplo, si tenemos dificultades en
manejar nuestra rabia, y conseguimos elaborar las situaciones de violencia
que hemos vivido, cambiando el modo en el que nos sentimos al recordarlas
y la perspectiva desde la que lo hacemos, seguramente nuestro manejo de la
rabia irá cambiando sin necesidad de que lo haga a través de un ejercicio
consciente. Ambos procesos se ayudan el uno al otro. Si no esta-195

Anabel González

mos trabajando en cuidarnos mejor, en regular nuestras emociones y en


relacionarnos de otra manera con los demás, trabajar con la historia
probablemente no consiga cambiarlo todo. Si hacemos lo primero sin tocar
en modo alguno los recuerdos específicos que generaron nuestros patrones
de funcionamiento, es muy probable que notemos mucha más inercia que
nos arrastra a mantenerlos, y mucho más bloqueo que nos resultará difícil o
nos llevará mucho más tiempo modificar.

Lo que es una pena es que, puestos a hacer limpieza de viejos patrones,


creencias heredadas y sensaciones que se quedaron pegadas a experiencias
antiguas, no hagamos limpieza general, vaciemos los armarios y los
cajones, y nos deshagamos de todo lo que no nos pertenece. Es importante
que recuperemos aspectos de nosotros que tenemos olvidados, escondidos,
negados o rechazados, pero también que soltemos modelos antiguos,
consignas y reglas familiares que no compartimos, costumbres que no
hemos decidido y recuerdos que siguen interfiriendo. Un recuerdo que no
ha pasado al archivo, que sigue teniendo emociones, sensaciones y
creencias activas, consume nuestra energía aunque no lo tengamos en mente
de forma habitual. Una vez desbloqueado y pasado al almacén general, sería
como colocar una vieja foto en el álbum de los recuerdos. Completar ese
álbum nos llevará a escribir una historia completa de nuestra vida, con
todos sus capítulos. Pero también nos permitirá verla desde una distancia,
con perspectiva, de modo global. Esta nueva narrativa sobre nuestra historia
dará luz a muchos aspectos que hemos ido entendiendo parcialmente, como
si hubiésemos analizado las piezas del puzle, juntando algunas, e intuyendo
que imagen formaban. Ahora, repa-sándolas, esa imagen se irá dibujando
ante nosotros. Los recuerdos, vistos así, no nos absorben ni nos atrapan, se
convierten en nuestra experiencia, nuestro aprendizaje, lo que nos ha traído
hasta el momento presente y nos ha hecho ser como somos. Mirarlo con
esta perspectiva nos dejará abierta la posibilidad de evolucionar en distintas
direcciones. Dejar cajones sin abrir mantiene la 196

No soy yo

posibilidad de que la información que contienen nos descoloque.

Encontrar en ellos sin esperarlo recuerdos o fotos puede traernos


sensaciones que no hemos programado buscar.

Aunque hayamos hecho un trabajo exhaustivo, esto siempre puede ocurrir,


bien porque ha habido áreas que no hemos comprobado, o porque ocurren
circunstancias que nos activan cosas que hasta entonces habían estado como
dormidas. En cualquier caso, siempre estamos a tiempo de seguir con el
trabajo. Recuperarnos de experiencias largas y difíciles no ha de plantearse
como tomar una caja de antibióticos que se acaba exactamente en los diez
días que duran las pastillas. Es un proceso que nos acompaña toda la vida,
ya que todos estamos en constante evolución y las situaciones también lo
hacen.

197

Anabel González

21. NUESTRAS PARTES INTERNAS VERSION 2.0

La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mí mismo puedo cambiar.

Carl Rogers.

Conforme vamos entendiendo, reaprendiendo a sentir, cuidándonos más y


tomando las riendas, nuestras sensaciones internas cambian y evolucionan.
También los distintos aspectos que nos componen empiezan a encajar mejor
entre sí y con el tiempo que vivimos, y nos sentimos más identificamos con
quienes somos. Las partes que forman nuestra personalidad están
desarrollando todo su potencial y dejándonos ver recursos que teníamos y
que desconocíamos. Aunque esto todavía no se esté produciendo, es bueno
que imaginemos cuál será la ruta, de qué modo cada una de ellas puede
regenerarse y convertirse en una versión me-jorada de sí misma.
Dibujaremos aquí algunas posibilidades, simplemente para que nos sirvan
como guía. Cada uno habremos de encontrar cómo son concretamente los
distintos aspectos que nos componen, cómo y por qué se desarrollaron, y las
posibilidades que llevan dentro. El camino es siempre el mismo: entender
sus orígenes, desprenderlas del molde en el que se formaron, abrir la
comunicación con el resto del sistema, combinar las perspectivas del pasado
y el presente, y dejar que adquieran una nueva forma, que encaje con las
demás partes y con el momento presente.
Encontrando a Hulk
En la versión del clásico superhéroe del director Ang Lee, podemos ver la
historia de un monstruo verde lleno de rabia, que surge del trauma, pervive
en el interior del protagonista, y renace como un héroe capaz de encauzar
esa rabia hacia fines importan-198

No soy yo

tes. Cuando era un niño, el protagonista ve cómo su padre, que lo usaba de


conejillo de indias para sus experimentos, mata a su madre en medio de una
discusión. Este recuerdo se bloquea en su mente, se queda encapsulado, y
junta a él toda la rabia acumulada que ese niño nunca pudo expresar.
Cuando de joven se mira en el espejo ve algo dentro, un reflejo verde, una
parte oculta, que durante el día mantiene fuera de su conciencia. Por la
noche la angustia de los recuerdos le asalta en pesadillas que se repiten,
siempre iguales, pero aparentemente sin sentido alguno.

El protagonista, bloqueada su rabia, no consigue conectar emocionalmente


con los demás, ni siquiera con los que quiere. No se defiende, no vive más
que la mitad de la vida que podría vivir.

Un día ocurre algo que le toca en el fondo de sí mismo, y se activa esa parte
oculta y escondida, que sale sin control. Pero alguien puede verle, encuentra
al niño oculto detrás del monstruo verde, resuena con el dolor que hay en su
interior. Entonces toda la rabia se afloja, y puede confiar, puede dejarse caer
en brazos de otro. A partir de ese momento, Hulk deja de ser una parte
incontrolada e incomprensible, y pasa a formar parte de la personalidad del
protagonista, que puede optar por dejar que salga o no.

Nuestros monstruos internos son muchas veces como niños heridos,


furiosos, adolescentes rebelándose contra el mundo. Son dolor puro, una
rabia infinita que no tiene fin. Si sabemos ver detrás de las conductas que
han tenido, de las cosas que han roto, de las barbaridades que nos han
dicho, lo que más necesitan esas partes sucederá. Alguien se habrá dado
cuenta de cómo se sienten, de lo mucho que les ha dolido la vida, de que no
pueden más.

En el momento en que entendamos eso, aunque aún no se haya ido toda la


tristeza y el sufrimiento, aunque siga habiendo más rabia de la que tocaría
en base a lo que vivimos ahora, esta parte nuestra podrá empezar a jugar de
nuestro lado.

Posiblemente cuando esto empiece a ser así, lo notaremos en el momento en


que tengamos que enfrentarnos a alguien que 199

Anabel González

habitualmente nos puede y la voz nos salga más firme, con una seguridad
que no es propia de nosotros. También podremos ver que nos enfadamos
más, que estamos más irritables, que nos parecen mal cosas que antes
pasábamos por alto. Y aunque a los que nos rodean no les parezca del todo
positivo, nosotros sabremos que empezar a sentir lo que antes estaba
adormecido, es un avance respecto a la desconexión de la que venimos. En
conexión con esta parte nos sentiremos más fuertes, por momentos
notaremos más energía, no nos vendremos abajo ni nos desplomaremos tan
fácilmente.

Como hemos iniciado la reconciliación, esta parte ya no nos odiara tanto.


No sentiremos rabia contra nosotros mismos por ser débiles, por
someternos, por estar mal. Cuando nos vengamos abajo no escucharemos
en nuestra cabeza insultos, sino un “venga, levántate de una vez y sal a
tomar el aire”.

También notaremos más matices en las situaciones. Podremos plantearnos


los pros y los contras, lo distintos aspectos a tener en cuenta, nuestra visión
será más completa y tomaremos mejores decisiones.

Todo esto no lo veremos ya tanto como algo extraño y desagradable que


está en nuestro interior, sino como nuestras propias sensaciones, aún no del
todo integradas, pero que empiezan a aparecer cuando toca, empiezan a
seguir otra dirección, empiezan a salir hacia afuera.
El fantasma que pudo descansar
Algunas partes internas pueden estar imbuidas del espíritu de determinadas
figuras de nuestra vida. Reproducen conductas de personas que han tenido
una gran influencia, poder o control sobre nosotros. Es como si esa
influencia persistiera, si - aunque ya no formaran parte de nuestra vida o no
tuviésemos una convivencia 200

No soy yo

tan estrecha - siguieran en nuestro mundo interno, señalándonos que “aún


no han dicho su última palabra”.

Nuestros padres, parejas, profesores, compañeros ... pueden haber tenido


comportamientos tan patológicos hacia nosotros, que alteraron por
completo nuestro modo de funcionar. Su presencia fue tan fuerte que se
introdujeron en nuestra mente, y su eco ha persistido hasta mucho tiempo
después. Volvernos a resolver nuestra historia con ellos es imprescindible
para que los fantasmas dejen de inmiscuirse en nuestra vida presente.

Para ello hemos de sentarnos ante ellos y mirarlos de frente.

Como cuando éramos niños y veíamos · sombras que nos asustaban,


encender la luz hace que muchas de ellas desaparezcan y veamos lo que
realmente representan. Un padre alcohólico que solucionaba todo a través
de la violencia es un enfermo, incapaz de gestionar su propia vida, y su
opinión es la menos autorizada probablemente de cuantas conocemos. La
voz en nuestra cabeza que nos insulta como él lo hacía, repite las frases de
un enfermo con el juicio alterado por el alcohol, que no sabía cuidar de sí
mismo ni querer a sus propios hijos. Estas historias de alcohol y maltrato se
remontan muchas veces a varias generaciones atrás.

Si es así, ¿queremos nosotros seguir con esa herencia? Nuestra mente puede
aprender de mejores modelos, es normal que repita los viejos de tanto
oírlos, pero cada vez que escuchemos en nuestra cabeza las frases de
nuestro padre, nos pararemos a recordar quién era realmente esta persona, y
nos diremos que podemos aprender a hablarnos de otro modo.

Podemos ayudarnos con un ejercicio a tomar conciencia de esto.


Imaginemos en nuestra mente, o dibujemos el aspecto que tendría la parte
de nosotros que nos dice lo que nos decía nuestro padre, que tiene impulsos
como los suyos, que parece reproducir su comportamiento. Seguramente no
queremos ser como esa persona, y ver esa imagen nos despierta el mismo
miedo y el mismo rechazo que sentiríamos ante la persona de carne y hueso
desde 201

Anabel González

la que copiamos esas reacciones. Tomemos ahora una foto real de esa
persona, o si no la tenemos, imaginemos una. Usaremos al padre alcohólico
del ejemplo anterior. Dejemos de llamarle padre y nos referiremos a él por
su nombre de pila. Un momento importante del crecimiento de un niño es
cuando deja de mirar a sus padres como figuras simbólicas, como los dioses
de su pequeño mundo, y pasa a verlos como personas reales. Por tanto,
tratemos de mirar la foto como si mirásemos a alguien ajeno a nosotros
¿que pen-saríamos de alguien así? Veríamos seguramente a una persona
muy equivocada en la vida, a alguien mentalmente desequilibrado.

Alguien que se destrozó a sí mismo y a los que le rodeaban, y que siguió


bebiendo pese a ver cómo eso empeoraba las cosas. Una persona que nunca
asumió la responsabilidad de sus actos y que, si a veces lo hacía, no trató de
enmendarlos. Le diremos a esa foto real o imaginaria que estaba muy
equivocado, que lo hizo muy mal, y que se perdió a su familia, que no supo
vernos ni entender cómo éramos. Que no entendía nada, en realidad, ni
siquiera a sí mismo.

Hacemos recuento de cuantas opiniones sobre el mundo, sobre él y sobre


nosotros nos transmitió, y le diremos que esa es su herencia, y que
renunciamos a ella. Después de todo, lo que él creía no son ni más ni menos
que las opiniones de un hombre cualquiera, y no precisamente uno sano y
equilibrado.
Aparte de las consignas y las reglas que esa figura nos impu-so, su modelo
contribuyó mucho a nuestro aprendizaje de cómo sentir y regular nuestras
emociones. Cuando estábamos mal, vimos su cara de desprecio. Cuando
estábamos asustados en nuestra habitación, se oían sus gritos de fondo. La
rabia que nos daba la situación se convirtió en impotencia ante una rabia
más grande que nos superaba. Sentimos mucho asco y mucha vergüenza por
habernos criado con una persona así. Le decimos al hombre de la foto que
nuestras emociones están bien, que es lógico que las hayamos sentido, pero
que ahora que somos adultos podemos verlo todo desde otro lugar muy
distinto.

Nos volvemos entonces hacia la parte de nosotros que copió 202

No soy yo

de ese modelo. Nos recordamos que la persona real es una cosa, pero que
eso que miramos es una parte nuestra. La miramos de nuevo y vemos que
aspecto tiene. Quizás darnos cuenta de que se parece a nuestro padre, pero
que no es nuestro padre, haya hecho que la veamos diferente. Para ayudarla
a evolucionar le traeremos además todos los modelos sanos que hemos
conocido, la gente que nos valoró o que sabe expresar su rabia con
seguridad y firmeza aunque manteniendo un absoluto respeto por los
demás. Al no confundirla con la persona de la que esa parte nuestra
aprendió, la vergüenza y el asco hacia ella se irán diluyendo, y se sentirá
mirada con aceptación y reconocimiento. Esto irá haciendo que los gestos
de nuestro padre se vayan borrando de su cara, que su forma se vaya
modelando de otro modo, que se vaya pareciendo cada vez más a nosotros.

Esta parte ha de aprender a ser reguladora en lugar de des-reguladora. Es


normal que en principio haga esto último, ya que aprendió de una persona
muy desregulada. Ahora, ante nuestros estados emocionales, puede decirnos
cosas distintas, de las que ayudan, de las que calman, de las que suavizan
las sensaciones.

Puede aprender de otros modelos, no nos resultará difícil encontrar modelos


mejores. Esta evolución llevará tiempo, porque habremos de superar
muchos miedos y mucho rechazo hacia nosotros mismos. Por eso
tendremos muchísima paciencia, porque sabemos que se tarda mucho en
dominar un nuevo idioma.

De cuando la Señorita Rottenmeier fue a terapia y aprendió pedagogía


moderna

En la serie de dibujos animados Heidi, la Señorita Rottenmeier era la severa


y amargada institutriz de Clara, la niña con la que Heidi va a vivir durante
un tiempo. La Señorita Rottenmeier era una institutriz a la antigua usanza,
hija de una madre fría y un padre autoritario e intransigente, que no tenía
otra referencia para 203

Anabel González

educar a los niños que la de sus propios padres. No había lugar para el
juego, la alegría o la espontaneidad, porque eran cosas que en su familia
jamás se habían fomentado ni permitido. Heidi pasó por muchas
adversidades pero tuvo un cuidador emocionalmente sano, vivió muchos
anos con un abuelo cariñoso y comprensivo. Clara no tuvo tanta suerte.
Perdió a su madre, tuvo un padre ausente y toda su infancia transcurrió
junto a esta institutriz, una mujer muy limitada por sus propias carencias
emocionales. Su personalidad se adaptó, creciendo como una niña apocada,
bloqueada incluso a nivel físico hasta el punto de no poder caminar.

La familia se recupera con la llegada de Heidi, que reintroduce la


espontaneidad, la risa y el juego, lo que va haciendo que el padre este más
presente y la Señorita Rottenmeier ablande un poco su carácter. Pero
vayamos un poco más allá.

Imaginemos que la Señorita Rottenmeier tiene la oportunidad de trabajar su


historia personal en psicoterapia, que entiende que copió el estilo de sus
padres porque no había otro, que se da cuenta de hasta qué punto no había
vivido una verdadera infancia, y se va permitiendo cambiar sus perspectivas
y sus puntos de vista. Consciente de que no tiene referencias sanas sobre
cómo educar a un niño, empieza sus estudios de pedagogía. Descubre así lo
equivocada que estaba con sus métodos. Los castigos, sean físicos o
verbales, no funcionan para mejorar una conducta. Aunque consigan un
cambio a corto plazo, a la larga la persona se va bloqueando más y más, su
autoestima se va minando y crecen en ella sentimientos de incapacidad. Si
ante ese bloqueo se responde con más castigos, el bloqueo no hace más que
aumentar.

Entonces la Señorita Rottenmeier descubre la importancia del refuerzo


positivo. Dar un premio, mejor si es emocional y no material, como un
comentario positivo, prestar atención a la conducta cuando la persona lo
está haciendo bien, señalar la parte que está correcta, y ante un error
felicitar por el intento y no tener en cuenta el resultado, consigue que la
persona consiga hacer más cosas y hacerlas mejor. Aunque haya fallos,
centrarse en ellos y repetirlos 204

No soy yo

no hace más que amplificarlos. De modo que ensaya este nuevo sistema con
las niñas, y ve cómo mejora su forma de funcionar, y sobre todo, su estado
de ánimo.

Nuestra parte crítica puede haber tenido una historia similar a la institutriz
del cuento, y de la misma manera puede aprender.

Todos necesitamos una parte crítica, que nos ayude a reconocer dónde nos
hemos equivocado y que nos empuje a mejorar. Sin esa parte critica
repetiríamos los mismos fallos sin conciencia de cometerlos, haríamos las
cosas mal sistemáticamente. No avan-zaríamos, no evolucionaríamos, y
además tendríamos una imagen muy poco realista sobre nosotros mismos.
Esta es una parte esencial en todos los seres humanos, pero es fundamental
que si la nuestra ha aprendido estilos autoritarios, rígidos y penalizadores de
enseñanza, entienda por qué lo hace y ensaye otros sistemas más eficaces.
Cuando nos demos cuenta de que si nos decimos:

“¡Vaya fallo! Tengo que hacerlo otra vez, creo que así iría mejor ...

¡Si, que bien ha salido ahora!. .. Estoy aprendiendo, es normal, es bueno


que practique más este tema” aprendemos mucho mejor que si nos decimos;
“Soy un idiota, todo lo hago mal, no valgo para nada”, nuestra parte crítica
cambiará de estilo hacia otro más eficaz. Esto ayudará mucho a que nos
vayamos desbloqueando y a que asimilemos mejor, tanto lo que nos pasó en
nuestra vida, como lo que vamos viviendo. Veremos que nuestra parte
crítica está evolucionando, cuando empecemos a hacernos comentarios
distintos ante nuestros fallos o carencias.

De cuando los niños perdidos volvieron de Nunca Jamás y pudieron


crecer

Peter Pan tenía muchos niños en el país de Nunca Jamás, donde el tiempo
no transcurría, y los chicos permanecían en el mismo estado que tenían
cuando llegaron allí. En ese lugar sus-pendido en el tiempo, nada cambiaba
ni evolucionaba. Los niños 205

Anabel González

salían de sus familias complejas y sus historias adversas, y al desconectarse


de ellas en ese lugar se protegían de su realidad. Pero pasados los años, el
país de nunca jamás se fue convirtiendo en una cárcel para ellos. Peter Pan,
con las mejores intenciones, los había rescatado de sus vidas, y no sabía
cómo devolverlos a ellas.

Además, las circunstancias que llevaron a los niños a Nunca Jamás habían
cambiado, pero para ellos es como si no hubiera pasado el tiempo.

Del mismo modo algunas experiencias o etapas de nuestra vida se pueden


bloquear de tal modo, que una parte de nosotros se queda allí, y no
evoluciona como el resto de quienes somos. Si vivimos situaciones de
acoso en el colegio, el niño asustado y humillado puede quedarse en nuestro
interior, mientras por otro lado tratamos de no acordarnos de aquella etapa.
El niño sensible al que nadie entendió se fue escondiendo dentro de
nosotros, mientras intentábamos ser fuertes y que no se notase lo que
sentíamos.

El niño caprichoso que quería salirse con la suya como revancha por la falta
de atención emocional se fue anulando ante las numerosas represalias que
sufrió, pero sus necesidades internas no satisfechas siguen estando ahí,
como cuando teníamos 6 años.
El adolescente que no sentía que perteneciese a ningún grupo, ni tampoco a
su propia familia, se fue encubriendo conforme apren-díamos a encandilar a
la gente para tenerlos seguros, pero en el fondo esa sensación nunca nos ha
abandonado. Esos niños vulnerables, heridos, rabiosos, de algún modo es
como si no hubiesen crecido, como si siguiesen viviendo en el país de
Nunca Jamás, atrapados en redes de memoria a las que todas las nuevas
experiencias de nuestra vida, nuestras buenas relaciones, nuestros éxitos,
nuestros recursos, no pudiesen llegar.

El puente para que esos niños se desbloqueen y salgan de ese lugar, es que
el adulto que somos pueda mirarlos con ojos nuevos. Que desde la realidad
presente miremos con comprensión a los niños que fuimos, las sensaciones
que nos generaron las cosas que vivimos, las reacciones que pudimos y no
pudimos tener.

206

No soy yo

Si les miramos a los ojos entendiendo quienes son, aceptándo-los con todo
lo que llevan consigo, entendiendo qué necesidades no satisfechas tienen
aún dentro y buscando cómo cubrirlas en el momento presente, las redes de
memorias pasadas y presentes empezarán a conectarse y a integrarse. De
ese modo esos niños podrán evolucionar, crecer, desarrollar todo su
potencial. El niño humillado levantará la cabeza al darse cuenta de que la
situación del colegio se terminó, y de que es un adulto que ahora se puede
proteger. El niño sensible descubrirá que sus emociones son buenas, y que
hay mucha gente con la que podrá mostrarlas y las valorará. El niño
caprichoso se irá convirtiendo en un adulto que pelea por lo que quiere, de
modos más pragmáticos, ajustados y eficaces, sabiendo que conseguir algo
lleva tiempo y esfuerzo en una dirección. El adolescente sabrá que hay
cosas buenas en su interior, y reconocerá lo importante que es sentir que
pertenecemos a algo, por eso irá aprendiendo a conectar con los demás de
un modo más genuino.

Si tenemos dificultades como adultos para mirar a estos niños con una
aceptación incondicional, pensemos ¿los estamos mirando realmente con
nuestros propios ojos, o estamos todavía haciéndolo a través de los ojos de
las personas con las que nos criamos? Si esto último es así ¿nos gustó cómo
nos veían ellos?

La respuesta probablemente será que no, de modo que pensemos en otras


miradas, las de aquellos que pudieron vernos realmente, aunque fuera un
poco, un profesor de una asignatura, un amigo, un pariente más lejano ... O
bien, pensemos en cómo miraríamos a un niño cualquiera que no fuéramos
nosotros, que estuviera pasando por lo mismo y sintiéndose igual. Tomemos
contacto con esto, y después volvamos de nuevo la mirada hacia nuestro
niño interior.

Este cambio puede llevar tiempo, lo habitual es que en nuestra mirada se


refleje lo que aprendimos inicialmente, y ha de pasar por un proceso de
transformación. Pero es importante que trabajemos periódicamente en este
ejercicio, porque hemos de recuperar a nuestros niños perdidos. Sin ellos no
estaremos completos, no 207

Anabel González

estaremos del todo conectados con lo que vivimos, no disfrutaremos


plenamente de las cosas. Es importante que no dejemos nada atrás.
Recuperarlos no implica que las emociones de esas etapas vuelvan para
quedarse, al contrario, dejarlos atrás es precisamente lo que hace que estas
sensaciones se hayan quedado dentro de nosotros para siempre. Al abrazar a
estos niños, el dolor se alivia, la experiencia se integra y se resuelve. Las
sensaciones perturbadoras se disuelven en ese abrazo, se dispersan en el
resto de redes de memoria y se van atenuando hasta desaparecer. Entonces
podremos verdaderamente pasar página y centrarnos en nuestra realidad
presente.

208

No soy yo

22. ASÍ FUERON LAS COSAS, ESTO ES LO QUE

HAY, Y YA SE VERÁ
La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero debe ser
vivida mirando hacia delante. Sören Kierkegaard.

Una vez podamos revisar nuestra historia, podremos empezar a asumirla.


Podremos mirarla sin que nos produzca dolor y sin que condicione nuestra
vida actual ni nuestro futuro. Por supuesto, habremos aprendido de ella,
pero no seguiremos atrapados por ella ni tratando de ir en la dirección
opuesta. Nos sentiremos en el presente, sin que nos estén condicionando
sensaciones o pensamientos del pasado. De ese modo, no veremos ya
nuestro futuro como la repetición de lo que pasó antes, sentiremos que está
abierto y que somos libres para movernos por él. Habremos recuperado
nuestra espontaneidad y creatividad.

Muchas corrientes terapéuticas han señalado la importancia de la aceptación


en el bienestar emocional (27, 28). Como decíamos, no es posible cambiar
un problema que no aceptamos que exista. Aceptar no significa resignarnos
a nuestra suerte y no hacer nada para que cambie. Muy al contrario, cuando
no aceptamos lo que nos va viniendo en la vida, es cuando nuestra
capacidad para modificar las circunstancias se ve anulada. Nos quedamos
atascados y estancados, sin dar pasos productivos para generar cambios.

Esta aceptación ha de extenderse tanto a nuestra historia pasada, como al


presente y al futuro. Aunque estamos defendiendo en este libro la
importancia de mirar atrás para entender nuestra historia, esto no tiene nada
que ver con darle vueltas una y otra vez, en un bucle cerrado, a por qué nos
pasó lo que nos pasó.

Tampoco analizar las situaciones que vivimos es lo mismo que torturarnos


internamente con nuestra mala suerte, decirnos que no 209

Anabel González

nos puede estar pasando esto, o repetirnos ¿cómo pueden hacerme algo así?,
o ¿por qué me pasa esto? La base del cambio es partir de cómo hemos
llegado hasta aquí, cuál es la situación, y cuáles son las opciones que
tenemos para modificarla, pero una vez hecho esto, ponernos a trabajar.
Para hacerlo de un modo eficaz y realista hemos de entender cómo se
generó el problema, ver la situación actual y las alternativas realistas para
cambiarlo, con una completa aceptación. Fue como fue, esto es lo que hay,
y veamos lo que conseguimos con lo que tenemos a mano. Dicho esto, no
hay más vueltas que darle al asunto.

Desde las terapias orientadas al trauma (29), se ha remarcado también la


importancia de integrar nuestra historia y las diferentes partes de nuestra
personalidad, para que nuestra proyección de futuro deje de estar
condicionada por ese trauma. Cuando consigamos hacer esto podremos
decir “esta fue mi historia, no puedo cambiarla, pero la he mirado de frente
y la he asimilado. Ahora estoy en el presente, y me siento completo, puedo
entender y aceptar todos los aspectos de quien soy. Desde aquí podré
evolucionar y funcionar en el futuro, sin que mi pasado me condicione en
ningún sentido”.

Veamos estas áreas, el pasado, el presente, y el futuro, y cómo podemos


aprender a mirarlas desde esta perspectiva.
Así fueron las cosas
Tanto si nos hemos pasado mucho tiempo sin pensar en nuestro pasado, sin
recordarlo, como si hemos vivido torturado por nuestros recuerdos,
preguntándonos ¿por qué me tocó a mi?

o atascados en lo injusto que es el mundo, ese pasado ha estado


condicionando nuestras elecciones y nuestras relaciones. Si hemos ido
tomando conciencia de ello, y haciendo cambios en nuestra manera de
cuidarnos, regularnos y relacionarnos, es momen-210

No soy yo

to de reescribir nuestra historia. No vamos a cambiar los hechos, pero sí la


lectura que hacemos de ellos. Será un relato sin culpas, sin dolor, sin
vergüenza, sin rencor. No es que si nos hicieron daño tengamos que
perdonar, pero no estaremos atascados en la impotencia, ni sintiendo que
tendríamos que haber hecho algo distinto, ni esclavizados por un
sentimiento de revancha. Habremos llegado a un distanciamiento
emocional, a una cierta indiferencia, que no nos impiden saber que lo que
está mal está mal y a hacer un juicio moral negativo de las situaciones que
así lo merecen. En este punto ya hemos curado nuestras heridas, la tristeza
se ha soltado y se ha marchado, hemos mirado nuestra vergüenza de frente
y se ha ido evaporando, el asco se ha soltado de nuestro cuerpo, los
bloqueos se han ido aflojando. Miramos nuestra historia como quien mira
una foto vieja, en tonos sepia, sin colores, menos nítida. Recordamos lo que
pasó, pero ya no lo sentimos, no porque estemos desconectados, sino
porque realmente ahora no está. Cuando lo podemos mirar así, ya es solo un
recuerdo, está realmente en el pasado.

Para hacer esto iremos foto por foto, completando el álbum y ordenando los
hechos. Se construye así una nueva narrativa sobre nuestra vida, como si
armáramos un documental donde nos vamos explicando de nuevo cómo
hemos llegado aquí. Observamos esta historia desde una cierta distancia
emocional, aunque lógicamente nos haga sentir cosas y muchas veces nos
conmueva. No nos deja indiferentes, pero no nos desborda ni nos atrapa.
Puede que antes hayamos repasado esos momentos, pero de nada sirve
hacer esto desde la desesperación, o preguntándonos

¿cómo no hice nada?, ¿cómo puede la gente hacer estas cosas?

o ¿por qué tengo tan mala suerte? Estas preguntas no son preguntas, son
trampas. Ninguna de ellas nos permite aceptar que lo que pasó, pasó, y que
no tiene vuelta de hoja. De algún modo, aunque no nos lo digamos así, es
como si quisiésemos coger la máquina del tiempo y volver el pasado atrás.
No hay tal máquina y el pasado no puede cambiarse. Siempre que nos
decimos “si 211

Anabel González

hubiera hecho esto ... si no hubiera hecho aquel o” nos lo estamos


planteando como si todavía estuviéramos a tiempo de cambiarlo, y esto es
algo imposible. Por lo tanto, el único resultado posible será la frustración y
la desesperación. Solo asumiendo el pasado tal como fue, podremos
superarlo de verdad.

Asumir el pasado implica apartar las dudas. Cuando nuestros recuerdos son
borrosos, o nos asaltan pensamientos de “me lo estoy inventando” o “le
estoy dando demasiada importancia, no fue para tanto” perdemos el foco y
nos distraemos de lo esencial. Nuestras memorias son como son, y es cierto
que los detalles quizás no han ocurrido literalmente así, porque la mente
puede modificar los recuerdos en base a otras cosas que pasaron, lo que
hicieron o dijeron los que nos rodeaban, y muchos otros factores.

Pero no estamos haciendo una investigación policial, estamos tratando de


entendernos. Por ello lo que nos importa es mirar los recuerdos tal como
están en nuestra mente, porque es esa información la que nos sigue
influyendo ahora. De modo que no le damos más vueltas, así es como esta
en nuestra memoria, así es como vamos a mirarlo. Lo esencial es nuestra
visión subjetiva, no tanto la objetiva, lo esencial es la vivencia y no los
datos. Estamos hablando de una historia emocional, y algunos recuerdos
contienen elementos simbólicos que son igual de importantes que los
detalles literales. Generalmente cuando miramos así los recuerdos, se van
aclarando los detalles, se va disipando la niebla, y seremos más conscientes
de como sucedieron realmente las cosas.

Una vez que miremos nuestra historia diciéndonos “así fue, así lo recuerdo,
hice lo que pude con todo aquel o”, estaremos listos para vivir nuestro
momento presente sin lazos con el pasado.

Habremos aprendido de él (7, 29).

212

No soy yo
Esto es lo que hay
Conforme vayamos superando nuestra historia, iremos viéndonos más en el
momento presente. Estaremos en condiciones de aceptar que las cosas ahora
son como son, sin plantearnos siquiera como podría haber sido si nuestro
pasado hubiera sido diferente. Entonces ya no viviremos más en el planeta
de nuestras cosas soñadas, donde habita una versión de las personas
importantes de nuestra vida diseñada en función de cómo nos gustaría que
fueran, y está todo lo que nos gustaría tener. Nuestros pies pisarán tierra
firme, y en ella buscaremos todas esas cosas que queremos. Sobremos que
están ahí, repartidas, entre las situaciones y la gente que nos rodea. No
tendrán ese aspecto brillante y perfecto que les veíamos en nuestro planeta,
serán más sencillas, incluso minúsculas, pero serán reales. Cuando nos
hayamos reconciliado con nuestra historia, también podremos hacerlo con
nuestra realidad.

El mundo real en el presente es el único mundo que existe y en él hemos de


aprender movernos. Aunque sea un mundo arrasado por una tormenta,
podemos reconstruir nuestra casa, replantar nuestras semillas, movernos a
otro lugar, conocer nueva gente.

Esto será posible porque habremos recuperado la capacidad de explorar, el


deseo de conocer, la curiosidad. No repetiremos lo mismo de siempre, sino
que, incluso ante situaciones repetidas, daremos respuestas espontáneas y
creativas. Nos estaremos rein-ventando. Pero eso sucederá siempre
partiendo de nuestra realidad objetiva, que será nuestro punto de partida.

Decir “esto es lo que hay” no tiene que ver con resignarse y quedarse en
algo que no nos gusta, tiene que ver con la aceptación. Solo podemos
modificar algo que aceptamos que existe. Y

trabajaremos para cambiar solo aquella parte que puede cambiarse, no


gastaremos nuestra energía en mover una montaña que nos quita el sol en
nuestra casa, sino que aprenderemos a escalarla, la rodearemos, la usaremos
como modelo para pintar, o vende-213
Anabel González

remos la casa y compraremos otra en un sitio distinto. En ningún caso


envejeceremos en nuestra casa mirando con resentimiento la montaña y
lamentándonos de nuestra suerte. Partiendo de la base de que la montaña
esta ahí, tomaremos nuestras decisiones, y nos moveremos para poder tener
lo que necesitamos.
Ya se verá
El tercer paso es el cambio en la perspectiva respecto al futuro.

Un pasado difícil que no tenemos asimilado condiciona de muchos modos


lo que nos queda por vivir. Las creencias que se generaron atrás es muy
posible que sigan activas, y seguiremos sintiendo que no tenemos las
riendas de nuestra vida, que no tenemos opciones, que todo el mundo nos
traicionará, que no podemos hacer nada. Cuando reescribamos nuestra
historia, también recuperaremos todo nuestro potencial. No nos pelearemos
con nosotros mismos, sino que todo lo que hay en nuestro interior jugará en
el mismo equipo. Habremos aprendido, y seguiremos aprendiendo a
protegernos y a cuidarnos. Nos abriremos a las demás personas, y
seleccionaremos relaciones más positivas en las que apoyarnos.

Con todos esos recursos, nos veremos más capaces de explorar lo que nos
rodea, y de afrontar lo que esta por venir.

También iremos aprendiendo a disfrutar de la incertidumbre.

Por eso decirnos “ya se verá” no nos dará miedo, al contrario, nos resultará
estimulante. Lo que venga será nuevo, y eso es bueno, porque ya tenemos
claro que lo malo conocido es malo, y que no nos interesa. Aunque
sintamos aún un poquito de vértigo ante lo desconocido, sabremos que es
normal y no volveremos hacia atrás. Nos arriesgaremos a salir a jugar. Ya
sabremos que las heridas se curan y cicatrizan, que aunque nos lesionemos
jugando nos recuperaremos. Tendremos claro que vale la pena vivir, con
todos los claroscuros que conlleva.

214

No soy yo

Este futuro que está por venir no es un cliché, es un cuadro realista, en


constante desarrollo y modificación. No nos dibujare-mos un futuro negro,
con “más de lo mismo”, en el que nos vemos condenados a renunciar a todo
lo que nos importa, sin horizonte.

Tampoco nos haremos un dibujo naif, lleno de magia y de cosas tan


maravillosas como imposibles. El futuro ha de ser planteado desde una
perspectiva de lo que queremos que sea perfectamente viable, como una
jugada que se puede hacer con las cartas que tenemos en la mano.
Tendremos unos objetivos, pero sin vivirlos de modo obsesivo, y si fuera
necesario, podremos reformularlos sobre la marcha en función del flujo que
marquen las circunstancias.

Le pondremos a nuestro GPS una dirección, e iremos decidiendo el camino


según lo que nos vayamos encontrando.

Como decíamos, para plantearnos así el futuro, hemos de resolver el pasado


soltando el lastre y quedándonos con los aprendizajes sanos. Quizás
tendremos que renunciar a algunas herencias que no nos interesa conservar.
Los pies han de estar bien firmes en la realidad presente, sintiéndonos en
contacto con todos nuestros recursos. Integrando el pasado y el presente,
asumiendo todo lo que somos, lo que podremos ser tiene miles de
posibilidades abiertas.

215

Anabel González

23. SOY YO, ERES TÚ, SOMOS NOSOTROS

El hombre tiene miedo de su espontaneidad. Sus antepasados de la selva


temían el fuego. Temieron el fuego hasta que aprendieron a encenderlo.

Del mismo modo el hombre temerá vivir apelando a su espontaneidad hasta


que aprenda a provocarla ya educarla. Jacob Levy Moreno.

Nuestra identidad, la forma en la que vemos a los demás y las relaciones,


irán cambiando conforme vamos avanzando en el proceso. Nuestra
conciencia de nosotros y del mundo no es algo estático, sino que está en un
constante cambio. No somos los mismos cuando somos bebés, que en la
adolescencia o en distintas etapas vitales. Nuestra visión de lo que nos
rodea también cambia. Como comentábamos, es importante no agarrarnos a
nada, dejar que nuestra conciencia de las cosas se haga fluida y pueda
nutrirse en los cambios que vamos experimentando. Una vez que soltemos
nuestras referencias, las nuevas que las sustituyan se irán estableciendo de
modo natural. De un modo gradual, surgirá una clara visión de quiénes
somos y de cómo son los demás. No nos quedaremos sin referencias, pero
estas pasarán a ser menos fijas y externas, más internas y dinámicas.
Recuperaremos la espontaneidad y la creatividad.
Soy yo.
Aprender de nuestra historia nos ayuda a entendernos de un modo más
completo. Aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos resultaban
incomprensibles han cobrado sentido a la luz de la información que hemos
ido asimilando. Hemos encontrado su esencia de cada parte de nosotros, y
todas ellas han empezado a evolucionar hacia nuevos modelos. La pelea
con nosotros mis-216

No soy yo

mos ha terminado, hemos firmado la paz.

Esto no implica que este proceso se complete nunca al 100%.

Simplemente los bloqueos están bastante disueltos, todo empieza a fluir


mejor, y estamos empujando en la dirección en la que está la salida. Aunque
manejemos la bicicleta con soltura, podemos caernos si nos encontramos
una piedra en el camino, pero simplemente nos levantamos, miramos si nos
hemos hecho daño, limpiamos la herida, y volvemos a montar. Estar bien y
aceptarnos no significa en absoluto ser perfectos, estar siempre felices y no
inmutarnos ante lo que sucede en nuestra vida.

Como hemos comentado a lo largo de este libro, hay procesos que es


importante que estén establecidos, para que los cimientos de nuestra
estructura sean sólidos. Nuestro modo de cuidarnos ha de haber mejorado, y
lo que es bueno para nosotros ha de haber subido en la lista de prioridades.
El sistema de regulación de nuestras emociones ha de funcionar en base a
sentirlas y tolerarlas, no tratar de apartarlas ni suprimirlas, hacer caso de lo
que nos piden, decirnos cosas que nos ayuden a llevarlas y encauzarlas, y
modificar nuestra perspectiva sobre lo que ocurre para que nos deje ver las
opciones que tenemos disponibles. No dejamos que nuestra mente se quede
atrapada en falsos dilemas entre opuestos, sino que buscamos la
combinación entre los extremos y las soluciones intermedias.
Es muy posible que las sensaciones antiguas sigan aparecien-do, y que en
algunos momentos los viejos patrones vuelvan a activarse. Como hemos ido
explicando, si nos hemos pasado años funcionando de una manera, esa
tendencia no va a desaparecer de un día para otro. Eso no significa que no
estemos avanzando, porque si retomamos nuestros nuevos aprendizajes y
recursos lo antes posible, volveremos de nuevo a la ruta saludable. Cuanto
más sigamos en ella, más se consolidará, y menos veces nos des-
colocaremos. Esto es lo que ocurre en el desarrollo normal.

217

Anabel González

Pese a ello, pasar temporadas más largas cuidándonos bien y regulándonos


mejor, es un cambio significativo y es muy importante que nos lo
valoremos. En los momentos malos, se nos puede olvidar por completo que
hemos hecho cambios y que hemos tenido días mejores. Por ello hemos de
recordárnoslo activamente, para mantener nuestra motivación en el proceso
de cambio en el que estamos. Así fue como Destin consiguió manejar su
bicicleta con soltura.

Lo esencial es que nuestro funcionamiento no se base en una pelea con


nosotros mismos ni en una negación de nuestra historia o de partes de
nuestra personalidad. Nuestra energía ha de encau-zarse hacia el cambio, un
cambio que no ignora el pasado, sino que se asienta en él para que no se
repita. Ya sabemos que todo lo que hay en nuestro interior puede jugar a
nuestro favor. Si no es así, hemos de retomar el trabajo de mirar ese
impulso, ese aspecto, esa parte de nosotros, y entender que hay debajo,
rescatarlo y abrazarlo. Todo lo que hay en nosotros necesita ser aceptado, y
a través de esa aceptación podrá transformarse.

El proceso de reintegración de nuestra personalidad es progresivo, y nos


traerá sensaciones nuevas. Nos sentiremos más completos, pero también
probablemente más confusos. Matices de las experiencias que hasta ahora
no notábamos, a menos que estuviésemos en contacto con recuerdos o
partes específicas, empezarán a mezclarse con los demás. Sentiremos la
experiencia con matices, como un cuadro con pinceladas de distintos
colores, en lugar de pasar de una emoción muy nítida a otra también muy
clara y opuesta. Aprender a sentir emociones mezcladas puede hacerse
extraño, pero con el tiempo será la forma normal de sentir la realidad, y nos
permitirá tener una visión más próxima a ella.

En ocasiones hay aspectos de nuestra personalidad que podemos querer


conservar en estado puro. Por ejemplo, podemos creer que si dejamos de ser
cuidadores de los demás nadie nos va a querer, o que si dejamos de tener
una parte controladora cae-218

No soy yo

remos en el caos. Sin embargo, integrar esas partes llevará a que cuidemos
de los demás de modo más equilibrado, y a que tengamos mucho más
autocontrol. Que nuestra rabia se funda con nosotros no implicará que nos
volvamos como los peores modelos que hemos conocido de esa emoción;
muy al contrario, cuando hasta la última molécula de nuestro organismo
pueda estar en contacto con nuestra rabia, la sentiremos totalmente a
nuestro modo, y notaremos mucha más firmeza, seguridad y fuerza. Cada
parte estará mucho más presente y, a la vez, la experimentaremos de un
modo completamente diferente. Nos sentiremos completos.

Sabremos quienes somos.


Eres tú.
El proceso de reconectar con nuestra experiencia y reconciliarnos con
nosotros mismos lleva también a una nueva visión de los demás. Nuestra
mirada hacia el otro aprende de cómo fuimos mirados. Si nadie nos vio, o
nos miraron con rechazo, hostilidad, o crítica, es esta manera de mirar la
que configurara el modo en el que miramos hacia dentro de nosotros. Pero
también va a marcar nuestra perspectiva hacia lo que nos rodea,
proyectando fácilmente en las demás personas lo que tantas veces vimos en
la expresión de aquellos con los que crecimos. Nos volvemos así
hipersensibles a que no se nos tenga en cuenta, al rechazo, la hostilidad o la
crítica. Detectamos estos aspectos aunque sean mínimos, mientras por otro
lado tenemos dificultades para percibir otras cosas. Amplificamos la
dimensión de esas reacciones en los demás, o incluso entendemos como
tales gestos o actitudes que no contienen ese ingrediente. Muchas personas
que han sufrido traumas interpersonales, interpretan caras neutras o incluso
positivas, como cargadas de emociones negativas.

Una segunda posibilidad es que actuemos con los demás como actuaron con
nosotros. Miramos al otro sin ver realmente 219

Anabel González

quién es, rechazamos su forma de ser, tenemos reacciones agresivas o


criticamos duramente a la gente. Es posible que seamos conscientes de ello,
y al saber lo duro que fue sufrir en carne propia esas actitudes, nos
sentiremos terriblemente mal por hacerlo nosotros. Ahí sentiremos ese “no
soy yo” del que hemos hablado.

Una parte de nosotros que rechazamos toma el control en ese momento, y


cuanto más rechazamos a esa parte, más fuera de nuestro control está.
También puede ocurrir que no tengamos conciencia de que hacemos esto.
Al no haber aprendido a mirarnos hacia dentro con aceptación y
comprensión, reflexionando sobre lo que nos ocurre, puede que solo seamos
capaces de ver las consecuencias finales de nuestras acciones. No nos
damos cuenta de la cara que ponemos, de los gestos que usamos, del tono
en el que decimos las cosas. Si estamos muy alterados puede que incluso ni
recordemos parte de lo que hemos dicho. Algunas veces, literalmente, se
nos borra un trozo de lo que ha pasado.

Vemos que el otro reacciona mal, y estamos convencidos de que lo hace


“porque sí” y sin analizar qué pasó antes, que dijimos nosotros, nos
conformamos con la explicación simple de que ocurrió

“de repente” porque la gente es mala y hace esas cosas. Pero cuando
alguien reacciona mal a algo que decimos, nuestra interacción previa con
esa persona ha tenido algo que ver, y el modo en que la secuencia continúe
va a influir mucho en cómo terminen las cosas. Para poder hacer cambios,
como hemos ido comentan-do a lo largo de este libro, hemos de ampliar
nuestra conciencia sobre nosotros mismos. Las reacciones de los demás nos
van a dar muchísima información interesante, tanto las positivas como las
negativas.

Es bueno que nos hagamos conscientes de hasta qué punto vemos a las
personas de nuestro presente desde la perspectiva de nuestra historia
pasada. Por ejemplo, podemos estar con una pareja, pero ver siempre a la
persona que nos dará todo lo que nos faltó. No vemos al individuo único
que tenemos delante, sino al príncipe azul de nuestro planeta imaginario.
Cada vez que el ser 220

No soy yo

humano real con el que convivimos se aleje de nuestro espejismo, nos


sentiremos mal o le haremos sentir mal. Nuestra mirada no será de
aceptación, sino de reproche más o menos evidente, y desde ahí es muy
difícil que el otro esté receptivo o dispuesto a hacer cambios.

También puede ocurrir lo mismo con otras relaciones. Buscamos gente


extraordinaria, al margen de los defectos que todos tenemos, que nunca nos
falle. Esperamos que nuestros padres, contra todo pronóstico, dejen de
comportarse como siempre lo han hecho. No vemos lo que realmente son, y
nos resistimos a aceptarlos con todos sus matices. Eso fue precisamente lo
que nos ocurrió a nosotros, y lo repetimos sin damos cuenta.
Aceptar al otro no implica permitirle que haga cosas que nos dañen. De
hecho, aceptar nos ayuda a protegernos porque no nos engañamos pensando
que la persona es como nos gustaría que fuera, sino que vemos bien lo que
hay. Por ello decidimos cuánto queremos estar en esa relación, a qué nivel
de intimidad es seguro llegar, y qué cosas no estamos dispuestos a tolerar.

Esta visión del otro distorsionada por nuestros propios deseos y fantasmas
nos dificulta la conexión con los demás, incluso con aquellos con los que
tenemos vínculos fuertes e incluso positivos.

Por ejemplo, podemos tratar de dar a nuestros hijos todo lo que a nosotros
nos faltó o protegerlos del daño que nosotros sufrimos.

Pero ellos son individuos nuevos y diferentes, no necesitan lo que a


nosotros nos faltó, necesitan lo que ellos necesitan. No hemos de
protegerlos de nuestra historia, hemos de protegerlos del mundo en el que
ellos viven.

Podemos también juzgar a los demás por los errores de otros.

Es frecuente que si hemos tenido un padre o un marido violento, nos


digamos que “no queremos saber nada de los hombres”, aplicando de modo
generalizado a todo un genero una conclusión que solo corresponde a
alguna persona concreta. Lo mismo ocurre si sufrimos algún error médico y
ya no confiamos en ningún 221

Anabel González

profesional, si una novia nos traicionó y pensamos que todas las mujeres
son iguales. Si vivimos con una madre muy crítica, quizás reaccionemos
muy negativamente cuando alguien nos hace ver un error, aunque lo haga
de un modo constructivo. Si nuestro marido ha sido agresivo, cuando
nuestro hijo tenga una pataleta, quizás acrecentada por lo vivido con su
padre, dejaremos de ver al niño, y las imágenes de lo que hemos vivido
pasarán a primer plano.

Todo esto funcionará como una profecía que se cumple a sí misma. Nuestra
idea previa, que se configuró en las relaciones significativas del pasado, nos
hará detectar y amplificar los elementos dañinos de esas relaciones en las
situaciones del presente.

Cada uno de esos detalles, retroalimentará nuestra creencia y nos hará decir:
“¡Ves cómo no puede uno fiarse de nadie!” o “Está claro que todo el mundo
es ... “. Por ejemplo, vemos rechazo en el compañero de trabajo que nos
saluda con mala cara, y el hecho de que le ponga la misma cara a todo el
mundo no nos hace decir

“¿qué le pasará a este hoy?”, sino que pensamos “¿por qué yo le caigo
mal?”. Nuestra reacción ante su cara, que probablemente no sea de
saludarle con normalidad o con curiosidad, producirá también un efecto en
el otro, que va a interpretarnos desde su propia historia. Funcionamos como
si tuviésemos telepatía y supiésemos con certeza por qué los demás hacen
las cosas, lo que piensan y lo que sienten, y generalmente daremos por
sentado que tiene que ver con nosotros. Confiamos de modo absoluto en
nuestra intuición. Y aunque bien es cierto que si hemos crecido o vivido en
un entorno amenazante, nuestros sensores están muy afinados para detectar
cosas que a otros pasarían desapercibidos, también lo es que estamos más
entrenados para identificar peligro o daño que para otros aspectos de la
realidad. De hecho, ante la duda, definimos como peligrosos o dañinos
muchos estímulos que no lo son. Como al soldado Juan, esto resulta una
habilidad muy valiosa en tiempos de guerra, pero se convierte en un serio
problema en tiempos de paz. Nuestro compañero de trabajo puede ponernos
mala cara porque pasó una mala noche, porque le duele el estó-222

No soy yo

mago o porque discutió con su mujer en el desayuno. También puede


ocurrir que nuestro compañero haya crecido con una madre muy hostil, y
que basándose en la predicción que formó en ese momento, sienta que todas
las personas van a funcionar igual. Él también es un soldado Juan, un
superviviente de su propia guerra particular. No todo tiene que ver con
nosotros.

Otra posibilidad es que proyectemos en las demás personas lo que no nos


gusta, o no podemos aceptar de nosotros. La rabia que escondemos en
nuestro interior podemos interpretarla en las intenciones ajenas, más allá de
lo que el otro realmente está sintiendo. Si nosotros rechazamos nuestra
rabia hasta el punto de no ser en absoluto conscientes de que está en
nosotros, podemos verla solo como un reflejo, incluso en personas que no la
están manifestando. Cuando nuestra desconexión emocional es muy grande,
puede haber una rabia interna, enterrada muy profundamente, que se filtra
en lo que hacemos de un modo tan enormemente sutil que ni para nosotros
ni para los demás es evidente. Las otras personas pueden reaccionar mal
ante eso que se filtra, y se generan así reacciones que parecen no venir de
ninguna parte, y que nadie entiende. La gente no querrá estar con nosotros,
pero si les preguntamos, no sabrán darnos un motivo “objetivo”. Como
decíamos, la desconexión emocional nos pasa una factura muy alta. Nos
deja sin claves para entender la realidad, y, sobre todo, para entender la
complejidad de las relaciones con los demás.

Puede pasar también que demos por sentado que lo que hay en nuestra
mente está por definición en la de los demás (30). Si estamos molestos,
nuestra predicción es que los demás también lo estarán. Si crecimos con
cuidadores que se contagiaron de nuestras emociones, que cuando
llegábamos a casa con nuestra herida en la rodilla, se angustiaban y se
asustaban más que nosotros mismos, podemos haber aprendido que nuestras
emociones siempre van a estar de modo automático en la mente de los
demás. Es muy probable que esto nos pase a nosotros, ya que fue el modo
de gestionar las emociones que aprendimos de nuestros primeros 223

Anabel González

modelos. Sin embargo, los estilos de regulación emocional son muy


variados, y este contagio emocional no se produce en la mayor parte de las
personas.

Los otros pueden sentir cosas muy distintas de las que nosotros estamos
sintiendo, y pensar sobre lo que sucede de formas que quizás ni
imaginamos. Las personas no somos clones, sino que tenemos mentes
autónomas que siguen sus propios procesos. Es muy importante que no nos
demos explicaciones simplis-tas sobre el funcionamiento humano. Nuestra
experiencia de la vida es solo un pequeño fragmento de la realidad. Lo que
sucedía en nuestra familia o en nuestras relaciones significativas, no es
representativo de toda la población mundial. Las normas que re-gían esas
relaciones, no funcionarán para todos. Si tendemos a interpretar el
funcionamiento, o los posibles pensamientos o emociones de los demás, de
un modo siempre muy parecido, es importante que nos ayudemos a romper
esos esquemas. Un ejercicio que nos puede ayudar es plantearnos siempre
cinco explicaciones alternativas para el comportamiento de los demás. De
ese modo nos acostumbraremos a pensar que “puede que” el otro este
molesto con nosotros, pero que igual le aprietan los zapatos nuevos que se
ha comprado, o su seguro no le quiere pagar la reparación del coche.

Otro aspecto que puede distorsionar nuestra interpretación de la conducta


de los otros es que relacionemos un elemento de su carácter con otros que
no tienen en sí ninguna conexión. Las características de las personas
significativas de nuestra vida, tanto en positivo como en negativo, pueden
asociarse en bloques.

Por ejemplo, si nuestra madre era desordenada, pero positiva y cariñosa, el


desorden en nuestra pareja nos puede parecer un de-fectillo aceptable. En
cambio, si era desordenada y además nos abandonó bastante a nivel
afectivo, el desorden nos puede resultar intolerable. Puede ocurrir lo mismo
con rasgos positivos. Por ejemplo, si nuestra madre era exigente pero se
preocupó por nosotros, y luego quedamos al cuidado de unos abuelos a los
que no 224

No soy yo

sentimos que importáramos, la exigencia tendrá probablemente una


tonalidad positiva, y la veremos como un valor en los demás.

Nos resultara útil, como comentábamos anteriormente, el hacernos la


siguiente reflexión: al igual que somos producto de nuestra historia, los
demás también lo son de la suya. Las reacciones del otro vendrán
condicionadas por sus aprendizajes y sus circunstancias. Es posible que
parte de lo que los demás sienten sobre nosotros no tenga que ver realmente
con nosotros, sino con otras experiencias suyas, que se les conectan sin que
tengan mucha conciencia de ello. Por ejemplo, si hemos comentado a un
compañero algo que ha hecho mal, y él tuvo una madre muy dura y crítica,
se molestará enormemente por nuestro comentario. El tema no tiene mucho
que ver con nosotros en particular, su to-lerancia a las críticas es muy baja,
su sistema es hipersensible a ese elemento. Esto es más cierto cuanto más
problemática, difícil o inadecuada es la conducta de los demás, ya que estos
comportamientos no suelen ser el resultado de unos vínculos previos
saludables y enriquecedores. Probablemente su interpretación del mundo
esta distorsionada, verán enemigos donde no los hay, serán poco realistas
con sus propias conductas.

Cuando nuestra mente esté más libre de patrones antiguos y nuestra energía
no se consuma peleando contra nosotros mismos, podremos mirar al otro
desde una nueva perspectiva. Lo veremos como un ser autónomo, distinto
de nosotros, con su propia historia y su propia forma de ver el mundo.
Conscientes de que no tenemos verdadera telepatía, no sacaremos
conclusiones precipitadas, y no daremos nada por sentado. Por ejemplo, si
nuestro jefe nos grita en el trabajo, podemos plantearnos que podría tener
que ver con nosotros, pero también muchas otras cosas. No pensaremos

“por qué la pil a siempre conmigo” ni lo asociaremos inconscientemente


con los gritos de nuestra expareja. Podremos llegar a pensar solo “este
hombre tiene un problema de autocontrol” o “¿qué mosca le habrá
picado?”. Esta reflexión por sí misma, poniendo parte del problema en el
otro, nos ayuda ya a coger más distancia 225

Anabel González

emocional que si simplemente damos por sentado que tiene que ver con
nosotros, y que todo el mundo nos trata mal. Puede haber muchas
explicaciones, y no tenemos información sobre la historia de esta persona,
pero está claro que en algún lugar habrá aprendido a entender el mundo así
y a funcionar como lo hace. Nos plantearemos que igual tuvo padres
exigentes y autoritarios que le han hecho ser tan intransigente, con lo que
no nos consideramos la única causa de su reacción, sino que entendemos
que una parte puede estar magnificada por sus propios procesos, y eso no
tiene que ver con nosotros.

Una vez que nos hacemos esta reflexión, podremos pensar más
tranquilamente en si nosotros hemos hecho algo mal. Quizás pusimos mala
cara sin darnos cuenta, o puede que hayamos cometido un error. Si hemos
practicado mucho a cometer errores, y esto ya lo vemos como algo normal,
podremos admitir sin problemas cuando nos estamos equivocando. Si ya no
nos machacamos o criticamos internamente en exceso, podremos tener una
autocrítica sana y realista. Si en el trabajo no hacemos las cosas bien, tiene
todo el sentido que nuestro jefe nos corrija. Si lo hace de modo
desproporcionado o irrespetuoso, por supuesto que no es de recibo, pero eso
no quita que valoremos si nosotros también tenemos que cambiar alguna
cosa. Repasamos nuestro comportamiento para ver si identificamos algún
error, y manejando nuestra culpa sana, lo asumimos, reconocemos y
corregimos. Si tras un análisis realista no vemos que hayamos hecho nada
inadecuado, nos quedamos tranquilos aunque el siga enfadado, porque le
damos más valor a nuestra opinión que a la suya. Ninguna de estas ideas las
tomamos como conclusiones tajantes, porque hemos aprendido a desconfiar
de las certezas absolutas. Nos planteamos distintas hipótesis para explicar
las cosas, analizamos los hechos objetivos, y sacamos conclusiones con
cierta seguridad, aunque las dejamos abiertas.

Superar nuestra historia nos limpia la mente de residuos del pasado, y nos
permite ver la imagen real de las personas que tene-226

No soy yo

mos delante. Aceptarnos a nosotros mismos nos ayuda a aceptar también a


los demás. Situarnos de este modo delante de los otros tiene una gran
influencia en las relaciones con ellos, y hace más fácil que estas
evolucionen de un modo positivo.
Somos nosotros.
Vernos en todos nuestros matices, despegarnos de nuestra historia sin
olvidarnos de ella, y entender al otro como un ser autónomo nos coloca en
las relaciones de un modo completamente distinto, más libre, espontáneo y
fluido. Desde esta nueva posición es posible un auténtico encuentro con el
otro. Podremos mostrar quienes somos y ver a la persona real que tenemos
delante. Este encuentro es una de esas experiencias humanas que es
importante no perderse, porque son las que hacen que la vida acabe valien-
do la pena. Tanto los momentos fugaces, con personas que quizás vemos en
una única ocasión, como las relaciones duraderas, se experimentan así
desde una sensación de autenticidad.

Esta conexión es distinta de la vinculación intensa que sentimos cuando


seguimos aún atascados en nuestras historias, que tiene que ver con
vislumbrar en el otro el mismo desamparo, el mismo niño asustado y
vulnerable que nosotros sentimos dentro, los mismos fantasmas internos.
Curiosamente no solo lo que sentimos internamente, sino más aún aquello
que no aceptamos en nosotros, nos atrae en la otra persona con una enorme
potencia.

Como nos hemos olvidado de mirarnos hacia dentro, las cosas de las que
nos desconectamos pueden resultarnos evidentes solo en los ojos del otro.
Esta sensación de enganche puede confundirse con la amistad o el amor
“verdaderos”, pero es realmente un síntoma de nuestros temas no resueltos.
Son nuestros niños rechazados, ignorados y dolientes los que se enganchan,
muy al margen de nuestra razón y de nuestra conciencia. Las relaciones
basadas en estos sentimientos suelen estar cargadas de angustia, activan 227

Anabel González

nuestra necesidad de aferrarnos o de huir, y acaban generando de nuevo


sufrimiento o dolor.

Esta es, entre otras muchas, una de las razones que hace que tendamos a
implicarnos en relaciones patológicas una y otra vez.
Este hecho es una de las paradojas más curiosas a las que pueden llevarnos
las situaciones traumáticas. Por mucho que tratemos de no volver a vivir
una experiencia como la que pasamos, acabamos misteriosamente con el
mismo tipo de persona, o repitiendo situaciones similares. No es nuestro
adulto el que elige a las parejas o a los amigos, sino el niño interno que no
queremos ser pero que precisamente por eso, sigue ahí sin haber podido
aprender de la experiencia. Nuestras necesidades no cubiertas van por libre,
y vuelven a buscarlo en aquello que le resulta familiar. Una persona que
haya tenido la suerte de haber crecido en una familia sana y haber tenido
relaciones más positivas, no tendrá esas carencias tan marcadas, y por ello
no sentiremos con ella una conexión tan potente. Pueden parecernos menos
“como nosotros” o pensaremos que no les importamos “lo suficiente”. De
modo que tenderemos a relacionarnos más con personas que resuenan con
nosotros, y con las que compartiremos también problemas similares.

El encuentro sano con el otro es un sentimiento más sereno, más pleno, más
sólido, más real. También es más duradero, más estable y más seguro.
Cuando nos reconciliemos con todos los aspectos que componen nuestra
personalidad y curemos las heridas que nos han dejado los recuerdos,
nuestra forma de estar en el mundo y de relacionarnos será diferente y más
gratificante.

Cierto que los demás pueden estar en otra situación o en otro momento
vital, y funcionar de modos poco sanos, pero nuestro modo de gestionarlo
será más productivo. No nos vincularemos con los otros buscando en ellos
protección y seguridad, sino que, con nuestra creciente seguridad interior,
iremos siendo capaces de establecer lazos de cooperación con otras
personas, de enten-derlos y de ayudarles a entendernos. Podremos activar
los sistemas de protección cuando sea preciso, pero mientras tanto no lo 228

No soy yo

sentiremos necesario.

Todos los cambios que hemos ido describiendo en este libro son posibles
para todos y cada uno de nosotros. Algunos serán más fáciles que otros,
seguramente llevarán mucho tiempo, pero solo dependen de cómo y cuanto
trabajemos en esa dirección.
Como Destin y su bicicleta, los patrones más arraigados de nuestras redes
de memoria pueden ser modificados, si practicamos a diario durante el
tiempo suficiente. Si solo leemos este libro, le vemos sentido a algunas
cosas, pero no trabajamos en ello, se quedará en una reflexión interesante.
Como en la historia del niño y el pueblo, este libro es solo un puñado de
semillas. Hagámonos la reflexión de que queremos hacer con ellas.

https://www.facebook.com/SeaOfLetters

229

Anabel González
ALGUNAS REFERENCIAS
Este libro trata de ser una síntesis asequible de las teorías sobre el trauma, la
disociación, el apego y la regulación emocional, en el que se integran
propuestas e investigaciones de todas estas áreas, que sería muy largo
referenciar aquí. Se han incluido únicamente algunos textos y autores de
cara a clarificar los conceptos clave y aportar algunas sugerencias de
lecturas adicionales y complementarias.

1. Bessel van der Kolk habló de los trastornos de estrés extrema, reacciones
psicológicas ante experiencias vitales graves y abrumadoras, y sus
consecuencias psicológicas. Un libro de este autor esta traducido al español:
El cuerpo lleva la cuenta.

Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Editorial Eleftheria.

2. Judith Herman definió el concepto de estrés postraumático complejo,


para distinguirlo del estrés postraumático que se generaba ante un único
incidente grave. La segunda edición está a la venta en ingles: Trauma and
Recovery: The Aftermath of Violence. From Domestic Abuse to Political
Terror. Editado por Basic Books.

3. Jennifer Freyd (1998) propone que la traición es el elemento clave que


hace que una experiencia se convierte en traumática, sobre todo en el
contexto de la infancia. Un libro de la autora en el que se expone esta teoría
es Betrayal Trauma: The Logic of Forgetting Childhood Abuse, publicado
por Hardvard University Press.

4. Dicen los autores del capítulo citado más abajo, que cuando pensamos en
el trauma infantil, es frecuente relacionarlo con el abuso físico o sexual y el
sentir que nuestra integridad física se ve amenazada. Sin embargo, la
experiencia de amenaza 230

No soy yo
es muy diferente en la infancia. Los niños están preparados para confiar en
que sus cuidadores les protejan y regulen sus emociones. Cuando estos
cuidadores no están disponibles para hacer esto, se genera lo que
denominan traumas ocultos, que se derivan no tanto de lo que ocurre, sino
de lo que falta. (Bureau, Martin, & Lyons-Ruth, 2010: The effects of life
trauma: Mental and physical health. Attachment dysregulation as hidden
trauma in infancy: Early stress, maternal buffering and psychiatric
morbidity in young adulthood. En el libro: The impact of Early Life Trauma
on Health and Disease: The Hidden Epidemic, editado por Ruth Lanius,
Eric Vermetten y Clare Pain en la Editorial Cambridge University Press.

5. Martin Teicher es un investigador que ha trabajado en analizar la


influencia de distintos tipos de traumas en el desarrollo del sistema
nervioso. Las experiencias pueden marcarnos de forma diferente en función
del momento evolutivo en que cada tipo de experiencia se produce. Estas
experiencias pueden influir en cómo se desarrolla nuestra personalidad y
contribuir a que se produzcan más adelante distintos tipos de problemas
psicológicos. (Véase por ejemplo el artículo de Schalinski, Teicher, Nischk,
Hinderer, Miiller, & Rockstroh, 2016. Type and timing of adverse childhood
experiences differentially effect severity of PTSD, dissociative and
depressive symptoms in adult inpatients. BMC Psychiatry, 16).

6. La Asociación Europea de Trauma y Disociación (ESTD) reú-ne a los


profesionales interesados en estos cuadros, y aporta recursos para su
comprensión y tratamiento (www.estd.org).

Otra asociación con similares objetivos es la ISSTD (Interna-tional Society


for the Study of Trauma and Dissociation (www.

isst-d.org). Existen también dos revistas científicas específicas: El Journal


of Trauma and Dissociation y el European Journal of Trauma and
Dissociation.

7. Onno van der Hart, Ellert Nijenhuis y Kathy Steele definieron el


concepto de disociación estructural de la personalidad, para describir esta
fragmentación. Otro de los aspectos que seña-231

Anabel González
lan es la importancia de tomar conciencia sobre lo que nos ha sucedido y su
influencia en la forma de funcionar que tenemos en el presente, para poder
liberarnos de ello y afrontar el futuro de otro modo. Su libro de referencia,
El Yo Atormentado, esta editado en español por Desclee de Brower.

8. Giovanni Liotti es un autor que ha trabajado mucho sobre los estilos de


apego desorganizados y su relación con la fragmentación mental o
disociación de la personalidad. Definió también lo que llamó estrategias
controladoras, en las que la agresión hacia los cuidadores, o cuidar a los
cuidadores, ocupan el lugar de la conexión sana ante la ausencia de un
vínculo de apego (Liotti, 2009; Attachment and dissociation. En el libro de
Dell y O’Neil: Dissociation and the Dissociative Disorders: DSM-V and
Beyond, pag. 53-ó5. Editorial Routledge/Taylor & Francis Group).

9. En este artículo se describe cómo las perdidas que sufren las madres en
los primeros dos años tras el nacimiento del hijo, afectaran al vínculo de
apego con ellos (Ver Liotti & Pasqui-ni, 2000: Predictive factors for
borderline personaliry disorder: Patients’ early traumatic experiences and
losses suffered by the attachment figure. Acta Psychiatrica Scandinavica,
102, 4: 282-289).

10. James Gross ha revisado en profundidad los procesos de regulación


emocional, sobre todo lo que se relaciona con la regulación cognitiva de las
emociones. Las situaciones que generan las emociones y lo que hacemos
con ellas van a con-dicionar cómo se resuelve nuestro estado emocional. Lo
más sano para el autor es seleccionar bien las situaciones en las que
estamos, decidir cuánto nos quedamos en ellas, y una vez que la emoción
está activada, sin tratar de evitarla ni de suprimirla, la reformulemos para
verla desde la perspectiva que más nos ayude. Hay numerosas
investigaciones y textos sobre regulación emocional, un campo en
desarrollo en la neurociencia y la psicoterapia (Gross, 2015. Handbook of
Emotion Regulation. Second Edition. Guilford Press).

232

No soy yo
11. Un libro en el que podemos profundizar en esta idea, es Rein-venta tu
vida: Como superar las actitudes negativas y sentirse bien de nuevo, de
Janet Klosko y Jeffrey Young (2012). Jeffrey Young desarrolló la terapia de
esquemas, basada en la comprensión de los distintos estados mentales desde
los que funcionamos, y su origen en nuestras experiencias vitales, sobre
todo las que ocurrieron en la infancia. Aunque los estados que describimos
aquí no son los mismos, la idea de base es similar.

12. Pueden revisarse los artículos fundamentales de Stephen Porges en la


traducción española de su libro, La Teoría Polivagal.

Editorial Pleyades.

13. Jo Marchant revisa en un libro interesante y de fácil lectura cómo


cuerpo y mente pueden influirse recíprocamente: Cú-rate: Una incursión
científica en el poder que ejerce la mente sobre el cuerpo. Publicado en
español en 2017 por editorial Aguilar.

14. HRV corresponde a las siglas Hearth Rate Variability, o va-riabilidad


del ritmo cardíaco. Puede verse una revisión de las investigaciones y
aplicaciones clínicas sobre HRV el libro de Donald Moss, y Fred Schaffer
de 2004: Biofeedback. Applied Psichophysiology and Biofeedback, 29,1:
75-78.

15. La Sociedad Española de Biofeedback y Neurofeedback (SEBINE) se


centra en el estudio de tratamientos basados en la re-troalimentación del
sistema nervioso central (neurofeedback) o de funciones periféricas
(biofeedback) de cara a mejorar su funcionamiento (www.sebine.org).

16. El estudio ACE (Adverse Childhood Experiences), analizó la influencia


de haber sufrido diez tipos de adversidades en la infancia o la adolescencia,
incluyendo abuso físico, emocional o sexual, abandono, pérdidas, ser
testigo de violencia hacia la madre, vivir con una persona con alcoholismo,
drogadicción o enfermedad mental, que alguien en la familia se suicidase o
hubiese ido a la cárcel. Los resultados han dado lugar a numerosas
publicaciones científicas, en las que se muestra la rela-233

Anabel González
ción entre estas experiencias, sobre todo cuando se acumulan varias, en
muy diversos tipos de patologías psiquiátricas y somáticas (Vease por
ejemplo: Bellis, Hughes, Hardcastle, Ash-ton, Ford, Quigg, & Davies,
2017. The impact if adverse childhood experiences on health service use
across the life course using a retrospective cohort study. Journal of Health
Services Research & Policy, 22, 3: 1ó8-177).

17. Daniel Siegel explica maravillosamente la relación entre las


interacciones cuidador-niño y el desarrollo emocional del cerebro, en su
libro El cerebro del niño (Alba Editorial). Un libro de fácil lectura sobre
cómo se aprende la regulación emocional.

18. Mary Main y Judith Solomon definieron un subtipo de problema de


apego que denominaron desorganizado. Señala Main que este se deriva de
que la figura de apego sea percibida por el niño como atemorizada y / o
atemorizante. Esta conducta del cuidador ocurre de modo inesperado,
debido a disparadores internos de este, y su carácter inexplicable alarmará
al niño. La figura cuidadora será a la vez el lugar al que ir a buscar
protección y el lugar del que procede la alarma que activó el sistema de
apego (Main & Solomon, 1986. Discovery of a new, insecure-disorganized/
disoriented attachment pat-tern. En el libro de Yogman & Brazelton,
Affective development in infancy, pag. 95-124. Editorial Ablex; ver
también Main & Hesse, 1990: P arent’s unresolved traumatic experiences
are related to infant disorganized attachment status: Is frightened and/ or
frightening parental behavior the linking mechanism?

En Greenberg, Chicchetti & Cummings (Eds) Attachment in the preschool


years: Theory, research and intervention, 1ó1-182.

Editorial University of Chicago Press.

19. La psicoterapia cognitivo-analítica es una síntesis entre las terapias


cognitivas y las psicodinámicas, que proceden del psicoanálisis. Uno de los
conceptos desde los que trabaja es identificar nuestros problemas y
encuadrarlos como trampas (soluciones que complican más las cosas),
dilemas (falsas elecciones entre opuestos) y pegas (cosas que nos llevan ha-
234
No soy yo

cia atrás cuando tratamos de mejorar). Otro concepto interesante de esta


terapia es cómo nuestro estado mental dispara en el otro una respuesta
complementaria, y nos mete a veces en bucles relacionales (roles
recíprocos). Un libro para profesionales sobre este abordaje es Psicoterapia
Cognitiva Analítica de Anthony Ryle e Ian Kerr (2006), editado por
Desclée de Brower.

20. La indefensión aprendida se describió inicialmente en animales cuando


se tienen que enfrentar repetidamente a estímulos dolorosos o negativos de
los que es imposible escapar y que no se pueden evitar. Después de esta
experiencia, el organismo no sabe recurrir al escape o la evitación en
nuevas situaciones en las que sí sería posible y efectivo. Aprenden que el
estímulo negativo debe ser aceptado, que han perdido el control y se rinden
antes de intentarlo. Esta reacción se ha relacionado con la depresión y otros
trastornos mentales (Seligman, 1975. Helplessness: On Depression,
Development, and Death.

Freeman/Times Books).

21. En www.smartereveryday.com este ingeniero explora el mundo usando


la ciencia, y plantea nuevas perspectivas sobre las cosas.

22. Lerner definió lo que denominó “hipótesis del mundo justo”, que
consiste en que la gente necesita creer (contra la aplas-tante evidencia de la
que dispone) que el mundo es un lugar justo, con un orden, donde la gente
suele conseguir lo que se merece. Cuando se observa una injusticia, se trata
de ayudar a la víctima para restaurar ese orden, y cuando esto no es posible,
se puede pasar a culparla de que le haya ocurrido.

La disonancia cognitiva que supone asumir que las cosas no siguen ninguna
norma, y que no tenemos ningún control, resulta intolerable (Lerner, 1980:
The Belief in a Just World.· A Fundamental Delusion. Plenum Press).

23. Marsha Linehan ha desarrollado la llamada Terapia Dialéctico-


conductual para el tratamiento de personas con trastorno de personalidad
límite, una de cuyas características es la inesta-235
Anabel González

bilidad emocional y la tendencia a tener reacciones extremas.

Esta terapia se ha usado posteriormente para otro tipo de problemas. Uno de


los puntos en los que se trabaja, es en salir de estas reacciones polarizadas,
y de encontrar un equilibrio entre la aceptación radical de uno mismo y de
la realidad, y el compromiso hacia el cambio saludable (Linehan, 2003.
Manual de tratamiento de los trastornos de personalidad límite.

Editorial Paidós).

24. Smith (2014) describe en su libro Cuando digo no, me siento culpable
(Editorial Mondadori), una guía sencilla de cómo entrenarnos para ser más
asertivos, para saber decir que no sin ceder y para responder a las críticas y
la manipulaciones.

Desde la perspectiva que estamos describiendo en este libro, nos dibuja un


modelo de expresión de la rabia que está en un punto intermedio entre la
explosión descontrolada y la contención y la sumisión.

25. La terapia EMDR es un tipo de psicoterapia desarrollada en las últimas


décadas, que ha sido reconocida por la Organización Mundial de la Salud
como una alternativa para el tratamiento del trastorno por estrés
postraumático. Para entender el modelo de trabajo de EMDR y sus bases
neurobiológicas, un buen libro es Supera tu Pasado (2014), de la psicóloga
esta-dounidense Francine Shapiro. Puede consultarse información sobre
EMDR en la pagina de la Asociación Española de EMDR

(www.emdr-es.org) o en la del EMDR Institute (www.emdr.org), en la que


se recoge el gran numero de estudios científicos que avalan la eficacia de
esta psicoterapia.

26. Cuando se analizan distintos tratamientos, se ha visto que en los


problemas que se derivan de experiencias traumáticas, las terapias que se
orientan específicamente a trabajar con esas experiencias funcionan mejor
que las psicoterapias genéricas que no se centran en este área (Ehlers et al.,
2010. Do all psy-chological treatments really work the same in
posttraumatic stress disorder? Clinical Psychology Review, 30, 2: 2ó9-
27ó).

27. Las técnicas de mindfulness se han popularizado - y trivializa-236

No soy yo

do - de modo importante en los últimos años. Los elementos básicos son la


aceptación, la conciencia plena que nos ayuda a estar y percibir en
profundidad el momento presente, y la compasión como modo de mirar el
mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Una introducción fundamentada
a esta terapia puede encontrarse en el libro de Vicente Simón y Cris-topher
Germer (2011), Aprender a practicar Mindfulness, Sello Editorial.

28. La terapia de aceptación y compromiso es una de las denominadas


terapias de tercera generación, que se derivan de la terapia cognitivo-
conductual. En esta orientación se tratan de extraer los elementos comunes
a distintas psicoterapias, que son los que se relacionan con el cambio.
Según esta propuesta, el sufrimiento supone siempre un añadido sobre lo
que la vida nos genera, y se deriva de la falta de aceptación, la fusión con
nuestras creencias disfuncionales y la falta de compromiso hacia el cambio
saludable. Un libro introductorio es: Hayes (2013). Sal de tu Mente, entra
en tu Vida. La nueva Terapia de Aceptación y Compromiso. Editorial
Desclée de Brouwer.

29. Aparte de El yo atormentado que mencionábamos antes, un manual más


practico y orientado a pacientes es Vivir con Disociación Traumática, de
Suzette Boon y Kathy Steele. Ambos están traducidos al español y
publicados en Editorial Desclée de Brouwer.

30. Antony Bateman y Peter Fonagy han elaborado la Terapia Basada en la


Mentalización, que procede de planteamientos psi-coanalíticos y está muy
relacionada con las teorías sobre el apego. Los autores señalan que solo
aprendemos a pensar con perspectiva sobre nuestros procesos mentales y a
ver la mente de los demás como algo diferenciado de la nuestra, si nuestras
primeras relaciones se han basado en una forma sana de vinculación.
Cuando los cuidadores se dan cuenta de cómo nos sentimos, nos reflejan
nuestros estados mentales, y los entienden como distintos de los suyos, más
adelante inte-riorizaremos estos modelos de relación con nosotros mismos
237

Anabel González

y con los demás. Esta capacidad de mentalización puede en-trenarse a


través del proceso psicoterapéutico (Bateman & Fonagy, 201ó. Tratamiento
Basado en la Mentalización. Editorial Desclée de Brower.

238

No soy yo
SOBRE LA AUTORA
Anabel González es psiquiatra y psicoterapeuta, con formación en diversas
orientaciones como terapia de grupo, terapia cognitivo-analítica, terapia
sistémica y terapias orientadas al trauma. Doctora en Medicina y
Especialista en Criminología. Pertenece a la directiva de la Sociedad
Europea de Trauma y Disociación (ESTD) y es vicepresidenta de la
Asociación EMDR España. Trabaja en el Hospital Universitario de A
Coruña (CHUAC), coordinando el Programa de Trauma y Disociación,
orientado a pacientes con traumatización grave. Desde hace años imparte
formación sobre trastornos disociativos, trauma, apego y regulación
emocional. Es entrenadora acreditada de terapia EMDR. Es colaboradora
docen-te en el CHUAC, donde coordina la formación en psicoterapia de los
residentes MIR. Participa como profesora invitada en el Master en
Psicoterapia EMDR de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
(UNED). A nivel de investigación, dirige varios proyectos en el campo del
trauma y el tratamiento con EMDR de diversos trastornos. Ha publicado
numerosos artículos sobre disociación, trauma y EMDR, y es autora/
coautora de los libros Trastornos Disociativos, EMDR y disociación, el
abordaje progresivo, EMDR y TLP (los tres en Ed. Pleyades), y Trastorno
de Identidad Disociativo (Ed. Síntesis).

www.anabelgonzalez.es

239

Anabel González
Otros libros de la autora
Trastornos disociativos. Anabel González (2013). Ed. Pléyades.

Los trastornos disociativos son cuadros clínicos frecuentes, aunque muchas


veces pasan desapercibidos debido a la mezcla de síntomas que presentan.
Su tratamiento requiere de una metodo-logía específica, que permita
abordar la fragmentación mental que presentan. En este libro se describe de
un modo practico su origen, características y tratamiento.

EMDR y disociación: El abordaje progresivo. Anabel González y


Dolores Mosquera (2013). Ed Pléyades.

La terapia EMDR es un abordaje basado en evidencia empírica para el


TEPT, que precisa de adaptaciones cuando se aplica en problemas
postraumáticos más complejos, y en particular en los trastornos
disociativos. Un libro para terapeutas formados en EMDR, donde se
describen procedimientos para trabajar con esta psicoterapia en cuadros
postraumáticos graves.

Trastorno límite de la personalidad y EMDR. Dolores Mosquera y


Anabel González (2014). Ed. Pléyades.

El trastorno límite necesita de un abordaje integrador, que incluya el


tratamiento de los problemas en el apego temprano y la historia traumática
frecuentemente asociados a esta patología. El trabajo con EMDR se orienta
a estas áreas, recorriendo aspectos como el autocuidado, la regulación
emocional y los problemas interpersonales.

Trastorno de identidad disociativo o personalidad múltiple.

Anabel González y Dolores Mosquera (2015). Ed Síntesis.

El trastorno de identidad disociativo, antes conocido como personalidad


múltiple, es el más grave de lo trastornos disociativos.
Según los estudios de prevalencia en distintos países, en torno a un 5% de
los pacientes en las consultas de salud mental tendrán este diagnóstico. El
texto recorre los factores que lo originan, sus características clínicas y las
estrategias terapéuticas especificas.

240

No soy yo

241
Anabel González

242

También podría gustarte