No Soy Yo Anabel Gonzalez 1
No Soy Yo Anabel Gonzalez 1
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No soy yo
No soy yo
Anabel Gonzalez
https://www.facebook.com/SeaOfLetters
Anabel González
DEDICATORIA
Para todos los pacientes que han pasado por el Programa de Trauma y
Disociación del Servicio de Psiquiatria del Hospital de A Coruña
(CHUAC), este libro se ha ido construyendo en base a sus dudas, nuestras
reflexiones conjuntas y las distintas situaciones que se planteaban en sus
procesos terapéuticos.
Para Ruth, María Jesús, Pablo, Belén, Juan José, Inés, Ana, Inma y Adriana,
que en su rotación por el programa me ayudaron a llevar y evaluar el
trabajo en los grupos, y contribuyeron con sus preguntas y aportaciones a
elaborar y estructurar las intervencio-nes.
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No soy yo
INDICE
1. Introducción
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3. Reaprendiendo a sentir
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4. Recuerdos en la niebla
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6. Escuchando al cuerpo
59
97
11. Me protejo
105
129
142
152
de lo malo
brio
179
188
198
22. Así fueron las cosas, esto es lo que hay, y ya se verá 209
23. Soy yo, eres tú, somos nosotros
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AGRADECIMIENTOS
La contribución más importante a este texto procede de los pacientes que he
tratado a lo largo de mi vida profesional, y de sus esfuerzos por recuperarse
de las historias que les había tocado vivir. He podido acompañar a muchas
de estas personas en sus procesos de entenderse a sí mismos y cambiar las
consecuencias de esas experiencias. De sus dudas y dificultades ha ido
surgien-do una manera de entender los problemas psicológicos que se
derivan de experiencias traumáticas, y las áreas a trabajar para resolverlos.
Las áreas teóricas que más peso han tenido en mis planteamientos son las
teorías sobre la disociación y el trauma complejo que, siendo este libro
divulgativo, no he querido pararme a detallar.
No soy yo
Con mis compañeras Lucía del Río y Ania Justo, hemos trabajado en la
investigación de la relación entre disociación psicológica y somática,
regulación emocional y psicosis. Las reflexiones sobre estos temas también
han enriquecido este libro.
Anabel González
1. INTRODUCCIÓN
Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una
cosa: la libertad de elegir como responder a esas circunstancias. Viktor
Frankl.
Sara tiene dolores de cabeza, que según los médicos son ten-siónales. Sin
embargo, a ella no le encaja porque no los relaciona con ninguna situación
que la preocupe ni ocurren precisamente cuando se encuentra nerviosa.
Marcos de vez en cuando pierde el control. No es que tenga mal carácter,
pero es cierto que determinadas cosas le hacen saltar como un resorte, y
luego se siente muy mal por lo que ha hecho. Lucía sufre depresiones desde
siempre, pero su estado de ánimo ha empeorado mucho en los últimos años.
Desde que recuerda ha tenido tendencia a ser una persona negativa,
pesimista, y a no valorarse en absoluto. ola empujan a hacer cosas que no
quiere hacer. Josefa es el pilar de su casa, la mujer fuerte de la familia, y
siempre se hace cargo de los problemas de cuantos la rodean. Darío vive en
una angustia permanente, atormentado por recuerdos constantes, que le
hacen sentirse como si estuviera ocurriendo todo otra vez. Pedro no cree
que tenga ningún problema, pero su mujer le recrimina que no es cariñoso
con ella, y que no hay modo de llegar a él.
¿Qué tienen en común todas estas personas? Sus situaciones parecen bien
diferentes, y probablemente si han consultado a un profesional de la salud
mental, hayan sido diagnosticados de patologías muy diversas. Sin
embargo, sus problemas se derivan de experiencias traumáticas, ocurridas
en etapas muy sensibles de sus vidas, que pueden ser prolongadas y graves.
También, como consecuencia de sus historias, la forma en la que regulan
sus emociones esta alterada. Cada uno ha reaccionado ante lo que les ha 8
No soy yo
Anabel González
Además del impacto de las guerras, en las últimas décadas ha ido cobrando
también importancia el estudio de la violencia que ocurre dentro de las
familias, sobre todo hacia las mujeres y los niños. Estas son otro tipo de
guerras, muchas veces con bombas que no se oyen y heridas que no se ven,
pero cuyas consecuencias tanto a corto como a largo plazo pueden ser
devastadoras.
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Por todo ello, el objetivo central de este libro es ayudar tanto a pacientes
como a profesionales a comprender por qué se desarrollan y se mantienen
estos problemas. La mirada hacia uno mismo, y la capacidad de conectar
con los demás, configurada inicialmente para adaptarse a un contexto hostil,
ha de reformu-larse por completo. Hemos de aprender a mirarnos con ojos
nuevos. Nuestra perspectiva sobre los demás y sobre el mundo ha de
evolucionar y flexibilizarse. Si conseguimos entender, podremos empezar a
cambiar.
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Juan consiguió sobrevivir a una guerra que había durado muchos años, de
hecho había empezado mucho antes de que él naciera. Generaciones de sus
antepasados llevaban décadas luchando sin que nadie supiese decir cómo
empezó aquel conflicto ni por qué continuaban peleando. Ese fue el mundo
en el que le tocó crecer, y hasta que se fue a otro país, ni siquiera sabía que
existiese un lugar diferente.
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Podía ver todas estas situaciones sin que le afectaran, y fueron tantas que
desarrolló una anestesia permanente. Ya no sentía, ya no había dolor, ni
miedo, ni tristeza. Lo único que ocupaba su mente era cómo sobrevivir a
cada día, a cada momento. El sufrimiento era un lujo que no se podía
permitir.
Juan tenía solo 18 años cuando se subió al barco que le lleva-ría a un país
distinto, dejando la guerra tras de sí. Emocionalmente, sin embargo, se
sentía a la vez como un anciano sin fuerzas, y como un niño que no había
tenido oportunidad de crecer.
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Estos dos sistemas implican hacer algo, pero ¿qué hacer cuando no se puede
hacer nada?, ¿cómo protegernos cuando nos ataca un depredador y no hay a
dónde escapar? En la naturaleza, de nuevo, todo es mucho más sencillo. En
una manada de leones, todos bajan la cabeza ante el jefe, a menos que
crezcan lo suficiente como para plantarle batalla. Ningún cachorro osaría
intentarlo.
Sin embargo, si siendo niños nos amenaza un profesor, un niño de más edad
o más envergadura, o alguien de nuestra familia, es posible que nos
sintamos mal con nosotros mismos por bajar la cabeza y evitar la mirada,
dos estrategias muy útiles y sensatas para la supervivencia. Nuestro
organismo escoge desde su sabiduría instintiva la reacción que mejor nos
puede proteger en esas circunstancias. Pero nuestros pensamientos no nos
perdonan por ello, y nos dicen que “no hemos hecho lo suficiente”. Esta
creen-20
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3. REAPRENDIENDO A SENTIR
Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y com-
prenda la vida, no puedo tocarla. Fernando Pessoa.
- a mayores - es habitual que los que nos rodean no sean capaces de darse
cuenta de cómo nos sentimos ni de ayudarnos a entender nuestras
reacciones. Esta falta de sintonía del entorno refuerza aún más nuestra
desconexión.
Atenuarlos nos anula nuestras referencias sobre lo que ocurre y cómo nos
afecta, sobre lo que necesitamos y cómo conseguirlo.
Anabel González
automática, y nos pone a salvo, nos hace escapar de una amenaza antes aún
de que nos paremos a pensarlo. Cuando el miedo es proporcionado a la
situación que tenemos delante, es un importante recurso.
La rabia es una emoción que tiene mala prensa, pero en realidad tiene
mucho que ver con nuestro instinto de supervivencia.
Junto con el miedo son además las dos reacciones de protección activa, las
que se ponen en marcha a nivel instintivo en primer lugar. Si nuestro
oponente nos supera en fuerza, esta reacción es bloqueada por el organismo
automáticamente. Un perro puede pelear con un gato, pero saldrá corriendo
ante un león. Esta rabia, una emoción orientada a salir para fuera, a luchar
contra la amenaza, se queda “metida dentro” y se convierte en síntomas.
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Cuando sentimos tristeza y a la vez rabia por sentirla, no dejamos que fluya,
la empujamos hacia adentro de nuevo. Y aquello que no dejamos salir, se
nos queda dentro. Puede que no lo notemos, pero enterrar emociones
siempre nos pasa factura.
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No soy yo
La alegría es energía, y tiene que ver con la ilusión, con las ganas de hacer
cosas. Tener buenos momentos es alimento emocional, tan necesario como
la comida. Pese a su carácter claramente positivo, no todo el mundo vive
bien esta emoción. Muchas veces el pensamiento de “detrás de algo bueno
siempre viene algo muy malo”, o la idea de “no tengo derecho a ser feliz”
aparece como un fantasma que enturbia los buenos momentos y hace que
generen malestar.
Algunas personas sienten que solo pueden dedicar su tiempo a hacer tareas
útiles o a ocuparse de otras personas. Hacer cosas sin ninguna finalidad, o
simplemente agradables para ellos, es algo que no se permiten, ya que les
genera culpa o incomodidad.
La culpa es más un sentimiento que una emoción básica, y como todos los
elementos anteriores, tiene también una finalidad sana. La culpa sana se
llama responsabilidad, y es lo que nos permite aprender y corregir nuestros
errores. Para que funcione bien, necesitamos que sea proporcionada a la
situación. Si hemos acumulado demasiada, nos sentiremos culpables en
exceso, incluso en situaciones en las que la responsabilidad les corresponde
a otros en mayor medida que a nosotros. Cuando esto ocurre, en lugar de
aprender de nuestras equivocaciones, nos bloqueamos y nos hundimos.
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Anabel González
Muchas veces cuando nos culpamos por cosas del pasado hacemos trampas.
No valoramos lo que pudimos hacer teniendo en cuenta lo que sabíamos en
aquel momento, las opciones que estaban a nuestro alcance, nuestro estado
emocional, nuestra edad ... Nos decimos “si ahora volviera a vivir aquello
haría cosas completamente diferentes”, pero resulta que ahora tenemos
claves de las que entonces no disponíamos. En aquel momento no veíamos
el futuro, sabíamos lo que sabíamos, estábamos como estábamos. Hicimos
lo que pudimos con lo que teníamos. Un juicio justo ha de tener esto en
cuenta. También hemos de tomar conciencia de que, mientras no se invente
la maquina del tiempo, por mucho que volvamos sobre nuestros pasos no
podremos cambiar el modo en el que sucedieron las cosas. La culpa sana no
martillea encima de las heridas, simplemente aprende de la experiencia y de
los errores para mejorar las decisiones futuras.
No soy yo
que son más intensos ante situaciones nuevas para activar nuestro
organismo, nuestra atención y agudizar nuestra respuesta, y se reducen
cuando la actividad se hace repetida y conocida. La vergüenza surge ante
algo nuevo para que esa nueva conducta encaje con el contexto social en el
que estamos. La complicación viene cuando nos angustiamos por sentirla, o
tratamos de evitarla, porque entonces el proceso de habituación que lleva a
que dismi-nuya y desaparezca no se puede producir. La vergüenza entonces
se acumula, se hace cada vez más intensa, y bloquea y condiciona el
funcionamiento general.
Anticipar lo que va a pasar y los problemas que nos podemos encontrar nos
ayuda a que no nos coja por sorpresa y a tener preparado un plan.
Dibujamos diversos escenarios posibles e imaginamos soluciones para cada
uno de ellos. Hasta aquí todo está bien y resulta muy útil. El problema viene
cuando solo nos dibujamos los escenarios más adversos, nos creemos que
tenemos una bola de cristal - muy negra, eso sí - y nos convencemos de que
eso es lo que sucederá. Además, nuestra mente no se centra en buscar
soluciones, sino que da por sentado que no habrá ninguna.
Anabel González
Cada emoción tiene, como hemos visto, una función sana, pero quizás
nosotros no lo vemos así. Esto va a influir en la regulación emocional,
porque el proceso de regulación de las emociones tiene mucho que ver con
cómo reaccionamos ante ellas (10). No podemos decidir qué sentimos -
aunque a veces lo pretendemos
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No soy yo
que sería lo que esa emoción nos pide - tendemos a aislarnos de los demás,
haciendo nuestra sensación de fondo aún más intensa.
Anabel González
Dando por sentado que todas las relaciones serán como las que sufrieron
previamente, se privan de recursos importantes para regular sus emociones.
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No soy yo
Podemos funcionar como una caja de resonancia que multipli-que por mil
nuestras emociones, o amortiguarlas haciéndolas más manejables. Por
ejemplo, una palabra que suele hacer que nuestras emociones aumenten es
decirnos “no soporto sentir esto”. Probemos con cualquier sensación que
estemos notando, y mientras la observamos, repitámonos sin parar “no lo
soporto”. Veremos cómo la sensación se incrementa y se vuelve intolerable.
Es como si tratamos de subir 50 peldaños de una escalera diciéndonos todo
el tiempo “que cansancio, no lo soporto, que alta está, nunca llegaré arriba
... “ La escalera se convertirá en una tortura. Si en cambio, dirijo mi mente a
lo que habrá arriba, y aparto mi atención de la dificultad de la subida, será
cansado, pero mucho más llevadero. Tomar conciencia sobre nuestro
diálogo interior e introducir cambios en él es una herramienta de regulación
emocional muy potente.
Esto no ocurre solo con la rabia, por supuesto. Puedo no darme permiso
para estar triste porque, habiendo salido adelante 35
Anabel González
tras una dura pelea, creo que si me pongo triste seré débil, y perderé esa
fuerza interna que me mantuvo en pie. También puedo pensar que ser débil
es peligroso, porque si cuando era más pequeño y vulnerable me hicieron
daño, mi mente iguala ser débil a que vuelvan a herirme. Muchas personas
que han sufrido en una relación, no se permiten sentir afecto de nuevo para
no volver a sufrir, o no se ilusionan para no decepcionarse. Si intento
decidir por real decreto que puedo y que no puedo sentir, no va a funcionar.
Nuestro sistema nervioso está diseñado de un modo determinado, y no
podemos imponer-le un funcionamiento distinto, hemos de jugar con sus
reglas.
Decíamos antes que las emociones se mezclan, pero esto no implica que
entren en contradicción. Puedo sentir cosas contradictorias, porque el
mundo es contradictorio, y esa mezcla emocional me ayuda a darme cuenta
de los matices de la situación. El problema viene cuando, por ejemplo, me
enfado por estar triste. La rabia bloqueará la tristeza, que no podrá fluir, y
no podrá marcharse. Da igual cuanto pueda llorar, no será un llanto
liberador, no sentiré alivio sino sufrimiento. Otro ejemplo es asustarme de
estar triste, porque en el pasado estuve muy deprimido y me da miedo
volver a encontrarme así, o porque crecí con una persona depresiva, y eso le
da a mi tristeza una resonancia mayor. En cualquier caso, el miedo
bloqueará el procesamiento de la tristeza, y la tristeza se me quedará dentro.
Cada vez que asome, cerraré la puerta o mi-raré para otro lado. Lo que no
salga por la puerta, lo que no llegue a la conciencia, lo que no deje suelto,
vivirá conmigo para siempre. De ese modo, el pasado seguirá en el
presente, condicionando mis decisiones y llevando a que, paradójicamente,
se sigan repitiendo las cosas que menos me han gus-tado de mi historia.
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No soy yo
4. RECUERDOS EN LA NIEBLA
Si no conocemos nuestra propia historia, simplemente padeceremos los
mismos errores, los mismos sacrificios, los mismos absurdos una y otra vez.
Aleksandr Solzhenitsyn.
Si sube aún más el calibre de la situación, y esto no depende solo del tipo de
problema por el que pasamos, sino de lo que representa para nosotros, el
bloqueo se hace más potente. En caso de que nuestra manera de regular las
emociones no esté bien afi-37
Anabel González
38
No soy yo
Otro hecho que influye en el efecto que tienen sobre nosotros las cosas que
nos ocurren, es que llueva sobre mojado. Por ejemplo, si hemos perdido a
alguien importante de pequeños, una pérdida de mayores nos puede afectar
mucho más que si no hemos tenido esa experiencia en la primera etapa de
nuestra historia. Si ocurren situaciones adversas con frecuencia, el efecto
puede ser acumulativo y sensibilizarnos frente a lo que venga después.
Estas memorias que se conectan no han de ser idénticas, solo compartir
algún elemento común, generar sensaciones similares. Nuestro cerebro va al
archivo a buscar referencias ante una situación nueva, y si la conexión más
clara es un recuerdo bloqueado, es muy probable que nos bloqueemos
también ahora.
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Anabel González
Otras veces las cosas son más sutiles. No notamos esas sensaciones, pero
tenemos reacciones ante cosas cotidianas que ni nosotros mismos
entendemos. Nuestras respuestas son desproporcionadas o no encajan, no
parecen tener sentido. Le podríamos dar una explicación si, por ejemplo,
acabáramos de tener un golpe con el coche, llegamos al trabajo, se cierra
bruscamente una puerta y saltamos en la silla con un gran sobresalto.
Entenderemos 40
No soy yo
Podemos notar una fuerza centrifuga que nos aparta de ellas, pero a la vez
como una extraña atracción. Nos decimos que el pasado está superado, que
no vale la pena pensar en ello, que no importa o que hay que dejarlo atrás,
pero su influencia en lo que vivimos 41
Anabel González
ahora sigue siendo poderosa. Cuanto más tratamos de apartarlos, más nos
encontramos con que las sensaciones, los bloqueos, o los propios recuerdos,
nos asaltan inesperadamente. Si la niebla es densa podemos no tener noción
alguna de dónde proceden las cosas que nos viene a la cabeza. O si lo
sabemos, quizás nos digamos “esto no puede haber pasado, me lo estoy
imaginando”
42
No soy yo
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Anabel González
Todo esto no quiere decir que nos tengamos que convertir en detectives de
nuestra propia historia. No hemos de hacer explora-ciones en la niebla de
nuestro cerebro tratando de forzar a nuestros recuerdos a venir. Estemos
seguros de que si nuestra mente 44
No soy yo
no deja que esos recuerdos lleguen es porque sabe mejor que nosotros que
no estamos aún preparados para asímilar todo lo que contienen. No es que
un adulto no pueda mirar de frente cualquier experiencia que haya vivido,
por dura que sea. La historia humana deja bien claro las cosas terribles que
las personas conseguimos afrontar. Pero pensemos que si llevamos tiempo
desconectados, no podemos tener conciencia de entrada de lo que supone
recuperar esos recuerdos. Hacerlo es fundamental pero delicado, y ha de
seguir un proceso cuidadoso y gradual.
Anabel González
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No soy yo
5. LOS APELLIDOS DEL MALESTAR
No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho. Aristóteles.
Muchas veces estamos mal, pero no entendemos lo que nos pasa, cómo ha
empezado o por qué nos sucede. El malestar nos inunda y no sabemos cómo
salir de él. Nuestras emociones no tienen nombre, se confunden unas con
otras. Tenemos cambios de humor constantes, que nos hacen sentir como si
estuviéramos en una montaña rusa emocional, sin que podamos decidir
cuándo subimos o bajamos o a que velocidad va todo. Vivimos nuestro
estado de ánimo como un clima desapacible y variable, ante el que estamos
expuestos. A veces no entendemos bien la conexión entre nuestro humor
cambiante y las circunstancias que nos rodean. ¿Qué dispara nuestro
malestar?, ¿cómo empieza?, ¿qué circunstancias lo alimentan y lo
mantienen?, ¿qué sensación acabo teniendo?
Las emociones, como veíamos, son nuestros sensores, pero para que
funcionen como tales hemos de pararnos a escuchar-los. Muchas veces, sin
embargo, no nos detenemos a observar de modo reflexivo lo que nos ocurre.
Nos repetimos una y otra vez lo mal que estamos, y nos decimos que no
tenemos por qué sentirnos así, que no hay problemas que justifiquen
nuestro estado de ánimo. Pero con esto no nos sentimos mejor y seguimos
sin entender nada, solo amplificamos el agobio y nos enfadamos con
nosotros mismos por estar mal. Puede que nos preguntemos
¿por qué estoy así?, aunque no lo hacemos con verdadera curiosidad por
entender nuestro problema, sino recriminándonos el tenerlo. Es posible que
nuestras sensaciones internas nos resulten tan desagradables, que por nada
del mundo queremos pararnos a notarlas ni a entenderlas, y tratamos de
controlar lo que sentimos y pensamos, o de hacer cosas que nos impidan
percibirlo, como to-47
Anabel González
No soy yo
El no mirar atrás nos resta información sobre el origen de los problemas que
tenemos ahora. El no mirar hacia adentro nos impide ampliar nuestra
comprensión del problema. La desconexión emocional, el no querer
pararnos a sentir nuestras emociones o el pelearnos con ellas, nos deja sin
claves para entender lo que nos pasa. Esto no siempre es un fenómeno
consciente, a veces simplemente sabemos poco de emociones, porque
hemos crecido en familias en las que no se hablaba mucho de estas cosas, o
con el tiempo nos hemos ido distanciando de lo que sentimos, sin buscarlo
intencionalmente. Hemos de aprender a identificar los distintos ingredientes
que componen el malestar, los matices de nuestras sensaciones. Es
importante que nos paremos a notarnos, a observar de cerca nuestras
emociones, sin escaparnos de ellas y sin juzgarnos por sentirnos así.
También es fundamental poder mirar nuestras sensaciones internas sin
sumergirnos por completo en ellas, verlas con una cierta distancia, con
perspectiva. Si no podemos poner apellidos al malestar, identificar la
secuencia en la que estos distintos elementos se van encadenando, y
reflexionar sobre ello, no podremos parar la avalancha.
Cuando queremos cambiar un patrón repetitivo que no nos gusta, hacer algo
diferente funcione o no - es un avance.
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Anabel González
Otra información significativa que podemos sacar de observar nuestras
secuencias de activación es tomar conciencia de un dato curioso. Nuestra
reacción ante el malestar inicial que sentimos, y las sensaciones que vienen
después, acaban llevando muchas veces a empeorar la primera sensación.
Por ejemplo, es muy frecuente que si hemos tenido carencias afectivas en
nuestra infancia, llevemos dentro un sentimiento de profunda soledad. Que
una persona no nos llame, no nos entienda, puede disparar esta sensación,
que activa la rabia contra el mundo, desde la que nos decimos “estoy mejor
solo”. Como no nos paramos detenidamente a notar cómo nos sentimos, no
nos damos cuenta de que aislándonos estamos precisamente alimentando
esa dolorosa sensación de soledad. Al meternos en la habitación y cerrar las
persianas, caemos en el au-toabandono, con lo que nos estamos haciendo lo
mismo que nos hicieron. Nuestro sistema tiende a ir en automático, a ir
hacia los patrones conocidos, pero no nos daremos cuenta de lo que pasa,
sino que nos diremos que no nos apetece salir o que no tenemos ganas de
ver a nadie, sin cuestionarnos nuestros pensamientos.
No soy yo
Anabel González
No valgo para nada, soy incompetente, soy una decepción para todos, y
sobre todo para mí mismo. Nunca conseguiré nada.
No pertenezco
Me siento aislado de los demás y con la sensación de ser diferente o de no
encajar. No tengo un lugar en el mundo, no siento que forme parte de nada,
ni de ningún grupo. Puedo estar rodeado de gente y seguir teniendo la
misma sensación, independientemente de cómo se comporten los demás.
Me domina la pereza
No tengo autocontrol ni disciplina, me frustro y me pongo excusas para no
hacer las cosas. Evita el esfuerzo, las complicaciones o la responsabilidad.
Cuando noto cansancio, es como si eso fuese razón suficiente para no hacer
nada. Si me digo a mí mismo “no me apetece” creo eso es lo único que
tengo que tener en cuenta.
Necesito aprobación
Conseguir la aprobación o el reconocimiento de los otros me 52
No soy yo
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Anabel González
Me avergüenzo de mí mismo
Me siento imperfecto, defectuoso, inferior. Creo que si las demás ven cómo
soy realmente, no me querrán. No puedo mostrar lo que hay en mi interior,
tengo que ocultar lo que siento, me repliego y me escondo dentro de mí
mismo.
No me veo capaz de afrontar la vida. Crea que todo me puede afectar, que
no resistiré ningún golpe. Me siento pequeño, débil.
Si alguien quiere hacerme daño, no hay nada que yo pueda hacer para
evitarlo. Estoy expuesto al peligro, no tengo modo alguno de defenderme,
ni nadie hará nada para protegerme.
Estoy atrapado
No puedo ir hacia ningún lado, estoy bloqueado en las situaciones, como
preso en una telarañaa. Me siento paralizado, atascado. Puedo ver las
opciones, pero soy incapaz de tomar ninguna.
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No soy yo
Estoy confuso
No sé lo que siento ni lo que opino. Puedo dudar de mí mismo con
facilidad. Mis opiniones cambian de un momento a otro, igual que mis
emociones. Muchas veces no puedo ni pensar, estoy como ido, y no me
entero de nada de lo que pasa alrededor. A veces mi cabeza está hecha un
lío y no sé moverme en ninguna dirección.
Sin otros no soy nada
No puedo ser feliz sin otras personas. Si se alejan de mí es como un abismo,
como si me desintegrase totalmente. No me siento completo, me siento
vacío sin el otro. Es como si no exis-tiera si no hay alguien conmigo, la
soledad me resulta intolerable, angustiosa. Me aferro a la gente
desesperadamente, porque cuando se distancian es como si me sintiera
morir.
Me siento rechazado
Mi percepción es que todos me rechazan, que no gusto a nadie, que hay
algo en mí que hará que nadie me acepte. Soy muy sensible a cualquier
gesto de desprecio o a que me hagan a un lado. Me fijo en las miradas, en
los comentarios, en las actitudes, pendiente de cualquier indicio de este
tipo.
Anabel González
Por ejemplo, me siento mal, salgo y me pongo a beber hasta aturdirme por
completo. Luego me siento fatal y muy culpable por hacer esto. Pero
¿dónde empieza todo? Ni nos acordamos ... Así que hacemos memoria y
vamos reflexionando. ‘’Veamos, hace dos días estaba más o menos bien,
llevaba tiempo sin un bajón así.
Pero esa noche ... no había pegado ojo ¿Qué había pasado ese día? Nada
especial, la verdad ... Bueno, si, la discusión con mi pareja, pero como
tantas veces”. Nos detenemos un poco a tomar conciencia de este punto,
preguntándonos ¿qué es lo que más se nos ha quedado de esa discusión,
¿qué es lo primero que nos viene a la cabeza al pensar en esto? Nos damos
siempre un tiempo, nos paramos a pensar, a dejar que vengan los recuerdos.
Puede que recordemos la cara de nuestra pareja mientras nos decía:
“eres igual que tu padre”. Si nuestro padre fue un alcohólico que hizo sufrir
toda la vida a nuestra madre, el comentario nos sienta como si nos acusaran
del peor de los delitos, eso es justo lo último que querríamos ser. Los
recuerdos de lo que pasamos de niños se activan dolorosamente, y durante
un momento nos sentimos frágiles y vulnerables. El rechazo de nuestra
pareja dispara también la necesidad de aprobación. Esta empezó a crecer en
nosotros de niños, cuando intentábamos sin éxito conseguir reconocimiento
y afecto - como todos los niños - de un padre que nos humillaba y
despreciaba. Estas emociones activan respuestas protectoras de intensa
rabia y miedo, nuestro sistema quiere pelear ante el dolor que siente, quiere
escapar de esto, y de todo lo vivido anteriormente. Pero la rabia no nos
permitimos sentirla, porque la identificamos con el padre hostil que
tuvimos, y no queremos ser así. El miedo está también bloqueado, ya desde
que oíamos los gritos y las peleas en casa, de donde no podíamos escapar.
Nos 56
No soy yo
sentimos atrapados, como cuando éramos niños, aunque seamos adultos con
más posibilidades. El disparador es la cara de nuestra pareja, y la secuencia
es la sensación de fragilidad, la necesidad de complacer, la rabia y el miedo,
y finalmente el bloqueo. En parte para anestesiar esta sensación, en parte
como castigo por haber generado el rechazo del otro, en parte porque junto
con la rabia han venido los recuerdos de las reacciones de nuestro padre,
recurrimos al alcohol. Con esto la sensación es muy ambigua, hay cierta
disminución de las sensaciones, cuando el alcohol sube en nuestra sangre ya
no notamos nada. Pero después el malestar físico que nos deja el alcohol, la
tormenta emocional y el efecto de una noche sin dormir, se unen a la culpa
infinita por acabar bebiendo, justo - pero no por casualidad - como nuestro
padre lo hacía.
Anabel González
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No soy yo
6. ESCUCHANDO AL CUERPO
Existen en nosotros varias memorias. El cuerpo y el espíritu tienen cada
uno la suya. Honoré de Balzac.
Anabel González
muy frecuente, el colon irritable, parece tener que ver con esta conexión
cuerpo-cerebro y sus desajustes (13).
Otro sistema muy relevante es el corazón, también con una gran cantidad de
terminales nerviosas, cuya función parece ir más allá del bombeo de sangre
para los órganos. En concreto la sincro-nía entre corazón y respiración
guarda relación con la regulación del sistema nervioso periférico, y a través
de él, con el cerebro.
No soy yo
sigue estando ahí, pero no lo notamos - y por tanto no hacemos nada para
modificarlo - hasta que se convierte en una enfermedad física. Desligarnos
de nuestro cuerpo también puede hacer que sí detectemos el dolor o el
malestar, pero no entendamos la relación entre este y lo que nos ocurre, ni
la conexión con lo que sucedió en el pasado.
Si la respuesta de los otros ante nuestro malestar cuando éramos niños fue
ignorarlo o minimizarlo, no habremos aprendido cómo se llaman nuestras
sensaciones ni qué quieren decir, y además tenderemos a no prestarles
atención a menos que se vuelvan muy intensas y nos bloqueen por
completo. Si cuando estábamos enfermos nos decían que no debíamos
quejarnos, o nos regañaban o ridiculizaban por hacerlo, probablemente
llevaremos fatal una 61
Anabel González
simple gripe o no nos permitiremos descansar cuando estemos mal. Si los
adultos se angustiaban más que nosotros cuando nos enfermábamos, todo lo
que tenga que ver con enfermedades lo viviremos siempre con gran
preocupación. Si nos desatendían excepto cuando nos enfermábamos
físicamente, tenderemos in-conscientemente a ponernos enfermos cuando
necesitemos emocionalmente a otros. Cada vez que ahora nos vemos en un
estado corporal determinado, nuestro cerebro buscará en el archivo
momentos asociados a situaciones similares, incluyendo cómo reaccionaron
los que nos rodeaban.
En ocasiones, si las cosas que nos pasaron tuvieron que ver con nuestro
cuerpo, podemos desarrollar un rechazo específico a todo lo que tenga que
ver con él. Si hemos sufrido quemadu-ras importantes, con el lento y
doloroso proceso de recuperación que esto implica, podemos haber
necesitado desconectarnos del cuerpo, y con el tiempo no sabremos cómo
recuperar esa capacidad. O si hemos tenido un problema o un defecto que
ha motivado burlas por parte de otros, podemos culpar a nuestro cuerpo por
ser como es. Cuando el cuerpo ha sufrido directamente las agresiones o los
abusos, conectar con él puede llevarnos a conectar con el miedo, el asco o
la vergüenza, o traer consigo los recuerdos de esas situaciones que estamos
tratando de evitar.
Este rechazo al cuerpo puede ser también una manifestación de lo poco que
nos gustamos o nos valoramos. Cuando se desarrollan sentimientos de
inferioridad, de no ser válidos, de ser indig-nos o reprobables, es posible
que no queramos ver nuestra imagen en el espejo, o que no nos guste
vernos. Esto puede ocurrir de modo constante o solo en algunos momentos,
cuando estamos en un determinado estado emocional o vemos en el espejo
una determinada expresión, esa que representa lo que más odiamos ver en
nosotros, la parte de nuestra personalidad que menos nos gusta.
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No soy yo
Otra circunstancia que hemos de tener en cuenta es que nuestro cuerpo
puede enfermarse físicamente a consecuencia de vivir situaciones de gran
impacto emocional, sobre todo cuando nos generan un estado de estrés
crónico. Se han estudiado mucho los efectos del estrés sobre el sistema
nervioso autónomo que inerva los órganos del cuerpo, sobre las hormonas
que regulan diferentes funciones y el sistema inmunitario que nos defiende
de las infecciones. Las situaciones estresantes favorecen que se de-sarrollen
todo tipo de enfermedades, e influyen en cómo evolucionan. Cuando
tenemos problemas físicos y somos reacios a fijarnos en aspectos
emocionales o a reflexionar sobre nuestras vidas y relaciones, puede que
busquemos durante años tratamientos médicos para esos problemas, que
tendrán resultados pobres o poco duraderos. Cuando los médicos, ante la
poca efectividad de los fármacos, plantean que quizás el problema sea “los
nervios”, las personas suelen sentirse ofendidas. Su malestar o su dolor son
muy reales, y cuando los profesionales les dicen que es “psicológico”,
entienden que los están tomando por enfermos imaginarios.
Los individuos con más traumas fumaban más, estaban más obe-63
Anabel González
sos y menos activos físicamente, tenían más problemas pulmona-res,
renales, se rompían más huesos ... Las rutas que van desde las experiencias
adversas al desarrollo de estas enfermedades son muy variadas, y
probablemente combinan una influencia directa del estrés con un mal
autocuidado y hábitos menos saludables.
En todo caso, cuando analizamos lo que nos ocurre, y por qué nos ocurre,
hemos de tener en cuenta nuestras emociones, nuestras creencias, y nuestras
sensaciones físicas. Hemos de entender como un todo tanto nuestros
problemas psicológicos como nuestras enfermedades médicas. El
tratamiento de cualquiera de esos problemas, ha de abarcar lo corporal y lo
mental.
Puede que nunca hayamos llegado a estar en conexión con nuestro cuerpo o
que desconozcamos su lenguaje. Es posible que contenga sensaciones o
emociones que no queremos sentir porque nos recuerdan momentos que
queremos olvidar o partes de nosotros que desearíamos que no estuvieran.
Quizás nos sentimos consumidos por enfermedades físicas debilitantes o
que nos producen sufrimiento. El proceso de reconciliarnos con nosotros
mismos, ha de incluir también una reconexión con nuestro cuerpo, y más
aún en las situaciones anteriores. Hemos de reaprender a sentirlo, a fijarnos
en sus sensaciones y aprender a describirlas.
El primer paso es observar con calma lo que notamos. Puede que nuestro
primer pensamiento sea “no noto nada”, pero paré-monos con más
detenimiento, tomémonos unos minutos. ¿Qué postura tenemos?, ¿dónde se
apoya nuestro cuerpo y cómo lo 64
No soy yo
Notemos todas estas sensaciones sin etiquetarlas, sin decidir si son buenas o
malas, o lo que significan. Simplemente dejémoslas sueltas, permitámosles
ser lo que son.
Muchas veces fijarnos de este modo nos hace darnos cuenta de sensaciones
de las que no teníamos conciencia y de ese modo entendemos mejor cuál es
nuestro estado. Muchas veces también observamos que estábamos
conteniendo esas sensaciones, o haciendo movimientos que nos distraen de
ellas, como apretarnos las manos o mover una pierna. Simplemente con
darnos cuenta de que están ahí y dejarlas sueltas muchas veces el malestar
evoluciona, y en ocasiones se atenúa y desaparece. Otras veces veremos
cuántos pensamientos hay en nuestra cabeza, y el efecto que tienen sobre
nuestras sensaciones. Por ejemplo, si nos repetimos constantemente “no
soporto sentir esto, quiero que se me quite esta sensación” o pensamos que
si nos paramos a notarlo nos desbordaremos, observaremos que lejos de
atenuarse, el malestar se incrementa.
Anabel González
sensaciones a veces están ahí mucho tiempo, y simplemente nos quedamos
con ellas sin pedirles que cambien o que se vayan, sin presionarlas ni
atosigarlas, dejándolas ser como son y estar como están. El objetivo del
ejercicio no es la relajación, es aprender a tolerar nuestras sensaciones y a
pensar en ellas desde el cuidado, y no funcionar desde la evitación o la
supresión emocional.
66
No soy yo
Las emociones que no son expresadas, nunca mueren. Son enterradas vivas
y salen más tarde de peores formas. Sigmund Freud
Anabel González
El tipo de cuidado que recibimos tiene mucho más que ver con estas
pequeñas interacciones cotidianas que con los sucesos extraordinarios. En
el día a día se va configurando, de un modo muchas veces no explícito ni
consciente, cómo nos entendemos a nosotros y al mundo, qué hacemos con
nuestras sensaciones y cómo nos vemos a nosotros mismos (17). La forma
en la que nos miramos por dentro, nuestra perspectiva sobre lo que sentimos
y pensamos, toma como modelo la manera en que fuimos mirados por las
figuras más relevantes de nuestra infancia. Estas primeras relaciones con los
cuidadores son una plantilla base sobre la cual se irán asentando futuras
interacciones con personas significativas de nuestra historia. Cuando estos
cimientos están mal asen-tados, todo el edificio se construye sobre una base
inadecuada.
Susana ha tenido suerte. En la lotería de “en qué tipo familia voy a nacer” le
ha tocado una madre con un estilo de apego seguro. Fijémonos en las
sutilezas de la interacción. En primer lugar, la madre reconoce el malestar
de Susana, se da cuenta de cómo se siente. Quizás por ello Susana se
permite llorar, y que su madre la vea llorar.
68
No soy yo
Las tiritas para los niños son curativas, como lo son las tradiciona-les frases
de “sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanaras mañana”. Se
introduce el juego en la interacción. También se introduce el consuelo:
“pobrecita, ven, siéntate aquí en mis rodil as”. El mimo de la madre va
diluyendo el dolor y el llanto de la niña, hasta que este desaparece.
Aparte de lo que hace la madre de Susana, es también importante tener en
cuenta lo que no hace. No le riñe por caerse, ni le hace ningún reproche. No
se angustia desproporcionadamente, ni está centrada en sus propias
emociones, sino en cómo se siente la niña. No ignora que le está doliendo ni
pasa por encima de su malestar.
Gracias a eso, Susana tiene un modelo desde el que puede aprender a darse
cuenta de cómo se siente, a valorar sus emociones de modo proporcionado,
a prestarles atención y a regularlas.
Anabel González
No soy yo
Anabel González
tirá a los demás como partes de sí misma, y creerá que no es nada sin ellos.
Frases como “sin el no soy nada”, “si me falta me muero”
Algunos individuos con este patrón pueden distanciarse, pero no sin un alto
costo emocional. Ante las dificultades para funcionar con aquellos con los
que mantienen un vínculo preocupado en la distancia corta, pueden optar
por poner tierra por medio.
Sin embargo, hay un hilo invisible que les une a estas personas, de las que
reciben mensajes culpabilizadores por no haber llama-do, por no ir más a
visitarles o por no preocuparse por como están. Muchas veces, para evitar
este sentimiento de culpa, ceden a las peticiones del otro, por ejemplo
llamando a la madre cada vez que llegan a casa, mientras despotrican a la
vez por tener que dar cuentas a su madre aún con 40 años. Para poder
funcionar en las relaciones, pueden hacerse hipersensibles a cualquier signo
de que el otro se aferra a ellos, aunque internamente luchan contra su propia
dependencia de la que no son conscientes o que rechazan.
Por último, veamos el caso de Teresa. Siente miedo con la caída, porque
probablemente anticipa lo que va a pasar en casa.
No soy yo
Anabel González
Todos estos aspectos tienen que ver con el modo en el que nos cuidamos. Si
vemos que tenemos problemas en muchas de estas cosas, hagámonos la
siguiente reflexión: por mucho que nos angustiemos por lo mal que nos
sentimos ¿cómo puede sentirse mejor una persona que se trata mal a sí
misma? Este es uno de los cimientos que hemos de asentar antes de hacer
nada más: nuestros esfuerzos han de centrarse en aprender, nos cueste lo
que nos cueste, a cuidarnos mejor. El primer paso para solucionar un
problema, es entender - sin juzgarnos - cómo se ha desarrollado. ¿En qué se
parece el modo en el que me trato a cómo me trataron? ¿Quiero seguir
funcionando así? Porque ahora que soy adulto, soy yo quien decide. Esto
no significa que cambiar el modo en que nos cuidamos sea un proceso
sencillo, pero es posible si ponemos en ello nuestra energía. Tomando
conciencia estamos dando el primer paso.
74
No soy yo
Uno no puede pelear consigo mismo, porque esta batalla tendría un solo
perdedor. Mario Vargas Llosa.
Sin crecer con la mirada de otro que vea quienes somos a un nivel
profundo, la forma en la que nos miramos a nosotros mismos va a estar
distorsionada desde la base. Habrá aspectos de nuestra personalidad que no
podremos aceptar, porque fueron ignorados o reprimidos por las personas
con las que nos criamos.
75
Anabel González
No soy yo
negamos a ser.
El escenario que hemos dibujado no es el único que puede dar lugar a que
no nos guste sentirnos débiles o vulnerables. Es simplemente un ejemplo
entre muchos posibles, de cómo aquellas partes de nosotros que no nos
gustan, tienen sus raíces en nuestra historia. Lo importante es que si nos
sucede algo parecido al ejemplo anterior, nos demos cuenta de cuales son
nuestras propias conexiones.
77
Anabel González
cisiones. Podemos, por ejemplo, elegir nuestras parejas desde esa necesidad
de afecto muy primaria, muy de la infancia, negando los indicadores que
como adultos podemos intuir que la relación va a ir mal. Esto explica por
qué muchas veces nos vinculamos una y otra vez con figuras dañinas, en
ocasiones con perfiles curiosamente similares, como si no aprendiéramos de
la experiencia. De algún modo, es solo nuestro yo adulto el que aprende de
la experiencia. La niña necesitada de afecto que no queremos ver, aislada
del resto de nuestras memorias y de nuestra mente, no ha podido aprender,
no ha podido crecer, no ha podido evolucionar. Si dejamos que sea ella la
que escoja nuestras parejas, lo hará buscando los parámetros que le resultan
familiares, buscando personas que encajen en el primer molde que tenía que
ver con el afecto y los vínculos: el de las personas con las que crecimos.
Por otro lado, nuestra rabia estará conectada con otras redes de memoria.
Desde ahí tendremos conciencia del daño, y de las señales de peligro. Esa
parte nuestra puede sentir un profundo odio y resentimiento hacia la figura
de apego. La rabia tendrá mucho que ver con nuestra capacidad de
protección. Pero no nos llevaremos bien con esa rabia, porque algo en
nuestra reacción nos recordara a la figura de apego agresiva. Probablemente
nos hemos dicho muchas veces que “no queremos ser así”, que lo último
que querríamos sería parecernos a esa persona. Sin embargo, no podemos
decidir cómo funciona nuestro organismo, ni lo que sentimos. Cuando toque
sentir rabia, sentiremos rabia. Y entonces este aspecto se activará en
nosotros, pero no podremos regular la rabia porque la rechazamos, porque
no la sentimos parte de nosotros. La empujaremos hacia adentro, y no
tendremos acceso a ella para ponernos firmes, decir lo que necesitamos, o
pelear por lo que nos importa.
Existe también otra ruta que nuestra mente puede seguir ante figuras
cuidadoras muy contradictorias y amenazantes. Cuando crecemos en un
mundo de extremos, donde solo hay víctimas y agresores, nuestro instinto
de supervivencia puede considerar 79
Anabel González
más seguro el bando del agresor. Ser víctima es entonces lo que
rechazamos, y nos instalamos en la rabia y el resentimiento, en la lucha
contra la injusticia o en ser fuertes por encima de todo. Lo que no nunca nos
permitimos es ser vulnerables, conectar con el dolor o sentir compasión por
nosotros mismos. No queremos depender de nadie, porque desde esta
perspectiva, ese es el único modo de no ser aniquilados emocionalmente.
No confiamos en nadie, no establecemos vínculos de intimidad, y en caso
de que nos relacionemos, lo haremos solo desde la dominación, el poder o
el control.
No soy yo
aceptar nuestra propia rabia, y definirnos como una persona tranquila, a la
que no le gustan nada los conflictos, que está siempre controlándose, pero
que puede estallar de repente de un modo descontrolado. Si esto ocurre,
nuestra rabia nos recuerda demasiado la expresión más atemorizante de
aquella figura de nuestra familia que marcó nuestra infancia, y vernos
actuando igual nos resulta dolorosamente imperdonable.
Anabel González
pulsos, pensamientos o voces, emociones o sensaciones que no entendemos,
que no sentimos nuestros. Atribuiremos estos síntomas a una enfermedad
causada por factores externos, genéticos o desconocidos, pero no la
relacionaremos - de hecho, nos resistire-mos a ello - a ningún factor
psicológico, no le veremos conexiones con nuestra biografía.
82
No soy yo
83
Anabel González
Por último, Teresa, se machacará por haber tomado la decisión que tomó, y
se dirá una y otra vez que es un desastre, que no hace nada bien, y que todo
es culpa suya. Por supuesto, no lo co-mentará con ninguna amiga, y si lo
hace neutralizará las palabras de ánimo que esta le diga hasta que pierdan
efecto. No sabrá ayudarse ni dejarse ayudar. Esto producirá muchos más
problemas y mucho más malestar del que inicialmente se había generado. Y,
además, tendrá menos probabilidades de aprender de este error, porque no
tolerará la culpa sana como lo hacía Susana, de modo que puede caer una y
otra vez en el mismo problema.
Como vemos, el modelo interno con el que cada una se habla a sí misma, se
genera a partir de los modelos externos que estaban ahí cuando cometían
errores en el pasado. Si estas niñas sufren además situaciones traumáticas
relevantes, como abuso físico, emocional o sexual, acoso escolar, pérdidas
significativas, etc., las cosas pueden complicarse aún más. En el caso de
Teresa, a quien le ha tocado crecer con vínculos desorganizados, se
producirá la fragmentación mental que describíamos en el capítulo anterior,
que se hará mayor debido al trauma. Su nivel de conflicto interno crecerá
exponencialmente, las partes de la personalidad que se centran en mantener
el vínculo a toda costa y las que se focalizan en defenderse frente a la
agresión serán aún más irrecon-ciliables. El nivel de rechazo hacia algunos
aspectos de la personalidad será mayor. Su parte enfadada puede ponerse
furiosa con su parte débil por permitir el abuso o por buscar el afecto de la
figura abusiva. Esa parte enfadada almacenará toda la rabia, que no pudo
salir hacia el que hacía más daño, sobre todo cuando ese daño venía de la
figura de apego. Si lo hiciera, vincularse sería imposible, y eso no es una
opción viable para un niño. De ese modo, determinadas redes de memoria
no se conectarán entre sí, porque 84
No soy yo
Anabel González
No soy yo
como pensamientos que nos parecen nuestros. Podemos ver una relación
clara con las personas de quien aprendimos ese modelo de funcionamiento,
verlas como partes de nuestra mente, o atri-buirlas a entidades ajenas. Por
ejemplo, una voz agresiva, que reproduce el modelo de un padre violento,
puede ser percibida como un monstruo o un demonio que llevamos dentro.
En ocasiones podemos incluso ver una imagen que encaja con esa voz, o
ver a esa parte de nosotros como si estuviera fuera. Nada de esto significa
que estemos locos, simplemente es una prueba de que hemos de empezar un
proceso de reconciliación con todo lo que hay en nuestro interior,
incluyendo el lugar del que proceden esas voces o pensamientos.
Todas son valiosas. Incluso las voces más hostiles, las partes que
rechazamos más, con las que menos nos identificamos, pueden jugar a
nuestro favor si sabemos ver los recursos que tienen en su 87
Anabel González
Las partes más pequeñas y vulnerables serán las que, cuando nos vayamos
sintiendo más seguros, serán capaces de conectarse con los demás y sentirse
vinculadas a otros. Es importante que nuestra rabia no se vuelva contra
ellas, recriminándole a nuestros
No soy yo
Claro que encontrar la función sana de cada parte, el sentido de las voces
que escuchamos, de los pensamientos o impulsos que nos vienen, no es
sencillo. Pero hay algunas preguntas que podemos hacernos para ayudarnos.
Veamos algunos ejemplos.
89
Anabel González
No soy yo
91
Anabel González
La voz no tiene forma, solo nos dice que no vamos a poder, nos susurra
“eres un inútil”. Cuando tratamos de hacer algo, siempre esta ahí
bloqueándonos. Pensando en ella cogemos un papel y dibujamos, lo
primero que nos viene a la cabeza. Lo que nos sale es algo así como un
gusano. Pensamos si esa sensación nos es familiar, si nos hemos sentido así
alguna vez ... nuestra mente se va al colegio, a los niños que se metieron
con nosotros durante anos. Aquello nos deja completamente bloqueados, no
dábamos pie con bola y no conseguíamos estudiar. En los exámenes nos
quedábamos en blanco y suspendíamos casi todo. En casa no se dieron
cuenta de lo que pasaba, creían que no nos interesaban los estudios y
reaccionaron metiéndonos más presión. La sensación de ser un inútil, algo
insignificante, un autentico gusano, era constante en aquella etapa.
No soy yo
93
Anabel González
Pero pensamos en las secuencias, en que pasa justo antes de que esto surja.
Nos damos cuenta que lo que nos resulta intolerable es que nuestra pareja
nos diga lo que tenemos que hacer.
Nuestra rabia desbordada nos protegió, paró todo aquello de algún modo.
Todo el dolor acumulado hizo surgir una reacción incontrolable, pero por
mucho que la rabia estalle, el dolor no se va.
Realmente lo más doloroso no fueron las palizas, fue la falta de amor que
sentimos de nuestra madre. Nos agarramos a nuestra rabia, porque era el
únicovínculo que teníamos con ella. Y ahora, con una pareja que nos quiere,
no sabemos estar sin volver a ese patrón, a esa primera plantilla de cómo se
forman los lazos de apego. Entendemos a nuestro monstruo interior,
podemos ver lo que hay dentro, podemos entender el dolor y las carencias
terribles 94
No soy yo
Más que tratar de apartar lo que viene a nuestra mente, los pensamientos,
voces o impulsos que nos desbordan, hemos de aprender a escucharnos, a
tenernos en cuenta, a entender cada aspecto y cada matiz de quienes somos.
A veces estamos tan preocupados tratando de controlar lo que notamos o de
apartarlo, que no sabemos pararnos y establecer un dialogo con nosotros
mismos. Para ello es importante que no nos dejemos guiar por las
apariencias, generalmente las cosas no son lo que parecen. Como en
cualquier diálogo que se intenta poner en marcha después de un largo
conflicto, es importante estar abiertos a escuchar y a re-conducir muchas
veces una conversación que puede derivar hacia la discusión de siempre.
Hemos de cambiar nuestros prejuicios, y cuestionarnos muchas cosas que
pensamos. Los mayores enemigos pueden pasar a ser aliados cuando se
convierten en un equipo que colabora en un objetivo común. Aquí la
colaboración es más fácil, porque no olvidemos que todo lo que hay en
nuestra cabeza nos pertenece. Todo, hasta lo que nos resulta ajeno o
desagradable, somos nosotros en el sentido más amplio de la palabra. Un
día todas esas partes comprenderán que estamos en el mismo barco, y que
peleando por el timón solo estamos consiguiendo que el barco de vueltas en
círculos. Nos daremos cuenta de que el objetivo profundo, desconocido
inicialmente, es un objetivo compartido, porque la tendencia del ser
humano es hacia el bienestar y al establecimiento de relaciones
significativas. Hay mucho que hacer, por eso es importante ponernos a ello.
95
Anabel González
96
No soy yo
Anabel González
En realidad, este conflicto interno no es más que un dilema (19): una falsa
elección entre opuestos. Por decirlo de otro modo, es como si en lugar de
escribir con todo el alfabeto, nos quedamos bloqueados intentando decidir
si es mejor la A o la Z. Es obvio que necesitamos todas las letras y que no
hay solución posible a la pregunta que nos hacemos. La solución pasa por
cambiar la pregunta.
No soy yo
99
Anabel González
No soy yo
sona, la más destructiva es sin duda que las personas importantes de nuestra
vida no supieran sintonizar con nosotros, entender nuestras necesidades. La
falta de conexión es el peor de los daños y - de modo absolutamente
paradójico - podemos acabar haciéndonos internamente algo similar,
desconectándonos de nosotros mismos y aislándonos de los demás.
Anabel González
Podemos darnos cuenta de que algo falla, sentirnos mal en parte por ser así,
y bajar un poco el nivel de implicación con los demás por puro cansancio.
Sin embargo, el patrón continúa estando de fondo, y seguimos sintiendo
como correcta la idea de que hemos de entregarnos a los otros sin límites, y
enfadándonos cuando la gente no funciona de acuerdo con nuestros
esquemas. Este enfado tiene también que ver con toda la rabia que hemos
tenido que enterrar o negar, debido a las múltiples renuncias que supone
nuestra tendencia al sacrificio. Si nos paráramos a notar eso, 102
No soy yo
Como vemos, un sistema sano se compone de las mismas piezas, solo que
colocadas de distinto modo.
Todo esto puede tener múltiples matices, podemos notar en nuestro interior
reacciones muy diversas entre partes internas en conflicto, podemos sentir
rechazo, miedo, rabia o vergüenza ante la presencia de algunas de ellas. El
proceso es el mismo: sea cual sea la parte de nosotros que no nos gusta,
siempre esconde una 103
Anabel González
No soy yo
11. ME PROTEJO
Supongo que es tentador tratar todo como si fuera un clavo, si la única
herramienta que se tiene es un martillo. Abraham Maslow.
los dientes y sacando las uñas. Si está con su amo o con personas de la
familia, deja las uñas dentro de unas mullidas almohadillitas que es gustoso
acariciar. Puede cambiar de modo ronroneador a arañar y morder en
milisegundos, de modo que incluso enseñando la barriga se siente
totalmente seguro. Un gato se deja acariciar en esa posición porque sabe
que se puede proteger.
Los humanos somos herederos de todas las especies desde las que hemos
evolucionado. Nuestro cerebro mantiene reacciones similares a las de los
reptiles y otras que están presentes en los mamíferos inferiores y en los
primates. Por ello nuestro repertorio de sistemas de protección abarca un
abanico muy amplio, que nuestro sistema nervioso activa de modo
instintivo, dependiendo de la percepción de la amenaza y de nuestras
posibilidades.
Cuando somos pequeñitos, no nos queda otra que funcionar como conejos.
Como ellos, no tenemos la envergadura de los adultos, ni su fuerza ni su
autoridad. Al igual que los conejos domésticos, dentro de nuestras familias
y colegios, no tenemos a dónde ir, o a quienes recurrir salvo a los que nos
cuidan. Pasará mucho tiempo hasta que seamos autónomos, tanto a nivel de
sub-sistencia como en lo que respecta a nuestro cuidado y a la regulación de
nuestras emociones. Nuestro organismo sabe que ante una agresión dentro
de la familia o en el colegio, las respuestas de inmovilidad, de quedarnos
paralizados, de acatar lo que nos dicen, son las mejores opciones de defensa
posible. ¿Qué sentido tendría que un conejo pelease con un león? Es
impensable, de modo que instintivamente nuestro sistema nervioso descarta
esta opción.
No soy yo
o agresividad importantes, ya sea física o emocional. También el miedo y la
reacción de escapar se activan y se bloquean. En la infancia, o en
situaciones en las que no hay salida, como cuando estamos atrapados en
guerras tanto abiertas como subterráneas, secuestrados física o
emocionalmente, las reacciones de protección activa no nos son posibles, y
se anulan sin que tenga que entrar en juego una decisión consciente.
Podemos pensar sobre lo que nos pasa y ensayar respuestas más allá de las
programadas instintivamente. Pero en situaciones de amenaza, no hay
tiempo para eso, y recurrimos a las reacciones más primarias y automáticas.
Es cuestión de supervivencia. A ve-107
Anabel González
ces, en situaciones de trauma grave o continuado, nuestra parte racional
puede jugar en contra nuestra, juzgándonos duramente por no haber
reaccionado, culpándonos por permitirlo o presio-nándonos para superar
nuestros bloqueos. Con todo esto, en lugar de deshacer el nudo, se hace más
fuerte. Cuando de mayores hay problemas en las relaciones de apego en la
infancia, la capacidad para reflexionar sobre lo que sentimos y hacemos
estará muy afectada.
108
No soy yo
Soy la única persona que.
Tengo valores que los demás no tienen. Solo yo digo las cosas como son.
Solo yo me preocupo realmente de las cosas o de los demás. Solo a mí me
importa hacer las cosas bien. A veces no me lo digo de este modo - no es
políticamente correcto - pero cuando me digo que la gente es una
interesada, que a nadie le importan los demás, y que la gente no tiene
valores, me estoy considerando implícitamente una excepción y, por tanto,
el único o uno de los pocos en el mundo que si los tiene.
Me lo deben.
El mundo me debe una compensación por todo lo que me ha pasado. La
gente me tiene que entender, me tiene que apoyar.
Tienen que estar ahí cuando los necesito. Tampoco me lo digo re-
conociendo que soy exigente con los demás, me lo cuento como si fuera
una cuestión de justicia, como si la gente con la que me voy encontrando
tuviese la obligación de darme lo que hasta ahora se me ha negado. Me
escucho haciendo a los otros muchos reproches por su comportamiento
conmigo, en voz alta o para mis adentros.
Domino.
Disfruto de la sensación de ganar, de pasar por delante de otros. Me
engancha competir, y en una competición ser el segundo es ser un perdedor.
En las relaciones tengo que ser yo el que tiene el control, el que dirige.
Tener poder es la mejor sensación del mundo. Creo que valgo para dirigir a
otras personas. En algunos sitios ser así se valora, pero otras veces no lo
muestro abiertamen-te, o ni siquiera me lo reconozco a mi mismo.
109
Anabel González
Estoy por encima.
Hay cosas en las que soy mucho mejor que los demás, aunque no siempre
me lo reconocen. A veces la gente me envidia por ello. Me fastidia que me
pase por delante gente que vale mucho menos que yo. De nuevo, puede que
no me diga que yo soy mejor, porque queda feo hacer eso, pero me encargo
de decir todo lo que los demás hacen mal. De ese modo, si todos los que me
rodean hacen las cosas peor, saben menos o no tienen capacidades, yo
destaco entre ellos. Si hay pocas personas a las que no veamos pegas, es
muy probable que sin darnos cuenta estemos mostrando esta tendencia.
Desconfío.
Estoy constantemente esperando que los demás me fallen, me fijo en
cualquier mínimo detalle, y en cuanto lo veo descarto a esa persona por
completo y confirmo mis predicciones. A veces investigo buscando pruebas
de la traición que espero, o pongo a los demás a prueba. Tengo como un
escáner que está constantemente funcionando, nunca me relajo ni bajo la
guardia. Siento que todo el mundo tiene malas intenciones y que en esta
vida no puede uno fiarse de nadie.
Me someto
Claudico ante el control de los demás, o acepto cosas que no quiero, para
evitar conflictos, represalias o abandonos. Ante la exigencia del otro,
siempre cedo yo. Si alguien se impone bajo la cabeza y trato de complacer.
Me digo que no me gusta discutir, así que hago lo que me dicen o apoyo los
argumentos del otro aunque no me las crea. Puedo hasta llegar a dudar de lo
que pienso y adoptar la visión de los demás.
110
No soy yo
Me sacrifico.
Mi prioridad es satisfacer las necesidades de los otros, sacri-ficando las
mías. Lo más importante es que los demás no sufran y estén bien. Si hago
cosas por mí o no me preocupo por los demás me siento egoísta. Haga lo
que sea porque los demás estén felices, creo que su bienestar es mi
responsabilidad, y que lo mío no importa, o que ha de quedar en segundo
plano.
Soy imprescindible
Estoy convencido de que las cosas solo salen adelante cuando soy yo el que
me encargo. Crea que a menos que este encima, todo se hace mal o no se
hace. Tengo que ocuparme yo de todo, porque por muy pendiente que esté,
no sirve de nada. Me da más trabajo preocuparme de que los otros hagan lo
que tienen que hacer, que hacerlo yo mismo.
Me controlo
Tengo que controlar constantemente lo que siento, lo que pienso, O lo que
hago. Lo entierro o me enfado conmigo mismo por sentirlo. Si dejara de
controlarlo todo, sería el caos, me des-bordaría y eso es algo que trato de
evitar a toda costa. Me digo lo que debo y lo que no debo sentir, y no
permito que sea de otro modo. Aplasto mis sentimientos, ahogo mis deseos,
las empujo hacia abajo, hacia adentro. También necesito que todo esté bajo
control, que las cosas sean predecibles, saber a qué atenerme.
111
Anabel González
Me exijo al 1000%
112
No soy yo
Ataco.
Reacciono agresivamente, salto, ataco. Puedo criticar, insultar, gritar, o
tener reacciones mucho menos aparatosas, como comentarios hirientes o
dejar de hablarle a quien me ha molestado.
Anabel González
ces me duele que los demás no valoren todo lo que hago por ellos o que ni
siquiera me lo agradezcan.
114
No soy yo
Me quejo.
Mis pensamientos giran alrededor de las cosas malas que me pasan o de lo
que me han hecho en el pasado. Doy vueltas todo el rato a mis problemas,
pero lo hago como en un bucle, sin llegar nunca a ningún sitio. Pienso en
las situaciones difíciles, pero no en las soluciones que podrían tener.
Cuando otra persona me dice o hace algo que me molesta, la situación se
repite constantemente en mi cabeza. Me lamento de mi suerte.
Cargo con todo.
Como soy capaz, me hago cargo de todo. Soy fuerte, nunca me apoyo en los
demás. Funciono de modo autosuficiente en todas las situaciones, no me
gusta pedir ayuda. No importa lo pesada que sea la carga, nunca la
comparto. No necesito de nada ni de nadie.
Idealizo.
Me formo una imagen muy positiva de los demás, de mis capacidades para
solucionar un problema o de cómo soy yo. Veo las cosas o a la gente, o a mí
mismo como me gustaría que fueran.
En ese planeta vive la familia que hubiese querido tener, el trabajo de mis
sueños, mi media naranja y los amigos de verdad. Me paso el día
comparando la realidad con esta referencia. Resuelvo los problemas con
soluciones teóricas que no son aplicables en mi 115
Anabel González
116
No soy yo
Me rindo.
A veces tiro la toalla, me dejo ir, hago cosas que aún me hacen sentir peor,
y aunque me doy cuenta, no lo freno. Cuando empieza la espiral, suelto las
riendas y me dejo arrastrar. Me digo “no puedo” y me lo creo sin
cuestionarlo. Pienso “no me apetece” y aunque sea algo bueno para mí o
necesario, decido que hacer lo que me apetece es lo único posible. Lo que
me apetece no hace que me sienta mejor, pero no me paro a reflexionar, me
dejo llevar.
Me tiro por el tobogán, y suelto las manos. A veces incluso cuando llego al
fondo, sigo escarbando hacia abajo. Pienso que es menos doloroso rendirme
que pelear y no conseguir nada, no vale la pena.
Algunas de estas reacciones son defensas instintivas, como atacar, que tiene
que ver con la defensa de lucha; evitar, que se relaciona con escapar; o
someterse, que es el recurso disponible cuando las respuestas activas no son
viables. En situaciones donde no hay opción alguna, anestesiarnos permite
que las sensaciones dolorosas sean más tolerables: recordemos al conejo y
su estado de trance cuando se ve expuesto. Todas ellas son reacciones
relacionadas con la supervivencia ante la amenaza percibida, y están
presentes en muchas especies animales. La activación de uno u otro de estos
sistemas es generalmente rápida y automática, y ocurre mucho antes de
nuestra reflexión consciente sobre lo que ocurre.
Anabel González
funcionando más allá de la emergencia propiamente dicha, y se convierten
en respuestas automáticas o en patrones estables. Por ejemplo, como
decíamos, escapar es una excelente protección para el conejo cuando tiene
la puerta abierta, pero si se escapa de la persona que le lleva la comida o
que viene a curarle, huir pasa a ser el problema. Del mismo modo, la
evitación es un mecanismo psicológico que hace que cada vez tengamos
más miedo de las dificultades, y estas se vayan haciendo cada vez mayores.
No soy yo
de reconocer y de aceptar. Pero es muy importante que los podamos
identificar en nosotros. Recordemos que aquello que está pero de lo que no
tenemos conciencia, opera de un modo mucho más poderoso que lo que
percibimos con claridad. Solo podemos cambiar las cosas que sabemos que
existen.
Anabel González
5. ¿Para qué sirve el sistema que estoy usando, cuál es su sitio, en qué se
puede reconvertir?
120
No soy yo
Uno de los vecinos tiró el saquito al llegar a su casa pensando que nada
tenía solución, la ocurrencia del niño le recordó aún más su desgracia. Otro
le dio todas las semillas a su pájaro, la única compañía que le quedaba, y lo
único que aún le importaba en esta vida. El tercero se aferró a la idea de que
eso sería la solución, y plantó cada semilla minuciosamente, echándoles
agua sin parar durante los meses siguientes. El cuarto se dijo “¿que puedo
perder?” y en sus ratos libres iba plantando las semil as y regándolas de vez
en cuando. A la vez, buscaba subvenciones o ayudas, con las que fue
arreglando su casa y replantando el bosque.
Anabel González
122
No soy yo
Anabel González
124
No soy yo
Por muy mal que lo pasemos y por mucho que nos lamentemos de nuestra
suerte, si seguimos haciendo lo mismo de siempre, lo más probable es que
nos sigamos sintiendo igual que siempre.
Cuando nos propongamos hacer estos cambios, nos podremos llegar a sentir
verdaderamente extraños. Las ideas que trataremos de llevar a la práctica
pueden parecernos absurdas e iló-gicas, pero recordemos que lo esencial no
es su apariencia, sino los resultados a medio y largo plazo. Por supuesto han
de tener un sentido en relación con nuestras dificultades nucleares. Por
ejemplo, si tenemos grandes problemas para tolerar la soledad, podemos
hacer ejercicios de “soledad programada”. Se trataría de hacer solos
pequeñas cosas, de esas que habitualmente hacemos acompañados. Las
personas que no llevan bien la soledad, suelen evitarla a menos que no les
quede otro remedio. Este funcionamiento tiene grandes efectos colaterales.
Por una parte, cuando inevitablemente nos vemos solos, lo llevamos fatal, y
podemos 125
Anabel González
- con tal de no estar en contacto con esa sensación. Por otro, viviremos las
relaciones de un modo más complejo, ya que nos me-teremos una presión
extra para garantizarnos que los demás estén siempre ahí. Si, identificando
estas dificultades, programamos hacer diariamente tareas cotidianas solos,
invertiremos el proceso, y nos daremos la oportunidad de habituarnos y
normalizar la sensación de soledad. Por regla general, cuanto más raros nos
sintamos con una tarea, mejor encaminada estará. Eso significa que estamos
estirando un músculo de los más agarrotados. Podemos por ejemplo ir al
cine solos. Si lo pensamos bien, es una actividad para la que no necesitamos
compañía, estamos la mayor parte del tiempo centrados en la película.
Podemos tomar un café solos, ir a comer solos ... cada día una situación
diferente, pero todas con esa característica. No trataremos de evadirnos de
la sensación, que al principio será incómoda, sino de sentirla plenamente
para acostumbrarnos.
No soy yo
Si las tareas que nos planteamos son extravagantes y creativas, aunque nos
descoloquen un poco, introduciremos algo de sentido del humor, y
aligeraremos un poco las sensaciones que nos producen. Aún así, es de
esperar que nos generen algunas emociones desagradables, lo mismo que el
estiramiento de un músculo no está funcionando si no molesta un poco. La
clave es no plantearnos tareas irrealizables, demasiado ambiciosas, que
hagamos un día en el que reunimos toda nuestra energía, para abandonarlas
luego durante meses.
Estos experimentos son como las semillas del cuento. Cuantas más
sembremos, más posibilidades tendremos de obtener frutos más adelante.
Los resultados no se verán inmediatamente, porque los cambios tardan su
tiempo en germinar. Si, como algunos de los vecinos, descartamos los
intentos porque nos decimos que no tienen sentido o que no van a
funcionar, nos estaremos negando una posibilidad. Si nos esforzamos
angustiosamente en que den resultado, y nos metemos presión, nos
generaremos un malestar que nos restará energía y hará más fácil que no
funcione.
Anabel González
tenemos una sensación interna de que todo depende del destino y de los
elementos, y que nada podemos hacer, no intentaremos nada, y no
conseguiremos nada. Esta es la misma sensación que tenían los ratoncitos
del experimento de la indefensión aprendida, pero la diferencia es que
nosotros no somos animales de laboratorio. Podemos ver lo que ocurre
desde fuera, entender lo que esta pasando, notar nuestras sensaciones, pero
no dejarnos llevar por ellas. Si vemos con nuestra parte reflexiva que hay
opciones disponibles, aunque nuestra intuición nos empuje hacia otro lado,
no la seguiremos. Sabremos que nuestra intuición puede haber sido
programada en otra época, para prevenir situaciones que ahora no están
presentes, o que tienen otros condicionantes.
128
No soy yo
Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó, renunciar
a todos tus sueños solo porque uno de el os no se cumplió. Antonie de
Saint-Exupery.
Pensemos en que nos apasiona jugar al fútbol, y que hemos sufrido una
lesión en el campo. Una vez recuperados ¿qué hacemos? Si no salimos a
jugar otra vez, no volverá a pasar, pero
¿dejaremos algo que nos gustaba tanto?, ¿prescindiremos para siempre de
las sensaciones positivas que eso nos aportaba? Pongamos otro ejemplo:
nos encanta la tarta de chocolate, pero nos hemos atragantado con un trozo
y lo hemos pasado fatal. Por no 129
Anabel González
volver a pasar por eso ¿dejaremos de tomar nuestra tarta favori-ta?, ¿no
volveremos a comer?
No soy yo
Es necesario que limpiemos esas heridas y dejemos que les de el aire. Esto
conlleva muchas veces la participación de un profesional que sepa cómo
hacer las curas, cómo minimizar el dolor que esto supone y que pueda
ayudar a que cicatricen. Para sentir que nos podemos proteger hemos de
aprender a recalcular el peligro, desbloquear nuestras reacciones defensivas
instintivas, desmon-tar nuestros sistemas de protección disfuncionales y
ensayar una y otra vez respuestas sanas hasta que las sepamos manejar y se
hagan habituales.
Anabel González
No soy yo
de lo mal que se siente, sin mover ficha en ninguna dirección para cambiar
su estado. Es posible que desgaste toda su energía en echar un pulso a los
profesionales, tirando por tierra sus propuestas sin ponerlas a prueba,
transmitiéndole la creencia que lleva dentro de que “nunca es suficiente”,
descartando innumerables terapeutas porque ninguno es “suficientemente
bueno” o insistien-do en que “su caso es demasiado grave y no tiene
solución”. En todos estos casos, el conflicto interno en el que vive el
paciente se traslada a la relación terapéutica, aportándole a la persona una
cierta sensación de control, pero a la vez le aleja de buscar objetivos
productivos, como recuperar el control sobre su propia vida.
Las relaciones de pareja son otra de las tareas difíciles, más aún que las
relaciones de amistad. Con una pareja el sistema de apego se activa,
trayendo consigo lo aprendido en ese área. Todos los escenarios son
posibles, desde la reticencia a tener pareja; el auto boicot de las relaciones,
sobre todo cuando se hacen más intimas y cercanas; la oscilación entre la
dependencia excesiva y las reacciones de protección desproporcionadas; y
la vinculación extrema y dependiente. Esta última situación puede llevar a
133
Anabel González
que la persona haga todo lo que el otro quiere, sea beneficioso o perjudicial
para ella, o bien que de tanto demandar afecto acabe agotando al otro, ya
que dado que el hueco está en el pasado, haga lo que haga la otra persona,
no podrá colmar esa necesidad desde el presente.
No soy yo
Al tocar nuestras cicatrices sabremos por experiencia que todo dolor acaba
pasando. Si ponemos en una balanza lo que ganamos
135
Anabel González
Una de las ventajas de sentir que no soy yo el que hace, piensa o siente
algunas cosas, es que no asumimos la responsabilidad por esas reacciones.
Podemos culparnos por tenerlas a posteriori, y pagar las consecuencias de
haberlas tenido, pero si no asumimos la responsabilidad de modificarlas es
una culpa improductiva, que solo alimenta el ciclo. Me siento tan mal por
haber tenido una explosión de rabia, que me torturo internamente todo el
tiempo, con lo que mi angustia sube y mi estado de ánimo baja. Esto último
actúa como generador de un malestar que hará más fácil una nueva
explosión.
En ocasiones esta falta de control sobre nuestras reacciones nos sirve para
tratar de minimizar las consecuencias. Les decimos a los demás que no
pretendíamos decir eso, que ya saben que tenemos ese pronto y que no nos
lo tengan en cuenta, porque ya saben cómo es nuestro carácter. Nuestras
intenciones son buenas pero “no podemos evitar” tener esas salidas de tono.
Si bien es cierto que estas reacciones no están integradas y bajo nuestro
control consciente, también lo es que está en nuestra mano trabajar para que
cambien.
136
No soy yo
Si vemos que tiene razón, simplemente tratamos de mejorar. Sin culpa, nos
daría igual el modo en el que hacemos las cosas, y per-sistiríamos en
nuestros errores.
Algunos niños crecen en familias en las que los adultos nunca asumen su
responsabilidad, nunca reconocen que se equivocan, ni aceptan ser
culpables de nada. Esa culpa que flota en el aire es frecuentemente asumida
por los niños, que ya de por sí tienden a relacionar todo lo que ocurre con
ellos. Si además se les culpa explícitamente, esa tendencia se incrementará.
Al hacerse mayores, pueden tender fácilmente a asumir la culpa que los
demás no reconocen. Si tienen una pareja muy crítica, que les acusa
constantemente, no lo cuestionarán.
Anabel González
o que lo que nos pasa no tiene solución. Ambos extremos pueden coexistir,
y aunque nos lamentemos constantemente por estar mal, no haremos ningún
cambio para lograr que sea diferente.
Quizás no podamos hacer gran cosa si estamos muy bajos de ánimo, pero lo
que hacemos con las baterías que nos quedan es decisión nuestra. Si
empezamos a asumir nuestra responsabilidad, no nos permitiremos decir un
“no puedo” rotundo. En caso de que decidamos no hacer algo, nos lo
contaremos como la opción que escogemos: “no lo hago porque decido no
hacerlo”.
138
No soy yo
Anabel González
teoría de que no hay nada que hacer. Es como si nos siguiésemos sintiendo
pequeños, desprotegidos, incapaces de valernos por nosotros mismos. Y si
bien esto es así en las primeras etapas de nuestra vida, cuando nos hacemos
adultos esperar que alguien venga a rescatarnos de nosotros mismos, no
suele funcionar.
No soy yo
que lo solucione todo, de una persona que nos dé cuanto nos faltó, de un
trabajo que nos aporte la motivación que no tenemos o de algo inesperado
que nos rescate. Dejar nuestro futuro en manos del azar no tiene sentido. Es
importante luchar por hacerlo posible, pero sin dirigir la pelea contra
nosotros mismos.
141
Anabel González
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Eduar-
do Galeano.
Es muy probable que no veamos cuales son esas opciones. A veces porque
las que nos planteamos no son realizables. Buscamos solucionar nuestros
problemas mudándonos a una isla desier-ta donde nadie nos moleste ... pero
claro, no somos millonarios, no tenemos isla a la que irnos, y cuando
caemos en la cuenta de ello nos sumimos aún más en la desesperación. No
nos planteamos soluciones pequeñas, practicas, a medio-largo plazo, que
son las que realmente pueden generar cambios.
Otras veces, aunque las opciones estén ahí y podamos verlas, arrastramos
tanto la sensación de indefensión, de no poder hacer las cosas por nosotros
mismos, de estar atrapados - sensaciones que fueron absolutamente reales
en la infancia - que no nos damos cuenta de que en el aquí y ahora las cosas
no son iguales. Aunque sigamos viviendo con nuestra familia de origen, ya
no somos unos niños, somos adultos. Aunque sigamos en la misma relación
de pareja, no tenemos que sentarnos a esperar que todo cambie sin hacer
nada. Si somos conscientes de que somos adultos y de que somos nosotros
quienes conducimos el coche, la perspectiva da 142
No soy yo
Esta ultima frase puede que nos genere malestar al leerla, pero es
fundamental para conseguir avances. Quizás la leamos y pensemos “No es
justo, ¿cómo que depende de mí? Son los demás los que tendrían que
tratarme mejor ... ¿Cómo voy a estar bien si mis padres, mi marido, mi jefe,
mis hijos ... me tratan así?”.
Y la respuesta es sí, puedo estar mejor, aunque todos ellos sigan siendo
como son. Por suerte, en cada relación, nosotros siempre podemos
modificar nuestro 50%. Eso nos da margen suficiente para mover las cosas.
Anabel González
144
No soy yo
Por tanto, el cambio empieza cambiando la pregunta que nos hacemos ante
las cosas. “No me apetece salir hoy, pero ¿me haría bien?” Y no nos
hacemos trampas, no nos contestamos rápido, sino que nos paramos
reflexivamente a pensar cómo nos hemos sentido al final del día cuando
hemos salido de casa y lo comparamos con los días en que nos quedamos
en la cama, con la persiana bajada, dándole vueltas a la cabeza. Si nos
apetece o no es algo que tenemos en cuenta, pero tiene más importancia si
algo nos puede hacer bien o no. Cuando estamos bajos de ánimo o estamos
agobiados, hacer lo que nos pide el cuerpo no necesariamente mejora las
cosas.
En ese caso no salimos porque es lo que los demás esperan que hagamos o
lo que se supone que tenemos que hacer, sino que nos quedamos en casa
porque es mejor para nosotros descansar.
Sabemos que es así porque hemos comprobado que cuando nos forzamos a
hacer las cosas como cuando estábamos bien, termi-namos el día agotados,
y a la mañana siguiente aún estamos peor.
145
Anabel González
No soy yo
Anabel González
riorizamos ese modelo, nos lo llevamos puesto. Podemos estar lejos de esas
personas, pueden hasta no formar ya parte de nuestra vida, pero su
influencia sigue ahí. La cuestión es que no podemos alejarnos de nosotros
mismos, aunque lo intentemos de mil maneras. Nuestra cabeza está sobre
nuestros hombros las 24 horas del día. No nos queda otra que
reprogramarla.
Aunque es obvio que a nadie le sienta bien que le digan que es insoportable,
idiota, culpable, un desastre o que no vale para nada, es fundamental que
tomemos conciencia de que esas frases no nos hacían bien, que no nos
ayudaban, que nos producían sensaciones negativas desde que empezaron a
estar ahí. Este fue el aire que respiramos en esas relaciones, y si nos
paramos a pensarlo, seguramente nos diremos que esta es una herencia que
no queremos quedarnos.
¿Me ayudaría que los que me rodean ahora me dijeran esas cosas?
148
No soy yo
“es todo por tu culpa” “nunca te vas a poner bien” “es mejor que te
mueras”. Seguramente nos parecerá aberrante hacer esto, impensable. Es
importante que tomemos conciencia de las barbaridades que podemos llegar
a decirnos. Aunque aún no lo hayamos cambiado, si cada vez que lo
hacemos nos damos cuenta, será como cuando en la televisión suena un
pitido cada vez que se dice un taco ... no nos pasara desapercibido, no
seguirá flotando indefinidamente en nuestra cabeza. Eso ya reduce el
problema, ya supone un cambio.
Anabel González
otra vez lo mal que estamos o los errores que hemos cometido, no nos
servirá más que para ahondar en el malestar. Es equivalente a caernos al
suelo, y empezar a excavar hacia abajo. Si queremos estar bien, es
importante que aprendamos a decirnos lo que nos hace bien. Da igual si nos
lo creemos o no, da igual que nos suene raro. Lo normal es que sea así. Si
llevamos toda la vida machacándonos por dentro, tratarnos bien nos
resultara extrañísimo, casi marciano. Pero si lo repetimos una y otra vez,
acabará sonando más natural. En cierto modo es como aprender un nuevo
idioma.
No soy yo
hace bien. Aunque este aprendizaje no haya podido venir antes, yo puedo
aprenderlo ahora. El adulto que somos ha de hacerse cargo del proceso. No
tiene que saber hacerlo, simplemente ha de ponerse a ello. Para saber
conducir, en general hemos de pasar por la autoescuela, como es lógico. No
hemos de ser autodidactas cuando es más fácil aprender con ayuda.
Adquiriremos conocimientos de los que carecemos, y practicaremos lo
necesario para adquirir habilidades que aún no tenemos. Pero es
imprescindible que nos pongamos al volante, que tomemos las riendas de
nuestra vida.
151
Anabel González
Una persona que nunca cometió un error, nunca intentó nada nuevo. Albert
Einstein.
No soy yo
Anabel González
El vecino que plantó más semillas fue el que más frutos obtu-vo. Para que
algunas germinaran, muchas se quedaron en intentos improductivos.
Sabremos que estamos avanzando, cuando el día esté lleno de errores.
Significará que estamos trabajando en cambiar, que estamos aprendiendo.
Pero claro, para eso, es necesario cogerle cariño a cometer errores.
No soy yo
Muchos intentos de cambiar las cosas no funcionan porque les falta esta
persistencia, y esta continuidad. Si nos subimos a una bicicleta que aún no
controlamos, y cada vez que nos caemos nos decimos: “es imposible, nunca
lo conseguiré”, y no lo volvemos a intentar hasta un mes después, el cambio
nos llevará bastante más de ocho meses o no llegará a producirse.
Anabel González
No soy yo
to o inadecuado. La referencia del padre marcará lo que ese niño siente que
debería ser, pero eso no le dejará encontrar lo que realmente es. Este niño
tendrá dificultades para llevar bien los errores, y es posible que se sienta
fracasado consiga lo que consiga. Un padre al que no podemos cuestionar
en nada, en el que no vemos ningún defecto, puede estar rodeado de mucha
idealización, pero frecuentemente tienen claroscuros como todos los seres
humanos. Quizás son personas que no reconocen sus errores, que señalan
con más facilidad los de los demás, que siempre creen tener razón, y no
necesariamente resuenan y empatizan bien con las personas que tienen
delante. Bajar a estos padres del pedestal puede resultarnos difícil, pero es
importante. Esto nos permitirá reconciliarnos también con nuestros propios
puntos fuertes y débiles. Es bueno que si no somos de los que se crecen con
los errores, entendamos de dónde nos viene este modo de funcionar, porque
eso nos puede ayudar a tomar perspectiva.
157
Anabel González
17. ROMPERME LOS ESQUEMAS: LO MALO DE LO
Pero que alguien nos diga algo con voz fuerte y con contun-dencia,
aparentando seguridad, no significa que lo que nos dice 158
No soy yo
sea una verdad absoluta. De hecho, cuando alguien dice algo como si fuera
inapelable, precisamente por ese motivo suele ser falso. La convicción es
muy diferente de la seguridad sana, que admite que se la cuestione, y que
puede plantearse cambiar de opinión si el otro le convence con sus
argumentos. En principio, la convicción es siempre patológica, e indica una
necesidad subya-cente muy grande de aferrarse a una idea.
Dado que lo que nos decimos a nosotros mismos procede en gran medida de
estos modelos, es importante que estemos abiertos a cuestionarnos todas
nuestras convicciones. Muchos pensamientos flotan en nuestra cabeza sin
que analicemos nunca si son lógicos o no, simplemente creemos que por el
hecho de pensarlos con tanta fuerza, es que son así. Los sentimos como
verdades inapelables. Precisamente por esta convicción con la que los
pensamos, es que muy probablemente no lo sean.
159
Anabel González
Cada vez que nos dicen algo positivo sobre nosotros, le damos al
comentario con nuestra raqueta mental y no lo dejamos entrar.
Cuando algo nos sale mal, por el contrario, abrimos la puerta y permitimos
que ese hecho o la crítica de otros, nos lleguen dentro y resuenen con
nuestra creencia. así la sensación de “soy un inútil”
Como nos costará tener una referencia objetiva, es importante que nos
fijemos y que usemos como referencia a figuras sanas o que nos dejemos
asesorar por personas que - como los terapeutas - pueden entender nuestro
problema. Hemos de convertirnos 160
No soy yo
en observadores del mundo y de la gente, exploradores que se mueven por
la realidad como si la conocieran por primera vez.
Anabel González
nos queremos, sino si esa relación nos hace bien o no. Podemos
imaginarnos a una pareja que nos va a querer más que a nada en el mundo,
y esta idea aparentemente bonita, en realidad no nos deja vivir con la
persona de carne y hueso con la que estamos, que lógicamente tiene
defectos. Si seguimos soñando con los padres que hubiésemos deseado
tener o con la familia que todo niño merece, pensar en la familia en la que
crecimos o la forma en la que nuestros padres funcionan aún con nosotros,
nos genera un constante malestar. Aunque esos sueños parecen preciosos, y
nos digamos a que pensar en ellos nos hace bien, lo cierto es que son
enormemente destructivos.
Estos mundos imaginarios, poblados por las personas tal como soñamos que
fueran, donde todo es como nos gustaría, y todo es posible, nos impiden
vivir a pie de tierra, en el mundo real.
Todos los días el anciano baja las escaleras y cuando ve al chico, sube
corriendo presa del pánico gritando: “hay un negro en casa, hay un negro en
casa”. El chico le contesta: “¡Abuelo, soy tu nieto, llevo viviendo contigo
desde hace 20 años!” ... La frecuencia de un suceso o su obviedad, no tiene
nada que ver con que estemos dispuestos a asumir que exista. Cuando algo
no nos entra en la 162
No soy yo
cabeza, cuando no está en nuestros esquemas sobre cómo son las cosas,
podemos negarnos a aceptar que sea así. Negar la realidad no hace que deje
de ser como es, al igual que tapar la luna con un dedo no la aparta del cielo.
No aceptar las cosas como son nos bloquea completamente toda posibilidad
de modificarlas.
Del mismo modo, muchas de las estrategias con las que hemos salido
adelante, no es que sean negativas en sí, pero a día de hoy no nos sirven o
nos causan problemas. Ser fuerte no es un valor en sí, es lo que nos ayudó a
sobrevivir. Olvidar no es una solución, solo es un parche, porque realmente
solo tapamos, la goma de borrar mental no existe. No reaccionar es lo mejor
que podemos hacer cuando no tenemos opciones, pero puede jugar 163
Anabel González
en nuestra contra cuando sí las tenemos.
Ahora que ya sabemos que muchas cosas que creemos son positivas,
realmente no lo son tanto, vayamos con las que parecen negativas y no lo
son. Algunas podemos considerarlas negativas porque nos enseñaron que
así eran, lo cual puede estar potencia-do por las normas morales de la
sociedad en la que vivimos. El altruismo, la generosidad o la idea de que
tenemos que ser buenos, tienen importantes resonancias cristianas. Por el
contrario, el egoísmo y la maldad serán etiquetados como negativos. Pero
ya sabemos que nada es lo que parece, de modo que reflexionemos un poco
más.
Otra palabra con muy mala prensa es la maldad. Lo más probable es que no
nos definamos como malos, sino como buenas personas. Sin embargo,
todos hacemos cosas malas. Es imposible vivir sin hacer daño a nadie. No
hablamos de un daño innecesario 164
No soy yo
Siempre que entramos en una competición con otros, aunque sea una pelea
limpia, alguien saldrá peor parado. Si no somos un poco malos en la vida,
las demás no tendrán la misma consideración con nosotros. Sin ser un poco
malos no pelearemos por nuestros derechos, no conseguiremos lo que nos
importa, no prevalecerá lo nuestro. Los que nos rodean no son tampoco
altruistas ni generosos al 100%, y si no esperamos que sea así ni nos
sorprendemos por ello, simplemente funcionaremos de acuerdo con las
reglas del juego. Si leyendo esto nos estamos sintiendo incómodos y en
desacuerdo, probablemente estamos usando como referencia nuestro
planeta imaginario donde existe la justicia y todo el mundo se comporta
como debería hacerlo (22).
Otros conceptos que podemos ver como negativos tienen esa tonalidad
porque nuestra primera experiencia con ellos fue negativa, o se quedó
asociado a una mala experiencia. Ya hemos hablado de cómo la
vulnerabilidad no es de por sí negativa, pero si alguien nos hizo daño
cuando nosotros dejamos en sus manos nuestra parte más vulnerable,
podemos asociar el peligro con la vulnerabilidad. De ese modo no nos
permitimos mostrarnos vulnerables, causándonos así un daño mucho mayor.
Otro ejemplo similar es cómo entendemos el ser débiles. Si sobrevivimos a
nuestra historia siendo fuertes y tirando para delante, podemos sobrevalorar
la importancia de ser fuertes. A mayores, si en nuestra historia ha habido
personas fuertes y dañinas que machacaron a otras débiles y sumisas,
podemos equiparar ser débil con que a uno le hagan daño. Debido a ello,
cuando nos fallen las fuerzas no nos apoyaremos en nadie, y nos privaremos
de recursos que podrían 165
Anabel González
No soy yo
Los elementos que hemos de cambiar pueden ser específicos de cada uno.
Son aquellas cosas que nos planteamos desde el
“no soporto sentirme así”. Justo eso que no soportamos, es a lo que nos
tenemos que acostumbrar. Si no podemos ver las cosas descolocadas,
hemos de adaptarnos a desordenar un poco. Si tenemos que hacerlo todo
perfecto, hemos de buscar las imperfec-ciones. Si no podemos llorar delante
de la gente, hemos de aprender a mostrar nuestras emociones. Claro que no
nos sentiremos bien haciéndolo, pero recordemos que la pregunta
importante es
167
Anabel González
No soy yo
Los dilemas (19) en los que nos podemos sentir atrapados son múltiples, y
todos se basan en la misma elección falsa: planteamos las dos opciones en
su versión más extrema, y nos debatimos entre ellas.
169
Anabel González
170
No soy yo
Si por ejemplo, sentimos rechazo por parte de las personas que nos cuidan,
nuestra mente puede tratar de asimilar esto de muchas maneras. Podemos
dedicar toda nuestra energía a encontrar aprobación, lo que suele funcionar
a medias, porque una actitud de rechazo hacia un hijo es un problema de los
padres, no se debe a un defecto de los niños. Hagamos lo que hagamos,
nunca será suficiente, pero un niño no se da cuenta de esto, y nunca
dejaremos de esforzarnos más y más, para conseguir algo que necesitamos
pero que nunca llegará. Por esta ruta nos volveremos exigentes y
perfeccionistas, y la sensación de “nunca es suficiente” estará siempre de
fondo. Otra posibilidad es que nos volvamos hipersensibles a las señales de
rechazo, a la vez que nos rechazaremos a nosotros mismos, y quizás
también a los demás.
Anabel González
por completo por ella, iremos funcionando más cerca del punto de
equilibrio.
Esto puede ser difícil, porque generalmente cuando tenemos este tipo de
funcionamiento, en un estado es como si se nos borrara la información del
otro lado, como si no estuviese accesible.
Algo que puede ayudarnos es escribirnos una carta cuando estemos en un
extremo, sobre lo que es importante que recordemos en el otro. Por
ejemplo, si nos hemos decepcionado con una persona porque “lo hemos
dado todo” y no hemos sido correspondidos como esperábamos, nos
daremos argumentos para no volcarnos tanto la próxima vez, y dedicar parte
de nuestras energías a cuidarnos nosotros. O si oscilamos entre hacer cosas
irresponsables o perjudiciales, y sentirnos horriblemente culpables por ello,
nos escribimos los motivos por los que hacer eso no nos conviene, y nos
obligamos a leerlo la próxima vez que nos planteemos hacer lo mismo.
No soy yo
mos las cosas si en vez de tratar de dar el 100% nos empezáse-mos a quedar
en un 80%. Hemos de ser concretos en la forma de plantear estas
alternativas, imaginarlas con detalle, visualizarnos haciéndolo, y luego
practicarlas. Nos sentiremos muy incómodos inicialmente, porque la
tendencia de fondo seguirá actuando, pero con el tiempo las sensaciones se
normalizarán.
Anabel González
controlada. De otro modo seremos como una olla exprés con la válvula
tapada, todos sabemos lo que acaba pasando. . . hemos de abrir la válvula.
De ese modo la olla cocinará fantásticamente.
Dejamos que nuestro enfado nos ayude, nos permitimos sentirlo y hacer lo
que nos pide. Con el tiempo -recordemos, unos ocho meses si practicamos a
diario - pese a que los demás no cambien, nosotros nos sentiremos
diferentes. Y a veces, curiosamente, pue-174
No soy yo
Anabel González
No soy yo
Anabel González
frases como “estás fatal últimamente” “estás loco” o “no hay quien te
aguante esta temporada”. Sobre todo, cuando algunas de esas personas
contribuyeron a la generación de nuestros patrones internos, sus
comentarios han de ser puestos en cuestión. Por ejemplo, si nos hemos
criado con una madre amargada e insatisfecha, nada de lo que hagamos le
parecerá bien, por eso cuando proteste no significará nada, porque total ya
ha protestado así toda la vida.
178
No soy yo
19. EL PUNTO DE INFLEXIÓN
Cuando tienes que tomar una decisión y no la tomas, eso ya es una
decisión. William James.
Quizás estemos leyendo este libro y pensando: “sí, tendría que cambiar
muchas cosas”. Pero eso no es lo único que hace falta para llegar a estar
bien, es preciso que tomemos una decisión. Hemos de estar decididos a
cambiar las cosas, a hacer lo que haga falta, a modificar nuestras
perspectivas, a apostar por nosotros. Y hacer esto no es sencillo en el tipo
de problemas de los que estamos hablando.
Podemos rebelarnos ante la idea de que cuando son los demás los que nos
han hecho daño, seamos nosotros los que tenemos que cambiar. Nos
decimos que “son ellos los que deberían estar aquí”, que si el mundo
funcionara como debería estas cosas no pasarían, que nosotros somos como
somos, que no podemos cambiar ni tenemos por qué hacerlo, y que son los
demás los que solo piensan en sí mismos. Nos sentimos llenos de razón, y
po-siblemente en muchos aspectos la tenemos. Pero tener razón es una de
las trampas en las que podemos vernos enredados y que 179
Anabel González
No soy yo
181
Anabel González
Los humanos a veces tratamos de modificar el orden natural de las cosas.
Contenemos nuestra rabia, y hacemos análisis morales sobre ella. Nos
sentimos malos por sentir rabia, porque nos recuerda a las personas
agresivas que conocimos, nuestros primeros modelos de cómo es eso de
enfadarse. Nuestra mente interioriza a las figuras significativas de nuestra
historia, y establece en base a ello un patrón interno de regulación de
nuestras emociones. Como decíamos, nos cuidamos inicialmente como nos
cuidaron, nos regulamos como nos regularon. Si nuestra rabia se vuelve
contra nosotros, si siempre la metemos hacia dentro, si solo sale cuando se
desborda y explota, no podremos desarrollarnos como el pequeño león en
contacto con nuestra fuerza, practican-do la pelea desde el juego,
enfrentándonos cuando es apropiado.
- que no son las adecuadas para el contexto. Esas tendencias de acción (7)
se quedan en amagos que no llegan a realizarse, pero que tampoco se van.
De algún modo es como si la rabia que estaría en la base de la respuesta de
lucha, se quedase convertida en tensión e impotencia. El miedo que
moviliza la respuesta de huida se quedará metido en el cuerpo, alimentando
una constante 182
No soy yo
inquietud y ansiedad. Ante nuevas situaciones que disparan el instinto de
supervivencia, estas reacciones se activan con su bloqueo puesto. Cuando
tenemos que reaccionar solo sentimos impotencia y salimos huyendo,
cuando realmente estaríamos en situación de poder ponernos firmes y
afrontar las situaciones. Por mucho que nos culpemos por nuestra falta de
fuerza y nuestra cobardía, no podemos desatar esos nudos, de hecho
probablemente al enfadarnos con nosotros mismos, los enmarañemos más
aun.
Esto no quiere decir que no se pueda hacer nada, pero sí que cualquier cosa
que se hagamos ha de partir de la comprensión de lo que ocurre. Como
hemos dicho anteriormente, solo podemos cambiar en nosotros mismos
aquello que aceptamos y entendemos. Pero precisamente porque son
procesos automáticos, y poco o nada conscientes, si los dejamos a su fluir
espontáneo, las cosas no se arreglarán solas. Si nos estamos viendo
entrampados en patrones que no nos gustan, o que no son buenos para
nosotros, hemos de estar decididos a hacer cambios, y a trabajar en
conseguirlos. Sabiendo donde está el problema, hemos de empujar en la
dirección adecuada y salir por la puerta que está abierta y que lleva a donde
realmente necesitamos ir. No pocas veces desperdi-ciamos nuestra energía
empeñándonos en soluciones imposibles, enfadándonos con nosotros
mismos por estar mal, o negándonos a cambiar lo que nos hace daño. Para
poder aprovechar nuestros esfuerzos, han de estar dirigidos a los elementos
claves, y hemos de estar por la labor de modificar nuestras creencias,
nuestra forma de relacionarnos, incluso nuestra definición de quienes
somos.
Anabel González
esto tiene que cambiar’’ y convertir esto en una firme determina-ción, que
mantengamos, aunque nos sintamos flaquear, contra viento y marea. O
pensar “tengo que coger las riendas de mi vida”
Esto implica muchas cosas. Por mucho que tengamos claro que queremos
cambiar, vamos a notar la inercia que nos arrastra a lo de siempre, y
habremos de mantener siempre el “modo manual” en nuestra mente, sin
dejarnos llevar por los automatismos. Si soltamos las riendas, todo volverá
a donde siempre. Esto es especialmente cierto en los momentos en los que
ocurre algo que nos descoloca o cuando nuestro ánimo decae. Ahí nuestros
aprendizajes todavía están cogidos por alfileres, y en medio de la tormenta
nuestro timón puede no mantenerse firme. Como le pasaba a Destin en su
bicicleta, cualquier ruido desbarataba su re-cién aprendida habilidad. Estas
idas y venidas, el que un paso para delante se acompaña a veces de dos para
atrás, forman parte del proceso de aprendizaje - o más bien de re-
aprendizaje - normal.
No soy yo
es donde nos puede ayudar echar mano de esa carta que nos habíamos
escrito cuando estábamos bien, para recordarnos lo que queremos, o los
avances que vamos haciendo. Hemos de tener planes para manejar los
momentos de desánimo, porque los habrá. Una mejoría sólida depende más
de cómo llevemos los momentos bajos que de tener días buenos.
Pero no solo la inercia del pasado nos puede frenar en nuestra evolución.
Del futuro pueden venir muchas cosas que nos empujan hacia atrás, que nos
ponen obstáculos en el camino o que nos frenan. Una parte de nosotros
puede creer que no merecemos estar bien, porque sigue sintiendo culpa o
vergüenza por las cosas que nos sucedieron, o por la forma en la que
reaccionamos ante 185
Anabel González
La decisión de que vamos a trabajar para estar bien, durante el tiempo que
haga falta, y con todo lo que eso implica, hemos de tomarla con todo lo que
hay en nuestro interior. Cada parte de nosotros ha de estar de acuerdo en
esta decisión. Hemos de llegar a un consenso y hacer un pacto con nosotros
mismos. Es mejor dar pasos más cortos, y avanzar llevando con nosotros a
nuestros niños internos, nuestras partes criticas y todo lo que somos. Para
ello hemos de retomar muchas veces el diálogo interno, entender por qué se
reactivan esas creencias profundas, a veces incluso a pesar de haber
trabajado muchos recuerdos que las alimentaban.
Una decisión realista implica también prever las ayudas que podemos
necesitar para la travesía, las provisiones que hemos de llevar y en qué
puertos hemos de pararnos a repostar. Si durante toda nuestra vida hemos
tratado de funcionar sin pedir ayuda, probablemente nos toque aprender que
muchas cosas se hacen mejor y son más fáciles con apoyo. Hacerlo por la
ruta más difícil 186
No soy yo
solo hará más probable que tengamos que claudicar. Por supuesto hemos de
seleccionar bien a quien pedir ayuda, y hasta que punto recurrir a ella. Lo
que nadie podrá nunca hacer por nosotros es tomar la decisión de la que
estamos hablando, ni marcarse el compromiso que necesitamos con el
cambio. Si nosotros no estamos determinados a modificar las cosas, por
mucha y buena ayuda que tengamos, no nos servirá de nada.
187
Anabel González
Pensemos que el miedo o el rechazo que nos producen los recuerdos y sus
sensaciones asociadas son engañosos. Probablemente cuando aquello estaba
sucediendo sentimos que no podíamos soportarlo, que era inasumible. Al
volver a recordarlo, vuelve esa misma idea, aunque ahora, sobre todo si
hemos estado trabajando en reconfigurar nuestro sistema interno, sí que
estamos más preparados. Al menos podremos dejar de escapar de nuestros
recuerdos, y empezar a afrontarlos. Al mirarlos de frente los fantasmas de la
oscuridad resultan ser menos terribles de lo que imaginábamos. Y
recordemos, nuestro organismo puede habituarse a las sensaciones si las
dejamos estar ahí el tiempo suficiente. De hecho, una de las estrategias
terapéuticas que pueden ayudarnos es la exposición progresiva a los
recuerdos de los que llevamos toda la vida escapándonos.
riencias, de las que muchas veces no hemos hablado con nadie, o al menos
con nadie que pueda entender cómo nos sentimos.
quizás nunca hemos tenido con quien compartir nuestra tristeza y nuestro
dolor, y nos cuesta hacerlo ahora. Pero compartir el dolor es el mejor modo
de aliviarlo, permitiéndonos sentir la comprensión y el consuelo del otro.
Para ello, hemos de aprender a hablar desde el dolor, y no desde la rabia con
la que nos protegemos o de las múltiples carcasas que hemos puesto
alrededor.
No soy yo
Algo que parece obvio, pero que no lo es tanto, es que a la hora de conectar
con nuestros recuerdos, hemos de experimentarlos como tales. Es decir, que
mientras estemos notando todas las sensaciones que todavía nos producen,
nuestra mente no se confunda pensando que esta volviendo a ocurrir.
Algunos recuerdos tienen tal viveza, o llevan encerrados y aislados tanto
tiempo, que cuando vuelven a nosotros parece - literalmente - como si vol-
viéramos a vivir la situación. Hemos de recordarle a nuestra mente, una y
otra vez, que es solo un recuerdo, que por muy desagradable que sea no está
sucediendo de nuevo, que han pasado probablemente años (contemos
cuantos) desde que sucedió aquello.
192
No soy yo
“me quiero morir” no tanto porque ahora nos planteemos esto, sino porque
era lo que sentíamos en aquella situación. Quizás tengamos la sensación de
que no vamos a poder soportarlo, porque fue lo mismo que pensábamos en
aquellos momentos, y la razón fundamental por la que nuestra mente lo
bloqueó. Creeremos que estamos en peligro, aunque sepamos que no hay
realmente ningún peligro ante nosotros, simplemente porque sentimos
miedo, y nuestro cerebro identifica que tener miedo = hay peligro. Estas
creencias que vienen con el recuerdo pueden ser intensas, como lo es
nuestra memoria emocional y somática, pero son únicamente pensamientos
que quedaron almacenados con la experiencia. Es importante que los
veamos como tales, y no los tomemos como si fueran verdades inapelables.
Anabel González
nos alcancen, enterrándolos muy adentro de nosotros. Se logra abrazando lo
que somos, reconciliándonos con lo que fuimos en distintas etapas,
entendiendo lo que hicimos y lo que no pudimos hacer. Cuando lo hagamos,
el dolor empezará a marcharse, se irá diluyendo en el resto de nuestra
experiencia, dejará de estar aislado y se hablará con las nuevas vivencias.
No soy yo
corremos el riesgo de que aunque estemos mejor, esa mejoría no sea sólida
y estable. Estamos dejando una mina sin desactivar en nuestro jardín.
Ciertamente hemos de encontrar el momento, y a veces después de un duro
trabajo en cambiar y mejorar las cosas, si empezamos a sentirnos mejor,
podemos - como decíamos anteriormente - tener reticencias a entrar en la
parte dura de nuestra biografía y descolocar lo que tanto nos ha costado
conseguir. Esto es muy razonable y hemos de sentirnos fuertes y estables
para poder hacerlo. Es bueno que podamos tener un periodo de tranquilidad
en el que consolidar nuestros cambios. Y sobre todo, es fundamental
graduar el ritmo y entender que todo proceso tiene etapas.
Anabel González
No soy yo
197
Anabel González
Carl Rogers.
No soy yo
Un día ocurre algo que le toca en el fondo de sí mismo, y se activa esa parte
oculta y escondida, que sale sin control. Pero alguien puede verle, encuentra
al niño oculto detrás del monstruo verde, resuena con el dolor que hay en su
interior. Entonces toda la rabia se afloja, y puede confiar, puede dejarse caer
en brazos de otro. A partir de ese momento, Hulk deja de ser una parte
incontrolada e incomprensible, y pasa a formar parte de la personalidad del
protagonista, que puede optar por dejar que salga o no.
Anabel González
habitualmente nos puede y la voz nos salga más firme, con una seguridad
que no es propia de nosotros. También podremos ver que nos enfadamos
más, que estamos más irritables, que nos parecen mal cosas que antes
pasábamos por alto. Y aunque a los que nos rodean no les parezca del todo
positivo, nosotros sabremos que empezar a sentir lo que antes estaba
adormecido, es un avance respecto a la desconexión de la que venimos. En
conexión con esta parte nos sentiremos más fuertes, por momentos
notaremos más energía, no nos vendremos abajo ni nos desplomaremos tan
fácilmente.
No soy yo
Si es así, ¿queremos nosotros seguir con esa herencia? Nuestra mente puede
aprender de mejores modelos, es normal que repita los viejos de tanto
oírlos, pero cada vez que escuchemos en nuestra cabeza las frases de
nuestro padre, nos pararemos a recordar quién era realmente esta persona, y
nos diremos que podemos aprender a hablarnos de otro modo.
Anabel González
la que copiamos esas reacciones. Tomemos ahora una foto real de esa
persona, o si no la tenemos, imaginemos una. Usaremos al padre alcohólico
del ejemplo anterior. Dejemos de llamarle padre y nos referiremos a él por
su nombre de pila. Un momento importante del crecimiento de un niño es
cuando deja de mirar a sus padres como figuras simbólicas, como los dioses
de su pequeño mundo, y pasa a verlos como personas reales. Por tanto,
tratemos de mirar la foto como si mirásemos a alguien ajeno a nosotros
¿que pen-saríamos de alguien así? Veríamos seguramente a una persona
muy equivocada en la vida, a alguien mentalmente desequilibrado.
No soy yo
de ese modelo. Nos recordamos que la persona real es una cosa, pero que
eso que miramos es una parte nuestra. La miramos de nuevo y vemos que
aspecto tiene. Quizás darnos cuenta de que se parece a nuestro padre, pero
que no es nuestro padre, haya hecho que la veamos diferente. Para ayudarla
a evolucionar le traeremos además todos los modelos sanos que hemos
conocido, la gente que nos valoró o que sabe expresar su rabia con
seguridad y firmeza aunque manteniendo un absoluto respeto por los
demás. Al no confundirla con la persona de la que esa parte nuestra
aprendió, la vergüenza y el asco hacia ella se irán diluyendo, y se sentirá
mirada con aceptación y reconocimiento. Esto irá haciendo que los gestos
de nuestro padre se vayan borrando de su cara, que su forma se vaya
modelando de otro modo, que se vaya pareciendo cada vez más a nosotros.
Anabel González
educar a los niños que la de sus propios padres. No había lugar para el
juego, la alegría o la espontaneidad, porque eran cosas que en su familia
jamás se habían fomentado ni permitido. Heidi pasó por muchas
adversidades pero tuvo un cuidador emocionalmente sano, vivió muchos
anos con un abuelo cariñoso y comprensivo. Clara no tuvo tanta suerte.
Perdió a su madre, tuvo un padre ausente y toda su infancia transcurrió
junto a esta institutriz, una mujer muy limitada por sus propias carencias
emocionales. Su personalidad se adaptó, creciendo como una niña apocada,
bloqueada incluso a nivel físico hasta el punto de no poder caminar.
No soy yo
no hace más que amplificarlos. De modo que ensaya este nuevo sistema con
las niñas, y ve cómo mejora su forma de funcionar, y sobre todo, su estado
de ánimo.
Nuestra parte crítica puede haber tenido una historia similar a la institutriz
del cuento, y de la misma manera puede aprender.
Todos necesitamos una parte crítica, que nos ayude a reconocer dónde nos
hemos equivocado y que nos empuje a mejorar. Sin esa parte critica
repetiríamos los mismos fallos sin conciencia de cometerlos, haríamos las
cosas mal sistemáticamente. No avan-zaríamos, no evolucionaríamos, y
además tendríamos una imagen muy poco realista sobre nosotros mismos.
Esta es una parte esencial en todos los seres humanos, pero es fundamental
que si la nuestra ha aprendido estilos autoritarios, rígidos y penalizadores de
enseñanza, entienda por qué lo hace y ensaye otros sistemas más eficaces.
Cuando nos demos cuenta de que si nos decimos:
“¡Vaya fallo! Tengo que hacerlo otra vez, creo que así iría mejor ...
Peter Pan tenía muchos niños en el país de Nunca Jamás, donde el tiempo
no transcurría, y los chicos permanecían en el mismo estado que tenían
cuando llegaron allí. En ese lugar sus-pendido en el tiempo, nada cambiaba
ni evolucionaba. Los niños 205
Anabel González
Además, las circunstancias que llevaron a los niños a Nunca Jamás habían
cambiado, pero para ellos es como si no hubiera pasado el tiempo.
El niño caprichoso que quería salirse con la suya como revancha por la falta
de atención emocional se fue anulando ante las numerosas represalias que
sufrió, pero sus necesidades internas no satisfechas siguen estando ahí,
como cuando teníamos 6 años.
El adolescente que no sentía que perteneciese a ningún grupo, ni tampoco a
su propia familia, se fue encubriendo conforme apren-díamos a encandilar a
la gente para tenerlos seguros, pero en el fondo esa sensación nunca nos ha
abandonado. Esos niños vulnerables, heridos, rabiosos, de algún modo es
como si no hubiesen crecido, como si siguiesen viviendo en el país de
Nunca Jamás, atrapados en redes de memoria a las que todas las nuevas
experiencias de nuestra vida, nuestras buenas relaciones, nuestros éxitos,
nuestros recursos, no pudiesen llegar.
El puente para que esos niños se desbloqueen y salgan de ese lugar, es que
el adulto que somos pueda mirarlos con ojos nuevos. Que desde la realidad
presente miremos con comprensión a los niños que fuimos, las sensaciones
que nos generaron las cosas que vivimos, las reacciones que pudimos y no
pudimos tener.
206
No soy yo
Si les miramos a los ojos entendiendo quienes son, aceptándo-los con todo
lo que llevan consigo, entendiendo qué necesidades no satisfechas tienen
aún dentro y buscando cómo cubrirlas en el momento presente, las redes de
memorias pasadas y presentes empezarán a conectarse y a integrarse. De
ese modo esos niños podrán evolucionar, crecer, desarrollar todo su
potencial. El niño humillado levantará la cabeza al darse cuenta de que la
situación del colegio se terminó, y de que es un adulto que ahora se puede
proteger. El niño sensible descubrirá que sus emociones son buenas, y que
hay mucha gente con la que podrá mostrarlas y las valorará. El niño
caprichoso se irá convirtiendo en un adulto que pelea por lo que quiere, de
modos más pragmáticos, ajustados y eficaces, sabiendo que conseguir algo
lleva tiempo y esfuerzo en una dirección. El adolescente sabrá que hay
cosas buenas en su interior, y reconocerá lo importante que es sentir que
pertenecemos a algo, por eso irá aprendiendo a conectar con los demás de
un modo más genuino.
Si tenemos dificultades como adultos para mirar a estos niños con una
aceptación incondicional, pensemos ¿los estamos mirando realmente con
nuestros propios ojos, o estamos todavía haciéndolo a través de los ojos de
las personas con las que nos criamos? Si esto último es así ¿nos gustó cómo
nos veían ellos?
Anabel González
208
No soy yo
HAY, Y YA SE VERÁ
La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero debe ser
vivida mirando hacia delante. Sören Kierkegaard.
Anabel González
nos puede estar pasando esto, o repetirnos ¿cómo pueden hacerme algo así?,
o ¿por qué me pasa esto? La base del cambio es partir de cómo hemos
llegado hasta aquí, cuál es la situación, y cuáles son las opciones que
tenemos para modificarla, pero una vez hecho esto, ponernos a trabajar.
Para hacerlo de un modo eficaz y realista hemos de entender cómo se
generó el problema, ver la situación actual y las alternativas realistas para
cambiarlo, con una completa aceptación. Fue como fue, esto es lo que hay,
y veamos lo que conseguimos con lo que tenemos a mano. Dicho esto, no
hay más vueltas que darle al asunto.
No soy yo
Para hacer esto iremos foto por foto, completando el álbum y ordenando los
hechos. Se construye así una nueva narrativa sobre nuestra vida, como si
armáramos un documental donde nos vamos explicando de nuevo cómo
hemos llegado aquí. Observamos esta historia desde una cierta distancia
emocional, aunque lógicamente nos haga sentir cosas y muchas veces nos
conmueva. No nos deja indiferentes, pero no nos desborda ni nos atrapa.
Puede que antes hayamos repasado esos momentos, pero de nada sirve
hacer esto desde la desesperación, o preguntándonos
o ¿por qué tengo tan mala suerte? Estas preguntas no son preguntas, son
trampas. Ninguna de ellas nos permite aceptar que lo que pasó, pasó, y que
no tiene vuelta de hoja. De algún modo, aunque no nos lo digamos así, es
como si quisiésemos coger la máquina del tiempo y volver el pasado atrás.
No hay tal máquina y el pasado no puede cambiarse. Siempre que nos
decimos “si 211
Anabel González
Asumir el pasado implica apartar las dudas. Cuando nuestros recuerdos son
borrosos, o nos asaltan pensamientos de “me lo estoy inventando” o “le
estoy dando demasiada importancia, no fue para tanto” perdemos el foco y
nos distraemos de lo esencial. Nuestras memorias son como son, y es cierto
que los detalles quizás no han ocurrido literalmente así, porque la mente
puede modificar los recuerdos en base a otras cosas que pasaron, lo que
hicieron o dijeron los que nos rodeaban, y muchos otros factores.
Una vez que miremos nuestra historia diciéndonos “así fue, así lo recuerdo,
hice lo que pude con todo aquel o”, estaremos listos para vivir nuestro
momento presente sin lazos con el pasado.
212
No soy yo
Esto es lo que hay
Conforme vayamos superando nuestra historia, iremos viéndonos más en el
momento presente. Estaremos en condiciones de aceptar que las cosas ahora
son como son, sin plantearnos siquiera como podría haber sido si nuestro
pasado hubiera sido diferente. Entonces ya no viviremos más en el planeta
de nuestras cosas soñadas, donde habita una versión de las personas
importantes de nuestra vida diseñada en función de cómo nos gustaría que
fueran, y está todo lo que nos gustaría tener. Nuestros pies pisarán tierra
firme, y en ella buscaremos todas esas cosas que queremos. Sobremos que
están ahí, repartidas, entre las situaciones y la gente que nos rodea. No
tendrán ese aspecto brillante y perfecto que les veíamos en nuestro planeta,
serán más sencillas, incluso minúsculas, pero serán reales. Cuando nos
hayamos reconciliado con nuestra historia, también podremos hacerlo con
nuestra realidad.
Decir “esto es lo que hay” no tiene que ver con resignarse y quedarse en
algo que no nos gusta, tiene que ver con la aceptación. Solo podemos
modificar algo que aceptamos que existe. Y
Con todos esos recursos, nos veremos más capaces de explorar lo que nos
rodea, y de afrontar lo que esta por venir.
Por eso decirnos “ya se verá” no nos dará miedo, al contrario, nos resultará
estimulante. Lo que venga será nuevo, y eso es bueno, porque ya tenemos
claro que lo malo conocido es malo, y que no nos interesa. Aunque
sintamos aún un poquito de vértigo ante lo desconocido, sabremos que es
normal y no volveremos hacia atrás. Nos arriesgaremos a salir a jugar. Ya
sabremos que las heridas se curan y cicatrizan, que aunque nos lesionemos
jugando nos recuperaremos. Tendremos claro que vale la pena vivir, con
todos los claroscuros que conlleva.
214
No soy yo
215
Anabel González
No soy yo
217
Anabel González
No soy yo
remos en el caos. Sin embargo, integrar esas partes llevará a que cuidemos
de los demás de modo más equilibrado, y a que tengamos mucho más
autocontrol. Que nuestra rabia se funda con nosotros no implicará que nos
volvamos como los peores modelos que hemos conocido de esa emoción;
muy al contrario, cuando hasta la última molécula de nuestro organismo
pueda estar en contacto con nuestra rabia, la sentiremos totalmente a
nuestro modo, y notaremos mucha más firmeza, seguridad y fuerza. Cada
parte estará mucho más presente y, a la vez, la experimentaremos de un
modo completamente diferente. Nos sentiremos completos.
Una segunda posibilidad es que actuemos con los demás como actuaron con
nosotros. Miramos al otro sin ver realmente 219
Anabel González
“de repente” porque la gente es mala y hace esas cosas. Pero cuando
alguien reacciona mal a algo que decimos, nuestra interacción previa con
esa persona ha tenido algo que ver, y el modo en que la secuencia continúe
va a influir mucho en cómo terminen las cosas. Para poder hacer cambios,
como hemos ido comentan-do a lo largo de este libro, hemos de ampliar
nuestra conciencia sobre nosotros mismos. Las reacciones de los demás nos
van a dar muchísima información interesante, tanto las positivas como las
negativas.
Es bueno que nos hagamos conscientes de hasta qué punto vemos a las
personas de nuestro presente desde la perspectiva de nuestra historia
pasada. Por ejemplo, podemos estar con una pareja, pero ver siempre a la
persona que nos dará todo lo que nos faltó. No vemos al individuo único
que tenemos delante, sino al príncipe azul de nuestro planeta imaginario.
Cada vez que el ser 220
No soy yo
Esta visión del otro distorsionada por nuestros propios deseos y fantasmas
nos dificulta la conexión con los demás, incluso con aquellos con los que
tenemos vínculos fuertes e incluso positivos.
Por ejemplo, podemos tratar de dar a nuestros hijos todo lo que a nosotros
nos faltó o protegerlos del daño que nosotros sufrimos.
Anabel González
profesional, si una novia nos traicionó y pensamos que todas las mujeres
son iguales. Si vivimos con una madre muy crítica, quizás reaccionemos
muy negativamente cuando alguien nos hace ver un error, aunque lo haga
de un modo constructivo. Si nuestro marido ha sido agresivo, cuando
nuestro hijo tenga una pataleta, quizás acrecentada por lo vivido con su
padre, dejaremos de ver al niño, y las imágenes de lo que hemos vivido
pasarán a primer plano.
Todo esto funcionará como una profecía que se cumple a sí misma. Nuestra
idea previa, que se configuró en las relaciones significativas del pasado, nos
hará detectar y amplificar los elementos dañinos de esas relaciones en las
situaciones del presente.
Cada uno de esos detalles, retroalimentará nuestra creencia y nos hará decir:
“¡Ves cómo no puede uno fiarse de nadie!” o “Está claro que todo el mundo
es ... “. Por ejemplo, vemos rechazo en el compañero de trabajo que nos
saluda con mala cara, y el hecho de que le ponga la misma cara a todo el
mundo no nos hace decir
“¿qué le pasará a este hoy?”, sino que pensamos “¿por qué yo le caigo
mal?”. Nuestra reacción ante su cara, que probablemente no sea de
saludarle con normalidad o con curiosidad, producirá también un efecto en
el otro, que va a interpretarnos desde su propia historia. Funcionamos como
si tuviésemos telepatía y supiésemos con certeza por qué los demás hacen
las cosas, lo que piensan y lo que sienten, y generalmente daremos por
sentado que tiene que ver con nosotros. Confiamos de modo absoluto en
nuestra intuición. Y aunque bien es cierto que si hemos crecido o vivido en
un entorno amenazante, nuestros sensores están muy afinados para detectar
cosas que a otros pasarían desapercibidos, también lo es que estamos más
entrenados para identificar peligro o daño que para otros aspectos de la
realidad. De hecho, ante la duda, definimos como peligrosos o dañinos
muchos estímulos que no lo son. Como al soldado Juan, esto resulta una
habilidad muy valiosa en tiempos de guerra, pero se convierte en un serio
problema en tiempos de paz. Nuestro compañero de trabajo puede ponernos
mala cara porque pasó una mala noche, porque le duele el estó-222
No soy yo
Puede pasar también que demos por sentado que lo que hay en nuestra
mente está por definición en la de los demás (30). Si estamos molestos,
nuestra predicción es que los demás también lo estarán. Si crecimos con
cuidadores que se contagiaron de nuestras emociones, que cuando
llegábamos a casa con nuestra herida en la rodilla, se angustiaban y se
asustaban más que nosotros mismos, podemos haber aprendido que nuestras
emociones siempre van a estar de modo automático en la mente de los
demás. Es muy probable que esto nos pase a nosotros, ya que fue el modo
de gestionar las emociones que aprendimos de nuestros primeros 223
Anabel González
Los otros pueden sentir cosas muy distintas de las que nosotros estamos
sintiendo, y pensar sobre lo que sucede de formas que quizás ni
imaginamos. Las personas no somos clones, sino que tenemos mentes
autónomas que siguen sus propios procesos. Es muy importante que no nos
demos explicaciones simplis-tas sobre el funcionamiento humano. Nuestra
experiencia de la vida es solo un pequeño fragmento de la realidad. Lo que
sucedía en nuestra familia o en nuestras relaciones significativas, no es
representativo de toda la población mundial. Las normas que re-gían esas
relaciones, no funcionarán para todos. Si tendemos a interpretar el
funcionamiento, o los posibles pensamientos o emociones de los demás, de
un modo siempre muy parecido, es importante que nos ayudemos a romper
esos esquemas. Un ejercicio que nos puede ayudar es plantearnos siempre
cinco explicaciones alternativas para el comportamiento de los demás. De
ese modo nos acostumbraremos a pensar que “puede que” el otro este
molesto con nosotros, pero que igual le aprietan los zapatos nuevos que se
ha comprado, o su seguro no le quiere pagar la reparación del coche.
No soy yo
Cuando nuestra mente esté más libre de patrones antiguos y nuestra energía
no se consuma peleando contra nosotros mismos, podremos mirar al otro
desde una nueva perspectiva. Lo veremos como un ser autónomo, distinto
de nosotros, con su propia historia y su propia forma de ver el mundo.
Conscientes de que no tenemos verdadera telepatía, no sacaremos
conclusiones precipitadas, y no daremos nada por sentado. Por ejemplo, si
nuestro jefe nos grita en el trabajo, podemos plantearnos que podría tener
que ver con nosotros, pero también muchas otras cosas. No pensaremos
Anabel González
emocional que si simplemente damos por sentado que tiene que ver con
nosotros, y que todo el mundo nos trata mal. Puede haber muchas
explicaciones, y no tenemos información sobre la historia de esta persona,
pero está claro que en algún lugar habrá aprendido a entender el mundo así
y a funcionar como lo hace. Nos plantearemos que igual tuvo padres
exigentes y autoritarios que le han hecho ser tan intransigente, con lo que
no nos consideramos la única causa de su reacción, sino que entendemos
que una parte puede estar magnificada por sus propios procesos, y eso no
tiene que ver con nosotros.
Una vez que nos hacemos esta reflexión, podremos pensar más
tranquilamente en si nosotros hemos hecho algo mal. Quizás pusimos mala
cara sin darnos cuenta, o puede que hayamos cometido un error. Si hemos
practicado mucho a cometer errores, y esto ya lo vemos como algo normal,
podremos admitir sin problemas cuando nos estamos equivocando. Si ya no
nos machacamos o criticamos internamente en exceso, podremos tener una
autocrítica sana y realista. Si en el trabajo no hacemos las cosas bien, tiene
todo el sentido que nuestro jefe nos corrija. Si lo hace de modo
desproporcionado o irrespetuoso, por supuesto que no es de recibo, pero eso
no quita que valoremos si nosotros también tenemos que cambiar alguna
cosa. Repasamos nuestro comportamiento para ver si identificamos algún
error, y manejando nuestra culpa sana, lo asumimos, reconocemos y
corregimos. Si tras un análisis realista no vemos que hayamos hecho nada
inadecuado, nos quedamos tranquilos aunque el siga enfadado, porque le
damos más valor a nuestra opinión que a la suya. Ninguna de estas ideas las
tomamos como conclusiones tajantes, porque hemos aprendido a desconfiar
de las certezas absolutas. Nos planteamos distintas hipótesis para explicar
las cosas, analizamos los hechos objetivos, y sacamos conclusiones con
cierta seguridad, aunque las dejamos abiertas.
Superar nuestra historia nos limpia la mente de residuos del pasado, y nos
permite ver la imagen real de las personas que tene-226
No soy yo
Como nos hemos olvidado de mirarnos hacia dentro, las cosas de las que
nos desconectamos pueden resultarnos evidentes solo en los ojos del otro.
Esta sensación de enganche puede confundirse con la amistad o el amor
“verdaderos”, pero es realmente un síntoma de nuestros temas no resueltos.
Son nuestros niños rechazados, ignorados y dolientes los que se enganchan,
muy al margen de nuestra razón y de nuestra conciencia. Las relaciones
basadas en estos sentimientos suelen estar cargadas de angustia, activan 227
Anabel González
Esta es, entre otras muchas, una de las razones que hace que tendamos a
implicarnos en relaciones patológicas una y otra vez.
Este hecho es una de las paradojas más curiosas a las que pueden llevarnos
las situaciones traumáticas. Por mucho que tratemos de no volver a vivir
una experiencia como la que pasamos, acabamos misteriosamente con el
mismo tipo de persona, o repitiendo situaciones similares. No es nuestro
adulto el que elige a las parejas o a los amigos, sino el niño interno que no
queremos ser pero que precisamente por eso, sigue ahí sin haber podido
aprender de la experiencia. Nuestras necesidades no cubiertas van por libre,
y vuelven a buscarlo en aquello que le resulta familiar. Una persona que
haya tenido la suerte de haber crecido en una familia sana y haber tenido
relaciones más positivas, no tendrá esas carencias tan marcadas, y por ello
no sentiremos con ella una conexión tan potente. Pueden parecernos menos
“como nosotros” o pensaremos que no les importamos “lo suficiente”. De
modo que tenderemos a relacionarnos más con personas que resuenan con
nosotros, y con las que compartiremos también problemas similares.
El encuentro sano con el otro es un sentimiento más sereno, más pleno, más
sólido, más real. También es más duradero, más estable y más seguro.
Cuando nos reconciliemos con todos los aspectos que componen nuestra
personalidad y curemos las heridas que nos han dejado los recuerdos,
nuestra forma de estar en el mundo y de relacionarnos será diferente y más
gratificante.
Cierto que los demás pueden estar en otra situación o en otro momento
vital, y funcionar de modos poco sanos, pero nuestro modo de gestionarlo
será más productivo. No nos vincularemos con los otros buscando en ellos
protección y seguridad, sino que, con nuestra creciente seguridad interior,
iremos siendo capaces de establecer lazos de cooperación con otras
personas, de enten-derlos y de ayudarles a entendernos. Podremos activar
los sistemas de protección cuando sea preciso, pero mientras tanto no lo 228
No soy yo
sentiremos necesario.
Todos los cambios que hemos ido describiendo en este libro son posibles
para todos y cada uno de nosotros. Algunos serán más fáciles que otros,
seguramente llevarán mucho tiempo, pero solo dependen de cómo y cuanto
trabajemos en esa dirección.
Como Destin y su bicicleta, los patrones más arraigados de nuestras redes
de memoria pueden ser modificados, si practicamos a diario durante el
tiempo suficiente. Si solo leemos este libro, le vemos sentido a algunas
cosas, pero no trabajamos en ello, se quedará en una reflexión interesante.
Como en la historia del niño y el pueblo, este libro es solo un puñado de
semillas. Hagámonos la reflexión de que queremos hacer con ellas.
https://www.facebook.com/SeaOfLetters
229
Anabel González
ALGUNAS REFERENCIAS
Este libro trata de ser una síntesis asequible de las teorías sobre el trauma, la
disociación, el apego y la regulación emocional, en el que se integran
propuestas e investigaciones de todas estas áreas, que sería muy largo
referenciar aquí. Se han incluido únicamente algunos textos y autores de
cara a clarificar los conceptos clave y aportar algunas sugerencias de
lecturas adicionales y complementarias.
1. Bessel van der Kolk habló de los trastornos de estrés extrema, reacciones
psicológicas ante experiencias vitales graves y abrumadoras, y sus
consecuencias psicológicas. Un libro de este autor esta traducido al español:
El cuerpo lleva la cuenta.
4. Dicen los autores del capítulo citado más abajo, que cuando pensamos en
el trauma infantil, es frecuente relacionarlo con el abuso físico o sexual y el
sentir que nuestra integridad física se ve amenazada. Sin embargo, la
experiencia de amenaza 230
No soy yo
es muy diferente en la infancia. Los niños están preparados para confiar en
que sus cuidadores les protejan y regulen sus emociones. Cuando estos
cuidadores no están disponibles para hacer esto, se genera lo que
denominan traumas ocultos, que se derivan no tanto de lo que ocurre, sino
de lo que falta. (Bureau, Martin, & Lyons-Ruth, 2010: The effects of life
trauma: Mental and physical health. Attachment dysregulation as hidden
trauma in infancy: Early stress, maternal buffering and psychiatric
morbidity in young adulthood. En el libro: The impact of Early Life Trauma
on Health and Disease: The Hidden Epidemic, editado por Ruth Lanius,
Eric Vermetten y Clare Pain en la Editorial Cambridge University Press.
Anabel González
lan es la importancia de tomar conciencia sobre lo que nos ha sucedido y su
influencia en la forma de funcionar que tenemos en el presente, para poder
liberarnos de ello y afrontar el futuro de otro modo. Su libro de referencia,
El Yo Atormentado, esta editado en español por Desclee de Brower.
9. En este artículo se describe cómo las perdidas que sufren las madres en
los primeros dos años tras el nacimiento del hijo, afectaran al vínculo de
apego con ellos (Ver Liotti & Pasqui-ni, 2000: Predictive factors for
borderline personaliry disorder: Patients’ early traumatic experiences and
losses suffered by the attachment figure. Acta Psychiatrica Scandinavica,
102, 4: 282-289).
232
No soy yo
11. Un libro en el que podemos profundizar en esta idea, es Rein-venta tu
vida: Como superar las actitudes negativas y sentirse bien de nuevo, de
Janet Klosko y Jeffrey Young (2012). Jeffrey Young desarrolló la terapia de
esquemas, basada en la comprensión de los distintos estados mentales desde
los que funcionamos, y su origen en nuestras experiencias vitales, sobre
todo las que ocurrieron en la infancia. Aunque los estados que describimos
aquí no son los mismos, la idea de base es similar.
Editorial Pleyades.
Anabel González
ción entre estas experiencias, sobre todo cuando se acumulan varias, en
muy diversos tipos de patologías psiquiátricas y somáticas (Vease por
ejemplo: Bellis, Hughes, Hardcastle, Ash-ton, Ford, Quigg, & Davies,
2017. The impact if adverse childhood experiences on health service use
across the life course using a retrospective cohort study. Journal of Health
Services Research & Policy, 22, 3: 1ó8-177).
Freeman/Times Books).
22. Lerner definió lo que denominó “hipótesis del mundo justo”, que
consiste en que la gente necesita creer (contra la aplas-tante evidencia de la
que dispone) que el mundo es un lugar justo, con un orden, donde la gente
suele conseguir lo que se merece. Cuando se observa una injusticia, se trata
de ayudar a la víctima para restaurar ese orden, y cuando esto no es posible,
se puede pasar a culparla de que le haya ocurrido.
La disonancia cognitiva que supone asumir que las cosas no siguen ninguna
norma, y que no tenemos ningún control, resulta intolerable (Lerner, 1980:
The Belief in a Just World.· A Fundamental Delusion. Plenum Press).
Editorial Paidós).
24. Smith (2014) describe en su libro Cuando digo no, me siento culpable
(Editorial Mondadori), una guía sencilla de cómo entrenarnos para ser más
asertivos, para saber decir que no sin ceder y para responder a las críticas y
la manipulaciones.
No soy yo
Anabel González
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No soy yo
SOBRE LA AUTORA
Anabel González es psiquiatra y psicoterapeuta, con formación en diversas
orientaciones como terapia de grupo, terapia cognitivo-analítica, terapia
sistémica y terapias orientadas al trauma. Doctora en Medicina y
Especialista en Criminología. Pertenece a la directiva de la Sociedad
Europea de Trauma y Disociación (ESTD) y es vicepresidenta de la
Asociación EMDR España. Trabaja en el Hospital Universitario de A
Coruña (CHUAC), coordinando el Programa de Trauma y Disociación,
orientado a pacientes con traumatización grave. Desde hace años imparte
formación sobre trastornos disociativos, trauma, apego y regulación
emocional. Es entrenadora acreditada de terapia EMDR. Es colaboradora
docen-te en el CHUAC, donde coordina la formación en psicoterapia de los
residentes MIR. Participa como profesora invitada en el Master en
Psicoterapia EMDR de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
(UNED). A nivel de investigación, dirige varios proyectos en el campo del
trauma y el tratamiento con EMDR de diversos trastornos. Ha publicado
numerosos artículos sobre disociación, trauma y EMDR, y es autora/
coautora de los libros Trastornos Disociativos, EMDR y disociación, el
abordaje progresivo, EMDR y TLP (los tres en Ed. Pleyades), y Trastorno
de Identidad Disociativo (Ed. Síntesis).
www.anabelgonzalez.es
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Otros libros de la autora
Trastornos disociativos. Anabel González (2013). Ed. Pléyades.
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