Temas 1-4
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- Plano sustantivo: qué es el Derecho Mercantil: cuáles son las razones que lo
reclamaron históricamente y lo reclaman hoy.
* ¿CUÁNDO NACE?
* ¿PARA QUÉ NACE? para satisfacer una necesidad sentida socialmente: rapidez,
seguridad, rigor en la exigencia de las obligaciones y promoción de la circulación del
crédito.
Factores de cambio:
- El Derecho Mercantil como Derecho especial de los actos realizados en masa (Ph.
Heck)
Lección 1..............................................................................................................................1
I. EL CONCEPTO DE DERECHO MERCANTIL.....................................................................................1
II. ESTUDIO HISTÓRICO DEL NACIMIENTO Y DESARROLLO DEL DERECHO MERCANTIL..................4
III. LA RECTIFICACIÓN METODOLÓGICA EN LA CONSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO DE DERECHO
MERCANTIL.........................................................................................................................................16
IV. EL TEMA DE LA AUTONOMÍA DEL DERECHO MERCANTIL.........................................................23
V. LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA Y EL DERECHO MERCANTIL.......................................................26
Como tarea inicial que debe ser abordada por quienes se adentran por primera
vez en el estudio y conocimiento del Derecho mercantil nos encontramos, como no
podría ser de otra forma, con la cuestión relativa al concepto de Derecho mercantil. En
efecto, nos encontramos ante una rama especial de nuestro ordenamiento jurídico que
nace como consecuencia de unas determinadas circunstancias históricas que dieron
lugar a un “divorcio”, un desgajamiento del tronco común: el Derecho civil. El devenir
histórico no sólo puso de manifiesto esa separación de la parte del Derecho que se
ocupa de las relaciones inter-privatos de los comerciantes, sino que lo acentuó y
terminó por consolidarlo. Pero, precisamente por tratarse de una rama especial que se
encuentra anudada a la concreta (y, por ende, cambiante) situación histórica se hace
necesario, más que en cualquier otra rama del ordenamiento jurídico, detenerse en
exponer cuáles son los fundamentos que ordenan y dan sentido al Derecho mercantil.
En efecto, la preocupación por el concepto de Derecho mercantil reviste un
marcado carácter instrumental o funcional en cuanto que da orden y sistema a esta
concreta rama del derecho; pero, al mismo tiempo el concepto de Derecho cumple
también una función delimitadora, en la medida en que suministra criterios normativos
que permiten calificar a una determinada materia de mercantil y, por ello, serle de
aplicación las normas que integran este sector del ordenamiento jurídico. Por último, el
concepto de Derecho mercantil ha de cumplir, a nuestro entender, una función de
compromiso constitucional, esto es, el Derecho mercantil moderno debe estar en
absoluta consonancia con los valores e índices normativos constitucionalizados. La
Constitución
1
tiene mucho que decir: no tiene la única palabra, pero sí una palabra decisiva que no
puede ser silenciada ni obviada.
En este sentido, antes de nada, vamos a ubicar sistemáticamente el Derecho
mercantil dentro de nuestro ordenamiento jurídico. Así, el Derecho mercantil lo
situamos como un Derecho privado y especial, por contraposición al Derecho privado
general o común. Caracterización que en sus aspectos básicos merita hacer las
siguientes precisiones:
[1] El Derecho mercantil como Derecho privado. Por una parte, en torno a la
bipartición -ya clásica y nunca del todo esclarecida- del Derecho objetivo en público y
privado, existe una communis opinio que entiende que el Derecho mercantil se adscribe
a este último sector, toda vez que sus normas regulan fundamentalmente lo relativo a los
particulares y a las relaciones de éstos entre sí o a aquellas relaciones en las que, pese a
intervenir entes públicos, lo hacen con el carácter de particulares.
Con todo, es preciso prevenir contra una visión excesivamente simplista de la
realidad jurídica: la bipartición del Derecho objetivo en público y privado no sólo
carece de un criterio distintivo neto, sino que además se ve privada de reflejo expreso en
el plano de las normas positivas y en las realidades reguladas. Es ésta, en rigor, una
distinción que sirve a una finalidad fundamentalmente didáctica y que se ve
permanentemente eclipsada por la unidad sustancial del Derecho objetivo y por la
creciente complejidad de la vida social. De ahí que la afirmación del carácter privado
del Derecho mercantil haya de ser aceptada y entendida con las oportunas matizaciones
y reservas.
[2] El Derecho mercantil como Derecho privado especial. Por otra parte, el
Derecho mercantil suele caracterizarse, además, como Derecho privado especial, por
contraposición al Derecho privado común o general, que es el Derecho civil. Estamos
ante un Derecho especial cuando acota su propia materia y autolimita la aplicación de
sus normas a ciertas instituciones y relaciones jurídicas. Si recordamos, el Derecho
especial no representa ninguna excepción o contradicción respecto del Derecho común
o general (a diferencia de los que ocurre en el caso del llamado Derecho excepcional),
sino simplemente una adecuación o adaptación de los principios del Derecho común o
general a los específicos requerimientos de una parcela de la realidad. Como bien decía
el profesor GARRIGUES, un Derecho especial es aquel que viene reclamado por
peculiares exigencias vitales, porque sólo una diversidad de exigencias vitales puede
justificar una diversidad de ordenamientos jurídicos.
2
En la práctica, esto supone que coexisten en nuestra legislación un Código de
comercio y un Código civil, de forma que numerosas instituciones jurídico-privadas
(por ejemplo, la compraventa) van a ser objeto de una doble regulación (civil y
mercantil). Esto plantea una cuestión de límites entre el Derecho común o general y el
Derecho especial: surgido un acto jurídico-privado cualquiera debemos, en primer lugar,
saber qué régimen resulta aplicable (¿el del Código civil, o el del Código de comercio?).
En rigor, semejante problema puede ser resuelto mediante las normas que los
Códigos de comercio, en cuanto códigos especiales, incorporan con la finalidad de
delimitar la materia especialmente regulada. En nuestro caso, esa norma se contiene en
el artículo 2 del Código de comercio. Los actos no incluidos en el artículo 2 quedan
fuera de la materia mercantil y, por tanto, son regulados, en principio, por las normas
civiles. Sin embargo, de hecho, procediendo en tal modo tan sólo nos hemos limitado a
resolver un problema técnico-jurídico; esto es, un problema de aplicación de normas.
Queda sin resolver el fundamental problema de la determinación y concreción de la
materia propia del Derecho mercantil, en cuanto ordenamiento especial. O, dicho de
otro modo, esto sólo vale para obtener un concepto meramente formal del Derecho
mercantil: es Derecho mercantil el que regula los hechos sometidos al Código de
comercio y a las normas especiales mercantiles. Pero poco o nada avanzamos respecto a
la esencia conceptual del Derecho mercantil; esto es, cuáles son las especiales
exigencias vitales que lo reclaman un Derecho especial para la materia mercantil. Si
planteamos esta cuestión, podremos hallar, entre otras, cuatro respuestas diversas. A
saber:
1ª) El Derecho mercantil existe para satisfacer las peculiares exigencias de una
profesión, la de comerciante;
2ª) El Derecho mercantil nace para regir un tipo de actividades humanas
requeridas de regulación especial: los denominados actos de comercio;
3ª) Cabe pensar, además, que la existencia del Derecho mercantil, en cuanto
ordenamiento especial, viene reclamada por unos organismos operativos en la estructura
de la economía moderna: las empresas;
4ª) Por último, es posible entender que el Derecho mercantil viene requerido por
la actividad económica y el mundo de los negocios (GARRIGUES) o, como se sostiene
más recientemente, por el mercado, configurándose como la parte del Derecho privado
reguladora de las relaciones jurídicas que tienen lugar en el mercado (MENÉNDEZ;
OLIVENCIA).
3
He aquí, en líneas generales y sin entrar en detalles, las respuestas que hasta
ahora ha aportado la doctrina -y, en cierto modo, el propio Derecho positivo- en torno al
concepto de Derecho mercantil. Ninguna de ellas, sin embargo, puede considerarse del
todo acertada, como habrá ocasión de comprobar.
4
(GALGANO), no dondequiera que la actividad comercial haya estado regulada por un
5
grupo de normas no diferenciado de las encargadas de regular otras actividades no
comerciales (BERCOVITZ).
Sabido esto, respecto del origen histórico del Derecho mercantil, tres son las
cuestiones que fundamentalmente se plantean y aquí interesan de un modo especial: el
cuándo, el dónde y, muy en particular, el porqué de su nacimiento. En rigor, la
aparición del Derecho mercantil como cuerpo orgánico y vertebrado de normas no se
produce hasta los siglos XII y XIII. El sentir unánime de la doctrina defiende así la
inexistencia del Derecho mercantil en Roma; circunstancia que, habida cuenta de la
existencia de un importante tráfico mercantil romano, puede causar extrañeza; de ahí la
conveniencia de que sea precisada. Veamos:
6
2. La Edad Media: el nacimiento del Derecho mercantil
8
una vuelta del campo/feudo a la ciudad las antiguas ciudades romanas. Entre los
“desertores” de los señoríos se hallaba, entre otros, los mercaderes ambulantes, que
viajaban en caravanas por razones de seguridad y se dedicaban a actividades de
mediación y especulación. Nace de este modo la civilización o cultura de las ciudades.
De la mano de ésta se produce a partir del siglo XI una intensa revitalización del
comercio. Pero, sobre todo, en ese hábitat urbano aparece por vez primera el burgués,
caracterizado por una mentalidad radicalmente nueva, en fuerte contraste con el hombre
del medioevo. Todo ello propicia el nacimiento de un intenso comercio interlocal, que
se concentra en las ferias y lonjas, como consecuencia de la consolidación de una cierta
libertad de mercaderías. Es ésta, en suma, la que ha dado en denominarse revolución
comercial, precursora de la posterior revolución industrial.
(b) Segunda: La aparición de los gremios y cofradías de profesiones y oficios.
Con las ciudades surgidas en la Alta Edad Media, se formó un ámbito especializado de
producción manufacturera de mercancías. La producción de artículos agrarios quedó en
el campo al tiempo que la de mercancías manufacturadas pasaba a la ciudad. La
producción de artículos manufacturados continuaba realizándose en unidades de carácter
familiar. Las unidades de producción de artículos manufacturados estaban dirigidas por
un cabeza de familia e integradas por oficiales y aprendices. El cabeza de familia,
maestro artesano, daba cobijo y alimentación a estos oficiales y aprendices en su propia
casa. Los diversos artesanos estaban, a su vez, organizados en gremios o corporaciones.
Entre ellos, ocupará un lugar destacado el gremio de los comerciantes, dotado de unos
estatutos propios de régimen externo e interno en los que se establecen las normas que
han de observar los comerciantes en su actuación. Los gremios, en su carácter de
asociaciones obligatorias, cumplían dos funciones esenciales: de un lado, la
reglamentación del trabajo hacia el interior; de otro, la monopolización hacia el exterior.
Los gremios funcionaban de este modo como auténticos monopolios, tanto en relación
con los mercados de suministros como con los de venta. Sin embargo, carecían de
carácter especulativo. No se producía para obtener un beneficio con el que poder
mantener un ciclo de producción estable. Su finalidad consistía esencialmente en costear
los gastos familiares y del taller.
[2] Causas de carácter o naturaleza jurídica.
Desde el prisma de la política jurídica, el Derecho mercantil nació porque el
Derecho común se hallaba a la sazón anquilosado; había devenido insuficiente para
regular la realidad cada vez más intensa del tráfico mercantil. Pero, junto a este
9
anquilosamiento del Derecho común, hay que aludir a su insuficiente flexibilidad. Cierto
es que tanto los glosadores como postglosadores habían intentado renovar el ius
commune. No obstante, este esfuerzo no logró
1
paliar las notorias insuficiencias del Derecho común para arrostrar la regulación jurídica
del floreciente y creciente tráfico comercial. De esta suerte, en la Baja Edad Media
tuvieron que ser los propios comerciantes quienes se encargaran de crear su propio
Derecho, en un primer momento de carácter no escrito, a fuerza de usos y costumbres,
esto es, un Derecho fundamentalmente consuetudinario. Junto a las normas del Derecho
común y del Derecho canónico, va a venir a sumarse así una tercera fuente normativa
representada por el Derecho particular de las ciudades y de las agrupaciones de
comerciantes. Este nuevo ius presentaba claras ventajas frente a los dos otros
ordenamientos en lo que a la adaptación a las nuevas circunstancias económicas y
sociales se refiere.
Este nuevo Derecho empieza a tener una importancia considerable cuando en el
propio seno de las corporaciones surgen los denominados Tribunales Consulares, cuya
principal función terminó siendo la de juzgar litigios derivados del ejercicio de la
actividad comercial. Comienza a consolidarse así un corpus jurídico homogéneo que se
presenta como un Derecho especial frente al general o común constituido por el Derecho
romano post- justinianeo y el Derecho canónico. A partir de este momento puede ya
hablarse de la existencia de un Derecho mercantil que se manifiesta como un Derecho
emanado fundamentalmente de las corporaciones profesionales. Son, en efecto, los
mercaderes los que crean su propio Derecho y sus propias instituciones para satisfacer
las exigencias que planteaba su actividad profesional y que no encontraban soluciones
adecuadas en el sistema vigente.
El profesor MENÉNDEZ concreta resumidamente las características más
relevantes de este nuevo Derecho medieval en los siguientes datos. Se trataba de un
Derecho profesional (ius mercatorum), de origen consuetudinario (usus mercatorum), de
producción y aplicación autónoma, y dotado de una gran uniformidad internacional. De
conformidad con estas palabras y con las opiniones más difundidas en nuestra comunidad
científica, cabe cifrar los caracteres básicos con los que surge en la Edad Media este
Derecho especial en los siguientes:
a) En primer lugar, se trata de un Derecho de base eminentemente subjetiva, esto
es, de un ius mercatorum; y ello no sólo porque regula la actividad de los mercaderes,
sino también -y fundamentalmente- porque es un Derecho creado por los propios
mercaderes, que nace en un principio de la costumbre mercantil y posteriormente de los
estatutos de las corporaciones mercantiles y de la jurisprudencia de la curia de los
comerciantes. Surge, por consiguiente, como un Derecho corporativo o clasista. No
1
obstante, la importancia de este elemento subjetivo ha de ser relativizada: el Derecho
mercantil es en su origen un Derecho
1
propio de una clase, pero que sólo se aplica para regular las actividades comerciales de
esa clase. En otras palabras: es un Derecho de los mercaderes (ius mercatorum) pero
que no pretende regular todas las relaciones que surjan entre ellos, sino sólo las que se
refieren al ejercicio de las actividades mercantiles (ratione mercaturae).
b) Es, en segundo lugar, un Derecho privado y especial, desgajado del Derecho
común, que acota la materia regulada por razón de las personas -ius mercatorum- y de la
actividad -ratione mercaturae- a las que se aplica. La fuerza social que lo respalda
(fuente material) está constituida por las organizaciones profesionales de comerciantes.
Los gremios y corporaciones, que ejercen una decisiva influencia sobre la vida de las
ciudades, son quienes a través de sus órganos aplican e interpretan sus propias
costumbres. Aparece así una jurisdicción especial para el comercio a la que
corresponderá resolver litigios y conflictos entre mercaderes.
c) En tercer lugar, es un Derecho fundamentalmente consuetudinario, nacido de
la costumbre mercantil, aplicado por los propios comerciantes a través de sus tribunales
(compuestos por jueces y comerciantes). El Derecho mercantil nace, así, como
emanación espontánea de la autonomía de las corporaciones y gremios, manifestándose
en los usos practicados por sus miembros.
d) Finalmente, en cuarto lugar, es un Derecho que nace con carácter local,
vinculado a determinadas plazas o ciudades, aun cuando muestra desde sus orígenes una
clara tendencia a la internacionalidad y a la uniformidad. Esta tendencia a la
universalidad del Derecho mercantil, que pervive hasta nuestros días, responde a
concretas exigencias de la actividad comercial, como fenómeno global que plantea la
conveniencia de evitar conflictos de normas.
1
trascendental en la concepción del Derecho mercantil. La pujanza económica que hasta
la
1
fecha habían protagonizado las ciudades italianas va a ceder ante el nuevo ritmo
marcado por Estados como Inglaterra, Francia, Holanda y España. Este fenómeno, de
pérdida de importancia de las ciudades, va a propiciar además un lógico cambio en la
organización jurídica existente. Nos referimos, en particular, a la denominada
nacionalización del Derecho mercantil: El Derecho mercantil dejó de ser el Derecho de
los comerciantes de las ciudades para convertirse en el Derecho de los comerciantes de
los diversos Estados. Pero, sin duda alguna, la transformación más importante a que se
vio sujeto el Derecho mercantil no se limitó a esa ampliación de su ámbito de aplicación.
Esta ampliación cuantitativa acarreó una importante transformación cualitativa: El
primitivo carácter del Derecho mercantil como Derecho esencialmente consuetudinario
emanado de los propios círculos interesados va a perderse en buena medida. El Derecho
mercantil pasa a ser un Derecho legislado emanado de los poderes estatales: el Derecho
mercantil deja de ser un Derecho de clase para convertirse en un Derecho del Estado.
Ahora bien, pese a la nacionalización (legalización) del Derecho mercantil, su
contenido continuó siendo esencialmente el mismo. Se trataba ahora, igual que antes, de
un Derecho dirigido a satisfacer las necesidades de la actividad económica organizada
profesionalmente. El ejemplo más palpable de todo cuanto venimos diciendo viene
representado por la elaboración en Francia de una Ordenanza de Comercio Terrestre de
carácter globalizador: la Ordenanza del ministro de Hacienda de Luis XIV, COLBERT,
promulgada en 1673.
En nuestro país el camino hacia esta nueva concepción del Derecho mercantil
viene representado por la recopilación de las distintas normas vigentes en algunos
centros de contratación destacados en cuerpos sistemáticos sancionados por la
autoridad real: las denominadas Ordenanzas Consulares, como las de Burgos de 1538,
las de Sevilla de 1556 o las Ordenanzas de Bilbao de 1737. Entre estos diversos cuerpos
legales, merece llamar la atención sobre las citadas Ordenanzas de Bilbao de 1737,
sancionadas por Felipe V. El prestigio de las Ordenanzas de Bilbao, debido
probablemente a su perfección técnica, provocó ciertamente la aplicación de sus normas
casi a todo el comercio terrestre y marítimo nacional. Es más, puede decirse que, en
nuestro país hasta la elaboración del Código de comercio de 1829, las Ordenanzas de
Bilbao recibieron aplicación casi con carácter general.
Las notas que caracterizan al Derecho mercantil en la Edad Moderna pueden
sintetizarse, siguiendo al profesor OLIVENCIA, en las siguientes:
a) La primera fuente formal de producción del Derecho mercantil pasa a ser la
1
ley. La costumbre, sin perder su carácter de fuente que la ley le reconoce, queda en un
segundo
1
plano. Se pasa de un Derecho fundamentalmente consuetudinario, emanado del ámbito
de los propios comerciantes, a un Derecho legislado por un poder externo y superior a
las organizaciones profesionales.
b) La potestad de dictar leyes radica en el Estado, esto es, en el poder soberano;
razón por la cual el Derecho mercantil se convierte en un Derecho escrito y estatal.
c) El criterio de delimitación de la materia mercantil continúa siendo,
esencialmente, subjetivo. Ahora bien, se inicia un proceso de expansión de la aplicación
del Derecho mercantil a otros sujetos no comerciantes y a actividades económicas
distintas del comercio. El viejo ius mercatorum se va, por tanto, objetivizando y se
extiende a actos realizados por no comerciantes que utilizan ocasionalmente
instituciones propias del comercio.
d) La nota de la internacionalidad del Derecho mercantil cede ante un progresivo
nacionalismo, que afirma el poder del Estado en su ámbito territorial de soberanía.
4.1. Preliminar
1
En realidad, con el triunfo de la revolución francesa era razonable esperar la
caída de un Derecho mercantil concebido como ordenamiento especial, montado sobre
el privilegio. Sin embargo, sucedió justamente lo contrario, porque el Derecho mercantil
no sólo no desapareció con la Revolución, sino que, antes bien, se consolidó y se afirmó
definitivamente. A partir de ese momento, en efecto, el Derecho mercantil se separa
plenamente del Derecho civil y consigue una plena autonomía político-legislativa.
Sucedió, en realidad, que el Derecho mercantil, haciendo gala de su formidable
capacidad de adaptación a la realidad social, persigue -aunque sin llegar a conseguirlo-
estructurarse sobre la base de un sistema jurídico distinto: trata de dejar de ser un ius
mercatorum para pasar a tratar de configurarse como un ordenamiento de base objetiva,
sustentado sobre la materia objetiva de las actividades y operaciones realizadas por los
comerciantes (actos de comercio). Desde este instante, la condición de comerciante se
adquirirá como consecuencia del ejercicio efectivo del comercio, y no por concesión real
ni por la inscripción en la matrícula de alguna corporación.
Es ésta también la época en la que los Códigos sustituyen a la mera recopilación
de disposiciones y a la dispersión normativa. La concepción racionalista del Derecho
imperante en la época promueve e impulsa, ciertamente, la integración de las normas en
grandes cuerpos legales, inspirados por principios rectores, sistematizados en su contenido
y dotados de cierta unidad orgánica.
1
Parece evidente, por consiguiente, que el Código de comercio de 1885 trata de alinearse
a los Códigos de cuño
2
objetivo basados en el acto objetivo de comercio. Así, en la propia Exposición de
Motivos del Código de comercio 1885 se anuncia la nueva consideración del Derecho
mercantil (“bajo una faz completamente nueva”).
En realidad, no debemos confiar demasiado en este alarde revolucionario, pues
del articulado de ambos Códigos se pone de manifiesto, empero, que el criterio
delimitador de la mercantilidad presente en ellos es el mismo. De modo que ni el Código
de comercio 1829 es tan subjetivo ni el Código de comercio 1885 tan objetivo.
El carácter objetivo de este último suele fundarse en lo dispuesto en su artículo
2. Señala este precepto, en efecto, que los actos de comercio, sean o no comerciantes los
que los ejecuten, y estén o no especificados en este Código, se regirán por las
disposiciones contenidas en él; en su defecto, por los usos del comercio observados
generalmente en cada plaza; y a falta de ambas reglas, por las del Derecho común. Y
añade en su apdo. 2º: (s)erán reputados actos de comercio los comprendidos en este
Código y cualesquiera otros de naturaleza análoga.
Respecto al primero de los planos contemplados en el artículo 2 Código de
comercio, el de la materia regulada por el Derecho mercantil (que es el que aquí
interesa), ésta viene constituida -según el Código- por los ya conocidos como “actos de
comercio”. Dos aspectos conviene destacar al respecto:
(a) Por una parte, de forma literal el legislador afirma que el Código será aplicado
a los actos de comercio con independencia de que sean o no comerciantes quienes los
ejecuten. En esta expresión puede observarse la recepción y consagración legal de un
principio de carácter objetivo, el de la indiferencia del autor. Este importante dato
normativo conduce a la afirmación de que el Derecho mercantil está llamado a regular
tanto los actos de comercio realizados por comerciantes de forma profesional, esto es, de
forma masiva (los llamados actos de comercio orgánicos o profesionales), como los
actos de comercio esporádicos, ocasionales o aislados, realizados entre no comerciantes
o entre comerciantes y no comerciantes. Aparece así un Derecho mercantil bifronte
(Garrigues).
Sin embargo, este principio antiprofesional y anticorporativo va a ser objeto de
flagrantes traiciones. Así ocurre cuando es la presencia y participación, sin más, de un
comerciante el dato normativo que cualifica un acto u operación como de comercio y
determina, por ende, su sometimiento a las normas del Derecho mercantil.
(b) Por otra parte, en el primer inciso del artículo 2.1 Código de comercio el
legislador añade que el Código resulta aplicable a los actos de comercio con
2
independencia de que estén o no especificados en este Código. Este inciso debe ser
puesto en relación con
2
la llamada regla de la mercantilidad por analogía, contenida en el artículo 2.2 Código de
comercio, a la posteriormente tendremos ocasión de referirnos. El problema más
importante estriba en que el Código no lleva a cabo un concepto/definición de acto de
comercio, ni los enumera.
Pese a que no contamos con un concepto general (rectius, normativo) de acto
objetivo de comercio, no excusa al intérprete de inducir (o, cuando menos, intentarlo)
un concepto positivo de acto de comercio a partir de las disposiciones contenidas en el
Código. La observación de la totalidad del articulado del Código de comercio muestra
que éste contempla como actos de comercio dos categorías perfectamente
diferenciables:
A) Actos de comercio sustancialmente mercantiles, esto es, actos de comercio
que lo son por razón de su propia naturaleza sustantiva: p. ej. la letra de cambio. Son
éstos los actos regulados exclusivamente por el Código de comercio.
B) Existe un grupo de actos de comercio por adherencias socioeconómicas de
diversos tipos, esto es, actos que pueden ser tanto civiles como mercantiles (vgr.
compraventa, préstamo, depósito, etc.). No nos encontramos ahora ante actos
considerados tradicionalmente como mercantiles, sino ante actos que, por tener una doble
existencia legal (civil y mercantil), plantean con mayor fuerza el problema de su
calificación civil o mercantil (¿por qué una compraventa es civil y no mercantil, o a la
inversa?) y, por consiguiente, parecen más aptos que los anteriores para dejar entrever la
esencia última del acto mercantil, en la que hemos de suponer inspirada la separación
legal y, por ende, la esencia de la mercantilidad.
En conclusión, hay que renunciar a un concepto unitario y general de acto
objetivo de comercio en nuestro Código de comercio. En él hay actos objetivos y actos
subjetivos. Hay actos objetivos que lo son de comercio por el sólo hecho de hallarse
comprendidos en el Código (conforme a su artículo 2); pero ninguno de ellos es apto
para mostrar el arcano de la esencia última de la mercantilidad, porque pueden ser
utilizados con finalidad mediadora o no, con carácter aislado o en masa, y con propósito
de lucro o de liberalidad (así, cfr. la norma contenida en el art. 314 Código de comercio).
Otra clase de actos requieren de la participación de un comerciante para ser considerados
mercantiles, de modo que nada dicen acerca de la esencia objetiva del acto de comercio.
El recurso a la analogía se muestra como una fórmula hábil, pero su aplicación
práctica no resulta fácil, a falta de un concepto general unitario de acto objetivo de
comercio. Si no se sabe con certeza qué sea un acto objetivo de comercio, la aplicación
2
de la regla de la analogía puede devenir caprichosa e infructuosa y no exenta de
contradicciones
2
Tras lo dicho no puede sorprender que el Código 1885 haya sido objeto de fuerte
crítica. Su contenido refleja una combinación de criterios objetivos y subjetivos, lo que,
en verdad, no constituye ninguna novedad en la medida en que en la práctica no ha
habido en ningún Derecho ni en ninguna época un sistema puro objetivo o subjetivo,
sino que, por el contrario, todos los sistemas de calificación de actos mercantiles han sido
siempre mixtos.
2
delimitar la materia mercantil. Veamos:
2
1. La doctrina de los actos realizados en masa (Heck)
2. La doctrina de la empresa
2
ordenamiento jurídico.
3
A modo de conclusión, cabría decir que, merced fundamentalmente a los
esfuerzos de WIELAND y MOSSA, el Derecho mercantil pasa de ser un Derecho del
comercio a ser un Derecho de la Empresa, sucediendo al comerciante el empresario.
La doctrina de la empresa ha tenido -y sigue teniendo- importantes repercusiones
en la doctrina española.
A modo de epílogo conclusivo, cabría señalar, pues, que la materia mercantil
está formada básicamente por dos grandes áreas: el empresario (sus clases y estatuto) y
la actividad externa de la empresa (sus elementos personales e instrumentales, las
obligaciones y los contratos mercantiles). Junto a este núcleo esencial pertenecen a la
materia mercantil actos aislados de comercio e instituciones que, nacidas en el seno del
tráfico mercantil y preferentemente utilizadas por los empresarios, se han generalizado
a otros ámbitos de la actividad económica. Con las excepciones y limitaciones
indicadas, el Derecho mercantil se nos presenta, en definitiva, como un Derecho
ordenador de algunos aspectos de la actividad empresarial relativos al estatuto del
empresario (capacidad y prohibiciones, contabilidad y Registro mercantil), ciertas
peculiaridades en el régimen de los colaboradores, la disciplina jurídica de la actividad
empresarial en el mercado (competencia y propiedad industrial), las sociedades
mercantiles, los instrumentos jurídicos de la actividad externa empresarial (títulos valores
y contratos mercantiles) y la crisis económica del empresario (quiebra y suspensión de
pagos).
3
intereses y grupos de normas intervinientes en el mercado. El Derecho mercantil deja
así de ser un ordenamiento privado para
3
salvaguarda de los derechos subjetivos de los empresarios para pasar a primar la idea
de la protección institucional, inspirada en los principios rectores de la política
económica y social o, si se prefiere, de la necesidad de tutelar la institución misma del
mercado y de la competencia, desde la perspectiva de su función social (MENÉNDEZ).
Llegados a este punto, la cuestión que se plantea es si puede realmente aceptarse
la tesis que identifica el Derecho mercantil con el Derecho del mercado. En este sentido,
no se puede desconocer que la actividad empresarial, como actividad de organización de
los factores de la producción de cara al mercado, sigue siendo el elemento nuclear de la
vida económica. Lo que ocurre, más bien, es que tanto en la estructura u organización
de la titularidad de la empresa como en la actividad de ésta en el mercado se toman en
cuenta otros intereses, de tal forma que, junto a los privados del empresario, entrarán en
juego otros, tanto públicos (defensa del mercado mismo) como privados (protección de
los consumidores). A su vez, se ha objetado a esta concesión el hecho de que la alusión
al mercado lleva siempre consigo connotaciones iuspublicistas que deben mantenerse
alejadas de la noción de Derecho mercantil (sin perjuicio de reconocer el proceso de
desprivatización de nuestro Derecho privado). Es innegable, en efecto, que en el mercado
confluyen normas de variada naturaleza (administrativas, fiscales, laborales, etc.),
algunas de las cuales difícilmente pueden agruparse en torno al Derecho mercantil.
Sin embargo, a día de hoy no es dudoso reconocer la utilidad de la noción de
mercado como criterio auxiliar (no medular o básico) para la ordenación y
sistematización del Derecho mercantil del presente histórico. El mercado no es una
categoría suficiente para reemplazar enteramente a la empresa en la ordenación de la
materia mercantil (que sigue siendo el elemento nuclear del sistema jurídico-mercantil y
no un simple operador más del mercado), pero es un elemento básico para conceptuar a
esta disciplina.
El resultado es que, aun cuando -con las matizaciones apuntadas- se centre el
núcleo conceptual del Derecho mercantil en la noción de empresa y empresario, se hace
necesario acudir a los conceptos de mercado y competencia para ayudar a ordenar y
sistematizar los contenidos de esta disciplina jurídica. En otras palabras: este segundo
planteamiento, atento a las exigencias de la Constitución económica pero apegado aún a
la noción de empresa como elemento central del sistema jurídico-mercantil, no deja de
ver en la empresa/y o el empresario el criterio sistematizador del Derecho mercantil del
presente histórico, pero sometido a significativas matizaciones. Y esto por cuanto que la
noción de empresa no puede ignorar su dimensión concurrencial en el mercado, toda vez
3
que la competencia empresarial determina, de un lado, la configuración dominical de la
empresa (propiedad industrial) y,
3
de otro, orienta y condiciona la organización de su actividad económica con vistas a la
economicidad o productividad y su propia subsistencia en el mercado competitivo.
1. Introducción
3
En el análisis sucinto del proceso de surgimiento del Derecho mercantil en
cuanto sector del ordenamiento, se ha tenido ya ocasión de poner de manifiesto que esta
rama del ordenamiento jurídico constituye una categoría histórica. Ahora bien, cierto es
que su origen es fruto de la necesidad histórica; pero eso no significa que su existencia
actual, y su configuración como Derecho especial, exija unas especiales características.
Piénsese, por ejemplo lo que ocurre en los sistemas de common law, en los que la
dualidad de ordenamientos privados -civil y mercantil- o no ha llegado a conocerse o
desapareció hace siglos. Por tanto, ni ha existido siempre y en todos los lugares, ni
donde existe ha de seguir haciéndolo por fuerza, ni, sobre todo, presenta las mismas notas
caracterizadoras.
En consecuencia, el problema de la autonomía del Derecho mercantil no puede
plantearse de modo abstracto, absoluto. Es más, la palabra autonomía no puede equivaler
en modo alguno a independencia. Es incuestionable que el Derecho mercantil,
desgajado del tronco del Derecho común o civil, sigue siendo tributario y dependiente
de éste, de sus categorías generales y de sus soluciones en aquellos casos en que el
Derecho mercantil no cuenta con soluciones para los problemas que se plantean (o sea,
en caso de lagunas, en el que se aplica supletoriamente el Derecho civil o común: art. 2
del Cco; aunque resulta, sin más, del art. 4.3 Cc), o, simplemente, considera aceptables
las soluciones del Derecho común y, por tanto, considera innecesario promulgar normas
especiales de carácter mercantil (efectuando, por ello, un llamamiento integrador al
Derecho civil o común: art. 50 del Cco).
3
unificación del Derecho privado, en la medida en que desaparece la razón de ser de la
especialidad (y, a veces, incluso, la dualidad legislativa: ad exemplum, contratación a
través de condiciones generales, contrato de seguro, o, ahora, en nuestro Derecho, el
sistema jurídico concursal).
3
Así ha sucedido ya en los ordenamientos suizo e italiano, y sucede de modo paulatino en el
ordenamiento español (por ejemplo, contratos de seguro, transporte, contratos de consumo,
medios de pago, condiciones generales y cláusulas abusivas, últimamente, como se sabe, Derecho
concursal, etc.)
¿Aun así autonomía?
La verdad es, sin embargo, que incluso en estos casos, dentro de los sistemas así
unificados (en mayor o menor medida) subsiste una materia mercantil que se rige por
normas particulares. Se plantea, por ello, el problema de si, aun perdida la autonomía
legislativa, puede admitirse que sigue existiendo una materia específica que permita
fundamentar la subsistencia del Derecho mercantil en cuanto Derecho especial dentro
de sistemas de Derecho patrimonial privado formalmente unificados.
Puntualizaciones preliminares:
1º.- Conviene notar, en primer lugar, que el Derecho mercantil no regía tan sólo lo
relativo a las obligaciones y contratos, en los sistemas ahora unificados, sino que además
incluía el estatuto jurídico especial de una clase de personas (comerciantes, empresarios
mercantiles,
...) y que, con más o menos matices, este último subsiste en los sistemas unificados;
2º.- y, en segundo lugar, que, incluso, hay cierto tipo de contratos que, por definición,
requieren la presencia de un contratante por así decir profesional (así, contratos de
leasing o arrendamiento financiero, contratos bancarios, de seguro, o incluso la propia
utilización de condiciones generales de la contratación, que constituye un fenómeno
específicamente empresarial), circunstancias, éstas, que, como se acaba de advertir,
podrían conducir a la conclusión de que dentro de los sistemas unificados subsiste una
materia mercantil regida por normas particulares.
Conclusión:
3
¿Fundamento constitucional de la separación y autonomía del D Mercantil?
4
No obstante, en el caso español los apdos. 6º y 8º del art. 149.1 de la CE y su
relevancia en cuanto a la distribución de competencia legislativa entre el Estado y las
Comunidades Autónomas inducen a pensar que por el momento va a subsistir la
dualidad legislativa, y, por ende, la autonomía normativa del Derecho mercantil, por
mucho que evolucione y se transforme la materia regulada.
4
2º) En segundo lugar, en la posibilidad de que junto a esa iniciativa de los
particulares surja, cuando la ley lo autorice, la iniciativa económica de la Administración
pública, bien en formas empresariales de Derecho privado (sociedad anónima, etc.) o de
Entes administrativos (cfr. artículo 128).
3º) En tercer lugar, en el dato de que el poder de gestión, que la iniciativa
económica comporta, ha de estar subordinado al interés general (artículo 128.1); por lo
que habrán de considerarse ilícitos, entre otros actos, los que impliquen prácticas
restrictivas de la competencia y abusos de posiciones dominantes en el mercado; sin
olvidar la función social que la iniciativa económica debe cumplir.
4º) En cuarto lugar, en el hecho de que el empresario ha de ver compartido su
poder de gestión mediante diversas formas de participación de los trabajadores en la
empresa; participación que será más activa en las empresas cooperativas.
5º) En quinto lugar, el deber de que la planificación de la actividad económica
fomente la iniciativa de los particulares para el crecimiento de los recursos del país,
tendiendo también a equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial (artículos 38
y 131).
6º) En sexto lugar, la exigencia, merced a la unidad de mercado, de que las leyes
mercantiles tengan carácter estatal (artículo 149.6), sin perjuicio de que en algunos
aspectos se confíe a las Comunidades autónomas facultades para su desarrollo y
ejecución (...).
7º) Y finalmente, en séptimo lugar, el establecimiento de la protección del
consumidor o usuario como un principio general que, conforme al artículo 51, informa
el ordenamiento jurídico, respetando el marco del sistema económico diseñado en los
artículos 38 y 128 de la Constitución y con sujeción a lo establecido en el artículo 139
(principio de la igualdad de los españoles en los territorios del Estado y de la libertad de
establecimiento y circulación de personas y bienes).
4
o índices normativos pueden cifrarse en los siguientes: [1º] el principio del Estado
social; [2º] La cláusula marco de la economía de mercado; [3º] el principio de la
coiniciativa pública y privada en la actividad económica; [4º] el principio de la libertad
de empresa y su limitabilidad; [5º] el principio de la productividad empresarial; [6º] El
principio de la adecuación socioeconómica de la actividad empresarial; [7º] El principio
de defensa de los consumidores y usuarios; [8º] y, finalmente, el principio de unidad de
mercado.
4
interpretado dentro del marco de la economía de mercado y de acuerdo con el resto de
principios ordenadores que integran la Constitución económica.
Existe consenso entre buena parte de la doctrina en señalar que del artículo 38
deriva para los ciudadanos un derecho subjetivo que vincula directamente a los poderes
públicos y que es invocable ante los Tribunales. La dificultad fundamental estriba en la
determinación del contenido esencial de la libertad de empresa que es, por decirlo de
algún modo, el área de intangibilidad pública en la economía (FONT GALÁN). La
determinación del contenido esencial de la libertad de empresa es de capital relevancia a
efectos de establecer la legitimación constitucional de los subsistemas correctores del
sistema básico de la economía de mercado [= planificación económica (artículo 131.1),
reservas al sector público de recursos o servicios esenciales de la comunidad y el
monopolio, o bien la intervención pública en las empresas (artículo 128.2)]; pues,
obviamente, dichos subsistemas sólo pueden tener aplicación y concreción práctica bajo
el respeto del contenido esencial de la libertad de empresa.
Superando las confusas formulaciones de nuestra jurisprudencia constitucional,
es ROJO quien, con indudable acierto, repara en que la delimitación del contenido
esencial de la libertad de empresa precisa de la descomposición de esa libertad en tres
dimensiones básicas, que se complementan recíprocamente. A saber:
[a] la libertad de acceso al mercado, esto es, libertad de creación de empresas,
lo que presupone el derecho de propiedad y el de libre elección de profesión, e, incluso,
la libertad contractual;
[b] la libertad de decisión empresarial (con proyección fundamentalmente
interna, referida a la organización empresarial) y libertad de competencia;
[c] y, finalmente, la libertad de cesación empresarial en el mercado.
4
Al igual que el precedente, este principio también aparece formulado en el
artículo
38 de la Constitución. Exige que tanto la libertad de empresa como la libertad de
competencia se ejerciten de acuerdo con las exigencias de la economía general, esto es,
impone un compromiso a la actividad empresarial para con las necesidades objetivas de
la economía general y, en suma, con los objetivos socioeconómicos propuestos y con los
intereses tutelados por la Constitución económica. El principio de adecuación
socioeconómica de la actividad empresarial se traduce, a la postre, en una
funcionalización socioeconómica del ejercicio de la libertad de empresa y del desarrollo
de la competencia empresarial en el mercado (FONT GALÁN). Nos encontramos aquí,
sin embargo, más que ante un mandato constitucional determinante de una
funcionalización socioeconómica absoluta y vinculante de todas las posibles
manifestaciones de la actividad empresarial, ante una autorización constitucional para
legitimar una política económica de intervención de la actividad de competencia
empresarial, enderezada a fijar las condiciones o modalidades de la actividad de
competencia y los intereses y objetivos socioeconómicos que, en razón de las exigencias
de la economía general, no pueden ser transgredidos o perjudicados en el ejercicio de la
actividad empresarial.
4
y, en especial, el sistema jurídico mercantil. Desde esta óptica, el Derecho mercantil
pasaría de ser el Derecho de la empresa a ser el Derecho privado del tráfico económico,
entendiendo el tráfico económico como el conjunto de actividades que realizan la
producción de bienes o servicios para el mercado o en intercambio de los mismos o de
títulos valores dentro de él (BERCOVITZ).
Ahora bien, en nuestra opinión, se hace conveniente relativizar -sin negar su
trascendencia- el alcance de este principio: parece evidente que la protección de los
consumidores y usuarios se ha incorporado definitivamente como un principio rector del
sector del Ordenamiento regulador de las relaciones jurídico-privadas. Mas ello no debe
conducir a poner en cuestionamiento la autonomía del Derecho mercantil ni a alterar la
base subjetiva y profesional sobre la que se sienta su concepto.
5
En principio, del texto constitucional parece poder inferirse que la legislación
mercantil sigue siendo monopolio del Estado. Sin embargo, esa conclusión puede ser
precipitada: En determinadas hipótesis, la competencia legislativa del Estado es compartida
con el poder legislativo de las Comunidades Autónomas, de acuerdo con lo que de sus
Estatutos de Autonomía resulte. Así, se atribuye competencia exclusiva al Estado en
materia de ferrocarriles y transportes terrestres únicamente cuando transcurran dentro del
territorio de más de una Comunidad Autónoma (artículo 149.1.21); o se le atribuyen
competencias exclusivas sólo sobre las bases de ordenación del crédito, banca y
seguros (artículo 149.1.11). Al mismo tiempo, el artículo 149 atribuye competencias
exclusivas al Estado sobre otras materias que también ostentan la consideración de
mercantiles, como es el caso de la legislación sobre propiedad industrial (artículo
149.1.9), la marina mercante, tránsito y transporte aéreo (artículo 149.1.20).
Se plantea aquí, de nuevo, el problema de la delimitación del ámbito de lo mercantil:
¿a qué realidad alude el legislador constitucional cuando habla de la legislación mercantil?
5
legislación mercantil a efectos de
5
la atribución de competencia exclusiva al Estado en sus aspectos puramente jurídico-
privados. Esta postura tropieza, sin embargo, con un obstáculo por el momento
insalvable: no son pocas las Comunidades Autónomas que se han atribuido
competencias exclusivas sobre cooperativas; circunstancia que los legisladores
autonómicos han aprovechado para promulgar leyes de cooperativas en las que se
contienen aspectos jurídico-privados. Incluso el Tribunal Constitucional, en su Sentencia
72/1983, de 29 de julio, excluye el Derecho cooperativo de la calificación de mercantil.
Con todo, entendemos que la tendencia a admitir que las Comunidades Autónomas
legislen en forma diferente al Estado en aspectos jurídico- privados sobre cooperativas
debe ser rechazada. Su aceptación pone en franca amenaza la consecución de los
objetivos marcados por el artículo 149.1.6 de la Constitución Española, sobre todo si
tenemos presente la importancia que están adquiriendo estas entidades en el tráfico
económico actual.
5
El fundamento y la ratio de lo que se dice es bien sencillo. La unificación del
Derecho privado tiene como presupuesto la previa unificación del Derecho civil [salvo
que aceptemos la posibilidad de que existan en España diversos regímenes jurídico-
privados uniformes cada uno de ellos en una zona del territorio]. Ello era un obstáculo
relativo en el Ordenamiento preconstitucional, por cuanto la facultad de modificar el
Derecho foral entonces vigente era privativa del poder central. Lógicamente, sólo hacía
falta la voluntad de un legislador para que la falta de uniformidad del Derecho civil
dejase de ser un problema (si de hecho lo era) para la fusión del Derecho civil con el
mercantil.
Ahora la cuestión es mucho más complicada. Ciertas Comunidades Autónomas
disfrutan de competencias en materia civil. Ello supone que en el seno del Derecho
privado habrá siempre que distinguir entre materias civiles y mercantiles, porque sobre las
primeras el Estado no es el único que puede legislar. La Constitución consagra en su
artículo 149.1 la existencia de dos ramas distintas del Derecho privado; y no lo hace por
mera vocación ordenadora o sistematizadora, sino porque tal distinción comporta
consecuencias importantísimas en el terreno de la atribución de competencias
legislativas.
Esto no significa que neguemos la posibilidad de una unificación formal del
Derecho privado. Nada impide, desde luego, que el Derecho mercantil y el Derecho
civil coexistan en un Código único, siguiendo así los ejemplos suizo, italiano y holandés.
Pero esta técnica legislativa no supone, como es sabido, la desaparición del Derecho
mercantil como Derecho especial sino, solamente, la inexistencia de un Código o cuerpo
legal específico que lo contenga. La existencia de un cuerpo legal único (por ejemplo,
una Ley única de obligaciones y contratos) es perfectamente viable, aunque
probablemente dificultaría en cierta medida la tarea de distinguir las normas civiles de
las mercantiles. Es posible incluso que el sistema constitucional de distribución de
competencias obligase a identificar en el propio texto legal las normas de naturaleza
civil y las de naturaleza mercantil (al objeto de evitar dudas), del mismo modo en que es
preciso en ciertas materias especificar qué normas de la legislación estatal tienen carácter
básico.
Ello no significaría eliminar toda conexión entre la legislación autonómica y los
Derechos forales vigentes. Tal vinculación se manifestaría (o debería manifestarse) en
una fidelidad a la línea evolutiva y principios propios del Derecho de cada territorio. La
modificación y el desarrollo suponen una evolución acorde con el espíritu, principios y
tradición histórica del Derecho foral. Mas ha de notarse que todo ello no excluiría
ninguna materia del ámbito de competencias autonómicas, excepción hecha de las
atribuidas al Estado en todo caso por el artículo 149.1.8 de la Constitución. Lo que
significaría es que el desarrollo de los Derechos civiles forales puede afectar a
instituciones no reguladas ac- tualmente en ellos, pero siempre manteniéndose fiel a los
principios que los inspiraron.
Resta por analizar finalmente la relevancia de las competencias autonómicas
con respecto a la materia contractual. Se podría pensar, en efecto, que la atribución en
todo caso al Estado de la competencia exclusiva para legislar sobre las bases de las
5
obligaciones contractuales supone que el proceso de unificación entre el Derecho civil y
el mercantil no resultaría afectado. La idea es que las Comunidades Autónomas apenas
tendrían competen- cias normativas en el sector del Derecho privado en el que
principalmente coexisten la
5
legislación mercantil y la civil (materia de obligaciones y contratos), con lo que no
existiría un obstáculo real a la fusión de las dos grandes ramas del Ordenamiento jurídico-
privado.
Sin embargo, esta opinión se basa, según creemos, en una apresurada inteligencia
de lo que significan las bases de las obligaciones contractuales. Debemos, por lo tanto,
detenernos un momento sobre este punto a fin de despejar posibles equívocos.
En primer término, y al objeto de centrar la cuestión, cabe recordar que la
expresión bases de las obligaciones contractuales proviene de la Constitución de 1931.
La verdad es que la fórmula era -y es- de muy difícil interpretación. Se ha apuntado que
pudiera haberse dictado pensando en cualquiera de estos dos temas: o bien en el Derecho
mercantil -dada la tendencia del momento a la unificación del derecho de obligaciones y
contratos- o bien en un posible proyecto de nuevo Código civil. También se ha dicho -
seguramente con más fundamento- que lo que se pretendía era reforzar el principio de
unidad legislativa en relación con el tráfico económico privado, para lo cual era
imprescindible la regulación unitaria de una parte importante del Derecho civil
patrimonial (las bases de las obligaciones contractuales) y que, además, se producía así
el reconocimiento del valor general como Derecho común del Derecho civil. De
cualquier modo, la expresión constitucional no dio lugar a consecuencias notables
durante la época republicana, lo que dificulta la determinación de su sentido exacto.
Acompañadas de tan escaso bagaje interpretativo pasan a nuestra vigente
Constitución las bases de las obligaciones contractuales. Y no es mucho lo que
podemos añadir para tratar de precisar su verdadero alcance normativo. Sabemos, desde
luego, que las Comunidades Autónomas con competencias sobre la legislación civil
podrán dictar normas en esta materia respetando los principios básicos sentados por el
Estado sobre las obligaciones contractuales. Podemos afirmar también que normas
básicas son aquéllas destinadas a garantizar en todo el Estado un común denominador
normativo dirigido a asegurar los intereses generales. A partir de tales bases cada
Comunidad podrá introducir las particularidades que estime convenientes. Es posible
apuntar, asimismo, que el establecimiento por parte del Estado de las bases de una
materia no puede llegar a tal grado de desarrollo que vacíe de contenido las
competencias autonómicas (vid. sentencias TC de 28 de enero y 8 de febrero de 1982).
Y cabe añadir, por último, que las bases de una determinada materia pueden estar
incluidas en la legislación preconstitucional, sin que sea preciso esperar a que el Estado
declare el carácter básico de todas o algunas normas para que las Comunidades
Autónomas puedan legislar en el marco de esos principios.
Se ha de observar, por lo demás, que las Comunidades Autónomas no ven
reducidas sus competencias a aclarar, precisar o especificar la legislación estatal (como
los reglamentos ejecutivos). Antes bien, pueden regular cuantos asuntos conciernan el
interés de la Comunidad, no desarrollando la legislación básica, sino con el único límite
de respetarla. Poco más se puede precisar sobre la noción de bases. Habrá, por tanto,
que ir resolviendo los problemas caso por caso, a medida que se vayan presentando. Es
enormemente difícil dar sentido a fórmulas generales tales como asegurar, en manera
unitaria y en condiciones de igualdad, los intereses generales o común denominador
5
normativo. Quizás podría llegarse a aventurar que, hoy por hoy, han de considerarse
normas
5
básicas las contenidas en los Títulos I y II del Libro IV del Código Civil. Incluso
podrían calificarse así las disposiciones comunes a ciertas categorías de contratos o
propias de cada tipo contractual. Lo único cierto es que el ámbito de competencias
autonómicas en materia contractual (civil) abarca todo el campo no regido por normas
básicas estatales que, lógicamente, no puede considerarse reducido.
Este somero repaso a las competencias de las Comunidades Autónomas en
materia civil -que, necesariamente, deja atrás buen número de matices y obvia ciertas
cuestiones- debe bastar para calibrar adecuadamente la situación. Las facultades
legislativas autonómicas pueden abarcar un conjunto de materias suficiente para
considerar imposible la unificación entre el Derecho civil y el mercantil. Ni siquiera en
el sector de las obligaciones y contratos es posible la unidad, puesto que también en este
ámbito las Comunidades Autónomas tienen un amplio campo de actuación. En
consecuencia, será siempre necesario, al menos mientras no se produzca una reforma
constitucional, distinguir entre materia civil y materia mercantil, porque de esta
calificación derivan importantes consecuencias en cuanto a la potestad legislativa.
6
CUESTIONES-CLAVE DEL TEMA 2
- la jurisprudencia
I.- INTRODUCCIÓN
El art. 2.1 Código de comercio está integrado por dos planos normativos diversos. El primero
de ellos, comentado en la Lección 1ª y correspondiente a su primer inciso, es el plano material, esto es,
hace referencia a la materia regulada por el Derecho Mercantil. El segundo de ellos, correspondiente al
segundo inciso del art. 2.1 Código de comercio, es el plano regulador o de fuentes del Derecho
Mercantil.
Dispone este precepto lo siguiente:
«Los actos de comercio, sean o no comerciantes los que los ejecuten, y estén o no
especificados en este Código, se regirán por las disposiciones contenidas en él; en su defecto,
por los usos del comercio observados generalmente en cada plaza; y a falta de ambas reglas,
por las del Derecho común».
Nos ocuparemos a continuación del análisis del plano regulador o de fuentes del último inciso
del art. 2.1 Código de comercio. Pero, con carácter previo, conviene efectuar algunas
consideraciones relativas a la teoría general de las fuentes del Derecho.
Como se sabe, el término «fuente» admite, al menos, una doble acepción. Conforme a la
conocida formulación de DE CASTRO, hay que distinguir entre:
1
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
del Derecho. En esta primera acepción, reciben la consideración de fuentes aquellos elementos que
contribuyen a la creación del Derecho. Esto es, con el concepto de fuente material damos respuesta a
la cuestión relativa a quién crea el Derecho: en nuestro caso, la convicción jurídica de los
comerciantes, la tradición, la naturaleza de las cosas y otros factores morales, económicos, políticos,
etc.
B) Fuentes formales o fuentes en sentido formal, por las que ha de entenderse la forma
externa de manifestarse el Derecho positivo, esto es, los modelos a través de los cuales se manifiesta o
exterioriza la norma jurídica. Estos modelos son, en nuestro ordenamiento jurídico, la ley en sentido
amplio (o sea, en cuanto norma escrita), la costumbre y los principios generales del Derecho.
Sólo nos ocuparemos del estudio de las fuentes formales del Derecho Mercantil. [Naturalmente, a
raíz de la promulgación de la Constitución de 1978 se plantean algunos problemas de fuentes en nuestra disciplina a los que aludiremos al final de la
lección; porque ocurre que, tras la promulgación de la Constitución, se hace obligada una referencia a las fuentes materiales, toda vez que, en lo sucesivo, el
monopolio legislativo en materia de Derecho Mercantil no sólo lo ostenta el Estado y los comerciantes, sino que también se atribuye competencias
legislativas en materia mercantil a las Comunidades Autónomas, y así lo ha reconocido, entre otras, la STC de 1.7.1986, y, más recientemente, las
Sentencias del TC de 13 de 7 de 1999 (sobre la Ley de Marcas de 1988) y de 11 de 11 de 1999 (sobre la Ley de Defensa de la competencia de 1989)].
En realidad, no existe en materia de fuentes del Derecho una teoría general dentro del
Derecho Mercantil, distinta de la del Derecho civil. Tanto el Derecho civil como el Derecho
Mercantil se manifiestan a través de las mismas fuentes: la ley, la costumbre y los principios
generales del Derecho. La única diferencia existente estriba en el diverso contenido de unas y otras y
en el distinto orden jerárquico de las fuentes en el Derecho Mercantil. A su vez, la cuestión de las
“fuentes” del Derecho mercantil deberá contemplar la cuestión relativa a la incidencia de en la
regulación de las instituciones mercantiles de los aspectos internacionales como son, por una parte, la
integración en la Unión Europea y, por otra, la globalización económica.
La jerarquía normativa viene recogida en el art. 2.1 Código de comercio. En este precepto se
establece de forma preliminar un orden de prelación de ordenamientos aplicables a la materia del
Derecho Mercantil. Esto es, la llamada del art. 2.1 Código de comercio al Derecho común lo es en
calidad de Derecho supletorio. Así, a la materia mercantil se aplica:
2
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
Dentro del primer escalón del orden jerárquico de fuentes del Derecho Mercantil, hay que
considerar incluidas, como ya se ha subrayado, no sólo el Código de comercio, sino también las leyes
mercantiles especiales no codificadas. Veamos:
Estructura:
en el Libro I, relativo al estatuto especial del comerciante, no deberían tener cabida ni las
disposiciones generales sobre los contratos de comercio de los arts. 50 a 63 ni la reglamentación de
las operaciones de Bolsa de los arts. 74 a 80 ni la de los contratos que se celebran en ferias, mercados
y tiendas de los arts. 83, 84, 85 y 87. Estas disposiciones deberían, en rigor, ubicarse en el Libro II,
relativo a los contratos especiales del comercio. En cambio, deberían pasar del Libro II al Libro I las
disposiciones sobre los auxiliares del comerciante contenidas en los arts. 281 a 302.
Crítica:
Por todo ello, es más bien un Código de trastienda y almacén, desconectado del proceso
económico y fabril; es un Código de y para los comerciantes, aunque aplicable también a los no
comerciantes (consumidores) en cuanto realicen actos de comercio o intervengan en ellos. En el
fondo, toda su obra renovadora se agota en la expansión de un sistema jurídico basado en el hallazgo
revolucionario del acto objetivo de comercio, sucediendo, incluso, que, a bien ver, ni siquiera esto
resultaba especialmente meritorio en el momento de su promulgación, dado que no era más que una
obligada sustantivización de la correspondiente norma del C de c de 1829 (obligada por la
desaparición de la jurisdicción especial mercantil en el año 1868). Es un Código afrancesado, liberal,
frío, insolidario, rudimentario en lo comercial y financiero, individualista en lo social, pre-
empresarial en su sistema jurídico, y cuya presencia en la realidad es cada día más débil.
Las críticas al Código hicieron que durante todo el siglo XX se asistiera a un fenómeno de
descodificación. Así, gran parte de las normas del Código se hallen hoy derogadas por la denominada
legislación mercantil especial no codificada.
Se suele incluir bajo el epígrafe genérico de legislación mercantil especial aquellas leyes
que sustituyen al Código de comercio (así, la LCCh de 1985 o la Ley Concursal de 2003, aunque en
este segundo caso también ha sido derogado y reemplazado el régimen civil del concurso de
acreedores y la quita y espera) o, en general, que regulan actos de comercio, o, más bien, lo que se
considera, de acuerdo con lo dicho en las dos primeras lecciones, materia mercantil.
A juicio del Prof. Olivencia, la llamada legislación mercantil especial incluye cuatro grupos
de normas:
1º.- En primer lugar, las de desarrollo del propio Código de comercio (por ejemplo, el RRM,
de rango reglamentario);
2º.- en segundo lugar, las que regulan materia mercantil sobre la que el Código de comercio
no incluye normas (así, el llamado Derecho industrial, que incluye el Derecho de la competencia y de
la propiedad industrial);
3º.- en tercer lugar, las que modifican y dan nueva redacción al Código de comercio (así, la
Ley
4
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
de 1975, que dio nueva redacción, entre otros, a los arts. 4 a 12 del Código de comercio);
4º.- por último, las que modifican el Código de comercio sustrayéndole materias que en lo
sucesivo pasan a estar reguladas por textos legales que no forman parte de él (así, Ley de Sociedades
Anónimas, de Contrato de Seguro, Cambiaria y del Cheque, Concursal, etc.).
Pero la mercantilidad de una norma no es cuestión susceptible de recibir contestación siempre
incontrovertida. Y ni siquiera esta respuesta que proponemos parece del todo satisfactoria por lo que,
eventualmente, se cuestionará qué leyes ha de considerarse que revisten carácter mercantil. En
realidad, el carácter especial de las leyes resuelve por sí mismo el problema, al fijar los supuestos de
hecho a los que se aplica. Así se postulará que la especialidad mercantil de las disposiciones legales
debe derivar, como es lógico, de la materia sobre la que se proyectan, en razón de la teleología de las
normas, con independencia de su adscripción formal o no a aquella y, naturalmente, de su ubicación
ocasional en cuerpos legales que, en su conjunto, pueden y suelen considerarse de carácter civil.
Los usos de comercio han ocupado históricamente un primer rango en la jerarquía de fuentes
del Derecho Mercantil. De hecho, como se sabe, esta rama del ordenamiento se forma,
históricamente, a fuerza de usos ante la falta de flexibilidad y adaptación de las normas del Derecho
común para dar satisfacción a los requerimientos del floreciente tráfico mercantil, allá por la Baja
Edad Media. Ante la falta de aptitud del Derecho común para resolver sus problemas, los mercaderes
deciden separarse de la ley civil mediante la creación de usos extra legem o praeter legem,
aprovechándose del vacío político a la sazón existente y al amparo de su creciente pujanza
económica.
Posteriormente el Derecho Mercantil pasará a ser un ordenamiento fundamentalmente escrito
que, sin embargo, encontraría su cantera, esto es, se forma y se renueva precisamente a partir de los
usos. De hecho, a pesar del predominio formal de la norma escrita sobre los usos, el legislador ha
sido tradicionalmente respetuoso con éstos, con la excepción de Napoleón y, por influjo de éste, el
legislador español de 1829. Más modernamente, los usos vuelven a desempeñar una función de
primer orden, desplazando a veces, de facto, a las normas escritas (como sucede en el caso de la nueva
Lex Mercatoria) y, con llamativa frecuencia, marcando el camino que posteriormente seguirá el
legislador, recogiendo en forma escrita normas de origen consuetudinario.
Por uso se puede entender, a estos efectos, costumbre. Se puede afirmar que la costumbre es en
el campo civil lo que el uso en el Derecho Mercantil. El Derecho generado a través de los usos es un
Derecho extraestatal, que emana del pueblo, en el caso de la costumbre civil, y de los comerciantes,
en el caso de los usos de comercio.
Los usos de comercio, o la costumbre mercantil son prácticas realizadas con carácter general
dentro de un sector de la actividad económica o en una plaza determinada, cuando tales prácticas
producen efectos jurídicos y se consideran vinculantes en el ámbito comercial en que tienen lugar sin
necesidad de haberlas pactado expresamente.
5
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
En cuanto al tratamiento positivo de las normas consuetudinarias así generadas existe una
importante diferencia entre la costumbre civil y los usos de comercio; y es que la posibilidad de
admitir el uso o costumbre extra legem o praeter legem es significativamente mayor en el ámbito
mercantil que en el civil. Por ello, el uso de comercio prevalece, conforme al art. 2 Código de
comercio, sobre la ley civil de carácter dispositivo. Esta circunstancia es consecuencia de la
revolución burguesa y el ascenso político de esta clase: la amplitud del hipotético ámbito de actuación
de los usos de comercio se considera, de hecho, una conquista de la burguesía del siglo XIX.
Requisitos:
Para que haya usos en sentido legal, deben concurrir los siguientes requisitos:
b) En segundo lugar, es preciso que la reiterada práctica de la costumbre de que se trata haya
creado en el ánimo de la colectividad una convicción jurídica de obligar (opinio iuris vel
necessitatis). Como se ha observado, (GONDRA ROMERO), hay que convenir en que algo añadido a
la mera práctica social generalizada debe de haber, para que ésta venga reconocida como norma
jurídica por los tribunales que, como es sabido, no crean en nuestro sistema Derecho, sino que se
limitan a aplicarlo. El uso, como práctica social generalizada, uniforme y duradera, por sí solo no
tiene garantizado el reconocimiento como norma jurídica. De algún modo el uso ha de ganar en la
comunidad cierta convicción jurídica de su obligatoriedad (al menos, una cierta opinio
necessitatis) para que sea reconocido como norma integrante del ordenamiento jurídico.
Así, en la Sentencia del Tribunal Supremo (Sala 1ª) de 8.4.1994, se afirma que «la existencia de una norma
derivada del uso no nace de una voluntad individual, aunque se repita, sino que requiere la convicción de
cumplimiento de una norma jurídica ("oppinio iuris")»
Así pues, su fuerza de obligar no se derive de la voluntad individual de las partes, sino que se
impone como una norma más de Derecho positivo.
En otro caso, obviamente, su fuerza de obligar estaría directamente ligada a la voluntad de las partes y al
principio de autonomía de la voluntad y no a su carácter de norma de Derecho objetivo. Sin embargo, en el
Fundamento de Derecho 2º de la repetida Sentencia del Tribunal Supremo de 8.4.1994 se afirma que el
elemento de la convicción de cumplimiento de una norma jurídica u "opinio iuris" «a su vez, encuentra su origen
en una voluntad concorde de las partes», cuya ausencia «en ningún caso puede dar origen a usos mercantiles».
Empero, esto no significa que el Tribunal Supremo pretenda subordinar la eficacia vinculante del uso normativo
a la existencia de acuerdo entre las partes en tal sentido (lo que desnaturalizaría, al menos para el caso concreto, al
uso mercantil normativo), sino excluir de tal consideración a determinadas prácticas impuestas
unilateralmente en el tráfico por quienes gozan de poder suficiente para ello (normalmente, en forma de
condiciones generales de la contratación) y que, en cuanto impuestas, carecen del necesario requisito espiritual
que es la opinio iuris. De ahí que resulte, al menos, cuestionable, en ausencia de ulteriores matizaciones, la
Sentencia de la Audiencia Provincial de Córdoba de 10.5.1994 en la medida en que afirma que los usos
bancarios recogidos en las condiciones generales elaboradas por las entidades bancarias «al obtener un amplio
grado de difusión y objetividad, se asimilan al uso mercantil normativo», pues éste precisa no sólo del elemento
material o existencia de una práctica reiterada y constante, sino, también, y además, del elemento espiritual u
opinio iuris, que falta cuando aquél es fruto de la posición de fuerza de quien impone esa práctica.
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
b) La concreción del contenido genérico de una norma legal, cuya aplicación es difícil o
imposible a falta de las reglas contenidas en un uso. La ley se contenta, respecto de una determinada
relación, con formular un mandato en términos genéricos, abstractos, siendo el uso llamado para llenar
el contenido de ese mandato (p. ej. art. 11.1 ley del Contrato de Agencia).
Por ejemplo, art. 489 Código de comercio (ya derogado): si la moneda designada en la letra de cambio no fuese
efectiva, deberá pagarse en la equivalente, según el uso y costumbres en el mismo lugar de pago; art. 528 Código
de comercio (ya derogado): todas las partidas de la resaca se ajustarán al uso de la plaza; art. 779 Código de
comercio: si la valuación de las cosas aseguradas hubiere de hacerse en país extranjero, se observarán las leyes,
usos y costumbres del lugar.
c) La concreción o fijación del contenido del contrato, cuando ni la ley ni las partes lo han
hecho. Aparece aquí el uso en función supletoria de la voluntad de las partes, como medio para fijar
el contenido del contrato (arts. 255, 277, 304, 334, 2º, 656 Código de comercio).
Con relación al carácter de los usos mercantiles, es preciso ahora reflexionar en torno al
carácter normativo de los usos; más en concreto, se trata de determinar si constituyen éstos normas
jurídicas imperativas o dispositivas.
Por consiguiente, las partes, al amparo del principio de autonomía de la voluntad pueden
optar, además de por admitir la aplicación del uso de que se trate, por:
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
De tal forma, se podría afirmar que vence la autonomía de la voluntad sobre los usos.
Con la expresión «génesis de los usos» aludimos al proceso o íter por virtud del cual una
conducta practicada de forma reiterada y constante llega a convertirse en una norma jurídica
consuetudinaria.
Varias son las fases que cabe observar en el nacimiento de los usos mercantiles.
Naturalmente, nos referiremos tan sólo a los usos jurídicos, esto es, usos nacidos en la vida del
tráfico mercantil con ocasión de la realización de actos jurídicos, y no lo haremos a los denominados
usos de hecho, relativos al modo de realizar ciertas operaciones materiales del tráfico (embalaje de
mercancías, envío de muestras, carga y descarga, estiba en los barcos, etc.).
a) Hay una primera fase, en la que el germen del uso consiste, generalmente, en la repetición
de una cláusula en una misma clase de contratos, subsiguiendo al hallazgo de una solución
satisfactoria para las partes contratantes respecto de un determinado aspecto de una relación
contractual (ad. ex., retribución del comisionista). Determinadas cláusulas se convierten, así, en
usuales, frecuentes, sobre todo en la contratación de las grandes empresas y, en general, en la
contratación en masa, característica del moderno tráfico mercantil. Hasta este momento, no hay uso
en el sentido técnico de la palabra, porque la cláusula de que se trata aún está impresa en el contrato
y su fuerza de obligar proviene de la autonomía de la voluntad; se habla, en esta primera fase, de
cláusulas-tipo.
b) Hay una segunda fase en la que la cláusula en cuestión, por haberse repetido en
numerosas ocasiones, acaba por sobreentenderse, sea entre los mismos contratantes, sea dentro de un
pequeño grupo de personas dedicadas al mismo género de comercio. Hablamos entonces de cláusula
de estilo. Sin embargo, todavía no hay uso en sentido técnico-jurídico; simplemente, se presume la
existencia de una voluntad, aunque ésta no sea manifestada por las partes: a esta fase pertenecen los
llamados usos interpretativos. Es decir, como algo se hace “siempre” de una determinada manera, se
entiende (no hay razón para pensar otra cosa) que sigue siendo así, sin necesidad de decirlo
expresamente, salvo que se estipule otra cosa.
c) Hay, por último, una tercera fase, de madurez del uso, llamada de objetivación
generalizadora, en la que aquella cláusula típica del contrato se destaca o emancipa de la voluntad de
las concretas partes contratantes, se aísla de ella y se convierte en norma objetiva de Derecho y como
tal se impone a la voluntad de los particulares, quienes, salvo que, en los términos ya vistos, pacten lo
contrario, quedarán vinculados aunque lo ignoren. La práctica individual ha devenido de este
modo práctica social, esto es, uso en sentido técnico-jurídico (BOLAFFIO).
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
La doctrina suele distinguir atendiendo a diversos criterios, entre los que destacan los siguientes:
A) En atención a su carácter normativo o no, se distingue entre usos de hecho, esto es,
aquellos relativos al modo de realizar ciertas operaciones materiales del tráfico, y usos jurídicos, que
son los que constituyen normas de Derecho objetivo stricto sensu.
B) Por razón del ámbito profesional en que se manifiesta el uso, se distingue entre usos
generales a todo el comercio (por ejemplo, el llamado descuento por “pronto pago”) y usos
especiales, pertenecientes a un determinado género de comercio.
Así, por ejemplo, es un uso especial, que se da en el ámbito de la actividad bancaria, el cobro de una comisión
por la realización de una gestión de cobro, de modo que, probada la existencia de tal uso, la entidad bancaria
que lleva a cabo la citada gestión tendrá derecho a cobrar la correspondiente comisión, aunque nada se
especifique en el documento contractual (Fundamentos de Derecho 2º y 3º de la Sentencia del Tribunal
Supremo [Sala 1ª] de 30.3.1994)
C) Por razón del ámbito o extensión del uso desde un punto de vista geográfico, se distingue
entre usos comunes, usos locales y usos de plaza.
El Código de comercio, uniendo dos términos de las dos últimas clasificaciones, se refiere a los usos de
comercio observados generalmente en cada plaza.
Los usos interpretativos se insertan en la segunda fase del proceso de génesis de los usos; en
rigor, no incorporan una verdadera norma jurídica y su aplicación obedece a la fuerza que dimana de
la voluntad presunta: de ahí que también sean conocidos como usos convencionales o negociales,
por la razón de que se entiende que refleja la voluntad presunta, no directamente expresada, de las
partes y se presume que éstas quieren que sean aplicados, salvo prueba en contrario. El uso
interpretativo necesita ser probado, porque se limita a completar la declaración de voluntad y no la
voluntad misma. Se trata, por consiguiente, de una norma interpretativa de la voluntad de las partes,
pero no supletoria de la misma (vid. art. 1.3 Código civil).
Por tanto, los usos interpretativos vienen a representar el contenido típico, en el sentido de
“usual”, del contrato. Son prácticas profesionales que dominan tácitamente la formación de los actos
jurídicos y, por consiguiente, resultan sobreentendidos en los mismos a fin de completar o interpretar
la voluntad de las partes.
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
En cambio, los usos normativos son verdaderas normas jurídicas objetivas. Sólo ellos tienen
fuerza de costumbre mercantil y, por ello, pueden ser considerados usos de comercio stricto sensu.
Los usos normativos aparecen en la tercera de las fases descritas y representan el estado de madurez
de la práctica de que se trata.
Se discute, en cambio, si necesitan o no ser probados por quien solicite su aplicación, aunque
prevalece la tesis afirmativa, basada en lo dispuesto por el art. 1.3 Código civil. No obstante, cabe
pensar que el Juez podrá aplicar de oficio un uso normativo que sea notorio (GARRIGUES). Su
aplicación, sin embargo, no requiere del previo acuerdo de las partes en tal sentido, toda vez que se
trata de normas de Derecho objetivo, aunque es posible que las partes los desapliquen o acuerden una
regulación diferente por consecuencia del principio de autonomía de la voluntad.
En este sentido, la Sentencia del Tribunal Supremo [Sala 1ª] de 2.4.1993 declara explícitamente que la
costumbre debe ser probada suficientemente y la de 30.3.1994 (Fundamentos de Derecho 2º y 3º), de modo
implícito, admite y aplica el uso consistente en el cobro de una comisión a cambio de la realización de una
gestión de cobro sólo en la medida en que tal uso ha sido alegado y probado por quien pretende su aplicación.
La tesis del Prof. URÍA no se aviene hoy con lo dispuesto por el art. 1.3 Código civil, que, tras
la reforma del título preliminar de este cuerpo normativo operada en 1974, equipara la costumbre al
uso normativo, otorgándole la consideración de fuente del Derecho y contraponiéndole al uso
interpretativo, al establecer que los usos jurídicos que no sean meramente interpretativos de una
declaración de voluntad, tendrán la consideración de costumbre. Por consiguiente, este precepto
del Código civil distingue ya de forma expresa y con alcance general entre usos interpretativos y
normativos, excluyendo el carácter normativo de los primeros. De ahí que la diferencia existente
entre ambas categorías no sea meramente funcional, sino medular. Esta diferenciación ha sido, además,
claramente acogida por la Sentencia del Tribunal Supremo 2.7.1973.
Las diferencias entre ambas clases de usos se manifiestan en su eficacia, o, mejor, posición
frente a la voluntad de las partes y frente al Derecho dispositivo: el uso interpretativo pende en todo
su valor y significación de la voluntad de las partes: en cuanto la descubre, supliendo su incompleta
manifestación, y en cuanto sirve para interpretar la voluntad declarada, el uso funciona como medio de
interpretación; es decir, no completa la voluntad misma, sino la declaración de voluntad. Por el
contrario, el uso normativo es del todo independiente de la voluntad de las partes. Se impone a ellas
como norma de Derecho objetivo, aunque aquéllas ignoren su alcance y existencia, y sin perjuicio de
que asimismo puedan desplazarla por virtud del principio de autonomía de la voluntad. Consecuencia
de esto, que enlaza con la explicación del surgimiento histórico de esta distinción, es la distinta
posición de uno y otro tipo de usos frente a la norma escrita dispositiva: ésta puede ser desplazada por
la “voluntad (presunta) de las
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
partes” (usos interpretativos), pero no por los usos normativos, en cuanto normas de rango jerárquico
inferior.
Ha notado VICENT CHULIÁ que esta distinción entre usos normativos e interpretativos tuvo especial
transcendencia cuando a la promulgación del Código de comercio alemán de 1861, que por primera vez
introducía la jerarquía de fuentes ley-uso de comercio, sirvió para anteponer las prácticas empresariales a las
leyes o normas escritas de carácter dispositivo (la mayor parte de ellas lo eran), bajo la consideración de usos
interpretativos de la voluntad negocial de las partes.
Los usos mercantiles no pueden en ningún caso pugnar con las normas imperativas, ya sean
civiles o mercantiles (art. 1.2 Código civil), toda vez que son normas jurídicas de rango inferior a la ley
imperativa (art. 1.3 Código civil). Del mismo modo, no pueden los usos chocar con la moral o el
orden público (art.
1.3 Código civil).
Así, la Sentencia del Tribunal Supremo de 2.4.1993 aclara que sólo se acude a la costumbre en defecto de ley
aplicable y añade que «tampoco podría atenderse al uso "contra legem" [...] de entender implícita la anulación
de reserva [...], aparte de usos opuestos a lo convenido y que son inadmisibles en la teoría general de los
contratos [...] como el llamado "over booking"», por hallarse en pugna con «normas seculares que velan por
la seguridad jurídica y el orden público privado».
Ahora bien, cabe interrogarse acerca de la solución procedente en caso de que el conflicto se
produzca entre un uso normativo y una norma legal de carácter dispositivo. ¿Cuál de las dos normas
ha de prevalecer en tal caso?
En principio, prevalece la norma legal escrita, pero lo hace tan sólo de un modo formal, porque
si bien, de hecho, esa norma, por poseer carácter dispositivo, permite su desaplicación en favor del
uso contra legem, sin embargo, el elemento normativo que provoca y tolera esa desaplicación de la
norma escrita de carácter dispositivo en favor del uso es la autonomía de la voluntad. Con todo, es
preciso efectuar aun alguna matización, por las dos razones siguientes:
bastante.
Como señala DE CASTRO, «las normas que regulan los contratos, y cada tipo de contrato, no
son dadas para auxilio de descuidados o desmemoriados, supletorias o adivinatorias de sus
voluntades, sino que manifiestan la regulación normal y [... ] por tanto, tienen un cierto carácter
imperativo; son preceptos en los que el legislador ha ponderado cuidadosamente la situación normal
de los intereses de las partes, tienen una “función ordenadora”, por lo que no pueden ser
desplazados sin una razón suficiente»; por ello, se afirma que el fondo de las normas dispositivas no
tiene un carácter libremente desplazable, sino un cierto carácter imperativo que no puede ser
desplazado sin una justificación suficiente. Nace en semejante modo la llamada tesis de la parcial
inderogabilidad convencional de las normas de Derecho dispositivo.
2) En segundo lugar, y como segunda matización, porque no parece admisible la figura del
uso contra legem, conforme a lo dispuesto en el art. 1.1º y 2º Código civil, que no diferencia, a tales
efectos, entre leyes imperativas y dispositivas.
Un caso particular es el del posible conflicto entre un uso mercantil y una norma dispositiva
civil, esto es, el problema de los usos mercantiles contra legem civil. Ciertamente, si la ley civil es
de orden público ha de prevalecer; lo mismo ocurre cuando la norma civil sea directamente invocada
por una norma mercantil (p. ej. art. 50 Código de comercio). Ahora bien, fuera de estos casos,
prevalece el uso mercantil contra legem civil, y ello porque tal uso resulta primado por el art. 2
Código de comercio respecto al Derecho común. Esta circunstancia pone una vez más de manifiesto
hasta qué punto los comerciantes, en cuanto clase social, han conseguido imponer su propio Derecho,
surgido de las prácticas realizadas por ellos mismos, sobre el Derecho civil, emanado de las Cortes
Generales, en cuanto representantes del pueblo.
Los usos normativos son, por consiguiente, verdaderas y propias fuentes del Derecho. Ahora
bien varias son las interrogantes que se plantean en torno a ellos, en cuanto fuente de Derecho un tanto
especial:
¿los usos mercantiles han de ser expresamente invocados o, por el contrario, su existencia ha de ser
apreciada de oficio por los tribunales, como ocurre con el resto de las normas jurídicas (iura novit
curia; da mihi factum, dabo tibi ius)?; además, ¿han de ser probados por quién los invoca?, o, una vez
invocados,
¿corresponde al Juez indagar acerca de su existencia, vigencia y contenido?.
Por consiguiente, el uso mercantil, como la costumbre civil, debe ser alegado y probado ante
los Tribunales (art. 1,3 Código civil). No obstante, ha de tenerse en cuenta que:
1) Si las partes en el contrato remiten a los usos, éstos forman parte del mismo,
conviertiéndose en ley entre las partes que el Juez debe investigar, en cuanto interpretación de la
voluntad de las partes.
2) De lo contrario, los Tribunales exigirán la prueba del uso como un hecho (Sentencias del
Tribunal Supremo de 3.1.1933, 14.4.1975, 8.7.1977).
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
3) No obstante, el Tribunal puede dar por probados aquellos usos que puedan ser
considerados notorios (Sentencia del Tribunal Supremo 27.4.1945, sobre finalidad de los ingresos en
cuenta corriente).
En este sentido, dispone el art. 281.2 de la Ley 1/2000, de Enjuiciamiento Civil, que ha de ser objeto de prueba
la costumbre, si bien tal prueba no será necesaria si las partes están conformes en su existencia y contenido y
sus normas no afectan al orden público, ni tampoco será necesaria (art. 281.4 LECiv) cuando goce de
notoriedad absoluta y general (“no será necesario probar los hechos que gocen de notoriedad absoluta y
general”).
Conviene advertir, por último, que, conforme a su legislación propia, una de las funciones de
las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación consiste justamente en recopilar las costumbres y
usos normativos mercantiles, así como las prácticas y usos de los negocios y emitir certificaciones
acerca de su existencia (art. 2.b de la LEY 3/1993, de 22 de marzo, Básica de las Cámaras Oficiales
de Comercio, Industria y Navegación; B.O.E. de 23 de marzo de 1993).
los comerciantes las llamadas condiciones generales de los contratos, o clausulados elaborados
unilateralmente por los comerciantes para regular el contenido de los contratos e impuestos a la
respectiva contraparte. Pues bien, estas CGC contribuirán asimismo a asfixiar a los cada vez menos
pujantes usos de comercio que, poco a poco, van perdiendo toda posibilidad de existencia, aun
cuando precisamente a partir de las propias CGC puedan surgir nuevos usos (lo que no es demasiado
probable).
Parece, no obstante, que es posible constatar la presencia de ciertos síntomas que apuntan
hacia un resurgir de nuevos usos de comercio:
1) Desestatalización y deslegalización del Derecho Mercantil. El Estado tiende a hacer
copartícipes en la creación del Derecho a otras instancias sociales no estatales.
2) La reforma del Título Preliminar del Código civil de 1974 no sólo respeta sino que,
además, incluso, refuerza las normas de origen consuetudinario y, por ende, los usos de comercio.
3) El uso empieza a concebirse como un catalizador de nuevas realidades jurídicas y tiende a
democratizarse, por cuanto podrá ser generado no sólo por una clase de personas, sino por todos.
4) Los usos van despojándose progresivamente de su marcado carácter localista.
5) El ámbito de creación y revitalización de los usos de comercio se internacionaliza merced a
la denominada lex mercatoria o conjunto de usos y prácticas internacionales, de formularios y
pólizas admitidos en el comercio internacional, surgidos en cada ámbito económico y controlados por
el arbitraje privado.
IV.- EL DERECHO COMÚN COMO FUENTE INTEGRADORA Y SUPLETORIA DEL DERECHO MERCANTIL
Resulta evidente que este art. 50 Código de comercio incorpora relevantes novedades con
respecto a lo establecido en el art. 2 Código de comercio. Así:
a) Se corrige al art. 2, que, en el primer escalón de las fuentes aplicables aludía sólo al Código
de comercio y omitía, por olvido, toda referencia a la legislación mercantil especial. Pues bien, ahora
el art. 50 aclara que hay que considerar incluida la legislación mercantil especial en ese primer
escalón.
b) En segundo lugar, y sobre todo, el art. 50, al menos aparentemente, rompe con el sistema u
orden jerárquico de fuentes establecido por el art. 2, porque su dicción excluye a los usos dentro del
sistema de fuentes aplicables a la materia contractual, lo cual no deja ser extraño, porque precisamente
ha sido en la materia contractual en la que más han proliferado los usos de comercio.
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
Esta llamativa paradoja ha sido objeto de interpretaciones diversas por parte de la doctrina. Por
lo pronto, hay que subrayar que cualquiera que sea la interpretación escogida, hay que entender que
este precepto sólo excluye los usos respecto de aquellas cuestiones concretas expresamente
mencionadas, no respecto de la totalidad de la materia contractual. Así, hay preceptos que se remiten a
los usos para resolver cuestiones concretas relativas a algunos contratos (vgr. art. 304).
Además, existe una interpretación histórico-legislativa que puede servir para explicar esta
exclusión de los usos por parte del art. 50: este precepto procede por copia de otro del Código de
comercio 1829 (art. 234), que a su vez fue fiel en este punto al Código de comercio napoleónico de
1807. Este último carecía, en este punto, de una jerarquía de fuentes; es más, el Código de comercio
1829 no hacía referencia a los usos de comercio, siguiendo al Código de Napoleón, que había tratado
de terminar de raíz con los usos, llevado por su afán racionalizador y estatalizador.
En cualquier caso, el art. 50 Código de comercio plantea un grave problema porque, en rigor,
no puede modificar el orden jerárquico de fuentes implementado por el art. 2 Código de comercio.
Este último se halla en el «pórtico» del Código y, por consiguiente, posee un carácter general y
prevalente respecto al art. 50 Código de comercio. Por ello, diga lo que diga el art. 50 Código de
comercio, difícilmente se podrá prescindir, sin más, de los usos de comercio.
En realidad, hay que entender que los arts. 2 y 50 Código de comercio son preceptos
recíprocamente complementarios, siendo preferente el primero de ellos. Se impone una
interpretación armónica de ambos preceptos, centrada en el inciso final del art. 50. Porque la
invocación que el último inciso del art. 50 Código de comercio hace al Derecho común no es igual
que la que efectúa el art. 2 Código de comercio, no cumple, por decirlo con otras palabras, la misma
función. Así, mientras que en la llamada del art. 2 Código de comercio el Derecho común tiene un
valor de ordenamiento subsidiario o supletorio, subsidiariamente aplicable a falta de normas
genuinamente mercantiles, en el art. 50 Código de comercio la referencia al Derecho común tiene un
valor mucho más importante, porque, en rigor, recibe la consideración de fuente ─no subsidiaria o
supletoria, sino─ integradora del Derecho Mercantil. Así, en cuestiones de tanta transcendencia
como las aludidas por el art. 50 Código de comercio, las normas aplicables serán normalmente las
del Derecho civil y, por tanto, las del Código civil.
En realidad, las normas que el Código de comercio y las leyes mercantiles contienen con
respecto a esas materias son escasas y fragmentarias (porque no hay necesidad de ellas), comprensivas
de algunas especialidades. Por ello, merced a la solución aportada por el art. 50 Código de comercio,
las normas mercantiles varían de contenido, prestan sólo su continente formal de normas mercantiles,
pero ese continente mercantil se llena de contenido civil; más gráficamente, y con relación a los
supuestos por él previstos, el art. 50 Código de comercio mercantiliza la norma civil, que, por tanto,
a sus efectos y a efectos del art. 2 Código de comercio, se convierte en norma mercantil.
Por eso, la Sentencia del Tribunal Supremo ya citada de 8.4.1994 afirma que el art. 50 Código de comercio viene
a concretar el art. 2 del propio cuerpo legal (Fundamento de Derecho 2º).
Por último, la referencia al Derecho común por parte de los arts. 2 y 50 Código de comercio
plantea una ulterior cuestión de cierto interés, sobre todo en los territorios forales. Tradicionalmente se
ha venido entendiendo que la invocación que los arts. 2 y 50 efectúan al Derecho común lo es tan
sólo al Código civil y a las leyes civiles de ámbito territorial general, pero no a las normas civiles
forales (contra, los autores foralistas y, entre los mercantilistas, VICENTE Y GELLA). No obstante, esta
tendencia ha tenido
15
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
un punto de inflexión en la Sentencia del Tribunal Supremo 28.6.1968, que, al resolver sobre la
capacidad de una mujer casada catalana para firmar el aval en letra de cambio, reconoció que el
Derecho común aplicable está integrado en los territorios forales por el Código civil en lo no
modificado por las compilaciones forales. Tras ella se interpreta que la referencia lo es tanto al
Derecho civil común o general como a los forales o territoriales, dependiendo de las circunstancias en
cada caso concurrentes.
Por consiguiente, las reglas para la aplicación del Derecho civil a los asuntos mercantiles son
las siguientes:
2) Aplicación del Derecho civil a falta de normas específicas de Derecho Mercantil, legales
o consuetudinarias. En tales supuestos, como quiera que se han de aplicar normas no mercantiles,
esto es, dictadas en contemplación de los fines más generales de la convivencia social y no de las
especiales necesidades del tráfico mercantil, será preciso proceder con extrema cautela en su
aplicación (GARRIGUES).
Dos son por ello las cuestiones suscitadas por la incidencia de la Constitución de 1978 sobre
el sistema de fuentes del Derecho Mercantil que van a centrar nuestra atención:
a) La ejecución de este mandato, sin embargo, entraña no pocos problemas y, por ello, se
llegó a suscitar un intenso debate en torno a la eficacia de esta disposición derogatoria 3ª. Varias son
las posturas que se defendieron al respecto:
1.- Se mantuvo una primera tesis, por mor de la cual la disposición derogatoria 3ª CE
proyectaba su eficacia derogatoria sobre todas las normas anteriores a la Constitución y contrarias a
ésta. Correspondería su ejecución al juez que estuviera conociendo de cada caso concreto, cuya
declaración produciría efectos ex nunc. Por consiguiente, conforme a esta tesis, la eficacia
derogatoria de la norma constitucional se fundaría en el principio de que la ley posterior deroga a la
anterior: la Constitución, en cuanto norma posterior, produciría un efecto derogatorio sobre cualquier
norma anterior, en cuanto se suscitasen contrariedades de orden sustantivo. No se trataría, por tanto,
de una inconstitucionalidad sobrevenida, sino, simplemente, de la derogación de una norma
anterior por una norma posterior. Este es el sistema seguido por la Ley Fundamental de Bonn.
2.- Una segunda tesis entendía que el conflicto material entre la norma preconstitucional y la
Constitución debía ser resuelto, no por la vía de la derogación encomendada a los jueces y tribunales
ordinarios, conocedores de cada caso concreto, sino que había de serlo por la vía previa del
planteamiento de una cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional. Para esta tesis,
no se trataría de un problema de sucesión en el tiempo de normas diversas sino de jerarquía
normativa: la ley superior deroga a la inferior. Esta es la tesis adoptada por el Tribunal Constitucional
italiano, si bien hay que tener en cuenta que, a diferencia de la Ley Fundamental de Bonn, la
Constitución italiana de 1947 carece de cláusula derogatoria expresa.
Pues bien, pese a las propuestas de muy autorizados sectores doctrinales (GARCÍA DE
ENTERRÍA,
T. R. FERNÁNDEZ), entre nosotros se impuso finalmente la tesis de que el apartado 3º de la disposición
derogatoria de la Constitución acoge la primera de las tesis descritas. Es decir, que la solución al
conflicto material entre la norma mercantil preconstitucional y la Constitución debe ser
proporcionada por los órganos jurisdiccionales ordinarios conocedores de cada caso concreto,
quienes determinarán la aplicación o inaplicación de la norma preconstitucional de que se trate en
cada hipótesis concreta en que consideren que se opone al mandato constitucional.
2.- LA ESTRUCTURA AUTONÓMICA DE LOS PODERES DEL ESTADO Y EL SISTEMA DE FUENTES DEL
DERECHO MERCANTIL
Una vez roto el monopolio legislativo del Estado para la producción de Derecho y surgidos
nuevos
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
Mientras que en el ámbito del Derecho civil la existencia de tendencias foralistas se puede
considerar una constante histórica, el Derecho Mercantil ha carecido históricamente desde su
nacimiento de cualquier tendencia foralista, lo que da cuenta de la relativamente temprana
promulgación, entre nosotros, de un Código de comercio (1829). Se puede constatar, por
consiguiente, que en el ámbito del Derecho Mercantil ha existido siempre uniformidad dentro del
Estado y, para determinadas materias, uniformidad incluso a nivel internacional.
La tendencia hacia la uniformidad del Derecho Mercantil halla explicación en diversos factores, comprensivos
tanto de la tradición histórica jurídico-mercantil como de requerimientos económicos y jurídico-constitucionales.
a) El Derecho Mercantil se hace uniforme porque la materia regulada se destina a un ámbito común, carente de
fronteras, al menos dentro del Estado, que es el mercado. La unidad del mercado exige la unicidad de su
ordenamiento jurídico regulador, esto es, la unicidad del DM.
b) La uniformidad del Derecho Mercantil se impone tanto por la propia naturaleza de las cosas como por
razones fundadas en el deseable funcionamiento eficaz de la economía y en los requerimientos jurídico-
constitucionales de igualdad y justicia para todos los españoles, cualquiera que sea su lugar de residencia.
c) Existen otros factores que hacen más compacta la idea de la unidad del mercado: así, la constante y creciente
intervención del Estado en la actividad económica y la interacción de las instituciones públicas y privadas, que
contribuyen a robustecer la idea de la unidad del mercado. En realidad, esta exigencia de unidad del mercado se
invoca para defender la idea de un Derecho Mercantil unitario y básicamente estatal, producido, esto es, por las
Cortes Generales y por el Gobierno de la Nación.
d) La misma idea de constitucionalización de un sistema económico basado en el mercado (sobre todo, art. 38 CE)
se erige también en poderosa razón para cimentar y defender la idea de la unidad de mercado y de un Derecho
Mercantil único para ese mercado: esta unidad es una de las preocupaciones de nuestra jurisprudencia
constitucional, como acreditan, entre otras, las sentencias del TC de 28.1.1982 y 1.7.1986.
Destaca, pues, la preocupación por preservar la unidad del mercado como una de las
razones que dan cuenta de la uniformidad estatal del Derecho mercantil. Esta preocupación halla
adicional y sobrada justificación en la novedosa estructura autonómica del Estado y en la atribución de
competencias legislativas a los parlamentos autonómicos por la Constitución. Justamente a fin de que
la existencia de una pluralidad de entes con competencias legislativas no conduzca a resultados
desintegradores de la unidad del mercado, el principio de unidad de mercado se impone como
imperativo constitucional (art. 139 CE).
Sin embargo, como se verá, la defensa del principio de unidad del mercado y de la correlativa
unicidad del Derecho Mercantil encuentra muy serias dificultades e incluso claros desmentidos dentro
de la propia Constitución. Cierto es que el principio de la estatalidad o unicidad del Derecho
Mercantil aparece formulado por el art. 149.1.6º CE. Sin embargo, una lectura más detenida y
profunda de ese precepto pone de manifiesto la existencia de algunas dudas y oscuridades. Debe
partirse de la toma en consideración de lo dispuesto en los aps. 6º y 8º del art. 149.1 CE. Establece el
art. 149.1.6º que «el Estado tiene competencia exclusiva sobre [...] Legislación mercantil», en tanto el
ap. 8º de ese mismo precepto le reserva competencia exclusiva en materia de legislación civil, sin
perjuicio de la conservación, modificación y desarrollo por las Comunidades Autónomas de los
derechos civiles, forales o especiales, allí donde existan.
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Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
En rigor, los apartados 6º y 8º del art. 149.1 CE reflejan y consagran la dualidad legislativa
del Derecho privado español y consagran, a la vez, la unidad de la legislación mercantil para todo el
territorio nacional, lo que se presenta como una consecuencia lógica del implícitamente proclamado
principio de unidad de mercado (sobre todo, art. 139 CE).
La aparente claridad de esta norma queda, sin embargo, empañada por algunas de las
previsiones contenidas en los apartados siguientes del propio art. 149.1 CE. En ellos encontramos, en
efecto, referencias a otras cuestiones de inequívoco carácter mercantil, como son las referencias a la
propiedad intelectual e industrial (9º), a las bases de la ordenación del crédito, banca y seguros (11º),
a cuestiones de Derecho marítimo y aéreo, con alusión específica al transporte aéreo (20º) y también
al transporte terrestre (21º).
Opiniones
Es preciso, pues, encontrar algún sentido al panorama normativo descrito. Y aquí empiezan las
discrepancias.
Por tanto, no sería legislación mercantil a efectos del art. 149.1.6º CE la relativa a aquellas
materias que han surgido legislativamente con independencia del Derecho Mercantil tradicional y
que han sido incluidas en esta categoría más como consecuencias de la evolución de la doctrina
científica que de una deliberada decisión legislativa.
SEGUNDA OPINIÓN: M. Olivencia: Derecho mercantil como Derecho privado del Mercado
competencia exclusiva al Estado en materia de legislación mercantil por obra del art. 149.1.6º CE ha
de entenderse referida sólo al Derecho privado y no, por tanto, al Derecho público aplicable a la
materia mercantil. Y al no especificar el texto constitucional cuál es el grado de atribución de esa
competencia en materia de legislación mercantil, hay que pensar que queda atribuido al Estado el
ciclo normativo completo, que abarca desde la normativa básica hasta la de desarrollo y ejecución.
O sea, que toda la regulación jurídica mercantil privada, sea primaria o secundaria, por ley o por
reglamento, es cosa del Estado (sin perjuicio, claro, de las interferencias derivadas de la existencia
lenguas cooficiales en determinados ámbitos territoriales).
Al margen de estos criterios generales, hay casos especiales, por razones históricas, en que
las Comunidades Autónomas han asumido competencia exclusiva en materias de claro sabor jurídico
mercantil y carácter privado, como sucede, entre nosotros, en materia de cooperativas.
El "silencio constitucional"
Hay que tener en cuenta que, aparentemente, la CE guardó silencio respecto a la competencia
para dictar normas en materia de cooperativas. Por esa razón, los iniciales Estatutos de Autonomía
Vasco y Catalán se adelantaron recabando para sus respectivas comunidades autónomas la
competencia exclusiva en la materia, al amparo de la previsión del art. 149.3 CE.
Es cierto que el art. 149.1 CE, al enumerar las materias de la competencia exclusiva del
Estado, no utiliza la palabra "cooperativas", pero sí le reserva, sin duda, la competencia legislativa
exclusiva en materia de legislación mercantil, laboral, legislación civil (con matices), ordenación de
los registros e instrumentos públicos, bases de las obligaciones contractuales o bases de la
ordenación del crédito, banca y seguros (aps. 6º, 7º, 8º y 11º). Además, (ap. 1º) corresponde al Estado
la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el
ejercicio de sus derechos, y, entre ellos, la libertad de iniciativa económica y la tutela del principio de
unidad de mercado.
restantes). La situación no ha cambiado desde entonces, y puede resultar chocante que sobre las
cooperativas la práctica totalidad de las comunidades autónomas hayan ido asumiendo de modo
paulatino competencia legislativa exclusiva.
Se trata de una situación llamativa, atípica desde el punto de vista del Derecho comparado,
que obedece (PANIAGUA) a un cúmulo de circunstancias especiales (postergación doctrinal y legal
de la cooperativa; politización histórica de su legislación reguladora; incomprensión legal y doctrinal
del instituto cooperativo; euforia autonomista; carácter titubeante de la doctrina del TC respecto al
alcance de la reserva en materia de legislación mercantil efectuada en favor del Estado).
La “doctrina” del TC
Por eso, concluye el TC que el Estatuto atribuye competencia a la Comunidad para regular
por Ley las cooperativas. Y la matización relativa al respeto de la legislación mercantil estatal queda
limitada a dos aspectos: por un lado, en el sentido de que la legislación mercantil ha de ser respetada
en cuanto sea aplicable a las cooperativas (así, Derecho Concursal; contabilidad); por otro, en el
sentido de que si en algún supuesto, por aplicación de la legislación mercantil general, algún tipo de
21
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
cooperativa es calificado como sociedad mercantil, será de aplicación dicha legislación mercantil
(así, mutuas y cooperativas de crédito y seguros). Tras esta Sentencia, todas las Comunidades
Autónomas, y todos los Estatutos de Autonomía, han ido recabando competencia legislativa
exclusiva en materia de cooperativas, de suerte que la legislación estatal en la materia posee carácter
residual (así, Estatuto de Andalucía, art. 58.14º).
El resultado de lo anterior es que la práctica totalidad de las Comunidades Autónomas cuentan en la actualidad con su
propia legislación cooperativa. Es el caso de Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Castilla-La Mancha,
Castilla- León, Cataluña, Valencia, Extremadura, Galicia, La Rioja, Madrid, Navarra, Murcia y País Vasco. Faltaban
solo, pues, Cantabria y Canarias. En el caso de Cantabria el Gobierno ha aprobado un Proyecto de Ley de
Sociedades Cooperativas que ha tenido entrada en el Parlamento cántabro el día 1 de julio de 2013 y ha sido
promulgado como Ley de Cantabria 6/2013, de 6 de noviembre, de Cooperativas de Cantabria (BOC de 18 de
noviembre de 2013, BOE de 27 de noviembre de 2013). Por su parte, en el caso de Canarias el Gobierno ha
anunciado en septiembre de 2013 su intención de elaborar y presentar un proyecto de Ley de Cooperativas. Lo
anterior conducirá a que el ámbito de aplicación de la Ley estatal de cooperativas de 1999 sea
extraordinariamente restringido.
El art. 1.6 Código civil, con relación a la jurisprudencia en cuanto fuente del Derecho, puso
las cosas en su sitio. Dispone este precepto que la jurisprudencia complementará el ordenamiento
jurídico con la doctrina que, de modo reiterado, establezca el Tribunal Supremo al interpretar y
aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho. Por consiguiente, la
jurisprudencia posee un valor normativo complementario y, por lo tanto, no es fuente del Derecho.
En lo que concierne a la doctrina legal emanada del Tribunal Supremo, su efecto, conforme al art.
477.2.3º y 3 de la vigente LECiv, es el de permitir el recurso de casación frente a las sentencias
dictadas en apelación por las Audiencias Provinciales, ya que estas sentencias son recurribles (art.
477.2.3º LECiv) cuando la resolución del recurso presente interés casacional, lo que sucede (art.
477.3 LECiv) cuando la sentencia recurrida se oponga a la doctrina jurisprudencial del Tribunal
Supremo. Además, conforme al art. 5,1 LOPJ, la jurisprudencia del TC al interpretar la Constitución
resulta especialmente valiosa, por cuanto se erige en fuente de la labor judicial de interpretación y
aplicación de las normas.
En la práctica, por último, adquiere creciente relevancia, bien que carente de refrendo legal
alguno, la llamada “jurisprudencia menor”, esto es, la formada por las resoluciones dictadas por los
órganos jurisdiccionales de primera instancia (en lo que al Derecho Mercantil concierne, Juzgados de
Primera Instancia y Juzgados Mercantiles) y por los de apelación (en lo que interesa, las Audiencias
Provinciales).
22
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
Como se sabe, se entiende por tales las condiciones generales que se insertan por las
empresas proponentes como contenido prefigurado de los contratos, al que se adhieren sus clientes
en la contratación masificada.
De ahí que se hable, cada vez más, del Derecho del comercio internacional o DUCI, por el
que hemos de entender aquel que versa sobre materia jurídico-mercantil privada en la que están
afectados elementos nacionales de distintos Estados. El comercio internacional ha venido
experimentando un auge sin precedentes, sobre todo tras la II Guerra Mundial en toda la segunda
mitad del siglo XX y en lo que llevamos del siglo XXI. La representación institucional de este
fenómeno la encontramos en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (The General
Agreement on Tariffs and Trade, GATT), que se adoptó el 30 de octubre de 1947, y en el que ha
pasado a integrarse la Organización Mundial del Comercio (The World Trade Organization o WTO),
en virtud del Acuerdo de Marrakech de 15 de abril de 1994. Pero el problema es antiguo.
El problema
1.- Por una parte, hay importantes sectores del Derecho Mercantil que se proyectan por el
legislador estatal con una pretensión de vigencia territorial excluyente, sin, o con pocas concesiones
a la ley extranjera (p. ej. el Derecho antitrust, de evidente propósito institucional-ordenador; o el
Derecho de patentes, de acusada significación político-económica; o el Derecho de sociedades, que,
entre nosotros, se caracteriza por su intensa finalidad político-ordenadora).
2.- Además, los tribunales nacionales presentan una marcada tendencia a la aplicación, con
apoyo en unos u otros argumentos, de la propia lex fori, ante la dificultad que presenta el
conocimiento y aplicación de un Derecho extranjero.
3.- Por último, este sistema presenta el grave inconveniente de remitir siempre a
ordenamientos nacionales que, por principio, no toman en consideración los específicos
requerimientos del tráfico comercial internacional.
Este proceso de unificación del Derecho Mercantil internacional ha debido arrostrar, sin
embargo, poderosos obstáculos y no puede, por el momento, exhibir grandes logros, y ello por varias
razones:
1.- En primer lugar, ocurre que la predisposición de los Estados a conceder vigencia dentro de
su propio territorio a un Derecho uniforme es mucho menor en el ámbito del Derecho material que en
el del Derecho de conflictos o de colisión.
2.- Por otra parte, la significación real de los logros hasta ahora alcanzados en este terreno es
mucho menor de cuanto a primera vista pueda parecer, y ello por dos motivos:
Por ejemplo, las Leyes Uniformes de Ginebra (1935) han sido incorporadas al Derecho
español en 1985.
A.1) Unificación o armonización espontánea o al margen de los Estados: con relación a este
primer supuesto descrito, se ha venido elaborando, sobre todo por vía contractual, un Derecho
autónomo, constituido por minuciosos formularios, pólizas-tipo, condiciones generales de los
contratos, usos y prácticas internacionales, nacidos, generalmente, en cada uno de los sectores de
actividad, y apoyados en el sometimiento de los conflictos surgidos entre las partes a arbitraje
privado. Por su notable semejanza con el Derecho Mercantil de la Edad Media, tanto en su
elaboración autónoma, independiente de las legislaciones estatales, como en su necesario apoyo en el
poder de los Estados para su efectiva aplicación, este conjunto normativo ha recibido la denominación
de “nueva o moderna lex mercatoria” (SCHMITTHOFF).
La CCI
Son dignas de reseña las tareas de creación, recopilación o fijación de prácticas comerciales
internacionales llevadas a cabo por la Cámara de Comercio Internacional, fundada en 1919 y con sede
en París
Se ha destacado la gran significación que a este respecto han llegado a alcanzar ya durante el
siglo XX algunas colecciones escritas sobre usos y prácticas del tráfico mercantil. Especial relevancia
poseen el repertorio de cláusulas comerciales conocido como Reglas Internacionales para la
Interpretación de los Términos Comerciales o Incoterms y las Reglas y Usos Uniformes relativos a
créditos documentarios. Aunque no ha faltado quien ha visto en estos repertorios o recopilaciones una
expresión de la costumbre internacional uniforme, un sector de la doctrina la ha negado de manera
enérgica (EIZAGUIRRE), argumentando, por un lado, que ello supondría una enorme desprotección
para la contraparte del creador de la supuesta costumbre, además, por otra parte, la duración requerida
para que nazca una verdadera costumbre es incompatible con la elaboración reflexiva, fruto de
sucesivas revisiones, de algunas de estas recopilaciones de prácticas y usos.
Distinto es, sin embargo, el caso cuando ante un Tribunal se invoca una de estas cláusulas y se
25
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
acredita su naturaleza normativa, con independencia de que formalmente figure en una de estas
recopilaciones (así, por ejemplo, la claúsula FOB)
Esta vía suele complementarse con el recurso al arbitraje comercial internacional a cargo de
la propia CCI.
El Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado o UNIDROIT, fue creado
bajo los auspicios de la Sociedad de Naciones en 1926, pero sobrevivió a ésta tras la IIGM.
UNIDROIT propone convenios internacionales para su aprobación en Conferencias Diplomáticas.
Entre sus logros destacan los Convenios de Ginebra sobre Unificación del Régimen de la
Letra de cambio y del pagaré a la orden (7 de junio de 1930) y del cheque (19 de marzo de 1931),
que han inspirado a la vigente LCCH española de 1985 (pese a que España no los ratificó). O los
Convenios sobre factoring y leasing internacional aprobados en la Conferencia Diplomática de
Ottawa en 1988, o los conocidos Principios UNIDROIT sobre contratos mercantiles internacionales.
http://www.unidroit.org/dynasite.cfm?dssid=5266
Entre sus logros destaca la Convención de Viena de 11 de abril de 1980 sobre el Derecho
aplicable a la compraventa internacional de mercaderías, o, más recientemente, las Reglas de
Rotterdam o Convenio de las Naciones Unidas sobre el Contrato de Transporte Internacional de
Mercancías Total o Parcialmente Marítimo, elaboradas en el año 2010 bajo la Presidencia del Prof.
Rafael ILLESCAS ORTIZ.
Pero también hay organismos de carácter sectorial. Entre ellos merece ser destacada la
Organización Mundial de la Propiedad Intelectual u OMPI, nacida en 1967 a partir de las Oficinas
encargadas de la administración del CUP de 1883 y del Convenio de Berna de 1885 para la
protección de la propiedad intelectual, y que, entre otras cosas, promueve la protección
internacional de los
26
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
Sus funciones incluyen, entre otras, el desarrollo del marco jurídico internacional en materia
de propiedad industrial e intelectual. En la actualidad, y desde 1974, es uno de los organismos
especializados del sistema de organizaciones de las Naciones Unidas, con el mandato específico de
ocuparse de las cuestiones de propiedad intelectual que le encomienden los Estados miembros de las
Naciones Unidas.
En especial, análisis jurídico de los Tratados Internacionales como fuente del Derecho mercantil
Tres son las cuestiones básicas que se plantean con relación a los tratados internacionales:
Tanto el art. 1.5 Código civil, como el art. 96.1 de la Constitución establecen que, siempre
que cumplan ciertos requisitos, los Tratados Internacionales forman parte del ordenamiento jurídico
interno español y, en consecuencia, sus normas serán de aplicación directa en España, en cuanto que
forman parte del Derecho interno.
Los aludidos requisitos son fundamentalmente los de publicación en el B.O.E. tras su previa
ratificación por parte del Estado. Conviene matizar que el Tratado Internacional, en sí mismo, tan
sólo posee un valor convencional entre los Estados que lo celebran.
2) Rango jerárquico que corresponde a los Tratados Internacionales dentro del orden de
prelación de fuentes del DM.
27
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
normas contenidas en el TCEE que, desde el 1.1.1986 son de aplicación prioritaria en nuestro país. Ya
la famosa SENTENCIA COSTA/ENEL del TJCCEE de 1974 afirmó el principio de la supremacía
jurídica del Derecho comunitario sobre el Derecho interno de los países miembros. Por tanto, el ingreso
de España en la CEE significa una merma de la soberanía española.
A) Porque, por una parte, la propia Constitución no prevé que un Tratado Internacional pueda
prevalecer respecto a ella.
B) Pero, por otra parte, lo que, en cambio, sí prevé el art. 95.1 de la Constitución es la revisión
de esta última con carácter previo a la firma de un Tratado Internacional que suponga una
contradicción con ella. Por consiguiente, antes de la suscripción de un Tratado Internacional que
pueda suponer contradicción con la Constitución, ésta, en su caso, habrá de ser modificada. La
introducción de este mecanismo deja traslucir la admisión de una cierta prevalencia del Tratado
Internacional y el carácter formal de la supremacía de la Constitución.
4) Se plantea, por fin, una cuarta cuestión, relativa a la posibilidad de que el Estado delegue en otras
instancias normativas internacionales la creación de Derecho mercantil directamente aplicable en
España.
«Mediante Ley orgánica se podrá autorizar la celebración de tratados por los que se atribuya
a una organización o institución internacional el ejercicio de competencias derivadas de la
Constitución [...]».
Es esta una norma pensada en consideración al futuro ingreso de nuestro país en la CEE. Por
ello, es suficiente con ella para que resulte incorporado a nuestro país todo el llamado acervo
normativo comunitario. Mediante este precepto, por consiguiente, se asumen todas las consecuencias
de la integración de España a la CEE, de modo que todo el Derecho comunitario es recibido como
Derecho propio sin necesidad de recepción formal, bastando, esto es, con su publicación en el BOE
(Vid. BOE 1.1.1986).
Especial referencia a las fuentes procedentes del ordenamiento jurídico de la Comunidad Europea.
preceptuado en aquélla, del Consejo, de la Comisión y del Parlamento de la UE, dentro de sus
respectivas esferas de competencias. Se compone la legislación secundaria de Reglamentos,
Directivas y Decisiones arts. 288 y ss. TFUE).
Los Reglamentos son normas de alcance general, obligatorias en todos sus elementos y
aplicables directamente en cada Estado miembro (art. 288, párr. 2º TFUE).
Las Directivas son normas que no resultan directamente aplicables, sino que imponen una
obligación de resultado, por lo que precisan de la intervención normativa de los Estados
miembros para ser transformadas en Derecho interno, los cuales elegirán la forma y los medios para
ello (art. 288, párr. 3º TFUE). Es preciso subrayar, sin embargo, que si, una vez transcurrido el plazo
para su ejecución (que se especifica en cada Directiva), el Estado miembro no ha transformado la
Directiva en Derecho interno, ésta puede desplegar efecto directo (es decir, ser invocadas por los
particulares y aplicadas por los jueces) en aquellos de sus preceptos cuya formulación lo
permita por ser términos suficientemente claros, precisos, incondicionales, no sometidos a
apreciación o discrecionalidad por parte del Estado, pero no entre particulares sino frente al
Estado incumplidor u otros sujetos de Derecho público (doctrina de la eficacia directa vertical).
Verificado aquel presupuesto de hecho, por tanto, las directivas devendrán de obligatoria aplicación
directa por los Tribunales a las relaciones verticales Estado/ciudadanos, y de aplicación indirecta a
las relaciones horizontales entre particulares, puesto que en tales casos el Derecho nacional se ha de
aplicar de conformidad con las directivas. Esta es la doctrina sentada por el TJCCEE (vid. entre otras,
Sentencias de 4.12.1974, asunto Van Duyn, de 19.1.1982, asunto Ursula Becker y de 13.11.1990,
asunto Marleasing, S.A.) En realidad, esta doctrina jurisprudencial, unida al hecho de que las
directivas vienen teniendo un contenido cada vez más preciso y determinado, parece difuminar la
distinción entre reglamento y directiva.
Además, la falta de incorporación de una Directiva al ordenamiento interno dentro del plazo
marcado al efecto genera la responsabilidad patrimonial del Estado incumplidor. Éste, en efecto, será
responsable de los daños y perjuicios que pueda causar a los particulares la falta de incorporación de
la Directiva y, por tanto, está sujeto a la obligación de resarcir los daños y perjuicios causados por tal
razón. En este sentido, la reciente Ley 2/2011, de 4 de marzo, de Economía Sostenible, se ha
ocupado (disposición adicional primera) del problema que se plantea cuando el incumplimiento
generador de responsabilidad es imputable a Administraciones públicas u otras entidades integrantes
del sector público distintas del Estado, las cuales deberán asumir, en la parte que les sea imputable,
las responsabilidades que se devenguen (sic) de tal incumplimiento.
Las decisiones se caracterizan por ser obligatorias en todos sus elementos; sin embargo,
suelen carecer de alcance general; de ahí que el art. 288, párr. 3º TFUE disponga que cuando
designen destinatarios, sólo serán obligatorias para éstos.
El propio art. 288 TFUE aclara en su párr. 4º que las recomendaciones y los dictámenes o
memorandums no serán vinculantes, no obstante, cuentan con una gran trascendencia jurídica
b) Las Sentencias del Tribunal General y del Tribunal de Justicia resolviendo cuestiones diversas
(procedimientos contra Estados incumplidores de la legislación comunitaria; revisión de la legalidad
de los actos de las Comunidades; Derecho antitrust; interpretación de las normas comunitarias, a
instancia de los órganos jurisdiccionales nacionales, etc.) y cuyas resoluciones tendrán fuerza
ejecutiva conforme al art. 299 TFUE (art. 280 TFUE).
29
Lección 2ª. Las fuentes del Derecho Mercantil
30
Ley 14/2013 de de apoyo a los
emprendedores y
su internacionalización.
+ sociedades
de inversión
1. REGISTRO MERCANTIL
CONCEPTO Y EVOLUCION
NORMATIVA QUE LO REGULA
ORGANIZACIÓN
VALOR DE LA INSCRIPCION
PRINCIPIOS Y EFECTOS DEL REGISTRO
OBJETO
EL REGISTRO MERCANTIL
La extraordinaria importancia que en la actualidad tiene el tráfico
mercantil impone la existencia de instrumentos de publicidad del
mismo. La institución que con más seguridad y eficacia cumple esta
finalidad en el Registro Mercantil.
Evolución
· El planeamiento “moderno” del Registro Mercantil, como
instrumento de publicidad legal para dotar de seguridad al tráfico
mercantil, aparece en España con el CCo 1829, que establecía un
Registro de Comercio, integrado por dos secciones:
· Comerciantes individuales, cuya inscripción era
obligatoria,
· Documentos, dedicada fundamentalmente a las
escrituras de sociedades mercantiles.
1
Normativa que lo regula
RRM
Código de Comercio 1885 (artículos 16 a 23)
Normativa internacional : Tanto los convenios internacionales que
incidan de manera directa o indirecta sobre su objeto o
estructura ( Cv Unificacion Registros Mercantiles en Europa de
2010, Cv sobre protocolo aeronáutico…) así como el régimen de
la I DIRECTIVA de 1968 CEE que tuvo por finalidad la unificación
de las reglas de publicidad registral de las sociedades capitalistas
Organización y funciones
Según el Art. 1 RRM la organización del Registro Mercantil, integrada por
los Registros Mercantiles Territoriales y el Registro Mercantil Central, se
halla bajo la dependencia del Ministerio de Justicia. Todos los asuntos
relativos al Registro Mercantil están encomendados a la Dirección
General de los Registros y del Notariado
2
b) Libro de legalizaciones y su Diario de presentación.
c) Libro de Depósito de cuentas y su Diario de presentación.
d) Libro de nombramientos de expertos independientes y de
auditores y su Diario de presentación.
e) Índices
f) Inventario.
Los Registradores podrán llevar los libros y cuadernos auxiliares que
juzguen conveniente para la adecuada gestión del Registro
Valor de la inscripción :
1. Inscripciones potestativas y obligatorias: La regla general la da el
Art. 4.1 RRM: “La inscripción en el registro Mercantil tendrá
carácter obligatorio, salvo en los casos en que expresamente se
disponga lo contrario”. El Art. 19 CCo, tras declarar potestativa
la inscripción de los empresarios individuales, salvo el naviero,
considera obligatoria la inscripción de los demás sujetos y actos
del Art. 16 .Excepciones: ello no obstante existen
varias excepciones como la inscripción de empresario ( salvo
naviero ), los poderes especiales o los generales para pleitos…
4
mercantil, aunque la mayoría de la doctrina estima q el concepto de tercer
5
hipotecario no puede trasladarse al ámbito del Registro Mercantil, pues no es un
registro de cosas sino de personas, se reconoce la protección al tercero que confía
en la situación registral siempre que sea de buena fe.
6
8. Los actos y contratos que establezca la Ley.
En cuanto a las sociedades civiles, tras la anulación del Art. 269 bis RRM,
introducido por RD 4 IX 1998, por STS 24 II 2000, sólo podrán inscribirse las
que revistan forma mercantil
¿ Qué circunstancias deben recogerse en la primera inscripción?
Según el Artículo 94 RRM deben de constar :
Identificación de la sociedad y de sus órganos con sus poderes
y delegaciones
Identificación del contrato social y sus estatutos
Resoluciones judiciales y administrativas previstas en la Ley, como
el concurso
Cualquier acto y contrato que modifique su contenido
8
3. Depósito de cuentas de las entidades obligadas a llevanza de
las mismas recogido en los artículos 365 y siguientes del RRM .
Su función no es contable sino que se limita al depósito y
publicidad de los mismos. Su incumplimiento da lugar al
denominado cierre de la hoja registral que se produce :
a. Transcurrido 1 año desde el cierre del ejercicio social sin el
depósito.
b. Incumplimiento de obligaciones fiscales. Art. 96
RRM. Relativo al incumplimiento de pago del
Impuesto de Sociedades
9
La contabilidad de los empresarios
1
información precisa sobre lo que tiene y lo que debe, lo que gana y lo que pierde, sino
que este deber se impone para dar a conocer y mostrar con claridad “la imagen fiel, del
patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la empresa”.
Ahora bien, ¿por qué se impone este deber de contabilidad? ¿Por qué el Estado
tiene este interés público en conocer la situación financiera de cada empresario?
Se dice, en primer lugar, que este deber se impone debido a que la contabilidad
constituye “uno de los principales medios de prueba en los asuntos mercantiles”. Pero,
¿qué es lo que prueba la contabilidad? En realidad, la contabilidad no prueba la
existencia de un determinado contrato, habida cuenta de que los asientos contables no
tienen eficacia jurídica, porque los contratos no son objeto de anotación en los libros de
los empresarios. Los asientos de éstos sólo acreditan hechos materiales de contenido
patrimonial. La contabilidad es, ante todo, un sistema de información. Por ello, no
constituye la realidad económica de la empresa, sino que tan sólo la refleja.
2
3.- La contabilidad formal
En primer lugar, un Libro Diario, cuya finalidad es registrar, día a día, todas las
operaciones de la actividad de la empresa, aunque se permite realizar anotaciones
conjuntas de períodos no superiores al mes, siempre que el detalle de las mismas conste
en otros libros debidamente coordinados con aquél (art. 28.2).
3
estado sobre los cambios en el patrimonio neto, el estado de flujos de efectivo y la
memoria (art. 34).
Al mismo tiempo, hay que distinguir entre activo fijo (no corriente) y el
circulante (o corriente) y entre pasivo fijo y pasivo circulante.
Por activo circulante se entiende aquel elemento del patrimonio que se espera
vender, consumir o realizar en el transcurso del ciclo normal de explotación, así como,
con carácter general, aquellas partidas cuyo vencimiento, enajenación o realización, se
espera que se produzca en un plazo máximo de un año contado a partir de la fecha de
cierre del ejercicio.
- El estado sobre los cambios en el patrimonio neto (art. 35.3 C. de c.) está
dividido en dos secciones. La primera está dedicada a registrar los ingresos y gastos
generados por la actividad de la empresa durante el ejercicio; mientras que la segunda
registra los movimientos en el patrimonio neto como consecuencia de operaciones con
los titulares o socios de la empresa.
4
- El estado de flujos en efectivo refleja los pagos y los cobros de la empresa,
debidamente ordenados y agrupados por categorías o tipos (art. 35.4 C. de c.).
Por otra parte, existen empresarios que han de llevar otros libros. Así, las
sociedades mercantiles llevarán también un libro o libros de actas en los que constarán
los acuerdos tomados por las juntas generales y especiales y los demás órganos
colegiados de la sociedad, con expresión de los datos relativos a la convocatoria y a la
constitución del órgano, etc.; un libro de acciones nominativas para la SA y un libro
registro de socios para la SRL.
1.- Requisitos extrínsecos: son los que se refieren a la obligación de llevar unos
específicos los libros y que, además, esos libros sean legalizados. Sólo la existencia de
libros garantiza la continuidad de la contabilidad. La legalización consiste en una
declaración registral (porque es el Registro Mercantil el órgano encargado de
efectuarla), que detalla el número correlativo de hojas que el libro contiene,
efectuándose en cada una de ellas algún tipo de marca que garantice la autenticidad de
la legalización (arts. 27.1 C. de c. y 334 RRM). La generalización de la llevanza de la
contabilidad por procedimientos informáticos empieza a encontrar eco en la aceptación
de esos mismos sistemas para la legalización de los libros, a través de procedimientos
telemáticos. Y a fin de facilitar la llevanza de los libros con procedimientos mecánicos
también se permite su legalización a posteriori, salvo los libros de actas (arts. 27.2 C. de
c. y 106.2 RRM).
2.- Requisitos intrínsecos: son los que se refieren a las anotaciones que se
realizan en los libros. El Código manda que las anotaciones se hagan, cualquiera que sea
el procedimiento utilizado, con claridad, por orden de fechas, sin espacios en blanco,
interpolaciones, tachaduras ni raspaduras. Deberán salvarse a continuación,
inmediatamente que se adviertan los errores u omisiones padecidas [...]. No podrán
utilizarse abreviaturas o símbolos cuyo significado no sea preciso con arreglo a la ley, el
reglamento o la práctica mercantil de general aplicación [...]; deberán ser hechas
expresando los valores en euros (art. 29 C. de c.).
5
Además, se establece la obligación de conservar los libros 6 años, después del
último asiento realizado (art. 30 del C. de c.). Incluso si el empresario ha cesado como
tal, se verá obligado al cumplimiento de este deber de conservación. Es más, en caso de
fallecimiento, el deber de conservación recae sobre los herederos del empresario.
6
depreciaciones, créditos fallidos, pérdidas eventuales, amortizaciones, etc. (arts. 38.1.d
y 39 C. de c. y 193 a 198 LSA ). Así se evita la distorsión que supondría para la imagen
fiel el que los documentos contables se elaborasen año por año, con la idea de la
liquidación de la actividad empresarial.
Por lo tanto, este principio conlleva la obligación de ser cautos y de aumentar las
pérdidas de la empresa. En efecto en las cuantas anuales existirán dos clases de
pérdidas: las ya realizadas o irreversibles y las potenciales o reversibles.
7
Las cuentas anuales han de anotar en sus cuentas cualquier pasivo o activo desde
el momento en que estos derechos u obligaciones nacen, no cuando se realizan, esto es
de forma independiente de la fecha de su pago o de su cobro. Así, se lleva nota a la
contabilidad cuando se genera justificación (bastante) para el abono, antes que éste se
produzca.
8
reglas contables. El PGC ha clarificado esta materia al establecer sobre esa base el
denominado principio de importancia relativa, en cuya virtud “podrá admitirse la no
aplicación estricta de alguno de los principios contables siempre y cuando la
importancia relativa en términos cuantitativos de la variación que tal hecho produzca
sea escasamente significativa y, en consecuencia, no altere las cuentas anuales como
expresión de la imagen fiel”. La aplicación del principio de fidelidad modula al
principio de prudencia en las valoraciones, que establece que no se mantengan las
correcciones de valor si las razones que las motivaron hubieran dejado de existir (art.
39.4 C. de c.).
Sin embargo, este derecho no es absoluto. Existen casos en los que se autoriza el
conocimiento total o parcial de la contabilidad del empresario o de algunos documentos
contables.
La segunda categoría agrupa los casos en los que el secreto de la contabilidad no opera
frente a la Administración pública, sea por razones fiscales o por el control público a
que están sometidas determinadas entidades por razón del sector en que operan. Pero
9
también se incluyen en este grupo los casos en los que son los particulares quienes
acceden al conocimiento de toda la contabilidad de un empresario o parte de ella en la
fase de prueba de un procedimiento judicial mediante la comunicación o la exhibición
de la contabilidad.