Wieviorka Et Al - IdentidadyDiversidad

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Colección

Diálogos
Fórum Universal de las Culturas Monterrey 2007

Comité editorial de la colección

Magolo Cárdenas
Carolina Farías
Cristina González

Fórum Universal de las Culturas Monterrey 2007


Fondo Editorial de Nuevo León
v
D.R. © 2008
Fondo Editorial de Nuevo León
D.R. © 2008
Fórum Universal de la Culturas Monterrey 2007
D.R. © 2008
Los autores

ISBN 978-970-9715-56-9

Impreso en México

Coordinación editorial: Dominica Martínez


Diseño de la colección: Florisa Orendain y Ángela Palos
Cuidado editorial: Ángela Palos y Cordelia Portilla
Formación y diagramación: Cordelia Portilla
Traducción: David Toscana “La central de autobuses de Alicante es el centro
del mundo. Guerras en las fronteras y paz en el mercado a lo largo de la rutas
norteafricanas hacia Europa” y Olivier Tafoiry “El sujeto y la violencia”.

Zaragoza 1300
Edificio Kalos, Nivel C2, Desp. 202 Fundidora y Adolfo Prieto s/n
CP 64000, Monterrey, Nuevo León CP 64010 Monterrey, Nuevo León
(81) 83 44 29 70 y 71 (81)20 33 36 00
www.fondoeditorialnl.gob.mx www.monterreyforum2007.org
índice

presentación 9
José Natividad González Parás

INTRODUCCIÓN 11
Víctor Zúñiga

La emergencia de los pueblos 19


indígenas en América

Significados del mestizaje 21


Carmen Bernand

Multiculturalismo 25
y poder político en América Latina
Gonzalo Rojas-Ortuste

Diversidad y diálogo intercultural: 37


del conflicto a la creatividad
Natalio Hernández

Los migrantes internacionales 47


y las sociedades que los reciben

El aquí y el allá: los migrantes 49


entre su país de origen y el país de destino
Roger Waldinger

Los mexicoamericanos: 63
quiénes somos y quiénes seremos
Néstor Rodríguez

El mundo mediterráneo contemporáneo 71

La central de autobuses de Alicante 73


es el centro del mundo.
Guerras en las fronteras y paz
en el mercado a lo largo de las rutas
norteafricanas hacia Europa
Michel Peraldi

El sujeto y la violencia 93
Michel Wieviorka
PRESENTACIÓN

La cultura y el humanismo son, y han sido, elementos cruciales para el


desarrollo integral de las naciones. Por ello, frente a los planteamien-
tos y posicionamientos del siglo XXI, el Fórum Universal de las Culturas
Monterrey 2007 se propuso facilitar una renovación de la conciencia de
nuestro ser colectivo a través de la reflexión y el diálogo.
A lo largo de los ochenta días de duración del Fórum, un número
significativo de ciudadanos del mundo ha analizado, entre otros temas
de igual o mayor importancia, la problemática de la valoración de las
expresiones pluriétnicas, el desarrollo del conocimiento, y los esfuer-
zos hechos hasta ahora por erradicar la incomprensión, la violencia, la
intolerancia y las diferencias lacerantes entre opulencia y miseria.
La colección Diálogos que presentamos tiene como objetivo ge-
nerar, con base en las enriquecedoras sesiones de reflexión habidas,
un intercambio de significados, emociones y contenidos, además de
fomentar la aceptación del otro con dignidad y respeto, y revalorar la
utilización de la palabra como herramienta para explicar y escuchar
los niveles más profundos del razonamiento y la introspección.
Monterrey, la urbe más dinámica del norte de México, asumió el
compromiso de organizar el Fórum Universal de las Culturas como
una oportunidad para honrar la filosofía y los principios convoca-
dos por el encuentro, hecho posible gracias a la suma de esfuerzos
estatales y nacionales, y a la invaluable colaboración de una socie-
dad civil emprendedora que ha sabido innovar en los campos de la
industria, el comercio y las finanzas, y que sostiene un activo papel
protagónico en la vida cultural del país.

José Natividad González Parás


Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León
INTRODUCCIÓN

Víctor Zúñiga

Las paradojas, controversias y dudas que experimentan las sociedades


contemporáneas en torno a las identidades y la diversidad cultural se en-
cuentran en la base de las reflexiones que se suscitaron en los diálogos del
Forum Universal de las Culturas Monterrey 2007. Los indios y los mestizos
de las Américas, los mexicanos en Estados Unidos, los inmigrantes y los
residentes de todo el mundo; los musulmanes, judíos y cristianos en el
mundo mediterráneo; los desplazados, las víctimas de genocidio, los afro-
descendientes en América, dieron lugar a la discusión en torno a fragmen-
tación y cohesión, tradición y cambio, tolerancia y segregación, miedos y
seguridad, odio y entendimiento.
Los diálogos se agruparon en torno a tres principales espacios socio-
históricos de observación: la emergencia de los pueblos indígenas de
América, los migrantes internacionales y las sociedades que los reciben,
y el mundo mediterráneo contemporáneo.
Desde el pasado se contempla América como tierra de mestizajes,
donde las alteridades se enfrentaron pero también se fusionaron. Desde
el presente se reconoce que los indígenas son los pueblos que hacen a
nuestras naciones singulares o, más bien dicho, únicas. Al mismo tiem-
po, en América se observa, desde abajo, la creciente autoidentificación
colectiva de los indígenas, con un orgullo étnico; mientras que, desde
arriba, se reconocen los esfuerzos de algunos Gobiernos por operar un
multiculturalismo como política que otorga y legisla derechos a los gru-
pos diferenciados, principalmente a los indígenas, pero también a los
afrodescendientes.
La propuesta de Carmen Bernand distingue nociones importantes para
comprender los complejos mestizajes que han tenido lugar en América,
que surgen de un encuentro entre diferentes desarrollado en condiciones

11
Víctor Z úñiga

de desigualdad y que, sin embargo, abre la posibilidad de crear fusiones


de diferente naturaleza, como se observa a lo largo de toda la Colonia
española y portuguesa. Iniciamos esta compilación con una breve síntesis
de la doctora Bernand sobre lo que ha significado el mestizaje a lo largo de
la historia de América Latina, para luego dar paso a los nuevos mestizajes
que se están dando debido sobre todo a dos fenómenos contemporáneos.
Uno de ellos es la inmediatez de la comunicación, que permite a muchos
seres humanos estar en contacto en tiempo real. El otro es el colapso de
las distancias, que permite pertenecer a redes cada vez más cosmopoli-
tas. Estos fenómenos abrirán posibilidades inauditas al mestizaje cultural
–nuevas fusiones– y a la circulación de bienes culturales.
En este sentido, la participación de Gonzalo Rojas-Ortuste genera un
diálogo sobre los movimientos políticos indígenas en diversos países de
América Latina, en particular sobre las singularidades de los movimientos
indígenas en Ecuador, Guatemala, Bolivia y México, así como la extraña
excepción que presenta Perú, donde por decreto no hay indígenas. Para
el maestro Rojas-Ortuste, la presencia política indígena en Guatemala pu-
diese ser el caso de mayor desarrollo y con mayor futuro, mientras que las
corrientes étnicas en Ecuador y Bolivia presentan una oferta revanchista,
de sobreafirmación de lo indígena, que difícilmente puede convivir con un
entorno democrático.
Por su parte Natalio Hernández reflexiona en torno a la posición social
de los indígenas en México y sobre su acceso a la participación plena, que
está lejos de ser una realidad. Subraya el hecho de que durante largos
periodos de la historia, grupos diversos étnica, lingüística y religiosamen-
te han sabido convivir en la diversidad, siendo unos espejo de los otros,
diferenciándose no para acrecentar los conflictos, sino para mantener las
propias identidades. Finalmente, aborda la capacidad creativa de las so-
ciedades indígenas, que les sirve para acomodarse a nuevas circunstancias
y establecer un diálogo intercultural sin menoscabo de su memoria y sus
tradiciones, enriqueciendo el país donde se desarrollan y al mismo tiempo
enriqueciéndose de las expresiones culturales dominantes de éste.
En relación al segundo de los espacios socio-históricos de observación,
se reconoció con preocupación que en la imaginación de las sociedades
receptoras las migraciones provenientes de América Latina, África y el su-
doeste de Asia son percibidas como invasiones. Aunque, en los hechos, lo
que está sucediendo es que los límites de las sociedades ya no convergen
con los límites de los Estados-nación. Los migrantes internacionales son

12
Introducción

la muestra más patente de este desbordamiento y, por ello, constituyen


un dilema. Las membresías, las pertenencias, las identidades nacionales
están en tránsito y seguirán estando en tránsito en las próximas décadas.
Gracias a los dioses, el corrido del noreste mexicano resguarda la memoria
migratoria de pueblos como el mexicano.
Roger Waldinger aborda en su ponencia el debate sobre el trasnacio-
nalismo, es decir, el fenómeno según el cual migrantes internacionales
contemporáneos viven actualmente una realidad transnacional, “aquí y
allá” de modo simultáneo. Waldinger se presenta como un crítico de este
concepto, sin embargo reconoce que existen algunos ingredientes que
pueden ser útiles para comprender las nuevas realidades de la migración
internacional contemporánea. Por un lado, los Estados y las sociedades
receptoras presionan a los recién llegados de otros países para que aban-
donen sus formas de ser y se incorporen a la sociedad de arribo, borren
sus diferencias y se asimilen lo más rápido posible. Muchos inmigrantes,
en efecto, consideran que hacen esfuerzos para que ellos y sus hijos res-
pondan a estas exigencias de la sociedad receptora. Pero a la vez tienen
deseos de mantener sus nexos con las sociedades de origen y sentirse
miembros de ellas. Esto no constituye, en ocasiones, más que un sueño.
No obstante, en la conferencia se destacan tres formas objetivas de mante-
nimiento: el envío de remesas, los viajes al país de origen y la participación
electoral desde el extranjero. En particular, Waldinger examina el segundo
tipo de vínculo que implica de alguna manera la intención de regresar, la
identificación con el país de origen como “hogar verdadero” y la autoiden-
tificación del inmigrante como miembro de la sociedad que dejó.
La presentación de Néstor Rodríguez se centra en lo que significa ser
estadounidense de origen mexicano, la relegación y discriminación de la
que han sido objeto a lo largo de más de un siglo y los significados que tiene
para la población mexico-americana el hecho de que la migración de mexi-
canos hacia Estados Unidos haya adquirido la importancia demográfica que
ahora tiene. Al tiempo que generan interrogantes, sus propuestas ayudan a
entender los procesos culturales y políticos en los que están envueltos los
mexicanos y estadounidenses de origen mexicano en el vecino país.
Queda claro, sin embargo, que cada vez hay mayor cerrazón de los paí-
ses ricos para ofrecer condiciones de integración a los recién llegados y, al
mismo tiempo, es cada vez más evidente la hipocresía de sus Gobiernos,
cuando se sabe que muchos de los empleos que tienen los inmigrantes son
parte integral y necesaria de sus economías.

13
Víctor Z úñiga

En relación al mundo mediterráneo contemporáneo, las ponencias


aquí recopiladas trazan la idea de que, a pesar de haber sido tierra de
imperios –de imposiciones culturales–, el Mediterráneo se caracteriza hoy
día por su fantástica fragmentación cultural. Esta diversidad es posible
porque los imperios siempre dejan márgenes y áreas de circulación. En
estas zonas de frontera encontramos muy variadas culturas e identidades
que conviven, se enriquecen e inventan espacios fascinantes de cosmopo-
litismo. En el Mediterráneo se tocan identidades muy antiguas que están
experimentando conflictos nuevos. La solución vendrá de una ética social
que reconozca el valor del multilingüismo –con una lengua franca que po-
dría ser el globish–, de la multirreligiosidad y la multietnicidad. Sobre esto,
sin embargo, el debate no se agota. Entre el ideal del multiculturalismo
pacífico y el de la laicidad; entre quienes quieren conservar y los que los
quieren unificar –¿quién decide qué es lo que hay que conservar?–, entre
los que quieren balcanizar y los que quieren mantener la unidad diversa.
La experiencia mediterránea dicta: las nuevas fronteras sólo han servido
para expulsar, para separar, generando con ello procesos violentos –geno-
cidios, exilios, guerras fratricidas, terrorismo.
Michel Peraldi aborda el tema desde una perspectiva contemporánea
y antropológica. Precisa, desde el inicio, que el mundo mediterráneo no
constituye un conjunto cultural, sino un mundo que se ha construido
mediante el conflicto, una región culturalmente fragmentada que ha sa-
bido construir vínculos de convivencia, no siempre pacífica, entre grupos
sociales muy diferenciados y que han buscado, y lo siguen haciendo,
diferenciarse unos de otros. A pesar de que el Mediterráneo es un área
del planeta donde se han implantado imperios que intentaron homo-
geneizar culturalmente a las sociedades dominadas, la diversidad y la
fragmentación ha seguido siendo la característica dominante. Así, en el
Mediterráneo se observan ciudades cosmopolitas en las que se intercam-
bian formas culturales muy diferenciadas y contrastantes. Estos son los
casos de Tánger en Marruecos, Estambul en Turquía, Nápoles en Italia.
Al tiempo, el Mediterráneo ha sido tierra de circulación de humanos, de
mercancías, de ideas y de estéticas. Es una región, también, de diáspo-
ras, exilios y deportaciones.
Michel Wieviorka, en “El sujeto y la violencia”, reflexiona en torno a
la violencia no sólo en el espacio del Mediterráneo sino en todo el mun-
do, teniendo como objetivo principal abordar específicamente la pregunta:
¿cómo salir de la violencia? Para ello, hizo, en primer lugar, una serie de

14
Introducción

reflexiones sobre el “sujeto de la violencia”, estableciendo que en ella –la


violencia– hay que distinguir los ingredientes de objetividad y de sub-
jetividad. La mirada puesta en las víctimas –desde los años sesenta del
siglo XX– y no sólo en los triunfos y victorias, ha hecho posible resaltar
los aspectos subjetivos del hecho violento. Así, se pueden distinguir cin-
co tipos de sujetos. El “sujeto flotante”, quien no logra ser actor de la
violencia, sino el objeto de la misma, como los jóvenes inmigrantes que
viven en los barrios pobres de las ciudades de los países ricos, que ex-
presan sus reivindicaciones juveniles por la vía del vandalismo. El “hiper-
sujeto”, quien compensa sus pérdidas por la vía de la catarsis, el exceso,
el discurso ideológico, religioso o mítico. El “no sujeto”, quien actúa
con violencia pero sin comprometerse subjetivamente, porque obedece
órdenes de una autoridad legítima, como los policías y los soldados. El
“anti-sujeto”, que no reconoce a los otros sujetos el derecho de serlo,
negando la humanidad de aquéllos a quienes violenta. Y finalmente, el
“sujeto que sobrevive”, quien se sigue sintiendo amenazado y se conduce
violentamente para –con razón o no– poder sobrevivir.
Esta tipología presentada por el doctor Wieviorka tiene por propósito
mostrar que el sujeto de la violencia –porque la sufre o porque la ejecuta,
o ambas– pierde o sobredimensiona el sentido que le otorga a la violencia,
sin enmarcarla en los ejes del conflicto. Para mostrar cómo sucede esto, el
conferencista estableció una distinción entre violencia y conflicto. Recordó
al auditorio que los dos grandes conflictos que dieron vida a casi todo el
siglo XX –la Guerra Fría y el conflicto obrero-patronal– prácticamente han
desaparecido del mapa ideológico del siglo XXI. La violencia tenía, dentro
de estos marcos, un sentido, una orientación colectiva. Fuera de ellos la
violencia se convierte en una fuerza insensata, siguiendo cánones racistas,
supremacistas, terroristas o vandálicos.
Para salir de la violencia es necesario, por tanto, partir de la perspec-
tiva de las víctimas. Sobre todo en la experiencia de la violencia extrema
–genocidios, guerras, etcétera–, la víctima ha experimentado que su propia
humanidad ha sido negada. El odio, el rencor, la humillación y la vejación
hacen que permanezca anclada al pasado, intentando resarcir lo que su-
cedió, pero inútilmente. La salida a la violencia interétnica, interreligiosa,
terrorista o genocida es que las víctimas, de manera individual y colectiva,
conviertan su experiencia subjetiva en un conflicto comunitariamente or-
ganizado, buscando construir un nuevo futuro para ellas y para las nuevas
generaciones.

15
Víctor Z úñiga

Los argumentos de Wieviorka nos conducen a una reflexión final: para


hablar de la paz, tiene uno que pensar en la guerra. La paz entre gru-
pos sociales diferenciados, sean éstos naciones, ciudades, grupos étnicos,
pueblos, clases sociales o aglomeraciones familiares de tipo tribal se dis-
tingue de la paz dentro de grupos sociales que se consideran a sí mismos
diferentes a los otros; esto es, la paz dentro de una nación, una ciudad o
un pueblo. Esta distinción, en la historia moderna, nos ha hecho designar
las rupturas de la paz, unas con el nombre simple de guerras, mientras que
a las otras les llamamos guerras civiles. En unas hay conflictos violentos
entre quienes se consideran diferentes, en otras los hay entre quienes se
consideran iguales, pero ambos tipos de conflictos, por vías diferentes, son
fruto de la persistencia, subjetiva y políticamente vivida, de la imposición,
de la dominación y el sojuzgamiento. Hay guerras de dominación, como
las conquistas, las colonizaciones, el despliegue de los imperios; pero hay
también guerras de liberación, como las sublevaciones, las revoluciones,
los movimientos de independencia. Unas y otras surgen del deseo de unos
pueblos por someter a otros, o de la aspiración de éstos por emanciparse
del yugo opresor que pesa sobre ellos.
La guerra, se dice, solamente se puede evitar o superar por la negocia-
ción confiable, institucional; es decir, por la política. Aún después del más
contundente triunfo militar hay que negociar (permítaseme la digresión
antes de continuar: el único triunfo realmente contundente que no requie-
re negociación alguna –principalmente si se ejerce sobre una sociedad que
sabe lo que es la libertad– es el genocidio –si hemos de tomar en cuenta las
agudas observaciones de Maquiavelo–, aunque en este caso la derrota ya
no es derrota y, de manera paradójica, ya no es triunfo, porque ya no hay
ningún derrotado a quien sojuzgar). Volvamos a la argumentación: aún
después del más contundente triunfo, hay que negociar, es decir, en algún
momento, antes, durante o después de la guerra, hay que transformarla en
política. Es decir, convertirla en palabras y confianzas, en lugar de balas,
bombas, carros blindados y fusiles. Cierto, la guerra es la política por otros
medios, por ello nunca es su negación total. Al principio o al final, hay que
negociar. Negociar significa establecer arreglos. Y establecer arreglos sig-
nifica tomar en consideración aun al más débil de los derrotados. Si la ne-
gociación ignora a los derrotados, la acción de los gérmenes de la guerra
queda solamente postergada, y éstos –los gérmenes– estarán dispuestos a
brotar cuando las condiciones les sean favorables para encender de nueva
cuenta las llamas de la violencia. En sentido inverso, la guerra es el fracaso

16
Introducción

de la negociación, es el punto en el que las palabras y las confianzas ya


no bastan, pierden todo sentido y llega la hora de someter al otro sin otro
argumento que la fuerza.
Cuando la guerra se ejerce entre distintos, de dentro o de fuera, la
negociación requiere interlocutores. Aun en las guerras de sometimiento
o de imposición de imperios, los interlocutores son indispensables para
restablecer la paz, al menos una paz aceptable, soportable. Éstos tienen
la extraña virtud, no sólo de conocer a los actores en conflicto, sino de
apreciar, si realizan con maestría su oficio, las formas de vida y las aspira-
ciones históricas de los triunfadores y los derrotados. Si los interlocutores
son llamados antes de que la violencia se encienda, pueden, como lo han
hecho en distintos momentos de la historia, evitar la guerra creando es-
pacios de negociación. Su fracaso es la guerra. Si participan durante los
eventos sangrientos, pueden reducir los costos de la confrontación. Si,
finalmente, intervienen cuando el triunfo y la derrota se han definido, ellos
son quienes están mejor posicionados para proponer arreglos que le den
su lugar a la política. En cualquiera de los casos el interlocutor es quien
puede decir en la semántica de unos las cosas que quieren decir los otros,
y viceversa. Es quien sabe que el triunfador, o el más poderoso, no podrá
escuchar si no es en el marco de significantes que resulten convincentes a
sus oídos. Su labor esencial es reducir los malentendidos que preceden a
las catástrofes. En general, estos interlocutores son conversos, individuos
capaces de apreciar dos mundos, de moverse con maestría en y entre dos
o más universos simbólicos, políticos, económicos.
Pero si la violencia se despliega entre los que se consideran miembros
de una misma comunidad, como en las revoluciones, guerras civiles, amo-
tinamientos, los interlocutores o pacificadores habrán de ser los menos
radicales, los que conocen el centro de las cosas, los que pueden entrever
la verdad, por pequeña que sea, que tiene cada una de las fracciones en
conflicto. Son quienes pueden escuchar a los radicales, de un bando y de
otro, sin radicalizarse. Cuando estos sabios de la propia sociedad fracasan,
el bando triunfador arrasa y busca aplastar al contrario negándole toda
virtud y razón histórica, dando paso a las limpias políticas, ideológicas
y religiosas. Quizás estas guerras fratricidas son las más insensatas que
guardamos en la memoria los humanos y las que más odios y revanchas
han producido.
Es por todo esto que los migrantes internacionales portan una semi-
lla de paz. Están, de facto, llamados a ser interlocutores, puentes entre

17
Víctor Z úñiga

diversas sociedades, portadores de una conciencia trashumante, nómadas


antiguos y modernos que confrontan a las sociedades receptoras con la
alteridad y muestran con sus conductas que el mundo no sólo es diverso,
sino que puede ser diverso en la paz. Enlazan pueblos, comunidades y
regiones a veces distantes, con una fortaleza y sabiduría que los humanos
domésticos, los que nacemos, crecemos y morimos donde nacimos, nunca
podremos imaginar. La visión localista del mundo, con sus paranoias, des-
plantes y miopías, nos produce compasión frente a la visión amplia que la
migración regala a estos nómadas del mundo. Son los embajadores de sus
regiones y países, portan consigo, es inevitable, las huellas de sus culturas
y modos de vida de origen; a la vez que son extraños sospechosos para los
nativos que los reciben. Son diaspóricos, los inmigrantes, porque buscan
parecerse a los nativos para ser aceptados, intentando no perder, aunque
a veces no lo logren, lo más preciado de sus raíces originales, para seguir
hablando, vinculando, estrechándose con el mundo que los vio nacer. No
son los desarraigados del mundo, no son los transplantados del mundo,
no son los condenados del mundo: son cónsules para propios y ajenos.
Sus miradas múltiples los convierten en los centrados del mundo, son
capaces de ver los universos –dos, tres, cuatro– en los que se mueven,
están en y entre esos mundos, se ven llamados a apreciar lo que los otros
desprecian o ignoran. Así, los zacatecanos sueñan en Georgia cuando es-
cuchan “Georgia in my Mind” y gozan cuando resuena la tambora con “Mi
gusto es y nadie me lo quitará” en el corazón de Zacatecas. Están fuera de
la disputa, pueden ser de diversos mundos sin dejar de ser de unos y de
otros. Los migrantes internacionales de hoy anuncian el futuro de muchos
otros humanos que deberemos aprender a crear puentes, evitar las divi-
siones, a derruir muros, diluir lo que parece indisoluble cuando esto sea
necesario y, si no se puede, entonces convertir la alteridad en diálogo, de
palabras y confianzas; es decir, en política.

18
significadoS
del mestizaje

Carmen Bernand*

¿Se puede aún hablar a favor del mestizaje en América latina? La pregunta
no es intrascendente, pues durante las dos últimas décadas los cambios
políticos y sociales que se han dado en el continente parecen encauzar
una crítica a ese proceso que caracterizó al mundo iberoamericano. Desde
1992, fecha en la que se celebró el Quinto Centenario del Descubrimiento,
o el “Encuentro de dos Mundos” que resultaron siendo por lo menos tres
–y me animaría a decir cuatro–, los diversos movimientos étnicos denun-
cian la utopía mestiza como una ideología al servicio de las élites. “Lo
mexicano” o “lo andino”, lo “porteño” o lo “caribeño” han cambiado de
significación, y esas identidades globales –en gran parte mitologizadas por
la literatura y las artes– han cedido ante el desarrollo del multiculturalis-
mo, corriente cuyo origen se halla en los Estados Unidos a partir de los
años setenta del siglo XX, y que ha fomentado una serie de constituciones
pluriétnicas y multiculturales en la mayoría de los países latinoamerica-
nos, inclusive en el más ”europeo” de todos, la Argentina.
El mestizaje, como ideología –ya que como hecho es difícil negarlo–,
está mal visto hoy, época marcada por un recrudecimiento de las reivindi-
caciones étnicas. El repudio alcanza incluso al Inca Garcilaso de la Vega,
su representante más ilustre, blanco de críticas injustas que olvidan que a
comienzos del siglo XVII la posición de este cronista peruano, hijo de una
princesa cuzqueña y de un conquistador extremeño, es singular y subver-
siva. El Inca construye una América indígena opuesta a la visión de los
cronistas españoles de su época, porque su perspectiva es el resultado de la
tensión, de las mezclas y de los puntos de contacto entre su lengua materna

* Estudió Antropología en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo el doctorado en París con


Claude Lévi-Strauss. Tuvo una larga carrera docente en la Universidad de Paris X. Desde 1994 es
miembro del Institut Universitaire de France.

21
Carmen Bernard

–el quechua– y la lengua de Castilla: la de las letras. En su autobiografía,


A contra mano, Edward Saïd plantea una disyuntiva lingüística y cultural
similar. Para ambos la autenticidad sólo puede resultar del conflicto, dolo-
roso pero positivo, entre dos culturas; es decir, de una forma de mestizaje
más profunda que la mera fusión racial. Nada más ajeno a esa urgencia
existencial que las palabras pronunciadas el 2 de enero de 2007 por el ac-
tual vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, exhortando a la guerra
cultural para “quitar el alma a los k’haras (mestizos, clases medias, medias
altas y empresariales) que reproducen los valores de lo occidental”.

Mestizajes del pasado

En realidad el proceso de mestizaje se llevó a cabo a pesar de los prejui-


cios y estereotipos. Se insistirá, con varios ejemplos (mexicanos, perua-
nos, brasileños y porteños del Río de la Plata), en el carácter subversivo de
lo mestizo a lo largo del periodo colonial. La categoría global de pueblo
emana justamente de las “castas”, o poblaciones mezcladas de las ciuda-
des. La diversidad colonial es indisociable del “espacio de representación”
urbano. La exhibición de una población variopinta es, justamente, lo que
legitima el poder central, en este caso la monarquía (y la Iglesia).
El derrumbe de la sociedad colonial trae consigo la eliminación de las
categorías étnicas –aunque no los prejuicios. A lo largo del siglo XX se ha
hecho hincapié en el fenómeno migratorio vinculado con la moderniza-
ción, y en algunas teorías sobre la decadencia racial de América Latina y
su necesaria regeneración. Las distintas opiniones se articulan a partir de
los casos de México, Perú, Argentina y Brasil, tanto respecto a las mezclas
o a la pureza racial como a las respuestas del indigenismo, del criollismo o
de la “antropofagia” cultural, y a la cuestión de la diversidad “racial”, de la
asimilación y de la “frontera”. Todas estas opiniones se enmarcan dentro
de tres corrientes fundamentales: el agrarismo, el nacionalismo (con sus
versiones populistas) y el socialismo.

Mestizajes del presente

Los mestizajes del siglo XXI tienen por marco la globalización y la ame-
ricanización. Así como las mezclas del pasado se dieron en sociedades

22
Significados del mestizaje

donde lo urbano y lo rural aparecían nítidamente diferenciados y poco


comunicados entre sí, en el presente las actividades rurales se han indus-
trializado, y los residuos “étnicos” se asemejan más que nunca a los en-
claves de refugio analizados hace ya más de cincuenta años por Aguirre
Beltrán. Hoy las capitales están descentradas y compuestas, en muchos
casos, de espacios cerrados: las villas, campamentos, zonas de barriadas
que reúnen a millones de personas y que llevan una existencia parale-
la, o bien zonas residenciales protegidas y separadas de la vida urbana.
Por otra parte, estos espacios nacionales restringidos contrastan con los
nuevos espacios transnacionales: Madrid, poblada por un sinfín de emi-
grados sudamericanos y, sobre todo, Nueva York, Los Ángeles y Miami,
ciudades parcialmente latinas. Los inmigrantes llegados a estas urbes se
asimilan allí, no tanto a la sociedad global, sino a una entidad subalter-
na, “mestiza”, que representa una mediación entre los países ricos que
acogen la mano de obra extranjera y los que buscan –escapando de la
mediocridad de sus existencias o de la pobreza– la ilusión del ascenso
social. Como en la sociedad colonial del pasado, las élites también parti-
cipan, a su manera, en esas mezclas. Paradójicamente, mientras el inmi-
grante pobre se despoja de toda marca de etnicidad –el caso ecuatoriano
en España es muy revelador de esta actitud– y trata de invisibilizar su
presencia, los representantes de una nueva burguesía –dirigentes indíge-
nas, representantes de ONG, estudiantes, artistas– suelen reivindicar una
etnicidad que sirve, por su exotismo, de pasaporte en el nuevo contexto
nacional.
La etnicidad, tal como se expresa en la actualidad con el “neoindia-
nismo”, es sobre todo un movimiento urbano y no campesino, alimentado
por el turismo y la demanda occidental de espiritualidad. Al lado de es-
tos “neoindios” que exhiben su diferencia en las plazas –como lo hacían
en el pasado las cofradías de indios, de morenos o de congos– surge la
masa “no étnica” de los que viven en zonas precarias, caboclos brasileños,
poblaciones marginadas de colonias, “negros” de las villas bonaerenses:
seres mestizados que buscan en las religiones –variantes de iglesias pente-
costales, cultos afroamericanos, New Age, entre otras– y en las identifica-
ciones culturales una cohesión que ya no da la escuela, pero que de tanto
en tanto es restaurada de modo simbólico por las competencias deportivas
internacionales, verdaderos acontecimientos masivos de nuestra época,
depositarios lúdicos y pletóricos de la “patria” sin la cual el mestizaje no
tiene razón de ser.

23
Carmen Bernard

Concluyo con una reflexión sobre el tema de la memoria, o de las


memorias divergentes. Esta proliferación de memorias tiene por con-
trapartida un rechazo de la historia como marco referencial, incluso en
naciones de gran profundidad temporal, como es el caso de México. El
desmedro de la historia en favor de una interpretación étnica o grupal
imposibilita toda vivencia de la sociedad como una entidad colectiva,
y como producto de tensiones, interacciones, luchas y logros. La “de-
construcción” sistemática de la narración histórica sólo puede generar
memorias subjetivas y parciales, atomización y alienación –en el sentido
clásico de este concepto– respecto a las generaciones pasadas, a esa
“ancestralidad” que ha servido de fundamento a todas las sociedades
humanas.

24
multiculturalismo
y poder político
en américa latina

Gonzalo Rojas-Ortuste*

La selección de los países estudiados en este texto responde a la conside-


ración del peso demográfico de los pueblos indígenas, y a la importancia y
repercusión política de los acontecimientos que los tienen como protago-
nistas o potenciales actores políticos. En efecto, Darcy Ribeiro1 estableció
hace ya décadas una tipología cultural de América, en la cual denominó
“testimonio” a los países aquí tratados, porque atestiguan la existencia de
civilizaciones anteriores a la presencia ibérica en este continente. Por ello,
la disputa de cifras sobre población indígena –la mayoría con respecto a
censos– no es una cuestión baladí. Tiene que ver con el peso específico2
que tales poblaciones poseen, y para efectos de este trabajo –al saber que
las identidades, además de cambiantes, son relacionales– también postu-
lamos que no sirve como respuesta de fondo el tratamiento de “minorías”
que ha tenido un desarrollo teórico en marcos de la democracia liberal.3
Desde luego, tampoco nos situamos en la posición que crecientemente
descalifica lo logrado en tales marcos, hasta hace poco casi los únicos
institucionalmente existentes en esta parte del mundo.
Ahora bien, no todos estos países viven la irrupción del protagonismo
indígena en la política actual, y aquí sostenemos la hipótesis de que los

* Especialista en temas indígenas. Es coordinador de Investigación del Posgrado en Ciencias del


Desarrollo (CIDES) de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), en La Paz, Bolivia.
1
Darcy Ribeyro, Las Américas y la civilización, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992.
2
Entre la literatura especializada, es en el estudio de Barié donde encontramos las cifras más
generosas del peso de los pueblos indígenas en América Latina: a Bolivia le atribuye entre 55 y 70
por ciento, a Ecuador 35 por ciento, a Guatemala 48, a México 13 y a Perú 47 por ciento. En todo
caso, son los mismos países que mayor porcentaje tienen los que hemos seleccionado, excepto
Belice que, según la tabla, tendría el quince por ciento. Cletus G. Barié, “La cuestión territorial de
los pueblos indígenas en la perspectiva latinoamericana”, en Moira Zuazo, Carmen Beatriz Ruiz y
Gustavo Bonifaz (coords.), Visiones indígenas de descentralización, FES-ILDIS, La Paz, 2005.
3
Will Kymlicka, Ciudadanía multicultural, Paidós, Barcelona, 1996; y “Estados multiculturales y
ciudadanos interculturales”, V Congreso Latinoamericano de Educación Intercultural y Bilingüe,
Lima, agosto del 2002.

25
Gonzalo Rojas-Ortuste

logros y limitaciones del proceso en otros países del subcontinente tienen


repercusión –referencias e influencias– en los proceso nacionales mismos.
El caso de Guatemala, y el reciente desempeño muy por debajo de las
expectativas que consiguió la Premio Nobel de la paz, Rigoberta Menchú,
puede acaso ilustrar el tema.

Los avances político-sociales

Ecuador es el país donde más tempranamente se hizo evidente el protago-


nismo indígena con dimensión constitucional. Primero con las demandas
incorporadas en la Asamblea Constituyente, que en 1998 presentó un im-
portante avance en términos de derechos indígenas, aunque es indudable
que ya en otros países habían ocurrido cambios importantes en el ámbito
constitucional –es el caso de Brasil en 1988, y poco después el de Colombia
en 1991. Pero lo acontecido en Ecuador tiene especial relevancia por la
dimensión demográfica involucrada y sus consecuencias políticas.
Lo que puso al movimiento indígena en las principales páginas de los
periódicos y noticieros fue su participación en el golpe de Estado que en el
2000 destituyó al presidente Mahuad en alianza con el coronel Lucio Gu-
tiérrez. Aunque breve, ese paso por la máxima instancia del poder político
instaló a estos actores –los líderes indígenas– en el decisivo escenario al
que nos referiremos en el balance siguiente.
Como ha sido el caso de otros países, la dimensión local o municipal en
el marco de los procesos de descentralización ha devenido escenario don-
de no es posible ignorar el emergente movimiento indígena. Por ahora ese
parece ser, al menos en regiones de fuerte concentración de poblaciones
mayas, el ámbito donde se puede registrar el avance en Guatemala. Como
veremos en otra parte, aquí es donde mayor cautela4 y gradualidad puede
inferirse en la estrategia de fortalecimiento del movimiento (pan)maya.
En México, en la década de los noventa la irrupción y visibilidad políti-
ca de los movimientos indígenas y la insurgencia del zapatismo en la fron-
tera sur del país alcanzaron resonancia y simpatías de cobertura mundial.

4
Edward Fischer: “Más allá de la victimización: luchas mayas en la Guatemala de postguerra”,
ponencia en el Seminario Internacional Movimientos Indígenas y Estado en América Latina, Co-
chabamba, mayo del 2003. Charles Hale: “¿Puede el multiculturalismo ser una amenaza? Gober-
nanza, derechos culturales y política de la identidad en Guatemala”, en María Lagos y Pamela
Calla (comps.), Antropología del Estado, Informe sobre Desarrollo Humano-PNUD, La Paz, Cua-
dernos de Futuro, núm. 23, 2007.

26
Multiculturalismo y poder político en America Latina

Es difícil no asociar esta presencia con la precipitación del fin de la era


priísta, aunque haya sido capitalizada electoralmente por el Partido Acción
Nacional (PAN), que no puede asociarse a las demandas indígenas. Inte-
rrumpidas desde hace años las negociaciones con el Gobierno federal, una
porción de Chiapas se mantuvo con formas de autogobierno indígena como
parte de la resistencia zapatista, pero en un difícil y desgastante statu quo.
El caso de Bolivia también tiene como punto de arranque el ámbito
municipal. Destacan dos leyes: la Ley de Participación Popular (LPP), de
1994, y la Ley de Reforma Educativa, de 1996, que asegura la educación
intercultural y bilingüe. Más ambigua es la situación de la ley del Instituto
Nacional de Reforma Agraria –Ley INRA– que, por una parte, ha posibilita-
do el otorgamiento de Tierras Comunitarias de Origen (TCOs), así como la
persistencia de posesión de grandes extensiones de tierra, principalmente
en tierras bajas, con enorme retraso en relación con el plazo para el sanea-
miento, que ya se cumplió el pasado año, y ha dado lugar en 2007 a una
Ley de Reconducción Comunitaria que intenta facilitar los procedimientos
en los mismos marcos de la Ley INRA de 1996.
El gran paraguas jurídico de esta importante legislación es la Reforma
Constitucional de 1993-1994, en particular los artículos 1 y 171. Las refor-
mas electorales, en particular la que establece las circunscripciones uni-
nominales, en conjunto con las anteriores, han dado un sesgo territorial
a la vigorización de la democracia en Bolivia. Todo ello en el marco de la
vigencia de un discurso democrático que reconoce derechos iguales –vi-
gencia del Defensor del Pueblo y el Tribunal Constitucional– a contramano
de una realidad de marcadas desigualdades.
En Perú es mucho menos espectacular el despliegue de la organización
indígena, al punto que las explicaciones posibles de ello son motivo de
debate.5 Entre ellas sin duda está la violencia generada por Sendero Lumi-
noso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) en las décadas
de los ochenta y noventa. La explicación más interesante es la del “mestizo
indígena”, nuestros autores la citan apoyados en el trabajo de Marisol de
la Cadena, que refuerza lo que creemos es central para pensar la diversi-
dad e igualdad. El trabajo en educación intercultural y bilingüe (EBI) tiene
un desarrollo interesante y es parte de la red que ha implementado progra-
mas de formación en la región.

5
María Elena García y José Antonio Lucero: “Un país sin indígenas: repensando la política in-
dígena en Perú”, ponencia para el Seminario Internacional Movimientos Indígenas y Estado en
América Latina, Cochabamba, mayo de 2003.

27
Gonzalo Rojas-Ortuste

Breve balance de lo alcanzado

En Guatemala, sin ser espectacular, hay un protagonismo en el ámbito


local, decisivo en la reconfiguración de las relaciones de poder. Está muy
fresco en la memoria todavía el periodo de violencia, con los excesos in-
evitables en el imaginario y las emociones de unos y otros. El referéndum
de 1999, y su resultado adverso a las demandas mayas, parece haber re-
tardado el salto a la arena nacional de la cuestión indígena. El desempeño
electoral reciente de Rigoberta Menchú, bastante más modesto de lo espe-
rado, debe alertarnos sobre la necesidad de revisar seria y críticamente las
estrategias políticas y el tipo de discurso. Allí, como en otros de nuestros
países, la identidad nacional-estatal parece ser un referente de fuerte in-
terpelación afectiva.
Es evidente que ciertas reformas, en particular las asociadas a la des-
centralización, han favorecido el potenciamiento de las identidades in-
dígenas: lo que se ha dado en llamar el efecto local de la globalización
o “glocalización”. Considero pertinente entender esto, la afirmación de
identidades específicas, como un hecho político;6 esto es, de juego de po-
der que implica relaciones y afirmaciones de unos a diferencia de otros.
Sin embargo, la caracterización que formula Hale de “multiculturalismo
neoliberal”, para dar cuenta del proceso político, deja de lado que aun la
más meditada estrategia siempre está sujeta al juego de poder con otros
actores.7 Por ello, pretender que el proceso que enseguida se describe ha
sido relevante, y acaso decisivo, quita importancia8 a la dimensión de la
constitución de actor político de los pueblos indígenas –prácticamente si-
multánea en todos los países–: quizás la novedad mayor de este periodo
histórico, y no esa postulación según la cual se puede ver una ola de re-
formas precautelares y preventivas, de acciones acometidas por las élites
gubernamentales para ceder terreno de modo cuidadoso con objeto de
resguardarse más efectivamente frente a demandas de más largo alcance y
–lo más importante– configurar de modo proactivo el terreno sobre el cual
puedan darse futuras negociaciones de derechos culturales.9 Está claro

6
Dominique Wolton, La otra mundialización. Los desafíos de la cohabitación cultural global,
Gedisa, Barcelona, 2004.
7
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, Siglo XXI, Madrid, 1987.
8
Pero felizmente, puesto que Hale (op.cit.) hace trabajo de campo, no cae en la simplificación
tan poco útil como el rechazo frontal de Zizek. Slavoj Zizek: “Multiculturalismo, o la lógica cultu-
ral del capitalismo multinacional”, en F. Jameson y S. Zizek, Estudios culturales. Reflexiones sobre
el multiculturalismo, Paidós, Buenos Aires, 1998.
9
Charles Hale, op. cit., p. 291.

28
Multiculturalismo y poder político en America Latina

que la temática de derechos culturales no es una reivindicación etérea,


sino que demanda arreglos en el mundo de la reproducción material, con
el fin de suprimir ciertas formas de exclusión e inequidad. Por esta razón,
tales demandas deben estar ancladas en referentes morales, para que no
deriven en discursos de revanchismo o en nuevas formas de racismo, in-
cluso cuando los “blancos” de interpelación sean distintos, es decir, gru-
pos o individuos donde ha operado la misma lógica que sustentó la odiosa
discriminación, ya en franca declinación.
Para el mundo maya de Guatemala se cita al subcomandante Marcos,
quien refuta a sus detractores que lo acusan de no ser maya y ser gay:

…gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chica-


no en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indio maya
en las calles de San Cristóbal... En otras palabras, Marcos es un ser
humano en este mundo. Marcos es cada minoría no tolerada, oprimida,
explotada, que resiste y dice ¡ya basta!10

Volviendo a Ecuador, en 2002 el recién creado Partido Sociedad Patriótica


(PSP) ganó las elecciones nacionales, y así líderes de Pachakutik –movi-
miento indígena que en gran medida forma parte de la expresión política
de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Conaie–
fueron parte visible del Gobierno en cuatro ministerios con el desafío de
convertir su

…agenda de rechazo y oposición (...) en una agenda propositiva (y pese


a la imagen positiva que quedó) fue notorio que, salvo excepción, no
disponían de propuestas de políticas (y) el ejercicio de Gobierno resultó
una escuela de aprendizaje sobre la marcha.11

Ya después de la rápida ruptura con el sector mayoritario de la alianza de


la que formaban parte, fueron “los sectores predominantemente indígenas
(quienes) querían permanecer más tiempo y salir del Gobierno creando
algún precedente político”.12

10
Citado en Edward Fischer, op. cit.
11
Jorge León: “Los pueblos indígenas y su participación gubernamental en el Ecuador, 2002-2003”,
en Jorge León et al. (comps.), Participación política, democracia y movimientos indígenas en Los
Andes, Fundación PIEB e IFEA, La Paz, 2005, pp. 20-21.
12
Ibid., p. 23.

29
Gonzalo Rojas-Ortuste

En Bolivia, luego de la resonancia del triunfo electoral de Evo Mora-


les13 la larga crisis de Estado que se inició media década antes parecía
llegar a un desenlace feliz. Pero pronto se percibió la persistencia de un
discurso de confrontación y de sobreafirmación de lo indígena, que antes
no caracterizaba el estilo del pragmático dirigente sindical de los produc-
tores cocaleros, sino el del indianista Felipe Quispe, el Mallku,14 escasa-
mente votado en 2005, luego de haber sido artífice, en abril del 2000, de un
bloqueo que recordaba el cerco a la ciudad de La Paz a fines del siglo XVIII.
Más de medio año pasó la Asamblea Constituyente –convocada en cum-
plimiento de uno de los principales compromisos de la campaña electoral
del Movimiento al Socialismo (MAS), ya incluida en la agenda nacional15
como resultado de la caída de Sánchez de Lozada en el 2003– discutiendo
si acatar o no que la validez de la votación fuera por dos tercios o por
mayoría absoluta. Esto, a pesar de que la propia ley de convocatoria esta-
blecía esa mayoría calificada, en consonancia con todas las constituciones
bolivianas, que en casi dos siglos establecían ese requisito para reformas
parciales y, por ello, tanto más para reformas totales. Pero no es en el ám-
bito legal donde se observa más nítidamente lo controversial del Gobierno
de Evo Morales, sino en el plano de la intolerancia a los rivales y actores
políticos ajenos al MAS.
Hemos iniciado este balance haciendo referencia a la enorme expecta-
tiva y esperanza que suscitó el Gobierno encabezado por Evo Morales. Hoy
hay sectores francamente desencantados,16 aunque todavía se conserva un
núcleo importante de apoyo social al esquema que él representa, por lo
menos como diferencia de los Gobiernos de la llamada “democracia pac-
tada”. Como resultado de las renegociaciones de contratos con las compa-
ñías extranjeras gasíferas en Bolivia dentro del proceso de capitalización,

13
Escribe el actual embajador chileno en Argentina: “He tenido oportunidad de ser testigo de mu-
chos eventos importantes de la historia latinoamericana desde mediados de los sesenta, y pocos
me han impresionado tanto como los actos del 22 de enero de 2006, cuando Evo Morales asumió
la presidencia. El clima de esperanza y euforia en La Paz, desbordante de dirigentes de los pueblos
indígenas venidos de todos los rincones del país, y la emocionante ceremonia en el Salón del Con-
greso (...) trasmitieron a todos los que estuvimos allí la certeza de estar asistiendo a un momento
histórico”. Luis Maira: “Dilemas internos y espacios internacionales en el Gobierno de Evo Mora-
les”, en Nueva Sociedad, núm. 209, Nueva Sociedad-FES, Caracas, mayo-junio del 2007, p. 72.
14
Gonzalo Rojas-Ortuste: “Por qué el Mallku se yergue como el gran acusador: El movimiento
étnico-campesino en el 2000 boliviano”, Cuadernos de trabajo, PNUD-DANIDA-ASDI, 2002.
15
Como abonando nuestra hipótesis sobre la globalización, conviene recordar que la propuesta
de Asamblea Constituyente se produjo en 1990 de la Confederación de Pueblos Indígenas de Boli-
via (CIDOB). Poco antes, en 1988, se había realizado una Asamblea Constituyente en Brasil, y poco
después en Colombia, y algo después Ecuador, como estamos revisando.
16
Jean Pierre Lavaud: “Bolivia, ¿un futuro hipotecado?”, en Nueva Sociedad, núm. 209, Nueva
Sociedad-FES, Caracas, mayo-junio del 2007.

30
Multiculturalismo y poder político en America Latina

más conocida como “nacionalización”, el Estado boliviano dispone de re-


cursos con los que no contaba en gestiones pasadas y que le permiten en
parte cumplir una demanda popular que ratifica las adhesiones de ciertos
sectores.

Horizonte y conclusiones:
el asunto de la “reserva moral”

Un elemento discursivo que ha servido de poderoso interpelador para el


avance en el espacio político es el de la “reserva moral” del mundo in-
dígena en nuestras sociedades. Como en su momento argumentamos y
documentamos,17 no se trató sólo de una idealización, sino corresponde a
ciertas prácticas –por ejemplo de selección igualitaria de autoridades/diri-
gentes anuales– de las que nos cuidamos de contextualizar. Dichas prác-
ticas se encontraban mayormente en situación de defensa o resistencia
ante un entorno considerado hostil, y requerían de fuerte cohesión interna
por lo mismo, como estrategia de supervivencia. Por supuesto, no se trata
de afirmar ahora que en realidad los líderes indígenas son “tan corruptos
como los otros”, afirmación desajustada de la realidad; sino que también
son vulnerables, como cualquier persona, en lo que respecta a cuidar sus
intereses personales o grupales, a veces por encima de los generales.
Esto nos lleva también a tomar en cuenta al grupo o comunidad de
referencia, para la consideración de los destinatarios del “bien común”. En
una reflexión puramente abstracta, podríamos coincidir con Habermas en
vena kantiana,18 en la referencia a la humanidad y sus correspondencias
con la denominada “ciudadanía cosmopolita”. Pero allí no están suficien-
temente considerados los factores históricos de la configuración de pode-
res en el mundo.
Como en gran medida prueba la historia social y política de América
Latina, todo proyecto de búsqueda de avances sociales pasó por una afir-
mación del nacionalismo –la Revolución Mexicana es un paradigma– que,
en este continente, está lejos de la típica caracterización del fascismo eu-
ropeo con la que a veces se hermana de manera mecánica al nacionalismo

17
Gonzalo Rojas-Ortuste: “Democracia en Bolivia: hoy y mañana. Enraizando la democracia con
las experiencias de los pueblos indígenas”, CIPCA, La Paz, Cuadernos de Investigación, núm. 41,
1994.
18
Jürgen Habermas, Identidades nacionales y postnacionales, REI, México, 1993.

31
Gonzalo Rojas-Ortuste

(estos movimientos tampoco están exentos por completo de algunos de los


rasgos con los que podríamos tipificar al fascismo, desde luego, pues las
realidades nunca son blanco o negro). Por eso, la categoría de “nacional-
popular” desarrollada en esta parte del orbe tiene una mejor pertinencia
para especificar la asociación entre reivindicaciones populares y la afirma-
ción del Estado-nación como proyecto de sociedad autogobernada.
Ahora bien, con la apertura a la pluralidad social conseguida con las
luchas de los pueblos indígenas, y el contexto democrático que recono-
ce –al menos en el discurso– la igualdad, ha emergido con fuerza lo que
conceptualmente se sintetiza en el reclamo de equidad, referente a una
“comunidad subnacional” o étnica. Aquí sin duda hay una tensión entre la
comunidad nacional y la comunidad étnica. La solución del pasado inme-
diato ha sido la del mestizaje y, con los elementos de cohesión consegui-
dos, ya es innegable que éste permitió –o no pudo evitar– que los pueblos
indígenas fueran menos favorecidos que otros, incluso en los discursos de
los mejores amigos de dicha “síntesis”.19 Por ahora sólo en el caso perua-
no parece tener vigencia fuerte el mestizaje, pero ya no en el resto de los
países, y es revelador que el equivalente de “mestizo” en el habla guate-
malteca sea el de “ladino”, que tiene connotaciones de censura moral.20
El marco general para avanzar en equidad y convivencia democrática
es el que postula Charles Taylor en términos de “fusión de horizontes”,21
siguiendo la propuesta de Gadamer que permite un diálogo realista entre
culturas; realista aunque inclinado hacia diferentes orientaciones mora-
les susceptibles de ser compatibles entre ellas.22 Sin ignorar que pueda,
en efecto, haber un pluralismo ético, consideramos que gran parte de la
turbulencia y la casi ausencia de diálogo entre las diversas tendencias en
la actualidad se deben a una estrategia política y a las todavía marcadas
desigualdades que existen aun cuando legalmente se reconocen estánda-
res de igualdad.
Ejemplifiquemos con un caso actual, relevante en Bolivia en el tema
educativo, que es lacónico pero ilustrativo: el todavía anteproyecto de Ley
Avelino Siñani y Elizardo Pérez –del que se conoce su potencial en cuanto

19
Javier Sanjinés, El espejo del mestizaje, PIEB y Embajada de Francia, La Paz, 2006.
20
Richard Adams y Santiago Bastos, Las relaciones étnicas en Guatemala, 1944-2000, Centro de
Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), Antigua, 2003.
21
Charles Taylor, Argumentos filosóficos, Paidós, Barcelona, 1997; La ética de la autenticidad,
Paidós, Barcelona, 1994; El multiculturalismo y “la política del reconocimiento”, Fondo de Cultura
Económica, México, 1993.
22
Hans-Georg Gadamer, El problema de la conciencia histórica, Technos, Madrid, 1993; El giro
hermenéutico, Cátedra, Madrid, 1998.

32
Multiculturalismo y poder político en America Latina

a educación intercultural y bilingüe, que seguramente estará, incluso, más


acentuada en una futura ley. De hecho, este anteproyecto hace énfasis en
la “descolonización” y la “intraculturalidad”, para después referirse a la
interculturalidad, en la que nos hemos centrado aquí. La primera tiene que
ver con la afirmación de la cultura (originaria) de la que se es parte, mien-
tras que la interculturalidad es definida en términos de “relación simétrica
de conocimientos, saberes, ciencia y tecnología propios con los ajenos”, y
de “convivencia y diálogo entre distintas visiones del mundo para proyec-
tar y universalizar la sabiduría propia”.23
Es interesante notar que, a diferencia de otras definiciones, la perspec-
tiva que el documento citado sustenta asume una igualdad (simetría) de
inicio, para un predominio posterior de la cultura propia. Por el contrario,
en una de las definiciones más democráticas –que nosotros asumimos (la
de Gadamer y Taylor, para referir autores destacados)– está implícita una
desigualdad de inicio, precisamente reconociendo los efectos de la coloni-
zación. Aún así, esta definición aspira a la “fusión de horizontes” donde ya
no serán discernibles “lo propio o lo ajeno”, pues en el proceso nos habre-
mos transformado nosotros mismos y, desde luego, también “los otros”.
La idea de horizonte aquí es crucial; no se trata de un punto de llegada,
o de un nuevo comienzo –como el de la “raza cósmica” de Vasconcelos–,
sino un ideal al que nos acercamos sin llegar jamás, “una distancia en el
tiempo es una metáfora espacial de una realidad temporal”.24 Por ello, la
forma de diálogo es inherente a esta imagen-fuerza que reconoce al me-
nos dos en esa interacción, que por eso mismo es éticamente superior en
tanto es, en definición, democrática.
No es desconocido que existen planteamientos que cuestionan cultu-
ralmente un orden –que, en términos generales, es de índole liberal, y de
manera más amplia, occidental– sin una definición traducida en opciones
institucionales. La cuestión identitaria, hipertrofiada como está, con carga
disruptiva o revanchista aleja posibles aliados y conspira para su afirma-
ción en términos de mediano y largo plazo, que es lo que se debe consoli-
dar para que los avances señalados no sean evanescentes. Según palabras
de un ilustrado ex ministro y líder del movimiento indígena de Ecuador:

Ministerio de Educación y Culturas, Nueva Ley de la Educación Boliviana. Documento consen-


23

suado y aprobado por el Congreso Nacional de Educación, Sucre, 10 al 15 de julio de 2006, p. 20.
Mariflor Aguilar, Confrontación crítica y hermenéutica. Gadamer, Ricoeur, Habermas, Fonta-
24

mara-UNAM, México, 1998, pp. 153-154.

33
Gonzalo Rojas-Ortuste

Hay que hacer un proceso, de rerracionalización, de reconstrucción de


saberes, porque no podemos despreciar el bagaje teórico, estético y ético
que el mundo occidental ha creado; se trata de enriquecer el conocimien-
to humano, incorporando la diversidad, nuevas formas de comprender el
mundo que también son legítimas porque son históricas.25

En referencia a las opciones institucionales, es preciso desarrollar las mis-


mas en el ámbito correspondiente, pues está claro, por ejemplo, que me-
canismos de democracia directa operan mejor en escala menor y que ex-
trapolados a dimensiones mayores se desnaturalizan. En todos los casos
aludidos en este escrito, el ámbito municipal o local está presente como
espacio de intervención ciudadana en general y, en particular, de los pue-
blos indígenas. Para la mayoría de los países involucrados en este análisis,
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD-2004) ha
constatado una mayor actividad electoral, que orienta hacia una democra-
cia de ciudadanos y ciudadanas.
Hay admirables ejemplos de búsquedas de esas formas institucionales,
alternativas a las liberales. Para el caso de México, en Chiapas, se ejempli-
fica con las comunidades en resistencia, luego con los Municipios Autóno-
mos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) y más recientemente con las Juntas de
Buen Gobierno. Araceli Burguete advierte que:

las autonomías de facto en Chiapas se han agotado y actualmente dejan


un saldo costoso de confrontación, violencia, desgarramiento y debili-
dad para el propio Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Las
autonomías de facto son profundamente vulnerables al factor tiempo
y en la medida en que el tiempo pasa los consensos se rompen y los
conflictos se profundizan.26

En el caso boliviano –habiendo avanzado significativamente en dicho


ámbito, que es casi efecto de maduración del “municipio indígena”–27 se
ha pactado una forma débil de consenso a través de una instancia con
miembros de la Asamblea Constituyente, presididos por el vicepresidente

25
Luis Macas : “La necesidad política de una reconstrucción epistémica de los saberes ancestra-
les”, en Pablo Dávalos (coord.), Pueblos indígenas, Estado y democracia, CLACSO, Buenos Aires,
2005, p. 41.
26
Araceli Burguete : “Una década de autonomías de facto en Chiapas (1994-2004): los límites”, en
Pablo Dávalos (coord.), op. cit., p. 270.
27
Javier Medina, Municipio Indígena, Ministerio de Participación Popular, PADEP y FAM-Bolivia,
La Paz, 2003.

34
Multiculturalismo y poder político en America Latina

de la república, en el Consejo Político Suprapartidario. Este consenso


incluye la demanda de autonomías departamentales, lo que al principio
fue estrategia defensiva de los sectores empresariales de Santa Cruz, la
región económica más pujante,28 aunque ha evolucionado hacia formas
más democráticas como parte del proceso político que estamos vivien-
do. Hasta ahora, la dificultad de incorporar “autonomías indígenas” a
la propuesta ha sido la asociación, que se pretende indisoluble, de este
término con el de “naciones” para los pueblos indígenas.29 Esta insisten-
cia, así como la renovada intransigencia de sectores duros de parte de
las autonomías departamentales sobre disponer de recursos naturales,
amenazan el débil consenso alcanzado, que encontrará su más poderoso
rival en la realidad al querer implementar cuatro niveles de autonomías
(departamentales, provinciales o regionales, indígenas y municipales),
además del Gobierno nacional.
Es importante tener presente que el contexto de reforma del Estado
–con la descentralización (y democratización)–, además de la economía
de mercado –incluso en sus exacerbaciones “pro-ricos”– han producido
las condiciones suficientes, siempre que incorporemos allí la capacidad
de resistencia y sentido histórico de los pueblos indígenas. Las condicio-
nes jurídicas, como la ratificación del Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo, a comienzos de los noventa, al igual que la con-
memoración de los quinientos años en 1992, han contribuido a esa vivifi-
cación. Por ello, sería un lamentable y enorme retroceso que se desperdi-
ciaran las oportunidades que se abren ahora que los pueblos indígenas se
han constituido en actores insoslayables.
Sea que se les denomine outsiders o, más ajustado a lo que puede
ocurrir, élites contrahegemónicas, es claro que los dirigentes indígenas
están en una arena distinta, y ello explica la inexperiencia en el escenario
oficial de la política. Eso parece evidente en los casos de Ecuador y Bolivia,
pero sus dificultades también pueden tener consecuencias en otros países,
por ejemplo en Guatemala. En ese sentido, hay una responsabilidad con el
empuje de estos pueblos y lo que significan para el conjunto del avance de
la democracia en nuestro continente.

Gonzalo Rojas-Ortuste: “Comentario a la propuesta cruceña de descentralización desde un


28

sentido de patria intercultural”, en T´inkazos, núm. 19, PIEB, La Paz, 2005.


Un pertinente estudio muestra la creciente percepción atomizada de “nación”, y de allí su
29

debilidad para el mundo de hoy. Ramiro Molina, F. Mayorga y M. J. de la Fuente, La Asamblea


Constituyente y las representaciones sociales de nación /naciones. UCAC, La Paz, 2005.

35
diversidad y diálogo
intercultural:
del conflicto a la creatividad

Natalio Hernández*

In cahuitl ihuan Semanahuac chicahuac mopatlatica /


El mundo y el tiempo están cambiando aceleradamente

Toscayotl tlen amo queman ticaquiaya,


axcan moixnextia ihuan tech tzatziliah /
Voces que nunca antes habíamos escuchado,
hoy se hacen presentes y nos interpelan

Ichicahualo tlahlamiquilistli tlen


hualah sihuatlampa tlali mopatlatica.
Ihuan ihcon tiquitah tlamantli
nemilispan tlen amo queman tiyeyecoyayah /
La hegemonía del pensamiento occidental
también ha cambiado:
estamos presenciando acontecimientos sociales
que nunca imaginamos

Ica inon nehmachyotl, nehuatl niseli ica paquilsitli, namechmactilico


notlahtol ihuan notlayeyecolis ipan ni Semanahuac Tlahtocan /
Motivado por estos hechos decidí, con mucho entusiasmo,
compartir mi palabra y mis reflexiones
en este importante Forum Mundial

* Poeta náhuatl, fundador de la Asociación de los Escritores en Lenguas Indígenas (AELI), Casa
de los Escritores en Lenguas Indígenas (CELI) y Alianza Nacional de Profesionales Indígenas Bi-
lingües (ANPIBAC).

37
Natalio Hernández

Los signos del ayer

Stefano Varese, distinguido investigador y académico de la antropología


mexicana, afirmaba en la década de los años setenta: “El siglo XIX fue el
siglo de la conformación de los Estados nacionales, el siglo XX es el del
materialismo histórico y la lucha de clases, y el siglo XXI será el de las mi-
norías étnicas nacionales”.
En efecto, los movimientos indígenas que emergieron y se desarrolla-
ron en México en los setenta cuestionaron ampliamente el Estado nacio-
nal homogéneo y demandaron el reconocimiento de la diversidad cultural
y lingüística de la nación mexicana. No es mi deseo hacer aquí un recuento
detallado del movimiento indígena de esos años, baste señalar que im-
pugnó el indigenismo paternalista de Estado, cuestionó la castellanización
compulsiva del Sistema Educativo Nacional y puso en duda la política de
integración de los pueblos indígenas a la sociedad nacional, en detrimento
de sus propias identidades. Así, la lucha indígena de la década de los años
setenta fermentó el movimiento Quinientos Años de Resistencia Indígena
de 1992 y dio pie para la primera reforma de la Constitución de aquel año,
en la que se reconoció por primera vez en nuestra historia contemporánea
que: “México es una nación pluricultural sustentada originalmente en los
pueblos indígenas”.
Si bien la reforma constitucional de 1992 canceló formalmente el
proyecto nacional homogéneo, sus efectos no lograron trascender las
estructuras políticas, institucionales y académicas de la sociedad mexi-
cana. No fue sino hasta enero de 1994, cuando emergió el movimiento
del EZLN en Chiapas, que el tema indígena cobró relevancia nacional e
internacional, sacudió las estructuras políticas y económicas del país,
cuestionó las ciencias sociales y antropológicas y, sobre todo, increpó
a la sociedad mexicana no indígena con el lema “Nunca más un México
sin nosotros”. En otras palabras, es gracias al movimiento indígena que
México se reconoce y se asume actualmente como una nación pluricultu-
ral en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

La lucha por el reconocimiento de la diversidad

Ipan se tzontli ihuan macuilpoali xihuitl / Durante cinco siglos, las lenguas
originarias de México han estado excluidas del proceso de construcción

38
Diversidad y diálogo intercultural

de la sociedad mexicana que hoy tenemos. Sobre todo en el siglo XX,


cuando fueron reprimidas en el ámbito educativo, argumentando que
obstruían el aprendizaje del español y constituían un obstáculo para la
integración y el desarrollo del país. Incluso se llegó al grado de calificarlas
como “dialectos” sin ningún valor social y cultural y, por tanto, lenguas
inferiores.

Axcan ticmatih / Hoy sabemos que todos estos argumentos que se esgri-
mieron en el siglo pasado no tienen ningún fundamento científico y, por
consiguiente, son falsos. La Unesco reconoce actualmente que la diversi-
dad cultural y lingüística es fuente de imaginación y creatividad; constituye,
asimismo, una riqueza invaluable de la humanidad.

Totlalnantzin / Nuestro país, por su parte, reconoce desde el 13 de marzo


de 2003 que las lenguas originarias de México son lenguas nacionales, a
través de la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indíge-
nas. Esta ley es el resultado de un proceso de lucha que los pueblos y sus
organizaciones llevaron a cabo durante los últimos treinta años.

Nochtin inin tequichihualis / Todos estos avances en el reconocimiento de


que la diversidad lingüística representa una riqueza cultural de la humani-
dad deben legitimarse en nuestra Carta Magna, para que se diseñen polí-
ticas públicas de Estado con objeto de que las lenguas nacionales formen
parte constitutiva del proyecto de nación multilingüe y pluricultural.

Huelis tiquihtoseh ica ocsequintin tlahtolmeh / En otras palabras, podemos


decir que las lenguas originarias de México deben entrar en la disputa por
la nación para que dejen de ser objetos folclóricos y de preservación ar-
queológica –como han sido hasta ahora–, a fin de que trasciendan a todos
los ámbitos de la sociedad nacional, esto es: a la educación, a la cultura, al
arte, a la política, a la economía y a los diversos medios de comunicación.

Tlaixnextili ipan Hueyi Amatlanahuatiloyan / Su pleno reconocimiento en


la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos debe implicar la
reforma del artículo 3º de la propia Constitución, para plantear una edu-
cación congruente con la realidad pluricultural y multilingüe de la nación
mexicana, superando la hegemonía del español que ha predominado des-
de siempre en el sistema educativo nacional.

39
Natalio Hernández

Axcan quema asic cahuitl / Es tiempo, pues, de que la educación del país
responda a los retos y desafíos de una educación multilingüe, incluyendo
el estudio de las lenguas indígenas en los planes y programas de estudio,
junto con el español y las lenguas extranjeras, en la perspectiva del diá-
logo intercultural que supere la exclusión, el racismo y la xenofobia en la
formación de los mexicanos del siglo XXI.

La afirmación de las identidades

México se encuentra en un profundo dilema de identidad. El trauma de


la conquista, cinco siglos después, no ha sido superado. Más del 50 por
ciento de la población nacional vive el fenómeno denominado “nepant-
lismo”, una especie de anomia social colectiva: grandes masas sociales
desarraigadas, que no reconocen la vertiente cultural hispana o euro-
pea, pero tampoco se reconocen en nuestras raíces ancestrales de origen
mesoamericano. Desde el siglo pasado, el mestizaje cultural cobró fuerza
al pretender borrar las especificidades lingüísticas y culturales del país.
Si bien es cierto que en su constitución política México se reconoce como
una nación pluricultural y multilingüe, en la realidad subsisten meca-
nismos de exclusión y actitudes racistas que impiden que la población
indígena y mestiza de bajos estratos sociales acceda a los espacios reser-
vados para la élite criolla dominante.
Frente a esta realidad del país, es urgente que en el marco de la refor-
ma del Estado se asuma realmente el proyecto de nación multicultural,
con objeto de que en el mediano plazo se pueda incidir en un proyecto
de nación incluyente de las distintas identidades locales y regionales. El
nuevo tejido social multicultural y multilingüe puede constituirse en el so-
porte fundamental de la nueva soberanía nacional en el contexto de la
globalización y mundialización. Para ello, es prioritario atender tres ámbi-
tos fundamentales que pueden contribuir en el proceso de construcción y
afirmación de nuestras identidades locales y regionales. Estos ámbitos son
la educación, la cultura y la lengua.
En el terreno de la educación, es urgente que todos los mexicanos
estudiemos y conozcamos nuestros orígenes históricos y culturales meso-
americanos. Durante cinco siglos hemos privilegiado el conocimiento occi-
dental europeo y nos hemos olvidado de nuestras raíces mesoamericanas
para saber quiénes somos, de dónde venimos y cuáles son nuestras raíces

40
Diversidad y diálogo intercultural

ancestrales. Otros países del mundo jamás han soslayado el conocimiento


de sus raíces primigenias, tal es el caso de la India, China y Japón, por
sólo citar algunos ejemplos. Hoy en día, desde esa fuerza ancestral, estos
países se proyectan como nuevas potencias económicas y tecnológicas a
nivel mundial.
Estoy cierto de que, en la medida en que superemos el trauma de la
conquista, lograremos la reconciliación interna –individual y colectiva–,
aumentaremos la autoestima y seremos capaces de emprender proyectos
que nos coloquen en la competencia mundial en los distintos campos del
conocimiento, de la cultura y de las artes. México, nuestro país, necesita
conocerse, reconocerse y valorarse desde su diversidad cultural y lingüís-
tica. Pocos países de América Latina tienen la enorme riqueza, producto
de un largo proceso de sedimentación cultural que nos viene desde los
Olmecas, unos tres mil años a.C. Todo ello ha contribuido a la conforma-
ción de distintos saberes y habilidades que los diferentes pueblos del país
han conseguido mantener y recrear hasta nuestros días. No obstante, esta
riqueza cultural poco se estudia y mucho menos se pondera ni se valora en
nuestra educación nacional.
Finalmente, la diversidad lingüística del país representa también una
enorme riqueza cultural. La educación nacional debe abrirse al estudio y
conocimiento de estas lenguas, no sólo para los propios hablantes, sino
para la población en general, porque se trata de lenguas que nos perte-
necen a todos los mexicanos y en ellas se preserva gran parte de nuestra
memoria ancestral. Todo ello implica que el sistema educativo nacional
debe orientarse hacia una educación intercultural bilingüe o multilingüe
que propicie el diálogo de saberes, conocimientos, valores y de las distin-
tas visiones del mundo.

La construcción del diálogo intercultural

Durante el proceso de construcción de la nación que hoy tenemos, ha ha-


bido dos intentos de diálogo con los pueblos indígenas en dos momentos
históricos importantes: el primero fue durante la colonia. A la llegada de
los primeros misioneros, éstos promovieron un coloquio o encuentro con
los tlamatinime, sabios del pueblo náhuatl recién conquistado. Este pri-
mer intento de diálogo entre los representantes de dos mundos culturales
planteó el dilema de la comunicación. Unos representaban a la cultura de

41
Natalio Hernández

los vencedores, otros a la cultura de los vencidos. Además, las visiones del
mundo eran totalmente distintas. Finalmente, los tlamatinime recocieron
que su pueblo estaba vencido y, por tanto, su cultura quedaba sometida a
nuevos valores y a otra concepción del mundo y de la vida.
El segundo intento de diálogo es el que se realizó en San Cristóbal de
las Casas, Chiapas, en 1996, a raíz del levantamiento del EZLN. Nuevamen-
te la asimetría estuvo presente: los representantes del poder federal y un
código distinto hicieron que el diálogo no tuviera los resultados espera-
dos. Sin embargo, considero que los cauces quedaron abiertos. Aun cuan-
do los Acuerdos de San Andrés Larráinzar no se recogieron plenamente en
la Constitución Política, quedó claro que los pueblos originarios de México
están formados por ciudadanos mexicanos, sujetos sociales que reclaman
una identidad diferenciada y que exigen a la nación su reconocimiento
pleno y su libre determinación. Yo me pregunto: ¿Será capaz la nación del
siglo XXI de caminar junto con estos pueblos, para hacer realidad el sueño
de construir un México donde quepan todos los rostros culturales y todos
los colores?

El nuevo proyecto de nación multicultural:


del conflicto a la creatividad

Resulta muy frecuente escuchar y leer en los distintos medios de comuni-


cación noticias como la siguiente, publicada en La Jornada, el 26 de octu-
bre de 2007:

La situación en la que se encuentra la educación indígena “es desastro-


sa” y la política impulsada desde el Estado no sólo es discriminatoria
sino que también “lleva a la destrucción de los pueblos y a la pérdida
de identidad, porque ya no se les enseña su lengua”, advirtió Fernando
Viveros, director de la Organización Unidad de Capacitación e Investi-
gación Educativa para la Participación.
Por ello expresó que uno de los objetivos del segundo Congre-
so Nacional de Educación Indígena e Intercultural, que ayer inició en
Oaxaca, es iniciar un fuerte movimiento de resistencia hacia este tipo
de políticas gubernamentales.

Sin embargo, junto con estas noticias poco alentadoras para los pueblos

42
Diversidad y diálogo intercultural

indígenas, y para la nación mexicana en su conjunto, también se están


desarrollando proyectos y propuestas que empiezan a trascender del con-
flicto a la creatividad. Lo cierto es que en los últimos veinte años muchos
pueblos y comunidades indígenas decidieron desarrollar propuestas au-
togestivas en los ámbitos de la educación, la lengua, la cultura propia y el
desarrollo, desde su propia concepción y perspectiva. Planes de desarrollo
exitosos, como el proyecto forestal comunitario de San Juan Nuevo, Mi-
choacán, se pueden documentar en distintas regiones del país.
En el ámbito de la educación y la cultura puede citarse la experiencia
mixe a nivel de educación media y, próximamente, la educación intercul-
tural en el nivel universitario. En materia de lenguas y literatura indígenas,
la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas ha logrado trascender
el arte de la literatura en las lenguas indígenas a nivel nacional e interna-
cional.
En lo individual, muchos artistas de procedencia indígena han logrado
ubicar el canto en lenguas indígenas en los mejores escenarios naciona-
les e internacionales: Rocío Próspero en lengua purépecha; Lila Downs,
mexicana-americana de raíz mixteca; Heber Razgado, zapoteco del Istmo
de Tehuantepec, Oaxaca, por sólo citar algunos ejemplos de los tantos
artistas exitosos que, pese a la falta de apoyo a la creatividad cultural de
parte de la actual administración del Gobierno federal, continúan difun-
diendo su propuesta artística en el contexto del multiculturalismo y la in-
terculturalidad de este siglo.
Por mi parte, quiero compartir de manera breve una experiencia per-
sonal. Hace seis años, la maestra Raquel Bronstein, autora de libros para
profesores de educación preescolar de la editorial Trillas, me solicitó que
colaborara en el proyecto de creación de cantos en lengua náhuatl y es-
pañol: Tla oncah cuicatl oncah xochitl/ Si hay cantos hay flores, concebido
no sólo para nativohablantes, sino para la población en general. El pro-
yecto nos ha aportado ricas experiencias en el aspecto intercultural: he-
mos logrado nuevos aprendizajes y nos hemos enriquecido mutuamente.
La maestra Raquel, sin ser hablante de la lengua náhuatl, logró formar
un grupo de cinco jóvenes de la Ciudad de México para interpretar las
canciones en náhuatl y español. El coro intercultural Xochicuicanih / Flo-
res que cantan, que integra a niños hablantes de la lengua náhuatl de
la comunidad de Lomas del Dorado, Ixhuatlán de Madero, Veracruz, y
jóvenes de la Ciudad de México se ha presentado en espacios culturales
y teatros de Veracruz y la capital.

43
Natalio Hernández

En fin, estoy convencido de que es posible reconciliarnos con nues-


tro pasado histórico de colonización y conquista, asumiendo nuestras dos
vertientes de identidad: la indígena y la europea, e incorporando la tercera
raíz, la negra, para dar paso al México de muchos colores y muchos ros-
tros culturales, como nos lo hicieron notar los hermanos zapatistas de
Chiapas hace trece años.
Y aquí caben las palabras del escritor Carlos Montemayor, quien al
referirse a la literatura indígena de ayer y de hoy, escribió en 1990:

En todos los pueblos del mundo el idioma es la memoria del paisaje,


de la historia, de la divinidad a que aspiran los hombres. Es la voz
que crece como otros árboles y otros ríos en la misma tierra en que
los pueblos viven… el idioma hace de muchos pueblos una familia, un
solo destino.
(Por eso) …Es necesario cantar en esos idiomas, escribir en
ellos, pensar en ellos, recordar las historias que en ellos nacen, que en
ellos se conservan. Recordar que México es también el alma de esos
idiomas. Que en nosotros fluye una sangre que, en lo más profundo
de sus sueños y recuerdos, aún puede reconocerse en esas profundas
palabras.

Por mi parte, deseo compartir un canto que escribí hace más de veinte
años y que, sin embargo, me sigue animando y me sigue nutriendo para
cantarle a la diversidad de la vida:

Ipehuayah cuicatl

Nihcuicatia totlachialis
niquincuicatia tocnihuan
ihuan tlaltipactli,
Tonantzin tlaltipactli;
ipampa totlachialis
quehuac xochitl
ihuan quehuac cuicatl:
xochitl ihuan cuicatl.

44
Diversidad y diálogo intercultural

Principio del canto

Canto a la vida
al hombre
y a la naturaleza,
a la madre tierra;
porque la vida es flor
y es canto:
es, en fin,
flor y canto.

First of the Song

I sing to life
to man
and to nature,
to mother earth;
because life is flower
and it is song:
it is, in short,
flower and song.

45
el aquí y el allá:
los migrantes entre su país
de origen y el país de destino

Roger Waldinger*

En el siglo XXI la globalización se ha vuelto el tema predominante de


todas las agendas. Cuando la migración internacional traslada el tercer
mundo al primero, y el comercio y las comunicaciones amplifican la re-
troalimentación que viaja en direcciones opuestas, la visión convergente
de nación-Estado y sociedad se desvanece. En lugar de ella, los científi-
cos sociales buscan nuevas maneras de interpretar las conexiones entre
el “aquí” y el “allá” como se manifiesta en las muchas acepciones del
término “trasnacional”.
Aunque el trasnacionalismo es un concepto conocido por quienes tra-
bajamos en este campo, y goza de una creciente popularidad, ha suscitado
también una reacción escéptica por parte de sus detractores. Al ser yo uno
de los que han criticado este término con mayor vehemencia, no me pro-
voca pena admitir que formo parte de una minoría que disminuye día con
día. El propósito de este texto no es caer en el debate, polarizado entre los
académicos, sobre el concepto del trasnacionalismo. Al contrario, la meta
es trascenderlo, abordando una perspectiva nueva que tenga el potencial
de iluminar ciertos aspectos de los nexos que conectan el aquí y el allá de
los migrantes, y que hasta ahora no han sido captados correctamente por
la literatura académica.
Aunque no formo parte de quienes apoyan el concepto del trasna-
cionalismo, hay una visión que sí comparto: el despliegue de redes de
información, bienes, personas, intercambios y ayuda social fuera de las
fronteras del Estado es un fenómeno típico que encontramos en todo
momento de la época moderna en cualquier lugar o país. Es decir, la
migración internacional no representa una sorpresa, ni una desviación

* Profesor egresado de Harvard, se especializa en temas de migración a los Estados Unidos, y los
aspectos sociales, políticos, culturales, entre otros. Autor de diversos libros sobre el tema.

49
Roger Waldinger

del desarrollo social o económico; por el contrario, es el resultado normal


y esperado del dinamismo en las economías del mercado. Por lo tanto,
si suponemos que la migración internacional está presente en cualquier
momento, debemos admitir también que todas las características y activi-
dades normalmente asociadas con la llegada de migrantes a un territorio
ajeno asimismo lo estarán: no sólo habrá personas circulando entre los
países de origen y los de destino, también encontraremos una gama am-
plia de intercambios de información, emociones y apoyo material o social
que conecta a los migrantes con sus familiares y amigos residentes en su
país de origen.
Esta constelación de redes e intercambios trasciende los límites de
cualquier Estado, y es un resultado normal y esperado del fenómeno mi-
gratorio. Traduciendo esta idea al lenguaje formal de las ciencias sociales,
el descubrimiento de las redes que conectan el aquí y el allá no puede ser
sólo la meta de la investigación académica sino, al contrario, el punto de
partida o, en otras palabras, la hipótesis nula. La idea de que no existan
migrantes acompañando las redes y enlaces que conectan con sus nacio-
nes o pueblos de origen representa el sueño de toda población nacional,
que se apresura a comprar productos manufacturados fuera de sus países
pero no desea que éstos traigan la compañía de personas extranjeras.
Si bien tenemos la obligación de distinguir entre sueños y realidad,
el investigador no puede darse el lujo de pasar por alto los sueños, ni
mucho menos el de olvidarlos. Es importante destacar la diferencia entre
migración en sí y migración internacional. La primera se refiere a cualquier
mudanza de larga distancia, mientras que por la segunda se entienden las
mudanzas que atraviesan límites políticos establecidos por los Estados,
los cuales, por un lado, tratan de captar a sus poblaciones nacionales y,
por otro, se esfuerzan en controlar a los extranjeros que consiguen entrar
a sus territorios. Aunque hay científicos sociales que afirman que el tras-
nacionalismo se refiere a personas que tienen contactos regulares y repeti-
tivos a través de las fronteras, es necesario recalcar que no son los migran-
tes quienes deciden quién puede o no cruzar éstas. Al contrario, son las
políticas migratorias –determinadas en su mayoría por factores internos
de las sociedades de destino– las que abren o cierran las posibilidades de
que esos contactos se mantengan a través de las fronteras geopolíticas.
Por consiguiente, debemos rechazar los argumentos en pro del tras-
nacionalismo cuando nos dicen que éste designa la condición de quien
vive en dos lugares de manera simultánea, como si no hubiera ninguna

50
El aquí y el allá

diferencia entre quienes viven en naciones ricas y aquéllos que se han


quedado en los países más pobres. Una vez más los científicos sociales
confunden el sueño y la realidad: la posibilidad de vivir en dos lugares
simultáneamente es una idea muy atractiva, pero no debemos olvidar las
desigualdades entre los países de emigración y los de immigración, ni el
hecho de que los migrantes que llegan a un país rico pueden aprovechar
su riqueza, a pesar de que no tengan acceso a buenos trabajos o vivan en
malas condiciones. Como científicos sociales, debemos recordar no sólo
los sueños y las preferencias de los pueblos que reciben migrantes, sino
también el impacto que dichas preferencias y sueños tienen en los migran-
tes que buscan integrarse a un nuevo contexto. Sería, pues, acertado decir
que existe mucha hipocresía dentro de las naciones ricas, puesto que bus-
can trabajadores dispuestos a realizar cualquier labor sin que les importe
la paga, mientras que se les niega el acceso a compartir sus esperanzas y
sueños. A pesar de esta hipocresía, la gente de los países ricos no se niega
a aceptar a los migrantes, siempre y cuando ellos estén dispuestos a con-
vertirse en miembros de una comunidad nacional con características dife-
rentes a las de sus comunidades de origen. Con frecuencia los migrantes
están de acuerdo con esta “conversión”, y responden a las oportunidades
materiales y al rechazo de parte de los “nacionales” aceptando que quizá
tendrían más éxito si les fuera posible presentarse como nacionales, al
igual que todos los demás. No podemos olvidar un aspecto fundamental
de la oferta que más atrae a los migrantes: la posibilidad de avanzar por
sí mismos y llegar a ser lo que quieran ser, ya sea alguien que abraza su
herencia cultural o nacional, o alguien que la abandona por una identidad
totalmente distinta.
En resumen, la situación que enfrentan los migrantes no coincide ni
con la hipótesis planteada por quienes apoyan la idea del trasnacionalis-
mo, ni con el énfasis en la asimilación, presentada por algunos académi-
cos. No es cuestión de trasnacionalismo ni de asimilación. Hay dos fuerzas
opuestas operando a la vez. Por un lado están los procesos por medio de
los cuales se extienden las redes, los contactos, las comunicaciones, los
intercambios a través de las fronteras nacionales –un fenómeno que se
repite en todas las naciones del norte a pesar de las esperanzas de sus
habitantes, quienes preferirían la desaparición de la migración internacio-
nal. También hay que tomar en cuenta a los Estados, que multiplican sus
esfuerzos por controlar el flujo de personas por las fronteras. Pero, por
otra parte, estos esfuerzos de control y preferencias de asimilación tienen

51
Roger Waldinger

un impacto indudable: mientras que mediante la coacción debilitan e im-


piden los intercambios a través de las líneas fronterizas, también les dan
a los migrantes la posibilidad de un futuro atractivo. Por estas razones, el
fenómeno que llama nuestra atención es el conflicto que se da entre los
procesos de extensión de redes a través de las fronteras y los procesos
opuestos, que tratan de cortar estas redes transestatales, o de reordenar-
las para restringirlas al territorio del país de inmigración.
Con estas observaciones dejo los aspectos conceptuales, y paso a exa-
minar los aspectos empíricos del fenómeno.
Para este trabajo utilizo una base de datos del Pew Hispanic Center,
obtenida en 2002 a través de una encuesta nacional realizada entre los
inmigrantes latinoamericanos que viven en los Estados Unidos. Especí-
ficamente me he restringido a las casi dos mil personas nacidas fuera de
Estados Unidos que fueron entrevistadas por teléfono en todo el país.
La evidencia de lo que los académicos llaman trasnacionalismo es
abundante. De inicio, la realidad migratoria resulta distinta a la definición
de migración permanente (for settlement) que aparece en los diccionarios,
y que utilizan los científicos sociales. Si bien algunos migrantes se estable-
cen en forma permanente, incluso cuando no lo habían planeado así, en la
actualidad gran parte de la migración internacional implica movimientos
de otro tipo, que incluyen la migración de retorno, la migración repetida
y la migración circular, al igual que la migración permanente (for settle-
ment). Este flujo genera un gran número de personas que van y vienen, sin
saber dónde se establecerán, y que no están conscientes del peso le darán
a las conexiones entre el aquí y el allá. El cruce de tanta gente a través de
las fronteras genera, en consecuencia, un inmenso flujo de información,
bienes y –tal vez más importante– dinero que va y viene.
La investigación refleja que 35 por ciento de los encuestados proviene
de México, 15 por ciento de Cuba, el once de República Dominicana, 10
por ciento de Colombia y otro diez de El Salvador, y 19 por ciento de otros
países latinoamericanos.
Para presentar los resultados me enfocaré en tres tipos de vínculo que
ligan a los migrantes, ya sea con su país de origen o con su país de destino.
El primero de ellos es el de las actividades transfronterizas, del cual se exa-
minan tres indicadores: el envío de remesas, el viaje al país de origen y la
votación en él. El segundo tipo de vínculo se refiere a los nexos y lealtades
con el país de origen. En esta categoría incluyo tres indicadores: la inten-
ción de regresar a él (sí o no), la identificación del país de origen como el

52
El aquí y el allá

“hogar verdadero”, y la identidad autodescrita: si se identifica como na-


cional de su país de origen. Finalmente, se examinan dos indicadores de
participación en política en el país de destino, limitando la muestra a la
minoría (alrededor de 30 por ciento) –es decir, quienes han adquirido la
ciudadanía estadounidense–, para indagar si está registrado para votar, y
si ha votado en una elección de Estados Unidos.
Los vínculos entre el aquí y el allá son producto de una variedad de
factores. Primero nos interesan las diferencias que se observan entre los
migrantes originarios de diferentes países latinoamericanos. Me centra-
ré en los cinco países de origen con los niveles de representación más
altos en esta encuesta: México, Cuba, República Dominicana, Colombia
y El Salvador. De ellos provienen los flujos más importantes que, sin em-
bargo, son muy distintos y presentan historias y características específi-
cas. También se destacan factores sociales, identificados como variables
independientes: asentamiento, estatus legal, recursos sociales y controles
demográficos.
En relación al asentamiento, la bibliografía sobre el tema señala que
la ubicación de los vínculos de los migrantes cambia cuando éstos pa-
san más tiempo en el país de destino. Aunque haya distintas trayectorias,
generalmente se puede asumir que los compromisos con la sociedad de
destino se profundizan al trasladarse las redes y, más tarde, las identida-
des sociales. Pero el tiempo no impacta a todos los migrantes de manera
similar: quienes llegaron al país de destino siendo más jóvenes viven una
experiencia que los acerca más a la segunda generación de migrantes que
a la primera. Por estas razones se examina el impacto que tiene el tiempo
vivido en Estados Unidos, pero también el impacto de la migración durante
la infancia. Puesto que en la encuesta se incluyeron preguntas sobre el uso
y conocimiento del español y del inglés, se ha añadido información sobre
la competencia lingüística de los encuestados, identificando a quienes han
perdido la capacidad de hablar español, los que son bilingües y los que
prefieren el español (o no pueden comunicarse de manera adecuada en
inglés).
El estatus legal es otra variable independiente que permite identificar a
los migrantes que han obtenido la ciudadanía estadounidense, y a quienes
la han solicitado. A los que caen en estas categorías se les compara con
el resto.
Otra variable son los recursos sociales, donde se mide el nivel de es-
colaridad, el ingreso y el empleo. Por lo regular, cuando más alto es el

53
Roger Waldinger

nivel de recursos sociales, la participación cívica es también más alta. Del


mismo modo, la participación aumenta con el conocimiento de las normas,
de las expectativas políticas y con el acceso a otros recursos controlados
por medios burocráticos; por ejemplo, el proceso de adquisición de la
ciudadanía americana. En lo que respecta a la escolaridad, se identifican
cuatro categorías: primaria, secundaria sin la obtención del bachillerato,
educación universitaria sin la obtención de la licenciatura y, finalmente,
obtención de la licenciatura y otros grados académicos superiores. Las
comparaciones se llevan a cabo con las personas que tienen el bachillerato.
En cuanto al ingreso, se identifican también tres categorías: medio bajo,
medio alto y alto, y se comparan con la categoría de bajos ingresos. En
cuanto al empleo, se considera si cuentan o no con él.
Por último, la variable correspondiente a controles demográficos toma
en cuenta si los encuestados están casados, y si viven en hogares donde
hay niños. En este caso, se distingue si hay un niño o si hay dos o más, y
se compara con los hogares donde no hay.
La intención, con base en la información descrita, es predecir el re-
sultado usando una técnica estadística llamada regresión logística. Cada
indicador representa una dicotomía. Es decir, hay dos posibilidades; por
ejemplo, quién manda remesas y quién no. Los resultados estadísticos
toman dos formas: el resultado mayor a uno indica que la variable tiene
un impacto más fuerte que la variable de comparación; si es menor de
uno indica que la variable tiene un impacto más débil que la variable de
comparación.

Actividades transfronterizas

De los tres indicadores de actividades transfronterizas –envío de remesas,


viajes al país de origen y votación en el país de origen–, los viajes son los
más comunes. El 70 por ciento de los encuestados reporta que ya ha hecho
por lo menos un viaje al país natal desde que llegó a los Estados Unidos.
Aunque una gran proporción de los encuestados manda remesas, sólo 47
por ciento afirma hacerlo con regularidad. Además, parece que el gran in-
terés en el voto a distancia –compartido igualmente por los investigadores
y los actores políticos– no está tan presente entre los migrantes. De acuerdo
con esta encuesta, menos de una sexta parte ha votado en una elección de
su país natal después de su llegada a Estados Unidos.

54
El aquí y el allá

Actividades trans-fronterizas:
diferencias entre países de origen - probabilidades

0.9

0.8

0.7

0.6

0.5

0.4

0.3

0.2

0.1

0.0
sin con sin con sin con
controles controles controles controles controles controles
Vota en elección
en país natal Manda remesas Un viaje de regreso

Colombia República Dominicana México


Cuba El Salvador

Este patrón se observa en todos los grupos. En cada caso, el viaje al país
natal es un fenómeno ampliamente desplegado, mientras que la votación en
el país de origen es bastante rara. No obstante, hay diferencias que podemos
destacar. Entre los dominicanos hay una alta tasa de actividad transfron-
teriza: viajan a su país con frecuencia, mandan remesas a un nivel que no
comparte ningún otro grupo de la encuesta y, aunque los dominicanos que
han votado en una elección en su país natal representan minoría, ésta es
mayor que la de los otros países latinoamericanos, salvo Colombia. El caso
de los cubanos muestra un patrón opuesto: prácticamente no votan en las
elecciones de la isla; y aunque los que viajan al país de origen son mucho
menos que los de otros países, aun así se trata de una minoría bastante
grande, y su alto nivel no refleja el asentamiento de esta población. Por
esta causa, el nivel de viajes baja después la aplicación de las variables de
control. En cuanto a los salvadoreños, se observa que el envío de remesas
alcanza un nivel alto; pero el nivel de votación en El Salvador –al igual que
el nivel de viajes de regreso– es bajo, lo cual refleja las circunstancias en las
que los salvadoreños entraron a los Estados Unidos.
Aunque observamos que el país de origen influye en cada tipo de ac-
tividad transfronteriza, hay factores con un impacto importante, como el
asentamiento. El envío de remesas es el comportamiento más estable. Los
años vividos en los Estados Unidos no influyen en el envío de remesas,

55
Roger Waldinger

pero el hecho de migrar durante la infancia sí influye en este fenómeno.


Así, en comparación con los demás, solamente el 31 por ciento de los
encuestados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños manda
remesas a su tierra con regularidad. En cuanto a la votación en el país
de origen, ésta baja a medida que se acumulan los años de vivir en los
Estados Unidos. En este caso, el descenso es mucho más rápido, si lo
comparamos con el envío de remesas.
El tiempo pasado en los Estados Unidos, por el contrario, tiene un efecto
positivo en los viajes al país de origen, y se nota que incluso los migrantes
recién llegados regresan con bastante frecuencia. Estos viajes representan
una experiencia ampliamente compartida entre los migrantes, aunque se
observa que los encuestados que llegaron cuando eran niños no tienen el
mismo comportamiento que los demás. Controlando todos los demás fac-
tores, únicamente 48 por ciento de los mencionados habían viajado al país
natal, en comparación a 65 por ciento de los demás. Es necesario precisar
que hablar inglés es otro factor que debilita este comportamiento, pues no
son sólo los entrevistados que prefieren el inglés quienes regresan a su tie-
rra con menor frecuencia, sino también los bilingües.
¿Cuál es la importancia del estatus legal? Según este análisis, no tiene
ningún impacto sobre la votación en el país de origen ni sobre el envío
de remesas. No obstante, ser ciudadano estadounidense tiene un impacto

Impacto del asentamiento:


probabilidades

0.9
0.8
x x
0.7 x
0.6 x
0.5
x
0.4
0.3
0.2
0.1
0

5 10 15 20 25
Años de residencia en Estados Unidos

Vota en eleccion en país natal Manda remesas


x Un viaje de regreso Planea regresar
Hogar verdadero: país natal Se considera como nacional

56
El aquí y el allá

positivo sobre los viajes de regreso. Este resultado destaca la relevancia de


los factores específicamente políticos como elementos sobresalientes en
las actividades transfronterizas.
Los recursos sociales casi no influyen en la probabilidad de votación
en los países de origen, pero sí tienen un impacto en las otras actividades.
Los viajes a casa suceden con mayor frecuencia entre los miembros con
mayor escolaridad. Tanto los ingresos bajos como los altos niveles de
escolaridad presentan efectos negativos sobre el envío de remesas. Estos
patrones parecen ser más comunes entre los entrevistados de menor edu-
cación pero económicamente más exitosos.

Nexos y lealtades con el país de origen

Los nexos y las lealtades con el país de origen y el país receptor –a diferen-
cia del primer conjunto de indicadores, que analiza comportamientos– se
refieren, en principio, a la identificación subjetiva con el lugar de origen
y con el país receptor. Las primeras dos preguntas que se hicieron eran
puramente subjetivas, y estaban relacionadas con la identidad y el sentido
de pertenencia al hogar, a diferencia del tercer ítem, que preguntaba a los
encuestados sobre su posible comportamiento futuro en términos de su
intención de retornar al país de origen.
En general, la muestra revela que para la mayoría de los entrevistados
la vinculación subjetiva con el país natal y su gente sigue siendo fuerte: el
68 por ciento de los encuestados se considera primero como nacional –por
ejemplo, salvadoreño primero, opuesto a hispano o estadounidense pri-
mero–, y el 61 por ciento sostiene que su país de origen es su “verdadero
hogar”. Sin embargo, este sentido de lealtad con el país de origen parece
tener una importancia abstracta o meramente simbólica, pues sólo el 34
por ciento de la muestra hace planes de regresar a él.
El patrón de los dominicanos vuelve a ser distinto de los demás. Entre
ellos se encuentra el compromiso más fuerte con el país de origen. El vín-
culo subjetivo con la tierra natal sigue siendo fuerte antes y después de la
aplicación de las variables de control. No es sorprendente ver que los cuba-
nos muestran un patrón opuesto: aun cuando se note que la identificación
subjetiva con Cuba sigue fuerte, pocos planean un regreso permanente. En
cuanto a los salvadoreños, el sentido de filiación con el país de origen no
aparece como lo más fuerte, puesto que esta población ha llegado hace

57
Roger Waldinger

Nexos y lealtades con el país de origen:


diferencias entre países de origen-probabilidades

0.8

0.7

0.6

0.5

0.4

0.3

0.2

0.1

0.0
sin con sin con sin con
controles controles controles controles controles controles

Hogar verdadero: Se considera


Planea regresar
país natal como nacional

Colombia República Dominicana México


Cuba El Salvador

poco en comparación con las demás, y los niveles de vinculación subjetiva


relativamente bajos nos parecen aún más significativos.
Al preguntarles sobre las perspectivas del verdadero hogar y los planes
de retornar, los encuestados muestran la importancia del asentamiento de
una manera previsible. En cuanto a las lealtades con el país de origen, los
entrevistados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños ofrecen
un patrón semejante al que se observa entre los demás. No obstante, el
tiempo vivido en el país de destino sigue teniendo un impacto profundo.
Después de cinco años de vivir en Estados Unidos, la mitad ya ha decidido
quedarse de manera permanente; en comparación, más de 80 por ciento
del mismo grupo dice que el país natal es el “verdadero hogar”. Entre los
que han pasado veinticinco años en Estados Unidos se observa un punto
de vista muy distinto: el quince por ciento dice que planea regresar a su
país; asimismo, casi 40 por ciento considera que el “verdadero hogar” se
encuentra en el país natal. Las respuestas que han dado los entrevistados
a la pregunta sobre su identidad autodescrita muestran un patrón opuesto:
aunque se observa un impacto del asentamiento, el efecto es mucho más
débil. Además, el porcentaje que se identifica como nacional deja de bajar
después de diez años de vivir en Estados Unidos, lo que sugiere que las
identidades autodescritas pueden permanecer, aun cuando el hogar –sea
el hogar de la vida cotidiana o de la imaginación– se haya transformado. Se

58
El aquí y el allá

puede ver que los entrevistados que prefieren el uso del inglés, o que son
bilingües, no planean un regreso permanente, ni tampoco piensan que el
“hogar verdadero” se encuentra en el país de origen. No obstante, al refe-
rirse a la identidad autodescrita, ninguno de estos grupos se diferencia del
de los entrevistados que usan o prefieren el español. Un patrón semejante
se observa cuando se examina la influencia del ingreso, que no impacta
ni en los planes de regreso ni en el sentimiento de “hogar verdadero”;
sin embargo, en comparación con los demás, los entrevistados con altos
niveles de ingreso son los que tienen mayor probabilidad de afirmar una
identidad ligada al país de origen, lo que nos sugiere que estas respuestas
reflejan una identidad de valor más simbólico que práctico.

Participación en la política estadounidense

La participación en la política del país de destino es un aspecto de la vida


de los migrantes que no ha sido abordado en la literatura sobre el trasna-
cionalismo, en principio porque los investigadores que estudian este fenó-
meno suelen centrarse en las redes que conectan los países de destino con
los de origen. No obstante, la historia de la inmigración en Estados Unidos
nos muestra que es a través de la participación política que los inmigrantes
se han hecho estadounidenses.
Sin embargo, los requisitos de los países de destino impiden el acceso
a la esfera política: un hombre no puede votar sin poseer la ciudadanía, y
únicamente aquellos inmigrantes que ya cuentan con la residencia legal
y que viven en Estados Unidos desde hace seis años tienen derecho a ob-
tener la ciudadanía. Por esta razón, no es sorprendente ver que sólo una
minoría –30 por ciento– de los encuestados es ciudadano estadouniden-
se. Es muy difícil que quienes llegaron a Estados Unidos después de los
años noventa sean ciudadanos. Con el asentamiento, el nivel de ciudada-
nía aumenta constantemente: entre los encuestados que llegaron en los
años sesenta, 80 por ciento ya es ciudadano americano. Y alrededor del 80
por ciento de los ciudadanos se ha registrado para votar.
El factor nacional parece no tener un impacto grande –ni sobre el
empadronamiento ni sobre la votación– en las elecciones en los Estados
Unidos. No sorprende, pues, que los niveles de votación y de empadro-
namiento sean más elevados entre los cubanos. Los mexicanos, por el
contrario, participan en un nivel bastante bajo.

59
Roger Waldinger

El asentamiento sigue teniendo un impacto importante en este rubro.


De los entrevistados que viven en los Estados Unidos desde hace diez años
y que tienen la ciudadanía estadounidense, sólo la cuarta parte está re-
gistrada para votar y sólo el veinte por ciento ha votado. Después de vivir
veinticinco años en los Estados Unidos, la probabilidad de votar –entre
quienes poseen la ciudadanía– alcanza 87 por ciento. Comparando los re-
sultados de los entrevistados con un nivel de escolaridad baja y los que
han asistido a la universidad por un par de años o, más aún, quienes han
terminado sus estudios universitarios, se encuentra que quienes poseen
una mayor escolaridad tienen una probabilidad más elevada de votar.

Conclusión

El principio del siglo XXI –como el principio del siglo anterior– es una épo-
ca de migración masiva donde el flujo de personas que intenta salir de
los países pobres rumbo a los países ricos no deja de aumentar. En sus
esfuerzos por trasladarse de un lado al otro, hay un recurso en el cual los
migrantes siempre pueden confiar: el apoyo de parientes o de compatrio-
tas. Por esta razón las redes sociales –que ligan a los recién llegados con
los ya establecidos en el país de destino– siguen impulsando y facilitando
las migraciones internacionales, a pesar de todos los esfuerzos de los países
ricos, que desean cerrar sus puertas.
En los países de origen se tiene la creencia de que los migrantes se van
para permanecer lejos, de que intentan construir una vida nueva y dejar las
redes que los conectan a sus comunidades de origen. Sin embargo, los estu-
dios de migración nos muestran que la realidad actual no es distinta a la de
épocas anteriores. En vez de asentarse en el país de destino, los migrantes
sueñan con el regreso. Llegan con el objetivo de acumular recursos, con el
fin de llevarlos a su país de origen y poder tener una vida mejor. Y aunque
es cierto que este sueño a veces se convierte en realidad, la experiencia de la
mayoría es otra: muchos migrantes permanecen en el país de destino sin re-
nunciar al sueño del retorno. Eventualmente, las raíces en el país de destino
profundizan y llegan a un punto en que pocos pueden negarlas.
Dada la importancia de las redes sociales, la multiplicación de estra-
tegias migratorias y el carácter paulatino del proceso de asentamiento, no
es sorprendente encontrar redes que conectan a los países de origen con
los de destino. En nuestra época de migración masiva, como en la del siglo

60
El aquí y el allá

anterior, las conexiones y actividades transfronterizas forman un aspecto


integral y ubicuo del fenómeno migratorio. Debemos, aun así, diferenciar
dos procesos: por un lado, el flujo de los recién llegados, que va en au-
mento, reforzando las conexiones con los países de origen; y, por el otro,
todos los factores ya mencionados, que debilitan estos vínculos con las
comunidades de origen substituyéndolos con compromisos dirigidos a la
sociedad de destino. Por otra parte, las reacciones de los Estados de des-
tino limitan la posibilidad de mantener contactos con el país de origen y,
aunque no logran disminuir la inmigración indocumentada, los esfuerzos
dirigidos al reforzamiento de la frontera impiden los viajes de regreso de
los migrantes que no tienen el derecho de viajar a través de ella de manera
legal. En realidad, los Estados de los países de destino logran captar a los
migrantes, como nos muestra el comportamiento de quienes han conse-
guido la ciudadanía estadounidense: aunque realizan viajes de regreso con
regularidad, sus lealtades se transfieren de una sociedad a la otra, mien-
tras que las redes que los conectan con los países de origen se debilitan.
Por consiguiente, a pesar de que las actividades transfronterizas forman
una parte integral de las migraciones en masa actuales, el trasnacionalismo
–como condición de vida– se da en raras ocasiones. Asimismo, las personas
llamadas “transmigrantes” forman un grupo relativamente pequeño. Los
migrantes latinoamericanos mantienen una amplia gama de conexiones en-
tre el aquí y el allá que influyen en su forma de ser. Como se ha mencionado,
el envío de remesas es más frecuente entre los migrantes recién llegados y,
en comparación, los viajes de regreso son más comunes entre los migrantes
bien establecidos. Además, los factores que facilitan el cruce de las fronteras
producen un ajuste más profundo con el país de destino. Podemos afirmar
que el voto en el país de origen –reclamado en voz alta por muchas orga-
nizaciones de migrantes– es un fenómeno en el cual se involucra sólo una
minoría, mientras que una proporción más alta está comprometida con la
votación en los Estados Unidos, a pesar de todos los obstáculos que enfren-
tan quienes desean participar en los asuntos políticos estadounidenses.
Pocos de los migrantes latinoamericanos se convierten en “transmi-
grantes”. A pesar de la fuerza e importancia de la etnicidad simbólica
–reflejadas en su tendencia a identificarse en términos ligados al país de
origen– ellos mismos se dan cuenta de que su futuro está en los Esta-
dos Unidos. No es sorprendente, pues, describir que los migrantes son
realistas. Pero no sabemos por qué los investigadores profesionales de la
migración no pueden reconocer la misma realidad.

61
LOS MExicoamericanos:
quiénes somos y quiénes seremos

Néstor Rodríguez*

Definición

Cuando se aborda el tema de los mexicoamericanos, el primer aspecto que


debemos considerar es que los mexicoamericanos no son simplemente
individuos originarios de México que viven en el territorio de los Estados
Unidos. Son mucho más que eso: un grupo social de ascendencia mexica-
na que se formó en los Estados Unidos en un contexto histórico de mino-
ría, de exclusión social, con una subcultura basada en esa experiencia y,
en muchos casos, con una separación inmensa de la sociedad mexicana.
Constituyen una cultura distinta cuya fuente se encuentra principalmente
en el suroeste del los Estados Unidos.
Los aspectos clave para la comprensión de la historia singular de los
mexicoamericanos son diversos. Los más importantes son la secuencia
generacional de su historia, su experiencia y lucha en tanto que minoría, la
formación de su propia subcultura, el desarrollo del movimiento y la iden-
tidad “chicana”, el impacto de la inmigración masiva desde México a fines
del siglo XX y el desarrollo de una realidad e identidad mexicoamericana
distinta. En este ensayo se abordan cada una de estas dimensiones.

La secuencia generacional de los mexicoamericanos

La historia de los mexicoamericanos incluye diferentes etapas generacio-


nales. Cada una se distingue por el área geográfica en que se produce y por

* Es el primer catedrático mexico-americano en la historia de la Universidad de Houston en la que


actualmente es director del Departamento de Sociología. Especialista internacionalmente reconoci-
do por sus estudios pioneros sobre las muertes en la frontera México-Estados Unidos.

63
Néstor Rodríguez

el periodo en que se sitúa. Sin embargo, podemos simplificar la descripción


presentando cuatro generaciones que sintetizan esta historia.

Primera generación
La primera es la generación de la colonización. Empieza en el año 1848,
con el tratado de Guadalupe Hidalgo –en Texas antes, con la independen-
cia en 1836– que dio por terminada la guerra entre los Estados Unidos y
México. En un principio, el tratado garantizaba los derechos de los mexi-
canos que se quedaron en territorio de Estados Unidos. Supuestamente,
después de la guerra ellos contarían con todos los derechos y protecciones
como ciudadanos estadounidenses. Pero la realidad fue otra. Las relacio-
nes sociales entre los euroamericanos –los llamados anglosajones– y los
mexicanos en el nuevo territorio de Estados Unidos reproducían un siste-
ma colonial en el sentido estricto del término. En él los euroamericanos
tomaron control de todas las instituciones gubernamentales y casi todas
las tierras que eran propiedad de los mexicanos. Ésta es la formación ori-
ginaria de la sociedad mexicoamericana.
Este periodo está marcado por la expulsión y la explotación, porque
los mexicanos que se convirtieron en mexicoamericanos –con excepción
de algunos que colaboraron con los colonizadores– se convirtieron en una
fuerza de trabajo muy pobre que se mantuvo buscando empleo en ran-
chos, minas, campos agrícolas y en labores de limpieza y construcción en
pueblos y ciudades, en un contexto de miseria y hambre. Sin protección
alguna del Estado mexicano, se produjeron enormes abusos para esa po-
blación, muchos de los cuales terminaron en fatalidades.
El conflicto y la tensión que experimentó esta generación se resguar-
dó en la memoria de los mexicoamericanos gracias, en parte, a corridos
como “Gregorio Cortez con su pistola en la mano”, “Jacinto Treviño” y el
de Joaquín Murrieta, un chileno mítico identificado como mexicano en el
corrido.

Segunda generación
La segunda generación resulta de las grandes olas de migración que pro-
dujo la Revolución Mexicana, cuando miles de mexicanos cruzaron la
frontera hacia Estados Unidos en busca de refugio político y trabajo. Este
fue un periodo de crecimiento económico en los Estados Unidos, y el mer-
cado necesitaba trabajadores para las industrias, la agricultura, la minería
y la construcción.

64
Los mexicoamericanos

Después de la expulsión de los chinos, y de la restricción a la migra-


ción japonesa, los empresarios estadounidenses demandaron la mano
de obra mexicana en grandes cantidades. Fue durante la Primera Guerra
Mundial, en 1917, cuando el primer Programa Bracero se pactó entre los
dos Gobiernos para importar trabajadores mexicanos al sector de agricul-
tura en los Estados Unidos.
Esta segunda generación es la base de la formación de lo que hoy se
conoce como mexicoamericanos. Justamente, esta migración de principios
del siglo XX fue la que pobló los célebres barrios de Los Ángeles, Chicago,
Houston y otras áreas de fuerte concentración de población mexicoame-
ricana. Asimismo, esta migración reforzó la cultura mexicana a través de
música, religión, literatura, costumbres y aportaciones culinarias en dis-
tintas regiones de Estados Unidos.
¿Cómo se relacionó esta segunda generación con los hijos o nietos de
la primera? En la mayoría de los casos, los descendientes de la primera se
quedaron relativamente aislados de la influencia de la segunda. En otras
palabras, con frecuencia los herederos de la primera generación mantuvie-
ron una cultura de origen mexicano, pero más antigua que la que aporta-
ban los hombres y mujeres que participaron en la segunda. Esto se puede
constatar aún el día de hoy, especialmente en algunas regiones de Texas y
Nuevo México, donde se sigue hablado un español antiguo.

La tercera generación
La tercera generación aparece en los años cuarenta, y sigue su curso hasta
los ochenta. Ésta trae consigo una serie de transformaciones sociales y
psicológicas. Desde el punto de vista social, se produjo una separación
tajante, o parcial, entre los mexicoamericanos en los Estados Unidos y los
mexicanos recién emigrados. Esto sucedió por varias razones. La primera
es que los inmigrantes mexicanos entraban de manera más lenta y con-
trolada, con el Programa Bracero y, posteriormente, por los controles que
aparecieron con la implementación de la campaña del Gobierno estado-
unidense llamada Operación Mojado; que deportó a más de un millón de
mexicanos en 1954. La segunda razón es que a los jóvenes mexicoamerica-
nos se les prohibía hablar español en las escuelas y, con el tiempo, fueron
perdiendo el dominio de su lengua materna.
Es en la tercera generación cuando surge el rótulo social e individual
de “ser mexicoamericano”. Al mismo tiempo, algunos grupos se identifi-
caron como “chicanos”, principalmente quienes fueron los protagonistas

65
Néstor Rodríguez

del movimiento conocido con ese nombre. Para muchos mexicoameri-


canos de la época, México era un país que no conocían y con el que no
tenían ningún contacto. Además, cuando algunos chicanos se referían
a la tierra de origen recurrían al mítico lugar llamado Aztlán que, según
narraciones nahuas, era el origen del pueblo mexicano. En todo caso, y
es importante subrayarlo, la tierra ancestral para los chicanos no era la
República Mexicana.

Cuarta generación
La cuarta generación aparece en los ochenta, y continúa hasta nuestros
días. En ella la subsociedad mexicoamericana deja de ser el grupo lati-
no dominante en los Estados Unidos. Con olas enormes de inmigración
provenientes de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe, los mexicoame-
ricanos se convirtieron en un grupo entre muchos de origen latino en los
Estados Unidos. En algunos casos, en las ciudades grandes de los Estados
Unidos la población de inmigrantes latinos está llegando a ser mayor que
la población propiamente mexicoamericana.
Este cambio está produciendo una transición en la identidad méxi-
coamericana, tanto en términos sociales como individuales. La construc-
ción identitaria méxicoamericana ya no es tan vigorosa como lo fue para la
tercera generación. Los mexicoamericanos de ahora, por ejemplo, tienen
diferentes posiciones respecto a los grandes flujos de migración de mexi-
canos y otros latinoamericanos.
Una postura, abierta o veladamente antiinmigrante, es oponerse a la
migración y apoyar medidas de control de la frontera y la repatriación
de los indocumentados. No es de extrañar que varios jefes y agentes de
la Patrulla Fronteriza sean mexicoamericanos. Una razón por la que se
convierten en agentes de migración es que en algunos condados pobres
en la frontera esta instancia constituye una fuente importante de empleo.
Algunos de esos condados han invertido en la construcción de centros de
detención de inmigrantes para crear empleos de guardias para trabaja-
dores que son principalmente mexicoamericanos.
Al lado de esta, convive otra postura proinmigración, también presente
en la comunidad mexicoamericana. Es una de lucha en defensa de los
inmigrantes latinos. Estos aliados de los inmigrantes participan de varias
maneras y a través de diversas instituciones y agencias de diferente na-
turaleza: hay centros comunitarios de asistencia legal, otros de carácter
religioso o de ayuda a grupos vulnerables y también centros académicos.

66
Los mexicoamericanos

Finalmente, hay entre los mexicoamericanos algunos que responden a


la migración de origen latinoamericano abandonando su identidad mexi-
coamericana e identificándose como “latinos”, una etiqueta panétnica que
les parece más apropiada y representativa de sus intereses.
Para entender más adecuadamente el desarrollo de los mexicoamerica-
nos es necesario comprender facetas esenciales de su cultura. En muchos
aspectos, la subcultura mexicoamericana es semejante a la cultura mexi-
cana, pero con ajustes debido al contexto social en que se desarrolla. Hay
costumbres mexicanas que los mexicoamericanos también practican y de-
fienden, como la celebración de las quinceañeras (el ritual de pasaje de niña
a señorita). Sin embargo, hay jovencitas mexicoamericanas que prefieren
celebrar sus dieciséis años con una fiesta del tipo sweet sixteen al estilo
norteamericano. La costumbre de tener padrinos de bautismo también se
practica y, al igual que en México, muchas veces los padrinos son los tíos.
La música mexicoamericana posee muchos rasgos comunes con la
norteña, pero no son idénticas. Sin embargo, muchos mexicoamericanos
prefieren música en inglés o música en español producida por grupos o
cantantes mexicoamericanos. Estos grupos musicales incluyen conjuntos
como Mazz y La mafia, o cantantes como Roberto Pulido, el Flaco Jiménez
y Rubén Naranjo. El caso de Selena es particularmente interesante y atípi-
co: una cantante célebre tanto en México como en el suroeste de Estados
Unidos, aunque en este país se le haya conocido como “Selina”.
La subcultura mexicoamericana también se caracteriza por la singula-
ridad de su lenguaje. No se es un mexicoamericano bilingüe por el simple
hecho de usar dos lenguajes, está también la integración y uso de am-
bos en un sistema cognitivo singular. Poder usar en una frase palabras
en inglés y español es un sistema de sintaxis integrado. No se trata sólo
de traducir palabras de una a otra lengua, sino de integrar la sintaxis del
inglés y el español en una sola oración. Por estas razones, lo que se le
llama “tex-mex” es muy diferente a lo que llamamos spanglish. El tex-mex
es una sintaxis integrada, mientras que el spanglish es una improvisación
en dos lenguas.

La experiencia de ser minoría


Por último, y no por ello menos importante, participar de la subcultura
mexicoamericana implica la conciencia de pertenecer a una minoría en
todos los aspectos. Ser miembro de una minoría es vivir al margen de una
sociedad. A la minoría no se le permite participar activamente, como lo

67
Néstor Rodríguez

hacen los miembros del grupo dominante. La minoría es excluida de las


instituciones y los centros del poder. Si acaso participan, su influencia no
es proporcional a la población que representan. La participación social de
la minoría es controlada por el sector dominante en muchas maneras.
Algunas de las desventajas que los mexicoamericanos han tenido que
enfrentar por ser una minoría en los Estados Unidos son:

Restricción cultural: en casi todos los casos, las escuelas públicas no per-
mitían que los niños mexicoamericanos hablaran español; y quienes lo ha-
cían eran castigados. Así, muchos niños desarrollaron la creencia de que
el español era una lengua hablada por quienes pertenecían a una cultura
inferior, lo cual creó, en consecuencia, un complejo de inferioridad.

Restricción política: en muchas comunidades rurales y urbanas, los mexi-


coamericanos no son todavía elegidos a puestos políticos importantes.
La ciudad de Corpus Christi, por ejemplo, nunca ha tenido un alcalde
mexicoamericano, aunque la mayoría de la población –más de 250 mil
residentes– lo es.

Restricción económica: por mucho tiempo los mexicoamericanos han sido


confinados a laborar en los trabajos menos calificados. Esto está cambian-
do, pero subsisten desigualdades de acceso a las oportunidades económi-
cas para esta población.

Restricción social: los mexicoamericanos tienen menos oportunidades de


participar en redes sociales con capital político; se les excluye de los gru-
pos sociales que tienen vínculos con los centros de poder e influencia.

La condición de minoría ha sido fuente de movimientos sociales entre los


mexicoamericanos. En la segunda y tercera generaciones los movimientos
eran encabezados por sindicatos, especialmente entre los trabajadores del
campo, lo que provocó luchas por derechos civiles y por lograr más repre-
sentación en el sector político, que incluía, desde luego, la participación
en las mesas directivas de los distritos escolares. También se produjo el
emblemático movimiento chicano, donde los mexicoamericanos lucharon
por construir una identidad basada en su propia herencia.
En los campos agrícolas hubo luchas sindicales desde las primeras
décadas del siglo XX, y en las décadas de los sesenta y setenta. El célebre

68
Los mexicoamericanos

César Chávez y sus compañeros mexicanos, como Antonio Orendain, re-


forzaron la lucha por construir un sindicato campesino con las simbólicas
banderas rojas de huelga.
En las cortes y en el Congreso de los Estados Unidos, abogados y or-
ganizaciones mexicoamericanas han luchado por sus derechos civiles: el
derecho de mandar a los niños mexicoamericanos a las mismas escuelas a
las que asisten los anglosajones, el derecho a una educación bilingüe y el
de buscar trabajo sin ser discriminado.
También hubo luchas y movimientos para lanzar y elegir candidatos
mexicoamericanos a puestos del Gobierno. Houston, una ciudad fundada
en 1836, tardó más de cien años en tener a su primer concejal mexicoame-
ricano, en 1976. El estado de Texas todavía no ha visto un gobernador
mexicoamericano, a pesar de que, a principios del siglo XXI, el grupo de-
mográficamente más importante es el de los latinos, entre los cuales la
mayoría es de origen mexicano.
La transición demográfica que hizo que los latinos se convirtieran en el
grupo más grande no se produjo sin competencia, a veces ha ido acompa-
ñada de conflictos. De hecho, los latinos son uno de los grupos, entre las
diversas minorías, que luchan por espacios en la sociedad. Así, por ejemplo,
los asiáticoamericanos son un grupo demográficamente más pequeño, pero
en algunos casos poseen más poder económico que los latinos.

Cambio social a fines del siglo XX:


¿quiénes seremos?

Las migraciones latinoamericanas masivas que iniciaron en los años ochen-


ta crearon las condiciones para un cambio social que está impactando la
identidad mexicoamericana en los Estados Unidos. Los mexicoamericanos
ya no son una minoría social y cultural. Ahora, debido a la migración, per-
tenecen a un segmento mayor de la sociedad –los latinos– que en ocasio-
nes es mayoría en condados, ciudades o estados. Por esta razón algunos
mexicoamericanos ahora se identifican como “latinos”, aunque otros están
abandonando su identidad étnica porque no aceptan ser confundidos con la
población latina inmigrante.
¿Cual será el porvenir de los mexicoamericanos? Dos tendencias mar-
can su desarrollo futuro. El comportamiento de los mexicoamericanos y
las actitudes que surgen de esta membresía están siendo influenciados por

69
Néstor Rodríguez

los cambios demográficos y por el aumento de la inmigración. A los hijos


de los inmigrantes les espera la asimilación, como siempre ha ocurrido en
el pasado. Sin embargo, los índices de fertilidad indican que las grandes
olas de migración de México a los Estados Unidos no podrán seguir repro-
duciéndose de manera tan voluminosas como lo hicieron hacia fines del
siglo XX. Mientras que en los años cincuenta una madre mexicana tenía un
promedio de siete hijos, ahora es de 2.2. Esto indica que en las próximas
décadas la población mexicana crecerá muy poco y posiblemente ya no
crecerá en el siglo XXII, lo cual impactará el desarrollo de la población
mexicoamericana (“latina”) en los Estados Unidos. Con la integración de
otros latinoamericanos en la población latina en los Estados Unidos, y
con el crecimiento de esta población, es probable que la identidad étnica
latina llegue a dominar la identidad de origen nacional –mexicano– entre
quienes ahora se sienten mexicoamericanos.

70
La central de autobuses de alicante
es el centro del mundo.
guerras en las fronteras y paz
en el mercado a lo largo de las rutas
norteafricanas hacia europa*

Michel Peraldi**

Fuera de la temporada turística, Alicante tiene el aspecto de un pequeño


y pacífico puerto que hoy en día es bastante próspero, tras varios años de
depresión en que los turistas preferían la Costa del Sol. Mientras sus veci-
nos andaluces miraban hacia Marruecos, Alicante fue desde hace mucho
tiempo identificado por sus vínculos con la Argelia francesa. Desde finales
del siglo XIX una buena cantidad de sus campesinos de tierra adentro par-
tieron a engrosar las filas de los migrantes franceses en la Argelia conquis-
tada. Durante la guerra de independencia de Argelia, la pequeña burguesía
de Alicante dio la bienvenida a algunos miembros de la Organización de la
Armada Secreta (OAS). Por lo tanto, era lógico que una cantidad importan-
te de pied noirs prefiriera establecerse en Alicante tras la independencia de
Argelia. Hoy día son más de 30 mil.1 En los años noventa, Europa cerró sus
fronteras, y Francia sus puertos a Argelia, que estaba por iniciar su segun-
da guerra, esta vez civil. Alicante, por el contrario, restableció una línea de
embarques con Orán, que había caído en desuso. Gradualmente, esta línea
se volvió importante. Para finales de los noventa, Alicante competía con
Marsella en el tráfico de pasajeros a Argelia.2 Inmediatamente tras abrir

* Aplico a esta ciudad española uno de esos comentarios de Dalí cuando llegó a la estación de
Perpiñán, palabras que hoy día se imprimen en tazas para café, camisetas y vistas de la ciudad
con el logo de Dalí. Los testigos dicen que, en un día particularmente caliente, el artista dijo en
dos frases separadas: “La estación de Perpiñán es el centro del mundo… para las moscas”. Esto
hace que uno trate de explorar la posibilidad de pensar efectivamente en el centro del mundo al
aplicarlo incluso a la estación más improbable. El título de este ensayo es también un tributo, no
a Dalí, que nada tiene que ver con este relato, sino a otro usuario de la estación de Perpiñán, que
se reconocerá a sí mismo.
** Antropólogo estudioso de las franjas y dinámicas trans-fronterizas en el mundo mediterráneo.
Desde 1997 es director de investigaciones del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique),
a partir de 2005, funge como director del Centro Jacques Berque para el Desarrollo de las Ciencias
Humanas y Sociales en Rabat, Marruecos.
1
J. Sempere Souvannavong, “Les pieds-noirs à Alicante”, en Revue européenne des migrations
internationales, vol. 17, núm. 3, 2001.
2
J. Sempere Souvannavong, “El tránsito de argelinos por el puerto de Alicante”, en Investigacio-

73
Michel P eraldi

esta línea de embarques, el centro de la ciudad recuperó su vitalidad gra-


cias al establecimiento de comerciantes franceses, argelinos, marroquíes
y, más recientemente, chinos. Vendían lo que antes compraban los argeli-
nos en Marsella. En consecuencia, Alicante se ha convertido en un enorme
bazar, y sus pobladores –así como su élite– parecen entusiasmados con
este cambio. Cuando hubo brotes de violencia xenofóbica en El Ejido,3 un
miembro de la élite local comentó: “No nos preocupa que vengan extran-
jeros a trabajar aquí, porque en Alicante no buscan quitarle los puestos a
los locales: en primer lugar, hay mucho espacio disponible y, en segundo,
su estancia es casi siempre pasajera. Se quedan aquí unos meses o un par
de años, luego se van a otro lado, pero antes de partir nos dan lo mejor de
sí mismos para demostrar que pueden desempeñar un papel útil”. A. Ta-
rrius, quien ha recopilado y publicado estos comentarios, hace la siguiente
observación: “Para los migrantes norteafricanos, la región de Alicante es
un cruce de caminos y una frontera a la vez, un antiguo enclave español
entre Madrid y el resto del Mediterráneo, donde tradicionalmente se daba
el trueque de hombres, bienes y culturas”.4
Un cruce de caminos y una ruta de migrantes: a unos cuantos pasos de
la zona turística de playas, en un sitio ordinario donde los comerciantes
chinos establecieron sus puestos, la central de autobuses de Alicante se
muestra como un edificio modesto, aunque limpio y equipado con baños.
Consiste apenas en un corredor con cuatro casetas de venta de boletos.
El edificio da hacia un estacionamiento, también de escala muy humana.
Nada, por lo tanto, que interrumpa la distribución del centro urbano. En un
día lluvioso de octubre dos autobuses arriban, dejan encendidos sus mo-
tores como a punto de partir. Tras los cristales empañados se pueden dis-
cernir altas siluetas: una imagen tan común en las carreteras europeas que
nadie soñaría con preguntar de dónde vienen o adónde van. Sin embargo,
los folletos que las jóvenes de las casetas de boletos amablemente nos die-
ron aclaran la escena: dos empresas, Linebus y Eurolines, dan servicio a la
central de Alicante y la conectan a diario con la creciente Unión Europea y

nes geográficas, núm. 24, 2000.


3
El 5 de febrero del 2000, en El Ejido, un pueblo campesino andaluz, un marroquí desquiciado
apuñaló a una joven en la calle. Tras este incidente, el pequeño pueblo experimentó tres días y
noches febriles durante los cuales multitudes armadas saquearon las tiendas de los marroquíes,
quemaron sus casas y acosaron a todos los que sospechaban que eran “árabes”. Durante este pe-
riodo, decenas de miles de trabajadores, sobre todo marroquíes, vivían en condiciones precarias
en esta región andaluza donde estaban contratados como agricultores.
4
A. Tarrius, Les fourmis d’Europe, L’Harmattan, París, 1992; Réseaux et sociétés de migrants en
Méditerranée occidentale, Informe de investigación, Comisión Europea, 2002.

74
La central de autobuses de Alicante

el Magreb. Por ejemplo, los autobuses de Eurolines tienen cuatro corridas


semanales entre Barcelona y Fez, Barcelona-Marrakech, Barcelona-Beni
Mellal, y Gerona-Oujda, con extensas paradas en Alicante, donde los via-
jeros acumulan mercancía antes de cruzar hacia el norte de África. Cada
viernes un autobús sale de Málaga para arribar a Praga. Otros parten de
Andalucía a Polonia y Rumania, donde los grandes terratenientes del sur
de España contratan más jornaleros de los que necesitan. Estas mismas
empresas de autobuses también dan servicio a otras grandes ciudades eu-
ropeas como Milán, Roma y Nápoles. Dos veces por semana un vehículo
de Eurolines sale de Alicante a Londres vía Dover. Una plétora de líneas
se cruza en Alicante, que así constituye uno de los centros nerviosos que
enlazan Europa y Magreb mediante una densa red de rutas de autobús.
Antes de pasar a la descripción de estas conexiones, es útil aclarar
por qué son dignas de interés, y para eso comentaré los tipos de trueque
y flujos entre las costas norte y sur del Mediterráneo. La respuesta yace
en la propia pregunta: Alicante es un lugar común –salvo que es excep-
cional por el despliegue de rutas, estaciones de autobuses, mercados y
puntos de tránsito, a través del cual todo simplemente “va de un lado a
otro” de manera ordenada, continua y regular, con sólo unos pequeños
problemas técnicos en los traslados del avión o del barco al autobús, ra-
cionalizando los transbordos de carga. Es un “sistema circulatorio”,5 y uno
ambulatorio, ya que es regular, y mediante él se mueven cientos de miles
de pasajeros: comerciantes, detallistas, aventureros, hombres de negocios
y “hormigas”. Pero también lo frecuentan los chibani6 que van a Francia
para recibir sus pensiones de retiro, así como campesinos bien provistos
con contratos de trabajo, genuinos o falsos, trabajadores temporales en
servicios hoteleros y de alimentos, peregrinos, estudiantes, fugitivos y pa-
rejas de novios comprometidos (o a punto de comprometerse). En su gran
mayoría, estos viajeros cuentan con visas porque los países europeos en
su totalidad expiden varios cientos de miles de éstas, pese a las restriccio-
nes y al uso populista del temor malthusiano.7 Además, algunos de ellos
no requieren visa, ya que inmigraron hace muchos años, obtuvieron la
nacionalidad europea en alguno de los países donde pasaron parte de su

5
A. Tarrius, Les fourmis..., op. cit.
6
En el árabe de Argelia éste es un término común para designar a los “viejos” pensionados que
han vivido parte de sus vidas profesionales en Francia.
7
En 1987 Francia había distribuido alrededor de seis millones de visas de todo tipo, dos millo-
nes en el año 2000. La cifra permaneció estable tras ese año. España e Italia tienen políticas más
variables, la cantidad de visas distribuidas cada año van de 500 mil a un millón.

75
Michel P eraldi

vida. Con base en su “país de recepción”, a veces regresando de su país de


origen sin perder el privilegio de su nacionalidad adquirida, viajan regular-
mente entre las dos costas de sus vidas. En resumen, una gran mayoría de
los que viajeros circulan. No lo hacen tras establecer una improbable fecha
de regreso, ni huyen de una vida difícil, sino que buscan mejorarla en sus
puestos comerciales, se establecen por breves periodos, regresan, vuelven
a marcharse o deambular de un lugar a otro.
Por supuesto, todo esto debe describirse, discutirse y apoyarse con da-
tos. Por el momento mencionemos el contraste entre nuestro ejemplo y el
imaginario popular de la dinámica de dislocación y circulación, imágenes
que se evocan cuando muchos piensan en la “migración”, las presiones
migratorias y el movimiento de la mano de obra. El sistema del que forma
parte Alicante contrasta dramáticamente con lo que los europeos opinan
sobre el movimiento entre las costas del norte y del sur en el Mediterráneo.
La pacífica Alicante es la antítesis exacta –y tal vez incluso un antídoto a
esa opinión– de Lampedusa y Gibraltar, que la prensa europea considera
ubicaciones clave de un drama de confrontación. La exhibición que hacen
los medios de cadáveres arrojados por el mar en las playas europeas fabu-
la una imaginación de viajeros que son víctimas expiatorias de su propia
“obsesión europea”, manipulada por mafias sin escrúpulos de trafican-
tes y reprimida sin piedad por la “fortaleza” Estado-nación de Europa en
una resistencia contra las invasiones de migrantes. Parece que Europa se
construye su propia imagen contra los pobres del mundo quienes, como
los bárbaros a las puertas del Imperio Romano, no parecen tener otra in-
tención que robar sus riquezas. Al mismo tiempo, hay escaso control sobre
millones de viajeros que cruzan sus fronteras, más o menos cómodamente
transportados por las empresas europeas de autobuses,8 invalidando las
ficciones imperiales con la familiaridad de los lugares por los que pasan
una y otra vez en la rutina de sus actividades económicas. Éste es el ar-
gumento que deseo desarrollar para presentar algunas hipótesis sobre la
construcción de los mundos euromediterráneos.
No se trata de negar la realidad de la inmigración ilegal, ni siquiera
de reducir la importancia de las tragedias humanas que generan dichos
movimientos. Sólo quiero distanciarme de dicha mitología, por sí misma
un espectáculo instructivo sobre el que se construye la opinión pública

8
Por ejemplo, Eurolines es una empresa con capital español, registrada en Bruselas. Linebus
tiene capital portugués.

76
La central de autobuses de Alicante

europea, y disputar el exagerado papel que algunos –investigadores in-


cluidos– le atribuyen a la inmigración ilegal como la principal forma de
movilidad social entre las dos costas. En línea con mi trabajo anterior,9
y en contraste con la imagen del migrante ilegal, por romántica que sea,
prefiero evocar la imagen del comerciante de maleta en mano que va ron-
cando en el autobús.10
Alicante me interesa porque es la antítesis de Gibraltar, tal como Nápo-
les es la antítesis de Lampedusa. Nápoles y sus mercantote,11 que reciben
con los brazos abiertos a los comerciantes libios y tunecinos; Nápoles y sus
femenielle12 de Argelia; Nápoles y su mercado ucraniano en el puerto, sus
chinos en la plaza Garibaldi. También recibe tres autobuses de Marsella. En
estos vehículos se montan pasajeros argelinos, casi en cuanto desembarcan,
y son transportados a Nápoles en una noche. Aquí los autobuses los esperan
a que obtengan frenéticamente algunos cientos de kilos de compras, y los
regresan a Marsella justo a tiempo para tomar el barco que regresa a Argel.
Como no hay ninguna ruta aérea directa entre Nápoles y cualquier ciudad
argelina, éste es el medio más rápido y económico para llegar a la ciudad.13
Estos numerosos cruces de caminos conectan las costas norte y sur del
Mediterráneo. A lo largo de los centros comerciales del arco euromedite-
rráneo yace el continente europeo, extendiéndose hacia el oriente, rumbo
a las oscuras repúblicas que surgen de la desintegración del imperio sovié-
tico, y hacia el sur, al África francófona y musulmana. Este arco de ciuda-
des comerciales que incluye Estambul, Dubai y Nápoles, pero también Am-
beres, Hamburgo, Marsella y Alicante, forma una imbricación de espacio y
tiempo que contrasta con la geografía política de los nuevos centros de po-
der. Pero todo a su debido tiempo. Primero, Lampedusa. Porque si Europa

9
M. Peraldi (ed.), Cabas et containers. Activités marchandes informelles et réseaux migrants
transfrontaliers, Maisonneuve et Larose, París, 2001.
10
Al responder a quienes le reprocharon que no diera a sus obras una clara perspectiva política,
E. Goffman dijo que “quien quiera luchar contra la alienación y despertar a la gente hacia sus
verdaderos intereses la pasaría mal debido al sueño profundo. Mi intención no es cantarles una
canción de cuna, sino sólo entrar de puntitas y ver cómo roncan”, en Les Cadres de l’Experience,
Minuit, París, 1974. Digamos entonces en el mismo tenor que puede ser más útil, incluso desde
una perspectiva política, describir qué es lo que ocurre, circula y se realiza en la circulación.
11
Mercantone, lit. “mercadote”, en Nápoles son las zonas comerciales que se han abierto en las
afueras de la ciudad, reagrupando mayoristas, sobre todo del vestido y el calzado.
12
El término puede traducirse en general como “travestis”, ya que se refiere a hombres-mujeres
que se ganan la vida mediante la prostitución. Este tipo de prostitución es una antigua institución
en Nápoles, ya que los travestis se hallaban bien integrados en la sociedad napolitana, figurando
en el teatro popular, en la música y la literatura. La tradición dice que los femenielle son los
“descendientes” de los castrati, que cantaban en la ópera cuando a las mujeres se les tenía pro-
hibido.
13
C. Schmoll: “Une place marchande cosmopolite. Dynamiques migratoires et circulations com-
merciales à Naples”, tesis doctoral, Université París X, Nanterre, diciembre del 2004.

77
Michel P eraldi

apoya la construcción de su soberanía en la persecución de inmigrantes


ilegales en sus fronteras, al mismo tiempo permite el surgimiento de una
abundancia de micromercados cuya rentabilidad sostiene –y es sostenida
por– el flujo humano que las políticas de soberanía europea intentan su-
primir. Además, de un extremo al otro, este flujo de humanos hace que se
dé el mercado mediante la compra de visas en los consulados14 cuando se
organiza la logística del transporte, luego los productos y las mercancías
que estos viajeros vienen a comprar. ¿Entonces, qué pasa con el choque
de las culturas y la paz del mercado? El fenómeno es incluso más complejo
de lo que uno se imagina precisamente porque ya no puede definirse con
metáforas espaciales. La guerra y la paz se definen y expresan de manera
territorial. Presuponen el encapsulamiento de la identidad en el orden po-
lítico y cultural del espacio. Pero aquí estamos atestiguando movimientos
que tienen sus propios patrones de consistencia, que rompen con el orden
territorial de las culturas en términos políticos, sin sustituirlas con otra
cosa, salvo una clasificación lógica. Abd Kareem al-Juwaiti15 escribe que en
Fqih Ben Saleh “el nivel social no se calcula según la tierra que se posee, ni
según los contactos con el Gobierno o la posición en las genealogías, sino
de acuerdo con la cantidad de miembros de la familia que se han estable-
cido en Italia y la cantidad de autos que se posean”. Nuestra imaginación
sociológica “normal” –o sea, con bases políticas o culturales– es retada
cuando las sociedades locales desechan los órdenes basados en la políti-
ca, la edad o el linaje. Esto se debe a que dependen del acceso al mercado,
que hoy se determina sólo con la capacidad de trasladarse e insertarse en
sociedades efímeras y desterritorializadas. Los contactos comerciales de
los que hablamos ya no territorializan, sino que crean una cultura hasta el
punto de que imparten algo de una conciencia compartida de pertenecer
al mismo espacio-tiempo. Este compartir no es sino la simultaneidad de
la concupiscencia, el cuidado de sí mismo que –avanzando a través de la
erotización de los mismos objetos mediante la gramática minimalista de
Mercedes, Lacoste y Ray Ban– no es sino una obsesión del yo exclusiva-
mente diferenciado y solitario, desligado de las continuidades culturales

14
Aunque nunca se verificó por completo, los decires y las investigaciones en el Magreb sostie-
nen la sospecha de que existe un mercado de visas europeas. Éstas se venden por entre mil y mil
quinientos euros, dependiendo del país. Según el reportaje de un periodista que intentó hacer el
recorrido (Courrier International, núm. 522, noviembre del 2000), en ese año costaba alrededor de
cuatro mil euros una visa española en Tánger. El transporte en patera costaba entre mil 500 y dos
mil euros.
15
Tomado de la narración de Abdel-majid Arrif, Les Ronces: A Moroccan Voyage in the Boats of
Death [Un viaje marroquí en los barcos de la muerte], publicado en Marruecos.

78
La central de autobuses de Alicante

locales, y sólo dependiente de las estimaciones evanescentes de las plazas


comerciales y las sociedades de diáspora en movimiento.

Del bazar a los mercados

Al seguir las rutas de lo que adecuadamente pudiera llamarse “comercio


de maleta”, podemos actualizar y mostrar esta capa de espacio-tiempo
organizada a través de traslados transfronterizos entre el Magreb y Eu-
ropa: un entramado de rutas que unen los grandes centros comerciales
europeos con los micromercados del norte de África. Para reconocer su
enraizamiento cultural, y de acuerdo con Geertz,16 yo había empleado el
término “economía de bazar” con el fin de subrayar la primacía de las
relaciones sociales en las rutinas institucionales que regulan los actos y
movimientos del trueque. De un extremo a otro, desde su conexión con
las regiones productoras hasta la secuencia final, cuando el último parti-
cipante dispone de su mercancía, este comercio de maleta se lleva a cabo
mediante enlaces cara a cara, información de boca en boca y acuerdos ver-
bales. Son representaciones que emplean una economía verbal, relaciones
corporales y microtácticas. Mecanismos tan etéreos como las redes más
modernas de la economía mundial. Pero esta economía es organizada y
sus mecanismos se tejen territorialmente.
Hacia el norte hay mercados de autos usados. Cada gran metrópolis en
Alemania tiene al menos uno. Mercados abiertos, de apariencia provincia-
na, si no fuese por la discreta presencia de pequeñas oficinas que venden
seguros internacionales de corta duración para automóviles, que permiten
al comprador salir legalmente del país. En Alemania los vendedores son tur-
cos, libaneses y sirios; en Bélgica y Holanda son marroquíes. Los rusos van
a Holanda para comprar y cargar de siete a nueve vehículos en sus góndolas
y llevárselos a Polonia, Ucrania y Rusia. De ahí en adelante son clientes
regulares los marroquíes de Marruecos, Francia o Bélgica, los argelinos de
Francia y Argelia, así como los tunecinos. Organizan convoyes que, a través
de Francia y España, donde los autos se atiborran de mercancía, mantienen
los mercados de autos usados del Magreb: el de Beni Mellal tiene fama por
sus autos alemanes, tal como el de Mouncef Bay en la ciudad de Túnez. Los

16
C. Geertz: “Suq: the Bazaar Economy in Sefrou”, en C. Geertz, H. Geertz y L. Rosen, Meaning
and Order in Moroccan Society, Cambridge University Press, Cambridge, 1978.

79
Michel P eraldi

africanos también ocupan una posición estratégica en los mercados ale-


manes. Toda África central es provista diariamente con barcos cargados de
mercancía. C., un nigeriano en Marsella que me permitió seguirlo en uno
de sus viajes hacia los mercados de Düsseldorf,17 administra un negocio
más modesto: uno o dos vehículos por mes que compra en Düsseldorf o
Friburgo, y que vende a través de su red de amistades, mediante sus socios
argelinos –su esposa es argelina–, o en el mercado de pulgas de Marsella.
A través de Grimaldi, la muy respetable empresa de embarques, Amberes
exporta más de trescientos vehículos usados a Cotonou, un puerto genuina-
mente libre que provee a su inmenso y rico vecino, Nigeria, así como al resto
del África francófona. Hoy Contonou es un inmenso taller al aire libre donde
intermediarios, mecánicos y minoristas hacen negocios.
Muchos investigadores han demostrado este gigantesco “movimiento
coreográfico” que se origina en las fronteras europeas: desde el este, en
sociedades que emergen tras el colapso del imperio soviético,18 en el Ma-
greb y más al sur, en el África subsahariana. Pero estrictamente hablando,
este movimiento coreográfico no es migración.19 Las razones detrás de
este ir y venir sólo pueden comprenderse cuando se pone el mapa de las
rutas migratorias sobre el del flujo de mercancías. Sin embargo, sería re-
duccionista sugerir que sólo los motivos mercantiles guían el movimiento
entre las dos costas. También circulan peregrinos, estudiantes, trabaja-
dores temporales, así como quienes quedan a la deriva, aquellas masas
a merced de los mercados de temporada.20 De modo que otras razones,
además del comercio, influyen a la movilidad y al movimiento, pero sólo el
comercio y la necesidad de anclarlo en los flujos globalizantes determina
la forma espacial de éstos: un escenario de rutas terrestres, marítimas y
aéreas que conectan constelaciones de centros comerciales. Hemos ilus-
trado esta referencia con autos usados, pero las rutas más complejas las
forman los movimientos de productos de la industria del vestido.
Hoy en día estamos profundamente inmersos en un mar de ropa, de
modo tan trivial que ni siquiera notamos su exceso. En todas partes y en
todo lugar, desde los sitios más ignotos hasta los más conocidos, se vende
ropa. Lo que nos interesa no son las razones de este exceso, la orgía de ropa

17
M. Peraldi, La fin des norias?, Maisonneuve et Larose, París, 2002.
18
M. Morokvasic-Müller y R. Hednig (eds.), Les nouvelles mobilités en Europe, L’Harmattan, Pa-
rís, 1996.
19
M. Morokvasic: “Migrations en Europe: l’impact de l’élargissement a l’est de l’Union”, en La
revue internationale et stratégique, núm. 50, verano del 2003.
20
E. Bribosia y A. Rea, Les nouvelles migrations. Un enjeu européen, Complexe, Bruselas, 2002.

80
La central de autobuses de Alicante

y los deseos que conducen a ella,21 sino el febril movimiento de bienes. La


orgía de ropa es la consecuencia de un sistema productivo cuya rentabilidad
se debe tanto a su capacidad de producir como a la incesante reposición de
la mercancía que pone en circulación. Tras la continua exhibición de bienes
lujosos y frívolos en los mostradores, se halla un desplazamiento continuo
de contenedores, barcos y bolsas de compra. Más allá de los rigurosos flu-
jos y breves ciclos que hoy gobiernan la producción textil –que implican un
movimiento continuo hacia el mercado de la moda–, ningún vendedor de
ropa o calzado acepta inventarios superiores a un mes, incluso a quince
días. Las tendencias de la moda, el “reinventario”, se modifican cada mes,
incluso cada semana. Los tenderos regresan mercancía a los productores
con enorme frecuencia; los mayoristas, entonces, pasan la mercancía a nue-
vos mercados en una cascada descendente: un descuento tras otro, hasta
que se llega a la ropa de segunda mano. Este proceso es transnacional. Ka-
mel, del mercado de la pulga de Marsella, va cada mes a Nápoles, donde
los fabricantes napolitanos le dan a precios bajos cargas de zapatos que
no se vendieron.22 Estos zapatos a veces se han exhibido en Nueva York,
Londres, París, Sidney. Braudel lo ha llamado acertadamente “canalización
y relanzamiento de mercancía”, aunque tal vez nunca imaginó que pudiese
llegar a tal escala o ritmo. Hay transportistas informales que trasladan los
zapatos que Kamel solicita a sus proveedores. La economía relacional del
bazar, con una confianza que se gana diariamente a través de facturas pa-
gadas clavadas en un pizarrón y un conjunto de acuerdos que se respetan
con rigor, augura que en fecha futura no será necesario que Kamel viaje
a Nápoles. Estos transportistas marroquíes, con sus pequeños camiones y
camionetas, constituyen otro medio para cruzar los puentes invisibles entre
las costas mieterranes.23 Operando a lo largo del arco Italia-Marruecos, y
más precisamente de Nápoles a Marrakech, proveen a los mercaderes espar-
cidos por todo su eje hasta Perpiñán. También llevan pasajeros, dándoles la
posibilidad de desviarse de las rutas establecidas por las grandes empresas
de autobuses. Pero, hay que aclararlo, constituyen sólo una mínima parte
de la circulación de la ropa. Cada semana los comerciantes de Moncef Bey

21
J. F. Bayart, Le Gouvernement du monde. Une critique politique de la globalisation, Fayard,
París, 2004.
22
V. Manry y M. Peraldi: “Le lien et le gain. Le marché aux puces de Marseille: une aberration
économique?”, en N. Barbe y S. Latouche (dirs.), Economies choisies? Echanges, circulations et
débrouille, MSH, París, 2004.
23
La palabra mieterranes está hecha de dos palabras: mie, la parte interna de una barra de pan
y terranes que significa tierra. Por lo tanto, en este texto se usa para significar “el interior de un
trozo de tierra” o “tierra adentro”.

81
Michel P eraldi

organizan convoyes de “hormigas” hacia Estambul. Por una comisión sobre


las ventas, y la posibilidad de traer para sí mismos mercancía qué vender en
las redes de sus barrios, estas “hormigas” aceptan los riesgos del pasaje y
las incomodidades del viaje. En una economía periférica, el robo, los asaltos
y la piratería son parte intrínseca del movimiento de bienes, pues el sistema
tiene fugas en sus puntos más débiles: los aduanales, a quienes se debe so-
bornar, ya que ellos no organizan –como es el caso en Argelia– sus propios
convoyes de “hormigas”, intermediarios, cambistas de moneda, transborda-
dores, almacenistas y encargados de cafeterías que a su vez se benefician de
los viajeros. Flujos mínimos, por supuesto, si se comparan con las rutinas
anónimas que gobiernan el movimiento de productos de los talleres hacia
las tiendas.
Dentro de este movimiento continuo, dos enormes mercados del este
tienen un papel estratégico en el tejido transnacional euromediterráneo:
Estambul se compone de incontables tiendas y albergues, edificios comer-
ciales que ocupan gran parte de su centro histórico: Lalelli, Beyazit, Aksa-
ray, Taksim; y Dubai, vestida como un inmenso hipermercado entre zonas
aeroportuarias.24 Son los centros de rotación, los puntos donde se detiene
y revive una parte significativa del inmenso volumen de ropa que sale de
los talleres turcos, tunecinos, marroquíes, italianos y, sobre todo, chinos.
Centros comerciales que concentran y después impulsan el flujo de bienes
hacia los mercados de Nápoles, Marsella, Alicante, Oujda, Túnez, Orán y
Magnia, entre otras de las vibrantes y caóticas mecas de la canalización
periférica del flujo de mercancías. No es una exageración decir que cada
micromercado de los pueblos promedio magrebíes hoy forma parte de este
sistema por el cual se orienta y deriva el mercadeo de bienes. Y estas co-
nexiones sólo son posibles por virtud de una masa humana que viaja sin
fin por las rutas, informándose sobre cosas, cargando maletas, ordenando
la consignación de contenedores, discutiendo, intercambiando, pagando
en efectivo y prometiendo.

Cabotaje

Todos los grandes bazares que se han esparcido en los mercados internos
y externos de Europa, sobre todo para sus vecinos pobres, no existirían

24
R. Marchal, Dubaï. Cité globale, CNRS, París, 2001.

82
La central de autobuses de Alicante

sin las rutas que permiten cierto tipo de cabotaje que une los carriles ma-
rítimos y terrestres: el barco con el autobús, incluso más que el tren y el
avión. Interminables circuitos unen Estambul con casi todos los estados
originalmente del viejo bloque socialista, hasta los distantes Turkmenistán
y Tayikistán. Cuando conduje mi investigación en Estambul,25 se podía ver
a lo largo de Ordu Cadesi, una amplia arteria que alimenta los distintos
mercados de Estambul, docenas de autobuses estacionados, todos con
letreros de destinos hacia el Oriente; el chofer dormía en su asiento tras
el que se hallaba pintada una AK-47 como para disuadir un intento de se-
cuestro, que son numerosos en los caminos al Oriente.
En uno de los bares en el mercado de autos usados de Essen, Ale-
mania, pude conversar largamente con un conductor de autobús retirado
que había llegado a comprar su siguiente auto. Belga de origen albano,
musulmán, había conducido durante quince años a lo largo de la ruta de
peregrinación para una empresa de autobuses belga: Bruselas-Meca y de
regreso. El uso del autobús, más que de aviones, resulta evidente por el
precio. Un boleto de regreso Marsella-Nápoles cuesta por debajo de los
cuarenta euros, diez veces menos que el mismo viaje por avión. Además,
muchos comerciantes de maleta prefieren cruzar las fronteras terrestres
y no someterse a las inspecciones y escrutinio de los aeropuertos. Dicen
que los aduanales de las fronteras terrestres están mejor dispuestos a ne-
gociar, y el manejo de la carga es más conveniente. Muchos viajeros de
Estambul a Argelia, particularmente de Constantina, toman el camino a la
ciudad de Túnez, desde donde toman un avión. De este modo, incluso si es
inevitable utilizar el avión, algo del viaje se hace por carretera.
Hay, por lo tanto, de país en país, cientos de empresas que arriendan
autobuses para dar servicio a las ciudades y comercios de Europa y ase-
gurar un constante flujo de navegación costera de un litoral a otro. Es
cabotaje, pues se trata de enlazar cruces tácticos entre las grandes líneas
aéreas y marítimas, ya sea recorriendo estas mismas rutas para aquéllos
que rechazan el avión, o uniendo los puntos muertos del mapa de ru-
tas aéreas. Esta interminable sucesión de autobuses constituye de algún
modo una primera red circulatoria que une la costa sur con la norte. Se
ve duplicada por otra red, también terrestre, que forman los servicios de
camioncini, principalmente marroquíes, con alcances cortos o largos, que
viajan a lo largo de Europa llevando indiscriminadamente pasajeros y mer-

25
M. Peraldi (ed.), Cabas et containers..., op. cit.

83
Michel P eraldi

cancía. Mediante las historias de los comerciantes, un viaje típico se pue-


de armar de la siguiente manera: un minibús sale de Nápoles tras cargar
–entre otras cosas– zapatos para los comerciantes de Marsella. También
carga algunos pasajeros: campesinos que terminaron su trabajo temporal
en la cosecha del sur de Italia y que se unen a los inmigrantes ilegales en
busca de trabajo en las industrias del norte. Estos viajeros serán desem-
barcados en la terminal de Milán. Ahí el minibús carga otra mercancía.
Destino: Marsella, Marruecos u otro punto en la parte francesa del viaje. Si
queda espacio, algunos pasajeros serán embarcados, a pesar de que saben
que algunos autobuses de empresas establecidas garantizan un servicio de
Milán a Beni Mellal dos veces por semana.
Algunos pasajeros cuya situación irregular puede poner en riesgo al
“grupo”, serán descargados en la terminal de carga de Ventimiglia. Ahí
se tiene la oportunidad de obtener visas de tránsito, al reunirse con in-
dividuos en su vehículo, o mediante la amabilidad de un conductor de
tráiler, y se reúnen con el minibús en un área de estacionamiento de la
carretera. En Marsella el minibús se carga con “especialidades” marselle-
sas de los mayoristas locales: tapetes, refacciones mecánicas y productos
de la industria del vestido. Éstas se van entregando a lo largo del camino,
en Montpellier, Beziers, luego Perpiñán, donde el minibús recoge a otros
viajeros transferidos de Bélgica. Luego parte rumbo a España y Marruecos,
con una parada en Alicante, donde abordarán nueva mercancía y nuevos
pasajeros… En contraste con el seguro y certero espacio-tiempo de la
transportación aérea,26 el transporte colectivo por carretera sustituye un
espacio-tiempo casi completamente controlable en secuencias relaciona-
les, incluyendo las autoridades. La ventaja del autobús sobre el avión se
debe en parte a su humanidad. Siempre es capaz de darle sitio al “capital
social” que transportan los viajeros, y no requiere mucha mediación insti-
tucional. Luego se mezcla en la masa del tráfico volviéndose invisible para
las mismas masas.

Espacio entramado

Hemos intentado mostrar en un mapa la manera en que se extiende este


espacio con el mero ingreso de las rutas norteafricanas.

26
J. F. Bayart, op. cit.

84
La central de autobuses de Alicante

De acuerdo con los norteafricanos y argelinos repatriados que conti-


nuaron pensando en dichos términos, antes de Schengen las rutas argelinas
eran sólo una gruesa y única línea recta que conducía irrevocablemente a
Francia, la metrópolis. Sin excluir la ruta, a veces sinuosa, que llevaba a los
peregrinos a La Meca. Las rutas marroquíes se extendían un poco más lejos,
hacia Bélgica y sus minas, donde los marroquíes entierran sus vidas. Los
tunecinos también partían a París, a las fábricas de Peugeot al este del país
o a Marsella. A. Sayad27 los llama “norias”, pues hacen girar los “molinos de
agua” de esas empresas que poseen derechos sobre el canal metropolitano
al que llegan los ríos de mano de obra regulada por los tratados entre los
países.
El espacio que hoy trazan las rutas argelinas, marroquíes y tunecinas
es un espacio entramado: rutas a veces marcadas por enlaces totalmente
etéreos, como los aéreos que unen nodos. Es un espacio nómada, muy
diferente de la representación de espacios ocupados, cuadriculados con
establecimientos sedentarios. Espacios experimentados, en vez de apro-
piados o simbólicamente marcados. Hacia el norte, un poco de manera ar-
bitraria, hemos detenido estas rutas en las zonas de densidad urbana don-
de los magrebíes van frecuentemente a comprar sus autos usados. Pero
este corte es arbitrario, porque es necesario materializar otros puntos de
este espacio entramado, las universidades canadienses y norteamericanas,
donde una cantidad de argelinos y, sobre todo, marroquíes hacen los estu-
dios que sus antepasados hicieron antes en Francia, sin que entonces pu-
diesen imaginar alternativas. Hacia el oriente, este espacio se halla limita-
do por Dubai y los Emiratos. Ésta, de nuevo, es una frontera arbitraria, ya
que las rutas se extienden de Dubai a Hong Kong, China y Singapur, donde
agentes comerciales argelinos se han establecido recientemente cerca de
los mayoristas chinos. Lo mismo sucede en Estambul, donde comercian
los argelinos y tunecinos, discretamente mezclados con las multitudes ru-
sas, rumanas, tayikas y chechenias que han convertido esta ciudad en un
bazar global. Finalmente, hacia el sur, las rutas parecen desaparecer en el
desierto, en Tamanrasset y Djanet. Pero incluso aquí se abre el espacio, el
tejido se extiende, cruzando las rutas africanas que para algunos terminan
y para otros comienzan en Mauritania y el Níger.28

27
A. Sayad, La double absence, Le Seuil, París, 1999.
28
A. Bensaad: “Echanges et flux migratoires transsahariens: Agadez, place marchande et carre-
four migratoire”, en M. Peraldi, La fin... op. cit. E. Grégoire: “Sahara nigérien: terre d’échanges”
en Autrepart, núm. 6.

85
Michel P eraldi

¿Existe entonces un espacio euromediterráneo? Sin duda, si se conside-


ra que las rutas trazan globalmente un arco territorial de Agadir a Nápoles,
como una ola extendida que se alarga desde su cresta hacia Ámsterdam y se
abre hacia Dubai y Estambul. Aquí, por lo tanto, representada, trazada, po-
dría llamarse: “mediterránea, una red de actividades y viajes que le dan for-
ma a estos trueques, porosidades, contactos, fricciones y, particularmente
–porque estamos hablando de comercio y relaciones mercantiles– la circu-
lación de bienes, montones de notas de crédito que circulan exclusivamente
de mano en mano. Y, por lo tanto, porque esto requiere una interacción cara
a cara y relaciones personales, conversación y convivenza”.29
Agreguemos que este entramado magrebí que hemos bosquejado y
trazado, y que se coloca encima de la histérica Europa de Schengen, se en-
laza con otras redes que no representamos aquí: rusos en los mercados de
Estambul, Bruselas o Düsseldorf; y africanos en los mercados de Amberes,
pero también en las arenas de Tamanrasset y las dunas de Djanet, en los
mercados de Marsella, Nápoles y Milán.30
Quiero insistir: este marco territorial muestra puntos de una conste-
lación, no organiza un territorio consistente y articulado. Es el trazo de
un contorno de rutas nómadas articuladas en una secuencia doble y una
geografía irregular de diásporas migrantes, por un lado, y de sitios comer-
ciales, por el otro. Esta característica indica que es la armadura cultural y
social de estos mundos: una, la de los lazos étnicos, y la otra, la del prag-
matismo comercial, donde nada, sin duda, excepto una visión romántica
de lo étnico, establecería que son contradictorios. Es, por lo tanto, un es-
pacio sin Estado, libre de todo intermediario político: tanto arreglos entre
primos como compromisos de palabra y buenas amistades.
Vamos a agregar un punto cuya importancia no percibí anteriormente.
La red de nomadismo comercial magrebí ingresa en otro mapa: el de “dis-
tritos productivos” –para citar un término que tuvo su momento de gloria
en la economía– que se adaptan muy bien a los mercados que frecuentan
las “hormigas” y sus compañeros de viaje. Algunos de los bienes que circu-
lan en la sucesión de autobuses o camioncini hoy se fabrican en Turquía,
Italia, Bélgica y también el mismo Magreb. En Túnez y en Marruecos, a
tiro de piedra de los mercados, se han desarrollado zonas de maquilado-
ras para empresas europeas y norteamericanas. Desde hace unos veinte

29
C. Bromberger: “Le pont, le mur, le miroir : coexistences et affrontements dans le monde médite-
rranéen”, en T. Fabre y E. La Parra (eds.), Paix et guerres entre les cultures, Actes Sud, Arles, 2005.
30
S. Palidda (ed.), Socialita e inserimento degli immigrati a Milano, Franco Angeli, Milán, 2000.

86
La central de autobuses de Alicante

años, Francia, Italia, Alemania, y posteriormente España, han reubicado


sus fábricas, en particular las de textiles, hacia estos dos países magrebíes
que han creado zonas seguras y desreguladas para la maquila. Lo mismo
se aplica para Rumania y Hungría, que dan mano de obra a la industria
alemana e italiana.31 Igualmente se puede poner sobre esto el mapa de
los sitios clave, momentos y ubicaciones estratégicas de economías crimi-
nales que –desde la cannabis marroquí hasta la cocaína colombiana, así
como cigarrillos de contrabando– también transitan entre el norte europeo
(Ámsterdam y Amberes) así como en el Magreb, vía las costas hospitala-
rias del África francófona. Aquí se puede observar de abajo hacia arriba el
proceso capilar de un capitalismo emergente. Un capitalismo sin Estado,
gobernado en exclusiva por la racionalidad de oportunidades y conexiones
que volverían complicado o ficticio cualquier intento de generalización.
Pero también es un capitalismo emergente en el que participan los Estados
al transformarse a sí mismos en Estados ladrones y depredadores,32 un ca-
pitalismo de grandes empresas al punto que se han liberado de los “acuer-
dos salariales” del espacio-tiempo nacional y, finalmente y por sobre todo,
una enorme clase media a lo largo de ambas costas, que constituyen la
mayoría de los soldados de infantería abandonados en el camino de la
historia por la desintegración conjunta de los Estados renteros y el fordis-
mo. Estos ejércitos de mano de obra son, de hecho, las clases medias, los
empleados, estudiantes y funcionarios estatales a quienes los países en
crisis, o que sufren una “racionalización económica”, no pueden siquiera
garantizar los medios de avance social.
La historia económica nos enseña que el relanzamiento de los ciclos
del capitalismo rara vez comienza en el centro de los imperios, tal vez

31
De 752 maquiladoras europeas de la industria del vestido ubicadas en Túnez, 47 por ciento se
han establecido en los últimos cinco años, uniéndose a otras empresas pioneras que han aprove-
chado los considerables beneficios fiscales desde 1972. Además, en los últimos tres años, Túnez
se ha vuelto uno de los diez principales exportadores de textiles –tela, ropa, zapatos. La industria
textil se ha vuelto la más importante del país, empleando en 1996 a 240 mil obreros en empresas
con más de diez empleados. Esto constituye 47 por ciento de los empleos industriales del país.
Más tarde se les unieron las grandes empresas norteamericanas manufactureras de pantalones
de mezclilla –Levi’s, Lee Cooper–, luego las principales marcas deportivas en las zonas libres de
impuesto de Monastir, Sousse y Bizerte, donde también se nota la rehabilitación de pequeñas
manufacturas de zapatos que se establecieron “orgánicamente” en los distritos poco favorecidos
de la vieja Nápoles.
Un estudio preliminar que realizamos en Túnez nos permitió establecer que esas empresas
reubicadas en los últimos diez años vienen de Nord-Pas de Calais, en Francia, y de Venecia, Emilia
Romagna y la Toscana en Italia, es decir, esas regiones que recientemente se consideraban bri-
llantes ejemplos de distritos productivos y “milagros económicos”. M. Peraldi: “Les petits mondes
de la confection en Tunisie”, en Les migrations au Maghreb, Actas del coloquio de Sousse, Kartha-
la, París, 2005.
32
J. F. Bayart (ed.), La réinvention du capitalisme, Karthala, París, 1994.

87
Michel P eraldi

porque son creados por una lógica destructiva creativa que no se adap-
ta a la rigidez impuesta por el Estado en las instituciones económicas y
políticas.33 Así, para relanzar los ciclos, debe haber espacios-tiempos so-
ciales que geográficamente se hallen en la periferia y temporalmente se
muevan al mismo ritmo económico. Esto es lo que un periodo particular
llamó transportadores:34 en Europa se están reformando zonas abiertas a
la circulación y los riesgos, pero muy distantes de los centros imperiales
como para no verse dominadas por ellos. Estos modernos transportadores
europeos no se comparan en lo visual con los transportadores de los viejos
imperios. Son más bien como una lona que se ha tejido con las redes y
nodos, más voluntariamente asociativa que un territorio continuo jerár-
quicamente organizado. Para citar un término empleado por M. Castells,35
Europa y sus mercados generan espacio de flujo discontinuo. Uno de estos
espacios se halla en el este, englobando las áreas que forman parte del
espacio Schengen actual y futuro. La otra, por el contrario, se halla en el
sur, abarcando sobre todo al Magreb y Turquía, y extendiendo sus líneas
de constelación hacia Oriente Medio. Dos planos espaciales de los que Es-
tambul es el pivote, una ciudad mundial para aquéllos que no la ven desde
el nivel del capitalismo estadounidense, sino también desde una perspec-
tiva europea. Estos transportadores incluyen a los abandonados, recalci-
trantes y resistentes; una difusa solidaridad económica que crea, extiende
y continúa las redes, y no un marco territorial que impone límites. Estas
redes tienden sus hilos desde el exterior y hacia el interior del espacio
político europeo, a las ciudades y secciones de las ciudades que constitu-
yen el cruce de caminos y los nodos de intercambio comercial. Y nosotros
sugerimos que todos estos sitios cuyo funcionamiento hemos descrito,
desde el mercantone de Nápoles hasta los mercados de autos usados en
Alemania, desde el puerto de Amberes con su adjunta plaza Mayor36 hasta
los inmensos mercados fronterizos que nacen, desaparecen y renacen en
los confines del Europa Oriental, cuando cayeron los muros desde Trieste

33
E. Wallerstein: “Le système du monde du XVe siècle a nos jours”, en Le mercantilisme et la
consolidation de  l’economie-monde européenne, vol. 2, Flammarion, París, 1980. J. J. Sempere
Souvannavong, op. cit.
34
M. Foucher, Fronts et frontières. Un tour du monde géopolitique, Fayard, París,1991.
35
M. Castells, “El espacio de flujo se compone de microrredes personales que proyectan sus
intereses en las macrorredes funcionales mediante el ensamble global de interacciones en el
espacio de flujo”, La société en reseaux, vol. 1, Fayard, París, 1998, p. 468. Para entender a Castells
de manera más práctica, el espacio de flujo consiste en algún modo de tiempo compartido y de in-
tereses colectivos, como en el taller, pero en un espacio extendido por redes. Siempre de acuerdo
con Castells, es el trabajo-tiempo comprimido e interdependiente en el espacio extendido. Ibid.
36
P. Hebberecht: “La Place Falcon, Anvers” en M. Peraldi, La fin... op. cit.

88
La central de autobuses de Alicante

hasta Berlín, de Alicante y Melilla a las ciudades magrebíes, ucranianas,


rumanas o moldavas y los mercados que son los satélites, son ciertamente
parte de este universo, como estrellas de vidas breves o largas, brillantes o
menguantes, en esta enorme constelación comercial.
Estos transportadores no se crean mediante planes y políticas, ni me-
diante estrategias coherentes. Por el contrario, a veces son consecuencia
fortuita de las oportunidades y procesos comerciales, y de los procesos de
desintegración de estructuras políticas locales. Por ejemplo, estos factores
se hallan bajo la segunda relocalización industrial: la primera, en los años
setenta, principalmente en Marruecos y Túnez, fue fomentada y organi-
zada por estados soberanos en negociaciones y arreglos con empresas
tan poderosas que estas mismas constituían parte, o eran clones, de los
propios Estados. Hoy, sus “pandillas”, “bandas”, sus individuos de hecho,
son quienes negocian una por una estas reubicaciones, pragmáticamente,
y siguiendo arreglos negociados que privilegian las relaciones persona-
les, incluyendo al personal clave del Gobierno.37 Estas zonas no son tie-
rra adentro ni extensiones; son, por sobre todo, espacios de trasgresión y
derogación, donde se violan las regulaciones imperiales o nacionales. En
resumen, niegan el proceso de la influencia política en la construcción de
la soberanía territorial, condición indispensable para la apertura de “co-
lonias”, espacios de aventura y conquista, El Dorado y tierras prometidas
que ofrecen oportunidades a los aventureros.

37
Una empresa europea que se reubica en otro país no lo hace sólo para maximizar sus utili-
dades, como lo dicen las interpretaciones simplistas. Sale del territorio nacional, del “dominio
sagrado” de la política, para exponerse a sí misma a los placeres de la interacción y la negociación
personalizadas. De hecho, se puede considerar que esas zonas libres de impuestos son “nichos”
en los que las empresas han negociado un derecho de no interferencia por parte de las burocra-
cias institucionales locales y nacionales sobre sus procesos productivos y organizativos. Estas
son, por supuesto, las organizaciones mejor administradas y controladas en las zonas libres de
impuestos. Esto da el efecto de que en ciertos países, en especial en la Europa Oriental, ni siquiera
hay un marco institucional equivalente a las zonas libres de impuesto, sino un embrollo de ne-
gociaciones y arreglos más o menos secretos que garantizan la integridad de esas empresas ex-
tranjeras. Por más atractivo que esto parezca a los emprendedores, esta situación, caracterizada
por la concreta ausencia de las contrapartes institucionales del Estado, no les da la posibilidad de
“reinar sobre” su personal (a veces renegado) sin engrasarse las manos, con frecuencia a un ritmo
creciente. O al menos, si quieren administrar sus empresas como tiranos autoritarios y abusivos
–lo que algunos hacen–, deben preparar el terreno con las sociedades civiles en las que deben
operar. Dicho de otro modo, la ausencia del Estado no significa la ausencia de negociación, y la
ausencia de contrapartes institucionales no implica la ausencia de intermediarios. Por el contra-
rio, si uno refiere las descripciones de ciertas situaciones que hemos documentado en Túnez, los
empresarios están inmersos en una serie permanente de negociaciones complejas, incluso en dis-
cusiones sin fin, no sólo con su personal actual, sino también con los múltiples agentes del poder
y la regulación hasta el nivel más bajo. M. Peraldi: “Les petits ...”, op. cit. Para ponerlo de manera
aún más concreta, cuando la contratación de personal exclusivamente femenino no se negocia
mediante los procedimientos contractuales establecidos por el Estado, se negocia, persona por
persona, con los padres, hermanos o maridos. Lo mismo sucede con los incrementos de salario y
las promociones, las renuncias, los ceses, la competencia, etcétera.

89
Michel P eraldi

Conclusión

Las conclusiones provisionales de estas reflexiones modifican las nocio-


nes con respecto a la uniformidad económica y social del espacio euro-
mediterráneo dentro del flujo y las redes que se tejen en Europa. Este
espacio no es, al menos no únicamente, un espacio político; también es
una constelación de vínculos, alianzas sociales y flujos económicos, y
en este sentido el Magreb, así como Turquía, son entidades conectadas.
Ahora, si Europa integra políticamente esas zonas del este que igual-
mente forman parte de esos sistemas económicos, está por el contrario
construyendo sus relaciones económicas con el Magreb en términos de
otredad y alteridad.
En Europa la otredad hoy la representa el sur, correspondiendo a
los contornos de las viejas fronteras coloniales, y trazando con ese mis-
mo movimiento las mismas imágenes de la otredad. La Europa política
se concibe como el borde externo del Islam, de Oriente, de África, y al
mismo tiempo no acepta que contiene el Islam, el Oriente y la pobreza
dentro de sus propias fronteras. Así se generan las aplicaciones más vio-
lentas de la desigualdad instituida. Porque Europa piensa en los otros
como pobres, e inevitablemente envidiosos y amenazadores, mediante
el mismo movimiento político se inventa a sí misma una otredad externa
y esclavos internos. Esta fabricación política se alcanza a través de la
construcción de fronteras que le dan sustancia y presencia a una otredad
rechazada y repulsiva por medio de las falsas evidencias y las pruebas
materiales de una amenaza externa, por un lado, y criminalidad interna,
por el otro. Por antiguas que parezcan, ancladas en la historia colonial,
la designación de las dos imágenes de migrante potencial e inmigrante
ilegal trazan las nuevas fronteras europeas. La designación de alteridad
–o sea, una diferencia creada mediante la doble diátesis de un espejo in-
vertido y de la inferioridad– determina el horizonte de las relaciones polí-
ticas con el otro temido y despreciado. Es en este sentido que la frontera
no sólo se traza geográfica y territorialmente, también se ha vuelto una
construcción política y cultural de la alteridad. Y mientras se construyen
estos regímenes de la otredad, una empresa política y cultural para ela-
borar diferencias de identidad a través de su socialidad ofensiva estable-
ce lo que se puede llamar, con dudas, sistemas de aquiescencia: deseos
simultáneos por los mismos objetos y, mediante ellos, por los mismos

90
La central de autobuses de Alicante

símbolos. Sin embargo, no debemos regocijarnos, porque esta manera


de desear las mismas cosas al mismo tiempo y del mismo modo no nece-
sariamente significa compartir o mezclar. Aquiescencia no es convivenza.
Por el contrario, lo que genera consentimiento, complicidad, lo que ins-
tituye regímenes de compartir, o al menos incita a ocultar la identidad en
el clóset, es la necesidad social y económica de buscar en los mercados
los objetos de deseo, o sea, involucrarse personal y socialmente en el
mismo intercambio de productos.

91
el sujeto
y la violencia

Michel Wieviorka*

No es posible abordar hoy la violencia sin tomar en cuenta, de varias


formas, las ideas del sujeto o de la subjetividad.

Objetividad y subjetividad

De manera aún elemental se impone una constatación: todavía existe en


torno a la violencia la amenaza de una desarticulación entre enfoques con
pretensión de objetividad, eventualmente cuantificada, que reivindican un
estatus de universalidad, toda vez que es en teoría aceptable por todos; y
enfoques subjetivos y relativos, que toman en cuenta lo que una persona,
un grupo, una sociedad, considera como tal en un momento dado. Una
definición jurídica de la violencia, enfocada en el Estado y –para hablar
como Max Weber– en su monopolio legítimo de la fuerza, parece permitir
dejar a un lado este problema y objetivar pura y llanamente la violencia.
Así, el Vocabulaire technique et critique, de André Lalande,1 apoyándose
en Montesquieu, habla al respecto de “empleo ilegítimo, o cuando menos
ilegal, de la fuerza”.2 No obstante, cuando el Estado encomienda a agentes
privados buena parte de la realización de la guerra, como ocurre en forma
masiva con la intervención estadounidense en Irak,3 cuando la seguridad

* Sociólogo francés, destacan sus trabajos sobre violencia, terrorismo, racismo, movimientos so-
ciales y la teoría del cambio social. Sus obras han sido traducidas a diversos idiomas. Ha sido elegi-
do en Durban presidente de la Asociación Sociológica International para el periodo 2006-2010.
1
André Lalande, Vocabulaire technique et critique, PUF, París, 1968.
2
“Cuando nosotros, que vivimos sujetos a la ley civil, somos forzados a celebrar un contrato
que la ley no exige, podemos reclamar con el auxilio de ella contra la fuerza”, Montesquieu, Del
espíritu de las leyes, libro XXVI, cap. XX.
3
Cf. Sami Makki, Militarisation de l’humanitaire, privatisation du militaire, CIRPES, París, 2004.
En el 2005, 45 mil civiles pertenecientes a 453 compañías llamadas “contractors” apoyaban a una
fuerza de 145 mil hombres y desempeñaban algunas actividades que corren normalmente a cargo

93
Michel W ieviorka

interior también corre a cargo del sector privado –una tendencia observa-
ble en el mundo entero–, el monopolio de la fuerza legítima del Estado es
puesto en entredicho y, junto con él, la posibilidad de abordar la violencia
de forma objetiva, como en la citada definición de Lalande citada.
La entrada, desde los años sesenta, en la era de las víctimas, refuerza
de modo acentuado esta discusión. El auge de las identidades particulares
conlleva dimensiones vinculadas con los conceptos de memoria y vícti-
ma de considerable importancia. Hoy en día numerosos actores reclaman
reconocimiento, y a veces, reparación por los crímenes de los cuales sus
antepasados fueron víctimas, al tiempo que se expresan en público acer-
ca de las violentas injusticias de las que son eventualmente objeto en la
actualidad, movimientos de índole cultural, religiosa, étnica o nacional;
movimientos negros, indígenas, de descendientes de sobrevivientes de un
genocidio, también de padres o hijos de víctimas de un poder dictatorial
o totalitario. Del mismo modo, en varios países, movilizaciones cada vez
más diversificadas y eficaces atraen la atención sobre la violencia sufrida
por las mujeres, los niños, los minusválidos, los adultos mayores. Estos
actores proyectan la violencia pasada y presente no tanto a través del pris-
ma del orden amenazado, o del Estado puesto en tela de juicio, sino des-
de el punto de vista de la experiencia vivida y de sus consecuencias para
quienes sufren de violencia, hablan del trauma sufrido y de sus efectos
con el paso del tiempo, por ejemplo. La violencia es, en este caso, nega-
ción o atentado contra la integridad física y moral de una persona, con
implicaciones que en ocasiones retumban en las siguientes generaciones
y dificulta el proceso de construcción como sujeto; su evocación invade el
ámbito de la subjetividad, funge como proceso de subjetivización. Desde
este punto de vista, la violencia afecta existencias singulares, personales
o colectivas.
La tensión entre objetividad y subjetividad de la violencia no constituye
un problema puramente teórico; también puede originar reñidos debates
políticos. Por ejemplo, Francia se preguntó en los ochenta y noventa si la
inseguridad vinculada con la delincuencia y la criminalidad aumentaba de
modo objetivo o si, más bien, lo que había crecido era el sentimiento de
inseguridad, sin relación automática con una intensificación real en los he-
chos, como lo afirmó al inicio la izquierda antes de apartarse progresiva-
mente de esta visión del problema. Entre menor la posibilidad de vincular en

del Estado, interrogatorios de prisioneros o de sospechosos, por ejemplo.

94
El sujeto y la violencia

directo los hechos violentos y sus representaciones, la comprensión de unos


y otros procede de dos registros distintos, casi totalmente disociados.

Los enfoques clásicos

Para reflexionar sobre la violencia, no basta considerar a las víctimas y su


subjetividad, por importante que resulte su punto de vista y considerable
su capacidad para movilizar a la opinión pública y los medios, y para
exhortar al Estado y a los responsables políticos. También conviene vol-
tear hacia los actores de la violencia. Ahora bien, los modos de análisis
clásicos se interesan poco por su subjetividad.
Unos interpretan esta violencia como una conducta de crisis, una
respuesta a cambios en la situación del actor o de los actores que
reacciona(n) notablemente mediante la frustración. Este enfoque en-
cuentra sus cartas de nobleza en la obra de Alexis de Tocqueville, que
explica, respecto a la Revolución Francesa, que la violencia había sido
particularmente marcada allí donde la población había visto su posición
mejorar: “parecería –escribe– que los franceses encontraron su posición
tanto más insoportable cuanto que mejoraba”.4 Pero quienes apoyaron
esta tesis bajo la forma de la llamada teoría de la frustración relativa en
los años sesenta y setenta, fueron sobre todo los investigadores anglo-
sajones funcionalistas o neofuncionalistas. Por ejemplo, la idea de James
Davies, retomada muy ampliamente por Ted Robert Gurr,5 dice que la
violencia encuentra su camino cuando la distancia entre las expectativas
de un grupo y las posibilidades de satisfacerlas se vuelve considerable
e insoportable. Este tipo de enfoque pudo en ocasiones producir resul-
tados interesantes. No obstante, en los años setenta diversos trabajos
demostraron sus carencias y su muy limitado carácter explicativo.
De forma muy diferente, un segundo tipo de análisis hace hincapié en
el carácter racional e instrumental de la violencia, inclusive en sus dimen-
siones colectivas, disturbios o revolución, por ejemplo. Puede encontrar
sus cartas de nobleza en Thomas Hobbes, y fue desarrollado a partir de
los años sesenta, sobre todo en base al trabajo del historiador Charles
Tilly. Para los defensores de la llamada tesis de la “movilización de los

4
Alexis de Tocqueville, L’Ancien Régime et la Révolution, Gallimard, París, 1967.
5
Por ejemplo, Ted Robert Gurr, ed, Handbook of Political Conflict, The Free Press, Nueva York,
1980.

95
Michel W ieviorka

recursos”, la violencia constituye un recurso, un medio movilizado por


actores con el fin de alcanzar sus fines. En la mayoría de los casos, esta
idea permite explicar cómo actores excluidos del campo político recurren
a la violencia para integrarse y mantenerse en él. Semejante idea conlleva
la ventaja de no reducir la violencia a una conducción de crisis, reactiva,
sino que convierte al actor violento en personaje consciente de las moti-
vaciones de su acción, la cual, por ende, adquiere sentido. Aboga porque
el análisis no separe la violencia del conflicto más general en el cual surge
eventualmente, ya sea, por ejemplo, una huelga de obreros o una manifes-
tación campesina. Su fuerza explicativa es significativa.
Un tercer tipo de enfoque, en realidad muy amplio y diversificado,
propone un vínculo entre cultura y violencia. Ciertos autores ven en el
progreso de la cultura, o más bien de la civilización, lo contrario de la
violencia, en la tradición del célebre estudio de Norbert Elias sobre el
proceso de civilización, donde el autor explica cómo el individuo moder-
no ha aprendido –por ejemplo, en la Corte– a dominar su agresividad y
controlar sus pulsiones violentas.6 Otros insisten en la forma en que cier-
tas culturas favorecen más que otras la violencia, eventualmente a través
de la socialización y la educación, en referencia por ejemplo a los traba-
jos de Theodor Adorno sobre el antisemitismo.7 El problema que plantea
este conjunto de perspectivas es que el análisis pasa generalmente por
alto las mediaciones políticas y sociales, así como el espesor histórico
que pueden separar el momento en que se forja una personalidad y el
momento de pasar al acto.
Los enfoques clásicos de la violencia no deben ser olvidados ni recha-
zados, ya que arrojan una luz que puede resultar de utilidad para entender
una experiencia concreta de violencia. No obstante, hacen caso omiso de
dimensiones esenciales que pueden ser comprendidas gracias al concepto
de Sujeto.

El Sujeto de la violencia

La violencia puede conllevar aspectos que sugieren una lógica de pérdida


de sentido; cuando el actor expresa un sentido perdido, o imposible, y

6
Norbert Elias, Sur le processus de civilisation, vol.1, La civilisation des moeurs, vol.2, La dyna-
mique de l’Occident, Pocket, París, 1974, 1975 (1939).
7
Theodor Adorno, The Authoritarian Personality, Harper, Nueva York, 1960.

96
El sujeto y la violencia

se vuelve violento, por ejemplo, porque le resulta imposible construir la


acción conflictiva que le permitiría hacer valer sus demandas sociales o
sus expectativas en materia cultural o política, porque no existe para ellas
ningún tratamiento político.
El déficit o la pérdida de sentido no conducen necesariamente al vacío,
a la ausencia de sentido e, incluso, al nihilismo; también suscitan con fre-
cuencia procesos de fabricación de un nuevo sentido, cuyo carácter más o
menos artificial, es decir, alejado de la realidad, desemboca en lógicas de
sobrecarga y plétora. Es por ello que, en ciertas experiencias, la violencia
se apoya en una ideología, procede de ella, encuentra en ella un sentido de
sustitución, como lo veremos más adelante con el ejemplo del terrorismo
italiano de extrema izquierda. En otros casos, lo que está en juego es un
mito, una construcción discursiva que permite ofrecer la imagen de una
posible integración de elementos con sentido que se vuelven en realidad
cada vez más contradictorios: la violencia, en este caso, se desarrolla con-
forme el mito se desmorona, deja de ser viable, y el actor se esmera no
obstante en mantenerlo vivo. Pero en el mundo contemporáneo la religión
proporciona con frecuencia un sentido metapolítico a una acción violenta
que trasciende entonces la dimensión política, así se reinstale rápidamen-
te a su nivel.
Otros aspectos de la violencia escapan a los enfoques clásicos. Tal
es el caso cuando aparecen la crueldad, la violencia gratuita, la violencia
por la violencia. Cuando el actor no sólo destruye a los demás, sino que
también se autodestruye, se aniquila en condiciones homicidas, de tipo
“martirista”. O cuando parece no conferir ningún sentido a sus acciones y
se presenta como un irresponsable que se conformó con obedecer a una
autoridad legítima, lo cual, como lo describió Hannah Arendt, fue la línea
de defensa escogida por Eichmann en Jerusalén.8
Frente a estos diversos aspectos, el recurso del concepto de Sujeto
puede resultar particularmente decisivo, con la condición de no limitarse
a una definición demasiado plana o elemental. Es por ello que propuse
distinguir cinco casos correspondiendo cada uno a un tipo de subjetividad
que puede ser vinculada con la violencia.9

8
Hannah Arendt, Eichmann à Jérusalem. Rapport sur la banalité du mal, Gallimard, París, 1966.
9
En Michel Wieviorka, La Violence, Hachette-Littératures, col. Pluriel, París, 2005.

97
Michel W ieviorka

a. El Sujeto flotante es aquél que, al no lograr convertirse en actor,


opta por la violencia: por ejemplo, el joven inmigrante de un ba-
rrio descontrolado que incendia autos durante los disturbios de
octubre-noviembre del 2005, al no poder expresar de otra forma
demandas sociales precisas o, por lo menos, su deseo de construir
su existencia.
b. El hiper-Sujeto compensa la pérdida de sentido mediante la sobre-
carga, el exceso, y le confiere un sentido nuevo, ideológico, mítico,
religioso, por ejemplo. Aquí, la violencia es indisociable de convic-
ciones, constituye un compromiso cargado de un sentido que re-
basa con creces la situación en el marco de la cual se expresa, que
apunta mucho más allá. El martirismo islámico es un buen ejemplo
de ello: el actor mata y se aniquila en el mismo acto, conjugando
una inmensa desesperación y una visión metapolítica que lo lleva
más allá de la vida misma.
c. El no-Sujeto actúa de forma violenta sin comprometer en lo más mí-
nimo su subjetividad, cuando menos en apariencia, toda vez que se
limita a obedecer, como en los conocidos experimentos de Stanley
Milgram.10 Su violencia no busca articular su punto de vista, no es
sino una modalidad de sumisión a una autoridad legítima.
d. El anti-Sujeto es aquella cara del Sujeto que se niega a conceder
al otro el derecho de ser Sujeto y que sólo puede construirse en la
negación de la humanidad del otro. Este caso se aplica a las dimen-
siones de crueldad o goce de la violencia pura, convertida en fin en
sí mismo. La víctima es en este caso deshumanizada, cosificada o
animalizada, el exacto contrario de un Sujeto. El autor de los actos
crueles o de goce se constituye y actúa en oposición a las dimen-
siones humanistas que fundamentan generalmente el concepto de
Sujeto, motivo por el cual recurrimos a la expresión de anti-Sujeto.
El masoquismo constituye una modalidad perversa de este caso, en
la cual la víctima encuentra placer en su propia deshumanización.
e. El Sujeto superviviente corresponde al hecho de que la agresividad
puede proceder de la impresión, justificada o no –poco importa–, de
que la existencia misma de un individuo está amenazada, lo cual lo
lleva a actuar de forma violenta para asegurar su supervivencia.

10
Stanley Milgram, Soumission à l’autorité, Calmann-Lévy, París, 1974

98
El sujeto y la violencia

Esta tipología, presentada aquí de forma muy escueta, ameritaría sin duda
ser precisada, y el vocabulario utilizado no es tal vez el más apropiado,
pero conviene señalar que no disponíamos hasta ahora de las categorías
sociológicas que permitirían dar mejor cuenta de estos diferentes casos.
Conlleva la ventaja de abarcar los aspectos más misteriosos y cruciales de
la violencia: no las frustraciones que revela eventualmente, ni los cálculos
más o menos racionales de quien recurre a ella en caso de necesidad, ni
tampoco la cultura de la cual procede, sino más bien las lógicas de pérdida
y sobrecarga de sentido, de acuerdo a las cuales ocurre a veces una cons-
trucción de la violencia, la parte de exceso o de defecto que conlleva, la
subjetividad torcida, pervertida o también, a veces, perversa, que la vuelve
posible.

Violencia y globalización

Ya no es posible abordar el tema de violencia hoy como lo hubiéramos


hecho hace apenas veinte o treinta años. El mundo ha cambiado de forma
considerable y las lógicas de la globalización ocupan el corazón de dichas
transformaciones. Al pensar “globalmente”, podemos abordar el fenóme-
no de la violencia con una mirada nueva, o renovada.

El fin de la Guerra Fría

Consideremos el mundo tal y como se presenta en los años cincuenta o


sesenta del siglo pasado. Está estructurado en esencia por el conflicto cen-
tral que opone las dos superpotencias de la época, Estados Unidos y la
Unión Soviética. Desde los Acuerdos de Yalta, firmados antes de que con-
cluyera la Segunda Guerra Mundial, el mundo está dividido en dos partes,
basadas en sus respectivas zonas de influencia. La Guerra Fría constituye
entonces un enfrentamiento de mayor importancia, ideológico, económi-
co, geopolítico, pero no desemboca en ninguna guerra frontal, ni tampoco
en verdaderas oposiciones bélicas más localizadas. La guerra de Corea, y
más tarde la de Vietnam, no enfrentarán directamente a las dos superpo-
tencias ni redundarán en una guerra mundial generalizada, sino permane-
cerán localizadas. Entre los dos bloques, el arma nuclear garantiza cierto
grado de prudencia, ejerce un efecto disuasivo; la perspectiva de su uso

99
Michel W ieviorka

evita el recurso de medidas extremas, pese a episodios de fuerte tensión,


sobre todo en el marco de la crisis de los mísiles en Cuba en 1962. Así, la
violencia bélica a nivel mundial permanece limitada porque numerosos
países se ubican en la órbita más o menos definida de una de las dos su-
perpotencias, y todos saben que una guerra localizada podría originar un
conflicto mundial.
Un reporte dado a conocer por el Human Security Centre de Vancouver
en octubre del 2005 obliga a matizar la idea de un mundo en el cual la
violencia militar se veía reducida por la Guerra Fría. Basándose en núme-
ros, indica que, en esa época, se llevaron a cabo numerosas “guerras por
procuración” en el Tercer Mundo, así como muestras de violencia locales
en ocasiones muy sangrientas. Conviene por ello no guardar una imagen
por demás idílica de ese periodo. No obstante, la Guerra Fría evitó la ace-
leración, la generalización o la extensión de la guerra, cuando menos en
sus modalidades clásicas. De igual forma, ejerció un efecto de control so-
bre el terrorismo internacional, principalmente promovido por actores que
reivindican la causa palestina y que, como lo veremos más adelante, no
llegaron nunca a los extremos del periodo actual.
El fin de la Guerra Fría despojó al mundo de un principio de estructu-
ración de los conflictos que, en lugar de autorizar o facilitar la violencia
militar, permitió evitarla.
Luego aparecieron nuevas líneas de fractura, las guerras civiles revistie-
ron un aspecto totalmente diferente, se manifestaron fenómenos masivos
de violencia nueva o renovada. La criminalidad organizada prosperó, en
asociación con la globalización.
Si bien el número de conflictos armados clásicos entre Estados ha de-
crecido un 40 por ciento desde 1992 –de acuerdo con el informe del Human
Security Centre–, y el número de conflictos más sangrientos (con más de
mil víctimas por año en el campo de batalla) ha bajado un 80 por ciento,
y aunque los golpes de Estado o las intentonas golpistas han declinado
(diez tentativas en el 2004 contra 25 en 1963), otras formas de violencia
se han desarrollado. El terrorismo “global” se manifestó en numerosas
ocasiones, causando frecuentemente varias decenas de víctimas por aten-
tado. De forma general, el porcentaje de víctimas civiles respecto a las
víctimas militares creció de modo considerable. La barbarie se instauró
en todas partes del mundo, incluyendo Europa, donde se podría haber
pensado que, tras el nazismo, ya no se daría ningún crimen masivo de tipo
genocida: en su desmembramiento, la antigua Yugoslavia experimentó la

100
El sujeto y la violencia

violencia de la “purificación étnica” a pesar de que durante la Guerra Fría


ese país había constituido más bien un elemento de estabilidad internacio-
nal. En África, el genocidio perpetrado en la región de los Grandes Lagos
provocó más de un millón de muertos. Y hoy, la guerra en Irak se prolonga
en a través de la violencia diaria extremadamente sangrienta y que podría
desembocar en una guerra civil.
Los conflictos armados han revestido nuevas formas: guerras asimé-
tricas, por ejemplo, gestión de crisis en un marco supranacional o multi-
lateral. Así, intervenciones militares eventualmente encomendadas por la
ONU a fuerzas multinacionales se multiplican con el propósito teórico, no
de llevar la victoria e imponer un liderazgo dado, sino de poner fin a situa-
ciones de violencia extrema localizada. La descomposición de Yugoslavia,
que entrañó violencia durante casi toda la década de los noventa, los ho-
rrores de los Grandes Lagos africanos con el genocidio de 1994, la violen-
cia perpetrada por milicias proindonesias tras la formación de un Estado
independiente en Timor –referéndum de 1999–, la experiencia desastrosa
de Somalia –1992-1993–, la reciente guerra de Líbano –verano del 2006– o
la crisis de Darfur dibujan así nuevas configuraciones de guerras, en las
cuales enfrentamientos y violencia locales, con frecuencia sobrecargados
de significados nacionalistas, religiosos o étnicos, culminan con la inter-
vención conjunta de ejércitos exteriores que pretenden restablecer la paz y
devolver vigor a lógicas civiles de retorno a la calma y al desarrollo.
Por otra parte, a lo largo de la Guerra Fría, las armas nucleares consti-
tuyeron un factor de cautela e, incluso, de paz. Se convirtieron en factor o,
por lo menos, en símbolo de enormes riesgos, asociados con imágenes de
desestabilización o crisis regional, en particular en Medio Oriente y Asia,
así como de problemas considerables de diseminación.
Desde luego, el fin de la Guerra Fría no lo explica todo, y un análisis
geopolítico más detenido también debería tomar en cuenta el fin del colo-
nialismo, los procesos de descolonización, así como la salida de la depen-
dencia de numerosas sociedades latinoamericanas. La caída del Muro de
Berlín marcó, no obstante, una ruptura. La Guerra Fría redundó ocasional-
mente en violencia, sobre todo en las llamadas “guerras por procuración”:
al terminar la Guerra Fría, también desapareció estas violencia. Había im-
pedido en numerosas ocasiones la intervención de las Naciones Unidas
–así como de otros actores, particularmente las ONG– en operaciones de
prevención o mantenimiento de la paz: la entrada en una nueva era brinda
la oportunidad de llevar a cabo nuevos tipos de mediaciones, negocia-

101
Michel W ieviorka

ciones, interposiciones y, por ende, autoriza el aprendizaje de la gestión


negociada, democrática, de los conflictos. En cambio, la Guerra Fría man-
tenía limitada la criminalidad organizada e influía en el terrorismo interna-
cional, toda vez que los principales actores de esta violencia requerían de
países “patrocinadores”, los cuales pertenecían frecuentemente a la esfera
de influencia soviética; su final abre el camino a expresiones masivas del
crimen organizado, así como a formas exacerbadas de terrorismo.
En realidad, el fin de la Guerra Fría no origina por sí mismo un nuevo
periodo de violencia, de la cual acabamos de mencionar algunas de las
modalidades más espectaculares. No obstante, contribuyó marcadamente
a transformaciones de suma importancia. Significó, para retomar la expre-
sión de Tilly, la invención de un nuevo “repertorio”11 de la violencia.

La salida de la era industrial

La globalización también originó cambios importantes en la índole del ca-


pitalismo y de las formas de dominación que éste conlleva. A la edad in-
dustrial clásica, en la cual el poder económico correspondía más o menos
a la celebración de relaciones sociales en la fábrica o el taller, sucedió una
fase en la que los problemas de la producción y los del poder económi-
co parecen desconectarse. Aquéllos que desempeñan un papel central de
actor dominante ya no son los dueños del trabajo, ni tampoco, como se
creyó por un tiempo, los administradores, sino el capitalismo financiero
“global”. Los resultados financieros de las compañías se miden de acuerdo
a criterios ajenos a la producción, y con frecuencia se da el caso de que
la cotización de las acciones de un grupo grande aumente en el momento
mismo en que éste anuncia recortes laborales y los cierres de fábricas cuya
rentabilidad ya no es considerada suficiente. Para el capitalismo contem-
poráneo, el corto plazo se antepone al largo plazo. Por ejemplo, señala
Richard Sennett, “en 1960, el desempeño de una compañía se evaluaba por
los beneficios esperados en los siguientes tres años, un plazo reducido en
el 2000 a un promedio de tres meses”. 12

11
Charles Tilly, en La France conteste de 1600 à nos jours, Fayard, París, 1986, propone este
concepto explicando que toda población, en una sociedad dada, durante un número dado de
años, posee un repertorio limitado de acciones colectivas, es decir de formas de acción comunes
basadas en intereses compartidos. El repertorio varía de una sociedad a otra.
12
Richard Senté: “Récits au temps de la précarité”, en Michel Wieviorka (dir), Les sciences socia-
les en mutation, Editions Sciences Humaines, Auxerre, 2007, p. 437.

102
El sujeto y la violencia

Ciertamente las formas clásicas de organización del trabajo no des-


aparecen. Por ejemplo, las maquiladoras, esas fábricas instaladas en Méxi-
co cerca de la frontera con Estados Unidos, que dependen por lo general
de grandes grupos multinacionales y forman parte de la economía globa-
lizada, también son lugares en los cuales existen modos de explotación de
los trabajadores que, por su dureza y su impermeabilidad a toda acción
sindical o a la protección más elemental, parecen datar de otros tiempos.
Pero tanto allí como en otros lugares, en todas partes del mundo, la globa-
lización es sinónimo de declive de la capacidad de acción obrera, de pérdi-
da de eficacia, y más allá, de centralidad del movimiento obrero. El poder
económico, es decir el posible adversario de un eventual actor obrero, está
ahora demasiado alejado de los centros de producción para que pueda
darse una relación comparable con la que opuso y asoció las masas obre-
ras y los dueños del trabajo en el apogeo del taylorismo. El capital puede
desplazarse a toda velocidad y las identificaciones que inspiraban a los
trabajadores el proyecto de convertirse también en dueños de la industria,
y por ende el fundamento de una acción contestataria de contraofensiva,
han perdido fuerza: ¿cómo reconocerse en un empleo, un tipo de trabajo,
una empresa, si dicho empleo es inestable, a sabiendas de que será preciso
cambiar varias veces de actividad profesional a lo largo de una vida y si la
empresa considera sumamente “desechables” a sus empleados? ¿Cómo
elaborar una acción de alto nivel, apta a estructurarse a largo plazo si la
organización del trabajo se deslocaliza y relocaliza constantemente y si el
individualismo y la flexibilidad generalizada se presentan como el rival,
triunfante, de las modalidades tradicionales de solidaridad obrera?
El fin de la edad industrial clásica no volvió al mundo laboral más vio-
lento, significó más bien la pérdida de combatividad, la incapacidad de llevar
a cabo luchas masivas y de asociarlas con contraproyectos sociales o uto-
pías. No obstante, modificó el espacio de la violencia. Por una parte, en los
setenta y ochenta, ésta se presentó bajo la forma del terrorismo de extrema
izquierda italiano, en varios países que emergían precisamente de esta edad
clásica, sobre todo en Italia: estudiantes, intelectuales y, en ocasiones, obre-
ros se radicalizaron para perpetuar, mediante la lucha armada, un combate
que perdía sentido y realidad dentro de las fábricas. Por otra parte, el declive
del principio central de conflictualidad anteriormente proporcionado por el
compromiso del movimiento obrero dejó en los ámbitos social y político un
vacío que no vino a ocupar ningún actor importante. En el mundo entero, el
comunismo no se desplomó sólo por la descomposición de la Unión Sovié-

103
Michel W ieviorka

tica o el agotamiento de su ideología; su desaparición también le debe mu-


cho a aquella decadencia del movimiento obrero que representaba, a veces
de forma preponderante. Y que el modelo socialdemócrata luzca exhausto o
inadaptado en las antiguas sociedades industriales tiene mucho que ver con
el hecho de que sigue proponiendo una fuerte correspondencia del partido
y de los sindicatos en contextos históricos en los cuales dichos sindicatos
sufren grados de debilitamiento variables.
Ahora bien, el déficit de conflictualidad social siempre constituye un
factor de anomia y violencia. En efecto, cuando las expectativas sociales
no se convierten en debates y en conflictos entre actores, degeneran por
una parte en cinismo o en fatalismo y, por otra, en conducciones de crisis
y violencia. Así, una de las fuentes de los disturbios urbanos de octubre-
noviembre del 2005 en Francia fue la falta –en los barrios populares– de
capacidad para conflictualizar las demandas de jóvenes mayoritariamen-
te procedentes de la inmigración y para darles un tratamiento político:
treinta o cuarenta años antes, estos vecindarios eran “suburbios rojos”, en
los cuales el Partido Comunista –pero también un tejido vivo y activo de
asociaciones– aseguraba la puesta en forma de una conflictualidad social
y sus efectos políticos, cosa ahora imposible dada la deserción de este
partido y la desaparición del tejido asociativo tradicional. La violencia de
los disturbios –varios cientos de vehículos incendiados cada noche a lo
largo de casi tres semanas– expresó un intenso sentimiento de desamparo
y abandono, así como una rabia que no fue mediada por ninguna conflic-
tualidad institucionalizada.
Más allá de las experiencias de salida de las sociedades industriales y
de decadencia del movimiento obrero, las observaciones anteriores nos
encaminan hacia una hipótesis general en la que se puede basar el análisis:
el espacio de la violencia se amplía cuando las posibilidades de puesta en
debate y conflictualización de los problemas sociales se restringen, hacen
falta o desaparecen. E, inversamente, disminuye cuando las modalidades
de un conflicto institucionalizado posibilitan su tratamiento negociado,
así sea en condiciones de fuerte tensión entre actores. La violencia no es
el conflicto, corresponde más bien a su contrario. Surge con más facilidad
cuando un actor no encuentra ningún interlocutor que le permita ejercer
una presión social o política, cuando no existe para él la menor vía de ne-
gociación institucional.
Esta propuesta debe ser considerada como una herramienta de análi-
sis, no como una regla absoluta, ya que existen situaciones, experiencias y

104
El sujeto y la violencia

coyunturas en las cuales conflicto y violencia andan de la mano. La asocia-


mos con la globalización porque entre más salvaje, puramente neoliberal
y desprovista de fronteras resulte ésta, más afecta a las instituciones y las
instancias de representación aptas a asegurar el tratamiento conflictivo
y las demandas sociales. De acuerdo a lo anterior, ¿por qué no esperar
que esbozos de construcción de jurisdicciones, formas supranacionales de
regulación de la vida económica o el advenimiento del movimiento alter-
mundialista contribuyan en un futuro a proyectar una imagen totalmente
diferente de la globalización y sus efectos?

Salir de la violencia: la perspectiva de las víctimas

Los elementos de análisis que acabamos de presentar sólo corresponden a


ciertas formas de violencia, ciertos problemas, y no pretenden de ninguna
manera ofrecer un enfoque exhaustivo en la materia. Nuestro objetivo
consiste más en plantear un tipo de razonamiento sociológico que en
proporcionar conocimientos sistemáticos y ampliamente documentados
respecto a algún objeto preciso. Este razonamiento no se limita a indicar
de qué forma abordar una cuestión tan importante como la violencia,
cuando menos en algunos de sus aspectos; también puede prolongar el
análisis del fenómeno a través del examen de las condiciones que pueden
permitir enfrentarlo. El lector deberá aceptar el carácter muy parcial y
limitado de dicho examen, menos destinado a ofrecer respuestas precisas
y sistemáticas que a indicar de qué forma es posible reflexionar sobre el
problema.
Retomemos el primer punto que acabamos de señalar, a saber, la
creciente importancia del punto de vista de las víctimas.

Tres registros

Las democracias son cada vez más sensibles al punto de vista de las
víctimas y los temas del sufrimiento, el traumatismo, el perdón o la re-
conciliación ocupan un lugar considerable en el espacio público de sus
debates. ¿Qué significa salir de la violencia, en un ámbito democrático,
para una víctima, un descendiente o un superviviente? Desde luego, para
estos individuos y estos grupos las experiencias dolorosas que han re-

105
Michel W ieviorka

presentado las matanzas masivas, los genocidios, la esclavitud, la trata


negrera, entre otros crímenes contra la humanidad, no llegaron a su fin
el día que la barbarie terminó, dejaron huellas: salir de la violencia es,
así, enfrentar la actualidad de sufrimientos vinculados con el pasado.
Lo que queda destruido o alterado –en esta familia de experiencias–
no es unidimensional, sino que remite, de acuerdo con modalidades su-
mamente variables, a tres registros diferentes. El primero de ellos es la
identidad colectiva. Las destrucciones masivas aniquilan no sólo a seres
humanos, sino también, de forma más o menos parcial, una cultura, un
modo de vida, un idioma, una religión, motivo por el que el neologismo
“etnocidio” es a veces empleado. Así, la destrucción de los judíos europeos
por los nazis y sus cómplices erradicó la cultura yiddish de Europa Central
y causó la casi desaparición de su idioma. Éste subsiste, indudablemente,
pero sin guardar el menor vínculo con comunidades vivas, como en la
época del shtetl, en los poblados judíos de Polonia. No cabe duda, como lo
demostraron los trabajos del historiador Jacob Katz, de que dichas comu-
nidades ya se veían gravemente afectadas por la modernidad, abandona-
das por muchos de aquéllos que la poblaban antes mismo de que estallara
la Segunda Guerra Mundial. Pero el nazismo actuó con una fuerza inau-
dita, aniquilando prácticamente esta identidad que ya no producirá nada
nuevo, nada vivo, nada dinámico para la humanidad. Sólo queda de ella lo
que quedó suprimido, y los sobrevivientes se limitan a mantener huellas
de su existencia, a riesgo de perpetuar una historia “lacrimal”, de acuerdo
con la palabra empleada por el historiador judío Salo Baron: llena museos
y recuerdos, tiene memoria, pero se ha perdido lo que le confería su senti-
do, ya no corresponde a una historia dotada de futuro. En este caso, toda
reparación es imposible. Lo que fue destruido no vivirá más y pertenece
irremediable y exclusivamente al pasado.
El segundo registro es la participación individual en la vida moderna.
Los crímenes contra la humanidad no afectan sólo a grupos externos a la
modernidad, sino también, y al contrario, a grupos plenamente integra-
dos, o bien, cuando menos, en contacto con esta modernidad y, por ende,
susceptibles de un involucramiento más o menos importante en ella. En
este caso lo que se vulnera es también la capacidad de cada uno a existir
como individuo, a acceder al dinero, al consumo, al empleo, a la vivienda,
a la salud, etc. Por ende, ser víctima, o descendiente de víctima, no es
únicamente haber visto afectado su ser cultural y su integridad física, sino
también haber sido tratado como esclavo en una sociedad en la cual los

106
El sujeto y la violencia

demás eran libres; es haberse visto despojado de sus bienes, sus derechos,
su pertenencia cívica o nacional a un grupo más amplio que el suyo. Para
continuar con el ejemplo del nazismo, los judíos alemanes estaban muy
bien integrados a la sociedad y a la nación alemana, casi asimilados y,
cuando los nazis les dieron a conocer el rechazo de la sociedad y la nación,
muchos de ellos no pudieron oír siquiera lo que les decían. Así, el gran his-
toriador y sociólogo Norbert Elias, refugiado en 1935 en Inglaterra, relata
en un texto autobiográfico cómo sus padres se negaron a tomar en cuenta
sus consejos de huir de Alemania: “No nos puede ocurrir nada, no hemos
hecho nada malo”, le contestaron básicamente.13 Cuando la participación
individual en la modernidad se ve negada de esta forma por una violencia
extrema, lo que está en juego no es nada más una identidad colectiva, la
pertenencia a un grupo, sino una identificación, más o menos asumida,
con valores universales en los cuales la víctima del rechazo se reconoció
o consideró en algún momento dado como referencias valiosas y válidas
para todos, y de los cuales se vio excluido, rechazado con brutalidad.
Un tercer registro se relaciona con la subjetividad personal, con la ca-
pacidad de todo ser humano de ser Sujeto. La violencia extrema aniquila,
o en todo caso, afecta fuertemente al Sujeto. Deshumaniza a la persona,
al tratarla como cosa o animal, o bien la demoniza, imputándole poderes
maléficos –así, a lo largo de la historia, las mujeres han sido con frecuen-
cia tachadas como brujas. Es por ello que los sobrevivientes de una trage-
dia bárbara consideran a veces que ya no les es posible vivir: pierden fe en
la humanidad del Sujeto personal al sufrir en carne propia su negación y
ver cómo desapareció a manos de sus verdugos. ¿Cómo vivir después de
Auschwitz?, ha sido una pregunta recurrente.

Frente a una triple destrucción

Considerando los tres registros que acabamos de distinguir, salir de la


violencia extrema es ser capaz de enfrentar la triple destrucción que afectó
primero una identidad colectiva, en segundo lugar la participación en la
modernidad de individuos y, finalmente, a Sujetos que vieron negar su
humanidad.
¿Qué pueden hacer los sobrevivientes, o los descendientes de una

13
Norbet Elias par lui-même, Fayard, París, 1991.

107
Michel W ieviorka

identidad colectiva definida por la destrucción sufrida? Si acaso no logran


hacer valer más que esta destrucción, y les privan de toda posibilidad de
devolver vida al desaparecido ser colectivo, entonces su acción eventual
–en la medida que tengan capacidad de formular demandas colectivas–
culminará con el reconocimiento de la barbarie que sufrieron, y en ocasio-
nes con reparaciones materiales. Al contrario, si acaso pueden promover
un principio positivo, ya sean elementos de una cultura que aún es posible
reactivar, una concepción de justicia para la sociedad en la que viven o
exigencia de democracia, entonces la comunidad o el grupo en cuestión
aún puede proyectarse hacia el futuro. Salir de la violencia, en este caso,
significa instaurar una identidad “positiva”, un principio que no se limita
a una identidad “negativa” por haber sido destruida y confinada exclusi-
vamente al pasado.
¿Cómo reconstruirse, en lo tocante al registro de la participación indi-
vidual en la modernidad? Sólo un reconocimiento pleno y entero de lo que
fue vetado, negado, y de la herida que produjo, puede brindar una respues-
ta satisfactoria a las víctimas y a aquéllos que pretenden representarlas
o encarnarlas. En este caso, la respuesta depende de quienes disponen
del poder de conceder semejante reconocimiento, pero que pueden tener
motivos ideológicos o políticos para negarse a otorgarlo. Puede tratarse de
proteger a verdugos, evitar que se abran heridas todavía muy frescas, crear
o mantener una paz frágil, respetar un consenso que permitió pasar de la
dictadura a la democracia sin exceso de violencia. El silencio, el olvido son
por lo general justificados por los intereses superiores de la colectividad;
pero sirven también, obviamente, a los intereses de los verdugos y los cul-
pables, en detrimento de las víctimas. Así, la experiencia de Alemania Occi-
dental, sobre todo a partir de los sesenta, sugiere que un país que opta por
trabajar sobre su pasado reciente de violencia extrema y crímenes masivos
sale mejor librado que un país que se niega a hacerlo. La mejor forma de
ayudar a las antiguas víctimas a reintegrarse en la colectividad nacional es
a través del debate sobre el pasado y el desarrollo de una política de ver-
dad y perdón, como Sudáfrica buscó hacerlo después del apartheid.
Finalmente, ¿acaso resulta posible darle la vuelta a la negación cuando
las víctimas han sufrido estragos en su Ser personal y han sido profunda-
mente deshumanizadas? Si acaso lo que domina en ellas es el sentimiento
de la imposibilidad de vivir y, por ende, de volver a ser dueñas de su propia
existencia, sólo quedan las escapatorias de la locura o el suicidio. Entre
los peores casos están aquéllos en que la víctima experimenta a posteriori

108
El sujeto y la violencia

el sentimiento de haber contribuido, por su propio comportamiento, a la


negación de su propia humanidad y a la de los demás, de haber contri-
buido a su propio envilecimiento, mismo que puede prolongarse a través
de una especie de inversión, de encerramiento en una imagen repugnante
de sí mismo que se convierte en personaje asqueroso bajo la figura del
cual dicha víctima llega a presentarse. Y, simétricamente, se comprobó,
por ejemplo en base a los conocimientos acumulados sobre la experiencia
de los campos de concentración nazis, que en condiciones de violencia
extrema los recursos que brindan la fe, o un compromiso político anterior,
mejoran las perspectivas de permanecer Sujeto a pesar del contexto de
deshumanización y de reconstituirse mejor como tal más tarde.
Para los tres registros de este análisis, el factor crucial de salida de la
violencia es el mismo: reside en la capacidad del grupo, el individuo o el
Sujeto de proyectarse hacia el futuro. De hecho, sea cual sea el registro,
tres actitudes principales son posibles. La primera consiste en encerrarse
en el pasado, trátese de la barbarie experimentada o del periodo que la
precedió y que podrá ser recordado como una edad de oro, la edad ante-
rior a la catástrofe. Para retomar el vocabulario de Sigmund Freud, esta
actitud se vincula con la “melancolía”. Puede desembocar en exigencias de
reparaciones, pero mucho más difícilmente en lógicas de reconocimiento
y perdón.
La segunda actitud consiste, al contrario, en tratar de olvidar el pasa-
do, tomar la máxima distancia posible con la historia pretérita, trátese del
momento de la violencia extrema o de antes, para intentar disolverse sim-
ple y sencillamente en la sociedad presente. En este caso, no existe ningún
debate posible sobre el pasado.
Una tercera actitud consiste en producir un trabajo de duelo, para re-
tomar de nuevo una expresión freudiana, y en demostrar su capacidad
de proyectarse hacia el futuro y vivir plenamente en la sociedad y en la
nación, sin dejar de mantener viva la memoria de la experiencia anterior y
de su destrucción. Esta tercera actitud articula el pasado, el presente y el
futuro y resulta muy favorable a la apertura de debates y procedimientos
del tipo “verdad y reconciliación” que se desarrollaron a nivel mundial, y
en particular en Latinoamérica, a partir del ejemplo lanzado en Sudáfrica
en 1993. Exige de quienes la promueven una enorme fuerza moral y políti-
ca, como fue el caso de Nelson Mandela, que habló en varias ocasiones al
respecto, por ejemplo con Bill Clinton, mismo que relata su encuentro en
los siguientes términos:

109
Michel W ieviorka

Madiba, pregunté (porque me había pedido que utilizara este nombre,


que es la denominación familiar de su tribu), sé que el haber invitado a
sus propios carceleros a su toma de poder es una cosa admirable, pero
¿acaso nunca odió a los que lo habían echado a la cárcel? Me contestó:
“Desde luego, los odié durante años. Me robaron los mejores años de
mi vida. Lastimaron mi cuerpo y mi espíritu. No vi crecer a mis hijos.
Sí, los odié. Pero un día, cuando picaba piedras en la cantera, entendí
que esas personas ya me lo habían quitado todo, salvo mi corazón y
mi espíritu. Estas dos cosas no me las podían quitar sin mi acuerdo. Y
decidí no renunciar a ellas”. Enseguida me miró sonriendo y agregó:
“Y le aconsejo que haga lo mismo”. (...) Le hice otra pregunta: Cuando
abandonó por siempre su cárcel, ¿no volvió a asomarse el odio? “Sí,
durante unos cuantos instantes”, me contestó, “y luego pensé: estas
personas me encerraron durante veintisiete años; si sigo odiándolas,
seguiré siendo su prisionero. Y quería estar libre. Es por ello que re-
nuncié a mi odio”.14

El reconocimiento en un mundo global

Los crímenes contra la humanidad –para limitarnos a esta forma particular


de violencia– se llevaron, y se llevan, a cabo en espacios que no correspon-
den necesariamente con el marco de los Estados y naciones contemporá-
neos. Una consecuencia inmediata de ello es que los debates que suscitan,
así como su tratamiento jurídico, político e institucional, a veces tampoco
pueden ser circunscritos a dicho marco. En un universo “westfaliano”, el
Estado asegura la continuidad entre el pasado y el futuro, y es en su seno
donde se determinan, o no, las atribuciones de derechos, donde se llevan a
cabo los procedimientos relativos al debate político, donde se implementan
los procesos de reconciliación o perdón, donde se vota por reparaciones,
etcétera. Ello no excluye de ninguna forma procedimientos internaciona-
les, la implementación de instancias como el Tribunal de Nuremberg para
juzgar a los criminales nazis tras la Segunda Guerra Mundial, pero estas
jurisdicciones resultan de un acuerdo entre Estados.
No obstante, ahora, la violencia origina con frecuencia un análisis y
un tratamiento “global”, incluso si ha sido perpetrada en otros tiempos.

14
Bill Clinton, Ma vie, Odile Jacob, 2004, p.825.

110
El sujeto y la violencia

Considerar las consecuencias contemporáneas de la trata negrera desde


el punto de vista de sus víctimas, por ejemplo, entraña tomar en cuenta
el espesor histórico del problema –varios siglos– y contemplar el juego de
una gran variedad de actores en diferentes partes del mundo, África, Asia,
Europa y las Américas.15 Pensar en las llamadas grandes crisis “humani-
tarias”, la purificación étnica en los Grandes Lagos africanos, la antigua
Yugoslavia, las matanzas de Darfur, es hacer intervenir lógicas internas en
Ruanda, la antigua Yugoslavia o Sudán, pero también, y necesariamente,
dimensiones regionales y planetarias, geopolíticas, económicas. Y el he-
cho de que los sobrevivientes y descendientes de víctimas, algunos de los
cuales se han convertido en refugiados y exiliados, dejen atrás dramas de
esta magnitud y se reconstruyan implica que intervengan numerosos ac-
tores, muchos de ellos fuera de sus escenarios locales, ONG humanitarias,
justicia internacional, organizaciones internacionales como la ONU o la
Unión Europea.
Lo que pueden reivindicar o esperar estos sobrevivientes o descen-
dientes, víctimas, como lo expresa Dipesh Chakrabarty,16 de “heridas his-
tóricas”, puede llevar a sentar en el banquillo de los acusados a Estados
por hechos de los cuales no son necesariamente responsables, o Estados
que dejaron de existir, o cuyas fronteras han experimentado cambios de
mayor importancia desde los hechos violentos.
Los actores hoy no son los mismos que ayer, siempre existe el riesgo
de que las responsabilidades del pasado sean imputadas excesiva o abu-
sivamente a uno u otro de ellos, al punto de que numerosos responsables
políticos se declaran exasperados por las peticiones de “arrepentimiento”
que reciben. La noción de descendiente en sí plantea un problema: ¿hasta
dónde resulta posible hacer valer una continuidad de siglos y reivindicar
un estatus legítimo de víctima justificado por el hecho de descender de víc-
timas? De igual manera, la noción de sobreviviente amerita ser examinada:
en situaciones de extrema violencia, ¿por qué resultaría representativo del
conjunto de las víctimas, como si éste constituyera un todo homogéneo?
Semejantes interrogantes dan vértigo, como lo demostró Jacques
Derrida acerca del perdón –cómo responder a la exigencia ética de per-
donar lo imperdonable–.17 No es de por sí evidente, ni fácil, organizar el

Olivier Pétré-Grenouilleau, Les traites négrières, Essai d’histoire globale, París, Gallimard, 2004.
15

Dipesh Chakrabarty, op cit.


16

En “Le siècle et le pardon”, conversación con Michel Wieviorka, Le Monde des débats, diciem-
17

bre de 1999.

111
Michel W ieviorka

perdón y conferirle un sentido en una situación en la cual víctimas y ver-


dugos pertenecen al mismo Estado-nación, y culpables y sobrevivientes
directos de la violencia extrema siguen conviviendo. Con mayor razón,
¿cómo proceder si los que pueden pedir perdón no son los culpables en
sí, sino que controlan el poder y no tuvieron nunca la menor responsa-
bilidad en la violencia en cuestión?, ¿si aquéllos que pueden conceder
ese perdón no son sino los descendientes más o menos lejanos de las
víctimas?, y si, además, el Estado no es el marco único o principal en el
que estas preguntas ameritan ser planteadas. ¿Acaso el Estado que fue la
República Federal Alemana de la época de la Guerra Fría cargó con una
responsabilidad mayor que la República Democrática Alemana respecto
al nazismo? ¿Acaso el Estado de Israel tiene autoridad para representar
a las víctimas de la Shoah? Y, de ser así, ¿hasta qué punto? ¿Acaso los
dirigentes de un Estado tienen autoridad para perdonar o pedir perdón
en lugar y a nombre de las víctimas, de todas las víctimas, incluyendo las
que no se lo piden?

Frente al actor de la violencia:


¿dictar políticas del sujeto?

Responder a la violencia es, clásicamente, conjugar políticas de represión


y prevención; ya sea dentro del marco del Estado –recurriendo a la policía,
la justicia o la educación–, fuera de este marco –mediante la diploma-
cia, la guerra–, o bien conjugando ambas dimensiones, una medida tanto
más necesaria cuanto que la globalización borra las referencias y que, por
ejemplo, la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo requiere hoy
estrategias “globales”. A nuestro parecer, nuestra tipología del Sujeto de la
violencia puede contribuir útilmente a la reflexión.
Si acaso, por lo menos en las dimensiones que resulta posible estable-
cer, la violencia corresponde al Sujeto flotante, es decir, a la dificultad o la
imposibilidad de transformar expectativas o demandas en acción, entonces
lo que más importa es establecer o restablecer las condiciones que permi-
tan dicha transformación. Semejante propuesta constituye una prolonga-
ción directa de las observaciones que formulamos en materia de oposición
entre violencia y conflicto institucionalizado. Significa, en efecto, que la
estrategia más apropiada para la reducción o la supresión de la violencia
consiste, en este caso, en favorecer la formación y el fortalecimiento de

112
El sujeto y la violencia

actores sociales o políticos que aseguren la gestión, por conflictiva que


sea, de una relación entre ellos, es decir, el exacto contrario de la ruptura.
Lo anterior implica que, a nivel mundial, el espacio supranacional sea ocu-
pado por un número de actores e instituciones en constante crecimiento. A
nivel de los Estados, implica formas de democracia que permitan remediar
la crisis contemporánea de la representación política18 y aseguren el auge
y el reconocimiento de actores sociales y culturales.
La misma idea vale para niveles más pequeños. En una compañía, por
ejemplo, aunque la presencia de sindicatos poderosos y organizados es
considerada a menudo como una fuente de problemas por la dirección
de la empresa, también constituye para ella la mejor garantía contra los
riesgos de anomia y descomposición: en efecto, semejantes interlocutores
permiten clarificar problemas internos, evitar sobrentendidos que alimen-
tan una crisis, negociar, además de que también traen consigo cierto gra-
do de previsibilidad.
Rechazar la hipótesis misma de conflictualidad no es sinónimo de ase-
gurar el orden y la paz social, sino más bien de favorecer las conducciones
de crisis, empezando con las crisis de violencia.
Si acaso la violencia se relaciona con el hiper-Sujeto y la plétora de
sentido, reclama esfuerzos simétricos. En dado caso, el problema no re-
side en el déficit de sentido ni en la ausencia de conflictualización, sino
que tiene más que ver con la sobrecarga que convierte un conflicto virtual
en guerra y en conducciones de ruptura violenta. Se trata de que quienes
ejercen cualquier influencia en la situación deben procurar que las dimen-
siones manifestadas en esta sobrecarga de sentido ideológica, religiosa,
no pesen demasiado y determinen más la acción ni impidan el debate, la
discusión, el tratamiento político o social o la negociación. Su interven-
ción eventual conlleva una probabilidad de ejercer una influencia tanto
mayor cuanto más temprano se ejerza, antes de que el actor se encierre
por completo en su lógica propia para evitar toda concesión y otorgue
primacía a lo absoluto y la radicalidad.
El Sujeto flotante exige estrategias de abajo hacia arriba, desde la au-
sencia de conflicto y mediaciones hasta la construcción o el fortalecimien-
to de relaciones de conflicto. El hiper-Sujeto reclama, al contrario, una
estrategia de arriba hacia abajo, descendiendo del ámbito metapolítico al

18
Me permitiré, en este punto, remitir a los análisis presentados en la publicación que dirigí: Le
printemps du politique, Robert Laffont, París, 2007.

113
Michel W ieviorka

político, de la ruptura ilimitada, especialmente en materia religiosa, al de-


bate y al conflicto institucionalizado. Un tipo de intervención importante
puede, en este caso, pasar por esfuerzo destinado a dar peso a los que,
dentro de una misma ideología o religión, pueden aceptar la moderación,
el debate, la conciliación de su particularismo con los valores universales
que rigen el derecho y la razón. Así ocurre, por ejemplo, en las democra-
cias occidentales, cada vez que el islam moderado es respetado y recono-
cido, así como animado a no dejar que el islamismo radical lo contagie y
lo debilite. Una vez instalados en una lógica de pureza radical, los actores
de la violencia no suelen ser susceptibles de abandonar sus convicciones
y renunciar al “todo o nada” en el que se ha convertido su modo de pen-
samiento. A partir de este momento, la salida de la violencia sólo puede
llevarse a cabo mediante la fuerza, la represión, el recurso del ejército y
la policía.
Resulta difícil aceptar la hipótesis del no-Sujeto, de acuerdo con la
cual la violencia no corresponde a ningún sentido y es meramente la ex-
presión de una sumisión a una autoridad legítima. En efecto, semejante
hipótesis resta responsabilidad al actor violento, lo convierte en autómata,
en burócrata desprovisto de conciencia al servicio de una máquina, en ser
actuando sin convicciones ni pasiones que no se plantea ninguna pregunta
tras haber recibido una orden de actuar. Pero concedamos a esta hipótesis
el beneficio de la duda, admitamos que permite ejemplificar individuos
o situaciones. Salir de la violencia en este caso sólo puede pasar por la
deslegitimización de la autoridad implicada, o cuando menos por la de las
prácticas que protege. Por ejemplo, se ha tolerado durante mucho tiempo
en Francia la violencia, por cierto limitada, de las novatadas universitarias,
ya que eran protegidas por una “tradición” arraigada en ciertas institucio-
nes de enseñanza. Se requirieron vigorosas intervenciones políticas para
que fueran deslegitimizadas y prohibidas y, por ende, para responsabilizar
a los que continuaran perpetrándolas. De forma mucho más general, en el
marco de la educación, todo lo que puede elevar el sentido de la responsa-
bilidad individual y colectiva, la conciencia, la idea de que el individuo es
responsable de sus actos, contribuirá a restringir el espacio de la violencia
causada por el no-Sujeto.
La crueldad y la violencia del anti-Sujeto sólo surgen en condiciones
muy particulares. Así, pueden acompañar la guerra clásica cada vez que
un fuerte sentimiento de impunidad está asociado al temor del enemi-
go, como lo demostró el ejército estadounidense durante la guerra del

114
El sujeto y la violencia

Pacífico,19 frente a los japoneses; durante la guerra de Vietnam –sobre todo


durante la matanza de My Lai, en la que 500 civiles desarmados fueron
masacrados con brutalidad por una brigada el 16 de marzo de 1968– o,
más recientemente, en Abu Ghraib, en Irak. Impedir la crueldad implica
instalar barreras de contención que no permitan que los actores lleguen
al corazón de la violencia pura, convertida en fin en sí mismo. Ello vale
para las autoridades militares en tiempos de guerra que, en teoría y de
acuerdo con el derecho de la guerra, deben impedir que significados que
no sean meramente instrumentales escapen a su control y su responsabili-
dad. También vale para los dirigentes de organizaciones de lucha armada,
que deben evitar la dilución de sentido respecto a objetivos políticos que
implica para sus integrantes el recurso a la violencia pura –a menos de que
ésta se convierta en herramienta destinada a aterrorizar al adversario. Y,
en lo tocante a la crueldad cotidiana, a la crueldad de los criminales, por
ejemplo, luce tan alejada de los problemas que pueden ser resueltos gra-
cias a respuestas políticas clásicas, que su combate exige otros recursos:
de naturaleza represiva, sin duda alguna, educativa, pero tal vez también a
través de exhortos al respeto de valores que pueden ser de índole religiosa,
moral o humanista, del tipo, por ejemplo, de quienes menciona Nelson
Mandela en su encuentro con Bill Clinton.
La violencia del Sujeto superviviente, de acuerdo con Jean Bergeret, es
“dominadora y arcaica”, se apoya en “una fantasía primitiva que plantea
simplemente la pregunta esencial a la supervivencia del individuo: ‘¿el otro
o uno mismo?, ¿él o yo?, ¿sobrevivir o morir? sobrevivir al riesgo de ma-
tar al otro’”.20 El problema aquí no es salir de la violencia o, como lo dice
Bergeret, “luchar contra la violencia”. Tiene que ver con el hecho de que
quienes pasan al acto no disponen de los recursos personales, los modelos
imaginarios que les permitan enfrentar las situaciones en las cuales viven.
Para Bergeret, la violencia juvenil, la rabia y el odio de los “jóvenes de los
suburbios” franceses, relacionados con esta clasificación, debe mucho a
las carencias de los adultos, incapaces de ofrecerles modelos de identifi-
cación adecuados.
Hoy en día la violencia es un tabú. El último quizá. No siempre fue el
caso y, no hace tanto tiempo, gozaba incluso de cierto grado de legitimidad,

Especialmente John Dover, War without Mercy, Race and Power in the Pacific, Pantheon Books,
19

Nueva York, 1986.


Jean Bergeret: “La violence fondamentale (l’étayage instinctuel de la pulsion libidinale)”, en
20

Revue française de Psychanalyse, XLV, 6, 1981. La Violence fondamentale ou l’inépuisable Oedipe,


Ed. Dunod, París, 2000.

115
Michel W ieviorka

ya sea que se tratara de ensalzar la revolución, apoyar los movimientos


de liberación nacional, demostrar comprensión respecto a grupos terro-
ristas o identificarse con guerrillas. En lugar de analizarla, los intelec-
tuales la respaldaban o se oponían a ella de acuerdo con sus simpatías
políticas. Cuanto más se le considera como figura del mal por excelencia,
más parece desprovista de sentido al punto de que, en sus manifesta-
ciones más decisivas, parece vincularse con la barbarie o el delirio. Las
ciencias sociales no deben ceder al vértigo y aceptar ideas por demás
someras que la asemejan, sin el menor análisis, a lo inhumano, lo in-
comprensible y lo absurdo. Pero deben igualmente resistirse a la idea de
conferir sentido a conductas destructivas y, en ocasiones, autodestruc-
tivas. Es la razón por la cual deben avanzar con precaución y reconocer
en toda experiencia de violencia, aunque sea poco significativa, que ésta
conlleva una relación con el sentido, pero una relación torcida, perversa,
una relación que se pierde o se edifica de forma artificial. Dicho esfuerzo
resulta tanto más difícil de llevar a cabo cuanto que conviene asumirlo en
un universo que ha dejado de ser “westfaliano”. La violencia brinda a las
ciencias sociales un reto particularmente estimulante porque obliga al
investigador a “abrirse de par en par” y producir conocimientos que van
desde el ámbito más personal, íntimo y subjetivo, hasta el más general,
planetario y “global”.

116
Este libro se terminó de imprimir en mayo de 2008,
en los talleres de Gráfica, Creatividad y Diseño, S.A. de C.V.
La edición consta de 1,200 ejemplares.
Para los interiores se utilizó papel Cultural de 90 gr.
y Sundance felt de 216 gr. para los forros.
En su composición se utilizaron tipos de la familia Leawood.
El cuidado de la edición estuvo a cargo del Fondo Editorial de Nuevo León.

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