"Los Buscavidas: Nómadas Del Capitalismo": Trabajo de Investigación
"Los Buscavidas: Nómadas Del Capitalismo": Trabajo de Investigación
"Los Buscavidas: Nómadas Del Capitalismo": Trabajo de Investigación
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Trabajo de investigación:
1
2
Para todos los trabajadores
3
4
Capítulo I Los buscavidas: nómadas del capitalismo.......................................................4
I.1. Introducción al término ‘buscavidas’......................................................................6
I.2.Los buscavidas en sus novelas ..............................................................................11
I.3. Aproximación histórica a la noción de régimen salarial.......................................25
Capítulo II Originalidad del buscavidas en el marco de la picaresca y la Bildungsroman
.........................................................................................................................................33
II.1.El buscavidas y las literaturas del ‘yo’ ................................................................33
II.2 Elementos picarescos en la figura del buscavidas ...............................................39
II.3. Comparación crítica de la Bildungsroman con la figura del buscavidas ............62
Capítulo III Inadaptación del buscavidas al sistema laboral capitalista..........................82
III.1.Un ‘espíritu’ no capitalista .................................................................................82
III.1.A. ‘Irracionalidad’ y ‘ascesis’ del sistema capitalista ........................................87
III.1.B. La profesión del nómada ..............................................................................100
III.2.Conflictos materiales del buscavidas con el régimen salarial capitalista..........131
III.2.A. Conflictos del buscavidas con el principio de separación de las tareas........135
III.2.B. Conflictos con la disciplina salarial..............................................................155
IV. Conclusiones.......................................................................................................190
Capítulo V Bibliografía.................................................................................................206
5
Capítulo I Los buscavidas: nómadas del capitalismo
6
Antes de seguir adelante, me gustaría justificar muy brevemente por qué se ha optado
por el vocablo “buscavidas” para describir a este tipo de personajes. Me parecía
pertinente acuñar un término para denominarle, porque a pesar de su relación de
parentesco con géneros novelescos como la Bildungsroman o la picaresca, que
analizaremos en el segundo capítulo de la investigación, las novelas con “buscavidas”
se desmarcan de ambas tradiciones y proporcionan un enfoque nuevo sobre el conflicto
entre el yo el mundo, polarización lukaksiana cuya tensa dialéctica convierte a la
novela en una de las principales forma guía de la conciencia moderna. En el caso del
buscavidas, como digo, este conflicto entre el yo y el mundo toma la forma de una
resistencia enconada del protagonista contra el mundo del trabajo, una lucha para
preservar su identidad de sus efectos corrosivos y alienantes.
1
. Real Academia Española. Diccionario de la lengua- Vigésima segunda edición [en
línea]. Madrid: Espasa Calpe, 2000. Recuperado el 14 de febrero de 2006, de
http://buscon.rae.es/draeI/
7
European Culture, Franco Moretti observa que Wilhem Meister abandona el mundo
del trabajo para perseguir su ideal de formación y enuncia esta sentencia demasiado
rotunda en mi opinión, pero que hace pensar, por contraste, en la específica
originalidad del personaje del buscavidas respecto al personaje de las novelas de
formación tradicionales: “Let us begin by observing that the representation of the
economic domains and of its symbolic universe has had in the great narratives of the
last two centuries has had no importance whatsoever”2. En ese sentido, el buscavidas
constituye una excepción deliberada y rotunda, porque sus inquietudes se circunscriben
a la esfera económica y sus factores alienantes sobre la identidad en una sociedad de
asalariados.
La estructura del trabajo contempla varios aspectos relacionados con este tipo de
personajes. En primer lugar, mediante esta introducción, me he propuesto introducir el
término al lector y familiarizarnos, mediante un resumen de las novelas, con los rasgos
distintivos del buscavidas, esto es, la encrucijada en que se desarrolla su identidad, que
2
Moretti, Franco. The way of the World. The Bildungsroman in European culture.London: Verso, 1987,
p.25.
3
Gorz, André. La Metamorfosis del trabajo: búsqueda del sentido: crítica de la razón económica.
Madrid: Sistema, DL 1995, p.26.
8
carece de ambiciones sociales, a pesar de que tales ambiciones le brindarían una
seguridad con la que afrontar sus necesidades acuciantes y le permitirían ponerse a
resguardo de los trabajos más alienantes. Asimismo, veremos como el buscavidas, a
pesar de su egolatría distintiva, fraguada en un nihilismo que le hace desconfiar de
todos los valores sociales, no es ajeno a la solidaridad con los pobres de la tierra que
corren una suerte semejante a la suya, sumidos en trabajos de escala o nula calificación
social. Por último, citaremos el estilo de vida nómada mediante el que intenta
protegerse de este sistema laboral alienante (salvo aparentemente, en el caso de La
Conjura de los necios, que en línea con su imaginario carnavalesco, realiza una
inversión paródica de dicho requisito). En el tercer apartado de esta introducción, a fin
de establecer un puente con los siguientes capítulos, haremos un breve resumen
histórico del momento en que cambia la noción de “trabajo”, con la llegada de la
revolución industrial y la sistematización capitalista de un “régimen salarial”
enteramente nuevo. Eso nos permitirá enmarcar en su debido contexto, en el segundo
capítulo de la tesina, una semejanza del buscavidas con las tradiciones literarias en que
se inserta, la picaresca y la Bildungsroman, para describir la especificidad de su
posicionamiento cultural e ideológico, así como para profundizar en los principales
rasgos de su personalidad. En el tercer capítulo, abordaremos por extenso la manera
en que el buscavidas subraya, mediante su personalidad irreductible a los principios
disciplinarios del capitalismo, un fenómeno de desencaje evidente con el sistema
laboral contemporáneo. Lo haremos a través de dos ángulos de aproximación, espiritual
y material, esto es, respectivamente, mediante un cotejo de su caracterización distintiva
con el ‘espíritu capitalista’ descrito por Max Weber y mediante la ilustración de sus
conflictos específicos con los mecanismos del régimen salarial y la organización
industrial.
Debo añadir que mi intención ha sido ilustrar en todos y cada uno de los buscavidas,
con rigor y riqueza, un perfil laboral que incumplen sistemáticamente, y que es
requerido a todos sus asalariados por el sistema capitalista. A tal fin, he procurado ser
tan cuidadoso como demorado en el dibujo teórico de ese perfil, que me ha llevado a
contraer una deuda muy grata con varios autores, en las respectivas disciplinas desde
las que he abordado mi análisis de los buscavidas. En primer lugar, con Jean Paul de
Gaudemar y Benjamin Coriat, sociólogos de base foucaultiana, que llevan el enfoque
disciplinario del filósofo francés al ámbito de la organización industrial capitalista. Sus
9
estudios me han permitido ilustrar, a ras de tierra, los mismos conflictos materiales que
sufrimos los asalariados con el sistema laboral, de los que el buscavidas se hace eco en
sus andanzas y traspiés. En segundo lugar, con Max Weber, que ocupa enteramente mi
análisis en el capítulo reservado al ‘espíritu’ no capitalista del buscavidas, porque que
sus aportes teóricos permitían entender, desde una perspectiva tan insólita como
penetrante, la indignación del buscavidas frente al sistema laboral capitalista. En tercer
lugar, con Miguel Salmerón, que en el capítulo reservado a la Bildungsroman, me
permitió hacerme una idea completa y cabal, desde el punto de vista teórico y literario,
de todos los esfuerzos de la novela de formación alemana por crear un marco de
disidencia crítica que se aviene con el espíritu que rige a los buscavidas. Asimismo, su
cabal compendio crítico me permitió argumentar, con rigor y sistema, por qué las
novelas con buscavidas no son novelas de formación a la usanza del s.XIX y merecen
ser estudiadas desde un marco teórico propio. Por último, en el capítulo de la picaresca,
requiere especial mención José Antonio Maravall, sin cuya genial y compleja obra, La
literatura picaresca desde la historia social, no habría podido desentrañar con
precisión el sustrato disidente que une al pícaro con el buscavidas. Espero que los
amantes de la picaresca, gracias a este análisis, puedan disfrutar en el buscavidas de un
primo lejano del género, con el que sin embargo presenta diferencias sustanciales y
enriquecedoras: porque la vida sigue y la literatura, su gran perseguidora, no gusta de
quedarse rezagada.
10
I.2.Los buscavidas en sus novelas
Los hermanos Tanner (1907) es la primera novela del autor suizo Robert Walser. La
trama sigue a Simon, álter ego de su autor, el hermano Tanner “del que menos
esperanzas de futuro pueden albergarse” 4, a quien “no le interesa en absoluto progresar
en la vida” 5, en sus erráticas andanzas por Suiza durante las cuatro estaciones de un
año, mientras va alternando su mero disfrute de la vida, desgranado en una filantrópica
variedad de reflexiones sobre el maravilloso universo natural y humano que le rodea,
con unas ocupaciones que le sirven para trazar una ética inquietante del mundo del
trabajo. Fiel a este planteamiento de vida, veremos a Simón, alternando una serie de
trabajos que configura una trama alegre y deshilvanada: aprendiz de librero, mozo de
4
Walser, Robert. Los hermanos Tanner. Madrid: Ediciones Siruela, 2000, p.27.
5
Ibid., p.84.
11
almacén en una fábrica, criado y copista. En distintos pasajes de la novela, conocemos
asimismo a sus hermanos: Klaus el pintor, con el que convive durante los primeros
capítulos y a quien considera su alma gemela, con la salvedad de que él ni siquiera se
propone triunfar en el arte; su hermana Klara, entristecida por haber dedicado su vida
entera a una sola carrera de maestra, con la que pasa unos meses en el campo; Kaspar,
un erudito fatigado por haber seguido siempre una carrera demasiado estricta y
responsable, que le ha alejado de las fuentes de la vida; su hermano Emil Tanner, que
sólo conocemos por referencias, y que perdió la razón tras sufrir un proceso de
marginación social y laboral cuyos pasos podría estar siguiendo Simón
inadvertidamente. Estos y otros personajes configuran el mundo de Simon, que a pesar
de su fuerte individualismo y su amor a la naturaleza, su rara habilidad para mezclar
impertinencia y panteísmo, sabe solidarizarse con el destino de los suyos: “¿Qué enseña
el conocimiento cada vez mayor del ser humano? ¡La cosa más sencilla del mundo, a
tratar a todos con amabilidad! ¿No somos acaso todos hermanos los que vivimos en
este planeta perdido y solitario?”6
Pero aunque Simon no renuncia a formarse entre los hombres, y se propone con
frecuencia madurar en la sociedad mediante un desempeño escrupuloso de sus labores,
la continuidad de tales propósitos se ve truncada al constatar el desfase entre semejante
estilo de vida y las exigencias de su propio temperamento. Así, su carácter se mueve
en extremos paradójicos, como cuando al empezar su trabajo en una oficina, se siente
dignificado al ser contemplado por aquellos que vuelven a casa después de una jornada
laboral, “sintiendo la tarde como un regalo, pues de verdad lo esperan quienes entregan
su día al trabajo” 7 para deplorar poco después que “aquí un joven no encuentra sino
desaliento, nada más” 8.
6
Ibid., p.254.
7
Ibid., p.224.
8
Ibid., p.226.
9
Ibid., p.208.
12
un doble filo contestatario y sumiso, a tal punto canta las virtudes de la sumisión y
celebra el morboso placer de la insumisión, que ya no solo sus patrones, sino el lector
mismo queda desorientado ante las contradicciones existenciales de Simon frente al
trabajo, en el que observa una posibilidad de formación y deformación simultaneas y
con el que mantiene gozosa relación sadomasoquista. Así, podemos encontrar un buen
ejemplo de este humor enrarecido, a caballo entre el placer formativo y el terror
alienado, al observar de una señora que intenta educarlo para convertirse en su perfecto
criado: “Para enfadarse es una auténtica maestra, y yo, por mi parte, también soy un
maestro en provocarla. (…) Me gusta ese escarnio porque me hace temblar, y me
encanta ser invadido por la rabia y la vergüenza: te impulsa hacia metas más altas,
incitándote a la acción”10. Para Simón, la búsqueda de una identidad más plena, la
expresión más entera de si mismo, puede plasmarse a veces en el arte, pero se cifra
antes que nada en esa exuberancia delicada con que medita los paisajes de la
naturaleza y el alma de los hombres como en un largo paseo. Y en efecto, cuando
Simón no está trabajando, e incluso, con el rabillo del ojo, cuando trabaja, su principal
ocupación es la del paseante observador, profundo y sin propósito, que celebra la
belleza de la naturaleza y se solidariza amorosamente con los sufrimientos de otros
pobres desde una hiperestesia rayana en el misticismo. Sirva de ejemplo la observación
que hace de un pobre anciano orante en el comedor social al que acude a comer:
“Aquel viejo quizá tuviera tras de si una larga e inútil caminata por todas las calles de
la ciudad. (…)La simple idea de que el anciano anduviese buscando un trabajo, como cabía
suponer, de que aún tuviera, a su edad, ánimos para trabajar, esa simple idea tenía un trasfondo
penoso y aterrador. (…) Quizá por eso rezara, para mitigar la terrible gravedad de su situación
con una melodía suave, tranquilizadora” 11.
10
Ibid., p.170.
11
Ibid., p.60.
13
pintura de su hermano Klaus, en la que aprecia “una oración solitaria a la bondad”12 que
dignifica a todos los seres humanos. Sin embargo, dicha “oración” se contradice con su
deseo de no aspirar a nada, razón por la cual rasga a veces las tirillas de papel en que va
escribiendo retazos de un diario personal, porque una vez escrito “ya no tenía ningún
valor para él” y prefería “seguir entregándose a la tarea de ser un hombre olvidado” 13.
Esta triple encrucijada que configura la esencia del buscavidas, de la que ya hemos
mencionado dos ejes, el trabajo y la aspiración a una identidad más plena (realizable
mediante el arte filosófico del paseo o el arte ruborizado de la escritura), se
complementa con un tercer vértice. Me refiero al de sus necesidades, ya que por mucho
que el mismo Simon confiese que “nada en el mundo es mío, pero tampoco deseo
nada”14 y alardee de ser “una persona bastante resistente, capaz de soportar todo género
de adversidades”15, lo cierto es que se ve forzado a trabajar, y hacia el final del libro,
ante la inminencia cruda del invierno y sin paradero fijo, comienza a sentir brotes de ira
que brotan “desde las profundidades de la falta de dinero” 16 y “de un estómago que nos
ladra de puro vacío”17. Tal vez cabría recordar, a modo de conclusión profética sobre
esta cercanía del invierno, que Walser murió en un paseo por la nieve, el día de
navidad, en los alrededores del manicomio donde vivió ingresado voluntariamente las
últimas décadas de su vida.
12
Ibid., p.44.
13
Ibid., p.103.
14
Ibid., p.267.
15
Ibid., p.195.
16
Ibid., p.236.
17
Ibid., p.223.
14
sumamente crítica: viene a decir más o menos que las colonias francesas son el paraíso
de los pederastas y que todo se funda en la explotación del negro. Unas fiebres acaban
con esa aventura y llega en un estado cercano a la esclavitud a Estados Unidos. Escapa
a Nueva York, donde vive por un tiempo y se reencuentra con Lola, a quien extorsiona.
Vuelve a viajar, a Detroit; donde hace amistad con una prostituta norteamericana y
trabaja para una fábrica de Ford, pero vuelve a París y ejerce la medicina a pesar del
asco que le da su clientela. Siguiendo uno de sus súbitos impulsos de fuga, cierra la
consulta y acaba entrando de actor en un espectáculo de variedades, para acabar
trabajando de asistente en un manicomio, cuyo director y gerente pasa al mismo tiempo
una crisis de nomadismo neurasténico que le hacen abandonar el país en busca de
aventuras y dejando a Bardamu a cargo de un sanatorio que sigue funcionando por
inercia, descabezado, a la deriva, como su propia visión hastiada de la vida. El tono de
la novela es radicalmente distinto a la novela de Walser, ya que contempla el mundo,
ya no desde esa irónica filantropía que distingue a Walser, sino desde un lirismo
misantrópico, sangrante y despiadado.
15
instinto de fuga perpetua e incluso flirtea en su imaginación con seguir una carrera
estable en la Ford, pero una corazonada visceral le impide seguir adelante: “Llegué
justo hasta la puerta de la fábrica, pero me quedé paralizado en aquel lugar liminar, y la
perspectiva de todas aquellas máquinas que me esperaban girando eliminó en mi sin
remedio aquellas veleidades laborales.19”
Entre esa posibilidad y la de seguir siendo él mismo, desdichado pero él mismo,
reflexiona sobre su despedida al amor de Molly en la estación de trenes con estas
palabras: “Me daba pena, pena de verdad, por una vez, todo el mundo, ella, todos los
hombres. Tal vez sea eso lo que busquemos a lo largo de toda la vida, nada más que
eso, la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir.20”
Finalmente, lo único que quiere Bardamu es trazar pactos de no agresión entre sus
necesidades y ese resquicio de identidad que guarda para si, pactos volátiles, como se
demuestra durante toda la novela y se insinúa poderosamente en el final, cuando muere
el ultimo amigo que trabajaba junto a él manicomio y escucha las barcazas que
marchan río abajo por el sena fugándose, tal vez como él mismo, hacia ninguna parte.
Esas situaciones de nulidad social en las que Bardamu sobrevive durante toda la
novela le sirven como escudo doble, contra el hambre y contra un ascenso que podría
embrutecerlo más aún, como cuando reconoce de su último trabajo en el manicomio:
“No era malo que Baryton me considerara en conjunto con algo de desprecio. Un patrón se siente
siempre un poco tranquilizado por la ignominia de su personal. El esclavo debe ser, a toda costa, un
poco despreciable e incluso mucho (…) Por lo demás, yo había renunciado, desde hacía mucho, a
19
Ibid., p.268.
20
Ibid., p.274.
21
Ibid., p.48.
16
cualquier clase de amor propio. Ese sentimiento me había parecido siempre superior a mi condición,
mil veces demasiado dispendioso para mis recursos. Me sentía muy bien por haberlo sacrificado de
una vez por todas. Ahora me bastaba con mantenerme en un equilibrio soportable, alimentario y
físico. El resto, la verdad, ya no me importaba en absoluto”22.
“De tanto verte expulsado así, a la noche, has de acabar por fuerza en alguna parte, me
decía yo. Era el consuelo. “Ánimo, Ferdinand – me repetía a mi mismo, para alentarme- a fuerza
de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto
miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe encontrarse al fin de la noche” 23.
La conjura de los necios (1980), de John Kennedy Toole, fue redactada a mediados de
los años 60, dos décadas antes de su publicación póstuma. Ignatius J.Reilly es un ser
inadaptado y anacrónico que sueña con que la forma de vida medieval, y su moral,
vuelva a reinar en el mundo. Tras pasar diez años estudiando literatura medieval en la
universidad de Nueva Orleans, consumiendo desvergonzadamente la pensión de
viudedad de su madre, la única ambición de Ignatius es pasar el resto de su vida en su
habitación, eructando pantagruélicamente y aprendiendo a tocar el laúd, exiliado del
mundo y redactando su gran obra maestra, cientos de cuadernos Gran Jefe
desperdigados por la habitación entre pañuelos manchados de secreciones seminales, en
los que plasma su incomprendida visión del mundo. Como sugería más arriba, Ignatius
realiza una inversión paródica de la vida nómada que caracteriza al buscavidas,
22
Ibid., p.286.
23
Ibid., p.256.
17
optando por la fuga mucho menos refrescante que supone su encierro monacal y su
rechazo de las ambiciones mundanas. A tal efecto, Ignatius refiere monomaníacamente
a varios personajes uno de los principales traumas formativos de su juventud, su
excursión con un autobús Greyhound a una entrevista de trabajo en un pueblo de las
inmediaciones, que se zanjó en el más absoluto desastre.
Desde entonces, alega dicha experiencia, en su estilo chantajista, para evitarse mayores
desplazamientos y la vana persecución de una carrera. Su única actividad en el mundo
exterior es la asistencia compulsiva al cinematógrafo del barrio para despreciar con
insultos los engendros fílmicos de su siglo, que carecen de “geometría y teología24” así
como de buen gusto y decencia. Por desgracia para él y los habitantes de la ciudad, su
madre y él estampan su coche contra una fachada rococó de la vieja ciudad colonial, y a
fin de pagar los desperfectos, Ignatius se ve obligado a ganar algún dinero. Como el
mismo dice, la diosa Fortuna, contra su voluntad, lo catapulta al mundo capitalista,
viéndose obligado a someterse a la nueva forma de esclavitud que para él es el trabajo.
Él se resigna, comparándose a Boecio (que se resignó a su ejecución) y sale a buscarlo,
no sin antes emprender la redacción de su periplo laboral en uno de sus cuadernos, que
titula Diario de un chico trabajador, o adiós a la holganza. Por tanto, a su primer
trabajo como profesor adjunto en la universidad (de la que fue expulsado tras
atrincherarse en su despacho y arrojar los exámenes por la ventana sobre una
manifestación de alumnos) suma el de oficinista en una fábrica de ropa y el de
vendedor de salchichas callejero. La novela narra el desclasamiento progresivo de
Ignatius, cuya personalidad, proclive al desastre, acaba generando más problemas de
los que pretendía solucionar con su ingreso en el mercado laboral. Finalmente,
acorralado entre una posible demanda multimillonaria de la fábrica de ropa y la
decisión materna de ingresarlo en un psiquiátrico, Ignatius se fuga a Nueva York in
extremis, con la ayuda de Myrna Minkoff, compañera de universidad, activista política
y enloquecida alma gemela, que aparece en las últimas páginas de la novela tras haber
mantenido con él una agresiva correspondencia sobre su falta de implicación social.
Podemos apreciar como, después de todo, Ignatius es un nómada forzoso, incapaz de
permanecer en un puesto de trabajo o en una ciudad sin que el trabajo, la justicia y el
manicomio le persigan. Por desgracia, la segunda parte nómada que se insinúa en este
24
Kennedy Toole, John. La conjura de los necios. Barcelona: Anagrama, 2006, p.15
18
final de novela, que nos habría deparado más aventuras del buscavidas Ignatius en la
bulliciosa ciudad de Nueva York, no fue posible debido a la muerte del autor.
“¡No hipotecarás esta casa! Toda la sensación de seguridad que he procurado crear se
derrumbaría. (…)Nunca imaginé que subsistiéramos de modo tan precario. Sin embargo, es una
suerte que no me lo hayas dicho nunca. Si hubiera sabido lo cerca que estábamos de la penuria
total, mi sistema nervioso hubiera estallado hace ya mucho” 25.
Pese a ello, estas acuciantes necesidades no son motivo suficiente para “socializar” a
Ignatius en ningún trabajo fijo, pues su conducta ególatra acaba desbaratando cualquier
tipo de lealtad corporativa; por ejemplo, su trabajo en Levy pants, la fábrica de ropa,
concluye con Ignatius organizando una manifestación de los negros que trabajan en su
propia fábrica (que denomina con solemne medievalismo, Cruzada de la Dignidad
mora) contra sus propios oficinistas. Tales iniciativas de solidaridad, presentes como
contrapunto en la caracterización individualista del buscavidas, con más extrañas aún
en un personaje tan ególatra como Ignatius. Lo cierto es que responden a un poderoso
afán de exhibicionismo social, con que Ignatius pretende acallar los reproches de
Myrna Minkoff, que le echa en cara haber “cerrado tu inteligencia al amor y a la
sociedad” y su negativa a “comprometerse con los problemas cruciales de estos
tiempos”26. Así, todos los proyectos más bizarramente megalómanos de Ignatius, como
la mencionada Cruzada de la dignidad mora, o su afán por liderar un ejército de
pederastas para establecer la paz mundial, responden, paradójicamente, a una
ostentación de solidaridad que se gana la simpatía del lector. Naturalmente, aunque
Ignatius privilegie su yo por encima de todas las cosas, consagrando su megalómana
psique a desarrollar proyectos que rediman al mundo de su locura (con más locura),
éstos desembocan en el más absoluto fracaso. Ignatius es uno de los personajes más
contradictorios del s.XX, porque se integra en una novela de estructura clásica y temas
decididamente realistas, como la socialización laboral que afecta no sólo a Ignatius,
25
Ibid., p.59.
26
Ibid., p.85.
19
sino al resto de los personajes de la novela, pero procede de una literatura de
resonancias alegóricas que parece actualizar la figura del loco-filósofo de Erasmo de
Rotterdam y el gigante rabelaisiano. Cabe recordar que su autor, que sospechosamente
había trabajado como profesor adjunto, en las oficinas de una fábrica de ropa y como
repartidor callejero, debió sentirse igualmente inadaptado, cuando al no lograr la
publicación de su novela y ver frente a si el panorama desolador de tener que ir a
trabajar, se suicidó con sólo 31 años.
Factotum (1975), de Charles Bukowski, cuenta la vida de su álter ego Henry Chinaski
en 1944, un factótum27 que tras ser rechazado en el reclutamiento de la 2ªGM, pasa por
toda serie de trabajos ínfimos mientras se consagra al alcoholismo y la escritura. Con
sólo 23 años, Chinaski ya es un perdedor, un poeta y un borracho impenitente, que ha
renunciado de manera radical a prosperar en la vida y cuya única meta es publicar sus
cuentos en una editorial que rechaza sistemáticamente todos sus escritos con una
cordial nota de agradecimiento. Entremezcladas con la descripción, cómica y
aterradora, que hace Chinaski de sus trabajos más ingratos, conocemos el amor que
vive a ratos perdidos junto a dos mujeres a las que ama, Jan y Laura, sus almas
gemelas alcoholizadas, que le sirven, como la escritura y la bebida, para fugarse a un
mundo donde su identidad puede reconciliarse consigo misma y la realidad se vuelve
menos inhumana. La particularidad de este determinado buscavidas es que, al ser el
álter ego oficial de Bukowski, podemos verle como protagonista de cinco de sus
novelas, que explican diferentes etapas de su vida, a las que me referiré puntualmente
en algún momento de la tesina.28
27
Fac Totum . (Del lat. fac, imper. de facĕre, hacer, y totum, todo). 2. m. coloq. Persona que desempeña
en una casa o dependencia todos los menesteres.
28
Son particularmente interesantes Cartero(1971) y La senda del perdedor(1982), muy vinculadas al
mundo alienante del trabajo.
29
Bukowski, Charles. Factotum. Barcelona: Anagrama, 2007, p.97
20
todos los seres humanos, Chinaski es solidario con el destino de las pobres gentes con
las que comparte su aciago destino laboral, Chinaski se sabe el poeta de esa masa
anónima, como cuando reconoce megalómanamente: “Yo construiría un imperio con
los cuerpos fracturados y las vidas de los hombres sin esperanza, mujeres y niños…Les
impulsaría a todos ellos a lo largo del camino. ¡Les enseñaría!” 30
A fin de mantenerse libre y gozar de esa libertad nómada que le lleva a vivir en cuatro
ciudades distintas durante un año, Chinaski mantiene a raya sus necesidades,
cuidándose mucho de que estas no le arrastren a un estilo de vida que le dejaría
totalmente alienado. Dándole un trago a la petaca de whisky en pleno recado laboral,
pregunta con impertinencia a unos negros que trabajan en una hilandería industrial de
Nueva York, con los rostros pegados a sus máquinas cosedoras: “Brad, me está
deprimiendo de la ostia veros trabajar a todos. ¿No os gustaría, tíos y tías, que os
cantara una canción? Vuestro trabajo es realmente horrible. ¿Por qué lo hacéis? 31”,
como si se negara a entender que la necesidad les ha empujado a ello. Pese a ello, no es
una impertinencia ingenua, sino indignada contra el destino alienante del trabajo,
porque Chinaski ha aprendido muy bien esta lección: “El alma de un hombre estaba
radicada en su estómago. Un hombre podía escribir mucho mejor después de haberse
zampado un buen solomillo de ternera y bebido medio litro de whisky de lo que jamás
podría hacerlo después de haber comido una barrita de caramelo de a níquel.32”
Toda su precaria existencia laboral es una lucha por alimentar de la manera más frugal
tales necesidades, que le dejen tiempo libre para la escritura. Con todo, Chinaski se
burla del sistema de necesidades artificiales en que nos sume el afán de progresar en la
vida, si eso le permite, pese a convertirse en un paria social y en un asalariado
irreductible, ser con todo un poco más libre. En ese sentido, observa de un compañero
de trabajo donde hace de mozo de almacén:
“En las listas de recibos nunca había el menor error, probablemente porque el tío que
había en el otro extremo estaba demasiado preocupado por su trabajo como para ser descuidado.
Normalmente esos tíos suelen estar en la séptima de las treinta y seis letras del coche nuevo, sus
mujeres van a clase de cerámica los lunes por la noche, los intereses de la hipoteca se los están
comiendo vivos y cada uno de sus cinco hijos se bebe un litro de leche diaria” 33.
30
Ibid., p.54.
31
Ibid., p.121
32
Ibid., p.54.
33
Ibid., p.122
21
Vale la pena recordar que Chinaski –por no decir Bukowski – se mantendrá fiel a ese
temperamento indisciplinado y errático hasta el fin de sus días, pero pagará muy cara la
factura que supone tal osadía. Ya en Factotum, el personaje, que sólo cuenta 23 años,
se plantea muy seriamente si no valdría la pena suicidarse. Esa angustiosa decisión,
contemplada como solución una y otra vez, vuelve a surgir tres décadas más tarde, en
una de esas noches que carga el diablo, cuando el buscavidas Chinaski, con cincuenta
años recién cumplidos, decide abandonar un trabajo en el que había permaneció
inusitadamente 13 años, que le brindaba seguridad material pero le estaba conduciendo
inexorablemente a la demencia: “I even had the butcher knife against my throat one
night in the kitchen and then I thougth, easy, old boy, your Little girl may want you to
take her to the zoo.”34 Un par de noches después, tras una borrachera absolutamente
salvaje, el buscavidas se redime de sus meditaciones suicidas con un último acto de
expresión individualista que le abrirá las puertas a una nueva vida: “In the morning it
was morning and I was still alife. Maybe I’ll write a novel, I thought. And then I did”35.
35
Ibid., p.160
22
borracho en su habitación y le cita como amigo. Expulsado pues de este trabajo, y
acosado por la policía, que considera sospechosa la manera en que ha sido expulsado
del mismo, Karl se ve obligado a alojarse como siervo, en un estado de secuestro y
esclavitud, en el balcón del piso de Brunelda, una dama rica que ha tomado como
sirvientes a Robinson y Delamarche. Tras varios intentos de fuga, y una elipsis rotunda,
atribuible sólo al carácter inacabado de la novela, Karl se ve de nuevo en libertad y
contempla el anuncio de una oferta de trabajo en el Gran Teatro de Oklahoma, donde
“todo el mundo es bienvenido”, como lee Karl con un atisbo de esperanza, pensando
que “todo lo que había hecho hasta ahora quedaría olvidado y nadie se lo
reprocharía”36. Karl asiste a la oferta de trabajo y se encuentra con una oficina de
reclutamiento laboral llevada al paroxismo más absurdo, en el que existen cientos de
casetas, a cual más especializada, para contratar a todo el mundo en función de su
curriculum previo. Karl, que no tiene pasaporte ni papeles, se inscribe como “Negro”
(apodo que había recibido en sus últimos empleos) e intenta pasar por ingeniero, pero
acaba siendo llevado a la caseta ínfima de “ex-estudiantes europeos de instituto
secundario”. Una vez allí, es contratado y poco después se pone en marcha junto al
resto de los contratados hacia Oklahoma, en un tren que atraviesa montañas gigantescas
y hace pensar en un destino ominoso para Karl Rossman.
23
de la necesidad, su lucha por preservar su identidad, su nomadismo forzoso y su
descripción despiadada de los factores más alienantes del trabajo sobre el individuo,
esta novela nos servirá a un tiempo para profundizar en el sistema laboral
contemporáneo, cuya descripción será abordada en el tercer capítulo, así como
establecer paralelismos que ayudarán a definir la especificidad del buscavidas.
24
I.3. Aproximación histórica a la noción de régimen salarial
37
Weber, Max. La ética protestante y el espíritu capitalista. Madrid: Alianza, 2009, p.83
25
modos de vida a que están vinculados, no se produjo de la noche a la mañana, sino en
el curso de un largo desarrollo de la economía dineraria que acompañará el nacimiento
de un nuevo concepto de “trabajo” desde el SXV hasta nuestros días. Abordaremos en
profundidad esa etapa histórica previa al capitalismo en el segundo capítulo, al
ocuparnos de las afinidades del buscavidas con el pícaro.
Antes que nada, conviene formular el conflicto esencial del buscavidas, en tanto
trabajador plenamente sometido a este proceso de racionalización económica que
distingue al capitalismo, mediante una ecuación sencilla pero determinante, que
podemos plantear en términos marxistas: el buscavidas sufre unas necesidades que
intenta cubrir mediante un salario, un salario que a su vez traduce la cuantificación de
su valor económico como fuerza de trabajo. Las convenciones legales que sirven para
determinar la cuantía y la importancia del “salario” dentro del régimen de producción
capitalista, así como el poder adquisitivo y su relación de dependencia con las
necesidades de los consumidores y la productividad general de una sociedad,
constituyen una piedra de toque trascendental a la hora de reflexionar en la evolución
del capitalismo, tanto si pensamos en el salario paupérrimo mediante el cual se
explotaba al miserable obrero del s.XIX, como si reflexionamos acerca del salario y el
sistema de compensaciones sociales que concede nuestro moderno estado de bienestar.
Ambas etapas, a pesar de sus diferencias antagónicas, forman parte de un mismo
proceso histórico, que condujo a la progresiva implantación de un “régimen salarial”
enteramente nuevo, inherente al capitalismo y condicionado por una mayor
competitividad entre las empresas, que exigían, no ya una fidelidad del empleado a su
patrón, sino la continuidad, calculabilidad y constancia de una fuerza de trabajo
ininterrumpida.
26
toda innovación y toda forma de competencia” 38.Asimismo, Barry Jones propone esta
ilustrativa descripción del campesinado en las economías no competitivas previas a la
revolución industrial:
Por tanto, los trabajadores que cita Weber, el “campesino que vive al día” y el “viejo
artesano gremial”, mantenían una relación económica con su empresa sustancialmente
distinta a las que mantiene la moderna empresa capitalista con el moderno trabajador
asalariado. Esos modos de producción no estaban dominados por la racionalización
económica exhaustiva que distingue a los modos de producción capitalistas. El patrón
tradicional no planificaba su productividad “al logro de un éxito económico esperado”,
no cuantificaba los tiempos de producción en un sistema de equivalencias salariales tan
estrictamente contabilizado como el que desarrollará el capitalismo industrial, a fin de
mantenerse en un estado de perpetuo ascenso económico, que le permita mantener un
proyecto competitivo en un sistema de libre competencia entre empresas. Entre otros
factores, esa menor racionalidad económica de la sociedad tradicional se debe a que
los ciclos naturales, en el caso del campesino, y las convenciones gremiales, en el caso
del artesano, determinaban una pauta de productividad consensuada socialmente, que
hacía concurrir a intereses económicos enfrentados con una relativa estabilidad de los
mercados. Pero con el advenimiento de la revolución industrial, la productividad crece
de una manera inédita en la historia, así como la masa demográfica que puede consumir
los excedentes de dicha productividad, de manera que la relativa estabilidad de los
mercados que había distinguido a la primera modernidad quedó profundamente
alterada.
39
Jones, Barry. Sleepers awake. Technology and the future of work, Oxford, Oxford University Press,
1983, p.83. Citado en: Gorz, ob.cit., p.147
27
hipotético primer patrón capitalista, que inspirado en estos principios en la
competitividad, contribuye a desarrollar el moderno sistema industrial y su calculada
reinversión de las ganancias: “iría un buen día al campo, y seleccionaría allí
cuidadosamente los tejedores que le hacían falta y los sometería progresivamente a su
dependencia y control, los educaría, en una palabra, de campesinos a obreros” 40. Tras
aplicar una serie de iniciativas que romperían con las pautas de productividad
tradicional, como la relación directa con sus abastecedores al por mayor, la búsqueda
de nuevos clientes y la “adaptación” del producto a sus necesidades, este hipotético
empresario:
“una vasta literatura que describe las resistencias, largo tiempo insalvables, con las que
se tropezaron los primeros capitalistas industriales. Para su empresa era indispensable que el
coste de trabajo llegara a ser calculable y previsible con precisión, porque solamente con esta
condición podían ser calculados el volumen y los precios de las mercancías producidas y el
beneficio previsible”42.
Es evidente que sin esa contabilidad previsora, sin ese proceso de racionalización
económica, la inversión seguía siendo demasiado aleatoria para que los empresarios se
aventuraran en ella. Precisamente por ello, ese delicado equilibrio entre beneficios y
reinversiones exigía calcular, entre otros factores, la relación entre el rendimiento
laboral y su valor económico. Era necesario, por utilizar las palabras de Gorz, “poder
medir el trabajo en si mismo, como una cosa independiente, separada de la
individualidad, las necesidades y las motivaciones del trabajador” 43.
40
Weber, Max. La ética protestante y el espíritu capitalista. Madrid: Alianza, 2009.p.76.
41
Ibid., p.76
42
Gorz, André. La Metamorfosis del trabajo: búsqueda del sentido: crítica de la razón económica.
Madrid: Sistema, DL 1995, p.35.
43
Ibid., p.35
28
Esta división entre trabajo y trabajador es clave a la hora de entender el cambio operado
en la noción de trabajo, ya que la actividad productiva, en efecto, fue separada
progresivamente de su sentido, de sus motivaciones y de su objeto para convertirse en
el simple medio para ganarse un salario. Para ello, no sólo se hicieron más metódicas,
menos artesanales y mejor adaptadas a sus fines de máxima productividad, unas
actividades productivas preexistentes, sino que, como venimos diciendo, tuvieron que
separarse esta noción de “trabajo” de las necesidades tradicionales de los trabajadores.
Es sintomático de las dificultades que debió implicar dicho proceso el énfasis que pone
Weber en la “educación” del campesino al obrero . Esta “educación”, como diría
Weber, no fue una tarea tan obvia como puede parecernos hoy en día, y de hecho, la
reticencia de los obreros a cubrir día tras días una jornada de trabajo entera,
estableciendo así un continuum de fuerza de trabajo regular, previsible y calculable,
fue la causa principal de la quiebra de las primeras fábricas. Como dice Gorz:
“Para los obreros de finales del s.XVIII, el trabajo era una habilidad intuitiva,
integrada en un ritmo de vida ancestral y nadie habría tenido la idea de intensificar y prolongar
su esfuerzo con el fin de ganar más. El obrero no se preguntó cuanto podría ganar al día
rindiendo el máximo posible de su trabajo sino cuanto tendría que trabajar para seguir ganando
los dos marcos y medio que ha venido ganando hasta ahora y que le bastan para cubrir sus
necesidades tradicionales”44.
La preocupación del empresariado por “educar” a las nuevas masas de trabajadores
industriales sustenta la evolución del régimen salarial, desde el primer capitalismo
hasta nuestra moderna sociedad de consumidores en la era del bienestar. Los principios
disciplinarios de dicho régimen, que desglosaremos y analizaremos en el tercer capítulo
de esta investigación, en su relación conflictiva con la figura del buscavidas, que
también documentaremos profusamente, se fueron sofisticando históricamente, desde
los principios utilitaristas que recomendaba Jeremy Bentham para el buen
funcionamiento de las casas de trabajo, pasando los elevados salarios de cinco dólares
en las fábricas de Ford, hasta el sistema de compensaciones sociales que garantiza al
asalariado el keynesianismo.
Aquí nos interesa sólo mostrar que el principal obstáculo al que se enfrentó el
desarrollo del llamado régimen salarial en sus orígenes fueron las necesidades
relativamente limitadas del trabajador preindustrial. La manipulación y subversión de
dichas necesidades, hasta el punto de que el obrero las viera indisolublemente ligadas a
su salario fue un proceso gradual y difícil. Podemos apreciar la trascendencia de este
proceso al examinar la figura del buscavidas, que presenta ese mismo escollo al sistema
44
Ibid., p.36
29
capitalista: su capacidad para vivir por debajo de las necesidades consensuadas como
básicas por la sociedad, de desterrar dichas necesidades hasta un umbral ínfimo que
bordea la pobreza, convierte al buscavidas en un asalariado inasible, pues privilegia el
libre desarrollo de su identidad y se niega a ser “educado” en los principios del
régimen salarial. En los orígenes del sistema laboral capitalista, este fracaso
intermitente del régimen salarial, con todo, no se debía a los casos aislados y
anárquicos que encarna en el s.XX el buscavidas, sino a un desfase cultural de largo
alcance entre los mercados vinculados al estilo de vida de los trabajadores
tradicionales y el moderno sistema de fábricas. Para que el capitalismo fabril
prosperase, la producción debía estar regida por cierta “impersonalidad” de las
relaciones comerciales, destinada al intercambio en un mercado libre en el que los
productores sin ningún vínculo entre ellos se encontrasen frente a compradores con los
que tampoco tienen ningún vínculo. Como dice André Gorz, esa condición no se
cumplía en los mercados antiguos cuando:
Así pues, la misma naturaleza del mercado tradicional hacía que fuese muy difícil
“educar” al asalariado en las duras exigencias del sistema de fábrica; no se podía apelar
a su sentido del lucro, no podía buscarse su rendimiento máximo por un sistema de
destajo46, cuando a éste le era posible cubrir sus necesidades trabajando con arreglo a
un ritmo natural. De ahí la extrema dificultad que experimentaron los primeros
industriales para obtener un trabajo continuo y a pleno tiempo. Esta “impersonalidad”
45
Ibid., p.147
46
Para apreciar las dificultades de esta educación en el sistema de destajo, valga este interesante pasaje de
Max Weber en La ética protestante: “Un obrero, por ejemplo, gana un marco diario por cada faena
segada, y para ganar al día dos marcos y medio ha de segar dos fanegas y media; si el precio del destajo
se aumenta en veinticinco céntimos diarios, el mismo hombre no tratará de segar, como podía esperarse,
tres fanegas, por ejemplo, para ganar al día tres marcos con setenta y cinco céntimos, sino que sólo
seguirá segando las mismas fanegas que antes, para seguir ganando los dos marcos y medio con los que,
según la frase bíblica, “tiene bastante”. Prefirió trabajar menos a cambio de ganar menos también; no se
preguntó cuanto podría ganar al día rindiendo el máximo posible de trabajo, sino cuanto tendría que
trabajar para seguir ganando los dos marcos y medio que ha venido ganando hasta ahora y que le bastan
para cubrir sus necesidades tradicionales. “Weber, Max. ob.cit, .p.69
30
es rastreable también en esta interesante reflexión de W.A. Lewis sobre los problemas
con que se ha de enfrentar una sociedad que empieza a desarrollar su economía
monetaria y las dificultades que entraña “educar” a las masas de trabajadores en esa
nueva cultura laboral:
31
necesidades. Como veremos, el buscavidas se opone a estos tres principios,
tecnológico, contractual y consumista, porque no está dispuesto a soportar la alienación
física que conlleva el primero, la amputación a su tiempo de vida que implica el
segundo y el fervor consumista del tercero.
32
Capítulo II Originalidad del buscavidas en el marco de la picaresca y la
Bildungsroman
“unos dicen que es habitable la zona tórrida, porque ellos la han cruzado varias veces;
otros sostienen las virtudes medicinales que ellos, subiendo o bajando barrancos, han
descubierto. (…) El testimonio de esa propia experiencia prima sobre cualquier otro. Y si lo que
interesa es conocer, para entretenimiento o reflexión, conductas que son espejos de individuos,
nada mejor que atender a lo que un individuo cuenta de si mismo, esto es, a la autobiografía.
Fragmentos de tono autobiográfico se podrán hallar, los había habido desde los altos siglos
medievales, cuando daba la coincidencia de que se narraba una referencia vivida. Pero en la
novela picaresca no bastaba con esto: en ella se responde a la ostentación del yo, porque el yo es
el nivel máximo de la experiencia en cuya seguridad se puede confiar” 49.
48
Lukács, Georg. El alma y las formas. Barcelona: Grijalbo, 1970 p.234
49
Maravall, José Antonio. La literatura picaresca desde la historia social. Madrid: Taurus Ediciones,
1986. p.297-298
33
individual: “El recurso a la primera persona narrativa y la presentación de toda la
realidad en función de un punto de vista le hicieron posible consumar una
extraordinaria hazaña…: pensar desde dentro”50. Así, Lázaro nos contará su historia
“para que se tenga entera noticia de mi persona”51 y es frecuente encontrar en la novela
picaresca auténticas odas laudatorias a este descubrimiento literario,“el ídolo, el
emperador y el monarca de todos los ídolos, el yo” 52, como dice Juan Martí en la 2ª
parte apócrifa del Guzmán.
51
Blecua, Alberto. La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Madrid: Castalia,
1972.p.89
52
Edición de Ángel Valbuena, p.654, en La novela picaresca española, Barcelona, 1967. Citado en:
Maravall, ob.cit, p.319
53
Kennedy Toole, John. La conjura de los necios. Barcelona: Anagrama, 2006, p.56
54
Lukács, Georg., ob.cit, p.135.
34
totalidad de la que se le ha privado al hombre.” 55 Además, la Bildungsroman, respecto a
la picaresca, representa un paso adelante en el protagonismo del yo como máxima
instancia narrativa de la modernidad, porque es un género “veladamente
autobiográfico”56, en que el autor aprovecha el molde formativo de un individuo
concreto para proyectar su propio proceso de maduración en el mundo. En ese sentido,
las novelas con buscavidas participan ya plenamente, con total indiscreción, de esta
premisa tácita en la Bildungsroman, ya que al menos tres de los “buscavidas”
estudiados en este trabajo, Bardamu, Simon y Chinaski, representan ya no sólo un álter
ego, sino una explícita puesta en escena literaria del estilo vagabundo y anárquico que
marcó la vida de sus autores.
Una vez resaltado ese mismo interés por el yo, cabe resaltar las afinidades más
profundas del buscavidas con la picaresca y la Bildungsroman, respecto a otros
géneros que también evidencian un mismo interés por el yo; como la novela
sentimental o la novela epistolar (Pamela o la virtud recompensada, por citar un
ejemplo que conjuga ambas tradiciones en un mismo relato en primera persona); o la
novela de instrucción o Tendenzroman (como el Emilio de Rousseau). En mi opinión,
la especificidad del enfoque que preside las novelas de formación y las novelas
picarescas frente a éstas, estriba sobretodo en la disidencia individualista de sus
protagonistas, que crea un espacio de libertad y subversión dentro del seno de la
comunidad para aspirar a sus propias metas formativas (Bildungsroman) o arribistas-
ilícitas (picaresca). Es decir, no se proponen como manuales de conducta que podría
seguir toda una comunidad: cabe recordar que el Emilio sirvió de inspiración al nuevo
modelo educativo nacional tras la Revolución francesa, mientras que Samuel
Richardson empezó la escritura de Pamela, concibiéndolo como un libro de conducta y
etiqueta, que sólo en segunda instancia se fue dramatizando en forma de una
correspondencia novelada. En mi opinión, pues, la especificidad de la picaresca y la
novela de formación consiste en que se leen como modelos de libertad que incitan al
individuo coaccionado por las leyes sociales a resguardar para si, en su propio interés
particular, formativo o social, un espacio de independencia donde sus metas devengan
realizables. Esta moral egocéntrica, este paréntesis de libertad pensado
estratégicamente para que el “yo” pueda deliberar sobre su propio posicionamiento en
55
Salmerón, Miguel. La novela de formación y peripecia. Madrid: Literatura y debate crítico, 2002.p.103
56
Ibid.,p.9
35
una comunidad en la que está intentado coagular como individuo, al margen de los
roles preasignados que la sociedad les tuviese reservados, me parece lo realmente
específico en el tratamiento del “yo” que preside este tipo de novelas, y la enlaza
asimismo con la libertad individualista del buscavidas. Ninguno de los tres se atiene a
las conveniencias sociales del “integrado”, aunque en el caso de la Bildungsroman y la
picaresca sí se acaba firmando una suerte de pacto de madurez con el mundo, tras su
etapa de formación más o menos disidente, como veremos más adelante.
“la ruptura del equilibrio entre la oferta y la demanda de mano de obra, a favor de ésta
última, la facilidad de empleos en lugares diferentes, la posibilidad ilimitada de buscar mejores
condiciones de trabajo y de vida, todo ello atenta contra la base de la sociedad feudal. Pero la
relajación social, la libertad de desplazamiento, la posibilidad de un lucro fácil, llevaban consigo
un proceso de corrupción y trastornaban la seguridad colectiva. 57”
Según la tesis de Antonio Maravall, que comparto en ese trabajo, el pícaro nace de esa
transición del siervo “estático” de la edad media al asalariado más “dinámico” del
renacimiento. La inseguridad histórica que refiere Geremek es la que nutre la figura
del pícaro, un personaje de baja extracción social que estaba destinado a ser, en el
mejor de los casos, criado o jornalero, pero que debido a esa potencial movilidad
social, no puede ver en ese destino más que una frustración de sus ambiciones, que
intentará materializar por vías ilícitas, o directamente criminales, pero infinitamente
más seductoras que las que pudiera brindarle el trabajo manual de los meros ganapanes,
despreciado ostentosamente por las clases acomodadas de su época. Seremos más
exhaustivos a la hora de describir esta “ambición” del pícaro en el siguiente capítulo,
57
Geremek, Bronislaw. Les marginaux parisiens au XIV et XV siècles, p.32. Citado en: Maravall, ob.cit
p.302.
36
pero aquí nos interesa simplemente apuntar la disidencia distintiva del pícaro, ya que,
en palabras de Maravall. “estos fenómenos de desequilibrio y de inseguridad en los
niveles de status son condiciones previas a la picaresca” 58, en los que se retrata la
trayectoria vital de un yo que quier ganar un espacio de autonomía social, aunque para
ello tenga que vulnerar y sortear sus leyes. A.A. Parker formula la disidencia
específica del pícaro de manera magistral en su tesis sobre El Buscón, resumiendo la
esencia del género como:
“un análisis de las relaciones entre personalidad y ambiente que, a través de la presión
ejercida por las circunstancias externas, llega hasta el corazón mismo del conflicto entre
individuo y sociedad y airea los motivos más profundamente arraigados que hacen al
delincuente elegir su estilo de vida con preferencia a otro cualquiera” 59.
58
Maravall, ob.cit, p.302
59
Parker, A.A. Los pícaros en la literatura. La novela picaresca en España y Europa, 1599-1753.
Madrid: Gredos, 1971. p.110
60
Walser, ob.cit, p.72.
61
Salmerón, ob.cit, p.10
37
mundo, constituye parte del proceso emancipatorio del protagonista, una suerte de
necesaria adolescencia sin la que no podría darse un desarrollo íntegro de su
personalidad62. En este caso, la diferencia fundamental de la Bildungsroman con el
buscavidas estriba, como veremos en las páginas siguientes, en que la disidencia del
primero responde a un proceso de maduración, que acaba zanjándose con un pacto más
o menos frustrante con el mundo, mientras que la del segundo es una disidencia
irrevocable y crónica. En el capítulo sobre las relaciones entre el buscavidas y la
Bildungsroman, retomaré esta disidencia libertaria que me parece clave en la
caracterización del buscavidas, y que podemos comprender mejor si la situamos en la
perspectiva de las tradiciones literarias que han explorado este mismo conflicto,
ofreciendo al mismo soluciones distintas.
62
Hegel, Georg Wilhen Friedrich. Äesthethik(1842). Francfort: Europäische Verlagsantalt, 1965. p.498.
Citado en: Salmerón, ob.cit, p.46
38
II.2 Elementos picarescos en la figura del buscavidas
La aparición del régimen salarial capitalista contó con dos factores determinantes: en
primer lugar, desde el S.XV, Europa experimenta un gran desarrollo de la economía
dineraria, que genera a su vez una serie de cambios culturales en torno a los conceptos
de riqueza y pobreza; en segundo lugar, la ingente masa demográfica que vivía en la
pobreza hasta la revolución industrial contribuyó a alimentar el volumen de materia
prima de mano de obra no cualificada, con que se forjaría el “ejército industrial de
reserva”63, tal como lo define Marx, que abastecería de trabajadores mecanizados al
moderno sistema de fábricas. Para valorar la trascendencia que tendría el desarrollo de
la economía dineraria en el capitalismo, vale la pena recordar estas palabras de Marx
sobre la abstracción del poder social que sobreviene en la historia económica con el
dinero, y que enlazan con la “impersonalidad” de la nueva cultura monetaria que hemos
descrito en la introducción al régimen salarial:
64
Marx, Karl. Elementos fundamentales para la critica de la ECONOMIA política 3 [en
línea]. México DF: s.XXI, 2001. Recuperado el 3 de marzo de 2010, de < http://books.google.es/books?
id=ZxH3hpxfoNkC&dq>
39
Durante el renacimiento, con el desarrollo de la economía dineraria, el afán de lucro,
este afán del individuo por ganar cada vez más dinero, y a su vez, alcanzar mayor
importancia social y económica, se desplegará en muchas esferas. Como sostiene el
sociólogo G.E.Lenski, respecto a esta novedad fundamental, “en las sociedades
premercantiles la riqueza tiende a seguir al poder: hasta la sociedad del mercado, el
poder no había tendido a seguir a la riqueza”65. Es innegable que la importancia del
dinero fue ganando peso en la Edad Media, pero durante el renacimiento, con el
crecimiento de población de las ciudades, con el incremento de las relaciones
comerciales y la proliferación de viajes de mercaderes y compradores de un lugar a
otro, el dinero empezó a hacerse insustituible para usos cotidianos o por lo menos
normales, en compra o venta de géneros que no podían pagarse en especie. Asimismo,
como señala Karl Marx66, existe una conexión creciente entre dinero y monarquía
absoluta, sistema político imperante en la época, en lo que respecta a la gestión de la
burocracia, los ejércitos, la guerra, los erarios, la diplomacia y otros múltiples
elementos de su funcionamiento institucional. Desde el punto de vista de los tratados,
Maravall sostiene que en cierta manera, todo lo relacionado con el dinero, paso
gradualmente a ser noticia en la literatura sobre materias económicas del s.XVI y XVII,
en la que se prestará “una atención cada vez más pormenorizada al tema del dinero, de
los cambios, de los prestamos, del interés, tal como se ve en Cristóbal de Villalón,
Saravia de la Calle, Luis de Alcalá, Bartolomé de Solorzano” 67. Pero quizá no hay
testimonio más ilustrativo de esta creciente cultura dineraria que la definición que
Covarrubias da de “rico” en el Tesoro de la lengua española o castellana. En ella,
podemos advertir una analogía rotunda, teñida de cierto cinismo religioso, sobre como
el dinero se había convertido en la principal fuente de poder social, en oposición al
poder que se derivaba del antiguo sistema de rangos nobiliarios: “así como decimos que
Dios es todas las cosas, así el dinero presume ser todas las cosas y dar a los hombres
dignidades, honras, comidas, mercedes y señorías, con todo el resto que con el dinero
se adquiere” para terminar con un aforismo común en la literatura de la época “pecunia
obediunt omnia” 68.
65
Lenski, G. Power and privilege. New York : McGraw-Hill, 1966. Citado en: Maravall, ob.cit, p.97.
66
Maravall, ob.cit, p.110
67
Maravall, ob.cit, p.113
40
Al mismo tiempo, esta mayor circulación monetaria abriría una etapa económica nueva
en las relaciones entre pobres y ricos, porque como dice Maravall: “entre amos y
criados, entre dueños de taller o de tierras y trabajadores u oficiales, el pago en dinero
‘despersonaliza’, reduce la asfixiante dependencia cuasifamiliar del subordinado y
delimita las prestaciones a las que, en su caso, viene obligado”69. Este fenómeno, como
veremos, era un estímulo para la proliferación de pícaros reales y para la extensión de
la literatura picaresca, hasta el punto de que Maravall argumenta que “ sin la
generalizada introducción del dinero no hubiera habido picaresca”70. Por una parte, “el
uso del dinero aviva la listeza de la que necesita el pícaro pobre y su capacidad
manipuladora”71, pero sobretodo, esta conexión es trascendente a la hora de entender
que la cultura dineraria afectaba a todas las relaciones sociales, es decir, no sólo al
“rico” de Covarrubias, sino también al “pobre” del renacimiento, dotado de una mayor
movilidad que el “pobre” de la edad media: “al recibir su paga en dinero el pobre-
trabajador adquiere un margen mucho mayor de libertad de movimiento” 72 , lo cual
hará posible contar con el aspecto viajero y nómada de su biografía, “imprescindible
para la elaboración de la figura del pícaro, de la cual carece el pobre medieval” 73. Ésta
biografía nómada es, a mi parecer, por encima de las diferentes coyunturas históricas
que las motivaron, un punto de contacto que une al pícaro y al buscavidas en una
misma familia de disidencia y vagabundeaje, y que fue posible, parcialmente, gracias a
este desarrollo de la economía dineraria. Así, el salario del buscavidas, aunque se
presente, teñida por una sociedad de visión influida por el marxismo, como fuente de
alienación individual, será también fuente de una cierta liberación, ya que le permitirá
alternar trabajos en un vagabundeaje que en las antiguas relaciones de dependencia
laboral, como veremos, habría sido impensable.
68
De Covarrubias, Sebastián. Tesoro de la lengua española o castellana. Madrid: Editorial Castalia,
1995. p.866
69
Maravall, ob.cit, 109
70
Ibid., p.109
71
Ibid., p.109
72
Ibid., p.110
73
Ibid., p.110
41
En ese sentido, el nomadismo de los pícaros, criminalizados y estigmatizados ya por las
leyes de su época como “hombres baldíos”74, “rufianes y vagamundos sin seña ni
oficio”75, responde a la vindicación de su libertad como individuo en una sociedad que
no le permite “prosperar”, una sociedad en la que el pícaro, disconforme con su destino
de pobre, no acepta su puesto social, cambia permanentemente de lugar y de estrategia
para enriquecerse, rechaza un alienante acomodamiento en la pobreza. En cierto modo,
las aspiraciones del pícaro son una inversión grotesca de las virtudes de las clases más
acomodadas: su afición a la “holganza” es un mimetismo evidente por el desprecio con
que las clases altas despreciaban los trabajos mecánicos; del mismo modo, su
nomadismo es un reflejo paródico de ese afán viajero que marca la llegada del
renacimiento entre los cráneos más privilegiados. Así, Guzmán va “caminando por
desiertos, de venta en venta, de mesón en mesón” 76, es decir, totalmente a la deriva,
pero eso sí, “sin reconocimiento de superior humano ni divino”77, porque se empeña en
buscar a través de su estilo nómada una posibilidad en que su yo pueda ascender en la
vida, romper sus vínculos de siervo pobre, cobrar más relevancia social en una época
que empieza a valorar en los viajes una máxima experiencia formativa. Pero
evidentemente, el cuaderno de bitácora de los viajes del pícaro es muy diferente al del
sabio humanista, porque su destino de pobre, que escapa de una situación alienante para
caer en otra, y de semidelincuencia, que le obligan a poner pies en polvorosa de
continuo, le ejercitan en un nomadismo que ha de ser forzosamente más humillante
que formativo.
74
Colmeiro, Manuel. Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla. Madrid: Rivadeneyra, 1883-84,
p.20,21,180,294. Citado en: Maravall, ob.cit, 247
75
Ibid.p.16. Citado en: Maravall, ob.cit, 249
76
Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache. Ed. De Francisco Rico. Barcelona: Planeta, 1967. p.256. Citado
en: Maravall, ob.cit, 253
77
Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache. Ed. De Francisco Rico. Barcelona: Planeta, 1967. p.486. Citado
en: Maravall, ob.cit, 338
42
ocupándolos en cosas viles”78. Es comprensible que el pícaro, alienado en ese destino
de “esclavo”, desmoralizado con su condición de hombre vil 79, intentase aspirar a cierto
simulacro de libertad optando por un estilo de vida nómada, pero en última instancia,
como sugiere Covarrubias, eso les sume en una situación de mayor fragilidad social,
porque al no tener un solo amo se entregan de continuo a todos los amos que quieran
utilizarlos en aras de su supervivencia. Cuando la Pícara Justina, para justificar, con
megalómana coquetería, el abigarrado relato de sus andanzas, confiesa que “esta
estatua de libertad he fabricado” 80, hay que entender por tanto su “libertad” como una
falsa tentativa a escapar a su destino de pobre. Lo que consigue el pícaro, a lo sumo,
con su vagabundeaje, es sentirse menos estancado en una pobreza irremediable al
disponer en su afición al viaje de cierta válvula de escape a su amargura, porque como
dice otro pícaro, El Guitón Honofre, citando un proverbio de la época, “Piedra
movediza no la cubre moho”81.
Este viaje a la deriva constituye, como digo, un enlace con la figura del buscavidas, que
también opta por un estilo de vida nómada para no quedar definitivamente alienado en
una sociedad que tiene tendencia a acorralarlo en trabajos de ínfima calificación social,
con el enojo consiguiente de la sociedad, que no ve con buenos ojos a esa casta de
vagabundos indomables. En Momus o del príncipe, León B. Alberti hace una
descripción de esa desconfianza y desprecio con que los estamentos bien asentados
contemplan a estos pobres a la fuga, que parece unir en una misma familia de seres
inquietantes para el sistema laboral al pícaro y al buscavidas, al describir al vagabundo
como aquel que puede “dedicarse a la ocupación que quiere, en un momento dado
como los otros, los cuales no abandonan el propio oficio sin mengua de reputación,
considerándolo una lamentable ligereza”82. De modo similar, Simon Tanner es
regañado periódicamente por su hermano por no seguir una carrera estable y entregarse
78
Covarrubias, ob.cit, p.821
79
Sintomáticamente, la palabra “Vileza”, que en nuestra época indica una tacha moral, describía
originariamente el estatus de aquellos ganapanes que se veían obligados a realizar trabajos mecánicos,
que la sociedad acomodada consideraba sumamente deshonrosos.
80
Lopez de Úbeda, Francisco. La Pícara Justina. Ed. De A.Valbuena en La Novela Picaresca española.
Madrid: Aguilar, 1968, p.885 Citado en : Maravall, ob.cit. p.327
81
González, Gregorio. El Guitón Honofre. Edición de H.G.Carrasco. Chapel Hill, Estudios de
Hispanófila, 1973, p.76 y 177. Citado en: Maravall, ob.cit., p.259
82
Alberti, Leon B. Momus o del príncipe. Edición de G.Martini. Bolonia: Zanicheli, 1942, p.73. Citado
en: Maravall, ob.cit, p.249
43
al nomadismo: “Ahora que sabes como funciona el mundo, ¿por qué sigues mostrando
tan poca perseverancia y te sigues embarcando en aventuras siempre nuevas? ¿No te
angustia tu forma de actuar? Debo sospechar en ti mucha energía para soportar ese
continuo cambio de ocupación, que a nada conduce en esta vida” 83. Por otra parte,
como bien indica el hermano de Simon y confirma éste poco después, existe una
angustia latente en esta libertad del nómada, la angustia del que huye, pero no sabe
hacia donde, la del que consume gran parte de sus energías espirituales en ese ejercicio
desorientado de libertad. Simon, que recién ha comprado unos zapatones para
protegerse de un invierno que adivina peligroso, que le inspira cierto miedo, reflexiona
sobre su nomadismo en términos más estoicos que libertarios: “Siempre y cuando no
inclinara la cerviz, algo tendría que manifestársele espontáneamente, algo a lo que él
pudiera aferrarse. Empezar otra vez desde el principio, y aunque fueran cincuenta
veces, ¡qué importaba ahora!”84 En este inquietante pasaje de El desaparecido, Kafka
describe la fuga del emigrante Karl Rosmann, que escapa a la carrera del policía que le
persigue, en término que parecen describir, metafóricamente, ese cansancio angustioso
que puede subyacer a cualquier libertad no blindada por el bienestar material: “el
policía tenía siempre su objetivo ante los ojos, sin tener que pensar, para Karl, en
cambio, correr era en realidad algo secundario, ya que tenía que pensar, elegir entre
distintas posibilidades y decidirse una y otra vez” 85. Asimismo, Ferdinand describe esa
libertad angustiosa del nómada en Viaje al fin de la noche. Bardamu vive atenazado por
el miedo a una sociedad diseñada por y para ricos, que intenta convertir a los pobres en
carne de cañón para la guerra y los trabajos más alienantes. El miedo a esos procesos de
socialización forzosos es la única brújula que guía los pasos de Ferdinand, que viaja por
el mundo en su afán inútil por no ser atrapado por ninguna de las emboscadas de la
sociedad, una fuga destinada al hastío y a la angustia del exilio:
83
Walser, ob.cit., p.14
84
Ibid., p.251
85
Kafka, ob.cit, p.196
44
Chinaski, ya en la primera página de Factotum, cambia de ciudad, como hará tantas
veces, en un afán por preservar su libertad, pero a sabiendas de que ese estilo de vida
libertario oculta una esclavitud encubierta e inminente. En la sola descripción de su
maleta, ya se encuentra toda la desolación libertaria que ha de padecer el que escoge
dicha condición de nómada:
“Tenía una maleta de cartón que se estaba cayendo a pedazos. En otros tiempos había
sido negra, pero la cubierta negra se había pelado y el cartón amarillo había quedado al
descubierto. Había tratado de arreglarlo cubriendo el cartón con betún negro. Mientras caminaba
bajo la lluvia, el betún de la maleta se iba corriendo y sin darme cuenta me iba pintando rayas
negras en ambas perneras del pantalón al cambiarme la maleta de una mano a otra. Bueno, era
una ciudad nueva. Tal vez pudiera tener suerte”87.
Por su parte, como decíamos arriba, Ignatius, por lo menos hasta la última página de La
conjura de los necios, en que se fuga a Nueva York, es el menos nómada de todos los
buscavidas. Pero lo es precisamente porque intuye el barrancal desprotegido al que
empuja irremediablemente semejante estilo de vida libertario: “El solo hecho de salir
de Nueva Orleans me altera considerablemente. Tras los límites de la ciudad empieza el
corazón de las tinieblas, la auténtica selva” 88.
Por otra parte, cabe mencionar que la actitud hacia el dinero en el pícaro y el
buscavidas es muy distinta. En una sociedad en la que el trabajo mecánico es
repudiable, en la que el régimen de servicio no permite mejorar de identidad, Guzmán
reconoce forzosamente, frente a la sociedad que le ofrece un humilde destino de
ganapán, que “el dinero no se ganó a cavar”89, porque su aspiración a ganar más dinero
y cobrar mayor relevancia social no puede contentarse con la condición de mero
ganapán asalariado. Guzmán reconoce que su obsesión por el dinero es de máxima
transcendencia para llevar una vida más digna, porque “el dinero calienta la sangre y la
vivifica, y así, el que no lo tiene, es un cuerpo muerto que camina entre los vivos” 90.
Asimismo, podemos ver al buscón de Quevedo obsesionado al inicio de cada capítulo
86
Celine, ob.cit., p.249
87
Bukowski(2007), ob.cit., p.5
88
Kennedy Toole, ob.cit., p.25
89
Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache. Ed. De Francisco Rico. Barcelona: Planeta, 1967. p.321. Citado
en: Maravall, ob.cit, 172
45
por saber con qué dinero puede contar para sus nuevas aventuras, porque “como el
dinero ha dado en mandarlo todo y no hay quien le pierda el respeto” 91, el pícaro Pablos
ha de agenciarse las mayores cantidades de él que pueda. No es extraño por tanto que el
pícaro sea frecuentemente un ostentador de dinero, cuando lo tiene, como parte de una
estrategia arribista para ingresar en las filas de la sociedad más acomodada. Como dice
Maravall:
“La ostentación es, en la mayor parte de los casos, una necesidad social a la que
recurren cuantos en una situación social dada no pueden dejar de mantener que los demás crean
en su poder económico y consiguientemente social. La practicaba el pícaro porque era, en cada
escalón, un apoyo imprescindible, dados los supuestos de la opinión de su entorno, para seguir
subiendo”92.
Podemos percibir este mismo afán de ostentación dineraria en algunos buscavidas, que
si bien no tienen el mismo afán arribista de los pícaros, si reconocen la importancia del
dinero en relación con la dignidad personal, en una sociedad dominada por la cultura
dineraria y su poder simbólico. En Viaje al fin de la noche, Bardamu nos relata una
excursión al río junto con un amigo pobre y ciego, Robinson, y su novia, los tres pobres
de solemnidad. Por un azar, acaban siendo invitados a comer en el barco de un rico y
sus amigos:
90
Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache. Ed. De Francisco Rico. Barcelona: Planeta, 1967. p.592 y 355,
respectivamente. Citado en: Maravall, ob.cit, 122
91
De Quevedo, Francisco. El buscón. Ed. de: Jauralde Pou, Pablo. Madrid: Castalia, 1990.p.222
92
Maravall, op.cit., p.542
93
Celine, ob.cit., p.460
46
plenamente, el único lugar donde las ganancias económicas se deliberan a golpe de
instinto y con la adrenalina a flor de piel, sin los imperativos laborales que obligan a
ahorrar y llevar una vida económica humilde pero estable. En cuanto tiene una buena
racha en el hipódromo, Chinaski quiere ostentarlo y hacérselo saber a su jefe y sus
compañeros de trabajo: “Me compré un buen par de zapatos, un cinturón nuevo y dos
costosas camisas. El dueño del almacén dejó de parecerme tan poderoso. Manny y yo
comenzamos a tomarnos más tiempo con nuestros almuerzos y a volver fumando
habanos de primera”94.
Por otra parte, Ignatius, en La conjura de los necios, mantiene con el dinero una
relación paradójica de desprecio intelectual y goloso autoconsumo, porque desprecia
las virtudes de esta “selva del mercantilismo moderno” 95 pero al mismo tiempo es una
sanguijuela del dinero de su madre, que le mantiene desde hace años y costea todos sus
caprichos, como el laúd y la trompeta. Al mismo tiempo, como todo su periplo laboral
se debe a una acuciante necesidad de dinero, Ignatius regatea cada dólar de sus salarios
con un fervor insólito, que pone su desprecio del mundano dinero en entredicho. En
este pasaje le podemos ver mintiendo al futuro patrón que ha de contratarle, en un acto
de ostentación dineraria que le pone en relación con otros buscavidas, para que le suban
veinte céntimos el sueldo:
Esta relación conflictiva con el dinero también se da en Simon Tanner, que disfruta más
ostentando su humildad que sus ganancias, como si estas representaran un peligro para
la identidad. Como le confiesa a la mujer burguesa que pretende contratarlo:
“No respeto el dinero, mi estimada señora. Más bien podría ocurrírseme la idea de
considerar valioso el dinero de otras personas. Parece que tiene usted la intención de tomarme a
su servicio. Pues bien, en este caso respetaría rigurosamente sus intereses, por supuesto, ya que
no tendría otros intereses que los suyos, que serían también míos. ¡Mis propios intereses!” 97.
94
Bukowski(2007), ob.cit., p.97
95
Kennedy Toole, ob.cit, p.93
96
Ibid., p.76
97
Walser, ob.cit., p.153
47
Pero a pesar de la ironía despectiva con que trata el tema del dinero, su carencia le
obsesiona secretamente y al final de la novela, cuando se cerciora de que el invierno se
avecina y él sigue siendo un pobre sin hogar, nos confiesa: “Bueno, estoy pensando con
cierta insolencia, de arriba abajo, o no, más bien con un poco de rabia, desde las
profundidades de la falta de dinero. El hecho es que estoy crítico y al mismo tiempo
melancólico porque no tengo dinero”98. Es decir, por traducir las palabras de Simon,
hay que ser un trabajador, un pícaro o un mendigo. En esas alternativas, en este
ejercicio de libertad imantado por el dinero, se enclava tanto la vida del pícaro como
del buscavidas.
Por otra parte, nos interesa aquí destacar que con el desarrollo de esta cultura dineraria,
la “despersonalización” que refiere Maravall, o la “impersonalidad” que señala Marx
en la cita al comienzo del capítulo, apuntan ya al carácter progresivamente abstracto
que adquirirá la noción de trabajo con el capitalismo fabril, menos basado en las
competencias individuales de un artesano que en la cuantificación económica de un
volumen ininterrumpido de fuerza de trabajo. Esta “impersonalidad” tendrá efectos, a
un tiempo, liberadores y alienantes sobre la condición del nuevo trabajador.
Liberadores, porque tal como indica Maravall, la “dependencia cuasifamiliar” de los
antiguos vínculos entre amo y criado, no cuantificados en un salario, generaban
situaciones de dependencia “asfixiantes”, que el salario contribuye a flexibilizar y
relativizar. En este sentido, es muy interesante observar como en varias novelas con
buscavidas, se enlazan pasajes que reflejan las disímiles existencias del asalariado y el
criado. Por ejemplo, Chinaski llega a formar parte de un séquito bastante picaresco de
criados, prostitutas y gorrones, que viven a merced de los caprichos su amo Wilbur, un
millonario decadente para el que Chinaski reescribe, entre borrachera y borrachera, un
panfleto de ópera y junto al que llega a lamentarse “de lo miserable que se ha vuelto mi
vida” 99. Por su parte, Simon Tanner llega a trabajar de criado de una dama burguesa
que le encomienda el cuidado de su hijo retrasado y parapléjico, encerrado durante
semanas en el piso para mantenerse en un estado de continua disponibilidad, condición
extremadamente servil sobre la que Walser realiza una reflexión contractual muy
pertinente:
98
Ibid., p.236
99
Bukowski(2007), ob.cit., p.67
48
“Cuando se recrimina a un subalterno, se le hace sufrir, y ello siempre con la intención
secreta de herirlo de verdad, haciéndole sentir el rango superior en que uno mismo se ha situado.
A un criado, en cambio, sólo se le reprende con el deseo de instruirlo y de formarlo como uno
quiere que sea. Pues un criado nos pertenece, mientras que con un subordinado la relación
humana termina cuando la jornada laboral llega a su fin”100.
Así pues, por una parte, el salario contribuye a “despersonalizar” las relaciones
económicas, y ello tiene efectos parcialmente liberadores sobre la condición del criado.
Pero por otra parte, esa “despersonalización” se desarrollará con la economía dineraria
hasta generar situaciones nuevas de dominación que el mismo Marx exponía como
parte de su teoría de alienación en el sistema capitalista, a través de conceptos como
100
Walser, ob.cit., p.157
101
Maravall, ob.cit., p.204
102
Delicado, Francisco. La lozana andaluza. Ed. de B.Damiani. Madrid: Editorial Castalia, 1969, p.48.
Citado en: Maravall, ob.cit, p.204
103
Maravall, ob.cit., p.248
49
plusvalía104. Según Marx, las mercancías creadas por el trabajo tienen valor de uso
(valor del objeto) y valor de cambio (salario), pero el valor de uso que éstas tienen
siempre es superior al valor de cambio que tiene la fuerza productiva que las ha creado
(el salario). Aunque añadamos a este último valor otras cantidades como las que
puedan corresponder a la amortización de las máquinas usadas en la producción, o los
costes financieros que el empresario gasta para llevar adelante su negocio, siempre
habrá una diferencia. A esta diferencia se le llama plusvalía y es el beneficio del
capitalista. Por tanto, esta “despersonalización” que sobreviene en la cultura económica
con la asignación de un salario, contribuye a elaborar un nuevo régimen salarial, porque
la actividad productiva del obrero estará sujeta a un salario de subsistencia, mientras
que el beneficio capitalista no servirá para cubrir más adecuadamente las necesidades
del obrero, sino para retroalimentar las necesidades de la empresa, que ha de reinvertir
continuamente sus ganancias y aspirar a cotas cada vez más altas de beneficio. Como
venimos diciendo, cabe recordar que sin la intensidad con que fue desarrollándose la
economía monetaria y el uso del dinero durante el renacimiento, no habría sido posible
este proceso de abstracción que conducirá, finalmente, a que el “trabajo” se convierta
en “fuerza de trabajo” y el salario en fuente de conceptos como “plusvalía”.
104
Marx, Karl. El capital. Libro 3. Tomo 1 [en
línea]. Ediciones Akal, 2000. Recuperado el 15 de marzo de 2010, de < http://books.google.es/books?
id=GZ0JB31hi6gC&pg=PA61>
105
Tawney, Richard H.. La religión en el orto del capitalismo. Madrid: Editorial Derecho de Revista
privada, 1936. Citado en: Maravall, ob.cit., p.192
50
través de las más diversas políticas de beneficencia; o bien en la picaresca o la
delincuencia, conductas socialmente desviadas a las que se veían abocados muchos de
estos pobres en aras de la supervivencia o un estilo de vida que considerasen menos
resignado. Como dice Maravall:
Por una parte, el buscavidas ya estará inmerso en una situación donde la era industrial
ya habrá absorbido gran parte de esa “población residual”, que creaba situaciones de
mendiguez paneuropea alarmantes. Su disidencia particular, que se niega a prosperar
en dicho sistema, es distinta a la del pícaro, que ni siquiera tiene posibilidades reales de
prosperar en una sociedad que tenía reservados a los pobres un margen de maniobra
106
Maravall, ob.cit., p.181
107
Braudel, Fernand. La Méditerranée et le monde méditerranéen au temps de Philippe II, Paris:
Flammarion, 1969. p.94 (los nombres, tan despreciativos, aplicados a los pobres, pertenecerían a una
frase atribuida a Carlos V). Citado en: Maravall, ob.cit., p.148
51
casi inexistente de movilidad social. Ignatius, que en su paranoia salvaje parece creer
que la mejor defensa contra las ambiciones sociales es un buen ataque, llega incluso a
coquetear con la posibilidad de un atentado en un autobús:
“Yo, personalmente, protestaría con todas mis fuerzas si alguien intentase auparme a la
clase media. Si un blanco de clase media fuera lo bastante suicida para sentarse a mi lado,
imagino que le golpearía sonoramente en la cabeza y en los hombros con una manaza, arrojando
con suma destreza uno de mis cócteles molotov a un autobús en marcha atiborrado de blancos
de clase media con la otra” 108.
Y Simon Tanner, por su parte, reconoce frecuentemente y con alegría su absoluta falta
de ambición social: “No me apetece en absoluto progresar en la vida, sólo quiero vivir
con un poco de decencia, nada más”109. La desdicha y motivación principal del pícaro,
en cambio, procede de la frustración inaugural y recurrente que supone su ambición, en
colisión con la imposibilidad real de materializarla en la realidad social de su tiempo.
Para ilustrar esta ambición de “medro” y “prosperidad”, palabras habituales en la
literatura picaresca, basta con recordar que la obra fundacional del género, el Lazarillo
de Tormes, se estructura alrededor de una falacia, el relato que un pícaro hace de su
honorable ambición al ascenso social, cuando en realidad, como descubrimos al final
de la novela, lo único que ha conseguido es amancebar a su mujer con el cura del
pueblo a cambio de satisfacer sus necesidades más básicas. En la misma línea
desencantada, un personaje ligado al mundo picaresco, el escudero Marcos de Obregón
expresa en este pasaje la frustración que debía sentir el pícaro por culpa de sus
ambiciones: “¿qué mayor pobreza que andar bebiendo los vientos, echando trazas,
acortando la vida y apresurando la muerte, viviendo sin gusto con aquella insaciable
hambre y perpetua sed de buscar hacienda y honra?”110 Pero al fin y al cabo, podemos
entender la ambición desmesurada del pícaro, en oposición a la pobreza a la que está
destinado, cuando Cervantes nos recuerda con su ironía melancólica que “ha de tener
mucho de Dios quien se aviniere a contentar con ser pobre”111.
108
Kennedy Toole, ob.cit., p.124
109
Walser, ob.cit., p.84
110
Espinel, Vicente. Vida del escudero Marcos de Obregón. Edición de M.S.Carraco Urgoiti. Madrid:
Castalia, 1980, p.146. Citado en: Maravall, ob.cit., 359
111
De Cervantes Saavedra, Miguel. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Ed. de Rodríguez
Marín. Madrid: 1948. p.153. Citado en: Maravall, ob.cit., p.67
52
quienes comparte su desgracia, muy consciente de que en la polarización entre ricos y
pobres que estructura la sociedad, su presencia es un doble alegato poético, a favor del
individuo y los pobres alienados que no pueden desarrollar su identidad en una
sociedad de rasgos opresivos. No podemos olvidar la trascendencia de este hecho a la
hora de valorar el sustrato picaresco que existe en la figura del buscavidas, que en
cierta manera les hermana en una misma literatura de testimonio inconformista. La
presencia del pícaro y el buscavidas delata, cada cual a su manera, una corrosión de la
identidad colectiva que muestra en sus fenómenos de desencaje con la moral imperante
una fisura que empieza a explorarse literariamente en la modernidad. En efecto,
debemos a la literatura picaresca la invención de un recurso retórico que en cierta
manera asienta los primeros cimientos de la literatura moderna, esto es, la del pobre
relatando su propia vida en primera persona, como recuerda Maravall: “en virtud de tal
recurso retórico, era el pobre el que parecía hablar de si, el que daba la imagen de su
figura social, no el predicador, ni el fraile pedigüeño, ni el teólogo o moralista” 112. El
buscavidas, que narra asimismo la vida de un individuo pobre, a veces en primera
persona explícita, como en Viaje al fin de la Noche o Factotum, a veces mediante una
velada identificación con el protagonista que asume el papel de un sesgado narrador
omnisciente, como sucede en Los hermanos Tanner o La Conjura de los Necios, es el
principal heredero contemporáneo de este recurso narrativo decisivo en la concepción
de la literatura moderna. En su correspondencia, el mismo Mateo de Guzmán llega a
expresar el interés que le mueve a utilizar ese recurso narrativo a favor de los pobres,
confesando cual era la principal intención de su novela al denunciar a los pobres
“fingidos”: “encargo y suplico por el cuidado de los que se pueden llamar y son sin
duda corporalmente pobres para que, compadecidos de ellos, fuesen de veras
remediados”113.
Aquí nos interesa destacar, a fin de trazar otra comparación con la figura del
buscavidas, que la literatura picaresca da la primera expresión moderna, crítica y
progresista de esta polarización brutal entre una sociedad de ricos y pobres. Cuando en
un refrán de la época leemos “el rico come cuando quiere y el pobre cuando puede” 114
estamos asistiendo, en cierto modo, al reconocimiento de esa masa de pobres que vivía
112
Maravall, ob.cit., p.156
113
Cros, Edmond. Protée et les gueux. Paris: Didier, 1967, p.438. Citado en: Maravall, ob.cit, p.49
114
Gella Iturriaga, José. Las monedas en el refranero. Madrid: 1982, p.99. Citado en: Maravall, ob.cit.,
p.82
53
al acecho de cualquier miga de pan en un continuo estado de nervio famélico con esa
otra sociedad opulenta y minoritaria que siempre tenía la mesa puesta. El pícaro no
duda en despreciar su estado de pobre porque, como dice el Bachiller Trapaza, “no hay
cosa más desdichada que la necesidad”115 y porque está harto de ser solo rico, como
ironiza Maravall “de paciente necesidad”116. Pero aunque aspire a hacerse rico, no deja
de percibir que los ricos viven a su vez muy a sus anchas en el pecado de la codicia,
indiferentes a esa ingente masa de pobres y su destino aciago. En palabras de Guzmán:
“He visto siempre por todo lo que he peregrinado que estos ricachos poderosos,
muchos dellos son ballenas que, abriendo la boca de la codicia, lo quieren tragar todo”
117
. Un legista de la corte de Felipe III, Cristóbal Suárez de Figueroa, expresa esta
polarización social entre ricos y pobres, así como la indiferencia general del rico al
respecto con estas palabras tan acres: “Es lástima que chupen como inútiles zánganos la
miel de las colmenas, el sudor de los pobres, que gocen a traición tantas rentas, tantos
haberes”118. Esta polarización social entre ricos y pobres, que encuentra una expresión
de protesta en la literatura picaresca, es también importante a la hora de valorar la
figura del buscavidas, que se sabe portavoz literario de los más desposeídos.
115
Castillo Solorzano, Alonso de. Aventuras del Bachiller Trapaza. Ed. De A.Valbuena en La Novela
Picaresca española. Madrid: Aguilar, 1968, p.1477 Citado en : Maravall, ob.cit. p.70
116
Maravall, ob.cit., p.69
117
Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache. Ed. De Francisco Rico. Barcelona: Planeta, 1967. p.153.
Citado en: Maravall, ob.cit, 100
118
Suárez de Figueroa, Cristobal. El pasagero, ed. de Rodríguez Marín. Madrid: Renacimiento, 1913,
p.188-189. Citado en: Maravall, ob.cit., 101
119
Kennedy Toole, ob.cit p.43
54
su impulsivo flirteo con la idea del sueño americano. Tal idea había entrado en su
mente con la misma gratuidad ilusa, que luego deplora durante cientos de páginas, con
qué había entrado en la guerra. Pero los esclavos se encargan de recordarle quiénes son
en verdad los americanos: “¡O millonarios o muertos de hambre! ¡No hay término
medio! ¡Seguro que no los vas a ver tú, a los millonarios, en el estado en qué llegas!
Pero con los muertos de hambre, ¡te vas a enterar tú de lo que vale un peine!” 120 Pocas
páginas después, desembarcado y desvanecido ya del todo cualquier espejismo del
american dream, vemos a Ferdinand caminando hacia la ciudad de Nueva York
acompañado por los suyos:
“En la calle que había elegido, la más estrecha de todas, la verdad, no más ancha que
un arroyo de nuestros pagos, y bien mugrienta en el fondo, bien húmeda, llena de tinieblas,
caminaban ya tantos otros, pequeños y grandes, que me llevaron consigo como una sombra.
Subían como yo a la ciudad, hacia el currelo seguramente, con la nariz gacha, eran los pobres de
todas partes”121.
En Los hermanos Tanner son muy frecuentes esas miradas de solidaridad para con los
pobres, que a su vez están enfrentados rotundamente a un mundo de ricos indiferentes y
ciegos al destino de los primeros, una sociedad dicotómica que marca muy
profundamente el tono sumamente crítico de la novela:
“¡Qué horrible es por parte de los opulentos querer ignorar a los pobres! Es mejor
torturarlos, obligarlos a servir, hacerles sentir yugo y látigo, así surge al menos una relación, una
rabia, unas palpitaciones, y eso también es una manera de relacionarse. Pero mantenerse ocultos
en grandes mansiones, tras unas rejas doradas, y tener miedo a sentir el aliento de los hombres
llenos de calor humano, no poder darse más lujos por temor a que los oprimidos se den cuenta,
oprimir, y sin embargo, no tener el valor de mostrar que se es un opresor, (…), tener dinero,
solamente dinero y ninguna magnificencia, esa es la imagen actual de las ciudades, una imagen
horrible a mi entender, que necesita ser mejorada”122.
Por supuesto, no hace falta recordar que Factotum es el retrato deliberado y cruel de un
mundo donde los pobres tienen su sumidero laboral, un mundo sumamente polarizado
entre ricos y pobres que ya parece estar recogido, con suspense antropofágico, en la
misteriosa cita de André Gide que encabeza la novela: “El novelista no necesita ver al
120
Céline, ob.cit., p.219
121
Ibid., p.224
122
Walser, ob.cit., p.124
55
león comiendo comiendo hierba. Él sabe que un mismo dios creó al lobo y al cordero, y
luego sonrío, viendo que “su trabajo estaba bien hecho’”123.
123
Bukowski(2007), ob.cit., p.5
124
Maravall, ob.cit., p.181
125
Maravall, ob.cit., p.45
56
piedad católica126, que Pedro José Ordóñez publica en 1673, en la que se recoge tanto
la bondadosa visión medieval del pobre , en la que se defiende el valor religioso de la
pobreza, “cuando es hija del espíritu y sigue el ejemplo de Jesucristo”, con la visión
más descarnada que se tiene del pobre moderno, que ha caído en la pobreza por
motivos puramente económicos y sociales, una pobreza que es “madre del vituperio,
infamia general , disposición para todo daño, enemiga de mortales y piélago donde se
anega la paciencia(…) y aunque sutiliza el ingenio, destruye las potencias (del alma, se
entiende) y mengua los sentidos.” Poco después, Maravall insiste en esa visión que
hace hincapié en una lacra laboral que observaremos tanto en la figura del pícaro como
en la del buscavidas, esto es, el de su desmesurada afición a la holganza y el tiempo
libre: “Su incapacidad u ociosidad, voluntaria o involuntaria, que en cualquier caso se
le reprocha, hace de él un ser inútil; como mendigo, representa una infracción de la ley
del trabajo: “se sospecha de él porque se le ve sólo, errante, desorientado”127.
Esta afición a una vida de holganza y vagabundeaje me parece también central a la hora
de enlazar la figura del buscavidas con la figura del pícaro, que pertenecen a esa
categoría de pobres que podían constituir, mediante su estilo de vida nómada y
reticente al trabajo estable, una amenaza para las clases acomodadas. Para comprender
la gravedad de esta interpretación de la pobreza, hemos de recordar la doble moral con
que la sociedad acomodada del renacimiento ensalzaba o vituperaba este concepto de
holganza. Esta afición a la holganza no era una lacra moral en el carácter del pobre
apicarado, sino más bien una triste aspiración mimética a fingirse superiores
socialmente, porque vivir en la ociosidad era uno de los primeros signos de alta calidad
de vida. Para explicar el origen histórico de esta realidad cultural, que explica
episodios tan conocidos de la picaresca como el del Lazarillo de Tormes cuidando de
su propio amo, un hidalgo que se niega a trabajar, Maravall recuerda que “cuando los
caballeros abandonaron el monopolio de las armas, se sustituyó la ocupación guerrera
como título legitimador de sus superioridad por la abstención de todo trabajo lucrativo-
que nunca practicaron -. La ociosidad pasó a ser la característica de la nobleza” 128. Es
natural que en ese contexto, los jóvenes más atrevidos y pretenciosos de la clase baja se
126
Jiménez Salas, María. “Doctrinas de los tratadistas españoles de la Edad Moderna, sobre la asistencia
social”. Revista Internacional de Sociología, VI, octubre-diciembre 1948, num.24, p.177. Citado en:
Maravall, ob.cit., p.60
127
Ibid,. p.60
128
Maravall, ob.cit., p.544
57
negasen a trabajar y ostentasen su ocio. De hecho, la literatura picaresca, posiblemente
la más crítica y reformista de su tiempo, convierte esta afición a la holganza en uno de
sus principales temas. Un tema que sirve para reflexionar, a modo de espejo deformante
que distorsiona en el pícaro los valores que supuestamente dignificaban al caballero
ocioso, sobre esa ociosidad que se consideraba nociva en todas las clases, un
auténtico problema social que afectaba a la economía general del país. Hay muchos
testimonios de que enlazan esta ociosidad con la creciente sospecha de criminalidad y
vicio que van ligados al concepto de pobre jornalero susceptible de apicararse. El
escudero Marcos de Obregón, figura susceptible de apicararse que finalmente rechaza
esa condición, incita en última instancia al castigo social que ha de caer sobre todos
esos marginados y viciosos: “esos hombres vagabundos y ociosos, que se quieren
sustentar y alimentar de sangre ajena, merecen que toda la república sea su fiscal y su
verdugo.129” Incluso Quevedo reconoce en su prólogo a El Buscón que la picaresca era
rica en “sutilezas, engaños, invenciones y modos, nacidos del ocio”130.
Como decía más arriba, esta “holganza” es otro concepto fundamental, salvando las
diferentes coyunturas históricas que las motivaron, para enlazar la figura del pícaro con
la del buscavidas, cuya afición a la holganza es uno de sus principales rasgos, así como
uno de los principales temores que inspira a la sociedad capitalista. Ignatius Reilly, por
ejemplo, ha hecho de su vida entera una obra maestra de la gandulería, y no pretende
ingresar en el mercado laboral por miedo a quedar alienado en el disfrute de sus
pasatiempos, como sus clases de laúd y su asistencia compulsiva y palomitera al cine
del barrio. Pero es muy interesante comprobar que la sociedad contempla esa actitud
ociosa sospechosamente, llegando a considerarla susceptible de una disponibilidad
hacia el crimen. Puede advertirse claramente cuando el patrullero Mancuso, un policía
que aparece frecuentemente en la trama, es el primero en toda la novela en interpelar a
la madre de Ignatius, por considerar a éste sospechoso de ociosidad:
“‘¿Tiene usted trabajo?’ – preguntó el policía a la señora Reilly. ‘Ignatius tiene que
ayudarme en casa” dijo la señora Reilly. (…) ‘Limpio un poco el polvo’ explicó Ignatius al
policía -.Además, estoy escribiendo una extensa denuncia contra nuestro siglo. Cuando mi
cerebro se agota de sus tareas literarias, suelo hacer salsa de queso”131.
129
Espinel, Vicente. Vida del escudero Marcos de Obregón. Edición de M.S.Carraco Urgoiti. Madrid:
Castalia, 1980, p.143. Citado en: Maravall, ob.cit., 546
130
De Quevedo, Francisco. El buscón. Ed. de: Jauralde Pou, Pablo. Madrid: Castalia, 1990.p.70
131
Kennedy Toole, ob.cit, p.20
58
En Factótum también es frecuente que Chinaski y las amistades que frecuenta, con toda
justicia, sean considerados sospechoso de ociosidad, ya que como confiesa un
compañero suyo aficionado a las apuestas, “mis ambiciones sufren el hándicap de la
pereza”132. Esto se hace administrativamente obvio cuando reflexiona sobre los
curriculum que ha de escribir para evitar en la medida de lo posible que sus patrones se
cercioren de lo nómada, gandul, alcohólico y consiguientemente “criminal” que es en
realidad, a través de la investigación de su ficha policial:
Asimismo, Simon Tanner no duda en presentarse a los ojos de sus patrones como un
ocioso vocacional, actitud temeraria y divertida si tenemos en cuenta el acoso
eminentemente burgués y disimuladamente policial con que sus futuros patrones le
interrogan acerca de su curriculum:
“Ella dijo: ‘Dígame cómo se llama y qué ha hecho hasta ahora en la vida.’ - ‘Me llamo
Simón y hasta ahora no he hecho nada.’ - ¿Cómo es posible? Simón dijo: “Mis padres me
dejaron un pequeño patrimonio que acabo de consumir hasta el último céntimo. Juzgaba
innecesario trabajar. Y estudiar tampoco me apetecía. Sentía que un día era demasiado hermoso
como para tener la insolencia de profanarlo trabajando. Ya sabe usted cuanto se pierde por culpa
del trabajo cotidiano. Me sentía incapaz de consagrarme a una ciencia a cambio de renunciar al
espectáculo del sol y de la luna al caer la tarde”134.
Por último, podemos observar como Bardamu, en Viaje al fin de la noche, disfruta de
uno de sus momentos de ociosidad más inquietantes de toda su biografía, cuando se
dedica a vagar por las calles de Nueva York sin otro propósito que contemplar mujeres
y codiciar su belleza. En uno de estos vagabundeajes ociosos, nota como llama la
atención de la policía, que como venimos diciendo, parece observar sintomáticamente
en el no-trabajador a un posible criminal:
132
Bukowski(2007), ob.cit., p.97
133
Ibid(2007)., p.148
134
Walser, ob.cit., p.152
59
“A nadie parecía extrañar que yo me quedara allí, solo, parado durante horas, en aquel
banco, mirando pasar a todo el mundo. No obstante, en determinado momento, el policeman del
centro de la calzada, colocado ahí como un tintero, empezó a sospechar que yo tenía proyectos
chungos. Dondequiera que estés, en cuanto llamas la atención de las autoridades, lo mejor es
desaparecer y a toda velocidad. Nada de explicaciones. ¡Al agujero!, me dije”135.
Por último, me gustaría retomar el hilo conductor de esta exposición sobre la ociosidad,
entre los que interpretan como un vicio susceptible de sospecha y acremente condenado
por los conservadores, frente a aquellos otros, más progresistas, que se ocupan de
explicarla como parte de un fenómeno de alienación económica más amplia, que
proponen medidas para integrar al pobre en un sistema laboral del que se había visto
expulsados implacablemente. Maravall toma nota de una interesante reflexión del
historiador Henry Kamen ha escrito que afectaba a todo el continente europeo: “los
inicios de la época moderna tuvieron una economía de desempleo endémico; una
economía, por consiguiente, en la que la gran masa de la población trabajadora tenía
dificultades para sobrevivir únicamente con sus salarios”136. Este “desempleo
endémico” era la razón coyuntural real por la cual brotaba necesariamente cierta
tendencia a la picaresca en gentes que, como describe Minchinton, “se ganaban una
precaria existencia al margen de la sociedad y amenazaban periódicamente la paz
dentro de ella”137. En el caso español, Maravall recoge también el testimonio de algunos
economistas reformistas que ya tenían en su punto de mira la necesidad de integrar a
los pobres al sistema laboral, alegando que sus “vicios” no eran fruto de su “ocios” sino
de aquellas otras causas “que han cegado las fuentes de ocupación para el trabajador:
‘no tenemos en qué trabajar’ y ‘no habiendo en qué trabajar’, surge el ‘ocio forzoso’ (es
decir, el llamado ocio es un ‘paro forzoso’)” 138. No es de extrañar pues que surgiera la
posibilidad la picaresca, que podían hacer preferible una vida de continuo
vagabundeaje picaresco a una situación de paro endémico y jornales esporádicos.
135
Céline, ob.cit., p.228
136
Maravall, ob.cit., p.184
137
Minchinton. W. Historia económica de Europa (3): siglos XVI y XVII. Ed. dirigida por C.Cipolla.
Barcelona: Ariel, 1977, p.122. Citado en: Maravall, ob.cit, p.184
138
Maravall, ob.cit. p.184
60
instituciones de beneficencia, sino lugares donde la gente pobre que no tenía con que
subsistir podía ir a vivir a cambio de un trabajo pésimamente remunerado. Como
veremos, la integración forzosa de los pobres que propugnaban estas workhouses, sobre
las que Jeremy Bentham escribió manuales de organización industrial que afectarán
profundamente a la evolución del régimen salarial, será determinante a la hora de
concebir un nuevo concepto de “trabajo” en el capitalismo. En el tercer capítulo,
estudiaremos detenidamente el nacimiento de ese régimen salarial, que en parte nació,
en sus experimentos más descarnadamente teóricos, dentro del ámbito de las
workhouses, a los que el sociólogo de base foucaultiana Jean Paul de Gaudemar no
duda en calificar como un centro moralizador de las clases pobres, destinadas a “la
producción de individuos socializables, de individuos normalizados, de pobres que
resulten aceptables para una sociedad civil pensada por y para los ricos”139.
139
Gaudemar, Jean Paul de. El Orden y la producción: nacimiento y formas de la disciplina de fábrica.
Madrid: Trotta, 1991.p.71
61
II.3. Comparación crítica de la Bildungsroman con la figura del buscavidas
En primer lugar, cabe indicar la filiación no burguesa del “buscavidas”, que si encaja
en la tradición de las “novelas de formación”, lo es en esa subtradición minoritaria de
protagonistas que experimenta en sus propias carnes los valores más alienantes del
sistema laboral capitalista. Es decir, encaja con aquellos protagonistas que padecen un
destino menos burgués, porque están alienados laboralmente y reciben un trato de
inferioridad jerárquica en algunos estadios de su aprendizaje. Sería el caso, por
ejemplo, de Oliver Twist, que forma parte de las huestes de huérfanos que la sociedad
isabelina ingresaba en casas de trabajo y explotaba laboralmente, entre los cuales
estuvo el mismo Charles Dickens. O personajes como Anton Reiser, por su relación
estrecha e inescapable con el mundo del trabajo en un taller de sombrerería, vive una
explotación laboral que amenaza corroer su identidad. Con todo, este tipo de
personajes no son los más típicos en la novela de formación tradicional.
140
Morgenstern, Karl. “Über den Geist und Zusammenhang einer Reihephilosophisher Romane” orig. en
K.M (ed.) Dörpätische Beyträge für Freunde der Philosophie, Literatur und Kunst, 3.1., 1816, pp. 180-
195, Selbmann (Ed.) (1988), pp.45-54. Citado en: Salmerón, Miguel. La novela de formación y
peripecia. Madrid: A. Machado Libros, 2002, p.46
62
mundo interior rico y las presiones de la existencia burguesa, se plantea desde la
libertad de elección y cierto margen de maniobra en el establecimiento final de un
pacto, que permite al protagonista resguardarse en mayor o menor grado de las
inclemencias de la sociedad a las que se ve expuesto el buscavidas. La narración de ese
mundo y el nihilismo extremadamente individualista con que lo describe es lo que hace
del buscavidas un tipo de personaje tan específico. En las novelas de formación, la
preocupación del protagonista por su propia formación, para lo cual ha de saber crear
un espacio de creatividad que se resista a las presiones sociales, se erige como el
principal motor dramático de la obra: es la inquietud inaugural y el pacto final lo que
marcan la estructura de la obra, una estructura burguesa y finalmente integrada, cuyos
principales estadios no se inspiran en el mundo del trabajo, sino que se alejan de él
hacia la esfera sentimental o artística en la medida de sus posibilidades.
141
Moretti, Franco. The way of the World. The Bildungsroman in European culture.London: Verso,
1987, p.15.
63
Chinaski o un Simon Tanner, - explotados en trabajo de escasa calificación social que
suponen un “aliciente negativo” para su formación- transcurre por senderos menos
holgados por los que pueda transcurrir la disidencia artística de Wilhem Meister o la
ambición desmesurada de Julien Sorel en su paso por los estamentos más acomodados
de la sociedad francesa. No así el Anton Reiser, que sí padece en sus propias carnes la
dureza erosiva del trabajo, y convierte el duelo entre ese sistema alienante y la fantasía
que le permitiría hacerse una representación cabal de si misma en el tema de la obra.
Pero en mi opinión, la singularidad de esta obra radica precisamente en adelantarse a su
tiempo, retratando una época más antigua, la de los talleres pietistas impregnados de
esa ética pietista que Max Weber atribuía al nacimiento del primer capitalismo. Anton
Reiser retrata con pionera agresividad los efectos de la explotación laboral sobre una
identidad alienada, que parecen más habituales en la literatura del s.XX que nutre la
figura del buscavidas.
64
Wilhem Meister, pero que por razones que analizaremos a continuación, no tuvo la
misma influencia que ésta última en el desarrollo del género. Moritz proyecta en esta
novela una fuerte experiencia autobiográfica, que parece el correlato novelesco y
angustioso de la ética del protestantismo de Max Weber. Valga como ejemplo de esta
comparación este pasaje. Reproduce a la perfección al trabajador ideal, que busca
fraguar, según Weber, el protestantismo ascético, cuyo perfil laboral pro-capitalista
estudiaremos, en oposición al buscavidas, en el capítulo siguiente: “Cuando se hallaba
rendido por el trabajo, con las fuerzas agotadas y abatido por su situación, le gustaba
muchísimo dejar vagar la mente a través de fantasías religiosas sobre ‘sacrificio,
entrega total’, etc.; le conmovía muy en especial la expresión ‘altar del sacrificio’” 142.
La novela trata de la descripción de una vocación literaria que tuvo realización, tardía y
no exenta de suerte, en la figura de su autor Karl Philipp Moritz, pero que en la novela
se rinde a la evidencia de que los hombres de baja extracción social tienen menos
posibilidades de formarse que los hombres acomodados. La novela, por describir muy
sumariamente la trama principal de su primer volumen, narra el proceso de
socialización esquizoide que Anton Reiser sufrió trabajando como aprendiz en un taller
de sombrerería, a cargo de un artesano pietista obsesionado con la ética del trabajo.
Éste le condujo, por vía de la explotación laboral y la religiosidad exacerbada,
morbosa e impositiva de su patrón, a una represión brutal de su propia fantasía, de su
propia capacidad para hacerse una representación cabal de si mismo, que le permitiera
desarrollar su propia identidad. Pero ésta es sólo su primera frustración. Más adelante, a
medida que Anton crece, sigue sufriendo represiones y reveses por culpa de su pobreza
y esa opresión primera que ha sentido en la infancia, trabajando en el taller del
sombrerero pietista. Podemos decir que ese humilde trabajo, en una edad muy tierna e
impresionable, las sucesivas frustraciones que le acarrea su condición de pobre, así
como el carácter retraído que van imprimiéndole, acabó provocándole los síntomas de
una suerte de enajenamiento de si mismo, que más adelante frustrarán su vocación
como autor teatral. Porque como la vida no le ha permitido desarrollar su identidad
libremente, sólo buscará en el arte “representarse” a si mismo, buscando “tener para si
lo que el arte exige que se le sacrifique”143.
143
Moritz, Karl Philipp. Anton Reiser. Madrid: Editorial Pretextos, 1998, p.409.
65
Goethe ha dejado de Moritz en su Viaje por Italia, que parece servirnos
tangencialmente para definir la especificidad del buscavidas respecto al protagonista
más acomodado de las novelas de formación: “Es como un hermano mío menor, de mi
misma índole, pero pisoteado y maltratado por ese destino que a mí me ha colmado de
favores”144. Es curioso como ante ese doble apertura del género de la Bildungsroman
que constituyen Anton Reiser y Wilhem Meister, la tradición alemana de la
Bildungsroman establecería un diálogo más fecundo, si bien no siempre amistoso, con
el Wilhem Meister. Esto es así, posiblemente, porque Anton Reiser es una novela que
se sitúa fuera de la corriente central de las futuras Bildungsroman, la de entender las
inquietudes del ciudadano burgués del s.XIX, en su afán por preservar su formación
de una sociedad capitalista con la que puede, de manera más o menos acomodada,
establecer una posición de disidencia crítica. Anton Reiser, que ofrece un friso de la
situación de las clases modestas del norte de Alemania en el s.XVIII, no dispone en
cambio de esa “libertad” para “formarse” y toda la novela puede leerse como la
reivindicación de una estructura social que no oprima a los individuos. Asimismo,
Moritz parece adelantarse en más de un siglo a la psiquiatría freudiana al posicionar por
primera vez la infancia y primera juventud como centro neurálgico de toda
personalidad, cuando anuncia en el prólogo del libro que “quien tenga experiencia de la
vida, y sepa que lo que en un principio parece pequeño e insignificante, con el paso del
tiempo muchas veces puede adquirir gran relevancia, no desaprobará la aparente
trivialidad de algunos hechos que aquí se narran” 145. Tal vez por esa fuerza visionaria,
fue relegada pronto a una posición de rara avis y no estableció un diálogo tan evidente
con la literatura de las décadas posteriores, si bien a día de hoy, me parece una novela
mucho más moderna que el Wilhem Meister y con la que la figura del buscavidas tiene
grandes afinidades.
Sigamos pues con Los años de aprendizaje de Wilhem Meister, ejemplo por
antonomasia de la Bildungsroman. Antes que nada, hay que destacar que Wilhem
decide – y tiene la libertad de decidir - no consagrar su vida a las altas esferas del
144
Carta de Göethe a Charlotte von Stein del 14 de diciembre de 1786. Citado en la introducción de:
Wolfgang von Goethe, Johann. Los años de aprendizaje de Wilhem Meister. Edición de Miguel
Salmerón. Madrid: Catedra, 2000, p.28.
145
Moritz, Karl Philipp. Anton Reiser. Madrid: Editorial Pretextos, 1998, p.21.
66
comercio en las primeras páginas de la novela, para formarse el resto de la novela en el
apasionante mundo del teatro. Como observa inteligentemente Moretti, “the most
classical Bildungsroman, in other words, conspicuously places the process of
formation-socialization outside the world of work.146” Wilhem considera que no existe
un lugar en el trabajo mercantil para la realización del individuo, y por tanto lo busca
en otros ámbitos, como el amor y el arte, que si permiten aspirar a una relación de
pleno sentido entre su yo y el mundo: “¿Qué me importa fabricar hierro muy puro si mi
corazón está lleno de escorias? y ¿de qué me sirve administrar bien una finca si no me
encuentro bien conmigo mismo? En una palabra: el objetivo único de todos mis
proyectos ha sido, desde mi niñez, formarme tal y como yo soy" 147” El trabajo
mercantil, tal como se ha venido desarrollando en los albores de la revolución industrial
capitalista, exigía ya una “división del trabajo”, una especialización de las tareas, no
sólo en el obrero sino también en la clase dominante burguesa, progresivamente
especializada en amasar dinero. Tal especialización, según entiende Wilhem, no puede
sino “alienar” a un hombre del pleno desarrollo de su identidad. Así se expresan en el
Wilhem Meister las limitaciones de este hombre económico moderno, representado por
la burguesía en oposición a la nobleza: “…al noble le basta con mostrar su persona, el
burgués ni ofrece nada con su persona ni debe hacerlo. (…)…debe trabajar y rendir,
debe formarse en una profesión para hacerse necesario y se presupone que en su ser no
hay armonía ni puede haberla, pues para hacerse útil ha de desatender todas las demás”
148
. Esta “armonía”, en cambio, como señala Moretti, sí es posible en el “trabajo” que
escoge Wilhem Meister para formarse en el mundo, una educación, como vamos
descubriendo a lo largo de la novela, misteriosamente diseñada por una cámara secreta
de educadores – la Sociedad de la torre, de inspiración claramente masónica – que tiene
un concepto del trabajo muy distinto al que puede ofrecer la sociedad capitalista, un
trabajo que aspira más al “ser” que al “tener”: “In this second sense, work is
fundamental in Meister: as noncapitalistic work, as reproduction of a ‘closed circle’. It
is an unequalled instrument of social cohesion, producing not commodities but
‘harmonious objects’, ‘connections’”149. La “armonía” que acompaña al concepto de
trabajo en el Wilhem Meister, por tanto, se debe al hecho de que no está circunscrito a
146
Moretti, Franco. The way of the World. The Bildungsroman in European culture.London: Verso, 1987,
p.25.
147
Wolfgang von Goethe, Johann, ob.cit, p.366.
148
Ibid., p.368
149
Moretti, ob.cit., p.29
67
la esfera económica, indiferente a las motivaciones y necesidades individuales del
trabajador. Moretti, para ilustrar que este concepto de trabajo es indistinguible de lo que
cultura alemana de la época definía como arte, cita este pasaje de Humboldt que postula
un trabajador ideal, un trabajo que no se degrada en un sistema mecanizado, un
trabajador artístico, que reproduce un mismo “círculo cerrado” entre las motivaciones
del yo y las exigencias de la sociedad al que se hace referencia en el Wilhem Meister:
“There coexists with this internal purpose, some impulse proceeding more immediately
from his inner being; and often, even, this last is the sole spring of his activity, the former only
being implied in it, necessarily or incidentally. (…) In view of this consideration, it seems as if
all peasants and craftsmen might be elevated into artists; that is, into men who love their labour
for its own sake. (…) And so humanity would be ennobled by the very things which now,
though beautiful in themselves, so often go to degrade it”150.
Ese tipo de trabajo, que Wilhem encuentra primero en el mundo del teatro y el cultivo
de sus relaciones amorosas, para más adelante, una vez formado de manera integral,
templar su yo con la entrega a los trabajos más comunitarios, es el que escapa al trabajo
capitalista, que tiende a crear individuos especializados e inarmónicos, porque “it
serves not man, but rather(say Schiller and the Abbe in Meister) the ‘god of profit’151.
150
Von Humboldt, Wilhem. The Sphere and ruties of Government, trans. J. Coulthard, London 1854,
pp.27-28. Citado en: Moretti, ob.cit., p.30
151
Moretti, ob.cit, p.31
152
Wolfgang von Goethe, Johann. ob.cit, p.692
68
la cadena del mundo”153. Hegel llega incluso a meter el dedo en la llaga de ese proceso
de maduración alegando que Wilhem “se hace filisteo al igual que los otros”154.
Este proceso de maduración e integración no existe en las trama del buscavidas, porque
su germen narrativo no es una historia de formación espiritual en el seno de la
comunidad burguesa, sino de resistencia a una deformación laboral que implica todo un
sistema de valores al que su identidad fuertemente desarrollada se niega de manera
absoluta e innegociable. La especificidad del buscavidas radica en esa extraña paradoja:
por una parte, desprecia el sistema de valores de la sociedad capitalista, encarnada de
manera virulenta en sus dinámicas laborales, pero por otra parte, no puede darle la
espalda como Wilhem Meister en aras de su propia formación, sino que se ve obligado
a experimentarlo plenamente. Ignatius observa de manera paranoide que “duda que
haya alguien dispuesto a contratarle”, cuando su madre le obliga a trabajar para pagar
los costes del accidente : “Los patronos perciben que yo rechazo de sus valores – dio
una vuelta en la cama y continuó – Me tienen miedo. Sospecho que se dan cuenta de
que me veo obligado a actuar en un siglo que aborrezco” 155. Pero más adelante matiza
este desprecio con una estrategia sibilina, en que podemos encontrar el principal
atractivo de los personajes buscavidas, su condición de caballo de Troya, de asalariado
nihilista en una empresa cuyos valores desprecia: “Quizá se me ocurran algunas ideas
valiosas que puedan beneficiar a mi patrón. Puede que la experiencia de a mi
pensamiento una nueva dimensión. Y , con ello, a mi obra. El introducirme
activamente en el sistema que critico será en si mismo una interesante ironía”156. En
resumen, el buscavidas se asienta en el corazón de la explotación laboral capitalista,
sufre sus efectos y los critica desde dentro, mientras que a Wilhem, el protagonista de
la Bildungsroman por excelencia, le es dado alejarse de ese mundo alienante y
criticarlo desde fuera mientras se forma en las esferas nada alienantes del amor y el
arte.
153
Hegel, Georg Wilhem Friedrich. Ästhetik (1842) con introducción de Georg Lukacs, Francfort,
Europäische Verlagsantalt, 1965. p.567. Citado en: Salmerón, ob.cit., p.48
154
Hegel, Georg Wilhem Friedrich. Ästhetik (1842) con introducción de Georg Lukacs, Francfort,
Europäische Verlagsantalt, 1965. p.568. Citado en: Salmerón, ob.cit., p.48
155
Kennedy Toole, ob.cit., p.59
156
Kennedy Toole, ob.cit., p.61
69
Sigamos examinando la tradición alemana de la Bildungsroman para entender más a
fondo hasta qué punto el buscavidas se embarca en otro tipo de aventura espiritual que
no nos permite entenderlos dentro de una novela de formación tradicional. Heinrich
Von Ofterdingen(1802), de Novalis, narra la formación de un poeta romántico que no
conoce la crudeza del mundo ni quiere participar activamente en su sistema laboral.
Como dice Heinrich de unos mercaderes, con militante platonismo, su alma no sabía
“ceder ante el atractivo de una callada contemplación de las cosas”157. En su opinión, el
Meister de Goethe, al abjurar de a sus facetas más creativas y regresar al seno de
burguesía, se había quedado en “una peregrinación en busca de un título nobiliario” 158.
Mediante su Heinrich, Novalis buscaba ultimar un ideal de formación soñadora que no
pactase ningún límite entre su yo y el mundo. En opinión de Heinrich, había “dos
caminos para llegar a la historia de la ciencia humana: uno, penoso, interminable y
lleno de rodeos; y el otro que casi es un salto, el camino de la contemplación
interior”159. Aunque en mi opinión, este posicionamiento romántico es más burgués
aún que el de Goethe, porque dicha concepción liberada del espíritu sólo puede nacer
de la utopía o de la abundancia material, y está definitivamente alejado del nihilismo
jornalero del buscavidas. Su negativa a participar en la realidad resta vigor social a su
crítica, fuera de la clásica polarización romántica entre la vulgar realidad y el vasto
sueño, en que un espíritu romántico puede abandonarse al disfrute de si mismo y cerrar
los ojos a la evidencia de la necesidad. Nada que ver con el buscavidas, que si bien es
crítico con el sistema, lo es sin embargo contra las cuerdas de un sociedad que no le
permite hacer esa misma valoración antiburguesa y gozar de la independencia de su
espíritu, ya que se ve obligado a trabajar y encajar los golpes más bajos del sistema.
Por eso, la crítica de un buscavidas como Chinaski, por ejemplo, no puede respirar ese
olor de santidad y platonismo que anhela el Heinrich de Novalis, sino que destila el
nihilismo de los bajos fondos, fruto del cansancio de un sistema alienante, y unas
necesidades acuciantes, que conoce con demasiada intimidad. En una mañana
especialmente desalentada, Chinaski lega a confesar:
157
Novalis, Heinrich von Ofterdingen(1804), Himnos a la noche. Enrique de Ofterdingen, traducción y
edición de Eustaquio Barjau, Madrid, Editora Nacional, 1975, p. 170. Citado en: Salmerón, ob.cit., p.122
158
Bahr, Ehrard. (ed.), Materialen zu Johan Wolfgang von Goethe Wilhem Meister Lehrjahre, Stuttgart,
Reclam, 1982. Citado en: Salmerón, ob.cit, p.128
159
Novalis, ob.cit., p.84. Citado en: Salmerón, ob.cit., p.126
70
“No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo. La idea de sentarme enfrente
de un hombre sentado detrás de un escritorio y contarle que deseaba un trabajo, que estaba
capacitado para hacer ese trabajo, era demasiado para mi. Francamente, estaba horrorizado de la
vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así
que me quedaba en la cama y bebía”160.
La trama de Novalis parece avenirse con la postura de Dilthey, un teórico que ligó con
especial énfasis, en su interpretación de la Bildungsroman, el destino del individuo con
el de la comunidad burguesa. Nada más alejado que las tesis de Dilthey y la trama de
Novalis que la crudeza del conflicto laboral que el buscavidas mantiene con una
sociedad laboral alienante. Dilthey llegó al punto de considerar que en este género de
novelas, como señala Miguel Salmerón, la formación del protagonista respondía a “la
realización nacional de un ideal de formación en el estado prusiano” 161. Por esa misma
razón, si las corrientes filosóficas más importantes de la intelectualidad alemana del
momento eran el idealismo trascendental y el idealismo objetivo, Dilthey consideraba,
en tanto en cuanto reflejo de la primera, que el género de la Bildungsroman debía estar
marcado por esa fuerte impronta filosófica. Es por ello que este tipo de novelas, aún
representando la controversia yo-mundo, no reflejaban “el mundo completo con todas
sus deformaciones, ni la lucha de las bajas pasiones por la vida; lo áspero de la vida
quedaba apartado”162.
Es curioso hasta qué punto parece olvidarse Dilthey con esta declaración tan
contundente de que la novela de Karl Philipp Moritz había sido la primera
Bildungsroman, en la que “lo áspero de la vida” empapa de amargura todas
meditaciones de Anton Reiser. Resulta un síntoma evidente de que tanto la definición
teórica como la praxis literaria del Bildungsroman, como decíamos más arriba, se
estructuraron más bien en torno al modelo brindado por Wilhem Meister, mientras que
Anton Reiser, mediante su pionero retrato de una explotación laboral sobre una
identidad alienada, parece avenirse mejor con la literatura del s.XX que nutre la figura
del buscavidas. Así, Dilthey no parece tener muy en cuenta el desconsuelo de un
Anton adolescente cuando ha de cargar a las espaldas una pesada banasta llena de
sombreros, siguiendo a su arrogante dueño, cosa que “le abatió por completo los
160
Bukowski(2007), ob.cit, p.57
161
Salmerón, ob.cit., p.50
162
Dilthey, Wilhem. Leben Schleiermachers, Berlín: Walter de Gruyter, 1870, p.XI. Citado en: Salmerón,
ob.cit.,50.
71
ánimos, haciéndole la carga mil veces más pesada. Creyó hundirse bajo tierra, de fatiga
y de vergüenza, antes de haber llegado con su carga al lugar de destino” 163. En todo
caso, según la interpretación de Dilthey, la naturaleza de la Bildungsroman se
constituiría desde un espíritu netamente filosófico. Es decir, de manera diametralmente
opuesta a lo que sucede con la experiencia del buscavidas, que conoce la aspereza de la
vida en sus propias carnes y no tiene una perspectiva tan solipsista, burguesa y
enriquecedora sobre su vida interior, sino una personalidad que se desarrolla en
oposición batalladora al mundo exterior, desarmando mediante un estilo de vida
vagabundo y anárquico las emboscadas laborales de la sociedad que pretende alienarle.
En la primera entrevista de trabajo que relata, con la descarada y parlanchina
sinceridad que le caracteriza, Simon Tanner hace una apología moral de semejante
estrategia de vida, de un nomadismo superviviente al sacrificio alienante que implican
ciertos trabajos, al asegurarle al librero que ha de contratarle:
“De todos los puestos donde he estado – prosiguió el joven – me he marchado pronto
porque no me apetecía derrochar mis energías juveniles en la estrechez y el letargo de las
copisterías, aunque en opinión de todos se tratara de las más prestigiosas, como son las oficinas
bancarias, por ejemplo. Jamás me han expulsado de ningún lugar hasta la fecha; siempre me he
marchado por el mero placer de dejar puestos y oficios, que si bien prometían carrera y sabe
Dios qué otras cosas, me habría matado de haberme quedado en ellos”164.
Esta misma línea de formación diltheyana llega al paroxismo solipsista con El Verano
tardío(1857), de Stifter, en que se nos presenta un claro caso de formación
completamente alejada de la realidad. El autor señala en un ensayo recogido en sus
obras completas: “La libertad consiste en que todos puedan llevar a cabo sus
potencialidades de perfección humana con seguridad y sin temor a ser perturbados” 165.
Bajo el albur de esta definición, Heinrich, hijo de un hombre de negocios que quiere
ahorrar a su hijo las ocupaciones que impiden bramar al “dios que está dentro del
hombre”166, es educado por preceptores privados en una serie de materias y valores
orientadas hacia lo eterno, lo permanente y lo esencial. Es una novela totalmente
163
Moritz, Karl Philipp. Anton Reiser. Madrid: Editorial Pretextos, 1998, p.111.
164
Walser, ob.cit., p.13.
165
Stifter, Adalbert. “Wer sind die Feinde der Freiheit?” en Der Wiener Bote, nº 86, 26 de mayo de 1849,
en Sämtliche Werke., ed.cit., tomo 16, 3ª secc., p.97. Citado en: Salmerón, ob.cit., p.144
166
Carta de Stifter en 1854. Publicada en: Krökel, Fritz. “Nachwort zu Adalbert Stifter, Nachsommer”,
Munich, DTV, 1977, p.742. Citado en: Salmerón, ob.cit,.p.140
72
exenta de problemas, en los que no hay soluciones ni pactos con la realidad, porque no
hay conflictos, y en la que el solipsismo brilla, en palabras de Salmerón, como “la
forma estética que recibe el bastante más prosaico sueño del burgués de convertir a su
propio hijo en rentista”167. Nada más alejado, insisto, de la relación tremendamente
conflictiva, que el buscavidas mantiene con el sistema laboral contemporáneo,
agudizada por su amor a la libertad y su sujeción inescapable a las necesidades. En ese
sentido, la figura del buscavidas enraiza más con la tradición minoritaria de la
Bildungsroman que encabeza el Anton Reiser, en que un personaje con vocación
artística acusa las desventajas de la pobreza.
167
Salmerón, ob.cit., p.144.
73
poca sinceridad que residía, como bien comprende el lector desde las primeras páginas,
en su vocación artística.
El buscavidas, como veremos más adelante, no aspira a ningún pacto de madurez con la
sociedad y su disidencia es más radical, porque no se refugia en la coartada de la
vocación artística, sino en su mero rechazo a las espurias posibilidades de realización
individual en una sociedad que considera alienante (incluida esa sinecura funcionarial
en la que Heinrich acaba claudicando como un mal necesario). En ese sentido, uno de
los principales rasgos del buscavidas es su falta absoluta de ambición social. Es por ello
que, a diferencia de Heinrich Lee, es un personaje que no escarmienta, un personaje
que se alegra, como dice Simon Tanner, de “echar decorosamente la vida por la borda”,
y es capaz de resistir los trabajos más duros sin el remordimiento capcioso que padece
Heinrich Lee, que esperaba un desenlace más elevado a su coqueteo con el arte. Así,
veremos a Bardamu trabajando en una fábrica de Ford, a Ignatius de vendedor de
salchichas callejero, a Simon de criado de un niño parapléjico y retrasado, a Chinaski
carcajeándose enloquecidamente en una cadena de montaje, sin que la dureza de estas
experiencias, y otras peores, provoque ese acto de contrición y madurez que les haga
renegar de sus aspiraciones a una identidad más plena de las que ofrece la sociedad
burguesa. Simon expresa este coraje con cajas destempladas al decirle a uno de sus
patrones:
“En sus oficinas, de las que tanto bombo se hace, en las que tantos quisieran trabajar,
no se habla nunca de cómo evoluciona un hombre joven. Me importa un rábano gozar de la
ventaja que supone un sueldo mensual fijo. Sería una forma de decaer, de embrutecerme, de
acobardarme, de anquilosarme (…) No puedo encontrar atractivo en eso de marginarme
totalmente del mundo sólo por no hacerse fama de persona descontenta y difícil de emplear.
¡Qué grande es en ese sentido la tentación del miedo, y qué pequeño el señuelo de liberarse de
ese miedo lamentable”168.
Aunque en ese sentido la falta de ambición del buscavidas parezca un tanto bravucona,
es una bravuconada que se hace respetar, en tanto en cuanto resulta realmente peligrosa
para su propio bienestar. En La senda del perdedor, Chinaski también confiesa esta
falta absoluta de ambición, asumiendo de entrada todas las consecuencias que ello
pueda acarrearle sin sentir ningún asomo de temor o remordimiento:
168
Walser, ob.cit., p.38
74
“Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía
imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para
trabajar todos los días y después volver.(…)¿Acaso los hombres nacían para soportar todas esas
cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi habitación y emborracharme hasta
dormirme”169.
Es interesante pensar que en cierto modo, Vult, como personaje activo que protagoniza
un suicidio libertario hacia la inexistencia social, prefigura más el tipo del buscavidas
169
Bukowski, Charles. La senda del perdedor. Barcelona: Anagrama, 2008, p.192
75
que el mismo protagonista de la novela. El protagonista, en cambio, no deja de estar
inserto en la tradición típica de este tipo de protagonistas, en sus dos opciones
fundamentales: o bien el poeta corrige su vocación libertaria y se entrega a la sociedad
burguesa (Wilhem Meister, Gottwalt, Enrique el Verde) o bien el poeta puede
permitirse el lujo de obviar la sociedad burguesa y su imperiosa ley de necesidades
como por arte de ensueño (Heinrich Lee, Heinrich Drehndorf). Pero Vult, el hermano
de Gottwalt, que mantiene su arte a costa de desaparecer, prefigura el lugar intermedio
donde echará raíces la figura del buscavidas: un poeta a ras de suelo, que no culmina un
proceso de maduración ni llega a firmar ningún pacto definitivo con la sociedad
burguesa. Mientras su ansia de plenitud y su temor a la necesidad sigan polarizando su
identidad sin encontrar una solución intermedia, el buscavidas seguirá siendo una
criatura paradójica, marginada en su vida exterior pero libre en su vida interior y
expuesta a las inclemencias de la vida.
76
severa reprimenda: “En otras palabras, lo que usted quiere es convertirse en un perfecto
burgués. Les han lavado el cerebro a todos ustedes. Supongo que les gustaría
convertirse en un hombre de éxito, en un triunfador, o algo igual de ruin”170. Ignatius,
nadando en una contracorriente absoluta a las aspiraciones del espíritu burgués, llega
incluso a expresar su admiración por “el terror que son capaces de inspirar algunos
negros en los corazones de algunos miembros del proletariado blanco y sólo desearía
(ésta es una confesión muy personal) poseer la misma capacidad de aterrar” 171. La
terrible comicidad del buscavidas estriba en que su “yo” es profundamente intelectual y
artístico, pero se ve acorralado en un mundo donde el ser humano es alienado en la
condición de mero recurso económico y pierde todo interés en hacer un uso efectivo de
su ciudadanía burguesa, de sus aspiraciones al ascenso social. Simon Tanner sabe que
la alienación que sufre en sus ínfimos empleos no es sino una alienación “refleja” que
se reproduce de modo análogo en las clases más acomodadas, porque la alienación
fundamental reside en el fondo, en nuestra inescapable necesidad del trabajo como vía
de expresión o supervivencia individuales: “Creían necesario cortejar y adular al
administrador y a su secretario para obtener el anhelado empleo. Era más o menos
como cuando una traílla de perros adiestrados salta en pos de una salchicha atada a un
hilo que sube y baja todo el tiempo, y cada uno se imagina que el otro no tiene derecho
a intentar atraparla, aunque no puede aducir motivos a favor de su tesis. Así se gruñían
unos a otros por el privilegio arrebatado al vuelo, exactamente como en el gran mundo
del comercio, la cultura, el arte y la diplomacia, donde las cosas no ocurren de modo
muy distinto, aunque sí con un grado más de astucia, presunción y refinamiento.172”
Por tanto, estoy de acuerdo con Miguel Salmerón cuando dice: “El héroe prototípico de
la novela de formación es burgués, pasivo, ocioso y observador. Su situación
económica es lo suficientemente desahogada como para despreocuparse de su sustento,
pero no es tan opulenta como para convertirlo en alguien socialmente relevante” 173.
Pero el buscavidas, precisamente porque nos retrata las penurias del sistema, no
representa la voz del burgués disidente, más o menos integrado, sino la del empleado
forzoso de la sociedad laboral moderna, que mantiene una relación de fugitivo nihilista
con todo su sistema de valores. Es por ello que no asiste a su propia formación en los
170
Kennedy Toole, ob.cit., p.279.
171
Ibid.,p.124
172
Walser, ob.cit., p.228.
173
Salmerón, ob.cit., p.165
77
más diversos trabajos, como diría Salmerón, como un espectador “burgués, pasivo,
ocioso y observador”, sino que se da la fuga de los trabajos cuando su explotación es
demasiado lamentable, o reacciona con impulsos de autodestrucción social cuando
percibe que su identidad está en peligro de disolverse en el espíritu burgués y ascender
socialmente, que sería la disolución más baja de todas. Vive su periplo laboral en un
estado de resistencia activa, con un yo excepcionalmente desarrollado, que no atraviesa
experiencias “formativas” sino que desecha experiencias “deformativas”. El conflicto
del buscavidas no se plantea en términos de disyuntiva moral y económica, que se
puede solucionar mediante un proceso de maduración y un pacto final con la sociedad,
sino en términos de primacía o disolución absolutas de su identidad.
78
comunidad, sino las contraindicaciones de éste con los preceptos de la sociedad
burguesa. Toda la comicidad del personaje se deriva precisamente de la colisión de ese
carácter contra un mundo que le exige una estabilidad que él no está dispuesto a
brindarle. Henry Chinaski es un borracho nihilista, que sólo aguanta un trabajo por
necesidad y contempla cualquier proceso de socialización laboral como una amenaza a
combatir con todas fuerzas de su espíritu esquivo y su hígado maltrecho. En la senda
del perdedor declara: “Deseaba algún lugar en qué esconderme, algún sitio donde no
tuviera que hacer nada. El pensamiento de llegar a ser alguien no sólo no me atraía sino
que me enfermaba”174. De modo igualmente categórico, pero llevado al paroxismo por
la alegoría, procede Ignatius Reilly al denunciar el siglo que le ha tocado vivir como
corrupto y lamentar “ el destino malévolo al que me enfrento: la perversión de tener
que ir a trabajar”175.
174
Bukowski(2008), ob.cit.,p.132.
175
Kennedy Toole, ob.cit., p.40.
176
Blanckenburg, Friedrich von. Versüch über den Roman, Ed. de Eberhard. Lämmert, p.68. Citado en:
Salmerón, ob.cit., p.45
177
Salmerón, ob.cit. p.56.
79
martilleante y reiterativa repercusión de la misma en el individuo” 178. Pero ese reinicio
en el fracaso, que crea una rara sensación de monotonía viajera, de estancamiento
existencial para preservar lo humano que brilla en su interior, es al mismo tiempo el
principal coraje de la figura del buscavidas. Aunque lo intente, no logra narrarse hacia
el futuro en una suma de experiencias que alimentan el progreso de su espíritu. Más
bien es cíclicamente martilleado por un sistema en que sus aspiraciones no tienen
cabida, devuelto experiencia tras experiencia a una tabula rasa en que su espíritu se ve
obligado a comenzar de cero, aún so pena de desaparecer del todo. Como le dice su
hermana a Simon el día de su despedida: “¿No tienes de verdad más cosas que las que
caben en esta maletita? Eres realmente pobre. Una maleta es toda tu casa en este
mundo. Hay en esto algo extraordinario, pero también lamentable”179.
Por eso, el buscavidas experimenta su yo de una manera especialmente agresiva, sin ese
final tendente a la “armonía” al que aludiera Jacobs, mediante el cual se culmina la
maduración de yo en el mundo en las novelas de formación tradicionales. Es decir,
debe claudicar e integrarse, lo cual exige que dichas novelas estén marcadas en el fondo
por cierta “debilidad y pasividad del héroe que exige una postura narrativa irónica” 180.
Esta debilidad brilla por su ausencia en el buscavidas, que si bien no acostumbra a tener
mucho dinero, tiene un ego absolutamente hipertrofiado por su lucha con el sistema.
En este toma y daca con el sistema, el buscavidas se las ingenia sin embargo para
sobrevivir, e incluso, para tener una conciencia más plena de su identidad, ya que al no
dejarse sojuzgar por él, sale reforzado en su identidad de los conflictos, si bien cada vez
más magullado, en un equilibrio más inestable.
Tal vez no sea peregrino recordar, Como indica Gustavo Salmerón, que la
Bildungsroman es “un género veladamente autobiográfico”. Creo que se puede deducir
de algunos ejemplos citados, como Wilhem Meister o Anton Reiser, la transparencia
biográfica del propio autor, proyectado en su personaje, al escribir su pacto de
madurez con el mundo. Si aplicamos esa misma lógica a los autores de las novelas con
buscavidas, nos damos cuenta de que su desenlace no tiene las proporciones áureas de
un pacto con la comunidad. Bukowski conoció un éxito tardío a partir de los 50 años,
178
Salmerón, ob.cit.,p.105
179
Walser, ob.cit., p.147.
180
Jacobs (1972), Wilhem Meister und seine Brüder, Münich, Fink, 1972, pp.100-101, p.25. Citado en:
Salmerón, ob.cit., p.56.
80
pero el mismo Chinaski se extraña de su victoria pírrica, desolado ante el espejo,
después de todo: “Entré en el baño y contemplé mi cara. Horrible. Me quité algunas
canas de la barba y algo de pelo de alrededor de las orejas. Hola, muerte. Pero he
vivido casi seis décadas. Te he dado tantas ocasiones de atraparme que hace ya tiempo
que debería estar en tus manos”181. Por su parte, Kennedy Toole acabó suicidándose a
los 30 años tras fracasar en la publicación de su conjura, en un turbio gesto de reproche
a esa sociedad en la que su yo no estaba destinado a encajar, recogido en la cita de
Jonathan Swift que abre su novela: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio,
puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él” 182. El
desencanto visceral de Celine acaba desembocando en la caricatura grotesca que
representa su apología del nazismo y Robert Walser vivió los últimos 20 años de su
vida en un manicomio.
Tal vez por ello, son personajes que tienden a desembocar en novelas con finales
sumamente abiertos, porque las magulladuras de su lucha se hacen más evidentes que
en las novelas de formación tradicionales, al no haber reservado ningún destino
burgués a su disidencia, ninguna moraleja de hijo pródigo. Así, al final de las
respectivas novelas en que aparecen, Ignatius Reilly escapa de los enfermeros que
pretenden ingresarle en un manicomio, Bardamu parece querer mudarse, una vez más,
de la sinecura que había encontrado en un sanatorio mental de la burguesía, Simon
Tanner encuentra consuelo provisional en los brazos de una mujer que le resguarda de
la peligrosa cercanía del invierno, Chinaski sigue emborrachándose y ocupando todos
los trabajos por espacio de un mes y Karl Rossman (que no es un buscavidas, pero en
este caso, comparte su incertidumbre final) vaga hacia la aventura abismalmente abierta
que le depara su currículo no cualificado en el gran teatro de Oklahoma,; esto es,
ninguno de ellos firma un pacto con el mundo, ninguno de ellos vive su fobia contra el
sistema como una ínfula de juventud, como una edad del pavo (título de la novela de
formación de Jean Paul) , sino como un temor a que su identidad se vea
irreversiblemente alienada, un temor, una resistencia, un estoicismo de final utópico e
incierto, que se convierte en el desenlace abierto y angustioso de la obra.
181
Bukowski, Charles. Mujeres. Barcelona: Anagrama, 2009.
182
Kennedy Toole, ob.cit., p.7
81
Capítulo III Inadaptación del buscavidas al sistema laboral capitalista
De modo análogo, a través de los dos capítulos en que se estructura este capítulo, se
realizará una doble aproximación, ‘espiritual’ y ‘material’, a los conflictos que el
buscavidas experimenta con el sistema laboral capitalista. El ensayo de Weber, al
margen de su carácter más o menos concluyente, más o menos polémico, sobre la
historia del capitalismo, sigue funcionando, en el plano puramente sociológico, como
un interesante modelo descriptivo que recoge algunos de los rasgos más distintivos del
183
Weber, ob.cit., p.235
82
sistema laboral contemporáneo, con los que el buscavidas, como resultará interesante
observar, colisiona abruptamente.
Antes de seguir adelante, me parece interesante recordar, como se puede deducir de las
novelas estudiadas, que el buscavidas, a pesar de haber sido descrito desde cierta
‘épica’ de la resistencia, es un personaje eminentemente ‘cómico’, en cuyas actitudes
parece resonar el eco de una angustiosa carcajada que se resiste al proceso educativo
capitalista. A tal efecto, me gustaría traer a colación la teoría del filósofo francés
Henry Bergson, que entendía la comicidad como derivada de la rigidez de un individuo
que reincide en sus propios vicios y a la risa, por el contrario, como una educadora
social implacable184. Estoy de acuerdo con Bergson en que la “risa” cumple cierta
función educativa, que puede explicar la comicidad del rígido avaro de Moliere, las
palizas que recibe la obsoleta moral caballeresca del Quijote e incluso el medievalismo
impenitente de Ignatius Reilly. Pero me temo que en primera instancia, en el caso de
las novelas estudiadas, no nos reímos del buscavidas, con cuya afición a la libertad
simpatizamos de manera flexible y cordial, sino de la sociedad capitalista, cuya rigidez
de planteamientos educativos, que reduce el trabajo a un proceso de estricto cálculo
contable, convierte al ser humano en una caricatura de si mismo.
Nos hallamos pues, en el caso del buscavidas, ante una ‘educación’ o ‘socialización’
fallidas en los principios de cierta ‘ética’ capitalista, a la que el buscavidas se resiste en
aras de una identidad que considera inalienable. Algunas ramas de la sociología han
querido ver en los procesos de socialización, subrayando de forma demasiado unilateral
su trascendencia, que el individuo nace exclusivamente de su fuerza moldeadora 185. El
buscavidas, sobre cuya disidencia social ya hemos reflexionado al emparentarlo con
otras literaturas del yo como la picaresca y la Bildungsroman, parece forjar su
identidad, no tanto en el molde de un proceso socializador, sino precisamente en
oposición al mismo, so pena de verse sometido a unas normas sociales que no comparte
y, por consiguiente, alienado en un estilo de vida que su temperamento rechaza
anárquicamente. Este rechazo marca con frecuencia al buscavidas con el estigma del
184
Bergson, Henry. La risa: ensayo sobre la significación de lo cómico. Madrid: Alianza Editorial, 2008.
185
Gorz hace este análisis en Metamorfosis del trabajo, citando, a tal efecto, un texto de Habermas: “La
sociología sobrepasa así sus derechos, cuando comentando a Mead, Habermas escribe: “Es pues
manifiesto que también la individualidad es un fenómeno generado socialmente, el cual es resultado del
proceso mismo de socialización…Mead concibe la identidad personal, lo mismo que Durkheim, como
una estructura que nace de expectativas de comportamientos socialmente generalizadas”. Gorz, ob.cit.,
225
83
‘asocial’, que privilegia su yo por encima de la sociedad con la que estaba destinado a
convivir. Hannah Arendt señala que “Marx llama con frecuencia a esta naturaleza
social del hombre su Gattungswesen, su ser miembro de la especie, y la famosa
‘autoalienación’ marxista es lo primero de todo alienación del hombre de ser un
Gattungswesen”186. Pero este egoísmo es hasta cierto punto disculpable, en el caso del
buscavidas, si tenemos en cuenta que los procesos de socialización a los que se somete
al asalariado en la sociedad capitalista no tienen en consideración la ‘felicidad’ del
individuo, como señala Max Weber, sino única y exclusivamente la irracionalidad
utilitarista de un sistema en el que se vive para trabajar, no se trabaja para vivir.
186
Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 2003, p.
187
Weber, Prólogo de Joaquín Abellán, ob.cit., p.17
84
base mecánica, ya no necesita de ese apoyo” 188. Podríamos considerar que esa ‘base
mecánica’ cristalizará en los principios del régimen salarial que estudiaremos en el
próximo capítulo, cuyo desarrollo, dominado por un utilitarismo económico
hipertecnificado, ejercerá una influencia inescapable sobre la naturaleza misma del
trabajo asalariado en las sociedades industriales. Pero en el ámbito de este capítulo, que
estudia el capitalismo como ‘carácter’ y ‘espíritu’, nos interesa comparar el carácter del
buscavidas con los preceptos morales que subyacen al sistema capitalista, para
demostrar hasta qué punto, aún desasido de los condicionantes materiales en que se
arraiga, la personalidad de nuestros personajes entra en contradicción, cómicamente
‘pecaminosa’, con el trabajador ascético ideal. Así pues, seguiremos a Weber en su
profunda indagación de la moral ascética, a fin de “averiguar los impulsos
psicológicos que marcaban la orientación de aquel modo de vida” 189 y entender la
“afinidad electiva entre ciertas formas de fe religiosa y la ética profesional” 190, que el
buscavidas violenta sistemáticamente con su estilo de vida libertario y hedonista, aún a
costa de asumir con ello cierto suicidio social, porque como advierte ominosamente el
sociólogo alemán: “El fabricante que actúe permanentemente contra estas normas es
eliminado indefectiblemente desde el punto de vista económico, al igual que el obrero
que no pueda o no quiera adaptarse a ellas se ve puesto en la calle como desempleado”
191
.
Dado que estamos estudiando el carácter del buscavidas, lo mejor será que a modo de
índice sumario, enunciemos las características de su personalidad en oposición al
‘espíritu capitalista’, tal como analiza Max Weber, para luego ilustrarlas detenidamente
en los siguientes capítulos. Nos centraremos en dos puntos, que analizaremos en los dos
siguientes capítulos: la irracionalidad del sistema capitalista y su culto al concepto de
profesión. Asimismo, tendremos en cuenta, en ambos, algunas prescripciones religiosas
que inducen al individuo a un control riguroso de sus sentimientos, a fin de alejarle de
una vida ociosa y viciosa. En primer lugar, pues, destacaremos que el buscavidas no
comprende la irracionalidad de la economía capitalista. El sistema capitalista es
irracional, según Weber, desde el punto de vista de la felicidad individual. Lo es porque
188
Weber, ob.cit., p.234
189
Ibid., p.111
190
Ibid., p.107
191
Ibid., p.63
85
privilegia el utilitarismo económico, espoleado por un irrazonable afán de lucro, sobre
la ‘felicidad’ del individuo, criterio que, a su entender, debería primar sobre cualquier
consideración socioeconómica del sistema. El buscavidas también denuncia dicha
irracionalidad, y se aleja consecuentemente del sistema capitalista, aunque ello
signifique sobrevivir financieramente de manera muy humilde. Su relación con el
dinero se aleja, asimismo, hacia los extremos del justo medio recomendado en las
preceptivas morales de inspiración acética, ya que está incapacitado para ahorrar sus
ganancias o las gestiona derrochadoramente si llega a disponer de ellas. En segundo
lugar, nos centraremos en la relación del buscavidas con el trabajo, que es observado
bajo el signo de una alienación forzosa y que, por tanto, rechaza cualquier culto al
concepto del deber profesional. A tal fin, analizaremos el concepto protestante de
“profesión” o “beruf”, que lleva aparejado, en la interpretación de Weber, un poderoso
componente educativo y socializador en la cultura del trabajo, en la que el buscavidas
no encuentra más que una erosión evidente de la propia identidad. En consecuencia,
al considerar el tiempo de vida más enriquecedor que el tiempo de trabajo, el
buscavidas considera alienantes e incluso, carcelarios, conceptos como la jornada
laboral de ocho horas y alberga, por extensión, un gran sentido de la holganza, es decir,
del tiempo libre en que el hombre paladea sus momentos más felices y ociosos.
86
III.1.A. ‘Irracionalidad’ y ‘ascesis’ del sistema capitalista
El ensayo de Weber parte una idea nuclear que en la literatura de su tiempo resultaba
tan paradójica como atractiva. Existía constancia empírica, a través de estudios
estadísticos de un discípulo de Weber, de que en países con población protestante y
católica, los protestantes tenían una mayor vinculación con la economía industrial
moderna y habían amasado mayores patrimonios. Varios estudios habían observado ya
esa afinidad económica entre el protestantismo y el capitalismo, suponiendo que dicha
fe religiosa, en abierta oposición al distanciamiento del mundo que propugnaba la
mentalidad católica, forjó un espíritu más materialista y mundano que estimuló su
mayor disponibilidad a las actividades económicas del mundo moderno. El análisis de
Weber invierte ese enfoque completamente, al argumentar, mediante su concienzudo
análisis de las preceptivas morales y religiosas, que la mayor implicación económica
del protestantismo en el mundo industrial moderno era fruto precisamente de un control
religioso más disciplinado sobre la vida del hombre. A tal efecto, Weber encabeza su
análisis con varios fragmentos de Benjamin Franklin, epónimo americano de la moral
calvinista, cuyas máximas morales ensalzan las virtudes de la actividad económica
desde el punto de vista del utilitarismo:
87
tanto, del mismo modo que la moral ascética considera el sexo, única y exclusivamente
en términos de reproducción, el empresario ha de considerar sus riquezas, no hacia el
fin de su disfrute, sino como medio intachablemente ascético y religioso para la
perpetuación y multiplicación de sus finanzas:
Esta alianza paradójica entre las virtudes del ascetismo y una prosperidad boyante en
los negocios hace surgir, no sólo en la mente del lector, sino sobretodo en la del
trabajador que se avenga a seguir estos preceptos, una pregunta tan ingenua como
ineludible, que apunta al corazón irracional de la ética capitalista: ¿es razonable ganar
tanto dinero, principalmente para reinvertirlo, en vez de emplearlo, prioritariamente, en
el disfrute de la vida y la cobertura de nuestras necesidades materiales? Es en este
punto donde el sociólogo alemán enuncia de manera rotunda la irracionalidad de un
sistema, que en última instancia, no halla un sólido anclaje en las necesidades del
193
Ibid., p.87. Citado en: Ibid., p.59
194
Weber, ob.cit., p.60
88
individuo, sino en el puro utilitarismo que exige para su mantenimiento una
acumulación económica incesante:
“el ‘súmmum bonum’ de esta ética, ganar dinero y cada vez más dinero, evitando
austeramente todo disfrute despreocupado, un ganar dinero despojado por completo de cualquier
aspecto eudemonista o hedonista, pensado como un puro fin en si mismo, de modo que se
presenta, en cualquier caso, como algo totalmente trascendente y realmente irracional respecto a
la “utilidad” o la “felicidad” del individuo concreto. El hombre queda referido a ese ganar
dinero como al objetivo de su vida, no es la ganancia la que queda referida al hombre como un
medio para la satisfacción de sus necesidades materiales. Esta inversión de lo que llamaríamos
la situación “natural”, inversión realmente sin sentido para el sentir natural, es con toda claridad,
absolutamente, un leitmotiv del capitalismo, de la misma manera que les resulta extrañas a todos
los hombres no alcanzados por el hálito del capitalismo.” 195
En resumidas cuentas, del mismo modo que esta ética se convierte en un incentivo para
la empresa capitalista y su necesario ciclo de ganancias y reinversiones, tiene su
contrapartida paradójica en el hecho de ponerle trabas ascéticas, pues las ganancias no
deben servir al consumo individual, sino a la propia empresa, cuya riqueza creciente
redundará, hipotéticamente, en beneficio general de la sociedad. Weber documenta,
por tanto, en las preceptivas morales puritanas, los principales rasgos que asumirá la
predicación de este ascetismo en la vida misma del trabajador:
“Lo dicho hasta ahora podríamos resumirlo diciendo que el ascetismo protestante
intramundano actúa con toda su energía contra el disfrute despreocupado de la riqueza; este
ascetismo coarta el consumo, especialmente el consumo de lujo. Por el contrario, descarga, con
efecto, la adquisición de bienes de los lastres de la ética tradicional; le rompe las cadenas al afán
de lucro, no sólo haciéndolo legal, sino expresamente querido por Dios. (…) Y si ponemos
juntas la limitación del consumo y la liberación del afán de lucro, el resultado objetivo es lógico:
la formación de capital mediante el imperativo ascético de ahorrar”196.
195
Ibid., p.62
196
Ibid., p.222
89
punto de voluntaria, ya que no le importa en absoluto prosperar económicamente. Esta
entrega “voluntaria” a la pobreza también es vilipendiada por los imperativos de la
moral ascética, pues entiende que la riqueza
“como ejercicio del deber profesional no sólo es lícita desde el punto de vista moral,
sino que es una obligación. Esto parecía expresarlo directamente la parábola del criado infiel,
que fue reprobado porque no había aprovechado el talento que le había confiado. Querer ser
pobre sería lo mismo que querer estar enfermo, como se ha dicho muchas veces”197.
Ilustremos pues, en las distintas novelas con buscavidas, esta concepción de la riqueza
en la mentalidad del protestantismo ascético, como motor “irracional” del sistema
capitalista y como imperativo ascético que afecta a la vida de los trabajadores. En
primer lugar, la irracionalidad de la vida económica moderna, que experimenta la
existencia en términos única y exclusivamente dinerarios, es percibida por algunos
buscavidas con gran crudeza y clarividencia. Simon Tanner, mientras trabaja de
oficinista raso en una agencia bancaria, describe así al director que maneja los hilos de
su sucursal:
“En su cabeza parecía tener entreverados los hilos y raíces de aquella gigantesca
empresa. Así como el pintor piensa en colores, el músico en sonidos, el escultor en piedra, el
panadero en harina, el poeta en palabras y el campesino en lotes de terreno, así también ese
hombre parecía pensar en dinero. Una buena idea suya, pensada en el momento adecuado, le
aportaba medio millón a la empresa en media hora. ¡Y quién sabe: quizá más, quizá menos,
quizá nada¡”198
90
describe al director como superior de una plantilla de empleados, cuyas motivaciones
se contagian de la inescrutabilidad y amargura existenciales de su jefe:
199
Ibid., p.33
91
“La perplejidad del utilitarismo radica en que éste se encuentra atrapado en una
interminable cadena de medios y fines sin llegar a algún principio que pueda justificar la
categoría de medios y fines. Sólo en un mundo antropocéntrico, donde el usuario pasa a ser el
fin último que acaba con dicha cadena, puede la utilidad adquirir la dignidad de la significación”
200
.
Contra los imperativos ascéticos que incitan a buscar la riqueza y ahorrar todo lo
posible para ir formando patrimonio, Simon reacciona con perplejidad, pues entiende
que una existencia basada meramente en la acumulación de bienes perjudica el disfrute
maravillado de la vida, que debería ser nuestra único deber sagrado como seres
humanos. Por tal motivo, comunica su despido a uno de sus patrones, alegando que si
ha de trabajar en tales condiciones, prefiere “vender totalmente mi libertad, para no
volver a poseerla nunca más. No me gusta, estimado señor, poseer algo a medias;
prefiero contarme entre los que nada tienen, así mi alma aún será mía” 201. Así, Simon
acoge voluntariamente su condición de pobre e incluso lleva esa condición hasta el
paroxismo, ya que no sólo no desecha el dinero ni los bienes, sino que fantasea con la
condición del mendigo campestre, a ratos perdidos, como un destino que podría llegar
a ser idílico sino fuera por el desprecio social que conlleva en el ecosistema dominante,
la ciudad moderna. Así, mientras Simón vive con su hermana en un estado de total
dependencia ajena, reflexiona sobre la mendiguez en el campo, entendiendo el campo
como un espacio simbólico más reglado por los impulsos vivos de la naturaleza que por
los fríos resortes de la economía:
“Yo mismo no poseo más que una monedita de plata, y tiene que alcanzarme para lavar
la ropa. También mi hermana, que conmigo no tiene secretos a excepción de los realmente
inefables, me confiesa que se le ha acabado el dinero. Pues estamos la mar de tranquilos. Nos
regalan sabrosos panecillos, huevos frescos y tartas perfumadas a discreción. En el campo aún
se sabe dar de manera que el que reciba se sienta honrado. En la ciudad, hay que tener más
cuidado al dar, porque ha comenzado a ser algo ultrajante para el que recibe. (…) ¡Qué
debilidad tan funesta esa de tener miedo a los pobres y consumir uno mismo su propia riqueza
en vez de conferirle ese esplendor que magnifica a una reina cuando le tiende la mano a una
menesterosa”202.
200
Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 2003, p.
201
Walser, ob.cit., p.18
202
Ibid., p.123
92
Vale la pena recordar ese curioso pecado que comenta Weber, a la luz de las exigencias
económicas del mundo moderno, “el de querer ser pobre”, que carga especialmente
contra el gremio de los mendigos, en el que Simon militaría gustosamente:
“Finalmente, la mendicidad de una persona con capacidad para trabajar no sólo es
pecado como pereza, sino también porque va contra el amor al prójimo, según la
palabra del apóstol”203.
Por su parte, el buscavidas Chinaski tiene una relación conflictiva con este afán
acumulativo de dinero. Por una parte, le gusta acumularlo, por otra parte, odia hacerlo
por la vía de una profesión estable, ya que su verdadera relación con el dinero es la del
jugador que apuesta por las ganancias fáciles en las carreras de caballos. Eso le aleja,
naturalmente, de esa relación ascética, laboriosa y acumulativa que Benjamin Franklin
denotaba como verdaderamente moral en un joven hombre de negocios. Chinaski es,
además, un amante del lujo, ese mismo lujo denostado por las preceptivas ascéticas,
que por descontado no podría permitirse si se contentara con ser un humilde ganapán.
El juego en las carreras, con sus connotaciones pecaminosas, abiertamente enfrentadas
al espíritu ascético, es ejercido por Chinaski, ya no con la sensación de estar
cumpliendo con su deber, sino con auténtica afición por la vida lujosa y, por
consiguiente, un desprecio razonable por las profesiones estables y mal remuneradas.
En Post Office, precisamente, pide una excedencia de su puesto para dedicarse
profesionalmente a las carreras de caballos durante 90 días, previa reflexión
crematística sobre las bondades de semejante estilo de vida:
“I pulled in $3.000 in a month and a half while going only to the track two or three
times a week. I began to dream.(…) I saw leisurely steak diners, preceded and followed by good
chilled drinks in colored glasses. The big tip. The cigar. And women as you wanted them. It’s
easy to fall into this kind of thinking when men handed you large bills at the cashiers Windows.
When in one six furlong race, say in a minute and 9 seconds, you make a month’s pay” 204.
Su actitud está en las antípodas, claro está, de la ascética serenidad gestora que
recomienda el protestantismo ascético a los trabajadores. Pero Chinaski no puede
resignarse a su destino de pobre en el sistema laboral capitalista, porque detecta en él
un poderoso componente irracional, ya que, como denuncia Weber, en tal sistema se
vive para trabajar, no se trabaja para vivir. Por una parte, el dinero ganado por el
203
Weber, ob.cit., p.209.
204
Bukowski (2009), ob.cit., 109
93
trabajador es ridículo e insignificante en comparación con el dinero (el que
verdaderamente cuenta, como podemos advertir en los pasajes de Franklin) que le hace
ganar a su empresa un negociante emprendedor. Por otra parte, al trabajador raso ni
siquiera le queda tiempo o presencia de ánimo suficientes para disfrutar del poco dinero
que gana. Sobre todo ello, reflexiona Chinaski amargamente en este pasaje:
“¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la
mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar
sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un
lugar donde esencialmente ganaba dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrarse
agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?”205.
En las pocas ocasiones en que Chinaski pretende ser un trabajador responsable, ahorrar
dinero, fingirse un self-made man, su personalidad no tarda en traicionarle. Es el caso
de esta fantasía capitalista, de buen ahorrador y solicitador de créditos, de acumulador
de dinero perfectamente integrado en el sistema capitalista, en la que Chinaski degenera
rápidamente hacia la imagen misma del pecado. Como veremos, de hombre ahorrador
se convierte rápidamente un monstruo pantagruélico que no guarda ninguna semejanza
con el autodominio ascético de la ética calvinista que Weber detecta en el origen de la
mentalidad capitalista, sino que se erige más bien en su más perfecta parodia:
“¿Eran ellos mucho más inteligentes que yo? La única diferencia era el dinero, y su
deseo de acumularlo. ¡Yo también tenía tal deseo! ¡Ahorraba mis perras chicas! Pero tenía una
idea. Pediría un crédito. Yo contrataría y despediría a la gente. Tendría un escritorio de caoba
lleno de botellas de whisky. Tendría una mujer con pechos de la talla 40 y un culo que haría que
el chico de los periódicos de la esquina se corriese en los pantalones cuando la viera
contonearse. Yo la engañaría con otras y ella lo sabría y no diría nada para poder seguir
viviendo en mi casa gozando de mi fortuna. Despediría a hombres sólo por advertir una leve
sombra de disgusto en sus caras. Despediría a mujeres que no esperaban que yo las fuera a
despedir. Eso era todo lo que un hombre necesitaba: esperanza. Era la falta de esperanza lo que
hundía a un hombre”206.
205
Ibid., p.116
206
Ibid., p.53
94
carta de la revista que acepta por primera vez uno de sus relatos. La esperanza del
buscavidas Chinaski, evidentemente, esa esperanza mínima en la que se sustenta la vida
de cualquier hombre, no pasa por acumular dinero y convertirse en un tirano capitalista
de tebeo, sino por convertirse en escritor. Cosa que conseguirá, previa
experimentación de una pobreza en la que se cuecen todos sus fantasmas literarios,
durante más de 25 años.
Por su parte, en La conjura de los necios, Ignatius cree despreciar el lujo, pero se
permite continuamente lujos a costa del dinero de su madre, a quien le propone hacer
economías en el hogar antes que renunciar a sus libros, su gramófono, su laúd, su
trompeta, sus sesiones diarias de cine y otros tantos placeres, destinados a sus propio
goce, que considera motivo suficiente para dilapidar los escasos ahorros de su madre.
En esta misma línea, respecto a la irracionalidad de un sistema económico, que
privilegia el beneficio económico sobre un disfrute despreocupado de la vida, no me
resisto a citar muy brevemente una desvergonzada declaración de Ignatius Reilly.
Recién ha descubierto una foto pornográfica, en la que, por azares de fortuna, sale una
mujer posando junto a su libro preferido, la consolación de filosofía de Boecio, a la que
desearía conocer para rescatar de su ignominia. Por tanto, tiene una urgente e imperiosa
necesidad de dinero para pagarse la entrada del local donde actuará esa misma noche.
Después de haber corrido, supuestamente, mil atribuladas aventuras en busca de
dinero, Ignatius confiesa de pronto que “por fin tenía una razón para ganar dinero:
Scarlett O’hara” y se convierte repentinamente, por primera y última vez en su vida, en
el trabajador más aplicado de la empresa:
“ Gritando, suplicando, metió el carro entre aquella multitud de hombres y logró vender
todas las salchichas, vertiendo cortés y efusivo salsa de tomate y mostaza en los bocadillos, con
toda la energía de un bombero. (…) Su patrón, el señor Clyde, recibió sorprendido un alegre
saludo y diez dólares del vendedor Reilly, e Ignatius, con el bolsillo lleno de billetes del golfillo
y del magnate de las salchichas, cogió el tranvía con ánimo alegre”207.
95
irresponsable desde el punto de vista del ahorro y la reinversión que recomienda
Franklin al buen gestor empresarial. Se supone que Ignatius ha aceptado ese trabajo
para ganar dinero y ayudar a su madre, pero lejos de ahorrarlo, lo despilfarra de
continuo en su instinto de gigantón dominado por la gula. Por ello, se niega a vender
las salchichas, ya que prefiere comérselas él. Para colmo, cuando es interrogado por su
patrón respecto al paradero de las salchichas, le dice que si tan preocupado está por
ellas, puede descontarlas de su salario. Porque para Ignatius, ver a Scarlett O’hara es
un motivo ‘racional’, desde el punto de vista de su inmediata felicidad individual, por
el que sí vale la pena ganar dinero. No podemos olvidar que Ignatius vive mental y
estratégicamente instalado por su autor en una arcadia medieval, para comprender su
incapacidad absoluta a la hora de comportarse según los parámetros del moderno
‘espíritu capitalista’.
En Viaje al fin de la noche, este ciclo “irracional” del capitalismo moderno, que tiene
como motor fundamental la acumulación dineraria y relega las necesidades del
individuo a un segundo término, se pone dramáticamente de relieve en la visita que
Bardamu realiza por el barrio de Manhattan. A tal fin, utiliza una terminología religiosa
que parece avenirse perfectamente con la sacralización del dinero, por encima de la
misma felicidad del individuo, que Weber detecta en los credos derivados del
protestantismo ascético. En este pasaje, de principio radiante y final inquietante,
Bardamu expresa la quintaesencia del capitalismo americano, la “dolarización” entera
de una sociedad capciosamente subyugada por su culto al dinero:
“Era el barrio precioso, me explicaron más adelante, el barrio de oro: Manhattan. Sólo
se entra a pie, como a la iglesia. Es el corazón mismo, en banco, del mundo de hoy. Sin
embargo, hay quienes escupen al suelo al pasar. Hay que ser atrevido. Es un barrio lleno de oro,
un auténtico milagro, y hasta se puede oír el milagro, a través de las puertas, con el ruido de
dólares estrujados, el siempre tan ligero, el Dólar, auténtico espíritu santo, más precioso que la
sangre. De todos modos, tuve tiempo de ir a verlos e incluso hablarles, a aquellos empleados
que guardaban la liquidez. Son tristes y están mal pagados”208.
En el corazón de un sistema en el que, como dice Bardamu, “el dólar es más precioso
que la sangre”, no es de extrañar, pues, que los empleados sean tristes y estén mal
pagados, es decir, que no se vean beneficiados por ese aura de santidad moderna que
208
Céline, ob.cit, p.225
96
respira el barrio de Manhattan. La trascendencia del oro, del que los empleados no son
sino siervos, prima sobre la realización existencial del individuo.
Y poco después expresa la vergüenza que, a pesar de todo, le producían esos pocos
pagos, como si entendiera que el beneficio económico no puede nunca primar, como lo
hace por excelencia, según Weber, en el sistema capitalista, sobre las necesidades de
los individuos, máxime cuando esta explotación del pobre por el rico está
institucionalizada, sin amago alguno de pudor o remordimiento, en todos los niveles
de la vida social:
209
Ibid., p.305
97
dejar de decirme y no había salida. Todo se explica, lo sé bien. Pero ¡no por ellos deja de ser
para siempre un desgraciado de aúpa el que ha recibido los cinco francos del pobre y del
mindundi! Desde aquella época estoy seguro incluso de ser tan desgraciado como cualquiera. 210”
Por otra parte, Bardamu detesta explícitamente esa cultura del ahorro que el
protestantismo ascético recomienda a los trabajadores, porque intuye en ella una trampa
moral, una estrategia para que las clases menos pudientes ni siquiera puedan gozar
despreocupadamente de la vida. Él mismo se da cuenta de que, a fuerza de no cobrar
sus honorarios y vivir exclusivamente de una dieta de legumbres, “estaba adquiriendo
más bien aspecto de tuberculoso. Fatalmente. Es lo que ocurre cuando hay que
renunciar a casi todos los placeres.211” El imperativo ascético de ahorrar lleva
aparejada, asimismo, la imposibilidad de gozar de esos placeres que, para un personaje
tan carnalmente empírico como Bardamu, constituyen el quid de la existencia. Así
describe, por ejemplo, a todos sus vecinos en el arrabal de Rancy, como vaciados
completamente de vida por esta imposición ascética del ahorro: “Cuando vives en
Rancy, ya ni siquiera te das cuenta de que te has vuelto triste. Ya no te quedan ganas de
hacer gran cosa y se acabó. A fuerza de hacer economía en todo, por todo, se te han
pasado todos los deseos.212” Poco después, concreta este sentimiento general de
ahorrativa y ascética tristeza mediante el caso del matrimonio Henrouille, que se ha
pasado toda la vida ahorrando para poder comprar un pequeño hotelito en el barrio más
pobre de París:
210
Ibid., p.306
211
Ibid., p.307
212
Ibid., p.281
213
Ibid., p.287
98
del más dorado futuro, ese imperativo ascético del ahorro que les hará pasa por la vida
sin darse cuenta siquiera:
“La guerra, al pasar por su quinta, no había transformado nada en ellos y, cuando te
metías en sus sueños, por simpatía, te llevaban directamente a sus cuarenta años. Se daban así
veinte años por delante, doscientos cuarenta meses de economías tenaces, para fabricarse una
felicidad. Era un cromo, la imagen que tenían de la felicidad como del éxito, pero bien
graduado, esmerado. Se veían en el último peldaño, rodeados de una familia poco numerosa
pero incomparable y preciosa hasta el delirio. Y, sin embargo, nunca habrían echado, por así
decir, un vistazo a la familia. No valía la pena” 214.
Como buen buscavidas, Bardamu es un hedonista que sabe, como reza la expresión,
que sólo se vive una vez, y que por tanto, debemos evitar a toda costa el aburrimiento
implícito en una vida consagrada enteramente al ahorro. Con este aviso para futuros
navegantes, cerramos este capítulo sobre la relación del buscavidas con la
“irracionalidad” del sistema capitalista y su rosario de recomendaciones ascéticas:
“Vivir por vivir, ¡qué trena! La vida es una clase cuyo celador es el aburrimiento; está
ahí todo el tiempo espiándote; por lo de más, hay que hacer todo lo posible para aparentar estar
ocupado, a toda costa, con algo apasionante; si no, llega y se te jala el cerebro. Un día que sea
sólo una jornada de 24 horas no es tolerable. Ha de ser por fuerza un largo placer casi
insoportable, una jornada; un largo coito, una jornada, por grado o por fuerza” 215.
214
Ibid., p.408
215
Ibid., p.404
99
III.1.B. La profesión del nómada
Lo que Weber subraya en el enfoque de Franklin es que, para mantener ese modelo de
crecimiento económico que mezcla razonamientos utilitaristas y morales, conviene que
216
Ibid., p.79
217
Ibid., p.80
100
los miembros de la comunidad conciban la idea de profesión desde un punto de vista
espiritual y ascético, que justifique su entrega incondicional al trabajo al margen de sus
propias necesidades como individuos. Es en esa tesitura donde cobra una importancia
fundamental la herencia religiosa de la palabra “beruf” (‘profesión’), vocablo alemán
que aparece en las primeras traducciones de la Biblia de Lutero. El vocablo ‘beruf’
aúna dos acepciones incompatibles en la sensibilidad católica, la de vocación y
profesión, es decir, la vida contemplativa en el seno de la iglesia y la vida activa que
supone la realización de un trabajo mundano, que en última instancia llevará, en los
países de fe protestante, a una perspectiva inédita en la historia del cristianismo
tradicional, esto es , a “valorar el cumplimiento del deber en las profesiones profanas
como el contenido más elevado que puede tener una actuación realmente moral” 218. Sin
embargo, el concepto de la “profesión” en Lutero, que constituía la máxima expresión
de ‘amor al prójimo’, por encima del ‘amor egoísta’ que denunciaban en la vida
monacal católica, permanecía anclado en una visión tradicional de la economía. En
primer lugar, porque no prestaba importancia al tipo de profesión que debía realizarse,
ya que todas eran gratas a dios; y en segundo lugar, porque consideraba reprobable el
afán de lucro material más allá de las propias necesidades individuales.
218
Ibid., p.89
219
Sobre la certitudo salutis, o certeza de la salvación, regresaremos en breve.
101
infinitamente humillada por la omnicomprensiva voluntad de dios, la existencia
religiosa debía consistir en la interiorización individual y solitaria de ese plan divino
que reproduce las leyes naturales del orden social y natural. Es decir, la vida religiosa
pasaba por interiorizar la magnificencia de un plan divino - necesariamente racional y
eterno, dada su procedencia celestial - que los hombres, en nuestra bajeza de criaturas
sensibles naufragadas en el mundo, no podemos alcanzar a escrutar pero si a acatar
sumisamente. Naturalmente, semejante doctrina influyó de manera poderosa en la
visión que la sociedad se hizo de la naturaleza de las ‘obras’, contempladas dentro de
un rechazo al mundo sensible, que condicionó
“la posición absolutamente negativa del puritanismo respecto a todos los elementos de
carácter sensible-sentimental en la cultura y en la religiosidad subjetiva – porque son inútiles
para la salvación y fomentan las ilusiones sentimentales y las supersticiones que divinizan a las
criaturas y, consiguientemente, respecto al rechazo fundamental de la cultura de los sentidos” 220.
En este momento, nos interesa destacar sólo la influencia evidente que este “rechazo a
los sentidos” implicó en la consideración de la ‘obra’ mundana principal, la
“profesión”. El trabajo mundano, que en Lutero era considerado todavía como la
muestra más elevada de amor al prójimo, ya no puede tener en éste su principal
orientación, si entendemos al prójimo como parte de un mundo sensible que cabe
rechazar y del que cabe desconfiar sistemáticamente. Al contrario, el trabajo
profesional, que por ley natural de dios está “al servicio de la vida mundana de la
colectividad”, no se ejecuta al servicio de las necesidades de las criaturas, sino al
servicio de la mayor gloria de dios. El trabajo profesional, por tanto, queda liberado de
connotaciones individuales y es considerados virtuoso por el principio abstracto de la
“utilidad” social. Esa visión conduce a un desempeño “impersonal” del trabajo, tanto
más virtuoso cuanto menos ceñido a motivaciones individuales, porque como el amor
al prójimo “sólo puede ser un servicio a la gloria de Dios, no de la criatura, se
manifiesta en primer lugar en el cumplimiento de las tareas profesionales puestas por la
lex naturae, adoptando así un peculiar carácter impersonal-objetivo, el carácter de un
servicio a la ordenación racional del mundo social que nos rodea”221. Principio éste, el
de la “impersonalidad”222 del trabajo, materializada en un impersonal cumplimiento del
220
Ibid., p.120
221
Ibid., p.126.
222
102
deber, que ya detectábamos, desde un punto de vista formal, como conviene recordar,
en varios pasajes de esta investigación al abordar la descripción de la modernidad. Me
refiero, por ejemplo, a la progresiva “impersonalidad” que supone el desarrollo de la
economía dineraria, pues ésta permite, en última instancia, cuantificar la ‘fuerza de
trabajo’ de manera abstracta e impersonal en un ‘salario’. En este caso, la
“impersonalidad” relacionada con el cumplimiento del deber, contribuirá a desligar al
trabajador de sus motivaciones tradicionales y, por añadidura, el afán de lucro será
liberado de su tacha pecaminosa. Porque el hecho de “ganar dinero” ya no estará
vinculado a las necesidades de un individuo, sino a realzar la potencia de las leyes
naturales que reflejan la voluntad de Dios, mediante la entrega de los hombres a un
utilitarismo económico, que contribuye a multiplicar, como sugería Franklin, la
fertilidad de sus criaturas, esos humildes chelines que casta y ascéticamente
gestionados pueden convertirse en una hermosa prole de libras esterlinas.
En resumidas cuentas, el creyente calvinista acata la ley natural del trabajo y cumple
religiosamente sus deberes, como reflejo de la voluntad de Dios, con la mayor
impersonalidad posible, a fin de servir directamente a dios y no sus criaturas. Ésta
entrega al trabajo es ya de por si bastante ‘irracional’, no desde el punto de vista de
Dios, que sus razones tendrá para exigirla (aunque nosotros, simples mortales, no
podamos esclarecerlas), sino desde el punto de vista de la felicidad individual, cuya
falta de vinculación con los engranajes de la economía capitalista es señalada por
Weber, al comienzo de su análisis, como principal signo de la irracionalidad inherente a
este sistema. Pero dicha irracionalidad queda dramáticamente subrayada al asociar la
doctrina de la predestinación con la certitudo salutis, esto es, con la certeza psicológica
que el creyente ha de labrarse sobre su propia salvación, a través de su propia
perseverancia en la fe. Evidentemente, como sugiere Weber con otras palabras, Calvino
no tenía ningún problema con el calvinismo, porque él estaba convencido de su propia
santidad como instrumento para las revelaciones de Dios y, por tanto, no dudaba de su
propia salvación. Pero para el hombre ordinario la ‘certitudo salutis’, durante el tiempo
en que la doctrina de la predestinación mantuvo un gran influjo social, se convirtió en
un auténtico problema vivencial, pues no había modo de asegurarse a uno mismo la
certeza de la vida eterna. Porque como señala Weber en este pasaje, “si las buenas
obras son absolutamente inapropiadas como medio para la consecución de la salvación
(…) son sin embargo asimismo imprescindibles como señal de elección”223.
223
Ibid., p.135
103
Ahora me interesa sólo subrayar los efectos que tiene la ¡certitudo salutis’ en la
percepción moral sobre el concepto de profesión, de máxima importancia para
redondear esta breve semblanza moral sobre el trabajo en la cultura calvinista al que el
buscavidas, como veremos, parece oponerse de raíz. Weber no deja dudas respecto de
la importancia que la certitudo salutis reviste para el concepto de profesión en la fe
calvinista y los diversos credos del protestantismo ascético que acusan su influencia:
“Por una parte, se convierte en un deber tenerse por elegido y rechazar cualquier duda
como una tentación del demonio, porque una certeza deficiente de la propia salvación es
consecuencia de una fe insuficiente, y por tanto, de un efecto insuficiente de la gracia. (…) Por
otra parte, se recomienda encarecidamente, como el mejor medio para conseguir esa certeza, un
trabajo profesional infatigable; éste y sólo éste disipa cualquier duda religiosa y da la seguridad
del estado de gracia”224.
Es sencillo observar que en esta recomendación, se ensalzan ya, para limar cualquier
posible duda espiritual, las virtudes acéticas del trabajo, y por tanto, no es raro
encontrar en las obras morales de inspiración calvinista, como las preceptivas del
puritanismo inglés, “una predicación, repetida y a veces apasionada, a favor del trabajo
duro y continuado, corporal o intelectual”225. En ese sentido, tanto la pérdida de tiempo
como la afición a la holganza, serán interpretadas moralmente como un atentado contra
las virtudes ascéticas del trabajo que acreditan la certitudo salutis y, por consiguiente,
execrables síntomas de un alejamiento de dios:
“el tiempo es infinitamente valioso, porque cada hora perdida se le sustrae al trabajo
para la gloria de Dios. Por ese motivo, tampoco tiene valor y en ciertos casos es expresamente
reprobable la contemplación inactiva, al menos cuando se realiza a costa del trabajo profesional,
pues le agrada menos a Dios que cumplir activamente su voluntad en la profesión. (…) Las
pocas ganas de trabajar son síntoma de que se carece del estado de gracia”226.
Por último, para el tema que nos ocupa, la colisión de un concepto ascético del trabajo
con la personalidad anárquica del buscavidas, falta por describir el principal rasgo que
adopta el trabajo en la moral calvinista: la estabilidad en la profesión y la persecución
de una carrera. Ya en Lutero, se recomendaba encarecidamente perseverar en la propia
224
Ibid., p.131
225
Ibid., p.199
226
Ibid., p.198-202
104
profesión, sin caer en la tentación de tantear otras profesiones. La ‘resignación’ del
creyente a la profesión mundana que dios le hubiese asignado por su pertenencia a un
determinado estamento y círculo familiar, era un signo moral de obediencia a la justicia
de las leyes naturales que reflejan la voluntad divina.227 El puritanismo, derivado del
calvinismo, hereda formalmente este imperativo de estabilidad en la propia profesión,
pero lo dota de otros contenidos, que no ponen el acento en la resignación sino,
nuevamente, en las virtudes ascéticas del trabajo:
Pero este ascetismo derivado de una profesión estable contiene a su vez un matiz
económico, que definitivamente separa a los credos de inspiración calvinista del
protestantismo luterano en cuanto a su consideración de la ‘profesión estable’: el hecho
de que se pueda cambiar de profesión, e incluso ejercer varias profesiones distintas, si
ese ‘cambio’ o esa ‘variedad’ profesionales, no son fruto de la ligereza y la veleidad del
trabajador. Al contrario, el cambio y la variedad profesionales son moralmente
encomiables si orbitan hacia una utilidad social mayor, es decir, si obedecen a cualquier
oportunidad que pueda surgirle al trabajador de ser más grato a dios mediante un
incremento de sus beneficios económicos:
“Por ello la pregunta de si alguien puede tener varios callings se responde en términos
absolutamente afirmativos, si es bueno para el bien común o para el propio bien y si no es
perjudicial para nadie, y si no lleva a ser infiel (‘unfaithful’) en alguna de las profesiones.
Tampoco se considera reprobable el cambio de profesión como tal, si no se hace a la ligera, y si
se hace para tomar otra profesión más grata a Dios, es decir, una profesión más útil, atendiendo
al principio general. La utilidad de una profesión y su carácter grato a Dios se determinan, en
primer lugar, por criterios morales y luego por la importancia que tengan los bienes que con ella
227
Ibid., p.204
228
Ibid., 205
105
han de producirse para la ‘colectividad’, pero, como tercer criterio y más importante desde el
punto de vista práctico, el ‘beneficio’ económico privado”229.
Así pues, los credos de inspiración calvinista recomiendan este espíritu ascético que
ha de acompañarnos en el ejercicio de una profesión estable, siempre y cuando dicha
estabilidad no atente contra el fin hacia el que estaba orientada este espíritu ascético en
primera instancia, esto es, a reproducir mediante el impersonal cumplimiento de
nuestros deberes, a la mayor gloria de Dios, los bienes económicos que redundan en
beneficio general de una sociedad de trabajadores:
“Si Dios os muestra un camino en el que podéis ganar legalmente más que por otro
camino sin daño para vuestra alma ni para la de otros y lo rechazáis y seguís el camino que
reporta menos ganancias, os estáis oponiendo a uno de los fines de vuestra profesión(calling), os
estáis negando a ser administradores(Stewart) de Dios y a aceptar sus dones, para poder
utilizarlos cuando él lo exija”230.
A fin de estructurar los siguientes ejemplos, en que se ilustren las distintas actitudes de
los buscavidas respecto a este modelo psicológico de trabajador ascético ideal, vamos a
extraer, como hemos dicho más arriba, cuatro rasgos de esta exposición que nos sirvan
de armazón estructural. En primer lugar, la impersonalidad con que se ejecutan estos
trabajos, a la mayor gloria de dios, sin tener en cuenta las condiciones objetivas del
trabajo o el placer personal que un trabajador puede tener en ellos. Impersonalidad que
puede ser sumamente alienante, no para el empresario que se ufane ante dios – y su caja
registradora - de ella, sino para las filas de trabajadores rasos (ese ‘ejército de la reserva
industrial’) entre los que milita el buscavidas. En segundo lugar, las pocas ganas de
trabajar y el don natural para la “pérdida de tiempo’ que ostenta el buscavidas, en una
actitud hedonista y nada ascética que privilegia el tiempo enriquecedor de vida sobre el
229
Ibid., p.206-207
230
Ibid., p.208
106
tiempo alienante de trabajo, por más que pesen sobre su alma la pérdida de la gracia
celestial (y como expresión más terrenal de ésta, el despido de sus patrones). En tercer
lugar, su falta evidente de perseverancia en el trabajo, que ya hemos documentado
profusamente como uno de sus rasgos distintivos, y que no le provee con un curriculum
grato a la empresa capitalista. Y por último, su indiferencia al divino principio de la
utilidad social, dada la predilección liberal de esta por expresarse, única y
exclusivamente, no a través de la realización existencial de los trabajadores sino a
través de la bonanza económica de sus empresas.
De estos cuatro rasgos, cabe destacar una paradoja ‘educativa’, que hasta ahora hemos
podido leer entre líneas, pero que habíamos indicado al comienzo de este capítulo como
uno de sus propósitos fundamentales. Me refiero al hecho histórico de que la ética del
protestantismo ascético, tal como la investiga Weber en los orígenes psicológicos del
capitalismo, responde a un objetivo fundamental: la intención de socializar al
trabajador en un sistema que, paradójicamente, prioriza el beneficio económico de la
comunidad sobre la felicidad individual de sus integrantes, dando por sentado una
falacia cuanto menos dudosa: si la acumulación de dinero es grata a dios, ha de
redundar, siquiera tácitamente, en beneficio espiritual de las almas de los trabajadores
que aspiran a la salvación ultraterrena. Esta paradoja ‘educativa’ y ‘socializadora’ del
protestantismo ascético se hace flagrante cuando nos damos cuenta de que se bifurca en
una sospechosa decantación: la educación del patrón y la educación del obrero. ¿No
remaban ambos en el mismo barco, a la mayor gloria de dios, en un mismo proyecto de
utilidad social? Al parecer no exactamente, a juzgar por lo que dice Weber en este
pasaje:
“Toda la literatura ascética de todas las confesiones se empapó de esta idea de que
también el trabajo fiel con salarios bajos para aquellos a quienes la vida no ha concedido otras
oportunidades es algo muy grato a Dios. En este punto, el ascetismo protestante no introdujo
ninguna novedad, pero profundizó en este punto de vista al máximo y le dio a esa norma el
impulso psicológico para ser efectiva, mediante la concepción de este trabajo como una
profesión, como único medio para llegar a estar seguro del estado de gracia, y, por otra parte,
legalizó la explotación de esta disposición para el trabajo al interpretar el enriquecimiento del
empresario como una “profesión”. Es evidente con qué fuerza debió fomentar la ‘productividad’
del trabajo, en el sentido capitalista de la palabra, esta búsqueda del reino de Dios a través
exclusivamente del cumplimiento del deber de trabajar como una profesión y a través del severo
ascetismo, que la disciplina eclesiástica imponía, como algo natural, a las clases desposeídas. La
consideración del trabajo como ‘profesión’ es para el obrero moderno tan característica como la
concepción correspondiente del ‘lucro’ para el empresario.231’
231
Ibid., p.231
107
Así pues, la doctrina del protestantismo ascético parecer ser consciente de que para
justificar la sumisión religiosa de los obreros, no se puede hacer hincapié en la gestión
de su hacienda, ya que poca hacienda iban a amasar, reinvertir y gestionar con unos
salarios misérrimos, sino en la genuflexión moral de toda su personalidad al dios de la
utilidad social, que llega al paroxismo ascético con esta santificación de los bajos
salarios. Weber señala que, evidentemente, una vez perdido ese impulso religioso
originario que acompañó al nacimiento del capitalismo, la alienación del obrero queda
desnuda, infundada y arraigada en unos resortes mecánicos que ya no reclamarán una
interpretación espiritual sino la mera supervivencia material del asalariado, una nueva
etapa , dominada por una alienación consentida socialmente en todas las relaciones
laborales, en la que “la idea del deber profesional ronda en nuestra vida como el
fantasma de una fe religiosa del pasado. En este contexto, podemos entender que el
buscavidas, como peón especialmente hastiado de ese sistema laboral, esté dispuesto a
dinamitar con su ironía de asalariado gandul y nihilista cualquier entusiasmo con que
pretendan espolearle a trabajar más de la cuenta. Porque como dice Hannah Arendt
respecto a la cadena de montaje fordista, en un alarde de escepticismo que el
buscavidas de buen seguro compartiría: “Es absurdo preguntarse si la máquina es para
el hombre o el hombre para la máquina. La automatización debe tener al menos la
ventaja de demostrar lo absurdo de todos los humanismos de la labor”232.
Así, pues, comenzaremos por Simón, ilustrando los rasgos de esa personalidad poco
“profesional”, en el sentido del protestantismo ascético, con que nos hemos propuesto
ilustrar la mala educación de los buscavidas en el ‘espíritu capitalista’ weberiano. Antes
que nada, conviene señalar en Los hermanos Tanner, como rasgo distintivo respecto a
otras novelas con buscavidas, su evidente parentesco conceptual con esta noción de
“beruf”, una noción disciplinaria que mantiene encauzadas, ascéticamente, las escasas
aspiraciones a la felicidad que pueda albergar en su vida un modesto asalariado. Me
refiero al hecho de que tanto Weber como Walser, coterráneos y contemporáneos de
países protestantes a comienzos de siglo233, parecen emparentarse desde diferentes vías,
232
Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 2003, p.
233
Walser, nacido en Suiza, escribe sus tres principales novelas en Berlín durante la primera década del
siglo XX. Los Hermanos Tanner data de 1907 y fue escrita cinco años después de la publicación de los
primeros ensayos de La ética capitalista(1904-05) de Max Weber. Aunque no llegaran a conocer sus
respectivas obras, resulta evidente, por la terminología y los temas en que indagan, que están
108
el ensayo y la novela, en una misma indagación sobre el concepto de “beruf”. Para
alejar cualquier posible duda al respecto, vale la pena glosar este pasaje de Los
hermanos Tanner234, en que Walser, a través de Hedwig, maestra rural y hermana de
Simón, reflexiona en profundidad, durante un largo capítulo, sobre la amargura en que
le ha sumido ese proceso de socialización laboral que conlleva la fidelidad y
perseverancia cuasi religiosas a una “profesión” que domine unilateralmente nuestra
vida:
“Tal vez elegí mal mi vocación cuando creí necesario estudiar alguna profesión. (…)
¡Qué extraño me parece ahora ser maestra! ¿Por qué no habré sido modista o cualquier otra
cosa? No consigo imaginar qué sentimientos me impulsaron a elegir una profesión como ésta.
¿Qué había en ella de maravilloso y de prometedor que me atrajo entonces? ¿Pensaba acaso
convertirme en una benefactora? ¿Creía necesario llegar a serlo, sentir la obligación vocacional
de llegar a serlo? Crees en tantas cosas cuando eres inexperta, hasta que la experiencia te hace
creer otras. ¡Qué extraño! Es un signo de dureza para con una misma concebir la vida tan
seriamente como yo la he concebido. Tengo que decírtelo, Simón: la he concebido con una
seriedad y una sacralidad excesivas.(…) Me veo derrumbándome bajo una tarea que, destinada
en principio a solazarme cada día, no me es sino una carga que siento excesiva e injusta.” 235.
Podemos observar que Hedwig ha acusado una gran presión social, que se reviste, sin
embargo, con las pieles de la vocación individual, hecho que la sume en una confusión
considerable, como si en cierto modo, hubiera sido ‘poseída’, en las decisiones
capitales de su vida, por un espíritu con el que su experiencia de la misma no le permite
comulgar. Ese espíritu, que puede enarbolar la bandera de la utilidad social como fin
feliz de las obras del individuo, es interrogado por Hedwig bajo el signo del autoengaño
cuando se pregunta: “¿Pensaba acaso convertirme en una benefactora?”, como si ese
fin social resultara insuficiente y sumamente irracional a la luz de la insatisfacción
existencial en que le han sumido.
emparentados en un mismo árbol genealógico respecto al concepto religioso de “beruf”, como noción que
mezcla, a partir de las primeras traducciones luteranas de la biblia, los conceptos de “vocación” y
“profesión”.
234
En el original alemán, por supuesto, el término utilizado para “profesión” es “beruf”, como no podía
ser de otra manera, teniendo en cuenta la religiosidad del pasaje, que combina retóricamente los
conceptos de “profesión” y “vocación”. Vid en: Walser, Robert. Geschwister Tanner. Hamburg: Verlag
Helmut Kossodo, 1967. p.164
235
Walser, ob.cit., p.135
109
El mismo Simon reflexiona sobre esta utilidad de sus múltiples profesiones mundanas
en términos que, sin embargo, le alejan del mero utilitarismo económico y le acercan al
humanismo social. Como podemos deducir a través de pasajes en que desprecia
explícitamente el dinero, su sentido de la utilidad va precisamente orientado contra la
prescripción religiosa-económica de generar beneficios para ser más grato a Dios y se
orienta a las necesidades de sus semejantes y a su propia realización existencial. Tras
haber sido levemente reprochado por el encargado de una oficina de empleo por
“cambiar de trabajo con una celeridad inquietante”, Simon replica indignado: “¿Es tan
terrible que un hombre de mi edad practique oficios distintos, que intente ser útil a la
gente más diversa? (…) Pueden necesitarme y esa certeza basta para satisfacer mi
orgullo. Quiero ser útil”236. Pero eso sí, cuando el mismo encargado le pregunta por
qué abandonó su último oficio, Simon hace prevalecer esa variedad profesional como
motivo de su realización existencial, ya que la “entrega absoluta” a una profesión le
parece violentamente ascética, una entrega que atenta contra la naturaleza misma de
una vida, en cuya variedad, por así decirlo, se encuentra el gusto: “No tengo tiempo
para quedarme en una sola y única profesión, y jamás se me ocurriría, como a muchos
otros, echarme a descansar en un oficio como en una cama de muelles . No, jamás lo
conseguiría, ni aunque llegase a tener mil años. Preferiría ser soldado” 237. Además,
como corresponde a todo buen buscavidas, en oposición al espíritu ascético con que ha
de desempeñar sus labores, sin pérdida de tiempo y sin asomo alguno de pereza, Simon,
como hemos podido ver más arriba, es un enamorado de los vagabundeajes campestres
y urbanos, a la luz del sol y de luna, que siente que “un día es algo demasiado hermoso
como para tener la insolencia de profanarlo trabajando”. El verbo sacro que utiliza,
“profanar”, es sintomático de que el dios de Simón no es precisamente el dios ascético
y utilitarista de los protestantes, sino un dios que tiembla, panteísta, en la invisible
nervadura que une su alma con la naturaleza. Aunque Simon no es un gandul irredento,
sino más bien un consecuente hijo de la naturaleza, a quien le cuesta trabajar más allá
de las necesidades razonables que pueda exigirle su felicidad:
110
complace en tirarle algo a un haragán. Querer trabajar coger el primer trabajo que se me
presente es lo máximo que me exigiría a mi mismo, pues veo que así estoy de maravilla. ”238.
Pero volvamos al pasaje en qué habla Hedwig, la hermana de Simon, que ilustra a la
perfección la santa perseverancia con que estaba auroleada en la cultura protestante la
noción de ‘beruf’. El pasaje refleja muy bien la lucha interna del individuo que pugna
por hallar su propia identidad, en medio de una coacción socializadora que nos empuja,
sutilmente, a optar por una vía, la de la perseverancia profesional, que puede atentar
finalmente contra nuestras aspiraciones a una identidad más plena. A fin de reflejar esta
poderosa lucha del individuo con esas expectativas sociales que descansan en los
procesos de socialización, todo el capítulo en que se integra este pasaje está
estructurado en torno a la confesión de Hedwig, articulada en cuatro monólogos
sucesivos y contradictorios. Primeramente, desgrana sus amarguras y fantasea con la
posibilidad de cambiar de profesión. A la mañana siguiente, procede a rechazarlos, con
una indulgencia ligeramente autodespectiva, alegando haberse dejado llevar por sus
sentimientos menos razonables. Poco después, recae en ellos: mientras medita su
transformación en una mujer más madura, que acepte humildemente su destino, sus
miedos la traicionan, sus palabras se tiñen de terror. Su discurso constata con crueldad,
al visualizar sus fantasías madurez, una imagen de todo aquello en lo que ella no
deseaba transformarse siendo joven, cuando aún tenía fuerzas y criterio, frente a un
alud invisible de presiones sociales, para perseguir su propio ideal de felicidad
individual. Por último, desprecia amorosamente a Simón, le insta a marcharse de su
casa, le despide con la sensación de estar viviendo con el detonante de sus propios
miedos, que amenaza con materializar esta crisis en un gesto irracional que eche su
vida entera por la borda. El capítulo es de una maestría misteriosa, porque refleja una
crisis que Hedwig, como individuo enfrentado a un proceso de socialización forzoso,
verbaliza rabiosamente a solas, imantada por el misticismo silencioso de su hermano,
sumido en la precariedad pero en paz con su espíritu.
238
Ibid., p.126
111
vida. Hedwig le confiesa a su hermano, a sabiendas de que él, como desharrapado
social y militante antiprofesional, es el único que podría llegar a entenderla:
“¿Puede vivirse una vida entera con una sola idea? Ay de nosotros, si esa idea y ese
sacrificio nos parecen un buen día indiferentes, si nos volvemos incapaces de seguir pensando
en esa idea, llamada a sustituirlo todo para nosotros, con el apasionamiento que pueda justificar
aquel trueque en nuestra alma! ¡Ay, si advertimos que hemos hecho un trueque¡ Pues entonces
empezamos a meditar, a establecer diferencias, a valorar, a comparar con tristeza y con rabia, y
nos sentimos infelices al constatar lo inconstantes e infieles que ahora somos, y nos alegramos
cada vez que se acaba un día para poder llorar en silencio”239.
“A la larga soy incapaz de cumplir con un deber que no me resulte halagüeño, y ahora
ando buscando un trabajo que se avenga mejor con mi orgullo y debilidad. ¿Lo encontraré? La
239
Ibid., p.137
240
Ibid., p.137
112
verdad es que no lo sé, pero si sé, y estoy segura, que debo seguir buscando hasta que logre
convencerme de que la felicidad y el deber existen y son la misma cosa”241.
Por último, llega a formular este deseo de una vida más sincera y más plena, cuyos
llamamientos finalmente no se atreverá a seguir, mediante una expresión que contiene,
en su mismo retruécano léxico, la misma aventura agridulce en la que el personaje del
buscavidas vive embarcado: “No puedo vivir y despreciar mi vida. Tengo que
buscarme otra vida, una nueva aunque mi vida entera deba consistir en la simple
búsqueda de esa vida. ¿Qué es ser respetado en comparación con ser feliz y haber
satisfecho el orgullo de nuestro corazón? Hasta ser infeliz es mejor que ser respetado”
242
.
“Había unos cuantos corresponsales jóvenes y elegantes que sabían hablar y escribir de
cuatro a siete idiomas y se distinguían de la masa de los contables por su aspecto refinado,
extranjero. Habían viajado en barco, conocían los teatros de París y Nueva York, habían estado
en las casas de té de Yokohama y sabían como hay que divertirse en El Cairo. Eran los
encargados de la correspondencia y esperaban un aumento de sueldo, mientras hablaban en tono
burlón de su patria, que les parecía minúscula y miserable. La masa contable estaba integrada
en su mayoría por personas mayores que se aferraban a sus puestecitos como si fueran vigas o
palos. Tenían todos la nariz larga de tanto contar y la ropa deformada, raída, brillante por el uso
y llena de pliegues y arrugas”243.
113
trabajo de ínfima calificación social que él se ve obligado a ejercer puede serlo más
aún. Eso es lo que parece anunciar Ignatius Reilly a su madre, cuando ésta le obliga a
trabajar para pagar los costes de su accidente: “Bueno, bueno, encontraré un empleo,
aunque no tiene por qué ser lo que tú llamarías un buen empleo” 244. Y, en efecto,
Ignatius está en lo cierto, porque trabajará primero de archivista en una oficina
decadente y más adelante, como vendedor de salchichas ambulante, un trabajo del que
su madre había echado pestes proféticamente en las primeras páginas de la novela: “No
sería capaz de comer nada que saliera de esos carros asquerosos. Además, todos los
vendedores que andan con esos carros son una pandilla de golfos y borrachos”245
Ignatius entrará pues en el sistema laboral capitalista, en el que, de acuerdo con las
teorías de Weber, la noción de “beruf” actúo como un mecanismo de socialización
incipiente a partir del s.XVI. Pero eso sí, entrará en dicho sistema como un elefante
ultracatólico en una cacharrería calvinista, despreciando enfáticamente toda novedad
cultural posterior a su adorada edad media.
Del mismo modo que en Walser, se muestran ciertas afinidades con los análisis que
Weber hace del protestantismo ascético, Kennedy Toole, que con toda seguridad le
había leído, pues menciona en varias ocasiones la facultad de sociología, refleja en
Ignatius las monstruosas contradicciones de un anacronismo vivo, de un monje católico
que se masturba frente a una pantalla de cine, de un teólogo tomista aficionado a la Fast
food y las bebidas gaseosas. Respecto a su posicionamiento frente a la noción
protestante de “beruf”, no cabe duda de que Kennedy Toole conocía los análisis de
Weber, o cuanto menos, compartía irónicamente su enfoque socioeconómico de la
historia, cuando hace una parodia perfecta de los razonamientos del sociólogo alemán.
Me refiero al pasaje del ‘Diario del chico Trabajador’ en el que Ignatius, con su propia
lógica enloquecida, reproduce aquellos pasajes en que Weber reflexiona sobre la
progresiva adaptación de las “necesidades tradicionales” a los engranajes del sistema
capitalista, con el consecuente cambio en la noción de trabajo:
“Al desmoronarse el sistema medieval, se impusieron los dioses del Caos, la Demencia
y el Mal gusto.(…) La humanidad, que tan alto había llegado, cayó muy bajo. Lo que antes se
había consagrado al alma, se consagraba ahora al comercio. Mercaderes y charlatanes se
hicieron con el control de Europa, llamando a su insidioso evangelio “La ilustración”. (…) El
campesino humilde y piadoso, Pedro Labrador, se fue a la ciudad a vender a sus hijos a los
señores de Nuevo Sistema para empresas que podemos calificar, en el mejor de los casos, de
244
Kennedy Toole, ob.cit., p.61
245
Ibid., p.36
114
dudosas. La gran cadena del sur se había roto como si fuera una serie de clips unidos por algún
pobre imbécil; el nuevo destino de Pedro Labrador sería muerte, destrucción, anarquía,
progreso, ambición y autosuperación. Iba a ser un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la
perversión de tener que ir a trabajar”246.
Ignatius se ve a si mismo como un cruzado católico en una sociedad dominada por una
élite de WASP con la que no desea tener ningún trato y de la que vive exiliado en
providencial retiro. Por encima de todo, desprecia su sentido del trabajo, ya que él es
partidario de ese enfoque del “amor egoísta” del monje a dios que Lutero denunciaba
explícitamente, que materializa con su encierro en vida en la casa de su madre. De
hecho, le echan de su primer trabajo por esta confrontación paródicamente religiosa
entre catolicismo y protestantismo, ya que mientras trabaja de profesor adjunto en la
universidad, “un pobre blanco de Missisipi le dijo al decano que yo era un
propagandista del Papa, cosa evidentemente falsa. Yo no apoyo al Papa actual. No se
ajusta en absoluto a mi idea de un Papa firme y autoritario” 247. Ese acto de delación
desemboca en una manifestación de sus alumnos en el campus universitario, mientras
Ignatius arroja sus exámenes desde las ventanas de su despacho, justificándose ante su
madre con estas palabras: “No habría podido leer las barbaridades y disparates que
salían de las mentes oscuras de aquellos estudiantes. Me pasará igual dondequiera que
trabaje. 248”
246
Ibid., p.40
247
Ibid., p.60
249
248
Ibid., p.68
p.60
115
su patrón una serie de innovaciones que cambiarán su concepto de la empresa. Ignatius
adopta un rol contraproducente de ejecutivo con iniciativa que no se aviene con su
empleo sumamente mecánico, aunque sus iniciativas consistan en destruir todo el
sistema de archivos que le encargan para acelerar el trabajo iniciado por las ratas que
campan a sus anchas por la oficina.
En general, a lo largo y ancho de la novela, no sólo Ignatius, sino todos los personajes,
cumplen con su “deber” a regañadientes, a sabiendas de que su profesión, tal como
ellos la experimentan, no puede depararles ninguna felicidad personal, sino más bien
todo lo contrario. Como decía Weber, si bien la idea del deber ronda en la mente de
estos personajes como un “fantasma religioso del pasado”, lo que salta a la vista,
explícitamente, es la coacción deliberada y rotunda que ejerce toda la infraestructura
social y laboral sobre el trabajador a fin de dominarlo. El patrullero Mancuso, por
ejemplo, considera su “deber” detener a sospechosos comunistas, pero este deber moral
pronto degenera hacia una marginación departamental y una erosión individual
tremenda, cuando su jefe le obliga a trabajar de incógnito, embutiéndose los disfraces
más peregrinos. Una situación a la que no pude negarse, ya le toque patrullar de pirata,
princesa o hawaiano, so pena de verse expulsado del cuerpo de policía. Asimismo, el
negro Jones se deja explotar en un bar de mala muerte por un salario irrisorio, para
evitar ser detenido por gandul. Pero cuando su patrona, con ínfulas de déspota, le pide
que cumpla sumisamente su deber, Jones le responde que “por veinte dólares a la
semana no puede creer que esté dirigiendo una plantación”250. El mismo Gus Levy,
director de Levy Pants, abomina de su empresa y se ve obligado a pisar la oficina de
tarde en tarde, sólo para que su mujer, una consumista amargada, le deje en paz, pues
amenaza siempre con delatarle a sus hijas universitarias por gandul. La cultura
laboral, que tradicionalmente se ha visto bajo el signo de cierto “deber” impersonal que
el trabajador puede interiorizar en beneficio de su propia alma, se despoja de ese
prestigio suavemente socializador en La conjura de los necios, para contemplarse
despiadadamente, sin ningún miramiento, bajo el signo del chantaje colectivo. En
efecto, todos los trabajadores son coaccionados agresivamente a trabajar, ya sea por
sus patrones, las autoridades o por sus seres queridos. Un ejemplo especialmente
amargo es el de la Señorita Trixie, una demente senil de 80 años que sigue trabajando
en la oficina de Levy pants porque no le conceden la jubilación: la esposa del señor
250
Ibid., p.77
116
Levy, en su empeño delirante y consumista por no envejecer, ordena expresamente
alargar su vida laboral para rejuvenecer su espíritu, para que puede seguir sintiéndose
“activa y útil”251.
251
Ibid., p.81 Nota: No es una coincidencia que los adjetivos sean precisamente estos, de inspiración tan
protestante, dada la glorificación de la “utilidad” y la oposición entre vida activa/vida contemplativa que
el debate de la reforma religiosa luterana contribuyó a vivificar.
252
Ibid., p.115
253
Ibid., p.81
117
defectuosa de los pantalones en su último pedido, se indigna con ira gremial y
autoritaria contra su reclamación y responde:
“Sr. I. Abelman: caballero mongoloide: Hemos recibido por correo sus absurdos
comentarios sobre nuestros pantalones.(…)Los pantalones que les enviamos son un medio de
poner a prueba su capacidad para cumplir con los requisitos básicos del distribuidor de un
producto de tanta calidad como el nuestro. (Nuestros leales y diligentes distribuidores pueden
vender cualquier pantalón que lleve la etiqueta Levy, por muy abominable que sea de hechura y
diseño. Al parecer, ustedes son gente sin fe.) Si vuelve usted a molestarnos, señor, sentirá
morder el látigo en sus hombros repugnantes. Coléricamente suyo. Gus Levy, Presidente” 254.
Y como no deja de ser perfeccionista, Ignatius falsifica la firma del presidente y envía
la carta, que tendrá consecuencias económicas adversas para el destino de la empresa,
pues el señor Abelman les demandará por valor de medio millón de dólares y supondrá
para Levy Pant’s la amenaza de ruina. Nada más lejos, por tanto, que Ignatius y el
utilitarismo económico de la empresa capitalista.
“He dado en llegar a la oficina una hora más tarde de lo que allí se me espera. En
consecuencia, me encuentro muchísimo más reposado y fresco cuando llego, y evito esa primera
hora lúgubre de la jornada laboral en que los sentidos y el cuerpo aún entorpecidos por el sueño
convierten cualquier tarea en una penitencia, Considero que, al llegar más tarde, mejora
notablemente la calidad del trabajo que realizo”255.
254
Ibid., p.93
255
Ibid., p.103
118
corporativa de su empleado, cree haber encontrado en Ignatius, a quien paga un salario
modesto, a un hombre de productividad envidiable, merced a su sincera preocupación
por el cumplimiento de sus deberes profesionales:
“Era como cuatro trabajadores en uno. En las manos diligentes del señor Reilly, los
papeles a archivar parecían desaparecer.(…) Las cortinas de arpillera púrpura que colgaban de
la ventana, junto al escritorio del señor Reilly, creaban en la oficina un área meditativa. Allí el
sol derramaba una claridad color clarete sobre la estatua de yeso, de casi un metro, de San
Antonio, que se alzaba cerca de la papelera. Era tan diligente, se interesaba tanto por la
empresa…” 256.
“Filas y filas de viejas señoras judías inclinadas sobre sus máquinas de coser,
trabajando con pilas de tejidos; la costurera número uno en la máquina 1, inclinada sobre ella,
manteniendo su sitio; la empleada número dos en la máquina 2, lista para reemplazar a la otra si
fuese necesario. Nunca levantaban la vista ni daban la menor muestra de reparar en mí cuando
entraba”257.
“11 years shot through the head. I had seen the job eat men up. They seemed to melt.
(…)They either melted or they got fat, huge, especially around the ass and the belly. It was the
stool and the same motion and the same talk. And there I was, dizzy spells and pains in the
arms. Neck, Chest, everywhere. I slept all day resting up for the job. On the weekends I had to
256
Ibid., p.111
257
Bukowski(2007), ob cit., p.120
119
drink in order to forget it. I had come in weighing 185 punds. Now I weighed 223 punds. All
you moved was your right arm258.”
“Una queja casi general de los empresarios que emplean a mujeres jóvenes, al menos
jóvenes alemanas, es que no son capaces ni están dispuestas abandonar los tipos de trabajos más
tradicionales. (…)Otra cosa distinta suele suceder con muchachas educadas en una religión
determinada, concretamente con muchachas provenientes del pietismo. (…)Las oportunidades
más favorables para una educación económica se dan en este grupo. La capacidad de
concentración y la capacidad, absolutamente fundamental, de sentirse obligadas con el trabajo
suelen ir unidas en ellas a un sentido económico estricto, que cuenta realmente con la ganancia y
con una cantidad de ésta y con una moderación y un sobrio autocontrol, que aumenta
extraordinariamente la capacidad de rendimiento”259.
Por tanto, la noción de profesión, del deber profesional, como un grato sacrificio a dios
que debería alimentar la vida espiritual del empleado, convierte a éste, en realidad, en
un ente más manipulable por los poderes fácticos de la economía, que permite al
sistema capitalista multiplicar exponencialmente su rendimiento y su productividad.
Según Weber, con la progresiva disolución de los motivos religiosos que espolearon la
forja de una mentalidad capitalista, el sometimiento a la profesión quedó despojado de
toda justificación religiosa y pasó a tener resortes puramente materiales. Eso al menos
hará que los hombres sean conscientes, como denuncia repetidamente Bukowski, del
asesinato gradual que supone los trabajos más alienantes en el sistema de fábricas, sin
258
Bukowski(2009), ob.cit., p.144
259
Weber, ob.cit., p.70-71
120
que confundan su sacrificio de creyentes de su condición de esclavos. A lo sumo, desde
el punto de vista del trabajador, la glorificada “impersonalidad” del protestantismo
ascético no será ya sino una desencantada técnica psicológica del trabajador, una
ascesis preventiva, un vaciaje de personalidad provisional, una anestesia momentánea
del corazón, que le permite sobrevivir a la jornada de trabajo en una línea de montaje
sin perder la razón. Chinaski lo expresa en estos términos, por ejemplo, mientras realiza
un trabajo, no industrial, pero sí alienante, que consiste en limpiar un rail de latón
durante ocho horas alrededor del edificio bajo la supervisión periódica de un vigilante:
“Yo había tenido trabajos bobos y estúpidos, pero éste me parecía el más bobo y
estúpido de todos. Lo que hay que hacer, decidí, es no pensar. ¿Pero cómo podías dejar
de pensar?”260 Por la misma razón, las pocas ganas de trabajar y la pérdida de tiempo,
vicios condenados por el ascetismo como un alejamiento de Dios, son practicados por
Chinaski con fruición, siempre que la naturaleza del trabajo se lo permite. Por ejemplo,
mientras está trabajando en el Times, no como periodista, por supuesto, sino como
limpiador nocturno, Chinaski interpreta su jornada laboral de ocho horas del siguiente
modo:
“Acabé con los servicios de señoras y con los de hombres, vacié las papeleras y quité el
polvo de unos cuantos escritorios. Luego volví al retrete de señoras. Tenían allí sofás y sillas y
un despertador. Me quedaban cuatro horas de trabajo. Puse la alarma para que sonara treinta
minutos antes de la hora de salida. Me tumbé en uno de los sofás y me puse a dormir”261.
Para resistir la alienación de los empleos que realiza, Chinaski no tiene ningún reparo
en violar continuamente la integridad de la jornada laboral.
Con todo, sigue rondando en la mente de algunos empleados, como dice Weber, la idea
del deber “como un fantasma religioso del pasado.” Eso hará que Chinaski sea,
finalmente, no sólo un vago, sino un militante contra la misma noción de profesión
como deber moral. Su padre, que le maltrataba continuamente en su adolescencia, es
un ejemplo especialmente riguroso de esta mentalidad ascética que, como denunciaba
Weber, no trabaja para vivir, sino vive para trabajar:
260
Bukowski(2007), ob.cit., p.137
261
Ibid., p.141-142
121
“La murga del trabajo empezaba nada más cruzar la puerta, continuaba en la mesa de la
cena y acababa en la cama cuando daba el grito de ‘¡Luces fuera!’ a las 8 de la tarde, de modo
que él pudiera descansar y recobrar fuerzas para el trabajo que le esperaba al día siguiente. No
había otro tema en su vida a excepción del trabajo”262.
Este espíritu profesional del padre llega a teñirse de una mendacidad surrealista,
cuando en La senda del perdedor, estando en paro, sale de casa de madrugada
aparentando tener trabajo y se pasa el día entero dando vueltas por Los Ángeles para
convencer a los vecinos de que es un hombre perfectamente integrado. Del mismo
modo que el hidalgo del lazarillo se esfuerza, hasta extremos enfermizos, por aparentar
holganza, el padre de Chinaski se obsesiona, de manera igualmente esquizoide, por
aparentar que es un recto cumplidor de su deber, porque la cultura ascética de la
profesión ha identificado hasta tal punto la idea del trabajo con los beneficios de la
integración, que carecer de un trabajo estable te convierte en un ser estigmatizado
socialmente. Por tanto, en abierta oposición a los terrores laborales paternos, Chinaski
se convertirá en un descreído del sistema laboral contemporáneo y los imperativos del
deber profesional.
Un sistema, por otra parte, que sigue premiando la “perseverancia” de los empleados en
una sola profesión, pero ya no por sus ventajas para la salvación ultraterrena de su
alma, sino de manera más verificable empíricamente, mediante un ascenso gradual en
la jerarquía de la empresa a sus empleados más leales. En ese sentido, con la
desaparición de las coartadas religiosas, “in majorem gloriam dei”, que alientan la
sumisión del pobre y el enriquecimiento del rico, sólo queda una motivación real para
ser perseverante en el capitalismo: el ascenso, del que Chinaski se hace eco en varias
ocasiones. En cierto modo, el ascenso contribuye a perpetuar cierto ideal ascético de
perseverancia en el trabajo, a través de mejoras salariales progresivas con que puede
premiarse a los empleados que mantienen una relación larga, estable y fiel con la
empresa. El ascenso actúa, en cierto modo, “educativamente”, a la manera en que
Weber detecta en los impulsos religiosos del protestantismo ascético una fuerza
moldeadora que invita a los empleados a perseverar en una sola profesión. Este pacto
moral-económico, que traduce el sacrificio del empleado en términos económicos,
conviene tanto al empleado como a la empresa. A ésta última, porque al fin y al cabo,
en cualquier organización financiera, conviene no sólo fidelizar al cliente sino fidelizar
262
Ibid., p.7
122
también el empleado, con el que vale la pena poder contar de manera previsible, para
elaborar una plantilla estable que armonice, sin contratiempos, con las previsiones
económicas regulares de la empresa. Y conviene al empleado porque dichos
incrementos salariales pueden mejorar su nivel de vida, aunque le obligue a aceptar
ciegamente una falacia inherente al capitalismo, que su identidad se promocione
asimismo con esos ascensos, haciendo que su biografía laboral alimente su biografía
existencial. Sucede más bien que el ascenso vincula inescapablemente al trabajador al
ejercicio estable de una sola profesión, al disfrute de una sola vida, pero le alivia, en
contrapartida, de la espiral creciente de necesidades que conlleva la vida adulta. En
todo caso, Chinaski detecta muy claramente este suave factor socializador desde la
primera oferta de trabajo que lee: “Se necesita joven ambicioso con visión de futuro.
No es necesaria experiencia. Empiece en la oficina de repartos y vaya ascendiendo
puestos.263” Este tipo de reclamos son una forma de socialización tan evidente, una
manera tan explícita de exigir la lealtad del empleado, que Chinaski se dedica durante
toda la novela a juguetear con las expectativas de los procedimientos de selección de
personal, ya sea en la persona de sus entrevistadores o en el género textual del
curriculum, armado de un discreto sentido del humor. Valga de ejemplo este diálogo de
Chinaski con un entrevistador: “-¿Cómo sabremos que se va a quedar con nosotros el
tiempo suficiente? – Es posible que no me quede. – ¿Por qué? –Su anuncio decía que
había futuro para un hombre ambicioso. Si no es verdad que aquí hay futuro, entonces
me iré”264. Aunque Chinaski tiene muy claros, y lo recuerda a menudo en su
convivencia con compañeros y superiores, los efectos que puede tener esta
perseverancia laboral sobre la integridad síquica del asalariado: “Janeway Smithson
llevaba en la compañía veinticinco años y era lo suficientemente imbécil como para
enorgullecerse de ello. (…) Aparte, como cualquier otro hombre con veinticinco años
de servicio en una misma compañía, Smithson era un demente total” 265.
Por otra parte, la utilidad social que pueda derivarse de sus trabajos, utilidad que
prescribe el protestantismo ascético como máximo bien (en tanto reflejo de las leyes
naturales de dios) al que deben estar dirigidos nuestros esfuerzos mundanos, es para
Chinaski un argumento tan absurdo como falso, que en su nihilismo descarnado de
263
Ibid., p.8
264
Ibid., p.9
265
Ibid., p.153
123
todos los valores sociales, no se molesta siquiera en considerar. Uno de las expresiones
más divertidas que encuentra en las novelas del buscavidas Chinaski esta suprema
“utilidad social” es la sublimación laboral-económica de la guerra, que constituye el
telón de fondo de toda la novela. Mediante la guerra, que es en si misma, no lo
olvidemos, una prospera industria a la que no falta su gabinete de publicistas, se
pretende espolear a los trabajadores nacionales a sacrificarse por su patria, sin atender
tanto a sus propias necesidades como al granito de arena que pueden aportar a Estados
Unidos en un correcto desempeño de sus tareas. Mientras está trabajando de
ambulanciero de la Cruz Roja para recoger donaciones de sangre, esta sublimación se
plantea explícitamente con una boutade muy graciosa que castiga una incidencia suya
al volante como si fuera un craso error militar:
“Cuando finalmente llegamos a la iglesia donde los donantes de sangre nos estaban
esperando, llevábamos un retraso de dos horas y quince minutos. El jardincillo de la iglesia
estaba repleto de donantes, doctores y curas furiosos. Perdí aquel trabajo allí y entonces, una
lástima. Al otro lado del Atlántico, Hitler aprovechaba cualquier mínimo retraso” 266.
En otros pasajes esta sublimación es más sutil, pero igualmente capciosa. Un patrón en
una empresa de limpieza le perdona por segunda vez un error y le pregunta, al final de
la jornada, si ese andar esparrancado que parece importunar a Chinaski se debe a
alguna herida de guerra. En ese momento, Chinaski se da cuenta de que si le han
perdonado sus errores, ha sido por la compasión al veterano de guerra, que un buen
patriota está obligado a ostentar para reinsertar a la economía del país a los soldados
que lucharon por ella. A lo que Chinaski responde que no, que se ha quemado con
aceite friendo un pollo, una mentira piadosa, porque en realidad se ha abrasado los
muslos con una loción para masacrar ladillas, cortesía de una amante que se las
contagia. Pero su patrón insiste, como dándole confianzas para que se explaye sobre sus
heridas, y Chinaski contesta de nuevo, que no fue culpa de la guerra, que fue culpa del
pollo. Chinaski podría dejarle creer que estuvo en la guerra, pero no lo hace, porque el
argumento implícito en esa mentira le repugna, como le repugna en general el hecho de
que haya una épica oficial de la guerra y no una épica del marginado, en guerra con un
sistema laboral alienante, esa épica que sus propias ficciones representan, y que los
voceros de la utilidad social soberanamente ignoran. Por último, vale la pena citar este
266
Ibid., p.151
124
pasaje de Post Office en el que se manifiesta explícitamente, en la voz de uno de los
instructores de Chinaski, esta sublimación espuria de la guerra – en este caso, fría -
como fin social y económico al que deben estar orientados los esfuerzos de los
trabajadores:“I want you to understand that we’ve got to hold down the Budget! I want
you to understand that EACH LETTER YOU STICK; EACH SECOND, EACH
MINUTE, EACH HOUR, EACH DAY, EACH WEEK- EACH EXTRA LETTER
YOU STICK BEYOND DUTY HELPS DEFEAT THE RUSSIANS!” 267. Es sencillo
reconocer en este procedimiento el señuelo de un utilitarismo socioeconómico que se
utiliza para incentivar la moral trabajadora de los asalariados, sin garantizarles a
cambio su propia realización existencial. Es el mismo afán que podemos detectar en la
postulación de lo “útil socialmente” como paradigma, veladamente económico y
expresión de la voluntad divina, que se deriva de las doctrinas del protestantismo
ascético en la interpretación de Max Weber. Ambas retóricas se asientan en dos
argumentos de autoridad inexpugnables, dios y la guerra, y echan mano de unos
principios de utilidad social que no dejan de ser un señuelo para estimular
artificialmente la productividad económica de los empleados.
Respecto a lo que opina Bardamu, en Viaje al fin de la noche, sobre este divino
principio de la utilidad social, vale la pena recordar que su conciencia de pobre, en una
sociedad de privilegios manejados por y para ricos, no admite ningún tipo de coacción
educativa del tipo utilitarista. Tras su reclutamiento bélico, Bardamu se promete a si
mismo no caer nunca más en las mentiras de la patria, no tener valor más elevado que
su propia supervivencia material, ya que considera que cualquier sumisión a un valor
más abstracto forma parte de una educación obscena, orquestada por los ricos, en las
virtudes de la pobreza: “Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados,
siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo
empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón” 268.De ese miedo a
ser “utilizado”, en su propio perjuicio físico, por los valores más elevados de la
sociedad, brota la despiadada sinceridad de Bardamu y su nomadismo convulso, ya que
considera que el único “deber” del pobre en este mundo no consiste en su obediencia
sacrificada a los ideales de la utilidad social, sino en su rechazo categórico:
267
Bukowski(2009), ob.cit., p.56
268
Céline, ob.cit., p.48
125
“Rejuvenecen, en verdad, más que nada, los pobres, y al acercarse a su fin, con tal de
que hayan intentado perder por el camino toda la mentira y el miedo y el innoble deseo de
obedecer que les han infundido al nacer, son, en una palabra, menos repulsivos que al comienzo.
¡El resto de lo que existe en la tierra no es para ellos! No les incumbe. Su misión, la única, es la
de vaciarse de su obediencia, vomitarla. ¡Si lo consiguen del todo antes de cascarla, entonces
pueden jactarse de que su vida no ha sido inútil!”269.
“¿Ve usted esos negros que me rodean?, ¿no? Bueno, pues cuando yo llegué al
pequeño Togo, pronto hará treinta años, ¡aún vivían sólo de la caza, la pesca y las matanzas
entre tribus, los muy cochinos!... (…) ¡Imagínese el banquete!... ¡Hoy ya no hay más victorias!
¡Estamos aquí nosotros! ¡Ni tribus! ¡Ni alboroto! ¡Ni faroladas! ¡Tan sólo mano de obra y
cacahuetes! ¡A currelar! ¡Se acabó la caza! ¡Y los fusiles! ¡Cacahuetes y caucho! ¡Para pagar el
impuesto! ¡El impuesto para que nos traigan más caucho y cacahuetes! ¡Así es la vida,
Bardamu!”272.
269
Ibid., p.431
270
Ibid., p.160
271
Ibid., p.169
272
Ibid., p.167
126
En cierta manera, esa disolución de las necesidades tradicionales del negro,
desintegradas abruptamente con el sistema colonial, recuerdan, como sugiere Weber, a
la gradual y forzosa adaptación que tuvo lugar en el estilo de vida del trabajador
tradicional con el advenimiento del sistema capitalista. Pero donde el sistema
capitalista fue, poco a poco, en el transcurso de un siglo, minando las bases gremiales
y comerciales que permitían cierta autosuficiencia de los mercados tradicionales, en los
países colonizados, que no son sino las minas y calderas de ese sistema, la adaptación
del negro se impone por la vía rápida de la violencia. En menos de treinta años, una
población de costumbres milenarias y necesidades autosuficientes, es reducida a la
mísera cultura del jornal, forzada a la producción masiva de cacahuetes y caucho,
explotada mediante un impuesto que les ata financieramente a ese sistema como mano
de obra barata.
Por ello, cuando a Bardamu le venden el ideal de la utilidad económica, de los intereses
comerciales que han de prevalecer sobre los intereses personales, detecta la hipocresía
dominadora que tan bien conoce en el discurso de los ricos e intenta ponerse a cubierto.
No sin motivo, ya que la compañía necesita para sus tareas más ingratas, como él
mismo dice, de “un gran número de negros y pobres blancos de mi estilo” 273. Son
blancos que la compañía utiliza como contacto con las factorías, subhombres exiliados
a los pantanos, decenas de los cuales mueren cada año. Tal es el destino cruel que
espera a Bardamu cuando acabe su estancia en la ciudad, y, en consecuencia, no
podemos pedirle que sublime la utilidad social y económica de la empresa, por encima
de su propio bienestar. En este pasaje, por ejemplo, el director se queja de un empleado
suyo en la selva, al que Bardamu tendrá que sustituir en breve, con una terrible
inhumanidad que privilegia los beneficios de la empresa sobre la integridad física de
sus empleados:
273
Ibid., p.166
274
Ibid., p.155
127
La enfermedad del individuo no es una “razón”, porque la única racionalidad que
cuenta, la económica, radica en la prosperidad material de la compañía. Recordemos
la denuncia de Weber contra irracionalidad de un sistema que solo tiene en cuenta la
acumulación de dinero, no las necesidades de sus integrantes.
Con todo, Bardamu es una voz crítica y aislada, con la independencia de criterio
suficiente para rechazar el sistema de valores alienantes que el sistema capitalista
impone a sus asalariados. Pero es una excepción, insisto, a la cultura del deber
profesional que, según Weber, el protestantismo ascético contribuyó a difundir, un
deber que ha de ser ejecutado con la mayor impersonalidad posible, soslayando todo
interés individual, teniendo en mente, ante todo, los beneficios económicos como fin
más noble de nuestras acciones. La educación moral del pobre es, en ese sentido, tan
poderosa como paradójica, tan intensa como contradictoria. Bardamu no se cansa de
observarla en el resto de sus compañeros, otros blancos pobres con los que llega a
África, que valoran el utilitarismo económico al que están orientadas sus actividades en
estos términos:
“De vez en cuando me aventuraba hasta los muelles de embarque para ver trabajar a
mis anémicos colegas que la compañía de Pordurière se procuraba en Francia por patronatos
enteros. Parecían ser presa de una prisa belicosa, al no cesar de descargar y recargar cargueros,
unos tras otros. ‘¡Cuesta tanto la estancia de un carguero en el puerto!’, repetían, sinceramente
preocupados, como si se tratara de su dinero”275.
Pero evidentemente, para tener esa utilidad económica en mente, hay que vaciar de
personalidad el desempeño de las tareas, como prescriben no sin inteligencia las
preceptivas morales inspiradas en el protestantismo ascético. El trabajador ha de
ahuyentar cualquier desaliento personal que pueda afectar a su productividad en el
trabajo, ceder su personalidad entera a la voluntad del patrón y su afán de mejorar las
finazas de la empresa. Así lo expresa Bardamu cuando describe la miserable vida de los
cargueros al servicio de una empresa que los explota y, pese a ello, su fe ciega,
abandonadamente feliz, en la cultura del deber profesional:
275
Ibid., p.158-159
128
tropical, aquellos pobres abortos, a ofrecerles su carne, a los patronos, su sangre, sus vidas, su
juventud, mártires por veintidós francos al día (menos las deducciones), contentos, pese a todo
contentos, hasta el último glóbulo rojo acechado por el diezmillonésimo mosquito” 276.
“Lo peor es que te preguntas de donde vas a sacar bastantes fuerzas la mañana
siguiente para seguir haciendo lo que has hecho la víspera y desde hace ya tanto tiempo, de
dónde vas a sacar fuerzas para ese trajinar absurdo, para esos mil proyectos que nunca salen
bien, esos intentos por salir de la necesidad agobiante, intentos siempre abortados, y todo ello
para acabar convenciéndote una vez más de que el destino es invencible, de que hay que volver
a caer al pie de la muralla, todas las noches, con la angustia del día siguiente, cada vez más
precario, más sórdido” 278.
276
Ibid., p.159
277
Ibid., p.262
278
Ibid., p.234
129
Podemos observaremos como el buscavidas, en abierta oposición al riguroso
autocontrol sentimental que promueve la educación ascética, es un tipo de personaje
que se niega a dominar sus impulsos naturales y mantiene con el mundo una relación
hedonista que afecta profundamente al cumplimiento de sus deberes. Al negarse a
dominar sus impulsos naturales, sometiéndolos a la estricta autorregulación que Weber
detecta en la mentalidad calvinista, el buscavidas incumple los tres aspectos que hemos
querido subrayar en este capítulo: su falta de respeto por la ‘irracionalidad’ del sistema
capitalista; su negación a encajar con los imperativos de la moral ascética (entre los que
nos ha parecido pertinente destacar el imperativo del ahorro); y su colisión frontal con
el cumplimiento del deber profesional, tal como lo hemos estudiado a través de las
diversas nociones disciplinarias que lleva aparejadas el término “beruf”. Doy por
zanjado este breve estudio sobre el ‘carácter’ del buscavidas, en oposición al ‘carácter’
del capitalismo, para analizar en el siguiente capítulo los resortes materiales del
régimen salarial con los que entra directamente en conflicto.
130
III.2.Conflictos materiales del buscavidas con el régimen salarial capitalista
En el ámbito de este trabajo, nos detendremos en los años 60, época de redacción de la
Conjura de los necios, ya que los buscavidas viven básicamente en la primera mitad del
s.XX, en que se aplican principios tan aparentemente antagónicos como la cadena de
montaje fordista y el estado del bienestar. Tal acotación nos permitirá resaltar la
progresiva imposición del régimen salarial capitalista y su contrapartida de resistencias
131
sociales, que crean, en un estado de pugna inevitable, este tejido social en que se
mueven los personajes estudiados y en cuya desintegración vivimos nosotros a día de
hoy. No me propongo, sin embargo, hacer un detallado estudio histórico de la
evolución del régimen salarial, porque tal objetivo excedería con creces la extensión de
este trabajo de investigación y su voluntad de ceñirse a la indagación en la personalidad
del buscavidas. Pero sí que me centraré en el comentario de varios principios
disciplinarios del capitalismo sobre la identidad del trabajador industrial, que en su
relación y sofisticación históricas crecientes, a lo largo del s.XIX y hasta mediados del
S.XX, constituyen un enfoque histórico común desde diversos aportes a la ciencia
económica moderna, hermanados por la necesidad de racionalizar el trabajo humano y
convertirlo en objeto de cálculo contable. A tal fin, nos centraremos sobretodo en el
análisis de las relaciones de producción industrial capitalistas, ya que su importancia
para el desarrollo jurídico del régimen salarial, y en general, para el modo en que se
“gestionan” modernamente los recursos humanos en las empresas, supondrá un ángulo
muy esclarecedor. Me servirán de guía, entre otros estudios, los interesantes trabajos de
Jean Paul de Gaudemar y Benjamin Coriat, que llevan el enfoque disciplinario de
Foucault al ámbito fabril, contractual y salarial, cosa que nos permitirá subrayar la
insumisión del buscavidas y aquellas otras ocasiones en que, pobre de él, ha de inclinar
la cerviz.
132
estrategia empresarial a fin de resultar más competitiva. Dentro de este afán calculador,
la empresa capitalista topará muy pronto con el principal escollo que presentará la
“fuerza de trabajo” a ser ‘racionalizada’ y por ende ‘maximizada’ económicamente: el
hecho de no ser una energía ciega, dócil e indistinta, sino la suma colectiva humana de
muchos esfuerzos humanos, que tienden a poner en su punto de mira, no en los
beneficios de la empresa, sino en la satisfacción de sus necesidades y su felicidad
personal. Por decirlo de manera directa y sencilla, la empresa capitalista topará pues
con el “factor humano”, cuya gestión y organización, de manera que se ‘optimice’ lo
más posible su productividad y devenga un objeto matemático de cálculo objetivo,
constituirá el quid de todas las propuestas de organización industrial y modelos de
régimen salarial desde finales del S.XVIII hasta nuestros días. De hecho, este afán
calculador es la señal distintiva de toda una época que empieza a expresarse,
sistemáticamente, a través del cálculo como nuevo lenguaje administrativo que afectará
a todos los órdenes sociales e incluso, a algunas disciplinas de las humanidades, que
hasta la fecha se habían articulado, a lo sumo, mediante el lenguaje de la lógica. Tal
rareza sucederá como la filosofía utilitarista de Jeremy Bentham, empeñado, sin asomo
alguno de ironía, con feliz positivismo, en establecer un “cálculo de la felicidad”, en
base a algunos criterios cuantificables numéricamente sobre la influencia de nuestras
acciones individuales en el bienestar o malestar colectivo de la comunidad.
Pero ocupémonos antes del cálculo que nos interesa, más crudamente empírico, el de la
fuerza de trabajo cuantificable en un salario como parte de una estrategia racional para
maximizar y preveer matemáticamente la tasa de beneficios económicos de una
empresa. A fin de simplificar lo más posible esta exposición, podemos resumir en dos
los pilares que subyacen a la edificación del régimen salarial. En primer lugar, la
separación de tareas, postulada ya por Adam Smith en La riqueza de las Naciones,
concepto base cuya influencia se hace extensiva a muchos aspectos de la organización
laboral moderna y constituye la mejor autoridad patronal posible, porque permite
controlar el esfuerzo laboral individual y optimizar su productividad. En segundo lugar,
el salario mismo, que supone el máximo incentivo económico para el trabajador en el
sistema capitalista y cuyas diversas formas de organización se relacionan
inextricablemente, en busca de una mayor eficacia productiva, con el primer principio.
Los dos principios tienen en mente una misma materia prima a gestionar, de difícil
manejo desde un punto de vista puramente matemático-mecánico, la materia humana
133
que constituye el trabajo de los empleados, fundamental cimiento para todo el sistema
productivo. Con razón Taylor, mediante su revolucionario estudio sobre la
organización industrial, señalaba con absoluta certidumbre cual era el motor económico
del sistema capitalista, a pesar del inédito flujo de capitales que parecía reducir a
números su balanza financiera: “La fuente de la riqueza no la constituye el dinero, sino
279
el trabajo.” Y a continuación, más explícitamente: “La riqueza proviene de dos
fuentes: en primer lugar, del suelo y de lo que se encuentra en el suelo, y, después, del
trabajo del hombre.”
Por tanto, examinemos históricamente los orígenes de este conflicto entre el factor
humano y la organización industrial, entre el capital y el trabajo, a través del primer
principio enunciado: la separación de las tareas. Tal como señalamos repetidamente en
la introducción y el capítulo anterior, en los albores del capitalismo, uno de los
principales escollos con los que se encontró la implantación del moderno sistema de
fábrica fue la reticencia de los empleados a trabajar más allá de sus necesidades
tradicionales. Tradicionalmente y por la cuenta que le trae, la burguesía que domina los
recursos industriales y económicos ha tachado de “holganza” o “pereza” esta reticencia
de las fuerzas laborales a dejarse explotar con los criterios matemáticos que implica el
duro engranaje de la fábrica. La solución que dieron los primeros ‘fabricantes’ ingleses
a este problema fue drástica, pero nos llevará, mediante un breve rodeo, al corazón de
este principio de la separación de las tareas que postuló Adam Smith (con filantrópica
intención, todo hay que decirlo) en La riqueza de las naciones.
279
Taylor, Frederick W. Scientific Management. Wesport: Greenwood Press Publishers, 1972. Citado en:
Coriat, Benjamin. El Taller y el cronómetro: ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en
masa. Madrid: Siglo XXI, 1982, p.34
134
III.2.A. Conflictos del buscavidas con el principio de separación de las tareas
135
empleados en las primeras fábricas. Con todo, hay que resaltar la evidente falacia
burguesa de este razonamiento, que supone que una resistencia razonable a perder el
estatus cualificado del artesano podía ser resumida bajo el sambenito de la “ociosidad”
y la afición por las “borracheras”, estilo de vida vinculado, más bien, a esas clases
totalmente desposeídas, no cualificadas, mendicantes o picarescas, que formaban
increíbles reservas poblacionales de masas desocupadas. Pero Arkwright, alegando que
no podía tener en esos pobres a un trabajador adecuado, se vio obligado, en su opinión,
a recurrir a niños, porque al no estar acostumbrados todavía a la vida independiente del
campo o de los oficios, se adaptaban mejor a la disciplina de la fábrica. Esa iniciativa
fue recibida elogiosamente, como si se tratara de un gesto filantrópico. ¿Acaso el
trabajo de los niños no redundaría en alivio de la situación de los pobres que no rendían
provecho? Lo que me interesa resalta de la argumentación un tanto hipócrita que
conduce a esta explotación infantil (que se convertirá en un mal endémico de la primera
revolución industrial europea) es que los primeros fabricantes capitalistas, al topar con
el factor humano, tienden a suprimirlo en la medida de sus posibilidades, contratando,
por ejemplo, a niños en que dicho factor se vea reducido a un grado altamente
manipulable.
¿Pero cuál era, pues, la gran desventaja que el artesanado tradicional veía en el sistema
de fábrica para que existiera esa aversión social tan poderosa a pasar a integrarse en esa
metodología de trabajo? En gran medida, tal aversión es atribuible al principio de la
separación de las tareas, que desposeía al artesanado del control técnico y cualitativo
sobre las diversas fases de su propio trabajo, para delegarlo en el ritmo impuesto por la
maquinaria industrial y las dinámicas, minuciosamente desglosadas en operaciones
simples, del trabajo en equipo. El nuevo procedimiento permitía trascender, en el
plano de la productividad, los límites impuestos por el mismo artesanado al ritmo y
calidad de su producción, lo cual, a pesar de los efectos alienantes que pudiera tener
sobre las masas trabajadoras, ejercía sobre sus mismos detractores una suerte de
fascinación horrorizada. Es conocido el ejemplo que Adam Smith comenta en La
riqueza de las naciones, tras su visita a una fábrica de alfileres, en la que pudo
comprobar el enorme aumento de productividad que resultaba de la división minuciosa
y de la especialización del trabajo281. El argumento de la máxima productividad, que
281
Vid en: Smith, Adam. Wealth of Nations[en línea]. New York: Cosimo, 2007, p.10. Recuperado el 10
de mayo de 2010, de <http://books.google.es/books?id=A5moyserOFIC&printsec>
136
liberaba al mercado internacional de las trabas impuestas por los sindicatos locales y la
legislación estatal, era suficientemente poderoso como para vencer muchas reticencias
morales, incluso en catedráticos de filosofía moral como Smith. Ahora bien,
tradicionalmente se ha reivindicado a Smith, desde los apologistas del liberalismo sin
trabas, como un defensor sin trabas de la capacidad de autorregulación de los mercados
para converger, pese a la naturaleza egoísta de los intereses concurrentes, en un mayor
bienestar social derivado de una mayor productividad. Nada más lejos de la realidad.
No se olvide que el gran benefactor del sistema postulado por Smith, merced a una
mayor riqueza que redundaría en beneficio de todos los integrantes de la sociedad, era
el consumidor, no el productor. Pero toda su doctrina fue citada desde época bastante
temprana por los productores fabriles, que se aferraron a la parte de su doctrina, en pro
de la productividad, que conducía lógicamente a un laissez faire de los mercados.
Desgraciadamente, como todos los actos del gobierno -incluso leyes como la que
obligaba al enjalbegado de las fábricas o la que impedía que los niños fuesen atados a
las máquinas- podían ser interpretados como estorbos a la libre actividad del mercado,
La riqueza de las naciones fue ampliamente citada para oponerse a la primera
legislación humanitaria. Pero no olvidemos que Smith, a pesar de su admiración por la
productividad por el sistema de fábrica, previene, por ejemplo, contra los efectos
embrutecedores de la producción en masa, que arrebata a los hombres sus facultades
creadoras naturales, así como profetiza una decadencia en las fuertes virtudes del
trabajador, «a menos que el gobierno tome algunas medidas para impedirlo». De igual
manera se manifiesta partidario de la instrucción pública para elevar a los ciudadanos
por encima del nivel de simples dientes de engranaje de una inmensa máquina.
Pero en menos de 15 años, compartiendo este mismo ideal de bienestar futuro, sumado
al deseo de moralizar a las clases más pobres y ociosas, el filósofo Jeremy Bentham
contribuye a ahondar en el principio de separación de las tareas. La obra de este
filósofo utilitarista, Outline of a work to be called, ‘Pauper Management
improved’(1797), puede ser considerada, en cierto modo, un poderoso punto de
inflexión teórico en la bibliografía económica que acompañó al nacimiento de la
revolución industrial. En ella, se encuentran resumidos casi todos los principios,
llevados a un punto de ordenación mental escrupulosa, que luego se sofisticarán con los
manuales de organización industrial más adecuados a las circunstancias reales de un
mercado, como los de Taylor o Ford. Y digo ‘reales’, porque la metodología de trabajo
137
esquematizada en Bentham tenía como materia prima, no un mercado laboral al uso,
sino el mercado extremadamente manipulable de capital humano que desbordaba las
workhouses del estado. Las workhouses eran instituciones en las que recalaba, en busca
de asilo y alimento, esa superabundante masa empobrecida que formaba un elevado
porcentaje de la población en las sociedades preindustriales, cuya importancia para
nuestro tema hemos analizado en el capítulo reservado a la picaresca. Lejos de
contentarse con un papel de beneficencia pasiva, las workhouses se convirtieron, con el
advenimiento de la revolución industrial, en modelos de explotación laboral
encomiables que pretendían socializar a los pobres mediante su integración laboral en
la sociedad. Evidentemente, como era una clase completamente desposeída de
privilegios, sin ningún asidero en el artesanado tradicional, desligada de cualquier
sindicato, renta u oficio que validara sus derechos individuales, su existencia era al
mismo tiempo fuente de la mayor explotación y materia ideal para las
experimentaciones teóricas de organización industrial más articuladas.
282
Vid en: Bentham, Jeremy. Outline of a work to be called. “Pauper Management improved”, Londres,
1797. p.126. Citado en: Gaudemar, ob.cit., p.68
283
Gaudemar, ob.cit., p.68
138
toda la bibliografía industrial posterior, es esa voluntad “educadora” que implica su
sistema de distribución de “recompensas”, porque muestra el gran interés de los
diversos incentivos salariales propuestos por el sistema laboral moderno para
garantizar, si no la pasión corporativa ni la responsabilidad artesanal por el objeto
producido, sí al menos la implicación del trabajador, a través de su ganancia individual,
en el gesto simple que le haya sido encomendado dentro de ese sistema de tareas
separadas. Pero Bentham lleva aún más lejos el principio de tareas separadas al
asociarlo con otros dos principios. En primer lugar, el principio del pleno empleo (all-
employing principie) consistente en utilizar siempre, según sus respectivas capacidades,
todos los brazos disponibles: “la incapacidad real no es más que relativa, es decir, que
sólo está relacionada con un determinado tipo de trabajo y con una determinada
situación; siempre se puede emplear hasta la menor porción de aptitud” 284. Y en
consonancia con éste, el principio de la división del trabajo, que sistematiza un poco
más esta proposición: “cuanto más simple es un acto, más hay que adaptarse a las
facultades de las diferentes clases de trabajadores del establecimiento. Hay, de este
modo, economía de tiempo, aumento de la capacidad relativa, aumento de la cantidad
de los trabajos menos habituales”285.
Todos estos principios, derivados del principio de separación de las tareas que
mecaniza las operaciones de los empleados, se sofisticarán a lo largo del s.XIX,
estructurándose en torno a un mismo común denominador, esto es, desposeer lo más
posible al obrero del control sobre su oficio para delegarlo en unas dinámicas
minuciosamente desglosadas que les conviertan en simples peones de un proceso de
fabricación en serie. A comienzos del s.XX, Taylor, mediante su revolucionario estudio
“La dirección de los talleres” declara su voluntad de maximizar este control mediante
un estudio científico y sistemático del tiempo, esto es, de los tiempos requeridos, y
escrupulosamente cronometrados, para realizar cada una de las operaciones simples de
este proceso en cadena, ya que “el elemento más importante, tanto para el patrón como
para los obreros, es decir, la velocidad a la que se realiza el trabajo, está sujeta a
variaciones, en lugar de ser dirigida y controlada inteligentemente” 286. A tal fin,
cronometrará escrupulosamente, mediante obreros señalados por su especial diligencia,
cada fase del proceso de fabricación, y diseñará una jerarquía dentro del taller, dividida
284
Bentham, ob.cit, p.12. Citado en: Gaudemar, ob.cit.,p.69
285
Ibid., p.115. Citado en: Citado en: Gaudemar, ob.cit.,p.69
286
Taylor, Frederick W. La dirección de los talleres. Barcelona, 1925. Citado en: Gaudemar, ob.cit., p.84
139
en una élite técnica que concibe el proceso de producción y una masa no cualificada
que ejecuta su cumplimiento, eliminando lo más posible el control individual, el
‘factor humano’, sobre los tiempos de producción. Tal jerarquía será la encargada, por
tanto, ya no sólo de controlar el cumplimiento de trabajo, que al estar en manos del
colectivo obrero y sus diversos individuos, podía ser ejecutado a ritmos disímiles, sino
de asegurar la velocidad previamente cronometrada de cada uno de los gestos que
debían ser ejecutados. Como dice Benjamin Coriat:
“el control obrero de los modos operatorios es sustituido por lo que se podría llamar un
‘conjunto de gestos’ de producción concebidos y preparados por la dirección de la empresa y
cuyo respeto es vigilado por ellas. (…) Este conjunto de gestos, al principio locales y empíricos
– por depender de las medidas de los “crono-analizadores- llegará progresivamente, con la
puesta a punto de las tablas de tiempos y movimientos elementales, a la categoría de un código
general y formal del ejercicio del trabajo industrial”287.
“una gigantesca masa de pobres diablos, recién expropiados de sus campos, sin
especialización ni conocimiento del trabajo industrial y privados de asociaciones de defensa
colectiva de su fuerza. (…) De esta forma, Taylor hace posible la entrada masiva de trabajadores
no especializados en la producción. Con ello, el sindicalismo es derrotado en dos frentes. La
entrada del ‘unskilled’ en el taller no es sólo la entrada de un trabajador ‘objetivamente’ menos
caro, sino también la entrada de un trabajador no organizado, privado de capacidad para
defender el valor de su fuerza de trabajo”289.
287
Coriat, ob.cit., p.36
288
Ibid., p.36
289
Ibid., ob.cit., p.30
140
Con Taylor, pues, el principio de separación de las tareas se sofisticará
extraordinariamente, quedando debidamente cronometrado, jerarquizado y, sobretodo,
abastecido de una masa de obreros no cualificados que incrementará el control patronal
sobre la producción.
Por último, con Richard Ford, este principio de separación de las tareas llegará a su
cúspide con la cadena de montaje, que facilitará a su vez la transformación de la
‘producción en cadena’ en ‘producción en masa’, lo cual llevará, en última instancia, a
un aumento de la productividad inédito en la historia, que sólo podrá ser absorbida
mediante la implantación de un nuevo orden que impera en nuestra sociedad actual del
bienestar: el consumismo. Ya que mediante el consumismo, las mismas masas
trabajadoras ya no serán meros peones del sistema, sino clase productora y
consumidora, piedra de toque de un mercado, convenientemente sobre-estimulado
mediante la publicidad, que sería incapaz de sostenerse sin la creación de una clase
media con poder adquisitivo suficiente para garantizar una demanda sostenible de esos
excedentes de productividad. Mediante la voz “consumismo”, cargada de
connotaciones negativas, nos referimos pues a lo que el sociólogo Michel Aglietta
acuña, con más objetividad y bastante fortuna en la sociología posterior, como “nuevas
normas de consumo obrero”290. Volveremos sobre esta cuestión al examinar el
principio del régimen salarial directamente vinculado a la distribución de los salarios.
Centrémonos aquí, por el momento, en la manera en que el principio de separación de
las tareas se expresa a través de la línea de montaje fordista. Su principio es enunciado
en forma general en los Estados Unidos a partir de 1918, y, a partir de entonces, se
extenderá meteóricamente por todo el mundo. Durante la 1ª guerra mundial, en el
Boletín de fábricas Renault, ya se distribuye una circular centrada en ese principio
central de la nueva fábrica fordista que constituye el ‘transportador de cinta’: “El
principio es fijar la pieza principal al transportador y hacerla pasar delante de cada
hombre, que fija en él otra pieza, de suerte que el órgano se encuentra completamente
montado al final del transportador”291. El detalle técnico fundamental que se deriva de
290
Vid en: Aglietta, Michel. A theory of capitalist regulation: the US experience[en línea].London:
Verso, 2000, p.152 Recuperado el 15 de mayo de: <http://books.google.es/books?
id=Krx8K0YIIfAC&dq>
291
Bulletin des usines Renault, archivos Renault, agosto de 1918, num.2, p.2. Citado en: Coriat, ob.cit,
p.39
141
la cadena de montaje enlaza con la motivación fundamental que hemos querido resaltar
en la progresiva sofisticación del principio de separación de las tareas, esto es, el
interés del patrón por desvincular el control del obrero sobre el proceso productivo, ya
que, como dice Benjamin Coriat, “la cadencia de trabajo está regulada mecánicamente,
de manera totalmente exterior al obrero, por la velocidad dada al transportador que
‘pasa’ delante de cada obrero”292. Esta ‘velocidad’ de la máquina, antítesis y remedio
ideal para el patrón de la ‘indolencia’ obrera, redundará en una eliminación de los
tiempos muertos del taller, convertidos en tiempo de trabajo productivo, y por
extensión, en “una brutal prolongación de la duración efectiva de la jornada de trabajo”
293
.
La cadena montaje es heredera, pues, del sistema de Taylor, pero donde este hacía
prevalecer, para la aplicación científica del principio de separación de las tareas, una
élite cualificada sobre una masa de obreros no cualificada que supervisase el
cumplimiento de las velocidades, el sistema de Ford delegará en la misma máquina, en
la cinta transportadora, esta parcelación de la velocidad empleada en cada gesto. Eso
implica, en la práctica, tres aspectos fundamentales de la fábrica fordista. En primer
lugar, permite economizar empleo, ya que sobrarán supervisores y obreros encargados
del transporte de las piezas; en segundo lugar, la autoridad que vigila el cumplimiento
de la fabricación en cadena queda desligada del factor humano, y se delega en la
cadencia misma de la cinta transportadora; por último, como dice Coriat, el sistema de
producción en su conjunto se articulará mediante un “recurso sistemático al
maquinismo”294. Por tanto, de cara a la puesta en escena de estas consecuencias
mediante las experiencias de los buscavidas que relataré a continuación, cabe resaltar
una evidencia. Con la línea de montaje, se llevará hasta sus últimas consecuencias, no
sólo el principio de separación de las tareas postulado en Adam Smith, sino también las
consecuencias alienantes que acarrea dicho principio en la existencia misma del
trabajador. Recordemos que ya Adam Smith en La riqueza de las naciones reconocía en
La Riqueza de las naciones que este principio volvía “ignorantes” a los hombres y
embrutecía sus hábitos295. Pero con un espíritu conciliador que los universitarios
modernos, progresivamente proletarizados en una sociedad progresivamente opulenta,
292
Coriat, ob.cit., p.41
293
Ibid., p.44
294
Ibid., p.47
142
no dudamos en agradecerle, profetiza que para compensar esta animalización de los
individuos y, por extensión, un inexorable empobrecimiento del tejido social, el estado
deberá asegurar a todos los trabajadores una mínima educación que palie los efectos del
principio de separación de las tareas. Por tanto, Smith, a dios rogando y con el mazo
dando, da por buenos las consecuencias alienantes de esa nueva sociedad industrial,
ligeramente parcheadas por la educación, en aras de una mayor productividad que
aumente la prosperidad del país. Con la maquinización absoluta de la fábrica que
supone la aplicación de la cadena fordista, no sólo queda el obrero maniatado a un solo
gesto, durante una jornada que multiplica exponencialmente su ritmo de trabajo, sino
que el entorno mismo de la fábrica se convierte en fuente, como diríamos suavemente
hoy en día, de un stress insoportable. Veamos esta descripción del escritor francés
Georges Navel, que narra en Travaux su experiencia como obrero: “Todo el espacio,
del suelo a la techumbre de la nave, estaba roto, cortado, surcado por el movimiento de
las máquinas. (…) En el fondo de la nave, unas prensas locales cortaban travesaños,
capós y aletas, con un ruido parecido al de explosiones”296. Debido a este idílico
entorno de trabajo, el mismo Ford subirá, como veremos al hablar de los salarios, los
jornales de los trabajadores más leales, ya que necesita proveerse de una mano de obra
lo más estable posible. Como él mismo reconoce, calculadoramente, en su biografía:
“Quizá sería posible calcular con exactitud (…) la energía que una jornada de trabajo
quita aun hombre. Pero no es posible en absoluto determinar exactamente lo que
costará restituirle esa energía que nunca recuperará”297.
Veamos pues como se ilustra este principio de la separación de las tareas, que rige el
funcionamiento de las fábricas contemporáneas y tiene implicaciones sociales diversas,
en las diversas novelas con buscavidas. Cuando en Viaje al fin de la noche, Bardamu
llega a Detroit y se persona en la fábrica de Ford en busca de trabajo, tiene la osadía de
comentarle al seleccionador de personal que ha cursado algunos estudios de medicina,
con la esperanza de que puedan encomendarle algún trabajo de rango más elevado. La
respuesta del seleccionador ilustra con crueldad la principal virtud de la cadena de
montaje, esto es, su capacidad para erigirse, autoritariamente, en expresión directa de
la voluntad de un patrón que ya no necesita individuos para realizar el trabajo, sino
295
Vid en: Smith, Adam. Wealth of Nations[en línea]. New York: Cosimo, 2007, p.489. Recuperado el
10 de mayo de 2010, de <http://books.google.es/books?id=A5moyserOFIC&printsec>
296
Navel, Georges. Travaux, París: Alvin Michel, 1964. Citado en: Coriat, ob.cit., p.42
297
Ford, Henry. Ma vie, mon ouvre. Paris: Payot, 1925.Citado en: Coriat, ob.cit. p.61
143
meros gestos mecanizados: “¡No te van a servir de nada aquí los estudios! No has
venido aquí a pensar, sino para hacer los gestos que te ordenen ejecutar…En nuestra
fábrica no necesitamos a imaginativos. Lo que necesitamos son chimpancés…Y otro
consejo. ¡No vuelvas a hablarnos de tu inteligencia! ¡Ya pensaremos por ti, amigo!” 298
Poco después, Bardamu ya está sumido en las estresantes entrañas de la fábrica de
Ford, que como decíamos más arriba, son sumamente alienantes para el obrero, porque
agotan sus energías físicas de un modo inéditamente intensivo hasta la fecha en los
anales de la industria y suponen un auténtico reto a sus facultades mentales:
“Era como un cataclismo aquella infinita caja de aceros, y nosotros girábamos dentro
con las máquinas y con la tierra. ¡Todos juntos¡ Y los mil rodillos y pilones que nunca caían a
un tiempo, con ruidos que se atropellaban unos contra otros y algunos tan violentos, que
desencadenaba a su alrededor como silencios que te aliviaban un poco.(…)Cedías ante el ruido
como ante la guerra. Te abandonabas ante las máquinas con las tres ideas que te quedaban
vacilando en lo alto, detrás de la frente. Se acabó. Miraras donde mirases, ahora todo lo que la
mano tocaba era duro. Y todo lo que aún conseguías recordar un poco estaba rígido también
como el hierro y ya no tenía el sabor del pensamiento. Habías envejecido más que la hostia de
una vez”299.
A Ford le gustaba mucho repetir una frase, con industrioso sarcasmo, que se incrusta en
el corazón disciplinario del principio separador de las tareas que subyace a su cadena
de montaje: “Andar no es una actividad remuneradora” 300. Con ello, alababa la
invención de la cinta transportadora, que permitía sentar al hombre frente a su puesto
de trabajo y dejarle allí, produciendo riqueza para su país durante una jornada
extenuante e increíblemente monótona: “Ningún obrero tiene nunca que transportar ni
levantar nada, siendo esas operaciones objeto de un servicio distinto, el servicio de
transportes”301. El servicio de transportes consistía en vagonetas, conducidas
manualmente por algunos empleados, que llevaban los materiales a los diversos
empleados en sus puestos de trabajo. Bardamu las define en términos de esclavitud
moderna: “La vagoneta llena de chatarra apenas podía pasar entre las máquinas. ¡Que
se apartaran todos! Que saltasen para que pudiese arrancar de nuevo, aquella histérica.
Y, ¡hale!, iba a agitarse más adelante, la muy loca, traqueteando entre poleas y
298
Céline, ob.cit., p.262
299
Ibid., p.262
300
Citado en: Coriat, ob.cit., p.44
301
Ford, ob.cit, p.84. Citado en: Coriat, ob.cit., p.43
144
volantes, a llevar a los hombres sus raciones de grilletes” 302. El principio de separación
de las tareas, pues, tal como había observado con humanista sagacidad Adam Smith,
podía resultar alienante para un trabajador condenado a repetir hasta la saciedad el
mismo gesto. A Bardamu no le queda ninguna duda de que realizar ese trabajo hasta el
fin de sus días equivaldría a una suerte de muerte en vida, al lamentar “la sencillísima
maniobra que yo debía realizar en adelante y para siempre. Mis minutos, mis horas, el
resto de mi tiempo, como los demás, se consumirían en pasar clavijas pequeñas al ciego
de al lado, que las calibraba, ése, desde hacía años, las clavijas, las mismas”303.
“Uno de los que aguardaban me dijo que llevaba dos días allí y aún en el mismo sitio.
Había venido desde Yugoslavia, aquel borrego, a pedir trabajo. Otro pelagatos me dirigió la
palabra, venía a currelar, según decía, sólo por gusto, un maníaco, un fantasma. En aquella
multitud casi nadie hablaba inglés. Se espiaban entre si como animales desconfiados, apaleados
con frecuencia. De su masa subía el olor de entrepiernas orinadas, como en el hospital. Cuando
te hablaban, esquivabas la boca, porque el interior de los pobres huele ya a muerte” 304.
302
Célines, ob.cit., p.263
303
Ibid., p.263
304
Ibid., p.260
305
Ibid., p.261
145
máquina, no por sus facultades ni sus estudios ni su inteligencia, sino por la ductilidad
mecanizable de su pobreza.
En general, el retrato que hace Bardamu de los emigrantes a Estados Unidos merece ser
enmarcado como un auténtico alegato contra la explotación laboral y económica.
Recién desembarcado en un pueblo cercano a Nueva York, del que las autoridades
locales no le permiten salir, Bardamu se da cuenta de que el pueblo es, literalmente, el
menos productivo de América, un espacio de cuarentena, un moridero en potencia, que
permite sólo entrar por cuentagotas a los trabajadores que demuestren su buen estado
de salud tras unas semanas de estancia. Para salir de allí, Bardamu, que ha aprendido a
contar pulgas en galeras, se propone mostrar a las autoridades locales su utilidad como
higienista riguroso y experto censador de pulgas. De tal manera, se integra en el
espíritu americano, eminentemente racional y económico, convirtiendo el lamentable
espectáculo de la emigración masiva en un depurado ejercicio de higiene colectiva:
“¡Yo creo en el censo de las pulgas! Es un factor de civilización, porque el censo es la
base de un material de estadística de los más preciosos… Un país progresista debe
conocer el número de sus pulgas, clasificadas por sexos, grupos de edad, años y
estaciones…”306 En otras palabras, la economía debe poder contar con los hombres
como números, con ese espléndido “ejército de reserva industrial” al que hiciera
alusión Marx. Es por ello que los hombres son descritos, paródicamente, como pulgas,
ya que el emigrante queda despojado de la más elemental humanidad para ser
considerado pura fuerza de trabajo, un trabajo estadístico que Nueva York, con distante
interés empresarial, sigue desde el otro lado de la bahía:
No es de extrañar, pues, que cuando llegue a las fábricas, esta multitud de inmigrantes
muertos de hambre acepte cualquier condición laboral. Bardamu, por último, se
sorprende en vano, al ver la cantidad de inmigrantes desarrapados que se reúnen con él
306
Ibid., p.221
307
Ibid., p.222
146
en Detroit, asombrado de que en las fábricas de Ford “cogían a cualquiera”. En
efecto, conviene enlazar esta declaración con un principio, derivado del principio de
separación de las tareas, que Jeremy Bentham acuñaba, en cita previa, como el all-
employing-principle: “la incapacidad real no es más que relativa, es decir, que sólo está
relacionada con un determinado tipo de trabajo y con una determinada situación;
siempre se puede emplear hasta la menor porción de aptitud.” El mismo Bardamu, al
demostrar ser un inepto en la línea de montaje, al tercer o cuarto error, es transferido a
la vagoneta que lleva las piezas, en que demuestra ser un poco más aplicado, dado su
carácter andariego. Del mismo modo, el sistema industrial moderno dispone de una
fuerza de trabajo individualizada en facultades diversas, que desechará en su mayor
parte, reduciendo la capacidad potencial del empleado a un solo gesto, pero que
también sabrá adaptar, asimismo, a las diversas necesidades de esa compleja
maquinaria que es la empresa.
147
respectivamente, país o empresa, que promete a sus individuos la integración
económico-social, a cambio de poder emplear, incondicionalmente, y en aras de un
mayor beneficio económico, la fuerza de trabajo de la que son portadores.
Porque evidentemente, el hecho de que se postule el pleno empleo como fin alcanzable
por la política de un estado, suscita al mismo tiempo dos preguntas: ¿Realmente hay
trabajo para todos? ¿En qué condiciones? Esas son las preguntas que, desde una
exégesis basada en la sociología laboral, parece suscitar una de las parábolas más
famosas de Kafka, el Gran Teatro de Oklahoma, cuando Karl Rossman llega a sus
oficinas de selección de personal, atraído por el siguiente cartel: “¡Sólo hoy os llama,
sólo una vez¡ ¡Quién pierda la oportunidad ahora, la habrá perdido para siempre!
¡Quién piense en su futuro es de los nuestros! ¡Todo el mundo es bienvenido!(…)
Somos el teatro que puede emplear a todos, a cada uno en su puesto¡”308 El pasaje es
con toda seguridad el que más signos de exclamación contiene en toda la obra de
Kafka, por lo común inquietante y sobria. Kafka reproduce el estilo publicitario de
nuestro siglo, el de los grandes, fastuosos y mentirosos reclamos publicitarios, que no
dudan en manejar las herramientas de persuasión más sospechosamente enfáticas para
convencer al desocupado de que tiene un lugar en el mundo, sin especificar, ahí reside
lo inquietante del pasaje, qué empleo podría ser ese al que todo el mundo “es
bienvenido”. Evidentemente, los que acuden a la llamada de un cartel tan sospechoso,
que “tenía sobretodo un gran defecto y era que no decía nada de la remuneración” 309, es
porque son marginados que no tienen nada a lo que aferrarse, son inmigrantes como
Karl, por ejemplo, que sienten como un reclamo liberador el hecho de que el sistema
les brinde la oportunidad de integrarse a pesar de su procedencia, pasado o extracción:
“Todo lo que había hecho hasta ahora quedaría olvidado, nadie se lo reprocharía.
¡Podía presentarse para un trabajo que no era vergonzoso y que, por el contrario, se podía
anunciar públicamente! Y, de forma igualmente pública, prometían aceptarlo también a él. Karl
no pedía nada más; quería encontrar de una vez el comienzo de una carrera decente y quizá era
eso lo que se le ofrecía”310.
Evidentemente, esta observación de Karl cuando ya han sido contratados no deja lugar
a dudas sobre el desarraigo radical de los que se han presentado al gigantesca campaña
308
Kafka, ob.cit., p.258
309
Ibid., p.258
310
Ibid., p.259
148
de Oklahoma, incentivados por urgentes necesidades económicas: “Nadie llevaba
equipaje; el único equipaje era el cochecito del niño, que ahora, guiado por el padre a la
cabeza del grupo, daba saltos arriba y abajo como descontrolado.¡Cuánta gente
desposeída y sospechosa se había reunido allí, y, sin embargo, qué bien había sido
recibida y atendida!”311 Todo el pasaje respira una atmósfera de sofisma sacrificial y
burocratizada, aunque nunca lleguemos a saber para que han sido contratados, como no
podía ser de otra manera en Kafka. Tal vez sirva de orientación saber que en un libro
leído por Kafka en aquellas fechas, Amerika heute und morgen, se reflexiona sobre las
vastas oleadas de trabajadores solicitados por el sistema laboral americano (que
alimentaría la igualmente vasta marea de emigrantes europeos, considerados capital
humano indispensable para el despegue de una economía emergente) 312. Como vemos,
en la parábola de Kafka se reúnen, sin aparente contradicción, estos dos principios: el
pleno empleo y el all-employing-principle. El primero, porque se postula utópicamente,
a la manera en que el mismo estado americano garantiza trabajo sin fin a todos los que
decidan embarcarse en el sueño americano. El segundo, porque la empresa del teatro de
Oklahoma, se arroga la certeza de saber como emplear hasta la menor “porción de
aptitud” de cada uno de los empleados, por más que escape a los esquemas habituales.
149
sólo más pequeña, sino incluso más baja que todas las demás” 313. Tal perfil responde,
qué duda cabe, al del exiliado que alimentaba las filas de obreros no cualificados, esos
que el capitalismo americano, a partir de las innovaciones de Taylor y Ford, necesitaba
devorar en cantidades ingentes, baratas y desprotegidas para su buen funcionamiento.
Es curioso, pues, que el principio de separación de las tareas se lleve, con la misma
lógica enloquecidamente desglosada de la cadena de montaje, al de la separación de las
tareas que deberían brindar, evidentemente, una serie de méritos académicos. Al
prometer tal identificación, utópicamente burocratizada, entre una tarea digna que se
amolde como un guante a nuestro grado de formación específico, Kafka parece estar
burlándose del principio de separación de las tareas en su conjunto. El gran despliegue
del Gran Teatro de Oklahoma camufla, sibilinamente, una estrategia de captación de
mano de obra barata. Esos trabajadores que alimentarán las cadenas de montaje del
sistema capitalista moderno, en que el principio de separación de las tareas queda
expresado mediante el gesto mínimo y absurdo que un operario, agotando a marchas
forzadas sus fuerzas físicas y mentales, deberá realizar hasta el fin de sus días. Es lo
que parecen sugerir sus contratadores, cuando tras un largo interrogatorio, en que le
preguntan si podría ser actor o realizar trabajos técnicos, Karl acaba temiéndose con
toda justicia lo peor: “¿Es usted suficientemente fuerte para realizar trabajos pesados?
preguntó el señor. “Oh, sí” dijo Karl. Entonces el señor hizo que Karl se aproximara y
le tentó el brazo. “Es un muchacho fuerte” dijo, llevando a Karl por el brazo ante su
jefe. El jefe asintió sonriendo”314. Cuando finalmente se llevan a Karl y otros tantos
desarraigados a Oklahoma, en un tren que serpentea entre torrentes de montaña, cuyo
“aliento de frialdad hacía que los rostros se estremecieran” 315, el lector siente que las
condiciones del contrato que ha firmado Karl, dando por buena la utópica promesa del
Gran Teatro de Oklahoma, no le auguran un futuro alentador.
150
bandeja y la puse en un horno que había detrás de mí. Me di la vuelta. Allí estaba la
siguiente bandeja. No había manera de que decreciese el ritmo” 316. Ese es el simple
gesto que Chinaski está condenado a repetir en ese trabajo. No es una cadena de
montaje a la manera de Ford, pero obedece, sin duda, al mismo concepto de
continuidad mecánica, movimiento perpetuo y separación de las tareas, de modo que la
voluntad del empleado no pueda interferir en absoluto en el ritmo de fabricación. Como
dice Chinaski, ese procedimiento, por mucho que aumente la productividad de las
galletas, conduce inevitablemente a la alienación y locura totales de los empleados:
“Las bandejas eran pesadas. Cargar una de ellas podía agotar a un hombre. Si piensas
en lo que es hacerlo durante ocho horas, cargando cientos de bandejas, nunca podrías hacerlo.
Galletas verdes, galletas rojas, galletas amarillas, galletas marrones, galletas púrpuras, galletas
azules, galleas vitaminadas, galletas vegetales…En tales trabajos, la gente acaba agotada.
Experimenta una resistencia más allá de la fatiga. Dice cosas disparatadas, brillantes. Perdida la
cabeza, yo bromeé y charlé y conté chistes y canté. Me moría de risa” 317.
Por último, vale la pena examinar el enfoque de Ignatius Reilly, en La conjura de los
necios, del sistema laboral que impera en la oficina y la fábrica de Levy Pants, fabrica
de pantalones. Como oficinista comprometido contra la injusticia social, Ignatius se
siente sublevado por “la algarabía y el estruendo, los chirridos y los silbidos de la
fábrica” de la empresa en que trabaja. Con la intención de articular una protesta por los
derechos civiles, decide descender a la infernal fábrica, desde su sosegada oficina, para
conocer a los obreros y hacerse cruces del entorno mecanizado en que trabajan: “Es una
escena que combina lo peor de La cabaña del tío Tom y de Metrópolis, de Fritz Lang.
Es la esclavitud de los negros mecanizada; ejemplifica el progreso que ha hecho pasar
al negro de recoger algodón a cortarlo y coserlo” 318. Todos los trabajadores,
evidentemente, son negros mal remunerados, que en su papel de herederos de
inmigrantes, forman parte de esas vastas oleadas de mano de obra barata que
permitieron el despegue de la emergente economía americana, abasteciendo de obreros
no cualificados a las nuevas fábricas basadas en el principio de separación de las tareas.
Pero lo más interesante del relato de Ignatius es que, en la fábrica de Levy Pant’s, la
316
Bukowski(2007), ob.cit., p.37
317
Ibid., p.38
318
Kennedy Toole, ob.cit., p.120
151
autoridad, es decir, el Sr.Levy, brilla por su ausencia. El actual propietario, Gus Levy,
heredó la empresa de su padre, un self-made-man a la antigua usanza, un magnate
autoritario que había comenzado vendiendo pantalones en un carro y despreciaba
cualquier iniciativa empresarial del pequeño Gus. En consecuencia, el hijo se había
alejado de la empresa y la conducía lentamente hacia la ruina, cosa que Ignatius no deja
de percibir: “Hoy nuestra oficina se vio honrada al fin con la presencia de nuestro amo
y señor, G.Levy. A decir verdad, me pareció un tanto indiferente y despreocupado. (…)
Su estancia fue breve y poco profesional; mas, ¿quiénes somos nosotros para poner en
entredicho los motivos de esos gigantes del comercio?”319
Esta ausencia del Sr. Levy convierte a Levy Pant’s en un buen ejemplo de lo que
pasaría con la productividad de una empresa si el patrón no aplicara escrupulosamente
los nuevos modos de organización industrial. Como decíamos más arriba, Bentham,
Taylor y Ford tienen en mente dos objetivos fundamentales al sofisticar
progresivamente el principio de separación de las tareas: en primer lugar, multiplicar la
productividad; en segundo lugar, arrebatar al obrero el control sobre su oficio, doblegar
su afición a la holganza y eliminar su capacidad para establecer tiempos muertos que
no redunden en beneficio de esa mayor productividad. Su terror a la “indolencia
obrera”, comprensible si tenemos en cuenta que un salario de subsistencia es el único
incentivo que espolea al obrero a trabajar, es sorteada mediante métodos tan alienantes
como la cadena de montaje. Tales métodos parecen justificados, desde el punto de vista
patronal, si tenemos en cuenta el exagerado clima de holganza que reina en la fábrica
de Levy Pant’s, abandonada a la agonía improductiva por un patrón que prefiere vivir
de las rentas:
319
Ibid., p.103
320
Ibid., p.122
152
La maquinaria que debería mecanizar al empleado, mediante la aplicación de los
principios de la cadena de montaje, es utilizado por el empleado en su provecho. Por
otra parte, la jerarquía técnica que recomienda Taylor en La dirección de los talleres,
para vigilar las velocidades de producción, se expresa mediante la figura huidiza de un
tal señor Palermo. Este encargado, que debería distinguirse por su diligencia técnica, se
pasa toda la jornada “a sólo unos pasos de la botella, como pueden testificar las muchas
confusiones que se han producido, cayéndose entre las mesas de cortar y las máquinas
de coser” o bien “trasegando algún almuerzo líquido en una de las muchas tabernas de
los alrededores de nuestra empresa”321. Es decir, Levy Pant’s es el modelo a evitar por
cualquier fábrica moderna que se precie de seguir los preceptos de organización
industrial postulados por Taylor y Ford.
Por otra parte, es interesante ver como Ignatius aplica los principios del utilitarismo
económico moderno en su oficina. El estudio sistemático y científico del tiempo
promovido por Taylor fue duramente criticado por algunas voces humanitarias, ya que,
si bien eliminaban tiempos muertos y actividades superfluas en el proceso de
fabricación, también alienaba al trabajador y exprimía de manera implacable todas sus
fuerzas. Por toda respuesta, Taylor alegaba frente a sus detractores que todo dispositivo
que permitiera economizar trabajo acabará imponiéndose322. Ignatius también es
partidario de ahorrar tiempo, eliminar gestos inoperantes y economizar empleo. Lo
expresa de dos maneras. En primer lugar, destruyendo todos los documentos cuyo
archivado le encomiendan, porque, en la lógica de Ignatius, no hay mejor manera de
economizar empleo que destruir la fuente misma del empleo, aunque nuestro
buscavidas se guarda las espaldas y prefiere no revelarla: “De momento, debo mantener
en secreto la innovación que he introducido en relación con el sistema de archivado,
pues es revolucionaria, y he de comprobar los resultados antes de revelarla. En teoría,
la innovación es magnífica”323. Por otra parte, permite economizar un empleo, en
concreto, el de la mecanógrafa Gloria, “una putilla descarada y sin seso”324, que no cae
en gracia a Ignatius, razón por la cual se las apaña, mediante una mentira maquiavélica
al Sr. González, para que la despidan. Retrospectivamente, Ignatius no duda en
321
Ibid., p.122.
322
Coriat, ob.cit., p.35
323
Kennedy Toole, ob.cit., p.103
324
Ibid., p.81
153
expresarse con oficinesco triunfalismo tayloriano para expresar el éxito de sus
primeras jornadas laborales en Levy Pant’s:
“Poco a poco, se han eliminado todas las actividades no esenciales. De momento, estoy
decorando diligentemente nuestra bulliciosa colmena de abejas burocráticas (tres). La analogía
de las tres abejas me trae a la memoria tres A que describen muy adecuadamente mis
actividades como trabajador administrativo: alejamiento, ahorro, armonía. Alejamiento de los
empleados superfluos, con la armonía y el ahorro consiguientes” 325.
Una vez eliminadas, como subraya Ignatius y hubiera aprobado Taylor, todas las
“actividades no esenciales” y “empleados superfluos”, el principio de separación de las
tareas, aunque sea en el ámbito de la oficina, funciona más armónicamente, sin
necesidad de una supervisión autoritaria explícita. De hecho, Ignatius no duda en
alabar la libertad que Levy Pant’s concede a sus empleados a la hora de realizar sus
tareas sin la interferencia engorrosa que supone la voluntad de un patrón: “Si hubiera
más empresas como Levy Pant’s, estoy seguro de que las fuerzas laborales de Norte
América se ajustarían mejor a sus tareas. Allí no se importuna en absoluto al trabajador
que es claramente digno de confianza”326.
Por último, cabe decir que Simon Tanner, por ser un europeo en 1907, no nos es de
gran ayuda para ilustrar estos modernos cambios en la organización industrial que
supusieron las ideas de Ford y Taylor pocos años después. Con todo, si podremos
emplear sus lecciones en el próximo capítulo, cuando hablemos de algunas reticencias
del empleado a la progresiva implantación del régimen salarial. Sin embargo, no cuesta
nada imaginarse que habría imaginado Simon Tanner de ese sarcasmo de Ford, a quien
le gustaba repetir aquello de “Andar no es una actividad remunerativa”. Podemos tener
la seguridad de que Simon Tanner no habría aguantado ni una hora trabajando en una
moderna línea de montaje, a juzgar por las palabras con que se despide de uno de sus
empleos, con cuyo deplorable estatismo se sentía muy a disgusto: “¿Qué tiene de malo
dar caminatas, aunque llueva o esté nevando, si se poseen un par de piernas sanas y se
dejan en casa las preocupaciones? Usted, en la estrechez de su rincón, no se imagina lo
delicioso que es correr por los caminos del campo”327. Veamos, a continuación, como
nuestros andariegos buscavidas se enfrentan a los usos disciplinarios con que se ha ido
perfilando la disciplina salarial en el régimen capitalista.
325
Ibid., p.120
326
Ibid., p.81
327
Walser, ob.cit., p.20
154
III.2.B. Conflictos con la disciplina salarial
La literatura especializada sobre los sistemas de distribución salarial 328 cobró gran
importancia durante la segunda mitad del siglo XVII y primera mitad del XVIII, como
328
Vid en: Dobb, Maurice. Teorías del valor y de la distribución desde Adam Smith. Mexico D.F.: Siglo
XXI editores, 1991.
155
consecuencia de la intensificación del capitalismo comercial y las crisis de los gremios
tradicionales. La nueva coyuntura suscitaba este interés, al evidenciar la relación de los
salarios con el valor de las mercancías, su influencia sobre la reproducción de las
fuerzas laborales y los beneficios de una empresa en el competitivo mercado capitalista.
Los economistas de este período y los de la tradición clásica que les siguió se centraron
en el análisis del salario del trabajador más común - del varón adulto sin habilidades ni
cualificaciones específicas- a quien consideraban que representaba a la mayoría de los
asalariados, entre los cuales podemos contar, como hemos sostenido a lo largo de este
trabajo, a nuestros buscavidas. Este salario se relacionaba, basándose en la simple
observación de las condiciones en las que vivían la mayor parte de los trabajadores de
la época, con un nivel de consumo de subsistencia. Para explicar este hecho, los
principales economistas clásicos de inspiración liberal, como Smith, Ricardo y
Malthus, postularon teorías que aunaban “científicamente” las leyes de oferta y
demanda (tanto de mercancías, como de mano de obra) con el enriquecimiento del país
y las oscilaciones demográficas de una población. No pretendo ser exhaustivo a este
respecto, pero podemos citar como ejemplo ilustrativo de esta suerte de
interpretaciones demográfico-mercantiles la teoría de Ricardo, acuñada como la “la ley
de hierro de los salarios”. En su formulación más sinóptica, podríamos resumir el
argumento de Ricardo como sigue: cualquier incremento en los salarios sobre este nivel
de subsistencia llevará a un incremento de la población, y entonces el aumento de la
competencia por obtener un empleo hará que los salarios se reduzcan de nuevo a ese
mínimo. De igual manera, se deduce, los salarios no podrían caer por debajo de ese
nivel de subsistencia, porque las masas laborales no encontrarían las condiciones
ideales para reproducirse y abastecer de mano de obra los futuros mercados laborales.
A nosotros nos interesa sólo subrayar que estas teorías se distinguen por su carácter
sistémico, ya que ofrecen un marco “científico” según el cual una serie de variables
económicas, que convergen en el susodicho salario de subsistencia, tienden a mantener
en situación de equilibrio el estado más o menos saneado de un sistema económico. Sin
embargo, ya el mismo Adam Smith indicaba, en su utópico horizonte salarial, que
postulaba el progresivo incremento de los salarios por encima del nivel de subsistencia
a medida que creciese la riqueza general del país, algunas variables no tan científicas.
Me refiero a la conocida paradoja que se ha convertido en la divisa clásica del
liberalismo ortodoxo, según la cual el egoísmo de los intereses concurrentes en la
156
economía tendería, por una ley presuntamente científica los mercados329, a una suerte
de solidaridad financiera de la que todos los integrantes de la sociedad saldrán
beneficiados. El hecho de que Smith hubiera escrito, con todo, sobre «la rapacidad ruin,
el espíritu monopolista de los mercaderes y de los fabricantes», y que hubiera dicho
también que «ni unos ni otros son, ni deben ser, los que gobiernen al género humano»,
se dio por ignorado enteramente, para propiciar la gran tesis que Smith había sacado de
sus investigaciones: dejad solo al mercado, cuyas leyes bastaban por si solas para
corregir el “egoísmo” de los capitalistas.
Será Marx, principalmente, quien heredando las principales ideas de Smith y Ricardo,
pondrá en tela de juicio esta “invisibilidad” benévola de los mercados mediante su
indagación en la muy “visible” explotación económica del capitalista, propietario de
los medios de producción, sobre el obrero, propietario sólo de su tiempo y su fuerza de
trabajo, a través de herramientas de extorsión como la plusvalía. Muy resumidamente,
podríamos enunciar la teoría salarial de Marx de la siguiente forma. El capitalista que
contrata a un empleado no compra su trabajo sino su fuerza de trabajo. Como la jornada
laboral se extiende más allá del tiempo de trabajo necesario para reproducir el valor de
la fuerza de trabajo, tenemos un tiempo de plustrabajo, en el cual se genera un
plusvalor apropiado por el capitalista. Cabe recordar que en el capitalismo fabril
imperante de la época de Marx, la jornada laboral se extendía, en efecto, más allá de
cualquier límite razonable, desde las 12 hasta las 16 horas, porque la mejor manera de
amortizar la maquinaria, y maximizar los beneficios que suponía su puesta en marcha y
funcionamiento, era mantenerla en situación de movimiento perpetuo. Benjamin Coriat
recoge en su interesante estudio esta escalofriante declaración del Barón Dupon a la
cámara de París en 1847:
329
Si bien cabe recordar que tal “ley” tiene su expresión más conocida, no en una ecuación científica, sino
en una metáfora: la “mano invisible” del mercado popularizada en La Riqueza de las naciones.
330
Informe a la cámara de Paris, 1847. Citado en: Coriat, ob.cit., p.38
157
Lo que nos interesa realmente señalar es que Marx, aún dando una explicación
“sistémica” del modo en que sucede esta extorsión, no pone el acento en las razones del
sistema, presuntamente equilibrado mediante la mano invisible de los mercados que
popularizara Smith, sino en las razones del individuo trabajador para no acatar una
explicación asépticamente científica de su explotación y organizarse sindicalmente para
proteger sus derechos laborales. En este nuevo contexto, que recogerá una protesta
indignada contra la presunta “naturalidad” de los salarios de subsistencia y las jornadas
laborales extenuantes, es donde podemos situar la voz crítica del buscavidas,
actualizada en una época en que el trabajador habrá cosechado más derechos sociales.
Sin ser un sindicalista, dado su nomadismo individualista, salta a la vista, en la manera
horrorizadamente cómica con que percibe sus trabajos, que el buscavidas se solidariza
con los explotados. Por tanto, al experimentar en sus propias carnes los efectos
alienantes del sistema laboral capitalista, no pondrá el acento en las razones
“sistémicas”, “auto-reguladas” y tendentes a la solidaridad de la economía de mercado,
como sugería optimistamente Adam Smith. Lo hará, evidentemente, en la inclemente
“explotación” del factor humano que subyace a su funcionamiento, a través de la
explotación de un tiempo de trabajo, única propiedad del empleado, que le depara un
salario de subsistencia a cambio de generar inmensos beneficios para el empleador.
Este tipo de protesta, contra la extorsión temporal y económica, es la que expresa
Chinaski sobre uno de sus contratos, recién finiquitado por un patrón que le acusa de
gandul. Chinaski responde, marxistamente, que le ha estado vendiendo su tiempo
prácticamente gratis: “Es todo lo que tengo que dar, es todo lo que un hombre tiene.
Por un cochino dólar cada cuarto de hora.(…) dándole mi tiempo para que usted pueda
vivir en su mansión en lo alto de una colina y tener los lujos que desee. Si hay alguien
que haya perdido en este trato, en este puto arreglo…ese he sido yo, ¿entiende?”331
331
Bukowski(2007), ob.cit., p.101
158
Kafka cuando describe, metafóricamente, la circulación sumamente ordenada que
abastece de alimento a la ciudad capitalista por excelencia:
“Más tarde comenzaron las columnas de camiones que llevaban alimentos a Nueva
York y que, en cinco hileras que ocupaban toda la carretera, circulaban tan ininterrumpidamente
que nadie hubiera podido cruzarla. De vez en cuando la avenida se ensanchaba convirtiéndose
en una plaza, en cuyo centro un policía iba de un lado a otro por una especie de torre elevada
para vigilarlo todo y poder dirigir con un bastoncito la circulación de la avenida principal y de
las calles laterales que desembocaban en ella, circulación que quedaba sin regular hasta la
siguiente plaza y el siguiente policía, aunque los silenciosos y atentos camioneros y chóferes
mantenían un orden suficiente. Lo que más sorprendía a Karl era el silencio general. Si no
hubiera sido por los gritos de los confiados animales que llevaban al matadero quizá no se
hubiera oído otra cosa que el sonido de las pezuñas y el chirrido de los frenos”332.
He escogido este fragmento de Kafka, al mismo tiempo, por la inquietante figura del
policía que se alza por encima de la circulación para encauzarla en su debido ritmo. Se
trata, a mi parecer, de una gélida figura de autoridad que refleja, en su contraste con los
chillidos de los animales, el conflicto principal que afrontará el capitalismo en su
camino hacia una total implantación: el de una autoridad cada vez más panóptica,
inescapable e interiorizada en el proceso mismo de producción, que vele por los
intereses del capital y reduzca al mínimo la posibilidad del obrero de consensuar con
los propietarios de los medios de producción las condiciones económicas que rigen su
existencia.
159
manteniéndolos en un estado cercano al de la subsistencia, pero desahogando al obrero
de la condición miserable que vio nacer, con toda justicia, las teorías de Marx en el
s.XIX. Asimismo, en plena expansión del modelo fordista, se firmará en 1919, la
primera regulación que se hizo referente a la duración de la jornada de trabajo333. A
primera vista, parecería que se debe a una batalla perdida del capital, en el plano del
tiempo y el dinero, a un paso adelante de las legislaciones humanitarias por garantizar
los derechos de los trabajadores. Pero como señala Kafka, tal afán civilizatorio
conducen a ese silencio ininterrumpido, silencioso y ordenado de la circulación
económica moderna, en el que pueden percibe, si aguzamos el oído, los chillidos del
matadero.
Taylor realiza este desplazamiento de la “autoridad”, como vimos más arriba, mediante
un estudio del cronometraje de los tiempos y el diseño de una jerarquía técnica que
vigile su disciplinado cumplimiento. Aunque la Bethleem Steel, empresa en que se
aplicaron sus principios, recibió muchas protestas sindicales por la manera en que el
333
Fue en la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo convocada en Washington
por el Gobierno de los Estados Unidos de América el 29 de octubre de 1919. En esta Conferencia se
estableció el convenio por el que se limitan las horas de trabajo en las industrias a ocho horas diarias y
cuarenta y ocho semanales.
160
trabajador quedaba alienado completamente del proceso de producción, como replica
significativamente Gaudemar,
En este sentido, el taylorismo actúa como una estrategia patronal invencible contra la
ofensiva obrera, y modela el perfil de trabajador ideal en dos direcciones que me limito
a mencionar de manera muy sencilla. Por una parte, fomenta la creación de una élite,
encargada del Management, que actuará como un incentivo salarial en los esfuerzos
del trabajador y le provee de una proyección de futuro y ascenso dentro de la misma
empresa. Como recuerda Gaudemar, esta estrategia es fundamental porque “la
introducción de nuevas normas de productividad no implica una mayor eficacia
productiva salvo si la empresa es capaz de crear al mismo tiempo las formas de mando
y disciplina, y por tanto, las formas de jerarquización capaces de conseguir su
aplicación”335.
“The subs routed their magazines on corners, went without lunch and died in the
streets. We’d start a half hour short but still were expected to get the mail up and out and be
back on time. And once or twice a week, already beaten, fagged and fucked we had to make the
night pickups, and the schedule on the board was impossible- the truck wouldn’t go that fast.
334
Gaudemar, ob.cit., p.86
335
Ibid., p.85
161
(…) The subs themselves made Jonstone possible by obeying his impossible orders. I couldn’t
see how a man of such obvious cruelty could be allowed to have his position”336.
“ ‘Each tray of this type of mail must be stick in 23 minutes. That’s the production
Schedule’.(…) No talking allowed. Two ten minute breaks in 8 hours. They wrote down the
time when you leave and when you came back. If you stayed 12 or 13 minutes, you heard about
them. (…). All the supervisors had this look on their faces- they looked at you as if you were a
hunk of human shit. Yet they had come in through the same door. They had once been clerks o
Carriers”337.
336
Bukowski(2009), ob.cit., p.3.
337
Ibid., p.52
162
en ese sentido, que la decisión de formar parte del Management implica una
deshumanización obvia durante la jornada laboral que el trabajador, reparos morales al
margen, sabe entender como un ejercicio autoritario de disciplina patronal: “Cualquiera
que se declare ‘solamente un técnico’ o bien es víctima de ese error, o bien participa de
ese nuevo modo de legitimación de las figuras jerárquicas manifestando así,
indirectamente, su elección de un papel en el control de la organización de la
disciplina”338. Chinaski incluso parece considerarla la más agridulce y natural de las
traiciones, cuando encuentra al mejor amigo de su primera etapa en la oficina postal,
convertido en supervisor por razones pecuniarias obvias, invitándole a una jornada de
pesca en equipo para celebrar el retiro del antiguo supervisor que les explotaba a
ambos: “No, shit, I just don’t even want to look at him.” “But you are invited” Tom
Moto was grinning from asshole to eyebrow. Then I looked at his shirt: a supervisor’s
badge. “Oh no, Tom” “Hank, I’ve got 4 kids. They need me for bread and butter.” “All
right, Tom” I said. Then I walked off”339. Estos supervisores, pequeños jerarcas del
tiempo que velan por el cumplimiento horario de la voluntad del patrón, integran la
jerarquía productiva en el sistema de Taylor. Pero la obsesión por el control del tiempo
afecta a un orden de mayor alcance coyuntural, el de la duración de la jornada laboral,
que desarrollaremos al hablar del estado keynesiano. En la obra de Kafka, rica en
jerarquías burocráticas que producen vértigo en el lector, también podemos encontrar
reflexiones sobre esta obsesión del poder patronal, delegado en cargos menores, en
implacables relojeros, cuya misión es hacer cumplir la observancia de los tiempos y los
horarios de trabajo:
“Allí se encontraba la empresa número 25. Ante la puerta estaba el gerente bizco, con
el reloj en la mano. “¿Eres siempre tan poco puntual?” preguntó. “Ha habido varios
contratiempos” dijo Karl. “Siempre los hay” dijo el gerente. “Pero en esta casa no valen.¡Toma
nota!” Karl apenas escuchaba ya esa clase de sermones; todo el mundo aprovechaba su poder e
insultaba al inferior. Al final sonaba sólo como el tic-tac regular de un reloj” 340.
338
Gaudemar, ob.cit., p.87
339
Bukowski(2009), ob.cit., p.153
340
Kafka, ob.cit., p.257.
163
Por otra parte, aprovechando el inmenso flujo inmigratorio a los Estados Unidos,
fomenta la creación de una masa proletaria no cualificada, que queda desposeída de su
competencia técnica sobre el proceso de producción y merma de manera radical su
capacidad reivindicativa. El principio disciplinario que evidencia, sobre la existencia
misma del trabajador, un salario más elevado, queda pues realizado mediante esta hábil
treta por el taylorismo en el sistema laboral moderno. A partir de entonces, cuando el
capital entienda que puede economizar empleos innecesarios y optimizar el
rendimiento de sus empleados, adaptará sus recursos a tal fin, haciendo las jornadas
laborales, tal vez no más extensas, pero si mucho más intensas, como lamenta Chinaski
en este pasaje: “El problema en aquellos días de la guerra era el horario intensivo. Los
que llevaban el control siempre preferían explotar continuamente a unos pocos en vez
de contratar a más gente para que todo el mundo trabajase menos” 341. Mediante la
aplicación del sistema tayloriano, subrayado mediante la aplicación de la cadena de
montaje fordista, la optimización del tiempo de producción es el único criterio a tener
en cuenta por la empresa, ya que permite economizar empleo y contratar obreros
menos cualificados que abaraten el coste total de la mano de obra. ¿Qué puede hacer,
Chinaski, por ejemplo sino cumplir a rajatabla todas las condiciones que le imponga la
empresa, a sabiendas de que seguiría siendo igualmente prescindible, cuando observa
ajustes presupuestarios como éste?: “En menos de tres días Jennings había despedido a
un tío que trabajaba en la oficina principal y reemplazado a tres tíos de la línea de
ensamblado por tres jovencitas mexicanas deseosas de trabajar por la mitad del dinero”
342
. Evidentemente, en situaciones como éstas, aún respetando teóricamente la ley de
contratos posterior al New Deal, surgen situaciones de explotación encubierta, como la
del trabajo “intensivo” de Chinaski, que resulta hacerse “extensivo” por añadidura
pocas semanas después, con la misma excusa inverosímil de la guerra:
“Las horas extraordinarias se hicieron automáticas. Yo bebía cada vez más y más en
mis horas libres. La jornada de ocho horas había desaparecido para siempre. Cuando entrabas
allí por la mañana podías estar seguro de que ibas a tener un mínimo de once horas de trabajo.
Esto incluía también los sábados, que en teoría eran también media jornada, pero que se habían
transformado también en jornada completa. La guerra seguía su curso, pero las señoras
compraban trajes como endemoniadas. …”343
341
Bukowski(2007),ob.cit., p.47-48
342
Ibid., p.129
343
Ibid., p.52
164
Por su parte, Ford hereda esta recomendación de aumentar los salarios como manera
más directa de disciplinar la personalidad obrera individual, eliminando sus
reivindicaciones como colectivo sindicado y permitiendo al sector automovilístico un
aprovisionamiento continuo de fuerza de trabajo. En Detroit, debido a la cantidad de
mano de obra que necesitaba dicha industria, Ford pone en práctica este nuevo salario –
el jornal de 5 dólares, un sueldo que doblaba el sueldo más alto pagado hasta entonces-
a fin de atajar posibles sabotajes sindicales, limitar el ausentismo y proveerse de un
flujo ininterrumpido de fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, su cadena de montaje
facilita una falta de especialización sin precedentes en el proceso de producción, la
entrada masiva de obrero no cualificados en el sistema laboral (en su mayoría
inmigrantes) y una multiplicación de la productividad inédita en la historia. Tales
principios generales implicarán, en la práctica salarial, dos principios disciplinarios
sobre la existencia misma del trabajador. Por una parte, un principio explícito, en dos
fases. Debido a la dureza del trabajo en la cadena de montaje, en primera instancia Ford
parece contratar a todo el mundo, sin excepción, a medida que van quedando libres
vacantes en la cadena. Como recuerda Coriat, en el plano contractual, la industria
automovilística es percibida como una auténtica industria de combate “hire and fire” 344.
La especial dureza de la jornada en la cadena de montaje, intensiva pero optimizada
hasta el delirio mecánico, consume fuerza de trabajo tan rápidamente como la desecha.
La asignación del “Five dollars day” responde, por tanto, a una necesidad acuciante de
asegurarse mano de obra inmediata y abundante, pese a la duras condiciones que
imperan en la fábrica. Pero en segunda instancia, cabe señalar que Ford no le otorga el
“Five dollars day” a cualquier empleado: funda un Departamento de Sociología, que
hace un seguimiento exhaustivo de la vida del obrero y le impone severas condiciones
morales345. A cambio, le garantiza el codiciado jornal de 5 dólares tras un período de
prueba de seis meses, que puede serle retirado en cualquier momento, si no supiera
usarlo de manera discreta y prudente. Como decíamos más arriba, mediante tales
estrategias de disciplina salarial, el capital se permite disciplinar con principios morales
el estilo de vida que más le convenga para garantizar la fiabilidad de su fuerza de
trabajo.
344
Coriat, ob.cit., p.56
345
Ibid., p.57
165
Poder contar con una “fuerza de trabajo”, moralmente disciplinada y sin contratiempos,
supone una fuente de ingresos mucho más constante y fiable que el valor añadido que
implica semejante incremento salarial sobre los costes de producción. En este pasaje de
Viaje al fin de la noche, se reflejan bien las dos fases de este principio disciplinario, el
hecho de que Ford contrate masivamente, en una dinámica convulsa de “hire and fire”,
a muchos empleados de esa mano de obra superabundante, pero al mismo tiempo los
descarte con rapidez cuando no son suficientemente dóciles:
“No era yo el único que esperaba. Uno de los que aguardaba me dijo que llevaba dos
días allí y aún en el mismo sitio. (…) Había venido desde Yugoslavia, aquel borrego, a pedir
trabajo. (…) En aquella multitud casi nadie hablaba inglés.(…) Llovía sobre nuestro gentío. Las
filas se comprimían bajo los canalones. Se comprime con facilidad la gente que busca currelo.
Lo que le gustaba de Ford, fue y me explicó el viejo ruso, dado a las confidencias, era que
contrataban a cualquiera y cualquier cosa. ‘Sólo que ándate con ojo – añadió, para que supiera a
que atenerme- no hay que ponerse chulito en esta casa, porque, si te pones chulito, en un dos por
tres te pondrán en la calle y te substituirá, en un dos por tres también, una máquina de las que
tienen siempre listas, y si quieres volver, te dirán que nanay’” 346.
Celine se queda corto cuando dice que basta con ponerse “chulito” para que te
despidan, porque de hecho, el Departamento de sociología se extralimitaba en tales
funciones, como indica Gaudemar al señalar que su misión esencial era “controlar,
desplazándose a los hogares obreros y a los lugares que frecuentan, cuál es su
comportamiento general y, en particular, de qué manera se lo gastan”347.
346
Céline, ob.cit., p.259-260
347
Gaudemar, ob.cit., p.57
166
investigaciones de su ‘departamento de sociología’, que invierta su salario en los
mismos productos que la tecnología de la cadena de montaje está contribuyendo a
sobreproducir masivamente, es decir, que sus propios trabajadores se conviertan en sus
consumidores. Ford conocía bien esta intención colateral de su incremento salarial
cuando lo formula en sus memorias de esta forma tan rudimentaria: “Nuestro propio
éxito depende en parte de los salarios que paguemos. Si repartimos mucho dinero, ese
dinero se gasta…; de ahí que…esta prosperidad se traduce en un aumento de la
demanda (de nuestros automóviles)”348.Tal abuso de control por parte del
‘Departamento de sociología’ afecta al empleado, ya no sólo en la mecanización
alienante de su tiempo de trabajo, sino también en el consumo que debe condicionar su
tiempo de vida. Es lo que parece parodiar Celine, como buen buscavidas, cuando al
cabo de un tiempo en la Ford, vencido por el desánimo industrial, confiesa el paradero
su paga:
“Aún así, volvía a sentir deseos de ver de nuevo a personas de fuera. No las del taller,
por supuesto, que no eran sino ecos y olores de máquinas como yo, carnes en vibración hasta el
infinito, mis compañeros. Un cuerpo auténtico era lo que yo quería tocar, un cuerpo rosa de
auténtica vida silenciosa y suave. (…) Fue el primer lugar de América donde me recibieron sin
brutalidad, con amabilidad incluso, por mis cinco dólares. Y había las chavalas bellas, llenitas,
tersas de salud y fuerza graciosa.(…) En él acababa toda mi paga. Necesitaba, al llegar la noche,
las promiscuidades eróticas de aquellas criaturas tan espléndidas y acogedoras para recuperar el
alma”349.
“Me coloqué ante la ran cristalera del generador eléctrico, gigante multiforme que
brama al absorber y repeler…(…)Una mañana que estaba así, contemplando boquiabierto, pasó
por casualidad el ruso del taxi. “Chico- me dijo-, ¡ya te puedes despedir!...Hace tres semanas
que no vienes…Ya te han substituido por una máquina…Y eso que te había avisado”350.
348
Ford, ob.cit., p.142. Citado en: Coriat, ob.cit., p.92
349
Celines, ob.cit, p.264
167
Pero en fin, a pesar del interés de Ford porque sus obreros consuman sus salarios
debidamente, como recuerda Coriat, “el salario alto (cuando es llevado a la práctica,
lo que sigue siendo excepcional) no conseguirá absorber por si mismo las mercancías
producidas en lo sucesivo a unas escalas y series prolongadas” 351. Tal imposibilidad
llevará, entre otros factores, al crack del 29. Pero Ford y los empresarios, previendo un
desfase brutal en la oferta-demanda, ya comenzó a desarrollar múltiples dispositivos
para incentivar el consumo, dispositivos que continuarán practicándose en el estado del
bienestar; el consumo forzoso, por ejemplo, mediante el cual se obligará al empleado a
consumir parte de su salario en “vales de compra”, canjeables en una serie de
establecimientos; o el desarrollo extraordinario durante esa época del crédito al
consumo. Bukowski nos da su particular visión de estos tickets, cuando una empresa de
reconstrucción de vías ferroviarias, que transporta a los obreros de estación en estación,
se los ofrece como parte de su jornal. Su intención no es coger el trabajo, por otra parte,
sino viajar gratis de Louisiana a su ciudad natal, Los Ángeles:
“Nos repartieron de nuevo tickets para hotel y comida. Di mis tickets de hotel al primer
vagabundo que se cruzó en mi camino. (…) Seguí adelante y encontré el café. Servían cerveza,
así que cambié mis tickets por cerveza. Toda la pandilla del ferrocarril estaba allí. Cuando me
bebía los tickets, me quedaba dinero suficiente para coger un tranvía hasta la casa de mis
padres”352.
Por otra parte, Chinaski también se burla del estilo de vida, alienado por estos
dispositivos que fomentan el consumo, que distingue a los obreros que empeñan su
vida entera en el coche y la hipoteca: “Normalmente esos tíos suelen estar en la séptima
de las treinta y seis letras del coche nuevo, sus mujeres van a clase de cerámica los
lunes por la noche, los intereses de la hipoteca se los están comiendo vivos y cada uno
de sus cinco hijos se bebe un litro de leche diaria” 353. Así pues, los buscavidas, como
personajes especialmente desarraigados y frugales respecto a los bienes considerados
como “básicos” por un integrante estándar de la clase media, gana cierta libertad frente
350
Ibid., p.269
351
Coriat, ob.cit., p.92
352
Bukowski, ob.cit, p.17
353
Ibid., p.122
168
a ellos. Pero al mismo tiempo, cabe recordar que el ‘Departamento de sociología’ de
Ford, debido a su influencia en la organización laboral de nuestro siglo, marcará un
antes y un después en la política de contratación de empresa. Coriat señala que esa
época “marca el principio de la cooperación entre expertos de formación universitaria
(sociólogos, psicólogos, psicotécnicos, etc) y hombres de negocios” 354. Es decir, marca
el comienzo de una gestión disciplinaria de los recursos humanos, que afectará
profundamente a los buscavidas, como trabajadores especialmente irresponsables, en su
acceso a los empleos mejor remunerados de las grandes compañías:
Con todo, al eclosionar la crisis del 29, todos los fantasmas del capitalismo evocados
por Marx, según el cual sus ciclos económicos conducían inexorablemente hacia su
propia ruina, parecieron hacerse realidad. Ni los débiles y puntuales incrementos
salariales defendidos por Ford, ni las políticas de crédito a consumo, fueron cimiento
sólido para evitar el crack del 29, originado, entre otros factores, en una industria cuya
superproducción (oferta) no pudo ser absorbida por un mercado de consumidores
suficientemente fuerte, continuo y sólido (demanda). Aquí nos interesa señalar sólo que
el concepto de crisis afecta profundamente a la vida del trabajador, ya que el desempleo
forzoso le deja, literalmente, sin medios de subsistencia. La posibilidad de quedarse sin
trabajo le hace aceptar cualquier condición que la empresa quiera imponer en sus
contratos, ya que un ciclo económico regresivo le convierte, por regla general, en un
recurso económico sumamente prescindible. Por eso, cuando Karl Rossman ha sido
esclavizado contra su voluntad como criado de Brunelda, se lamenta de que “cualquier
otro puesto le parecería suficientemente bueno, e incluso prefería la miseria del
354
Coriat, , ob.cit., p.45
355
Bukowski(2007), ob.cit., p.148-149
169
desempleo”356. A lo que su compañero de cautiverio replica con cautela: “¿Quién te
conoce? ¿A quién conoces? Nosotros, dos hombres que hemos vivido y que tenemos
mucha experiencia, hemos vagado por ahí durante semanas sin encontrar trabajo. No es
fácil, incluso es desesperadamente difícil”357. Es decir, le recomienda que acepte un
trabajo absolutamente alienante, única y exclusivamente para no caer en el desempleo,
lo cual convierte a éste, como decíamos, en herramienta estructural básica, en amenaza
latente, que el sistema utiliza para garantizar la docilidad de los empleados.
Teniendo en mente esta dificultad, el capítulo del gran teatro de Oklahoma, que sucede
pocas páginas después, es por tanto doblemente inquietante, ya que promete una oferta
infinita, indefinida e inflacionaria de trabajo a todos aquellos que lo demanden. Todo el
capítulo, de principio a fin, está teñido por la sospecha de que pueden estar siendo
engañados: “Era posible que todas las palabras pomposas del cartel fueran mentira,
podía ser que el gran teatro de Oklahoma fuera sólo un pequeño círculo ambulante;
pero quería contratar gente y eso bastaba. Karl no leyó el cartel por segunda vez, pero
buscó de nuevo la frase: ‘Todo el mundo es bienvenido’ ” 358. El capítulo hace mucho
hincapié en la grandiosidad inflacionaria de una campaña de contratación a la que sin
embargo se presentan muy pocos empleados. Sobre unos pedestales que preceden a las
casetas de contratación (dispuestas, a su vez, dentro del hipódromo), decenas de
trompetistas mediocres, disfrazadas de ángeles, procuran atraer la atención de los
desarrapados que se han acercado hasta Clayton en busca de trabajo. Karl habla con
uno de los ángeles, que resulta ser una chica a quien conocía: “‘Me asombra que no
haya más gente que acuda’. ‘Sí’ dijo Fanny ‘es curioso.’ (…) ‘¿Tiene el teatro de
Oklahoma tantos ingresos como para mantener tantos grupos de reclutamiento?’ ‘¿Qué
nos importa?’ dijo Fanny”359. El capítulo, en cierto modo, parece transmitir la imagen
de un paraíso, el del pleno empleo, que disimula algún secreto terrible, ya sea su
captación de mano de obra barata o, proféticamente, el desempleo endémico al que
llevará el crack del 29 tras una expansión económica de proporciones masivas y
absolutamente inflacionarias. El hecho de que el ‘mercado laboral’, representado por
las oficinas de contratación, se construya en el interior de un hipódromo, parece avalar
356
Kafka, ob.cit., p.216
357
Ibid., p.218
358
Ibid. p.258
359
Ibid., p.263
170
esta desalentadora interpretación. La fábula de Kafka, desde tal punto de vista, nos
dice: Si el mercado laboral se articula en un entorno no reglado por ley, se multiplica en
un espacio donde la especulación de las apuestas mueve los hilos, la sociedad entera,
convencida de su propia bonanza económica, desemboca en un gran espejismo
financiero. Hasta que se desarrolle el estado del bienestar, del que hablaremos a
continuación, no existió un marco jurídico estable que defendiera, a partir de la misma
ley, los derechos del trabajador frente a estos ciclos de expansión y regresión
económicas caracterizados por una fuerte especulación financiera, esto es, por un
mercado abandonado a sus propias reglas, tal como defendiera Adam Smith. Incluso
con la aplicación de este nuevo marco, que sigue siendo un marco capitalista, mitigado
en su arbitrariedad por un aparato estatal que sirve de colchón a los trabajadores que
caen en el desempleo, el capital seguirá utilizando el paro como un mecanismo de
ahorro indiferente a la existencia particular del trabajador. Así describe Bukowski uno
de sus despidos: “Estamos entrando en un período de descenso de ventas. Lamento
decirles que vamos a despedirles a todos hasta que las cosas vuelvan a marchar bien.
Ahora, si quieren ponerse en fila, anotaré sus nombres, números de teléfono y
direcciones. Cuando vuelvan a ir bien las cosas, serán los primeros en saberlo” 360. Por
tanto, la vida económica en el capitalismo, antes y después de Keynes, está regida por
el utilitarismo de un empresariado que ve en el paro, en primer plano, no una desgracia
personal para el trabajador, sino un mecanismo inseparable de sus ciclos económicos.
Evidentemente, como decíamos más arriba, eso pone al sistema en disposición de
utilizar el paro como elemento clave en sus negociaciones con el trabajador, que vive el
paro, no desde los altares incontestables de la contabilidad, sino de forma mucho más
angustiosa. Así la expresa Céline:
“La lenta angustia del despido sin explicaciones (con un simple certificado) siempre
acechando a los que llegan tarde, cuando el patrón quiera reducir sus gastos generales.
Recuerdos de la ‘crisis’ a flor de piel, de la última vez en el desempleo, de todos los periódicos
con anuncios que se hubo de leer, cinco reales, cinco reales…de las esperas para buscar currelo.
Esos recuerdos bastan para estrangular a un hombre”361.
360
Bukowski(2007), ob.cit., p.178
361
Céline, ob.cit., p.279.
171
La mano de Smith brilló, no tanto por su invisibilidad como por su ceguera, durante el
desastre financiero más estrepitoso en la historia de la economía de mercado. En ese
contexto, fue Keynes, como asesor económico de Roosevelt y promotor del conocido
New Deal, el que reformuló un capitalismo, que librado a las leyes del mercado, había
naufragado, y en el que a partir de ahora, el estado ejercería un fuerte control y un
papel de mediador privilegiado. En primer lugar, Keynes estimulará “una política
vigorosa de consumo (que combata las tendencias al ahorro) y de inversión pública
(sobretodo en obras públicas) por partes de las colectividades locales. 362” En segundo
lugar, el eje central de su política consiste en la fijación de este triple objetivo que
señala Coriat:
“un marco jurídico- legal consistente en un conjunto de reglas sobre la misma relación
de explotación (duración del trabajo, horas extraordinarias, trabajo de los niños, salario);(…)
instauración del salario indirecto (asignaciones familiares, enfermedad, jubilación)(…) con el
fin de asegurar sobre una base duradera la existencia de mano de de obra barata que necesita la
gran industria; por último, estructuración enteramente nueva de la asistencia a los parados y
accidentados, (…) como un medio de incorporación y control de las fuerzas de trabajo
coincidente en mantenerlas “en reserva” para la producción capitalista y el salariado” 363.
Por último, cabe remarcar que estas medidas que potencian el consumo son asumidas
por toda la infraestructura empresarial mediante el desarrollo de un lenguaje, el
publicitario, que ejercerá un poderoso efecto en la sociedad. Comúnmente ha venido a
denominarse este efecto, en su hipertrofia actual, como consumismo. En tal contexto,
podemos entender en buena lógica que la sociedad del bienestar y el consumismo son
la expresión contradictoria pero inseparable de nuestra moderna sociedad de
362
Coriat, ob.cit., p97
363
Ibid., p.99
172
trabajadores. A tal respecto, André Gorz cita estas significativas declaraciones de
J.Walter Thompson364, presidente de una de las más grandes agencias publicitarias a
comienzos de los años 50: “Yo considero la publicidad como una fuerza de educación y
de activación capaz de provocar los cambios de la demanda que nos son necesarios. Al
mostrar a mucha gente un nivel de vida más elevado, la publicidad hace aumentar el
consumo al nivel que nuestra producción y nuestros recursos lo justifican”. En dicho
fragmento, el mismo Thompson añade, utilizando un lenguaje tan mesiánico como
yugular, que la publicidad está llamada a “cambiar la faz del mundo y renovarlo
totalmente”, así como a “crear en el espíritu de la gente unas necesidades de las que no
ha tenido ni la sombra de una idea”. Evidentemente, esta inclinación al consumo no es
exclusiva de esta nueva modalidad de capitalismo. Algunos sociólogos, como Thorstein
Veblen, ya en 1899, situaba el “consumo ostensible” y la “emulación pecuniaria”
como motores orientadores de la acción social en el capitalismo finisecular del XIX 365.
La particularidad de esta nueva y política vigorosa de consumo es que se extiende a
todas las clases, a fin de retroalimentar nuestro ciclo económico, basado en la
producción de masas, acelerando explícitamente y artificialmente el consumo
ininterrumpido a través de prácticas industriales como “obsolescencia planificada” o la
sobrestimulación de deseos que conlleva el lenguaje publicitario 366. Al mismo tiempo,
conviene recordar que este consumo generalizado no es una prueba de esa especie de
opulencia universal en la que Smith llegó a pensar esperanzadamente, si la riqueza
aumentaba de manera sostenida en los países industrializados; por decirlo de otro
modo, no supone una disolución de la estructura de clases, sino una forma de consagrar
el consumo en los diversos modos de acumulación de cada clase. Luis Enrique Alonso
hace un perfecto resumen de las tesis de Baudrillard sobre el consumo como
implacable estructurador de clases:
“Las clases dominantes se presentan como el deseo ideal de consumo, pero debido a la
innovación, diversificación y renovación permanente de las formas-objeto, este modelo se hace
constantemente inalcanzable para el resto de la sociedad; en el primer caso, consumir es la
364
Citado en: Gorz, ob.cit., p.160
365
Vid. En: Veblen, Thorstein. The theory of the leisure class. Oxford: Oxford University Press: 2008.
366
La práctica de la “obsolescencia planificada” empieza en los años 20 con la sobreproducción derivada
del sistema fordista y es acuñada como término por primera vez en un panfleto político de Bernard
London, de clara inspiración keynesiana: Ending the Depression Through Planned Obsolescence. Como
se echa de ver, en la misma fundación del estado keyenesiano, como respuesta de emergencia al crack
del 29, se entiende que la estimulación artificial del consumo, ya sea mediante una menor durabilidad del
objeto o el lenguaje publicitario, será necesario para relanzar la economía.
173
afirmación, lógica, coherente, completa y positiva de la desigualdad, para todos los demás
colectivos consumir es la aspiración, continuada e ilusoria de ganar puestos en una carrera que
nunca tendrá fin”367.
Luis Enrique Alonso zanja su resumen con agridulce poesía, al intuir que el ciclo de
producción y consumo que perpetúa estas aspiraciones insaciables se basa en una
“industrialización de la carencia”.
367
Alonso, Luis enrique. Trabajo y posmodernidad: el empleo débil. Madrid: Editorial fundamentos,
2001, p.41
368
Walser, ob.cit., p.123
174
diluvio en suspenso, mientras que para mí no era sino un sistema abominable de coacciones,…”
369
En ese ambiente de riquezas al alcance de la mano, los pobres sufren con especial
dureza la mordedura clasista de la “carencia”, que les impulsa a consumir para no sentir
esa hiriente comparación con los ricos que el lenguaje publicitario exacerba
continuamente: “Tal vez entonces pierdas al mismo tiempo la agotadora costumbre de
pensar en los triunfadores, en las fortunas felices, ya que puedes tocar con los dedos
todo eso. La vida de la gente sin medios no es sino un largo rechazo en un largo delirio
y sólo se conoce de verdad, sólo se supera de verdad, lo que se posee” 370. El engranaje
de un sistema basado en la incitación al consumo y la “industrialización de la carencia”
queda reproducido metafóricamente por Celine en su descripción de un comedero para
pobres, exhaustivamente racionalizado, a la manera de una fábrica de Ford, a fin de
optimizar su rendimiento económico:
“Como ya solo me quedaban tres dólares en el bolsillo, fui a verlos agitarse en la palma
de mi mano, a la luz de los anuncios de Times Square, placita asombrosa donde la publicidad
salpica por encima de la multitud ocupada en elegir un cine. Me busqué un restaurante muy
económico y acabé en uno de esos refectorios públicos racionalizados donde el servicio se
reduce al mínimo y el rito alimentario está simplificado en la medida exacta de la necesidad
natural.(…) Pero si nos inundaban así, a los clientes, con tal profusión de luz, si nos arrancaban
por un momento a la noche natural de nuestra condición, era porque formaba parte de un plan.
Alguna idea del propietario. Yo desconfiaba. Causa un efecto muy raro, después de tantos días
de sombra, verse bañado de una vez en torrentes de iluminación.(…) Desde el otro lado del
escaparate éramos observados por la gente de la fila que acabábamos de abandonar en la calle.
Esperaban a que hubiésemos acabado, nosotros, de jalar, para venir a instalarse, a su vez.
Precisamente para ese fin y para mantenerlos con apetito era para lo que nosotros nos
encontrábamos tan bien iluminados y resaltados, a título de publicidad gratuita. Las fresas de mi
pastel estaban acaparadas por tantos reflejos centelleantes, que no podía decidirme a
comérmelas. No hay modo de escapar al comercio americano”371.
369
Céline, ob.cit, p.238-240
370
Ibid., p.241
371
Ibid., p.240-242
175
“Henley me enseñó cómo. ‘Tenemos tres tipos de cajas, cada una impresa de diferente
manera. Unas son para nuestras “Zapatas de freno superduraderas”, las otras son para nuestras
“Superzapatas de freno” y las otras son para nuestras “Zapatas de freno Standard”. Las zapatas
están aquí al lado apiladas.’ ‘Pero a mí me parecen todas iguales. ¿Cómo las voy a distinguir?’
‘No hace falta. Todas son el mismo modelo. Sólo tienes que dividirlas en tercios” 372.
“Me arrastraba allí, bajo las nutridas hileras de bicicletas inmaculadamente ordenadas.
Me tumbaba allí de espaldas, y suspendidas sobre mí, alineadas con precisión, colgaban filas de
relucientes radios de plata, llantas, cubiertas de caucho negro, brillante pintura nueva, pedales.
Todo en perfecto orden. Era inmenso, correcto, ordenado…500 o 600 bicicletas en formación
encima mío, cubriéndome, por todas partes. De algún modo aquello estaba lleno de significado.
Sólo tenía que mirarlas para saber que únicamente tenía cuarenta y cinco minutos de reposo bajo
aquella selva cíclica. También sabía por otra parte de mi conciencia que si alguna vez me dejaba
llevar y caía en el torbellino mecánico de aquellas bicicletas nuevas y relucientes, estaba listo,
acabado para siempre, y nunca podría salvarme”373.
Cabe recordar, en este punto, que durante 30 años, los indicadores macroeconómicos
mostraron tasas de crecimiento sin precedentes del producto, de la productividad y del
consumo, lo cual llevó a considerar esa época (1930-1960) como una edad de oro del
fordismo con base keynesiana. Pero desde el final de los años 60 empieza a atascarse
esa dinámica emergente, para volver a entrar en una crisis abierta en el curso de los
años 70. Precisamente, durante la década de los 60, está ambientada esa pantagruélica
denuncia contra el consumismo (paradójicamente incrustado en el corazón del estado
del bienestar) que es La Conjura de los necios. La primera página de la novela, una
372
Bukowski(2007), ob.cit, p.149
373
Bukowski, ob.cit. p.76
176
descripción de Ignatius Reilly en un centro comercial, es toda una declaración de
intenciones al respecto:
“Los altaneros ojos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás personas que esperaban
bajo el reloj junto a los grandes almacenes D.H.Holmes, estudiando a la multitud en busca de
signos de mal gusto en el vestir. Ignatius percibió que algunos atuendos eran lo bastante nuevos
y lo bastante caros como para ser considerados sin duda ofensas al buen gusto y la decencia. La
posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología y geometría de una persona.
Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto” 374.
Ignatius, que tiene alma de profeta bíblico, parece culpar a su sociedad al modo de
Ezequiel, como una vanidad de vanidades. Pero detrás de dicha vanidad, cuya
descripción no es un mero chascarrillo religioso, existe la voluntad, por parte del autor,
de poner el dedo en la llaga de un sistema económico que enajena a los individuos de
su necesidades reales mediante una sobreestimulación del consumo. Ignatius es
especialmente implacable con la manera en que esta política afecta a la vida del
trabajador más raso. Tras su visita a la fábrica de Levy Pant’s, lamenta el destino de la
comunidad negra, su ‘esclavitud mecanizada’, hasta el punto de que haría bien en
volver a los algodonales donde comenzó su vasallaje laboral. Ahora bien, introduce un
matiz en la nueva condición del trabajador que moderniza esencialmente su alienación
en la moderna sociedad de consumo:
Ignatius detesta el lenguaje publicitario, pero al mismo tiempo no puede vivir sin él,
porque alimenta su odio contra un siglo que aborrece. En casa de su madre, todas las
tardes ve American Bandstand, un popularísimo programa de televisión para
374
Kennedy Toole, ob.cit., p.15
375
Ibid., p.120-121
177
adolescentes patrocinado por clearasil, en que los jóvenes bailaban al ritmo de la
música popular moderna. Ignatius no puede sino lamentar las tácticas de publicidad y
consumo que subyacen al mensaje de este programa de televisión, porque
evidentemente, por primera vez en la historia, la adolescencia se convierte en un
segmento del mercado explotable comercialmente y estimulable publicitariamente:
“ ‘A los niños de ese programa habría que gasearlos a todos.(…) Lo irónico de este
programa es que teóricamente pretende ser un ejemplo para la juventud de nuestra nación. ¡Me
gustaría muchísimo saber lo que dirían los Padres Fundadores si pudieran ver como corrompen
a esos niños en pro de la causa del Clearasil! Sin embargo, siempre he sospechado que la
democracia llevaría a esto’”376.
“Pese a que el patrullero Mancuso no le interesaban los interiores de las casas, advirtió
de todos modos, como lo habría advertido cualquiera, la presencia de la antigua cocina de gas
con el horno alto y la nevera con el motor cilíndrico encima. Pensando en las sartenes eléctricas,
las secadoras de gas, las batidoras y mezcladoras mecánicas, las fuentes de baffles, y los
asadores motorizados que parecían estar siempre girando, rallando, batiendo, enfriando,
zumbando e hirviendo en la argéntea cocina de su esposa Rita, el patrullero Mancuso se
preguntó que haría la señora Reilly en aquella cocina casi vacía. En cuanto anunciaban en la tele
un aparato nuevo, la señora Mancuso lo compraba, por muy arcanos que fueran sus usos”378.
376
Ibid., p.51
377
Ya se ha examinado más arriba el sentido de la obsolescencia planificada. El standard package
(equipamiento tipo) es un concepto creado por el sociólogo americano David Riesman en 1964, para
expresar el paquete de productos – coche, casa, enseres varios – al que debía aspirar un americano de
clase media para considerarse integrado socio-económicamente. El styling es una rama del diseño,
opuesta al funcionalismo, que hace más atractivo el diseño de un producto para los consumidores con el
fin de venderlo. El styling surgió en los años 20, de la mano de conocidos diseñadores como raymond
Loewy, y se instaló después de la caída de la bolsa de valores en 1929 como práctica habitual, con el
objetivo de incrementar las ventas.
378
Ibid., p.48-49
178
Lejos de acomodarse a los parámetros del Standard Package, los bienes de Ignatius
parecen haberse estancado en un nivel de crecimiento cero. El padre de Ignatius, cabe
recordar, fue un buen obrero y cabeza de familia, hasta que el progreso de esta
sociedad de consumo acabó literalmente con su vida. En un momento dado, se nos
informa de que el padre trabajo en un taller de carros toda la vida, hasta que llegó el
automóvil (principal artículo de consumo desde el punto de vista simbólico), y en una
reparación, se pilló el brazo entero con la correa del ventilador. Desde entonces, viven
de la pensión de viudedad, que Ignatius se ha gastado casi enteramente en su
licenciatura de 10 años, hipertrofia académica de la que Adam Smith, en su afán por
educar a las masas laborales, habría estado muy orgulloso. Pero evidentemente, esa
educación no le sirve a Ignatius para mitigar su condición de proletario, sino para
esquivarla con obcecación y aislarse monacalmente del mundo.
Es por ello que el coche de Ignatius, un Plymouth del 46, tiene ya cerca de 20 años de
antigüedad. En 1930, cuando el mundo entero estaba sufriendo la depresión, la
industria del automóvil se vio particularmente afectada. En aquellos días no se podían
vender de ninguna manera coches caros. Como los Plymouth eran relativamente
baratos, la marca se vio menos afectada. Por tanto, que una familia de obreros, como la
de Ignatius, tenga un Plymouth del 46 a mediados de la década de los 60, significa dos
cosas. En primer lugar, que el pobre padre de Ignatius se gastó todo su salario en su
adquisición de un coche para pobres, porque la industria, desde la etapa de Ford hasta
el estado del bienestar, empieza a potenciar el consumo de un ‘standard package’ en las
clases menos pudientes, a fin de apuntalar el mercado interior que absorba la
producción de la industria moderna. En segundo lugar, que hace ya tiempo, según los
dictados del ‘styling’ y la‘obsolescencia planificada’, que deberían haber cambiado de
coche, si quieren garantizar su fiabilidad y seguir los dictados de la moda. Pero igual
que tantas otras cosas en la vida de Ignatius, su ‘standard package’ es un auténtico
anacronismo. En otro pasaje, el mismo Ignatius denuncia, ante un homosexual
encadenado a la pared por unos amigos suyos, el styling implícito en dichas cadenas y,
metafóricamente, las cadenas morales que conlleva nuestra participación en las
modernas sociedades de consumo:
179
“Si yo fuera un constructor de casas lujosas, instalaría por lo menos un equipo de
cadenas, fijadas en las paredes de todas las nuevas casas amarillas de ladrillo tipo rancho y de
todos los chalets duplex de Cabo Cod. Cuando los residentes se cansasen de de la televisión y
del ping pong o de lo que hiciesen en sus casitas, podrían encadenarse a todos un rato. Las
esposas dirían: ‘Mi marido me encadenó anoche. Fue maravilloso. ¿Te lo ha hecho a ti tu
marido, últimamente?’ Los niños volverían corriendo del colegio a casa, a sus madres, que
estarían esperándoles para encadenarles. Esto ayudaría a los niños a cultivar la imaginación,
cosa que la televisión les veta”379.
180
psiquiatría por correspondencia. En dichos cursos, utiliza siempre a la señorita Trixie
como conejillo de indias, prolongando indefinidamente su fecha de jubilación legal
para que se sienta más joven, moderna y activa. En resumidas cuentas, Kennedy Toole,
metafóricamente, hace que los principios económicos del consumismo atropellen
salvajemente el derecho a una jubilación temprana, que el estado del bienestar,
teóricamente, debería garantizar a los trabajadores.
Esta prolongación terrible de la vida laboral parece recordar relaciones laborales más
antiguas, no regladas por un contrato que concrete la fecha máxima de jubilación y deje
al trabajador en una situación de máxima intemperie jurídica. Así la expresa Robinson
en El desaparecido cuando explica cual es su destino laboral como criado de Brunelda
y Delamarche: “trabajaré mientras pueda y, cuando no pueda más, me echaré en el
suelo y me moriré, y sólo entonces, demasiado tarde, comprenderán que estaba enfermo
y, a pesar de ello, seguí trabajando hasta matarme de trabajo a su servicio” 382. Por
suerte, con la imposición del estado del bienestar, como decíamos más arriba, se
establece un marco jurídico que, en mayor o menor medida, mejora las condiciones
legales del ciudadano- trabajador o, coyunturalmente, en el paro- de los modernos
estados industrializados. Hasta entonces, la sociedad acomodada sólo había
considerado estabilizar la condición del “pobre”, mediante prácticas de beneficencia, y
mejorar la precariedad del trabajador, mediante fondos previstos por los sindicatos o
seguros parciales avalados por el estado en caso de accidente, invalidez, enfermedad y
muerte En Los hermanos Tanner, ambientada en los primeros años del siglo XX,
podemos ver reflejadas algunas de estas prácticas, como la simple caridad burguesa. El
comedor social en que Simon come está regentado por una Asociación por la templanza
y el bienestar del pueblo, en el que comen todo tipo de parados y prostitutas, gente, en
suma, sin un hueco en el mercado laboral. Simon ensalza irónicamente la tiranía tácita
en cualquier acto de solidaridad no organizada, que se contente con mitigar los efectos
de la pobreza en vez de atacarla en su raíz, como hará el futuro estado del bienestar:
“Era como si las amables y buenas señoras entrasen en un salón lleno de niñitos pobres
para verlos disfrutar con un banquete. “‘¿No es el pueblo un gran niñito pobre que debe estar
bajo tutela y vigilado?’, exclamaba una voz en su interior, “¿y no es mejor que sea vigilado por
382
Kafka, ob.cit., p.214
181
esas señoras – damas distinguidas y de buen corazón, después de todo- que por tiranos en el
sentido antiguo, aunque sin duda más heroico, del término?”383.
Asimismo, Simon describe una empresa contratada por el ayuntamiento, que paga
jornales misérrimos a los parados para impedir que mueran de hambre. Son
instituciones de la comunidad, subvencionadas por el ayuntamiento, que usan fuerza
de trabajo residual a cambio de un salario de supervivencia:
“Era la copistería para desocupados, el sitio donde recalaban todos aquellos que, por
alguna circunstancia, habían llegado a esa situación en la que resulta absolutamente impensable
encontrar un puesto de trabajo en algún establecimiento.(…)La oficina no permitía que nadie
progresara, de lo contrario habría errado todos sus objetivos y su razón de ser; porque lo cierto
es que existía solamente para asegurar a los parados una existencia miserable” 384.
Otra medida del estado, constitutiva de este débil entramado de seguridad social, que
precedió a su plena expresión política a través del estado del bienestar, la podemos ver
en Viaje al fin de la noche, con los pobres disputándose desesperadamente una pensión
del estado:
“A mis clientes no les interesaba que yo hiciera milagros; contaban, al contrario, con su
tuberculosis para que los pasaran del estado de miseria absoluta en que se asfixiaban desde
siempre al de miseria relativa que confieren las minúsculas pensiones del estado.(…) No se sabe
lo que es volver y esperar algo hasta que no se ha observado lo que pueden llegar a esperar y
volver los pobres que esperan una pensión. (…) Los ricos se emborrachan de otro modo y no
pueden llegar a comprender esos frenesíes por la seguridad”385.
Como vemos, durante esta etapa, nos encontramos mayoritariamente, con una
asistencia benéfica o social que da respuesta a necesidades de primer orden. Se
pretende en definitiva mantener a las masas de pobres en un nivel mínimo de
subsistencia que permita, eventualmente, su utilización como mano de obra. El cambio
383
Walser, ob.cit., p.55-56
384
Ibid., p.225.
385
Céline, ob.cit., p.382
182
de la caridad a la solidaridad, de la beneficencia a los servicios sociales será
fundamental en la evolución histórica de la atención a los ciudadanos, integrándose,
como una suerte de retribución indirecta, a los principios mismos del régimen salarial
en el estado del bienestar. La primera manifestación reconocida de la Seguridad Social
se produce en la Alemania de Bismarck con el inicio de los seguros sociales en 1881.
El tránsito de una seguridad social para los trabajadores, a una seguridad social para
todos los ciudadanos se configura con la consolidación del Estado de Bienestar. Los
derechos de seguridad social, es decir, las pensiones, la sanidad, el desempleo, junto a
los servicios sociales, como el derecho a la educación, definirán la política de bienestar
social como sello de identidad de las democracias europeas más avanzadas.
La vida entera de Chinaski en Factotum es un largo regateo con las autoridades y los
patronos para obtener cheques de liquidación y seguros del paro. A pesar de lo
alienante de todos sus trabajos, lo cierto es que utiliza el colchón que le concede la
sociedad del bienestar en su provecho, para tomarse merecidas vacaciones por cuenta
del estado. Esta descripción de su vida como parásito más o menos consciente de la
seguridad social hubiera sido imposible medio siglo antes:
“Pasadas dos semanas tenía ya el seguro del paro y nos relajábamos y follábamos y nos
recorríamos los bares y todas las semanas bajaba al Departamento de Desempleo del Estado de
California y guardaba cola y recibía mi hermoso taloncito. Sólo tenía que responder a tres
preguntas: ‘¿Está usted capacitado para trabajar?’ –¿Desea trabajar? - ¿Aceptaría un empleo? -
¡Sí! ¡Sí! ¡Sí¡ - contestaba siempre. (…) Siempre me sorprendía cuando alguno de los solicitantes
respondía “No” a cualquiera de las tres preguntas. Sus cheques eran inmediatamente anulados y
se les concedía a otro despacho donde consejeros especialmente entrenados les ayudaban a
encauzar sus pasos por el camino correcto”386.
Las agencias de empleo ya no sirven sólo para buscar empleos disponibles, sino que
guía la existencia del trabajador en sus períodos de desempleo forzoso. Es decir, la
asistencia social se hace extensiva a todos los ciudadanos: no sólo al trabajador cubierto
por el seguro de su empresa, o al pobre amparado por instituciones de beneficencia,
sino al ciudadano en todas sus fases, ora como trabajador ora como desempleado que
desea reintegrarse al mercado de trabajo. De ahí que Chinaski, como buscavidas
amante de la holganza, siempre amenace a sus patronos para sacar el mayor
386
Bukowski(2007), ob.cit., p.102.
183
rendimiento posible al estado del bienestar: “Mantz, quiero mi seguro del paro. No
quiero tener ningún problema con eso. Ustedes siempre están intentando arrebatarle a
un obrero sus derechos. Así que no me ponga ningún problema o volveré aquí y se las
tendrá que ver conmigo”387.
Otro gran aficionado a las ventajas de la seguridad social es Ignatius Reilly, que no
pondría ningún reparo en ser un vagabundo mantenido por la beneficencia del estado:
“-‘ ¿Le gustaría a usté se vagabundo y está parao la mitá del tiempo?’ – ‘Sería
maravilloso. Yo mismo fui vagabundo en tiempos mejores, en tiempos más felices. Ay,
si estuviera yo en su pellejo. Sólo saldría de mi habitación una vez al mes a buscar al
correo el cheque de la seguridad social. Piense un poco en la suerte que tiene” 388. Por
otra parte, Ignatius parodia un privilegio cuya sistematización empieza durante el
estado del bienestar, el hecho de que las empresas, en EEUU, deban extender un seguro
medico a los asalariados. 3 demócratas americanos, Roosevelt en los años 30, Lyndon
B.Johnson en los años 60 y Barack Obama en la actualidad, han intentado modificar
esta política que relega la salud pública, en la actualidad, a menos del 2 por ciento del
presupuesto federal. Al menos, con la llegada del estado del bienestar, se principió en
Estados Unidos este proceso y empezó a percibirse, en el mismo marco jurídico
planteado por el estado, como un derecho de los trabajadores. Ignatius añora la
modernidad que implica la cobertura de tal seguro médico al amenazar a su empleador
en Salchichas Paraíso:
“Mis nervios están al borde del colapso total. Supongo que examinó usted mis uñas
hace un momento, se fijaría en el temblor de mis manos. No me gustaría nada tener que
demandar a Vendedores Paraíso, Incorporated, para que me abonase las facturas del psiquiatra.
Quizás ignore usted que no estoy amparado por ningún seguro médico. Es evidente que
Vendedores Paraíso es demasiado paleolítico para ofrecer tales beneficios a sus asalariados” 389.
388
387
Kennedy Toole, ob.cit., p.281
Ibid., p.102
389
Ibid, p.201
184
Llegados a este punto, conviene resaltar que este capitalismo reformulado en las
directrices del estado del bienestar sigue teniendo muchas carencias, de las que nuestros
buscavidas, como hemos venido ilustrando, se percatan dolorosamente. A tal efecto,
resulta interesante citar este artículo de Trotski, valorando negativamente las
retribuciones del bienestar que aportó el New Deal:
“Es así, por ejemplo, que hizo entrar en vigencia un sistema de jubilación a la vejez y
de seguro de desempleo bajo control del gobierno, pero a una tasa ridículamente baja. El
empleador tiene la posibilidad de hacer caer el peso sobre los consumidores, es decir, sobre los
trabajadores, y los sindicatos no tienen ninguna participación en la administración del sistema.
Formalmente, el "derecho" de los obreros a organizarse está reconocido, y el gobierno cultiva la
amistad de los dirigentes sindicales. En la actualidad, los movimientos huelguísticos son
quebrados, de manera sutil por mediadores codificados del gobierno, o de manera brutal, por
gangsters privados, la policía o la milicia, sin ninguna protesta efectiva por parte de esta
administración ‘liberal’”390.
Por otra parte, la jornada se estipula, por ley, en torno a las ocho horas diarias y las
cuarenta horas semanales, lo cual supone un avance significativo respecto a las
interminables jornadas que sacrificaron generaciones enteras de obreros en las fábricas
decimonónicas. En principio, con la fijación de la jornada de 8 horas, no se podrían
permitir situaciones como ésta que describe Kafka entre los ascensoristas explotados
del hotel de El desaparecido: “Era un trabajo monótono y, por la jornada de 12 horas
que alternaba día y noche, tan fatigoso que, según Giacomo, no era posible soportarlo si
no se podía dormir de pie unos minutos” 391. Pero lo cierto es que Bukowski nos informa
de muchos trabajos en los que tal legislación se ignora soberanamente: “cuando
390
Trotski, L. “Naturaleza y dinamica del capitalismo y la economia de transicion" [en línea] Ed.
CEIP:1999 Recuperado el 10 de junio de <http://www.fundacionfedericoengels.com/index.php?
option=com_content&view=article&id=64:-eeuu-roosevelt-y-el-movimiento-obrero-en-la-gran-
depresion-&catid=17:internacional&Itemid=34>
391
Kafka, ob.cit., p.132
185
entrabas allí por la mañana podías estar seguro de que ibas a tener un mínimo de once
horas de trabajo”392. Y reconoce asimismo las limitaciones de un estado de bienestar
que, como sugiere Trotski, sólo mitigan superficialmente la pobreza del trabajador,
pero están lejos de garantizarle una seguridad real en los tiempos de regresión:
“Me levantaba todas las mañana y recorría todas las agencias públicas de empleo,
empezando por el mercado de trabajo en granjas. Me levantaba a duras penas a las 4:30 de la
madrugada, con resaca, y estaba normalmente de vuelta antes del mediodía. Caminaba de una
agencia a otra, en un peregrinaje sin fin. A veces conseguía algún trabajo ocasional por un día
descargando camiones, pero esto era sólo después de recurrir a una agencia privada que se
llevaba un tercio de tus ganancias. En consecuencia, había muy poco dinero y nos íbamos
retrasando más y más en el pago del alquiler”393.
Bukowski describe estas agencias, además, como un lugar que hiede a pobreza y
desesperación, infestadas de vagabundos, manejado por empleados que se muestran
agresivos y tienen miedo a ser agredidos por los solicitantes de empleo. Es decir, que el
sistema de empleo dista mucho de funcionar como el engranaje de reinserción laboral
que se supone que es, porque no puede evitar, con frecuencia, situaciones de paro
prolongado y, debido a la cobertura de derechos que promete, no puede competir con
contratistas a jornal. La competencia de las agencias privadas, especializadas en el
trabajo a destajo sin ningún tipo de cobertura social, interesa al capitalista, porque le
permiten contratar, sin condicionantes jurídicos, pura y dura fuerza de trabajo.
Presentan, por tanto, una competencia feroz y provoca unas bolsas considerables de
empleo sin cobertura social de ninguna clase, inevitablemente sumergido. Chinaski
escucha a un negro vagabundo, que espera junto a él en una de estas agencias, decirle:
“El tío que lleva todo esto es un tío con cojones. Le echaron del trabajo en granjas, se
cabreó, vino aquí y comenzó todo esto. Se ha especializado en el trabajo a destajo. Si alguien,
por ejemplo, quiere tener un camión descargado rápido y barato, llama aquí.(…) El tío que lleva
esto se lleva el 50%. Nosotros no nos quejamos. Cogemos lo que él nos consiga” 394.
392
Bukowski(2007), ob.cit. p.52
393
Ibid., p.90
394
Ibid., p.188
186
Esta última frase, “no nos quejamos”, parece darle la razón a Trotski en sus ominosas
predicciones sobre el estado del bienestar, que por una parte garantiza unos mínimos
derechos sociales (cuando no hace caer en la economía sumergida a ciertos sectores de
la población) y por otra erosiona mucho la capacidad de organización del movimiento
sindical. Como decíamos arriba, una vez se hace la ley, se hace la trampa y surgen
nuevas condiciones de explotación laboral encubierta. En La conjura de los necios, en
consonancia con el movimiento por los derechos civiles y raciales de los años 60, se
presenta a los negros como una raza discriminada, contratada como mano de obra
especialmente barata en las fábricas, o condenada a trabajar, masivamente, en
condiciones de invisibilidad jurídica para el sector servicios. Es el caso de Jones, el
negro de la conjura, que se queja de que su empleadora “no me ha contratado
exactamente, me ha comprado en una subasta”395.
Por otra parte, aunque se reconozca formalmente el derecho del trabajador a protestar,
como sugiere Trotski, las protestas están manipuladas y mitigadas por la misma
administración liberal, ya la que la empresa, el estado y los dirigentes sindicales
mantienen una cordial “amistad”. Así lo confirma Ignatius a los trabajadores negros de
Levy Pant’s en una mentira nada piadosa, cuando comienza a organizar su
manifestación, reconociendo falsamente que cuenta con el beneplácito formal de la
empresa: “Hay mucha gente que está dispuesta a hacé la manifestación con él. Nos dijo
que había conseguido permiso del mismo señó Levy para hacé una manifestación, nos
dijo que el señó Levy quiere que nos manifestemos y nos libremos del señor gonzala.
Quien sabe. Quizá nos suban el sueldo”396. Cuando en realidad, las intenciones de
Ignatius no están nada domesticadas, ya que su “Cruzada de la dignidad mora” tiene
por misión, cuanto menos, “conseguiros un cañó y flechas, tirar encima de este sitio
una bomba atómica”397. Como decíamos más arriba, no le falta razón la manifestación
de Ignatius, ya que el salario, aunque se incremente, teóricamente, con el IPC, sigue
siendo en esencia un salario de subsistencia que no supone un incentivo muy poderoso
para el trabajador. Además, existen amplios sectores de la población que no están
cubiertos por ese plan de seguridad, existen huecos, como decimos, en los que
sobrevive gran parte de la ciudadanía laboral en un estado de marginación más o menos
395
Kennedy Toole, ob.cit., p.44
396
Ibid., p.134
397
Ibid., p.133
187
encubierta. Por ejemplo, cuando Ignatius se queja de su escaso salario inicial en Levy
Pant’s, pronto se da cuenta de que no sólo le pagan poco, sino que debe considerarse un
privilegiado. La señorita Trixie, además de no recibir su jubilación, cobra menos que la
plantilla contratada tras la renovación jurídica y contractual que supone el estado del
bienestar, porque las novedades legales que supusieron el New Deal, deduzco a través
del testimonio sibilino y corporativo del Sr. González, no afecta a su contrato:
“La señorita Trixie sólo gana cuarenta dólares a la semana, y no me negará usted que
tiene cierta antigüedad en la empresa. (…) Tiene usted suerte de empezar con el salario que le
he dicho. Todo esto forma parte del plan Levy Pants de inyectar sangre fresca en la empresa. La
señorita Trixie, por desgracia, fue contratada antes de que se iniciara este plan. En fin, el plan no
tenía efectos retroactivos, y por tanto, no la afecta a ella”398.
Pero la situación de los negros, como decíamos más arriba al hablar de Jones, es peor
aún. Ignatius se declara abiertamente escandalizado ante el salario de los obreros
negros, que subrepticiamente son utilizados por este ‘capitalismo del bienestar’ como
mano de obra barata:
“Al hablar con algunos de los obreros negros, descubrí que cobraban menos aún que la
señorita Trixie. (…) Cuando pregunté por sus salarios, descubrí que la paga semanal media es
de menos de 30 dólares. Mi considerada opinión es que un individuo se merece más que eso por
el simple hecho de estar en una fábrica cinco días por semana. (…) Si yo hubiera sido uno de los
obreros (y habría sido un obrero muy grande y particularmente aterrador, como dije antes)
habría irrumpido mucho antes en la oficina y exigido un salario decente”399.
Todos estos ejemplos, que nos brinda la descreída actitud del buscavidas respecto a los
claroscuros del estado del bienestar, nos invitan a hacer una lectura progresista de dicho
sistema, porque sólo el sentido crítico de los trabajadores permitirá blindarlo
jurídicamente e impedir que el capitalismo no se contente con “practicar la
beneficencia”. El estado del bienestar, si bien supone un nuevo paso adelante en los
derechos del trabajador, abre vías nuevas de explotación encubierta que no deberían
398
Ibid., p.76
399
Ibid., p.123-125
188
domesticar, sino más bien mantener en guardia, el sentido crítico del trabajador en el
capitalismo contemporáneo.
189
IV. Conclusiones
190
contemporáneo como tema literario de primera magnitud; su pobreza y la consecuente
urgencia de sus necesidades, que desprecian y temen a partes iguales, pues suponen un
malestar constante, que duplican, en cierto modo, la valentía implícita en su
nomadismo (ya que éste, paradójicamente, les impide ganar una estabilidad que les
permita salvaguardarse de los trabajos más alienantes); y por último, su solidaridad con
los otros trabajadores que corren su misma suerte, ya que a pesar de su carácter
individualista y anárquico, el buscavidas milita en el bando de los más desposeídos,
sabedor de que en el mundo, como decía Cervantes, sólo hay dos linajes, el tener y el
no tener400.
400
De Cervantes Saavedra, Miguel. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Ed. de Rodríguez
Marín. Madrid: 1948. p.122. Citado en: Maravall, ob.cit., p.144
191
destaca, por su interés para el tema que nos ocupa, la necesidad que tenía el capitalista
de racionalizar el trabajo de manera que pudiera contar con él como un costo más de la
producción. Como dice André Gorz: “Para su empresa era indispensable que el coste de
trabajo llegara a ser calculable y previsible con precisión, porque solamente con esta
condición podían ser calculados el volumen y los precios de las mercancías producidas
y el beneficio previsible”401. Más adelante, el mismo Gorz añade el germen de
alienación que supone esa redefinición del trabajo como elemento meramente
económico, ya que el régimen salarial capitalista desarrollará métodos que le permitan
“medir el trabajo en si mismo, como una cosa independiente, separada de la
individualidad, las necesidades y las motivaciones del trabajador” 402.
401
Gorz, André. La Metamorfosis del trabajo: búsqueda del sentido: crítica de la razón económica.
Madrid: Sistema, DL 1995, p.35.
402
Ibid., p.35
192
problemática laboral capitalista, porque es un ejemplo perfecto de obrero mal
“educado” en los principios disciplinarios del capitalismo. Al privilegiar el libre
desarrollo de su identidad sobre la cobertura de sus necesidades, en otras palabras, su
sinceridad sobre su seguridad, el buscavidas se convierte en un anti-ejemplo modélico
del trabajador capitalista debidamente ‘disciplinado’.
403
Rico, Francisco. La novela picaresca y el punto de vista. Barcelona: Seix Barral, 1970. p.139
404
Lukács, Georg., ob.cit, p.145.
405
Salmerón, ob.cit., p.9.
193
figura de los buscavidas, ya que al menos tres de ellos, Simon Tanner, Ferdinand
Bardamu y Henry Chinaski son un alter-ego más o menos indiscreto de sus autores.
Una vez asentado ese interés por el “yo” como objeto de exploración literaria en los
tres géneros, picaresca, Bildungsroman y novelas con buscavidas, he argumentado que
son también literaturas marcadas con el sello de la disidencia. Eso las distingue de otras
literaturas modernas que desarrollan ese mismo interés por el “yo”, como la novela
sentimental o novela epistolar y la novela de instrucción o Tendenzroman. Era
conveniente señalar, para entender la particularidad del buscavidas, que su recurso al
“yo” no se utilizaba como modelo de conducta, sino todo lo contrario, como modelos
de libertad que incitan al individuo coaccionado por las leyes sociales a resguardar para
si un espacio de independencia donde sus metas devengan realizables. Para entender la
especial disidencia del pícaro, he sostenido, siguiendo las tesis de José Antonio
Maravall e historiadores sociales como Geremek, que su disidencia viene motivada por
su afán de ascender socialmente, debido a que no acepta acatar las barreras
estamentales que impiden su prosperidad. En ese sentido, si bien comparten su
disidencia respecto a los valores sociales imperantes, el buscavidas y el pícaro difieren
radicalmente en su horizonte vital, ya que el pícaro ambiciona una integración
económica y social (mediante vías ilegítimas) que el buscavidas rechaza (mediante vías
honradas). Por su parte, el protagonista de la Bildungsroman también ejerce su
disidencia de otra manera, aunque tal como la expresa Gustavo Salmerón, formalmente
se parezca mucho a la del buscavidas: “el protagonista de estas novelas se siente ajeno
a los ritos externos y a la superstición del vulgo y deplora la teología natural de los
burócratas que intentan domesticar el pensamiento a los intereses dominantes y
doblegan al disidente”. Pero he sostenido que la diferencia fundamental entre ambos
estriba en que la disidencia del primero responde a un proceso de maduración en la
comunidad burguesa, que acaba zanjándose con un pacto más o menos frustrante con el
mundo, mientras que la del segundo es una disidencia existencial, irrevocablemente
antiburguesa y crónica.
194
régimen salarial capitalista. En primer lugar, un gran desarrollo de la economía
dineraria en Europa desde el s.XV, que genera a su vez una serie de cambios culturales
en torno a los conceptos de riqueza y pobreza; en segundo lugar, he comentado la
importancia de la ingente masa demográfica que vivía en la pobreza hasta la revolución
industrial, entre las que figura el pícaro, una población que será absorbida
sustancialmente por el moderno sistema industrial capitalista.
406
Maravall, ob.cit, p.109.
195
economía dineraria para el criado picaresco, ya que el hecho de recibir su paga en
dinero, y no mediante el mero sustento, indica un germen de relación contractual que
moderniza positivamente su grado de dependencia respecto al amo. Para ver hasta qué
punto eso es cierto, he mostrado ejemplos de novelas con buscavidas en que se
reflexiona sobre este grado de dependencia abusiva que implica la condición del criado.
En resumidas cuentas, la reflexión sobre el desarrollo de la economía dineraria me ha
servido para profundizar en dos aspectos principales en la figura del buscavidas, que no
habrían sido posible sin las motivaciones históricas que facilitaron una mayor libertad
de movimiento a su antecedente literario, el pícaro: la relación con el dinero y el
nomadismo consecuente que conlleva, respecto a la condición del criado, a quien la
falta de una relación dineraria con su empleador le mantiene necesariamente en un
estado de vasallaje que merma fundamentalmente su libertad.
Por otra parte, me he demorado en analizar ese inmenso sector de la población que vive
en la pobreza antes de la revolución industrial, por las afinidades entre el caldo de
cultivo eminentemente pobre y marginal en el que nacen la figura del pícaro y la figura
del buscavidas. El buscavidas ya estará inmerso en una situación donde la era industrial
habrá eliminado esas situaciones de mendiguez paneuropea alarmantes. He sostenido
que su disidencia particular, que se niega a prosperar en dicho sistema, es distinta a la
del pícaro, que ni siquiera tiene posibilidades reales de prosperar en una sociedad que
tenía reservados a los pobres un margen de maniobra casi inexistente de movilidad
social. Las motivaciones del pícaro proceden de la frustración en que desembocan sus
ambiciones, debido a la imposibilidad de materializarlas en la realidad de su tiempo.
Sin embargo, ambos personajes son muy conscientes de que en la polarización entre
ricos y pobres que estructura la sociedad, su presencia es un doble alegato
inconformista, a favor del individuo y los pobres alienados que no pueden desarrollar
su identidad en una sociedad de rasgos opresivos. A tal fin, he sostenido que la
literatura con buscavidas hereda esta intención expresa de la picaresca, la de plantear
una crítica contundente a una polarización brutal entre una sociedad de ricos y pobres.
Asimismo, he reflexionado sobre una lacra laboral que observaremos tanto en la figura
del pícaro como en la del buscavidas, esto es, la de su desmesurada afición a la
holganza y el tiempo libre, que inspira, respectivamente, cierto pavor a la sociedad
acomodada de la época y a los patronos capitalistas. Evidentemente, porque la
holganza atenta contra la condición misma del trabajador que ha de generar beneficios
196
por cuenta ajena y es demonizada por la ética capitalista, como hemos visto en el
capítulo que analizaba las tesis de Max Weber. Es muy interesante comprobar que,
tanto en el buscavidas como en el pícaro, la sociedad contempla esa actitud ociosa
sospechosamente, llegando a considerarla susceptible de una disponibilidad hacia el
crimen. La vagancia, en ambos casos, es un estigma de origen económico, que sin
embargo se despliega con todos los oropeles de la crítica moralista. He querido
terminar esta indagación en la figura del pícaro, para caracterizar más profundamente la
figura de los buscavidas, invocando la institución inglesa de las workhouses, que
pronto comenzaron a diseñar, entre esta masa de pobres y desposeídos, nuevos modos
de organización económico-moral que influirán mucho en el desarrollo del régimen
salarial capitalista.
Por otra parte, he sostenido que el buscavidas se desmarca del personaje burgués
tradicional, o de aspiraciones burguesas tradicionales, más o menos disidente pero
integrado, que protagoniza las Bildungsroman. Si el buscavidas encaja en la tradición
de las “novelas de formación”, lo es en esa subtradición minoritaria de protagonistas
que experimenta personalmente el sistema laboral más alienante, como puede ser el
Anton Reiser. En las novelas de formación, la preocupación del protagonista por su
propia formación es el principal motor dramático de la obra: es la inquietud inaugural y
el pacto final con la sociedad lo que marcan la estructura de la obra, una estructura
burguesa y finalmente integrada, cuyos principales estadios no se inspiran en el mundo
del trabajo. Dicho pacto, a mi entender, brilla por su ausencia en el buscavidas, porque
el valor de su relato no procede de una formación, sino de su resistencia a dejarse
“deformar” y “educar” por ese sistema laboral con el que se encuentra en pugna
continua. Si bien el buscavidas comparte rasgos con estas novelas, no podemos olvidar
que la formación de un Henry Chinaski, por poner un ejemplo claro, transcurre por
senderos menos holgados por los que pueda transcurrir la disidencia artística de
Wilhem Meister.
197
esta distancia entre el buscavidas y la Bildungsroman, he reseñado y analizado
brevemente las tramas de Anton Reiser (1785-1790), de Karl Philipp Moritz, Los años
de aprendizaje de Wilhem Meister (1796) de Goethe, Heinrich Von Ofterdingen
(1802), de Novalis, La Edad del Pavo(1804/05) de Jean Paul, Heinrich Drendorf
(1857), de Stifter o Enrique el Verde(1855-1880) de Keller (1819-1890). Con tal
propósito, he demostrado, con los diversos matices que me aportaban los distintos
temas abordados en las novelas, que el proceso de maduración e integración
característico de la Bilungsroman no existe en las trama del buscavidas, porque su
germen narrativo no es una historia de formación espiritual en el seno de la comunidad
burguesa, sino de resistencia a una deformación laboral que implica todo un sistema de
valores alienante. Por tanto, he sostenido que el conflicto del buscavidas no se plantea
en términos de disyuntiva moral y económica, que se puede solucionar mediante un
proceso de maduración y un pacto final con la sociedad, sino en términos de primacía
o disolución absolutas de su identidad. Al mismo tiempo, he tenido en cuenta las
aportaciones teóricas de Dilthey, Jacobs, Blackenburg, Morgenstern, Hegel, Lukaks y
Salmerón, en su descripción de los rasgos fundamentales básicos de la estructura y
caracterización de estos personajes, a la hora de trazar un retrato del buscavidas que se
desmarca claramente de los personajes de la novela de formación tradicional
decimonónica. El buscavidas, precisamente porque nos retrata las penurias del
sistema, no representa la voz del burgués disidente, más o menos integrado, sino la del
peón forzoso de la sociedad laboral moderna, que mantiene una relación de fugitivo
nihilista con todo su sistema de valores.
198
influencia sobre el trabajo asalariado en las sociedades industriales. Sostengo que el
buscavidas es un personaje reticente a ser ‘socializado’ o ‘educado’ por los principios
disciplinarios de la ‘ética’ capitalista y el régimen salarial, a los que se resiste en aras
de una identidad que considera inalienable.
Por otra parte, he analizado la relación del buscavidas con el trabajo y su rechazo a
cualquier culto al concepto del deber profesional, que a su entender, no hace sino
erosionar y vaciar la identidad. A tal fin, he indagado en el concepto protestante de
“profesión” o “beruf”. Según Weber, para mantener el modelo capitalista de Franklin,
conviene que los miembros de la comunidad conciban la idea de profesión desde un
punto de vista espiritual y ascético, a fin de que se rindan incondicionalmente al trabajo
al margen de sus propias necesidades como individuos. En ese contexto, la palabra
199
“beruf” (que aúna las acepciones de ‘profesión’ y ‘vocación’), aparece en las primeras
traducciones de la Biblia de Lutero y se convierte en una herramienta educativa muy
socorrida, que en última instancia llevará a “valorar el cumplimiento del deber en las
profesiones profanas como el contenido más elevado que puede tener una actuación
realmente moral”. Con el calvinismo, según Weber, la noción de beruf se convierte en
una parte fundamental de un sistema ético que, imbuido por la doctrina de la
predestinación, librará al trabajo de connotaciones individuales y será considerado
virtuoso por el principio abstracto de la “utilidad” social. Esa visión conduce a un
desempeño del trabajo como “deber impersonal”. Por otra parte, el creyente calvinista,
que regula todos los actos morales de su vida a raíz de conceptos teológicos como la
‘certitudo salutis’, deplora tanto la pérdida de tiempo como la afición a la holganza, que
serán interpretadas moralmente como un atentado contra las virtudes ascéticas del
trabajo que acreditan la salvación y, por consiguiente, execrables síntomas de un
alejamiento de dios. Por último, he analizado el concepto de perseverancia profesional
inherente a la ética protestante, que el buscavidas, como buen nómada, ignora
sistemáticamente. En Lutero, la ‘resignación’ a la profesión mundana que dios (familia
y estamento) le hubiese asignado al creyente, era un signo moral de obediencia a las
leyes naturales y divinas. Las doctrinas de inspiración calvinista no ponen el acento en
la resignación sino, nuevamente, en las virtudes ascéticas del trabajo, y añaden
capitalistamente, que la variedad profesional es moralmente encomiable si se encamina
hacia una mayor utilidad socio-económica.
A partir de la comparación con los principios que rigen esta doctrina, resumida en
cuatro pilares, he procurado demostrar hasta qué punto el buscavidas viola los
preceptos impuestos al trabajador ascético ideal. En primer lugar, la alienación
implícita en la noción del “deber profesional”, sobretodo si tenemos en cuenta que la
inmensa mayoría de trabajos desempeñados por los pobres, entre los que se cuenta el
buscavidas, no aceptan ningún tipo de justificación moral basada en los intereses del
individuo, sino única y exclusivamente en su sumisión. En segundo lugar, la pereza y
la “pérdida de tiempo’ que ostenta el buscavidas, por más que pesen sobre su alma la
pérdida de la gracia celestial. En tercer lugar, su falta de perseverancia en el trabajo, y
por último, su indiferencia al principio de la utilidad social del utilitarismo económico
del capitalismo. Una vez expuesta toda la doctrina del protestantismo ascético, he
hecho hincapié en la paradoja ‘educativa’ que implica, ya que a mi entender, como
200
sostiene el mismo Weber en algunos pasajes, este modelo se bifurca en una educación
del patrón (valorando su iniciativa y su contención moral encomiable, como imagen de
autoridad divina) y la educación del obrero (valorando su sumisión y su contención
moral irremediable, como dócil criatura de Dios). En ese contexto, sostengo que la
figura del buscavidas constituye un enfoque apasionante para desarbolar la hipocresía
implícita en dicho planteamiento, a través de su desobediencia y nomadismo
ejemplares, que he tratado de ilustrar mediante los ejemplos más pertinentes.
201
cadena de montaje, que facilitará a su vez la transformación de la ‘producción en
cadena’ en ‘producción en masa’. A través de las experiencias de los diversos
buscavidas, he reflejado la profunda alienación en la vida del trabajador que supone la
aplicación de todos estos principios, derivados del principio de separación de las tareas,
y en general, la precariedad que supone para el estatuto del trabajador moderno.
En el último capítulo he trazado una breve exposición histórica del régimen salarial
capitalista, con especial atención a los trabajos más numerosos y humildes, retribuidos
con salarios de subsistencia. Sostengo que su pago está condicionado, por parte del
empresario, al cumplimiento de algunas condiciones “identitarias” que garantice la
fiabilidad de la “fuerza de trabajo” empleada. Condiciones que el buscavidas, como
personaje especialmente insumiso, nos ayuda a comprender mediante su testimonio, ya
que implican una voluntad disciplinaria de moldear el estilo de vida de los trabajadores
que mejor convenga a las necesidades del capital. He rastreado la evolución de este
régimen salarial-moral desde los albores de la sociedad industrial, con la asignación de
salarios de subsistencia, hasta la vigorosa política de consumo que espolean nuestros
modernos estados del bienestar. En todo momento, me ha interesado mostrar con
claridad y amplitud estos conceptos para ver hasta qué punto la figura del buscavidas
constituye una manera apasionante y precisa de realizar una aproximación literaria
crítica al sistema laboral capitalista.
El capítulo empieza sentando las bases “científicas” que los principales economistas
clásicos de inspiración liberal, como Smith, Ricardo y Malthus, establecieron para
explicar el hecho de los salarios de subsistencia como parte indispensable del sistema
económico; para contrastarlo con las bases ofrecidas por Marx, que hacen hincapié en
las reivindicaciones salariales del proletariado y ofrecen un análisis del dominio
patronal basado en la explotación del tiempo de trabajo. A continuación, procedo a
explicar como, con Taylor y Ford, cambió el foco de la autoridad patronal sobre el
tiempo de trabajo del obrero (expropiado, según Marx, mediante la plusvalía) al control
sobre los tiempos de producción. Este control de los tiempos permitirá hacer las
jornadas más intensivas y breves, así como aumentar levemente los salarios sobre el
nivel de subsistencia, pero, al mismo tiempo, erosionará profundamente la capacidad
del trabajador para establecer condiciones en la negociación de sus intereses
económicos y físicos. He destacado que Taylor fomenta la creación de una élite,
encargada del Management y el cumplimiento de los tiempos, que actuará como un
202
incentivo salarial en los esfuerzos del trabajador y le provee de una proyección de
futuro y ascenso dentro de la misma empresa. He analizado la percepción moral sobre
estos “supervisores” principalmente, a través de los pasajes en que Bukowski habla de
su función en la empresa y su significación social. Asimismo, he subrayado como el
sistema de Taylor aprovecha el inmenso flujo inmigratorio a los Estados Unidos,
fomenta la creación de una masa proletaria no cualificada, que queda desposeída de su
competencia técnica sobre el proceso de producción y merma de manera radical su
capacidad reivindicativa. Por otra parte, he analizado la manera en que el jornal de 5
dólares de Ford, un sueldo que doblaba el sueldo más alto pagado hasta entonces-
ahonda en los principios de Taylor y depende de un Departamento de Sociología, que
impone a la identidad del obrero severas condiciones a cambio de su salario. Para
ilustrar la trascendencia del modelo de Ford, me he fijado especialmente en el trabajo
de Bardamu, protagonista de Viaje al fin de la noche, en la fábrica de Ford en Detroit.
Por último, he analizado como el empresariado de la época de Ford, previendo un
desfase brutal en la oferta-demanda, inició una política de estimulación del consumo
que se sistematizará con el estado del bienestar, tras el crack del 29. Al filo del crack,
he sostenido también la importancia del desempleo como elemento negociador – como
amenaza latente – en el sistema de contratación capitalista, que funciona en ciclos de
expansión y regresión cíclicas, ilustrándolo mediante las experiencias y temores de los
propios buscavidas.
Por último, he descrito la implantación del estado de bienestar a partir de 1929, cuyo
principal asesor ideológico fue Keynes, como reformulador de un capitalismo en que el
estado empezará a ejercer un fuerte papel regulador en el mercado. He hecho hincapié
en la doble innovación que supone el estado del bienestar; en primer lugar, como
política que estimula vigorosamente el consumo, mediante tácticas como la publicidad,
el Standard Package, el styling y la obsolescencia planificadas; en segundo lugar, como
política de asistencia social mucho más articulada que la práctica de la beneficencia,
que se integrará, como una suerte de retribución indirecta, a los principios mismos del
régimen salarial en el estado del bienestar. A través de las experiencias de los
buscavidas, he ilustrado como la transición al estado del bienestar afecta positivamente
a los trabajadores en su condición de ciudadanos – cubriendo necesidades básicas
mediante su regulación y gestión públicas – y negativamente en su condición de
consumidores – ya que la desigualdad de clases se reinventa a través del mayor o
203
menor poder adquisitivo, convirtiendo la capacidad de consumir en un discreto pero
implacable vertebrador de capas sociales. Por último, he analizado brevemente como
este capitalismo reformulado en las directrices del estado del bienestar sigue teniendo
muchas carencias. Si bien supone un nuevo paso adelante en los derechos del
trabajador, abre vías nuevas de explotación encubierta, como he demostrado a partir de
las experiencias desesperadas que reflejan algunos personajes de La conjura de los
necios y las obras de Bukowski.
204
representa para los trabajadores el nivel de vida que pueden tener, un incentivo para
adquirir calificaciones y, por último, una posible fuente de satisfacción o alienación
frente al trabajo realizado. Es decir, el trabajo es un elemento clave en la definición de
su identidad individual y social. Los buscavidas, mediante su rotunda negativa a
considerar el trabajo como única fuente de identidad, constituyen una alternativa
existencial a la cultura del trabajo tan valiente como peligrosa, porque su actitud
garantiza, en definitiva, su paso al ostracismo social. Pero al no dejarse coaccionar
económicamente, la identidad nómada del buscavidas, en los tiempos de precariedad y
miedo al desempleo que vivimos, nos permite recordar, con todo, que la dignidad
debería ser el fondo inalienable de nuestra condición humana: “Me alegra irme de su
lado sin carta de presentación, pues una expedida por usted sólo me recordaría mi
propio miedo y mi cobardía, un estado de indolencia y de privación de energías, días
enteros desperdiciados inútilmente, tardes agitadas por furiosas tentativas de liberación,
noches transidas de una nostalgia muy hermosa, aunque sin objetivo. Le agradezco su
intención de despedirme en tono amistoso: me demuestra que he estado frente a un
hombre que quizá haya entendido algo de lo que he dicho.407”
407
Walser, ob.cit., p.39
205
Capítulo V Bibliografía
206
• Gaudemar, Jean Paul de. El Orden y la producción: nacimiento y formas de la
disciplina de fábrica. Madrid: Trotta, 1991.
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