Memorias Comparadas

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ANEXO Nº 1

Memorias comparadas: las versiones de la guerra contra los filibusteros en Nicaragua,


Costa Rica y Estados Unidos (Siglos XIX - XXI)

Víctor Hugo Acuña Ortega


Introducción:
El 16 de junio de 1855 arribó al puerto de El Realejo, en la costa pacífica de
Nicaragua, la embarcación Vesta, procedente de San Francisco, California, y de ella
desembarcaron casi 60 hombres, en su mayoría estadounidenses. Pocos meses después, en
octubre de 1855, dichos hombres prácticamente se habían apoderado del gobierno de
Nicaragua. En julio de 1856, un año y un mes después de su llegada, el jefe de estos
expedicionarios fue proclamado presidente de dicho país, como resultado de unas
elecciones fraudulentas celebradas el mes anterior. Habría que esperar casi un año antes de
que dicho jefe fuese expulsado de Nicaragua, como consecuencia de una serie de factores:
las presiones diplomáticas y militares de Gran Bretaña, las decisiones, no exentas de
ambigüedad, del gobierno de los Estados Unidos, las reacciones de algunos capitalistas
estadounidenses con poderosos intereses en Nicaragua, el esfuerzo conjunto de los ejércitos
centroamericanos y, en fin, la acción determinante de las fuerzas militares de Costa Rica,
encabezadas por su presidente Juan Rafael Mora. Así, el 1º de mayo de 1857, William
Walker, el llamado Rey de los Filibusteros, se entregó en Rivas al comandante de una
fragata de la marina de los Estados Unidos surta en el cercano puerto de San Juan del Sur.
Aquel hombre contumaz y obsesivo, hizo tres intentos más por apoderarse de
Centroamérica hasta que en el último fue capturado por fuerzas navales británicas y
entregado a un destacamento de militares hondureños, el cual sumariamente lo fusiló en el
puerto de Trujillo el 12 de septiembre de 1860.
Como es bien conocido, la guerra contra los filibusteros de William Walker ha sido
tradicionalmente considerada como el proceso más importante de toda la historia
centroamericana posterior a la independencia de 1821. También es sabido que este conjunto
de sucesos ha suministrado la materia prima básica para la construcción de la memoria y la
identidad nacional en los países centroamericanos y, particularmente, en Costa Rica y
Nicaragua. Como es natural, también ha suscitado una abundante producción


Publicado en la Revista de Historia (Managua), No. (en prensa)
historiográfica a lo largo de los siglos XIX y XX y hasta el momento presente, momento en
el cual, en Costa Rica y Nicaragua, principalmente, se conmemora el sesquicentenario de
aquellos acontecimientos.
En este trabajo voy a presentar, en forma sintética y sin el aparato crítico usual en
los trabajos académicos, algunas de las principales ideas que hasta el momento he
elaborado, en una investigación que actualmente realizo en el Centro de Investigaciones
Históricas de América Central de la Universidad de Costa Rica, sobre la manera en que la
historiografía de Nicaragua y la de Costa Rica, y subsidiariamente la de Estados Unidos,
han contado la guerra contra los filibusteros de 1855-1857. Aquí me voy a basar en las
principales obras publicadas en ambos países en los siglos XIX y XX, aunque tendré como
telón de fondo los trabajos más importantes publicados por los propios filibusteros y por
historiadores profesionales y aficionados de los Estados Unidos.
El punto de partida de nuestra investigación, como bien ha señalado el historiador
Raúl Aguilar, Director del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, situado en la ciudad
de Alajuela, Costa Rica, es el reconocimiento de que existen varias historiografías de la
guerra contra William Walker: por un lado, la estadounidense, la cual incluye testimonios y
memorias de los propios filibusteros, escritos de algunos de sus apologistas, con frecuencia,
propagandistas del Destino Manifiesto, y obras de historiadores aficionados y
profesionales; por otro lado, existe una historiografía centroamericana, en la cual conviene
singularizar las obras de historia escritas en los dos países donde la guerra tuvo mayor
trascendencia, Costa Rica y sobre todo, Nicaragua.
Nuestro objetivo, enfocado y fundamentado en las respectivas historiografías,
consiste en tratar de establecer la forma en que ambos países han construido, mediante una
serie de representaciones, la memoria de la guerra de 1855-1857 y como dichas
representaciones han evolucionado a lo largo del último siglo y medio. En este sentido,
nuestro estudio intenta ser una historia comparada de la memoria de la guerra contra los
filibusteros en Nicaragua y en Costa Rica.
Nuestra noción de historiografía, es decir, nuestra manera de considerar un trabajo
como obra de historia es bien amplia, porque incluye tanto los trabajos de historiadores
ocasionales o profesionales como obras que pertenecen más bien al género del testimonio y
textos que son básicamente recopilaciones documentales. En este sentido, no prejuzgamos

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sobre el nivel profesional de composición de los trabajos y solo nos interesa que su
intención sea “veritativa”, como diría Paul Ricoeur, es decir, hacer una “narración
verdadera”, y no una obra de ficción. Conviene recordar la naturaleza de esta historiografía,
para poder comprender los temas en juego en las distintas versiones; se trata de una historia
política tradicional centrada en los eventos militares, diplomáticos y políticos cuyos
protagonistas son individuos, es decir, los líderes de los estados, los partidos y los ejércitos
en pugna, para la cual son invisibles los actores introducidos por la historia social y cultural
desde hace ya varias décadas: el género, la etnia, las clases, e incluso, las mismas naciones.

Memoria e historia: aclaraciones conceptuales


En la medida en que esta investigación se inscribe en el campo de la historia de la
memoria, nos parece conveniente hacer algunas aclaraciones de índole conceptual, en
relación con esos dos términos. Aquí, por una parte, vamos a entender por memoria, de
manera amplia, el uso social del pasado para diversos fines de la vida en el presente. La
memoria es un conjunto de representaciones sociales, articuladas siempre en el presente, y
es un terreno de continua disputa entre distintas versiones o distintas articulaciones del
pasado.
Por otra parte, entiendo por historia un saber con capacidad para establecer las
condiciones de validez del conocimiento que produce, mediante mecanismos de control
socialmente establecidos y aceptados, es decir, el método crítico, y los otros métodos y
técnicas de las ciencias sociales, y mediante un sistema de cotejo y confrontación de dicho
conocimiento en el seno de una comunidad de competencia, es decir, de una comunidad de
profesionales de la disciplina.
El hecho de distinguir entre la memoria y la historia no nos impide reconocer que
estas siempre han marchado juntas, en un proceso de retroalimentación continua. No
obstante, como señala el historiador Krzysztof Pomian ha habido un proceso histórico de
larga duración de emancipación de la historia respecto de la memoria, el cual puede ser
caracterizado como una tendencia acumulativa hacia la secularización, la racionalización y
la profesionalización de dicha disciplina. En las últimas décadas, la memoria se ha
convertido en objeto de estudio de la historia; de ahí que ahora se hable de investigaciones
sobre historia de la memoria, un campo del saber histórico que se dedica a estudiar como

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los seres humanos de otros tiempos han hecho uso del pasado, es decir, como han
producido representaciones sobre sus experiencias pretéritas y las han dotado de sentido y
significación en el presente.
Conviene agregar que la historia de la historiografía es una forma de historia de la
memoria, de ese tipo peculiar de memoria que han generado personas investidas
socialmente con la capacidad y la legitimidad para producir conocimiento histórico, de
manera más o menos profesional o especializada en el marco de determinadas instituciones;
la historia de la historiografía es también una reflexión de la historia sobre sí misma; una
manera de hacer historia que se confunde con la epistemología de la historia, es decir, con
la investigación sobre las condiciones de posibilidad de la historia como un saber con una
intención de dar cuenta de la realidad del pasado mediante el estudio de los indicios que
este ha dejado en el presente.
En suma, en este trabajo vamos a hacer un balance de un conjunto de obras de
historia producidas en el marco institucional, cultural e intelectual de dos estados-naciones
que históricamente han tenido relaciones de interdependencia muy estrechas, tanto de
cooperación como de conflicto; dicho balance no tendrá por finalidad calibrar la calidad
científica de ambas historiografías, sino su capacidad de producir una memoria nacional y
oficial sobre un proceso histórico trascendental que afectó profundamente su evolución en
sus años de formación. Inevitablemente, la memoria nacional de Nicaragua y la memoria
nacional de Costa Rica pasan por algún tipo de confrontación con la historia de la guerra
contra William Walker y sus filibusteros de los años 1855-1857. Como veremos, además,
ambas memorias nacionales siempre se han interpelado recíprocamente.

Historia y memoria de la guerra contra Walker: elementos de análisis


La memoria y la historia operan mediante criterios de selección. El historiador que
cuenta una historia la organiza o la trama, como ha sido señalado, entre otros, por Hayden
White, según determinadas valoraciones de relevancia y pertinencia y según determinados
supuestos conceptuales e ideológicos, algunas veces explícitos y, más frecuentemente,
implícitos. De igual manera, toda memoria, es decir, toda serie de recuerdos organizados en
un relato por un grupo, es una articulación de recuerdos y olvidos, omisiones o silencios.
Este atributo de selectividad de la memoria es fundamental para comprender sus

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variaciones a través del tiempo y según los grupos humanos. En este sentido, las distintas
memorias de la guerra contra los filibusteros son el resultado de determinadas operaciones
de selección; operaciones que expresan relaciones y situaciones de aquellos que en cada
presente han producido o elaborado la memoria y, en lo que nos ocupa, de quienes
escribieron las obras de historia.
Al abordar un trabajo de historia de la memoria debemos tener presente que la
intensidad del recuerdo se modifica con el tiempo y que la propia construcción del recuerdo
varía según periodos o épocas, según sociedades clases y grupos sociales, y medios o
círculos culturales, políticos o ideológicos. La cuestión de la variación de la intensidad del
recuerdo nos remite a lo que podríamos llamar los ciclos de la memoria o las coyunturas
memoriales: hay periodos en que el grupo humano se ocupa más del recuerdo y hay
momentos en que este pierde importancia o casi se desvanece. Si la historia de una
memoria requiere establecer etapas, una manera de hacerlo es tratar de identificar estas
coyunturas memoriales, esos momentos en que el grupo humano se pone a recordar y
decide fijar y dotar de determinado simbolismo una experiencia de su pasado.
En relación con la guerra contra los filibusteros, desde el ángulo costarricense, son
identificables algunas coyunturas memoriales; la más importante fue aquella en que se
estableció o se oficializó la memoria de la guerra y que cubre el periodo que va de 1883-84
a 1895-97 y está marcada por las inauguraciones del monumento a Juan Santamaría y el
Monumento Nacional. En este periodo se sistematizó, en el campo de la historiografía, la
versión costarricense de la guerra con las obras de Lorenzo Montúfar (1888), Francisco
Montero Barrantes (1894) y Joaquín Bernardo Calvo Mora (1895/97). En el caso de
Nicaragua en 1889 fue publicado el libro de José Dolores Gámez, pero hay que decir que
fue Jerónimo Pérez, con su obra en dos volúmenes publicados sucesivamente en 1865 y en
1873, quien por primera vez desde la historiografía estableció la memoria nicaragüense de
la guerra. La otra coyuntura memorial importante, tanto para Nicaragua como para Costa
Rica, se sitúa en los años previos y posteriores al centenario de la guerra contra Walker,
conmemoración que fue celebrada en todos los países centroamericanos y fue coordinada
por la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA). Es posible que en estos años
sea cuando haya habido una mayor producción editorial sobre el tema, porque no solo hubo
nuevas obras publicadas, sino también varias reediciones. Fue en esta coyuntura cuando se

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publicó la primera edición de la obra más importante escrita en Costa Rica en el siglo XX
sobre la guerra contra los filibusteros; nos referimos al libro de Rafael Obregón Loría
(1956). Tras los festejos del centenario, no parece haber habido en Costa Rica otras
coyunturas memoriales significativas, salvo, quizás, el centenario del fusilamiento de Juan
Rafael Mora en 1960.
Como se observa, la elaboración y preparación de libros de historia sobre la guerra
contra Walker se inscribe, como es natural, dentro de contextos conmemorativos más
amplios en los cuales los estados o los gobiernos ponen en marcha todo un conjunto de
políticas de memoria alrededor del evento. En consecuencia, muchas de las obras de la
historiografía de la guerra contra los filibusteros fueron obras preparadas por encargo de los
gobiernos de los respectivos países o que fueron escritas con algún tipo de apoyo oficial.
Quizás, solamente después de los festejos del centenario han sido editados trabajos que no
han sido resultado de un encargo estatal.
En el caso costarricense, aparte de las ya señaladas, son identificables otras
coyunturas memoriales: la primera sería la coyuntura contemporánea de los propios eventos
de 1856-1857. En efecto, en el transcurso de la misma guerra se intentó convertir el 11 de
abril de 1856 en fecha memorable; así la única y malograda nave de guerra costarricense,
destruida por los filibusteros en su primer combate en noviembre de 1856, fue bautizada
con el nombre 11 de Abril. De igual manera, el 11 de abril de 1857 en Rivas, el general
José Joaquín Mora pretendió conmemorar la batalla del año anterior, mediante un esperado
asalto final contra las sitiadas fuerzas filibusteras, ataque que tuvo resultados desastrosos
para las ejércitos centroamericanos. En fin, en octubre de 1857, el gobierno de Costa Rica
decretó que construiría un monumento a los héroes de la guerra en el parque central de San
José y, además, estableció el 1º de mayo como día feriado, como efemérides de la rendición
de Walker acontecida en esa fecha ese mismo año. En el caso nicaragüense, cabe señalar
que el batallón comandado por José Dolores Estrada fue bautizado, casi inmediatamente
después de los sucesos, con el nombre de Batallón San Jacinto, en recuerdo de su reciente
victoria contra los filibusteros en la hacienda San Jacinto, el 14 de septiembre de 1856.
Otras coyunturas memoriales en el caso costarricense fueron el centenario del nacimiento
de Juan Rafael Mora en 1914, momento en el cual se publicaron dos obras, y el centenario

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del nacimiento de Juan Santamaría, el cual dio origen al actual Museo Histórico Cultural
Juan Santamaría.
Como se observa, y como es natural, los aniversarios son ocasión propicia para el
despliegue de una coyuntura memorial, pero la naturaleza de la conmemoración está
siempre marcada por el contexto en el cual se celebra: cada conmemoración es una lectura
del pasado desde el presente y una forma de usar el pasado para discurrir sobre el presente.
Así, por ejemplo, la coyuntura de los años 1880 y 1890 se enmarca en el conflicto de Costa
Rica, Nicaragua y los otros estados del istmo contra la pretensión de Justo Rufino Barrios,
presidente de Guatemala, de unificar Centroamérica por medio de la fuerza militar. De
igual manera, los festejos del centenario no pueden disociarse del contexto de guerra fría,
dictaduras y lucha contra el comunismo que dominaba en esos años; recordemos la
intervención de Estados Unidos y la caída del presidente Jacobo Arbenz en 1954 y el
asesinato del dictador Anastasio Somoza García en septiembre de 1956. Por último, como
sabemos, en el presente nos encontramos en una nueva coyuntura memorial asociada al
sesquicentenario de aquellos sucesos. En el caso de Costa Rica, distintos actores han
intentado crear una vinculación entre esos festejos y las discusiones actuales sobre el TLC
con los Estados Unidos. En suma, cada coyuntura conmemorativa corresponde a un
contexto específico:
La historia de la memoria de la guerra contra los filibusteros requiere una
periodización, pero, en cuanto a la historiografía propiamente dicha, en la fase actual de
nuestra investigación, nos vamos a limitar a distinguir, por una parte, las obras de testigos o
protagonistas, contemporáneos de los sucesos, producidas en su mayoría en el siglo XIX,
con la excepción del libro del nicaragüense, Francisco Ortega Arancibia (1911); y, por otra
parte, las obras escritas por personas que no fueron contemporáneas de los acontecimientos
y que escribieron más bien libros de historia, antes que memorias o testimonios.
Como oportunamente lo señalara Maurice Halbwachs, la memoria es un atributo o
una acción de un sujeto y cuando hablamos de memoria social, de un sujeto colectivo. En
consecuencia, toda memoria es transportada por determinados actores sociales. En el caso
de la guerra contra Walker es fácil distinguir países, estados y naciones; además de,
partidos o facciones. Aquí nos interesan, en Nicaragua, el partido liberal y el conservador y,

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en Costa Rica, la oposición entre “moristas” y “antimoristas”, es decir, partidarios y
adversarios de Juan Rafael Mora y su facción.
En relación con el método de análisis de las obras, debemos señalar que en cuanto a
su contenido nos interesa considerar: su articulación narrativa, es decir, eventos,
protagonistas y causas que son retenidos en la narración, junto con lo que podríamos
denominar la fundamentación ideológica de los relatos, es decir, los valores, supuestos e
ideas generales con los cuales son construidos; en cuanto a los autores nos interesa su
origen y trayectoria en términos de su vida pública, aunque algunos elementos de su vida
privada podrían ser considerados relevantes; en fin, el contexto histórico-social es
importante, tanto en términos de los autores como de sus obras.

Vertientes del recuerdo: énfasis, penumbras y silencios


La guerra contra los filibusteros se sitúa en una coyuntura de la historia de
Nicaragua y, subsidiariamente, de Costa Rica que se ubica entre 1854, año en que se inicia
la guerra civil en Nicaragua que enfrenta a legitimistas (conservadores /granadinos) y
democráticos (liberales/ leoneses) y 1858, cuando se normalizan las relaciones entre Costa
Rica y Nicaragua o hasta 1860, cuando Walker es fusilado en Trujillo, Honduras y cuando
Juan Rafael Mora es fusilado en Puntarenas, Costa Rica. Convendría agregar que el
episodio de Walker en Nicaragua no es un hecho aislado, ya que el filibusterismo fue un
fenómeno característico de Estados Unidos en el periodo situado entre 1848, fin de la
guerra de conquistra contra México, y 1861, inicio de la Guerra de Secesión. Como es
conocido, antes de ser contratado para venir a Nicaragua, Walker había realizado una
fracasada expedición filibustera contra los territorios mexicanos de Baja California y
Sonora.
En este arco de tiempo los que cuentan la historia articulan una narración que trama
eventos, protagonistas y causalidades, relato que fija una determinada versión que se
convierte en una memoria de ese proceso. Los diferentes autores en los distintos momentos
magnifican, minimizan, olvidan o silencian distintos componentes del proceso. Algunos de
los temas principales de cualquier narración histórica sobre la guerra contra Walker serían
los siguientes:
1.- Los responsables de la traída de Walker a Nicaragua.

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2.- Las divisiones y pugnas de las elites de Nicaragua.
3.- La actitud de Costa Rica frente a la llegada de Walker entre junio y noviembre de 1855.
4.- La segundas intenciones de Juan Rafael Mora y de sectores de la elite costarricense
frente a Nicaragua: la Vía del Tránsito y la cuestión canalera.
5.- La batalla de Rivas del 11 de abril de 1856: los errores militares de Mora; la acción de
Juan Santamaría; la importancia de esta batalla y sus consecuencias.
6.- La actitud de los otros gobiernos centroamericanos hasta abril de 1856.
7.- La desunión continua de los ejércitos centroamericanos desde julio de 1856 hasta marzo
de 1857.
8.- Las divisiones y rivalidades entre las propias fuerzas nicaragüenses.
9.- La toma de los vapores en el río San Juan y el lago de Nicaragua: la idea y los méritos:
¿los estadounidenses Cornelius Vanderbilt y Sylvanus Spencer o Mora y los costarricenses?
10.- El factor determinante del final de la guerra: los méritos de Juan Rafael Mora y de
Costa Rica.
11.- La batalla de Rivas del 11 de abril de 1857: la vanidad de José Joaquín Mora,
costarricense y comandante en jefe de los ejércitos centroamericanos.
12.- La rendición de Walker: las responsabilidades de José Joaquín Mora; ¿una vergüenza
centroamericana?
13.- Los amagos de guerra entre Costa Rica y Nicaragua a fines de 1857.
14.- ¿Qué hacer con los Estados Unidos, nuestros amigos, aliados y protectores, cuando
contamos esta historia? ¿Es el Destino Manifiesto un asunto del pasado?
15.- ¿Cuál es la periodización adecuada de esta guerra? ¿Cuál es el nombre que mejor le
conviene “campaña nacional” o “guerra nacional”. ¿Cual adjetivo: centroamericana,
nicaragüense, costarricense?
Estos distintos temas o problemas definen las vertientes de la memoria, la vertiente
nicaragüense y la vertiente costarricense. Aquí nos vamos a detener solamente en algunos
de esos elementos que, según nuestro criterio, delimitan la divisoria de aguas entre cada
uno de estos dos países en su forma de recordar la guerra contra los filibusteros.

La versión nicaragüense:

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La historiografía nicaragüense sobre la guerra contra los filibusteros es más
abundante que la costarricense, circunstancia que parece normal; pero, también es bastante
más temprana. En efecto, Jerónimo Pérez fue el primer historiador nicaragüense de esta
guerra, cuya obra titulada Memorias fue publicada en dos volúmenes, el primero en 1865 y
el segundo en 1873. Pérez fue protagonista de los eventos en el bando conservador y al lado
del general legitimista Tomás Martínez, al cual acompañó al gobierno cuando este fue
nombrado presidente de Nicaragua en 1858.
Así, se puede decir que la obra de Pérez establece la visión conservadora de la
guerra contra Walker, aunque hay que reconocer que este autor intenta mantener a lo largo
de su narración una postura equilibrada y ponderada. Su trabajo puede ser considerado
como un alegato contra la guerra civil, la cual considera un mal absoluto que, por razones
que no brinda, los nicaragüenses han soportado desde los tiempos de la independencia. El
paroxismo de ese mal absoluto fue la guerra civil de 1854-55 que tuvo por consecuencia la
traída de William Walker y sus filibusteros a Nicaragua.
Para Pérez los liberales y, en particular, Máximo Jerez y Francisco Castellón cargan
la responsabilidad de la llegada de los filibusteros a Centroamérica. He aquí un tema que
abre un punto de disputa entre la versión de los liberales y la versión de los conservadores,
tema también sobre el cual va a tomar posición la historiografía costarricense. Eso no obsta
para que Pérez reconozca la responsabilidad de Fruto Chamorro, presidente conservador, en
el desencadenamiento y en el desarrollo de la guerra civil, que culmina con la toma de
Granada por parte de Walker en octubre de 1855.
El segundo tema que merece ser considerado es el del papel de Costa Rica en la
guerra. Al respecto, Pérez reconoce, punto en el que concuerdan todos los historiadores,
que Costa Rica tomó la iniciativa de la guerra y que la acción de este país fue el factor
determinante del triunfo, mediante la toma de los vapores y la Vía del Tránsito. En
contraste, Pérez insiste mucho en la división y la ineficacia de los ejércitos de los otros
países centroamericanos que llegaron a León a partir de julio de 1856.
Los puntos de discusión alrededor del papel de Costa Rica en la memoria
nicaragüense, que aparecen por vez primera en la obra de Pérez, se refieren al mérito de la
toma de los vapores y a las condiciones de la rendición de Walker en Rivas el 1º de mayo
de 1857. Al respecto, Pérez atribuye la idea de la toma de los vapores a Vanderbilt, pero no

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atribuye el éxito a Spencer y no intenta disminuir el mérito del los costarricenses en estos
combates. Por el contrario, Pérez se muestra más crítico en relación con la conducta del
general en jefe de los ejércitos centroamericanos en la última fase de la guerra. Para Pérez
la capitulación de Walker fue una vergüenza para los centroamericanos y ella fue el
resultado de la decisión precipitada de José Joaquín Mora, movido por su gran vanidad. No
obstante, Pérez es claro al afirmar que Juan Rafael Mora y José María Cañas fueron quienes
salvaron a Centroamérica del filibusterismo.
Un punto en el que este autor es claro, con el cual concuerdan todos los
nicaragüenses que posteriormente escribieron sobre la guerra contra Walker, es que Costa
Rica o, más precisamente, los hermanos Mora, aprovechándose de la debilidad y postración
en que se encontraba Nicaragua al final de la guerra, pretendieron despojar territorialmente
a este país, y con el pretexto de la seguridad y el peligro de nuevas invasiones filibusteras,
quisieron adueñarse de la Vía del Tránsito, es decir, del río San Juan, de una porción del
lago de Nicaragua y del istmo de Rivas. En suma, a pesar de la ayuda brindada durante la
guerra, la intención de Costa Rica, revelada al finalizar el conflicto, era dañar a Nicaragua
despojándola del proyecto del canal interoceánico y, de paso, del Partido de Nicoya.
José Dolores Gámez en 1889 en su obra Historia de Nicaragua dedica una suma
considerable de páginas, casi 160, a la guerra contra los filibusteros. Su versión es la de un
liberal, como expresamente lo señala, pero no en el estilo militante, para muchos irritante,
de Lorenzo Montúfar. Así, para este autor la tragedia de Nicaragua en esta etapa de su
historia es atribuible en su origen al presidente Fruto Chamorro y a los conservadores
granadinos. Dada su posición liberal, no sorprende que intente salvar la responsabilidad de
Castellón y Jerez por la llegada de Walker y, aunque afirma que no intenta justificar, sino
explicar, trata de mostrar que Castellón y los liberales leoneses eran conscientes del peligro
que el jefe filibustero representaba e intentaron controlarlo, apenas había desembarcado,
pero sin éxito. No obstante, el argumento principal de los liberales en ese momento, el cual
Gámez suscribe, es que Walker era un mal, pero los legitimistas eran un mal mayor porque
pretendían exterminar a los leoneses. Otro elemento típicamente liberal que introduce
Gámez en su narración es el papel deplorable del clero el cual terminó convertido en
“humilde cortesano” de los filibusteros.

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Gámez, no se diferencia de Pérez en el tratamiento de la cuestión del papel jugado
por Costa Rica durante la guerra y en lo que respecta a las divisiones de los ejércitos
centroamericanos y a los errores del general José Joaquín Mora. También coincide con
Pérez en mostrar las intenciones aviesas de Costa Rica respecto de la Vía del Tránsito,
asunto en el que se extiende con bastantes detalles, en particular respecto de los famosos
acuerdos entre el aventurero Webster y Juan Rafael Mora. En este sentido, la posición de
Gámez en relación con Costa Rica es más crítica.
Una cuestión que es importante para apreciar las dos vertientes de la memoria de la
guerra contra Walker es la que se refiere a la periodización. En efecto, los nicaragüenses
distinguen entre la “guerra civil” y la “guerra nacional”, mientras que los costarricenses
hablan de la “primera campaña” y de la “segunda campaña” contra los filibusteros. Así,
mientras que para los costarricenses su “campaña nacional” comienza en marzo de 1856,
cuando el ejército marcha a Nicaragua; para los nicaragüenses la “guerra nacional” solo
empieza en septiembre de 1856 cuando legitimistas y democráticos acuerdan unirse contra
los filibusteros y cuando estos son derrotados en la hacienda San Jacinto por una fuerza
legitimista dirigida por el general José Dolores Estrada. Dicha periodización no existe en la
obra de Jerónimo Pérez, pero sí aparece ya en Gámez. Es importante señalar que esta
periodización luego permitirá a algunos hablar de la “invasión” de los costarricenses en
marzo-abril de 1856.
Francisco Ortega Arancibia escribe sus memorias de la guerra al final de su vida y
las publica en 1911 en un libro titulado Cuarenta años (1838-1878) de historia de
Nicaragua. Aunque peleó en la guerra al lado de los legitimistas, en algún momento de su
vida se hizo liberal, de modo que en esa óptica escribe su texto. En este sentido, su visión
es próxima de la de Gámez. No obstante, Ortega Arancibia se distingue de Pérez y Gámez
por tener una opinión más favorable sobre el papel de Costa Rica en la guerra. Así, por
ejemplo, afirma que el plan de la toma de los vapores fue concebido entre Luis Molina,
representante diplomático de Costa Rica en Estados Unidos, y el magnate Cornelius
Vanderbilt. Más interesante es señalar que en lugar de censurar a José Joaquín Mora por la
forma en que Walker depuso las armas, más bien lo elogia y afirma que Mora en aquellos
momentos fue “hidalgo y magnánimo”.

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Como se puede apreciar, los elementos básicos de la memoria nicaragüense, tal y
como fue elaborada por la historiografía, fueron establecidos por testigos y protagonistas de
los hechos, es decir en el siglo XIX, aunque recordemos que el texto de Ortega Arancibia
fue publicado a inicios del siglo siguiente. Los elementos más problemáticos de esta
memoria que llegarán hasta el presente serán: la responsabilidad de la elite nicaragüense en
la venida de los filibusteros, la cuestión del mal de sus guerras civiles frecuentes y el asunto
de los designios y el papel de Costa Rica en la guerra.
Estas cuestiones reaparecen con claridad en el texto conmemorativo del centenario
de la guerra encargado por el gobierno de Anastasio Somoza García a Ildefonso Palma
Martínez titulado La Guerra Nacional. Sus antecedentes y subsecuentes tentativas de
invasión, publicado en 1956. Esta celebración fue organizada en conjunto por todos los
estados centroamericanos en el marco de la desaparecida ODECA (Organización de los
Estados Centroamericanos). La originalidad del libro de Palma respecto de las cuestiones
señaladas es su insistencia en justificar a Jerez y a Castellón. Así, según Palma, en aquella
época era un uso corriente por parte de los estados reclutar mercenarios y el contrato entre
Byron Cole y Francisco Castellón, mediante el cual Walker vino a Nicaragua, fue un acto
jurídico válido y legítimo. El problema radicó en que Walker irrespetó los términos de
dicho contrato. Quizás, por el contexto de esa celebración Palma se abstiene de criticar al
general José Joaquín Mora. Aunque reconoce el mérito de Costa Rica, este autor no cuenta
en detalle los combates del río San Juan.
Alejandro Bolaños Geyer, recientemente fallecido, medico de profesión,
nicaragüense, pero radicado en Estados Unidos durante muchos años, se dedicó desde 1971
al estudio de la vida de William Walker y su obra más importante la publicó entre 1989 y
1992. En el año 2003, el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría le editó una nueva
versión de su libro sobre el filibustero titulado William Walker: el predestinado, el cual
resume en un tomo su opus magna en cinco volúmenes. Este es un trabajo
excepcionalmente documentado y erudito; no obstante respecto de la memoria nicaragüense
de la guerra se mantiene en los mismos parámetros, salvo en lo que se refiere al papel
jugado por Costa Rica. En este punto Bolaños Geyer intenta disminuir los supuestos
méritos de este país y acentúa sus segundas intenciones respecto de Nicaragua. Así, al
inicio de la invasión de Walker en 1855, el gobierno de Costa Rica no solo se mostró

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preocupado, sino incluso satisfecho porque esto contribuía al desangre y al debilitamiento
del país vecino, lo cual armonizaba con las pretensiones de Juan Rafael Mora de apoderarse
de la ruta del canal. Mora movilizó al ejército costarricense solo una vez que había
terminado la cosecha de café, dejando que Walker se apoderara de Nicaragua. Bolaños
Geyer retoma las críticas a Costa Rica planteadas a partir de la obra de Pérez, pero subraya
que el mérito de la toma de los vapores fue de Spencer y de Vanderbilt y con mucha ironía
resume su perspectiva de las acciones de los costarricenses, titulando uno de los capítulos
de la obra “Hermaniticos”. En suma, de todas las obras de la historiografía nicaragüense
aquí presentadas es esta, que quizás sea revelador es la más reciente, la que presenta una
posición más militante en contra de Costa Rica. Tal vez sea significativo que esta es la
única obra que pasa por alto el problema de los conflictos de las elites nicaragüenses y su
responsabilidad en la venida de los filibusteros a Centroamérica. En suma, a juzgar por el
libro de Bolaños Geyer la memoria nicaragüense de la guerra evolucionó del siglo XIX al
presente desde una óptica más moderada frente a Costa Rica a una visión más militante.

La versión costarricense:
Como ya se dijo, la historiografía costarricense sobre la guerra nace con
posterioridad a la historiografía nicaragüense y, además, es menos abundante. En sentido
estricto, existen en Costa Rica solo dos obras que han analizado en profundidad y
extensamente este proceso, la de Lorenzo Montúfar, Walker en Centroamérica y la de
Rafael Obregón Loría, en sus dos versiones de 1956 y 1991. No obstante, es en Costa Rica
en donde se ha institucionalizado dicha memoria mediante el establecimiento de un museo
cuya función es preservar la memoria oficial de aquellos acontecimientos y en donde las
efemérides de la guerra parecen haber alcanzado mayor arraigo, por lo menos hasta hace
algunos años, en el marco del calendario escolar.
La primera obra de envergadura sobre la guerra es la citada de Lorenzo Montúfar,
guatemalteco que radicó por muchos años en Costa Rica, fue protagonista y testigo de la
guerra contra Walker, como miembro del gobierno de Mora, y fue una figura política a
escala centroamericana, ampliamente conocido por su militantismo liberal y por su obra en
7 volúmenes Reseña Histórica de Centro-América, de la cual su libro sobre la guerra contra
los filibusteros corresponde al tomo sétimo. Como es de suponerse, el libro de Montúfar

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surgió de un encargo del gobierno costarricense, aunque debe señalarse que se integró
dentro de un proyecto en curso del autor, iniciado en 1878, bajo el auspicio del gobierno de
Guatemala, es decir, la citada Reseña. Antes de Montúfar solo existía en Costa Rica lo que
la prensa había publicado en los propios años del conflicto, algunos testimonios de
protagonistas, pero que solo habían circulado en forma manuscrita, como el diario del
General Máximo Blanco y las memorias del padre Brenes, publicadas en 1885. Cabe
agregar que en 1883 se había publicado en Nicaragua una traducción del libro de Walker,
circunstancia que motivó el encargo a Montúfar, con el fin, según se dijo, de corregir los
errores y falsedades en que el filibustero incurría en relación con los sucesos de la guerra y,
sobre todo, en relación con Costa Rica. En suma, se puede afirmar que el guatemalteco
Lorenzo Montúfar fue el fundador, en el campo de la historiografía, de la memoria oficial
costarricense sobre la guerra contra los filibusteros.
Los elementos básicos de la memoria costarricense, sistematizados por primera vez
por Lorenzo Montúfar, son reconocibles hasta el presente. En su historia los héroes son, en
primer lugar, Juan Rafael Mora y, en segundo lugar, el pueblo costarricense. A ellos cupo
la iniciativa de la lucha contra los filibusteros y fueron ellos quienes hicieron posible el
triunfo, gracias a la campaña del río San Juan. El presidente Mora fue un visionario que
desde el principio vio el peligro, concibió la fórmula estratégica para derrotar a los
filibusteros y tuvo la grandeza de estar por encima de las luchas de partidos en las que se
entramparon continuamente los jefes centroamericanos y los propios nicaragüenses, no solo
antes de la llegada de Walker, sino durante y después de la guerra. En relación con la
división de los jefes militares centroamericanos y en otros puntos Montúfar coincide con
Jerónimo Pérez, cuya obra es una de las fuentes básicas de la suya.
A pesar de que esta obra es una apología de Mora, Montúfar afirma que la idea de la
toma de los vapores fue de Vanderbilt y que Spencer fue “el alma de la expedición”,
aunque este no podía actuar solo, sin la ayuda de los costarricenses. No obstante, Montúfar
insiste en que la idea de controlar la Vía del Tránsito está presente desde los inicios del plan
de Mora. Como veremos en este punto otros historiadores se oponen a Montúfar.
Pero el principal contencioso de la memoria oficial costarricense con Montúfar es
Juan Santamaría. Como señala Carlos Meléndez en su prólogo a la edición del año 2000 de
este libro, Montúfar fue uno de los primeros detractores de la figura del soldado

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alajuelense. En forma implícita, Montúfar sugiere que Juan Santamaría fue una invención
de uno de los gobiernos de los hermanos Montealegre, enemigos de Mora y responsables de
su fusilamiento. En este sentido, conviene decir que este autor señala que dentro de la elite
costarricense hubo sectores que se opusieron al proyecto de Mora tanto durante la primera
como en la segunda campaña.
Como corresponde a la versión liberal, Montúfar se esfuerza en justificar a
Castellón y a Jerez, es decir, a los liberales leoneses y condena el despotismo de Fruto
Chamorro y de los legitimistas. De igual manera, intenta defender a todo precio al liberal
hondureño, compañero de armas de Morazán, general Trinidad Cabañas, el cual en
diciembre de 1855 fue a Granada a solicitar la ayuda de Walker para recuperar el poder, del
cual había sido despojado recientemente por los conservadores hondureños con la ayuda del
dictador conservador guatemalteco, Rafael Carrera. Tras el fracaso de esta gestión, Cabañas
se convirtió en acérrimo enemigo del filibustero.
Con Montúfar se inicia también uno de los aspectos problemáticos de la memoria
costarricense: sus silencios o excusas en relación con determinados aspectos de la guerra,
aquellos que representan el núcleo de la crítica en la memoria nicaragüense: las condiciones
de la capitulación de Walker en Rivas el 1º de mayo de 1857 y las intenciones de Mora de
apoderarse de la ruta del Tránsito.
Francisco Montero Barrantes en el tomo II de su libro Elementos de historia de
Costa Rica (años 1856-1890), publicado en 1894, consagra sus primeras 97 páginas a la
guerra contra los filibusteros. Este autor no se distancia básicamente de lo ya establecido
por Montúfar, tanto en lo que se refiere a sus énfasis como en relación con sus silencios. No
obstante, se opone a este autor en lo que se refiere a Juan Santamaría y a la llamada
segunda campaña. Así, para Montero Barrantes la idea fue de Mora, no de Vanderbilt y el
“alma de la expedición”, según la expresión de Montúfar, fue Máximo Blanco, de acuerdo
con el testimonio del padre Brenes. Spencer desaparece en esta versión puesto que sobre él
Montero Barrantes guarda total silencio. De nuevo, se puede apreciar que uno de los
componentes de la memoria costarricense es el silencio sobre determinados pasajes de esta
historia.
En un texto breve titulado La Campaña Nacional contra los filibusteros en 1856-
1857. Breve reseña histórica, escrito entre 1894 y 1895 en ocasión de los festejos de

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inauguración del Monumento Nacional, y publicado en 1897 en el libro conmemorativo de
ese evento, Joaquín Bernardo Calvo Mora relata la historia de la guerra contra William
Walker. Este autor básicamente retoma la versión de Montúfar con las correcciones de
Montero Barrantes en lo que respecta a Juan Santamaría y a la segunda campaña, co0n base
en el texto del padre Brenes y en un diario de Máximo Blanco al que tuvieron acceso todos
estos autores, pero que solo fue publicado en el siglo XX. No obstante, Calvo guarda
silencio en relación con las divisiones de la elite costarricense, pero comparte las otras
omisiones de los autores ya señalados.
Al igual que en el caso de Nicaragua, se puede afirmar que las líneas básicas de la
memoria oficial costarricense de la guerra contra los filibusteros quedaron establecidas, en
el campo de la historiografía, ya a finales del siglo XIX. En esta perspectiva la historia es
heroica y sirve para reconfirmar los atributos del pueblo costarricense, un pueblo feliz y
exitoso, así en la paz como en la guerra. En este sentido, la memoria quedó fijada en el
momento en que todavía vivían muchos de los contemporáneos de los acontecimientos y
gracias a la obra de uno de sus protagonistas: Lorenzo Montúfar.
En 1924 el historiador costarricense Ricardo Fernández Guardia tradujo y publicó
el libro de William Walker La guerra en Nicaragua el cual prologó. En ese prólogo retoma
los indicados elementos de la memoria costarricense, pero introduce o explicita un nuevo
componente: una diatriba contra las elites nicaragüenses culpables de la venida de Walker y
responsables de los peligros para su soberanía que en esos momentos corrían los estados
centroamericanos porque Nicaragua se encontraba ocupada por tropas estadounidenses.
Con motivo del centenario Rafael Obregón Loría publicó en 1956 la primera versión
de su obra, clásica en la historiografía costarricense, cuyo título es programático y
emblemático La Campaña del Tránsito. En este texto es deudor de los autores que lo
preceden, y comparte sus silencios pero se enfrenta con Montúfar en el asunto que es el
título de su libro. Para este autor el mérito es solo de los costarricenses y su deuda con
Vanderbilt y Spencer ha sido sobredimensionada. Conviene agregar, que Obregón Loría,
posiblemente por el contexto centroamericano de las celebraciones del centenario, es muy
discreto sobre las responsabilidades de las elites de Nicaragua en relación con la llegada de
Walker a Centroamérica.

163
Este mismo autor publicó en 1991 una nueva versión de su libro en la cual
abandonó el título precedente ya que lo denominó Costa Rica y la guerra contra los
filibusteros. En términos de la memoria costarricense este trabajo es coherente con la
ortodoxia establecida y con el programa de la versión de 1956. Su principal innovación
radica en su condena de las elites nicaragüenses, lo cual contrasta con su discreción
respecto de esta cuestión en 1956. En última instancia, la obra de Obregón sintetiza en la
perspectiva costarricense el conflicto entre las dos vertientes del recuerdo que hemos
venido analizando: divididos por un río que sirve de límite: en una ribera un país
supuestamente ideal, en consecuencia irreal, agrego yo; en la otra, un país supuestamente
problemático y, quizás por eso, un poco más real.

La invisibilidad y el olvido:
Como dijimos al principio, además de la centroamericana existe la historiografía del
país de donde provenían los invasores, con sus varios componentes. Uno de ellos son los
testimonios de los propios filibusteros, cuyo producto por excelencia sería el propio libro de
William Walker, The War in Nicaragua publicado en 1860, algunos meses antes de su
muerte. Este tipo de historiografía tuvo vigencia en el siglo XIX y su tarea consistió en
exaltar a esos “agentes del Destino Manifiesto” y en denigrar, en una perspectiva
abiertamente racista, a quienes los combatieron. En el siglo XX ha surgido una
historiografía de aficionados y otra profesional o universitaria. Ambas se han fijado como
tarea combatir el olvido o la amnesia de la sociedad estadounidense en relación con este
aspecto de su pasado, un capítulo de la historia de su expansionismo el cual incluye
también el no muy edificante pasaje, a la luz de los valores actuales, de la guerra y el
despojo de México en 1846-48.
Curiosamente como se muestra en un libro recientemente publicado por el crítico
literario estadounidense Brady Harrison titulado Agent of Empire. William Walker and the
Imperial Self in American Literature, la figura de William Walker aparece y reaparece en la
literatura estadounidense, en un contrapunteo con el desarrollo imperial de esa potencia, y
ha dado lugar a un subgénero literario denominado romance mercenario y ha sido un
instrumento de reflexión sobre el denominado yo imperial estadounidense. Sin embargo,
como bien ha señalado Robert E. May, Walker, el cual fue una figura extremadamente

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popular en su tiempo, ha sido desterrado de la memoria colectiva de los Estados Unidos. En
ese sentido, ni la literatura ni la historiografía han logrado restituir su memoria y alrededor
de su figura persiste un pacto de olvido, que se explicaría por varios factores; pero el
principal de todos sería que su recuerdo inevitablemente ilumina el lado oscuro de la misión
civilizadora que los Estados Unidos se han adjudicado desde la época del Destino
Manifiesto en el continente americano y ahora en todo el planeta.
La historiografía centroamericana se ha construido apoyándose y oponiéndose a esa
otra historiografía, razón por la cual no se puede ignorar. Aquí en términos de una historia
de la memoria y de forma provisional es necesario señalar que la historiografía
estadounidense presenta un rasgo muy significativo: su ocultación de los actores
centroamericanos. Tanto académicos o aficionados a la historia como filibusteros piensan
que Walker fue derrotado por el magnate naviero Cornelius Vanderbilt, no por Mora y los
costarricenses y los otros centroamericanos. Así, la visión de los historiadores
estadounidenses se traslapa con la de los filibusteros en cuanto a la invisibilización y en
cuanto a la imputación de incapacidad para producir historia de estos pueblos que
padecieron los males del filibusterismo. Para esta historiografía quienes fueron víctimas de
Walker carecían de la capacidad de ser agentes de los procesos históricos. En este sentido,
la historiografía estadounidense, salvo el citado libro Harrison, no logra colocar las
acciones filibusteras de William Walker en el contexto de la cuestión más amplia del
imperialismo estadounidense y de sus sucesivas metamorfosis en sus relaciones con la
América Latina.

Reflexión final tentativa:


El cotejo entre la memoria nicaragüense y la memoria costarricense de la guerra
contra los filibusteros permite acercarse por una vía indirecta a la cuestión de cómo ambos
países se han construido como estados y se han inventado como naciones. Así la memoria
costarricense de la guerra es una memoria de la autosatisfacción de la buena conciencia y
de la autocomplacencia que proyecta una imagen nacional integrada; mientras que la
memoria nicaragüense es una memoria incómoda o, quizás, una memoria en conflicto, la
cual proyecta una imagen nacional desgarrada. Por último, la memoria estadounidense es

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más propiamente una forma de olvido y una persistente incomprensión de quienes fueron
las víctimas de aquella historia.
En fin, parece obvio que el desafío de la investigación histórica consiste en producir
nuevos análisis e interpretaciones de este episodio de la historia centroamericana y de este
pasaje de la historia de los Estados Unidos, en los años dorados del filibusterismo y del
Destino Manifiesto, que trascienda las visiones nacionales o nacionalistas y que restituya
todos los actores y el lugar de cada uno de ellos. No hace falta decir cuan urgente es en el
presente esta tarea de hacer confluir las memorias, cuando las aguas del mismo río
escenario, razón y protagonista de la guerra vuelven a oponer a Costa Rica y a Nicaragua y
cuando los Estados Unidos, dicen tener, como Walker también creía, y como lo han creído
en tantas otras ocasiones, la clave de un futuro prometedor para Centroamérica.

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agosto, 2006

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