MAMÁ
MAMÁ
MAMÁ
Mamá es una novela escrita por Jorge Fernández Díaz, un periodista y escritor.
Cuenta la historia de una chica de 15 años que se llama Carmen, enviada por su madre, una campesina española,
a la Argentina de Perón. Quiere sacarla de la miseria y le promete que pronto la seguirá toda su familia. Pero algo
falla y nadie viene, y la chica queda atrapada en un país hostil donde crece, se casa, lucha contra su destino y
sufre el destierro más cruel. Luego de muchos años deja de sufrir y se hace argentina. Entonces sus hijos y nietos
le anuncian que quieren irse a vivir a España, huyendo de la depresión económica, y todo vuelve a empezar.
El libro está dividido en 10 capítulo y cada uno tiene un protagonista, cuya historia es contada por el
narrador/autor, que es el hijo de “mamá”. El autor especifica que la historia que cuenta no es la pura verdad, sino
“ la verdad contaminada que mi madre narró a su psiquiatra, los monólogos que pude anotar en mi cuaderno, la
tradición oral de mi familia y los recuerdos de mi infancia”.
MIMÍ
En el primer capítulo el autor habla de Mimí. Cuando empieza la novela, Jorge Fernández Díaz nos habla de su
madre que ya no llora al leer las cartas de Mimí, que ni siquiera recuerda ya dónde guardó esas cartas
provenientes de “Ingeniero Lartigue”, un pueblo (probablemente inventado) en Asturias. Mimí es la amiga que
conoció mamá al poco de llegar a la Argentina.
Mimí fue enviada en Argentina junto a su hermano, Jesús, en 1948. Vivieron 20 años con una tía en la Palermo
pobre. Ella trabajaba en un taller de trajes de hombres, donde conoció a mamá. Se hicieron amigas y empezaron
a pasar el tiempo juntas.
Después de la muerte de sus tío, mamá y su hermano compraron dos departamentos (=pisos): en uno vivían Jesús
y la tía; en el otro, más amplio, Mimí regenteaba un “hotel de mujeres”.
Durante todo aquel tiempo, recibieron carta en que se decía que su familia española mejoraba y que había
prosperidad. Pero como parecía tarde tanto para irse como para quedarse, pasaron décadas en ese limbo.
Después que la tía murió, Jesús y Mimí se hicieron viejos, se jubilaron, vendieron el hotel y se fueron a vivir
juntos. A causa de la situación económica del país, los dos non vivían en el lujo, todo lo contrario.
En todo esto, la familia española les ofreció regresar a España y los dos decidieron aceptar la oferta. A mamá se lo
dijeron un día, que la encontraron en la calle, después de años sin hablarse.
Regresados a España, los dos hermanos “se habían divorciado”: Mimí vivía con los varones, Jesús con otra
hermana y los sobrinos.
En las primeras cartas que Mimí escribió a Mamá parecía que estaba todo bien; sin embargo, después de unos
meses contó que en aquella casa no estaba bien y que si no se iba de allí “habría muerto de pena”.
Carmen los ayudó a obtener la jubilación española y los dos hermanos consiguieron regresar a vivir juntos.
MAMÁ
En este capítulo el narrador/autor nos cuenta que Mamá cayó en depresión. Bajo el consejo de la mujer del hijo,
se hizo hacer una evaluación psicológica, tomó algunas pastillas y empieza ir a hablar con una psicóloga. Cuando
le preguntó que decía la psicóloga cuando le contaba sus historia, Mamá respondió que a veces lloraba. El autor
decidió así comprar el cuadernillo y empezar a contar su historia.
MARÍA
El capitulo empieza con la noticia de la muerte de María del Escalón, la abuela del narrador/escritor y nada más
que la madre de Mamá.
María nació en 1902 y era hija de Manuel, un mozo de estación y borracho, y Teresa.
María se dedicaba a la tierra y creció, como muchos, iletrada.
A dieciséis años se quedó embarazada de José, su primo hermano (cugino di primo grado). Los dos se casaron y
cuando el bebé nació, José se fugó a Cuba y no regresó antes de 10 años.
Cuando regresó, María lo recibió sin decir mucho y nueve meses después nació Carmen, o sea Mamá. Pasaron
años y José hacía hijos y luego se iba. Después de tener una pelea con Teresa, la bisabuela que estaba harta de
aquella situación, José ordenó a María de tomar todas sus cosas porque se habrían ido de aquella casa. La
situación seguía igual: José iba y regresaba y María con los niños se moría de hambre y se mataba trabajando.
Hasta que, un día, José regresó diciendo que alguien lo quería muerto. El hombre dijo que no tenía otra
alternativa que irse a Buenos Aires, donde estaba su hermana, prometiendo que después que se hubiera
asentado toda la familia habría podido ir allí.
Claramente no era verdad, porque los meses pasaron y no tuvieron noticias: José se había escapado para
siempre.
La hermana de José, Consuelo, aseguró a María de enviar a sus hijos poco a poco que ella podía darles cobijo.
La primera, y la única, a ser enviada fue Carmen.
Una vez llegada a Argentina, Consuelo intentó hacer hablar Carmen con su padre, pero él las alejó.
María no se casó ya, transformó la casa del Escalón en una pensión y enviaba de vez en cuando dinero y ropa a su
hija.
En 1968, Carmen y sus dos hijos regresaron a España para visitar a María.
En 1972, José sufrió unos infartos y quisiera regresas a morir en Asturias; pero María le hizo llegar una carta
donde lo “amenazaba” de matarlo ella misma si hubiese regresado.
María murió algunos años más tardes y cuando Mamá le preguntó porqué había tenido tanta paciencia con José,
María le dijo que, a pesar de todo, lo quería.
CARMINA
En este capítulo se sigue contando la historia de mamá, o sea Carmina. En este capítulo se descubre un poco más
de la infancia de Carmina.
Como hemos dicho era la hija de María y la nieta de Teresa. Teresa tenía otras dos hijas: Josefa, que también
había sido madre soltera, y Rosario, que vivía en Madrid y era dueña de una pensión.
Carmina era la hija mayor de María, y como tal tenía que cuidar a sus hermanos. No tuvo una infancia fácil:
trabajaba muchísimo para ayudar a su madre; se morían literalmente de hambre, así que aprendió a robar fruta;
los chicos del pueblo se burlaban de ella “porque iba descalza y era una burra”. Toda su niñez fue ensombrecida
por la ausencia de José (el padre) y por el permanente errar de casa en casa.
Un día Rosario propuso a María que le enviara a Carmina para ayudarla: dentro de poco, aunque contra su
voluntad, Carmina se fue a Madrid.
Allí, para ella, el autor nos cuenta che non fue un periodo feliz. No estaba mal, allí tenía de comer, vestidos, una
cama para dormir; pero empezó a sentirse sola y este “virus”, como lo llama el autor, nunca la dejó y le arruinó la
vida. Carmina quería volver a Almurfe (su pueblo), pero su tía no quería y, con un engaño, logró incluso quitarle la
lata donde ponía las propinas.
Carmina pasó once meses en Madrid y al final, con la ayuda de la nuera de Rosario, logró regresar en Almurfe. La
nuera explicó a Rosario que iba de vacaciones a Asturias y que necesitaba Carmina como mucama (=cameriera).
Una vez llegada a su pueblo dijo a su madre y su abuela que no entendía regresar a Madrid.
Dentro de poco José se escapó y, como ya ha sido contado, Consuelo (la hermana de José) acomodó a Carmen.
Se empieza a saber un poco más de Consuelo: se enamoró y se casó con Marcelino Calzó y lo siguió hasta Buenos
Aires. Allí hicieron varios trabajos hasta ser nombrados en la portería de una escuela pública.
Consuelo no pudo tener hijos a causa de un fibroma, después de que tuvieron que extirparles los ovarios.
Por eso dijo a María de enviarle a una niñas, asegurándole que le habría cuidado mientras que José se habría
convencido a regresar.
Un poco después, Carmina estaba en el barco, donde fue conducida en una bodega acondicionada con camas
cuchetas. Con ella estaban otros 17 menores y fueron divididos por sexo.
CONSUELO
Carmina finalmente llegó a Argentina. Durante el viaje no comía ni dormía mucho. Llegó a Argentina y, después
que Consuelo la llevó al medico descubrieron que: tenía una bronquitis, estaba desnutrida, mal desarrollada y
probablemente raquítica.
Vivía en la casa de Consuelo y Marcelino y a veces estaba Mino, el hermano de Marcelino por el cual Carmina
sentía un sincero cariño (no como un novio). Después de algunos días Marcelino decidió que Carmina tenía que:
levantarse temprano para prepararles el desayuno, tenía que llevarlos a la escuela, donde habría limpiado y luego
habría ido a hacer la compra, limpiar la casa y preparar el almuerzo. Por la tarde tenía que ir a la primaria para
adultos.
La escuela para ella no fue fácil: se sentía confundida y avergonzada porque sabía solo leer y contar un poco.
Además las otras personas le tomaban el pelo.
Sin embargo, se empeñó mucho y logró mejorar, tanto que al final la profesora decidió premiarla y mamá pudo
llevar la bandera de ceremonias en un acto cualquiera.
Carmina siempre tenía nostalgia de su casa y en las cartas pedía a su madre que la devolviera a su pueblo.
Pero lo tíos no quisieran y desde entonces vigilaban sus cartas para que transmitieran satisfacción y felicidad.
El carácter de Marcelino pronto se reveló y se entendió que era un tirano.
Cuando no la trataba como una sirvienta, Carmina se convertía en princesa; pronto las atenciones se convirtieron
en molestias: el tío cuando quedaban solos le tocaba las nalgas y el pecho y le decía que era guapa.
Carmina amenazó contar todo a la tía Consuelo pero Marcelino les dijo que no le habría creído y probablemente
habría sido así: Consuelo era como una esclava psicológica de su marido.
Cuando no podía aguantar más, dijo a su tío que se habría pegado un tiro y habría dejado cartas para contar a
todos lo que de verdad Marcelino era. El hombre, que tenía el horror del escandalo, dejó de perseguirla. Esta
historia solo vino a la superficie después de la muerte del hombre.
En 1952 los tíos se jubilaron y Carmen, después de varias peleas, logró convencerlos para que buscara un trabajo.
Así empezó a trabajar en una sastrería y a bailar los fines de semana. Con sus ahorros compraba zapatos y ropa
para su madre María y sus hermanos.
Durante aquellos años conoció también los primeros amores, como Luis, que aunque fuera un buen muchacho
era enfermizo (cagionevole) y según su tío no le convenía.
Los tíos se hicieron ancianos: Consuelo empezó a perder el juicio y a Marcelino le fue diagnosticado un cáncer de
próstata. Carmen pidió una licencia, logró obtener a Marcelino una cama en el Hospital Español e internó a
Consuelo en una clínica geriátrica. En 1980 Marcelino murió y un año más tarde Consuelo lo siguió.
MARCIAL
Marcial es el padre del narrador/autor. Era nieto de campesinos e hijo de un herrero (maniscalco), Nicasio, que
fue asesinado en Normandía.
Nicasio tenía 36 años y tres hijos de otro matrimonio cuando se enamoró de Valentina, una chica de 18. Tuvieron
nueve hijos, el cuarto de los cuales era Marcial.
Nicasio era jefe de un comité (comitato) que ayudaba a los pobres y cuando llegó la Guerra Civil, tuvo la certeza
que los falangistas lo habrían matado. Así reunió la familia y les explicó que tenían que cuidar a su madre y tenían
que ser unidos. Luego se unió a un grupo de republicano y se fueron a la batalla.
Envió varias cartas y se sabe que fue perseguido en la derrota cruzó la frontera y se refugió en Francia. Allí lo
sorprendió la Segunda Guerra Mundial y, de repente, las cartas cesaron. Años después se descubrió que Nicasio
había muerto durante el Día D (desembarco en Normandía).
Marcial hizo varios trabajos en los años, hasta que se anotó en la Marina y navegó por dos años. Una vez
regresado, él y su familia decidieron emigrar y seguir el camino de las tías en Argentina.
Se asentaron se un piso en el barrio de Palermo; después de poco tiempo en aquel barrio solo se quedaron
Marcial y su hermano Ángel. Ese hombre es descrito como un hombre bastante violento, que tenía fama de
camorrista ( rissoso), pero era también, en los recuerdos del narrador, un artista con el cuchillo y la madera.
Marcial era todo lo contrario de su hermano; era “un príncipe en las tardes en la sociedad, y un esclavo en el
trabajo diario”. Era un hombre que se abandonó al destino. Odiaba a los argentinos y también la Republica
Argentina, cuya culpa era de no ser Asturias. El narrador dice que su padre se hizo “ciudadano de una patria
fantasmal construida por la colonia argentina de asturianos”.
Fue gracias a esta “secta” (la colonia) que sedujo varias mujeres, por última Carmen, de la cual se enamoró y
terminaron casándose.
MARY
El capitulo empieza nos haciendo entender que Carmen y Marcial, aunque viven juntos, ya no están enamorados.
Después se hace un salto atrás y se cuenta un poco como Carmen se encontró en aquella situación.
El tío (Marcelino) otra vez no estaba de acuerdo con la boda pero esta vez Carmen no lo escuchó y los dos chicos
se casaron.
Pronto Carmen se encontró casada, endeudada y con 2 hijos y entendió que ya era imposible volver a su pueblo
de origen como quería.
Carmen y Marcial se fueron a vivir en un inquilinato, donde los han seguido Consuelo y Marcelino para no
quedarse solo, dividendo el piso en dos plantas.
Después de un poco de tiempo, Carmen se quedó embarazada y nació nuestro narrador. Carmen dejó el trabajo
para dedicarse a él con alma y cuerpo.
Un día vino uno de los hermanos de Carmen desde España, Chelo. Chelo trató de vivir un rato con José de Sindo
(el padre) luego se alejó.
Trabajó de mozo y enamoró a una chica. Pero a último momento, regresó a España. Antes de irse, se hizo
prometer por Marcial que, una vez terminadas las deudas, dejara a Carmen viajar a España.
Sin embargo, las deudas no terminaron y Carmen se quedó otra vez embarazada. Nueve meses después nació
María, llamada Mary.
Mary tuvo problema al corazón y probablemente tenían que operarla. En aquellos dos años, Carmen vivió en
función de su hija.
A la hora de la operación, descubrieron que el sopo (soffio) se iba cerrando y no abriendo. 30 años después el
mismo cardiólogo que visitó a Mary de pequeña, le dijo que él habría exagerado la nota y que arruinó la vida a
Carmen.
Cuando Mary cumplió 3 años, Carmen decidió ir a España. Llegaron después de 9 días y un viaje terrible.
Cuando bajaron del barco, Carmen y su madre (María) se abrazaron después de 20 años y lloraron. Luego toda la
familia se reencontró en Madrid.
Pasaron allí unos meses y, poco antes de regresar, el narrador dice a su madre Carmen que no quiere volver, que
escriba a Marcial de vender todo e irse a Almurfe. Sin embargo, diez días después empezaron otra vez las
despedidas y el dolor. Carmen saludó a su madre otra vez como si fuera para siempre, no sabiendo si la iba a ver
otra vez.
Al regreso, estaba Marcial a esperarlos, que los comió a besos y abrazó a su mujer.
Llegados a casa, todo se quedaron sin palabras: Marcial, durante los 6 meses de ausencia de su familia, había
comprado e instalado: un calefón de agua caliente, un extractor de aire SPAR, una alacena de fórmica y una
cocina nueva.
El narrador nos cuenta que, aunque tenía 8 años, entendió que Marcial hizo todo para intentar de reconquistar a
su mujer. Y este homenaje salvó su matrimonio.
JORGE
El capitulo empieza con la noticia que José de Sindo no está bien: tuvo un infarto. Un joven vecino de los suyos
fue a buscar a Carmen, que pronto tomó un tren para Boulogne.
Una vez llegada, Carmen ve que José estaba muy mal y logró obtener una cama en terapia intensiva. Después de
un mese y medio, José es dado de alta (è dimesso) y Carmen piensa en una solución para tenerlo más cerca de
ella. Sin embargo, no encuentran una solución así que José sigue viviendo en su taller y Carmen iba cada sábado a
verlo y para ayudarlo.
En 1974 José muere. Hasta entonces Carmen no había sentido pena, sino curiosidad y obligación hasta este padre
que la había abandonado desde niña. Pero a la hora del entierro, fue sorprendida por un gran vacío y lloró.
El narrador vio el cuerpo de José y este, junto a la visión de la casa llena de objetos raro se transformaron en la
“obsesión de un adolescente que ya soñaba con ser escritor”.
El narrador nos cuenta que toda su infancia y adolescencia fueron caracterizadas por los libros: Carmen quisiera
que sus hijos fueran instruidos y por eso les regalaba novelas y novelas.
Otra cosa que hizo mucho durante su adolescencia fue el cine. Todo los sábados iba con sus amigos.
A escondidas de todos, él jugaba a ser héroe y bandido: su mente era un vórtice de imaginación.
El invierno después de la muerte de José, Carmen se empleó en una fraccionadora (tipo ditta, produttore) de
esmaltes porque quisiera irse de aquel departamento. Marcelino, como siempre, no estaba de acuerdo.
Marcial tampoco quería saber algo de esta locura, pero se vio arrastrado por Carmen al vórtice de las deudas y se
fueron en un pequeño piso de la calle Campos Salles. Marcelino y Consuelo entraron en pánico, pero Marcelino
siguió con sus actitudes tiránicas y lo que le gustaba más era hacerle sentir a Carmen que les debía todo.
Una noche el narrador sintió a su madre y a Marcelino que discutían y, cuando el hombre sube la voz, el chico
baja y lo amenazó a no volver a levantar la voz con Carmen. Fue aquella noche que entendió que eran prisioneros
de Marcelino y perdió la confianza en él.
La fortuna de la familia de Carmen y Marcial fue que dos amigos de la abuela María cruzaron su camino. Pepe y
Elvira trabajaban como hombre de mantenimiento y camarera empresa (cameriera aziendale) en una empresa.
Estaban por jubilarse y buscaban a alguien de confianza que realizara la limpieza nocturna.
Dos años después los dos se jubilaron y la vida de Carmen y su familia cambió. Las deudas han sido liquidadas, el
dinero empezó a entrar en casa y Carmen se volvió adorada para empleados y gerentes.
La pasión de la literatura y de la escritura nunca abandonó a nuestro narrador, y esto lo llevó a suspender el
secundo año de secundaria. Este fue el inicio del alejamiento de su padre.
Marcial se avergonzaba de su hijo que había suspendido y, para defenderse de las “agresiones “ (tenere un hijo
que suspendía era casi como un hijo delincuente) se puso una coraza y dio su hijo por perdido.
El narrador tuvo que frecuentar una escuela de repetidores. Allí ignoró a la literatura, al cine, a la televisión y las
antiguas amistades y se dedicó a no fracasar.
Pero esto no sirvió a nada porque, aunque aprobó, su padre mantuvo su miedo y sus defensas.
Pronto Jorge (el narrador) se convirtió en la contracara de Marcial. Su hermana era la hija perfecta y Jorge sufría
la síndrome de la oveja negra.
Jorge fue mandado al servicio militar. Pero eso tampoco sirvió y cuando regresó comunicó a sus padres que
quisiera ser periodista. Cuatro años después era redactor especial de policiales en La Razón.
Un día Marcial fue internado por una enfermedad pulmonar y Jorge iba cada tarde para hacerle compañía. Una
tarde faltó y lo llamó. Terminó con decirle que sabía que no era el hijo que él deseaba y, aunque Marcial intentó
decirle que no era así, Jorge cortó la llamada y lloró.
A partir de aquella llamada, Marcial tomó conciencia de la herida que su hijo tenía. Pero finalmente entendió y un
día le dijo a su hijo que lo había mal juzgado.
GABI
En 1986 Jorge tenía 25 años y era periodista desde hacía cinco años. Todos a su alrededor se caía a pedazos: los
diarios nacionales y las revistas quebraban, las editoriales morían de inanición, la generación que le interesaba se
había diezmado y la verdad verdadera no podía contarse.
En ese instante de debilidad, un ex compañero le llamó desde el sur, le contó maravillas y le dijo que el
ofrecimiento incluía una jefatura de noticias, casa, auto y empleo para su mujer. Luego para seducirlo, le
describieron Neuquén capital como si fuera Nueva York, y le enviaron un pasaje aéreo para que lo comprobara.
Ser emigrante se volvió así un destino familiar que Jorge aceptó sin miramientos, rompiéndole el corazón a
mamá.
Ella, para entonces, era una persona completamente nueva. Era moderna, enérgica, política e informada.
Rodeada de gerentes y de secretarias ejecutivas, había recuperado la autoestima y se dedicaba a escalar
posiciones. Los pesares no la habían matado, la habían hecho más fuerte y alerta. Era curioso pero razonable:
papá se volvió hacia adentro y mamá se volvió hacia afuera. Marcial era un negador de la realidad que seguía
doliendo, mamá se solazaba en ese dolor y mostraba sus garras.
Jorge encontró a Gabi en un primera juventud, durante la secundaria. Gabi quería ser médica y era bella, dulce y
aguda. Había nacido el mismo día que Carmen y era hija de una asturiana. Los dos se intercambiaron cartas de
amor antes, durante y después del servicio militar. A los dos meses supieran que la cosa terminaría en
matrimonio.
En un control ginecológico de rutina, le descubrieron a Carmen un fibroma. Pasó el tiempo, el tumor creció y
mamá tuvo que ser operada. Fue una intervención pequeña y mamá recibió la confirma que no tenía cáncer.
Las chances de morir la hicieron fantasear con la posibilidad de radicarse definitivamente en Almurfe, pero la
noticia del casamiento de Jorge la distrajo unos años.
El matrimonio era motivo de orgullo y preocupación. Los dos eran muy jóvenes y los ahorros escasos. Gabi
estudiaba noche y día y Jorge trabajaba. En esos amaneceres era cobrador en un laboratorio alemán y novelista
secreto. Un amigo suyo, González, lo invitó a formar parte del staff de una revista por suscripciones, pero era un
dilema abandonar lo seguro por un simple sueño. Al fin se volvió periodista pero la revista duró tres meses y
cerró.
Algunos meses después Gabi quedó embarazada de Lucía y Jorge conseguí trabajo en el diario de la tarde.
Cuando Jorge anunció que pensaban irse a vivir al Sur, mamá sintió que la apuñalaban. Papá tampoco aprobaba.
Con enorme ligereza, Jorge se desprendió.
Después de años de infelicidad, Gabi lo conminó a cambiar. Jorge renunció a todas las jefaturas de redacción y se
quedó haciendo notas menores.
Fue cuando dejó los cigarrillos negros y empezó una dieta que reconquistó a su hija y Gabi y él volvieron
lentamente a enamorarse como si fueran desconocidos. Gabi quedó embarazada y los dos se volvieron a Buenos
Aires.
OTILIA
El bar ABC cerró sus puertas al público, pero a Marcial le encantaba la jubilación. En cambio mamá, hiperrealista,
era consciente de la fragilidad de ser viejos en un país que los combate y los extingue. Se sentía joven y útil. De
todas la decrepitudes, solo temía a la arteriosclerosis, maldición familiar.
Pasados los 65, mamá ya no tenía las ilusiones, pero le quedaba el vigor de antaño. Esta contradicción la
malhumoraba. Fue entonces cuando Gabi le diagnosticó un síndrome depresivo y cuando Carmen le concedió a
una psiquiatra el privilegio de oírla contar su historia.
Jorge comenzó a garabatear frases e ideas sobre su azarosa biografía cuando le contó que hacía lagrimear a su
psiquiatra y luego cuando transcribió las tres cartas de Mimí.
Acordó con sí mismo no hacer ficción con aquel material y respetar los cánones de la crónica novelada, que
consiste en no apartarse ni un milímetro de los hechos históricos y de la verdad.
Mamá le pidió que cambiara algunos nombres para no causar daño.
González, que tiene el corazón de piedra, fue leyendo capítulo por capítulo desde que leyó el primero en el
subterráneo, llegó a su casa dolorido y le llamó por teléfono. Una pasajera, que una tarde iba sentada a su lado,
lo interrumpió conmovida confesándole que había espiado tres páginas y que le explotaba el pecho. Hizo
muchísimas preguntas sobre aquella mujer y le suplicó que le diera la fecha de publicación, el nombre del autor y
el teléfono de la protagonista.
Todos estos milagros ocurrían en los prefacios de la muerte de María del Escalón. Carmen sacó el ultimo dinero
del banco y preparó sin ganas un viaje a Asturias. Se sentía una marciana pero cambió de parecer cuando se
reencontró con su hermana Otilia. No se separaron ni un instante.
Juntos se caminaron hasta el cementerio donde Carmen transcurrió dos horas hablando con la tumba de su
madre. Otilia era un tanto agnóstica y no podía entender cómo Carmen iba tantas veces a la tumba de María y
como la saludaba de viva voz cuando pasaban por delante del cementerio.
Antes de regresar, Carmen visitó el departamento de Jesús y Mimí. Los hermanos la abrazaron y famélicos de
detalles argentinos, comenzaron a hacerle preguntas sobre la ciudad, el barrio y la vida cotidiana. Mimí le dijo
“nunca permitas que tus hijos se vayan Carmina, nunca.”
Cuando salió, mamá encontró a Buenos Aires en peores condiciones que cuando había partido.
Cuando el gobierno les arrebató el trece por ciento a los jubilados, la indignación por poco no la mató. Escribió
una carta abierta al presidente de la república y supe que quería participar de una marcha de repudio al Congreso
de la Nación. Marchó entre ancianos, militantes y volvió a su casa vacía.