Historia y Vida Cotidiana, Agnes Heller PDF
Historia y Vida Cotidiana, Agnes Heller PDF
Historia y Vida Cotidiana, Agnes Heller PDF
VID\ COTIDIANA
aportación a la
sociología socialista
AGNES HEIIER .
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HISTORIA Y VIDA
COTIDIANA
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HISTORIA Y VIDA
COTIDIANA
Aportación a la sociología socialista
AGNES HELLER
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MtXICO BARCELONA BUENOS AIRES
HISTORIA Y VIDA COTIDIANA
Aportación a la sociología socialista
Titulo original en Alemán:
Alltag 1md geschichle
Traducción: Manuel Sacristán.de la edición
de Hermann Luchterhand Verlag GmbH,
Neuwied y Berlín, 1970
1 BN 968-119-4 2-X
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INDICE
VALOR E HISTORIA. 19
DE LOS PREJUICIOS • 71
7
neración»: Georg Lukács. Continuidad de una tradición real
mente productiva, que intervenga como tal, como un motor
claramente identificable, desde hace medio siglo en la co
rriente general del pensamiento teórico marxista no es cosa
que se dé en muchos lugares. Uno de ellos es Budapest.
Y aquí la idea de continuidad tiene, además, un acento
peculiar: en el trabajo de Agnes Heller, lo mismo que en
el de Lukács, la continuidad individual es parte de un cons
tante esfuerzo por dar continuidad al mundo, por impedir
que la crisis del capitalismo sea una cesura histórica in
sanable.
El lector que ha crecido desde otras raíces puede tener
la impresión de que la voluntad de continuidad histórica
de ésta que convendría llamar escuela de Budapest acarree
a veces cierto conservadurismo cultural, por una confianza
aristocratizante en que «lo mejor» apuntó desde siempre al
comunismo. El clasicismo de los moldes filosóficos utili
zados por Agnes Heller -también en esto muy representa
tiva del marxismo húngaro- se encuentra entre los agentes
más visibles de esta impresión. Pero ésta no es propia
mente una cuestión de tesis, sino de sensibilidad inte
lectual. Por ejemplo, en un importante artículo titulado
«La teoría revolucionaria de Marx y la revolución de la
vida cotidiana» 1, Agnes Heller, tras incluir entre las objeti
vaciones necesarias e inmediatamente específicas 2 la polí-
1. Texto alemán mecanografiado de 29 folios cuya comunicación
agradezco a la autora.
2. Objetivaciones inmediatamente específicas (léxico de origen
lukacsiano) son los productos de la práctica que se constituyen en
realidad externa a los miembros singulares de la especie. La más
básica es el conjunto de productos y técnicas del trabajo, y todas
ellas son puntos de apoyo e instrumentos del proceso histórico de
la especie, de la "reproducción específica". "Práctica" se debe enten
der en el sentido más especial usado por Lukács: como actividad
q.u< no se agota dentro del ámbito de la vida singular, sino que
.
t1<.ne trascendencia social, esto es, específica. La hipótesis lukacsiana
adoptada por Agn�s Heller se puede resumir (muy esquemáticamen
te) as!; en los estadios primitivos de la especie, las objetivaciones
especfücas {el arte, por ejemplo) son sólo conativas están inmersas
'
in?ifcrencia?amente en la vida cotidiana, que es vida de todos los
miembros singulares de la especie: pues no hay en esa fase distin
ción entre las actividade reproductoras de la vida singular y las
�
r�productoras de la e�pec1e {de los colectivos). Con la primera divi
.
sión clasista del trabaJo se produce la separación entre ambas clases
de actividades reproductoras; las objetivaciones inmediatamente es
pcclfr::a� se separan de la vida cotidiana; y la inmensa mayoría de
8
tica, el derecho, la religión, la filosofía y el arte, decl::ira
categóricamente: ·<No 1iay duda de que sería una utopía
retrógrada el fijar una perspectiva: históri:::a en la cual la
vida cotidiana reabsorbiera de nuevo las objetivaciones
inmediatamente específicas.» Si se tiene en cuenta la defi
nición de «vida cotidiana» por Agnes Heller -«La vida co
tidiana es la totalidad de las actividades que caracterizan
las reproducciones singulares productoras de la posibilidad
permanente de la reproducción social»- y si, por lo que
hace al método, no sr tiene nada importante que objetar a
la distinción entre reproducción singular y reproducción
social, se podrá convenir en ese juicio. Pero cualquier sen
sibilidad un poco corrida en la realidad capitalista con
temporánea se sentirá incómoda por la positividad apro
blemática con que aparecen en el texto las objetivaciones
socio-culturales. La fusión de la publicidad con las pulsa
ciones del gusto y con la producción literaria, artística e
ideológica en un magma mercantil de constante y falso
cambio facilita al marxismo en los países capitalistas una
experiencia, quizás insustituible, que ha de hacerle más
reticente también respecto de la subcultura superior o
académica.
Pero este lector de aquí notará pronto que esa punta
de extrañeza, aunque trasluce una diferencia de situación,
no manifiesta ningún abismo, ni siquiera una diferencia
fija. Sería un error entender ciertos modos de decir (sin
duda más confiados de lo que en una sociedad capitalista
parece posible) como síntomas de conformismo teórico o
práctico. El mismo artículo en el que aparece la formu
lación, para nosotros demasiado confiada, sobre la natu
raleza de las objetivaciones socio-culturales institucionali
zadas afirma a renglón seguido que «aceptar para siempre
la alienación de la vida cotidiana respecto de las objeti
vaciones directamente específicas sería renunciar a la teo
ría revolucionaria de Marx». Por lo demás, e: llismo plan
teamiento del tema actualmente más cultivado por Agnes
9
Heller y al que pertenecen los textos aludidos -el pro
blema de }a vida cotidiana- muestra un pensamiento per
ceptivo de las novedades reales y muy eficaz en el análisis
de los fundamentos de éstas. La explicación por Heller de
la actualidad del tema de la vida cotidiana entre los mar
xistas desde la amplia investigación del volumen 1 de Ja
Estética lukácsiana, que roturó realmente la problemática,
es una muestra de reflexión particularmente productiva.
Para Agnes Heller, la preocupación por Ja cotidianidad
se impone al pensamiento marxista por causa «del abrupto
final, en el mundo capitalista, de la época optimista y
llena de ilusiones que siguió a la derrota del fascismo, así
como por causa de que esa derrota no suscitó una nueva
Europa de izquierda». El agotamiento de lo que Thomas
Mann llamó «la época moralmente buena», la época en
la cual «la lucha colectiva contra la extrema deshumaniza
ción nazi dio a los hombres comunidad, objetivo inmedia
to, sostén moral», contempla una nueva consolidación del
capitalismo, y este «éxito provisional y relativo de Ja ma
nipulación [ ...], conseguido al hilo de la satisfacción de
ciertas necesidades, da una importancia central a Ja crí
tica de la vida cotidiana y del pensamiento cotidiano».
No deja de ser notable que·venga de Budapest una
explicación tan clara (por más que lacónica) de un hecho
fundamental del capitalismo moderno que numerosos sec
tores del movimiento socialista occidental no parecen ha
ber percibido todavía o no traducen, al menos, a la política,
revisando drásticamente su confiado continuismo con «la
época moralmente buena». Pero no menos valioso -sino
acaso más- es el que Agnes Heller se enfrente resuelta
mente, y con el mismo acierto, con Ja aparición de Ja pro
blemática análoga en los países de gobiernos subjetivamen
te socialistas. Heller empieza por registrar el hecho: «En
el socialismo se agudizó ese mismo problema [el de la
cotidianidad] en la época subsiguiente a Ja muerte de
Stalin. En este caso resultaba que Ja mera desaparición
del poder de Stalin, aunque era condición imprescindible
de la producción de una forma de vida humanizada no era
ni mucho menos condición suficiente. Pues en lo � países
en que se realizó esa liquidación -con mayor o menor con
secuencia- quedó aún por resolver -entre otras- Ja
cuestión de la función configuradora de la forma de vida
JO
socialista». En el volumen ahora presentado al lector de
'
lengua c astellana -Historia y vida cotidiana- Heller parte
precisamente de esa observación para reconocer a la ética
una posición de importancia en el marxismo contempo
ráneo. Véase, por ejemplo, lo que escribe en el ensayo «El
lugar de la ética en el marxismo»: «Ahora no se trata ya
de crear los presupuestos de la vida humana, sino que
nuestra acción inmediata ha de ser la producción de la
vida verdaderamente humana. La consciencia del derecho
a una vida verdaderamente humana está presente en los
hombres del mismo modo potencial en que lo estuvo el
derecho a la abolición de la miseria en los tiempos de la
Revolución de la Miseria. Lafargue hablaba de la "maldita
falta de necesidades" de los obreros. Lo que se hace proble
ma ahora es la "maldita falta de necesidades" en cuanto
a la totalidad de un regimiento humano de la vida. La
nueva consciencia de clase tiene que despertar y formu
lar la correspondiente reivindicación, para que ésta se
convierta en una fuerza capaz de transformar el mundo.
El despliegue y la configuración de esta nueva reivindica
ción es, empero, cosa más difícil que en el caso de la
antigua. La ética llega entonces a tener una función cen·
tral [ .. ] »
.
11
laciones y circunstancias de los hombres, no es anterior ni
posterior a la transformación política y económiCa, sino
simultánea con ella. A la luz de esa lectura de la concep
ción revolucionaria marxiana, Agnes Heller formula del
modo siguiente la cuestión planteada al movimiento socia
lista por el agotamiento de los valores que organizan la
cotidianidad heredada: «¿podemos ofrecer una forma de
vida? ¿y qué forma de vida podemos ofrecer?» La autora
no quiere dar, en el artículo recordado, un programa de
transformación socialista de la cotidianidad. Pero su viva
falta de inhibición doctrinal (sobre la que habrá que in
sistir) la lleva, en el mismo texto, muy cerca de ello: «Marx
ha caracterizado el hombre particular de la sociedad de
clases diciendo que todo su sentido se reduce al sentido de
la "posesión". Las nuevas comunidades han de proclamar
la rebelión contra la "posesión", contra la psicología de
propietario y contra el fetichismo de las "cosas". Hay que
formular la diferencia entre posesión y goce, hacerla sen
sible y proclamar así un programa para llevar una "vida
hermosa" sin esteticismo.»
12
gicamente con léxico socialista la ejecución, según modelo
europeo, de una tarea de acumulación que en ese modelo
es propiamente burguesa puede estar, en efecto, en la
base no sólo de las deformaciones políticas burocráticas,
sino también de las degeneraciones doctrinales que equi
valen a una reasimilación de la mentalidad y la cultura
burguesas (en la hipótesis audaz de que éstas fueran supe
radas en algún momento). «La venganza de Marx» es real
mente terrible en este sentido. Pero la serenidad, la falta
de crispación de Agnes Heller -de toda la escuela de Bu
dapest- revela quizá (por comparación con el estilo de los
marxistas occidentales) algo que «el vengativo Marx» deja,
a pesar de todo, a las sociedades postcapitalistas burocrá
ticas: la serenidad intelectual del Lukács maduro o de
Heller tienen probablemente que ver con cierta seguridad
o confianza respecto de la evolución social, confianza ba
sada en la derrota de la vieja burguesía, en la abolición,
aunque sea meramente negativa, de la propiedad privada.
La serenidad se aprecia en todos los planos: en el pen
samiento político inmediato, en el reducido de los teore
mas científicos, en el más general político-filosófico. Los
pocos dardos lanzados (sin ira y con cordialidad) por Agnes
Heller a Louis Althusser -el crispado escritor cuyo agita
do filosofar a hachazos mejor puede representar el desa
sosiego del marxismo en occidente -discurren por este
último plano. La tesis crítica -Agnes Heller ve en la ten
dencia de Althusser el peligro de una recaída en el marxis
mo cientificista de la socialdemocracia clásica- es más
sugestiva que su propia epistemología. Pues si se puede
admitir que Althusser tiende a atribuir equívocamente al
marxismo el estatuto epistemológico de la teoría científi
ca en sentido estricto (de lo que los lógicos tradicionales
llamaron scientia in statu perfectionis), operación inopor
tuna que no puede evitar rasgos de escolástica cientificis
ta, no es menos plausible pensar que la filosofía de la cien
cia de ascendencia lukácsiana tiende, inversamente, a im
poner a las teorías científicas en sentido estricto (que es un
sentido muy pobre desde el punto de vista político-filosó
fico) los rasgos totalizadores propios del pensamiento re
volucionario, lo que acarrea motivos de una escolástica más
tradicional que la althusseriana: la escolástica metafísica
que impone prejuicios a la investigación positiva, la esco-
13
lástica que entre marxistas se debería llamar lyssenkismo.
Se puede leer en la Hipótesis para una teoría marxista de
los valores: «En cierto "sentido", las ciencias sociales hacen
ellas mismas su verdad, por la intensidad de los contenidos
axiológicos que acogen, por la posibilidad que tienen de
descubrir, sobre la base de aquellos contenidos, las fuerzas
y las posibilidades reales apoyadas en las cuales, "inser
tándose" en las cuales, pueden realizar sus valores, decidir
su propia verdad.» En «cierto sentido», eso mismo son ca
paces de hacer las teorías científico-naturales. Pero ese
cierto sentido no es el naturalista en que aquí piensa la
autora, sino el sentido artificioso o artefactor en el cual
toda teoría construye su objeto directo o «formal», como
se decía tradicionalmente. La autofabricación del objeto o
de la verdad en sentido naturalista es lyssenkismo. Cierto
que Lyssenko iba más lejos y pretendía realizar sus valo
res en el mismísimo trigo. Pero la diferencia es psiquiá
trica, no epistemológica, pues el principio (erróneo) de filo
sofía de la ciencia es el mismo en ambos casos, a saber, la
idea de que las características de las teorías (en sentido
fuerte o estricto) dependen sólo de los objetos materiales,
y no también de la naturaleza de herramientas, de arte
factos, que tienen dichas teorías y sus objetos formales.
Hay que añadir en seguida que Agnes Heller aporta, de
todos modos, una nueva y superior consciencia epistemo
lógica a la tradición de Budapest. Cuando las cuestiones
de epistemología del marxismo se hacen explícitas, Heller
enseña con claridad que la ciencia social académica y el
marxismo no son dos modos -el malo y el bueno, respec
tivamente- de hacer lo mismo, de trabajar lo mismo, sino
dos trabajos diferentes, o sea, que la diferencia no está
en la diversidad de respuestas a unas mismas preguntas,
sino en las preguntas mismas, orientadas por diferentes
totalizaciones clasistas: «el marxismo» -escribe en la
Hipótesis- «no tiene el mismo objeto de investigación que
la ciencia burguesa de la sociedad». Heller conoce perfec
tamente el estatuto lógico de su investigación: en el pri
mer folio de la Hipótesis se lee: «esta hipótesis no es ve
rificable empíricamente».
Tan alegre declaración nos devuelve el hilo soltado, la
serenidad, la falta de inhibición y crispación de este mar
xismo: pues esas palabras muestran que Agnes Heller no
14
confunde planos noéticos, sino que tiene la tranquilidad
y el optimismo filosófico suficientes para moverse por to
dos ellos, particularmente por los especulativos y los que
rebasan las cuestiones de método. En la construcción teó
rica la serenidad se transparenta, en efecto, en la falta de
inhibiciones y obsesiones metodológicas. Así, en las prime
ras páginas del libro aquí presentado Agnes Heller anuncia
redondamente al lector: «LO que planteamos es la cuestión
de si la historia persigue algún fin, y cuál es, caso de que
no persiga ninguno, el origen de la apariencia de finalidad
objetiva.» Ejemplo no menos contundente de Ja falta de
inhibiciones metodológicas es, en la Hipótesis, la inter
pretación del criterio axiológico o valorativo que regula la
concepción histórica de Marx. El mismo estilo literario re
fleja aquí esa impresión de tranquilo y seguro hallarse
culturalmente en casa propia, sentimiento pocas veces al
alcance del marxismo del oeste: «Afirmamos que Marx
cuenta con axiomas axiológicos universales, de los que se
derivan axiológicamente todos los valores y juicios de valor
que acepta, con una categoría ontológicamente primaria
(no derivable empíricamente), a saber, la categoría de ri
queza.» La interpretación se basa, como se puede suponer,
en los Grundrisse (lo que explica que la breve polémica
de Heller con Althusser se produzca en este contexto: el
silencio de Althusser sobre los planteamientos de los
Grundrisse da un suelo muy firme a Heller). Como la cate
goría riqueza tiene una importante función constructiva en
ciertas conceptuaciones de Agnes Heller que el lector en
contrará ya terminadas en Historia y vida cotidiana, vale
la pena reproducir 1a definición de esa categoría en la
Hipótesis: «"Riqueza" es el despliegue multilateral de las
fuerzas esenciales de la especie» 3• Con esa categoría pro
pone Agnes Heller su reconstrucción de los axiomas valo
rativos de Marx: «Primer axioma axiológico: es valor todo
lo que favorece el enriquecimiento de las fuerzas esenciales
específicas. Segundo axioma axiológico: el valor supremo
3. "Fuerzas esenciales de la especie" es un concepto para cuya
dilucidación Agnes Heller se remite explícitamente al marxista
húngaro Gyorgy Márkus, que propone como componentes "esencia
les" del concepto marxiano de especificidad humana las siguien
tes: trabajo (en el sentido más amplio de producción de objetiva
ciones), socialidad, universalidad, consciencia y libertad. (Cfr. el
ensayo "Valor e historia", primero de este volumen).
15
es la posibilidad de que los individuos se apropien la ri
queza específica», la riqueza de la especie.
El estilo un tanto especulativo resultante de la ausencia
de inhibiciones metodológicas resuelve muy bien sus pro
blemas, como se ve. Pero lo más universalmente valioso
para todas las corrientes de pensamiento marxista no es,
probablemente, ese tipo de solución de corte especulativo,
sino las importantes reconstrucciones de sus conceptos
para ponerlos en un contexto político. (Dicho sea de paso,
la estimación de aportaciones de Agnes Heller desde el
punto de vista de su utilidad también para otras corrientes
del pensamiento marxista se justifica por el mismo abierto
y autoconsciente planteamiento de la autora, que ya en el
primer folio, por ejemplo, de su Hipótesis para una teoría
marxista de los valores escribe: «El presente trabajo desa
rrolla la hipótesis de una teoría marxista de los valores.
Con el artículo indeterminado quiero expresar que no con
sidero esa hipótesis como la única de interés para traba
jar la teoría marxista de los valores.»)
Baste con un ejemplo de esas reconstrucciones concep
tuales de Agnes Heller: la del concepto (explicandum) de
alienación o extrañación. El explicatum correspondiente
dice así en Historia y vida cotidiana: «Hay extrañación
desde que existe un abismo entre el desarrollo humano
específico [o sea, de la especie] y las posibilidades de desa
rrollo de los individuos humanos, entre la producción
humano-específica y la participación consciente del indi
viduo en ella.» Aparte de su utilidad teórica general, esa
reconstrucción o explicación del concepto tiene una fe
cunda consecuencia para la teoría política: hace inmediata
mente comprensible la agravación de la alienación en la
vida cotidiana del capitalismo estatal de los grandes mo
nopolios. La misma explicación del concepto de alienación
se redondea en la Hipótesis, alcanzando mayor profundi
dad y sistematicidad, con ayuda de la categoría de riqueza,
ya mencionada. El siguiente texto puede representar, pese
a su brevedad, el núcleo de la reconstrucción del concepto
de alienación en la Hipótesis: «La alienación [ ] no es
. . .
16
en la que puedan desplegarse las capacidades de los indi
viduos, sino una sociedad en Ja que Ja riqueza del indi
viduo sea finalidad autónoma de todos los hombres.»
La serenidad intelectual verosímilmente facilitada por
la contrapartida de «la venganza de Marx» permite a Agnes
Heller la ofensiva doctrinal, confiadamente revolucionaria,
que anima esas reconstrucciones de las intenciones mar
xistas más radicales, de la «abolición positiva de la pro
piedad privada». Esa optimista serenidad basada en lo
ya logrado confluye con el tronco del optimismo histórico,
modesto y autocrítico, del marxismo pontifical de Georg
Lukács. (Lukács ha escrito sobre «el puente que he inten
tado trazar entre el pasado y el futuro para y a través del
presente»'). El conjunto completa la confianza revolucio
naria en la dialéctica (no lineal) continuidad histórica,
que Agnes Heller expresa contundentemente: «Ni un solo
valor conquistado por la humanidad se pierde de un modo
absoluto; ha habido, hay resurrección y la habrá siempre.
Yo llamaría a esto la invencibilidad de la sustancia huma
na, la cual no puede sucumbir sino con la humanidad
misma. Mientras haya humanidad, mientras haya historia,
habrá también desarrollo axiológico [ ... ]» 5•
MANUEL SACRISTÁN
17
2- H.' Y VIDA COTIDIANA
Valor e historia
19
compuesta por fueria productiva, estructura social y
forma mental : un complej o que contiene innumerables
posiciones o aserciones teleológicas, la resultante obje
tiva de esas posiciones de fines. Y, a la inversa, cuando
los hombres se plantean fines, lo determinado causal
mente no es sólo el ámbito y la orientación de sus plan
teamientos, sino que, además, sus actos teleológicos y
todas las demás obj etivaciones desencadenan igualmen
te nuevas series causales .
Causalidad y finalidad son, pues, para Marx hechos
ontológico-sociales que se oponen necesariamente el
uno al otro . La tesis de su copertenencia necesaria no
es, desde luego, verdadera más que para la sociedad,
pues en la naturaleza existe una causalidad sin teleolo
gía alguna . Se sigue de lo dicho que también el par con
ceptual apariencia-esencia expresa una realidad ontoló
gico-social. El concepto de esencia no tiene sentido si
se le extirpa la finalidad, pues no hay esencialidad -ni,
por lo tanto, apariencia- más que desde el punto de
vista de una posición dada de fines. En la naturaleza
la ley es realidad ontológica; referidas a la naturaleza,
esencia y apariencia no se pueden considerar sino como
categorías epistemológicas.
Pero ahora no vamos a analizar el problema de las
actividades teleológicas del hombre individual y del
proceso histórico objetivo . Lo que planteamos es la
cuestión de si la historia persigue algún fin, y cuál es,
caso de que no persiga ninguno, el origen de la apa
riencia de finalidad objetiva. Por último, también,
la cuestión de si han de ir necesariamente j untos el
desarrollo histórico y la idea de una finalidad ob
jetiva.
La historia es la sustancia de la sociedad. La socie
dad no d ispone de sustancia alguna que no sea el
hombre, pues los hombres son los portadores de la ob-
20
j etividad social, y a ellos exclusivamente compete la
construcción de cada estructura social y su trasmisión.
Pero esa sustancia no puede ser el individuo humano,
porque éste -pese a ser la totalidad de sus relaciones
sociales- no puede j amás contener la infinitud exten
sional de las relaciones sociales. Ni siquiera se identi
fica esa sustancia con lo que Marx ha llamado «la esen
cia humana » . Verem os que la « esencia humana» es
ella misma histórica; la historia es, entre otras cosas,
historia del despliegue de la esencia hum ana, sin que
se identifique con ese proceso. La sustancia no contiene
sólo lo esencial , sino también la continuidad de toda la
heterogénea estructura social, la continuidad de los va
lores. Consiguientemen te, la sustancia de la sociedad
no puede ser sino la historia misma.
Esa sustancia es estructurada y ampliamente he te
rogénea. Las esferas he terogéneas -por ejemplo, pro
ducción, relaciones de propiedad, estructura política,
vida cotidiana, moral, ciencia, arte, etc.- se encuen
tran entre ellas en la relación de lo primario y lo s e
cundario o pura y simplemente, en la mera relación de
alteridad. No hay entre las esferas heterogéneas ningu
na jerarquía universal, ninguna relación universal d e
esencia y apariencia. El desarrollo d e l a s fuerzas pro·
ductivas es una instancia primaria respecto del desa
rrollo de la estructura total de la sociedad; pero esa
afirmación no implica ninguna articulación según el
par esencia-apariencia. Sólo en un punto concreto, sólo
desde el punto de vista d e tareas o decisiones dadas,
respecto de fines concretos, se produce una j erarquía
entre las esferas heterogéneas .
El tiempo e s la irreversibilidad d e l o s acaeceres. El
tiempo his tórico es la irreversibilidad de los acaeceres
Todo acaecer es igualmente irreversible; por
sociales.
eso es absurdo decir que en las varias épocas históricas
21
el tiempo procede unas veces « lentamente » y otras
« con más rapidez ». Lo que cambia no es el tiempo, sino
el ritmo de la alteración de las estructuras sociales .
Pero ese ritmo es divergente en las esferas heterogé
neas. Ése es el fundamento de la desigualdad del de
sarrollo, la cual sin duda constituye, fundamentalmen
te, una categoría central de la concepción marxista de
1a historia.
Las indicadas esferas, heterogéneas y j erárquicas en
sus relaciones recíprocas, son también heterogéneas in
cluso en el seno de su relativa homogeneidad de cam
pos cerrados, y están ellas mismas articuladas respecto
del par esencia-apariencia. Ellas son las grandes fosas
de la historia, pero también, y al mismo tiempo, sus
cunas . En tal punto se sumen en las profundidades las
que fueron estructuras esenciales, para continuar en
ellas una vida inesencial desde el punto de vista global
mente social ; y otras se yerguen pasando de la inesen
cialidad a la significatividad . Así, por ej emplo, en la
época tribal las principales integraciones de la estruc
tura social fueron las formaciones de grupos facert o
face: el trabajo se organizaba en esos grupos, que fue
ron la tierra natal de las costumbres; hoy están recu
biertos por una amplia escala de integraciones, ya «irre
conducibles» a los grupos copresenciales, o face-to-face.
Ejemplo inverso : el valor cívico, que en la antigüedad
no se manifestó sino esporádicamente y se valoró muy
por debaj o del coraj e militar y patriótico, consiguió
subir con increíble rapidez, al empezar la Edad Moder
na, hasta el más alto nivel de los valores morales . Aná
logamente se alteran las funciones de estructuras, teo
rías y valores determinados. Pero aún querríamos sub
rayar que el hundimiento y el ascenso de tales entida
des se tienen que entender como alteración interna de
las esferas básicas. Las esferas heterogéneas mismas,
22
surgidas en el curso de la historia , no perecen ya nun
ca, una vez que se han constituido.
El curso de l a historia es el proceso de construc
ción de los valores, o de la degeneración y ocaso de
tal o cual valor. Ya la mera, existencia de las varias es
feras heterogéneas es en sí misma un fenómeno axio
lógico : la dinámica del crecimiento y la degeneración
axio1ógicos se reflej a en el contenido de las esferas
heterogéneas, en su estructura interna. Así, por ej em
plo, el nacimiento de las esferas «producción » o « mo
ral» es la aparición de un valor; pero el nacimiento de
una determinada producción.o de una determinada mo
ral implica ya el movimiento ondulatorio de la cons
trucción y la desintegración.
Ante todo : ¿ a qué llamaremos valor ? A todo lo que
pertenece al ser específico del hombre y contribuye
directa o mediatamente al despliegue de ese ser especí
fico. Aceptamos la concepción del joven Marx -que se
mantiene también en el Marx tardío-, tal como la ha
manifestado el rico análisis de Gyorgy Márkus 1 . Según
ese análisis, las componentes de la esencia humana son
para Marx el trabajo (la objetivación), la socialidad, la
universalidad, la consciencia y la libertad. La esencia
humana no es, pues, lo que siempre «ha estado presen
te» en la humanidad, por no hablar ya de cada indivi
duo, sino la realización gradual y continua de las pos i
bilidades inmanentes a la humanidad, a la especie hu
mana. Volvamos al problema del valor : se puede con
siderar valor todo aquello que, en la esfera que sea y
en comparación con el estado de cada momento, con
tribuya al enriquecimiento de aquellas componentes
esenciales; y se puede considerar desvalor todo lo que
directa o mediatamente rebaje o invierta el grado al-
1. GYORGY MÁRKUS, Marxiz.mus és "Antropol6gia", Budapest, Aka
démiai Kiadó, 1966.
23
canzado en el desarrollo de una determinada componen
te esencial. El valo r es, pues, una categoría ontológico
social; como tal. es obj etivo ; no tiene objetividad natu
ral -sino sólo presupuestos o condiciones naturales-,
pero sí objetividad social. Es independiente de las es
timaciones de los individuos, pero no de la actividad
de los hombres, pues es expresión y resultante de
relaciones y situaciones social es. Por lo demás, Marx
ha analizado innumerables veces esa específica obj eti
vidad ontológico-social. Querría limitarme aquí a los
ej emplos : el análisis del valor económico , respecto del
cual Marx explica que es imposible documentarlo me
diante un análi sis químico, pero que a pesar de ello es
objetivo ; y el paso en el cual Marx ironiza sob re
la refutación kantiana del argumento ontológico para la
demostración de la existencia de Dios, y escribe con
razón que los dioses han existido realmente, y han
obrado, y hasta se han desarrollado, pero como reali
dades sociales. Podemos añadir que también existieron
para los hombres que no creyeron en ellos .
Como es natural, los mentados valores objetivos se
despliegan en conexión recíproca dentro de cada esfera
de la heterogénea realidad social, y del mismo modo se
puede producir la desvaloración en cada esfera . La pro
ducción misma puede ser, por ej emplo, universal, libre,
consciente , o bien, por el contrario --como ocurre en
el caso de la extrañación *- especializada, mecánica,
esclavitud salarial. Cuando se trata de valores específi
camente morales, cuyo carácter axiológico se descubrió
ya rclat:vamcntc pronto, es muy fácil ver lo intensa
mente que se orientan al despliegue de los varios as
pectos de la esencia humana. No hay actividad «mo
ral» autónoma o sustantiva ; la moral es una relación
* 'Extrañación' traduce 'Entfremdimg'. 'Alienación' se reserva
para 'E11tii11sscru11¡:'
( N. del T.).
24
entre las actividades humanas . Esa relación es -por
decirlo del modo más abstracto- la razón de la par
ticularidad a la generalidad específica. La portadora
de esa universalidad de la especie es siempre alguna
concreta estructura social, alguna comunidad, orga
nización o idea, alguna exigencia social. La moral es el
sistema de las exigencias y costumbres que consiguen
que el hombre convierta más o menos intensamente
en necesidad interior -en necesidad moral -el levan
tarse por encima de las necesidades inmediatas -de
su particularidad- las cuales se pueden expresar como
deseo, cólera, pasión, egoísmo o incluso fría lógica ego
céntrica-, de modo que la particularidad se identifi
que con las exigencias, las aspiraciones y las acciones
sociales que existen más allá de las casualidades de la
persona propia, «levan tándose» realmente hasta esa
altura. Esta estructura básica comprende también el
caso de sociedades portadoras de desvalores por los
cuales resulte sumamente valorada materialmente -no
estructuralmente- la satisfacción incluso de la pre
tensión más espontánea y vaga. Basta echar un vistazo
a los valores morales más arcaicos y, al mismo tiempo,
más tenaces, como la honradez, la justicia, la valentía,
para no dudar de que esos valores han sido siempre
-como normas, usos o ideas- medios de elevación de
la particularidad a la especie o genericidad; las varia
ciones de sus contenidos dependieron en gran medida
de la clase de comunidad a que tenía que elevarse el
individuo desde su particularidad. Hemos de añadir
aún que el arte cumple también, como autoconsciencia
y memoria que es de la historia humana (por usar la
definición de Georg Lukács 2), esa función de « elevar»
25
la particularidad a especificidad o genericidad; por
eso observaremos -remitiéndonos de nuevo a Lukács
que no es casual que una de las categorías más centra
les del arte -la catarsis- sea propiamente una catego
ría moral 3•
Volvamos al carácter complejo de los valores mora
les. Hasta ahora no nos hemos referido más que al
momento del despliegue de la esencia humana que se
refiere a la sociedad. Citemos otro aspecto más : tam
bién la libertad es una categoría central de la ética.
Observemos incidentalmente que no siempre ha sido
así. En la cima de la jerarquía de valores de las éti
cas antiguas no estaba la libertad, sino la felicidad . La
libertad no consiguió un lugar importante y cada vez
más significativo en el núcleo de la ética, sino en la épo
ca en la cual consiguió esa misma importancia en la
realidad misma, en la época en que las comunidades
naturales de tipo antiguo se disolvieron, la sociedad
capitalista emprendió el camino de su desarrollo, se
agotó la inserción incondicional y natural del hombre
en una situación dada y, consiguientemente, al menos
de un modo abstracto y de acuerdo con la mera posi
bilidad, el hombre pudo ya elegir su lugar en el mundo
y, con él, sus costumbres y sus normas, lo cual hizo
innecesaria una ética vinculada al código de las costum
bres . Así, pues, la « libertad » en cuanto nueva categoría
central de la eticidad significa un crecimiento a.xioló
gico, el nacimiento de un valor; el fenómeno fue real
y objetivo, aunque para la grandísima mayoría de los
individuos quedara en posibilidad abstracta. No es éste
el lugar adecuado para analizar el modo como se arti
culan en el mundo de la moralidad la universalidad,
26
la consciencia y el trabaj o (la obj etivación), así como la
relación con ellos. Cada cual puede convencerse fácil
mente de eso.
El despliegue de los valores se produce, pues, en
esferas heterogéneas. :Éstas se desarrollan desigualmen
te, como queda dicho. Una esfera puede desplegar la
esencia en un respecto, mientras otra esfera impide
eso mismo en otro respecto y se orienta hacia una des
valoración. La historia es historia de colisiones de va
lores de esferas heterogéneas.
Pero la colisión entre esferas heterogéneas no es
más que una de las continuas colisiones de valores de
la historia. También dentro de cada esfera hay que con
siderar típica la situación que contribuye al pleno des
pliegue de un aspecto de la esencia humana mientras
provoca la degeneración de otros. Piénsese en el desa
rrollo de la sociedad durante los últimos siglos . La
integración, el nacimiento de una humanidad para-no
sotros, esto es, ya autoconsciente, y la constitución de
una historia universal son sin duda un momento va
lioso, mientras que la soledad del hombre, la pérdida
de su base comunitaria, su sumisión manipulada a los
grandes mecanismos sociales son, sin duda también,
desvaloraciones obj etivas ocurridas en el curso del mis
mo proceso.
B asta lo dicho para apreciar que contemplamos en
el despliegue de valores una tendencia del desarrollo,
y que en la constante oscilación entre constitución de
valores y desvaloración consideramos fundamental
precisamente el incremento de valor; contemplamos,
pues, la historia como desarrollo, la sustancia social
como sustancia en desarrollo. Si por depliegue del valor
entendiéramos meramente el aumento y enriquecimien
to de los valores morales, sería dudoso -por hablar co
medidamente- que pudiéramos justificar ese punto
27
de vista . Pues se nos podría obj etar que los hombres
no son ni mejores ni más felices que en el pasado. E in
cluso sería difícil, o imposible, probar nuestro punto de
vista entendiendo por desarrollo del valor el hecho
de que los valores realizados de determinadas épocas
históricas son -globalmente considerados- más de
sarrollados que los valores realizados -y también glo
balmente vistos- de épocas anteriores. Pero nosotros
no reducimos el concepto de valor al valor moral, ni
éste a los conceptos de bondad y felicidad, aparte de
lo cual tampoco identificamos el desarrollo de los valo
res con la totalidad de los valores que efectivamente
funcionan en una época determinada.
Por lo que hace a la primera cuestión repetiremos
que consideramos valor todo lo que produce directa
mente el despliegue de la esencia humana o es condi
ción de ese despliegue. Consideramos, pues, valores
las fuerzas productivas, y despliegue de valores el des
pliegue de esas fuerzas, pues este despliegue signi
fica, directa y mediatamente, el de las capacidades hu
manas, por aumentar la cantidad de valores de uso -y,
por lo tanto, de necesidades humanas- y disminuir el
tiempo socialmente necesario para la obtención de los
varios productos .
Este desarrollo es la base d e l despliegue de todos los
demás valores. Y si se nos obj eta en este punto el
hecho de la extrañación o la siniestra utopía de una
humanid ad manipulada, contestarem os : el caracter ob
jetivo y básico de valor que tiene el desarrollo de las
fuerzas productiv as significa simplemen te que es con
dición imprescin dible del despliegue universal de l a
esencia humana . L o cual n o significa p o r s í mismo ab
solutamen te nada respecto del increment o de valor que
se produce en las demás esferas heterogén eas, ni de su
posible desvalorac ión. El valor total de una estructura
28
social puede disminuir aunque aumente el contenido
axiológico de una de sus esferas; y la disminución glo
bal no impide que el contenido axiológico de esa esfera
determinada sea de verdad un valor, ni que se incre
mente. En nuestro caso : la posible disminución de
valor global no anula el hecho de que ese desarrollo
axiológico (de las fuerzas productivas) es la base del
despliegue de valores de las demás esferas, sólo, desde
luego, en el sentido de una conditio sine qua non, y de
ninguna manera en sentido j erárquico.
El camino « ascendente », el caracter de desarrollo de
la historia, se puede mostrar del modo más plausible
en el desarrollo de las fuerzas productivas, el cual es,
como hemos visto, un desarrollo valioso. Pero ya en
este mismo caso se puede observar el fenómeno de la
discrepancia entre posibilidad y realidad, del que habla
remos en lo que sigue. Así, por ej emplo, en los comien
zos del feudalismo la producción real, la cantidad de
valores de uso, disminuye en comparación con las épo
cas más fecundas de la Antigüedad. Pero a pesar de eso
el nuevo tipo de producción cuenta entre sus posibili
dades, y ya en aquella fase, mucho más que el estadio
más alto de la producción antigua. Criterio del desa
rrollo de los valores no es sólo la realidad de éstos,
sino tam bién su posib ilidad. Mas si consideramos los
valores de otras esferas tropezamos con el hecho de
la ya citada discrepancia. Analizando la moral, la li
bertad social, el despliegue del individuo, el arte o sus
varias ramas y clases, et.e ., nos daremos cuenta de que
el desarrollo del valor no es en modo alguno continuo.
Una vez alcanzado determinado estadio en una u otra
esfera, le puede ocurrir -en dependencia de la estruc
tura social en su conjunto- que en la época siguiente
se vea apeado de nuevo, para comenzar un proceso de
deformación, de pérdida de importancia o esencialidad.
29
Opinamos, empero, que en ninguna esfera puede que
dar la obtención de un valor completamente anulada
por la pérdida de uno de sus estadios. La consecución
es siempre absoluta, la pérdida, en cambio, relativa.
Mientras la humanidad no alcanza un determinado es
tadio, no tiene existencia el incremento axiológico co
rrespondiente al mismo. Cuando el valor constituido
en una determinada esfera o en un respecto determina
do pierde la altura o el estadio alcanzados, existe ya
sólo como posibilidad, pero no queda enteramente ani
quilado. Pueden variar las formas de su subsistencia;
puede ocurrir que sucumba una forma de vida existen
te en enteras comunidades (por ejemplo, la democracia
ateniense), pero grupos reducidos o incluso individuos
(los estoicos y los epicúreos, en el caso del ejemplo)
preservarán la mayoría de sus valores incluso a través
de largos períodos yermos de la historia, o incluso en
épocas de predominio de otros valores . A veces el valor
alcanzado subsiste como norma abstracta, nunca satis
fecha en realidad. Y también que el valor descanse en
sus objetivaciones --en los epas homéricos, por ejem
plo- en espera de ser nuevamente descubierto. Las
fases históricas yermas respecto de una u otra esfera
axiológica o sustancia axiológica pueden durar cuan
to quieran, que siempre hay «preservadores» de los va
lores conseguidos. El ser según la mera posibilidad es
una desaparición relativa; tras épocas yermas desde el
punto de vista del valor de que se trate empieza el re
descubrimien to y, con él, la continuación de la cons
trucción del viejo valor, el cual puede de nuevo hun
dirse -desde un nivel superior- hasta el plano de
la mera posibilidad . Ni un sólo valor conquistado por la
humanidad se pierde de modo absoluto; ha habido, hay
resurrección , y la habrá siempre . Yo llamaría a esto la
invencibilidad de la sustancia humana, la cual no puede
30
sucumbir sino con la humanidad misma, con la histo
ria. Mientras haya humanidad, mientras haya historia,
habrá t ambién desarrollo axiológico en el sentido antes
descrito.
No querría con todo esto negar a los hombres ( a las
capas y a las clases sociales) el derecho de desesperar
a la vista de la disgregación de los valores en el hic e t
nunc d e una época determinada, o e l d e indignarse, o
el de considerar irreparable la decadencia. No es pa
radój ico afirmar que esa indignación o desesperación,
el descubrimiento de las perspectivas de la irreparabi
lidad pueden ser una de las principales fuentes de pre
servación de los valores. Desde luego que no siempre
ocurre así; también pueden reducirse esos fenómenos
a histeria, huida, retroceso ante el conflicto. Es la situa
ción concreta la que decide siempre si se puede con
siderar preservador de valores a un comportamiento de
terminado. En una determinada época la decadencia
del valor puede ser fáctica, aunque sea relativa desde
el punto de vista histórico-universal. Ante las conclu
siones desesperadas de C. Wright Mills respecto de la
degradación esencial de sus contemporáneos y compa
triotas podemos replicar con el argumento de que ni
el más manipulado de nuestros contemporáneos se sen
tiría a gusto en el estado de Platón ni en la ciudad del
sol de Campanella, porque en esos dos ambientes sen
tiría estrangulada su individualidad, aunque ni Platón
ni Campanella -pese a ser refutados en tantos puntos
por sus contemporáneos- fueron nunca acusados en
su época de oprimir al individuo : pues los individuos
de aquellas épocas, a diferencia de los muchos indi
viduos manipulados de la nuestra, no tenían siquiera
necesidades individuales '. Nuestro argumento sería ver-
31
<ladero, pero injusto. El crítico social tiene ra z on es para
no someter sus comparaciones a la luz de la historia
universal.
Hasta el momento no hemos considerado la posibi
lidad del valor más que en el sentido de que un valor
ya conquistado puede recaer hasta el estadio de lo me
ramente posible. Pero también es posible observar otro
sentido de posibilidad en las varias esferas de valor : se
trata de una posibilidad del valor de la que ya hemos
hablado a propósito del desarrollo de las fuerzas pro
ductivas, a saber, que ciertas relaciones de producción
y relaciones sociales en general, contienen abstracta
mente una posibilidad axiológica superior a las que las
han precedido, pese a lo cual no la actualizan en segui
da. Por eso es justo medir las estructuras sociales apli
cándoles como criterio sus propias posibilidades onto
lógicas : el criterio adecuado para estimar las formas
existentes de socialismo y sus relaciones axiológicas in
ternas no es el conjunto de valores sociales del capita
lismo, sino el de las posibilidades de valor del socia
lismo.
La histc�ia es, pues, la sustancia de la sociedad.
Pero la sociedad es siempre un complejo dado, con un
método de producción dado, y con clases, capas, for
mas mentales y alternativas dadas. Esas clases, capas,
formas mentales y alternativas son meramente portado
ras de un contenido axiológico relativo, o de una posi
bilidad axiológica relativa. La relatividad se debe ante
todo a que la totalidad del valor -el despliegue de
la esencia humana- no se puede realizar más que en ·
32
sibilidades de cada época dada : tan heterogénea es la
realidad misma y tanto pueden diferir unos de otros
-y hasta contradecirse -los distintos aspectos axioló
gicos de cada decisión. El arte supo siempre que es muy
extremo el caso de que una alternativa o los individuos
que lá eligen carezcan de todo valor, y que es imposible
encarnar un valor absoluto; el arte materializó tam
bién ese saber del modo que le es propio, y podríamos
formular abreviadamente esta circunstancia diciendo :
en todo buen drama cada personaj e «está en lo justo de
algún modo ». Pero aunque todo valor y toda elección
de contenidos valiosos (la elección practicada en la
vida cotidiana carece muchas veces de tal valor) son
relativos, sin embargo, no es posible considerar idén
ticas las varias decisiones y alternativas. Dicho gro
seramente : una elección es tanto más valiosa --en su
totalidad- cuantos más valores permite realizar y
cuanto más intensa y rica es la esfera de posibilidad
concomitante. Así, por ejemplo, el proletariado es según
Marx la clase que mediante su propia liberación libera
a toda la humanidad de la explotación, y esa libera
ción da pie al despliegue de una infinidad de valores,
incluido -y no en séptimo lugar- el hecho valioso de
que todo individuo de la sociedad puede apropiarse
y realizar esos valores. IJesde ese punto de vista juzga
Marx las teorías económicas de S ismondi y Ricardo y
condena al romántico Sismondi en comparación con
Ricardo, el cual caracteriza con cierto cinismo el desa
rrollo de las fuerzas productivas como valor funda
mental : « el que, como ciertos sentimentales contrin
cantes de Ricardo, afirma que la producción como tal
no es el fin, olvida que la producción por la produc
ción no quiere decir sino desarrollo de las fuerzas pro
ductivas humanas, o sea, desarrollo de la riqueza de la
naturaleza humana como fin de sí misma. . . Y no en-
33
3- H . " Y VIDA COTIDIANA
tien d e que ese d esarrollo d e las capaci d ades de la es
pecie hombre, aunque inicialmente se realiza a costa
de la mayoría de los individuos humanos y de ciertas
clases humanas, perfora al final ese antagonismo y coin
cide con el desarrollo del individuo; o sea, que el de
sarrollo superior de la individualidad se tiene que p a
gar con un proceso histórico en el cual se sacrifican los
individuos » 5 •
El mismo ej emplo de Marx muestra que no sólo los
estéticos y éticos son juicios de valor. Todo juicio refe
rente a la sociedad es un juicio de valor, en la medida
en que se presenta en el seno de una teoría, de una con
cepción del mundo. No por eso será subj etivo : pues los
mismos valores sociales son hechos ontológicos . Cuan
tos más valores fácticos alumbra una teoría -fácticos
en la realidad y la posibilidad-, cuanto más clara
mente revela cuál es el camino de despliegue del valor
y qué lo que se opone a su desarrollo, tanto más ver
dadera y obj etiva es ella misma. El conocimiento y la
toma de posición no son aquí dos entidades diferentes,
sino dos aspectos distintos de una misma revelación
del valor.
Al decir que todo juicio referente a la sociedad es
un juicio de valor, hemos añadido la restricción si
guiente : « en la medida en que se presenta en el seno de
una teoría, de una concepción del mundo » . Pues si es
tudiamos uno por uno los juicios referentes a la so
ciedad, de un modo abstracto, es fácil probar que mu
chos de ellos no son juicios de valor. Pero en la reali
dad ningún juicio referente a la sociedad « existe » ais
lado de ese modo. Todo juicio funciona siempre, explíci
ta o implícitamente , como parte de la totalidad de una
teoría, de una concepción del !llu ndo, de una imagen
S. KARL MARX, Theorien ii ber den Merhwert, Stuttgart 1921,
1 1 / I, págs. 309 s.
34
del mundo. El análisis de juicios aislados no nos hace
avanzar nada en este complej o problemático .
Las elecciones entre alternativas, los juicios, los
actos, tienen un contenido axiológico objetivo. Pero
los hombres no eligen nunca valores, del mismo modo
que no eligen nunca el bien, ni la felicidad . Siempre eli
gen ideas concretas, fines concretos, alternativas con
cretas. Sus concretos actos de elección están, natural
mente, relacionados con su actitud valorativa general,
del mismo modo que sus juicios lo están con su ima
gen del mundo . Y recíprocamente : su actitud valorativa
se robustece en el curso de los actos concretos de elec
ción. La heterogeneidad de la realidad puede dificultar
extraordinariamente en algunos casos la decisión acer
ca de cuál es la elección que, entre las alternativas
dadas, dispone de mayor contenido valioso, y esa de
cisión -en la medida en que es necesaria- no se pue
de siempre tomar con independencia de la concreta
persona que la practica. Por eso dij o Thomas Mann que
los años del fascismo fueron tiempos moralmente bue
nos, pues el fascismo reprimía tan inequívocamente
todo valor humano fundamental que facilitaba conside
rablemente la elección buena (la facilitaba, evidente
mente, no físicamente, sino moralmente, desde el punto
de vista de la claridad o univocidad). Habremos de
añadir a eso que precisamente la indignación y la rebe
lión elementales de la humanidad contra el fascismo
suministran la prueba más concluyente de lo que he
mos llamado invencibilidad de la sustancia humana .
La invencibilidad de la sustancia y el desarrollo de
los valores -dada como posibilidad incluso en una
situación de desvaloración -constituyen la esencia de
la historia, porque la historia es continua a pesar
de su caracter discreto y porque precisamente esa con
tinuidad es la sustancia de la sociedad. Hoy día la hu-
35
manidad dispone por vez primera de medios -las bom
bas atómica y de hidrógeno- con los cuales puede inte
rrumpir esa continuidad y aniquilar su propia historia.
Consiguientemente, la aniquilación de nuestra historia
-esto es, de nuestros valores- es sin ninguna duda
una alternativa hoy existente; desde luego que no po
demos trabajar con ella, porque sólo podemos hacer
lo con nuestra historia y con nuestros valores . Ésta es
la única alternativa en la cual -para nuestra historia
al menos- no hay resurrección posible. Por eso se en
cuentra en el centro mismo de los valores de nuestra
época la consigna de luchar contra esa alternativa .
Volvamos finalmente a nuestro planteamiento ini
cial : ¿ es la historia un proceso finalístico, un proceso
obj etivamente teleológico ? Hemos de contestar a esa
pregunta con un NO inequívoco. Las alternativas histó
ricas son siempre reales : siempre se puede decidir en
ellas de modo diferente de aquel en el que realmente
se decide. No era necesario que el desarrollo social to
mara la fonna que ha tomado; fue, simplemente , posi
ble que se configurara así (o de otro modo). Muchas
veces las fases decisivas del desarrollo fueron frutos
del azar; no hay ninguna duda de que el arranque de la
producción en la Grecia antigua es un fenómeno casual
si se confronta con el modo de producción asiático.
¿ Qué es, pues, lo que, pese o todo eso, produce la apa
riencia de finalidad obj etiva y hasta, a menudo, de
« sentido » de la historia ? Respuesta : el caracter sustan
cial de la historia, la construcción de los valores sobre
la base de otros valores. Desde que el hombre produjo
las posibilidades de su propia esencia al alzarse, con la
hominización , por encima del reino animal, no puede
realizar sino precisament e esas posibilidades. En cuan
to que las realiza una vez -en el respecto que sea-,
no puede volver a perderlas desde el punto de vista del
36
desarrollo histórico global. De este modo se constituye
la apariencia de encontrarnos ante el extraño plan de
un arquitecto ante « la astucia de la Razón » . No pode
mos conocer la meta de la historia ni su necesidad -in
terpretada sin alternativa-, cuya representación es se
cretamente idéntica con la representación teleológica.
Pero podemos darnos cuenta de la posibilidad de un
ulterior desarrollo de los valores, apoyarla y dar así
un sentido a nuestra historia .
37
La estru ctu ra d e la v i d a coti d i an a
39
no tiene ni tiempo ni po sibilidad de absorberse entera
mente en ninguno de esos aspectos para poder apu
rarlo según tod� su intensidad.
La vida cotidiana es en gran medida heterogénea,
y ello desde varios puntos de vista, ante todo desde el
del contenido y la significación o importancia de nues
tros tipos de actividad. Son partes orgánicas de la vida
cotidiana la organización del trabaj o y de la vida pri
vada, las distracciones y el descanso, la actividad so
cial sistematizada, el tráfico y la purificación.
Pero la significación de la vida cotidiana, al igual
que su contenido, no es simplemente heterogénea, sino
también jerárquica. Lo que ocurre es que, a diferencia
del hecho mismo de la heterogeneidad, la forma con
creta de la jerarquía no es eterna e inmutable, sino que
se modifica de modo específico según las diferentes
estructuras económico-sociales . Así, por ejemplo, en los
tiempos prehistóricos el .trabaj o fue dominante en esa
j erarquía, y para determinadas clases trabajadoras (por
ejemplo, para los siervos) esa misma jerarquía se man
tuvo durante mucho tiempo más; toda la vida cotidiana
se constituía en torno de la organización del trabaj o,
a la que se subordinaba cualquier otra forma de acti
vidad . En cambio, para la población libre del Atica del
siglo v antes de nuestra era ocupaban el lugar central
de la vida cotidiana la actividad social, la contempla
ción, el entretenimiento (cultivo de las facultades físi
cas y mentales), y las demás formas de actividad se
agrupaban en torno a ésas en una gradación jerárquica.
La heterogeneidad y el orden jerárquico (la condición
de organicidad) de la vida cotidiana coinciden en posi
bilitar un despliegue « liso» de la producción y la repro
ducción, no sólo en el « Campo de la producción » en sen
tido estricto, sino también en lo que respecta a las
formas del tráfico. La heterogeneidad es imprescindi-
40
ble para conseguir ese «liso despliegue» de la cotidia
nidad, y también hace falta el rutinario funcionamiento
de la j erarquía espontánea para que las esferas hete
rogéneas se mantengan en movimiento simultáneo.
El hombre nace ya inserto en su cotidianidad. La
maduración del hombre significa en toda sociedad que
el individuo se hace con todas las habilidades impres
cindibles para la vida cotidiana de la sociedad (capa
social) dada. Es adulto el capaz de vivir por sí mismo
su cotidianidad .
El adulto ha de dominar ante todo la manipulación
de las cosas (de las cosas, naturalmente, que son im
prescindibles para la vida de la cotidianidad de que
se trate). Ha de aprender a sostener el vaso y a beber
de él, a utilizar el cuchillo y el tenedor, por no citar
sino ejemplos de los más sencillos . Pero ya ellos ponen
en claro que la asimilación de la manipulación de las
cosas es lo mismo que la asimilación de las relaciones
sociales. (Pues no es adulto el que aprende a comer sólo
con la mano, pese a que también de ese modo puede
satisfacer sus necesidades vitales) . Pero aunque la ma
nipulación de las cosas sea decisivamente idéntica con
la asimilación de las relaciones sociales, de todos mo
dos, sigue conteniendo inevitablemente, de forma « in
manente », el dominio espontáneo de las leyes de la na
turaleza. La forma concreta de sometimiento al poder
(de la naturaleza) es siempre mediada por las relacio
nes sociales, pero el hecho mismo de la sumisión a la
naturaleza persiste siempre como tal.
Si ya la asimilación de la manipulación de las cosas
(y, eo ipso, la asimilación del dominio de la naturaleza
y de las mediaciones sociales) es condición de la «ma
duración » del hombre hasta ser adulto en la cotidiani
dad, lo mismo se podrá decir, y al menos en la misma
medida, por lo que hace a la asimilación inmediata de
41
las formas del tráfico o comunicación social. Esta asi
milación, esa «maduración » hasta la cotidianidad em
pieza siempre «por grupos » (hoy, generalmente, en la
familia, en la escuela, en comunidades menores). Y es
tos grupos face-to-face o copresenciales median y tras
miten al individuo las costumbres, las normas, la ética
de otras integraciones mayores. El hombre aprende
en el grupo los elementos de la cotidianidad (por ejem
plo, que se tiene que levantar y actuar por su cuenta;
o el modo de saludar, o cómo comportarse en deter
minadas situaciones, etc.); pero no ingresa en las filas
de los adultos, ni las normas asimiladas cobran «Va
lor» , sino cuando éstas comunican realmente al indivi
duo los valores de las integraciones mayores, cuando el
individuo -saliendo del grupo (por ejemplo, de la fa
milia)- es capaz de sostenerse autónomamente en el
mundo de las integraciones mayores, de orientarse en
situaciones que ya no tienen la dimensión del grupo
humano, de moverse en el medio de la sociedad en ge
neral y, además, de mover por su parte ese medio
mismo.
La vida cotidiana no está « fuera » de la historia,
sino en el «Centro » del acaecer histórico : es la verda
dera «esencia» de la sustancia social . En este sentido
Cincinato es un símbolo. Las grandes hazañas no coti
dianas que se reseñan en los libros de historia arran
can de la vida cotidiana y vuelven a ella . Toda gran
hazaña histórica concreta se hace particular e históri
ca precisamente por su posterior efecto en la cotidia
nidad . El que se asimila la cotidianidad de su época se
asimila con ello también el pasado de la humanidad,
aunque no conscientemente, sino «en-sí ».
La vida cotidiana es la vida del individuo. El indi
viduo es siempre y al mismo tiempo ser particular y
ser específico. Eso no le distingue de ningún otro ser
42
vivo si se considera en sentido naturalista. Pero en el
caso humano la particularidad expresa no sólo su ser
«aislado », sino también su ser « in dividual » . Basta una
hoj a de un árbol para leer en ella las propiedades esen
ciales de todas las hojas pertenecientes a la misma es
pecie; pero un hombre no puede representar ni ex
presar j amás la esencia de la humanidad.
¿ Qué es lo que caracteriza esa particularidad social
(o socialmente mediada) ? La unicidad, la irrepetibi
lidad son en este punto hechos ontológicos fundamen
tales . Pero lo único e irrepetible se convierte en un
complej o cada vez más complicado, que se basa en la
asimilación de la realidad social dada y, al mismo tiem
po, de las capacidades dadas de manipulación de las
cosas; la asimilación contiene en cada caso (incluso en
el del hombre más primitivo) algo de momento «irre
soluble », «Único ».
Las necesidades humanas se hacen siempre cons
cientes en el individuo como necesidades del Yo. El
«Yo» tiene hambre, siente dolore s -igual de naturale
za física que de naturaleza psíquica-, en el «YO» na
cen los afectos, las pasiones . La dinámica básica de la
particularidad humana es la satisfacción de esas ne
cesidades del «Yo » . Desde este punto de vista da igual
la medida en la cual un tal « YO » se identifique en sí
o conscientemente con la representación dada de lo
humano-específico, y son indiferentes los contenidos de
las necesidades del « YO » .
Todo conocimiento del mundo y toda pregunta re
ferente al mundo que se motiven directamente por ese
«YO» único, por sus necesidades y sus pasiones, es una
cuestión de la particularidad. « ¿ Por qué vivo ?», « ¿ Qué
me destina el Todo ?» son preguntas de ese tipo. La te
leología de la particularidad se orienta siempre a la
particularidad misma, o sea, al individuo.
43
También lo específico está «contenido » en todo hom
bre, y precisamente en toda actividad que sea especí
fica aunque sus motivos sean particulares. Así, por
ejemplo, el trabaj o tiene frecuentemente motivos par
ticulares, pero la actividad del trabajo -cuando se tra
ta de trabaj o fáctico (esto es, socialmente necesario)
es siempre actividad de la especie. También es posible
considerar humano-específicos en su mayoría los sen
timientos y las pasiones, pues su existencia y su conte
nido pueden ser útiles para expresar y trasmitir la sus
tancia humana. Y así la mayor parte de las veces lo
particular no es el sentimiento ni la pasión , sino su
modo de manifestarse, referido al yo y puesto al ser
vicio de la satisfacción de las necesidades y la teleología
del individuo.
También en cuanto individuo es, pues, el hombre ser
específico, pues es producto y expresión de sus rela
ciones y situaciones sociales, heredero y preservador
del desarrollo humano; pero el representante de lo hu
mano-específico no es nunca un hombre solo, sino siem
pre la integración (tribu; demos, estamento, clase, na
ción, humanidad) -y también a menudo varias inte
graciones- cuya parte consciente es el hombre y en la
cual se forma su «consciencia del nosotros».
No es casual que acentuemos el elemento «cons
ciencia». El individuo pertenecía ya a la humanidad
-que es la integración suprema- cuando todavía no se
había formado una humanidad unitaria, una historia
como historia universal. (No podemos profundizar aquí
en las diferencias entre la relación mediada y la rela
ción inmediata a la humanidad ). Para el hombre de
una época dada, lo humano-específico es siempre re
presentado por la comunidad «a través » de la cual pasa
el camino, la historia de la humanidad (y esto aun en el
caso de que el destino de esa concreta integración sea
44
la catástrofe). Todo hombre tuvo siempre una relación
consciente con esa comunidad ; en ella se formó su cons
ciencia colectiva o « Consciencia del nosotros», y tam
bién se configuró su misma « Consciencia del Yo ». En
ella se desplegó la teleología de lo humano-específico,
cuyo planteamiento n o se orienta nunca al « YO » , sino
siempre al «nosotros » .
El individuo ( l a individualidad) contiene tanto l a
particularidad cuanto lo específico que funciona cons
ciente e inconscientemente en el hombre. Pero el indi
viduo es un ser singular que se encuentra en relación
con su propia particularidad y con su propia especifi
cidad; y en él se hacen conscientes ambos elementos.
Es común a toda individualidad la elección relativa
mente libre (autónoma) de los elementos específicos
y particulares; pero en esa formulación hay que subra
yar por igual los términos « libre » y « relativamente ».
Hemos de añadir aún que el grado de individualidad
puede variar. El hombre singular no es ya sin más in
dividuo en el sentido dicho, y en las condiciones de la
manipulación social y de la extrañación se va frag
mentando cada vez más «en roles». El desarrollo del in
dividuo es ante todo -pero en modo alguno exclusi
vamente- función de su libertad fáctica o de sus po
sibilidades de libertad.
El despliegue de esas posibilidades de libertad origi
na en mayor o menor medida la unidad del individuo,
la « aleación » de particularidad y especificidad para pro
ducir una individualidad unitaria. Cuanto más unitaria
sea esa individualidad (pues dicha unidad es, natural
mente, sólo tendencia, más débil o más fuerte, y más o
menos consciente), tanto más pronto dej a de ser la
muda unión vital de lo específico y lo particular ca
racterización de la entera vida. La condición ontológico
social de este resultado es una relajación de la relación
45
entre la comunidad portadora de lo específico y el in
dividuo mismo, el cual -ya como i ndividuo- dispone
de un cierto ámbito de movimiento en el que puede
elegir su propia comunidad y su propio modo de vida
dentro de las posibilidades dadas . La consecuencia es
cierta distancia gracias a la cual el hombre puede cons
truir una relación con su propia comunidad, así como
otra con su propia particularidad vivida como « dato »
relativo .
Pero tampoco entonces deja de ser esa unidad indi
vidual mera tendencia, mera posibilidad . En la vida
cotidiana, la aplastante mayoría de la humanidad no
dej a nunca de ser, aunque no siempre en la m isma me
dida, ni tampoco con la misma extensión, muda unidad
vital de particularidad y especificidad. Los dos elemen
tos funcionan en sí y no son conscientemente cognos
cibles . El nacer ya proyectado en la cotidianidad sigue
significando que los hombres asumen como dadas las
funciones de la vida cotidiana y las ej ercen paralela
mente.
Las colisiones entre particularidad y especificidad
no suelen ser conscientes en la vida cotidiana; ambas
se someten sucesivamente la una a la otra del aludido
modo, « mudamente». Pero eso no significa que la p ar
ticularidad se someta a una comunidad natural : en
ese punto se expresa una diferencia de principio entre
la estructura moderna de la vida cotidiana y el des
pliegue de la estructura que precedió a la individuali
dad. Pues ya no existen « comunidades naturales » . Con
eso aumentan las posibilidades que tiene la particu
laridad de someter lo específico y poner las necesida
des y los intereses de la integración social dada al ser
vicio de los afectos, los deseos, el egoísmo del indi
viduo .
Ese aumento de posibilidades -esa oportunidad de
46
victoria espontánea de la particularidad- suscitó la
ética como necesidad de la comunidad social . Las exi
gencias y las normas de la ética componen la intima
ción dirigida por la integración específica dada (y por
la tradición del desarrollo humano) al individuo, para
que éste someta su particularidad a lo específico y con
vierta esa intimación en motivación interior. La ética
como motivo (lo que llamamos moral) es algo indi
vidual, pero no una motivación particular : es indivi
dual en el sentido de actitud libremente adoptada (con
libertad relativa) por nosotros ante la vida, la socie
dad y los hombres.
Una de las funciones de la moral es la inhibición, el
veto. La otra es la trasformación, la culturización de
las aspiraciones de la particularidad. Esto no se refie
re sólo a la vida del individuo, sino también a la de la
humanidad. Por intenso que sea el esfuerzo « trasfor
mador» y culturizador de la moral, no se supera su
función inhibidora, y ésta se impone mientras la es
tructura de la vida cotidiana es tá básicamente carac
terizada por la muda coexis tencia de particularidad y
especificidad.
La vida cotidiana está cargada de alternativas, de
elecciones. Esas elecciones pueden ser del todo indi
ferentes desde el punto de vista moral (por ejemplo, la
elección entre tomar un tranvía lleno o esperar el si
guiente); pero también pueden estar motivadas mo
ralmente (por ejemplo, ceder o no ceder el asiento a
una muj er de edad ) . Cuan to mayor es la importancia
de la moralidad, el compromiso personal, la individua
lidad y el riesgo ( que siempre van juntos) en la decisión
sobre una alternativa dada, tanto más fácilmente se
yergue ésta por encima de la cotidianidad y tanto me
nos es posible hablar de una decisión cotidiana. Cuan
to más intensa es la motivación del hombre por la
47
moral, esto es, por lo específico, tanto más fácilmente
se alzará su particularidad (por obra de la moral) a
la esfera de la especificidad . En este punto termina la
muda coexistencia de particularidad y especificidad.
Hace falta el conocimiento del propio Yo, el ¡ufu!h
a&oi:óv , el conocimiento y la apasionada asunción de
las intimaciones humano-específicas para que el hom
bre sea capaz de decidir elevándose por encima de la
cotidianidad. Kant ha buscado en el imperativo categó
rico el criterio formal de ese comportamiento. Ningún
hombre es en realidad capaz de obrar de tal modo que
su acto se convierta en ej emplo universal, porque todo
hombre actúa siempre c omo individuo concreto y en
una situación concreta. Pero el caracter paradigmáti
co existe a pesar de t odo en la medida en la cual
se produce aquella elevación hacia lo específicamente
humano.
Pero aquí hemos de introducir dos restricciones.
Por una parte, la elevación a lo específico no signi
fica nunca abolición de la particularidad. Como es sa
bido, las pasiones y los sentimientos orientados al
Yo (al Yo particular) n o desaparecen, sino que se « li
mitan » a dirigirse hacia afuera, se convierten en motor
de la realización de lo específico, o bien quedan en sus
penso -en la medida en que inhiben la acción moral
mente motivada- mientras duran las acciones corres
pondientes . Por otra parte, una decisión moral en el
sentido tan afilado que estamos contemplando se debe
considerar siempre como tendencia. No es posible dis
tinguir taj ante e inequívocamente de las cotidii;;as las
decisiones y las acciones moralmente motivadas . La
mayoría de las acciones y elecciones tiene motivación
heterogénea; las motivaciones particulares y las espe
cífico-morales se encuentran y unen, de modo que la
elevación por encima de lo particular no se produce
48
nunca completanic:nte ni nunca dej a de existir del todo1
sino que ocurre generalmente en mayor o menor m�
dida. No hay «Muralla China » entre las esferas de la
cotidianidad y l a moral. Sólo los moralistas utilizan
motivaciones morales «pura s » , e incluso ellos lo hacen
más en la teoría que en la realidad.
No es posible hablar de « Muralla China » ya por el
hecho de que la herencia moral del pasado de la huma
nidad y la exigencia moral de la época se revelan al
hombre incluso en los usos y las normas consuetudi
narias de la cotidianidad, cuya asimilación se puede
producir de modo enteramente espontáneo, sin motiva
ción moral alguna . Pero aunque estas normas contu
vieran motivos morales, l a elevación por encima de la
particularidad o su suspensión no anularía el movi
miento mismo, ni su presencia estaría en contradicción
con aquella « muda copresencia».
Los conflictos extremos y puramente morales se
producen en los casos en que la motivación moral
se hace determinante y su impulso, su finalidad y su ob
jeto se han de en tender como servicio a la elevación
hasta lo específico. Ei caso típico de este comportamien
to -aunque no el único -es el servicio a la comunidad.
Pero el motivo moral se manifiesta también cuando
con nuestro comportamiento personal representamos
el comportamiento « j usto» del género humano (por
ejemplo, en la actitud del estoico respecto de la muerte
natural). La vía de ese comportamiento es la elección
(la decisión), la concentración de todas nuestras fue r
zas en torno a la ejecución de la elección (o decisión),
y la vinculación consciente a la vista de la situación
que s e ha elegido, y, ante todo, de sus consecuencias.
Numerosas estaciones del «Camino» esbozado son tam
bién características de las decisiones medio cotidianas
en las cuales se realiza sólo parcialmente, o ni siquiera
49
4- H . ª Y VIDA COTIDIANA
- --- -------
parcialmente, la elevación a lo específico, la suspen
sión de la particularidad. La elección y la aceptación
de las consecuencias , por ejemplo, van de la mano. Pero
en la cotidianidad no es posible concentrar todas las
energías en cada decisión. Un comportamiento así es
taría en contradicción con la estructura básica de la
cotidianidad. También sería absurdo por nuestra parte
asumir conscientemente las consecuencias de una elec
ción no practicada por el individuo entero. La « asun
ción » o aceptación es aquí más o menos pasiva y se
compadece bien con la pregunta característica d e la
particularidad : « ¿ Y por qué ha de pasarme esto preci
samente a mí ? » El héroe de la elección moral es su pro
pio destino, y lo que le ocurre no le puede ocurrir sino
a él. La cima de la elevación moral por encima de la
cotidianidad es la catarsis. En la catarsis el hombre se
hace consciente de lo humano-específico de su indivi
dualidad.
En ninguna esfera de la actividad humana, y no sólo
en el caso de la elección moral, es posible trazar una
línea divisoria tajante y rígida entre el comportamien
to cotidiano y el no cotidiano. (Cuando se trata, natu
ralmente, de comportamientos en los que sea posible
una elevación consciente a lo específico .) Baste con
considerar la esfera política. Tampoco son cotidianidad
las elecciones y decisiones del « amour passion », a causa
de la intensidad de la elección y de la pasión; pero una
vez convertido en costumbre, y acaso hecho ya rutina,
el amor puede de nuevo «hundirse» en cotidianidad 1 .
Las formas de elevación por encima de la vida co
tidiana que producen objetivaciones duraderas son el
arte y la ciencia. En este contexto nos remitimos al
50
profundo análisis realizado por Georg Lukács en el
capítulo introductorio de s u estética 2• Según ese análi
sis el reflej o artístico y el reflej o científico rompen con
la tendencia espontánea del pensamiento cotidiano, ten
dencia orientada al Yo particular. El arte lo hace por
que por su esencia es la autoconsciencia y la memoria
de la humanidad; la ciencia de la sociedad consigue esa
ruptura por su efecto contrario a l antropocentrismo (si
se prescinde de la teleología referente a cada indivi
duo), y la ciencia de la naturaleza p or su efecto desan
tropomorfizador. La ciencia misma y el arte no están
separados d e la vida y el pensamiento cotidianos por
límites rígidos, como se puede apreciar desde varios
puntos de vista. Por de pronto, el mismo científico o
artista tiene vida cotidiana : los problemas mismos a
los que responde con sus obj etivaciones y sus obras l e
s o n planteados entre otros (sólo entre otros, natural
mente) por la vida. Artista y científico tienen su par
ticularidad en cuanto hombres de la cotidianidad; esa
particularidad puede quedar en suspenso durante la
producción científica o artística, pero interviene en
la misma obj etivación a través de determinadas media
ciones (en el arte y en las ciencias sociales, por la me
diación de la individualidad). Por último, toda obra
esencial vuelve a la cotidianidad, y su efecto pervive
en la cotidianidad de otros .
El medio de la abolición-superación parcial o total
de la particularidad, de su arranque de la cotidianidad
y su ascenso a lo específico, es la homogenización.
Sabemos que la vida cotidiana es heterogénea, que re
caba todas nuestras capacidades en varias direccio
nes, pero ninguna capacidad con particular intensidad.
51
Dicho con las palabras de Georg Lukács : es el «hom
bre entero » el que interviene en la cotidianidad . ¿ Qué
significa homogenización ? Significa, por una parte, que
concentramos toda nuestra atención sobre una sola
cuestión y « suspendemos» cualquier otra actividad du
rante la satisfacción de la anterior tarea; y, por otra
parte, que aplicamos nuestra entera individualidad hu
mana a la resolución de esa tarea. Utilicemos de nuevo
una expresión de Georg Lukács : nos trasformamos en
«hombre enteramente » * . Y significa, por último, que
ese proceso no se puede realizar arbitrariamente, sino
de tal modo que nuestra particularidad se disipe en
la actividad humano-específica que elegimos consciente
y autónomamente, esto es, como individuos.
Sólo cuando se dan j untos los tres factores podemos
hablar de una homogenización que se levanta totalmen
te de la cotidianidad para penetrar en la esfera de lo
específico. El tipo de homogenización al que no se
puede atribuir más que el primer factor, la concen
tración en torno a una tarea única, se compadece aún
perfectamente con la cotidianidad, es parte orgánica
suya. Cuando hemos de asimilar un nuevo movimien
to en el trabaj o, por ej emplo, no podemos «pensar en
otra cosa » mientras trabaj amos, como ocurre, en cam
bio, en el ej ercicio de movimientos ya asimilados, que
se han hecho mecánicos; en la hipótesis considerada
suspendemos pues, cualquier otra actividad. Y cuando
examinamos a una persona para calificarla en algún
campo profesional homogenizamos también espontá
neamente, pues hacemos abstracción de las demás pro-
52
piedades de la persona que tenemos delante y la con
templamos sólo desde el punto de vista su adecuación
o inadecuación para la práctica de un trabajo determi
nado. Pero en este caso la concentración, la homogeni
zación m omentánea, no tiene consecuencias posteriores
para nosotros.
Es obvio que en ese tipo de homogenización no ac
tuó toda nuestra entera indivi dualidad, y que la con
centración no implicaba una suspensión de nuestra par
ticularidad. Pero los actos de decisión pueden también
ocurrir en un plano « superior» que rebase en mayor
o menor medida la cotidianidad . Por ejemplo : cuan
do un campesino empieza a trabajar en una fábrica
y la asimilación de los movimientos del trabaj o decide
de si es adecuado para el trabaj o fabril, si podrá aban
donar para siempre la aldea, se trata de una prueba
cuyos efectos afectarán ya a toda la vida; durante el
examen a que se le someta po drían, consiguientemente,
producirse conflictos, incluso conflictos morales. En
casos así el Yo entra ya bastante en acción y la decisión
es en mayor medida función de la individualidad. Deci
siones de este tipo trasforman ya en menor o mayor
medida al hombre entero, tienen efecto posterior : aun
que todavía sin imponerse, se manifiesta ya la homoge
nización que abre camino a lo específico; aquí comienza
la « salida » de la cotidianidad, sin llegar a consumarse.
La mayor parte de las decisiones de nuestra vida -la
mayor parte de las decisiones fácticas- se realizan en
ese plano.
La homogenización en el sentido de lo específico,
la suspensión completa de la particularidad, la tras
formación en « hombre enteramente» es del todo excep
cional en la mayoría de los seres humanos. Ni siquiera
en épocas ricas en grandes conmociones sociales hay
muchos puntos críticos así en la vida del hombre me-
53
dio. La vida de muchos hombres termina sin que se
haya producido ni un solo punto crítico semej ante . La
homogenización abierta a lo específico no dej a de ser
excepcional, puntual, más que en aquellos individuos
cuya pasión principal se orien ta a lo específico, si es
que tienen, además, la capacidad de realizar esa pasión.
Tales son los grandes moralistas ejemplares, los esta
distas (revolucionarios), artistas y científico s . A propó
sito del gran estadista, del revolucionario profesional,
del gran artista, del gran científico, hay que decir, ade
más, que no sólo su pasión principal, sino también su
trabajo principal, su actividad básica promueve la ele
vación a lo específico y la acarrea consigo. Por eso para
esas personas la homogenización en « h ombre entera
mente » es elemento necesario de su esencia, de la acti
vidad básica de la vida .
Desde luego que el arti sta, el científico, el estadista
no viven constantemente en esa tensión. Tienen tam
bién, como los demás, una vida cotidiana, y la parti
cularidad se manifiesta en ellos igual que en los demás
hombres. Sólo se su spende durante las fases producti
vas, y entonces dichos individuos se convierten, por
mediación de su individualidad, en representantes del
género humano y aparecen como protagonistas en el
proceso histórico global. El estadista, que tiene que
convencer a su medio, la muchedumbre, y arrastrarla
consigo a la acción , o que tiene que influir en los sol
dados para que tiendan a un determinado objetivo, o
resolver complicadas s ituaciones previendo sus conse
cuencias, se levanta por encima de sí mismo, se hace
llevar, si así puede decirse, por una fuerza « invisible »
que a menudo se llama inspiración, pero que no es
sino la fuerza elevadora de la decisión humano-espe
cífica. El artista parece guiado por una mano « invisi
ble », de tal modo que produce en su obra algo diferen-
54
te de lo que se proponía producir; le arrastra la fuerza
de la objetividad, que extirpa de su creación todo lo
que en su intención era aún particular.
No podemos estudiar aquí detalladamente la estruc
tura de la vida cotidiana. Nos limitaremos a aludir a
algunos momentos de esa e structura que tendrán im
portancia para el posterior desarrollo.
Las característica dominante de la vida cotidiana es
la espontaneidad. Desde luego que no toda actividad
cotidiana es espontánea al m ismo nivel , igual que una
misma actividad tampoco es idénticamente espontánea
en situaciones diversas, en diversos estadios de aprendi
zaje. Pero, de todos modos, la espontaneidad es la t en
dencia de toda forma de actividad cotidiana. La esp on
taneidad caracteriza tanto los motivos particulares (y
las particulares formas de actividad) cuanto las acti
vidades humano-específicas. El ritmo fij o, la repeti
ción, la rigurosa regularidad de la cotidianidad (rotos
en cuanto que se produce el ascenso desde la cotidia
nidad) no están en modo alguno en contradicción con
esa espontaneidad, sino que, por el contrario, lo uno
implica lo otro. Ya la asimilación del comportamiento
consuetudinario, de las exigencias sociales y las modas
-que es en la mayoría de los casos una asimilación no
tematizada- exige p ara su exp licación la espontanei
dad. Pues si nos dispusiéramos a reflexionar s ob re el
contenido de verdad material o formal de cada una de
nuestras formas de actividad, no podríamos realizar
ni siquiera una fracción de las actividades cotidianas
imprescindibles y se imposibilitarían la producción y la
reproducción de la vida de la sociedad humana. Pero
la espontaneidad no se expresa solamente en la asimila
ción del comportamiento consuetudinario y del ritmo
de la vida, sino también en el hecho de que esa asimi
lación va acompañada por motivaciones efímeras en
SS
constante alteración, en constante aparición y desapari
ción. En la mayoría de las formas de actividad de la
cotidianidad los motivos del hombre no llegan a ser
típicos, esto es, los cambiantes motivos es tán muy lejo s
de expresar la totalidad, la esencia del individuo. Lo
mismo se puede decir de la mayoría de los motivos ex
plícitamente formulados, aunque no tanto como en
el caso de los motivos « mudos ».
En la vida cotidiana el hombre actúa sobre la base
de la probabilidad, en el plano de la posibilidad : entre
sus actividades y las consecuencias de éstas hay una
relación objetiva de probabilidad . Nunca es posible cal
cular con seguridad científica la consecuencia posible
de una acción . Ni tampoco habría t iempo para hacer
lo en la múltiple riqueza de las actividades cotidianas .
Pero tampoco es necesario : en el caso medio la acción
se puede determinar mediante es timaciones probabi
litarias de modo suficiente para alcanzar realmente la
meta perseguida. Los conceptos de caso « medio » y de
s eguridad « suficiente » tienen en este contexto la misma
importancia el uno que el otro . El primero apunta al
hecho de que son perfectamente posibles casos en los
cuales fracasen las consideraciones probabilitarias. En
estos casos podemos hablar de catástrofes de la vida
cotidiana. Consideraciones pro babili tarias utilizamos,
por ejemplo, al cruzar la calle : jamás calculamos con
exactitud nuestra velocidad y la de los vehículos . Nunca
hasta el momen to hemos ido a parar debajo de un
vehículo , aunque ello puede ocurrir; pero si antes de
cruzar decidiéramos realizar cálculos científicamente
suficientes, no llegaríamos a movernos nunca . También
el concepto de « suficiencia » indica una frontera dú
plice. Significa que en la cotidianidad podemos efec
tivamente orientarnos y obrar con ayuda de estima
ciones probabilitarias, mientras que por debajo de es2.
56
línea, en la esfera de la mera posibilidad, no podemos
todavía conseguirlo, y no lo necesitamos ya por encima
de la correspondiente frontera superior, en la esfe
ra de la seguridad científica. Como es natural, esa situa
ción implica el riesgo de la acción basada en la proba
bilidad; pero no se trata de un riesgo autónomamente
asumido, sino de un riesgo imprescindible y necesario
para la vida. Precisamente eso le diferencia de los
riesgos de la individualidad, los cuales son riesgos
morales.
Ya la acción realizada sobre la base de la probabi
lidad indica el economicismo de la vida cotidiana.
Toda categoría de la acción y del pensamiento se ma
nifiesta y funciona exclusivamente en la medida en que
es imprescindible para la simple continuación de la
cotidianidad; no se manifiesta normalmente con par
ticular profundidad, amplitud o intensidad, pues eso
arruinaría el rígido « orden » de la cotidianidad. Y cuan
to efectivamente se manifiesta con intensidad mayor
disuelve ese orden indefectiblemente, igual si tiende
hacia «arriba » , levantándonos a lo específico, cosa
que no puede nunca caracterizar toda nuestra vida, que
si tiende hacia « abaj o » hasta el punto de incapacitar
nos, como a Oblomov, para la vida.
El pensamiento cotidiano se orienta a la realización
de actividades cotidianas, y en esa medida es posible
hablar de unidad inmediata del pensamiento y la acción
en la cotidianidad. Las ideas necesarias de la cotidia
nidad no se levantan nunca hasta el plano de la teoría,
y la actividad cotidiana no constituye la práctica. La
actividad práctica del individuo no se eleva hasta el
plano de la práctica más que si es actividad específica
consciente; en la unidad viva y muda de particularidad
y especificidad, o sea, en la cotidianidad, la actividad
individual no es más que parte de la práctica, de la ac-
57
tividad total de la humanidad que, construyendo sobre
lo dado, produce algo nuevo sin trasformar en nuevo lo
ya dado.
La unidad inmediata de pensamiento y actividad
implica la inexistencia de una diferencia entre « acier
to» y « verdad» en la cotidianidad : lo acertado es sin
más «verdadero » . Consiguientemente, la actitud de la
vida cotidiana es absolutamente pragmática.
Pero hay que aclarar y complementar esa afinna
ción de que lo acertado es sin más verdadero en la vida
cotidiana. El pensamiento cotidiano abunda en pensa
mientos fragmentarios, material cognoscitivo y hasta
juicios que no t ienen nada que ver con la manipulación
de las cosas ni con nuestras objetivaciones cósicas, sino
que se refieren exclusivamente a nuestra orien tación
social. En la manipulación de las cosas o de nuestras
objetivaciones cósicas la identificación espontánea de
« acertado » y « verdadero » es aproblemática (por lo
menos, en el plano de la vida cotidiana : aquí no habla
mos de la ciencia). Pero esa aproblematicidad se ter
mina en cuanto que el « aciert o » nos abre la posibilidad
de movernos en un medio dado y de mover ese mismo
medio dado. En esta hipótesis el acierto es una verdad
sólo en la medida en que con su ayuda podemos conti
nuar la cotidianidad con las menores fricciones po
sibles . Lo cual no significa nada respecto del contenido
veritativo objetivo del juicio o el pensamiento dados,
con independencia de nuestra actividad individual. (Po·
cas veces, desde luego, es completamente individual en
este contexto la activid¡;id individual : generalmente es
proyección de las aspiraciones y los intereses de una
capa o clase s ocial .) Hasta los juicios y los pensamien
tos objetivamente menos verdaderos pueden resultar
acertados en la actividad social cuando representan
los intereses de la capa o clase a la que pertenece el
58
individuo y facilitan así a éste la orientación o la acción
correspondiente a las exigencias cotidianas de la clase
o capa dadas . Cierto que una acción correspondiente a
los intereses de una clase o de una capa se puede elevar
hasta el plano de la p ráctica, pero en ese caso rebasará
el de la cotidianidad; la teoría de l a cotidianidad se
convierte entonces en ideología, la cual se independiza
relativamente de la práctica cotidiana, cobra vida p ro
pia y se p one, consiguientemente, en relación p rincipal
no con la actividad cotidiana, sino con l a p ráctica.
Y aquí habremos de repetir de nuevo que no hay nin
guna «Muralla China» entre la actividad cotidiana y la
p ráctica no-cotidiana o el pensamiento no-cotidiano,
sino que existen infinitos tipos de transición.
Se desprende de lo dicho que la fe y la confianza
desempeñan en la vida cotidiana una función mucho
más importante que en las demás esferas de la vida.
Eso no quiere decir en m odo alguno que la fe y la
confianza sean en ella más intensas que en otros cam
pos : la fe religiosa suele ser más intensa y más in
condicional, y la confianza tiene significación más
intensa y emocionalmente más grande en la ética o en
la actividad política; pero sí quiere decir que esos
dos sentimientos « ocupan más espacio » en l a cotidia
nidad, que se necesita su función mediadora en mayor
número de situaciones. Los hombres no pueden domi
nar el todo con la mirada en ningún aspecto de la rea
lidad; por eso el conocimiento de los contornos bási
cos de la verdad requiere confianza (confianza en nues
tro método científico, en la cognoscibilidad de la rea
lidad, en los resultados c ientíficos de otras personas,
etcétera). En la cotidianidad el conocimiento se limi
ta al aspecto de la actividad, y por eso el « espacio » de
la confianza y la fe es muy diferente. Al astrónomo no
le basta con la fe en que la Tierra gira alrededor del
59
Sol, pero esa fe basta plenamente en la vida cotidiana;
ni basta al médico con creer en la acción terapéutica
de un medicamento, mientras que esa fe basta para el
enfermo (y precisamente sobre la base de una simple
fe puesta en el médico y en la ciencia médica, con
mayor o menor fundamento empírico). Estos ejemplos
bastan ya para indicar que no se trata aquí de c ontra
dicciones irreconciliables, sino de modos de comporta
miento « relacionados entre sí». Cuando el médico actúa
sobre la base de la confianza (cosa que ocurre no rara
vez), está actuando en el marco de la estructura de la
cotidianidad . Y, a la inversa, cuando, en un momento
cualquiera de la vida cotidiana, un individuo empieza
a reflexionar acerca de una superstición que compartía,
o de una tesis de su integración que antes se había asi
milado, y piensa que ni una ni otra son aceptables por
que contradicen a l a experiencia, y pasa luego a exami
nar el objeto puesto en duda contrastándolo con l a
realidad, para acabar rechazándolo, e s e individuo se
eleva por encima del curso sólito del pensamiento co
tidiano, aunque sólo sea en ese momento.
Hasta ahora hemos hablado de fe (o creencia) y
confianza globalmente. No podemos analizar aquí la
cuestión de la diferencia entre esos afectos, pese a su
frecuente comunidad de función; nos limitaremos a pre
cisar que la confianza es un afecto del individuo entero,
más accesible, por lo tanto, a la experiencia, a la moral
y a la teoría que la fe, la cual arraiga siempre en la par
ticularidad .
Puesto que el pensamiento cotidiano es pragmático,
cada una de nuestras actividades cotidianas va acom
pañada por alguna fe o alguna confianza. No hay lugar
para la fe cuando se expresa el « acierto» de la manipu
lación o de la objetivació n cósica; basta en principio
la experiencia para practicar las correcciones necesa-
60
rias . Depende de la totalidad, de la individualidad d el
hombre y de la situación social dada qué afecto es fun
damental en el movimiento en el medio social, en el
cual aparece de forma más problemática la unidad del
acierto y la verdad.
Pues lo característico del pensamiento cotidiano es
la ultrageneralización, o generalización excesiva, ya en
formas « tradicionales», ya como consecuencia de la ex
periencia individual. Los j uicios ultrageneralizadores
s on todos juicios provisionales que la práctica confirma
o, por lo menos, no refuta, mientras, basados en ellos,
podemos obrar y orientarnos. Si el afecto confianza se
adhiere a un juicio provisional, no representa ningún
«perjuici o » el tener «meramente» j uicios provisionales
ultrageneralizados ; como hemos visto, ni siquiera e s
posible exigir ni al comienzo ni durante la acción j ui
cios más precisos, porque con esa exigencia se perdería
la capacidad de acción. Pero cuando no se trata ya de la
orientación en la vida cotidiana, sino de nuestra en
tera individualidad, de nuestra integridad m oral y su
superior desarrollo, de modo que sólo a riesgo de eso
podemos operar con j uicios provisionales, hemos de ser
capaces de abandonarlos o de modificarlos. Y lo pode
mos hacer cuando el juicio se apoya en la confianza,
pero no cuando le sostiene la fe. Los juicios provisiona
les que arraigan en la particularidad y se basan, consi
guientemente, en la fe son prejuicios 3•
Los j uicios provisionales (y los prej uicios) son me-
ros ejemplos particulares de u ltrageneralización . Pues
l
1
es característico de la vida cotidiana en general el ma-
nejo grosero de l o «Singular». Siempre reaccionamos
a situaciones s ingulares, respondemos a estímulos s in-
,
1
1
3. He estudiado detalladamente los prejuicios en el libro Rol
social y prejuicios, publicado en húngaro por la Edi torial Académica
de Budapest (Tarsadalmi nerep és, Akadémiai Kiadó, Budapest 1966).
61
1
gulares y reso lvemos probl emas singulares. Para po d er
reaccionar hemos de subsumir lo singular, del modo
más rápido posible. Bajo alguna generalidad, hemos
de inordinarlo en nuestra actividad cotidiana, en el
conjunto de nuestra actividad vital : en suma, hemos de
resolver el asunto. Pero no tenemos tiempo para exa
minar todos los aspectos del caso singular, ni siquiera
los decisivos : hemos de situarlo lo más rápidamente
posible desde el punto de vista de la tarea planteada .
Y eso no es posible más que con la ayuda de las varias
formas de ultrageneralización. Así, por ejemplo, se re
curre a la analogía. Mediante ella funciona principal
mente nuestro conocimiento c otidiano del hombre, sin
el cual no podríamos siquiera orientarnos : clasificamos
en algún tipo ya conocido p or experiencia al hombre
que queremos conocer en algún respecto importante
para nosotros, y esa clasificación por tipos nos permite
orientarnos. Sólo a posteriori se pone « de manifiesto »
en la práctica que podemos disolver aquella analogía y
conocer el fenómeno singular -en este caso, el hom
bre de que se trate- en su concreta totalidad, estimarlo
y comprenderlo . Desde luego que e l juicio provisional
de analogía puede cristalizar en prejuicio; puede ocu
rrir que no atendamos ya a ningún hecho posterior que
contradiga abiertamente a nuestro juicio provisional :
hasta ese punto podemos quedar sometidos al poder
de nuestras propias tipificaciones, de nuestros pre
juicios. El juicio provisional analógico es, pues, inevi
table en el conocimiento cotidiano de los hombres, pero
está expuesto al peligro de la cristalización (fosiliza
ción), y mientras que al principio el tratamiento grose
ro de lo singular no es perjudicial, puede convertirse
en un daño irreparable si se mantiene una vez cumplida
su función. Se puede tratar de un error moral, caso en
el cual n o se «perturbará » la orientación en la vida coti-
62
diana; pero tamb ién puede ser un . error que acarree
una de las catástrofes de la vida cotidiana.
Cosa parecida ocurre con el uso de los precedentes.
El precedente tiene más importancia para el conocí•
miento de la situación que p ara el de las personas.
Es un « indicador» útil para nuestro comportamiento,
para nuestra actitud. (« Otros obraron en mi situación
de tal o cual modo, ya había ejemplos de eso » , etc.).
Sin esta actitud nos ocurriría a menudo lo que al asno
de Buridán. Por eso no se trata de un fenómeno «malo »
en principio. Esta actitud tiene efectos negativos, y has
ta destructivos, cuando nuestra percepción del prece
dente nos impide captar lo nuevo, irrepetible y único
de una situación.
No hay vida cotidiana sin imitación. En la asimila
ción del sistema consuetudinario no procedemos nun
ca meramente « Según preceptos», sino que imitamos a
otros; ni el trabaj o ni el tráfico s ocial serían posibles
sin mímesis. La cuestión estriba, como siempre, en si
somos capaces de producir un campo de libertad indivi
dual de movimiento dentro de la mímesis o, en el caso
extremo, de deponer completamente las costumbres mi
méticas y configurar nuevas actitudes . Hay, natural
mente, en la vida cotidiana sectores en los cuales no es
necesaria la individualización de la mímesis, y épocas
en las cuales se hace superflua; por lo demás, los tipos
y los grados de individualización son por necesidad
diversos en las varias esferas vitales, épocas y situa
ciones.
La entonación tiene una importancia apreciable en
la vida cotidiana, tanto en la configuración de nuestro
tipo de actividad y pensamiento cuanto en la estima
ción de otros, en la comunicación, etc. La aparición de
un individuo en un medio dado « entona» al suj eto
de que se trate, produce una atmó sfera tonal específica
63
en torno suyo que l uego l e sigue ro d ean d o. la persona
que no produce esa entonación carece de individuali
dad, y la persona incapaz de percibirla es insensibl e
para un aspecto importantísimo de las vinculaciones
humanas. Pero quedar preso en esa realidad tonal sería
otra clase de ultrageneralización, en este caso en el te
rreno emocional más que en el de los juicios. Tal vez
podríamos aplicar a este fenómeno el término «pre
j uicio emocional » . El fenómeno se presenta frecuente
mente junto con el prejuicio basado en ultragenera
lización.
Todos esos momentos característicos del comporta
miento y el pensamiento cotidianos constituyen una co
nexión necesaria, a pesar del carácter aparentemente
casual de la « selección » en que aquí se presentan .
Todos tienen en común el ser necesarios para que el
hombre sea capaz de vivir en la cotidianidad. No hay
vida cotidiana sin espontaneidad, pragmatismo, econo
micismo, analogía, precedentes, juicio provisional, ul
trageneralización, mímesis y entonación. Pero las for
mas necesarias de la estructura y el pensamiento de l a
vida cotidiana no deben cristalizar en absolutos, sino
que tienen que dejar al i ndividuo un margen de m ovi
miento y posibilidades de desarrollo. (Esto es impor
tante para lo que sigue). Si esas formas se absolutizan
y dejan de posibilitar un margen de movimiento, nos
encontramos con la extrañación de la vida cotidiana .
Extrañación es, desde luego , s iempre extrañación
respecto de algo, y precisamente respecto de las posi
bilidades concretas del desarrollo específico de la hu
manidad. La mímesis de un mismo tipo, general en la
época en que aún no se había desarrollado el individuo
moderno, pero formalmente presente también hoy día,
en la misma medida, se tiene que entender como pro
ducto de la extrañación sólo en este último caso, pues
64
las posibilidades configuradas desde entonces en la
humanidad exigen una orientación ampliamente indi
vidual.
La vida cotidiana es, de todas las esferas de la
realidad, la que más se presta a la extrañación. Por
causa de la copresencia «muda», en-sí, de particulari
dad y especificidad, la actividad cotidiana puede ser ac
tividad específica no-consciente, aunque sus m otivos
sean, como normalmente lo son, efímeros y particula
res . En la cotidianidad parece « natural » l a disgrega
ción, la separación de ser y esencia. En la copresencia
y sucesión heterogéneas de las actividades cotidianas
no tiene por qué revelarse ninguna individualidad uni
taria; el hombre agotado por y en sus « role s » puede
orientarse en la cotidianidad con sólo cumplir adecua
damente con ellos. La asimilación espontánea de las
normas consuetudinarias dominantes puede convertir
se por sí misma en conformismo cuando el que las asi
mila es un individuo sin « columna vertebral »; y la par
ticularidad que aspira a una «buena vida» sin conflictos
refuerza aún ese conformismo con su fe .
Pero la estructura de la vida cotidiana, aunque sin
duda constituye un terreno propicio para la extraña
ción, no es en modo alguno extrañada por necesidad.
Subrayemos una vez más que las formas de pensa
miento y comportamiento producidas en esa estructu
ra pueden dejar perfectamente al individuo un margen
de movimiento y posibilidades de desarrollo, posibili
tarle -en cuanto unidad consciente de lo específico
y lo particular- una condensación « prismática », por
así decirlo, de la experiencia de la cotidianidad, de tal
modo que ésta pueda manifestarse como esencia unita
ria de las heterogéneas formas de actividad de la coti
dianidad y objetivarse en ellas . El ser y la esencia no
quedan separados y las formas de actividad de la co-
65
5 - H, • Y VIDA COTIDIASA
tidianidad no son formas extrañadas en la medida en
que todo eso es posible para los individuos de una épo
ca dada y en el plano máximo de individualidad -y,
consiguientemente, d e desarrollo de lo específico- ca
racteristico de dicha época. Cuanto mayor es la extra
ñación producida por la estructura económica de una
sociedad dada, tanto más irradia la vida cotidiana su
propia extrañación sobre las demás esferas .
Hay extrañación desde que existe un abismo entre
el desarrollo humano-específico y las posibilidades de
desarrollo de los individuos humanos, entre la produc
ción humano-específica y la participación consciente
d el individuo en ella. Ese abismo no ha tenido la misma
profundidad en todas las épocas ni para todas las ca
pas sociales; así, por ejemplo, se cerró casi completa
mente en las épocas de florecimiento de la polis ática
y del Renacimiento italiano; pero en el capitalismo mo
derno se ahondó más allá de toda medida. Por lo demás,
j amás fue enteramente insalvable ese abismo para el in
dividuo aislado : en toda época ha habido un número
mayor o menor de personas que, con ayuda de su ta
lento, de su situación, de las grandes constelaciones his
tóricas, consiguieron el salto. Pero para la masa, para
los numerosos otros, subsistió el abismo igual cuando
era muy profundo que cuando era más superficial.
Como queda dicho, el moderno desarrollo capitalis
ta ha exacerbado hasta el extremo esta contradicción .
Por eso la estructura de la cotidianidad extrañada em
pezó a expansionarse y a penetrar en esferas en las que
no es necesaria ni consti tuye una condición previa de la
orientación, sino que es incluso obstáculo para esta
última.
No se trata de que las ca tegorías de la cotidianidad
sean ajenas a las esferas no-cotidianas. Baste con aludir
a la función que tienen los precedentes en la actividad
66
política, a la de Ja analogía en la comparación cientí
fica y artística, a la de la mímesis o la entonación en
el arte. Pero esta limitada comunidad o generalidad de
las categorías no significó nunca una identidad estruc
tural con -ni una asimilación por- las formas de ac
tividad y los contenidos de la cotidianidad . En cambio
la ciencia moderna, al ponerse sobre unos fundamentos
pragmáticos, « absorbe » , asimila la estructura cotidia
na; y cuando el arte moderno se decide a elegir por
terna las efímeras motivaciones y a hacer abstracción
de la esencia de la vida humana, de la constante osci
lación, de la interacción entre la cotidianidad y lo que
no lo es, la cotidianidad absorbe incluso al arte . La
estructura en cuestión, que en la cotidianidad no puede
ser un fenómeno d e extrañación, es necesariamente
fenómeno de extrañación en el arte, en la ciencia, en
las decisiones morales y políticas. Ahora bien, es evi
dente que la continuidad no empieza a expansionar
se « hacia arriba » sino cuando ya ella misma es ex
trañada.
Repetirnos : la vida cotidiana no es extrañada por
necesidad, a consecuencia de su estructura, sino sólo
en determinadas circunstancias s ociale s . En toda época
ha habido personalidades representativas que han vi
vido en una cotidianidad no-extrañada; y puesto que la
estructura científica de la sociedad posibilita el final
de la extrañación, esa posibilidad se encuentra abierta
a todo ser humano.
Pero eso no significa en modo alguno que la vida
de cualquier hombre se haga específica en su activi
dad principal, en el t rabaj o y en las objetivaciones.
Humanización de la vida cotidiana no quiere decir
que los hombres vayan a recibir el don de la inteligen
cia de Planck, la mano de Menuhin o las capacidades
políticas de Lenin. Se trata de algo que se puede expre-
67
sar con palabras de Goethe : todo hombre puede ser
completo, incluso en la cotidianidad. Pero ¿cómo?
Sabemos que l a vida cotidiana tiene siempre una
jerarquía espontánea determinada por la época (por la
producción, por la sociedad, por el lugar del individuo
en ésta).
Esa jerarquía espontánea otorga a la individualidad
un margen de movimiento diferente en cada caso. En
la época que empezó con el despliegue de la sociedad
burguesa ese marco se ensanchó, en principio al menos.
Siempre fue posible; pero desde que l a relación de un
hombre con su clase se ha hecho « casual » (Marx), ha
aumentado para todo hombre la posibilidad de cons
truirse una jerarquía consciente, dictada por su propia
personalidad, dentro de la jerarquía espontánea. Mas
las mismas relaciones y situaciones sociales que crea
ron esa nueva posibilidad han impedido su desarrollo
en lo esencial; en el momento de la elevación de toda
la sociedad, o sea, con el final de la extrañación, se
podrá contar con el despliegue máximo de aquella p osi
bilidad. Podemos llamar, también con palabras de Goe
the, « regimiento de la vida » a la construcción de esa
jerarquía de la cotidianidad afirmada por la individua
lidad consciente.
« Regimiento de la vida » no significa, pues, abolición
de la j erarquía espontánea de la cotidianidad, sino sólo
que la « muda » copresencia de la particularidad y es
pecificidad queda sustituida por la relación consciente
del individuo con lo específico, y que esta actitud -que
es al mismo tiempo un « engagement» moral, de con
cepción del mundo, y aspiración a autorrealización
y autogoce de la personalidad- « ordena» las varias y
heterogéneas actividades de la vida. E l regimiento de
la vida supone para cada cual una vida propia, aun
man teniendo la estructura de la cotidianidad : cada cual
68
ha de apropiarse a su modo la realidad e imponerle el
seUo de su individualidad. Desde luego que el regimien
to de la vida no es nunca sino una tendencia de reali
zación más o menos perfecta. Y es regimiento de la
vida porque su perfección es función de la individua
lidad del hombre, y no de un talento particular o de
una capacidad especial .
Como hemos visto, el regimiento de la vida no puede
convertirse en posibilidad social universal más que una
vez abolida y superada la extrañacíón. Pero no es im
posible t rabaj ar en el regimiento de la vida m ientras
las condiciones generales económico-sociales favorecen
aún la extrañación . En este caso el regimiento de la
vida se hace representativo, significa un reto a la deshu
manización , tal como ocurrió en el estoicismo y el epi
cureísmo. En este caso la « ordenación » de la cotidiani
dad es un fenómeno nada cotidiano : el caracter repre
sentativo, «provocador» , excepcional trasforma la mis
ma ordenación de la cotidianidad en una acción moral
y política.
69
De los prej u i c i os
71
De dos modos llegamos a la ultrageneralización ca
racterística de nuestro pensamiento y nuestro compor
tamiento cotidianos : por una parte, asumimos estereo
tipos, analogías y esquemas ya elaborados; por otra,
nos los «pega» el medio en el que crecemos, y puede
pasar mucho tiempo antes de que atendamos con acti
tud crítica a esos esquemas recibidos, si es que llega
a producirse esa actitud. Ello depende de la época y
del individuo . En períodos estáticos pasan a menudo
generaciones enteras sin que se problematicen los es
tereotipos de comportamiento y pensamiento ; en épo
cas dinámicas esos elementos pueden hacerse proble
máticos incluso varias veces en una sola generación;
y la problematización es más lenta e infrecuente en
caracteres inclinados al conformismo que en individuos
dinamicos y crítico s . La tradición no es siempre la fuen
te de la ultrageneralización, la cual se puede basar tam
bién en experiencia personal; y la actitud que se con
trapone al sistema estereotipado tradicional puede con
tener ultrageneralizaciones análogas a las del sistema
mismo al que se opone.
La ultrageneralización es inevitable en l a vida co
tidiana. Cada una de nuestras actitudes se basa en una
estimación probabilitaria. En lapsos de tiempo cor
tos hemos de realizar actividades tan heterogéneas que
no podríamos vivir si nos empeñáramos en hacer de
pender nuestra actividad de conceptos científicamente
fundados.
Pero el grado de ultrageneralización no es siempre
el mismo. La rigidez de las formas de pensamiento y
comportamiento de la vida cotidiana es sólo relativa, o
sea, puede modificarse lentamente en la actividad dura
dera, y generalmente se modifica de hecho. Toda ultra
generalización es un juicio provisional o una regla pro
visional de comportamiento: provisional porque se
72
anticipa a la actividad posible, y no siempre, ni m u
cho menos, se confirma en el infinito proceso de la
práctica. A diferencia de lo que ocurre con los juicios
cotidianos, los juicios científicos sólo se consideran
provisionales hasta que, en un determinado estadio evo
lutivo de la ciencia, las hipótesis se prueban como
verdades, se confirman. Esto implica una remisión a la
ambivalencia del concepto de « saber » . Lo que en la cien
cia es sólo opinión puede considerarse con razón como
saber en la vida cotidiana, porque es criterio de la ac
ción y porque la acción cotidiana responde del con
tenido acertado del juicio en el que se basa aquel saber.
Volvamos, pues, a los juicios y a los esquemas de com
portamiento de la cotidianidad : esos juicios y esque
mas son siempre provisionales, a causa, precisamente ,
del caracter de dóxa u opinión propio del saber cotidia
no. Pero la «provisionalidad » no disminuye en ningún
respecto la verdad de nuestra afirmación de que los
j uicios provisionales se pueden alterar, se pueden modi
ficar en la actividad social y en la individual : su carac
ter de provisionalidad se mantiene en la misma alte
ración.
Podemos inferir de todo lo dicho que la mayqría de
los j uicios provisionales no son prejuicios. El prej ui
cio es un tipo particular de juicio provisional, y para
entender su fuente hemos de considerar otra propie
dad más de la estructura de la vida cotidiana .
Se trata del pragmatismo de ésta. La vida cotidia
na se caracteriza por la unidad inmediata del pensa
miento y la acción. Pero hemos de añadir en seguida
a esa caracterización que el pensamiento cotidiano n o
es nunca teoría y que l a actividad cotidiana no es nunca
práctica. En la teoría y en la práctica dominan fines y
contenidos que representan lo específico; unos y otros
promueven el desarrollo humano-específico y produ-
73
cen novedad en él. La vida cotidiana puede ser fuente,
ejemplo, punto de partida de la teoría, como lo fue en
el caso del llamado « Common sense »; también puede
tener cierta participación no consciente en la práctica,
ante todo en la actividad del trabaj o. Pero en modo
alguno se puede hablar en este caso de identidad.
La unidad inmediata del pensamiento y la actividad
se expresa también en el hecho de que en la vida co
tidiana son idénticos la verdad y el acierto. Lo que
muestra ser acertado, útil. lo que ofrece al hombre una
base de orientación y de acción en el mundo, lo que con
duce al éxito, es también « verdadero » .
Volvamos ahora a l a ultrageneralización. f.sta puede
ser acertada o falsa. Una ultrageneralización es acer
tada cuando corresponde al objetivo dado, cuya reali
zación promueve; y falsa o desacertada cuando no po
demos afirmarnos mediante ella, cuando « fracasamos »
con esa orientación. f.ste es e l caso de las « catástrofes»
de la vida cotidiana. Cuando se trata de la relación
entre el hombre y la naturaleza -en la objetivación,
en el consumo o en la amplia escala de actividades que
rodean la producción y el consumo- la coincidencia
de la verdad con el acierto no puede hacerse en modo
alguno problemática. Si generalizamos falsamente, la
actividad misma nos corregirá : el producto que produz
camos será malo, nos pondremos enfermos por haber
comido algo inadecuado, etc. Tendremos que alterar
inmediatamente nuestra conducta y formar un nuevo
juicio provisional para orientarnos acertadamente en
el medio.
La estructura pragmática de la vida cotidiana tiene
consecuencias más problemáticas cuando se trata de
orientarse en las relaciones sociales. La mayor parte
de las veces -aunque no siempre, naturalmente- el
hombre suele orientarse en un complej o social dado so-
74
bre la base de las normas, los estereotipos (y por lo tan
to, las ultrageneralizaciones) de su integración primaria
(su clase, su capa, su nación). La m ayoría de las veces
es precisamente la asimilación de esas normas la que
le da el éxito. Tal es la raíz del conformismo . Todo
hombre necesita inevitablemente cierta medida de con
formidad . Pero esa conformidad se convierte en confor
mismo si el individuo no aprovecha las p osibilida
des individuales del m ovimiento, objetivamente presen
tes en la vida cotidiana de su sociedad, de modo que las
motivaciones conformes de la vida cotidiana permean
las formas no cotidianas de actividad, ante todo las de
cisiones morales y políticas, hasta que éstas pierden su
caracter de decisiones individuales. Las más de las
veces esas dos formas de manifestación del conformis
mo aparecen juntas .
La posibilidad e incluso probabilidad del comporta
miento conforme al medio dan a la unidad de lo verda
dero y lo acertado en las relaciones sociales un conte
nido muy diferente del que tiene en la actividad del
trabaj o . Lo que en la vida cotidiana pedimos a la acti
vidad de trabaj o es que nos facilite, con el menor es
fuerzo posible, participación en la reproducción social :
el « mínimo esfuerzo » es en este caso las « necesidades
normales» del individuo. Esta misma norma del « mí
nimo esfuerzo» que promueve una identificación sin
conflictos con los intereses de nuestra integración so
cial puede « ahorrar » pensamiento individual y deci
sión individual incluso en campos en los cuales esa
individualidad es posible e incluso necesaria, para pre
sentar como acertado algo que en modo alguno es
verdadero : puede, pues, basarse en un j uicio provisio
nal falso. ¿ Qué es en este caso un juicio provisional
falso ? Es un juicio provisional que podríamos corregir
mediante la experiencia, el pensamiento, el conocimien-
75
to y la decisión moral individual, pero que no corre
gimos porque ello perturbaría el éxito, el « acierto» evi
dente, aunque no moral.
Los juicios provisionales refutados por la ciencia
y por una experiencia cuidadosamente analizada, p ero
que se mantienen inconmoviblemente contra todos los
argumentos de la razón, · son prejuicios. Hasta el mo
mento se nos impone la conclusión de que los prej ui
cios son -parcialmente al menos- productos de la
vida y el pensamiento cotidianos. Ahora vamos a estu
diar sus raíces antropológicas .
Siempre tenemos u n a fij ación afectiva e n e l pre
juicio. Por eso era ilusoria la esperanza de los ilustra
dos de que el prejuicio pudiera ser abolido a la luz de
la esfera de la razón . Dos afectos diferentes nos pue
den atar a una opinión, visión, convicción : la fe y la
confianza. El afecto del prejuicio es la fe.
La fe y la confianza se diferencian entre sí antro
pológicamente, epistemológicamente y éticamente. Las
diferencias epistemológicas y éticas se basan en las an
tropológicas.
Desde el punto de vista antropológico, la fe nace de
la particularidad, cuyas necesidades satisface. Todo
hombre es al mismo tiempo ente particular y ente es
pecífico o genérico, una « singularida d », pues, y, al mis
mo t iempo, parte orgánica de la humanidad, de la his
toria humana. Con diferencias de grado, todo hombre
tiene motivos que se refieren sólo a él mismo, fines
que pacifican sólo sus p ropias urgencias ; pero, ade
más, se inserta necesariamente en el desarrollo global
de la humanidad mediante actividades objetivas (como
el trabaj o) y puede tener motivos que tiendan a encar
nar lo específico, objetivos dirigidos « hacia afuera ».
(Tales motivos son, por ejemplo, los éticos, y fines tales
son los considerados conscientemente en los valores
76
d e una amplia integración, ya sea ésta la polis, el esta
mento, la clase o l a patria .)
Lo particular no suele ser aquello en lo que cree el
hombre, sino su relación con los objetos de l a fe y la
necesidad satisfecha por la fe. Esto se p one particular
mente de manifiesto en los prejuicios : los obj etos y
los contenidos de nuestros prej uicios pueden ser de
naturaleza plenamente general; pueden referirse a l a
totalidad de nuestra naturaleza o clase, a proposicio
nes morales o religiosas, etc. En cambio, los m otivos
y las necesidades que alimentan nuestra fe y, con ella,
nuestro prej uicio, satisfacen en cualquier caso nues
tra propia particularidad. La mayoría de las veces l o
hacen de u n m o d o directo, s i n mediación : creer e n pre
juicios es cómodo porque nos protege de conflictos,
confirma nuestras anteriores acciones. Pero muchas ve
ces también el mecanismo es mediato : nuestra vida,
que no pudo alcanzar su obj eto en su verdadera acti
vidad específica, consigue entonces pleno « sentido » en
el prej uicio.
A diferencia de la fe, la confianza arraiga en el i n
dividuo. El individuo está en una relación más o me
nos consciente con su esencia específica y con su par
ticularidad . Cuando confío en un hombre o en una
cosa soy yo el que confío, yo el que ofrezco, por l o que
hace a la confianza, tanto como en el caso de la fe .
Las necesidades de ese «Yo » que se ofrece o entrega no
se dirigen sólo a sí mismo, sino que ahora su teleología
rebasa la particularidad propia. El Yo cobra cierta dis
tancia respecto de su propia particularidad, y esa
distancia implica a su vez -cosa de suma importancia
respecto de los prej uicios- la posibilidad de otra dis
tanciación respecto de la comunidad o integración pro
pia, respecto de la « Consciencia del nosotro s » o cons
ciencia colectiva.
77
Esta diferencia antropológica fundamenta la epis
temológica. Toda confianza descansa en saber. En la
esfera cotidiana eso significa que toda confianza regu
larmente refutada por el pensamiento y la experiencia
acaba aniquilada . En cambio, la fe está en contradic
ción con el saber, esto es, se resiste, como hemos visto,
inconmoviblemente al pensamiento y a las experiencias
controladas .
Sólo a posteriori se puede precisar, por regla gene
ral, si un juicio o un comportamiento va apareado con
fe o con confianza, y si en la combinación concreta
sólo la particularidad tiene una función o si también
la tiene el individuo moral. Así, por ejemplo, ocurre
con frecuencia que un prej uicio s ocial típico no con
sigue ej ercer función rígida de prejuicio en todos los
miembros de la sociedad; muchas veces se trata sólo
de un juicio provisional que no logra afirmarse sino
mientras el individuo no se ve confrontado con ver
dades que ignoraba hasta el momento. La «prueba»
de si un prej uicio s ocial tiene función de prejuicio tam
bién en el individuo o carece de ella consiste siempre
en la confrontación con los hecho s . Si la fuente de un
juicio es una autoridad, la prueba s erá del mismo tipo,
aunque indirectamente; pues lo que hay que investi
gar entonces es el fundamento y e l respecto en el cual
la autoridad en cuestión ha conseguido esa función de
autoridad : si podemos confiar fundadamente en sus
juicios sólo es posible tener fe en ellos.
Las reservas emocionales de la fe y la confianza son
muy varias . Podemos dej ar de lado la mayoría de ellas,
porque sólo una es importante p ara nuestro tema, a
saber : el hecho de que en el caso de la fe aparece
siempre el par de sentimientos amor-odio, y el odio no
se dirige sólo a aquello en lo cual no tenemos fe, sino
también a las personas que no creen lo mismo que no-
78
sotros. La intolerancia emocional es, pues, consecuen
cia necesaria de la fe.
El par de sentimientos amor-odio divide nuestros
prej uicios en dos grupos, en prejuicios positivos y pre
j uicios negativos, en prej uicios acerca de nuestra pro
pia vida, nuestra propia moral, nuestros propios pre
j uicios, nuestra propia comunidad, nuestras propias
ideas y prejuicios referentes a los « demás », extraños
y contrapuestos a nosotros. En este último grupo el
prej uicio se deforma «hacia abaj o » en la escala de los
sentimientos . El prejuicio, pues, impide hallar el « valor
medio » aristotélico ; yerra siempre en la medida, pero
no sólo por lo que hace a la cantidad, sino también en
cuanto a la cualidad.
El prejuicio puede ser individual o social. El hom
b re puede estar tan lleno de prej uicios respecto de una
concreta persona o institución que no le haga en abso
luto falta la fuente social del contenido del prejuicio.
Pero la mayoría de nuestros prej uicios tiene un carac
ter mediata o inmediatamente social. Esto es : solemos
asimilarlos simplemente de nuestro ambiente, o bien
los aplicamos espontáneamente a casos concretos a tra
vés de mediaciones.
Nuestros prejuicios sociales pueden ser estereotipa
dos o no e stereotipados . Todo prejuicio dominante o
relativamente general tiene, empero, por lo común su
« núcleo» estereotipado, en torno del cual se puedan
situar « Variantes » semi-estereotipadas o no estereoti
padas en absoluto. La circunstancia de que la formu
lación de un prejuicio pueda ser más o menos indivi
dual no dice, sin embargo, nada acerca de la individua
lidad del hombre cargado con ese prej uicio.
No hay relación directa entre la estereotipia y la
intensidad de los prejuicios. La intensidad de los pre
j uicios se puede descubrir en su grado de trasposición
79
práctica. Allport ha construido la s iguiente gradación
por lo que hace a los prejuicios negativos : resenti
miento, racionalización (autoj ustificación) estereotipa
da, comportamiento e stereotipado (desde la discrimi
nación hasta el exterminio, pasando por la tortura físi
ca). La gradación histórica no varía cuando se trata del
despliegue social de un prejuicio, aunque no todo pre
juicio atraviesa todas las fases indicadas. Pero la gra
dación se suele invertir en l a configuración de los pre
juicios en el individuo. El niño empieza por notar los
modos de comportamiento prejuzgado estereotipados
y las racionalizaciones o justificaciones de los mismos
hechas por los adultos, y sólo luego empieza a sentir
el resentimiento correspondiente .
Hemos partido del hecho de que la vida cotidiana
produce, en su dimensión social, los prejuicios, y que la
base antropológica de esa producción es la particulari
dad, mientras que el « tej ido conjuntivo » emocional es
la fe . Pero de eso no se sigue ni fáctica ni lógicamen
te la existencia del sistema de los prej uicios sociales es
tereotipados . Y a la invers a : la particularidad del hom
bre está vinculada a los sistemas de prejuicios por el
hecho de que en la sociedad misma dominan también
-aunque en otro p lano y con variaciones- sistemas
de prejuicios sociales es tereotipados y estereotipias de
comportamiento cargadas de prejuicios.
¿ Qué es lo que p rovoca esos sistemas de prejuicios ?
Los provocan las integraciones sociales en las que vi
ven los hombres y, dentro de esas integraciones, las
clases sociales ante todo .
Pero en este punto hemos de introducir una restric
ción . Los típicos juicios de clase, o sea, los juicios que
expresan el interés fáctico de una clase (o capa) y a los
que se remite la práctica de la clase (o capa, o nación)
dada, los juicios, pues, sobre cuya base actúa esa co-
80
muni d a d , no son prejuicios. Cuanto más « en movimien
to» está una clase, cuanto más posibilidades tiene de
práctica fáctica, tanto menos son prejuicios sus juicios.
La actividad política (en el más amplio sentido del
término), la actividad que dirige el movimiento, l a mo
vilización de las grandes integraciones, no puede tener
éxito más que si se levanta sobre un pensamiento exen
to de prejuicios. Políticos grandes -y victoriosos
han sido siempre aquellos cuyas representaciones de
la propia clase o nación y de los mismos enemigos es
tuvieron exentas de prejuicios. Por eso precisamente,
y sólo por eso, pudieron ver con claridad lo que podían
hacer, en una concreta situación dada, con su clase,
su nación, cómo podían dirigirla y cuáles eran los pasos
que habían de acarrear el éxito . « El cobarde », por ejem
plo, es un caso típico de concepto estereotipado por
el prejuicio , y si un político parte del supuesto de que
su contrincante ha de ser un cobarde, será inevitable
mente derrotado.
La esfera política (la asunción consciente de la
práctica de la integración) destaca, pues, de la cotidia
nidad tanto como la actividad científica . No es casual
que en este punto consideremos necesario recordar
nuestro punto de partida, esto es, la tesis de que el pre
juicio no pertenece necesariamente a la esfera de la
ciencia y el arte, aunque una parte de los prejuicios se
desarrolle precisamente en esas esferas. La fuente de
los prejuicios científicos y artísticos es la misma con
formidad de la que ya hemos hablado a propósito de
la vida cotidiana. El científico o artista profesa esos
prejuicios para poderse mover « con éxito », « acertada
mente », en su integración. El éxito de una ciencia y u n
arte llenos de prejuicios se produce exclusivamente
en la esfera de la cotidianidad. El científico con pre
juicios puede sin duda hacer carrera, pero no en la es-
81
6 - H . ' y' VIDA COTIDIA�A
fera de la ciencia. La ciencia y el arte de éxito real,
o sea, todo lo que s erá duradero y promoverá la causa
de la humanidad, está exento de prej uicios, al menos
en el aspecto en el cual es una victoria artística o cien
tífica. Tampoco el gran político puede quedarse preso
en prej uicios.
El j uicio de clase (o de capa, o nacional) está a me
nudo libre de resentimientos respecto de los « demás ».
Si hubiéramos preguntado a los nobles terratenientes
del feudalismo clásico cómo estimaban las caracte
rísticas de sus siervos habríamos recibido en respues
ta numerosas veces estereotipos íntegramente positivos,
características como « fieles » « generosos», « aplicados»,
« trabajadores», etc. Un j uicio así es elástico porque
tiene que serlo. Si no se atiene en sus contenidos a las
trasformaciones ocurridas en el comportamiento y en
el caracter de la parte contraria, la práctica que se cons
truya sobre él estará condenada al fracaso. Aspira
tanto, en sus autoestereotipias, a conseguir un criterio
objetivo, que a menudo se distancia particularmente
de su propia nación, de la clase en cuyo nombre se
formula.
En este punto hemos de distinguir entre el sistema
de prej uicios y la falsa consciencia, o la ideología en la
cual se expresa esa falsa consciencia. La falsa conscien
cia (o la falsa ideología) está tan perrneada como el
sistema de prejuicios mismo por una ultrageneraliza
ción de un contenido acusadamente emocional. Pero
no por eso se trata de un sistema de prej uicios. La
falsa ideología puede trasformarse en sistema de pre
j uicios, puede adoptar más o menos plenamente los
rasgos de un sistema así, pero no tiene por qué hacerlo,
ni siempre que lo haga lo hará en la misma medida.
Pues, en la medida en que es expresión de aspiraciones
clasistas esenciales motivadoras de la práctica histó-
82
rica total, la ideología no tiene caracter de prejuicio,
por simplista, tendencioso y deformador que sea el
sistema intelectual en el cual se exponga. La asunción
de una ideología suele ser muy difícil para el individuo,
p orque la ideología no apea a lo particular y exige a
menudo una fuerza moral realmente extraordinaria,
así como mucha iniciativa individual. Cuando los revo
lucionarios franceses levantaban sus barricadas con la
convicción de estar llamados, como encarnación de
los antiguos héroes romanos, a realizar el « Reino de la
Razón », no podían dominar con la mirada las fuer
zas económicas y sociales a cuyo servicio se p onían; en
el prosaico mundo burgués realizado se vio que sus jui
cios eran juicios p rovisionales . Pero como la burguesía
no habría podido dar a quel paso de importancia histó
rico-universal que inauguró su dominio sin una ultra
generalización intelectual y emocional, aquella ideolo
gía no fue un sistema de prejuic;ios : estaba vinculada
a la práctica, a lo específico-humano, no a la particula
ridad; a la confianza, no a la fe. En cambio, en todos
aquellos que declararon a posteriori que la s ociedad
burguesa realizada era en su facticidad el « Reino de la
Razón », aquella ideología (que no se encontraba ya
en la principal línea de fuerza de l a práctica histórico
universal) se convirtió en un sistema de prejuicios. Por
eso pudo Marx afirmar con razón que lo que en Helve
cio era aún profundo y rico en espíritu se trasforma
en Bentham en superficial apología .
Los prej uicios son pues obra de la misma integra
ción s ocial (por ej emplo, de la nación o de la capa,
pero sobre todo de la clase) que tantea sus reales po
sibilidades de movimiento mediante ideas e ideologías
exentas de prejuicios. Los prejuicios sirven para con
solidar y mantener la estabilidad y la cohesión de la in
tegración dada .
83
No podemos entrar aquí en la cuestión de las va
rias especies y formas del prej uicio. Nos limitaremos a
mencionar unas cuantas que son características.
Ya las mismas ideologías exentas de prejuicios están
más o menos « recubiertas » por ellos . Es decisivo para
la práctica histórico-universal de una integración social
que la situación, las reservas de fuerzas y el enemigo
sean exactamente estimados en los puntos básicos, que
la acción se pueda apoyar en la iniciativa individual
y pueda exigirlo todo de los participantes , incluso el
sacrificio propio; pero en los momentos menos funda
mentales tiene su función también el prejuicio, porque
moviliza la misma p articularidad en interés del obje
tivo. El prejuicio puede afirmar la « omnipotencia» del
dirigente dado, y entonces la fe ocupa el lugar de la
confianza; pero también se puede expresar en la de
sautorización del contrincante, caso en el cual no es
inevitable que la visión se empañe cuando se trata
de cuestiones decisivas . De todos modos, esos prej ui
cios « recubridores » no son en modo alguno inofensivos
para la práctica de una integración . Al principio pueden
serlo, pero muchas veces se expansionan de tal modo
que impiden totalmente una visión clara de las cues
tiones básicas y hacen fracasar la acción .
Pocas veces se inicia ese proceso por el lado de la
ideología . La mayoría de las veces comienza cuando em
pieza a relaj arse la cohesión económica, política e ideo
lógica de la integración social activa de que se trate,
por ejemplo, cuando la cohesión nacional se debili
ta por las luchas de clase, la cohesión de la clase por
las luchas entre partidos, la cohesión del partido por las
luchas entre fracciones , etc. El aumento de prejuicios
puede acelerarse entonces espontáneamente, aunque
también puede ser resultado de la manipulación polí
tica. De todo lo cual se infiere que la cohesión de una
84
integración no está en razón directa de la in tensidad de
sus prejuicios. El sistema de prejuicios no es impres
cindible para toda cohesión como tal, sino sólo para la
cohesión internamente amenazada.
La mayoría de los prej uicios, aunque no todos, son
producto de las clases dominan tes, incluso cuando éstas
pretenden, en la esfera del para-sí, contar con una ima
gen del mundo relativamente exenta de prejuicios y de
sarrollar las acciones correspondientes . El fundamen
to de este hecho es obvio : las clases dominantes desean
mantener la cohesión de una estructura social bene
ficiosa para ellas y movilizar en su interés incluso a los
hombres que representan otros intereses, y a veces in
cluso las clases o capas contrapuestas. Con ayuda de
los prej uicios apelan a la particularidad, la cual, por
su conservadurismo, su comodonería y su conformis
mo, o también por interés inmediato, es fácil de movi
lizar contra los intereses de su propia integración social
y contra la práctica orientada hacia lo humano-especí�
fico. El campesino húngaro que se lanzó entusiasmado
a la primera guerra mundial, o el obrero alemán entre
gado en alma y cuerpo a Hitler fueron tipos humanos
manipulados con sistemas de prejuicios. No es casual
que fueran manipulados : sus intereses fácticos, su par
ticularidad, se movilizaron contra su ser humano-espe
cífico, y de tal modo que aceptaron como integración
superior las formas ideales del servicio a una « cons
ciencia del nosotros», a una consciencia colectiva.
Otra cosa más hay que observar en este contexto : la
clase burguesa produce prej uicios en medida mucho
mayor que todas las clases sociales conocidas hasta
ahora. Esto n o e s sólo consecuencia de sus mayores
posibilidades técnicas, sino también de sus esfuerzos
ideológicos hegemónicos : la clase burguesa aspira a
generalizar su ideología. Tal vez parezca paradójico el
85
que consideremos «productor» max1mo de preJu1c10s
precisamente a la clase que fue la primera en comba
tirlos (piénsese, por ejemplo, en lo que hizo con los pre
juicios referentes a la pertenencia a una determinada
confesión o un determinado estamento). Pero mientras
que ni necesitaba sancionar con prejuicios los límites
aristocráticos-estamentales , sí que le resultó absoluta
mente necesario el prej uicio en el mundo de la igual
dad y la libertad formales, precisamente porque ahora
sí que existían esas nociones formales . La cohesión de
la sociedad burguesa fue desde el primer momento
más hábil que la de la Antigüedad o la del feudalismo
clásico . Por eso los llamados prej uicios de grupo (los
prejuicios nacionales, raciales , étnicos) no aparecen
propiamente en el plano histórico sino con la socie dad
burguesa.
El desprecio del « Otro » , la antipatía al diferente son
tan antiguos como la humanidad misma. Pero hasta la
sociedad burguesa no fue un fenómeno típico la movi
lización de sociedades enteras contra otras sociedades
por medio de sistemas de prejuicios. Si se prescinde
de casos excepcionales, lo principal es que nunca fue
en absoluto necesario movilizar una sociedad entera .
Lo típico en la lucha era más bien el respeto al ene
migo : griegos y troyanos se estimaban recíprocamente
tanto como las grandes familias que se combatían unas
a otras durante el feudalismo clásico .
Decimos todo esto con el s imple objeto de refutar
el punto de vista dominante en la s ociología contempo
ránea, según el cual la fuente de los prej uicios es el
grupo como tal, la cohesión de grupo como tal. Ya el
mismo concepto de «grupo » nos parece una categoría
ultragencralizadora y, consiguientemente, de escasa ga
rantía científica ; las meras concordancias formales no
bastan para justificar un tratamiento de las forma-
86
ciones face-to-face idéntico al que se da a las integra
ciones sociales. Éstas son hoy, como queda dicho, las
productoras de los prejuicios socialmente eficaces, y no
se ba san precisamente en relaciones face-to-face. En
cambio, los pequeños grupos no trasmiten al individuo
más que un sistema de prej uicios producidos por ellos
mismos y de impronta particularmente provinciana y
efímera. No todo grupo produce prejuicios socialmen
te típicos. Además, y como hemos visto, su cohesión
y sus prej uicios no están en razón directa y, por último,
hay grupos colect ivamente activos que están completa
mente libres de prejuicios . La cuestión de qué grupo
produce prejuicios , y por qué y cómo, es simplemente
una cuestión histórica , a la que sólo se puede contes
tar concretamente mediante el análisis de la historia de
la integración dada.
Podemos distinguir por el contenido muchas clases
de prej uicios : prejuicios-tópicos (por ejemplo : « l os
hombres son malos, no es posible mej orarlos»), prejui
cios morales, científicos, artísticos, políticos, prejuicios
de grupo, nacionales, religiosos, raciales, etc. Sea cual
sea su contenido su esfera es siempre la vida cotidiana.
Lo que en este contexto hemos dicho acerca de los j ui
cios artísticos, científicos y políticos y acerca de los pre
juicios de esas mismas clases se aplica también a los
morales. Los lugares comunes y las estereotipias de
grupo pueden estar exentas de prejuicios, pero, a dife
rencia de los juicios de aquellas esferas, no abandonan
nunca el ámbito de la vida cotidiana .
Una observación más acerca de los prej uicios mo
rales: en los prej uicios morales la moral es objeto di
recto . Pero, fuera incluso de los prejuicios morales,
todos los prejuicios se caracterizan con una toma de
posición moral, puesto que, como hemos visto, son al
mismo tiempo juicios falsos de valor. Así, por ejemplo,
87
la acusación de « inmoralidad » suele ir de la mano de
prejuicios artísticos, científicos, nacionales, etc. La sos
pecha moral es en estos casos un eslabón que media
la racionalizaci6n del sentimiento prejuzgador.
Hemos negado antes que el grupo sea, como tal, la
fuente del prejuicio . Llamamos «prejuicios de grupo»
a los que se refieren a todo un grupo homogéneo, con
independencia de que la homogeneidad del grupo res
ponda a criterios esenciales o a criterios secundarios,
y con independencia de que el grupo mismo en cuestión
sea una integración fundamental o una integración de
rivada; se trata, pues, de prej uicios contra los miem
bros de un grupo exclusivamente por el hecho de
ser miembros de ese grupo. La estereotipia de rasgos
característicos nacionales, religiosos, étnicos, etc., va
inevitablemente cargada de prejuicios cuando la es te
reotipia de que se trata no corresponde a la función
realmente desempeñada por el pueblo, la religión, etc.,
considerados en el curso de la historia, sino que articu
la en vez de ello" una limitación mental empapada de
fe estereotipada. Lo mismo ocurre cuando las cualida
des o peculiaridades es tereotipadas se separan de la
concreta situación histórica ; y también cuando la e ste
reotipia tiene una función no analítica, sino normativa ;
lo mismo ocurre, por último, cuando buscamos a priori
en el individuo propiedades de grupo y las considera
mos esenciales .
El hombre pre-dispuesto (predeterminado por p re
ju icios) tasa lo que tiene delante y lo inserta en una
estereotipia de grupo. Al hacerlo suele pasar por alto
las propiedades del individuo que discrepan de las del
grupo. Incluso cuando se da cuenta de ellas las regis
tra como si se hubieran producido a pesar de la perte
nencia del individuo a su grupo, contra esa misma per
tenencia. Hay dos cosas que el hombre pre-dispuesto
88
no es nunca capaz de hacer : corregir el juicio provisio
nal formado acerca de un grupo s obre la base de la ex
periencia individual y preguntarse por la intensidad de
la pertenencia de los individuos a sus grupos. El indi
viduo predispuesto no se pregunta si la pertenencia de
u n individuo a su grupo es casual o elegida, de impor
tancia primaria, secundaria o totalmente inesencial,
ni se pregunta tampoco por la función que esa per te
nencia desempeña efectivamente en la existencia y la
consciencia del individuo . El hombre pre-dispuesto no
se deja impresionar ni siquiera por las cualidades éti
cas del individuo. Una vez adquiridos prejuicios contra
los negros, todo negro es un « Nigger» .
Los prej uicios sociales concretos son e n gran parte
de procedencia histórica. El despliegue, el dominio y
el agotamiento de los prej uicios y sistemas estereoti
pados no son, de todos modos, fenómenos paralelos :
un mismo prejuicio puede contar en el curso del tiempo
con sistemas estereotipados muy diferentes (piénsese
en los prejuicios contra los protestantes), y un mismo
estereotipo puede estar subordinado a prejuicios muy
diferentes . Pero, coincidan o no, prejuicios y estereo
tipias están sometidos a una t rasformación perma
nente.
Pero lo que nos interesa preguntarnos no es si cada
concreto prejuicio social es histórico -pues eso está
fuera de duda-, sino si la existencia d e prejuicios es
como tal necesaria o es un fenómeno histórico y, por
lo tanto, relativo. La respuesta no es tan simple como lo
creyó el racionalismo de la Ilustración; ni siquiera es
inequívoca para todo caso.
Hemos dicho ya que la posibilidad antropológica
permanente del prejuicio está constituida por la e s
tructura de la vida cotidiana, por el «movimiento » de
la particularidad en esa cotidianidad y por su pragma-
89
tismo respecto de las relaciones sociales . También he
mos visto que los grupos que se ven amenazados en su
cohesión producen constantemente prejuicios sociales,
satisfacen la « demanda » de la particularidad y le pres
tan contenido. Podría, pues, dejar de haber prej uicios
si desaparecieran la particularidad que funciona con
entera independencia de lo humano-específico, el afecto
de la fe, que satisface esa particularidad y, por el otro
lado, toda integración social, todo grupo, toda comu
nidad que sienta amenazada su cohesión .
Creemos que no es en absoluto utópica, sino que re
presenta una posibilidad, la idea de una sociedad en la
cual cada hombre puede llegar a ser individuo, puede
configurar él mismo el regimiento de su vida, y la par
ticularidad deja de funcionar « independientement e »
de lo humano-específico. En una sociedad así no queda
rían suprimidos los falsos juicios provisionales, pero
desaparecería la adhesión a ellos, dictada por la fe, su
cristalización en prejuicio. También creemos posible
una sociedad -la ha habido ya más o menos plena
mente en la historia- cuya cohesión no exija impres
cindiblemente prejuicios, en principio porque el con
tenido de su «consciencia del nosotro s » sea la huma
nidad misma, esto es, la integración de más amplia
base, frente a la cual sería poco imaginable una cons
ciencia de la « alteridad » .
Pero como e n u n a sociedad dinámica y mutable
(y tal es toda sociedad construida sobre la base de un
progreso indefinido de la producción) siempre hay fuer
zas conservadoras y fuerzas dinámicas, y como la posi
bilidad de llegar a individuo está dada sólo a cada ente
singular -lo que no significa en modo alguno que todo
ente singular llegue a ser individuo-, es evidente que
los prejuicios no se pueden eliminar totalmente del
desarrollo social . Pero sí que es posible eliminar la or-
90
ganizac1on de los preJmc1os en sistema, su rigidez y
--cosa la más esencial- la discriminación actuada por
los prej uicios .
Indicamos esa perspectiva posible no sólo por m oti
vos formales y puramente teóricos, sino porque tiene
su función en la estimación de los prejuicios y los m o
dos de comportamiento pre-dispuestos que se originan
presentemente .
El prejuicio tiene en general un contenido axiológico
negativo . Eso no quiere decir que todo hombre s ome
tido a la influencia de prejuicios sea « moralmente
hueco » . Todo hombre tiene prejuicios, en algunos res
pectos y en cierta medida. Lo que hay que considerar
para j uzgar a un hombre desde este punto de vista es
si su totalidad está enteramente motivada por su par
ticularidad, esto es, por sus prejuicios. También es
muy importante saber a qué se refieren sus prejuicios
y cuál es su intensidad. Pues hay prejuicios socialmen
te justificados y menos j ustificados, peligrosos y menos
peligrosos, peligrosos para la colectividad y peligrosos
para el individuo. Estas dimensiones se deben tener
en cuenta porque con ellas se plantea la cuestión de las
consecuencias . La intensidad del prejuicio indica su
contenido valora tivo negativo desde el punto de vista
de la motivación. Y desde luego que también ella reper
cute en las consciencias.
Hemos, pues, de afirmar que ni uno ni varios pre
juicios bastan para hacer « inmoral» al hombre , sino
que esto depende esencialmente de la relación de la
individualidad con la totalidad, de las consecuencias y
de los motivos del prejuicio. Pero, entonces, ¿ por qué
sostenemos que el prejuicio, abstractamente considera
do, es siempre moralmente malo ?
Porque todo prejuicio impide la autonomía del hom
bre, esto es, disminuye su libertad relativa respecto del
91
acto de elección, al deformar y consiguien temen te, es
trechar la alternativa real del individuo.
¿ Qué es necesario para que el hombre pueda elegir
con relativa libertad en unas circunstancias dadas ?
Por de pronto, el conocimiento óptimo de sus alterna
tivas respecto de las posibilidades que le ofrecen las
circunstancias; por otra parte, una representación ade
cuada del contenido axiológico de esas alternativas,
esto es, de la relación entre los valores de las alterna
tivas y los valores que más promueven el desarrollo
humano en las circunstancias dadas. Esto presupone
que el hombre es capaz de alzarse hasta el plano de lo
humano-específico y que dispone, al mismo tiempo, de
un conocimiento óptimo del hombre y de la situación
en que se encuentra . Como hemos visto, el prejuicio
tiene una acción inhibitoria de esos tres momento s .
(En el concepto d e conocimiento del hombre queda in
cluido el conocimiento de sí mismo.)
No podemos, pues, decir que todo hombre pre
dispuesto es « i nmoral ». Pero podemos afirmar que en
todos los respectos en que tiene prejuicios disminuye
para el hombre la posibilidad de una elección adecuada
y buena, históricamente positiva, y, con ella, la posi
bilidad del despliegue de su personalidad.
El prejuicio, pues, reduce las alternativas del indi
vi�uo. Pero tamb ién él mismo es en mayor o menor
medida objeto de la alternativa. Por difundido y gene
ral que sea un prejuicio social, siempre depende de una
elección relativamente libre el que alguien se lo apro
pie o no. Cada cual es responsable de sus prejuicios.
La decisión en favor del prejuicio es al mismo tiempo
elección del camino fácil en lugar del difícil, el « de
senfreno» de la particularidad , la evitación de los ver
daderos conflictos morales, haciendo superflua la fir
meza .
92
En la medida en que un hombre preserva una con
cepción sin prej uicios orientada por la realidad se ex
presa la medida en la cual es individualidad, « núcleo »,
la medida en la cual tiene sustancia.
La cuestión es : ¿ cómo liberarnos de los prej uicios?
¿ Hay algún esquema, alguna receta, algún consej o que
lo garantice ? No lo hay, naturalmente. Muchas veces
sólo a posterior se puede apreciar que una opinión era
un prej uicio, y muy a menudo nos es imposible perci
bir el punto nodal histórico en el cual nuestras ideas no
prejuzgadas se convierten en prej uicios. Tanto riesgo
hay en este campo como en cualquier otra elección d e
nuestra vida.
El esquema de comportamiento general más eficaz
sigue siendo el que formularon por vez primera los
estoicos; el constante control de la particularidad, la
elección de lo difícil en vez de la de lo fácil.
Dicho con palabras de Goethe :
Que no te arrebaten
Tu sentido inicial.
Es fácil creer
Lo que la muchedumbre.
Esfuerza el en tendimiento
Con naturaleza;
Difícil es saber
Lo que el discreto.
93
racter tolerante » . Hay que empezar por decir que los
prejuicios no son asunto del caracter, como tampoco la
tolerancia es simplemente una estructura del caracter.
Pero hay que añadir una objeción más esencial : la
tolerancia tomada como ideal del comportamiento no
es sino el principio del liberalismo . Ni la particulari
dad orientada a la actividad cotidiana ni la individua
lidad orien tada a la práctica pueden ser « toleran tes » en
sus ideales. Con la misma incondicionalidad con que
defendemos los obj etivos y los ideales de nuestra con
fianza luchamos también por los objetivos y los idea
les de nuestra fe, y en el segundo caso estamos tan con
vencidos como en el primero de la rectitud, del conte
nido verdadero de nuestra opinión.
Las ideas « tolerantes » son pasivas, van de la mano
del escepticismo . Hay, sin duda, situaciones en las cua
les la tolerancia de las ideas es también positiva ; lo
único que negamos es que un sistema intelectual así
puede ser his tóricamente eficaz.
Si, pues, nos queremos liberar de nuestros prejui
cios sometiendo todos nuestros juicios a la duda, per
deremos, con aquellos, también nuestras convicciones.
La « receta» liberal ofrece, pues, un medicamento que
acaba con el enfermo al mismo tiempo que con la en
fermedad.
En este punto querríamos apelar de nuevo a Goe
the, el cual ha analizado profundamente esta conexión
de problemas :
94
b eral un concepto, pues su misión es muy di
ferente.
Donde hay que buscar la liberalidad es en las
actitudes, y éstas son el ánimo vivo .
Pero también
95
I n d i v i d u o y c o m u n i d ad
¿ C o n tra p o s i c i ó n rea l o a p a re n te?
97
7 - H . • Y VIDA COTIDIASA
la comunidad del hombre . Ya en la época de la polis
antigua y en la de los estamentos de la Alta Edad Me
dia, en la de la democracia urbana del Renacimiento
italiano y aun más en la situación llamada por Marx
« democracia de la libertad », la función de la comuni
dad no puede competir sino a u na de las capas o clases
esenciales de la sociedad total, esto es, a una in t eg ra
ción dentro de la diferenciación. Desde el desarrollo
de los grandes estados nacionales burgueses, hasta
eso ha dejado de ser posible. Por lo demás, las teorías
sociales contemporáneas están reaccionando rápida
mente a ese cambio. En las utopías de Moro y Campa
nella la sociedad entera funciona aún como comunidad;
eso no ocurre ya en el utopismo que empieza con la
Ilustración francesa. Desde Morelly hasta Fourier, el
interés de los utópicos se concentra en torno a la cues
tión de cómo construir una sociedad partiendo de co
munidades, de cómo posibilitar que la relación del in
dividuo con la sociedad total sea mediada por comuni
dades orgánicas . En el Contrat social Rousseau analiza
detalladamente por qué el orden estatal unitario mo
derno no puede ser una comunidad , y en La Nouvelle
Helo"ise se propone presentar un modelo de la nueva
«pequeña comunidad». Desde luego que a la vista de
la progresiva industrialización, en esta época de las
« sociedades industriales », el único planteamiento que
puede resultar racional es el último . Cuando pensamos
en el futuro de la humanidad no nos podemos casi
imaginar que la integración total llegue a convertirse
en comunidad ; más perspectivas parece tener la ima
gen de una estructura social articulada en comunida
des orgánicas.
El problema individuo-comunidad no se puede iden
tificar con la relación entre el individuo y el grupo
porque esta última relación se puede basar perfecta-
98
mente en una casualidad. El que se m e matricule en la
sección a o b de un mismo curso, por ej emplo, es cues
tión casual desde el punto de vista de mi individua
lidad, y también dependen del azar el barrio en que
vivo, la profesión para la cual se me forma, la fábrica en
la que encuentro trabaj o, etc . En la medida en que esos
factores dejan d e ser casuales , en la medida en que
mi individualidad « acuña» el grupo al que pertenezco,
«mis» grupos se van convirtiendo en comunidades . No
todo grupo, pues, se puede tomar por comunidad, aun
que cualquier grupo puede llegar a ser comunidad. Por
aducir un aspecto más : el individuo puede pertenecer
a numerosos grupos en la medida en que la pertenen
cia a grupos se define por una cierta analogía de inte
reses y de objetivos, así como por cierta actividad com
partida. Pero hay fines, intereses y actividades impor
tantes y otros que no lo son tanto. Eso origina una j e
rarquización de « nuestro s » grupos, distinguiendo prin
cipalmente entre los grupos que representan nuestros
principales intereses, objetivos y actividades, al mismo
tiempo que los asumen ellos también, y los grupos que
se refieren a nuestros intereses, actividades y objetivos
secundarios, inesenciales . No hay entre las comunida
des una j erarquía semej ante. En el caso « clásico » el
hombre pertenece a una comunidad, y en los casos «no
clásicos» no pasa de pertenecer a unas pocas. En el
caso de pertenencia comunitaria pluralista disminuye
el caracter de comunidad de los grupos secundarios
y terciarios. He aquí, por último, otro aspecto más,
de importancia suma : no todo grupo tiene una j erar
quía fij a y específica de valores ; la mayoría de las
veces, lo único que conculca las normas del grupo
es la violación del interés de grupo, y aparte de eso
hay en el grupo « éticas » plenamente pluralistas y con
tradictorias . Los alumnos de la sección a tienen que
99
ser incondicionalmente solidarios en sus acciones res
pecto de los alumnos de la clase b; pero ni siquiera en
este caso se hace el grupo comunidad más que si dis
pone de un s istema de normas relativamente concreto
y válido para todos sus miembro s .
Hemos acentuado antes el carácter casual -casual
en comparación con la pertenencia a comunidad- de
la pertenencia a grupo . Pero aún hay que aclarar este
punto. Pues se nos p odría objetar que el nacer en una
determinada comunidad -por ejemplo, en la comu
nidad de la polis- es todavía menos obj eto de elección
que la pertenencia a una u otra sección del curso . Pero
es que la pertenencia a una comunidad se presenta en
dos tipos distintos, lo que da a lo casual u n aspecto
nuevo : por una parte, es posible pertenecer a una co
munidad dada a consecuencia de una necesidad in
terna, esto es, consecuencia de una elección individual .
En el caso de la polis o de los estamentos se trata del
primer tipo. Estas s ociedades no son aún s ociedades
«puras», esto es, en ellas no se ha consumado aún el
proceso que Marx llamó « retroceso de la barrera natu
ral » . Las comunidades de esas s ociedades son « natura
les » en el sentido de que no pueden ser obj eto de una
elección libre y de que la posición s ocial del individuo,
las p osibilidades de desarrollo d e su individualidad y
de. s u j erarquía de valores están determinadas por el
nacimiento y con el nacimiento. Un j oven nacido en
una familia noble de la Alta Edad Media podía acaso
decidir libremente -muy p ocas veces- entre ser ca
ballero o ser clérigo , pero no podía decidirse por una
vida de siervo ni por una existencia burguesa; posi
bilidades de elección de este tipo no se presentan
sino CU,!l ndo la comunidad dada, naturalmente dada, se
encuentra ya en proceso de disolución. Pero la vincu
lación de que se trata no es acciden tal o casual, pues
100
su esencia consiste en que es imposible « salir» de ella,
trascenderla, trasponerla en individuali dad. Sólo una
sociedad sin estamentos, l a sociedad clasista «pura » ,
la sociedad burguesa, consigue abolir l a s comunida
des naturales en cuanto integraciones sociales prima
ri as, y sólo en esa sociedad se puede producir, por lo
tanto, una relación accidental o « Casu a l » del hombre
con su integración social básica y con su clase. Y sólo
en esta sociedad -y en paralelismo con el fenómeno re
cién descrito- puede ganar espacio el movimiento qu e
se manifiesta en la elección de nuestra integración, esto
es , el movimiento que nos permite invertir la situación
antigua : no llegar a ser individuos por medio de nues
tra comun idad, sino ser capaces de elegir una comuni
dad gracias a ser ya individuos. El aristócrata que en la
Revolución Francesa adopta un nombre burgués , el
burgués que hace suyos los obj etivos y los intereses del
movimiento obrero son productos y representantes de
esta nueva posibilidad. El desarrollo de esta relación
« Casual» o accidental, la disolución de las comunidades
naturalmente dadas es también lo que permitió que
el individuo pudiera fun dar una familia sobre la base
de szt elección individual.
De todo lo dicho se infiere que la clase (la clase s o
cial) no es en modo alguno por necesidad una comuni
dad, aunque los intereses y las funciones de los miem
bros de una clase social son i dénticos en todos los
aspectos esenciales y aunque, además, en el sistema de
valores de la clase dominan normas y costumbres que
suministran un margen de movimiento análogo. Tam
poco la pertenencia a clase se puede trasformar en per
tenencia a una comunidad más que si el miembro de la
clase se decide conscientement e a ello.
Unas palabras más acerca de la relación entre el in
dividuo y la masa, cuestión que a menudo se mete de
101
contrabando en nuestra problemática, todavía más in
jus tamente, desde luego, que las demás . Sociedad, cla
se, grupo, es tamento, comunidad, etc., son, en efecto,
categorías de una esfera homogénea de estructuración
de la sociedad ; a diferencia de esas constelaciones, la
relación entre el individuo y la masa es heterogénea.
La masa es la copresencia de muchos hombres en una
acción determinante que se puede expresar por una ac
ción común igual que en un común «papel de coristas » .
Ambas cosas, la acción común y e l papel de acompaña
miento, pueden ser casuales (p.e., en las reacciones que
se producen en el incendio de un teatro), pero también
pueden ser no casuales (por ej emplo, en una manifes
tación). Para la masa o muchedumbre el interés y el
fin comunes, l a función común, no son características
necesarias en la misma medida en que lo son para los
grupos sociales estructuradores; recíprocamente, para
estos grupos la actividad común o la común función de
coro no es neces ariamente característica. Un grupo o
comunidad no puede nunca ser una « masa», porque
siempre será articulado y estratificado, mientras que
en la acción común la masa puede perfec tamente ser
no estratificada e inarticulada. Desde luego que ese
«poder» admite el caso contrario : no pocas veces ocu
rre que la muchedumbre es una «Comunidad». Así, por
ej emplo, en una manifestación la muchedumbre puede
ser en la calle representante de una comunidad dada
con intereses y obj etivos comunes, y, por lo tanto, será
posible entenderla como entidad organizada, estructu
rada, en absoluto casual.
Algunos autores contraponen simplísticamente la
muchedumbre o « masa » a la comunidad, suponiendo
que existe muchedumbre precisamente donde no hay
comunidad. Así identifican un tipo de muchedumbre, la
muchedumbre no estructura da y, por lo tanto, fácil-
102
mente manipulable, con el concepto de muchedumbre
como tal; y la comunidad con la comunidad democráti
ca formada por individuos. Esta equiparación es falsa
incluso cuando se pone al servicio de simpáticas ideas
de oposición a la manipulación; y es falsa incluso cuan
do la muchedumbre realiza el conocido criterio típico :
las acciones que los hombres realizan « masivamente »,
esto es, j untos, o como reacción a algún acontecimien
to, acentúan en los individuos que constituyen la mu
chedumbre precisamente los rasgos, los objetivos y los
intereses idén ticos con los de los demás, y les procuran
por resonancia una fundamentación afectiva adicional.
Esto no implica en modo alguno la abolición de la indi
vidualidad, sino, a lo sumo, la suspensión p rovisional o
la subordinación provisional de sus aspiraciones hete
rogéneas . Y tampoco implica manipulabilidad sin obs
táculos, porque la fuerza avasalladora de la acción de
masas no persiste ....:....s i la masa consta de verdaderos
individuos- más que mientras no tropieza con obs
táculos en la individualidad misma. Se puede a lo sumo
suponer -limitación que es, sin duda, importan te
que a consecuencia de la copresencia masiva aumentan
las posibilidades de manipulación cuando la muche
dumbre consta de individuos poco desarrollados o
cuando pertenece a una comunidad no-estructurada
(esta segunda hipótesis no coincide necesariamente con
la primera).
En este sentido se suele hablar de « s ociedad de ma
sas » . La p alabra «masa» tiene en efecto en este con
texto un sentido bastante traslaticio . No se trata de
copresencia fáctica, de común papel físico de coro.
Más bien se quiere significar con esa expresión que
una sociedad dada favorece exclusivamente -o en p ri
mer término- la estructuración interna en la cual no
pueden desarrollarse ni la individualidad ni la comuni-
1 03
dad, y Ja s ocialidad de los hombres se expresa desde el
primer m omento como si todos constituyeran una mu
chedumbre manipulada, y como si por todas partes do
minara una actitud dispersadora. « S ociedad de masas »
es, pues, expresión met afórica para describir una s o
ciedad conformista manipulada.
La comunidad es una unidad estructurada, organiza
da, de grupos, la cual dispone de una jerarquía homo
génea <le valores y a la cual pertenece necesariamente
el individuo : esa necesidad s e debe al haber nacido en
la c omunidad, a « ser proyect ado al nacer » en ella, caso
en e l cual la comunidad promueve luego la formación
de la individualidad ; o a una elección relativamente
au tónoma del individuo ya desarrollado .
Volvamos ahora a nuestra primera pregunta : indivi
duo y comunidad : ¿ c ontraposición real o aparente?
Mientras las comunidades fueron comunidades natu
rales y m ientras Ja existencia social del individuo fue
una existencia « necesaria » basada en el « ser proyecta
do» en l a comunidad al nacer, habría carecido de sen
tido el pl antear esa pregunta. Todo individuo se desa
rrollaba hasta ser tal individualidad precisamente en
la comunidad. El que perdía su comunidad perdía t am
bién la condición de existencia de su actividad ; el cas
tigo más duro era el destierro.
Sin duda podían producirse, ya entonces, concre tas
con trapos iciones entre el individuo y su comunidad, y
efectivamente se produjeron. Como es sabido, la expul
sión de la comunidad -baste pensar en el ostracismo
era la represalia por una oposición así, o bien una m e
dida preventiva contra ella. La contraposición podía
surgir de dos causas, ambas a menudo entrelazadas :
unas veces el i ndividuo, por su importancia o su popu
laridad, se levantaba tanto por encima de sus conciu
dadanos que su mera exisrencia perturbaba la actividad
1 04
relativamente llana dentro de la es tructura de la comu
nidad dada; otras veces el individuo ponía sus metas
y éxitos par ticulares, su enriquecimiento personal, por
encima de los intereses y las metas de la comunidad,
e intentaba utilizar ésta como instrumento para la
realización de sus propi os fines . Como es natural, el
criterio concreto con el que se determinaba cuándo un
individuo empezaba a perjudicar a la sociedad difería
según los varios sistemas sociales y político s . La pros
cripción podía ser también injusta; tal era, en efecto,
su riesgo, y las comunidades tenían consciencia más o
menos clara de ello . A pesar de todo, la posibilidad de
error y de injusticia no movió nunca a poner en duda
la justicia de la prevención protectora de la comunidad.
En sociedades-comunidades (y hablamos siempre de
comunidades naturales) la expulsión implica un juicio
de valor. El proscrito no está nunca en lo «justo », ni
siquiera cuando el concreto acto de proscripción ha
sido evidentemente injusto . El individuo expulsado de
la sociedad se siente como pez en la brilla, extranjero
eterno (es el caso de Ovidio), o se rebela contra su
sociedad; mas este c omportamiento no se le perdona
nunca, ya sea la causa de su proscripción la superiori
dad de su individualidad -caso de Temístocles-, ya
el haber abusado, como Alcibíades, de la comunidad
para sus propios intereses y fines . Coriolano y la ida
del emperador Enrique a Canossa son ej emplos de la
típica catarsis del hombre que vive en unidad natural .
El individuo reconoce a la comunidad natural el
derecho a proscribi rle incluso cuando se considera más
valioso que aquellos que le expulsan . Por eso se negó
Sócrates a huir de la p risión, sintiendo que las leyes de
su patria, que le condenaban a muerte, eran a pesar
de todo obligatorias para él.
En las fases de disolución de las comunidades na-
1 05
turales se rompe definitivamente esa contradictoria
armonía entre el individuo y la comunidad y empiezan
a desempeñar un papel cada vez más importante las
comunidades no «preexistentes » , sino elegidas. Toda
vía no se plantea en esa fase nuestro problema de si el
individuo y la comunidad se contraponen ; lo único en
discusión de si el hombre puede entrar en conflicto
con una comunidad determinada, o , más exactamente,
si en lugar de las relaj adas comunidades cuyas jerar
quías de valores se diluyen progresivamente el indivi
duo puede elegir autónomamente una nueva comuni
dad que despliegue una jerarquía de valores fij a y e s
table. No se trata, pues, de una simple contraposición
entre el individuo y la comunidad, sino entre el indi
viduo que aspira a una comunidad nueva y una comu
nidad viej a cada vez más laxa. En todas partes encon
tramos tale � comunidades libremente elegidas, pero
firmes, desde la poikilé stoá hasta los discípulos de
Jesús pasando por el j ardín de Epicuro. Análoga es la
situación de los m ovimientos heréticos de la Edad
Media, en los cuales, como es sabido, los lazos comu
nitarios no fueron más débiles, sino más fuertes, que
en la iglesia oficial.
El problema de l a contraposición entre comunidad
e individuo surgió con la « sociedad pura», con la so
ciedad burguesa, por la relación casual del hombre
con su clase. Nació, pues , por obra de la sociedad en
la cual se separaron la pertenencia a clase y la perte
nencia a comunidad, en la que el individuo quedó so
metido como tal a las leyes del movimiento de las cla
ses, en la que el hombre se convirtió en ser social no
necesariamente comunitario.
Hasta este momento hemos hablado simplificada
mente de las comunidades naturales, con objeto de
contraponerlas al desarrollo iniciado con la sociedad
1 06
burguesa. Pero ahora hemos de distinguir, pues las
formas concretas de comunidades naturales fueron muy
varias. En este momento sólo nos resulta importante
el hecho de que también varió el margen de movimien
to que esas comunidades dispusieron para el desarrollo
del individuo y concedieron a la individualidad ya de
sarrollada . O, también : individuos en grados de desa
rrollo diferentes concentraron márgenes de movimien
to diferentes en formas comunitarias diferente s . El
aumento de la libertad de m ovimiento del individuo no
se debe a la relaj ación de l a comunidad, pues esa li
b ertad está ya prefigurada en medidas muy variables
en las comunidades que funcionan bien y no se relaj an.
No vamos a entrar en esta p roblemática, pero sí obser
varemos que el tipo (variable) de comunidad y el desa
rrollo de l a individualidad se encuentran en interac
ción. Nos gustaría ilustrar este punto con un ejemplo.
Si hoy leemos la República de Platón al individuo más
manipulado, menos « individual», éste exclamará horro
rizado que en un estado así el individuo está totalmente
sometido al lugar que le asigna la división del trabaj o
y no cuenta con libertad alguna. Pero en tiempos de
Platón nadie, ni siquiera los peores enemigos suyos
(ni tampoco Aristóteles), le dirigió esa acusación. Pues
p ara el individuo de la época la vida en un estado pla
tónico no habría supuesto ninguna reducción de la in
dividualidad; aquel individuo n o e ra el individuo de
hoy, y sólo es posible « reducir» necesidades, aspiracio
nes, si existen de verdad. Cosa análoga sentimos al leer
la Utopia de Tomás Moro, mientras que en su época
todo el mundo opinaba que los habitantes de l a isla
de Utopia eran absolutamente libres. Y los habitan
tes de Utopia, por su parte, habrían considerado amor
dazamiento del indivfduo el que l a comunidad p rescri
biera a sus miembros la pertenencia a una determinada
1 07
religión, cosa que en una comunidad del siglo xr nadie,
probablemente, habría sentido como disminución de su
libertad.
Desde luego que al estudiar el desarrollo histórico
de la individualidad no debemos j amás partir del t ér
mino medio de los individuos de una época. Hemos
de analizar la posibilidad máxima producida por la épo
ca dada para el desarrollo de la individualidad. Esta
posibilidad máxima se puede descubrir en los llamados
individuos representativos, individuos siempre excep
cionales que realizan hasta lo último la posibilidad
dada . Esta distinción es tanto más importante cuanto
mayor es en una sociedad dada la extrañación, cuan
to más radicalmente se separa de la esencia humana la
existencia del término medio de los hombres. Por eso
es sobre todo importante al estudiar los individuos de
la s ociedad capitalista. En el análisis de la individuali
dad burguesa aparecen principalmente dos puntos de
vista contrapuestos. Unos autores afirman que la indi
vidualidad propiamente dicha ha sido creada por la so
ciedad burguesa, mientras que cualquier otra sociedad
no puede tener por consecuencia sino la abolición de la
individualidad ( tal es la tesis de los liberales ) ; otros
opinan que la formal equiparación burguesa, el confor
mismo que acarreó y, ante todo, la manipulación han
abolido ya el desarrollo de la individualidad, la inicia
tiva individual y, con ella, la posibilidad del desplie
gue de los «grandes hombres » , de los individuos verda
deramente libres (ésta es la concepción del romanti
cismo). Para quien considere atentamente los hechos
quedará claro que los dos análisis contienen verdad,
aunque en sentidos diferentes . Es verdad que la socie
dad burguesa desarrolló la individualidad en una medi
da sin preceden tes ; eso se puede apreciar del modo
más patente recordando cuál es el momento histórico
108
en el cual se puso en m archa dicho desarrollo : el Rena
cimiento. Más tarde la individualidad s e enriqueció
con rasgos enteramente nuevos : la subjetividad, la « in
terioridad », documentadas por el gran desarrollo de la
música y la lírica, sus sensibles sismógrafos . Sólo la so
ciedad burguesa podía procurar al individuo la posibi
lidad de alzarse hasta cualquier altura : la personalidad
de Napoleón ej emplifica tangiblemente esa circunstan
cia. Pero a continuación viene la verdad de la crítica
romántica : esa m isma sociedad es la que, al sub sumir
el individuo en su clase, al someterle a leyes económicas
como si fueran leyes de la naturaleza, abolió aquella
gran posibilidad e hizo de los individuos libres esclavos
de la extrañación, hasta el punto de que los individuos
cayeron de facto muy por debajo del nivel de los indivi
duos de épocas anteriores. Durante el siglo pasado esta
segunda tendencia se fue reforzando constantemente,
y hoy la mayoría de los individuos representativos es
representativa precisamente por el hecho de negar su
mundo y de buscar una nueva perspectiva para el desa
rrollo humano.
La configuración del mundo burgués acarreó una al
teración básica de la j erarquía moral de los valores
-y, muy en general, de la j erarquía social de los mis
mos-, y al mismo tiempo trasformó la relación d el
individuo con dicha j erarquía. En las comunidades
naturales imperaba un orden fijo de los valores, existía
una j erarquía de los valores representada por las co
munidades y todo individuo se la asimilaba necesaria
mente. (En la Antigüedad, por ejemplo, nadie podía
poner en duda que las « Virtudes capitales » son la sabi
duría, el valor, la moderación y la j usticia.) Desde lue
go que también en aquellas comunidades había un
margen de movimiento individual y elección individual.
El desarrollo de la autonomía del individuo s e medía
109
por su capacidad de estimar individualmente el caso
individual ofrecido a su j uicio, y de aplicar de acuerdo
con su individualidad los valores dados en cada con
creta situación decisional. El despliegue de la sociedad
burguesa acarreó también la disolución de las jerar
quías axiológicas fijas, incluidas las comunidades natu
rales. La tarea del individuo consiste desde entonces no
sólo en aplicar una j erarquía de valores dada en cada
acción concreta (aunque también esto es imprescindi
ble), sino, además, en elegir los valores y construir su
propia jerarquía de ellos dentro de un marco dado, más
o menos amplio. Así, pues las posibilidades de la in
dividualidad aumentan particularmente con la elección
de los valores. Pero hemos de repetir que en la misma
sociedad los intereses, las costumbres o, simplemente,
las fórmulas de trato interindividual de las clases socia
les, cosas todas que no tienen objetivamente nada que
ver con la tabla de valores morales, presentan la ten
dencia a cumplir una función valorativa muy resuelta
e inequívoca. Recordemos también aquí el particular
robustecimiento del conformismo .
Atendamos de nuevo a la relación del individuo con
la comunidad . De todo lo dicho hasta ahora se sigue
que la pertenencia a una comunidad no es obligatoria.
Pues en la sociedad burguesa el hombre no nace en
una comunidad, su existencia individual no está deter
minada por su existencia social; el individuo burgués
crece a menudo sin comunidad alguna, e incluso vive
así toda su vida. La mayoría de los individuos burgue
ses considera -durante algún tiempo al menos- ideal
esa vida sin comunidad, la idealiza como « libertad per
sonal » . La « liberación» del poder de la sociedad le per
mite convertir explícitamente los in tereses privados en
motor de las acciones individuales . Se desarrollan el
individualismo y la autoconsciencia del individualismo,
1 10
para la cual el llamado « interés común » -o sea, el pro
greso -de la sociedad se realiza mediante la persecu
ción de los intereses privados. La carencia de comuni
dad se convierte en principio para el individualismo,
y su autoconsciencia en la llamada « t eoría del egoísmo ».
Pero eso no significa que el individuo de la sociedad
burguesa carezca necesariamente de comunidad. Lo
único que se altera es su relación con la comunidad.
Cuando pertenece a una, se tra t a de una comunidad
construida, libremente elegida. Los revolucionarios bur
gueses, los plebeyos, crearon constantemente c omunida
des así, por ejemplo, en la Revolución Francesa. Pronto
empezó la clase obrera a construir sus propias organi
zaciones comunitarias independien tes. El obj etivo de
la creación de estas comunidades era la continuación
victoriosa de la explotación. El trabaj ador que llega a
consciencia de clase y da vida a una comunidad para
abolir la existencia de clase y poder poner en el lugar
del orden y la j erarquía de valores existentes otros nue
vos, es representante de todo lo que la misma sociedad
burguesa ha producido en el desarrollo de la individua
lidad.
Pero ¿ tiene siempre el individuo l a posibilidad de
elegir una comunidad ? ¿Y cualquier comunidad ? La
primera pregunta se debe contestar sin más con una
respuesta negativa. B aste pensar en artistas como Schu
bert, Schumann, Beethoven . Todo su mundo afectivo
musical lleva el sello de la nostalgia de una comunidad
no hallada o perdida. Desde luego que la posibilidad en
cuestión se tiene que estudiar siempre desde el punto
de vista del individuo de que se trate. Y para dar res
puesta a la segunda pregunta hay que introducir, ade
más, en nuestra reflexión el concepto de «valor».
Esa segunda pregunta es propiamente una cuestión
central de nuestra época.
111
No olvidemos que el individualismo burgués se
había « agotado» ya hacia mediados del siglo pasado.
O sea, aquella ingenua confianza en que el individuo se
podría desarrollar libremente incluso sin comunidad y
en que el interés individual es un buen hilo conductor
hacia la libertad individual se fue haciendo cada vez
más problemática. A partir del « fin de siecle» la deses
peración sustituye a la seguridad : el individuo siente
ahora la falta de comunidad como soledad, como infeli
cidad. Esto reflej a subj etivamente el hecho de que se
ha acabado el desarrollo de la individualidad en la so
ciedad burguesa, incluso para los individuos represen
tativos . Paralelamente se desarrollan -con intensidad
creciente- los movimientos obreros, y los intelectuales
que se adhieren a ellos vuelven a encontrar en las co
munidades de esos movimientos obreros el sentido de
su vida. No se trató de « m i ed o a la l i b er tad » , sino
de búsqueda de ella. El movimiento revolucionario flo
reciente en el siglo xx, ante todo la Revolución de Octu
bre, dej ó huellas imborrables, al menos en lo mej or de
la intelectualidad. La búsqueda de una actividad en
comunidad que elevara el individuo cc con las alas de la
comunidad » se sumó a la ex igencia de una nueva soéie
dad en la que el hombre pudiera ser de nuevo un ente
comunitario.
Sin duda tres fenómenos históricos que se distin
guen por caracter y tipo han influido en nuestra epoca
de tal modo que la búsqueda de la comunidad volvió a
sufrir un retroceso. Esos tres fenómenos son : el culto
de la personalidad en el socialismo, el fascismo, la ma
nipulación de grupo en el mundo burgués del presente.
Repitámoslo : se trata de tres fenómenos enteramente
distintos. No podemos analizar ahora sus diferencias,
pero hemos de citarlos porque han provocado escepti
cismo respecto de la comunidad y plantean así urgen-
112
temente la cuestión : ¿ Qué comunidad debe elegir el
hombre ?
En ese punto necesitamos, como queda dicho, el con
cepto de valor. Consideramos valor obj etivo, esto es,
independientemente de la estimación humana, el com
plej o de todas las relaciones, los productos, las accio
nes, las ideas, etc. sociales que promueven el desarrollo
de la esencia humana en el estadio h istórico de que
se trate.
Pero ¿ qué es « esencia humana » ? Nos lo puede acla
rar una idea de Marx a través de la interpretación del
j oven filósofo húngaro Gyi:irgy Markus . Según esa in
terpretación, l a esencia humana consta de actividad
de trabaj o (objetivación), socialidad, univers alidad,
autoconsciencia, libertad. Esas cualidades· esenciales
pueden darse ya en la hominización misma como meras
posibilidades, y se realizan en el proceso indefinido
de la evolución humana.
Son de valor positivo las relaciones, los productos ,
las acciones, las ideas que suministran a los hombres
mayores posibilidades de obj etivación, integran su so
cialidad, configuran más universalmente su consciencia
y aumentan su libertad social. Todo lo que impide u
obstaculiza esos procesos es para nosotros negativo
aunque la m ayor parte de la sociedad lo valore p osi
tivamente.
Como estos valores se configuran en esferas hete
rogéneas, pueden entrar, naturalmente, en contradic
ción. Hay situaciones sociales que desarrollan un valor
y destruyen otro, o desarrollan un valor en su aspecto
social total e impiden su desarrollo en los individuos.
Por eso al elegir una comunidad hay que tener presente
el todo, lo predominante en el contradictorio complej o
de valores y sus consecuencias posibles para el desplie
gue de la sustancia axiológica . El despliegue de ésta es
1 13
8 - H , • Y VIDA COT!DIAJ'IA
en nuestra hipótesis simplemente el despliegue de la
esencia humana. Así, pues, si queremos comprobar el
contenido axiológico de una comunidad hemos de com
probar primero su relación con la esencia humana y
examinar si esa comunidad -comparada con las demás
comunidades (y posibilidades comunitarias ) despliega
la esencia humana de un modo más satisfactorio, y
también cómo lo hace, y en qué medida .
El que una comunidad sea relativamente favorable
al despliegue de la esencia humana no implica en abso
luto que despliegue también inequívoca y uniforme
mente las capacidades de los individuos . Pues no hay
paralelismo necesario entre desarrollo específico y de
sarrollo individual , sino que en la mayoría de las épo
cas históricas hay una discrepancia, posible, precisa
mente, cuando la pertenencia del individuo a una co
munidad se basa en la elección autónoma . Recuérdese
el terror revolucionario de las comunidades j acobinas,
necesario para el desarrollo de sus contenidos axioló
gicos, pero al mismo tiempo ruina moral de no pocos
individuos que intervinieron en ellas por decisión autó
noma y con un pathos adecuado a la tarea histórico
universal que se les ofrecía. Esto ej emplifica el caso
en el que el despliegue del individuo se hace proble
mático por causa de las contradicciones axiológicas
contenidas en la comunidad de que se trate . Pero tam
bién desde otro punto de vista hay que excluir el para
lelismo : las comunidades organizadas con determina
dos fines históricos solicitan sobre todo determinadas
capacidades de los individuos. Por eso los individuos
cuyas inclinaciones innatas son c ongruentes con las
cualidades más importantes para los fines de una co
munidad tienen más posibilidades de desarrollar su
individualidad que aquellos cuyas capacidades y talen
tos innatos quedan fuera de la línea de esa tendencia.
114
Dos motivos pueden, pues, subyacer a la elección
de comunidad : el valor axiológico objetivo de la comu
nidad, sus momentos favorables a la esencia humana,
y la intención de desplegar en ella y por ella la indivi
dualidad propia. El primer motivo tiene siempre el pri
mado respecto del segundo. Este primado no es mera
postulación, no se sitúa en la categoría del « deber-ser»,
sino que procede de la esencia de la individualidad
misma.
La individualidad humana, en efecto, no es simple
mente una «singularidad ». Cada hombre es singular,
particularidad ; y además ente específico. Su actividad
es siempre y al mismo tiempo particular y específica.
Esto es : el ente singular humano obra siempre según
sus instintos y necesidades, socialmente formados, pero
referidos a su Yo, y en esa perspectiva percibe, inte
rroga y da respuesta a la realidad; pero al mismo tiem
po actúa como miembro de la especie humana, y sus
sentimientos y sus necesidades tienen carácter humano
específico. Todo hombre se encuentra, como ser parti
cular-singular, en una relación consciente con su ser
específico. En esta relación lo humano-específico es
representado para el individuo por algo dado fuera de
él mismo, ante todo por l a comunidad, y luego tamb ién
por las cos tumbres y las exigencias morales de la socie
dad en su conj unto, por las normas morales abstractas,
etcétera. El hombre está constantemente en « movi
miento», en su actividad social global, entre su parti
cularidad y su elevación a especificidad, y es función
de la m oral sostener ese movimiento. El hombre llega
a ser individuo en la medida en que produce en su Yo
una síntesis, trasforma c onscientemente los objetivos
y las aspiraciones sociales en obj etivos y aspiraciones
suyos particulares y «Socializa» así su particularidad.
La distancia es esencial a la individualidad, distancia
115
respecto de la particularidad propia y, al mismo tiem
po, respecto de la propia integración, o sea, una actitud
libre respecto de esa integración. Esto vale ya -según
el grado de desarrollo del individuo- p ara las comu
nidades naturales (pensemos en la relación de Sócrates
con Atenas) y mucho más de�de la disolución de aque
llas comunidades.
Puesto que la actitud libre respecto de la comuni
dad -o sea, la elección de ésta- es de la esencialidad
del individuo, el contenido axiológico de este individuo
mismo se manifestará ante todo en el contenido axio
lógico de la sociedad por él elegida. Quod erat demos
traundum : el primado del con tenido axiológico objeti
vo de la comunidad se legitima por la individualización
misma. Y aquí queda clara, además, otra cosa : una
comunidad cuyo contenido en valores sea básicamen
te negativo no desarrollará nunca la individualidad,
porque tampoco desarrolla el valor en el individuo, ni
siquiera cuando el individuo se encuentra bien en esa
comunidad, cuando cree haber hallado el espacio ade
cuado para el despliegue de sus capacidades. Lo más
que se puede configurar en una comunidad de conte
nido axiológico negativo es la particularidad, no la ca
pacidad de individualidad.
La historia lo muestra así de un modo clásico con el
caso de las comunidades fascistas . Estas comunidades
-y sus mitos correspondientes- han abolido una ex
traordinari a conquista de la historia humana al su
primir la libertad relativa en la elección de l a comuni
dad. En un mundo en el que ya desde hacía siglos no
existían comunidades naturales, el fascismo creó el
mito de la comunidad natural, el mito de la sangre y
de la raza. Este mito desenmascara su propio caracter
al abolir la libre elección de la comunidad y documenta
que los obj etivos y los contenidos de la comunidad fas-
1 16
cista son en su totalidad tan negativos que ni siquiera
pueden sostener la apariencia de la libertad de elec
ción. Precisamente por eso el mito fascista y su prácti
ca tuvieron que aniquilar uno de los valores básicos de
la individualidad, la distancia de la que antes hablá
bamos, la distancia respecto de la particularidad y tam
b ién respecto de la integración propia . La relación
inmediata, sin distancia, con la integración acarreó
inevitablemente el « desenfreno », la ilimitación de los
afectos particulares. En las comunidades fascistas no
se realizó el individuo, pero, además, éste se « desinte
gró » en una particularidad desenfrenada y en una pseu
do comunidad que se sometió sin reservas a exigen
cias pseudo-específicas.
Al buscar un contra-ej emplo en nuestro mismo siglo
se tropieza espontáneamente con la comuni dad des
crita por Makarenko en El camino de la vida. No se
trata aquí del análisis de las cualidades únicas o casua
les de una colectividad juvenil, sino de mucho más : de
un ejemplo de comunidad humana socialista, de un
ejemplo de las posibilidades presentes en principio en
el sociali smo. No vamos a entrar ahora en las peculia
ridades de esa comuni dad, pues ya lo ha hecho Georg
Lukács en su estudio de ese libro .1 Nos basta con es
bozar sus momentos esenciales. Ante todo la libre ele
gibilidad de esa comunidad. En aquella colectividad
podía ingresar el que quería, y podía dejarla quien lo
quisiera . En segundo lugar, la orientación finalística de
la colectividad. La existencia colectiva no es nunca fin
en sí misma, del mismo modo que no son fines en sí
mismos la educación o el «no quedarse sol o » . Se trata
sólo de resultados producidos por la realización de ob-
1 17
j etivos concreto s fij ados por la sociedad en su conjunto,
aunque la relación de la comunidad con esa sociedad
total no es nunca aproblemática, exenta de conflictos.
(La relación de la colectividad de Makarenko con la to
talidad de la sociedad s oviética fue efectivamente siem
pre una concordancia cargada de conflictos). Por últi
mo : su estructura interna, organización de las normas
éticas de la comunidad, que juzga estrictamente toda
acción que nazca de la particularidad y destruya los
valores globales de l a colectividad, pero sin marcar al
individuo que ha realizado el acto, con lo que mantiene
siempre la posibilidad de un renacimiento. Al mismo
tiempo, esa estructura ofrece al individuo la posibili
dad máxima de configurar las más varias jerarquías
individuales de valores dentro de un ámbito axiológico
positivo, la posibilidad de desarrollar los más varios
modos de comportamiento. Se trata de una organiza
ción tan heterogénea, tan polifacética, de las posibil ida
des activas de la colectividad que cada cual puede desa
rrollar sus capacidades naturales.
¿ Tiene, pues, sentido hablar de contradicción entre
individuo y comunidad ?
No es casual que hayamos contrapuesto antes dos
comunidades diferentes . Hemos afirmado que en la pri
mera el hombre no puede en absoluto desarrollarse
hasta la individualdad, por lo que no le queda más re
curso que defender su individualidad frente a la co-
munidad, mientras que en el segundo tipo de comuni
dad encuentra condiciones óptimas para el despliegue
de su individualidad. Ya hemos dado, en realidad, res
puesta a la cuestión de lo que debe hacer el hombre
cuando en su sociedad hay una comunidad de contenido
axiológico po sitivo : no hay duda de que debe elegir
esa comunidad, para que se desplieguen sus capacida
des y para que su individualidad pueda desarrollarse.
1 18
Más problemática parece la contra pregunta : ¿ qué debe
hacer el hombre si su sociedad n o presenta ninguna
comunidad de contenido axiológico positivo ?
La sustancia portadora de los valores es l a misma
historia humana, y ésta no se obj etiva sólo en comu
nidades . Suponiendo -aunque sin concederlo- que
una sociedad no permitiera el desarrollo de n inguna
comunidad de contenido axiológico positivo, se podrían
realizar valores en otras numerosas objetivaciones : en
el arte, en la ciencia, en la producción, etc. Y aunque el
individuo no pudiera producir en ninguna de esas
esferas, seguiría teniendo la posibilidad de elegir posi
bilidades positivas. Las puede encontrar en las obje
tivaciones y el mundo intelectual y las normas de épo
cas pasadas, y puede elegir sus valores, convertirlos en
valores suyos propios , hispotasiarlos en futuro, etc. El
que el individuo entre con esa elección en contraposi
ción con las comun idades de su época no anula el hecho
de que está eligiendo una comuni dad, aunque sea sólo
idealmente. El individuo se decide por una comunidad
con los que en las épocas pasadas produjeron aquellos
valores; se decide por la integración que en el futuro
los defienda. Sin una tal comunidad ideal no hay indi
viduo realmente libre, con contenido axiológico posi
tivo. Sólo el individuo que renuncia a la humanidad
y, consiguientemente, a la realización de valores en
general puede abstenerse de elegir una comunidad; el
que elige un valor y aspira a su realización (y ambas
cosas son inseparables) elige también, en el más amplio
sentido de la palabra, una comunidad.
Hemos supuesto, ciertamente, que hay épocas que
no conceden posibilidad alguna al despliegue de comu
nidades de valor axiológico positivo . Pero no lo hemos
podido conceder : no creemos que existan épocas así.
Hay, desde luego, una gran diferencia entre que una
1 19
comunidad de contenido axiológico positivo sea carac
terística de una época o excepcional en ella, entre que
esa comunidad se desarrolle dentro de la tendencia
principal del desarrollo o lo haga contra la corriente,
entre que tenga un ámbito de influencia (política, por
ejemplo) extenso o se limite a un estrecho círculo de
amistades. Pero de una u o tra forma -amplia o redu
cida, con mayor o menor ámbito de influencia- siem
pre se encuentra una posibilidad para una comunidad
así, y todo verdadero individuo tiene derecho a ella. El
hombre, como ser específico, no puede conocer y reco
nocer adecuadamente el mundo y a sí mismo sino en
el espej o de los demás .
La resistencia del hombre a una comunidad de con
tenido axiológico negativo no e s simplemente resisten
cia del « individuo » a la comunidad, sino oposición del
individuo a una determinada comunidad, y precisa
mente en nombre de los valores encarnados por otra
comunidad -acaso sólo ·relativamente- o de los valo
res ideales de una comunidad que existió en otro tiem
po y acaso se postule ahora para el futuro.
Por lo tanto, en cada época es posible, en principio
al menos, crear una comunidad de contenido axiológico
positivo; pero no para todo el mundo, y esta l imitación
es importante . Hay épocas en las cuales el crear una
comunidad y desarrollar con ella la individualidad re
quiere tan extraordinarias capacidades, tal derroche
de energía intelectual y moral, que sólo consiguen ha
cerlo los individuos representativos ; dicho de otro
modo : los hombres capaces de crear una comunidad
así se convierten necesariamente en individuos repre
sentativos . La « Sociedad de masas » manipulada cumple
esas condiciones negativas. Recordemos lo que ya he
mos dicho de la « sociedad de masas » : que imposibilita
cada vez más la decisión individual sin la cual es inima-
1 20
ginable la comunidad, ante todo desde que la elección
de la misma se convirtió en requisito de la pertenencia
a ella. El grupo manipulado no funciona ya como co
munidad, porque de « resultante » de objetos que era
se ha trasformado ella misma en mero objeto. En esos
grupos la aspiración a la comunidad y las formas de
comunidad (idénticas con las de la individualidad y con
la reivindicación de su despliegue) se han convertido
en una acción cada vez más excepcional, heroica e in
frecuente.
Como ya hemos dicho, l a sociedad no puede ser co
munidad en su totalidad. Pero depende de la totalidad
de la sociedad -incluida su estructura económica- la
medida en la cual sea posible la configuración de comu
nidades de contenido axiológico positivo y los indivi
duos a los que sea accesible esa posibilidad, si sólo a
los individuos representativos o (en principio al menos)
a todo miembro de la sociedad. Al hablar de perspectiva
socialista hipostatizanws una sociedad cuya estructura
ofrece a todos esa posibilidad de principio, una socie
dad construida con comunidades organizadas por indi
viduos y productora de valores positivos. Si se nos pre
gunta qué hay que hacer hic et nunc, contestamos : hay
que organizar y asumir comunidades cuyo objetivo sea
la puesta en marcha o la aceleración del proceso social
que posibilite el nacimiento de esa sociedad.
121
S o b re l o s ro l e s 1
123
sin imitación. La mímesis humana se distingue, ya en
sus formas más primitivas, de la animal, pues el hom
bre es capaz de imitar no sólo momentos y funciones
sueltas, sino también enteros modos de conducta y de
acción. En la mímesis se basa también la asimilación de
roles, pues sin la imitación activa de la totalidad de un
modo de comportamiento no habría asunción de roles .
Pero en esa afirmación hay que acentuar la idea de
actividad. Pues la imitación humana más mecánica
es asimilación activa . El hombre no puede extrañarse
de su naturaleza de un modo absoluto, tampoco en
este terreno.
La imitación afecta ante todo a los usos. En todos
los estadios del desarrollo social el hombre nace en
un mundo ya «hecho », en una estructura consuetudina
ria ya «hecha » . Tiene entonces que asimi larse esos usos
igual que las experiencias del trabajo . De ese modo se
apropia la historia humana, «ingresa» en la historia,
y ése es el marco en el cual el hombre consigue orien
tarse. En los varios terrenos de la realidad se consti
tuyen estructuras consuetudinarias diferentes. El hom
bre no se enfrenta nunca con usos sueltos, sino que
los « aprende » en una totalidad relativa, como si stema,
como estructura. El caracter estructurado del uso, la
copresencia de varias reacciones consuetudinarias ( sis
tema tanto más complicado cuanto más desarrollada
la sociedad) e s uno de los p resupuestos de la función
rol . La sociedad sería incapaz de funcionar si no con
tara con sistemas consuetudinarios en cierto sentido es
tereotipado s . Esos sistemas constituyen el fundamento
del sistema de «reflej os condicionados » de los hombres,
sistema que permite a los miembros de una sociedad
mecanizar la mayor parte de sus acciones, practicarlas
de un modo instintivo (pero i nstintivo por adquisición,
no por resto de una estructura biológica), o sea, con-
1 24
centrar el pensamiento, la fuerza moral, etc., en torno
a los puntos en los que se trata de resolver nuevas
tareas. Si tuviéramos que decidir mediante detenida re
flexión si vamos a s aludar o no vamos a hacerlo, si
vamos a encender la luz o no, qué tenemos que h acer
para consegui r alimentos, no nos quedaría tiempo al
guno no ya sólo para una ocupación libre, sino ni
siquiera para el trabajo habitual. Por todo eso es nece
sario en la convivencia social un determinado plano
de reacciones m ecúnicas dadas por el rol, incluso cuan
do no se trata de funciones propiamente de rol.
Lo mismo se puede decir de la asimilación de la
j erarquía de valores morales . Hasta e l hombre más
autónomo ) más moralmente consciente es incapaz de
estimar moralmente cada paso que da, cada acto q ue
realiza. Siempre hay en la vida humana puntos nodales
en los cuales se proyectan muy crudamente los pro
blemas de la elección moral . Pero esos problemas bro
tan del suelo de una jera rquía de valores ya asimilada
-y afirmada o negada por el hombre de que se trate-,
y, sin embargo, no se pueden repetir arbitrariamente
cuando se quiere . Así, por ejemplo, hay decisiones de
las que se siguen otras de modo más o menos necesario,
pero rutinariamente desde el punto de vista del sujeto.
No por el hecho de que el titular de un rol acoj a un
sistema de valores construido previamente se convierte
su función en rol.
La tradición y l a moda son formas p articulares de
manifestación del sistema consuetudinario y también,
hasta cierto punto, del sistema de valores. La tradición
cobra mayor importancia en la estructura social orien
tada al p asado, y la moda en la estructura social
orientada al futuro . Las sociedades precapitalistas se
orientaban esencialmente hacia el pasado . Eso impli
caba no sólo una estabilidad relativa de los usos asimi-
125
lados, sino también la orientación de toda la vida por
la actitud de las generaciones anteriores, de los antepa
sados. Los hijos imitaban a los padres, los nietos a los
abuelos, y ello en todos los aspectos de la vida, desde
las experiencias de la producción hasta la moral. Esa
situación acarreaba, entre otras consecuencias , el pres
tigio de los ancianos, y la edad se hacía titular de múl
tiples valores. Los viejos eran los que mejor conocían
las experiencias del pasado y los más capaces de resu
mirlas del modo más útil. Con el ascenso de la sociedad
burguesa se va imponiendo crecientemente desde el
Renacimiento la orientación al futuro en el sistema de
la convivencia humana.
La posibilidad de una producción indefinida que no
se limita a lo elemental (Marx) produce en el hombre
la necesidad de alterarse constantemente, de renovarse,
de trasformarse. Esta necesidad de novedad, la nece
sidad de trasformamos constantemente a nosotros mis
mos y nuestra sociedad, es una de las mayores con
quistas de la historia humana. Pero, con la extrañación
creciente, también esta conquista se convierte en su
contrario. La orientación al futuro se convierte ella
misma en moda. Del mismo modo que los sistemas
funcionales de la sociedad se van estereotipando, del
mismo modo que los tipos de comportamiento tienden
a convertirse en roles, así también la orientación al
futuro se trasforma en la necesidad de no quedarse
a · la zaga de la moda. El que quiere entonces desem
peñar bien su rol no puede permitirse el menor re
traso respecto de la moda, tiene que seguirla paso a
paso, tiene que someterse a su arbitrio, igual en el sis
tema consuetudinario general que en el vestido o en las
esferas estéticas de la vida (decoración de la vivienda,
sensibilidad artística, etc.). La moda es, pues, la mani
festación extrañada de la orientación al futuro, y se
1 26
encuentra en relación necesaria con el ascenso de la
categoría rol. Eso no implica que la orientación al pasa
do haya desaparecido enteramente en el estadio del c a
pitalismo desarrollado . Puede, por el contrario, ser in
cluso dominante en las capas sociales en las que el
capital n o ha penetrado aún sino relativamente. Tal es,
por ejemplo, el caso de los pequeños campesinos, aun
que incluso en ese medio el fenómeno esté en regresión.
Ni tampoco se trata de afirmar que la orientación al
pasado no esté en absoluto presente en la cristalización
de los comportamientos en forma de roles; existe aún,
sólo que con importancia secundaria.
La sociedad humana tiene la propiedad esencial de
que la publicidad de las acciones influye en las accio
nes mismas. El comportamiento global de los hombres
se trasforma cuando están puestos ante el público,
ante sus ojos y ante su j uicio; los hombres adoptan
entonces una «postura » en un sentido redundante. Ello
se debe en parte a que, puesto en el medio público, el
hombre siente más intensamente como un deber de re
presentar a la humanidad, de dar ejemplo. El que lanza
un viva a la patria desde el cadalso, el que declara en
el lecho de muerte su legado moral a la familia reuni
da, el niño que se atreve a decir al maestro la verdad,
delante de sus compañeros, «se superan a sí mismos ».
Por otra parte, es un hecho que el hombre ve muchas
cosas de otro modo cuando se encuentra baj o la luz
pública. El que ha faltado lo ve mucho mejor ante la
publicidad, y no por oportunismo, sino porque la pre
sencia de la comunidad funciona, por así decirlo, c omo
un catalizador : en esa situación es posible reconocer
faltas propias que en otras sería imposible percibir.
Pero eso no significa que los hombres desarrollen un
rol ante el público como consecuencia de su esencia
s ocial, cuando en realidad lo que hacen es ser más sin-
127
ceros. El que se abandona al miedo a la muerte no es
«más sincero » que el que espera la muerte con sere
nidad; y el que disimula sus faltas no es «más since
ro » que el que las ve, etc. Por lo demás, al dar ejemplo,
al contemplarnos a nosotros mismos con los oj os de
la publicidad, la presencia de la comunidad no es siem
pre materialmente necesaria. La persona vinculada ínti
mamente con las normas de la comunidad siente la pre
sencia de la sociedad incluso cuando ésta está ausente,
cuando la persona en cuestión está sola. El revolucio
nario ej ecutado en secreto, sin ser visto por nadie, suele
comportarse noble y sublimemente. En su representa
ción está presente l a comunidad. ¿ Y afirmaríamos de
un hombre así que está simplemente representando
su rol ante sí mismo ? De ningún modo. El acto de asu
mir una postura en público no tiene que ver por sí
mismo con la asunción de un rol. Pero sí que es un
presupuesto de dicha asunción. Pues como el comporta
miento humano se descompone en varios clichés este
reotipados y como la personalidad autónoma del hom
bre puede perderse enteramente en esos clichés, cuan
do eso ocurre la diferencia gradual, la diferencia de in
tensidad siempre dada entre la actitud « solitaria» y la
actitud «pública» se puede convertir en todo lo con
trario de lo dicho . Y entonces el hombre representa en
público un papel, un rol en sentido primitivo, «hace
su número », expresa opiniones, estados de ánimo, j ui
cios, etc., que tal vez no tienen nada en común con los
suyos propios. Ejemplo de cliché de rol obligatorio
destinado al público es el « keep smiling» de moda, la
sonrisa obligatoria, el optimismo incondicionalmente
exigido. Hasta el más profundamente desesperado son
ríe constantemente por necesidad, se presenta como
« Optimista », bienhumorado, porque el medio público
espera eso de él. La escisión de la personalidad del
1 28
payaso tópico se convierte en norma de toda la so
ciedad.
La unidad que se manifiesta en la diversidad, en la
dialéctica interna y externa de ese fenómeno, tiene im
portancia no sólo en la relación de la soledad con la
publicidad. También se revela en muchos aspectos del
desarrollo de la personalidad, pues la multiplicidad de
la personalidad humana es una resultante de la compli
cada totalidad de sus relaciones sociales. Pero n o hay
hombre alguno (ni comunidad alguna) que conozca o
sea capaz de conocer al otro individuo en todas sus
relaciones, en la totalidad de sus reacciones. Las perso
nas, y lo mismo las comunidades, no pueden conocer
ni captar nunca más que aspectos aislados de la perso
nalidad, de la esencia de los individuos. Pero eso no
implica en modo alguno una contraposición necesaria
entre «esencia íntima» y « m anifestación externa». Por
una parte, todo hombre puede, mediante sus experien
cias sociales (e individuales), conseguir un conocimien
to del hombre que le permita averiguar si un determi
nado individuo se ha manifestado en un acto importan
te, decisivo, esencial, o sea, si determinadas acciones
del sujeto que quiere conocer dicen algo decisivo, acer
ca de su esencia. Con ese conocimiento de los hombres
se puede también estimar la posibilidad de inferir el
comportamiento de un individuo en situaciones futuras,
o la actitud del hombre entero, p artiendo de tal o cual
acción. Desde luego que una inferencia así no será sino
en poquísimos casos una operación lógica; en la ma
yoría de los casos se tratará de intuición. El conoci
miento de los hombres puede engañar, evidentemente,
pero sólo en la medida en la que puede engañar todo
conocimiento, que lleva siempre en sí la posibilidad
del error. Y todo eso no altera e l hecho de que pese
a la diferencia entre la esencia y la m anifestación del
1 29
9 - H . ' Y VIDA COTIDIANA
hombre es posible inferir la « interioridad » de la « ex
terioridad», y es además imprescindible hacerlo.
La aparición de estereotipos dificulta extraordina
riamente las tareas del conocimiento de los hombres.
Pues cuando el hombre desempeña un rol es perfecta
mente posible que no se « manifieste» en absoluto en
lo que hace y que sus relaciones sociales, por muy nu
merosas que sean, no aumenten la variedad de su sus
tancia. En la estructura de rol se degradan las relacio
nes sociales, y pasan progresivamente de ser elementos
cualitativos a serlo sólo cuantitativos. Por muchos que
sean los roles desempeñados por un suj eto, su esen
cia se empobrecerá. El conocimiento de los hombres
no queda, pues, simplemente dificultado por el hecho
de que la mucha « exterioridad » encubra la « interiori
dad », sino también porque empobrece la interioridad
misma. También aquí se trata de extrañación de una
propiedad característica del hombre. Pero la función
rol no puede agotar nunca la totalidad de los comporta
mientos humanos -del mismo modo que la extraña
ción no es nunca absoluta-, de manera que el c o
nocimiento de los hombres, aunque sin duda se difi
culta, sin embargo, no llega en modo alguno a ser
imposible.
Otro aspecto de la diferencia entre la exterioridad
y la intensidad cobra también importancia en el com
portamiento de rol : en situaciones diferentes y en la
resolución de problemas diferentes se despliegan real
e inevitablemente en el hombre valores que también
difieren. El planteamiento de las tareas actualiza valo
res potenciales que, sin ese complej o problemático, no
habrían pasado nunca de posibilidad mera, no habría
llegado a existir. Cuando al terminar una tarea alguien
se aplica a resolver otro problema no se limita a cam
biar de rol , sino que empieza a cambiarse a sí mismo
130
en la medidá en que la nueva tarea reclama otras cua
lidades. Alguien, por ejemplo, era un terroris ta cuando
estaba situado en lo más alto de la j erarquía social,
y luego, una vez derrocado, se convierte en tolerante;
no es inevi table -y hasta ocurre pocas veces- l a con
clusión de que en uno u otro caso ha asumido un rol
concorde con la situación dada; también es perfecta
mente posible que en su caída y pos teriormente haya
repasado su vida anterior, que haya atravesado una ca
tarsis, una crisis, y se haya trasformado realmente. En
esos casos de cambio de función la trasformación real
no es nunca igual a cero . Es un hecho elemental que el
individuo desarrolla capacidades diferentes en la ej e
cución de diferentes tareas, y que en s ituaciones dife
rentes consigue invertir la actitud de todo su ser moral,
o sea, que la « interiori dad» del hombre se trasforma
en interacción con su exteriori dad. Pero en la medida en
que los modos de comportamiento se convierten en
roles estereotipados, las trasformaciones quedan en
mera apariencia (sin olvidar que, como hemos dicho,
esas trasformaciones aparen tes n o son nunca absolu
tamente aparentes, nunca absolutamente nulas). Cuan
do los roles son múltiples y muy cambiantes, la situa
ción exige al hombre un rico y cambiante despliegue
de sus habilidades técnicas, de su capacidad de mani
pulación . También y precisamente en este caso la ex
trañación significa que el enri quecimiento de las ca
pacidades técnicas y manipulativas no va a la par con
el enriquecimiento del hombre entero (de su esencia
social-moral), o sea -y para volver al problema aquí
analizado-, que el cambio de roles no s ignifica ni mu
cho menos una trasformación del hombre. El fenóme
no se sorprende muy plásticamente en el drama El
Vicario, de Rolf Hochhuth . El autor presenta numero
sos fascis tas, «burócratas de la muerte», que prestaron
131
« Servicio» en las cámaras de gas de Auschwitz. Y esos
mismos hombres, sin la menor alteración de su esencia,
son hoy comerciantes, especiali stas industriales, jue
ces . Hochhuth sub raya precisamente el hecho de que
esas gentes han cambiado muy poco, de que han vivido
y realizado por su parte sin ca tarsis alguna las mons
truosidades del fa scismo y su posterior revelación pú
blica, etc., y que en ellos el cambio de ocupación es
un mero cambio de rol, en el primario sentido de cam
bio de papel en la escena. Cuanto más se estereotipan
las funciones de rol, tanto menos puede « crecer» el
hombre hasta l a altura de su misión histórica, tanto
más infantil permanece.
Al generalizarse, los comportamientos de rol modi
fican la función del deber ser en la vida cotidiana. En
el deber ser se revela la relación del hombre entero
con sus « deberes », con s :..: s vinculaciones, sean éstas
económica s , p olíticas, éticas, m orales o de otro tipo.
Todos conocemos como expresión de hechos de la vida
fórmulas de exhortación como «he de estar en la ofi
cina a las ocho» «he de ser sincero en este punto», «he
de llevar siempre una vida honrada », «he de casarme
con esta chica», y también : «me tengo que lavar los
dientes», etc. No menos conocido es que el deber-ser
se enlaza frecuentemente con el hecho de la represen
tación. He de port arme, p or ejemplo, como un caba
llero, como buen marino he de saber aguantar, etc .
Estos casos de deber-ser se pueden referir a un hecho
singular, a un sólo asunto, y también a enteros com
plej os de comportamiento. Así, por ejemplo, la exhorta
ción «he de portarme como un caballero, o como un
marino» no se refiere a un aspecto solo del comporta
miento, s i n o a su totalidad. Ahora bien : la autonomía
del hombre, su posibilidad de elegir, su libertad en el
sistema de los casos de debe-ser no se revela más que
1 32
cuando ese sistema contiene también el deber-ser mo
ral. Si el deber-ser referente al complejo global del com
portamiento se hace exclusivo, si reprime o llega a
abolir el deber-ser moral, entonces se disipa también
la autonomía, la verdadera alternativa moral, la liber
tad del hombre . Pero en situaciones sociales no extra
ñadas, o sólo extrañadas parcialmente, el deber-ser re
ferido a enteros complej o s de comportamiento no sólo
no reprime el deber-ser moral, sino que incluso lo pre
supone. Así, por ej emplo, el pathos básico de la vida de
Antígona se debe a que debe-ser una buena hermana,
esto es, a que ese deber-ser se refiere al complejo de
comportamiento « Ser-herman a » . Como a pesar de las
amenazas de Creonte decide mantenerse fiel a la tradi
ción moral, decide también acerca de cómo cump lir el
deber-ser referen te al « ser-hermana » . En cambio, cuan
do los complej o s de comportamiento cristalizan en ro
les no se puede siquiera suscitar la cuestión del «cómo » .
Soy camarero , p o r l o tanto, m e comporto como cama
rero, como debe comportarse un camarero ; soy madre,
por lo tanto, hago lo que debe hacer una madre, etc.
Los estereotipos describen detalladamente lo que deben
hacer una madre o un camarero, y en cuanto que los
aspectos morales del deber-ser se atrofian, no puede
presentarse la cuestión de si está fuera de duda que
seré una madre tan buena como dice el rol, o si basta
como contenido de la vida el cumplir exactamente los
deberes de cam arero . El deber-ser se convierte en una
exigencia puramente externa y mi actitud es mera adap
tación . Obscn·emos de paso que la conexión de los as
pectos del deber-ser es mucho más complicada en la
realidad. No sólo los casos de deber-ser moral y los
casos de deber-ser referentes a los complej os de com
portamiento se encuentran enlazados por numero sas
trasposiciones y sobreposiciones, sino también, por
1 33
ejemplo, los casos de deber-ser político. Sería, por ej em
plo, ridículo pretender que el obrero en huelga actúa
contra el deber-ser de su rol de obrero, aunque sin
duda es un elemento del concepto de obrero el trabaj ar.
Pero el individuo es un obrero consciente precisamente
en la medida en que derriba, rechaza y recusa el ro l
que le prescriben los patronos.
La recusación del rol es característica de quienes
no se encuentran a gusto en la extrañación . Pero e l
conflicto de los casos de deber-ser y, en su caso, el con
flicto moral , manifiesto en una forma particular, es
inevitable en cuanto que un hombre no somete in
condicionalmente todo su ser al rol que desempeña
en un momento dado. Por eso los representantes de la
teoría del rol son enemigos irreconciliables de todo
conflicto. Interpretan los conflictos como « defectos
de organización » , como « perturbaciones funcionales »
corregibles; algunos llegan a interpretarlos como « com
plejos», como perturbaciones psíquicas. Pero el conflic
to es la rebelión de las sanas aspiraciones humanas
contra el conformismo, es una in surrección moral,
consciente o inconsciente . (Desde luego que eso no se
puede afirmar de todo tipo de conflicto.)
El deber-ser describe siempre de un modo concep
tualmen te accesible la relación del hombre con su obli
gación. La obligación manifiesta en el deber-ser puede
ser obj etivo del hombre, pero no tiene por qué serlo
necesariamente. También el ideal contiene algo así
como una exigencia, pero ese carácter suyo resulta mu
chas veces inasible conceptualmente. Así, por ejemplo,
muchos niños dicen que querrían ser como Julio César,
sin precisar, sin poder describir con exactitud los ras
gos, las virtudes, etc., del personaj e que les atrae. No
es imposible hallar los momentos del ideal en el com
portamiento de rol. El que quiere asimilarse el rol
1 34
camarero, o el que se complace en verse en el rol novio,
no se ve enfrentado con el concepto abstracto de ca
marero o de novio, con la totalidad de los derechos,
deberes y complejos consuetudinarios abstractos co
rrespondientes a esos conceptos. Más bien elegirá como
ideal un determ inado camarero o novio y se asimilará,
imitándole, el correspondiente comportamiento de rol.
La extrañación en cuanto estereotipia no se revela en
el hecho de que los hombres elijan ideales y se com
porten imitándolos. f.se es un momento necesario del
desarrollo de la personalidad humana. En la concreta
elección de ideal, en la autonomía concreta, en la liber
tad con la cual se elige el ideal se revela más bien si
en la sociedad se dan personalidades múltiples dentro
de un determinado complejo de comportamiento, de
modo que sea posible una variada elección de ideal,
y si mediante la asimilación de tales complej os de com
portamiento es posible desarrollarse realmente como
personalidad autónoma. Hollywood, por ejemplo, pro
duce año tras año la «mujer ideal » de cada temporada,
la propaga en sus películas, y todas las chicas quieren
ser ese año precisamente como la « mujer ideal », y
todos los hombres buscan ese tip o de muj er : en esta
situación la personalidad individual, el individuo, no
se puede desplegar en la elección de ideal, el ideal es
mercancía y el hombre no es creador, sino consumidor
de ideales . Pero en este caso la elección del ideal no es
ya grado del desarrollo de la personalidad hasta una
altura en la cual es incluso posible rechazar el ideal,
sino muleta enteramente exterior, sustituida constan
temente -y con independencia completa de la perso
nalidad y de la voluntad singular- por otras muletas
no menos exteriores . Mas como el ideal es siempre un
objetivo, eso significa que el hombre recibe sus objeti
vos ya listos para el consumo, y siempre de modo acci-
135
dental respecto de su propia esencia humana. Esto
significa que los ideales de rol no conducen sino al
empobrecimiento, a la atrofia del hombre . Remiten sim
plemente a la dirección manipulada y mecanizada del
comportamiento . Es posible aprender de cualquiera las
operaciones y los gestos correctos de un oficio, pero
no es posible aprender a «hacer la corte» de cualquiera
que sepa hacerla él mismo.
Para terminar nuestras consideraciones podernos
afirmar que las formas de comportamiento, los méto
dos y los contenidos de conocimiento y éticos que apa
recen en la función rol existían ya antes de que apare
ciera esa función. Todos ellos, empero -la imitación,
el uso, el sistema de los «reflej os condicionados », la
tradición, la orientación por el fu turo, la publicidad,
la diferencia entre lo externo y lo interno, la trasforma
ción de la personalidad, el despliegue de capacidades
diferentes en diferentes situaciones, el deber-ser y el
ideal- aparecen de form a extrañada. Ahora vamos a
estudiar desde dentro la categoría rol . Primero en su
aspecto obj etivo , desde el punto de vista de su posición
en el sistema de las relaciones sociales; luego atendien
do al suj eto, según el aspecto de su relación con el rol
del hombre.
Individuo y rol
1 36
dominantes (incógnito no serio); 3 .º distanciación re
cusando íntimamente las reglas de j uego dominantes
( incógnito de oposición); 4 .º recusación del ro l.
La identificación plena con el rol o los roles es pro
piamente la forma directa de revelarse la extrañación .
En e s t e c a s o s e llega a perder la continuidad d e l carác
ter, a la completa atrofia, a la consunción de la per
sonalidad. Típico ejemplo literario es Peer Gynt, que,
tras una vida más que rica en aventuras y aparente
mente muy varia, vuelve a su patria y tiene que com
probar que es corno la cebolla, que sólo tiene cáscaras,
y no núcleo . Esas cáscaras son los varios roles, y el
núcleo humano que falta es la personalidad disipada.
A diferencia de esa actitud, en el incógnito no serio,
o lúcido, el hombre no se identifica con su rol. Penetra
con la mirada el rol y su función social. Por eso tiene
una personalidad que no se disipa, que no se aniquila.
Pero como la preservación de su personalidad discurre
j unto con la aceptación y el aprovechamiento de la
realidad -realidad que acepta tanto más gustosamente
cuanto peor es-, esta personalidad se hace demoníaca,
amoral . Nadie le conoce, m ientras que él conoce a todos
y los tiene en la mano, de tal modo que -por aludir a
un solo ejemplo- puede burlarse, corno Tartuffe, de los
probos ciudadanos que han perdido la capacidad de
mirar por detrás de los roles. Pero es sumamente im
portante y nunca se acentuará con exceso que todos
esos jugadores demoníacos que viven de incógnito no
pueden nunca a la postre evitar su derrocamiento, por
muchos hombres de que se hayan burlado, por muchas
almas que hayan confundido y dominado . Así se des
prende, en todo caso, del arte y de la historia. Cippola
habrá engañado a muchos caballeros romanos, pero al
final llega Mario y dispara el revólver contra él. Y esto
indi ca una cosa no menos importante : que todos los ex-
1 37
perimentalistas que se cuentan entre los criminales de
la literatura y de la historia, esto es, de la vida, com
parten el prejuicio de la moderna filosofía burguesa.
Todos, en efecto, desprecian tanto a los pobres hombres
que van desempeñando sus roles que consideran abso
luta y definitiva la fetichización y piensan que es posi
ble manipular al hombre en cualquier medida. Pero
siempre ha resul tado que, en realidad, los hombres no
son manipulables en cualquier medida y sentido, sino
que siempre hay un punto límite, un limes en el cual
dejan de ser objetos y se trasforman en sujetos : que
hay un punto más allá del cual es imposible confundir
a los hombres y a los pueblos. Ese punto se puede en
contrar en lugares diferentes cuando se trata de hom
bres diferentes , es decir, será posible aún arrastrar a
un hombre a la inhumanidad mientras que otro gri
tará antes su « ¡ alto ! » Y también en los diversos pue
blos se sitúa ese punto en sitios diferentes ; baste
con comparar, para ejemplificarlo, el fascismo ale
mán con el italiano. También varía la localización del
punto según las clases : el pequeño burgués (visto,
desde luego, sólo en el término medio de la clase) es
moralmente más frágil que el obrero, etc. Pero, en todo
caso, el punto existe siempre.
La estructura psicológica básica del hombre situado
en un incógnito de oposición se parece formalmente a
la del hombre en incógnito lúdico. También el de opo
sición representa más o menos el rol exigido en el
mundo, pero no abandona su núcleo humano, pues dis
tancia de ese rol su personalidad ; y por lo que hace
al contenido y a la moralidad de ese comportamiento
se t rata de un fenómeno enteramente distinto del an
terior. El hombre situado en un incógnito de oposición
se encuentra en contraposición con el mundo en que
vive; no desprecia a los hombres que representan inge-
138
nuamente los varios roles, sino el mundo que prescribe
esos roles . Preserva las normas morales de tiempos
pasados o tiene una acusada sensibilidad para las nor
mas morales de épocas futuras. No se siente bien en la
realidad, ésta le hace sufrir, igual que sufre por los
roles que tiene que representar. Le gustaría manifestar
se, deponer su incógnito, establecer contacto con los
hombres , trabar relaciones, pero no encuentra ninguna
comunidad en la que eso sea posible. No es ya un con
formista, pero tampoco es un revolucionario. Este com
portamiento es muy frecuente entre los mejores repre
sentantes de la intelectualidad burguesa. Para descri
birlo más plás ticamente aduciremos una atractiva poe
sía del conocido poeta húngaro Árpád Tóth :
Enmascarado (Alarcosan)
139
Y entran en el Cielo
Nadies engolados, ca11allas sutiles.
1 40
el señor Trefusis, que no quiere llevar luto visible por
la muerte de su mujer por la simple razón de que los
demás esperan que sí lo lleve. La expectativa tiene
siempre efectos negativos en el excéntrico, pues éste
hace siempre intencionadamente lo contrario de lo que
se espera de él. (Por lo demás , Shaw ha mostrado, con
mucha agudeza, que este tipo de actitud excéntrica es
un luj o , pues para sostenerla suele hacer falta algún
capital.) Observaremos aquí, de todos modos, que la
recusación particular de roles no ha de mutar necesa
riamente en excentricidad, aunque haya mucha proba
bilidad de ello por el hecho de que no existe ninguna
norma socio-moral con la que medir el contenido mo
ral de la realización de la personalidad. Por eso en
estos casos la realización de la personalidad es siempre
problemática .
En cambio, el que recusa el rol por motivos revo
lucionarios sustrae su propia persona al j uego de los
roles, se opone, además , a la base económica y política
de determinadas funciones de rol y se propone abolir
la sociedad que produce esas costumbres y esos usos
dados, cristalizados en roles. Obsérvese que la recusa
ción de roles, esto es, la negación de todo compor
tamiento de rol, no se identifica en modo alguno con
la recusación de todos los sistemas consuetudinarios
cris talizados en roles. Piénsese, por ejemplo, en Lenin,
que era enemigo radical de todos los clichés de com
portamiento , pero a pesar de ello ha insistido en la con
servación de las normas tradicionales elementales, pese
a que en los clichés de comportamiento se expresan
precisamente a menudo esas formas de modos fetichi
zados, extrañados.
La relación general media con los roles se p resenta
obvia mente como identificación en los períodos histó
ricos relativamente tranquilos, como perdida de sí mis-
141
mo en la simultaneidad y la sucesión de los roles repre
sentados. El interés es siempre en esto la determinante
más abstracta y más universal. Esto se suele apreciar
claramente en los casos conflictivos, pero es una situa
ción que existe en todo caso, aunque sea latente. La de
terminante universal más concreta es la socialidad del
hombre, la aspiración de todo hombre a que esa so
cialidad se realice en contactos externos, en relacio
nes humanas. Al principio de mi exposición he expuesto
el hecho de que el capitalismo desarrollado extraña to
das las relaciones humanas, y hace cristalizar en roles
todos los sistemas de costumbres, todas las jerarquías
de comportamiento, etc ., de tal modo que los hechos
vitales imprescindibles para la convivencia humana,
como la imitación, los estereotipos básicos, la relación
con la tradición, las costumbres, etc., aparecen en for
ma de roles. Para el término medio de los hombres
es práctica y teóricamente imposible distinguir las es
tructuras de la imitación valiosa o relativamente valiosa
de la tradición, etc., de su función de rol . Para practi-
. car esa distinción hacen falta capacidades intelectuales
no comunes y una fuerza moral extraordinaria. Estas
posibilidades aumentan repentinamente en tiempos re
volucionarios, pero el período d e crisis revolucionarias
agudas es relativamente corto comparado con todo el
desarrollo del capitalismo. Cuanto más desarrollado es
el capitalismo y cuanto más encubiertas sus manifes
taciones de crisis, tanto más heroico va resultando
ya el mero comportamiento medio estoico que se dis
tancia del rol.
Aunque hemos relacionado la relación de identifica
ción al rol con la extrañación, no se trata de afirmar
con ello que haya en todo caso una razón directa entre
la medida de identificación y la de extrañación. La si
tuación está muy determinada por la relación entre
142
las concretas posibilidades dadas a la personalidad y el
rol concreto dado. Hay, por ej emplo, posibilidades per
sonales que se pueden desarrollar -aunque limitada
mente- en determinados roles. En estos casos, natu
ralmente, la extrañación es menor que cuando el rol
dado o el sistema de roles dado es contrario a las posi
bilidades personales de up hombre en todos los terre
nos. Análogamente, los motivos p sicológicos conscien
tes o inconscientes de la identificación pueden diferir
mucho, y desde luego que influyen de modos muy va
rios en el desarrollo o la involución de la personalidad.
Un rol, por ejemplo, puede ser asumido por obligación
íntima. Aunque el rol sea objetivamente conforme con
la estructura social dada y aunque también lo sea la
determinante última de la motivación, como esa deter
minante aparece en forma inconformista en la conscien
cia, en la esfera de la llegada de la motivación a cons
ciencia, la personalidad no se empobrece sino limitada
mente. El resultado depende sin duda en gran medida
del contenido socio-moral de los roles dados. Pero no
hay duda de que el desarrollo de la personalidad tiene
menos posibilidades cuando incluso los motivos cons
cientes se adaptan a los roles aceptados y con expresión
directa de la opinión pública manipulada.
También aquí hay que distinguir. No es posible iden
tificar la diferencia que media entre aceptar un rol por
obligación íntima o aceptarlo por manipulación y la
que separa los hechos de la consciencia y la esponta
neidad. Pues tanto la consciencia cuanto la espontanei
dad tienen formas extrañadas y formas no-extrañadas
(prescindiendo aquí de la dilatada escala de formas
de transición). Cuando la cristalización de las formas de
comportamiento en roles es un proceso ya adelantado
la consciencia no se contrapone simplemente a la es
pontaneidad, sino que las contraposiciones reales se
1 43
dan, por un lado, entra la conciencia extrañada y la no
extrañada y, por otro, entre la espontaneidad extraña
da y la no extrañada. En ambos casos el problema
consiste en lo profundamente que esas formas consigan
penetrar en la esencia de la personalidad, en la medida
en la cual esta tercera dim'ensión (la profundidad) de
termine las acciones . Hay muchas cosas que son, sin
duda, consciencia, pero consciencia caricaturizada y fe
tichizada; por ejempl o : saber reconocer las exteriorida
des de un determinado status qua de la realidad, saber
« Contar» con ellas, saber prever en su marco, ser capaz
de decidir, a los veinte años, lo que uno podrá ganar
quince años más tarde en un determinado empleo,
cuándo le convendrá casarse, cuántos hij os le conven
drá tener, etc. Análogamente representa una caricatura
fetichizada de la espontaneidad el hombre que lo acep
ta todo sin preocupaciones, tal como se le presenta en
la vida, el hombre que actúa según el principio « lo que
sea sonará », sin más perspectiva que la del día. La ver
dadera espontaneidad es siempre exteriorización de la
personalidad y, por lo tanto, acto de la libertad; la ver
dadera consciencia es un comportamiento que busca
las conexiones obj etivas de la realidad, y es también un
acto de la libertad. La espontaneidad creadora está por
encima de la consciencia conformista, y la consciencia
creadora está por encima de la espontaneidad creadora,
pero aboliendo-superando siempre los elementos de
la espontaneidad.
Es, en consecuencia, un punto de vista enteramente
errado el que afirma que el índice psico-social de s ta
tus y la capacidad de desempeñar roles son correlativos .
E s a tesis implica no sólo la s imple aceptación del esta
tus qua de los países más manipulados, sino también,
incoativamente al menos, extremos que ni siquiera se
imponen en dichos países.
144
No es verdad, por de pronto, que un caracter sea
tanto más social cuanto más adaptable, cuanto más
roles sea capaz de « representar» sucesiva y simultánea
mente. Los individuos no suficientemente adaptables
a cualquier rol han sido siempre personalidades verda
deras, portadores de nuevas tendencias sociales y de
nuevas ideas . Pero de eso se sigue que la mayor o
menor adaptabilidad o la mayor o menor aspereza de
un caracter no plantean en absoluto una cuestión pura
mente psicológica. Desde luego que se t rata también de
un asunto psicológico, pero en medida igual, si no ma
yor, están implicados valores morales. Un caracter es
muchas veces inflexible, o insuficientemente flexible,
por la simple razón de que no quiere ser de otro modo,
porque ve en la flexibilidad que a todo se adapta indig
nidad y amoralidad. ¿ Por qué los niños de escuela no
simpatizan tanto con el papel de provocador policíaco
como con el papel de capitán de bandidos ? Uno y otro
s on roles. Si hay que contestar que es el desprecio
general lo que impide la primera elección, esa respuesta
bastará para refutar que el índice psicológico-social de
status sea correlativo de la capacidad de desempeñar
roles . Pero aún daré un paso más. En ambientes como
los internados, en los que puede ser uso y distinción
molestar a los novatos, a los estudiantes de primer año,
hay siempre estudiantes veteranos que se niegan a par
ticipar en esos j uegos, aunque su comunidad los des
precie por ello y hasta los segregue. Y ocurre a menudo
que el que es capaz de soportar esa segregación goza
luego de mayor prestigio que cualquiera de los colegas
de su curso. Mas si la respuesta dice que los hombres
que se niegan a aceptar determinados roles, que los
hombres no dispuestos a aceptar cualquier rol quedan
inevitablemente segregados cuando llegan a edad adul
ta, ¿ por qué considerar esa respuesta verdad eterna,
1 45
10 - H . ' Y VIDA COTIOUSA
«Correlación psico-social», en vez de sublevarse con
tra ella?
1 46
tas que digan que al necesitar concreta ayuda un con
creto ser humano el camarero deba ayudarle, ni menos
el modo de esa ayuda. En esta situación, por lo tanto, el
camarero no se comportará de acuerdo con las ex
pectativas del rol. Sería ridículo afirmar que lo que
pasa es que en el caso de la hipótesis el camarero « asu
me» los roles de médico, enfermero, amigo, etc. La
verdad es que en el caso considerado han de entrar en
acción las cualidades humanas más generales e inme
diatas, como la bondad, la solidaridad, y también -y
n o en último lugar- la capacidad simpatética de cono
cer una situación, y el tacto junto con ella. O bien, si
se trata del comportamiento contrario, las cualidades
humanas, también generales e inmediatas, de indife
rencia, egoísmo, falta de tacto, comodonería, etc. Es
claro que las cualidades que en un caso así se imponen
en primer término no se limitan a roles determinados
particulares, no funcionan en conexiones de rol, sino
que son características del hombre entero, del indi
viduo . En situaciones nuevas, sorprendentes, en las que
los estereotipos dejan de funcionar o funcionan mal,
se restablece siempre la unidad de l a personalidad, esto
es, se manifiesta repentinamente cómo es el hombre de
que s e trate, qué clase de hombre es. Aduciremos tam
bién aquí un ejemplo literario : el H olmer de Ibsen
desempeña durante toda su vida dos papeles . Es un fun
cionario duro y egoísta, pero, al mismo tiempo, un ma
rido amable y afectuoso y un padre ejemplar. En cuan
to que se encuentra en una situación nueva, en una
situación conflictiva, se desprende repentinamente de
todo elemento de rol, y se comporta también con su
muj er como un egoísta brutal e inhumano. En vano
intenta volver a su anterior «rol » familiar luego del con
flicto . Nora le conoce ya y no le cree. Cuanto más
conflictiva y desconocida, cuanto más nueva es una si-
147
tuación, tanto menos es posible comportarse en ella
según un rol . Por eso he subrayado ya varias veces que
el elemento rol del comportamiento se relaj a desde el
punto de vista s ocial general en cuanto que en su
decurso se produce una situación conflictiva repen
tina y revolucionaria.
Al igual que la pérdida d e la personalidad, también
la interrupción de la continuidad del caracter es, natu
ralmente, mera tendencia. Cuanto más fetichizado está
el comportamiento humano, tanto menos se le impri
men los varios roles y tantas menos huellas dejan en
él, de tal modo que el hombre será ya anciano y seguirá
siendo pueril. Pero también a este respecto hay que re
cordar que no hay mundo alguno, por extrañado que
sea, en el que los roles asumidos no dej en rastro algu
no en el sujeto, pues, por paradój ico que pueda parecer,
ya la circunstancia de que un sujeto asuma y realice
ciegamente determinados roles dice algo acerca de él;
también el vaciamiento, la corrosión moral es un con
tenido humano, aunque se trate de un contenido nega
tivo. Toda negación es al mismo tiempo afirmación :
este p rincipio se aplica plenamente también al caracter.
Como ya hemos indicado, el niño no se reconoce
s implemente en otros roles, sino en el ente-otro en ge
neral, en el o tro. Y ya hemos dicho que el niño no asi
mila roles, sino modos de comportamiento, y que per
cibe la unidad de éste . Cuando en la vida adulta se
pierde paulatinamente esa sensibilidad -y se pierde
en la medida en que la sociedad es manipulada-, y las
expectativas se van estrechando efectivamente hasta
coincidir con las del rol, de todos modos, nunca llegan
a i dentificarse con éstas . Basta pensar en un hecho ele
mental, como la elección del compañero sexual o del
cónyuge . Los sociólogos norteamericanos suelen lamen
tar que esta decisiva esfera de la vida esté profunda-
1 48
mente manipulada; notan que los esquemas de rol re
sultan decisivos en la elección de compañero y que el
«Cónyuge ideal » del que el cine y la televisión hacen
publicidad en un momento dado suele determinar la
elección, la cual recae, pues, en las personas que mejor
representan el rol . Y esto se refiere tanto a las cualida
des externas (ideal conformista de belleza) cuanto a
las «interiore s » . Pero dentro del grup o de los muchos
hombres o de las muchas mujeres uniformes se elige
precisamente tal o cual, y no ese otro ni esa otra, y
esta circunstancia no se podría explicar simple ni ex
clusivamente por el azar. Es inimaginable que no haya,
incluso dentro de los estereotipos, ninguna cualidad
particular, individual, ningún m atiz individual, que no
« quede » , por así decirlo, nada p articular que resulte
más atractivo para unos que para otros; y también es
imposible que esos « matice s » individuales sean sólo ex
ternos, y no al mismo tiempo internos. Me dij o una vez
una mujer : « Un hombre no nos gusta por el tipo de
su relación con nosotros, sino por el tipo de su rela
ción con el mundo . » No son, desde luego, las palabras
que determinarían las expectativas de su rol . Pero in
cluso para el caso de las expectativas conformes al rol
hay que negar que sean indiferentes las formas de com
portamiento en los campos no determinados por el rol
(en este caso, por el rol de marido) respecto de los sen
timientos (por pobres que sean éstos) o respecto de la
elección (por mecánica que sea) .
Ya hemos dicho que en el comportamiento de rol
los hombres actúan según las reglas del j uego. Pero
tampoco en esto hay que pasar por alto que no hay
comportamiento alguno, por cristalizado que esté en
rol, en el que no se despierte, con mayor o menor fre
cuencia, la consciencia de la responsabilidad personal
o, cuando menos, la sensibilidad correspondiente. La
149
conciencia moral y las llamadas de la conciencia moral
no se reducen nunca exclusivamente a la observancia
o el desprecio de las reglas de juego de la vida, a la
cuestión victoria-o-derrota. Todo hombre psíquicamen
te normal puede distinguir entre la vida real y el juego,
y lo hace efectivamente. Precisamente en esto se en
cuentra la línea divisoria entre la es quizofrenia social
y la médica; el esquizofrénico médico pierde realmente
la capacidad de distinguir entre el juego y la vida, entre
la representación y la realidad . Muchos psicólogos so
ciales no reconocen ese hecho elemental porque pasan
de la investigación de los fenómenos patológicos al aná
lisis del comportamiento de hombres psíquicamente
normales e interpretan la analogía como si fuera una
identidad .
Last but not least : la existencia económica de las
distintas clases y las distintas capas no posibilita en
Ja misma medida la formación de clichés de rol. Las
más expuestas a la fetichización según rol de los com
portamientos humanos son las capas de los pequeños
burgueses, los funcionarios, los managers y los peque
ños capitalistas. Menos expuestos están a ella la clase
obrera y las capas altas de la burguesía. En el caso
de la clase obrera lo decis ivo es que el proceso del tra
baj o -por extraño y mecánico que sea -se presta
poco a la formación de clichés de rol . Se puede « repre
sentar» el papel de portero de hotel, y un director-ge
rente puede sin duda sumirse en el rol de «director
gerente ideal » . Pero es imposible « representar» el papel
de « tornero ideal » , pues ante el torno no hay más re
medio que trabaj ar, y precisamente sirviéndose de los
movimientos más simples y económicos que se conoz
can. Todos esos movimientos están determinados por
Ja pieza trabajada y por la herramienta, y no directa
mente por la re lación socia l . Los representantes des-
1 50
tacados de la burguesía -cuyos comportamientos en
la actividad cotidiana pueden ser clichés- se ven cons
tantemente en la necesidad de producir reacciones no
determinadas por el rol, a causa de la lucha de clases
nacional e internacional y a causa de la constante apa
rición de situaciones nuevas. Si reaccionara según cli
chés de rol, la burguesía habría desaparecido ya hace
tiempo.
En la lectura de novelas policíacas norteamericanas
contemporáneas se encuentra a menudo la siguiente si
tuación : se parte de un hecho punible y se busca su
autor. Los caracteres de los personajes no ofrecen apo
yo alguno para averiguar quién es el autor. ¿ Por qué ?
Porque no son caracteres, no son personalidades, de
modo que en principio todos habrían podido cometer
el acto . El asesino es « Sustituible » : todos pueden ser
asesinos. La tensión resulta precisamente del hecho de
que unas veces sospechamos de uno, otras de otro,
hasta que, al final, el genial detective descubre el ase
sino real. Este genial detective es el único que penetra
con la mirada todas las complicaciones, el único si
tuado por encima del mundo del acusado, el único
que puede jugar con los seres humanos y, por lo tanto,
vencer en última instancia. Si existiera el mundo abso
lutamente manipulado, sería precisamente así.
Pero «mientras pueda aspirar, nuestro corazón no
será una ficha».
151
El lu g a r d e la éti ca e n e l m a rx ismo
1 53
blemas de la ética no han sido aún aclarados por el
marxismo -ni siquiera por sus principales represen
tantes- de un modo que rebase la mera aforística.
Y no porque la ética no tenga su lugar en el si stema
intelectual de Marx. (Más adelante nos referiremos a
un análisis pertinente al tema .) Hoy se convierte en
necesidad urgente la aclaración de este punto vacío.
No basta con comprobar que un movimiento de di
mensiones histórico-universales y cuya teoría contie
ne . en principio también el planteamiento moral no ha
elaborado ética alguna durante más de un siglo . Hay
que preguntarse además : ¿ por qué ?
Desde luego que l a falta de ética n o significa que
un movimiento carezca de moral o de código consue
tudinario. Pero de todas maneras esos tres factores van
juntos de algún modo. Las morales o códigos de cos
tumbres de los movimientos dados ofrecen en sus con
tenidos y funciones, con mayor o menor claridad, la
respuesta a nuestra pregunta de por qué un movimien
to no tiene ética alguna, o por qué tiene tal o cual ética
determinada.
Código y ética pueden encontrarse en relación in
directa. Cuando la elección y la acción se orientan por
códigos fijos, la seguridad de la elección humana es
relativamente grande y el contenido moral de la elec
ción dada es aproblemática para el hombre. Al mismo
tiempo es menos individual, se basa menos en el riesgo
personal, no es dinámica, es incapaz de tantear lo
<< nuevo ». La ética no aumenta siempre, ni mucho me
nos, la elección que se produce en una situación con
creta, sino que la seguridad puede dificultar la locali
zación de las contradiccione s morales y de otro tipo
de la situación dada . No se facilita la elección, sino
que se indican y se hacen conscientes el caracter alter
nativo de la situación y la individualidad relativa de la
1 54
elección . La ética da respuesta a la cuestión del conte
nido moral y de las posibilidades de la situación, pero
no le da nunca un consejo concreto.
Un movimiento no elabora una ética, no posibilita
la elaboración de los aspectos éticos de su teoría más
que cuando sus intereses morales tienen más afinidad
con la ética que con la acción dirigida por códigos .
Pero s u s intereses morales dependen en gran medida
de otros factores, algunos de los cuales vamos a rela
cionar :
155
alguna de una conducta conforme al código consuetu
dinario .
d) Por último, hace falta para l a elaboración de
la ética de un movimiento que haya conciencia, auto
conocimiento y autocrítica del movimiento de que se
trate. Lo cual no es tanto como el conocimiento de la
relatividad histórica por el mismo movimiento, sino
más bien una confrontación consciente con las contra
dicciones de dicho movimiento, contradicciones que
se aparecen a los individuos en la forma -entre ellas
de contradicciones m orales .
156
d) la época del marxismo pos1t1v1sta y manipula
dor, el m arxismo del culto a la personalidad;
e) las tendencias que se resistieron a la anterior,
sobre todo en estos últimos diez años, que son intentos
de un s egundo renacimiento del marxi smo .
1 57
vo del período, que t ranscurrió sin grandes conmocio
nes, impidió que el m ovimiento se tuviera que enfren
tar con su carencia de ética propia.
El marxismo de l a época del culto a la personalidad
recogió casi sin modificaciones la interpretación moral
de Kautsky y Plej ánov, aunque, como es natural, con
algunos complementos. El positivismo de esa época
se combina con no poco voluntarismo y ensambla am
bos con códigos demasiado rígidos y estrechos . Ese
« matrimonio mixto » corresponde a l a peculiaridad del
movimiento. Siguió en pie el factor aislamiento, más
programáticamente, incluso, que en la época de la
JI Internacional, y análogamente se estrechó la posibi
lidad de una práctica real dentro del movimiento. Todo
lo cual iba junto con un activismo colectivo en el cual
la espontaneidad no tenía casi función alguna, se es
trechaba el margen de movimiento del individuo hasta
el extremo y el có digo de costumbres ya aludido pres
cribía el contenido de las acciones individuales.
En el primer cuarto del siglo xx se manifestó de
nuevo la necesidad de ética, a causa de la situación re
volucionaria y también como consecuencia de la crisis
de la social-democracia, situada ante la elección entre
dos movimientos diferentes, entre varios caminos po
sibles. Lenin y Jaures fueron los que más intensamen
te sintieron esa necesidad; no por c asualidad : ambos
querían evitar -de modos muy diferentes y en condi
ciones también muy diversas- que el movimiento obre
ro no se aislara de los problemas y conflictos globales
de l a sociedad. El ¿ Qué hacer? de Lenin sitúa progra
máticamente en su lugar la categoría de la práctica
y tiene en cuenta la alternativa y la función de cada
individuo en la configuración y la realización de las
alternativas, en el « ¿ cómo ? » de l a realización.
No podemos ofrecer aquí un análisis de aquella
158
época . Nos limitaremos a afirmar que pese a ese nuevo
conato tampoco se convirtió en cuestión central la ela
boración de la ética marxista. Cierto que junto con la
práctica y la alternativa surgieron en el horizonte de
la teoría otras categorías y otros problemas importan
tes : la función social y ética de la violencia, las contra
dicciones éticas de Ja espontaneidad y la consciencia, la
relación con la tradición moral (el problema de los va
lores), la concreta aplicación de la tesis marxiana sobre
Feuerbach que analiza el dilema entre el « educador»
y el «educando », y según la cual la sociedad es siem
pre trasformada por los hombres que viven en ella
y por lo tanto -aunque no necesariamente- está siem
pre expuesta a la posibilidad de deformaciones ; la idea
de que la trasformación de la sociedad no es sino un
medio para la humanización d e la vida, la cual no se
puede conseguir de una vez, sino sólo en una revolu
ción permanente, etc . Pero esas teorías no se fundían
en un todo unitario (o lo hicieron sólo transitoriamen
te, y sólo en algunos respectos); y no se trató de que
faltara tiempo (siempre lo hay para la «exigencia de la
hora »), sino de que no era la « exigencia de la hora » .
Se desprende de muchos análisis -me limitaré a
citar el de Marcuse- que las revoluciones del siglo que
comenzaba seguían siendo « revoluciones del hambre » .
« Exigencias del d í a » eran, y c o n razón, l a conquista
del poder, la supresión de la miseria y de la opresión
brutal, la organización de la economía. Los problemas
éticos se presentaron sólo marginalmente, como mo
mentos morales contenidos en la anterior posición de
objetivos, como valores que caracterizaban material
mente la perspectiva y motivaban de este modo, junto
con otros motivos, la acción .
Hoy la situación es completamente distinta. Los trá
gicos y tremendos acontecimientos de la época pasada
159
han puesto, ante todo, en claro lo que puede ocurrir
al desterrar el motivo moral de la política y de la eco
nomía, cuando se separan política y economía de la
tendencia a la humanización, cuando en cada plano
de la realidad se impide la decisión individual y se
suprime la individual responsabilidad. En seg�ndo lu
gar, los órdenes sociales bien manipulados de Europa
y Norteamérica, que ofrecen a su población un bienes
tar material relativamente aceptable y en crecimiento
constante, requieren una nueva formulación de la pre
gunta « ¿ Qué hacer ? » Ahora el apartamiento o libera
ción de la miseria no ocupa en esa problemática más
que una posición de segunda fila, y más tarde de ter
cera. Ahora no se trata ya de crear los presupuestos de
la vida humana, sino que nuestra acción inmediata ha
de ser la producción de la vida verdaderamente hu
mana. La consciencia del derecho a una vida verdade
ramente humana está presente en los hombres del
mismo modo potencial en que lo estuvo el derecho
a la abolición de la miseria en los tiempos de la Revo
lución de la Miseria. Lassalle hablaba de la «maldita
falta de necesidades » 1 de los obreros. Lo que se hace
problema ahora es l a «maldita falta de necesidades » en
cuanto a l a totalidad de un regimiento humano de la
vida. La nueva consciencia de clase tiene que despertar
y formular la correspondiente reivindicación, para que
ésta se convierta en una fuerza capaz de trasformar
el mundo. El despliegue y la configuración de esta nue
va reivindicación es, empero, cosa más difícil que en
el caso de la antigua. La ética llega entonces a tener una
función central, si realmente asume su papel. Pues la
situación no sólo contiene implícitamente un momento
ético, sino que el paso de la nueva reivindicación a
l. En el siglo xx los obreros, en el sentido de La ssalle, no pade
cen, ciertamente, ninguna "maldita fal ta de necesidades".
160
consciencia es al mismo tiempo el paso a consciencia
del valor y el comportamien to éticos. Marx ha dicho
que los hombres se trasforman a sí mismos al tras
formar el mundo; no falsearemos nada si invertimos
del modo siguiente ese pensamiento : sólo podemos
trasformar el mundo si al hacerlo nos trasformamos
también a nosotros mismos.
De este modo volvemos a una de nuestras tesis ini
ciales : la ética tiene su lugar en el mundo intelectual
de Marx . Querríamos decir aún algunas palabras acer
ca de dónde está ese lugar, y de cómo es.
Todo el mundo sabe que Marx interpreta la socie
dad como práctica, como unidad de ser y consciencia
en la cual los marcos más generales de las posibilida
des de acción están determinados por el grado en que
está sometida la naturaleza, por el grado de « retroceso
de la barrera natural » . La humanid:1d se p roduce a sí
misma partiendo de un mundo que existía antes que
ella ; la historia de la humanidad es el nacim!ento y el
despliegue de la libertad : los hombres convierten cons
tantemente y en creciente medida las necesidades natu
rales en libertad propia suya, sin abolir por ello su
esencia necesaria y natural. Marx nos da, pues, una de
ducción consecuente de la idea de inmanencia. Las mo
tivaciones de la humanidad son de facto siempre inma
nentes : pero los hombres no tienen consciencia de ello,
o no la tienen p!ena. La consciencia de libertad de la
humanidad (y de los hombres individuales) aumenta en
la medida y en el modo como se hacen conscientes
en la humanidad (y en los hombres individuales) esa
inmanencia y la alternativa y el poder que nacen de ella.
Esta idea debe contener los contornos más generales
de la ética de Marx. La moral es siempre inmanen te,
pero la humanidad -en cuanto humanidad lib re- no
puede despertar a autoconsciencia más que con la cons-
161
11 - H . " Y VID� COTIOIM•a
ciencia de la inmanencia moral, lo cual significa -re
pitámoslo- la consciencia integral y única de la cis
mundaneidad y de la autocreación permanente. En esto
vería yo la contraposición de principio entre la ética
de Marx y la ética religiosa, completamente aparte del
hecho de que en la estimación de los diversos valores
ambas éticas lleguen a resultados contrapuestos, pare
cidos o idénticos.
En el pensamiento de Marx el grado de « retroceso
de la barrera natural» (resultante a su vez de finalida
des humanas) apunta al ámbito de movimiento de la
humanidad y, dentro de él, al de las integraciones, las
acciones, las clases, las capas y los individuos. Ese
margen de movimiento puede ser amplio o estrecho,
en su dependencia de épocas, capas, individuos e inte
graciones variables. Pero sea lo que sea, siempre con
tiene alternativas, y el resultado se presenta luego de la
elección entre un número infinito de alternativas. La
au tonomía relativa de la acció n humana es en mi opi
nión el segundo punto de partida de la ética marxiana.
La autonomía relativa significa dos cosas para el
in dividuo . Por una parte , es posibilidad, y al mismo
tiempo, postulado de configurar activamente su propio
des t : no y también, mediata e inmediatamente, el de su
integración y el de toda la humanidad. Por otra parte
es posibilidad, y también al mismo tiempo postulado,
de tener en cuenta todo lo necesario, o sea, y particu
larmente, los hechos sin estimar cuya mera « existen
cia» todo comportamiento activo degenera en moralis
mo vacío o en sueño es t éril. Los comportamientos de
Prometeo y Epicuro simbolizan juntos para Marx la
actitud fecunda ante las alternativas .
La moral es para Marx la razón del individuo dado
a sus circunstancias y posibilidades concretas . Por eso
rechazó categóricamente a cuan tos pretendían describir
1 62
las circunstancias con el léxico de la moral. Protestó
enérgicamente contra la identificación del concepto de
«Capitalista » con el de « malo» y del de « obrero» con
« bueno », y protestó también contra una caracterización
de la sociedad del futuro mediante conceptos morales .
E s o no quiere decir q u e negara la existencia d e valores
y hasta de acumulaciones de valores entre las circuns
tancias mismas. Pero Marx no pensaba que los valores
sociales , antropológicos acumulados fueran ya por sí
mismos valores morales; éstos val ores acumulados son
más amplios o más estrechos que los m orales y, en
todo caso, heterogéneos con ellos. La moral se revela
en la relación con ellos, en la elección o la recusación
de los valores que promueven el despliegue de la esen
cia humana verdaderamente tal, en la fidelidad al fin
afirmado, en el modo de esa firmeza, etc. Sólo sobre la
base de esa concepción podía surgir la categoría de re
volucionario prematuro (que se encuentra en el episto
lario sobre el drama de Lassalle Franz von Sickingen } ,
categoría e n l a cual la grandeza humana d e la acción
no queda indicada por la pura m otivación ni por la
mera consecuencia, sino por el hecho de que el héroe
asume una causa, responde de una causa que encarna
la representación consciente de todos los valores hu
manos, valores que él mismo no puede realizar en las
circunstancias dadas, pero que, a pesar de ello, entran
dentro de una perspectiva verdaderamente humana del
desarrollo de los hombres.
De todo ello se sigue que para Marx la moral no
tiene ninguna esfera particular. Casi toda acción huma
na tiene una dimensión moral, pero ninguna de ellas es
de naturaleza puramente ética. La moral señala la rela
ción objetiva del individuo con su especie (la relación
con los contenidos axiológicos), el nivel en el cual se
expresa esa relación (lo conscientemente que el indivi-
1 63
duo asume lo específico, h ::i s t a qué punto some te a ello
su propia particularidad, en qué medida llega a ser la
moral motivo de sus acciones) y también la p ru den
cia mural (en qué medida reconoce los conflictos entre
los contenidos axiológicos, qué capaz es de juzgar y ele
gir en las varias situaciones, en qué medida es capaz
de « aplicar » sus pri ncipios sin adaptarse simplemente
a la situación), y , por último, también la fuerza, la
resistencia y la seguridad del caracter.
Tambi éP. en la moral descubre Marx la extrañación.
Cuando l a moral se presenta como una e sfera autó
noma se trata de una moral extrañada. Sus postulados
se yerguen entonces inmóviles frente a la particulari
dad, y la moral aplast a al individuo (aunque a veces
éste se someta voluntariamente) igual que lo apl astan
el derecho o el estado (recuérdese el análisis de Fleur
de Marie). Pero la m o ral se encuentra también extra
ñada cuando -y en la medida en que- los intereses
de la integración (de la clase ante todo) se convierten
en postulados morales « naturales » para los individuos
pertenecientes a la clase de que se trate. El movimiento
comunista ha de conducir al final de esa determinación
clasista (o por las capas sociales), a conseguir que la
motivación específica de la elección se despren da de
su génesis actual en los intereses de clase de cada inte
gración concreta y se trasforme en un crecer hasta ser
directamente humanidad, ser específico . El despl iegue
de la esencia humano-específica , la human'.zación de las
circunstancias humanas se convierte así al mismo tiem
po en superación de la extrañación moral : la conquista
de un ámbito de movimiento individual cada vez mayor
en el cual Ja decisión e n el plano de la ética (no ya el
de la moral ab stracta) se haga pos'.ble para todos y
para siempre .
Una vez ofrecido un conspecto esquemático del he-
1 64
cho de que la ética tiene un lugar en el sistema del
marxismo y de dónde se encuentra ese lugar, hemos de
aclarar aún por qué hemos hablado de ética de los
movimientos socialistas, y no, simplemente, de ética
marxista. ¿ Por qué no es posible construir esa ética
basándose en la teoría filosófica de Marx? Digámoslo
más concretamente : ¿ por qué no puede un « marxólo
go » producir una ética marxista?
De todo filósofo se puede decir, en medida mayor o
menor, que ha de vivir y experimentar sus propias
ideas; sólo las ideas vividas son ideas filosóficas . Aun
más validez tiene esa afirmación para la ética, y, por
encima de todo, para la ética marxista . La ética mar
xista es ella misma práctica : no puede existir más
que si se puede realizar de un modo u otro, o de una
forma u otra. Una ética que se limite a contraponerse
pasivamente a un mundo manipulado no puede -aun
que esté construida sobre la base marxista- sino cons
tituirse a l o sumo en expresión contemporánea de la
«Consciencia desgraciada » . La ética de Marx no puede
ser toma de consciencia sino del movimiento que se
humaniza a sí mismo y humaniza de este modo la hu
manidad . Por eso la elaboración de la ética de .Marx
no depende sólo de la comprensión o interpretación
adecuada de los textos de Marx, sino también del des
pliegue de un m ovimien to así, cuya ética es esa ética.
Para quienes trabaj an ahora en ética marxiana, para
quienes quieren colmar aquel «punto hueco », no hay
más que una perspectiva : un renovado encuentro de la
actividad del movimien to revolucionario, de sus hom
bres, de sus masas (y de la actividad, trasformadora
del mundo, que se humaniza a sí misma) con la teoría
de Marx. La necesidad de una ética maaista se debe
a la moderna « maldita falta de necesidades », pero la
fecunda ética de Marx no se puede desarrollar más que
16.7
con la disminución y la superación de esa «maldita
falta de necesidade s » ,
Recordemos nuestras afirmaciones iniciales. Habla
mos al principio de cuándo puede un movimiento ela
borar una ética, y precisamos que cuando no se consi
dera absoluto, cuando termina su consciencia de espon
taneidad, cuando aumenta el ámbito de la práctica in
dividual dentro de la comunidad, cuando dispone de
consciencia, autoconocimiento y autocrítica. Pero no
pusimos en duda que, pese a faltar en mayor medida
esos factores, un movimiento puede desarrollarse, con
seguir éxitos y aumentar su influencia de las masas (así
ocurrió, por ej emplo, en la historia de los movimientos
marxistas, en el período de la II Internacional). Pero
hoy día un movimiento trasformador de la sociedad en
el sentido de Marx no puede existir sin esos factores.
Se trata ya no de los postulados de la ética, ni de la
ética marxista, sino de los postulados generales del mo
vimiento comunista en el sentido de Marx.
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Esta obra se ter m i n ó de i m p r i m i r
en Febrero de 1 985,
en l n gramex, S.A.
Ce nteno 1 62, México 1 3, D.F.
La edición consta de 3, 000 ejempl ares
El principal tema de Agnes Heller es el
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