Weber - SEGÚN Poggi
Weber - SEGÚN Poggi
Weber - SEGÚN Poggi
Su concepción del papel del estudioso (en particular de los hechos sociales) le imponían suprimir de su actividad sus
preferencias, valores personales, para impedir que contaminasen los resultados: esta autolimitación era ardua y
precaria por naturaleza y si se la llevaba al extremo podía vaciar de significado moral la existencia misma del
estudioso. Haciendo de él solo un estudioso, un ser sin sangre ni raíces
Alemania: debate intelectual sobre el estatuto epistemológico y el instrumental metodológico propios de las ciencias
de la cultura y sobre qué diferencias y qué semejanzas presentan con respecto a las ciencias de la naturaleza:
- Las ciencias de la naturaleza tienden a producir enunciados válidos para clases enteras de fenómenos
naturales, leyes que los explican e instrumentos técnicos para controlar su desarrollo
- Se produce la disensión de estudiosos que reconocen las particularidades de los hechos socio-culturales
Weber participa en la contienda sobre el papel de los juicios de valor pueden o deben desarrollar en el ámbito de las
ciencias de la cultura.
Para comprender su posición sobre estos temas, es útil referirse a lo que podría llamarse su “antropología filosófica”,
es decir, su concepción general de las particularidades de la especie humana:
- Los seres humanos están por una parte necesitados y por la otra, habilitados a colocarse a sí mismos y a
obrar en la realidad que los circunda sobre la base de una atribución de SIGNIFICADO de esa realidad.
- No les es dado a los hombres vivir y funcionar captando directamente la realidad misma, con el conjunto de
todos los procesos que de algún modo inciden sobre la existencia humana: para el hombre, la posibilidad de
colocarse y obrar en la realidad se basa en la capacidad de ordenarla revistiendo de significados momentos y
aspectos singulares a ellas. Pero esa realidad no posee significados que le sean intrínsecos, compete a los
hombres considerar determinados momentos y aspectos de ella como centrales, periféricos o indiferentes a
la propia existencia
Consecuencias metodológicas:
2. Este entendimiento debe encabezar de algún modo los procesos mentales, mediante los cuales los
individuos interpretan las circunstancias, las necesidades, oportunidades y amenazas que la realidad
existente comporta para ellos. El momento molecular de la realidad histórico-social estudiada por las
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ciencias de la cultura es la ACCIÓN: un comportamiento individual específicamente humano en cuanto
dotado de significado.
Complicación: que las operaciones interpretativas del estudioso influyan su modo de entender los sucesos sobre los
cuales indaga.
Weber no considera que la cientificidad de la investigación sobre hechos humanos esté necesariamente
contaminada por el hecho de que la misma comporta procesos subjetivos de interpretación y valoración imputables
tanto a quien estudia como a quien es estudiado. Constituye una ventaja por el hecho de que ella puede no sólo
conducir a un reconocimiento del cariz exterior de ciertos eventos, sino también alcanzar una comprensión de los
móviles, de las intenciones, de los procesos subjetivos que han precedido a ese modo de proceder (estamos en
condiciones de interpretarlo y explicarlo).
Es posible, y esta obligado a hacerlo, que el investigador limite el impacto de sus valores sobre su trabajo de
investigación, y que al conducirlo impida a sus juicios de valor contaminar sus juicios de hecho. Investigaciones que
respeten la diferencia entre los dos tipos de juicio pueden alcanzar resultados objetivamente válidos.
¿Cuáles son las condiciones de tal objetividad? Ante todo, la “avalorización” del investigador, es decir, su disposición
a privilegiar en la investigación la confirmación de los datos de hecho y a impedir que las propias preferencias
interfieran con esto. Después, el recurso a las reglas de la profesión en lo que respecta a tal confirmación y la
observación de la lógica en la construcción de los razonamientos relativos a los datos y a su concatenación.
Tipos Ideales: según Weber, las ciencias culturales deben construir y emplear conceptos cuya relación con
los fenómenos es diferente y que él sugiere llamar “tipos ideales”. Aquí “ideales”, no significa que tales
conceptos indiquen una condición óptima a la cual la realidad debería tender, sino más bien que ellos
caracterizan los sucesos concretos considerándolos como aproximaciones empíricas a un conjunto de rasgos
postulado por el estudioso para simplificar cognoscitivamente las variaciones concretas presentes en la
realidad, con la conciencia de que ninguna de estas variaciones refleja precisa y exclusivamente alguno de
esos tipos.
Weber no discute tanto esa noción como la práctica, dicha práctica produce no tanto simples tipos ideales como
algunas tipologías, es decir, conjuntos de conceptos ideal-típicos, y con esto revela el verdadero propósito de esa
noción.
La tarea del estudioso debe respetar dos exigencias contrastantes. Por una parte, debe reflejar en lo posible la
infinita variedad que la realidad concreta presenta y, por otra, debe controlar cognoscitivamente esa realidad de la
manera más económica posible, indicando en forma clara y sucinta las alternativas fundamentales que se reflejan en
la realidad misma.
Una Tipología fundamental: entre las presentadas en Economía y sociedad, encontramos una tipología muy
general, válida para cualquier aspecto o momento de la experiencia histórica, en cuanto concierte a
cualquier acción humana y responde a una pregunta: ¿en cuántos modos fundamentalmente diversos puede
un individuo orientar cualquier acción suya, en cualquier circunstancia?
A esta pregunta Weber responde: solamente en cuatro modos. La acción puede estar orientada por la tradición,
sobre la base de asumirse que lo que se hizo en el pasado merece y exige ser repetido en el presente –llamémosla
acción TRADICIONAL-. Pero puede también ocurrir que el actor se comporte como le sugieren o le imponen sus
sentimientos irreflexivos, sus emociones: en este caso llamamos AFECTIVA su acción. Finalmente, puede darse que el
actor se pregunte qué alternativas de acción existen en las circunstancias dadas, y elija entre éstas la alternativa que
mejor cumpla la preferencia absoluta que él tiene para una finalidad determinada, o bien la alternativa que mejor
responde a los recursos, a los obstáculos presentes en la situación, que tiene las mayores probabilidades de éxito y a
costos menores en la prosecución de una finalidad elegida a su vez sobre la base de las circunstancias, y no vista
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como intrínsecamente y definitivamente válida. En ambos casos hablamos de acción RACIONAL: en el primero, como
RACIONAL CON RESPECTO AL VALOR, y el segundo como INSTRUMENTALMENTE RACIONAL.
Las tipologías pueden servir a un fin genérico y también al más obvio e inmediato de seleccionar un aspecto más o
menos circunscripto de la experiencia histórico-social y ayudar al estudioso a indagarlo.
Sociología e historia: la ciencia histórica, como toda otra disciplina, no puede prescindir de conceptos: pero
la construcción de los conceptos de los que se sirve, más o menos conscientemente, no es su fuerte, dada su
tendencia a insistir en la unicidad de los hechos de los que se ocupa una y otra vez, y por ello a privilegiar el
detalle de los sucesos. Por esto, el trabajo científico de los historiadores debe ser completado por el de los
estudiosos que se dedican a la formación de tipos ideales, aptos para indicar temas constantes de la acción
histórica, de la construcción de instituciones, de la creación cultural, y a revelar ciertas líneas de máxima,
ciertas alternativas fundamentales. Y esta es la tarea que Weber asigna a la sociología, que la caracteriza
como una esclava de la historia.
Los fenómenos concretos se colocan generalmente a caballo entre un tipo ideal y otro, reflejando elementos de
ambos.
Los tipos pueden ordenarse arquitectónicamente. Es decir, cada componente de una determinada tipología puede
ser ulteriormente subdivido en más componentes y cada uno de éstos a su vez en otros. La ciudad, por ejemplo,
propone una bipartición típica-ideal entre ciudad occidental y ciudad oriental. Solo en la primera se dan, además de
cierta densificación de la población y cierto grado de especialización económica y de división del trabajo, también
una consistente autonomía institucional, en el plano político y jurídico, y un conjunto de obligaciones y derechos de
status constitutivos de una auténtica ciudadanía. En la ciudad oriental faltan estas últimas características. Sin
embargo, faltan por razones diversas, en dos subtipos: la ciudad china (donde la población de la ciudad queda
anclada en las aldeas y a los vínculos parentales) y a la ciudad hindú (donde existe el sistema de las castas que
descompone la población urbana en grupos que se distancian y excluyen recíprocamente).
Los conceptos ideal-típicos weberianos tienen en la historia tanto su origen como su meta.
Weber asigna a la sociología la tarea de “explicar interpretando” y excluye que la explicación en cuestión pueda
remontarse a leyes universales que gobiernan los sucesos humanos y que se dejan individualizar y enunciar. Los
tipos ideales no son leyes de tal alcance; como mucho deben ser considerados como hipótesis de las cuales servirse
para comprender ciertos desarrollos y ciertas tendencias, pero de las que es necesario saber liberarse cuando
revelan sus límites cognoscitivos. La realidad social es intrínsecamente contingente. Lo máximo que se puede hacer,
cognoscitivamente, es individualizar, provisoria e hipotéticamente, ciertas regularidades de su desarrollo pasado y
ciertas tendencias de su desarrollo actual.
Ciencia social y práctica social: esta concepción de la investigación de hechos histórico-sociales comporta
una concepción relativamente restrictiva de la relación entre ciencia social y práctica social. El estudioso para
dar una consistencia objetiva a una investigación que inevitablemente debe referirse a la actividad
interpretativa de los individuos, debe a su vez poner algunos límites a la propia actividad interpretativa. Pero
eso comporta que en cuanto estudioso él no está habilitado para indicar a otros qué cosa hacer, cómo obrar.
Puede como mucho indicar las alternativas que se presentan al actuar en determinadas circunstancias, las
condiciones necesarias para el éxito de alguna alternativa, las modalidades del accionar necesario para
conseguir ese éxito, y sus consecuencias probables. El estudioso puede aclarar el nexo entre los fines y los
medios que estén a disposición, pero no puede y no debe determinar los fines mismos.
Es tanto más necesario que el estudioso imponga tales límites a su propia conducta cuando desempeña un papel
profesional como el de docente.
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Pero tales límites valen, para el estudioso en cuanto tal, y en particular para el docente. No se aplican a ese mismo
estudioso cuando él se presenta y obra como ciudadano, como ser moral que hace sus elecciones personales y, sin
apelar a la autoridad de la ciencia, trata de comunicarles a otros y de convencerlos de la validez de tales elecciones.
Según Weber, un estudioso que trate de ser sólo un estudioso, en todos los momentos de su vida, corre el riesgo de
perder el propio vigor moral, la propia humanidad, porque se niega la experiencia de la responsabilidad, de la
adhesión férvida y apasionada a ideales y valores particulares, de la atribución de significado a la propia existencia.
Es en la acción donde Weber ancla su concepción de la sociedad, y la acción, en cuanto actuar significativo, que
refleja una intencionalidad. En ella están en juego las energías, las preferencias, las elecciones de los individuos, si
bien, naturalmente, de los individuos situados en un contexto. Pero, un componente fundamental de los contextos
en los que se sitúa cada individuo está dado por otros individuos, cada uno de éstos, a su vez, capaz de acción.
Esta circunstancia tiene consecuencias contrastantes. Por un lado, surge la posibilidad del conflicto entre los
individuos. Para Weber, el conflicto es siempre una potencialidad al menos latente en las relaciones entre los
individuos. Siempre es posible que cada individuo considere al otro como un obstáculo para la consecución de los
propios objetivos, o bien como un instrumento potencial para esa consecución.
Por otro lado, también puede ocurrir que las mentes de algunos individuos alberguen ciertos juicios, ciertas
preferencias, ciertos valores compatibles con los que albergan las mentes de otros. La afinidad puede inducir a todos
esos individuos a alinear y coordinar los unos con los otros las líneas de acción recíprocas, para sumar las propias
energías, para construir y gestionar juntos un contexto generalmente aceptado y relativamente consolidado.
Weber no privilegia esta condición respecto a la el conflicto. Antes que nada, orientarse a la hostilidad de los otros es
conceptualmente tan constitutivo de la acción como orientarse a su simpatía o a su neutralidad. Además,
frecuentemente, una condición dada no conflictiva deriva precisamente del conflicto y constituye su resultado. A
menudo el consenso entre ellos y el accionar colectivo se deben justamente al conflicto con otros sujetos, que obran
colectivamente para afirmar intereses en contraste con los de los primeros.
En Weber, los grupos surgen cuando una pluralidad de individuos, cada uno orientado por sus propios procesos
subjetivos, se ve atravesada por valores comunes; surgen en cuanto esos individuos comparten los mismos valores,
los mismos juicios, las mismas preferencias, determinados intereses. Y los grupos así constituidos son, los verdaderos
protagonistas del proceso histórico social.
¿De qué intereses se trata? Los más diversos, “intereses materiales e ideales”. El sustantivo “intereses” puede
evocar la concepción marxista del proceso histórico, según la cual la dinámica social va a parar a los grupos que
entran en conflicto precisamente en vista de los propios intereses respectivos: pero la dupla de adjetivos
“material/ideal” desmiente la visión marxista que privilegia el momento económico de la existencia social, haciendo
de éste el único punto de referencia precisamente de los intereses en conflicto, y asignando un papel secundario y
derivado al momento ideal.
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Cada actuar individual se desarrolla dentro de contextos caracterizados, sobre todo, por la presencia de una
pluralidad de individuos capaces de actuar. De ello deriva la posibilidad de que esos individuos se alineen unos con
los otros o entren en conflicto unos con los otros. Ambas posibilidades tienden a realizarse no tanto en el nivel de
cada individuo sino en el de los grupos (Stände) que, juntos, ellos constituyen. Cada Stand está unido por ciertas
líneas de acción compartidas pero al tratar de afirmar sus intereses tiende a encontrarse y a chocar con otros
Stände. Normalmente un Stand prevalece sobre otro al punto de poderle imponer la prioridad de sus propios
intereses, materiales o ideales.
Si un contexto en el cual varios Stände conviven se caracteriza por el hecho de que uno de ellos tiene el privilegio de
imponer la propia superioridad a los otros, se puede presumir que este privilegio será objeto de conflicto, y nos
podemos preguntar de qué cosa depende la capacidad de determinado stand de adjudicarse tal privilegio y de
imponerlo a los otros. La respuesta es simple y formal: depende de las relaciones de poder entre los stände.
Weber concibe el poder como la capacidad de un grupo de superar o neutralizar la resistencia de otros grupos a la
realización de los propios intereses, o de poner las energías de otros grupos al servicio de esos intereses. Visto así, el
poder es una cosa que no tiene otra justificación más que él mismo, y se revela puramente en el plano de los hechos.
Esto es particularmente evidente cuando el poder en cuestión es político-militar, vale decir, se funda sobre la
violencia organizada y se revela en la capacidad de enfrentar y derrotar en el campo el desafío de un enemigo
armado, o de suprimir la tentativa que un grupo haga de subvertir con la violencia el orden constituido.
Pero no todo el poder es político-militar; existen otras dos formas de poder. El poder económico, se basa sobre
recursos relativos a la producción y distribución de la riqueza material; un grupo que se apropia de las riquezas
estratégicamente más significativas en una determinada situación, excluyendo de ellas a los otros grupos, puede de
ese modo limitar fuertemente la autonomía de aquéllos.
En determinadas circunstancias un grupo llega a imponerse como depositario y como instrumento de un mensaje
autorizado de tal forma como para deber ser considerado válido también por otros grupos, aún más, de ser posible,
por todos los grupos; el mismo se impone como fuente primaria de una definición, en lo posible compartida y
aceptada, de lo que es y de lo que debe ser.
Si bien los grupos empeñados en esta contienda en determinados momentos pueden aprovecharse de recursos
político-militares y económicos, el recurso fundamental en la contienda es la capacidad, para un determinado grupo,
de hacer valer como sagrados los propios valores, y por ello de hacerlos valer como premisas y criterios del accionar
general. En la contienda es decisivo, pues, el momento simbólico: para vencer un grupo debe hacer valer los propios
modos de pensar, de comportarse, el propio estilo de existencia como una representación válida del orden
trascendente, que expresa y comunica las características y las reglas de ese orden.
Los estilos de vida en su conjunto se vuelven un sistema de status, un complejo ordenado de posiciones sociales
diferencias y jerárquicamente ordenadas. Los individuos se colocan en una u otra de estas posiciones, cada una de
las cuales definen aquellos que la ocupan en un grupo exclusivo, fuertemente distinto de todos los otros, si bien
comprendido en un ordenamiento públicamente reconocido y generalmente considerado como válido. Dado esto,
podemos decir que posee poder un grupo que haya logrado hacer valer la superioridad intrínseca de un mensaje al
que ha servido de fuente y de instrumento, y que en consecuencia ocupe una posición privilegiada dentro de un
sistema de status generalmente aceptado.
Según Weber existen tres formas diversas de poder. Todas las formas se fundan en la capacidad de un grupo de
apropiarse de recursos socialmente significativos y de servirse de los mismos para reducir a una posición inferior a
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los grupos que quedan privados de ellos. Difieren por la naturaleza de los recursos en cuestión, respectivamente,
medios de destrucción (o de coacción) en el caso del poder político-militar; medios de producción en el caso del
poder económico, medios de interpretación (o de significación) en el caso de la tercera forma de poder, que llamaré
ideológico.
Clases, grupos y partidos son fenómenos de la distribución del poder dentro de una comunidad. Las clases se forman
en la esfera de las relaciones económicas y más propiamente en las de mercado; el hecho de entrar al mercado
disponiendo o no disponiendo de capital diferencia a las clases más importantes, si bien diferenciaciones ulteriores
son posibles (por ejemplo, quien no tiene capital pero posee conocimientos y calificaciones importantes). La posición
de clase de los individuos incide directamente sobre las que Weber llama “oportunidades de la existencia”.
Los grupos se formas en la esfera de las relaciones culturales y sociales; los que pertenecen a grupos diversos gozan
de un prestigio diferente, de una credibilidad moral diferente.
El componente de poder de las relaciones que se establecen entre los grupos resulta particularmente visible cuando
un grupo superior puede excluir a los inferiores del acceso a bienes, prácticas, conocimientos que lo caracterizas,
imponer a los otros respetar ciertas distancias, reconociendo con ello la superioridad de los grupos altos y la
inferioridad de los bajos. Pero a veces existen gradaciones múltiples y sutiles en este juego de afirmación y defensa
de las ventajas de cada grupo.
Los partidos se forman en la esfera de las relaciones políticas, las que dan lugar a las diferencias entre grupos en el
acceso a los medios de destrucción y coacción. Pero a menudo en su aspecto cotidiano la referencia a la violencia
organizada es relativamente rara. La diferencia más evidente concierne a las facultades de emitir y hacer ejecutar
órdenes públicamente válidas. Sustancialmente constituye “partido” un grupo caracterizado precisamente por la
capacidad que tiene de afirmar los propios intereses decidiendo el contenido de órdenes públicas o influyendo sobre
ese contenido.
Estos tres tipos de agrupamiento pueden coexistir en un contexto histórico determinado, incidiendo en dimensiones
distintas del mismo. En cada una de estas dimensiones, cada individuo puede encontrarse solidario con algunos
individuos y en posición de conflicto con otros, sin que estos alineamientos positivos o negativos coincidan entre una
dimensión y las otras. Por la misma razón un individuo puede encontrarse en una posición de ventaja en una
dimensión y en posición de desventaja en las otras. Es por esto que se dice entonces que Weber tiene una
concepción multidimensional de la desigualdad social, distinguiéndola de la unidimensional atribuida en cambio a
Marx.
5. WEBER Y MARX
Si bien concentramos nuestra atención en la dimensión conflictual de las vicisitudes históricas, no es justo ver en ella
como protagonista sólo las clases, entendidas como agrupamientos que emergen en la esfera de las relaciones
económicas. Si bien Marx y Weber las conciben de manera un poco diversas, el segundo concede al primero que las
clases han sido protagonistas de primer orden del proceso histórico-social, y esto vale sobre todo en la sociedad
moderna. Sin embargo, para Weber la historia en su conjunto demuestra también la incidencia estratégica de
agrupamientos distintos de las clases, por consiguiente de grupos y partidos, que obran en la esfera respectiva de las
relaciones socio-culturales y en la de las relaciones políticas y de sus conflictos.
La configuración del todo social en su conjunto es el producto contingente de los encuentros, de los
acomodamientos, de los choques entre las estrategias independientes y en buena parte contrastantes de los stände,
de las prioridades que se establecen sobre la base de tales encuentros, acomodamientos, choques.
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Uno de los análisis weberianos más profundos sobre las relaciones entre las esferas institucionales, insiste sobre la
naturaleza conflictiva de esas relaciones, pero la fundamente precisamente a partir de las necesidad que tiene cada
individuo de orientar su existencia a UN valor supremo, y de la incompatibilidad entre los valores centrales de las
esferas religiosas y moral, por una parte, y los valores centrales de la esfera económica, política, erótica, estética e
intelectual, por la otra. Según Weber, no se puede servir a dos patrones; quien intenta prestar la misma atención,
dedicar la misma energía, en la propia existencia, a más de un valor, corre el riesgo de desvalorizarlos a todos.
7. LA RACIONALIZACIÓN
Weber identifica ciertas líneas de tendencia históricas que se realizan mediante secuencias de innumerables sucesos,
por largos períodos y con referencia a múltiples aspectos de la existencia social. Reconoce que la llegada de la
modernidad ha cambiado profundamente muchas estructuras sociales y formas culturales, y ha explicado, en el
curso de algunos siglos, una persistente dinámica, la cual a partir de su base originaria, le Europa occidental, ha
incidido y está incidiendo imperiosamente sobre una parte tras otra del globo. Teoriza acerca de esa dinámica como
una expresión particularmente coherente de una modalidad específica del accionar humano, la racionalización de las
formas de conducta y de cultura.
Toda acción puede ser reconducida principalmente a uno u otro de los cuatro tipos ideales: acción tradicional –
afectiva – racional respecto al valor – instrumentalmente racional. En el ámbito de esta tipología es simple
caracterizar conceptualmente el proceso de racionalización: en el curso del tiempo, los dos tipos de acciones
racionales tienden a desplazar y remplazar al tradicional y al afectivo, o reducir su incidencia.
Cada vez más frecuentemente, la acción de los hombres se conforma al modelo de un accionar deliberado,
emprendido y gestionado sobre las base de una percepción consciente de las circunstancias en las que se desarrolla,
y en particular a una búsqueda asidua de una relación objetivamente óptima entre los medios a disposición del actor
y sus fines.
Las mismas relaciones entre más actores reflejan este modelo. Cada vez más se realizan con fines específicos,
expresamente concordados y negociados entre los actores, y son consideradas por ellos principalmente como un
recurso, como instrumentos para el logro de los fines comunes: se desarrollan sobre la base de códigos explícitos de
comportamiento recíproco, que dejan poco espacio a la tradición o a la espontaneidad de los actores. Se persiguen
los fines compartidos utilizando los instrumentos técnicos más eficaces a disposición en el contexto. Esto conlleva,
entre otras cosas, a que los alineamientos y los contrastes sociales que se fundan en el status pierdan importancia
con respecto a los fundados en la pura posesión de recursos económicos o en el acceso a posiciones de poder
político.
A estos aspectos sociales del proceso se acompañan aspectos culturales afines con los primeros. La secularización
reduce progresivamente la credibilidad y la eficacia de concepciones y de valores de carácter religioso, que por
siglos, en el Occidente cristiano, habían puesto lo sagrado en el centro tanto del universo como de la existencia
individual y la vida pública, y además afirmado la autoridad de la tradición. A ésta se contrapone cada vez más, la
autoridad de la ciencia entendida como complejo de saberes empíricamente fundados, siempre abiertos a la
ampliación y a la revisión, y capaces de orientar formas cada vez más poderosos de control técnico de la naturaleza
(y de la sociedad). En el ámbito de los principios morales, se desarrolla el individualismo, que autoriza el individuo a
referirse principalmente al propio juicio y al propio interés para orientar su propio accionar.
Occidente ha sido la región del mundo en la cual se pusieron a punto los nuevos modo, expresamente racionales, de
desarrollar una multiplicidad de tareas sociales en los campos más diversos, modos que, a pesar de sus orígenes en
una particular región del mundo, se han revelado e impuesto como universales ineluctablemente desplazando,
erosionando, sustituyendo modos alternativos de desarrollar las mismas tareas.
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El hecho de que la racionalización de origen y de marca occidental no parece haber agotado para nada sus efectos,
aún más, continuamente los amplía y los elabora, nos significan el fin de la historia.
Siempre es posible que en un rincón relativamente remoto del globo surja un mensaje nuevo que niegue toda
validez moral a la racionalización y condene sus ventajas en lugar de exaltarlas. Y puede ocurrir que este mensaje
encuentre consenso, evoque sus energías colectivas capaces precisamente de frenar y subvertir una tendencia que
parecía hasta aquel momento irrefrenable.
Una razón entre otras para considerar posible un cambio tal es que la tendencia por largo tiempo victoriosa de la
racionalización margina y sacrifica valores incompatibles con ella misma, pero no puede suprimir totalmente la
memoria, el reclamo, la nostalgia. En particular en los dos primeros decenios del S. XX, Weber prestó notable
atención a los movimientos sociales y culturales que trataban de ir a contrapelo de los valores y de las tendencias
dominantes en la cultura burguesa, y proclama que esa cultura estaba vacía, exhausta, corrompida, que era
inhumana.
Para resumir: los procesos mentales de los cuales procede el accionar de los individuos se refieren a datos, a
condiciones, a valores depositados en la situación histórica por las acciones de grupos unidos en común, y
orientados en su obra por intereses colectivos. Los actores históricamente significativos son los stände, los grupos,
que se encuentran y se miden los unos con los otros cada uno en el intento de hacer valer en presencia de los otros,
los propios intereses materiales e ideales.
Como no es posible que de este privilegio gocen todos los grupos, quiénes gozan de él en una determinada situación,
dependen de la cuota de poder que cada grupo posee.
Los contextos históricamente más significativos en los que se deposita el resultado de las interacciones de los grupos
(conflictivas, cooperativas, competitivas) son sociedades, cada una de ellas caracterizada principalmente por el modo
en que se resuelven algunos problemas sociales y culturales, los relativos a relaciones respectivamente políticas,
económicas, religiosas, jurídicas, etc. Los modos más importantes están fijados conceptualmente por tipologías. Si a
esa configuración se la considera en largos períodos, puede resultar que sufra cambios continuos en una
determinada dirección –en el caso de la sociedad occidental moderna, en la dirección de una racionalización de las
relaciones sociales y de los contenidos de cultura-. Pero esta misma tendencia debe ser considerada como el
producto del accionar e interaccionar de los grupos, no como la manifestación de un destino inmanente al desarrollo
histórico, irrefrenable e irreversible.
A Weber le interesaban mucho tres complejos de temas económicos: la historia de los fenómenos económicos
mismos, y en particular, del capitalismo y el industrialismo; en segundo lugar, la naturaleza de las instituciones
económicas, es decir, de los conjuntos de reglas, de arreglos, de recursos de prácticas, en el ámbito de los cuales se
desarrollan los proceso económicos; en tercer lugar, las relaciones que tales instituciones tienen con instituciones
diversas, en particular religiosas y las que presiden la gestión política de la sociedad.
La imponente serie de ensayos weberianos de sociología de la religión encuentra su origen inicial en estas preguntas:
¿qué relaciones recíprocas han existido, en la historia de las grandes civilizaciones, entre religión y economía? ¿De
qué modo intereses expresamente ideales como los dominantes en la esfera religiosa han interactuado con intereses
evidentemente materiales como los dominantes en la esfera económica? ¿Hasta qué punto, en varias partes del
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mundo, complejos de ideas y prácticas de naturaleza religiosa han favorecido u obstaculizado la transformación de
las estructuras y de los procesos económicos propia de la Edad Moderna?
De particular interés para Weber es el modo diverso en el que las religiones configuran una visión del mundo y
colocan allí al hombre, desarrollando una determinada concepción de los límites y de las potencialidades de la
existencia individual.
Esta intuición se contrapone a dos concepciones alternativas. Según la primera lo que cuentan es la religión, no las
religiones, no siendo estas más que variantes individualmente insignificantes de una sola gran realidad institucional,
que en todas sus variantes sirve para crear una cierta homogeneidad de orientaciones morales y de concepciones de
lo real entre los que pertenecen a una misma sociedad. Según la otra concepción, no importan demasiado, en
cuanto la experiencia religiosa, en todas sus manifestaciones, no hace sino reflejar y mitificar las desigualdades
sociales que principalmente estructuran las relaciones entre grupos dentro de una determinada sociedad.
Weber, en cambio, atribuye un rol potencialmente muy incisivo a los complejos de significados custodiados en las
mentes de los individuos, que sirven para ordenar la realidad intrínsecamente desordenada en la que se encuentra
arrojado todo ser humano. Considera que ese papel lo desarrollan de diferentes maneras distintos complejos,
comenzando por los de naturaleza religiosa.
3. EL CAPITALISMO MODERNO.
La ética protestante y el espíritu del capitalismo, publicado en 1904-5 y nuevamente en 1920 se relaciona no sólo
con la temática expresamente sociológica de la relación entre religión y economía, sino también con la historia de los
hechos económicos, examinando un aspecto de un grandísimo suceso histórico –la génesis del capitalismo moderno-
e interrogándose por sus cusas.
Weber en contraste con Marx, sostiene que han existido significativas formas de capitalismo antes del advenimiento
de la modernidad, pero que es propia de ésta una forma totalmente nueva. Se trata de un capitalismo orientado a la
producción, que funciona por medio de empresas y opera a través del mercado. Tiene las siguientes características:
- Los medios de producción materiales son propiedad plena de los propietarios del capital
- Tecnología racional
Este sistema domina el horizonte económico moderno. La producción orientada a la ganancia mediante el trabajo
asalariado margina o subordina todo modo distinto de organizar las actividades productivas. Este éxito histórico del
capitalismo moderno se debe a si inigualada capacidad de racionalizar los procesos productivos y distributivos.
Pero el capitalismo moderno ha conquistado este predominio en el curso de algunos siglos, a partir de una situación
en la cual no existía en absoluto, o existía sólo en una medida del todo subordinada o marginal. ¿A qué
circunstancias, a qué procesos se debe su génesis?
La ética protestante pretende ofrecer una contribución específica a la solución de este problema, dando por
descontado muchos otros componentes de esa solución, entre ellos los que generalmente asociamos con la visión
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marxista y que acentúan los cambios en la naturaleza de los medios de producción y en las relaciones entre quien se
apropia de esos medios y quien los utiliza en el proceso directo de producción. Además, afirma la importancia de
otros componentes no expresamente económicos de la génesis del capitalismo, como la existencia de arreglos
institucionales e intelectuales particulares.
La obra privilegia un objeto específico: el primer empresario capitalista, o bien el sujeto colectivo responsable de la
tarea histórica de individualizar y movilizar los nuevos recursos económicos, de utilizar las oportunidades ofrecidas
por los arreglos institucionales e intelectuales específicos de la primera modernidad.
A este espíritu del capitalismo correspondía no sólo autorizar moralmente la aspiración de los individuos a la
ganancia, sino también orientarla y obligarla a expresarse a través de una actividad cotidiana, por un lado de gestión
racional de los recursos invertidos en la empresa, y por el otro, de búsqueda de nuevos productos, nuevos mercados,
nuevas modalidades de producción y de distribución.
La tares histórica de insertar en las estructuras económicas de la primera modernidad el cuerpo extraño
representado por el capitalismo, poniendo en marcha un hecho que a su tiempo lo conduciría a deshacer esas
estructuras y rehacerlas según su propia imagen, podía haber sido desarrollado sólo por un conjunto de personas
interesadas no sólo en aprovechar nuevas ocasiones de ganancia, sino en poner a prueba la propia estatura interior,
reflejando en cada aspecto de la existencia un deber ser nuevo.
- Apelación preponderante a la racionalidad como criterio para orientarse en la realidad y para proceder a
elecciones.
- Fin de la tesis de que el modo tradicional de hacer las cosas es intrínsecamente válido y merce ser respetado
- Represión de la tendencia a obrar sobre la base de impulsos emotivos, comprendidos los más nobles, como
el amor al prójimo, la compasión hacia personas en dificultad, la solidaridad con los propios asociados.
- Preferencia por objetivos cuyo alcance se preste a ser calculado, y por un cálculo que haga caso a la relación
entre recursos empeñados y objetivos conseguidos.
Cómo ha sido posible, en el horizonte cultural e institucional de la Europa del medioevo tardío y de la primera
modernidad, que se formase un ideal moral semejante, tan en contraste con algunos principios cristianos:
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- La consideración de las tareas mundanas en general, y en particular de las relativas a la esfera económica,
como menos válidas, desde el punto de vista religioso, de las directamente relevantes para la búsqueda de la
salvación. Como la contemplación, la oración…
- La alta valoración de la tradición como fuente de criterios para el accionar en general, y por ello el desaliento
de la innovación.
La ética protestante sostiene que la formación del espíritu del capitalismo había dependido también de condiciones
de carácter religioso, y precisamente de la reforma protestante, que en algunas regiones europeas había privado de
sanción religiosa las concepciones mencionadas y permitido que las actividades económicas se llevaran a cabo con
una actitud moral distinta. Sostiene además que la reforma no había producido este efecto liberando a la actividad
económica de las procedentes rémoras morales; por el contrario, en el ámbito de la primera modernidad el temor
había permanecido por largo tiempo muy presente.
Weber se pregunta cuáles entre las confesiones reformadas ha cumplido principalmente ese papel, y por qué
razones.
Ante todo, rechaza la respuesta más común entre los estudiosos alemanes, según la cual la parte decisiva había sido
ejercida por la reforma luterana. Lutero había cargado de significado moral y religioso el concepto de Beruf
(vocación/ocupación/profesión) que había introducido en su versión de la Biblia. Pero Lutero tenía una concepción
esencialmente estática del Beruf, en la cual se perpetuaba la exhortación medieval al individuo de efectuar
debidamente los deberes tradicionales del propio Estado mundano, a identificarse con el propio oficio y a observar
en él escrupulosamente las reglas corporativas. Aplicada a la conducta de los negocios, esa exhortación estaba muy
lejos de prestar al espíritu del capitalismo una sanción religiosa.
La ética protestante argumenta una solución muy distinta, según la cual esa tarea histórica la había desarrollado el
calvinismo. El argumento presta mucha atención al contenido teológico de la visión de Calvino y en particular al
dogma de la predestinación, según el cual Dios decide para cada individuo, de una vez y para siempre, el destino
ultraterreno y eterno de ser salvado o condenado. Si es creyente, el individuo sabe que ha sido objeto de esta
decisión, pero no la puede conocer y menos aun modificar.
Ello induce en él un sentimiento agudo y penoso de ansia, de soledad, irremediable desde el punto de vista
teológico, visto que la decisión es incognoscible e inmodificable. Sin embargo, la presión de tal aguijón sobre el fiel
es capaz de obligarlo a intentar, de algún modo, asegurarse acerca de su propio destino ultraterreno; y lo hace
empeñándose en conducir de manera ejemplarmente asidua, prudente, a partir de su dimensión profesional, de
oficio. Hace de esa dimensión el aspecto central de toda su existencia una persona que se identifica principalmente
con la propia ocupación, y la considera y la práctica como el modo más auténtico de poner a prueba la propia
estatura moral.
Afirma que se debe al calvinismo una nueva forma de ascetismo no el tradicional ascetismo cristiano, sólo posible
fuera del mundo, practicado en los monasterios por pocos individuos, sino un ascetismo mundano, el de los hombres
comunes que obran en las circunstancias comunes de la existencia.
Es ésta la ética protestante: una ética que toma principalmente en serio las tareas mundanas, cotidianas del
individuo y ordena que sean realizadas con una dedicación que se expresa a través del desapego a los modos
tradicionales de entender y de practicar esas tareas, desapego de los otros individuos con quienes se trata o con
quienes uno se asocia.
Individuos enérgicos y perspicaces pueden valerse de las nuevas ocasiones de provecho abiertas por las condiciones
objetivas, materiales e institucionales de la primera modernidad, y crear ocasiones siempre nuevas, no sólo sin
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exponerse a un sentido de riesgo moral, sino viendo directamente en el éxito siempre renovado de la empresa una
verificación de la propia dignidad moral, o al menos un legítimo modo de expresar y al mismo tiempo aliviar la propia
tensión interior.
7. LA TESIS DE WEBER
La génesis del capitalismo moderno ha requerido, además de muchas otras condiciones de naturaleza muy diversa,
también la formación de un espíritu coherente con las peculiares características de este nuevo modo de gestionar las
actividades económicas, que no sólo permitieses a los empresarios dirigir constantemente las propias actividades a
la ganancia, sino que les ordenase hacerlo, por un lado, de la manera más racional y abierta a la innovación posible y,
por otro, con la certeza de la validez moral de la propia conducta.
La formación de tal espíritu y su adopción por parte de grupos relativamente numerosos de empresarios, ha
requerido a su vez la remoción de fuertes rémoras religiosas. Esta operación histórica la ha cumplido por una
particular visión religiosa, el calvinismo, especialmente mediante un aspecto peculiar y sobresaliente: el dogma de la
predestinación.
Entre los efectos hay algunos que han sido en amplia medida paradójicos. Ante todo, entre las primeras
generaciones empresariales, aquellas cuya dedicación al espíritu del capitalismo estaba más o menos directamente
motivada por su creencia al dogma dela predestinación, el éxito mismo de sus actividades ha adormecido
progresivamente el vigor religioso de muchos individuos, y a largo plazo ha atenuado su identidad de creyentes.
Otro aspecto paradójico es que después de haber contribuido significativamente a la génesis del capitalismo, el
espíritu capitalista ha dejado de ser indispensable al sistema capitalista. Las prácticas que ese sistema sigue
exigiendo para su funcionamiento son impuestas a los individuos por la pura necesidad de sobrevivir. La
competencia inexorablemente obliga a cada actor a un comportamiento incansable, enérgico, abierto al cambio,
racionalmente orientado a los datos objetivos de la situación y tendiente a l maximización de las oportunidades que
ella presenta. De otro modo les toco ser excluido del juego.
Debemos diferencias secta de iglesia. Ambas son agrupaciones estables y claramente estructuradas de individuos
que comparten una determinada concepción de la salvación religiosa, las mismas prácticas rituales, etc. Pero la
estructura de la iglesia es distinta de la de la secta.
En una iglesia se distinguen con claridad los papeles religiosos del clero y de los fieles, respectivamente; el clero
mismo está jerárquicamente diferenciado, el laicado tiende a ser mucho más amplio, porque la iglesia es en principio
una agrupación inclusiva, en cuanto se presume que cualquiera puede formar parte de ella salvo que sea
expresamente excluid.
En la secta típica, en cambio, no existe una jerarquía en el interior del clero, éste no tiene competencias y recursos
sacramentales que lo diferencien netamente de los fieles, y la pertenencia es exclusiva. Vale decir que se entra a
formar parte de los fieles sólo si es expresamente admitido.
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Se da el caso de que algunas sectas reconocen como cualidades calificantes para la admisión al grupo y para la
continua pertenencia a éste, justamente esos modos de conducir la propia existencia que son constitutivos del
espíritu del capitalismo.
La tensión moral del individuo y por ello su tendencia a dar continuamente prueba de su temple moral, deriva en un
caso de su ansia de salvación y en otro de su deseo de pertenencia.
1. EL PODER SOCIAL
El poder social se puede constituir de distintas formas, sobre la base del acceso privilegiado de un grupo a recursos a
su vez diversos por naturaleza: medios de coacción, medios de producción o medios de inrpretación.
El poder político constituía para Weber, un tema de altísima importancia. En el ámbito de la concepción weberiana
del proceso social, se puede sostener que la esfera política ocupa una posición central, a pesar del hecho de que en
sede científica él la trate mucho menos difusamente que la esfera religiosa o la económica.
A Weber le importaba mucho la política, y no sólo como ciudadano o como publicista, sino también como teórico de
la sociedad.
Para Weber se da el poder si, dados dos sujetos que interactúan, pero entre cuyos fines existe un contraste, un
sujeto tiene cierta probabilidad de realizar sus propios fines aunque el otro se oponga. Los sujetos a los cuales se
refiere pueden ser individuales o colectivos, el poder así entendido puede hacerse valer pueden ser los más variados
y el mismo poder puede oscilar al variar las circunstancias entre un sujeto y otro, e incide a veces sobre intereses de
escasa relevancia social. Desde un punto de vista sociológico, es mejor poner atención a situaciones no tanto de
poder como de dominio: es decir, situaciones en las cuales la relación precisamente de poder es relativamente
durable y estructura visiblemente la diferencia entre los grupos en el interior de una determinada sociedad.
Weber sugiere que hay dos configuraciones contrastantes del dominio: la que opera a través de la orden que una
parte da a otra y la que opera mediante el control que la primera ejerce sobre las circunstancias en las que opera la
segunda.
En un caso, la característica es que la orden da lugar a la obediencia, es decir que quien recibe la orden deja que su
accionar sea orientado no por la consideración de lo que le convendría o que preferiría hacer en la situación dada,
sino por la consideración de lo que la orden manda hacer. En el otro caso, la parte subordinada sigue orientándose
principalmente sobre la base de sus propias preferencias; pero dados los vínculos que impone a su conducta una
situación en la cual ciertos recursos estratégicos están monopolizados por la otra parte, se ve inducido justamente
por esa orientación a “hacer el juego” a dicha parte, si bien no intencionadamente o contra su propia voluntad.
Mientras el poder político es el ejemplo obvio de la primera configuración, el poder económico ejemplifica la
segunda.
3. MANDATO Y OBEDIENCIA
En lo que concierne al poder político, Weber se plantea el problema de cuáles son las motivaciones típicas que
inducen al subordinado a obedecer la orden. En un caso, el sujeto obedece una determinada orden. En un caso, el
sujeto obedece una determinada orden sin deliberar expresamente en hacerlo, porque lo hace siempre, porque no
le pasa por la cabeza el desobedecer. Muy frecuentemente, en el curso de la historia, en cuanto esclavo frente al
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patrón, en cuanto niño frente al adulto, en cuanto mujer frente al hombre, la obediencia ha sido una dimensión a-
problemática, totalmente descontada, de la propia posición existencial.
El otro caso es bastante diferente: aquí la situación creada por el orden es intrínsecamente problemática, porque
incide sobre una situación en la cual el sujeto a quien le viene dada la orden tiene preferencias propias, que
contrastan con el contenido de la orden, y por esta razón se empeña en una consciente deliberación de cómo
reaccionar a la orden misma. Compara las ventajas y las desventajas de la desobediencia con las obediencia y este
cálculo determina una solución o la otra.
A estas dos modalidades de respuesta a la orden (una totalmente rutinaria y no reflexiva, la otra altamente reflexiva)
se les yuxtapone una tercera, en la cual la obediencia se verifica sobre la base de un sentido de obligación moral. Es
sólo en este ámbito donde se vuelve decisiva la consideración, de si la orden es legítima.
Generalmente, la obediencia moralmente motivada es más generosa y disponible que la que se basa sobre el
cálculo, menos costosa para quien ordena, a menudo psicológicamente menos gravosa para quien obedece. Un
ordenamiento político que sea considerado legítimo es más durable, más eficaz, más seguro que uno que no sea
considerado legítimo.
La legitimidad no es una cualidad innata de cada ordenamiento político al que se refiere, sino que es adquirida por
un ordenamiento en el curso de un proceso histórico. A menudo un ordenamiento al principio se constituye y se
impone puramente de hecho, haciendo valer exclusivamente la superioridad de quien ordena. Sólo posteriormente
tal ordenamiento llega a circundarse de un halo de legitimidad.
Cuando dicho ordenamiento sufra una crisis de legitimidad, es decir cese de inducir a los destinatarios de sus
órdenes a prestarles una obediencia voluntariosa y obligatoria, el ordenamiento puede entonces, al menos en el
corto plazo, mantenerse sobre la base de sus recursos coercitivos o activando otras consideraciones puramente de
hecho que inducen a los mandados a obedecer.
La legitimidad no se deja entender exclusivamente como un simple medio de los poderosos, como algo que
incondicionalmente incrementa el poder y lo estabiliza. Cada forma de legitimidad implícitamente pone algunos
límites al poder, y está sujeta a crisis potencialmente recurrentes, a ocasiones en las cuales la legitimidad misma no
se presta para apoyar y justificar ciertas acciones de poder.
Los Estados soberanos no se dan órdenes y no piden obediencia unos a los otros; sus relaciones recíprocas se basan
sobre el relativo quantum de poder, de mera capacidad de bloquear o de vencer la resistencia o interferencia de los
otros.
5. TIPOLOGÍA DE LA LEGITIMIDAD
Se trata de configuraciones idealtípicas que, tomadas en su conjunto, delimitan el ámbito de variación del fenómeno
de la legitimidad, si bien ninguna de ellas se presenta en la realidad concreta de la manera neta y exclusiva en la cual
se puede construir conceptualmente
Legitimidad tradicional: aquí lo que justifica la orden y vuelve obligatoria la obediencia es la apelación a la
intrínseca validez y bondad de lo que ha sido siempre, la concepción del pasado como fuente de toda
sabiduría y de todo correcto accionar. Es la perduración en el tiempo lo que vuelve sagrado, a largo plazo, un
determinado modo de concebir la realidad y de vincular y orientar el querer.
Legitimidad legal-racional. De los dos tipos de legitimidad, la tradicional es la que más a menudo se evidencia
en la historia. La carismática es un fenómeno recurrente pero relativamente raro, que corresponde a
momentos de ruptura y de cambio radical en la experiencia histórica. La legitimidad legal-racional es
principalmente un aspecto político de la sociedad moderna, un componente de su institución política –el
Estado-. La validez de todas estas órdenes se basa sobre el hecho de haberse producido sobre la base de
determinadas reglas procedimentales, por obra de individuos expresamente delegados para producirlas o
para aplicarlas, en la observancia de límites constitucionales más o menos explícitos al contenido que las
órdenes pueden tener.
6. CORRELATOS DE LA LEGITIMIDAD
Weber sostiene que la legitimidad de la que se inviste un ordenamiento político no es una característica en sí misma
y privada de ulteriores consecuencias y vínculos, sino que se asocia sistemáticamente con múltiples aspectos
significativos del ordenamiento.
Cuando el ordenamiento es de legitimidad tradicional el titular supremo del dominio se representa y se justifica
como patriarca, como patrón y custodio de la población sometia a su manto. Un ordenamiento de legitimidad
carismática hace jefe a un individuo que se representa como un líder cuyas dotes excepcionales le permiten aportar
beneficios extraordinarios a una población vista como un conjunto de seguidores. En un ordenamiento de
legitimidad legal-racional también quien ocupa la posición de vértice aparece como titular de un papel que, por así
decirlo, lo despersonaliza, y la población aparece como un conjunto de ciudadanos, de individuos, en principio,
iguales el uno al otro.
Una función recurrente de los ordenamientos políticos consiste en imponer la observancia de las reglas de
convivencia propias de la colectividad, mediante veredictos judiciales. En ordenamientos de legitimidad tradicional
los veredictos se justifican típicamente como confirmación o reencuentro de una regla existente desde tiempo
inmemorial. En los de legitimidad carismática, expresan principalmente el juicio intachable del jefe. En los
ordenamientos legales-racionales, la producción de veredictos es altamente discusiva.
En un ordenamiento de legitimidad tradicional no es posible distinguir entre los recursos personales del jefe del
ordenamiento y los propios del ordenamiento mismo, que funciona valiéndose principalmente de los primeros,
acaso integrados por tributos en los cuales se expresa la sumisión de los miembros de la colectividad. Un
ordenamiento de legitimidad carismática se financia principalmente con los botines producidos por los éxitos
militares del jefe, o sobre la base de exacciones ocasionales, de regalos que manifiestan la gratitud y la lealtad hacia
el líder por parte de sus seguidores. En un ordenamiento de legitimidad legal-racional es posible distinguir
claramente entre los recursos “públicos”, es decir propios del ordenamiento mismo, y los privados, tanto los de los
individuos comunes como los de aquellos investidos con cargos.
Los ordenamientos políticos de legitimidad tradicional se enfrentan al peligro de verse enyesados precisamente por
la evocación a la tradición, al punto de no saber hacer frente a nuevas necesidades y nuevas oportunidades que
exigen acciones políticas desconocidas por la tradición misma.
Un ordenamiento de legitimidad carismática incurre en el peligro de tener continuamente que dar razón de sí y
adquirir nuevos recursos, produciendo siempre nuevos sucesos, en particular de carácter militar y económico.
Además, tal ordenamiento encuentra difícil asegurar la propia continuidad una vez que el individuo en cuestión sale
de escena, y este problema expone al ordenamiento al riesgo de contiendas debilitantes entre los aspirantes a la
sucesión.
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Ni el problema de la sucesión ni el de cómo legitimar nuevas formas de acción política se muestran tan agudamente
para los ordenamientos de legitimidad legal-racional, los que, por otro lado, están expuestos a problemas diversos –
en particular el de cómo atribuir auténtica validez moral a órdenes que deben la propia validez exclusivamente al
hecho de ser producidas sobre la base de determinados procedimientos-. Pero éstos garantizan a las órdenes así
producidas como mucho una validez formal, sin radicarlas en otros valores compartidos que los representados por
las “reglas del juego”. En este tipo de ordenamiento la mera legalidad a menudo llega a generar auténtica
legitimidad.
Lo que más le interesa es la relación que se establece entre el vértice político de un ordenamiento y lo que Weber
llama su staff, un número relativamente alto de individuos que se ponen al servicio de ese vértice, lo informan de las
necesidades y de los sentimientos de la colectividad, extraen de ésta los recursos necesarios para ejecutar las
políticas decididas por el vértice, colaboran en la formación de esas políticas y dirigen su ejecución.
El estudio de la relación entre vértice político y personal político-administrativo sirve, no sólo para esclarecer los
procesos internos de un determinado ordenamiento, sino también para individualizar algunas tendencias a su
cambio.
En los ordenamientos de legitimidad carismática, el líder elige libremente a quién colaborará con él en el dominio,
entre los seguidores que más prestamente han respondido a la apelación de su carisma, a la imperiosa exigencia de
rendir homenaje a las cualidades excepcionales que lo caracterizan.
En esta situación la preocupación dominante de los miembros del staff no es tanto la de asegurarse ciertos márgenes
de independencia como la de garantizar en lo posible la continuidad de la propia posición de ventaja,
potencialmente amenazada por la mortalidad del líder, por la posibilidad de que cesen las empresas excepcionales
que dan prueba de su carisma. Se puede conseguir una transformación del ordenamiento carismático, en la
dirección de una forma de legitimidad o prevalecientemente tradicional o prevalecientemente legal-racional.
En ordenamientos que tengan esta última forma de legitimidad, el staff es reclutado y organizado según un modelo
que Weber llama burocrático.
Para Weber las expresiones “Estado” y “Estado moderno” esencialmente son equivalentes. Según Weber los entes
políticos que se pueden caracterizar razonablemente como “Estados” aparecen en la escena histórica sólo con los
inicios de la modernidad occidental, aunque modos de acumular y gestionar el poder político se habían manifestado
en forma ocasional en otras épocas y en otras partes del mundo.
El Estado, no se presenta en la historia de golpe, sino como resultado de una compleja y original elaboración
institucional de arreglos políticos previos que, fueron una premisa indispensable de esa elaboración, y han dejado
impresas en ella algunas de sus características propias. Entre estos arreglos previos, dos han sido exclusivos de
Europa en su historia tardomedieval y en la primera modernidad: la variante precisamente europea del feudalismo y
el “Estado estamental”.
Weber considera al Estado como un aspecto altamente significativo de una más amplia vocación histórica de
Occidente, que se despliega de manera visible especialmente en la modernidad.
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El Estado moderno se asocia de manera particular al capitalismo moderno y a la ciencia moderna. Por estas dos
razones, Weber considera al Estado una realidad intensamente histórica, es decir, fuertemente marcada por el
dónde y el cuándo de su génesis y de su desarrollo posterior.
Varias de las cosas que Weber tiene para decir del Estado formaban parte del patrimonio intelectual alemán de su
tiempo.
Diría que para Weber el Estado se da si y en cuanto en una pluralidad de individuos relativamente amplia y estables
las actividades en las que se expresa el poder político se configuran en un cierto modo. Para ello, en principio, la
“estatalidad de un ente político es inevitablemente variable en el tiempo y en el espacio, no está dada (o excluida)
de una vez para siempre. Se da el Estado en la medida en que determinados modos de constituir y gestionar
relaciones políticas operan en un ámbito territorial delimitado, invisten de manera duradera un complejo
relativamente amplio de intereses sociales, programan y disciplinan de manera relativamente explícita la acción de
los poderes públicos, adquieren de manera relativamente previsible los recursos económicos que esa acción
requiera, la confían a personal seleccionado, activado y controlado mediante determinadas prácticas, y así por el
estilo.
Aunque ese escrito de Marx tiene una temática expresamente política, su pensamiento generalmente privilegiaba
netamente el aspecto económico del proceso económico-social, es decir los medios y las relaciones de producción y
el modo en los cuales éstos condicionan el accionar individual. Sabemos ya que Weber, en cambio, consciente de la
importancia de ese aspecto, era igualmente consciente de la importancia de otros y, en particular, del aspecto
político.
- La identidad institucional de Estado, en cuanto ente político, tiene que ver con la violencia organizada como
instrumento de una forma específica de dominio del hombre sobre el hombre:
- La legitimidad típica del Estado es de naturaleza legal-racional, el derecho desarrolla un papel crítico en la
generación de esta forma de legitimidad.
- Los objetos del dominio político se configuran cada vez más como ciudadanos, constituyen una comunidad
política de tipo nuevo: la nación.
- Los arreglos administrativos de los cuales el Estado confía la ejecución de sus políticas son de tipo
burocrático.
Forma parte de las características formales del Estado actual un ordenamiento administrativo y jurídico sujeto a
cambios mediante leyes, y sobre la base de la cual se orienta el ejercicio del accionar de grupo del aparato
administrativo, a su vez ordenado mediante leyes. Este ordenamiento pretende tener validez con respecto no sólo a
los miembros del grupo, sino también en amplia medida sobre toda acción que tenga lugar dentro del territorio
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dominado. El empleo de la violencia está considerado legítimo sólo en la medida en que el Estado lo permite o lo
impone.
El Estado es un conjunto de prácticas, de recursos, de personal, etc., que, aun siendo internamente complejo y
diversificado, se configura y se presenta como un todo.
En el Estado liberal-democrático, además, la existencia misma de partidos en competencia los unos a los otros, cada
uno de los cuales trata de dar al Estado un programa distinto y un personal dirigente distinto, vuelve particularmente
visible la naturaleza contingente del Estado mismo.
La acción estatal típica se puede caracterizar como racionalmente orientada. Esto resulta de la dominación misma de
la legitimidad del Estado como legal-racional y se refleja en varias características de sus instituciones político-
administrativas.
Típicamente éstas son construidas y puestas en marcha mediante elecciones constitucionales y organizativas en
buena medida explícitas y conscientes. Las propias instituciones, además, funcionan de modo de maximizar la
racionalidad. Vale decir que obran sobre la base de una consideración consciente de fines y de medios; tratan de
optimizar la relación entre empleo de medios y logro de fines.
En Weber, la acentuación del carácter racional del Estado se halla acompañado por un sentido agudo de los límites y
de las paradojas de la racionalidad estatal en particular. Ante todo, la elección misma de la racionalidad como
criterio y guía principal de la acción no se puede, a su vez, justificar racionalmente. En segundo lugar, esa elección
tiene sus costos y crea sus problemas. Además, en cuanto a la esfera política gira, al fin de cuentas, en torno al
poder, y en particular una forma de poder que se funda a su vez en la violencia, es inevitable en ella un quantum de
irracionalidad que se revela de manera particularmente aguda en la esencial imprevisibilidad de los resultados de un
enfrentamiento armado.
En la definición de Estado, la referencia a un territorio como ámbito de la acción de un Estado implica que cada
Estado se yuxtapone con otros, todos con una base territorial diversa.
Las relaciones entre estos Estados que existen en presencia el uno del otro no son mediadas por la común
subordinación a un ente político que los domine a todos, que instituya a los Estados mismos, los autorice, regule y
sancione sus actividades, ejercite sobre ellos una verdadera y propia jurisdicción. En cambio, cada estado puede y
debe definir y perseguir autónomamente los intereses vitales propios, y recurrir a la violencia armada cuando ellos
están en contraste con los intereses vitales de otros Estados.
En la búsqueda de los propios intereses cada Estado puede aliarse con otros y cambiar con esto los arreglos
existentes dentro del universo político. Esto imparte a la acción estatal una ulterior característica –su dinamismo, la
disposición de cada Estado a emprender políticas dirigidas a aumentar su poder. Esto resulta ya del antiguo concepto
de la razón de Estado, que se refiere a una racionalidad de tipo formal, capaz de orientarse a los contenidos más
diversos. En el curso de la modernización política, esos contenidos remiten cada vez más a un nuevo sujeto político,
la nación, un tipo de comunidad política particularmente inclusivo y duradero, cuya creciente relevancia pone un
límite al gradiente de desigualdad entre la base y el vértice del sistema implícito en todo fenómeno de dominio
político.
Cada nación está investida de intereses específicos, y que corresponde al Estado afirmarlos políticamente.
En el período en el que escribe Weber los arreglos institucionales del Estado tiende a ser de tipo liberal-democrático.
Por un lado los mismos configuran al Estado y como un conjunto de órganos, con diversas competencias y tareas,
que obran sobre la base de directivas constitucionales y legislativas expresas, que a su vez instituyen y protegen
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varios derechos individuales, comenzando por el de propiedad, la libertad de expresión, y así por el estilo. Por otro
lado, esos arreglos permiten a la base social del sistema participar pacíficamente en la formación del personal de
esos órganos, comenzando por los legislativos, especialmente mediante la libre competición electoral entre partidos.
De ese modo, la base institucional del ejercicio de facultades políticas o administrativas deja de ser el derecho de
varios sujetos individuales o colectivos para ejercitarlo y comienza a ser el deber del cual se encuentran investidos
sujetos de tipo diverso, pero que operan todos, en principio, al servicio del interés público. En el pasaje del primer
tipo de órdenes político administrativos al segundo, juega un papel esencial, un proceso de expropiación. Recursos
tanto materiales como institucionales para el ejercicio de las actividades en cuestión son confiscados a sus
poseedores y puestos a disposición del centro soberano.
Esta fórmula no debe der tomada demasiado al pie de la letra; muy frecuentemente lo que sucede es que los
recursos de los poseedores tradicionales son no tanto confiscados como desplazados, puestos fuera de juego o
drásticamente privados de su importancia, por el advenimiento de recursos diversos que sólo el centro soberano
puede adquirir y gestionar. Dentro de los nuevos arreglos, la conducción de los asuntos político-administrativos
relativos a un determinado territorio se presta cada vez más a ser coordinada, uniforme, programable, previsible.
Además, se presta cada vez más a economías de escala y a la introducción de formas cada vez más exigentes de
disciplina en la ejecución de las órdenes y de las directivas de los superiores. Los nuevos arreglos se prestan mucho
más a la “puesta en obra” de nuevos saberes –y por ello de nuevas profesiones-.
En lo que respecta a las actividades político-administrativas, la experiencia occidental del medioevo en adelante
presenta dos figuras fundamentales. Por una parte hay una figura para quien esas actividades constituyen un
aspecto por lo general honorable, a veces oneroso, más a menudo redituable, de una posición más amplia y de otro
modo fundada de privilegio social, y que por ello no se identifica fuertemente con esas actividades, no se prepara y
califica expresamente para ellas, no se empeña en ellas de manera particularmente exigente y absorbente. Por otra
parte, hay una figura para quien esas actividades constituyen el centro mismo de la vida, el modo más significativo
de situarse dentro de la sociedad, de orientar y en un cierto sentido justificar la propia existencia mundana. El
proceso de construcción estatal implica una progresiva pérdida de la autoridad de la primera figura a favor de la
segunda, a la cual se destina la calificación de “profesión” en el sentido fuerte del término.
Con todas sus variantes en el tiempo y en el espacio, el proceso de expropiación de las prerrogativas políticas y
administrativas anteriormente poseídas por varios tipos de notables, es inexorable. Inicialmente es impulsado no
sólo por los intereses del soberano por constituir un aparato político-administrativo que dependa enteramente de él,
no pudiéndose valer del control, a título de propietario, de los medios y de las facultades de gobierno y de
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administración. En seguida, advierte Weber, el mismo proceso es impulsado también por la democratización de la
esfera política. Ésta, si bien tiene su aspecto más vistoso en la limitación a un cuerpo electivo, comporta una
instancia ulterior: la calificación fundamental para el acceso a las posiciones en el sistema administrativo debe ser la
adquisición de títulos de estudio y la superación de concursos públicos, destinados a asegurar que quien ocupa tales
posiciones posea todos los conocimientos formales de mérito necesarios para desarrollar las mismas tareas de
manera competentes.
Respondiendo a esta instancia, las facultades y los recursos político-administrativos en un tiempo gestionado por
notables son transferidos a un complejo de entes, oficinas, posiciones que operan en principio bajo impulso, por
cuenta y bajo el control del centro. Se trata, pues, de un sistema vasto e internamente diferenciado, cuya actividad
se despliega en tiempos prolongados y en espacios amplios para hacer frente a contingencias siempre mutables,
pero que pese a esto está unificado por su meta a finalidades expresamente públicas, por su monopolio de recursos
expresamente políticos, por la orientación constante a maximizar la racionalidad del empleo de estos recursos al
servicio de esas finalidades.
La multiplicidad y diversidad de los Beruf implicados en el obrar del Estado moderno se puede atribuir a una
polaridad fundamental, que evoca la distinción clásica entre política y administración.
Una diferencia esencial entre el partido y el soberano es que partidos hay más de uno, cada uno en competencia con
otros para adquirir el consenso y la investidura popular y para proyectar y realizar determinadas políticas. El típico
partido moderno es a su vez una entidad compleja.
Una forma diferente de multiplicidad caracteriza el segundo gran Beruf que obra dentro del Estado moderno –el
funcionario, el burócrata-. Como el aparato del Estado consituye una vasta y compleja división del trabajo, y por ello
una pluralidad de posiciones diferenciadas y coordinas, el ocupante de cada una de éstas está típicamente en
posesión de un conjunto diverso de conocimientos, relativos tanto a principios y técnicas del correcto obrar
administrativo como a las condiciones de hecho sobre las cuales éste debe incidir para realizar las directivas emitidas
por el centro político.
Por un lado, entonces, la sustancia ética del primer Beruf, el del personal propiamente político, consiste justamente
en asumir la responsabilidad del contenido de las políticas que propone e impone y de sus previsibles consecuencias.
La sustancia ética del segundo Beruf, el del funcionario consiste en poner la propia “ciencia y conciencia” a
disposición de políticas que son producto de la elecciones de otros y de las cuales otros responden.
Esta neta contraposición entre los dos Beruf propios de la esfera política moderna es naturalmente ideal-típica, es
decir, representa de manera abstracta e incompleta una realidad en la que la relación entre los dos componentes
esenciales de la política y de la administración constituye una temática siempre abierta, altamente contingente y
compleja.
A veces el diseño institucional de un determinado sistema político vuelve la contraposición menos neta.
Los partidos mismos, cuya competencia, en el régimen liberal-democrático, determina la composición de la elite
política dirigente y por ello la dirección de las políticas estatales, se configuran a su vez como vastos y complejos
aparatos organizativos, que dependen en medida siempre mayor de las capacidades profesionales de los propios
funcionarios. Naturalmente, éstos apelan a la ideología del partido para la propia legitimación y deben su propia
posición a los dirigentes políticos que les asignan las tareas. Sin embargo, al desarrollar tales tareas se preocupan de
incrementar la propia autonomía con respecto justamente a eses dirigentes y favorecen las políticas que maximizan
la fuerza y la estabilidad organizativa del partido, a veces en detrimento de los valores propiamente políticos que el
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partido está oficialmente empeñado en perseguir. Después de todo, mientras la dirigencia política de un partido está
compuesta, al menos en parte, por personas que viven para la política, cada partido tiene necesariamente también
un componente particularmente significativo dentro del aparato organizativo, que vive de la política y,
necesariamente, al interpretar y actuar las propias tareas profesionales, privilegia los propios intereses económicos,
comprendidos los de la carrera.
8. EL JEFE POLÍTICO
La política como profesión anhela emerger de una figura de jefe que, por un lado, viva para la política y logre
transmitir a otros con la palabra la propia dedicación a una causa política y, por otro, tenga conocimientos y
experiencias que le permitan ejecutar los compromisos necesarios y superar la resistencia tanto de la base del
partido como de su aparato a las elecciones políticas que esos compromisos implican. Este jefe debe estar en
condiciones de servirse también de aquellos que, dentro del aparato estatal o del partido, viven de la política en
lugar de para ella. Debe sobre todo darse cuenta de que su Beruf puede en cualquier momento imponerle hacer
elecciones contrarias a la moral común y, en particular, activar la violencia legítima del Estado. Debe sentirse hombre
de partido pero al mismo tiempo considerarse responsable hacia un todo que trasciende a ese partido.
El jefe en un régimen liberal-democrático se trata de una personalidad rica de dotes estrechamente personales,
carismáticas que le permiten afirmarse en el interior de un partido y sucesivamente ejercitar el propio liderazgo
dentro de él y mediante una asamblea electiva que, de favorecer las elecciones a ese partido, puede determinar la
composición de la dirigencia política del Estado, proyectar las políticas principales y tener a raya las estrategias de
independencia del aparato burocrático.
Weber confía a la dinámica precisamente del régimen liberal-democrático la tarea de hacer emerger jefes de esta
estatura, a través de la competencia entre los partidos para la formación de la opinión pública y para el favor del
electorado.
La sociedad moderna, tiende a configurarse cada vez más como un vasto complejo de sistemas burocráticos, de
conjuntos de engranajes organizativos en los cuales generalmente el simple individuo pierde autonomía y relieve, y
confía sus fortunas a la mera capacidad de ejecutar minuciosamente tareas que le han sido dadas.
9. EL DESAFÍO BUROCRÁTICO
Hacer política, dice Weber, es como el trabajo arduo y asiduo necesario para trepanar duros bloques –un trabajo
potencialemnte frustrante e ingrato, pero que, sin embargo, es necesario hacer si se quiere construir algo-.
Desarrollarlo día a día sin dejarse descorazonar por las dificultades o desviar por sus tentaciones o distraer por sus
detalles, requieren en el jefe la improbable combinación de cualidades como la pasión por la causa, por un lado, y
por el otro el equilibrio, la frialdad, el sentido de la medida, el realismo.
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