Ciencia de La Cruz - Edith Stein
Ciencia de La Cruz - Edith Stein
Ciencia de La Cruz - Edith Stein
EDITH STEIN
3-08-2012
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN: SENTIDO, ORIGEN Y FUNDAMENTO DE
LA CIENCIA DE LA CRUZ
I. EL MENSAJE DE LA CRUZ
1. Tempranos encuentros con la cruz
2. El mensaje de la Sagrada Escritura
3. El Sacrificio de la Misa
4. Visiones de la Cruz
5. El mensaje de la Cruz
6. Contenido del mensaje de la Cruz
II. DOCTRINA DE LA CRUZ
Introducción: San Juan de la Cruz como escritor
1. Cruz y noche (noche del sentido)
Diferencia en el carácter del símbolo: el simbolismo y su
expresión cósmica
La canción de la Noche Oscura
NOCHE OSCURA
Noche oscura del sentido
a) Introducción al sentido de la Noche
b) Entrada activa en la noche como seguimiento de la Cruz
c) La noche pasiva como crucifixión
2. Espíritu y fe. Muerte y resurrección (Noche del Espíritu)
1. Introducción: Desarrollo del Problema
2. Despojo de las fuerzas espirituales en la noche activa
a) La noche de la fe como camino para la unión
b) La desnudez de las fuerzas espirituales como camino y
muerte de cruz
c) Incapacidad de todo lo creado para servir de medio para la
unión. Insuficiencia del conocimiento natural y sobrenatural
d) Purificación de la memoria
e) Purificación de la voluntad
Pasiones
Bienes temporales
Bienes naturales
Bienes sensibles
Bienes morales
Bienes espirituales
3. El Espíritu y la Fe aclarándose mutuamente
a) Mirada retrospectiva y prospectiva
b) Actividad natural del espíritu. El alma, sus partes y sus
potencias.
c) Elevación del alma al orden sobrenatural. Fe y vida de fe.
d) Comunicaciones extraordinarias de la gracia y liberación de
ellas
4. Muerte y resurrección
a) Noche pasiva del espíritu. Fe, contemplación oscura,
desnudez espiritual
Inflamación de amor y transformación
La secreta escala
El vestido tricolor del alma
A oscuras y escondida en profunda paz
b) El alma en el reino del espíritu y de los espíritus: Estructura
del alma. Espíritu de Dios y espíritus creados
Comunicación del alma con Dios y con los espíritus creados
El más profundo centro del alma y los pensamientos del
corazón
El alma, el yo y la libertad
Diversas especies de unión con Dios
Fe y contemplación. Muerte y resurrección
3. La gloria de la resurrección
1. En las llamas del divino amor
a) En el umbral de la vida eterna
b) Unión con Dios, uno y trino
c) Entre resplandores de gloria divina
d) Vida escondida de amor
e) Características de la llama, en relación a los libros
anteriores del Santo
2. El Cántico nupcial del alma
a) El Cántico Espiritual y su relación con los demás escritos
b) La idea central, conforme a la exposición del Santo.
c) La imagen dominante y su valor dentro del contenido del
Cántico
d) El símbolo de esposa y el detalle de las otras imágenes
e) El símbolo de esposa y la cruz
III. EL SEGUIMIENTO DE LA CRUZ
PRÓLOGO
Es nuestro intento en las presentes páginas tratar de
comprender a San Juan de la Cruz en la unidad de su ser tal
como se manifiesta en su vida y en sus escritos y esto desde un
punto de vista que permita captarla plenamente. No pretendemos
ofrecer una biografía del Santo ni dar tampoco una exposición
completa de sus enseñanzas; pero, tanto los hechos de su vida
como el contenido de sus escritos, los aprovecharemos para
conseguir penetrar más profundamente el sentido de esta unidad.
Aduciremos profusión de testimonios a los cuales trataremos
de dar una interpretación que sirva para confirmar lo que la
autora, a través de esfuerzos que han durado toda su vida, cree
haber comprendido acerca de las leyes del ser y de la vida
espiritual. Ha de aplicarse esto de manera particular a las
disertaciones sobre el espíritu, la fe y la contemplación que se
insertan en distintos lugares y, sobre todo, en el apartado que
lleva el título: "El alma en el reino del espíritu y de los espíritus".
Lo que allí se afirma del "yo", de la "libertad" y de la "persona" no
está tomado de los escritos del Santo, aunque no faltan en sus
obras algunos puntos que pudieran servir de apoyo para ello. Una
exposición detallada de estos problemas no entraba dentro de sus
cálculos ni estaba tampoco de acuerdo con su manera de pensar.
Por otra parte, no podemos olvidar que la elaboración de una
filosofía de la persona, tal como aparece en esos lugares, sólo se
ha conseguido en los filósofos de los últimos tiempos.
En la presentación de testimonios nos hemos guiado por los
libros de nuestro Padre Bruno de Jesús María Saint Jean de la
Croix, París 1929 y Vie d’amour de Saint Jean de la Croix, París,
1936, así como del de Juan Baruzi "Saint Jean de la Croix et le
Problème de l’Experience Mystique", París 1931. La obra de
Baruzi es rica en sugerencias y, sin embargo, no lo hemos
transcrito con mucha frecuencia porque no resulta fácil apoyarse
en sus explicaciones sin haberlas pasado antes por el tamiz de
una severa crítica, cosa que no entraba dentro de nuestros planes
al escribir el libro. Para quien conozca a Baruzi no resultar difícil
descubrir las huellas de su influjo y aun los elementos que puedan
servir de fundamento a una crítica de sus afirmaciones. Sin
embargo, tiene Baruzi un mérito que no se le puede discutir, el del
celo incansable con que ha examinado y valorado las fuentes.
Más discutible resulta su posición respecto a las dos redacciones
manuscritas a través de las cuales han llegado hasta nosotros El
Cántico Espiritual y la Llama de Amor Viva, la última de las cuales
(posiblemente en el caso de la Llama y con toda verosimilitud en
el Cántico) según él debería considerarse apócrifa, así como su
afirmación, contra el sentir unánime de la tradición, de que sólo
poseemos una versión apócrifa y truncada de la Subida y de la
Noche Oscura.
INTRODUCCIÓN: SENTIDO,
ORIGEN Y FUNDAMENTO DE
LA CIENCIA DE LA CRUZ
En el mes de septiembre u octubre de 1568 el joven carmelita
Juan de Yepes, conocido hasta entonces con el nombre de Juan
de Santo Matía con el que había profesado en el Carmelo, hacía
su entrada en la pobre alquería de Duruelo, que había de servir
de fundamento y piedra angular de la Reforma Teresiana que
entonces comenzaba. El 28 de noviembre, juntamente con otros
dos compañeros, se comprometió a la observancia de la regla
primitiva y tomó como título de nobleza el sobrenombre de la
Cruz. Era todo un símbolo de lo que andaba buscando al
abandonar el Convento Carmelitano de Medina, desligándose con
ello de la Observancia mitigada, cosa que ya anteriormente había
procurado hacer viviendo conforme a la regla primitiva, para lo
cual había obtenido particular licencia. así se manifestaba la
característica especial de la Reforma: la vida de los carmelitas
descalzos debía basarse en el seguimiento de Cristo al Calvario y
en la participación de su Cruz.
Como se acaba de notar, Juan de la Cruz no era para
entonces ningún novato en la ciencia de la Cruz. El sobrenombre
que adoptó en la Orden demuestra que Dios se unía a su alma
para simbolizar un particular misterio. Juan trata de indicar con su
cambio de nombre que la Cruz ser en adelante el distintivo de su
vida. Cuando hablamos aquí de ciencia de la Cruz no tomamos el
nombre de ciencia en su sentido corriente: no se trata de pura
teoría, es decir, de una suma de sentencias verdaderas o
reputadas como tales, ni de un edificio ideal construido con
pensamientos coherentes. Se trata de una verdad bien conocida -
la teología de la Cruz- pero una verdad real y operante: como
semilla que depositada en el centro del alma crece imprimiendo
en ella un sello característico y determinando de tal manera sus
actos y omisiones que por ellos se manifiesta y hace cognoscible.
En este sentido es como puede hablarse de ciencia de los santos
y a él nos referimos cuando hablamos de ciencia de la Cruz.
De esta forma y fuerza vivientes brota en lo más profundo del
hombre un concepto de la vida y una visión de Dios y del mundo
que permiten un particular modo de pensar que se presta a ser
formulado en una teoría. Una tal cristalización la tenemos en la
doctrina de nuestro Santo Padre. Y es lo que nos proponemos
buscar en su vida y en sus escritos. Mas antes hemos de
preguntarnos de qué manera podemos concebir una ciencia en el
sentido arriba indicado.
Existen síntomas detectables naturalmente, que demuestran
que la naturaleza humana, tal como es en su realidad, se
encuentra en estado de corrupción. Uno de estos síntomas es la
incapacidad de apreciar las circunstancias de los actos de su
verdadero valor y de reaccionar ante ellos rectamente.
Incapacidad que puede provenir de cierto embotamiento, ya
congénito, o ya también adquirido en el curso de la vida, o
finalmente, de una insensibilidad ante ciertos estímulos como
resultado de rutinaria repetición. Lo continuamente oído, lo
conocido de mucho tiempo atrás "nos deja fríos". Añádase a todo
que con la mayor frecuencia nos afectan en exceso nuestras
propias conveniencias, mientras seguimos impermeables a las de
nuestros prójimos. Sentimos esta insensibilidad nuestra como
algo que no está de acuerdo con lo que debiera ser la realidad y
nos hace sufrir. Pero de nada nos sirve pensar que obedece a una
ley psicológica. Por otra parte nos sentimos felices al comprobar
por experiencia que somos capaces de profundas y auténticas
alegrías, y hasta un verdadero e íntimo dolor lo consideramos
como una gracia en comparación con la fría rigidez de la
insensibilidad. Esta resulta particularmente penoso en el campo
religioso. Muchos creyentes se sienten atormentados, porque los
hechos de la Salvación o nunca les han impresionado, o ya no les
impresionan tanto como debieran, y ya no conservan para sus
vidas la fuerza formativa de otros tiempos. La lectura de la vida de
los santos les hace volver a la realidad y ver que donde la fe es en
verdad viva, allí la doctrina de la fe y las grandes obras de Dios
constituyen el núcleo de la vida; todo lo demás queda postergado
y únicamente conserva su valor en cuanto está informado por
aquellos. Es el realismo de los santos, que brota del sentimiento
íntimo y fundamental del alma que se sabe renacida del Espíritu
Santo. Cuanto en esa alma entra, ella lo acoge en forma
adecuada y su correspondiente profundidad, y encuentra con ello
una fuerza vivía, impulsora y dispuesta a dejarse moldear, y no
impedida por obstáculo ni entorpecimiento alguno, que se deja
moldear, dirigir fácil y gozosamente por lo que ha recibido.
Cuando un alma santa acepta así las verdades de la fe, éstas se
le convierten en la Ciencia de los Santos. Y cuando su íntima
forma está constituida por el misterio de la Cruz, entonces esa
ciencia viene a ser la Ciencia de la Cruz.
Este realismo santo tiene cierto parentesco con el realismo del
niño que recibe sus impresiones y reacciona ante ellas con fuerza
aun no debilitada y con una viveza e ingenuidad libre de
inhibiciones. Claro está que tal reacción no siempre estar
naturalmente en conformidad con la razón. Le falta la madurez de
la inteligencia. Y tan pronto como la inteligencia entra en acción
se le presentan fuentes de error y de engaño tanto interiores
como exteriores que la dirigen por caminos equivocados. El
pertinente influjo del medio ambiente puede actuar
preventivamente. El alma del niño es blanda y dúctil. Lo que en
ella penetre puede estar informándola toda la vida. Cuando los
hechos de la Salvación penetran en el alma tierna del niño
debidamente, puede que se hayan colocado las bases para una
vida santa. A veces nos encontramos también con una temprana
y extraordinaria elección de la Divina Gracia, coincidiendo en este
caso el realismo infantil con el realismo santo. Así se cuenta de
santa Brígida que a la edad de diez años oyó por primera vez
hablar de la Pasión y Muerte de Jesús. A la noche siguiente se le
apareció el Salvador en la Cruz y desde entonces ya no le fue
posible meditar la Pasión del Señor sin derramar lágrimas.
En el caso de san Juan de la Cruz hay que tener en cuenta un
tercer aspecto: poseía una naturaleza de artista. Entre los
distintos oficios y artes manuales en los que se entrenó de niño se
cuentan los de escultor y pintor. De época posterior se conservan
todavía dibujos salidos de sus manos (es universalmente
conocido su dibujo de la Subida del Monte Carmelo). Siendo prior
de Granada trazó los planos de un convento de contemplativos.
Pero a la vez que artista dibujante, es poeta. Sentía la necesidad
de expresar en canciones lo que experimentaba en su alma. Sus
escritos místicos no son otra cosa que explicaciones posteriores
de sus inmediatas expresiones poéticas. Por ello en su caso
hemos de atender al realismo propio del artista. El artista por la
fuerza inquebrantable de su sensibilidad se emparenta al niño y al
santo.
Mas -al revés de lo que sucede en el realismo santo- aquí
estamos ante una impresionabilidad que contempla el mundo a la
luz de una determinada categoría de valores, con fácil detrimento
de los demás, y tiene su propio y peculiar procedimiento. Es
propio del artista representa en imágenes lo que interiormente le
impresiona y pugna por manifestarse al exterior. Cuando
hablamos de imágenes no pretendemos limitarnos al arte gráfico y
representativo: se incluye en esta expresión cualquier creación
artística, sin excluir la poética ni la musical. Es, al mismo tiempo,
imagen que representa algo, y creación: algo creado y encerrado
dentro de sí mismo formando su pequeño mundo. Toda obra
genuina de arte es además símbolo, háyalo pretendido o no el
artista, tanto si éste es naturalista como si es simbolista. Símbolo:
es decir, que de la plenitud infinita del sentido con la que tropieza
necesariamente todo humano conocimiento, capta algo y lo hace
manifiesto y lo expresa; y, por cierto, de tal manera que esa
misma plenitud de sentido, inagotable para el conocimiento
humano, encontrar en el símbolo una misteriosa resonancia. así
entendido todo arte auténtico es una revelación y la creación
artística un servicio santo. A pesar de todo, sigue siendo verdad
que en toda creación artística se oculta un peligro y esto no
solamente cuando el artista no tiene idea de la santidad de su
misión. Es el peligro de que se contente con la representación
externa de la imagen, como si no existieran para él otras
exigencias.
Lo que afirmamos de una manera general aparece con mayor
claridad tratándose de la imagen de la Cruz. Apenas hay artista
cristiano que no se haya sentido impulsado a representar a Cristo
cargado con la cruz o clavado en ella. Pero el Crucificado pide al
artista algo más de su imagen que una representación. Exige de
él, como de cualquier otro hombre, la imitación: que se convierta
él mismo en imagen de Cristo cargado con la cruz y crucificado y
que conforme a ella se deja modelar. La mera representación
externa puede ser obstáculo para su configuración personal, pero
no debe ser en absoluto así; incluso puede servir a ella, ya que la
misma imagen interior, proyectada al exterior, no hace sino que
quede más vivamente plasmada y más asimilable interiormente.
Por ello, cuando ningún obstáculo se cruza en su camino, se
convierte en forma interior que impulsa a la acción, es decir, a
caminar en su seguimiento. Sí, la misma imagen exterior, la
creada por uno mismo, puede servir como acicate para la
formación de la propia persona. Tenemos motivos para afirmar
que así sucedió en el caso de san Juan de la Cruz: el realismo del
niño, del artista y del santo se han unido en él para preparar un
terreno adecuado para el mensaje de la Cruz, para permitirle
progresar en la ciencia de la Cruz. Ya hemos dicho que su
naturaleza artística se manifestó desde su infancia. Tampoco
faltan testimonios que nos hablan de su temprana vocación a la
Santidad. Contaba más tarde su madre a las carmelitas descalzas
de Medina que su hijo durante su infancia se comportó como un
ángel. Esta piadosa madre le inculcó un amor tiernísimo a la
Madre de Dios y sabemos de buena fuente que María, por su
intervención personal, libró por dos veces al niño de ahogarse.
Todo lo demás que de su infancia y su juventud conocemos
demuestra igualmente que desde sus primeros años era el niño
de la gracia.
I. EL MENSAJE DE LA CRUZ
1. Tempranos encuentros con la cruz
Nos preguntamos ahora cómo fue sembrada en esta tierra
fecunda la semilla del mensaje de la Cruz. No poseemos ningún
testimonio que nos diga cuando contempló Juan por primera vez
la imagen del Crucificado. Es verosímil que su madre,
profundamente creyente, lo llevase consigo, siendo aún muy
pequeño, a la iglesia parroquial de su Fontiveros natal. Allí pudo
contemplar al Salvador en la Cruz, desfigurado el rostro por el
dolor, con cabellos naturales que descendiendo por sus mejillas
llegaban hasta sus espaldas, cubiertas de heridas. Y cuando la
joven viuda, que tanta necesidad y tanto sufrimiento había tenido
que soportar, hablaba a su hijo de la Madre del cielo, le conduciría
también ante la Madre Dolorosa al pie de la cruz. Podemos
conjeturar, con todo respeto ante los misterios de la gracia, que
fue María la que adoctrinó a su protegido, ya en edad temprana,
en la ciencia de la Cruz. ¿Quién más instruida y penetrada en la
dignidad de la cruz que la Virgen Sapientísima?
Juan encontró también, en todo caso, la imagen del Crucifijo
en los obradores en que trabajaba. Es posible que ya entonces se
entretuviera en tallar cruces, trabajo que tan gustosamente hará
más tarde. Si para todas estas afirmaciones nos hemos de
conformar con conjeturas, tenemos un buen apoyo para la
hipótesis de un temprano encuentro con la Cruz, en el hecho
seguro de que muy pronto se manifestó en él el amor a la
penitencia y mortificación. Cuando contaba todavía 9 años
despreciaba su cama y dormía sobre una yacida de sarmientos.
Algunos años más tarde no se concedía más que unas pocas
horas de reposo sobre este duro lecho y empleaba en el estudio
una buena parte de la noche. Siendo estudiante pedía limosna
para otros compañeros más pobres que él y, más tarde, para los
pobres del hospital. Después de varios intentos sin éxito en otras
profesiones, se consagró a la dura tarea de enfermero y
perseveró en ella con plena dedicación; según el testimonio de su
hermano Francisco se trataba del "hospital de las bubas". Se ha
aventurado también la hipótesis de que los enfermos cuidados en
este hospital eran sifilíticos. Sea esto verdad o no, lo seguro es
que el niño aprendió a conocer entre sus enfermos no sólo las
enfermedades del cuerpo, sino también a compadecerse de las
del alma y las morales, y el fiel cumplimiento de su deber exigió
del puro, profundo y tierno corazón del niño con mucha frecuencia
vencimientos dolorosos. ¿Quién le dio fuerza para ello? Sin duda
alguna el amor al Crucificado a quien quería seguir por duro,
escarpado y estrecho camino. El deseo de conocerlo más de
cerca y conformarse más perfectamente con su imagen,
determinó a san Juan de la Cruz a frecuentar el estudio en el
colegio de los Jesuitas como preparación para su vocación
sacerdotal. Para mejor escuchar el mensaje de la Cruz rechazó la
oferta lucrativa de capellán en el hospital en que servía,
prefiriendo la pobreza de la Orden. Este mismo deseo hizo que no
encontrara reposo en la observancia mitigada de los Carmelitas
de aquel tiempo y se refugiara en la Reforma.
2. El mensaje de la Sagrada Escritura
Es posible que ya siendo estudiante en los Jesuitas, san Juan
de la Cruz fuera iniciado en el manejo de la Sagrada Escritura. En
más temprana edad, tuvo, sin duda, ocasión de escuchar las
palabras de Cristo, y entre ellas, el mensaje de la Cruz, en los
sermones e instrucciones y en la Liturgia. Por lo demás, el estudio
cotidiano de las Sagradas Escrituras es cosa corriente entre los
Carmelitas. Cuando, joven carmelita, fue enviado a estudiar a
Salamanca, el examen del texto sagrado, bajo la dirección de
competentes exégetas, constituía la parte esencial de su trabajo,
y tenemos noticia de que, años más tarde, vivía sumergido por
completo en la meditación de la Escritura. Era la Biblia uno de los
pocos libros que tenía siempre en su celda. Las palabras de la
Escritura son inseparables de sus escritos, se habían convertido
en la expresión natural de su experiencia y brotan
espontáneamente de su pluma. Su secretario y confidente de los
últimos años, el padre Juan Evangelista, testifica que san Juan de
la Cruz apenas necesitaba consultar la Escritura porque se la
sabía casi de memoria. De todo ello podemos concluir que el
mensaje de la Cruz, contenido en las Sagradas Letras, tuvo que ir
penetrando cada vez más íntimamente en su corazón a lo largo
de toda su vida. Nos resulta imposible examinar exhaustivamente
esta primerísima fuente de su ciencia de la Cruz, porque no
podemos olvidar que toda la Sagrada Escritura, tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento, eran para él el pan de cada día. Las
citas de la Sagrada Escritura son tan numerosas en sus obras,
que no interesa citarlas todas. Por lo demás, no sería razonable
limitarnos a ellas y pretender que otras expresiones, que no se
encuentran citadas por él, no han tenido también un influjo vital en
su alma. Por ello, hemos de limitarnos a mostrar, con otra serie de
casos, su penetración en el mensaje de la Cruz.
El mismo Salvador, en distintas ocasiones y con diverso
sentido, ha hablado de la Cruz: cuando predijo su Pasión y Muerte
tenía ante sus ojos en sentido literal el madero de ignominia en
que había de acabar su vida. Pero cuando dice "...el que no toma
su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí" o "el que quiera
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y
sígame", la Cruz es el símbolo de todo lo difícil y pesado, y que
resulta tan opuesto a la naturaleza que, cuando uno toma esta
carga sobre sí, tiene la sensación de caminar hacia la muerte. Y
ésta es la carga que ha de llevar diariamente el discípulo de
Cristo. El anuncia de la muerte ponía ante sus discípulos la
imagen del Crucificado y esto mismo hace todavía hoy en cuantos
leen o escuchan el Evangelio. Hay en esto una intimación callada
a responder de manera conveniente. La invitación a seguir a
Cristo por el Vía Crucis de la vida nos da la respuesta oportuna y,
al mismo tiempo, nos hace comprender el sentido de la muerte en
la Cruz, ya que a estas a palabras sigue inmediatamente la
advertencia: "Quien quisiere salvar su vida la perder; pero quien
perdiere su vida por amor de mí, la salvar". Cristo ofreció su vida
para abrir a los hombres las puertas de la vida eterna. Más para
ganar esta vida eterna hay que renunciar a la terrena. Hay que
morir con Cristo y con él resucitar: morir con la muerte del
sufrimiento que dura toda la vida, con la negación diaria de sí
mismo y, si se tercia, con la muerte sangrienta del martirio por el
Evangelio.
Las narraciones evangélicas de la Pasión pintan por extenso y
circunstanciadamente este imagen de Cristo paciente y
crucificado, aludida en las palabras del Señor. El puro y tierno
corazón de niño y la fantasía de artista que poseía Juan de
Yepes, tenían que quedar imborrablemente impresionadas por
estas imágenes. Además, hemos de tener en cuenta que el niño
asistiría e incluso haría de acólito en los oficios de Semana Santa.
Todos los años, el domingo de Ramos y durante los días de
Semana Santa, la Iglesia, a través de la Liturgia, pone ante los
fieles los últimos días de la vida de Cristo, su muerte y sepultura
con dramática viveza y con tan conmovedoras palabras y
melodías que convidan irresistiblemente a participar en ellas. Si
hasta los hombres fríos y los mismos incrédulos que viven
envueltos en la vida mundanal no pueden permanecer
indiferentes a ellas, cuál sería el efecto que producirían sobre el
santo joven del cual sabemos que en los años últimos de su vida
apenas podía hablar de cosas espirituales sin quedar extasiado y
le bastaba oír una canción para entrar en arrobamiento?
Estudiando la Sagrada Escritura, además de los datos de los
Evangelio, se encontró con las profecías del Antiguo Testamento
y, ante todo, con la descripción que del siervo de Dios hace Isaías
y que e joven Carmelita podía haber conocido por las lecciones
del breviario en la Semana Santa. Aquí no sólo podía encontrar
retratada con despiadado realismo la Pasión, sino que se ofrecía
el gran fondo histórico, sagrado y profano, sobre el cual se
desarrollaba el drama del Gólgota; Dios el Creador, todopoderoso
y Señor del mundo -que derriba los pueblos como vasija de barro
y es al mismo tiempo Padre que rodea a su pueblo de los más
tiernos cuidados- que, a través de los siglos, corteja a Israel su
esposa, y una y otra vez, es despreciado y olvidado, como canta
san Juan de la Cruz en su Canción del Pastorcito. Los Profetas y
los Evangelios se aclaran mutuamente cuando pintan el retrato
del Mesías que, obediente a su Padre, viene para rescatar a su
esposa y que, para liberarla, toma su yugo sobre sus espaldas y
no retrocede ante la muerte por darle la vida. En sus Romances
resuena un eco de todo esto. En los Profetas las relaciones de
amor de Israel se extienden a toda la humanidad y así se da una
correspondencia entre el anuncio del reino de Dios por los
Profetas y por los Evangelios.
Hay todavía otra cosa que debía aparecer clara para Juan en
los libros proféticos: la relación que el mismo Profeta tenía con
Dios: la vocación y segregación de un hombre sobre el que el
Omnipotente había puesto su mano. Una relación que convertir a
este hombre en amigo y confidente de Dios, conocedor y
mensajero de los divinos decretos, y exige, por otra parte, de él
una entrega incansable y una ilimitada disposición por arrancarle
de la comunidad de los hombres que piensan al modo natural y le
convierte en signo de contradicción. Para todo esto no solamente
se sirve inmediatamente de la Sagrada Escritura sino también de
su interpretación en la tradición de la Orden. En el Carmelo -aún
bajo la regla mitigada- se conservaba vivo el recuerdo del Profeta
Elías "Guía y Padre de los carmelitas". La Institutio primorum
monachorum lo presente a los jóvenes Carmelitas como modelo
de vida contemplativa. El Profeta a quien Dios ordena que se
retira a Desierto y se oculte en el torrente Karith, enfrente del
Jordán, y que beba del agua del torrente y se alimente de la
comida que Dios le enviará, es el modelo de todos aquellos que,
retirándose a la soledad, se despojan del pecado y de todos los
gustos sensibles (así interpreta la frase "enfrente del Jordán") y se
ocultan en el amor de Dios (Karith es interpretado como caritas):
el torrente de la gracia le dar deleitosa bebida y la doctrina de los
Padres ofrecer a su alma sólido alimento: el pan del
arrepentimiento y de la penitencia y la carne de la verdadera
humildad. ¿No habrá encontrado aquí san Juan de la Cruz la
clave para explicar lo que Dios obra en su propia alma? Se
realizan los planes salvadores de Dios sobre la humanidad y, por
su medio, sobre su pueblo escogido. Mas dentro de él tiene que
tratar con cada una de las almas. Cada una debe ser rodeada por
él de solícito cariño y de cuidado paternal. Encontrar en la
Sagrada Escritura, concretamente en el Cantar de los Cantares,
un ejemplo de cómo el sentirse amada se convierte para el alma
en un aguijón que ya no le permite quedar tranquila. El Cántico
Espiritual es el eco de todo esto. Más tarde demostraremos hasta
qué punto es el motivo de la Cruz el que continuamente se repite
en él.
Si el poeta encuentra en las imágenes tan plásticas del
Antiguo Testamento rica inspiración, puede hallarlas el teólogo en
otras fuentes fecundas. El alma, hecha una con Cristo, viviendo
de su vida -pero sólo por su abandono en el Crucificado, sólo
cuando ha recorrido con él todo el camino del Calvario-: en
ninguna parte aparece esto tan clara e impresionantemente
expresado como en el mensaje de san Pablo que constituye bien
desarrollada una Ciencia de la Cruz, una Teología de la Cruz,
vivida en el alma.
"Cristo me envió... a evangelizar y no con artificiosas palabras
para que no se desvirtúe la Cruz de Cristo. Porque la doctrina de
la Cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es
poder de Dios para los que se salvan"; "...los judíos piden
señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros
predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, locura
para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los
llamados, ya sean judíos, ya griegos. Porque la locura de Dios es
más sabia que la sabiduría de los hombres, y la flaqueza de Dios
más poderosa que la fuerza de los hombres".
La doctrina de la Cruz constituye el "Evangelium Pauli", el
mensaje que tiene que anunciar a judíos y gentiles. Es un
mensaje sencillo, sin adornos, sin pretensión alguna de persuadir
con argumentos racionales. Saca toda su fuerza del testimonio
mismo que anuncia y éste es la Cruz de Cristo, es decir, la muerte
de Cristo en la Cruz y el mismo Crucificado. Cristo es fuerza de
Dios y sabiduría divina, no sólo en cuanto enviado de Dios, Hijo
de Dios y Dios El mismo, sino en cuanto crucificado. Y es que la
muerte de Cruz es el medio de salvación escogido por la infinita
sabiduría. Y para demostrar que la fuerza y la sabiduría humana
son incapaces de conseguir la Redención, ha sido dada la fuerza
salvadora a aquello que, según medidas humanas, parece débil y
loco: el que no quiere ser nada por sí mismo, sino que deja que la
fuerza de Dios obre sola en él, el que se ha despojado de sí
mismo y "se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de
Cruz".
La fuerza salvadora, es decir, el poder de resucitar a la vida a
quienes estaban muertos a la vida divina por causa del pecado.
Esta fuerza salvadora de la Cruz ha pasado a la palabra de la
Cruz y, a través de esta palabra, se comunica a cuantos la reciben
y se abren a ella sin pretender milagros ni fundamentos de
humana sabiduría: en ellos se convierte en esa fuerza vivificadora
y formadora que llaman Ciencia de la Cruz. El mismo san Pablo
ha cumplido esto a la perfección; "mas yo, por la misma ley, he
muerto a la Ley, para vivir para Dios; estoy crucificado con Cristo,
y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente
vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se
entregó por mí".
Por aquellos días en que en torno suyo se hizo noche y, sin
embargo, lucía la luz en su interior, conoció el celador de la Ley,
que la Ley era el pedagogo en el camino que conduce a Cristo. La
Ley podía preparar para recibir la vida pero no podía dar vida
alguna. Cristo ha tomado sobre sí el yugo de la Ley por cuanto la
cumplió perfectamente y murió para la Ley y por la Ley. Con ello
ha librado de la Ley a quienes de él quieren recibir la vida, mas
sólo podrán recibirla cuando abandonen la suya propia. Porque
cuantos han sido bautizados en Cristo han sido bautizados en su
muerte. Se han sumergido en su vida para ser miembros de su
cuerpo y, como tales, padecer y morir con él, pero también
resucitar con él a la vida eterna y divina.
Esta vida llegar a nosotros plenamente el día de su gloria. Sin
embargo, ya ahora -"en la carne"- tomamos parte en El cuando
creemos: creemos que Cristo ha muerto por nosotros para darnos
la vida. Esta fe es la que nos permite ser una cosa con El con la
unidad que tienen los miembros con la cabeza y abre para
nosotros el torrente de su vida. Tal es la fe en el -Crucificado-, la
fe viva que va unida a un abandono amoroso y constituye para
nosotros la entrada a la vida y el principio de la futura glorificación:
de aquí que sea la Cruz nuestro único título de gloria: "Cuanto a
mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la Cruz de Nuestro
Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y
yo para el mundo". El que se ha decidido por Cristo, está muerto
para el mundo y el mundo para él. Lleva en su cuerpo los
estigmas del Señor; es débil y despreciado ante los hombres pero
recto y, por ello mismo, fuerte, pues la fuerza de Dios es su
fortaleza en la debilidad.
Con este conocimiento, no sólo toma el discípulo de Cristo
sobre sí la Cruz que le ha sido impuesta, sino que él mismo se
crucifica. "Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne
con sus pasiones y concupiscencias". Han tenido que librar una
guerra implacable contra su naturaleza para que muriera en ellos
la vida de pecado y diera lugar a la vida del espíritu. Esto último
es lo que importa. La Cruz no es un fin en sí misma. Ella se eleva
y empuja hacia lo alto. Por esta razón, no es solamente símbolo,
sino arma poderosa de Cristo, el cayado del pastor, con que el
divina David sale a combatir con el Goliat infernal y con el cual
llama con autoridad a la puerta del cielo y se le abre. Desde
entonces fluyen torrentes de luz divina que envuelven a cuantos
siguen a Crucificado.
3. El Sacrificio de la Misa
El morir con Cristo y resucitar con él se hace factible para
todos los fieles, y particularmente para los sacerdotes, en el Santo
Sacrificio de la misa. El Sacrificio de la misa, según a doctrina
católica, no es otra cosa sino la renovación del sacrificio de la
Cruz. Para quien lo ofrece con fe viva o toma parte en él vuelve a
repetirse lo que en el Gólgota aconteció. Juan siendo niño
ayudaba a misa y este mismo oficio ejercitó, sin duda, en la Orden
antes del sacerdocio. Sabemos por la historia de su vida que la
mera contemplación del crucifijo era capaz de dejarle literalmente
extático. Cómo hubo de atraerle esta ofrenda perfecta -primero
como monaguillo y, más tarde, cuando era él mismo el que la
ofrecía-.
Tenemos noticias de su primera misa. La celebró en el
Convento de Santa Ana de Medina del Campo, en septiembre de
1567, acaso en la octava de la Natividad, y en presencia de su
madre, de su hermano mayor Francisco y de su familia. Un santo
terror le retraía de la dignidad del sacerdocio y sólo la obediencia
a las indicaciones de sus superiores consiguió vencer sus
escrúpulos. Entonces, al comenzar la Santa Misa, se hizo más
vivo en él el sentimiento de su indignidad, se encendió en ardiente
deseo de ser completamente puro para poder tocar con limpias
manos al Santo de los Santos y brotó de su corazón la petición de
que el Señor velara por él para que nunca le ofendiera
mortalmente. Quiso sentir dolor de todas las faltas en las que
podía caer sin a asistencia divina, pero sin cometer la culpa. En la
consagración escuchó las palabras "yo te concedo cuanto me
pides" y, desde entonces, fue confirmado en gracia y conservó el
corazón puro como el de un niño de dos años. Sentirse libre de
culpa y, a pesar de ello, experimentar dolor ¿no constituye esto
una verdadera compenetración con el Cordero sin mancha que
tomó sobre sí los pecados del mundo? ¿No es esto Getsemaní y
el Gólgota?
Nunca disminuyó el sentimiento de Juan ante la grandeza del
sacrificio de la misa. Sabemos que un día encontrándose en
Baeza se retiró extasiado del altar sin haber terminado la Santa
Misa. Uno de los que asistían a ella exclamó que debían venir los
ángeles para terminar aquella misa porque el Santo Padre no se
acordaba de que no la había terminado. En Caravaca se le vio en
cierta ocasión durante la misa cubierto del resplandor que salía de
la Sagrada Hostia. El mismo contó que, a veces, durante varios
días tuvo que prescindir de celebrar la Santa Misa, porque su
naturaleza era demasiado débil para soportar el torrente de
consolaciones divinas. Con particular deleite celebraba la Misa de
la Santísima Trinidad. Existe una íntima conexión entre este
altísimo misterio y el Santo Sacrificio que ha sido instituido
conforme al decreto de las Tres Divinas Personas, sirve para su
gloria y abre a puerta a la participación del torrente eterno de vida
trinitaria. No podemos ni siquiera sospechar la plenitud de divina
iluminación que le fue comunicada al Santo en el Altar durante el
transcurso de su vida sacerdotal. En todo caso hubo de ser en
gran parte durante la celebración de la Santa Misa cuando se
desarrollo su ciencia de la Cruz y tuvo lugar su misteriosa y
progresiva transformación en el Crucificado.
4. Visiones de la Cruz
El mensaje de la Cruz se deja oír en el corazón de todo aquel
que vive dentro del ambiente cultural del cristianismo a través de
las palabras, las imágenes y las fiestas de la Liturgia, pero
encuentra una particular resonancia en el corazón del sacerdote,
aunque habrá muy pocos tan capaces y tan dispuestos a
aceptarlo y responder a Él como san Juan de la Cruz. Además, y,
prescindiendo de las gracias extraordinarias de la Santa Misa, el
mensaje de la Cruz ha llegado a él de otras maneras
extraordinarias. El Crucificado se le ha aparecido en repetidas
ocasiones, de dos de las cuales tenemos noticias concretas. En
su doctrina considera el Santo las visiones, locuciones y
revelaciones como elementos accidentales de la vida mística. Ha
advertido, ante todo y con gran insistencia, del peligro de engaño
o, por lo menos, de ser detenido en el camino de la unión que
puede seguirse de dar valor a tales cosas. Además se mostró
siempre muy retraído para comunicar nada que se refiera a su
vida, tanto en lo exterior como en lo interior. Si ha hablado de
estas visiones, ha sido porque tenían para él un significado
particular. A ambas siguió en su vida una tempestad de
persecuciones y de sufrimientos y es evidente que estas visiones
le sirvieron como de avisos.
La primera aparición tuvo lugar en Ávila, en el Monasterio de la
Encarnación, a donde le había llamado santa Teresa como
confesor de las monjas. Hallándose cierto día sumergido en la
contemplación de la Pasión, se le mostró el Crucificado, visible a
los ojos del cuerpo, cubierto de llagas y bañado en sangre. Tan
clara fue la aparición que pudo dibujarla a pluma en cuanto volvió
en sí. La hojita amarillenta, sobre la que la dibujó, se conserva
aún en nuestros días en el Monasterio de la Encarnación. El
dibujo da una impresión de modernidad. La Cruz y el cuerpo están
representados en fuerte escorzo, como vistos de lado: el cuerpo
en movimiento forzado, muy separado de la Cruz, colgado de las
manos (las manos, traspasadas por fuertes clavos, muy
prominentes, son particularmente impresionantes), la cabeza está
inclinada hacia delante de manera que no permite ver los rasgos
de la cara y deja descubierta la parte superior de la espalda
desnuda marcada de cardenales. El Santo envió la hojita a la
hermana María de Jesús a quien confió su secreto. Lo cual es
cosa comprensible por cuanto el mismo Señor comunicó al alma
de esta religiosa algo de los más íntimos secretos del Santo: la
gracia que recibió en su primera Misa. Ignoramos si le habló el
Señor al inclinarse tan profundamente en la Cruz. Pero lo que
podemos afirmar es que tuvo lugar un intercambio de corazón a
corazón. Sucedió esto poco antes de que se desencadenara la
persecución de los calzados contra la Reforma, cuya principal
víctima había de ser él precisamente.
La segunda aparición tuvo lugar en Segovia hacia el fin de su
vida. Había llamado allí a su hermano Francisco que es el que
nos ha transmitido el hecho. "Yo fui a verle y después de haber
estado allí dos o tres días, le pedí licencia para venirme. Díjome
que me detuviese algunos días más, que no sabía cuando nos
volveríamos a ver. Fue esta la última vez que le vi. Una tarde
después de la cena me tomó de la mano y me llevó al jardín y
cuando nos encontramos solos me dijo: "quiero contaros una cosa
que me sucedió con Nuestro Señor. Teníamos un crucifijo en el
convento y estando yo un día delante de él, pareció me estaría
más decentemente en la Iglesia, y con deseo de que no sólo los
religiosos le reverenciasen, sino también los de fuera, hice como
me había parecido. Después de tenerle en la Iglesia puesto lo
más decentemente que yo pude, estando un día en oración
delante de él, me dijo: fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo
te lo concederé por este servicio que me has hecho". Y yo le dije:
"Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por
vos, y que yo sea menospreciado y tenido en poco"
Cuando Juan expresó este deseo, las circunstancias de su
vida eran tales que fácilmente podía cumplirse sin intervenir más
que las causas naturales. Eras superior provincial del reformado
Carmelo el padre Nicolás Doria, exaltado celador de la
observancia, que quería modelar la Reforma de Teresa conforme
a sus propias ideas. Juan defendió con decisión la herencia de la
Santa Madre y a las víctimas del fanatismo: el padre Gracián y las
carmelitas. El 30 de mayo de 1591 se abrió en Madrid el Capítulo
General de los Descalzos. Antes de partir para él se despidió el
Santo de las Descalzas de Segovia. La priora María de la
Encarnación exclamó vivamente impresionada: "Padre, quién
sabe si no volver vuestra reverencia como provincial de esta
Provincia" y el Santo respondió: "¡Si supiese, hijo, cuan
diferentemente pienso yo lo que en el Capítulo pasará! Hágola
saber que estando en oración encomendando a Dios los sucesos
de él, me pareció que me tomaban y arrojaban a un rincón". Y así
sucedió de hecho. No se le dio ningún cargo y fue enviado a la
soledad de la Peñuela. Allí le llegaron noticias de las vejaciones
de que eran objeto las Descalzas. Se las tomaba declaración para
reunir materiales contra el Santo. Se buscaban motivos para
arrojarlo de la Orden. Poco después, a causa de su enfermedad,
se vio obligado a abandonar la Peñuela donde carecía de
asistencia médica. así llegó a la última estación de su Vía Crucis:
Úbeda. Cubierto de llagas purulentas, encontró aquí en el padre
prior, Francisco Crisóstomo, un enconado enemigo que hizo más
que lo suficiente para colmar su deseo de ser despreciado. Había
llegado a la cumbre del Gólgota.
5. El mensaje de la Cruz
Tenemos todavía un tercer testimonio que prueba que san
Juan de la Cruz recibió de la imagen del Crucificado un influjo
poco corriente. Y es fácil que le haya ocurrido con mucha más
frecuencia de lo que sabemos. Todos estos influjos los
consideramos como mensajes que le animan y preparan a llevar
la Cruz. Mas también todo cuanto comprendemos simbólicamente
bajo el nombre de Cruz, todas las cargas y sufrimientos de la vida,
pueden considerarse como mensajes de la Cruz, ya que es
precisamente por su medio como mejor se puede aprender esta
ciencia. El Santo tuvo ocasión, desde sus primeros años, de
conocer el dolor y la necesidad. La temprana muerte del padre, la
lucha que hubo de emprender su madre para ganar el pan para
sus hijos, sus propios esfuerzos, siempre fracasados, para
colaborar al sostenimiento de la familia -todo esto debió de hacer
una profunda impresión en sus tiernos años-; mas nada sabemos
de ello. Tampoco sabemos mucho del efecto que tuvieron en su
alma las crisis de los primeros años de su vida religiosa.
De tiempos posteriores se conservan noticias que nos
descubren mejor su vida interior. Una tarde en Ávila, después de
haber oído las confesiones, volvía del Monasterio a la hora del
Ángelus por la senda que conducía a la casita en que habitaba
con su compañero, el padre Germán. Repentinamente se
precipitó sobre él un hombre que lo molió a palos y lo derrumbó al
suelo. (Era la rabia de un amante a quien había arrebatado su
presa). Cuando contaba Juan esta aventura solía añadir que
nunca había experimentado tanto consuelo, porque había sido
tratado como el mismo Salvador y había podido probar la dulzura
de la Cruz.
La prisión de Toledo le ofreció también abundantísimas
ocasiones para ello. El Santo había comenzado la Reforma en
Duruelo y fue trasladado a Mancera al crecer la Comunidad;
trabajó después en el noviciado de Pastrana y, finalmente, dirigió
el colegio de la Orden en Alcalá . En 1572 le llamó la Santa Madre
a Ávila para que la ayudara en su difícil misión. Había recibido la
orden de volver como priora al Monasterio de la Encarnación del
que había salido. Debía, bajo la observancia de la regla mitigada,
suprimir los abusos que allí se habían introducido y llevar a la
numerosa Comunidad a una verdadera vida espiritual. Para ello le
pareció imprescindible contar con buenos confesores. Ninguno
pudo encontrar más a propósito que Juan, cuya experiencia en la
vida interior conocía muy bien. Desde 1572 a 1577 trabajó aquí
con gran provecho de las almas. Mientras él tan calladamente
trabajaba, la Reforma había realizado grandes progresos. La
Santa Madre viajaba de un monasterio a otro. También habían
surgido nuevos conventos de frailes. Grandes personalidades
habían ingresado a la Orden y tomado las riendas de su gobierno.
Entre ellos los más importantes era el padre Gerónimo Gracián y
Ambrosio Mariano. Los calzados, no sin culpa, se sintieron
perjudicados y organizaron una poderosa contraofensiva. No
vamos a investigar aquí por qué dirigieron principalmente sus
tiros, y con particular dureza, contra el padre Juan, cuya actividad
era puramente espiritual. En la noche del 3 al 4 de diciembre de
1577 penetraron algunos calzados con sus cómplices en la casa
que habitaban los dos padres confesores y se los llevaron presos.
Desde entonces desapareció todo rastro del padre Juan. La Santa
Madre se enteró de que el padre Maldonado se lo había llevado.
Sólo nueve mes más tarde, a raíz de su liberación, se supo
dónde había estado. Con los ojos vendados fue conducido, a
través de barrios solitarios, al Convento de Nuestra Señora en
Toledo, el más famoso de los conventos que la observancia
mitigada sostenía en Castilla. Se le tomó declaración y, como se
negaba a abandonar la Reforma, fue tratado como rebelde. Le
sirvió de prisión una habitación estrecha, diez pies de larga por
seis de ancha, en la que apenas cabía "cuan chico es", como
escribió más tarde Teresa. Esta habitación no tenía ventana ni
otro respiradero sino una saetera abierta en la pared. El prisionero
para rezar su breviario tenía que subirse a una silla y esperar
hasta que el sol diera de frente. La puerta estaba asegurada con
un candado. Cuando en marzo de 1578 se tuvo noticia de la fuga
del padre Germán se cerró incluso la puerta de la sala que estaba
delante de la celdilla. Al principio todas las tardes y,
posteriormente tres veces a la semana, -a lo último sólo los
viernes-, era llevado el preso al refectorio donde, sentado en
tierra, tomaba sólo pan y agua como comida. En el mismo
refectorio recibía la disciplina. Se arrodillaba, desnudo de cintura
arriba y con la cabeza inclinada, y todos los religiosos pasaban
delante de él y le golpeaban con la disciplina. Como todo lo
llevaba con paciencia le llamaban mosca muerta, mátalas
callando. Para apartarle de la Reforma le ofrecieron como cebo un
priorato pero se mostró tan inmóvil como una roca. Entonces abrió
sus labios que habían permanecido sellados y aseguró que no
volvería atrás aunque le costase la vida. Los jóvenes novicios,
testigos de las injurias y de los malos tratos, lloraban de
compasión y, admirados de su paciencia, decía: "es un Santo". Su
túnica quedaba empapada con la sangre de los azotes. Mas no
podía cambiársela y hubo de llevarla durante los nueve meses
que duró su prisión. Puede imaginarse lo que hubo de padecer así
en los calurosos meses de verano. La comida que le servían le
causaba tales trastornos que pensó que le querían matar. Tenía
que hacer un acto de amor con cada bocado para resistir a esta
tentación.
Sabemos cuán íntimamente compenetrado estaba con los
demás compañeros de la Reforma a la que se había entregado
con toda su alma: la Santa Madre y los demás que seguían
identificados con él para esta grandiosa empresa y que, como él,
habían consagrado su vida entera -en gran parte bajo su
dirección- al ideal del Carmelo primitivo. Más tarde, cuando sus
obligaciones le retuvieron durante largo tiempo en Andalucía,
manifestó a personas de su confianza su nostalgia de Castilla.
"Que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este
extraño puerto, nunca más merecí verla, ni a los santos de por
allí". Ahora se encontraba tan separado de todos ellos que no
pudo darles noticia alguna durante todos estos meses. "A veces
me preocupa el pensamiento de que podrán pensar que me he
vuelto atrás en lo comenzado y lo siento por el dolor de la Santa
Madre".
Todavía hubo de soportar privaciones más duras. El 14 de
agosto de 1578, el padre Maldonado, prior, entró en su celda con
otros dos frailes. El prisionero estaba tan débil que apenas se
podía mover. No le vio y pensó que se trataba de su carcelero. El
prior le golpeó con el pie y le preguntó por qué no se había
levantado en su presencia. Como él le pidiese perdón y le
asegurara que no se había dado cuenta de quién era, le preguntó
el padre Maldonado: "pues ¿en qué pensabais ahora"?, respondió
el Santo: "pensaba en que mañana es día de Nuestra Señora y
gustara mucho decir Misa". ¡Cuánto debió sufrir no pudiendo decir
Misa ni una sola vez en los nueve largos meses de prisión! El día
de Corpus, día en que acostumbraba a pasar largas horas de
oración arrodillado delante del Santísimo, hubo de quedarse sin
decir Misa y sin comulgar.
Sentirse indefenso, entregado a la maldad de encarnizados
enemigos, sufriendo en cuerpo y alma, separado de todo humano
consuelo y hasta de la fuente de energía de la vida sacramental
de la Iglesia, ¿podía darse una más dura escuela de la Cruz? Y,
sin embargo, no fueron éstos los más hondos sufrimientos. Nada
de esto podía separarle de la fuente trinitaria de cuya existencia
estaba plenamente cierto por la fe. Su espíritu no se encontraba
encerrado en la prisión, podía levantarse hasta esa fuente que
siempre mana y corre y bucear en sus insondables profundidades,
en ese torrente que llena todo lo creado y aun el propio corazón.
Ningún poder humano podía separarle de Dios. Pero Dios mismo
podía escap rsele. Y el prisionero experimentó la más oscura de
las noches aquí en la prisión.
"¿A dónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido?"
Este grito de dolor del alma resonó en la cárcel de Toledo. No
tenemos ningún testimonio que nos diga cuándo experimentó
Juan por primera vez la dulzura de la proximidad divina. Pero todo
parece indicar que su vida de oración mística comenzó muy
tempranamente en él. Para quedar más libre para el servicio de
Dios se había separado de sus seres queridos; por esta misma
razón había abandonado la carrera de estudios y dejó también el
Convento de Medina. Su ocupación en Ávila no fue otra que hacer
libres a las almas para que pudieran servir a Dios y esto mismo
puede aplicarse a toda su actividad dentro de la Orden. Por este
ideal de la Reforma soportó las penalidades de la prisión. Sufrió
alegremente las enfermedades y vejaciones por amor de su
Señor. Y ahora parecía que se había apagado su dulce luz en su
corazón. Dios le dejaba solo. Este fue el sufrimiento más profundo
con el que ningún dolor terreno puede compararse. Y, sin
embargo, era la prueba de un amor de predilección. Parecía
conducirle a la muerte, pero le llevaba a la vida.
Ningún humano corazón ha penetrado jamás en una tan
oscura noche como el Verbo Encarnado en Getsemaní y en el
Gólgota. Ningún espíritu humano podrá, por mucho que
investigue, penetrar en el secreto del abandono divino de Cristo
moribundo. Pero Jesús puede dar a gustar a las almas escogidas
algo de esta extrema amargura. Son sus más fieles amigos a
quienes exige la suprema prueba de amor. En el caso de que no
se asusten de ello y se vuelvan atrás, sino que voluntariamente se
dejen introducir en la oscura noche, él mismo se convierte en su
guía.
¡Oh noche que guiaste,
oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
Esta es la gran experiencia de Toledo: abandono de Dios y en
medio de este abandono unión con el Crucificado. así deben
acaso explicarse los testimonios referentes al tiempo de su prisión
que parecen contradictorios; cuando nos dicen que, nunca o muy
raras veces encontró consolación; que sufrió en el cuerpo y en el
alma; y que, por otra parte, con una sola de las gracias que
recibió en la prisión podían darse por bien pagados muchos años
de cárcel. Más adelante demostraremos cómo el alma, con la
experiencia de su nada y de su impotencia en la noche oscura,
llega al verdadero conocimiento de sí misma y a la iluminación
acerca de la inmensa grandeza y santidad de Dios, y cómo, de
esta manera purificada y adornada de virtudes, se prepara para la
unión con Dios. Son ciertamente gracias preciosas que nunca se
pagan demasiado caras y por ellas podemos comprender que
Juan, después de la huida de la cárcel, hablase a las Carmelitas
de Toledo de sus verdugos como de sus grandes bienhechores.
Cuando él asegura en esta ocasión que jamás ha experimentado
tanta luz y consuelo sobrenaturales como en la prisión, podemos
suponer que aquí alcanzó, en el más alto grado, la gracia de la
Cruz y sufrimiento. También las estrofas de la Noche Oscura y del
Cántico Espiritual, que nacieron en la prisión, dan testimonio de
una unión beatificante. Cruz y noche son caminos para llegar a la
luz celestial: éste es el mensaje gozoso de la Cruz.
6. Contenido del mensaje de la Cruz
Hemos considerado los caminos por los cuales llegó a san
Juan el mensaje de la Cruz. En las páginas siguientes
pretendemos demostrar hasta qué punto este mensaje ha influido
en la vida y en la doctrina del Santo. Para ello es necesario, a
grandes rasgos, poner delante de los ojos el contenido de este
mensaje. Lo exponemos aquí tal como lo hemos encontrado en el
mismo maestro de la ciencia de la Cruz.
“Cuán angosta es la puerta y estrecho el camino que guía a la
vida, y pocos son los que le hayan' (Mt. 7,14). En la cual autoridad
debemos mucho notar aquella exageración y encarecimiento que
contiene en sí aquella partícula quam. Porque es como si dijera:
de verdad es mucho angosta...; porque esta senda del alto monte
de perfección, como quiera que ella vaya hacia arriba y sea
angosta, tales viadores requiere que ni lleven carga que les haga
peso cuanto a lo inferior ni cosa que les haga embarazo cuanto a
lo superior; que pues es trato en que sólo Dios se busca y se
grangea, sólo Dios es el que se ha de buscar y grangear... De
donde instruyéndonos e induciéndonos Dios en este camino, dijo
por San Marcos, aquella tan admirable doctrina, no sé si diga
tanto menos ejercitada de los espirituales cuanto les es más
necesaria... Si alguno quiere ser mi discípulo niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quisiere salvar su
alma, perderla ha; pero el que por mí la perdiere, ganarla ha."
"Oh! quién pudiera aquí dar a entender y ejercitar y gustar qué
cosa sea este consejo que nos da aquí el Señor...; aniquilación de
toda suavidad en Dios, en sequedad, en sinsabor, en trabajo, lo
cual es la pura cruz espiritual y desnudez de espíritu pobre de
Cristo... Porque buscarse a sí en Dios es buscar los regalos y
recreaciones de Dios; mas buscar a Dios en sí es no sólo querer
carecer de eso y de ese otro por Dios, sino inclinarse a escoger
por Cristo todo lo más desabrido ahora de Dios, ahora del mundo;
y esto es amor de Dios".
Este abandono conforme a la voluntad de Dios debe ser un
morir y aniquilarse a todo lo que la voluntad aprecia en lo
temporal, natural y espiritual. Quien de esta manera lleva la cruz
experimentar que es ella un yugo suave y una carga ligera (Mt.
2,30).
"Porque, si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta
cruz, que es un determinarse de veras a querer hallar y llevar
trabajo en todas las cosas por Dios, en todas ellas hallar grande
alivio y suavidad para andar este camino así, desnudo de todo sin
querer nada". "Y cuando viniere a quedar resuelto en nada, que
ser la suma humildad, quedar hecha la unión espiritual entre el
alma y Dios, que es el mayor y más alto estado a que en esta vida
se puede llegar. No consiste, pues, en recreaciones y gustos y
sentimientos espirituales, sino en una muerte de Cruz sensitiva y
espiritual, esto es, interior y exterior".
Esto no puede suceder de otra manera, sino conforme al
admirable plan de salvación por el cual el alma debe ser salvada y
unida a Dios por los mismos medios por los que la naturaleza
quedó corrompida y destruida. Como, concretamente en el
paraíso, por haber gustado el fruto prohibido, la naturaleza fue
corrompida y entregada a la corrupción, de la misma manera bajo
el rbol de la Cruz ser por El salvada y restituida a su prístino
esplendor. El que quiere tomar parte en su vida debe como El
caminar a la muerte de cruz, crucificar como Él la propia
naturaleza con una vida de mortificación y de negación de sí
mismo y ofrecerse a la crucifixión en la Pasión y en la muerte
como Dios quiere. Cuanto más perfecta sea esta crucifixión activa
o pasiva, tanto más íntima ser la unión con el Crucificado y tanto
más rica la participación en su vida.
Con esto hemos tocado los puntos principales de la Ciencia de
la Cruz. Volveremos a encontrarnos con ellos cuando oigamos las
enseñanzas del Santo y sigamos las huellas de su vida. Se ver
entonces que ellas son las más profundas fuerzas motoras que
han formado su vida y su obra.
II. DOCTRINA DE LA CRUZ
Introducción: San Juan de la
Cruz como escritor
Quien trate de comprender las enseñanzas de san Juan de la
Cruz partiendo de sus raíces anímicas, debe tener en cuenta la
particularidad, es más, el carácter único de sus escritos, su origen
y su destino.
Desde que la Iglesia le ha elevado a la categoría de Doctor,
quienquiera que trate de encontrar solución a los problemas de la
Mística dentro del catolicismo, debe dirigirse a él. Y aun para los
que militan fuera de la Iglesia católica, reconocidamente, es uno
de los espíritus rectores y de los más seguros guías, ante el cual
no puede pasar de largo quien quiera penetrar5 seriamente en el
Reino de la vida interior. Y, sin embargo, san Juan de la Cruz no
nos ofrece una exposición sistemática de la Mística. Su intención
al escribir no era teorética, por más que fuera suficientemente
teórico como para saber exponer las conexiones puramente
objetivas de su doctrina saliendo del plan prefijado. Lo que él
pretendía era "llevar de la mano" (como de sí decía el
Areopagita), completar con sus escritos su labor de Director de
almas. No se ha conservado todo lo que él escribió; lo escrito
antes de su prisión fue destruido por él o por otros. También la
segunda persecución (dentro de la Reforma) nos ha arrebatado
mucho; por ejemplo, los valiosos apuntes que hicieron las
Carmelitas tomados de sus enseñanzas orales. Tampoco de sus
cartas se conserva más que un pequeño número y de los grandes
tratados que nos quedan -Subida del Monte Carmelo, Noche
Oscura, Cántico Espiritual, Llama de Amor Viva- la Subida y la
Noche han llegado a nosotros incompletas. A pesar de estas
lagunas y de algunas cuestiones insolubles que plantean, lo que
hemos recibido como inestimable legado de nuestro Padre,
contiene ideas tan claras y fundamentales que bien podemos
esperar encontrar en ellos la respuesta a nuestro problema.
El origen de estos escritos hay que buscarlo en su prisión de
Toledo. La fuente de que manen es su íntima experiencia; la
felicidad y el tormento de un corazón probado y herido por Dios se
expresan primero en una confesión lírica; las 30 primeras estrofas
del Cántico Espiritual nacieron en la cárcel y acaso también las de
la Noche Oscura que sirven de fundamento al tratado de este
nombre y al de la Subida. Juan las sacó consigo de la cárcel (no
sabemos si sólo conservadas en la memoria o escritas en un
cuaderno, ya que son dispares a este respecto los testimonios) y
las dio a conocer a algunas almas de su confianza. Tenemos que
agradecer a la súplica de algunos hijos e hijas espirituales los
tratados aclaratorios respectivos.
En ellos su experiencia, expresada antes de manera poética,
se traduce al lenguaje de un pensador que conoce la teología y la
filosofía, con un empleo sobrio de las expresiones escolásticas y
el uso más copioso de las imágenes expresivas. Extiende
notablemente los fundamentos de su experiencia: lo que conoce
por la propia viene aclarado por lo que llega a saber por su
penetración en la vida interior de otras personas, como maestro
en la dirección de las almas. Esto le libra de particularismos y
falsas generalizaciones. Cuenta siempre con la gran diversidad de
los posibles caminos y con que la dirección de la gracia se
acomoda siempre suave y fácilmente a las circunstancias
particulares. La Sagrada Escritura se convierte para él en la
fuente incesante de enseñanzas acerca de la vida interior. Halla
siempre en ella la comprobación segura de lo que por la
experiencia interior le es ya conocido. Por otra parte, su propia
experiencia le abre los ojos para el conocimiento místico de los
Sagrados Libros. El atrevido estilo de los Salmos, tan cuajados de
imágenes, las par bolas del Señor, las narraciones históricas del
Antiguo Testamento, todo le resulta trasparente y le permite dirigir
una mirada cada vez más rica y profunda a lo único que pretende
alcanzar: el camino del alma hacia Dios y la acción de Dios en el
alma.
Dios ha creado las almas para Sí. Dios quiere unirlas a Sí y
comunicarles la inconmensurable plenitud y la incomprensible
felicidad de su propia vida divina, y esto, ya aquí en la tierra. Esta
es la meta hacia la que las orienta y a la que deben tender con
todas sus fuerzas, pero la mayor parte se quedan en el camino y
muy pocas logran pasar de los primeros principios, siendo en
número insignificante las que llegan hasta la meta. De ello son
responsables los peligros del camino -peligros por parte del
mundo, del enemigo malo y de la propia naturaleza y también la
ignorancia y la falta de directores apropiados-. No comprenden las
almas lo que les sucede y muy pocas veces encuentran alguno
que pueda abrirles los ojos para comprenderlo. El Santo tiene
compasión de quienes así yerran y lo siente por la obra de Dios
que con ello se malogra. Quiere y puede ayudar, porque conoce
todos los caminos y pasos del reino misterioso de la vida interior.
No le es posible decir todo cuanto sabe sobre el tema; tiene que
ponerse un freno continuo para no sobrepasar lo que el tema
exige.
El Santo no ha escrito sus obras para todos. No es que
pretenda excluir a nadie expresamente, mas sabe que sólo puede
ser comprendido por un limitado círculo de personas con una
cierta experiencia de vida interior. Y piensa en primer lugar en los
Carmelitas y las Carmelitas cuya vocación propia es la
contemplación. Mas sabe también que la gracia de Dios no se
circunscribe a un hábito religioso ni a una Orden determinada.
Precisamente, debemos su comentario a la Llama de Amor Viva a
una de sus penitentes o hijas espirituales "que vivía en el mundo".
Escribe para las almas contemplativas y las toma por la mano, en
un determinado punto del camino, en el que la mayor parte de las
almas, faltas de consejo, quedan paradas, incapaces de seguir
adelante. En el camino por el que hasta entonces ha andado el
alma choca con obstáculos insalvables. En nuevo camino que se
abre ante ella sigue adelante a través de impenetrable oscuridad -
¿quién tiene el valor de aventurarse por él?-. La encrucijada de
que se trata es la que separa la meditación de la contemplación.
Hasta el presente el alma ha ejercitado sus fuerzas en las horas
de meditación, acaso por el método ignaciano -sentidos,
imaginación, memoria, entendimiento, voluntad-. Nada de ello le
sirve ahora, resultan inútiles todos sus esfuerzos. Los ejercicios
espirituales, fuente un tiempo de interna alegría, se le convierten
en insufrible tormento, aridez y esterilidad. Mas tampoco siente
ninguna inclinación a interesarse de las cosas del mundo. Lo que
el alma querría es permanecer tranquila en la quietud de sus
potencias, sin agitación ninguna. Pero esto le parece ociosidad y
pérdida de tiempo. Algo parecido acontece en el alma cuando
quiere meterla en la noche oscura.
Según el común lenguaje cristiano a un estado así bien puede
llamársele Cruz. Ya anteriormente hemos advertido que Cruz y
Noche tienen algo de común. Más de poco nos sirve la
comprobación de un cierto parentesco. Querríamos encontrar
muchos lugares de los escritos del Santo Padre en que se hable
con tal determinación del significado de la cruz que pudiéramos
justificar plenamente con ellos nuestra pretensión de explicar su
vida y su doctrina por la ciencia de la cruz. Pero estos lugares son
relativamente pocos. El símbolo que domina tanto en sus poesías
como en sus tratados no es el de la Cruz sino el de la Noche, que
constituye el centro de la Subida; y en el Cántico y en la Llama
(que propiamente tratan del estado que tiene el alma una vez
atravesada la noche) continúa resonando todavía. Por ello es
necesario hablar ante todo de la relación entre la Cruz y la Noche,
si se quiere aclarar el sentido de la Cruz en la doctrina del Santo.
1. Cruz y noche (noche del
sentido)
Diferencia en el carácter del símbolo:
el simbolismo y su expresión cósmica
Ante todo hemos de preguntarnos si la Cruz y la noche son
símbolos en el mismo sentido. La palabra símbolo suele
emplearse en el mismo sentido. A veces, se la toma en sentido
amplio, pretendiendo significar por su medio todo elemento
sensible a través del cual se designa algo espiritual, o más bien
todo aquello que, conocido por experiencia natural, sirve para
designar algo que está al margen de este experiencia. En ese
sentido lato, tanto la noche como la Cruz pueden llamarse
símbolos. Mas, en cuanto atendemos a la diferencia entre signo e
imagen, se hace patente la distancia que entre ellos existe.
La imagen -en el sentido de representación- muestra lo
representado por medio de una íntima semejanza: el que la
contempla inmediatamente pensar en el modelo que ella le vuelve
a representar o que por su medio puede conocer. Entre el signo y
lo significado, por el contrario, no se precisa correspondencia
alguna. Su relación ha sido establecida arbitrariamente y quien
quiere entender el signo debe ser instruido acerca de lo que con
él se pretende significar. La Cruz no es ciertamente una imagen
en el sentido propio. (Cuando se la llama imagen no se quiere con
ello significar otra cosa sino que es símbolo en el sentido amplio a
que más arriba hemos aludido: algo visible que extiende su
significado a otra cosa invisible). Entre Cruz y sufrimiento no
existe ninguna semejanza inmediata apreciable, pero tampoco
media entre ellos una relación de signo puramente arbitraria. La
Cruz ha recibido su significado de la Historia. No es ningún objeto
natural sino un instrumento preparado y usado por el hombre con
una determinada finalidad. Como instrumento ha desempeñado
en la historia un papel de alcance incomparable. Todos cuantos
viven dentro del ambiente cultural cristiano lo conocen muy bien.
De aquí que la Cruz, a través de su figura visible, nos lleva a la
plenitud del sentido, que en ella se encierra. Es también un signo,
una señal, pero una señal cuyo significado no le ha sido aplicado
artificialmente, sino que dimana del fundamento de su eficacia y
de su misma historia. Su figura visible significa algo dentro de la
relación sensible en que se emplea. A ella aludimos cuando
decimos que la Cruz es un símbolo.
La noche, en cambio, es algo natural: lo contrario de la luz que
a nosotros y a todas las cosas envuelve. No es propiamente un
objeto en el sentido literal de la palabra. No está delante de
nosotros y ni siquiera se sostiene por sí mismo. No es tampoco
una imagen, entendida como figura visible. Es invisible e informe.
Y, sin embargo, la percibimos verdaderamente y está más
próxima a nosotros que todas las formas y figuras, está más
propiamente unida con nuestro ser. Como la luz penetra con sus
propiedades visibles todas las cosas, de la misma manera se las
traga la noche y amenaza con tragarnos a nosotros también. Lo
que en ella se hunde es algo más que nada: continúa existiendo,
pero indeterminado, invisible e informe como la noche misma o
como una sombra, un fantasma y, por ello, como algo
amenazador. En ella no sólo está amenazado exteriormente
nuestro ser por peligros ocultos en la noche, sino también
interiormente afectados por la noche misma. Nos priva del uso de
los sentidos, impide nuestros movimientos, reduce nuestras
fuerzas y nos arroja a la soledad convirtiéndonos a nosotros
mismos en sombras y fantasmas. Es como un preludio de la
muerte y todo esto no tiene solamente un significado vital sino
también anímico y espiritual. La noche cósmica produce en
nosotros un efecto semejante al de la que en sentido figurado
llamamos noche. O al revés: lo que en nosotros produce efectos
semejantes a los de la noche cósmica puede ser designado con el
nombre de noche en sentido figurado. Antes de intentar
comprender en qué puede consistir esta noche hemos de dejar
claro que la noche cósmica tiene un doble aspecto. Frente a la
noche oscura y espantosa está el embrujo de las noches de luna
que la penetra con su suave y delicado resplandor. No se traga
las cosas, sino que las deja brillar con aspecto nocturno. Todo lo
duro, lo espero y penetrante es moderado y suavizado y aparecen
rasgos esenciales de las cosas que no se ven a la luz del día. Se
escuchan también voces que el ruido del día amortigua y hace
enmudecer. Mas no solamente la noche iluminada tiene sus
encantos sino que podemos igualmente encontrarlos en la noche
oscura. Da fin a la prisa y al ajetreo del día y nos trae el descanso
y la paz. Estos mismos efectos causa la noche, entendida en
sentido anímico-espiritual. Hay también una suave claridad
nocturna del espíritu en la cual el alma, libre de la esclavitud de
los negocios cotidianos, se siente a un tiempo distraída y
reconcentrada en una profunda armonía de su ser y de su vida
entre el mundo y el trasmundo. Y hay en la paz de la noche un
profundo y agradecido descanso.
Hay que pensar en todo esto si queremos comprender el
simbolismo de la noche en san Juan de la Cruz. Por los testigos
de su vida y por sus propias poesías, sabemos que era
extraordinariamente sensible a la noche cósmica con todos sus
matices. Pasaba noches enteras en la ventana, perdida la mirada
en el amplio panorama o en el vacío. Y encuentra para describir la
noche expresiones que no han sido igualadas por ningún poeta.
El alma compara a su amado con:
La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
Cuando Juan, el pensador, habla de la noche en sus tratados,
detrás de sus palabras se encuentra lo que esta expresión
significa para el hombre y el poeta. Hemos tratado de reflejarlo a
grandes rasgos en cuanta expresión simbólica, sin pretender por
ello agotar su contenido. Ahora vamos a intentar captar lo que tal
simbolismo trata de expresar. El Santo ha hablado de ello
expresamente y a su exposición tenemos que recurrir. Ante todo
vamos a dar una rápida ojeada para comprender con propiedad
las relaciones de este simbolismo. La noche mística no debe
entenderse cósmicamente. No tiene su origen fuera del alma sino
que brota de sus mismas entrañas y afecta sólo al alma de donde
nace. Pero los efectos que opera en el interior, son semejantes a
los de la noche cósmica: implica un hundimiento del mundo
exterior, aunque el exterior se encuentre en la plena luz del día.
Establece al alma en la soledad, la aridez y el vacío, liga la
actividad de sus fuerzas y la angustia con los terrores
amenazadores que en ella se ocultan. Sin embargo, también hay
una luz en la noche, que descubre un nuevo mundo en lo más
hondo del alma, y en cierto modo, ilumina desde dentro el mundo
exterior que se nos devuelve completamente transformado.
Ahora tratamos de aclarar la relación de la noche cósmica con
la mística, en cuanto sea posible sobre la base de estas primeras
consideraciones. No se trata evidentemente de una relación de
signos, no hay nada intencionalmente determinado desde fuera ni
se trata tampoco de una dependencia causal que se haya
desarrollado históricamente como en el símbolo. Existe entre ellas
una íntima analogía que permite que, en ambos casos, se
empleen los mismos nombres. Cuando se habla de la imagen de
la Noche, se quiere significar con ello que este nombre conviene
en primer término a la noche cósmica y de ella se traslada a la
mística, para de esta forma dar a conocer, por medio de algo que
nos es conocido, con lo que estamos familiarizados, algo
desconocido y difícil de comprender, pero que le es semejante. No
se puede hablar, sin embargo, de una correspondencia de
imágenes, ya que ninguna de las dos noches ha sido modelada a
imagen de la otra. Antes bien hay que pensar en la relación de
una expresión simbólica, como la que existe generalmente entre
lo sensible y lo espiritual: de la misma manera que la fisonomía y
los gestos son expresión de la personalidad y de la vida anímica
y, al igual de como muchas veces lo espiritual, y aún el mismo
Dios, se revelan en la naturaleza. Se trata de una comunidad de
origen y una objetiva analogía que hace a lo sensible apropiado
para revelar lo espiritual. De la correspondencia de imágenes no
queda más que la semejanza, que, por cierto, no puede captar "el
parecido", por ambas partes, sino sólo a través de ciertos rasgos
comunes. Es también diferente de la correspondencia de
imágenes, no sólo por faltarle la posibilidad de representación
sino también porque se da la circunstancia de que no se trata de
imágenes, de figuras bien perfiladas. Estas pueden ser objeto de
expresión por medio de los gestos. Un cambio determinado del
rostro, que el pintor puede dibujar con el lápiz o con el pincel,
corresponde a un acontecimiento anímico. La noche, por el
contrario, tanto la cósmica como la mística, es algo informe e
inaprensible que, en la plenitud de su sentido, sólo sugiere sin
agotar nunca su contenido. En ello se incluye una cosmovisión
completa y una perfecta concepción del ser. Un algo inaprensible
es común a ambas que, sin embargo resulta tan claro como para
que por medio de la una podamos descubrir a la otra para la que
sirve de camino, no por una elección intencionada y por una
comparación pensada de antemano, sino sólo a través de la
experiencia simbólica, que tropieza con la dependencia primitiva,
y por ello, encuentra una expresión gráfica que le es necesaria
para manifestar lo que no puede expresarse en abstracto.
Estamos ahora en disposición de comprender la diferencia que
existe entre el carácter simbólico de la Cruz y la Noche. La Cruz
es símbolo de todo lo que causal o históricamente depende de la
de Cristo. Noche es la necesaria expresión cósmica de la mística
cosmovisión de san Juan de la Cruz. La nota predominante del
simbolismo de la Noche es una prueba de que en los escritos del
Santo Doctor no es el teólogo sino el poeta y el místico el que
habla, por más que también el teólogo controla concienzudamente
los pensamientos y las palabras.
La canción de la Noche Oscura
Vamos a investigar la noche mística para percibir en ella el eco
del mensaje de la Cruz; para ello escogeremos como más
indicado punto de partida la canción de la Noche Oscura que sirve
de base a los dos grandes tratados que versan sobre la Noche
Mística.
NOCHE OSCURA
1. En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
2. A oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
3. En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa
sin otra luz, ni guía,
sino la que en el corazón ardía.
4. Que ésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
5. ¡Oh noche, que guiaste,
oh noche amable más que la alborada,
oh noche, que juntaste
amado con amada,
amada en el Amado transformada!
6. En mi pecho florido,
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
7. El aire de la almena
cuando ya sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
8. Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Noche oscura del sentido
a) Introducción al sentido de la Noche
La imagen poética se mantiene perfectamente sin que se
intercale ninguna expresión doctrinal. Para entenderla tenemos la
clave en los dos tratados explicativos Subida y Noche Oscura.
El alma que canta esta canción ya ha atravesado la Noche y
llegado al término pasando a la unión con el amado divino. De
aquí que sea un canto de alabanza a la noche que ha servido de
camino para su radiante felicidad. El grito de júbilo: Oh dichosa
ventura! le sirve de estribillo. Pero no ha olvidado la oscuridad y la
angustia pasadas. Y puede todavía con mirada retrospectiva
trasladarse a la noche.
La casa que ha dejado la esposa es la parte sensible del alma.
está sosegada, porque todos sus apetitos han sido acallados. El
alma pudo salir de ellos porque Dios la ha librado previamente.
Con sus propias fuerzas no lo hubiera conseguido. Aquí con una
breve aclaración se nos da a conocer la diferencia más
característica que existe entre la noche activa y la pasiva, de la
cual tratar más tarde expresamente, así como la relación que
media entre las dos. El alma debe trabajar, poniendo en tensión
todas sus fuerzas, para librarse de las ataduras de la naturaleza
sensible, pero antes Dios debe venir en su ayuda con su acción
divina, que es la que dirige y perfecciona la del alma.
El desprendimiento o purgación es designado como la noche
por la que el alma debe atravesar. Es de tres maneras según que
se la considere relacionada con el punto de partida, el camino y la
meta a alcanzar. El punto de partida es el gusto de las cosas de
este mundo de que el alma debe desprenderse. Este
desprendimiento deja al alma en tinieblas y como sin nada. Por
esta razón se la denomina noche. El mundo que captamos por los
sentidos es, desde el punto de vista natural, el suelo que nos
sostiene, la casa en la cual nos sentimos como en nuestro propio
centro, que nos alimenta y nos provee de lo necesario y es la
fuente de nuestras alegrías y de nuestros gozos. Si se nos quita o
nos vemos precisados abandonarla es verdaderamente algo así
como si el suelo faltara bajo nuestros pies y como si se hubiera
hecho noche en torno nuestro y nosotros mismos nos
hundiéramos y desapareciéramos.
Pero no es esto lo que sucede, sino que de hecho quedamos
asentados sobre un camino más seguro, aunque tenebroso y
envuelto en la noche: el camino de la Fe. Es un camino que
conduce a la meta de la divina unión. Pero es un camino nocturno
ya que, comparado con la evidencia del conocimiento racional, es
el de la fe un conocimiento oscuro: nos da a conocer algo pero no
podemos verlo. Por esta razón podemos afirmar que también el
término que alcanzamos por el camino de la fe es Noche: Dios
queda oculto para nosotros mientras vivimos en la tierra aunque
lleguemos a la dichosa unión. El ojo de nuestro espíritu no está
proporcionado a la intensidad de su luz y mira como si se
encontrara en las tinieblas de la noche. Pero así como la noche
cósmica no es igualmente oscura a la largo de toda ella, también
la noche mística tiene sus fases y grados respectivos. La
purgación del mundo de los sentidos es como la irrupción de la
noche en que todavía queda algo de la claridad del día. Por el
contrario la fe se asemeja a la media noche en la que no sólo ha
desaparecido la actividad de los sentidos sino también el
conocimiento natural de la razón. Mas cuando el alma encuentra a
Dios, irrumpe en su noche una como alba del nuevo día de la
eternidad.
Ya con estas breves consideraciones podemos establecer
alguna relación entre la noche y la Cruz, que aparecer más clara
cuando tratemos en particular de cada una de las fases de la
noche.
b) Entrada activa en la noche como
seguimiento de la Cruz
El Santo llama Noche Oscura del Sentido al punto de partida o
fase primera de la noche. Esta, en el sentido de que aquí se trata,
consiste en la "privación del gusto en el apetito de todas las
cosas". No puede ciertamente tratarse de que no hay que conocer
ya con los sentidos, porque son ellos las ventanas por las que
penetra la luz del conocimiento en la tenebrosa cárcel del alma
que sigue ligada al cuerpo: No podemos prescindir de ellas
mientras vivimos. Pero, debemos aprender a ver y a oír de
manera muy diversa a como vemos y oímos. El enfoque
fundamental ante el mundo de los sentidos debe ser muy otro.
Este enfoque no es una postura puramente intelectual para el
hombre medio en su estado normal -ya que se encuentra en el
mundo más bien como ser que apetece y como hombre de
acción-. Está con él relacionado de mil maneras, por cuanto le
ofrece algo que puede calmar sus deseos, le impulsa a la acción y
constituye la materia de la misma. Generalmente se deja guiar de
sus impulsos y apetitos, en la comida y en el vestido, en el trabajo
y en el descanso, en el juego y la diversión y en el trato con los
demás. Se siente feliz y contento cuando no está embarazado por
ningún obstáculo especial. Teniendo en cuenta que una vida sin
obstáculos no es posible en este mundo, idea con la que se ha
familiarizado desde su juventud hasta tal punto que se ha
convertido para él en una segunda naturaleza, sabe por la
educación y la experiencia que ha tenido que es condenable el
dar rienda suelta a los apetitos de la naturaleza y así se deja guiar
por la recta razón y trata de limitarlos y reglamentarlos. En el
mismo sentido influye el respeto hacia los demás; el derecho y la
moral naturales, como exigencia indeclinable, se imponen en la
vida comunitaria. No se atenta con todo ello al derecho natural de
los instintos; solamente se le pone en armonía con los otros
derechos. Por el contrario, al instaurarse la Noche Oscura
comienza algo completamente nuevo.
Toda esa cómoda familiaridad con el mundo, ese sentirse
saciado con los placeres que ofrece el apetito de estos placeres,
aceptado naturalmente por el alma -todo esto que para el hombre
que vive siguiendo a la naturaleza es claro como la luz del día-
son tinieblas a los ojos de Dios e incompatibles con la luz divina.
Deben ser arrancadas con todas sus raíces si se ha de dejar sitio
en el alma para Dios. Responder a esta exigencia significa
presentar batalla en toda la línea de la propia naturaleza, tomar
sobre sí su Cruz y entregarse a la crucifixión. El Santo Padre cita
en esta ocasión las palabras del Señor: "el que no renuncia todas
las cosas que con la voluntad posee, no puede ser mi discípulo"
(Lc. 14,13). Que el señorío que el apetito ejerce sobre el alma sea
verdaderamente tinieblas lo prueba detalladamente: los apetitos
cansan y atormentan al alma, la oscurecen y manchan y debilitan
y le arrebatan el espíritu de Dios, del cual se aleja al abandonarse
al espíritu animal. Entablar la lucha, o sea tomar sobre sí la cruz
es penetrar activamente en la Noche Oscura. El Santo da para
ello unos avisos, breves y precisos, de los que él mismo afirma
que "el que de veras quisiere ejercitarse en ellos no le harán falta
otros ningunos, antes en estos los alcanzar todos". Son los
siguientes:
"Lo primero traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en
todas sus cosas, conformándose con su vida la cual debe
considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como
se hubiera él.
Lo segundo para poder bien hacer esto, cualquiera gusto que
se le ofreciere a los sentidos como no sea puramente para honra
y gloria de Dios, renúncielo y quédese vacío de él por amor de
Jesucristo el cual en esta vida no tuvo otro gusto ni le quiso, que
hacer la voluntad de su Padre, lo cual llamaba El su comida y
manjar. Pongo ejemplo. Si se le ofreciere gusto de oír cosas que
no importan para el servicio y honra de Dios ni lo quiera gustar ni
lo quiera oír...y en todos los sentidos, ni más ni menos en cuanto
lo pudiere excusar buenamente; porque, si no pudiere, basta que
no quiera gustar de ello, aunque estas cosas pasen por él.
Y de esta manera ha de procurar dejar luego mortificados y
vacíos de aquel gusto a los sentidos, como a oscuras. Y con este
cuidado en breve aprovechar mucho.
Y para mortificar y apaciguar las cuatro pasiones naturales,
que son, gozo, esperanza, temor y dolor, de cuya concordia y
pacificación salen estos y los demás bienes, es total remedio lo
que se sigue, y de gran merecimiento y causa de grandes
virtudes:
Procure siempre inclinarse:
- no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso;
- no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;
- no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto;
- no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso;
- no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;
- no a lo más, sino a lo menos;
- no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;
- no a lo que es querer algo, sino a no querer nada;
- no andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo
peor, y desear entrar en toda
Desnudez y vacío por Cristo de todo cuanto hay en el mundo.
Y estas obras conviene las abrace de corazón y procure
allanar la voluntad en ellas...
Lo que está dicho, bien ejercitado, bien basta para entrar en la
Noche Sensitiva...".
No son necesarias nuevas aclaraciones para probar que el
caminar por la Noche Oscura del sentido es lo mismo que tomar
voluntariamente la Cruz y llevarla con perseverancia; pero con
sólo llevar la Cruz no se muere y para atravesar la Noche por
completo tiene el hombre que morir al pecado. Puede entregarse
para ser crucificado, mas no crucificarse él mismo. Por ello lo que
la Noche activa ha comenzado ha de completarlo la Noche
pasiva, esto es, el mismo Dios, "porque, por más que el alma se
ayude, no puede ella activamente purificarse de manera que esté
dispuesta en la menor parte para la divina unión de perfección de
amor, si Dios no toma la mano y la purga en aquel fuego oscuro
para ella".
d) Purificación de la memoria
En las pasadas explicaciones se ha ocupado el Santo
preferentemente de señalar las relaciones que existen entre el
conocimiento y la fe en orden al fin de la unión con Dios. Un
nuevo mundo del espíritu se ha abierto ante nosotros. Se nos ha
descubierto una serie variadísima de fenómenos anímicos, de
cuya existencia ni siquiera sospecha la experiencia común y de
mano maestra se nos ha descrito su significación y conexión con
los fenómenos espirituales. Dada la finalidad de nuestra síntesis
no nos es posible siquiera indicar todos los problemas y aspectos
que de aquí se derivan, por lo cual entresacaremos los más
importantes para nuestro intento.
Pero, ante todo, es preciso que sigamos exponiendo el
pensamiento del Santo. Ya en las páginas precedentes el Santo
ha afirmado vigorosamente que el camino de la fe a través de la
Noche es una especie de Vía Crucis. Por otra parte, nos ha
hablado tanto de luz y de felicidad, que, a veces, podía parecer
que había sido abandonado el tema de la Cruz. Pero hemos de
advertir que cuando no se trataba de una exposición del término
al que se dirige en todo cuanto trata -cosa necesaria para
comprender el camino- ese despliegue de riquezas, iluminaciones
y gracias no tenía otras finalidad sino demostrarnos que hay que
renuncia a todas ellas. Sólo quien ha poseído estas riquezas
puede medir convenientemente lo doloroso que su abandono
resulta; lo oscuro que queda todo cuando se cierran los ojos
estando a plena luz; cómo resulta una verdadera crucifixión
controlar la vida del espíritu y privarle todo lo que puede servirle
de refrigerio. Ya se ha advertido que este despojo o purificación
no sólo debe comprender al entendimiento sino también a las
demás potencias del alma: memoria y voluntad. El último libro de
la Subida está consagrado a prepararlas para la unión con Dios.
"Siendo verdad como lo es que a Dios el alma antes le ha de ir
conociendo por lo que no es, que por lo que es: de necesidad,
para ir a él, ha de ir negando y no admitiendo hasta lo último que
pudiese negar de sus aprensiones, así naturales como
sobrenaturales".
Debemos sacar la memoria de los límites naturales que la
estrechan y levantarla sobre sí, es decir, sobre toda noticia distinta
y posesión sensible a "suma esperanza de Dios incomprensible".
Hay que despojarla también de todos los conocimientos e
imágenes que ha adquirido por la vía de los sentidos corporales.
Como Dios no tiene forma ni imagen que pueda ser comprendida
de la memoria tiene ésta que "desprenderse de todas las formas
que no sean Dios. Esto es, cuando está unida con Dios... se
queda sin forma y sin figura, perdida la imaginación y embebida la
memoria en un sumo bien y en un grande olvido sin acuerdo de
nada". Este perfecto vacío que tiene lugar en la unión no es -así
como tampoco la unión misma- fruto solamente de la propia
actuación personal. "Y así es cosa notable cuando pasa esto;
porque algunas veces, cuando Dios hace estos toques de unión
en la memoria, súbitamente le da un vuelco al cerebro, que es
adonde ella tiene su asiento, tan sensible, que parece se
desvanece toda la cabeza, y que se pierde todo el juicio y el
sentido; y esto a veces más, y a veces menos, según que es más
o menos fuerte el toque, y entonces... se vacía y purga la
memoria... de todas las noticias y queda enajenada y a veces tan
olvidada de sí misma que ha menester hacerse gran fuerza para
acordarse de algo. Y de tal manera es a veces este olvido de la
memoria y suspensión de la imaginación, por estar la memoria
con Dios, que se pasa mucho tiempo sin sentirlo y sin saber qué
se hizo en aquel tiempo".
Una tal suspensión de la potencia sólo puede tener lugar en
los principios de la unión, pero no en los perfectos. En ellos va
todo dirigido por el Espíritu Santo: El es el que las advierte a su
debido tiempo de lo que tienen que hacer, y así se libran de las
faltas en la conducta exterior que son propias del estado de
transición.
La perfecta purificación viene dirigida pasivamente por Dios.
Lo único que tiene que hacer el alma es disponerse para ella. De
todo lo que le ofrecieren los sentidos "no haga particular archivo ni
presa de ellas en la memoria, sino que las deje luego olvidar, y lo
procure con la eficacia, si es menester, que otras acordarse; de
manera que no le quede en la memoria alguna noticia ni figura de
ellas, como si en el mundo no fuesen, dejando la memoria libre y
desembarazada, no atándola a ninguna consideración ni de arriba
ni de abajo, dejándola libremente perder en olvido como cosa que
estorba...".
En cambio, un alma espiritual "que todavía quiere usar de las
noticias y discursos naturales de la memoria para ir a Dios"
experimentar tres géneros de daño. Por parte de las cosas del
mundo tendrá que sufrir hartas mezquindades "así como
falsedades, imperfecciones, apetitos, juicios, perdimiento de
tiempo, etcétera". Si se deja que a memoria se entretenga en lo
que ha percibido por los sentidos, hallar a cada paso
imperfecciones, "en lo cual se le ha de pegar alguna afición ahora
de dolor, ahora de temor, ahora de odio, de vana esperanza, vano
gozo...; cosas todas que impiden la perfecta pureza y simplicísima
unión con Dios... De todos los cuales daños yo creo no habrá
quien se libre, si no es cegando y oscureciendo la memoria
acerca de todas las cosas". Sin duda "lo que fuere puramente de
Dios y ayudare aquella noticia confusa, universal, pura y sencilla,
que eso no se deje, sino lo que detuviere en imagen, forma, figura
o semejanza de criatura". Por lo cual es lo mejor "aprender a
poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios".
Entonces "se las llenar de paz declinando sobre ella...un río de
paz en que la quitar todos los recelos y sospechas, turbaciones y
tinieblas que la hacían creer que iba perdida".
Nuevos daños vienen por parte del demonio, el cual "puede
añadir formas, noticias y discursos, y por medio de ellos afectar el
alma con soberbia, avaricia, envidia, ira, etc., y poner odio injusto,
amor vano, y engañar de muchas maneras... Y, finalmente, todos
los más engaños que hace el demonio y males al alma, entran por
las noticias y discursos de la memoria. La cual, si se oscurece de
todas ellas y se aniquila en olvido, cierra totalmente la puerta de
este daño del demonio y se libra de todas estas cosas, que es
grande bien".
El tercer daño consiste en que las aprensiones naturales de la
memoria "le pueden impedir el bien moral y privar de lo espiritual".
"El bien moral consiste en la rienda de las pasiones y freno de los
apetitos desordenados", de manera que con ello se hace posible:
la paz, sosiego, tranquilidad del alma y las virtudes morales que
son su cortejo. Toda turbación y toda guerra le viene al alma del
contenido de la memoria. El alma que vive desasosegada y no
tiene ningún apoyo en el bien moral "no es capaz, en cuanto tal,
de lo espiritual, el cual no se imprime sino en el alma moderada y
que está en paz".
Si el alma hace caso de los contenidos de la memoria y se
inclina a ellos "no es posible que esté libre para lo incomprensible
que es Dios". Porque para que el alma llegue a unirse con Dios
debe "de trocar lo conmutable y comprensible, por la
inconmutable e incomprensible". Entonces en lugar de estos
daños gana el alma los provechos opuestos: tranquilidad y paz de
espíritu, pureza de conciencia y de alma y con ello la mejor
disposición para recibir "la sabiduría humana y divina y las
virtudes". Se libra de muchas sugestiones, tentaciones y
desasosiegos del enemigo mal que hace presa en tales
pensamientos. Y se dispone el alma para las inspiraciones y
consuelos del Espíritu Santo".
Al igual que las aprensiones de los sentidos también las
visiones, revelaciones, locuciones y sentimientos sobrenaturales
dejan frecuentemente una viva impresión en la memoria y
fantasía. También para ellas vale el principio fundamental de que
el alma no debe reflexionar sobre cosas claras y distintas para
conservarlas en la memoria, porque "cuando el alma más presa
hace en alguna aprehensión natural o sobrenatural distinta y
clara, menos capacidad y disposición tiene en sí para entrar en el
abismo de la fe, donde todo lo demás se absorbe. Porque...
ningunas formas ni noticias... son de Dios, ni tienen proporción
con Dios, ni pueden ser próximo medio para su unión". De todo lo
cual hay que vaciar la memoria "para unirse con Dios en
esperanza perfecta y mística". "Porque toda posesión es contra
esperanza...; de donde cuanto más la memoria se desposee,
tanto más de esperanza tiene, y cuanto más de esperanza tiene
tanto más tiene de esta unión con Dios. Porque acerca de Dios,
cuanto más espera el alma, tanto más alcanza, y entonces espera
más cuando, como digo, se desposee más; y, cuando se hubiere
desposeído perfectamente, perfectamente quedar con la posesión
de Dios en unión divina".
La preocupación por estos conocimientos sobrenaturales
causa al alma cinco géneros de daños: la engaña grandemente
en el juicio, teniendo por revelación divina, lo que no pasa de ser
un juego de la fantasía, o tendrá las cosas de Dios por ilusión del
demonio, etc. Por ello debe el alma "no querer aplicar el juicio
para saber, qué sea lo que en sí tiene y siente... Pues todo cuanto
ellas son en sí, no le pueden ayudar al amor de Dios tanto como
el menor acto de fe viva y esperanza, que se hace en vacío y
renunciación de todo eso".
El segundo daño es el peligro de presunción o vanidad. Piensa
que está muy adelantada porque recibe comunicaciones
sobrenaturales y mira con orgullo y desprecio farisaicos a los
demás, que no han experimentado tales manifestaciones de la
gracia. A este respecto debe el alma tener en cuenta dos cosas:
"La primera, que la virtud no está en las aprehensiones y
sentimiento de Dios, por subidos que sean, ni en nada de lo que a
este talle pueden sentir en sí, sino por el contrario, está en lo que
no sienten en sí, que es mucha humildad y desprecio de sí y de
todas sus cosas, muy formado y sensible en el alma, y gustar de
que los demás sientan de aquello mismo, no queriendo valer nada
en el corazón ajeno".
"Lo segundo, ha menester advertir que todas las visiones,
revelaciones y sentimientos del cielo, y cuanto más ellos quisieren
pensar, no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual
tiene los efectos de la caridad, que no estima sus cosas ni las
procura, ni piensa mal sino de sí, y de sí ningún bien piensa sino
de los demás".
El tercer daño proviene del demonio, "pues no solamente
puede representar en la memoria y fantasía muchas noticias y
formas falsas, que parezcan verdaderas y buenas", mostrándose
al alma transfigurado en ángel de luz. Esto o hace sirviéndose de
las comunicaciones que realmente provienen de Dios, moviéndola
a sentimientos espirituales desordenados y haciéndola consentir
en ellos y caer en gula espiritual. Con ello se ciega el alma
respecto del gusto y aprecia más el sabor sensible que el amor y
no se preocupa del desprendimiento y del amor que exigen las
virtudes teologales. El origen de este mal hay que buscarlo en que
el alma "al principio no fue negando el gusto de aquellas cosas
sobrenaturales".
Del cuarto daño ya hemos hablado repetidas veces y no hay
por qué volver a hacerlo; y es que toda posesión de la memoria
constituye un impedimento para la unión con Dios por medio de la
esperanza.
Finalmente, pueden las representaciones e imágenes de la
memoria llevar al alma a "juzgar del ser y alteza de Dios menos
digna y altamente de lo que conviene a su incomprensibilidad..., a
no estimar y sentir de Dios tan altamente como enseña la fe, que
nos dice ser incomparable e incomprensible". El alma sólo puede
conocer clara y distintamente en esta vida lo que cae bajo género
y especie. Pero Dios no cae bajo nada de esto y en consecuencia
no puede ser comparado con ninguna criatura terrena, con
ninguna imagen ni conocimiento que pueda ser aprendido por el
alma. "Por tanto el que embaraza la memoria y las demás
potencias del alma con lo que ellas pueden comprender, no puede
estimar a Dios y sentir de él como debe".
Estos daños, en el caso de una perfecta purificación, se
truecan en sus respectivos provechos. A la tranquilidad y paz que
ya lleva consigo el despojo de las aprensiones naturales, se
añade el que se ven libres de la preocupación de si estas
comunicaciones sobrenaturales serán buenas o malas, "y del
trabajo y tiempo que había de gastar con los maestros
espirituales, queriendo que se las averigüe si son buenas o
malas..., pues de ninguna ha de hacer caso. Y así el tiempo y
caudal... lo puede emplear en otro mejor y más provechoso
ejercicio, que es el de la voluntad para con Dios, y en cuidar de
buscar la desnudez y pobreza espiritual y sensitiva", es decir, que
se preocupa seriamente de salir de todo sin reparar en consuelos
y aprensiones. Este negar las comunicaciones divinas no implica
apagar el espíritu. El alma con sus propias fuerzas no es capaz
más que de actividad natural, sin que pueda realizar nada en el
orden sobrenatural: sólo Dios la mueve a ello. Por esta razón "si
el alma quiere obrar de suyo, de fuerza... ha de impedir con su
obra activa la pasiva que Dios le está comunicando, que es el
espíritu, porque se pone en su propia obra, que es de otro género
y más baja que la que Dios le comunica, porque la de Dios es
pasiva y sobrenatural y la del alma activa y natural y esto sería
apagar el espíritu".
"Las potencias del alma, no pueden, de suyo, hacer reflexión y
operación sino sobre alguna forma o figura o imagen, y ésta es la
corteza y accidente de la sustancia y espíritu que hay debajo de la
tal corteza y accidente. La cual sustancia y espíritu no se une con
las potencias del alma en esta verdadera inteligencia y amor, sino
cuando ya cesa la operación de las potencias. Porque la
pretensión y fin de la tal operación no es sino venir a recibir en el
alma la sustancia entendida y amada de aquellas formas. De
donde la diferencia que hay entre la operación activa y la pasiva, y
la ventaja, es la que hay entre lo que se está haciendo y lo que
está ya hecho, que es, como entre lo que se pretende conseguir y
alcanzar, y entre lo que está ya conseguido y alcanzado". Hacer
uso activo de estas aprensiones sobrenaturales del alma "no sería
menos que dejar lo hecho para volverlo a hacer". Debe el alma
poner todo su empeño "en todas la aprensiones que de arriba le
vinieron... no haciendo caso de la letra y corteza (esto es, de lo
que significa o representa o da a entender) advertir sólo en tener
el amor de Dios que interiormente le causan en el alma. Y de esta
manera ha de hacer caso de los sentimientos, no de sabor o
suavidad ni figuras, sino de los sentimientos de amor que le
causan. Y para sólo este efecto bien podrá algunas veces
acordarse de aquella imagen y aprensión que le causó el amor,
para poner el espíritu en motivos de amor. Porque aunque no
hace después tanto efecto cuando se acuerda como la primera
vez que se comunicó..., se renueva el amor y hay levantamiento
de la mente en Dios, mayormente cuando es la recordación de
algunas imágenes, figuras o sentimientos sobrenaturales, que
suelen sellarse o imprimirse en el alma, de manera que duran
mucho tiempo, y algunas nunca se quitan del alma". Tales
recuerdos "casi cada vez que el alma advierte en ellos le hacen
divinos efectos de amor, suavidad, luz, etc., unas veces más,
otras menos; porque para estos se las imprimieron y así es una
gran merced a quien Dios la hace porque es tener un sin número
de bienes". Estas imágenes "están asentadas vivamente en el
alma según su memoria inteligible, que no son como otras
imágenes y formas que se conservan en la fantasía". No necesita
el alma de la fantasía para acordarse de ellas, "porque ve que las
tiene en sí misma como se ve la imagen en el espejo". Y si en
ellas se acuerda de despertar el amor dejan de ser impedimento,
"porque no le estorbar n para la unión de amor en fe, como no
quiere embeberse en la figura sino aprovecharse del amor".
Estas formales imágenes son más bien raras y para quien no
tiene experiencia de ello resulta dificultoso distinguirlas de las que
sólo proceden de la fantasía. "Pero ahora sean éstas, ahora
aquéllas, bueno le es al alma no querer comprender nada, sino a
Dios por fe en esperanza".
La memoria conserva no sólo imágenes sino también noticias
espirituales. "Porque después de haber caído en el alma alguna
de ellas, se puede, cuando quisiere acordar de ellas", porque la
noticia deja en el alma una forma, imagen o concepto espiritual.
Se trata, como ya hemos advertido anteriormente, del
conocimiento de las perfecciones infinitas o de las cosas creadas.
Puede recordar las noticias de la segunda especie, para avivar el
amor; "pero si no le causa el acordarse de ellas buen efecto,
nunca quiera pasarlas por la memoria. Mas de las cosas
increadas, digo que se procure acordar las veces que pudiere,
porque... son toques y sentimientos de unión en Dios, que es
donde vamos encaminando al alma". El recuerdo no se provocas
aquí por medio de formas y figuras, ya que nada tiene que se las
asemeje, sino sólo por los efectos: luz, amor, deleite, renovación
espiritual. Y cada vez que de ellos se acuerda "se le renueva algo
de esto".
Resumiendo, recuerda el Santo una vez más que sólo así se
logra conducir la memoria a la unión con Dios. Como sólo puede
esperarse lo que no se posee, tanto más perfecta ser la
esperanza cuanto menos el alma posea. "Cuanto más el alma
desaposesionare la memoria de formas y cosas memorables que
no son Dios, tanto más pondrá la memoria en Dios y más vacía la
tendrá para esperar de El el lleno de su memoria". Cuantas veces
se le ofrezcan figuras o noticias determinadas, debe rechazarlas
para volverse a Dios. Sólo debe hacer uso el alma de los
recuerdos en cuanto le sea preciso para el cumplimiento de sus
obligaciones. Y aún entonces sin que quede prendida de ellos,
para que no se lleven consigo completamente el alma".
e) Purificación de la voluntad
"No hubiéramos hecho nada en purgar el entendimiento para
fundarle en virtud de la fe, y a la memoria de la esperanza, si no
purgásemos también la voluntad acerca de la tercera virtud que
es la caridad". Todo cuanto puede decirse acerca de la
información de esta potencia por el amor de Dios está expresado
perfectamente en las palabras del Deuteronomio: "amar a tu
Señor Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y de toda tu
fortaleza" (Deut. 6,5). "La fortaleza del alma consiste en sus
potencias, pasiones y apetitos, todo lo cual es gobernado por la
voluntad. Pues cuando estas pasiones y potencias y apetitos
endereza a Dios la voluntad, y las desvía de todo lo que no es
Dios, entonces guarda la fortaleza del alma para Dios y así viene
a amar a Dios de toda su fortaleza".
Pasiones
Como obstáculo fundamental se cruzan en el camino las
cuatro pasiones del alma: gozo esperanza, dolor y temor. "Las
cuales pasiones poniéndolas en obra de razón en orden a Dios,
de manera que el alma no se goce sino de lo que es puramente
honra y gloria de Dios nuestro Señor, ni tenga esperanza de otra
cosa ni se duela sino de lo que a eso tocare, ni tema sino a Dios
solo, está claro que enderezan la fortaleza del alma y su habilidad
para Dios. Porque cuanto más se gozare en otra cosa el alma,
tanto menos fuertemente se emplear su gozo en Dios".
Purificando la voluntad de sus apetitos se conseguir que "de
voluntad humana y baja venga a ser voluntad divina, hecha una
misma cosa con la voluntad de Dios". Si no son frenadas, crían en
el alma las pasiones toda clase de imperfecciones; mas si, por el
contrario están ordenadas y subyugadas, son fuente de todas las
virtudes. Las cuatro están tan unidas que, si se somete una,
quedarán sometidas también las otras. Cuando la voluntad se
goza de algo, tiene en sí el germen de la esperanza, del dolor y
del temor, con relación al mismo objeto. Una pasión arrastra
consigo a las demás, lleva cautiva a la voluntad y al alma toda y
no la deja volar "a la libertad y descanso de la dulce
contemplación".
Al examinar en las páginas siguientes la pasión del gozo
establece el Santo el principio fundamental que debe regir toda
esta materia y es que "la voluntad no se debe gozar, sino de
aquello que es honra y gloria de Dios y que la mayor honra que le
podemos dar, es servirle según la perfección evangélica; y lo que
es fuera de esto, es de ningún valor y provecho para el hombre".
Más adelante da esta luminosa aclaración: "Todo aquello de
que se puede gozar a voluntad distintamente es lo que le es
suave y deleitable, y ninguna cosa deleitable y suave que ella
pueda gozar y gustar es Dios, porque como Dios no puede caer
debajo de las aprehensiones de las demás potencias, tampoco
puede caer debajo de los apetitos y gustos de la voluntad; porque
en esta vida, así como el ama no puede gustar a Dios
esencialmente, así toda la suavidad y deleite que gustare, por
subido que sea, no puede ser Dios. Porque también todo o que la
voluntad puede gustar y apetecer distintamente, es en cuanto lo
conoce por tal o tal objeto; pues como la voluntad nunca haya
gustado a Dios como es, ni conocedlo debajo de alguna
aprehensión de apetito y por el consiguiente, cuál sea Dios no
sabe, ni puede saber cuál sea su gusto, ni puede su apetito y
gusto llegar a saber a apetecer a Dios, pues es sobre toda su
capacidad. Y así está claro que ninguna cosa distinta de cuantas
puede gozar la voluntad es Dios". De lo cual se desprende la
necesidad de renunciar al gusto de cualquier apetito tanto de
cosas naturales como sobrenaturales, para conseguir la unión con
Dios, porque esta unión sólo es realizable por amor. "Como el
deleite y suavidad y cualquier gusto que puede caer en la
voluntad no sea amor, sigue ese que ninguno de estos
sentimientos sabrosos puede ser medio proporcionado para que
la voluntad se una con Dios, sino la operación de la voluntad,
porque es muy distinta la operación de la voluntad de su
sentimiento. Por la operación se une con Dios y se termina en el
que es amar, no por el sentimiento y aprehensión de su apetito
que se asienta en el alma como fin y remate". Estos sentimientos
"de suyo no encaminan al alma a Dios, antes la hacen asentar en
sí mismos; pero la operación de la voluntad que es amar a Dios,
sólo en El pone el alma, dejadas atrás todas las cosas, amándole
sobre todas. De donde si alguno se mueve a amar a Dios no por
la suavidad que siente, ya deja atrás esta suavidad y pone el
amor en Dios a quien no siente". Si pusiese su amor en este
sentimiento, "sería ponerle en criatura... y hacer del motivo fin y
término; y, por el consiguiente, la obra de la voluntad sería
viciosa..., y ansí queda el alma amando a lo cierto y de veras al
gusto de la fe". Por esta razón "muy insipiente sería el que
faltándole la suavidad y deleite espiritual pensase que por eso le
faltaba Dios, y cuando le tuviese se gozase, pensando que por
eso tenía a Dios; y más lo sería si anduviese a buscar esta
suavidad en Dios y se gozase en ella, porque ya no andaría a
buscar a Dios con la voluntad fundada en vacío de fe, sino el
gusto espiritual, que es criatura...; y así no amaría a Dios
puramente sobre todas las cosas; lo cual es poner toda a fuerza
de la voluntad en Él..., porque es imposible que a voluntad pueda
llegar a la suavidad y deleite de la divina unión, sin vacío del
apetito en todo gusto particular. Eso quiere el Santo: Dilata os
tuum et implebo illud (Salmo 80, 11). El apetito es la boca de la
voluntad, la cual se dilata cuando con algún bocado de algún
gusto no se embaraza... Ha de tener la boca de la voluntad
siempre abierta con Dios, vacía de todo bocado de apetito, para
que Dios la hinche de su amor y dulzura".
Bienes temporales
Esto se demuestra examinando las distintas formas de objetos
en que el apetito es capaz de encontrar contento. El gozo puede
referirse a los bienes temporales: riquezas, honores,
descendencia, etc. Aunque no lleven necesariamente al pecado,
por lo regular desembocan en infidelidad para con Dios. Sólo
debe alegrarse el alma de aquellas cosas que le ayudan a servir
mejor a Dios, o a conseguir más seguramente la vida eterna. Mas,
"como no puede conocer claramente, qué sirva más a Dios, vana
cosa sería gozarse determinadamente de estas cosas...".
El daño principal que consigo lleva la afición de la voluntad a
estas cosas, es el apartamiento de Dios. Este apartamiento se
completa en cuatro grados que juntos se encuentran expresados
en el texto sagrado: "empachóse del amado y dio trancos hacia
atrás. Empachó se, engrosó se, dilató se: dejó a Dios su Hacedor
y alejó se de Dios su salud" (Deut. 32, 15). El empacharse
significa el embotamiento de la mente para las cosas de Dios.
Porque por lo mismo que "el espiritual puso su gozo en alguna
cosa..., se entenebrece acerca de Dios y añubla la sencilla
inteligencia del juicio... y no basta santidad ni buen juicio que
tenga el hombre para que deje de caer en este daño, si da lugar a
la concupiscencia o gozo de las cosas temporales". "Empachó se
y dilató se" expresa el segundo grado, que consiste en una
"dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas
temporales". Como no supo refrenar a los principios su gozo, la
voluntad se siente cada vez más alejada de las cosas espirituales
y ya no encuentra gusto en ellas. Finalmente, "quita al hombre los
continuos ejercicios que tenía, y hace que toda su mente y codicia
ande ya en lo secular". Aquí ya no sólo tiene el entendimiento y el
juicio oscurecidos "para conocer la verdad y la justicia..., más aún
mucha flojedad y tibieza y descuido en saberlo y obrarlo".
El tercer grado consiste en el completo abandono de Dios:
"Dejó a Dios su Hacedor". Los que hasta aquí llegan no tienen
atención alguna a la que les obliga la ley de Dios. "Tienen grande
olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y más
viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo. Tanto que les
llama Cristo Señor nuestro en el Evangelio hijos de este siglo: y
dice de ellos que son más prudentes en sus tratos y agudos, que
los hijos de la luz en los suyos" (Lc. 16, 8). Estos son los
avarientos que "no se pueden ver hartos, sino que antes su
apetito crece tanto más y su sed, cuanto ellos están más
apartados de la fuente que sólo los podría hartar, que es Dios".
"Son los que caen en mil maneras de pecado por amor a los
bienes materiales y son innumerables sus males".
Así se llega al cuarto grado, en que el alma se olvida de Dios
como si no existiera. Este completo olvido de Dios llega a tanto
que hace "poner el corazón, que formalmente debía ponerlo en
Dios, formalmente en el dinero, como si no tuviese otro Dios".
Tales almas convierten los bienes temporales en ídolos suyos y
les sacrifican la vida cuando están amenazados de perderlos. Su
Dios les da lo que tiene: "desesperación y muerte; y a los que no
persigue hasta este daño de muerte los hace vivir muriendo en
penas de solicitud... Mas a los que menos daño hace, es de tener
harta lastima, pues... hace volver al alma muy atrás en la vía de
Dios". Por el contrario, el que se libra de la dependencia de los
bienes temporales consigue liberalidad, libertad de niño, claridad
en la razón, tranquilidad profunda, y pacífica confianza en Dios
juntamente con culto verdadero y plena sumisión a su voluntad
divina. Gana también en gozo de las criaturas con el
desasimiento: un gozo que nunca podrán experimentar los
avaros, porque en su inquietud carecen de libertad de espíritu. El
que se ha liberado aprecia las criaturas en su verdadero valor
natural y sobrenatural. "Porque éste las gusta según la verdad de
ellas, es otro según la mentira de ellas; éste según lo mejor, es
otro según lo peor; éste según la sustancia, es otro, que ase su
sentido a ellas, según el accidente"". "Al desasido no le molestan
cuidados, ni en oración ni fuera de ella; y así, sin perder tiempo,
con facilidad hace mucha hacienda espiritual; pero a es otro todo
se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está
asido y apropiado su corazón... Debe pues el espiritual al primer
movimiento, cuando se le va el gozo a las cosas reprimirle". De
esta forma se guarda el corazón "libre para Dios, que es principio
dispositivo para todas las mercedes que Dios le ha de hacer...".
Por otra parte "podemos temer que todas las veces que
vanamente nos gozamos, está Dios mirando y trazando algún
castigo... según lo merecido".
Bienes naturales
San Juan de la Cruz señala un segundo grupo de bienes
naturales: las prendas del cuerpo y del alma; por ejemplo, la
belleza, complexión corporal, y buen entendimiento y sano juicio.
Estas prendas constituyen tanto para quien las posee como para
los demás un peligro de aficionarse a ellas y de vano gozo. Para
evitar este peligro debe pensar "que la hermosura y todas las
demás partes naturales son tierra y que de ahí vienen y a la tierra
vuelven; y que la gracia y donaire es humo y aire de esta tierra..."
y tiene que "enderezar su corazón a Dios en gozo y alegría de
que Dios es en sí todas esas hermosuras y gracias
eminentísimamente en infinito grado sobre todas las criaturas".
Los daños particulares que se siguen al alma del gozo en los
bienes naturales son: "vanagloria, presunción, soberbia, y
desestima del prójimo". Excitación de la sensualidad y molicie;
afición a la lisonja y alabanzas vanas de efecto perjudicial sobre la
persona alabada; mayor embotamiento del entendimiento y del
juicio que el que causa el gozo por los bienes temporales; tibieza
y flojedad del espíritu que llega hasta el aborrecimiento de las
cosas divinas. El Santo subraya particularmente los peligros de la
seducción del placer sensible: "no se pueden comprehender con
la pluma ni significar con palabras..., y cuanta sea esta desventura
nacida del gozo puesto en las gracias y hermosura natural..., pues
tan pocos se hallarán que por santos que hayan sido, no les haya
embelesado y trastornado algo esta bebida del gozo y gusto de
las hermosuras y gracias naturales". El vino del gozo de los
sentidos anubla el entendimiento. Y si no se toma un
contraveneno, "corre peligro la vida del alma". "Luego que el
corazón se sienta mover de este vano gozo de bienes naturales,
se acuerde con vana cosa es gozarse de otra cosa que de servir a
Dios, y con peligrosa y perniciosa..., cuánto daño fue para los
ángeles gozarse y complacerse de su hermosura y bienes
naturales, pues por eso cayeron en los abismos feos...".
Si el alma se despoja de estos gozos, "derechamente da lugar
a la humildad para sí misma y a la caridad, para sus prójimos". Y
si no se aficiona "a ninguno por los bienes naturales aparentes
que son engañadores, le queda el alma libre y clara para amarlos
a todos racional y espiritualmente, como Dios quiere que sean
amados... Cuanto más crece este amor, tanto más crece el de
Dios; y cuanto más el de Dios, tanto más éste del prójimo".
Este despojo produce también en el alma "grande tranquilidad
y evacua las digresiones y hay recogimiento en los sentidos,
mayormente en los ojos". Si se ha conseguido en esto una cierta
facilidad lega a tanto que las cosas impuras no le causan ya
impresión. Adquiere el alma "limpieza de alma y cuerpo, esto es,
de espíritu y sentido y va teniendo conveniencia angelical con
Dios, haciendo a su alma y cuerpo digno templo del Espíritu
Santo". así llega al último provecho, "que es un generoso bien del
ánima tan necesario para servir a Dios, como es la libertad del
espíritu, con que fácilmente se vencen las tentaciones y se pasan
bien los trabajos y crecen prósperamente las virtudes del alma".
Bienes sensibles
Por bienes sensuales entiende el Santo todo lo que puede ser
percibido por los sentidos exteriores o fabricado por los interiores.
Dado que Dios no puede ser percibido por los sentidos, "sería por
lo menos vanidad" buscar el gozo en los objetos sensibles:
"porque entonces haría que la voluntad no se emplease en Dios
poniendo su gozo en Él".
Mas si no se detiene, sino que, tan pronto como experimenta
gozo en estas cosas, pone su gozo en Dios, no precisa renunciar
a estas impresiones, "porque hay almas que se mueven mucho a
Dios por los objetos sensibles". En muchos casos parece que la
intención se dirige a Dios, pero en realidad "el efecto que causan
es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de
imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios". Quien,
por el contrario, en cuanto siente los primeros movimientos pone
todo su gozo en Dios, "no se solicita por ellos y cuando se le
ofrecen, luego pasa.. La voluntad de ellos y los deja y se pone en
Dios".
El abandonarse a los bienes sensibles además de los daños
comunes a todo gozo en las cosas creadas causa otros
particulares. El gozo de los bienes sensibles produce "vanidad de
ánimo, distracción de mente, codicia desordenada,
deshonestidad, descompostura interior y exterior, impureza de
pensamientos y envidias. Del gozo de oír cosas inútiles
derechamente nace distracción de la imaginación, parlería y
envidia y juicios inciertos y variedad de pensamientos, y de estos
otros muchos y perniciosos daños. De gozarse en los olores
suaves, le nace asco de los pobres, que es contra la doctrina de
Cristo, enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón
en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos
según la proporción de su apetito. Del gozo en el sabor de los
manjares derechamente nace gula y embriaguez, ira, discordia,
falta de caridad con los prójimos y pobres; de ahí nace el
destemple corporal, las enfermedades, nacen los malos
movimientos, porque crecen los incentivos de la lujuria. Críese
derechamente gran torpeza en el espíritu, y estragase el apetito
de las cosas espirituales... Nace también de este gozo distracción
de los demás sentidos y del corazón y descontento acerca de
muchas cosas., Del gozo acerca del tacto, en cosas suaves
muchos más daños, y más perniciosos nacen y que más en breve
trasvierten el sentido y dañan al espíritu, y apagan su fuerza y
vigor. De aquí nace el abominable vicio de las molicies... Criase la
lujuria, hace el niño afeminado y tímido, y el sentido... dispuesto
para pecar y hacer daño. Infunde vana alegría y gozo en el
corazón, y cría soltura de lengua y libertad de ojos, y a los demás
sentidos embelesa y embota según el grado de tal apetito.
Empacha el juicio, sustentándole en insipiencia y necedad
espiritual, y moralmente cría cobardía e inconstancia; y con
tiniebla en el alma y flaqueza de corazón, hace temer aún donde
no hay que temer. Cría este gozo espíritu de confusión algunas
veces e insensibilidad, acerca de la conciencia y del espíritu; por
cuanto debilita mucho la razón y la pone de suerte que ni sepa
tomar consejo ni darlo, y pónela incapaz para los bienes
espirituales y morales, inútil como un vaso quebrado".
Todos estos daños causan más o menos perjuicio, según la
intensidad del gozo y la sensibilidad de los distintos sujetos.
"Admirables son los provechos que el alma saca de la abnegación
de este gozo...; se restaura acerca de la distracción...,
recogiéndose en Dios; y conservase el espíritu y virtudes que ha
adquirido, y se aumentan y de nuevo va ganando". Luego se
realiza una alta transformación: "que podemos decir con verdad
que de sensual se hace espiritual, y de animal se hace racional, y
de hombre camina a porción angelical; y que de temporal y
humano se hace divino y celestial"; ya en esta vida se le da a la
voluntad la recompensa del ciento por uno que ha prometido el
Salvador (Mt. 19, 29). Cambia los gozos sensibles por espirituales
y ya permanece unida con Dios. Como a nuestros primeros
padres en el Paraíso le sirven las impresiones de los sentidos
para aumentar la contemplación. Finalmente, en la vida gloriosa,
recibirán el premio con que recompensar Dios el haberlos negado
aquí; "las dotes corporales de gloria, como son la agilidad y
claridad, serán mucho más excelentes que las de aquellos que no
se negaron; así el aumento de la gloria esencial del alma que
responde al amor de Dios".
Bienes morales
Al revés de lo que ocurre en los bienes externos naturales y
sensibles, tienen los bienes morales una dignidad en sí mismos
capaz de producir gozo; y pueden servir como instrumentos para
los bienes que el hombre es capaz de crear. Las virtudes merecen
por sí mismas aprecio y amor; además traen ventajas temporales
y por lo mismo, "hablando humanamente, bien se puede el
hombre gozar de tenerlas en sí, y ejercitarlas por lo que en sí son,
y por lo que de bien humana y temporalmente importan al
hombre".
Esto hicieron los príncipes y sabios de la antigüedad.
Apreciaron y ejercitaron las virtudes y Dios premió con
bendiciones temporales "a los que eran incapaces por su
infidelidad de premio eterno". Mas el cristiano, aunque pueda de
esta primera manera gozarse de los bienes morales y de las
buenas obras que realiza en el tiempo, por cuanto causan los
bienes temporales a los que hemos aludido, no debe detenerse
en ellos, "pues tiene lumbre de fe, en que espera vida eterna y
que sin ésta todo lo de acá y lo de allá no le valdrá nada. Y así
sólo debe poner los ojos y el gozo en servir y honrar a Dios con su
ejemplar conducta y virtudes". "Porque sin este respeto no valen
delante de Dios nada las virtudes, como se ve en las diez
vírgenes del Evangelio..." (Mt. 25, 1 sg.). "Debe, pues, gozarse el
cristiano, no en si hace buenas obras y sigue buenas costumbres,
sino en si las hace por amor de Dios sin otro respeto alguno".
Del vano gozo en las propias obras se derivan al alma la
presunción farisaica, vanagloria y desprecio de los demás, deseo
de alabanzas humanas con pérdida del premio eterno. El gozo y
complacencia en las propias obras incluye la negación de Dios,
que es la causa primera de toda buena obra. Tales almas no
adelantan en la perfección. Si no encuentran ya gozo en sus
obras, porque Dios les ofrece el pan de los fuertes, se quedan
desalentadas y no son capaces de comerlo: "pierden la
perseverancia, de que no hayan dicho sabor en sus obras". Se
engañan también de ordinario juzgado mejores las obras y
ejercicios que les agradan que las que les desagradan. Pero a
Dios, sobre todo tratándose de almas proficientes, le complacen
más las obras que exigen mayor vencimiento propio. Finalmente,
el vano gozo en las propias obras hace al alma "incapaz para
recibir consejo y enseñanza razonable" acerca de las obras en
que debe ejercitarse. "Estos aflojan mucho en la caridad para con
Dios y el prójimo. Porque el amor propio que acerca de sus obras
tienen les hace resfriar en la caridad".
Si se rechaza el vano gozo, se libra "de caer en muchas
tentaciones y engaños del demonio, los cuales están encubiertos
en el gozo de tales buenas obras". Ya el vano gozo constituye un
engaño. De ahí viene un segundo provecho que consiste en que
el alma "hace las obras más acordadas y cabalmente". Porque la
pasión del gozo impide el influjo de la razón y hace al alma
variable en sus obras y propósitos. Se dirige por su gusto variable
y deja sin concluir los asuntos principales, cuando desaparece el
atractivo. Si el alma prescinde del contento natural, podrá
perseverar y alcanzar la meta. De esta forma se consigue también
la pobreza de espíritu, que recomendó nuestro Salvador. El alma
se hace mansa, humilde y prudente en toda su manera de obrar,
no hará nada con ímpetu y precipitación, y no sabe nada de
propia estimación. Y así al renunciar al gozo vano "hace
agradable a Dios y a los hombres y se libra de la avaricia y gula y
acidia espiritual y de la envidia espiritual y de otros mil vicios".
En el quinto grupo reúne San Juan de la Cruz los bienes
sobrenaturales, o sea, "todos los dones y gracias dadas de Dios,
que exceden la facultad y virtud natural, que se llaman gratis
datas, como son, los dones de sabiduría y ciencia que dio a
Salomón; y las gracias que dice San Pablo...; fe, gracia de
sanidades, operación de milagros, profecía, conocimiento y
discreción de espíritus, declaración de las palabras y también don
de lenguas" (1Cor. 12, 9-10). Su actuación va enderezada al
"provecho de los hombres y para ese provecho y fin los da Dios".
(Por e contrario, la finalidad de los bienes espirituales de que se
hablar más tarde se dirige a establecer relaciones entre al alma y
Dios). Los dones sobrenaturales tienen como efecto natural la
curación de enfermedades, restitución de la vista a los ciegos,
resurrección de los muertos, etc., y como efectos espirituales, el
conocimiento y glorificación de Dios por lo que El obra o por los
testigos de los milagros. Nadie debe complacerse en las obras
sobrenaturales por los efectos temporales, porque no son medio
apropiado para la unión con Dios. Y "sin estar en gracia y caridad
se pueden ejercitar". Dios puede concederlas de esta forma,
como en los casos de Balaam y Salomón; y pueden también ser
ejecutadas por la intervención de Satanás o de las fuerzas ocultas
de la naturaleza. San Pablo nos ha enseñado, que todos los
dones gratuitos no son nada sin el amor (1Cor. 13, 1-2). Por ello
responder Cristo a muchos que reclamar n un premio eterno por
las maravillas que han obrado: "apartaos de mí, obradores de
maldad" (Mt. 7, 23). Por lo cual debe el alma alegrarse solamente
del provecho espiritual que saca de ellas, "sirviendo a Dios en
ellas con verdadera caridad, en que está el fruto de la vida
eterna".
El vano gozo de las cosas sobrenaturales puede llevar al alma
a "engañar y ser engañada", hacerla retroceder en la fe, y
convertirla en víctima de la vanagloria y otras vanidades. Los
errores proceden de que se requiere mucha luz divina para
conocer "estas obras cuales sean falsas y cuales verdaderas y
cómo y a qué tiempo se han de ejercitar". Este conocimiento va
en contra de la alta estimación de esas obras; porque el gozo
embota el juicio, y la pasión mueve a alegrarse sin esperar a su
debido tiempo. Dios da con esos dones y gracias la iluminación y
discernimiento para conocer cómo y cuándo se ha de servir de
ellos. Mas los hombres en su imperfección no se preocupan de la
voluntad divina y no tienen en cuenta cómo y cuándo quiere el
Señor que se hagan las obras. De este modo se hace posible un
uso indebido y trastocado de los dones de Dios. De ahí proviene
también el vano gozo por los prodigios hechos mediante fuerzas
que no proceden de Dios. "Porque como el demonio los ve
aficionados a estas cosas, dales en esto largo campo y mucha
materia entrometiéndose de muchas maneras". "Debe, pues, el
que tuviere la gracia y don sobrenatural, apartar la codicia y el
gozo de ejercicio de él..., porque Dios que se lo da
sobrenaturalmente para utilidad de su Iglesia o de sus miembros,
le mover también sobrenaturalmente a su ejercicio, cómo y
cuándo le debe ejercitar...; quiere que se aguarde el hombre a que
Dios sea el obrero, moviendo el corazón, pues en su virtud se ha
de obrar toda virtud".
El detrimento de la fe que por tales obras se ocasiona se
refiere en primer lugar al prójimo. Quien pretende hace un
prodigio sin esperar al tiempo y circunstancias oportunas, comete
un grave pecado, porque tienta a Dios. Si fracasa en el empeño,
puede debilitar la fe en los corazones y hacerla despreciable. Y de
todas formas sufrirán ellos mismos detrimento en su fe, porque
"donde más señales y testimonios concurren, menos
merecimiento hay en creer".
Todo demuestra que Dios no es amigo de manifestarse por
milagros. Si los hace es sólo porque "son necesarios para creer, y
para otros fines de gloria suya y de sus santos". "Pierden mucho
acerca de la fe los que aman gozarse en estas cosas
sobrenaturales".
El alma que a tales gozos renuncia glorifica a Dios y se levanta
sobre sí misma. Dios es ensalzado en esa alma, porque se aparta
"el corazón y el gozo de la voluntad de todo lo que no es Dios..." y
al mismo tiempo es ensalzada el alma, porque en Dios sólo se
confía. Manifiesta su alteza y grandeza y da testimonio de lo que
en sí es. "Pues es verdad que se ensalza Dios poniendo el gozo
en lo apartado de todas las cosas, mucho más se ensalza
apartándola de éstas más maravillosas...". Dios aparece más
apartado y alto, cuanto más se confía en El y se le sirve sin
prodigios ni señales, "pues cree de Dios más que las señales y
milagros le pueden dar a entender". Por este medio alcanza el
alma una más pura fe. Dios se le infunde en más rica plenitud y
aumenta su esperanza y amor. Y goza de esta forma "de divinas
noticias altísimas por medio del oscuro y desnudo hábito de la fe;
y de grande deleite de amor por medio de la caridad, con que no
se goza la voluntad en otra cosa que en Dios vivo; y en la
satisfacción de la voluntad por medio de la esperanza. Todo lo
cual es un admirable provecho que esencial y derechamente
importa para la unión perfecta del alma con Dios".
Bienes espirituales
Más que todo otro bien sirven los bienes espirituales para la
unión con Dios. Por bienes espirituales entendemos "todos
aquellos que mueven y ayudan para las cosas divinas y el trato
del alma con Dios, y las comunicaciones de Dios con el alma".
Unos son sabrosos y otros penosos y pueden ser de cosas claras
y distintas o referirse a cosas oscuras y confusas. El Santo quiere
tratar aquí solamente de los sabrosos y precisamente de los
claros y distintos. (El resto lo deja para más adelante). Para todas
las aprehensiones de la voluntad valen las mismas reglas que
para las del entendimiento y la memoria, porque éstas no pueden
aceptarse o rechazarse sin que la voluntad intervenga. Si ha de
purificarse, la voluntad se ha de vaciar del gozo de ellas".
Los bienes que pueden ofrecer claro y distinto gozo a la
voluntad se reducen a cuatro clases: motivos, provocativos,
directivos y perfectivos. A los motivos pertenecen las imágenes y
estatuas de los santos, los oratorios y ceremonias. "Y cuanto a lo
que toca a las imágenes y retratos de los santos, puede haber
mucha vanidad y vano gozo", cuando las personas "miran más en
la curiosidad de la imagen y valor de ella que en lo que
representan". Son los sentidos los únicos que de ello se agradan
"y se queda el amor y gozo en aquello"; y llegan algunos hasta
adornar a las imágenes con vestidos conformes al espíritu del
tiempo, cosa que a los santos que representan fue aborrecible y lo
es. Y de esta forma convierten la devoción en "ornato de
muñecas" y se aficionan a ellos como si fuesen ídolos. Hay
personas "que no se hartan de añadir imagen a imagen, y que no
sea sino de tal o tal suerte y hechura..., de suerte que deleite al
sentido, y la devoción del corazón es muy poca...".
Usadas rectamente las imágenes son muy "importantes para
el culto divino y tan necesarias para mover la voluntad a
devoción". Para esto y para honra de los santos ha aprobado la
Iglesia su uso. "Y por eso las que más al propio y vivo están
sacadas y mueven más la voluntad a devoción, se han de
escoger". "La persona devota en la invisible principalmente pone
su devoción y pocas imágenes ha menester y de pocas usa". Y
ante todo, prefiere "aquellas que más se conforman con lo divino
que con lo humano, conformándolas a ellas, y así con ellas con el
traje de otro siglo y su condición, y no con éste". "Ni en esas de
que usa tiene asido el corazón; y así se las quitan se pena muy
poco, porque la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo
crucificado, en el cual antes gusta de que todo se lo quiten y que
todo le falte; hasta los motivos y medios que llegan más a Dios,
quitándoselos, queda quieto... "De manera que lo que ha de llevar
el espíritu volando por allí a Dios, olvidando luego eso y es otro se
lo coma todo el sentido, estando engolfado en el gozo de los
instrumentos, que habiéndome de servir sólo para ayuda de esto,
ya por mi imperfección me sirva para estorbo, tal vez no menos
que el asimiento y propiedad de otra cualquier cosa".
Más grave que el abuso de las imágenes es "la imperfección
que comúnmente tienen en los rosarios, pues apenas hallar s
quien no tenga alguna flaqueza en ellos, queriendo que sea de
esta hechura más que de la otra, o de este color o metal más que
de aquél, o de este ornato o de es otro, no importando más el uno
que el otro par que Dios oiga mejor lo que se rece por éste que
por aquél; sino antes aquella que va con sencillo y recto corazón,
no mirando más que agradar a Dios, no dándose nada más por
este rosario que por aquél".
"Grande es también la rudeza de las gentes que ponen más
confianza en una imágenes que en otras, entendiendo que les oir
Dios más por éstas que por aquéllas, representando ambas una
misma cosa... Porque Dios sólo mira a la fe y pureza del corazón
del que ora". "Y si a veces concede más gracias por medio de una
imagen que por otra, esto sucede porque las personas despiertan
más su devoción por medio de una que de otra. Que si la misma
devoción tuviesen por la una que por la otra (y aun sin la una y sin
la otra), las mismas mercedes recibirían de Dios".
A veces sucede que los milagros obrados ante una imagen
determinada se despierta la devoción de los fieles y se mueven
éstos a orar allí con más perseverancia -que son las condiciones
para que Dios nos oiga y conceda lo que se le pide- y el Señor,
movido por esa devoción, continúa haciendo mercedes y milagros
por medio de aquella imagen. Pero "aun por experiencia se ve
que si Dios hace algunas mercedes y obras milagrosas,
ordinariamente las hace por medio de algunas imágenes no muy
bien talladas..., porque los fieles no atribuyan algo de esto a la
pintura o hechura. Y muchas veces suele obrar Nuestro Señor
estas mercedes por medio de aquellas
imágenes que están más apartadas y solitarias; lo uno, porque
con aquel movimiento de ir a ellas crezca más el afecto... Lo otro
porque se aparte del ruido y gente a orar, como lo hacía el Señor.
Por lo cual es que hace romería, hace bien de hacerla cuando no
va otra gente... Como haya devoción y fe, cualquier imagen basta;
mas si no lo hay, ninguna basta. Que harta viva imagen era
nuestro Salvador en el mundo y con todo, los que no tenían fe,
aunque más andaban con él y habían visto sus obras
maravillosas, no se aprovechaban".
Pero aún donde se da verdadera devoción puede haber
peligros en el uso de las imágenes. El demonio se aprovecha con
mucho gusto de ellas para coger bajo su dominio a las almas
incautas, por ejemplo, mediante manifestaciones sobrenaturales
que él imita (las imágenes comienzan a moverse, a hacer señas y
cosas por el estilo). Para librarse de todo daño debe buscar el
alma en las imágenes tan sólo "el motivo y afición y gozo de la
voluntad en lo vivo que representan". Por más que una imagen
"ahora le haga devoción sensitiva, ahora espiritual, ahora le haga
muestras sobrenaturales", el alma "no haciendo caso de nada de
estos accidentes... hecha a la imagen la adoración que manda la
Iglesia, luego levante de ahí la mente a lo que representa,
poniendo el jugo y gozo de la voluntad en Dios con la devoción y
oración de espíritu".
El ponerla en imágenes o en oratorios hermosamente
adornados es acaso todavía más peligroso que el ponerla en las
cosas terrenas, y la razón en que el alma se siente en ellos más
segura y no teme faltar en nada. Hay personas que gastan en el
adorno de sus oratorios todo el tiempo "que habían de emplear en
oración de Dios y recogimiento interior... y desquitarán en el tal
apetito y gusto a cada paso, mayormente si lo quisiesen quitar".
A los principiantes les conviene tener algún gusto y jugo
sensible acerca de las imágenes, como oratorios y otras cosas
devotas visibles. "Esto sirve para quitarles el gusto de las cosas
terrenas. Por el contrario, el puro espíritu no conoce más que
recogimiento interior y trato mental con Dios. De acuerdo con que
hay que orar en un lugar conveniente; las iglesias y los lugares
silenciosos son apropiados para consagrarlos a la oración; sin
embargo, para "adorar en espíritu y en verdad" (Jn. 4, 23-24) no
se ha de escoger lugar que halague a los sentidos. Sino más bien
"lugar solitario y aun áspero para que el espíritu sólida y
derechamente suba a Dios, no impedido ni detenido en las cosas
visibles...; por lo cual nuestro Señor ordinariamente escogía
lugares solitarios para orar, y aquellos que no ocupasen mucho
los sentidos (para darnos ejemplo), sino que levantasen el alma a
Dios, como eran los montes que se levantaban de la tierra, y
ordinariamente son pelados sin materia sensitiva de recreación".
De tres suertes de lugares se sirve Dios para mover la
voluntad a devoción: paisajes impresionantes que por la
disposición de la tierra, por sus árboles y solitaria quietud
despiertan devoción. Y de éstos se puede usar, "cuando luego se
endereza a Dios la voluntad en olvido de los dichos lugares". A
veces suele Dios hacerles a algunas personas mercedes
particulares en determinados lugares, sean solitarios o no. Por
esta razón quedan inclinadas a ellos y a veces sienten grandes
deseos de volver allí. No se ha de ver en ello nada de
desordenado, a condición de que se haga esto sin apetito de
propiedad. Porque, aunque Dios no está ligado a lugar alguno,
mas parece que quiere ser alabado por la tal persona en tal
determinado lugar, en que le hizo la merced; allí se acuerda el
alma de su deber de gratitud, y el recuerdo aviva la devoción.
Finalmente, hay "lugares particulares que elige Dios para ser allí
invocado y servido; así como el monte Sinaí, donde Dios dio la ley
a Moisés (Ex. 24, 12)... y también el monte Horeb, donde mandó
Dios ir a Elías para mostrársele allí (3Reg. 19, 8)... La causa por
que Dios escoge estos lugares más que otros para ser alabado, El
se la sabe. Lo que a nosotros nos conviene saber es, que todo es
para nuestro provecho y para oír nuestras oraciones en ellos y
doquiera que con entera fe le rogaremos. Aunque en los que
están dedicados a su servicio hay mucha más ocasión de ser
oídos en ellos, por tenerlos la Iglesia señalados y dedicados para
esto".
Los extravíos de que hasta aquí hemos tratado "por ventura
son algo tolerables, por ir en ellos algo inocentemente". Pero
resulta intolerable la confianza ilimitada que tienen algunos en
"muchas maneras de ceremonias introducidas por gente poco
ilustrada y falta en la sencillez de la fe". Atribuyen a determinados
ejercicios una tal eficacia que piensan que "si un punto falta y sale
de aquellos límites, no aprovechar ni le oír Dios, poniendo más
fiducia en aquellos modos y maneras, que en lo vivo de la oración,
no sin grande desacato y agravio de Dios. Así, como que sea la
Misa con tantas candelas, y no más ni menos; y que la diga
sacerdote de tal o tal suerte; y que sea a tal o tal hora, y no antes
o después; y que sea después de tal día, y no antes ni después...
y... que si falta algo..., no se hace nada...; y lo que es peor e
intolerable, es que algunos quieren sentir algún efecto en sí, o
cumplirse lo que piden, o saber que se cumple el fin de aquellas
sus oraciones ceremónicas".
"Sepan, pues, estos que cuanto más fiducia hacen de sus
ceremonias, tanto menos confianza tienen en Dios, y no alcanzar
n de Dios lo que desean. Hay algunos que más obran por su
pretensión que por la honra de Dios... Sería mejor mudarlos en
cosas de más importancia para ellos, como es de limpiar de veras
sus conciencias, y entender de hecho en cosas de salvación...,
porque así lo tiene prometido el Señor por el evangelista,
diciendo: pretended primero y principalmente el Reino de Dios y
su justicia y todas es otras cosas se os añadirán (Mt. 6, 33).
Porque esta es la pretensión y petición que es más a su gusto; y,
para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no
hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en
aquella cosa que es más a gusto de Dios; porque entonces no
sólo nos dar lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo
que El ve que nos conviene y nos es bueno... Cerca está el Señor
de los que le llaman: de los que le llaman en la verdad (Salmo
144, 18). Y aquellos le llaman en la verdad que le piden las cosas
que son de más altas veras... De esta manera, pues, se han de
enderezar a Dios las fuerzas de la voluntad y el gozo de ella en
las peticiones, no curando de estribar en las invenciones... No
quieran ellos buscar nuevos modos, como si supiesen ellos más
que el Espíritu Santo y su Iglesia. Que si por esta sencillez no los
oyera Dios, crean que no los oír aunque más invenciones hagan".
Alcanzaremos de Dios todo lo que deseamos, "porque Dios es
de manera, que si le llevan por bien y a su condición, harán de El
cuanto quisieren; mas si por interés, no hay que hablarle".
"Cuando sus discípulos le rogaron que les enseñase a orar, les
diría todo lo que hace al caso, para que nos oyese el Padre
Eterno..., y sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Pater
Noster, en que se incluyen todas nuestras necesidades corporales
y espirituales, y no les dijo otras muchas maneras y ceremonias.
Antes en otra parte les dijo que cuando oraban no quisiesen
hablar mucho, porque bien sabía nuestro Padre celestial lo que
nos convenía" (Mt. 6, 7 y 8). Sólo encargó con muchos
encarecimiento, que perseveramos en la oración. Respecto a la
forma de su ejecución exterior nos dio solamente dos
indicaciones: que oremos en lo escondido al Padre celestial en
nuestro retiro y cerrada la puerta o retirados "a los desiertos
solitarios como El lo hacía y en el mejor y más quieto tiempo de la
noche".
El Santo habla finalmente de los predicadores que nos
exhortan a servir al Señor. Para ser provechoso al pueblo y no
convertirse en víctima de vana complacencia "conviénele al
predicar advertir que aquel ejercicio es más espiritual que vocal".
Para que la predicación consiga su efecto, se precisa una cierta
receptibilidad previa por parte del predicador. Si no está penetrado
de verdadero espíritu, la más sublime doctrina y el más elevado
estilo de nada servirán. Cuanto más ejemplar sea su vida, tanto
más provecho hará aunque el estilo sea pobre y el discurso
sencillo. Un hermoso estilo, una profunda doctrina y un buen
discurso atraen poderosamente cuando habla por su medio el
espíritu de piedad; pero "sin él, aunque da sabor y gusto al
sentido y al entendimiento, muy poco o nada de jugo o calor pega
a la voluntad..., no teniendo la voz virtud para resucitar al muerto
de su sepulcro". El Santo quiere que el estilo sea bueno, que haya
elocuencia, y no desecha las palabras escogidas "porque antes
hace mucho al caso al predicador, como también a todos los
negocios; pues el buen término y estilo aun las cosas caídas y
estragadas levanta y reedifica, así como el mal término a las
buenas estraga y pierde".
3. El Espíritu y la Fe aclarándose
mutuamente
a) Mirada retrospectiva y prospectiva
Aquí se interrumpe bruscamente la Subida del Monte Carmelo.
Ignoramos si es que la obra no fue terminada o si más bien no ha
llegado a nosotros ningún manuscrito completo. No está concluido
el tratado sobre el gozo y nada se ha expuesto acerca de las
demás pasiones. Las partes anunciadas sobre la purificación
pasiva han sido expuestas en la Noche Oscura. Por lo demás es
extraño que la exposición sólo en sus principios sea una
explicación directa de la poesía, y que progresivamente se aleje
más y más del texto y sigo la conexión real de las cuestiones
planteadas. También de ella tenemos un complemento en la
Noche Oscura. En las últimas partes de esta obra sirven los
versos de hilos conductores. Aunque la exposición se rompe en el
primer verso de la tercera estrofa con la misma brusquedad que la
Subida en mitad del tratado del gozo.
La forma y las circunstancias en que estos escritos nacieron
nos pueden explicar su carácter fragmentario, así como su falta
de unidad en muchos respectos. El Santo no escribió como un
artista que quiere formar un todo completo desarrollado
íntegramente en todas sus partes. Tampoco pretendía crear como
teólogo un sistema de Mística, o darnos, como filósofo o psicólogo
una doctrina elaborada acerca de la vida afectiva. Escribió como
padre y doctor de sus hijos e hijas espirituales. Tuvo a bien
acceder a su petición de que declarara las canciones espirituales,
reflexionó penetrando en su propia experiencia interior lo que
poéticamente había expresado y tradujo sus imágenes al lenguaje
del pensamiento. Sólo al hacerlo pudo darse cuenta de la
necesidad de intercalar acá y allí explicaciones previas para darse
a entender. Así hubo de tratar de muchas cosas accidentales que
estaban fueran de su primitiva intención; pero nunca perdió de
vista su pensamiento guía, sujetando con mano firme las riendas
de sus ideas, impidiendo su atropellada aglomeración. Hay que
tener en cuenta también que escribió sus tratados en los años en
que estaba más cargado de oficios y de preocupaciones externas.
Ni hay que olvidar que después de una larga interrupción no
vuelve a tomar el hilo donde lo había dejado, sino que en lugar de
hacerlo comienza una nueva obra. Esto ha de tenerse en cuenta
más de una vez para entender rectamente algunas declaraciones
preliminares del Santo.
Hemos reproducido lo que dice San Juan de la Cruz en la
Subida acerca de la entrada Noche del Espíritu para esclarecer lo
que entiende por espíritu y por fe. Porque la fe es el camino a
través de la Noche hacia la meta de la unión con Dios y en ella se
gesta el nuevo nacimiento doloroso del espíritu, su transformación
de ser natural en sobrenatural. Las explicaciones acerca del
espíritu y de la fe se iluminan recíprocamente. La fe consigue la
negación de la actividad natural de espíritu. En esta negación
consiste la Noche Activa de la fe, el seguimiento activo y personal
de la Cruz. Para explicar esta negación y por su medio entender
también en qué consiste la fe, hay que examinar la natural
actividad del espíritu. Por otra parte, a fe, por su misma
naturaleza, nos prueba la posibilidad de la existencia de un ser y
una actividad espirituales por encima del ser y actividad naturales
y, por ello, el aclarar en qué consiste la fe, nos lleva a una nueva
visión del espíritu. Esto es lo que hace comprensible que en
distintos lugares se hable del espíritu de diversa manera. Ante
una mirada superficial esta diversidad de formas de expresión
puede parecer contradictoria, pero en realidad obedece a una
necesidad objetiva. Por el ser espiritual, en cuanto es vida y
movimiento, no se deja encerrar en definiciones rígida, sino que
tiene un movimiento progresivo y hay que buscar expresiones
fluidas para su captación. Esto vale asimismo para la fe, que a ser
espiritual, supone movimiento: un subir a alturas cada vez más
incomprensibles y un bajar a abismos cada vez más profundos.
Por tanto, para tratar de hacerlas comprensibles, en cuanto esto
es posible, habrá que echar mano de expresiones varias.
d) Comunicaciones extraordinarias de la
gracia y liberación de ellas
Hemos dicho que la fe impulsa las potencias del alma
llevándolas a emplearse en Dios y en las cosas divinas, pero con
ello está todavía muy lejos de alcanzar el alma el desprendimiento
del mundo creado. Aun aquellos que se deciden seriamente por
una vida espiritual y permanecen firmes en ella, dedican tan sólo
una parte mayor o menor del día a la oración y meditación. Por lo
demás, está n firmemente asentados en el mundo creado. Se
preocupan por comprenderlo y someterlo a su dominio, por
alcanzar bienes temporales y disfrutar de ellos. Sucumben todavía
a los mágicos encantos de los bienes temporales y no son
inaccesibles para lo que contenta los sentidos, por más que es
posible que por influjo de la vida de oración hayan puesto, en este
aspecto, barreras cada vez más avanzadas. Así su entendimiento
está ocupado en las cosas de este mundo y emplea en ello sus
energías; llena de ellas está también la imaginación y la voluntad
es por ellas determinada en sus aspiraciones y ligada a ellas en
sus pasiones.
Todo esto se convierte en obstáculo para la vida de oración,
que quedaría finalmente destruida por completo de no acudir a
Dios en su ayuda con una particular asistencia de la gracia. Esto
sucede no sólo por medio del mensaje de la fe, sino también a
través de comunicaciones propias para vencer la atracción del
mundo y destruir su influjo. Ofrecen a los sentidos y a la
imaginación imágenes que superan todo lo terreno. El
entendimiento es elevado por iluminación sobrenatural a la
comprensión de cosas que nunca hubiera llegado a conocer por
su propio esfuerzo intelectual. El corazón queda lleno de un gozo
celestial junto al cual palidecen todas las alegrías y gustos del
mundo. De esta forma se prepara el alma para desprenderse con
todas sus fuerzas de los bienes terrenos y levantarse a los
celestiales.
Pero con esto se ha hecho sólo la mitad de la tarea. Nunca se
llegar a la meta de la unión con Dios si se pretende detenerse en
las comunicaciones sobrenaturales y descansar en su gusto. Y es
que las visiones, revelaciones y sentimientos deleitosos no son
Dios ni llevan a El, exceptuados aquellos elevadísimos toques
puramente espirituales en los cuales Dios mismo se comunica a la
sustancia del alma y con los cuales lleva a cabo la unión. Por ello
debe el alma desprenderse nuevamente de todo lo supra terreno
de los dones de Dios para poder alcanzar al dador en vez de sus
dones. ¿Qué es lo que podrá hacer que el alma se determine a
abandonar voluntariamente estos dones? Aquí viene de nuevo el
trabajo de la fe que enseña que Dios no es nada de cuanto
podemos captar y comprender y nos invita a caminar por su
camino oscuro, que es el único que conduce al fin. Pero se
conseguiría muy poco si se limita a dirigirse al entendimiento
pretendiendo enseñarle con palabras. La realidad imponente del
mundo natural y de los dones naturales debe ser suplantada por
una más imponente realidad. Esto sucede en la Noche Pasiva. Si
ella -el Santo se complace en repetirlo- nunca alcanzaría su
propósito la Noche Activa. Debe intervenir la mano de Dios vivo
para desatar al alma de los lazos de todo lo creado y atraerla a sí.
Esta intervención es la oscura y mística contemplación que va
unida al despojo de todo aquello que hasta el presente procuraba
luz, sostén y consuelo.
4. Muerte y resurrección
a) Noche pasiva del espíritu. Fe,
contemplación oscura, desnudez espiritual
Sabemos ya por la Noche del Sentido que llega un momento
en que el alma pierde el gusto de todos los ejercicios espirituales
así como de todas las cosas terrenas. Se encuentra en completa
oscuridad y vacío. No le queda nada a qué asirse más que la fe.
La fe le presenta delante de los ojos a Cristo: pobre, humillado,
crucificado y en la misma cruz abandonado por su Padre. El alma
en su pobreza y abandono se encuentra con la pobreza y
abandono de Cristo. Sequedad, desgana, fatiga son "las puras
cruces espiritual", que se le ofrecen. Si las acepta, experimenta
que son yugo suave y carga ligera. Le servirán de cayado para
ascender rápidamente monte arriba. Cuando conoce que Cristo
en su mayor humillación y aniquilamiento en la cruz fue cuando
precisamente realizó su mayor proeza, la Redención y la unión del
hombre con Dios, se despierta en ella el pensamiento de que
también para ella el aniquilamiento, que es "una viva muerte de
cruz sensitiva y espiritual", la lleva a la unión con Dios. Del mismo
modo que Cristo en su abandono en la Cruz se entregó en manos
del Dios invisible e incomprensible, así debe también ella
abandonarse en la oscuridad de la media noche de la fe, que es el
único camino para llegar al Dios incomprensible.
A este fin se le comunica la contemplación mística, el "rayo de
tiniebla", la oculta sabiduría de Dios, el conocimiento oscuro y
general; éste sólo corresponde a la incomprensibilidad divina, que
ciega el entendimiento y se le presenta como en tinieblas. Penetra
esta contemplación en el alma como un torrente con tanta mayor
pureza cuanto más libre está de otras impresiones. Es algo más
puro, delicado, espiritual e interior que todo el conocimiento que
procede por vía natural del espíritu y se eleva sobre todo lo
temporal, constituyendo un verdadero comienzo de la vida eterna
en nosotros. No se trata tan sólo de aceptar el mensaje de la fe
percibido por los oídos, ni tan sólo de un mero volverse a Dios a
quien sólo se conoce de oídas, sino de un toque interior de la
divinidad, de un percibir a Dios con fuerza suficiente para
desligarla de todas las cosas creadas y encumbrarla
sumergiéndola en un amor de naturaleza desconocida. No
queremos decidir ahora si este oscuro y amoroso conocimiento,
en el cual el alma es íntimamente tocada por Dios de "boca a
boca", de sustancia a sustancia, puede ser todavía considerado
como fe. Consiste en el abandono del alma, por su voluntad (que
es su boca) en Dios que amorosamente le sale al encuentro
todavía escondido: amor, que no es sentimiento, sino acción y
disposición para el sacrificio, conformidad de la propia voluntad
con la divina, para ser sólo dirigida por él.
Al volver a comunicársele ahora al alma iluminaciones,
revelaciones y consuelos -como suele suceder con frecuencia en
la Noche del Espíritu que por lo general es de larga duración-, el
alma está dispuesta a no detenerse en ellos. Dejar a Dios que
obre lo que pretende por medio de estas comunicaciones
sobrenaturales, pero ella permanecer en la oscuridad de la fe,
porque no sólo ha aprendido, sino que conoce también por
experiencia, que nada de ello es Dios ni le da a Dios y que en la
fe tiene todo cuanto necesita: al mismo Cristo verdad eterna y, en
El, al Dios incomprensible. Tanto más dispuesta estar a este
despojo y a la perseverancia en la fe cuanto más de raíz se vaya
purificando a través de la Noche Oscura.
Ya varias veces hemos apuntado cómo el alma aun después
de larga práctica de vida espiritual está todavía llena de
imperfecciones y precisa de una más honda purificación para
hacerse apta para la unión. Vimos también cómo estas
imperfecciones podían estar íntimamente relacionadas con
comunicaciones sobrenaturales de todas clases, de forma que en
un alma no purificada por completo, los dones de Dios pueden dar
motivo a imperfecciones, particularmente soberbia, vanidad y gula
espiritual. Todas estas debilidades las cura Dios por medio del
despojo que lleva a cabo a través de la Noche Oscura "dejando a
oscuras el entendimiento y la voluntad a secas, y vacía la
memoria y las aficiones del alma en suma aflicción, amargura y
aprieto". Aquí sufren el espíritu y el sentido juntamente su última
purificación después de que en la primera Noche del Sentido la
transformación y el dominio de los apetitos y del trato con Dios la
han fortalecido tanto como para poder soportar la carga de esta
penetrante purificación segunda. También esta purificación es
obra de la oscura contemplación.
Hasta aquí hemos considerado la contemplación
principalmente desde la ganancia que el alma proporciona al
hacerla poner en Dios todas sus fuerzas y desligarla de todas las
cosas creadas.
Esta ganancia ya parecía clara en las explicaciones de la
Subida acerca de la Noche Activa del Espíritu. Una vez más la
resume el Santo en la nueva exposición que hace de la primera
estrofa de la Noche al principio del tratado de la Noche Oscura del
Espíritu: "En pobreza, desamparo y desarrimo de todas las
aprehensiones de mi alma, esto es, en oscuridad de mi
entendimiento y aprieto de mi voluntad, en aflicción y angustia de
la memorial dejándome en pura fe, la cual es Noche Oscura para
las dichas potencias naturales, sola la voluntad tocada de dolor y
aflicciones y ansias de amor de Dios, salí de mí mismo; esto es,
de mi bajo modo de entender, y de mi flaca suerte de amar, y de
mi escasa y pobre manera de gustar de Dios, sin que la
sensualidad ni el demonio me lo estorben. Lo cual fue gran
dicha... para mí; porque en acabando de aniquilarse y sosegarse
las potencias, pasiones, apetitos y aficiones del alma, con que
bajamente sentía y gustaba de Dios, salí del trato y escasa
operación humana mía a operación y trato con Dios. Es a saber,
mi entendimiento salió de sí, volviéndose de humano y natural en
divino; porque, uniéndose por medio de esta purgación con Dios,
ya no entiende por su vigor natural sino por la divina Sabiduría
con que se unió. Y mi voluntad salió de sí haciéndose divina;
porque unida con el divino amor, ya no ama bajamente con su
fuerza natural, sino con fuerza y pureza del Espíritu Santo..., y ni
más ni menos la memoria se ha trocado en aprehensiones
eternas de gloria... Todas las fuerzas y afectos del alma, por
medio de esta noche y purgación del viejo hombre, todas se
renuevan con temples y deleites divinos".
La purificación no es sólo noche, sino también pena y tortura, y
esto por dos causas: "la primera es por la alteza de la Sabiduría
Divina, que excede el talento del alma y en esta manera le es
tinieblas. La segunda, por la bajeza e impureza de ella, y de esta
manera le es penosa y aflictiva, y también oscura". Mediante esta
luz extraordinaria y sobrenatural "la priva y oscurece el acto de su
inteligencia natural". De donde resulta que "en derivando Dios de
sí al alma, que aún no está transformada, este esclarecido rayo
de su sabiduría secreta se le hace tinieblas oscuras en el
entendimiento". La pena y tortura del alma procede de que "esta
divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en
extremos buenas, y el ama que las recibe, por no estar purgada,
tiene muchas miserias también en extremo malas; de aquí es que
no pudiendo caber dos contrarios en un sujeto, "el alma se siente
en medio de esta clara luz tan impura y miserable que le parece
estar Dios contra ella, y que ella está hecha contraria a Dios...; lo
cual es de tanto sentimiento y pena para el alma, porque le
parece aquí que Dios la ha arrojado". Vive atormentada por el
temor de que nunca ser digna de Dios y que ha perdido todos los
tesoros de la gracia. Porque aquella divina y oscura luz le
manifiesta claramente su miseria y sus pecados y el alma "ve
claro cómo de suyo no podrá tener otra cosa".
De otra manera sufre el alma a causa de su debilidad natural,
moral y espiritual. "Como esta Divina contemplación embiste en el
alma con alguna fuerza, a fin de la ir fortaleciendo y domando, de
tal manera pena en su flaqueza, que poco menos desfallece;
particularmente algunas veces cuando con alguna más fuerza la
embiste; porque el sentido y espíritu, así como si estuviese debajo
de alguna inmensa y oscura carga, está penando y agonizando".
En estas circunstancias desearía la muerte como un alivio y un
favor. Asombro "que sea aquí tanta la flaqueza e impureza del
ánima, que siendo la mano de Dios de suyo tan blanda y suave, la
siente el alma aquí tan grave y contraria, con no cargar ni
asentarla, sino solamente tocando, y eso misericordiosamente...,
a fin de hacer mercedes al alma y no de castigarla".
Cuando se juntan los dos extremos, divino y humano, la
contemplación que viene de Dios y la misma alma, "desmenuza y
deshace la sustancia espiritual, absorbiéndola en una profunda y
honda tiniebla... Embiste al alma de tal manera que ella se siente
estar deshaciendo y derritiendo a la faz y vista de sus miserias,
con muerte de espíritu cruel". Pero lo que más doloroso se le
hace aquí al alma atribulada "es parecerle claro que Dios la ha
desechado, y aborreciéndola arrojado en las tinieblas... Sombra
de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el
alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin Dios, y castigada
y arrojada...; y más, que le parece en una temerosa aprehensión,
que ya es para siempre".
Finalmente por esta alteza y magnitud de la contemplación
adquiere el alma conciencia de su profunda pobreza y extrema
miseria. Siente un hondo vacío y pobreza de bienes temporales,
naturales y espirituales y se ve metida en los males contrarios:
"miserias de imperfecciones, sequedades y vacíos de las
aprehensiones de las potencias y desamparo del espíritu en
tiniebla..., como si a uno le suspendiesen o detuviesen en el aire
(que no respirase). Mas también está purgando al alma,
aniquilando, vaciando o consumiendo en ella (así como hace el
fuego al orín y moho del metal), todas las afecciones y hábitos
imperfectos que ha contraído toda la vida. Que por estar ellos muy
arraigados en la sustancia del alma suele padecer grandes
gravedades, deshacimiento y tormento interior, de más de la dicha
pobreza y vacío natural y espiritual".
Para alejar y extirpar el orín de sus inclinaciones es necesario
que el alma "en cierta manera... ella misma se aniquile y deshaga,
según está connaturalizada en estas pasiones e imperfecciones";
y ella "siente este deshacimiento en la misma sustancia del alma
con extrema pobreza en que está como acabando... En este
humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después", y si
se prolongase mucho este estado, "desampararía el cuerpo en
muy breves días; mas son interpolados los ratos en que se siente
su íntima vileza. La cual algunas veces se siente tan a lo vivo, que
le parece al alma que ve abierto el infierno... De éstos son los que
de veras descienden a infierno viviendo, pues aquí se purgan a la
manera que allí... Y así el alma que por aquí pasa o no entra en
aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha aquí
más una hora, que muchas allí".
El sufrimiento se agudiza con el recuerdo de la felicidad
pasada, ya que tales almas para "cuando entran en esta noche,
han tenido muchos gustos de Dios y héchole muchos servicios", y
ahora se ven alejados de estos bienes y sin poder conseguir nada
de ello. Además, la contemplación deja al alma en tan gran
soledad y desamparo que no puede "hallar consuelo ni arrimo en
ninguna doctrina ni en maestro espiritual. Porque aunque por
muchas vías le testifique las causas del consuelo que puede
tener..., parécele que como ellos no ven lo que ella ve y siente, no
lo entendiendo dicen aquello, y en vez de consuelo, antes recibe
nuevo dolor, pareciéndole que no es aquél el remedio de su mal, y
a la verdad así es. Porque hasta que el Señor acabe de purgarla
de la manera que él o quiere hacer, ningún medio ni remedio le
sirve ni aprovecha para su dolor". Esto dura "hasta que aquí se
ablande, humille y purifique el espíritu, y se ponga tan sutil,
sencillo y delgado, que pueda hacerse uno con el espíritu de Dios
según el grado que su misericordia quisiere concederle de unión
de amor". Conforme a este grado ser de fuerte y larga la
purificación. Generalmente dura años, aunque con intervalos, "en
que por dispensación de Dios dejando esta contemplación oscura
de embestir en forma y modo purgativo, embiste iluminativa y
amorosamente, en que el alma, bien como salida de tal mazmorra
y tales prisiones, y puesta en recreación de anchura y libertad,
siente y gusta gran suavidad de paz y amigabilidad amorosa con
Dios con abundancia fácil de comunicación espiritual". Piensa
entonces el alma que os trabajos se han terminado para siempre,
como pensaba antes que nunca iban a cesar sus penas. A razón
de esto es, "porque de esta calidad son las cosas espirituales en
e ama, cuando son más puramente espirituales; que cuando
vuelven los trabajos, le parece al alma que nunca ha de salir de
ellos..., porque la posesión actual de un contrario en el espíritu, de
suyo remueve la actual posesión y sentimiento del otro contrario;
lo cual no acaece así en la parte sensitiva del alma, por ser flaca
su aprehensión. Mas como quiera que el espíritu aún no está aquí
bien purgado y limpio de las aficiones que por la parte inferior
tiene contraídas, aunque en cuanto espíritu no se mude, en
cuanto está afectado con ellas, se podrá mudar en penas".
Mas no sucede con frecuencia que piense el alma que se le
han acabado las penas, "porque hasta que está acabada de hacer
la purgación espiritual, muy raras veces suele ser la comunicación
suave tan abundante que le encubra la raíz que queda, de
manera que deje el alma de sentir allí en el interior un no sé qué
que le falta..., que no e deja cumplidamente gozar de aquel alivio,
sintiendo allí dentro como un enemigo suyo, que aunque está
como sosegado y dormido, se recela que volver a revivir y hacer
de las suyas. Y así es, que cuando más segura está y menos se
cata, vuelve a tragar y a absorber al alma en otro grado peor y
más duro y oscuro y lastimero que el pasado, el cual durar otra
temporada por ventura más larga que la primera". Y otra vez cree
el alma que la plenitud de bienes está acabada para siempre,
porque "la actual aprehensión del espíritu... aniquila en él todo lo
que a ella es contrario". Esta es la razón por qué las almas del
purgatorio tienen duda de que tendrán fin sus sufrimientos.
Ciertamente tienen las virtudes teologales y conocen que aman a
Dios, mas no hallan en ello ningún consuelo, "porque no les
parece que los quiere Dios a ellos ni que de tal cosa son dignos...;
y así el alma aquí en esta purgación, aunque ella ve que quiere
bien a Dios, y que por El daría mil vidas..., con todo no le es alivio
eso, antes le causa más pena; porque queriéndole ella tanto,
porque no tiene otra cosa que le dé cuidado, como se ve tan
miserable, no pudiendo creer lo que Dios la quiere a ella, ni que
tiene ni tendrá jamás por qué, sino antes que tiene por qué ser
aborrecida no sólo de Él, sino de toda criatura para siempre,
duélese de ver en sí causas porque merezca ser desechada de
quien ella tanto quiere y desea".
También se ven impedidas las potencias en este penoso
estado, porque el alma no puede ya como antes levantar el
corazón y la mente a Dios. Si ora es "con tanta sequedad y sin
jugo que le parece que no le oye Dios ni hace caso de ella... A la
verdad no es este tiempo de hablar con Dios, sino de poner... su
boca en el polvo..., sufriendo con paciencia su purgación. Dios es
el que anda haciendo su obra en el alma; por eso ella no puede
nada..., ni rezar ni asistir con mucha advertencia a las cosas
divinas puede, ni menos a las demás cosas y tratos temporales.
Ni tiene sólo esto, sino también muchas veces tales
enajenamientos, y tan profundos olvidos en la memoria, que se le
pasan muchos ratos sin saber lo que se hizo ni pensó, ni qué es lo
que hace ni qué es lo que va a hacer".
Y esto le sucede, porque también la memoria debe ser
purificada de todos discursos y noticias. La enajenación y frialdad
provienen del íntimo recogimiento en que la contemplación
absorbe al alma con todas sus potencias y la abstrae de toda
afición a lo creado y de toda imaginación de criaturas. Esto le dura
más o menos tiempo según la intensidad de la contemplación.
Cuanto más pura y limpia embiste en el alma la luz divina, tanto
más oscurece, vacía y aniquila. "Y dejándola así vacía y a
oscuras la purga e ilumina el rayo divino de contemplación", sin
que se percate el alma de que recibe esta divina luz. Permanece
más bien en tinieblas, como el rayo de sol, "que aunque está en
medio del aposento, si está puro y no tiene en qué topar, no se ve,
pero con esta luz espiritual de que está embestida el alma,
cuando tiene en qué reverberar, esto es, cuando se ofrece alguna
cosa que entender espiritual de perfección..., o juicio de lo que es
falso o verdadero, luego lo ve y entiende mucho más claramente
que antes que estuviese en estas oscuridades. Y ni más ni menos
conoce la luz que tiene espiritual, para conocer con facilidad la
imperfección que se le ofrece".
"Donde por ser esta luz espiritual tan sencilla, pura y general,
no afectada ni particularizada a ningún particular..., de aquí es que
con grande generalidad y facilidad conoce y penetra el alma
cualquier cosa de arriba o de abajo que se ofrece. El espiritual
todas las cosas penetra, hasta los profundos de Dios (1Cor. 2,
10). Y el Sabio dice que toca hasta doquiera por su pureza (Sap.
7, 24): es a saber, porque no se particulariza a ningún particular
inteligible ni afición. Y ésta es la propiedad del espíritu purgado y
aniquilado acerca de todas particulares aficiones e inteligencias,
que en este no gustar nada ni entender nada en particular,
morando en su vacío, oscuridad y tinieblas, lo abraza todo con
gran disposición ".
Así, pues, esta dichosa noche no tiene otra finalidad al
oscurecer el espíritu sino "darle luz de todas las cosas", y si le
humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle,
y aunque le empobrece y vacila de toda posesión y afición natural,
no es sino para que divinamente pueda extenderse a gozar y
gustar de todas las cosas de arriba y de abajo siendo con libertad
de espíritu general en todo".
Como el entendimiento natural no es capaz de captar la luz
divina, debe ser puesto en tiniebla. "La cual tiniebla conviene que
le dure tanto cuanto sea menester para expeler y aniquilar el
hábito que de mucho tiempo tiene en su manera de entender". La
destrucción del entendimiento natural es profunda, horrible y
dolorosa, "porque como se sienten en la profunda sustancia del
espíritu, parecen tinieblas sustanciales".
También la voluntad debe ser purificada y aniquilada para
llegar por medio de la unión de amor a aquel altísimo y purísimo
amor divino y espiritual que sobrepuja toda inclinación,
sentimiento y deseo de la voluntad, "dejándola en seco y en
aprieto tanto cuanto conviene según el hábito que tenía de
naturales aficiones, así cerca de lo divino como de lo humano".
Para que "extenuada, enjuta y extricada en el fuego de esta
oscura contemplación de todo género de demonio..., tenga
disposición pura y sencilla, y el paladar purgado y sano para sentir
los subidos y peregrinos toques del divino amor... Porque para la
dicha unión... ha de estar el alma llena y dotada de cierta
magnificencia gloriosa en la comunicación con Dios, que encierra
en sí innumerables bienes y deleites que exceden toda la
abundancia que el alma naturalmente puede poseer, porque en
tan flaco e impuro natural no la puede recibir... Conviene que
primero sea puesta el alma en vacío y en pobreza de espíritu...,
para que así vacía esté bien pobre de espíritu y desnuda del
hombre viejo, para vivir aquella nueva y bienaventurada vida...,
que es el estado de la unión con Dios... El alma ha de venir a
tener un sentido y noticia divina muy generosa y sabrosa acerca
de todas las cosas divinas y humanas..., porque las mira con ojos
tan indiferentes que antes, como difiere la luz y gracia del Espíritu
Santo de sentido, y lo divino de lo humano".
Por esto debe también ser liberada la memoria, que debe
quedar "con sentido interior y temple de peregrinación y extrañeza
de todas las cosas, en que le parece que todas son extrañas y de
otra manera que solían ser". "Porque en esto va sacando esta
noche al espíritu de su ordinario y común sentir de las cosas, para
traerle al sentido divino, el cual es extraño y ajeno de toda manera
humana, tanto, que le parece al alma que anda fuera de sí. Otras
veces piensa si es encantamiento el que tiene o embelesamiento,
y anda maravillada de las cosas que ve y oye, pareciéndole muy
peregrinas y extrañas, siendo las mismas que comúnmente solía
tratar".
"Todas estas aflicciones y purgaciones del espíritu para
reengendrarla en vida de espíritu... las padece el ama, y con estos
dolores viene a parir el espíritu de salud... De más de esto, porque
por medio de esta Noche Contemplativa se dispone el alma para
venir a la tranquilidad y paz interior, que es tal... que... excede
todo sentido (Filip. 4, 7), conviénele al alma que toda la paz
primera deje (que por cuanto estaba envuelta con imperfecciones
no era paz, aunque a ella le parecía... que era paz dos veces".
Y es que había adquirido la paz del conocimiento sensitivo y
espiritual y se veía en el sentido y el espíritu rodeada de la
plenitud de esta paz. Mas antes debió someterse el alma a una
limpieza. Tenía que serle quitada y destruida esta paz para
experimentar el cumplimiento de aquella palabra: "quitada y
despedida está mi alma de la paz" (Thren 3, 17). Padece el alma
muchos temores, luchas e imaginaciones. Tiene el sentimiento de
estar perdida para siempre. "De aquí es que entró en el espíritu
un dolor y gemido tan profundo que le causa fuertes rugidos y
bramidos espirituales, pronunciándolos a veces por la boca, y
resolviéndose en l grimas, cuando hay fuerza y virtud para poderlo
hacer; aunque las menos veces hay este alivio". Como las
avenidas de las aguas, "así este rugido y sentimiento del alma
algunas veces crece tanto, que anegándola y traspasándola toda,
la llena de angustias y dolores espirituales todos sus afectos
profundos y fuerzas sobre todo lo que se puede encarecer. Tal es
la obra que en ella hace esta noche encubridora de las
esperanzas de la luz del día".
También la voluntad es traspasada con dolores, dudas y
temores que no tienen fin. "Profunda es esta guerra y combate,
porque la paz que espera ha de ser muy profunda; y el dolor
espiritual es íntimo y delgado y apurado, porque el amor que ha
de poseer, ha de ser también muy íntimo y apurado. Porque
cuanto más íntima y esmerada y pura ha de ser y quedar la obra,
tanto más íntima, esmerada y pura ha de ser la labor... Y ni más ni
menos, porque el alma ha de venir a poseer y gozar en el estado
de perfección, a que por medio de esta purgativa noche camina,
de innumerables bienes de dones y virtudes", primero conviene
que se vea despejada... "vacía y pobre de ellos; y le parezca que
de ellos está tan lejos, que no se puede persuadir que jamás ha
de venir a ellos".
Inflamación de amor y transformación
En las angustias mortales de la noche del espíritu se han ido
extinguiendo las imperfecciones del alma, de la manera como el
madero se libra por medio del fuego de toda humedad y una vez
seco puede él mismo arder resplandeciente. El fuego que calienta
el alma purificándola, y que luego la hace llamear, es el amor. Así
se cumple lo que anunciaba el segundo verso de la canción de la
noche: "con ansias en amores inflamada". Es un amor
apasionado, en el cual queda el alma inflamada. Más es un
inflamarse en el espíritu y tan distinto del que se excita en la parte
sensitiva como la parte espiritual lo es de los sentidos. Es un amor
infuso que se manifiesta más como pasivo que como activo; "y va
teniendo ya este amor algo de unión con Dios; y así participa algo
de sus propiedades", esto es, que en el alma las acciones "son
más acciones de Dios que de la misma alma, las cuales se
sujetan en ella pasivamente, aunque el alma lo que aquí hace es
dar el consentimiento; mas al calor y fuerza y temple y pasión de
amor, o inflamación... sólo el amor de Dios que se va uniendo con
ella se le pega".
El alma se ha preparado maravillosamente para la unión por
medio de la oscura purificación. En este estado "el alma ha de
amar con gran fuerza de todas sus fuerzas y apetitos espirituales
y sensitivos del alma". Es una fuerte inflamación de amor, "donde
Dios tiene recogidas todas las fuerzas, potencias y apetitos del
alma, así espirituales como sensitivos, para que toda esta
armonía emplee sus fuerzas y virtudes en este amor, y así venga
a cumplir de veras con el primer precepto" (Deut. 6,5). Cuando el
alma se siente inflamada y herida de amor en tan extraña manera
y, sin embargo, se ve todavía sumida en tinieblas y dudas y
carente de la dichosa posesión del amor, se despierta en ella el
ansia que con todos sus apetitos la lleva hacia Dios. "En todas las
cosas y pensamientos que en sí revuelve y en todos los negocios
y casos que se le ofrecen, ama de muchas maneras, y desea y
padece en el deseo también a este modo de muchas maneras en
todos los tiempos y lugares, no sosegando en cosa". "Hácese a
esta alma todo angosto, no cabe en sí, no cabe en el cielo ni en la
tierra y llénase de dolores hasta las tinieblas..., que hablando
espiritualmente y a nuestro propósito, es un penar y padecer sin
consuelo, y hasta de cierta esperanza de alguna luz y bien
espiritual".
El ansia y la pena crecen continuamente, de una parte, por las
tinieblas espirituales en que se ve metida y, de otra, por el amor
de Dios que la inflama. Sin embargo, en medio de este tormento
siente en sí una fuerza que va decreciendo conforme se retira el
peso de la tiniebla. Esto proviene de que esta fuerza del alma" era
pegada y comunicada pasivamente del fuego tenebroso de amor
que en ella embestía; de aquí es que en cesando de embestir en
ella, cesan las tinieblas y la fuerza y calor de amor en el alma".
La purificación del alma por medio de este fuego, oscuro,
espiritual y amoroso, corresponde a la purificación de las almas
en la otra vida con fuego tenebroso y material. así se alcanza la
purificación del corazón, que no es otra cosa sino el amor y la
gracia divinas. Es la Sabiduría Divina que en la oscura
contemplación purifica e ilumina las almas. Es la misma Sabiduría
que a los ángeles libra de la ignorancia. La misma luz divina que
ilumina a los ángeles, comenzando por las más altas jerarquías
de las que esta luz se deriva a las inferiores y de ellas, finalmente,
desciende hasta los hombres. Porque la divina luz que ilumina al
ángel, en la forma que corresponde a un puro espíritu preparado
para este influjo, ilumina al hombre impuro y débil, el cual
naturalmente "la ha de recibir a su modo, y muy limitada y
penosamente. Porque la luz de Dios que al ángel ilumina,
esclareciéndole y suavizándole en amor, como a puro espíritu
dispuesto para la tal infusión, al hombre por ser impuro y flaco
naturalmente le ilumina..., oscureciéndole, dándole pena y aprieto
(como hace el sol al ojo enfermo, que le alumbra apasionada y
aflictivamente), hasta que este mismo fuego de amor le
espiritualice y sutilice, purificándole, para que con suavidad pueda
recibir la unión".
Esta ansia amorosa no la siente siempre, ni de ordinario, al
principio de la purificación, sino después de que el fuego divino la
ha calentado ya durante algún tiempo. Entretanto el entendimiento
es iluminado por "esta mística y amorosa teología... tan sabrosa y
divinamente, que ayudada... la voluntad se afervora
maravillosamente, ardiendo en ella, y sin ella hacer nada, de este
divino fuego de amor en vivas llamas, de manera que ya al alma
le parece vivo fuego..., este encendimiento de amor con unión de
estas dos potencias... es cosa de gran riqueza y deleite para el
alma. Porque es cierto toque en la divinidad y ya principios de la
perfección de la unión de amor que espera". En estas
comunicaciones de la gracia puede suceder "amar la voluntad sin
entender el entendimiento; así como el entendimiento puede
entender sin que ame la voluntad; porque pues esta Noche
Oscura de contemplación consta de luz divina y amor, así como el
fuego tiene luz y calor, no es inconveniente, que cuando se
comunica esta luz amorosa, algunas veces hiera más en la
voluntad inflamándola con el amor, dejando a oscuras el
entendimiento sin herir en él con la luz; y otras, alumbrándole con
la luz, dando inteligencia, dejando seca la voluntad..., y esto
obrándolo el Señor que infunde como quiere". Esto no está sujeto
a las leyes de la psicología, porque "por vía natural es imposible
amar si no se entiende primero lo que se ama; mas por vía
sobrenatural bien puede Dios infundir amor y aumentarlo, sin
infundir ni aumentar distinta inteligencia..., y esto experimentado
está de muchos espirituales". Y muchos "que no tienen muy
aventajado entendimiento acerca de Dios, suelen aventajarse en
la voluntad, y bástales de la fe infusa por ciencia del
entendimiento, mediante la cual les infunde Dios caridad y se la
aumenta, y el acto de ella que es amar más, aunque no se le
aumente la noticia".
Esto último naturalmente no ha de entenderse como si de
ordinario la fe sólo despertara amor sin comunicar conocimiento.
Al contrario: por sí misma se dirige ante todo al entendimiento y le
descubre la verdad divina. Pero esto acontece de forma oculta y
no a la manera del conocimiento natural. Por ello no necesita
siempre poner delante de los ojos una determinada verdad.
Puede también llamarse fe el acto de entregarse a la realidad a la
que se refieren todas las verdades de fe, es decir, a Dios, y de tal
manera puede uno darse a Él que no se piense en Él a la luz de
ninguna verdad de fe particular, sino que se entregue a Él, el
Incomprensible que encierra en sí la sustancia de todas las
verdades de fe y está sobre todas ellas en su incomprensión, en
tiniebla e indeterminación. En este entregarse el alma se siente
como asida por este Dios oscuro e incomprensible, y por ello esta
oscura contemplación, que Dios mismo comunica al alma le es a
un mismo tiempo luz y amor; es "confusa y oscura para el
entendimiento... Que como en el entendimiento, esta noticia que
le infunde Dios es general y oscura, sin distinción de inteligencia,
también la voluntad ama generalmente sin distinción alguna de
cosa particular entendida".
"Mas a veces en esta delicada comunicación se comunica
Dios más y hiere más en la una potencia que en la otra, porque
algunas veces se siente más la inteligencia que el amor, y otras
veces más amor que inteligencia, y a veces también todo
inteligencia, sin ningún amor, y a veces todo amor sin ninguna
inteligencia..., porque se puede comunicar Dios en la una potencia
sin la otra; y así puede inflamar la voluntad con el toque del calor
de su amor, aunque no entienda el entendimiento; bien como una
persona podrá ser calentada en el fuego, aunque no vea el
fuego".
Pero cuando este conocimiento secreto penetra en el alma,
"en medio de estas tinieblas es ilustrada el alma y luce la luz en
las tinieblas (Jo 1, 5)... con una serenidad y sencillez tan delgada
y deleitable al sentido al alma, que no se le puede poner nombre,
unas veces en una manera de sentir de Dios, otras en otra". El
hecho de que, a pesar de hacerse al mismo tiempo la purificación
del entendimiento y la de la voluntad, se siente por la común
antes en ésta como amor que en el entendimiento, como noticia
se explica por la oposición del amor como pasión, y como acto
libre de la voluntad. Aquella "inflamación de amor más es pasión
de amor que acto libre de la voluntad, porque hiere en la
sustancia del alma este calor de amor, y así mueve las afecciones
pasivamente. Y así ésta antes se llama pasión de amor que acto
libre de la voluntad; el cual en tanto se llama acto de la voluntad
en cuanto es libre. Pero porque estas pasiones y afecciones se
reducen a la voluntad, por eso se dice que si el alma está
apasionada en alguna afección, lo está la voluntad; y así es la
verdad, porque de esta manera se cautiva la voluntad y pierde su
libertad, de manera que la lleva tras sí el ímpetu y fuerza de la
pasión; y por eso podemos decir que esta inflamación de amor es
en la voluntad, esto es, inflama el apetito de la voluntad; y así ésta
antes se llama, como decimos, pasión de amor que obra libre de
la voluntad. Y porque la pasión receptiva del entendimiento sólo
puede recibir la inteligencia desnuda y pasivamente (y esto no
puede sin estar purgado), por eso antes que lo esté, siente el
alma menos el toque de inteligencia que el de la pasión de amor.
Porque para esto no es menester que la voluntad esté tan
purgada acerca de las pasiones, pues que aún las pasiones le
ayudan a sentir amor apasionado".
"Esta inflamación y sed de amor, por ser ya aquí del Espíritu
Santo, es diferentísima de la otra que dijimos en la Noche del
Sentido". Se siente en el espíritu, aunque también el sentido toma
parte. Así sucede que lo que el alma siente y aquello de que se ve
privada le causa un tormento tan grande, que en su comparación
toda la pena del sentido es nada, a pesar de que también ésta es
mucho mayor que en la primera Noche del Sentido pasada;
"porque en el interior conoce una falta de un gran bien, que con
nada se puede remediar". Ya a los comienzos de esta Noche del
Espíritu, cuando aún "no se siente esta inflamación de amor, por
no haber obrado este fuego de amor..., da desde luego Dios al
alma un amor estimativo tan grande de Dios, que, como
habremos dicho, todo lo más que padece y siente en los trabajos
de esta noche, es ansia de pensar si tiene perdido a Dios y
pensar si está dejada de Él... Si entonces se pudiera certificar que
no está todo perdido y acabado, sino que aquello que pasa es por
mejor..., y que Dios no está enojado, no se le daría nada de todas
aquellas penas, antes se holgaría sabiendo que de ella se sirve
Dios. Porque es tan grande el amor de estimación que tiene a
Dios..., que holgaría mucho de morir muchas veces por
satisfacerle. Pero cuando ya la llama ha inflamado al alma,
juntamente con la estimación que ya tiene de Dios, suele cobrar
tal fuerza y brío y tal ansia por Dios, comunicándosela el calor de
amor, que con grande osadía, sin mirar cosa alguna..., en la
fuerza y embriaguez del amor y deseo..., hará cosas extrañas e
inusitadas... por poder encontrarse con el que ama su alma".
Con los sufrimientos de la Noche del Espíritu "se le renueva
como al águila su juventud" (Ef. 4, 24). El entendimiento humano,
unido con el divino en la iluminación sobrenatural, se hace divino;
y lo mismo la voluntad en la unión con la voluntad divina, y el
divino amor y la memoria y los apetitos y aficiones vueltos según
Dios se transforman divinamente. "Y así esta alma ser ya alma de
cielo, celestial y más divina que humana", por lo cual puede el
alma al mirar atrás hacia la noche exclamar: "Oh dichos ventura!".
Ahora ya "salió sin ser notada, estando ya su casa sosegada". Su
casa, es decir, el modo natural de obrar del alma, sus deseos y
afecciones, todas sus potencias. Estos son los criados que deben
permanecer tranquilos para no ser obstáculos en el camino del
amor. Ahora conoce que estaba "a oscuras y encelada".
Todos los yerros le vienen al alma "por sus apetitos o sus
gustos, o sus inteligencias o sus aficiones... De donde impedidas
todas estas operaciones y movimiento, está claro que queda el
alma segura de no errar en ellos porque no sólo se libre de sí,
sino también del... mundo y demonio, los cuales, apagadas las
aficiones y operaciones del alma, no le pueden hacer guerra por
otra parte ni de otra manera". Ahora ya no se pierden sus apetitos
y potencias en cosas inútiles y peligrosas; y siente "cuan segura
está ... de vano y falso gozo y de otras muchas cosas..."; y "por ir
a oscuras, no sólo no va perdida sino aun muy ganada, pues aquí
va ganando las virtudes".
El que esta oscura noche quite al alma el gusto de las cosas
buenas procede de que las potencias no purificadas del alma aun
las cosas sobrenaturales no pueden recibirlas sino de manera
ordinaria y natural, "porque destetadas y purgadas y aniquiladas...
pierdan aquel bajo y humano modo de obrar y recibir, sentir y
gustar lo divino y sobrenatural alta y subidamente, lo cual no
puede ser si primero no muere el hombre viejo. De aquí es que
todo lo espiritual, si de arriba no viene, comunicado del Padre de
las lumbres sobre el albedrío y apetito humano, aunque más se
ejercite el gusto y potencias del hombre con Dios, y por mucho
que les parezca gustan de Él, no le gustarán divina y
espiritualmente, sino humana y naturalmente, como gustan las
demás cosas, porque los bienes no van del hombre a Dios, sino
vienen de Dios al hombre; y así hay muchas almas que
encuentran mucho más gusto en Dios y en las cosas espirituales,
y "pensarán que aquello es sobrenatural y espiritual y, por
ventura, no son más que actos y apetitos naturales y humanos".
Por lo cual debe considerar el alma la aridez y oscuridad como
dichosas señales de que Dios está allí para librarla de sí misma,
Quitándole de las manos la hacienda". Es cierto que el alma
podría haber conseguido mucho, pero nunca hubiera realizado
obra tan perfecta como ahora que Dios ha puesto su mano en
ello. Porque le guía como a un ciego por un camino oscuro, sin
que sepa dónde ni por dónde, mas es un camino que, por bien
que hubiera andado el alma, jamás habría podido encontrar ni
caminar por él "por sus ojos y pies". Hace el alma grandes
progresos, sin sospecharlo siquiera, antes pensando que va
perdida.
Porque todavía no conoce el nuevo estado y ve tan sólo "que
se pierde acerca de lo que sabía y gustaba". Sólo mirando hacia
atrás conoce que va "a oscuras y encelada". Era más seguro
camino porque era camino de padecer, "porque el camino de
padecer es más seguro y aun provechoso, que el de gozar y
hacer...; porque en el padecer se le añaden fuerzas de Dios, y en
el hacer y gozar ejercita el alma sus flaquezas e imperfecciones.
Y... porque en el padecer se van ejercitando y ganando las
virtudes y purificando el alma, y haciéndola más sabia y cauta...
Pero, ante todo, la causa de la oscuridad consiste en la misma
sabiduría oscura, "porque de tal manera la absorbe y embebe en
sí esta oscura Noche de contemplación, y la pone tan cerca de
Dios, que la ampara y libra de todo lo que no es Dios. Porque
como está aquí puesta en cura esta alma, para que consiga su
salud, que es el mismo Dios, tiénela su Majestad en dieta y
abstinencia de todas las cosas, extrañado el apetito para todas
ellas". Está el alma "en el escondrijo de su rostro escondida de la
turbación de los hombres" (Salmo 30, 30), esto es, está con la
oscura contemplación fortalecida "contra todas las ocasiones que
de parte de los hombres le pueden sobrevenir".
Le da también seguridad "la fortaleza que, desde luego, esta
oscura, penosa y tenebrosa agua de Dios pone en el alma. Que al
fin, aunque es tenebrosa, es agua, y por eso no ha de dejar de
reflexionar y fortalecer al alma en lo que más le conviene...
Porque, desde luego, ve el alma en sí una verdadera
determinación y eficacia de no hacer cosa que entienda ser
ofensa de Dios, ni dejar de hacer lo que le parece cosa de su
servicio. Porque aquel amor oscuro se le pega con un muy
vigilante cuidado y solicitud interior de lo que hará o dejará de
hacer por Él para contentarle... Aquí todas las fuerzas y apetitos y
potencias del alma, como están recogidas de todas las demás
cosas, emplean su conato y fuerza sólo en obsequio de su Dios".
De esta manera sale el alma de sí misma y de todas las cosas
creadas y camina "a oscuras y encelada" hacia la dulce y
deleitosa unión "por la secreta escala disfrazada".
La secreta escala
La escala secreta es la oscura contemplación; secreta, por
cuanto es teología mística, que de misteriosa manera se le
infunde al alma por medio del amor. Cómo suceda esto, "no sólo
ella no lo entiende pero nadie, ni el mismo demonio. Por cuanto el
maestro que la enseña está dentro del alma sustancialmente,
donde no puede llegar el demonio, ni el sentido natural, ni el
entendimiento". Es también esta sabiduría secreta y oculta a
causa de sus efectos: en las tinieblas de aprietos de la
purificación como en la iluminación que a ellas se sigue. El alma
está incapacitada "para discernir y ponerle nombre para decirle,
que de más que ninguna gana da al alma de decirlo, no halla
modo ni manera, ni símil que le cuadre, para poder significar
inteligencia tan subida y sentimiento espiritual tan delicado... Bien
así como el que viese una cosa nunca vista, cuyo semejante
tampoco nunca vio...; no la sabría poner nombre ni decir lo que
es, aunque más hiciese, y esto con ser cosa que la percibió con
los sentidos ¿cuanto menos, pues, se podrá manifestar lo que no
entró por ellos?". Allí habla Dios en la intimidad del alma en puro
espíritu, anulando toda la capacidad de los sentidos interiores y
exteriores y haciéndolos enmudecer. Los sentidos no comprenden
este lenguaje, ni pueden traducirlo, ni siquiera ganas sienten de
decirlo.
Se llama también secreta la ciencia mística, "porque... tiene
propiedad de esconder el alma en sí. Algunas veces de tal
manera absorbe al alma y la sume en un abismo secreto, que ella
echa de ver claramente que está puesta alejadísima y remotísima
de toda criatura; de suerte que le parece que la colocan en una
profunda y anchísima soledad, donde no puede llegar alguna
humana criatura, como un inmenso desierto que por ninguna
parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto
más profundo, ancho y sólo, donde el alma se ve tan secreta
cuanto se ve levantada sobre toda temporal criatura y tanto
levanta y engrandece entonces este abismo de sabiduría al alma,
metiéndola en las venas de la ciencia de amor, que la hace
conocer no solamente que va muy baja toda condición de criatura
acerca de este supremo saber y sentir divino, sino también echa
de ver cuán bajos y cortos y, en alguna manera impropios, son
todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las
cosas divinas, y cómo es imposible por vía y modo natural... poder
conocer y sentir de ellas como ellas son". Sólo puede ser ilustrada
acerca de esto por la mística teología. "Como son cosas no
sabidas humanamente, has de caminar a ellas humanamente no
sabiendo y divinamente ignorando. Porque hablando
místicamente..., las cosas y perfecciones divinas, no se conocen
ni entienden como ellas son, cuando las va buscando y
ejercitando, sino cuando las tiene halladas y ejercitadas". "Que
esta propiedad tienen los pasos y pisadas que Dios va dando en
las almas que quiere llevar a sí, haciéndolas grandes en la unión
de su sabiduría, que no se conocen".
En la Canción de la Noche se llama a la oscura contemplación
escala; porque "así como con la escalase sube y se escalan los
bienes y tesoros y cosas que hay en las fortalezas, así también
por esta secreta contemplación, sin saberse cómo, sube el alma a
escalar, conocer y poseer los bienes y tesoros del cielo". Es más:
"como la escala esos mismos pasos que tiene para subir, los tiene
también para bajar, así también esta secreta contemplación, esos
mismas comunicaciones que hace al alma, que la levantan en
Dios, la humillan en sí mismo. Porque las comunicaciones que
verdaderamente son de Dios, esta propiedad tienen, que de una
vez humillan y levantan al alma". En este camino experimenta el
alma muchos altibajos. Tras la prosperidad "luego sigue alguna
tempestad y trabajo; tanto que parece que le dieron aquella
bonanza para prevenirla y esforzarla para la siguiente penuria;
como también después de la miseria y tormenta se sigue
abundancia y bonanza. De manera que le parece al alma que
para hacerla aquella fiesta, la pusieron primero en aquella vigilia.
Y este es el ordinario estilo y ejercicio del estado de
contemplación..., que nunca permanece en un estado, sino todo
es subir y bajar. La causa de esto es que, como el estado de
perfección, que consiste en perfecto amor de Dios y desprecio de
sí mismo, no puede estar sino con estas dos partes, que son
conocimiento de Dios y de sí mismo, y de necesidad ha de ser
ejercitada el alma primero en lo uno y en lo otro, dándole ahora a
gustar lo uno engrandeciéndola, y haciéndola probar lo otro
humillándola, hasta que, adquiridos los hábitos perfectos, cese ya
el subir y bajar, habiendo ya llegado y unidos con Dios, que está
en el fin de esta escala, en quien la escala se arrima y estriba".
Pero la principal razón porque esta contemplación de llama
escala es porque es "ciencia de amor, la cual es noticia infusa de
Dios amorosa, y que juntamente va ilustrando y enamorando al
alma, hasta subirla de grado en grado a Dios su criador. Porque
sólo el amor es el que une y junta al alma con Dios".
Los grados de esta escala (con San Bernardo y Santo Tomás)
los distinguiremos por sus efectos; "porque conocerlos en sí, por
cuanto esta escala de amor es... tan secreta, que sólo Dios es el
que la mide y pondera, no es posible por vía natural".
"El primer grado de amor hace enfermar al alma
provechosamente... pero esta enfermedad no es de muerte, sino
para gloria de Dios, porque en este enfermedad desfallece el alma
al pecado y a todas las cosas que no son Dios, por el mismo
Dios...".
"El segundo grado hace al alma buscar sin cesar a Dios... Aquí
en este grado tan solícita anda el alma, que en todas las cosas
busca al amado; en todo cuanto piensa, luego piensa en el
amado; en cuanto habla, en todos cuantos negocios se ofrecen,
luego es tratar y hablar del amado...".
"El tercer grado de la escala amorosa es el que hace al alma
obrar y le pone calor para no faltar... En este grado las obras
grandes por el amado tiene por pequeñas, las muchas por pocas,
el largo tiempo que le sirve por corto, por el incendio de amor en
que ya va ardiendo... Tiene el alma aquí, por el grande amor que
tiene a Dios, grandes lastimas y penas de lo poco que hace por
Dios; y si le fuese lícito deshacerse mil veces por El, estaría
consolada. Por eso se tiene por inútil en todo cuanto hace, y le
parece que vive de balde. Y de aquí le nace otro efecto admirable,
y es que se tiene por más mala averiguadamente para consigo
que todas las otras almas..., porque le va el amor enseñando lo
que merece Dios... Porque como las obras que aquí hace por
Dios son muchas, y las conoce por faltas e imperfectas, de todas
saca confusión y pena, conociendo tan baja manera de obrar para
un tan alto Señor...".
"El cuarto grado... causa en el alma, por razón del amado, un
ordinario sufrir sin fatigarse... El espíritu aquí tiene tanta fuerza,
que tiene tan sujeta a la carne y la tiene tan en poco como el árbol
a una de sus hojas. En ninguna manera aquí el alma busca su
consuelo ni gusto, ni en Dios ni en otra cosa, ni anda deseando ni
pretendiendo pedir mercedes a Dios, porque ve claro que hartas
le tienen hechas, y tiene todo su cuidado en cómo podrá dar gusto
a Dios y servirle algo por lo que El merece y de El tiene recibido,
aunque fuese muy a su costa... Harto levantado es este grado de
amor; porque como aquí el alma con tan verdadero amor se anda
siempre tras Dios con espíritu de padecer por El, dale su Majestad
muchas veces... el gozar, visitándola en el espíritu sabrosa y
deleitablemente; porque el inmenso amor del Verbo Cristo no
puede sufrir penas de su amante sin acudirle...".
"El quinto grado... hace al alma apetecer y codiciar a Dios
impacientemente. En este grado el amante tanta es la
vehemencia que tiene por aprehender al amado y unirse con El,
que toda dilación por mínima que sea se le hace muy larga,
molesta y pesada y siempre piensa que halla al amado... En este
grado el amante no puede dejar de ver lo que ama, o morir".
"El sexto grado hace correr al alma ligeramente a Dios y dar
muchos toques en él. Y sin desfallecer corre por la esperanza;
que aquí el amor que la ha fortificado, la hace volar ligera". La
ligereza que aquí se le comunica al alma proviene de que está
muy dilatada en la caridad y es casi perfecta su purificación de
todas las cosas.
Así llega pronto al séptimo grado. En esté el amor "hace
atrever al alma con vehemencia; aquí el amor no se aprovecha
del juicio para esperar, ni usa del consejo para retirar, ni con
vergüenza se puede enfrenar... Estos alcanzan de Dios lo que con
gusto le pide...". "De esta osadía y mano que Dios le da al alma
en este séptimo grado, para atreverse a Dios con vehemencia de
amor, se sigue el octavo, que es hacer ella presa en el amado y
unirse con El. Hallé al que ama mi corazón y más, túvele y no le
soltaré" (Cant 4, 3). "En este grado de unión satisface el alma su
deseo, mas no de continuo, porque algunos llegan a poner el pie y
luego le vuelven a quitar; que si... durasen en este grado, tendrían
cierta manera de gloria en esta vida...".
El nono grado de amor "es el de los perfectos, los cuales
arden ya en Dios suavemente. Porque este ardor suave y
deleitoso les causa el Espíritu Santo por razón de la unión que
tienen con Dios... De los bienes y riquezas de Dios que el alma
goza en este grado no se puede hablar; porque si de ellos se
escribiesen muchos libros, quedaría lo más por decir...".
"El décimo y último grado de esta escala secreta del amor no
pertenece ya a esta vida". "Hace al alma asimilarse totalmente a
Dios, por razón de la clara visión de Dios que luego posee
inmediatamente el alma, que habiendo llegado en esta vida al
nono grado, sale de la carne. Porque estos (que son pocos) por
cuanto ya por el amor están purgadísimos, no entran en el
purgatorio. De donde San Mateo dice: Beati mundo corde;
quoniam ipsi Deum videbunt (Cap. 5, 8)... Esta visión es la causa
de la similitud total del alma con Dios... No porque el alma se hará
tan capaz como Dios, porque eso es imposible, sino porque todo
lo que ella es se hará semejante a Dios; por lo cual se llamar, y lo
ser, Dios por participación...; mas en este último grado de clara
visión, que es lo último de la escala donde estriba Dios, como ya
dijimos, ya no hay cosa para el alma encubierta... Pero hasta este
día, aunque el alma más alta vaya, le queda algo encubierto, y
tanto, cuanto le falta para la asimilación total con la divina
esencia. De esta manera por esta teología mística y amor secreto
se va el alma saliendo de todas las cosas y de sí misma, y
subiendo a Dios. Porque el amor es semejante al fuego, que
siempre sube hacia arriba, con apetito de engolfarse en el centro
de su esfera".
El vestido tricolor del alma
El alma, conforme se ha dicho, salió disfrazada por la secreta
escala. Disfrazarse significa ocultar su propio vestido y su propia
figura bajo otra distinta y esto se hace "para ganar la gracia y la
voluntad de quien bien quiere; ahora también para encubrirse de
sus émulos, y así poder hacer mejor su hecho. Y entonces
aquellos trajes y librea toma que más represente y signifique la
afición de su corazón, y con que mejor se pueda de sus contrarios
disimular... El alma, pues, aquí tocada del amor del Esposo
Cristo..., sale disfrazada con aquel disfraz que más al vivo
represente las aficiones de su espíritu y con que más segura vaya
de sus adversarios...; demonio, mundo y carne".
Por esto tiene su librea tres colores fundamentales: blanco,
verde y rojo, símbolo de las tres virtudes teologales. Con ellos se
gana el alma la complacencia de su amado y camina del todo
segura de sus tres enemigos. "Porque la fe es una túnica interior
de una blancura tan levantada, que disgrega la vista de todo
entendimiento. Y así, yendo el alma vestida de fe, no ve ni atina el
demonio a empecerla". No puede darse mejor vestido que el
blanco deslumbrante de la fe, fundamento para las demás
virtudes, si se ha de ganar la benevolencia del Amado y alcanzar
la unión. Este deslumbrante vestido blanco de la fe lleva el alma
en la salida de la noche, mientras camina en medio de las
tinieblas, y aprietos interiores de la noche oscura. No la tranquiliza
ningún conocimiento natural, ni la anima ninguna iluminación
sobrenatural, porque el cielo le parece cerrado; pero "sufrió con
constancia y perseveró, pasando por aquellos sin desfallecer y
faltar al Amado".
Sobre esta túnica blanca de la fe lleva el alma el verde corpiño
de la esperanza. En fuerza de esta virtud "el alma se libra y
ampara del segundo enemigo, que es el mundo. Porque esta
verdura de esperanza viva en Dios da al alma una tal viveza y
animosidad y levantamiento a las cosas de la vida eterna, que en
comparación de lo que allí espera, todo lo del mundo le parece
(como es la verdad) seco y lacio y muerto y de ningún valor. Aquí
se desnuda y despoja de todas estas vestiduras y trajes del
mundo, no poniendo su corazón en nada, ni esperando nada de lo
que hay o ha de haber en él, viviendo solamente vestida de
esperanza de vida eterna. Por lo cual, teniendo el corazón tan
levantado del mundo, no sólo no le puede tocar y asir el corazón,
pero ni alcanzarle de vista. Y así con esta verde librea y disfraz va
el alma muy segura de este segundo enemigo, que es el mundo, y
"es el oficio ordinario que hace la esperanza en el alma, levantar
los ojos sólo a mirar a Dios", de manera que de ninguna otra parte
espera bien alguno. En este vestido agrada al Amado hasta tal
punto que de él alcanza cuanto espera. Sin esta librea de la
esperanza no conseguir nada "por cuanto la que mueve y vence
es la esperanza porfiada".
"Sobre el blanco y verde, para el remate y perfección de esta
librea, lleva el alma aquí el tercer color, que es una excelente toga
colorada" símbolo del amor. Por medio de ella "no sólo se ampara
y encubre el tercer enemigo que es la carne (porque donde no
hay verdadero amor de Dios, no entra amor de sí ni de sus
cosas); pero aún hace válidas a las demás virtudes, dándoles
vigor y fuerza, para amparar al alma, y gracia y donaire para
agradar al Amado con ellas; porque sin caridad ninguna virtud es
graciosa delante de Dios".
Esta es la vestidura por la cual el alma, en la noche de la fe, se
levanta hasta Dios. Fe, esperanza y amor le proporcionan la
adecuada preparación para la unión. "Porque la fe vacía y
oscurece al entendimiento de toda su inteligencia natural, y en
este le dispone para unirle con la sabiduría divina. Y la esperanza
vacía y aparta la memoria de toda posesión de criatura..., y
pónela en lo que espera... La caridad, ni más ni menos, vacía las
aficiones y apetitos de la voluntad de cualquier cosa que no es
Dios, y sólo los pone en El... Y así porque estas virtudes tienen
por oficio apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, la
tienen consiguientemente de juntarla con Dios". Sin el traje de
estas tres virtudes "es imposible llegar a la perfección de amor
con Dios... Y también atinársele a vestir y perseverar con él hasta
conseguir pretensión y fin tan deseado como era la unión de
amor, fue gran ventura".
Ahora está claro cómo ha sido una gran ventura para el alma
haber llevado a cabo tan gran obra; se ha librado del demonio, del
mundo y de su propia sensibilidad, y ha ganado la preciosa
libertad del espíritu, se ha trocado de alma terrena en celestial y
ha conseguido que su vida sea divina.
A oscuras y escondida en profunda paz
Fue también una dicha que el alma pudiera salir "a oscuras y
encelada". A oscuras camina más segura, librándose de los más
astutos planes y asechanzas del demonio. Como la
contemplación infusa se le ha comunicado de modo secreto y sin
su cooperación, todas las potencias de la parte sensible
permanecen en tinieblas. El demonio no puede penetrar ni
conocer "lo que hay en el ala, y lo que en ella pasa. De donde,
cuando la comunicación es más espiritual, interior y remota de los
sentidos, tanto menos alcanza el demonio a entenderla. Y así es
mucho lo que importa para la seguridad del alma, que el trato
interior con Dios sea de manera, que sus mismos sentidos de la
parte interior queden a oscuras y ayunos de ello y no lo
alcancen..., porque haya lugar que la comunicación espiritual sea
más abundante, no impidiendo la flaqueza de la parte sensitiva la
libertad del espíritu". De esta manera estar segura contra el
enemigo malo.
Lo que sucede en la parte superior del alma debe pasar
inadvertido: "sea sólo secreto entre el espíritu y Dios". A veces
puede el demonio deducir las comunicaciones internas y
espirituales que acaecen en el alma "por la gran pausa y silencio
que causan algunas de ellas en los sentidos y potencias de la
parte sensitiva. Por aquí echa de ver que las hay, y que recibe el
alma algún gran bien. Y entonces, como ve que no puede
alcanzar a contradecirlas al fondo del alma, hace cuanto puede
por alborotar y turbar la parte sensitiva, que es donde alcanza,
ahora con dolores, ahora con horrores y miedos, con intento de
inquietar y turbar por este medio a la parte superior y espiritual del
alma, acerca de aquel bien que entonces recibe y goza. Pero
muchas veces cuando la comunicación de la tal contemplación
tiene su puro embestimiento en el espíritu y hace fuerza en él, no
le aprovecha al demonio su diligencia, para desquitarle, antes
entonces el alma recibe nuevo provecho y amor y más segura
paz; porque en sintiendo la turbadora presencia del enemigo,
cosa admirable!, que sin saber cómo es aquello y sin ella hacer
nada de su parte, se entra ella más adentro del fondo interior,
sintiendo muy bien que se pone en cierto refugio, donde se ve
estar más alejada y escondida del enemigo... Y entonces todo
aquel temor le cae por de fuera, sintiéndolo ella claramente y
holgándose de verse tan a lo seguro gozar de aquella quieta paz y
sabor del esposo en escondido, que ni mundo ni demonio pueden
dar ni quitar".
"Otras veces, cuando la comunicación espiritual no comunica
mucho con el espíritu, sino que participa en el sentido, con más
facilidad alcanza el demonio a turbar el espíritu y alborotarle por
medio del sentido con estos horrores. Y entonces es grande el
tormento y pena que causa en el espíritu, y algunas veces más de
lo que se puede decir; porque como va de espíritu a espíritu
desnudamente, es intolerable el horror que causa el malo en el
bueno, digo en el del niña, cuando le alcanza su alboroto... Otras
veces acaece, cuando es por medio del ángel bueno, que algunas
veces el demonio echa de ver algunas mercedes que Dios quiere
hacer al alma; porque las que son por medio del ángel bueno,
ordinariamente permite Dios que las entienda el adversario; lo uno
par que haga contra ellas lo que pudiere, según la proporción de
la justicia, y así no pueda el demonio alegar de su derecho,
diciendo que no le dan lugar para conquistar al alma...; lo cual
sería si no le dejase Dios lugar a que hubiese cierta paridad en los
dos guerreros, conviene a saber, el ángel bueno y el malo, acerca
del alma, y así la victoria de cualquiera sea más estimada y el
alma victoriosa y fiel en la tentación sea más premiada. Esta es la
causa porque... Dios... da licencia al demonio para que de esta
misma manera se haya él con el alma".
Si por medio del ángel bueno se le comunican visiones
verdaderas puede también representar falsas el mal espíritu y tan
semejantes a las verdaderas que fácilmente puede ser el alma
engañada. Asimismo puede imitar las comunicaciones espirituales
que por medio del buen ángel se le transmiten. Pero no puede
hacer esto con las comunicaciones espirituales que no tienen
forma ni figura. "Y así para impugnarla, al mismo modo que el
alma es visitada, represéntala su temeroso espíritu, para
impugnar y destruir espiritual con espiritual. Cuando esto acaece
así al tiempo que el ángel bueno va a comunicar al alma la
espiritual contemplación, no puede el alma ponerse tan presto en
lo escondido y celado de la contemplación, que no sea notada del
demonio y la alcance de vista con algún horror y turbación
espiritual, a veces harto penosa para el alma. Y entonces algunas
veces se puede el alma despedir presto, sin que haya lugar a
hacer en ella impresión el dicho horror del espíritu malo; y se
recoge dentro de sí favorecida para esto de la eficaz merced que
el ángel bueno entonces le hace".
"Otras veces prevalece el demonio y comprende la turbación y
horror, lo cual es al alma de mayor pena que ningún tormento de
esta vida le podía ser, porque como esta horrenda comunicación
va de espíritu a espíritu algo desnuda y claramente de todo lo que
es cuerpo, es penosa sobre todo sentido... Todo esto que aquí
hablemos dicho pasa en el alma pasivamente, sin ser ella parte
en hacer ni deshacer acerca de ello". Los horrores pasados la han
preparado en gran manera para recibir esto, "para purificarla y
disponerla con esta vigilia espiritual para alguna gran fiesta y
merced espiritual... Conforme a la purgación tenebrosa y horrible
que padeció, goza de admirable y sabrosa contemplación
espiritual, a veces tan subida, que no hay lenguaje para ella...,
porque estas visiones espirituales más son de la otra vida que de
ésta, y cuando se ve una dispone para otra". Esto es solamente
aplicable a las gracias que se comunican por medio de los
ángeles. Mas cuando es Dios mismo el que visita al alma
permanece del todo "a oscuras y encelada", porque "como su
Majestad mora esencialmente en el alma, donde ni el ángel ni el
demonio pueden llegar a entender lo que pasa, no pueden
conocer las íntimas y secretas comunicaciones que entre ella y
Dios allí pasan. Estas... totalmente son divinas y soberanas,
porque todo son toques sustanciales de divina unión entre el alma
y Dios; en uno d los cuales, por ser este el más alto grado de
oración que hay, recibe el alma mayor bien que en todo el
resto...".
Por esta razón "el alma estima y codicia un toque de esta
divinidad más que todas las mercedes que Dios le hace... Cuando
acaece que aquellas mercedes se le hacen en el alma encelada,
que es sólo, como habremos dicho, en espíritu, suele en algunas
de ellas el alma verse sin saber cómo es aquello, tan apartada y
alejada según la parte superior de la porción inferior y sensitiva,
que conoce en sí dos partes tan distintas entre sí, que le parece
no tiene que ver la una con la otra, pareciéndole que está muy
remota y apartada de la una. Y a la verdad, en cierta manera así
lo está; porque según la operación que entonces obra, que es
toda espiritual, no comunica en la parte sensitiva. De esta suerte
se va haciendo el alma toda espiritual; y en este escondrijo de
contemplación unitiva se le acaban por sus términos de quitar las
pasiones y apetitos espirituales en mucho grado". Y esto mueve el
alma a cantar refiriéndose a su parte espiritual: "estando ya mi
casa sosegada".
Quiere con ello decir: "estando la porción superior de mi alma
ya también como la inferior sosegada según sus apetitos y
potencias, salí a la divina unión de amor de Dios". Tanto la parte
sensitiva como la espiritual han sido atacadas en la Noche Oscura
y ambas deben ser puestas en paz y sosiego con todas sus
potencias y pasiones. Por ello repite dos veces este verso. "Este
sosiego y quietud de esa casa espiritual viene a conseguir el
alma, habitual y perfectamente (según esta condición de vida
sufre), por medio d los actos, como sustanciales, de divina unión".
Por medio de ellos el alma se ha purificado, sosegado y
fortalecido para alcanzar aquella unión, "que es el desposorio
divino entre el alma y el Hijo de Dios. El cual, luego que estas dos
casas del alma se acaban de sosegar y fortalecer en uno con
todos sus domésticos de potencias y apetitos, poniéndolas en
sueño y silencio acerca de todas las cosas de arriba y de abajo,
inmediatamente esta divina sabiduría se une en el alma con un
nuevo nudo de posesión de amor... No se puede venir a esta
unión sin gran pureza... El que rehusare salir en la noche ya dicha
a buscar al amado, y ser desnudado de su voluntad, y ser
mortificado, sino que en su lecho y acomodamiento le busca..., no
llegar a hallarle".
En la dichosa noche fue agraciada el alma con la sosegada y
oscura contemplación que para la parte sensitiva es tan ajena e
incomprensible que ninguna criatura puede ponerse en contacto
con ella y apartarla del camino de la unión de amor. Mediante las
tinieblas espirituales de esta noche quedan todas las potencias
superiores a oscuras. De esta manera no puede conocer nada ni
se le ofrece cosa alguna fuera de Dios que le sea dado alcanzar.
Queda libre de todas las formas, imágenes y noticias que pueden
ser obstáculo para la unión con Dios. No puede ya apoyarse en
ninguna iluminación del entendimiento ni en guía o director alguno
para encontrar consuelo y satisfacción, "porque el amor sólo que
en este tiempo arde, solicitando el corazón por el amado, es el
que mueve y guía al alma entonces, y la hace volar a su Dios por
el camino de la soledad, sin ella saber cómo ni de qué manera".
Aquí termina bruscamente el tratado de la Noche Oscura. De
ocho estrofas que tiene la canción sólo dos han sido explicadas.
Esta explicación tiene para nosotros una doble significación: nos
da una más amplia información sobre la sustancia del espíritu y
nos muestra que la contemplación oscura es a un tiempo muerte y
resurrección a una nueva vida. Pero ni aquí ni en la Subida se da
una exposición y aclaración que expliquen en qué consista esta
nueva vida.