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Lenguaje y derecho
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Me refiero al estructuralismo relacionado con los nombres de Ferdinand de Saussure
en Europa y Leonard Bloomfield en Estados Unidos, así como a la teoría generativa
transformacional fundada por Noam Chomsky y sus ramificaciones.
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alteridad frente a las culturas circundantes. Este hecho refleja el papel
primordial que desempeña el lenguaje, entendido como discurso y siste-
ma simbólico, para muchas culturas: es a la vez núcleo organizador de la
identidad étnica, fundamento, referente simbólico, su medio de expre-
sión y comunicación. E l lenguaje es también, como lo saben los pueblos
subyugados, un formidable instrumento de dominación. Por esta razón,
el "problema lingüístico", el conflicto entre lengua dominante y domina-
da, se ubica generalmente en el centro de las relaciones de dominación
de un pueblo sobre otro, particularmente en los estados multiétnicos.
E n América Latina, el criterio lingüístico es usado como principal
instrumento para la identificación, clasificación y censo de los pueblos
indígenas. A l mismo tiempo, la relación entre lengua nacional y lengua
indígena forma parte indisociable del conflicto interétnico como foco de
cristalización, objeto y —muchas veces— instrumento del enfrentamien-
to. Desde el inicio de la colonización hasta nuestros días, las lenguas
indígenas han sido el objeto de políticas de lenguaje, muchas veces im-
plícitas, que en general apuntaban a reducir su influencia, delimitar su
función en los espacios públicos y subordinarlos a las lenguas dominan-
tes, como parte integral de los esfuerzos por construir estados nacionales
homogéneos. Y la legislación —por cierto, muy escasa en la m a t e r i a -
ha seguido una táctica de omisión (cf. Stavenhagen, 1988; Hamel, 1989,
y en prensa a ) hasta hace muy poco tiempo para contribuir así a la subor-
dinación de las lenguas aborígenes.
En el plano internacional, en cambio, la reivindicación de los derechos
lingüísticos como parte integral de los derechos humanos en su "segunda
y tercera generación" tomó cuerpo y se transformó en un instrumento de
lucha que se propone proteger las lenguas dominadas, reconociendo su
importancia en la conservación de las minorías etnolingüísticas.
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Smolicz (1981) acuña el concepto de core valué para referirse a aquellos valores
quetienenun valor central para la supervivencia de un grupo minoritario como entidad
diferenciada de la sociedad nacional. Insiste en que existen diferencias muy importantes
en la composición de la identidad etnicocultural de cada grupo, lo que tiene consecuencias
para la comprensión de sus dinámicas como también para la formulación de políticas
frente a ellos. Algunos centran su identidad en el lenguaje, mientras que, para otros, éste
es secundario. Así, por ejemplo, muchos pueblos indígenas de Estados Unidos han perdido
su lengua, pero conservan otros rasgos culturales. Para la comunidad irlandesa el com-
ponente cultural más relevante no es la lengua, el irlandés, que, siendo lengua oficial en la
república de Manda, es hablado solamente por un porcentaje mínimo de sus habitantes.
No cabe duda de que para la comunidad judía la religión y la historia, no tanto una lengua
común, constituyen el valor nuclear de esta cultura milenaria. En cambio, para la comunidad
francófona de Quebec en Canadá, el francés se transformó cada vez más en el valor nuclear
principal, sin el cual se considera que la identidad del grupo se perdería.
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Hay que reconocer, como punto de partida, que los instrumentos clásicos
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del derecho internacional proporcionan una base relativamente débil para
la defensa de los derechos lingüísticos, ya que definen los derechos hu-
manos fundamentales tan sólo como derechos individuales, en términos
generales, y prohiben toda discriminación basada en diferencias de raza,
sexo, religión o lengua.
La poca eficacia de los diversos instrumentos internacionales frente
a una realidad pluriétnica cada vez más conflictiva en muchos estados ha
provocado una discusión jurídica en el ámbito internacional que bus-
ca una argumentación alternativa al objetivismo abstracto de la supuesta
igualdad de todos los ciudadanos ante la ley que caracteriza a muchas
constituciones de corte liberal. Este debate procura establecer un nuevo
y m á s adecuado fundamento legal para la protección de todo tipo de mi-
norías etnolingüísticas en los estados nacionales.
Desde la perspectiva lingüística, nos encontramos frente a tres pro-
blemas relacionados: 1) las distinciones entre diferentes funciones del
lenguaje; 2) la distinción entre la lengua como sistema abstracto y el l e n g u a -
je en su contexto social, organizado como discurso y sistema de comuni-
cación, y 3) la dificultad de distinguir entre lenguas y dialectos.
Desde la perspectiva jurídica, se pueden identificar dos problemas
importantes: la definición de los derechos lingüísticos y su ubicación
en el esquema de los derechos humanos, y la dificultad de transformar en
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Me refiero a la Carta de las Naciones Unidas (1945), la Declaración Universal de
los Derechos Humanos (1948), la Convención por la Prevención y el Castigo del Crimen
y del Genocidio (1948) y la Convención Internacional de los Derechos Civiles y Políticos
(1966). Véase el resumen de Braén (1987) y los trabajos de Pupier y Woehrling (1989)
sobre el debate internacional de los derechos lingüísticos. Por otro lado, algunos
documentos internacionales recientes, como el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y
Tribales en Países Independientes, de la OIT (1989), y la Declaración Universal sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas, presentada para su aprobación a la ONU en diciembre
de 1992, ya incluyen ciertos elementos que subrayan el carácter colectivo de los derechos
socioculturales.
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El Estado no crea estos derechos, solamente los reconoce; así, por ejemplo, tanto
Francia como México, ambos países que impulsan una política de asimilación en lo lin-
güístico, garantizan al individuo el derecho de expresión en su lengua, incluso cuando
ésta no es la del Estado. Es decir, no lo delimitan en sus interacciones privadas, pero tam-
poco garantizan que sea escuchado y que pueda ejercer el derecho de usar su lengua en
los ámbitos públicos institucionales.
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Así, el derecho a la instrucción y a la obtención de servicios en su propia lengua
recién se puede ejercer a partir de la intervención positiva del Estado.
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Quizás sorprenda al no lingüista el hecho de que no existan criterios netamente
lingüísticos para distinguir entre lenguas y dialectos. Esto se debe a que la distancia
genética, estructural, entre dos variedades lingüísticas constituye sólo un factor entre varios
para establecer una tipología; las variables determinantes en última instancia son de carácter
histórico y político. Distinguimos así entre el danés, el noruego y el sueco como si se
tratara de tres lenguas diferentes, porque son lenguas nacionales en tres estados indepen-
dientes, aunque se trate de variables relativamente cercanas e intercomprensibles en su
versión común. En cambio, la mayoría de las tipologías clasifica el zapoteco como una
lengua, a pesar de que existe una mayor distancia estructural entre sus variedades que
entre las variedades escandinavas, por el hecho de que persiste una conciencia étnica de
comunidad zapoteca.
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Véanse algunos resultados en Hamel (19882>) y Francis y Hamel (1992).
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En los últimos años se realizaron varios proyectos piloto que experimentaron con
la alfabetización en lengua indígena; ninguno de ellos, sin embargo, llegó a imponerse
como currículo generalizado.
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El nuevo párrafo del artículo 4 señala al respecto: "La Ley protegerá y promoverá
el desarrollo de sus lenguas, culturas", refiriéndose a los pueblos indígenas. Si bien esta
formulación no es suficiente en sí para proteger los derechos lingüísticos de los pueblos
indígenas de manera eficaz, establece de todos modos las bases para que las leyes regla-
mentarias correspondientes puedan formularse de manera explícita, como base para una
educación efectivamente bilingüe y bicultural o intercultural, si el legislador así lo desea.
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Consúltese una investigación en curso de M.T. Sierra (CIESAS) sobre esta relación
(Sierra, 1990, 1993 y en prensa; véase también Hamel, 1990).
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comunales, en las cuales se resuelven los conflictos de la etnia, reveló
la íntima relación entre la estructura y el proceso mismo de este evento
étnico y el uso de la lengua indígena en sus diversos niveles de articula-
ción: los códigos, pero también las estrategias discursivas, los estilos y
modelos culturales; el tratamiento sumario y totalizador de los casos, en
el cual no se establece una separación nítida entre lo penal y lo civil, lo
jurídico y lo político; el despliegue verbal explícito de normas y costum-
bres de la comunidad, y el trato paciente y respetuoso, aunque ño libre de
tensión y conflicto, que desarrolla el juez para fomentar la participación
de los involucrados.
Quizás no haya mayor contraste imaginable que el existente entre
estas conciliaciones intraétnicas y los juicios en los tribunales contra ciu-
dadanos indígenas. En todas las fases del proceso jurídico, los ciudada-
nos indígenas se encuentran en desventaja y con escasas posibilidades de
una defensa justa, como lo demuestra la amplia documentación del pro-
grama de defensoría indígena del INI (Gómez, 1988 y 1990).
E n estos eventos, la asimetría estructural inherente a la institución
jurídica se ve agravada por tres hechos complementarios basados en di-
ferencias lingüísticas: 1) el desconocimiento por parte de los indígenas
de la ley, de sus procedimientos y, sobre todo, de sus lógicas culturales
subyacentes; 2) su manejo casi inexistente del discurso jurídico, y 3) su
dominio frecuentemente muy precario del español y de su código escri-
to. Observamos de nuevo en este caso una configuración sociolingüística
que no se expresa simplemente por una oposición entre el español y la
lengua indígena, sino mediante una estructuración discursiva compleja
que se refleja en varios niveles de oposiciones: los modelos culturales,
las estructuras discursivas y las lenguas mismas.
A pesar del contraste tan evidente entre los dos polos del sistema
jurídico que describimos, existe un elemento de comparación importan-
te, desde el punto de vista sociolingüístico: tanto en las conciliaciones
como en los tribunales, el lenguaje (entendido como discurso) desempe-
ñ a un papel fundamental como organizador del proceso jurídico. En las
conciliaciones, la lengua indígena y sus estructuras culturales refuerzan,
en muchos casos, la identidad étnica y las costumbres jurídicas del dere-
cho consuetudinario; en las instancias del aparato jurídico estatal, el es-
pañol y el discurso jurídico dominante reproducen por lo general la he-
gemonía de l a sociedad nacional.
E l funcionamiento de las políticas asimilacionistas en la justicia del
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En particular, analizamos las estrategias discursivas, su organización conversa-
cional y la estructura de acción y de argumentación (Sierra, 1992, Hamel, 1988a).
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Precisión y c l a r i d a d
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Una propuesta de Skutnabb-Kangas y Phillipson (1989, y Skutnabb-Kangas, 1990)
elabora un esquema basado en el estatus de las lenguas minoritarias y en el tratamiento
que reciben por parte del Estado. Sus criterios toman en cuenta las posibilidades que se
ofrecen a los hablantes de identificarse con sus lenguas maternas y recibir educación y
otros servicios públicos en ellas.
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Veamos un caso de definición explícita: "Los municipios tienen la obligación de
financiar [...] una educación primaria (1°- 6° año) para niños de minorías cuando el número
de niños que requieren de una educación en su lengua es de un mínimo de 13", ley com-
plementaria de la Constitución de Finlandia. Se trata aquí de una "promoción abierta
orientada hacia la preservación" (cf. Skutnabb-Kangas y Phillipson, 1989). Otro caso: La
ley actual sobre las lenguas en Lituania estipula que los ciudadanos serán rembolsados
por cualquier pérdida o daño causados por la incapacidad de un empleado público de hablar
lituano o ruso y que esta reparación podrá ser exigida al empleado (citado en Maurais,
1991).
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El principio de personalidad establece que un miembro reconocido de determi-
nado grupo lingüístico puede ejercer el derecho de usar su lengua en cualquier parte del
territorio donde tenga vigencia este principio. En este caso, el Estado se pliega al individuo.
Así. por ejemplo, en algunas provincias de Canadá o en la ciudad de Bruselas (Bélgica),
los miembros de cada uno de los grupos lingüísticos oficiales pueden exigir que se les
proporcionen los servicios públicos en su lengua. El principio de territorialidad, en cambio,
establece zonas de vigencia exclusivas de una u otra lengua por áreas geográficas. Aquí,
el individuo tiene que plegarse al Estado. En Bélgica (fuera de Bruselas) y en Suiza, por
ejemplo, los padres de familia no pueden escoger el idioma de instrucción para sus hijos,
a no ser que cambien de residencia a una región donderijala lengua de su preferencia.
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Por esta razón, las regiones en proceso de normalización lingüística, como Cataluña
y Quebec, no abogan por un bilingüismo social equilibrado, sino por un monolingüismo
oficial en la lengua de la mayoría regional (aquí, el catalán y el francés), ya que consideran
que el bilingüismo social representa una fase de transición hacia el monolingüismo en la
lengua nacional dominante (el español y el inglés, en nuestros ejemplos).
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ción libre entre sistemas escolares o las opciones vagas no protegen a las
lenguas subordinadas. Por esta razón, toda ley sobre educación indígena
debería establecer claramente el derecho a una educación específica y
apropiada, dejando a los mismos pueblos indígenas la definición de lo
que consideran apropiado.
Además, es necesario que el grupo subordinado o pueblo indígena
llegue, aunque sea a largo plazo, a ejercer el control sobre los recursos, la
organización, los contenidos y métodos de su educación. Múltiples ex-
periencias nos han mostrado que una educación que depende estrecha-
mente de instancias no indígenas lleva normalmente a reproducir proce-
sos de asimilación, más allá de la buena voluntad de los administradores
(Cummins, 1 9 8 6 ) . E l control es una condición necesaria, en ningún caso
suficiente, para que la educación indígena se base en la cultura y lengua
propias (Stairs, 1991), imparta la enseñanza a p a r t i r de ellas y contribu-
ya, en última instancia, a que los pueblos indígenas conquisten para sí
mismos la educación formal como institución importante y la pongan al
servicio de sus intereses colectivos.
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Existen numerosos ejemplos de programas de esta naturaleza: el currículo de
concientización y antirracismo en la educación básica británica, los amplios dispositivos
al respecto en la ley indígena chilena de 1993, etc. Los éxitos y fracasos de estos programas
merecen una discusión aparte. Paradójicamente era en Yugoslavia donde existía una de
las legislaciones más avanzadas del mundo en materia lingüística, la cual no sólo
garantizaba una educación primaria y secundaria completa a los hablantes de las 13 lenguas
existentes, sino que establecía, además, un complejo sistema de educación bilingüe recí-
proca entre minorías y mayorías, diferenciada por región, para garantizar los derechos
lingüísticos y culturales más amplios a cada una de las etnias. En la práctica, sin embargo,
fueron sobre todo las minorías no servo-croatas las que cargaban con el "peso" del multilin-
güismo, no tanto los servo-croatas, que en muchos casos permanecían monolingües
(Bugarski, 1987). Esta desconcertante contradicción entre una legislación avanzada y la
barbarie interétniea actual obliga a repensar una serie de postulados ya muy aceptados
sobre las relaciones interétnicas en un Estado nacional.
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De poco sirve, como apunta Díaz-Polanco (en prensa), que se reconozcan los usos
o
y costumbres jurídicos de los indígenas en los juicios agrarios (artículo 4 ), cuando con la
reforma del artículo 27 se sientan las bases para destruir el sustento económico y territorial
de la comunidad indígena.
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E l trato que una nación da a sus minorías étnicas por medio del Estado y
del conjunto de la sociedad civil ha dejado de ser un problema marginal
desde hace algún tiempo, si es que alguna vez lo fue. En la medida que se
agota el patrón de democracia decimonónico que identificaba el demos
con el ethnos, se torna central la cuestión de la diversidad cultural en
todas sus dimensiones, como prueba de fuego de la democracia misma.
Aquí, la cuestión lingüística ocupa un lugar clave, tanto en la organi-
zación de las etnias y sus núcleos de alteridad como, también, en las
relaciones de dominación y reproducción de una hegemonía nacional.
Por esto, las posturas frente a la diversidad lingüística pueden ser consi-
deradas como un termómetro para someter a prueba el pluralismo cultu-
ral y el concepto de democracia vigente en un país.
Desde la perspectiva del Estado y la sociedad dominante, existen di-
versos enfoques —que a veces representan estadios en un proceso— para
tratar esa diversidad lingüística y cultural: n e g a r l a , como lo ha hecho
tradicionalmente el Estado-nación liberal; entenderla como un problema
que requiere soluciones técnicas para atenuar por lo menos sus efectos;
admitir la alteridad como un derecho a la diferencia que es necesario
aceptar, o concebir la diversidad como un recurso sociocultural adicio-
nal (Ruiz, 1984), un enriquecimiento de la sociedad en su conjunto.
Hemos visto que la diversidad no asumida produce y profundiza con-
flictos estructurales cada vez más agudos. Debemos preguntarnos cómo
llegar de esa diversidad defacto, lo que llamaría m u l t i c u l t u r a l i s m o , a un
estado de p l u r i c u l t u r a l i s m o , es decir, de diversidad asumida y desarro-
llada como un recurso.
En los hechos la mayoría de los estados latinoamericanos se encuen-
tran en la fase de concebir la realidad indígena como un "problema" más
o menos identificado como tal y, en los últimos tiempos, es reconocida
cada vez más como un derecho. A pesar de ciertos textos constituciona-
les recientes (preámbulos, etc.), sin embargo, estamos aún lejos de com-
prender la diversidad plenamente como un recurso enriquecedor de toda
la sociedad.
Desde la perspectiva de los pueblos indígenas, se plantean diversas estra-
tegias de acción. Una de las vías que tomaron ciertos segmentos avanza-
dos del movimiento indígena en los últimos años (Iturralde, 1990 y 1991;
Díaz-Polanco, 1991) fue replantear sus reivindicaciones en términos de
demandas jurídicas fundamentales —como pueblos, incluso naciones—,
lo que implica una ruptura con el Estado liberal homogeneizador: territo-
rios, no tierras; sistemas educativos y de justicia propios, en su propia len-
gua, no las escuelas "del blanco o mestizo"; autogobierno y autonomía.
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Bibliografía