La Sociedad Cristiana Medieval
La Sociedad Cristiana Medieval
La Sociedad Cristiana Medieval
Los siglos de anarquía feudal que precedieron a la época de la Cristiandad provocaron un sensible retroceso
de la civilización. Se hizo habitual una mayor rudeza en las formas de vida y la violencia se generalizó hasta
constituir el clima dominante de la sociedad europea. El vacío de poder público creaba las condiciones para
el generalizarse de la justicia por iniciativa propia; las ofensas personales o familiares multiplicaban las
represalias y un estado endémico de guerra privada entre familias o grupos. La Iglesia intentaba poner límites
a la situación a través de las penas canónicas, eficaces en una sociedad ruda pero profundamente religiosa;
a finales del siglo X se instituyó la llamada “Paz de Dios” que protegía con la amenaza de excomunión,
ciertos lugares como iglesias y bienes eclesiásticos, o personas particularmente desprotegidas como viudas,
huérfanos, labradores, comerciantes.
El segundo paso en este camino de pacificación de las costumbres fue la “Tregua de Dios”, documentada
desde el siglo XI en concilios provinciales del sur de Francia, que instituía un tiempo de paz general durante
el cual se prohibía cualquier tipo de acción violenta (desde el atardecer del miércoles al amanecer del lunes).
El III concilio lateranense del 1179 la extendió a otros tiempos especiales como Adviento, Epifanía,
Cuaresma y Pascua. Desde la segunda mitad del siglo XI, muchos príncipes cristianos colaboraron con la
iniciativa de la Iglesia garantizando la paz en sus territorios, también con penas civiles. Los papas
gregorianos promovieron la difusión de esta institución de paz que fue expresamente recogida y ampliada en
sus decretos por el II concilio de Lyon de 1274 como condición para poder llevar a cabo las cruzadas.
La cristiandad medieval entendió la fe como requisito indispensable para la organización política y la vida
social, tolerando trabajosamente cualquier otra expresión religiosa que inevitablemente quedaba excluida de
la vida pública. El IV concilio de Letrán en 1215 prohibió formalmente que los judíos ocupasen cargos en la
administración pública y para evitar el matrimonio entre miembros de distinta religión, mandó que judíos y
musulmanes se diferencien de los cristianos por su forma de vestir.
La religiosidad popular:
Durante los siglos XI y XII, que pueden considerarse como los “siglos monásticos” por excelencia, la
religiosidad de los laicos estuvo poderosamente influida por la espiritualidad monacal. Los siglos monásticos
corresponden a los tiempos de una sociedad europea de tipo agrario y señorial en la que los monasterios,
levantados en medio de los campos, constituían puntos indiscutibles de referencia para la vida religiosa de
los laicos. La gente recurría a los monasterios, sea buscando el progreso espiritual, como oraciones para la
salvación del alma; se hacían importantes donaciones para participar de los bienes espirituales como oblatos,
hermanos o familiares; un interés particular despertaba la posibilidad de recibir sepultura en los monasterios,
para lo cual no se dudaba en legar los propios bienes y suscribir la traditio corporis et animae ; los más
fervorosos cuando se creían cercanos a la muerte elegían hacer la profesión monástica.
A partir del siglo XIII se establecieron en las ciudades las nuevas órdenes mendicantes, que suscitaron un
gran atractivo entre la gente que buscaba a los religiosos más que a los seculares. Se crearon las terceras
órdenes como una manera de responder a los deseos de tantos laicos que, continuando a vivir en su propio
estado, se nutrían de la espiritualidad de los religiosos. Un fenómeno peculiar durante los siglos XII y XIII fue
la aparición en Flandes, Alemania y otras regiones del norte de Europa, de grupos de mujeres piadosas, las
beguinas, que, viviendo en comunidad bajo la dirección de una superiora, se dedicaban al trabajo, a la
oración y a las obras de misericordia, pero sin sujetarse a votos ni regla; surgieron también grupos análogos
de varones, conocidos como begardos, pero unos y otros despertaron recelos en la jerarquía. El concilio de
Vienne del 1312 decidió suprimirlos y condenar los errores que profesaban.
Un fenómeno característico de la piedad popular durante el alto medioevo fue el de la peregrinación Ad loca
Sancta, en el que confluían motivaciones de tipo devocional como penitencial. Las primeras noticias de
peregrinaciones penitenciales hacia una meta específica se remontan al siglo VIII. A los destinos históricos
de Roma y Jerusalén se añadió - a partir del siglo XI – la peregrinación a Santiago de Compostela,
conformándose un entramado de rutas que cubrió toda Europa y favoreció los desplazamientos, el comercio
y las actividades de servicio en favor de los peregrinos. A partir del 1300 se institucionalizó la peregrinación
jubilar a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo. El camino hacia los destinos principales (Peregrinationes
maiores) se fue poblando de otros de carácter regional (Peregrinationes minores) que, sin competir con
aquellos, ofrecía a los caminantes la posibilidad de venerar en el trayecto lugares, imágenes y reliquias de
todo tipo, vinculadas a la historia y a la leyenda. Las iglesias se disputaban las reliquias a las que se
vinculaba de modo directo, el renombre y la importancia de cada lugar, hecho que favoreció prácticas como
el comercio de reliquias, la sustracción y hasta el fraude. El IV concilio de Letrán (1215) prohibió la venta
callejera de reliquias y advirtió sobre los engaños a la buena fe de los fieles: “las reliquias no se expongan
fuera de los relicarios ni sean puestas a la venta…los prelados no permitan que quienes van a sus iglesias
para venerar reliquias, sean engañados con historias inventadas o falsos documentos, como se acostumbra
hacer en muchísimos lugares por puro afán de lucro”.La liturgia era entendida como actividad propia del clero
a la que los fieles, más que participar, asistían como devotos espectadores.
Cofradías y Hermandades:
Las Cofradías y Hermandades fueron otro fenómeno de la religiosidad popular medieval; se trataba de
movimientos asociativos de inspiración religiosa que agrupaban a laicos piadosos según finalidades
caritativas y de ayuda mutua. Cada Cofradía tenía su propia razón de ser, de donde tomaba el nombre como
el culto del Santísimo Sacramento o de un Santo Patrono, el servicio a los enfermos, a los peregrinos, a los
moribundos o la práctica penitencial.
La vida de piedad:
En los siglos de la Cristiandad la piedad de los fieles adquirió unas formas características que, en sus rasgos
fundamentales, han configurado la vida espiritual del pueblo católico hasta la época contemporánea. Se
universalizó la práctica del precepto dominical y de participar en todas las fiestas de precepto ; en el concilio
IV de Letrán (1215) se introdujo la exigencia de la confesión y comunión anual para todos los que hubieren
alcanzado la edad de discreción ; se preceptuó la prohibición de recibir la sagrada comunión en la mano y se
estableció que se hiciese solo bajo la especie de pan; se establecieron numerosos días de ayuno y
abstinencia, especialmente en tiempos como la Cuaresma y las vigilias de las festividades principales.
Las Universidades:
El papel de las ciudades en el progreso de la cultura fue decisivo. Las actividades urbanas requerían nuevos
conocimientos, como llevar los libros de cuentas, escribir cartas, redactar inventarios, etc., además de los
específicos de cada oficio. Las viejas escuelas monásticas y catedralicias no respondían ya a las
necesidades de los nuevos tiempos. El cambio no se hizo esperar: las escuelas catedralicias, fueron
desarrollando cada vez más sus programas de estudio y muchas comenzaron a destacarse por el nivel de
sus maestros.
La libre asociación de profesores y alumnos en corporaciones, al modo de los gremios, que tenían como
objetivo el intercambio de conocimientos, dio lugar al surgimiento de una nueva institución académica: la
Universidad, reconocida por las autoridades eclesiásticas y civiles como un estudio universal o general.
Donde primero se completó este proceso fue en Paris, por lo que su universidad adquirió desde el comienzo
una cierta primacía. Otras, como Oxford, Salamanca o Bolonia, recibirían a lo largo del siglo XIII el mismo
reconocimiento oficial.
El sistema de los estudios, propio de las escuelas catedralicias, se fue desarrollando y perfeccionando en las
universidades. Consistía en el antiguo sistema romano que agrupaba materias en el “Quadrivium” y el
“Trivium”. El primero agrupaba las disciplinas matemáticas: Aritmética, Geometría, Astronomía y Música, y el
segundo las materias filosófico-literarias: Gramática (o sea la lengua latina), Retórica (el arte de componer un
discurso y hablar en público) y la Dialéctica (o sea la filosofía). Paulatinamente se introdujeron estudios
superiores de leyes y de teología. El título máximo al que se podía aspirar era el de doctor en teología. Con el
paso del tiempo surgieron universidades en las que se introdujeron otras disciplinas como, por ejemplo, la
medicina.
Durante el siglo XII los estudiosos europeos enriquecieron sus conocimientos con la incorporación del legado
cultural islámico. Gracias a las traducciones hechas por los pensadores musulmanes, se conoció parte de la
obra y del pensamiento de Aristóteles, que permitió separar los conocimientos teológicos de los referidos a la
naturaleza y abrió el campo de la investigación científica. Los alumnos acudían a las universidades desde
todas partes de Europa.
En algunos casos las universidades fueron fundadas por reyes, como la de Salamanca, pero puede afirmarse
que el nacimiento de las universidades fue un fenómeno fundamentalmente eclesial. Después que el Papa
Inocencio III (1198-1216) confirmó en 1215 a la Universidad de Paris, muchos otros Papas se dedicaron a
fundar universidades. A través de la correspondiente bula de erección, vinculaban de manera inmediata la
universidad a su autoridad pontificia, eximiéndola de la jurisdicción del obispo diocesano y del poder de los
oficiales reales. Todas ellas tenían un marcado carácter supranacional, de manera que cualquiera fuese el
país donde se hallasen establecidas, contaban con maestros y alumnos de distintas partes que a su vez se
agrupaban en colegios nacionales.
La necesidad de libros hizo florecer el arte del copiado. Los copistas escribían e ilustraban a mano los
códices, lo que los hacia un objeto muy costoso al que pocos podían acceder. El invento de la imprenta por
Gutenberg en el año 1440, permitió imprimir más libros a menor costo y contribuyó a la difusión de la cultura
en Europa.