Documento 4
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Documento 4
Primeros choques entre la China de Quing y el Imperio del Japón durante la Primera Guerra Sino-
Japonesa
Rusia y Japón se vieron desde ese momento implicadas en la lucha por la influencia en la
parte noroeste de China. Rusia obtuvo la concesión para la construcción del ferrocarril
Transmanchuriano, y aumentó su presencia militar en el sector con la creación de una
base naval en Port Arthur, en la parte sur de la península de Liao-dong. La política rusa se
encaminaba a desarrollar su influencia sobre toda Manchuria y Corea. Japón se inquietó e
intentó en un principio negociar una repartición de áreas de influencia en Manchuria,
aunque sin éxito. De modo que en 1904 la Marina Imperial Japonesa atacó y destruyó (de
nuevo sin previa declaración de guerra) la flota rusa estacionada en Port Arthur. Japón
estaba bien preparado, dominaba los mares de la zona en conflicto y sus bases estaban
cerca de la zona. Por el contrario, Rusia estaba minada por tensiones internas, dirigida en
el este por un mando incompetente e incapaz de asegurar un enlace eficaz con el oeste,
ya que el Transiberiano era su única vía terrestre, por lo que no pudo plantar cara. La
Guerra Ruso-japonesa terminó en 1905 con un armisticio que humilló a Rusia y dejó Liao-
dong en manos de Japón, junto con la mitad meridional de la isla Sajalín y la preeminencia
absoluta sobre Corea. En 1914, Japón declaró la guerra a Alemania, consiguiendo al final
de la Primera Guerra Mundial las posesiones alemanas del Océano Pacífico septentrional.
En la década de los 30 la posición política de los militares en Japón era cada vez más
dominante. El poder político estaba controlado por los grupos de presión dentro del
Ejército y la Armada, hasta el punto de que ocurrieron varios golpes de estado y atentados
por parte de cadetes y oficiales jóvenes del Ejército y la Marina contra ministros y altos
cargos que estorbaban los intereses de las camarillas militares. Estas acciones llegaron a
costar la vida incluso de un primer ministro en 1932, lo que supuso el final a todos los
efectos de cualquier intento de controlar al ejército desde el gobierno: La clase política era
consciente de que simplemente emitir en público una opinión desfavorable hacia las
fuerzas armadas significaba arriesgarse a morir a manos de un ultranacionalista en un
arranque de patriotismo.