Algunas Características Del Procesal Penal Nicaragüense

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Algunas características del procesal penal nicaragüense

—Dr. Marvin Aguilar García *—


Managua
En este trabajo trataré, aunque no con la extensión deseada, exponer los aspectos
más sensibles de nuestro sistema procesal penal, en especial atención a los
problemas que el Juez y Magistrado enfrenta en el mismo, sobre todo a lo que
respecta al papel de imparcial e independiente que conforme a la Constitución
Política y las leyes, debe de mantener en todo momento.

El Código de Instrucción Criminal está vigente desde el 29 de Marzo de 1879, de


corte Napoleónico y descendiente del sistema procesal francés de 1808, el cual
influyó en la Europa Continental y, por la vía de la colonia, en América Latina.
El sistema procesal aparece como mixto (acusatorio-inquisitorio), producto de la
lucha sobrevenida por lograr la transformación jurídica del procedimiento penal
imperante en esa época ante los abusos de poder llevada a cabo por la Iglesia y la
monarquía y cuyo logro, podemos decir, es herencia de sus precursores
Rousseau, Montesquieu, Voltaire y el ilustre maestro Cessare Beccaria.

Tenemos un Código con más de un siglo de vigencia, primero y único Código


Procesal Penal vigente en el país, que a lo largo de su vida jurídica ha
experimentado reformas y contrareformas, «parcheos», que seguro dificulta el
trabajo de los judiciales, ya que es ciertamente difícil conocer con exactitud las
reformas que ha tenido este Código, nadie (sin temor a equivocarme) sabe con
certeza que instituciones están o no vigentes.

Esto pone en entredicho la seguridad jurídica de los habitantes del país. Por
ejemplo, el juicio de revisión en lo criminal, el juicio por jurados, entre otros,
forman parte de las muchas reformas parciales que ha sufrido el mismo. Unas
positivas y otras, como la Ley de Reforma Procesal Penal 164, desacertadas. Esta
Ley, hace que la administración de justicia sea híbrida, morosa, lenta, costosa y,
en determinados aspectos, promotora de impunidad. Nuestra legislación procesal
no se adecua a la realidad y momentos actuales, por lo que su reforma urgente e
integral se hace impostergable un nuevo y moderno Código Procesal Penal
nicaragüense, como el moderno y democrático proyecto de Código Penal que,
todo indica, pronto se discutirá en la Asamblea Nacional.

Nadie duda que el In. en su momento significó un gran avance no sólo para el
derecho procesal, sino para los propios derechos humanos, sin embargo tampoco
nadie hoy pone en tela de duda que necesita un «relevo». La vigencia del In.
afecta la credibilidad de la Administración de justicia ya que, como veremos más
adelante, no sólo es inquisitivo sino burocrático, lo que lo hace lento e
ineficiente. Recordemos que uno de los grandes problemas que el Poder Judicial
tiene actualmente es la retardación de impartición de la justicia, aunque es uno de
los países con menos retardación de Justicia en Centroamérica, por la abnegación
y esfuerzos de nuestros Jueces y para ellos mi reconocimiento.

En algunos países llegaron a imponerse sistemas procesales mixtos, como el


nuestro, con una fase de investigación dominada eminentemente por los
principios inquisitivos de un sistema de justicia delegada que produjo la doble
instancia y cuyo proceso fue caracterizado por la oficiosidad del Juez, la
escrituración y la no contradicción y una fase de juicio acusatorio donde
predominó la pasividad del juez; la oralidad, la publicidad y la contradicción,
frente a una sola instancia que concluye con el fallo emitido por un tribunal y
jurados populares.

Actualmente hay un claro viraje en los sistemas procesales, desde los más o
menos inquisitoriales hacia sistemas predominantemente acusatorios como en los
países cercanos de Guatemala, El Salvador y Costa Rica, en los que se superan
con mayor facilidad los problemas que se presentan en el curso el proceso y de
los cuales el nicaragüense queda muy alejado de esa realidad.

DE LA JUSTICIA INQUISITIVA A LA DEMOCRÁTICA

América Latina experimenta hoy extendido proceso de democratización política


y liberación económica que plantea relevantes exigencias de reformas
institucionales. Esas reformas son necesarias para asentar estratégicamente esos
procesos y, a la vez, para hacer frente a las múltiples desigualdades sociales que
provocan.

Los países de la región necesitan, para consolidar sus proyectos de desarrollo


sostenible, reformar sus instituciones de justicia. Un modelo de desarrollo
económico que concede un espacio prioritario al sistema de mercado, exige
instituciones de justicia eficientes, eficaces, suficientes e imparciales. Es posible
afirmar que el actual estado de las instituciones de justicia del país pueden
constituirse en una desventaja estratégica para su crecimiento económico y
desarrollo.

Las desventajas institucionales del país pueden, además, transformarse en


definitivas desventajas sociales y en un obstáculo para la consolidación
democrática. Los grados de gobernabilidad y de ciudadanía que la democracia
puede ser capaz de exhibir, dependen, particularmente, de la fortaleza de sus
instituciones. Las transformaciones legales e institucionales aparecen así como
una inversión en desarrollo político y en legitimidad.
La transformación y modernización de la justicia en Nicaragua constituye un
desafío de grandes proporciones, que va más allá del marco formal del
funcionamiento el sistema Republicano y la división de poderes y significa
asumir la necesidad de señalar, constituir y fortalecer una nueva cultura donde el
respeto de los derechos humanos sea no sólo un principio abstracto, sino una
práctica efectiva. En este proceso la transformación y modernización de la
justicia exige la creación y recreación de aquellos condiciones que hacen posible
que la justicia ocupe un lugar relevante dentro del esquema político y se
identifique inequívocamente con la tutela y defensa de esos derechos humanos.
El modelo inquisitivo de nuestra legislación penal, asienta sus bases en principios
políticos distantes a las instituciones democráticas. Transformar ese modelo, que
tanto daño causa a nuestras instituciones de justicia como a nuestra sociedad,
debe fundarse en una crítica seria de los supuestos del modelo inquisitivo y a la
vez generar las condiciones que desencadenen un proceso social de discusión
consensuada acerca de cuáles deben ser los ejes rectores y los principios
fundamentales de una justicia penal democrática y respetuosa de la persona
humana.

Los orígenes de la crisis actual de nuestra justicia penal —y los problemas que
ella presenta— no son nuevos, sino que unen sus raíces en la forma del Estado
colonial. El sistema de justicia penal vigente es básicamente inquisitivo, nacido
en una época precisa y al servicio de una concreta estructura del Estado. Muchos
de los atributos centrales (carácter escrito, secreto, formalista, lento, dependiente,
burocrático) son cualidades esenciales del sistema y no defectos. Cualidades que
han permeado profundamente algunos sectores de nuestra comunidad jurídica y
han creado una cultura inquisitiva que, por cierto, es defendida en muchas
ocasiones de forma apasionada y vegetativa, contraponiéndola a cualquier intento
de transformación democrática. Esto quizás, atrase los intentos de reformas, pero
no impedirá el triunfo de una nueva justicia democrática.

Un programa de transformación de la justicia penal no puede formarse como


objetivo la mera resolución de problemas puntuales, sino que debe tener la
vocación y la fuerza para torcer el curso histórico del desenvolvimiento del
sistema inquisitivo sentando al mismo tiempo las bases para la transformación y
modernización de la administración de justicia. Este es un objetivo que debe
orientar las acciones concretas y las estrategias de cambios, alimentadas, además,
por programas concretos que den respuesta a los conflictos, reduzcan la respuesta
punitiva y rechace las ficciones normativas. Por ello se debe construir, sobre
bases republicanas y democráticas, un nuevo modelo de justicia penal, nuevas
formas de procedimiento y una nueva cultura jurídica para nuestro país.
Transformación que no será fácil, pero que sin duda alguna tendrá éxito a largo
plazo.
Así, transformar la justicia penal implica la transformación social que se refleja
en la participación de la comunidad jurídica, en la participación de la comunidad
política y en la participación de los restantes grupos sociales. Esto no se agota en
la construcción de espacios adecuados para esas manifestaciones, sino que obliga
a encarar el difícil problema de producir las condiciones para generar un debate
público amplio y democrático en torno a los temas de la justicia penal.

Todos estos cambios deben ir acompañados de una profunda transformación en


el nivel de las prácticas. Esta transformación implica vincular el nivel de lo
macro (transformación del sistema, reforma de código y leyes especiales, etc.)
con el de lo micro (prácticas judiciales, formas de gestión, estudiar nuevas
instituciones jurídicas, analizar nuevos problemas); de ese modo se establecerán
las bases de una nueva práctica de la justicia penal, más atenta entonces a la
resolución de los problemas de fondo que el cumplimiento de los ritos,
manifestación y origen de una nueva cultura jurídica.

La justicia en Nicaragua ha iniciado una etapa de irreversibles y grandes


cambios. Su adecuada comprensión radica en su vinculación estrecha con los
cambios políticos operados en toda América Latina. No es posible pensar en la
transformación de la justicia sin pensar en las transformaciones que ha sufrido
América Latina en su marco político. Esta realidad regional a mediano plazo
asfixiará lentamente la resistencia de aquella cultura inquisitiva y desterrará todo
tipo de pensamiento involucionista. La apertura democrática operada y una
visión del derecho que ya no descansa en el autoritarismo, sino en la idea de
instrumento al servicio del ciudadano ha variado notablemente las características
constitutivas del fenómeno jurídico. Parafraseando el refrán popular, podríamos
decir que, «Cuando el derecho suena, cambios trae».

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