No Tendra Otros Dioses
No Tendra Otros Dioses
No Tendra Otros Dioses
luego la rompió por el mero hecho de que yo era “tan sólo un niño”. ¿Hace el rey
promesas al campesino y se sujeta a ellas? Y ahí estaba yo, de ocho años de edad, y el
Creador de mundos sin número se estaba comprometiendo a mantener su promesa
conmigo.
Maravillados con esta verdad, leemos de los convenios que Dios hizo con los hijos
de Israel y de todos los demás convenios divinos que están registrados en la Biblia.
Cuán paciente y fiel fue Dios con Sansón. No fue sino hasta que Sansón hubo
quebrantado su voto de nazareo que Dios le retiró su fuerza. Dios es un Padre
paciente y amoroso; ciertamente no hay otro como Él.
CREADOR DE GOZO
El Dios al que adoramos busca nuestra felicidad. En realidad, Él es un Creador de
gozo. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Yo no sabía mucho
de los cielos ni de la tierra cuando era pequeño, pero sabía que calle arriba había un
campo lleno de lagartijas y de sapos. Cuando los llevaba a casa, mi madre decía:
“¿Cuál de las pequeñas criaturas de Dios encontraste hoy?” Aprendí a amar a Dios
gracias a las “pequeñas criaturas” que Él escondía en los campos para que yo las
encontrase. No sólo estaban en los campos; a menudo íbamos al mar, donde solía
pasar todo el día desenterrando pequeños cangrejos al retirarse las olas. Me
encantaba la forma en la que me hacían cosquillas en las manos y, en mi
comprensión infantil, llegué a creer que Dios los había creado para producir esa
sensación. También ésas eran las pequeñas criaturas de Dios.
Aprendemos mucho sobre Él al estudiar las cosas que crea. Un sapo o un cangrejo
son una cosa maravillosa, especialmente para un niño de siete años. Estas criaturas
me enseñaron a amar a Dios.
Siendo mayor, me fui de campamento al “Glacier National Park” (Parque Nacional
de Glacier). Me levanté una mañana a las cinco en punto y caminé hasta el lago
Elisabeth. No había viento alguno que meciese la superficie del lago. A lo lejos, las
cumbres brillaban bajo el sol naciente, cuya luz hacía centellear lo que parecían
cientos de pequeñas cataratas. Había una suave pincelada rosa en el cielo azul de la
mañana. Sentía el olor de los pinos, la suave brisa y oía un par de pájaros. Mis
palabras eran inadecuadas para describir lo majestuoso de ese instante, pero
acudieron a mi mente las palabras que habían sido reveladas a José Smith:
“...todas las cosas que de la tierra salen... son hechas para el beneficio y el uso
del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón... para vigorizar
el cuerpo y animar el alma. Y complace a Dios haber dado todas estas cosas al
hombre” (D. y C. 59:18-20; cursiva agregada).
Esa mañana sentí el placer de Dios, su amor por la belleza y la soledad.
Sobrecogido por la belleza de la creación, el salmista escribió: “De la misericordia
de Jehová está llena la tierra...
“Teman delante de él todos los habitantes del mundo...
LIAHONA Febrero 1998
“¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría;
la tierra está llena de tus beneficios” (Salmos 33:5, 8; 104:24).
Un verano llevé a mi hijo y a varios de sus amigos a algunos de los desfiladeros
que hay en el sur de Utah. El último día de viaje caminamos hasta “Muddy Creek”, un
cañón estrecho, horadado por la acción del agua sobre la roca arenisca. ¡“Muddy
Creek” tiene el mejor lodazal de toda la tierra! ¡Fue simplemente maravilloso!
Deslizarse a lo largo de la orilla del arroyo constituía un puro deleite para los
chicos. Aunque no se centraron en lo majestuoso del lugar, sus reacciones estaban
acompañadas de este sentimiento- Contemplaba a los chicos deslizándose como
locos por el barro, veía su fascinación por el sonido que hacía al pisar sobre él,
observaba la euforia de sus carreras. A veces en la vida tenemos el sentimiento de
que alguien nos está observando; hay un cierto silencio que hace que miremos a
nuestro alrededor. Ese día sentí ese silencio y con timidez miré para ver si alguien nos
estaba observando. Allí no había nadie, pero Alguien estaba mirando. Podía percibir
su gozo por nuestro gozo.
Es maravilloso poder ver a otros disfrutar con las cosas que les hemos
proporcionado. Éste es también un atributo de Dios. El es el Dios de “Muddy Creek” y
del “Glacier National Park”, el Creador de los hombres y de los cangrejos de mar. El
aprecia la alegría de los niños y al mismo tiempo da a los adultos una sensación de
sobrecogimiento y de maravilla al revelárseles por medio de Sus creaciones.
Ciertamente no hay otro como Él.
EL LLEGAR A SER COMO ÉL
Cuando era niño, tenía muchos héroes: deportistas y personajes de ficción. Pero
mamá vio también que yo tenía héroes más reales: los que se encontraban en las
Escrituras. Teníamos en casa un libro de relatos bíblicos, del cual mamá me leía con
frecuencia. Al crecer, leíamos directamente de las Escrituras. Con el tiempo, los
héroes del deporte y de la televisión dejaron de ser importantes para mí, pero los
héroes de las Escrituras iban adquiriendo mayor relieve. Pronto me di cuenta de que
estas personas eran magníficas debido al Dios que adoraban. La influencia de este
Dios les proporcionó dignidad, valor y compasión.
John Taylor dijo: “Un hombre, como hombre, podría llegar a tener toda la
dignidad que un hombre es capaz de obtener o recibir; pero necesita que un Dios lo
eleve a la dignidad de un Dios” (The Mediation and Atonement, 1882, pág. 145).
Ninguna otra influencia, fuerza o poder puede convertir a personas comunes y
corrientes en los gigantes morales y espirituales de las Escrituras. Sólo la adoración a
Dios nos proporciona tal dignidad.
Cuando era misionero tuve el privilegio de conocer a un Apóstol viviente, el élder
Boyd K. Packer. Todos los misioneros le aguardábamos en el centro de reuniones
mientras charlábamos muy animados. Yo me encontraba de espaldas a la puerta
cuando llegó el élder Packer, pero aun sin verle, supe que había entrado en la sala. La
llenó con el mismo poder y la misma pureza que emanaban de mi madre. Fue como si
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el élder Packer hubiera salido de uno de esos relatos de las Escrituras. Pensé para mí:
En esto se convierte un hombre tras toda una vida de obediencia a Dios y de
comunión con El.
He percibido esa grandeza en otros hombres y mujeres. Además de la maravilla
que me produce el poder de Dios, yo adoro a mi Padre Celestial por el tipo de
persona que me inspira a ser. Si le obedecemos con paciencia, nuestras vidas
comienzan a parecerse a la Suya, como ejemplificó la vida del Salvador. En nuestro
Salvador mismo se nos muestra el final al que nos conduce nuestra adoración. ¿Qué
otra adoración eleva a la humanidad a alturas tales? Dios mandó: “No tendrás dioses
ajenos delante de mí” (Exodo 20:3). ¿Por qué? Porque ningún otro dios nos ayudará a
ser como es nuestro Padre Celestial.
LA ADORACIÓN VERDADERA
Debemos aprender el significado de la
adoración verdadera a Dios. Mi hijo de seis años
me enseñó el significado de adorar un día
mientras yo estaba preparando una lección. Él
estaba jugando cuando se dio cuenta de que yo
estaba subrayando mis Escrituras. Dejó a un lado
los juguetes, corrió hacia su habitación y volvió
con sus propias Escrituras. Se tumbó a mi lado en
la cama, imitando exactamente mi postura y
abrió las Escrituras.
Durante la siguiente media hora me percaté
de que estaba subrayando con mis lápices de
colores. Cuando levanté la vista, me enseñó su
obra. De algún modo había encontrado la página
en la que yo estaba trabajando, porque en su
libro había una réplica exacta de mi trabajo.
Había marcado las mismas palabras con los
mismos colores. Mis flechas, líneas y números
estaban allí. Incluso había copiado mis notas
marginales hasta que su enorme caligrafía le
había obligado a parar. Casi pidiendo disculpas y
llorando, me dijo: “Mis líneas no son tan rectas
como las tuyas”.
Este pequeño incidente me enseñó a ver un
principio más grande: la adoración verdadera
reside en la imitación. Esta tiene lugar cuando
dejamos a un lado nuestros juguetes mundanos,
estudiamos en profundidad la vida del Salvador e
intentamos imitar los detalles de Su carácter. Al hacerlo así, también imitamos al
Padre. Nuestras vidas no están libres de pecado como lo está la Suya, pero basta el
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Se nos permite escoger lo que hemos de hacer durante la vida terrenal, por lo
que podemos escoger que el dolor de la vida genere en nosotros crueldad,
indiferencia y duda, o podemos dejar que edifique compasión, sabiduría y fe. Lo que
suceda depende de cómo reaccionemos ante las impredecibles circunstancias de la
vida.
Un día en el que mis hijos se acercaban a sus años de adolescencia, yo estaba en
el templo y oraba: “Padre, deseo sacrificar lo que me pidas si bendices a mis hijos y
los conduces de regreso a Tu presencia”. Fue una de las oraciones más sinceras que
jamás haya ofrecido. Sufriría con gusto cualquier aflicción si supiera que mi dolor
produciría cualidades divinas en mis hijos. Creo que la mayoría de los padres
entienden este deseo, puesto que no es de mi exclusiva propiedad.
Así ocurre con nuestro sabio Padre Celestial. Con una perspectiva infinitamente
mayor que la nuestra, El permite el sufrimiento, incluso el sufrimiento intenso,
porque sabe que la mayoría de las veces produce en Sus hijos los atributos de la
misericordia, la compasión, el perdón y la caridad de Su propio carácter perfecto.
Este crecimiento es parte del camino a la exaltación, parte del propósito de nuestras
pruebas terrenales.
EL ÚNICO CAMINO
Nuestro Padre ordena: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. El adorarle a Él
es el único camino hacia la felicidad. Simplemente, no hay otro camino.
Las Escrituras describen el amor del Señor por nosotros como el amor del novio
por su novia (véase Isaías 61:10; 62:5). Una vez, durante una boda en el templo, le
pregunté a la novia a qué hora se había levantado para prepararse para el día de su
boda. “A las cuatro de la mañana”, fue la respuesta.
“¿Por qué tan temprano?”, le pregunté.
“Este día quería estar más linda que nunca para mi marido”.
También nosotros debemos desear ser tan hermosos en nuestra rectitud como
una novia en el día de su boda. Que nuestro amor de Dios sea como las palabras de
amor de Porcia, el personaje de Shakespeare, hacia Bassanio:
Vedme aquí, señor Bassanio, tal como soy
Por lo que a mí se refiere,
No alimentaré ningún ambicioso deseo
De ser mejor de lo que soy; pero por vos
Quisiera poder triplicarme veinte veces;
Quisiera ser mil veces más bella
(William Shakespeare, Obras completas, “El mercader de Venecia”, Acto III,
Escena II, Aguilar, S. A. de Ediciones, Madrid, 1967, pág. 1069.)
LIAHONA Febrero 1998
Ciertamente no hay otro dios como nuestro Dios. De seguro que nuestra
adoración a El debe ser digna de todo lo que somos y de todo lo que podemos llegar
a ser, de todo lo que Él es y de todo lo que ha hecho por nosotros.